La Jornada Semanal

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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 22 de diciembre de 2013 ■ Núm. 981 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Luisla muerte Cernuda , y el olvido R odolfo A lonso , R icardo B ada y E nrique H. G onzález

Guillermo Tovar de Teresa, breve estudio biobibliográfico: R afael B arajas el F isgón Un retrato de Miguel Nazar Haro: Marco Antonio Campos


de asombros

bazar

Hugo Gutiérrez Vega

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El pasado 5 de noviembre se cumplió medio siglo de la muerte del poeta español Luis Cernuda. Homosexual en un tiempo y lugar en los que serlo y reconocerlo implicaban un “delito”, el autor entre otros de Ocnos, Las nubes, Vivir sin estar viviendo, Poemas para un cuerpo y La realidad y el deseo –esta última, la reunión de su obra poética completa– es considerado parte de la mítica Generación del 27 española, con Guillén, Alberti, García Lorca, Aleixandre, Altolaguirre, más un fecundo etcétera. Cernuda sufrió la censura y el exilio, y fue debido a esto que pasó sus últimos años y murió en México, donde reposan sus restos. Los textos de Rodolfo Alonso, Ricardo Bada y Enrique González conmemoran a este poeta mayor, de tremenda influencia en la lírica tanto española como mexicana. Publicamos además un texto de Rafael Barajas el Fisgón y un poema de Verónica Volkow en memoria del recientemente fallecido historiador Guillermo Tovar de Teresa. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

veces, cuando no voy aferrado a los brazos del estrecho asiento de los aviones modernos, logro escapar de la clase a la que pertenezco, la de turista-galeote apiñado y hambriento, y me cuelo, como polizonte, en la ejecutiva, me pongo a leer y, de esta manera, pasa el tiempo más aprisa y dejo de ver las amenazantes nubes que ponen a bailar al avión que relumbra de tecnología moderna, pero que es un papelito sin peso en las manos del todopoderoso Eolo-Ehecatl. Así, en un vuelo de Newark a México pude releer las Cinco grandes odas, de Paul Claudel, excelentemente traducidas por Miguel Ángel Flores y publicadas en una hermosa edición de Siglo xxi que estuvo al cuidado de Federico Álvarez, mi desmemoriado amigo, y de nuestro jefe académico, el imaginativo y muy laborioso Jaime Labastida. Me olvidé de las posiciones políticas y familiares del muy reaccionario Claudel y, cuando volábamos sobre la capital del imperio, me dejé hundir en la magnificencia de los versículos en los que las presencias del mundo clásico griego, del tono mayor de la Biblia y de las iluminaciones del prodigioso Rimbaud, dan un vigor inusitado a estas odas en las que la liturgia de la Iglesia católica se mezcla con las dudas, las certidumbres, la arrogancia y la debilidad de un creyente acosado por las duras realidades de un mundo terrible al cual, según lo dice en las odas, consagra su canto sin sentir forma alguna de pavor. Pensé en el Eclesiastés y en los Salmos de David, y recordé otra obra de Claudel: El Viacrucis, traducida por Efraín González Luna y publicada en una fea edición a la que salvan los buenos dibujos del Chino Hernández Díaz. En las estaciones del Viacrucis, Claudel enfrenta al antiguo credo con la arrogancia del mundo moderno, y al dolor y el desasosiego opone la fe que mueve montañas y consuela a los pecadores. Recuerdo ahora los versos iniciales de una de la estaciones: “¡Oh madres que visteis morir al hijo primero y único! Recordad esa noche junto al pequeño ser doliente.” A pesar de sus tajantes certezas, en el fondo del alma del poeta late una gran compasión, esa virtud que Rimbaud considera “una alta forma de amar”. En Pekín, siendo cónsul de Francia, el poeta escribió su segunda oda. Así traduce el final Miguel Ángel Flores: ¡ Abre la puerta ! ¡Y la sabiduría de Dios está ante ti como una torre de gloria y como una reina coronada! ¡ Oh amigo, no soy un hombre ni una mujer, soy el amor que está por encima de toda palabra! Te saludo, hermano mío, bienamado. ¡No me toques! No trates de asir mi mano. Y pensar que el autor de estas bellas palabras fue capaz de apoyar al espadón Franco y a su caterva de asesinos rociados de agua bendita. “Cosas veredes...” El vuelo a Hermosillo, en un avión 737 700 de Aeroméxico nada parecido al tornillo brasileño para pigmeos del Ama­ zonas que la misma compañía utiliza para vuelos más cortos que se hacen eternos en el asiento mínimo y con la cabeza agachada para no tocar el techo de ese esperpento de la aviación comercial que, según me dice un amigo piloto, es muy eficiente en su mecánica y muy seguro a pesar de los bandazos constantes provocados hasta por la brisa más ligera –la estrechez interior agrava ese bailoteo que llega a ser aluci-

Lecturas aéreas Para José Luis Martínez y Braulio Peralta, con mi agradecimiento

nante–, me permitió leer un ratito el libro escrito por mi querido amigo Juan José Gurrola y publicado por esa gran casa editora de temas de teatro, cine y fotografía que existe para nuestra fortuna y lleva un nombre que explica su sobrevivencia: El Milagro. Lo abro y me encuentro con artículos, reseñas, reflexiones y observaciones de un hombre del Renacimiento, de ese inquieto “ilustrado” que fue nuestro gran director de escena. Un texto en el que habla de nuestra amistad y de nuestra complicidad, de mis intentos poéticos y de mi vida en el teatro muchas veces bajo su dirección, me conmovió profundamente y reavivó la nostalgia que me provoca su ausencia. Juan José recorrió todos los caminos del arte y renovó el teatro mexicano. Aparentemente caótico, tenía su personal idea del orden y a ella se atuvo para realizar puestas en escena que fueron fundamentales para el desarrollo del teatro mexicano. Pienso en su Cantante calva, en Los exaltados, de Musil, en Roberte ce soir, de Klossowsky; en Lástima que sea puta, de Ford, en la que nos turnábamos en el cínico papel del Cardenal, y en La prueba de las promesas, la puesta que causó nuestra salida de Difusión Cultural ordenada por los escandalizados Herr Professors. Juan José escribía muy bien y su estilo se fue depurando con el paso del tiempo. Sus traducciones son notables y, para alguna de ellas, contó con el apoyo de nuestra amiga y compañera Tina French. Lo mejor del libro es la recopilación de los textos gurrolianos. La segunda parte contiene algunas entrevistas bien hechas y algunos textos críticos de desigual valor. No faltan, por supuesto, los lugares comunes sobre la vida y la obra de un personaje que fue amigo de sus amigos y enemigo de sus enemigos, como don Rodrigo Manrique. De regreso de Hermosillo y recordando el cálido homenaje que le hicimos al poeta de Cajeme, Juan Manz (otra voz bíblica cercana a Claudel), descendiente de alemanes de Rumanía, agricultor poético y poeta laborioso y lleno de generosidad, los vientos y las nubes me permitieron releer algunos pasajes del Diario de un cura rural, de Bernanos. La edición de sus obras la llevó a cabo Luis de Caralt y la traducción del Diario es de Mariano Orta, un gran comentarista de los aspectos religiosos de la obra de don Miguel de Unamuno. A punto de entrar al jaripeo constante del Valle de México, leí el final del Diario, que consiste en una carta que el señor Dufrety dirige al señor cura de Torcy. Este es el párrafo final en el que se describe la muerte del cura rural y la tardanza del sacerdote que iba a confesarlo: “No pareció oírme”, dice Dufrety, parroquiano fiel y amable, “pero algunos instantes después, su mano se posó sobre la mía mientras su mirada me hacía señal de que acercara mi oído a su boca. Pronunció entonces claramente, aunque con extraña lentitud, estas palabras que estoy seguro de transcribir exactamente: ‘¡Qué más da! Todo es ya gracia.’ Creo que murió inmediatamente después.” Aullaron las llantas y el avión frenó con rabia. Unos minutos después se abrió la puerta y la oruga metálica fue nuestra señal de haber regresado a la madre y, a veces, madrastra, tierra • jornadasem@jornada.com.mx

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Portada: Deseo y realidad Collage de Marga Peña

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creación

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Evangelina Villarreal

Editores y ediciones E

n 1925, Enrique Fernández Ledesma dio a co­ nocer El alma desnuda, el primer libro de María del Mar. En El Museo de las Letras, la página literaria de El Universal, destacó el valor de la obra colocando a la autora “en el plano limítrofe de los eminentes poetas”. Ernesto García Cabral, el Chango, realizó para El alma desnuda un hermoso dibujo sobre delgado papel tipo albanene. En tono rojo encendido dibujó una silueta femenina desnu­ da de largo cabello, que camina al lado de una enor­ me luna al tiempo que un animal fantástico irrumpe en la escena con un salto. La novela La corola invertida, de 1930, tiene una sencilla portada con caracteres art déco en naranja y negro. Leopoldo Méndez realizó los grabados en madera que hacen alusión a cinco fragmentos de la edición, cuyo tiraje se limitó a quinientos ejempla­ res numerados. En ti, solo distante… fue publicado en 1937 por Editorial Fábula de Miguel n . Lira, con sólo trescientos ejemplares numerados: Has olvidado que a la vida no la podemos detener, que la ilusión queda marchita, si siempre buscas un ayer. Que nuestro paso va en la sombra como una barca sobre el mar. Aislado punto, que interroga a la callada eternidad. Y en este octubre, ya en derrota, que te ha entregado mi cantar, veo que te alejas de la rosa que se animó en mi soledad.

de la obra de

María del Mar María del Mar en 1930

Te has olvidado de la vida que no podemos detener, y del futuro que se inclina hacia el ocaso del no ser. Y de mi queja y de mi risa, y de mi beso de mujer, y de la muerte que principia porque en mi anhelo no te hallé. Ven, que si tardas, a la vida no la podemos detener.

Francisco Díaz de León es el autor de las xilografías para los libros de 1939 Cántico del amor que perdura y Tres cartas a Hans Castorp. Estuvo al cuidado de la edición de ambas obras junto con Francisco Oroz­ co Muñoz. Para Cántico del amor que perdura, de sólo diecinueve páginas, Díaz de León realizó siete gra­ bados y uno para cada una de las Tres cartas a Hans Castorp, facsimilar manuscrito de trescientos ejem­ plares numerados. Carlos Alvarado Lang ilustró con hermosos gra­ bados Sombra de flor en el agua, libro de poemas que publicó la Editorial Prisma en 1943, asegurando que “pondrá en el ánimo de sus lectores un gajo de paz, un relámpago de belleza, en esta hora de tra­ gedia universal.” En 1945, Prisma publicó Luz en la muerte, obra en prosa con apuntes del dibujante mexicano Juan Madrid.

María del Mar obtuvo en 1951 el primer premio en los Juegos Florales de la Revolución, a los que convocó el Partido Revolucionario Institucional. El Canto panorámico de la Revolución fue ilustrado por el artista catalán José María Giménez Botey. En 1964, Leopoldo Méndez le obsequió a la autora una nueva edición especial, en la que incluyó la porta­ da de la Exposición Agorista de 1929 y grabados de José Guadalupe Posada que estaban en poder del Taller de Gráfica Popular. Un fragmento: Es en Puebla. La noche en terciopelos de amaranto desgarra las estrellas de su manto y se ofrece en angustia vertical, a este cuerpo caído que empieza la guirnalda de tus héroes, Cauce Revolución, a este Aquiles Serdán, estrofa de tu canto y soldado en tu pléyade inicial.

