La Jornada Semanal

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Octavio Paz

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 30 de marzo de 2014 ■ Núm. 995 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Centenario de

La libertad y la palabra E dgar A guilar , J uan D omingo A rgüelles ,

H ugo G utiérrez V ega ,

G ustavo O garrio y A ntonio V alle

C artier -B resson en el Centro Pompidou


Mañana lunes, Octavio Paz habría cumplido un siglo de edad, por lo que no sólo en México sino en otras partes del mundo se multiplican conmemoraciones, homenajes, coloquios y demás eventos dedicados a la memoria de nuestro Premio Nobel de Literatura. Nosotros le ofrecemos como homenaje un debate y un diálogo abierto a través de los textos de Edgar Aguilar, Juan Domingo Argüelles, Hugo Gutiérrez Vega, Gustavo Ogarrio y Antonio Valle que buscan lo que el autor de El arco y la lira propuso: la reflexión y la discusión de las ideas, en este caso, las que nos legó en su obra vasta y plena. La libertad y la palabra para alcansarlas son la columna vertebral del pensamiento paziano, y a ellas apelan estas aproximaciones.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

de asombros

bazar L

Hugo Gutiérrez Vega Tomóchic y los milenarismos (iv de vi)

o siguiente es de nuevo un breve paso por el ejército y su baja definitiva. Se fue a Mazatlán a dirigir El Correo de la Tarde y, como siempre, se metió en líos políticos. Recobrada su salud, apareció en las fotografías gordito, sereno y con sus gruesos lentes de miope perdido. Es claro que fracasó en sus pretensiones políticas y tuvo que salir con cierta velocidad del estado de Sinaloa. Poco después moriría su esposa. Regresó al periodismo en Ciudad de México y fue director de El Progreso Latino, publicación en la que criticó regocijadamente las delirantes fiestas del centenario de la Independencia. Por esos años sale su novela El triunfo de Sancho Panza, que es una venganza de lo que le sucedió en Mazatlán. Se casó en segundas nupcias con la hermosa Áurea Delgado. Nuevamente hizo política y salió corriendo. Se refugió en Coahuila y, de repente, lo encontramos apoyando a Madero, quien, al triunfo de la Revolución, lo nombró subsecretario de Relaciones Exteriores. Perseguido por Huerta, huyó al norte, hizo periodismo en Sonora y se unió a Carranza y Obregón. Participó en la Convención de Aguascalientes y se opuso a Carranza. Publicó una colección de cuentos titulad a Los piratas del boulevard, y una novela histórica, El diluvio en México, que aprovechó para herir a Carranza. Lo detienen los carrancistas y, en­ fermo y semiciego –“sólo veía luces y sombras”– compareció ante el Consejo de Guerra. Salvado de milagro, entró nuevamente a prisión. Al salir se fue a vivir a Azcapotzalco y se dedicó a la avicultura. Curiosamente, Álvaro Obregón lo rescató y lo hizo cónsul en Cádiz, en donde pasó tres años, viendo a medias las ciudades europeas. Regresó a México en 1923, publicó ¿Águila o sol? y la primera parte de una ambiciosa trilogía sobre la Revolución que no llegó a terminar. Se

fue a vivir a Tizapán. Desde su casa dio clases en el Colegio Militar y participó en la elaboración de un libro de lujo titulado Álbum histórico popular de la Ciudad de México. Murió el 12 de noviembre de 1925. En una memorable conferencia, Raúl Rangel Frías ubica a don Heriberto en el terreno de los pioneros de la novela de la Revolución mexicana, es decir, lo convierte en un escritor “al filo del agua”. Pertenece a la estirpe de Federico Gamboa, de José López Portillo y Rojas, de Federico Carlos Kegel y de Emilio Rabasa, pero hay una diferencia: Tomóchic es una novela histórica de carácter testimonial que puso en peligro la vida de su autor. En eso se parece a su maestro, el gran naturalista Émile Zola, y es posible, como afirma Brown, establecer un paralelo entre La Débâcle y Tomóchic. La primera tiene como escenario la guerra franco-prusiana y la segunda se desarrolla en un pueblito de los valles del distrito de Guerrero, en el gigantesco estado de Chihua­ hua. Es indiscutible que Frías es un buen alumno de Zola, entre otras cosas, en materia de valentía. Sus procedimientos pertenecen a la escuela naturalista, pero su originalidad proviene de la utilización de localismos y de la fuerza de su denuncia. No olvidemos que Frías era jacobino, por lo tanto no podía simpatizar con el milenarismo de la vidente Teresa Urrea, la Santa de Cabora. No simpatizaba del todo con los tomochitecos y su fanatismo religioso, pero fue más fuerte su disgusto por la masacre cometida por el Ejército Federal y la real y simbólica desaparición de Tomóchic, del cual no quedaron más que unas cuantas cenizas y cráneos calcinados • (Continuará.) jornadasem@jornada.com.mx