El prólogo de Vida de mi muerte fue escrito por Elías Nandino, que exaltó la calidad de los sone­ tos que componen la obra, “la intrepidez metafó­ rica, el estreno de la rima y el agrandamiento del significado de las palabras, dentro del reducido espacio de catorce líneas.” El libro fue publica­ do en 1960 por Editorial Estaciones, y fue ilus­ trado por la gran dibujante y muralista soriana Elvira Gascón. Eres vital en mí porque aconteces en los desiertos de mi sangre esquiva, y en mi anímica sed siempre cautiva del abismo estelar con que la acreces; porque estando distante me estremeces con llama dulce que mi fuego aviva, en tactos de emoción retrospectiva que repasan el gozo que enalteces. El dardo del pesar ya no me alcanza, renazco en espirales de alabanza que ascienden por la eterna geometría; lo que fue, nada más es fruta amarga, mi asombro en costa musical se alarga y se dispersa en polvo mi agonía •


Guillermo Tovar de Teresa,

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breve estudio biobibliográfico Rafael Barajas el Fisgón En junio de 2006. Fotos: Marco Peláez/ archivo La Jornada

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ería impreciso decir que Guillermo Tovar de Teresa tuvo infancia, adolescencia, juventud, edad adulta y madurez. En realidad tuvo pró­ logo, introducción, capitulado, conclusiones, epílogo y una extensa bibliografía. Más que acta de nacimiento, tuvo página legal; más que bautizo, tuvo proemio y su vida, más que de anécdotas, está llena de notas de pie de página. Su biografía no podía ser más que una bio-bibliografía y su tumba no tendrá epitafio sino colofón. Dicen los médicos que atendieron su nacimien­ to que Guillermo decidió salir del vientre materno porque allí no había una buena biblioteca. Apren­ dió a leer antes que a hablar, y en el jardín de niños se divertía mucho jugando con sus amiguitos Car­ los de Sigüenza y Góngora, Miguel Cabrera y Sor Juana Inés de la Cruz. Todos ellos le hacían bromas pesadas al director del plantel, el licenciado Miguel de la Grúa Talamanca y Branciforte. Cursó la primaria en el Colegio México, donde asistía puntualmente todas las mañanas a darle cla­ ses de historia a sus maestros. Algunos eran tan bu­ rros que lo reprobaban porque no se aprendía lo que decía el libro de texto, sino que se iba a las fuentes originales. Uno de ellos, desesperado, le gritó: “No me vengas con eso de las fuentes originales; yo sólo conozco la Fuente de Petróleos.” Su escuela solía celebrar unos seminarios de his­ toria y Guillermo participó en uno de ellos con un trabajo al que su profesor le puso una calificación de diez más veinte, es decir del 2,000 %. Desgraciada­ mente, la cosa acabó mal, pues el maestro de mate­ máticas reprobó al de historia por no saber sacar porcentajes. Finalmente, Guillermo reprobó a la es­ cuela y se fue a estudiar filosofía con Eduardo Nicol. En las clases de Nicol reflexionó sobre el ser, el no ser, el no hay que ser, el ethos y el pathos. Allí descu­ brió que el ethos es una entidad celestial, mientras que el pathos se asocia a cualidades más marítimas como las de Peseidón. De allí sacó la máxima que ha regido su vida: “Al cielo ethos y al agua pathos”. A pesar de su carácter explosivo, Guillermo no se peleó nunca con sus compañeros de clase. No le gus­ taba meterse con los de su tamaño y menos con los más pequeños. No agarraba pleitos con los niños de ocho años, sino con los de cuarenta y ocho o más. A Guillermo no le gustaba agarrarse a golpes; hacía algo mucho peor, mucho más agresivo, rijoso y temi­

ble: entablaba debates académicos con los investi­ gadores de estéticas. En esa arena era fiero para los catorrazos y cabrón en el tiroteo. Dejó chillando, tum­ bados en el suelo y con la nariz rota, a más de tres. A la edad de nueve años, Tovar recorría las libre­ rías de viejo y los puestos de La Lagunilla en busca de ediciones coloniales y de las novedades más anti­ guas. Lo más inexplicable, lo que los bibliófilos no atinan a comprender, es que compraba los libros pa­ ra leerlos. Recorriendo librerías se hizo amigo de li­ breros legendarios como Ubaldo López Casillas y el gran don Fernando Villanueva, quien puede dar tes­ timonio de que todo lo aquí dicho es verdad. Pronto, entre los libreros corrió el rumor de que por ahí an­ daba un enanito que tenía el encargo de construir una biblioteca para el Mago de Oz. Guillermo fue precoz. Aprendió a leer mucho an­ tes de entrar a la escuela, a los cinco años se salió de su casa, fue condecorado por el presidente Adolfo López Mateos a los ocho, a los nueve ya tenía bigo­ te, a los diez ya tenía amoríos, a los doce fue asesor de la Presidencia, a los trece consejero del Departa­ mento del Distrito Federal, a los quince terminó con la escuela y a los dieciocho se jubiló para dedicar­ se a escribir. Se rasuró el bigote a los treinta. Pero vayamos por partes. A la edad de diez años, Guillermo Tovar trabó amistad con Felipe Teixidor, Francisco de la Maza, Luis González y González y don Antonio Pompa y Pompa. El erudito Francisco González de Cossío le enseñó paleografía, al punto de que puede leer ma­ nuscritos del xvii con fluidez. Esa etapa de su vida no transcurrió en la colonia Roma, ni en la colonia Condesa, ni en la colonia del Valle, sino en la Colo­ nia a secas (es decir, en la era colonial, en el virrei­ nato de la Nueva España). Todos los días desayunaba un chocolate de exclusiva receta y unos bizcochos ela­ borados por las monjas de la congregación de las Car­ melitas desnudas. A los catorce decidió convertirse en benefactor colonial y donó a la Iglesia un óleo del pintor Baltasar de Echave Ibía, que había encontrado en las bodegas de las Galerías La Granja. Guillermo se enteró que ese cuadro había estado originalmente en el templo de la Profesa y, durante más de un año, juntó todos sus domingos para poder pagar el cua­ dro que hoy se puede apreciar en un altar, cerca de la entrada. Los curas, agradecidos, le pagaron a su be­ nefactor con un año de misas gratis, más cientos de

años de indulgencias por pecados cometidos y por cometer. Tras asegurar su entrada al Paraíso, Guiller­ mo decidió amortizar su donación y para ello llevó una vida de pecado y desenfreno literario; se volvió ateo practicante, fanático del amor libre y orientalis­ ta. A pesar de su inequívoca pasión por las muje­res, los grandes amores de su vida fueron Schopenhauer y Nietzsche (después de tener sus devaneos con Car­ los Marx, Federico Engels, Rosa Luxemburgo y Carlos Castaneda, claro está). Sabía mucho de filo­ sofía. Un día me aclaró que Schopenhauer no se tra­ duce como “hora del shopping” (o “shopping hour”), sino que era un filósofo muy importante. Años mas tarde, en plena crisis por el terremoto que asoló Ciudad de México, en 1985, Guillermo compró la biblioteca de Oro Ortiz, un conjunto de más de cien mil libros que contenía tesoros increí­ bles y que los recolectores de libros habían pasado por alto ya que ellos son eso, recolectores de libros. En cambio, Guillermo no es un recolector de li­ bros, sino un lector de libros. Por eso pudo rescatar los tesoros de ese conjunto. Ahí encontró el Acta de Tlalpujahua y el Códice Tovar que él donó a An­ tropología. También donó varios importantísi­ mos documentos de la Independencia y donó los libros religiosos al Seminario Conciliar y lo jurí­ dico a un despacho de abogados.


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Junto con Teixidor, De la Maza y González de Cossío, Guillermo entabló amistad con otros escri­ tores, como Luis Cardoza y Aragón y Fernando Be­ nítez (un jovenazo de cincuenta). Como eran los más jóvenes del grupo, Benítez y Tovar se hicieron gran­ des amigos y se pusieron a armar debates acadé­ micos, simposios, bibliotecas y reventones. El autor de El rey viejo le dedicó un libro con esta frase: “A Guillermo, que fue mi maestro hace diez años, cuando él tenía diez años.” Sin embargo, la gran influencia de su vida fue el escritor Octavio Paz. Este intelectual riguroso y cos­ mopolita sostenía largas conversaciones con Gui­ llermo, y reconocía en él a la máxima autoridad en arte colonial del país y lo leía y elogiaba (cosa que pocos de sus seguidores pueden decir). Guillermo fue un estudioso metódico; empezó estudiando la Colonia y cuando terminó se puso a estudiar el siglo xix . Cuando lo conocí ya estaba adentrado en el siglo xx . Cuando acabó de estudiar los archivos coloniales mexicanos, se fue a los Ar­ chivos de Indias y después a los archivos de Europa en calidad de “ministro mexicano en los archivos extranjeros”. Por razones de tiempo, lo nombraron cronista de la ciudad. Por razones de tiempo, despachó el encar­ go con rapidez e instaló el Consejo de la Crónica. Poco antes de morir, un desconocido le preguntó a Guillermo a qué se dedicaba y él respondió, cam­ pechanamente, “A nada, no hago nada.” En realidad, Guillermo era uno de los investigadores más prolí­ ficos del país. Entre otras cosas, escribió algunos li­ bros y ensayos que hoy son fundamentales para la visión que hoy tenemos de México, entre ellos: Mé­ xico barroco; La ciudad de los palacios, crónica de un pa­ trimonio perdido; El arte de los Lagarto; Miguel Cabrera, pintor de cámara de la reina celestial y El Pegaso. Llevó su pasión por los libros y su erudición a ex­ tremos espectaculares. Juan Manuel Herrera, direc­ tor de la Biblioteca Lerdo de la Secretaría de Hacien­ da, me contó que un día Guillermo fue a visitarlos y le afirmó que conocía tan bien la bibliografía novo­ hispana que era capaz de identificar todos los libros coloniales mexicanos hasta por su peso. María del Consuelo Tuñón, incrédula y retadora, le pasó un volumen; Guillermo lo sopesó con los ojos cerrados y dijo: “Es el Burgoa.” Y era el Burgoa. La pasaron un segundo libro; la acción se repitió y Guillermo dicta­ minó: “Es el Miranda… Tomo ii ”. Así era Guillermo Tovar de Teresa •

Guillermo Tovar de Teresa (noviembre 10, 2013) Verónica Volkow Acostumbrabas volar, Guillermo

con alas de Pegaso y plumas casi cielo: encendido vivías de tocar el misterio; inalcanzables tus ojos,

sólo cautivos los secretos, como estrellas miraban

con recónditos incendios. Arduo diamante tu ser,

bajo el gran peso de noches emprendido, brillante en mil esfuerzos.

Tu voluntad indoblegable, hermética, equilibrista en su perfecta soledad,

y suelta en el aire de un juego perfecto: gran ala desenvainando, tu ser entero. Sólo en caminos de fuego tu libertad aprendiste,

tu luz, también fue de fuego cortante en su destierro;

y el sol más filoso de todos te fue camino y encierro.

La utopía de tu audacia sostuviste, victorioso Faetón y deslumbrante. No de la tierra viniste, no,

intempestiva cauda de otros cielos con tu antorcha de luces

y también dolido incendio. Pero hacia adentro hoy acudes,

desnudo de tu sangre a reiniciarte completo,

al alba que te abraza, con amor, el más perfecto.


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El aro de Urano: Luis la misma como diversos y hasta antagónicos son los autores y tendencias que nutrieron sus lecturas: Wordsworth, Garcilaso de la Vega, las ideas de Fi­ chte y André Gide, las inéditas nupcias de Hölderlin y Juan de la Cruz; sus histéricos, alternativos, vis­ cerales rechazos o adhesiones al purismo y al su­ rrealismo, hablan de las propiedades proteicas de esta obra, sin embargo única y singular en cuanto que su narcisismo uranista, proyectado en una gran diversidad de máscaras, es la verdad que vertebra la realidad de su deseo. II

Enrique Héctor González I

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ocas obras poéticas ofrecen una fusión tan in­ tensa entre escritura y biografía como la de Luis Cernuda. En él se ejemplifica, por cierto, el axioma lírico que Octavio Paz menciona en alguno de sus textos tempranos: “Todo poema se cumple a expensas del poeta.” Más que cualquier otra frase, ésta definiría el ser y el quehacer poético del escritor andaluz: sus versos son líneas en jiro­ nes de piel, deseo y realidad entrelazados. Aun siendo diferentes entre sí, en su calidad de productos de una estética y una asimilación de lec­ turas que fueron enriqueciéndose conforme se mul­ tiplicaron los autores que entraron en conversación con sus versos, cada nuevo poemario de Cernuda se incorporó al libro único que, desde los años treinta, el poeta había concebido como su testimonio lite­ rario: La realidad y el deseo. Como el Cántico, de Jorge Guillén, producto de un esmero similar, el múltiple y unívoco libro de Cernuda revela una contención y una unidad interna cifradas en la sólida y paciente acumulación de experiencias líricas moduladas por una voz que se autentifica en cada libro. La “verdad ignorada” de Cernuda, esto es, “la verdad de su amor verdadero”, como él mismo la formula, es la escri­ tura en su naturaleza de acto deseante. “Conforme la experiencia del amor va siendo más claramente enunciada”, observa Philip Silver, uno de sus críticos más avezados, la visión cambia y se profundiza pero el deseo “es una constante”. Más que una exploración del impulso erótico, se advierte en la poesía de Cernuda una devoción por su propia biografía espiritual, tan intensa y siempre

Octavio Paz observa en Cernuda una evidente “ten­ tativa por crear su propia imagen”. En Mallarmé, en Gide, en Garcilaso, pero sobre todo a partir de un inevitable impulso vital propio, Cernuda aprendió a reconocerse en una suerte de inmersión semejan­ te a la que se cuenta en el mito de Narciso, manifiesta primeramente en un arraigado sentimiento de sole­ dad, de ser incompleto y, en libros posteriores, en una insoslayable nostalgia de la juventud perdida. “En límpido reposo/ el cuerpo se contempla”, aunque su espejo sea la inmovilidad onírica, esa agua estancada, ese “sueño encantado”, escribe en Pri­ meras poesías. Idéntico desdoblamiento –la renuncia explícita a la primera persona– se advierte en su se­ gundo libro, Égloga, Elegía, Oda. Y sin embargo, el amor narcisista, la imagen del agua cruel, ya serena y “gozando de sí misma en su hermosura”, ya “en revuelo/ de rota espuma”, predomina y baña las for­ mas de “un joven dios que avanza sonriendo” y lo llena “con reflejos de plata”. La perspectiva poética de Cernuda sigue enfa­ tizando la naturaleza acuática del mito en el libro central de su poesía de juventud, Un río, un amor. El ahogado errante de “Cuerpo en pena” recorre la co­ rriente para llegar a su desembocadura, meta eróti­ ca de todo el poemario, pues “sólo las olas saben”: el mar es el deseo desbordado, el amor está en el agua y, como no puede ignorarlo Narciso, hay “miradas en las olas”, agua en la escritura de un ser que se contempla y sueña y reconoce en el mar amarrado o en el río en movimiento, en el “verter de mis labios vagamente palabras”. Pero los mitos, identidades vivas, evolucionan. Así, los indicios de proyección y desdoblamiento en la poesía cernudiana atañen lue­ go a la figura del arcángel, a quien significativamen­ te habla en una segunda persona que no excluye sino reafirma la propia pulsión: “Tú fluyes en mis venas, respiras en mis labios,/ te siento en mi dolor;/ bien vivo estás en mí, vives en mi amor mismo.” Pero, para decirlo con los dos siguientes títulos de esta suma biográfica, la madurez del poeta y de su obra atestiguan, entre otras cosas, que habrá que re­ conocer Los placeres prohibidos, precisamente, Donde habita el olvido. En algunos textos de estos poemarios, en efecto, se advierte casi un manifiesto de rencor contra las tensiones que ha tenido que librar el deseo frente al tiempo. El amor narcisista ya no puede per­ manecer ensimismado. La proyección de su énfasis en otra figura objetivada del sujeto amoroso –así sea sólo en la fantasía–, es una manera de invocar la pre­ sencia que está más allá o detrás de esa apariencia. Es indudable, a estas alturas, que la lectura de los

metafísicos ingleses ha operado cambios no sólo en la obra del poeta, sino asimismo en su pensamiento y estética, de ahí que la afirmación de García Ponce, según la cual “el mundo de Luis Cernuda es un mun­ do pagano en el que sólo existe la realidad de la apa­ riencia, apariencia que no conduce hacia ningún lado ya sea porque niega la reproducción a través de la homosexualidad, ya sea porque niega que haya cualquier otra realidad más allá de lo que podemos encontrar a través de la vista”, revele una lectura po­ co provechosa de una obra que apela, por cierto, a la sospecha de que, tras esas limitaciones corporales o sociales, se adivina la verdadera realidad, la divi­ nidad enmascarada del deseo. El distanciamiento a partir del recurso de la más­ cara no disipa el narcisismo erótico de Cernuda: más bien, le sirve para elaborarlo en más de un sentido, pues proyectar sobre una situación histórica o legen­ daria su propia experiencia emotiva le permite esa distancia de por medio que con tanta frecuencia nos proporcionan los viajes, los sueños, la escritura y el simple paso del tiempo: un recurso de la objetividad que viene a dimensionar y resignificar la intimidad. III Sin duda las lecturas de Browning, de Yeats, de Eliot, le sirvieron a Cernuda, como apunta el poeta Manuel Ulacia, para sublimar el narcisismo de su primera poesía a través de la máscara poética, menos un arti­ ficio o capricho retórico que la forma para mejor con­ vocar y representar la otredad, para concebir lo es­ pecular del amor. Es posible que la presencia del desdoblamiento en su obra obedezca, antes que a una elección, a cierta fatalidad, ese reconocible sentir­ se aislado, despoblado de “El soliloquio del farero”, donde lo que el empleado náutico encarna es la idea misma del oficio creador, según el cual asume, en “La gloria del poeta”, “que mi voz es la tuya,/ que mi amor es el tuyo”. La particular introversión cernudiana no es sola­ mente la conciencia del yo que escribe en soledad o del hombre cuya sensación de la nada es inherente a su propia vida, sino también, y más precisamente, “la posibilidad de fusión de la obra humana con la naturaleza” tal como él mismo parece entreverla, lo que la dota de una consistencia, por así decirlo, más metafísica que melodramática. En Vivir sin estar vi­ viendo, la figura de Felipe ii , máscara fiel del poeta, contempla El Escorial hacia el final de sus días, se mira a sí mismo y dice muy a las claras: “Mi obra no está afuera, sino adentro.” Si afirma, en otro poema del mismo libro, que “es el amor fuente de todo”, alude tanto al sentido metafórico de fuente en su sig­ nificado de origen, como al trasunto simbólico que ve en ella el incesante, narcisista espejo del amor con­ denado a la contemplación del ser que en él se mira y admira: “Bebías de tu sed y de la fuente a un tiem­ po,/ sabiendo a eternidad tu sed y el agua.” En la última etapa de su obra, la proyección en el pasado admite la posibilidad de que el poeta reco­ bre la luz y el tiempo para regresar a fundirse con su propia adolescencia, para hallar “la imagen de aquel mozo/ a quien dijera adiós en tiempos/ idos, su juventud intacta/ de nuevo”. El otro es él mismo: el poeta viejo y el muchacho que fue, al conjuro del


22 de diciembre de 2013 • Número 981 • Jornada Semanal

Cernuda olvido, se besan y confunden sus sombras. Abatido y dignificado en la imagen propia, reconstruida a través de su obra por el tiempo implacable, escribe los “Poemas para un cuerpo” con textos cuyos títulos parecen más bien epitafios: “Para ti, para nadie”, “Som­ bra de mí”, “Despedida”, “Fin de la apariencia”. En estos poemas postreros se advierte un tono recapitulador de la temática amorosa y, sobre todo, del deseo como manifestación real, como experien­ cia de vida. Un perfil sintomático de esta recupe­ ración existencial se advierte, por un lado, en la es­ peranza de que el nutriente vital del poeta, el deseo “loco y tardío”, como lo llama en “El amor todavía”, lo persiga y asalte con la misma frecuencia que lo hizo en la juventud; por otro, en el reconocimien­ to de que ya “su vejez al espejo habla”, según lo ad­ vierte en el mismo poema. La imagen apunta hacia algo más que la mera denuncia del paso del tiempo registrado por ese inconmovible testigo de estaño: supone también un estoico, desnudo enfrentamien­ to con la realidad narcisista del deseo. Con la máscara el yo se habla de tú, se desperso­ naliza por un instante para mejor conversar consigo mismo. El texto se reviste de la apariencia de un diálogo entre un tú interrogado y un yo demandan­ te: “¿Tú? ¿Volver? Regresar no piensas,/ sino seguir libre adelante/ disponible por siempre, mozo o vie­ jo,/ sin hijo que te busque, como a Ulises,/ sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.” Y de toda esa gama de “otros que le dan plena existencia”, para decirlo con Octavio Paz, el excéntrico monarca que Cernuda retra­t a en “Luis de Baviera escucha Lohengrin” re­ pre­s enta, en su estrategia expresiva de reflejos múl­ tiples, el más acabado ejemplo de este poético narcisismo enmascarado. La proyección es aquí de carácter onírico y su erotismo alienta, fundamentalmente, una experiencia onto­ lógica. Más aún: si, en su tráfico de sombras (Cernuda se esboza en Luis de Baviera, que lo hace en la figura de Lohengrin, que se contempla en la forma de un elfo), el deseo involucra al propio sujeto de­ seante como objeto amoroso, ¿enton­ ces q u i é n a m a ? , ¿ q u i é n re s u l t a s e r amado? Se trata de un curioso espejo dramático donde el agua de Narciso es mó­ vil: un personaje actuando la ópera de Wag­ ner, obra predilecta del rey, es el dinámico re­ flejo que “como extraño contempla/ con emoción gemela su imagen desdoblada/ y en éxtasis de amor y melodía queda suspenso”.

A 50 años

de su muerte Rodolfo Alonso

E

ciones, parece haberle tocado ahora –inesperadamente– al más secreto y hon­

do de los poetas andaluces. Siempre discreto y re­ servado, siempre fino y distante, Luis Cernuda (1902-1963) supo combatir por la República y pagar con su exilio interminable en el México fiel, donde encontró la tumba, un 5 de noviembre de hace me­ dio siglo. Estruendosamente silenciado entre sus compatriotas, nunca dejó de responder con altivo desdén y sutil ironía al ninguneo absoluto con el que fue afligido. Quizá por eso, dedicó uno de sus poemas me­ morables (“con unas violetas”) al más ácido y mordaz crítico de la sociedad española, el

IV Hace cincuenta noviembres la vida del poeta sevi­ llano llegó a término aquí, en Ciudad de México. Su feligresía libresca es nutrida pero no vasta, lo cual es bastante para un poeta que renunció a las aclamaciones, que prefirió reflejarse en el espejo de sus poemas –donde se sigue escuchando esa música de agua–, pues el deseo narcisista es un aro que vuelve siempre al punto de partida, un anillo anhelante que se encierra en sí mismo y se recon­ quista y completa en esa doble certeza constituida por la realidad de su deseo y la innegable vigencia de su obra •

n la tómbola incierta de las conmemora­

agudo cronista Mariano José de Larra. Ese mismo texto que comienza, tan bellamente, con una de las líneas indelebles del poeta Cernuda: “Leves, mojadas, melodiosas...” •

En Madrid, 1935

7


S

Luis Cernuda la mu

abido es que Luis Cernuda rotuló su poesía bajo el título general La realidad y el deseo. Des­ pués de haberme metido entre pecho y espal­ da la relectura completa de su obra poética, se me hace que también hubiera podido titularla como yo este artículo: “La muerte y el olvido.” Quede como anécdota que a la muerte la nombra por su nombre 163 veces, que el verbo “morir” lo emplea –en sus distintas conjugaciones– ochenta y siete veces, setenta y cuatro son las que nombra a muertas y muertos, y dieciséis las que usa el adjetivo “mortal”. La cosa comienza tan temprano como cuando Cernuda sólo cuenta veinticuatro años, en su narración “El indolente”, publicada en La Verdad, de Murcia, el día 18 de julio de 1926, o sea, exacta­ mente diez años antes del estallido de la Guerra civil. Allí dijo: “Desde aquí mis sentidos extienden su tá­ cito imperio sobre el mundo; esta amplitud del de­ seo, ¿no será mortal a la misma vida? [...] Mas ¿de dónde esta frágil brisa, resto acaso de la antigua pri­ mavera, viene a morir sobre mi cuerpo indolente?” Con independencia de la estadística que acabo de resumir, a Cernuda le gustó vestir a veces, con ropas suntuosas, la mención de la muerte. Valgan los siguientes ejemplos: “He venido para ver la muerte/ y su graciosa red de cazar mariposas./ Los entierros, aburridos como piedras./ La luz funeral del acetileno./ El halo virgi­ nal de la muerte./ La miseria y la muerte futuras,/ no pensadas aún, en vuestras manos/ bajo un inofensivo sueño adormecían/ sus venenosas flores bellas./ Ver­ dades o mentiras/ son pájaros que emigran cuando los ojos mueren./ Mientras los años, muertos como un muerto,/ abren su tumba de estrellas apagadas./ Algún día nuevamente resurgirá la flecha/ que aban­ dona el azar/ cuando una estrella muere como otoño para olvidar su sombra./ La playa cuenta días y horas por cada niño que muere./ Tu destino es mirar las torres que levantan, las flores que abren, los niños que mueren; aparte, como naipe cuya baraja se ha perdi­ do./ Mas todavía hay en mí algo que te reclama/ con­ migo hacia los parques de la muerte./ Muero y renaz­ co siempre [...] confusión de la muerte, resuelta en melodía./ No, no quisiera volver,/ sino morir aún más,/ arrancar una sombra,/ olvidar un olvido”. Valgan, como dije, estos once ejemplos. Porque son once ejemplos y no un solo poema,

que es lo que parece cuando los cito encadenados, como ahora lo he hecho. Va de suyo, pues, que si nos ponemos a espigar en la obra de Cernuda, y nos diésemos maña para ello, le podríamos añadir un par de poemas que él mismo nunca hubiera sospechado, pero como eso sería un juego, vamos a dejarlo estar (“ya estuvo suave”, se diría en buen mexicano, y hasta es posible que Cernu­ da mismo lo dijera, con sus muchos años en México).

La voz de una generación Una vez que hemos llegado aquí, y antes de seguir adelante, quisiera llamar la atención acerca de su dicción especial, y pues en ello estamos, veamos tres ejemplos de dicción característica de poetas de la misma generación de Cernuda. Empecemos por García Lorca, su poema “Sere­ nata de Belisa”: “Por las orillas del río/ se está la noche mojando./ En los pechos de Lolita/ se mue­ ren de amor los ramos.// ¡Se mueren de amor los ramos!// La noche canta desnuda/ sobre los puentes de marzo./ Belisa lava su cuerpo/ con agua salobre y nardos.// ¡Se mueren de amor los ramos!// La no­ che de anís y plata/ relumbra por los tejados./ Playas de arroyos y espejos/ anís de tus muslos blancos.// ¡Se mueren de amor los ramos!” Sigamos con Pedro Salinas, un fragmento del poe­ ma “Lo que eres” : “Lo que eres/ me distrae de lo que dices.// Lanzas palabras veloces,/ empavesadas de risas,/ invitándome/ a ir adonde ellas me lleven./ No te atiendo, no las sigo:/ estoy mirando/ los labios donde nacieron.// Miras de pronto a lo lejos./ Cla­ vas la mirada allí,/ no sé en qué, y se te dispara/ a buscarlo ya tu alma/ afilada, de saeta./ Yo no miro adonde miras: yo te estoy viendo mirar.”

“Quien habla

a solas espera

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hablar a Dios

un día”

Y terminemos con Vicente Aleixandre, sevillano como Cernuda, su poema “Adolescencia”: “Vinieras y te fueras dulcemente,/ de otro camino/ a otro ca­ mino. Verte,/ y ya otra vez no verte./ Pasar por un puente a otro puente./ –El pie breve,/ la luz vencida alegre–.// Muchacho que sería yo mirando/ aguas abajo la corriente,/ y en el espejo tu pasaje/ fluir, desvanecerse.” Si han retenido bien estas tres distintas cadencias de dicción poética, presten atención ahora a una es­ trofa elegida al azar entre muchas otras de Cernuda, por ejemplo, en el poema que se titula “Del otro la­ do”: “Si él pudiera oírles, no se reconociera/ en nada: extraño en el paraje,/ sus actos y su vida, comenta­ dos,/ aún no menos extraños. Las palabras de otros/ el mito involuntario tejen/ de un existir cuando ya ausente o ido”. Creo que se ve claro que el idioma, manejado por Cernuda, suena de otro modo, y es ello lo que mo­ vió alguna vez a cierto espíritu crítico (no recuerdo bien si fue Juan Ramón Jiménez) a decir que Cernu­ da escribía en inglés con palabras españolas. Por supuesto no es así, y tengo muy en claro que su dis­ tinta dicción es sencillamente fruto de una sensibi­ lidad educada en la poesía inglesa, sí, pero firme­ mente arraigada en una convicción entrañable: la de que en la poesía española había que acabar de una maldita vez con esa musiquita que el perverso Bor­ ges decía reconocer en los sonetos de Lope, pero que no está en ellos, sino en el idioma, en los propios so­ netos de Borges, si vamos al caso. Acabar con esa musiquita, y con el oropel. En su ensayo sobre Moreno Villa lo dice Cernuda taxativa­ mente, que en España “para ser gustado es necesario siempre bastante oropel”. Y su manera de concebir lo que es, lo que debe ser un poeta está clara como el agua cuando hablando de Antonio Espina lamenta que “abandonase el trabajo de poeta”, subrayo: “el trabajo de poeta”. Por otra parte, en el ensayo que le dedicó a León Felipe asevera: “En mi opinión, la sequedad es una de las cualidades mejores con que puede contar un poeta”. Pero... Pero Juan Ramón dice: “Quien escribe co­ mo se habla irá más lejos en lo porvenir que quien escribe como se escribe”, y Cernuda comenta: “Pa­ labras que van en el mismo sentido que unas de Machado sobre el mismo tema. Ambas observacio­ nes, la de Machado y la de Jiménez, son muy justas”. Sólo que entonces cabe preguntarse por qué


a , uerte y el olvido

• Número 981 • Jornada Semanal

Ricardo Bada

Cernuda escribía más bien como se escribe que co­ mo se habla. Insistiendo en el problema de la dicción: seguro que todos mis lectores recuerdan, aunque sólo sea cantado por Alberto Cortez, el famoso “Retrato” de Antonio Machado, con sus versos de bronce. Pues bien, yo no puedo leer ese poema de Machado sin acudir después a “La familia”, uno de los más em­ blemáticos de Cernuda, aunque ¡qué distintos que suenan estos dos sevillanos, Machado y Cernuda, y qué seriedad tan grande la de los dos!; no son ellos, por cierto, del género andaluz cascabelero. Para cerrar el tema, no quisiera dejar de anotar que uno de los versos más recordables de Machado en ese su “Retrato”, “quien habla solo espera hablar a Dios un día”, Cernuda lo modulará de manera sui generis en su hermoso “Dístico español” diciendo: “Quien habla a solas espera hablar a Dios un día”.

Variaciones Quisiera detenerme ahora en su poema titulado en inglés “Birds in the night [Pájaros en la noche]”, don­ de se pregunta: “¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?/ Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable/ para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella,/ co­ mo Rimbaud y Verlaine”. Y si quiero detenerme acá es para destacar que en este poema acerca de aquella pareja escandalosa y reprobada por la sociedad que compusieron Rimbaud y Verlaine cuando vivían en el # 8 de la Great College Street, en Camden Town, en Londres, figura el siguiente verso: “Entonces has­ ta la negra prostituta tenía derecho de insultarles”. No es raro encontrar estos rastros de racismo en la lite­ ratura española, incluso donde menos se lo espera uno, y si digo que ese verso esconde un cierto racis­ mo es fíjándome en el énfasis del “hasta”: ¡si hasta una puta negra podía insultarlos, qué bajo habían caído! Pensando en el primer público para este artículo (los lectores de La Jornada Semanal), lo probablemen­ te más interesante a comentar sería el segundo libro de prosa poética de Cernuda, Variaciones sobre tema mexicano. Este libro encierra en su prólogo una preciosa re­ flexión acerca de que “ni Larra ni Galdós, quienes, aunque tan diferentes, tenían una conciencia igual­ mente clara, se preocuparon nunca por estas otras tierras de raigambre española”. Así, sus Variaciones sobre tema mexicano cobran un valor añadido que el buen Cernuda ha sabido contextualizar tácitamente en ese preámbulo a su libro; él va a ser quien sí se va a preocupar de “estas otras tierras”, olvidando o queriendo ignorar –no sé por qué– alguna frase dejada caer por Galdós, como quien no quiere la cosa, por ejemplo en La familia de León Roch, cuando dice: “había en su paso algo de la marcha majestuosa de un na­

Collage de Marga Peña

vío o galeón antiguo, cargado de pingüe esquilmo de las Indias”. “Pingüe esquilmo de las Indias”, ¡si has­ ta la dicción es cernudiana! Pero sobre todo Cernuda olvida o quiere ignorar –menos sé por qué, en este caso, puesto que no se trata de una frase aislada– aquellas novelas de don Ramón del Valle–Inclán que no sólo no ignoraron esas otras tierras de raigambre española, sino que además incorporaron al acervo del idioma peninsular docenas de palabras y giros hispanoamericanos. En “La acera” Cernuda, es decir, el poeta, se acer­ ca a una tienda que le llama la atención porque su fachada está iluminada a giorno siendo como es de noche: “Llegado a su altura, tras el portal deslum­ brante, viste de pronto pilas de ataúdes sin forrar aún sus costados metálicos, a espera, ellos también, de consumidores. (...) Más tarde, al ver entre los jugue­ tes infantiles allí acostumbrados, y como uno de tantos, una muerte a caballo, delicado trabajo que denotaba en su artífice anónimo el instinto de una tradición, comenzaste a comprender.// El niño entre cuyas manos la representación de la muerte fue un juguete, debe crecer con una mejor aceptación de ella, estoico ante su costumbre inevitable, buen hijo de una tierra más viva acaso que otra ninguna, pero tras de cuya vida la muerte no está escondida ni in­ dignamente disfrazada, sino reconocida ella también como parte de la vida, o la vida, más certeramente quizá, como parte indistinta de ella”.

Retorna al tema de los juguetes infantiles en el poema “Juguetes de la muerte”, al contemplar unas figurillas en un museo: “Hallados en tumbas, mu­ chos de estos fragmentos sobreviven tras de sor­ tear el entredicho de la muerte. (...) La muerte ahí, al devolvernos esas encantadoras nonadas por la rendija de la puerta tras de la cual se oculta, como pilluelo que con el pulgar tocado su nariz y los otros dedos extendidos nos hace burla, ¿no parece reír­ se de nosotros?” Finalmente, una reflexión en torno al indígena mexicano, en el poema “El indio”: “Demasiado sería pedir su descuido ante la pobreza, su indiferencia an­ te la desdicha, su asentimiento ante la muerte. Pero gracias, Señor, por haberle creado y salvado; gracias por dejarnos ver todavía alguien para quien Tu mun­ do no es una feria demente ni un carnaval estúpido”. Last but not least: Amén de La realidad y el deseo, nos quedan de Cernuda varios poemas inéditos, entre ellos una entrañable “Elegía. A Federico [García Lor­ ca]”, que se inicia así: “Cuánta muerte, Federico, cuán­ ta muerte”. Y de entre esos poemas inéditos deseo rescatar este ars poetica inigualablemente personal: “La poesía para mí es estar junto a quien amo. Bien sé que esto es una limitación. Pero limitación por li­ mitación esa es después de todo la más aceptable”. Aunque su mejor epitafio está en el libro Como quien espera el alba, allí donde dejó dicho: “[Tu inteligencia] a poco que la muerte se demore,/ ella será clarivi­ dente un día. (...) Y mi voz no escuchada, o apenas escuchada,/ ha de sonar aún cuando yo muera” •

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leer Álbum errante, Ramon Dachs, Vaso Roto, España, 2012.

De difícil clasificación es este libro del barcelonés Dachs, que desde sus inicios ha dado muestras de un elevado interés en la intertextualidad, los vasos comunicantes entre lenguas y los que vinculan a la literatura con las artes plásticas. Prosa y poesía, en más de un idioma incluyendo la traducción al zapoteco de una sección entera; fotografía, autobiografía convertida en ficción –o al revés–, componen este volumen, atravesado de principio a fin por un espíritu lúdico, abierto y naturalmente dispuesto a la osadía. Se trata de la última entrega de una trilogía, al que anteceden el Álbum del trasiego y el Álbum de la Antártida, publicados respectivamente en 2008 y 2009. Dachs es, también, autor de vanguardia en materia de incursiones literarias cibernéticas, como lo pone de manifiesto su hipertexto tetralingüe titulado Intermínimis de navegació poètica •

Sólo cuento, año v, tomo v, Universidad Nacional Autónoma de México/ Difusión Cultural/Literatura, México, 2013. Esta es la quinta entrega de la serie homónima con la que el Departamento de Literatura de la unam da continuidad a su loable esfuerzo por darle espacio, presencia y foro al cuento, género que, como bien se sabe, padece una injusta marginalidad genérica respecto de su “hermana mayor”, la novela –y, apuntarían algunos, también comparado con su otra hermana, según esto superior, la poesía. Con el trabajo compilador de Ignacio Padilla y prólogo de Alberto Chimal, ambos cuentistas y lectores asiduos del género, los autores convocados son Luis Alberto Arellano, Mauricio Molina, Pablo Rápale, Adrián Curiel Rivera, Vivian Abenshushan, Ricardo Chávez Castañeda, Julián Herbert, Marcelo Mellado, Francisco Haghenbeck, Rosa Beltrán, Gabriela Wiener, Enzia Verduchi, Juan Carlos Méndez Guédez, Pablo Andrés Escapa, Pedro Ángel Palou, Ricardo Silva Romero, Ronaldo Menéndez, Paul Viejo, Federico Schaffler, Bernardo Fernández, Gerardo Sifuentes, Felipe Garrido, Armando Oviedo, Iván Ríos Gascón y Susana Pagano.

La Jornada Semanal

@JornadaSemanal

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La creatividad redistribuida, Néstor García Canclini y Juan Villoro (coordinadores), Siglo xxi editores, México, 2013.

A

Cuando la nieve caiga en el Mediterráneo, Karla Olvera, Consejo para la Cultura y las Artes del Estado de Hidalgo, México, 2013.

LA CULTURA Y SUS NIVELES

A LA ORILLA DEL MAR DE EN MEDIO

RICARDO GUZMÁN WOLFFER

LUIS MARÍA MARINA

partir de reuniones hechas en el Centro Cultural España de Ciudad de México, los coordinadores de este libro reúnen quince colaboraciones cuyo eje es la cultura en nuestro país. En la mayoría de estos textos se advierte que eso que llaman “cultura” tiene muchos aspectos opinables. El maestro García Canclini toca una parte amplia del quehacer estatal, bajo la perspectiva de los museos y su relación con la ciudad en que se insertan. Hablar de turismo cultural en una ciudad como el df , donde se supone que existe la mayor concentración de museos del país (algunos dicen que del mundo), no ha llevado a que sea destino turístico formal, pero, como bien desglosa García Canclini, las necesidades del turista son diversas. Así como en otros países se oferta el narcoturismo (las casas de Pablo Escobar, dónde mataba a sus contrarios, etcétera) o la opción de acudir a las favelas brasileñas (hacinamientos a los que nada piden varias zonas de Iztapalapa o Iztacalco) para ver cómo se han desarrollado estas comunidades donde, en las peores condiciones, “automodelan sus vidas en medio de los conflictos extremos de la contemporaneidad”, en México también hay turismos particulares, desde el paseo para ir a lugares donde la delincuencia ha operado, hasta paseos culinarios enfocados a la “vitamina t ” (el “puercotour” de El Milanesas circula entre casas de huéspedes). El coordinador establece que no todos los que están alrededor de la cultura se interesan en ella: los “simples políticos” podrán hacer como que tienen interés en difundir la cultura, pero su fidelidad está en otro lugar. ¿Quiénes asisten a los museos? Bastaría con ir cualquier domingo a los museos más publicitados, para ver a los muchos adolescentes copiando las fichas museográficas para luego demostrar que c u m p l i e ro n c o n s u t a re a , p e ro e s p o c o p ro b a b l e que capten el sentido de las obras que “han visto”. Y tal vez no tendrían que hacerlo conscientemente, pero sin duda, por lo menos, sabrán de la existencia del museo y de la posibilidad de ingresar en él, lo cual los habrá puesto en la posibilidad de ingresar al “conflicto de los regímenes de sensorialidad”. El arte no necesariamente debe tener fines sociales. Los textos alrededor de Carlos Monsiváis son disfrutables no sólo por los aciertos de sus microbiógrafos (Rafael Barajas, certero como siempre: Fox y Martita son tan cultos que citan libros que nadie más conoce), sino por la oportunidad de que uno mismo se pueda plantear los personales acercamientos a este actor múltiple, a este Santa Claus de L o s c a i f a n e s q u e n o d e j a d e re í r s e . Sobre todo, Monsiváis replantea la posibilidad de que un objeto cualquiera tenga valor (Santo de los Chachareros Tianguistas): compraba algo con la esperanza de saber por qué lo había comprado. Entre las colecciones de Monsiváis no sólo hay grabados y libros históricos, también objetos tan peculiares (las miniaturas fotografiadas por Santiago Tassier) como “comunes”; pero, puestos en el lugar y el espacio adecuados, todos serán artísticos. Un libro para ahondar en la cultura y sus definiciones •

U

na de las tendencias comunes a la poesía más reciente en los tres países cuya producción poética conozco con alguna profundidad (España, México, Portugal) es un alargamiento de los espacios y horizontes referenciales, un entendimiento más abierto de las propias tradiciones, una, en fin, mayor libertad a la hora de elegir las identidades y los compañeros de viaje en esta inicial y decisiva fase de la formación de un poeta. Tendencias que se explican, aunque no sólo, por la mayor facilidad con que hoy llegamos a poetas y tradiciones antes de difícil acceso; y que resultan en una heterogeneidad de caminos que hace cada vez más difícil trazar otras proximidades generacionales que las derivadas de la contemporaneidad. De entre esos caminos, uno de los más originales es el que desbroza desde hace algún tiempo la hidalguense Karla Olvera. Cuando la nieve caiga en el Mediterráneo, su primer poemario, viene a confirmar algunas intuiciones que ya latían en un conjunto de tres ensayos sobre Kafka, Woolf y Pessoa que publicó en 2011 (La música en un tranvía checo, Fondo Editorial Tierra Adentro): la intuición de que Olvera no acepta otras limitaciones que las impuestas por su propio criterio en la elección de referencias/influencias; la de la naturalidad con que su voz circula del poema al ensayo, sonando elegante y profunda en el verso, chispeante y ágil en la prosa; la de la fidelidad a una materia mundi que, en apenas dos libros, ha conseguido convertir ya en marca de agua de su escritura: la portabilidad, el viaje, la melancolía. Cuando la nieve caiga en el Mediterráneo es un primer poemario maduro, sólidamente asentado, clásico en la factura y moderno en la universalidad de los temas, canto de una voz poseedora de un estilo propio y definido. A lo largo de sus cinco ciclos asistimos a los trabajos de la poeta para levantar un mundo habitable a orillas del mar Mediterráneo. Su espacio es sensitivo, donde la civilización se vuelve compañera de la efusión de belleza (la poeta portuguesa Ana Hatherly ha definido la poesía como “in-fusión de belleza destinada a extraer los aromas de la vida”); un espacio definido en sus términos clásicos: Mediterráneo es elegancia, esto es, la forma bella de expresar los pensamientos. Su tiempo, el marcado por el metrónomo del mar. El tremor del mar es conciencia (en uno de los poemas más emocionantes del conjunto, “Algo sobre los barcos”) de su (nuestra) permanente fugacidad. ¿Y qué otra alegoría más perfecta de todo ello que la nieve –aleación purísima de lo bello y lo fugaz– cayendo a orillas del mar Mediterráneo? Un tiempo melancólicamente declinado, pues el tono de muchos de sus poemas es tardío, otoñal, regido por el “demonio meridiano”, aquel que asaltaba (“El asalto de la tarde” se titula uno) a los ascetas del desierto egipcio a la caída de la tarde (“el ritmo suave y ligero/ que la tarde impone justo antes de la siesta”) y se manifestaba en una somnolencia mortal, pero de dulzura infinita, que animaba una sucesión de pensamientos: ociosidad, inquietud indefi-

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leer

Jornada Semanal • Número 981 • 22 de diciembre de 2013

nida que nada colma, deseo de vagar —“Aquí sólo queda la tarde y su tono pensativo/ su falta de respuestas”, escribe Olvera. Una melancolía que no paraliza; una falta de respuestas paradójicamente fértil, pues de ese vagabundeo instrospectivo nace toda actividad creadora; de esa falta de respuestas, la formulación de todas las preguntas. ¿Qué resulta cuando espacio y tiempo se acompasan a orillas del Mediterráneo? ¿Qué hará el poeta cuando esté plantado el jardín y florecido, alzados los muros de la casa y encalados? ¿Instalarse cómodamente y disfrutar de la quietud de su mundo? Quien así piense es que no conoce la verdadera naturaleza del poeta: si este construye bellas casas es sólo para poder colocarlas dentro de su valise y echárselas al hombro –y no creo que haga falta insistir sobre el hecho de que la poesía de Occidente mana justamente de la malaise de la permanencia, del puro impulso de viajar, que nace y muere a orillas de ese mismo mar –el que recorrieron Jasón y Odiseo, Jenofononte y Pablo de Tarso, el Greco y Renoir, Kavafis y Valéry, Alberti y Picasso, Miró y Char. Por cierto, aquel que tenga la tentación de pensar que la poesía de Olvera no es, pese a todo lo dicho, profundamente mexicana, trate de responder a estas preguntas: ¿Acaso ha dado el siglo xx algún arquitectura más mediterránea que la de Luis Barragán? ¿Acaso no son profundamente mediterráneas las Canciones para cantar en las barcas de Gorostiza? ¿Acaso no ha entrevisto Alfonso Reyes en los “fecundos mediterráneos” la ascendencia de la feraz “vegetación de América”? ¿Acaso no tendría razón Juan Larrea cuando intuyó que sólo del otro lado del vasto océano estaba llamada a realizarse por entero la civilización nacida y crecida durante milenios a la orilla de aquel pequeño mar? •

En donde la memoria arda, Ricardo Ariza, inba /Conaculta/ Ediciones Eternos Malabares, México, 2013.

EL COTIDIANO QUEHACER DE MEMORAR EDUARDO HURTADO

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esde temprano, la poesía de Ricardo Ariza se ha nutrido de una clara y persistente vocación memoriosa. Atravesado desde el origen por la experiencia y el ejercicio simultáneo de la imaginación, el quehacer de memorar soporta y articula sus poemas. Combinados en dosis minuciosas, el recordar y el recrear disponen la fórmula idónea para restituirle a la existencia una vivacidad inaugural. Estos rasgos, a su vez, sustentan la precoz y sostenida madurez de su obra: cruzada por presencias cuya raíz se

hinca lo mismo en el pasado que en el porvenir, por ella circula una profunda conciencia del devenir y, al mismo tiempo, la convicción de que la vida es mucho más que un mero transitar hacia la muerte. Presencias del pasado, presencias del futuro: la alquimia operada por el autor de estas páginas desemboca en el hallazgo de una temporalidad ajena a la dictadura del calendario. Aquí, lo que ocurrió y lo que habrá de venir se incorpora sin discordias al caldo sustancioso del poema. “Hoy es siempre todavía”: la divisa machadiana permea cada línea de este libro; y su influjo le transfiere, a quien aprende a detenerse en ellas, una inmediatez y una frescura más bien raras en nuestros días, tan marcados por la imposibilidad y la catástrofe. De la mano del poeta el lector descubrirá, en alianza con su propia historia, que el ayer y el porvenir están cargados de presencias • Obras reunidas v. Fabulaciones trasatlánticas, Carlos Fuentes, fce , México, 2012.

TRÍADA NARRATIVA RAÚL OLVERA MIJARES

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l tomo quinto, que contiene Cristóbal Nonato (1987), Zona sagrada (1967) y El naranjo (1993), es uno de los más sólidos aparecidos hasta el día de hoy, a causa de la inclusión de una novela de gran aliento y un libro de relatos que toma el quinto centenario del descubrimiento de América como pretexto para efectuar una retrospectiva nada complaciente y objetiva acerca de los aspectos luminosos y los innúmeros aspectos oscuros de la conquista de México. A diferencia de otros autores de esa generación de narradores mexicanos, nacidos alrededor de la década de los treinta, quienes se empeñaron en renovar los modelos de la prosa, intentando emular los desarrollos más recientes que llegaban de Francia, Inglaterra, Italia y el ámbito de expresión alemana, Fuentes va a centrarse en el impacto de la cultura estadunidense en las capas más variadas de la sociedad mexicana, desde hijos de diplomáticos y políticos prominentes (como era su historia familiar), pasando por la nebulosa y huidiza clase media, hasta llegar a los estratos más desprotegidos, las hordas de pobres en las grandes urbes, los campesinos marginados e incluso los indefensos migrantes. Cristóbal Nonato recuerda hasta cierto grado El tambor de hojalata (1959), de Günter Grass, con la salvedad de que no se trata de un niño de tres años que se niega a crecer quedándose como enano, sino de un feto gárrulo y ocurrente que, desde el útero materno, abriga una serie de sueños, visiones y quimeras. Ante todo, Ciudad de México se cierne como una catástrofe ecológica, un montón de detritos y desperdicios, la cual produce toneladas de materia fecal. El mar contami-

AEnrique400HéctorAÑOS DE CERVANTES, el ejemplar González

nado en Acapulco, el triunfo de la oposición de derechas sin que se perciban cambios notables en el gobierno, las prebendas de la clase política, los abusos policiales, los sueños de justicia social y un mundo mejor por parte de ciertos jóvenes, todos estos son temas que se explorarán a saciedad en la novela. Zona sagrada parece ser la pieza más endeble del abigarrado mosaico narrativo. Carlos Fuentes, tan aficionado a la cinematografía mundial y nacional, quiso rendir un homenaje a una de sus divas. El lector logra tener una visión de conjunto de la novela, pero el personaje narrador permanece como algo gris, inasible y huidizo. El naranjo, en cambio, ofrece una forma más propositiva y dinámica. Capítulos que ostentan apartes con numeración invertida, pues la historia comienza a contarse de atrás hacia delante. Voces de personajes históricos como Colón, Cortés, sus dos hijos llamados Martín, Malitzin, la lengua del conquistador junto con el otro intérprete español, Jerónimo de Aguilar, hasta rematar con un actor estadunidense de cintas de clase b , premiado con un Oscar por su desempeño en un filme italiano vanguardista, quien en medio de un frenesí sexual a bordo de un yate muere en medio del océano rodeado de una caterva de call girls acapulqueñas •

El tercer personaje, Sergio Pitol, Era, México, 2013. Conocido sobre todo por sus labores de novelista, cuentista y traductor, al insustituible Sergio Pitol no suele pensársele en calidad de ensayista, no obstante haber escrito una obra vasta y numerosa en este género. El Tríptico de la memoria reúne, precisamente, tres títulos que componen la nuez del pensamiento pitoliano en materia creativa: el más conocido El arte de la fuga, el delicioso El viaje y el no menos deslumbrante El mago de Viena. Por su parte, El tercer personaje, compuesto por ensayos literarios escritos a lo largo de las últimas dos décadas, amplía y enriquece un panorama –el de las lecturas, las ideas, las posturas estéticas y culturales de Pitol– de por sí vasto, con el que el autor ha alimentado, desde que era niño, su imaginación prodigiosa y su pluma envidiable.

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Textos sobre Selma Ancira, Graciela Iturbide y Álvaro Mutis


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22 de diciembre de 2013 • Número 981 • Jornada Semanal

Francisco Torres Córdova

Ricardo Venegas ricardovenegas_2000@yahoo.com

ftorrescordova@gmail.com

El águila y los cuervos En cierta ocasión, a orillas del desierto, lejos de esta tierra, dos hombres vieron una parvada de cuervos bien comidos, gárrulos, lustrosos, y quisieron descubrir cómo era posible que en un paraje tan pobre, seco y aislado la pasaran tan bien. Se ocultaron por ahí, y vieron que peñas arriba había anidado un águila. Cuando llegaba con una presa y alimentaba a sus polluelos, dejaba caer pedazos de carne que los cuervos enseguida aprovechaban. Los dos hombres llegaron por fin a la ciudad, y uno de ellos se apresuró a decir: –Yo quiero medrar a la sombra de alguien que sea tan poderoso como el águila. –Búscate un palacio a modo, compañero, y busca un lugar en la puerta de la cocina, y que Dios te bendiga. ¿Por qué quieres ser como esos cuervos que se contentan con sobras? Yo voy a entrar por el portón y tomaré mi lugar para ser aquella águila, capaz de ver el Sol de frente. (De las historias de san Barlaán para el príncipe Josafat.) •

Antonio Soria Once veces once Entre los onces más célebres cuéntase la oncena de los futboleros equipos pero también, menos prosaica la cosa y harto más sicalíptica, están las once mil vírgenes –a pesar de la muy pertinente pregunta que alguien hizo alguna vez: “pero, ¿de veras alguna vez hubo once mil vírgenes?”–, y también los once mil falos de los que Apollinaire hablaba –vaya uno a saber si nomás de oídas. Hay de onces a onces, y algunos ponen a pensar en que “once” en español significa diez más uno, mientras en inglés significa “una vez”, u “ocasión”, y que “eleven” en inglés significa “once”, pero en español es el presente subjuntivo de la segunda y la tercera persona del plural -“que ustedes eleven, que ellos eleven”–, así como el imperativo del segundo caso –“eleven ustedes”–, de modo tal que si quisiéramos decirlo en espánglish, bien podría leerse así:“eleven eleven”, es decir, la orden que se le da a un ustedes para que “suban once”, pero también algo así como “once elevados”, e incluso “suban suban”, aunque no se sepa qué cosa hay que subir; pero si ponemos “once elevados” querríamos quizá decir “una vez elevados”, y si dijéramos, en fin,“eleven once”, un hablante de espánglish entendería que se repite en dos idiomas aquello del diez más uno, mientras que uno del español entendería que se está dando una orden bastante peregrina. Seguro que un gringo no entendería nada porque ya se sabe cómo son de sonsos. A lo mejor si se juntan entre once... •

Jeremías Marquines, la completud del poema

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a de los sesenta es considerada como una de las generaciones que más aportes ha realizado a la poesía mexicana. En ella sobresale el nombre de Jeremías Marquines (Villahermosa, Tabasco, 1968), con el vigor y el riesgo de una obra ahora editada en un volumen que congrega sus nueve libros, Obra poética (Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, 19962012). Octavio Paz, Malcolm Lowry, Alfonso Gatto, José Carlos Becerra, Félix Grande, Gastón Baquero y muchos nombres que no alcanzaría a mencionar, transitan en los poemas del poeta heredero de Gorostiza y Pellicer. Desde El ojo es una alcándara de luz en los espejos (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1996), Marquines comenzaba el mapa que prefiguraría su obra y que después, con distintos rostros, iría avanzando: “Mientras hablo, en otra parte alguien finge los pretextos del ahogado,/ el apetito voraz de la mañana cuando pasa un cadáver en invierno/ y nos saluda con su risa de gramófono, desmintiendo la música inicial de la ternura.” Jeremías es un poeta profético y posee uno de los oídos más agudos de su generación. En Las formas de ser gris (2001) lo escuchamos escribir: “Mientras hablamos, algo se quiebra en todas partes.” Si e.e. cummings tuvo su par ticular forma de contemplar al mirlo, Marquines observa en Las formas del petirrojo (2001) su propia aventura:“Habrá enloquecido el petirrojo:/ qué tiempo es éste que simplemente pasa” (que más tarde retomaría en su Ensayo para simular un petirrojo, 2003). En diversos momentos, el poeta deja entrever sus recursos, las voces con las que conversa, y cómo esos Duros pensamientos zarpan al anochecer en barcos de hierro (2002): “A ese Gorostiza si lo ven, díganle que el cielo es un escombral vacío.” Marquines también ha escrito libros con títulos largos: Varias especies de animales cubiertos de piel jugando juntos en una cueva con un pico mientras Richard Dadd observa desde un calabozo de Bethlem (2008), en el cual tiene un acercamiento a las distancias del ser: “El mundo es el más pequeño de tus pasos.” En esta bitácora también está el poeta de visión con sus Bordes trashumantes (2008): “No olvido que estás en esa balsa de sábanas blancas/ que difícilmente haces flotar con tus manos/ No olvido que tu cuerpo es un pétalo volando.” En ¿Dónde tiene el hoyo la pantera rosa? (2009), el bardo entra en los terrenos del chiste y del poema filosófico, con el filo que lo caracteriza. Jeremías es cauto –no temeroso– en el desdoblamiento del poema: “Nunca es igual a nada. El hoyo/ es aprendizaje de uno mismo.” Con Acapulco golden (2012), que mereció el Premio Aguascalientes de Poesía (amén de la innúmera lista de premios y distinciones que ha merecido el autor), realiza un homenaje a Malcolm Lowry y corona el volumen de 630 páginas en las cuales el oficio de la poesía se ha hospedado:“Tengo la impresión de ser un Robinson bajo un volcán rodeado de pájaros.”•

MONÓLOGOS COMPARTIDOS

MENTIRAS TRANSPARENTES

BITÁCORA BIFRONTE

Felipe Garrido El patio La primera vez que vio de cerca la lluvia tenía cuatro o cinco años. Estaba sentado en el suelo entre las piernas de su madre, con la frente pegada al vidrio del ventanal que daba al patio. El agua caía con fuerza y retumbaba en la pequeña sala de la casa, azotaba las hojas de las plantas y hacía salpicar la tierra de las macetas alineadas al fondo del patio, a lo largo de la pared opuesta. Las gotas que escurrían por el vidrio dejaban un sendero de reflejos que atrapaba su mirada, pero luego volvía los ojos al bullicio de los charcos que se habían formado en sólo unos minutos. Protegido adentro por el abrazo de su madre, todo afuera de pronto estaba cerca, alumbrado por la lluvia, recogido en ella. El agua golpeaba la pesada lona gris doblada sobre el viejo baúl de los trebejos y herramientas, pulía el rojo oscuro del triciclo olvidado en un rincón, desbordaba la pileta del lavadero de piedra lisa y reluciente de tantas manos, espumas y telas, y repicaba en la tina de estaño con sus dos asas orejonas colgada de una alcayata en la pared, la misma que sujetaba uno de los lazos ya muy deshilados del tendedero flojo y aterido. El aguacero hacía pausas breves y daba un respiro al temblor de los objetos que entonces parecían suspendidos y más grandes y pesados, apartados de su uso, ovillados en su nombre, a la deriva en un rumor de suaves vientos encontrados. Luego volvía con más fuerza y tronaba el cielo, el ventanal vibraba y él se estremecía asustado pero alegre, el pequeño corazón sobresaltado, los ojos grandes, abiertos a un asombro primitivo, igual a otro que vendría años después, frente al contorno de un cuerpo femenino revelado en una penumbra enamorada y sudorosa. Todo cerca, la intemperie violenta y sonora retozando sus sombras y luces en el patio, a un reflejo apenas de sus manos apoyadas en el vidrio, las yemas de sus dedos tocadas por el frío que venía de afuera a calentarse en el vaho de su aliento. Con el mundo a flor del aire y los aromas que la lluvia acuña para siempre en la memoria, la voz de su madre de vez en cuando dejaba en sus oídos una o dos palabras largas, suaves y tibias que rozaban como alas el silencio secreto y delicado de su infancia. De pronto, la puerta de la cocina que daba al patio se abrió y su hermano, dos años mayor, entonces mucho más alto y fuerte que él, en pantalones cortos, desnudo el torso y descalzo, salió corriendo y saltando sobre los charcos, haciendo muecas y ademanes de burla. Por un instante sorprendidos, él y su madre gritaron y luego se rieron envueltos de inmediato en el juego que desató la travesura. Su hermano los llamaba, sacaba la lengua, agitaba los brazos, se jalaba las orejas, sacudía el trasero y una y otra vez volvía jadeante y luminoso, pegaba la boca al ventanal y soplaba el vapor de su sonrisa chimuela y absoluta. Sólo unos minutos que así colmados se alargaron y se hicieron lentos y al final ya no se fueron, se quedaron resonantes en el patio, empapados en el tiempo. Así la lluvia encandilada y cerca. Así el hermano mayor que un día como hoy sería su cumpleaños •

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Jornada Semanal • Número 981 • 22 de diciembre de 2013

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Miguel Ángel Quemain

El léxico teatral de Sarrazac

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ÉXICO DEL DRAMA MODERNO y contemporáneo (Paso de Gato, 2013), de Jean Pierre Sarrazac, es una de las publicaciones sobre teoría teatral más importantes del año que concluye. Su reflexión incluye poco más de un siglo de ideas sobre lo teatral y lo dramatúrgico, que vale la pena recuperar para discutir el presente a la luz de búsquedas novedosas en términos del lenguaje escénico. El libro ofrece un material de referencia muy rico sobre la creación artística. Hay un conjunto de obras y autores relacionados con las propuestas de orden literario, es decir, poético, retórico, dramatúrgico, narrativo, y otras sobre el sentido de las puestas en escena, el papel del actor, la dirección y los conceptos sustanciales para la referida puesta en escena y la acción teatral. En otra vertiente, la aproximación es de orden filosófico y antropológico. Muchos filósofos cercanos al psicoanálisis y la literatura, otros al horizonte de lo político y sus lazos con perspectivas críticas, democratizadoras.

En el primer enunciado hay un apoyo sustancial en algunos de los teóricos que han sostenido el pensamiento de la segunda mitad del siglo xx en una profunda y continua reflexión sobre los procedimientos literarios contemporáneos y su relación con la tradición clásica, su ambivalencia en relación con la frontericidad, el descentramiento y la fusión genérica de los textos, enfrentados a la construcción de la puesta en escena, donde cobran otra sustancia. El apoyo fundamental de esta empresa (des)clasificatoria descansa en más de treinta años de indagación e investigación, iniciada con un trabajo que pregunta y propone para los años por venir: L’avenir du drame. Écritures dramatiques contemporaines (Editions de L’Aire, Lausana 1981, reimpreso en 1999), que no parará de cuestionarse sobre el papel del dramaturgo y el texto de la puesta en escena, que alcanza una dimensión en donde la literatura se adelgaza a favor de representaciones acosadas por multiplicidad de lenguajes, los cuales se definen en el centro mismo de las acciones, prácticas que van de lo musical a lo actoral, todo ello enmarcado por un espacio donde ocurren los tránsitos de la palabra. Desde 2004 apareció el cuidadoso Víctor Viviescas con la traducción de El impersonaje: una relectura de la crisis del personaje (Literatura: teoría, Historia, Crítica núm. 8, 2006), un texto de 2001 al que le seguirá Juegos de sueño y otros rodeos: alternativas a la fábula en la dramaturgia, de 2004, (Paso de Gato, México, 2011), el cual incluye ¿Por qué la ficción? (Lengua de Trapo, Madrid, 2002) La filiación a la mitteleuropa es poderosa, sobre todo al mundo alemán, que parece definir gran parte de la reflexión teórica sobre el teatro contemporáneo desde los años sesenta, cuando Todorov com-

LA OTRA ESCENA quemainmx@gmail.com

piló, tradujo y presentó Teoría de la literatura, textos de los formalistas rusos, en el que destaca el de Tomachevski, de 1927, titulado “Sur le vers”, donde propone una forma de teatralidad poética, hasta las “Notas sobre el teatro documental” (1968), de Peter Weiss, traducido por Baudrillard ese mismo año, cuya versión en español está publicada en Razón y Fábula (Revista de la Universidad de los Andes Núm,. 16, 1969). El libro incluye lo mismo el gran paseo erudito que documenta la reflexión alemana que viene de Gotthol Ephraim Lessing con su Laocoon, hasta las reflexiones que vienen y van de lo aristotélico en ese extraordinario Curso de literatura dramática de Schlegel, o la reflexión de Schiller sobre el empleo del coro en la tragedia, que es uno de los ejes de sus obras dramáticas completas (editadas por Didier). No hay que omitir el lugar privilegiado que ocupan Nietzsche y Hegel. En lo contemporáneo están las referencias a las aportaciones de Strindberg a la distinción entre la teatralidad y la dramaturgia en su Théatre cruel et théatre mystique, lo mismo que la impronta ineludible de Pirandello y Brecht, con nutridas bibliografías sobre sus reflexiones artísticas, así como la inclusión de Stanislavsky con sus "Notas artísticas" a La mobilisation infinie, de Peter Sloterijk, y La metáfora viva, de Paul Ricoeur. Deleuze, Bajtin, Derrida, Arendt, Barthes, hasta llegar a la lectura del posdrama. Este es un libro que reconoce valiosas contribuciones, como la de Patrick Pavis (1990) cuyo Diccionario de teatro: dramaturgia, estética, semiología es una guía útil para describir el acontecimiento teatral con un vocabulario preciso. Me parece necesario este preámbulo para entrar en este mundo de conceptos y definiciones que propone Sarrazac en sus sesenta entradas •

Jean Pierre Sarrazac

BEMOL SOSTENIDO Alonso Arreola Oye Santa, haznos un favor

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ABEMOS QUÉ CLASE DE presidente tiene México. Es un tipo al que le gusta demasiado el espejo y no tiene mucha idea sobre el acto de unir letras en sílabas, sílabas en palabras, palabras en oraciones y oraciones en ideas. Sí, él no es “la señora de la casa”, cree que las actividades de una primera dama –propia o ajena– deben desarrollarse en las instalaciones de Televisa y piensa que dejará huella sacando reformas al vapor, soslayando la corrupción y la desconfianza, males de la paupérrima educación que nos enferma diariamente. Estimado y rubicundo Santa, es así: el gobierno actual no sólo está ignorando el desarrollo cultural del país, además ha fomentado el recorte de presupuestos fundamentales para la vida artística, ésa cuya palanca impulsa al pueblo y ayuda a desatorar la estupidez de los políticos. ¿No me crees? Allí está el negro procedimiento que mostró la Comisión de Cultura en la Cámara de Diputados a cargo de su presidenta, la panista Margarita Saldaña. En fin. Dicho esto, te pedimos que en Navidad te dejes caer por la chimenea de Los Pinos con algunos regalos elementales en el costal. (Y que no desconcierte nuestra selección, que pudo ser mucho mejor. Se trata de darle educación básica a una familia necesitada.) 1. Sí, libros. Un tomo con cuentos de Andersen y los Hermanos Grimm (seguro Peña no tuvo chance de una cincelada sentimental en su infancia), y otro con las fábulas de Esopo y La Fontaine (se entenderá bien con los animales). Luego los típicos de la adolescencia: Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda, y Rayuela, de Julio Cortázar. Despuesito el Quijote, de Cervantes (en una versión abreviada). De pilón, El laberinto de la soledad, de Octavio Paz. Ni hablar todavía de Nezahualcóyotl,

Sor Juana, Alfonso Reyes, Juan Rulfo o Villaurrutia; de El canon occidental, de Harold Bloom o de Por qué leer los clásicos, de Italo Calvino; ésos vendrán después junto con algunos ensayos y entrevistas como los compendiados por Arturo Guerrero en Las huellas de las hormigas, políticas culturales en América Latina. Pero no cantemos victoria. Primero unos bien basicotes, ¿sale? 2. Discos, claro. Creemos que don Peña se la pasa bomba escuchando a Benny, Sasha y Eric. Seguro está fascinado con la yunta de Yuri y Lupita D’Alessio. Nos lo imaginamos cada domingo votando por sus favoritos de La Voz México, puntualizando las observaciones de Wisin y Yandel, contrariado por las decisiones de la Guzmán y aplaudiéndole al Buki. Así pues, ojalá puedas poner en sus oídos el último y notable álbum de Paul McCartney (New), El Transformer, de Lou Reed, la Consagración de la primavera, de Stravinsky (cumplió cien años este 2013), uno de John Cage (nomás para ver su cara de susto), uno de Miles Davis

@LabAlonso

(por aquello de que aprenda a improvisar), otros de Carlos Chávez y Silvestre Revueltas y el clásico del sello Corason Antología del son de México, pues parece que no conoce los ecos de su propia tierra (como que nos da esa impresión). ¿Rock nacional? Déjale algo de discos Denver con lo mejor del movimiento urbano, nomás por joder. Por favor, pon todos en su repisita de la covacha, allí junto a los que considera obras maestras (Yanni en vivo, André Rieu, etcétera), cerca de los de Molotov que le pasaron hace tiempo, pues seguro –como le pasa a tantos ingenuos– los considera clave para la libertad de expresión en México. 3. Unas películas. Métete reptando al cine privado que seguro hay en Los Pinos y, como que no quiere la cosa, introduce al azar, entre los muchos filmes de Adam Sandler y Rápido y furioso que te vas a encontrar, algunas obras típicas del séptimo arte. Mira, no te estamos pidiendo que le ensartes El acorazado Potemkin ni El ciudadano Kane; con que le dejes unas de Kieslowski, Bergman y Fellini nos sentiremos agradecidos. Claro, también puedes dejarle Inside Llewyn Davis, de los hermanos Cohen, pa’que aprenda del talento inutilizado. Esa confúndela en la sección de telenovelas de su esposa, ¿se puede? La idea es que se acuerde de que hay contrastes; que no hay bueno sin malo “y así”, como dirían sus hijos. Cuando vayas saliendo, porfas, ármale un caminito de fotografías que vayan de su calcetín colgado en la chimenea al refrigerador. Sabemos que es mucho pedir, pero en ellas deben verse algunos de los cuerpos violentados de quienes siguen desapareciendo en México (hasta las podrías salpicar con cátsup, ya en plan más dramático). Sentimos que será un bonito mensaje para antes de desayunarse su pan francés. ¿Cómo ves? ¿Se podrá? Ojalá. Gracias por tu tiempo para leer estas líneas entre tantísimas de niños ilusionados. Que tengas buen domingo, buena semana y buenos sonidos •


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Jorge Moch

Verónica Murguía

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E NIÑA, COMO TODA la gente que conozco, adoraba la Navidad. No que entendiera gran cosa. Era materialista a morir, como todos los chicos: quería una bicicleta, un radio y unas Horripicosas reptantes: esas alimañas que se hacían con plástico líquido en unos moldes y un hornito. El misterio del profeta en el pesebre me daba tristeza y lo hacía a un lado con la capacidad irrepetible del niño para sólo fijarse en el antojo. Diciembre era el mes de los intercambios en la escuela, de las piñatas, del árbol iluminado de luces. Del nacimiento puesto hasta con espejos que simulaban agua donde nadaban patitos de barro rodeados por una espesa selva de heno. El mes en el que el mercado olía a pino. El mes de la histeria colectiva. Porque la había. Los niños nos engañábamos encantados de la vida: no sólo con la idea que Santa Claus existiera; eso no nos bastaba. Además, nos convencíamos de haberlo visto u oído. Una niñita que se llamaba Gina nos llevó, en segundo de primaria, a ver “la huella del trineo en el jardín”. Eran dos líneas marcadas en el lodo. Las observamos con silencioso respeto, presas de un casi místico arrebato: el gordo barbón sí existía y no importaba que las huellas en el jardín de Gina fueran idénticas a las de la bicicleta del cartero. Tampoco importaba que en ninguna casa hubiera chimenea o que nos portáramos pésimo. Desde entonces me fascinaban las posibilidades de la redacción: en mi carta, decorada con flores y corazones, solía esforzarme por subrayar los méritos, que eran pocos, y hacerme la loca con las travesuras, que eran muchas. Yo reprobaba, mentía, pegaba, flojeaba y hasta la fecha me cuestan las mecanizaciones más simples. Reprobaba de todo, hasta conducta. Era la niña más desordenada y rebelde de mi grado, pero tenía derecho a mi carta, como los delincuentes de la tele tienen derecho a su llamada telefónica. En ella argüía que había cosas más importantes en mi carácter, como la pasión por el gato y mi amor filial y fraternal, problemático pero sincero. Además, en el asunto de los pellizcos y los jalones de pelo yo le echaba la culpa a mis hermanos, como ellos a mí. Santa Claus siempre cumplía (pobres de mis padres). A la mañana siguiente, reunida con los demás niños de la cuadra, me convencía a mí misma de otra cosa: yo era una niña muy buena. La prueba era la culebra de plástico que sostenía en la mano y que acababa de sacar del horno de las Horripicosas. De adolescente la cosa se complicó, pero de todas formas la Navidad me resultaba gozosa. A lo largo de años reuní una respetable colección de adornos de madera para el árbol; me ponía a leer los Evangelios y me dedicaba fervorosamente a juntar regalos para mis amigos. Solía beber café irlandés hasta que me ganaba la risa en la desaparecida Cochera del Bentley y comer tortas de pavo en el también desaparecido restaurante Los Guajolotes. Total, subía de peso y negociaba como podía las majaderas contra-

dicciones entre los misterios religiosos y el consumismo más horrible, pues la propaganda me tentaba. Llegó la vida adulta. Uno de mis primeros empleos fue dar clases en una escuela de los Legionarios de Cristo. Allí atestigüé cómo algunas mamás encargaban a costureras carísimas los disfraces de los sus hijos, los protagonistas de la pastorela. Esas señoras se ufanaban porque eran capaces de gastar miles y miles de pesos en la escenografía y eran, al mismo tiempo, incapaces de donar un centavo a los orfanatos cuyos directores acudían a la escuela en busca de apoyo. Les agarré un coraje que todavía dura, aunque ya olvidé sus nombres. Se esfumaron los restaurantes que me gustaban. También se evaporó mi inocencia, el espejismo de buena fe que gravita sobre todo y que es sólo eso, una ilusión. He intentado varias modalidades: la Navidad sobria y religiosa, escuchando El Mesías, de Haendel, y pasmada por la grandeza trágica del asunto; la austera, solos mi marido, el gato y yo en la casa, con tortas de pavo, aunque, ay, ya no de Los Guajolotes; la pachanguera, al final melancólica y sedienta; la familiar, garantía de desencuentro político y gritos destemplados en las conversaciones. Me faltan la viajera y la auténtica, haciendo algo útil por los demás. Para la primera necesito viáticos. Ahora no conviene ni pensar en eso. Para la segunda, ánimos. Ya los voy a juntar, nomás que se me quite la morriña horrorosa que me lastra los pies apenas llega diciembre •

Navidad, esa patraña

A ESTAMPA ES EFICAZ: en pleno 24 de diciembre el gallo se encuentra al guajolote: “¡Feliz navidad!”, dice; y el guajolote, enojadísimo, contesta: “¡Chinga tu madre!” A mí no se me va la vida en Nochebuena, pero en el misantrópico desagrado el guajolote podría ser yo. En mi familia, a la que trato poco, tengo bien ganada fama de amargado. No me gustan las reuniones de familia y me causa especial repeluzno todo lo navideño. Entonces, claro, para mis primos, bastante más jóvenes que yo, así amargado, gordo y barbón, soy la versión mexicana del Grinch. Y tienen razón. En las fotos salgo de jeta. Creo que en esas reuniones se simula cariño obligatorio y empalagoso con parientes que nunca vemos salvo en esas contadas ocasiones en que toda acrimonia pretende disolverse con lucecitas de colores, figuritas de nacimiento y un abeto cuajado de esferas brillantes que es absurdo en tierra de

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huizaches. Viéndolo así, no es de extrañar que la fascinación del ser humano por las cuentas y las lucecitas haya sido el eficaz, aunque no por ello menos malvado, meollo de colosales saqueos históricos, como acá en lo que era Mesoamérica cuando lo de la conquista por los españoles. Tampoco me divierte nada ya la muy mexicana idiotez de tronar cuetes. Como sea, uno de los pocos atractivos para este aporreateclas durante la anual y excesiva epidemia de villancicos y ofertas súper rebajadas en juguetes, electrónica, perfumería y regalos, eran las viandas y caldos con que esperaba, hacia el anhelado final de la noche, atiborrarme para saciar mis neurosis. Pero precisamente por glotón, desde hace algunos años, y por imperioso decreto del impepinable facultativo al que le debo la vida y seguir respirando, no puedo comer ni beber como solía. La carne del guajolote encabronado es demasiado rica en purinas. Las nueces las tengo prohibidas por el fósforo. Los ravioles disparan los triglicéridos y al ponche no puedo ponerle ron, ni beberme la reglamentaria botella de tinto en la cena porque me da gota. Las tales fiestas perdieron el único atractivo que me unía a ellas. Sería hipócrita decir que de niño no me emocionaba la Navidad. Pero con la misma franqueza digámoslo como es: eran los regalos. Ni las posadas ni el niñito Dios ni los buñuelos y mucho menos la tediosa, obligatoria tortura de la misa de gallo en casa de la tía Belén, que era la tía rica, malencarada y arrogante que nos toleraba aunque fuéramos sus parientes pobres y en cuya casa oficiaba misa el obispo, un gordo que cantaba de modo ridículo, en falsete. Tampoco los temibles arrumacos de las tías gordas ni los ásperos saludos de los tíos, la mayoría de los cuales hoy encerraría de inmediato en el conjunto de los viejos mamones. Pero la magia de los regalos se acabó cuando se acabó la niñez. Y años después, ya de padre de la Cachetes, fue quizá la ilusión de mi hija por esa mágica ocasión en que al pie de un arbolito ridículo la felicidad consagrada de la niñez consubstancia juguetes la que me hizo tragarme mis palabras y la mala leche. Pero ya la larva ha crecido y sabe, porque se lo dijimos nosotros, que el gordo gringo Santoclós no existe, sino que eran los afanes de su madre y su padre hechos esa muestra de cariño que sigue causándome escozor, porque el amor y el afecto,

como rezaba el anuncio gubernamental de mis años mozos, se regalan pero no se compran, y de todos modos ahí va uno, chapoteando en el caudal del frenesí consumista de la época, cartera en ristre, a gastarse lo que no tiene con tal de volver a ver ese chispazo de ilusión en los ojos de los hijos, aunque sea embuchando esos regalos y tantas otras contradicciones en botas de fieltro absurdas en tierra de huaraches. Pero logré cortar el hilo con todo y sus adornos dulzones. Quemé el puente con sus barandales de caramelo rojo y blanco: no celebro Navidades de nada. Ya hasta mi madre se resignó a mi ausencia durante sus ágapes decembrinos. El barco de mis Navidades quedó felizmente encallado entre agridulces recuerdos. La celebran, ellas sí, la Cachetes y la Negra, y me toleran la cara de ascos y el emperramiento obcecado en no ayudar a poner lucecitas ni esferitas ni alguna de esas chingaderitas de colores. Y aguantan los comentarios mordaces, la sorna y la pesadez porque me quieren y las adoro, aunque no necesito fechas ni patrañas ni fiestas populares para hacérselo saber. Así que disfruten sus Navidades y posadas, y entren santos peregrinos, rompan sus piñatas y zámpense sus colaciones. Pero no me inviten, y todos contentos •

CABEZALCUBO

Todo cambia

LAS RAYAS DE LA CEBRA

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch


15 Jornada Semanal • Número 981 • 22 de diciembre de 2013

........ arte y pensamiento

Juan Manuel Roca

Luis Tovar

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L DESPERTAR, EL MONSTRUOSO insecto amaneció convertido en Gregorio Samsa. Tendrá que oír el golpeteo de la lluvia en su alféizar de hojalata para saber que las horas de Praga se cuentan en la clepsidra del invierno. Al fondo del hospedaje para familias sin mañana, el pobre insecto de múltiples patas deberá bañarse, peinarse, apuntalar su corbata de vendedor ambulante, oír algo peor que el paso de los trenes: la voz de la obediencia. El pobre insecto membranoso amaneció convertido en hombre y no pudo traducir su oscuro sueño.

ii

Al despertar, el monstruoso insecto se encuentra convertido en Franz Kafka. Deberá tornar a su trabajo y esquivar la mirada del padre lanzada desde los socavones de la infancia. Sus grandes orejas que lo hacen ver como si llevara el rostro entre los arcos del paréntesis, tienen más de murciélago que de insecto (de gran murciélago que escucha en la noche la voz de Milena como un hilo para orientar el extravío). Al despertar, el monstruoso insecto que no amanece trajeado de Samsa, aunque el mismo vestido negro a la usanza de un cochero de pompas fúnebres sirva a la talla de Kafka, camina junto al señor Brod, albacea de sus dudas. Le pregunta si no encuentra extraña su extrañeza, si los judíos nacen viejos, mientras merodea y da vueltas a sí mismo.Toca su frente.Y recuerda que no amaneció siendo animal extraño e irredento. iii

Al despertar, el señor k. se sabe insecto a las puertas del Castillo. Entiende que su zumbido es lengua muerta en la Babel que lo juzga sin juzgarlo.

Ve pasar la sombra sin cuerpo de su padre. Un insecto que sueña con un enorme zapato, con la sandalia redentora: al despertar el señor k. espera la guillotina del pie que lo triture. iv

Al amanecer no hay mañana: es el anochecer del alma. Repta y se escapa por la fisura del mundo. Hay quien dice que el monstruoso bicho va en un barco hacia América. Allí se hará hombre cuando deje de ser cucaracha, escarabajo o inmigrante. Una mujer gorda caerá sobre él y su aliento lo abatirá como un insecticida.

Des-balance (i de iii)

E

N BOVINESCO APEGO A la insania que balda el semblante de la exhibición cinematográfica en México, 2013 no ha sido, ni de lejos, un año excepcional: como es de sobra sabido que viene sucediendo desde hace lustros que forman décadas, al echar una ojeada a los últimos doce meses, a la palabra “balance” es inevitable agregarle la preposición “des”, puesto que prevalece la malhadada y padecida, mayoritaria y aplastante presencia de cine estadunidense, regularmente compuesto por una porción ínfima del bueno y otra, descorazonadoramente grande, del peorcito, ése que no se filma sino que se perpetra. Para certificar lo anterior no hace falta más que asomarse a la cartelera de ayer, la de hoy o la de mañana –dan lo mismo que la de hace un mes o dos o cuatro–, y encontrarse con que nueve de cada diez pantallas ofrecen, intercambiables por sus

antecesoras como si de pañales usados se tratara, verbigracia en estas fechas el enésimo saqueo a Tolkien, liga que, como otras de su tipo, es estirada y vuelta a estirar por quienes medran con el abuso, a estas alturas ya obsceno, de “sagas” y “franquicias”, sabedores que son, ésos que ordeñan, de lo dócil, absolutamente acrítico, pachorrudo y empachado que suele ser ese público masivo que tiene por costumbre beberse sin chistar –e inclusive agradeciéndola o protestando si no se la dan– esa leche aguada de cuanta secuela de secuela se comete. Quien apele ya sea a su memoria de otros fines de año, o bien a la cartelera de la semana pasada o de esta misma, también encontrará el clásico, manido y baboso oportunismo de temporada, esta vez llamado Rescatando a Santa y Dos pavos en apuros, par de animaciones que carecen incluso –lo cual en estos tiempos ya cuenta como pifia– de un nivel técnico siquiera un poco por encima del actual mínimo aceptable, dada la fuerte competencia en ese género; sin dejar de lado, claro está, la completa indigencia intelectual de sus dizque/seudo/casi tramas, menesterosidad que viene aparejada con el implícito y previamente aceitado recibimiento sin retobos de “lo navideño”, desde una perspectiva meramente consumista y, por lo tanto, vacua, además de preñada sin remedio de un supuesto pero, por supuesto, falsísimo “espíritu de bondad”, agringado hasta provocar arqueos de náusea. Hallará igualmente el no menos clásico, asimismo manido y burdamente panegírico cine “americano” de propaganda política, esta vez en los pietajes de El mayordomo de la Casa Blanca y Capitán Phillips, la primera un escamoteo tremendo de su propia historia –es decir, de los estadunidenses– en materia de derechos civiles; la segunda, el muy chocante relato, recurrente y sin ninguna novedad de fondo, del american citizen que, solito él y su alma, se las ve con los malos y sale avante –y del pal-

v

Y si no sonara –murmura el padre realista– el reloj despertador. Porque sin él, nada de amanecer. Y sin amanecer, nada de insectos que se llamen Gregorio Samsa o Franz Kafka para que vengan, pestíferos, a desordenar las mañanas de Dios aptas para el trabajo y la familia. Al despertar nace el sueño, la pesadilla • El mayordomo de la Casa Blanca

mario lugar común proselitista no la salva, como ha querido ver Unoqueotro, el hecho de estar “basada en una historia real”, como si la filmografía de allende el Bravo no estuviera plagada, precisamente, de cuentitos y cuentotes quesque edificantes “basados en…” Se topará también con dos pruebas, ensambladas siguiendo las instrucciones del recetario fílmico más elemental y chambonas en grado superlativo, de que cierto sector de la sociedad wasp sufre, y mucho, de gordos problemas de impotencia, tal vez no sólo simbólica sino directamente gonádica, para no mencionar los muy evidentes conflictos derivados de un bastante contradictorio sentimiento de inferioridad que dicha sociedad sublima, con torpeza e inelegancia extremas, en irrisorias actitudes de semental en brama, como se aprecia en esas fantasías de macho estándar y bien domesticado –es decir, y para cruel paradoja, castrado– que llevan por título, en inglés, Delivery Man y Don Jon, empeoradas en español por los bastante sonsos de Una familia numerosa y Un atrevido Don Juan, respectivamente. Tanta desolación complementa su estulticia, entre otras miserias, con remakes innecesarios, insípidos y decepcionantes –eso es lo que suele ser prácticamente cualquier re-hechura–, como el que se hizo de la célebre Carrie; con más naranjas exprimidas hasta la última gota, que eso y nada más es Thor: un mundo oscuro; francas memeces al estilo de La batalla del año, y con atoles dedeados para bajarle tantito a la culpa inconsciente por el trato dado a los inmigrantes, tipo la historia –inverosímil de cabo a rabo– de una gringuita ayudando a los mojados a pasar la border line, de título La niña. Pero también la complementa con lo poco que el apabullamiento permitió, a lo largo de 365 días, ver de cine mexicano • (Continuará.)

CINEXCUSAS

Con el perdón de Kafka

GALERÍA

@luistovars


ensayo

S

e ha escrito hasta la fatiga de la Guerra sucia en Sudamérica en los años setenta y ochenta, en especial, en Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y Paraguay, pero suele olvidarse o soslayarse que entre nosotros la hubo también, y que quien representó paradigmáticamente la imagen de la violencia de Estado fue Miguel Nazar Haro, como perseguidor, torturador y asesino de guerrilleros o de los que él presumía que eran. Pocos tan serios y profesionales, tan admirados como él por sus pares estadunidenses (fbi, cia y Departamento de Justicia), a quien veían como el aliado perfecto mexicano para llevar a cabo una meticulosa labor antisubversiva. No en balde fue un alumno aventajado en los años sesenta en la Escuela de las Américas, la cual mantenía el gobierno estadunidense en Panamá, donde aprendió a combinar con crueldad exacta la mano dura y la mano blanda, una política, por demás, muy de un régimen autoritario, como el del antiguo priísmo de la década de los treinta hasta la alternancia democrática del año 2000. En la Escuela se habrá acentuado su anticomunismo y habrá aprovechado a fondo las lecciones en la investigación y en la infracultura del secuestro, la tortura y la desaparición de personas. La organización encabezada por Rosario Ibarra, el Frente Nacional contra la Represión, contó que en la guerra sucia de los setenta y ochenta del siglo pasado hubo 536 detenidos-desaparecidos políticos, entre los cuales se hallaba el propio hijo de Rosario, Jesús Piedra Ibarra. En este libro, El policía, el cual se lee como un thriller, Rafael Rodríguez Castañeda trata de reconstruir de aquí y allá –testimonios, confesiones y documentos– las tareas infames en las que sobresalió Miguel Nazar Haro. Utilizando las lecciones del New Journalism, Rodríguez Castañeda crea en el libro una narrac i ó n c e n t r a l q u e s e a b re a o t r a s narraciones, las cuales se van hilvanando en un tejido en el curso de los capítulos. En la narración central, rrc dibuja un retrato de Nazar que no puede leerse con indiferencia. Nadie ignora que todo político o partido busca llegar al poder, y una vez alcanzado, quiere preservarlo; otra cosa es el ejercicio extralegal de ese poder, del cual Nazar se valió a menudo, arguyendo que ni la Constitución valía cuando “estaba de por medio la seguridad del Estado”. A él, que representaba a la ley, fue la ley lo que menos le interesó. Quizá su nombre no diga mucho a las nuevas generaciones, pero, aquellos que éramos jóvenes en las décadas de la Guerra sucia, su nombre producía una mezcla de rabia y de horror. Nazar Haro –a quien Rosario Ibarra de Piedra tildó de “criminal psicópata” y de ser “el torturador número uno” de México– reconocía

22 de diciembre de 2013 • Número 981 • Jornada Semanal

como a sus dos grandes maestros a Fernando Gutiérrez Barrios y a Javier García Paniagua, quienes dirigieron en algún momento, como él, la dfs (Dirección Federal de Seguridad). A diferencia de ellos, Nazar Haro no prosperó políticamente y nunca salió de su trabajo de policía político. En los terribles años setenta del siglo anterior, cuando el capitán Luis de la Barreda dirigió la Federal de Seguridad de 1970 a 1976, es decir, en el sexenio de Luis Echeverría, Nazar era su subdirector. El 7 de junio de 1976 nació la Brigada Blanca “específicamente para combatir a la Liga Comunista 23 de Septiembre en el área metropolitana de la Ciudad de México” (si bien sus manos se alargaron no pocas veces contra otras organizaciones armadas de izquierda). La Brigada Blanca se formó con miembros del ejército y de organizaciones policíacas y de inteligencia política. Su lugar de trabajo fue el Campo Militar número 1. Quedó al frente de la Brigada –¿quién más?– Miguel Nazar Haro. El final del “Policía por antonomasia, el Jefe con mayúsculas”, como lo designa Rodríguez Castañeda, no pudo ser más irrisorio y despreciable: en enero de 1982 tuvo que renunciar a la dfs por estar presuntamente inmiscuido en una

Un retrato de Miguel Nazar Haro Marco Antonio Campos

banda de contrabandistas de autos robados desde el sur de la California estadunidense. El fbi infiltró a un informante en la banda encabezada por un tal Gilberto Peraza Mayén. El resultado fue la aprehensión de 14 de los 28 acusados. La banda había robado cosa de 4 mil autos; una parte llegó a la dfs e inclusive Nazar andaba en una camioneta de lujo robada. Él, que ponía todas las trampas, cayó en una trampa. Fue a la corte californiana en abril de 1982 a defenderse de la acusación de ser contrabandista, seguramente creyéndose intocable por sus nexos con las corporaciones estadunidenses y con los servicios de inteligencia mexicanos, pero el día 23 lo arrestaron. Las pruebas eran contundentes: grabaciones telefónicas y filmaciones. Pasó dos días en la cárcel. Debió pagar una fianza de 200 mil dólares de los de entonces. “Salió libre bajo arraigo, escribe Rodríguez Castañeda, pero de inmediato cruzó la frontera y en automático quedó inscrito en la lista de fugitivos de la justicia de los Estados Unidos”. Hasta su muerte en 2012 nunca volvió a pisar tierra estadunidense. Todavía su maestro, Javier García Paniagua, le habilitó una chamba en 1988 en la Secretaría de Protección y Vialidad del df, pero su pasado inmediato lo perseguía. Las acusaciones lo estigmatizaban. Renunció a los dos meses, pero su funesto pasado no dejó jamás de condenarlo. Al final del libro Rodríguez Castañeda recuerda que, en 2002, la Fiscalía para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado lo responsabilizó de la desaparición de Jesús Piedra Ibarra e Ignacio Salas Obregón. Con sus ochenta años, fue trasladado a la cárcel de Topo Chico, en Nuevo León. Agravándosele las enfermedades se le permitió seguir preso bajo arresto domiciliario. En 2006 lo absolvieron de los cargos. En la que quizá fue la última entrevista que dio para un diario (El Universal), culpó de su suerte a gentes de “ideas extrañas a las nuestras” y agregó que él sólo cumplió su obligación contra los sediciosos. Negaba ser un torturador y un asesino. La injusticia contra él –decía– nadie podría pagársela: “Y volver a luchar porque mi nombre se limpie ya es demasiado tarde. Ya soy un hombre grande.” Nazar era el único que creía en la bondad de su labor. Murió en enero de 2012. En sus manos debía aún correr la sangre de todos los que hizo torturar o él mismo torturó y la de todos a quienes ordenó matar y desaparecer. Contradictoria, terriblemente la única manera de lavar su nombre es con esa sangre que derramó •

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