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Portada: La joven centena

Ilustración de Pablo Rulfo

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Cartier-Bresson en el Centro Pompidou Vilma Fuentes

Cartel de la exposición Cartier-Bresson en la fachada del Centro Pompidou, París. Foto: williamnavarrete.wordpress

“L

a foto es una acción inmediata, el dibujo una meditación”, dijo Henri Cartier-Bresson. Ex­ traña y larga vida la suya (1908-2004); dedicó la mitad de sus años a la fotografía, que aban­ donó en 1970 para consagrarse al dibujo. La concu­ rrencia con la televisión, el color en la foto, lo deci­ den a volver a su primera vocación: el dibujo. A los diez años de su muerte, el Centro Pompi­ dou, conocido como Beaubourg, presenta una re­ trospectiva de este pionero del fotoperiodismo, con más de quinientas fotografías de tiraje origi­ nal, dibujos, pinturas, filmes (fue asistente de Jean Renoir en 1936 e incursiona en el cine como extra, en segundos roles; realizador, entre otros, de un documental sobre la reinserción de los combatien­ tes al regresar de la segunda guerra mundial), do­

son ofreciéndose desde el agujero de un cajón de madera, los rostros y el escote provocador de una de ellas asomados por ese simulacro de ventana y vitrina; de Álvarez Bravo, el trabajador que pa­ rece muerto, en realidad dormido en una banca. Ambas fotos descritas, como las otras fotos del francés en México, por Carlos Fuentes en su bri­ llantísimo ensayo Los cuadernos mexicanos de Henri Cartier-Bresson (1934-1964), donde narra el viaje a nuestro país del fotógrafo francés. Muy joven, a pesar de su vocación por la pintura, comienza a fotografiar. De esa época data la más famosa de sus fotos Atrás de la estación Saint-Lazare, donde se muestra a un hombre separado de su som­ bra reflejada en el agua, al aparecer casi en vuelo por el salto que da para evitar el charco, reprodu­

Henri Cartier-Bresson, Calle Cuauhtemocztin, México, 1934

cumentos y archivos. Las colas para entrar a la ex­ posición se extienden más allá de la explanada del Museo. Por fortuna tengo mi credencial de perio­ dista de La Jornada ante el ministerio francés, lo cual me permite el privilegio de escapar a las colas y de una buena hora de pie en el frío, por suerte mode­ rado este invierno. La exposición merecería varias visitas si se aspira a apreciar cada foto, cada pin­ tura, cada dibujo, leer los documentos. Queda, des­ pués, el recurso al magnífico catálogo para contem­ plar fotos, dibujos, leer documentos. Gran viajero, sus fotorreportajes hacen de la obra de hcb el “ojo del siglo”, título del libro de Pierre Assouline, cuyos lineamientos sigue la re­ trospectiva actual en Beaubourg. Dos de sus pri­ meros viajes fueron a México, donde expuso, en 1935, junto con Manuel Álvarez Bravo. Lado a la­ do, dos fotos célebres: las prostitutas Cartier-Bres­

ciendo el movimiento idéntico al de la imagen de un anuncio al fondo. Instante decisivo, título de su primer libro, ese momento debido al azar tan bus­ cado por los surrealistas, a cuyo movimiento se adhiere en esa época. Cartier-Bresson, sin embargo, no se instala en un movimiento o escuela, evoluciona de manera cons­ tante, busca y encuentra (¿no decía Picasso: “Yo no busco, yo encuentro”?) nuevas formas, crea estilos inéditos, inventa cada “instante decisivo”. Fotos tan distintas como la de la mujer que, al salir de un campo de concentración nazi, reconoce y señala al nazi de quien fue víctima. O la de la coronación del rey de Inglaterra, donde su cámara fija lo fugitivo y su ojo muestra a los espectadores que asisten al paso del cortejo en vez de al nuevo monarca: “Fo­ tografiar es retener el aliento cuando todas nuestras facultades convergen para captar la fugaz realidad;

siento entonces, al atrapar una imagen una gran alegría física e intelectual.” Después de su viaje a México, fotografía la Re­ pública Española en 1936. Sus inclinaciones por el comunismo son superadas por su profundo y vis­ ceral sentido anarquista. En las marchas, mítines, manifestaciones a las que asiste, no puede evitar gritar: “¡Viva Bakunin!” Sus opiniones y su militancia lo hacen ser arres­ tado por los nazis en 1940. Logra evadirse del campo de concentración en 1943, después de dos intentos fallidos para escapar. De vuelta a Francia, participa en la Resistencia, siempre con su cámara en la mano. En 1947 crea la agencia de fotografía Magnum con sus colegas Capa y Seymour. Con Robert Capa em­ prende varios viajes a países en guerra, zonas en conflicto. Capa encontrará la muerte en uno de ellos al echarse hacia atrás para tomar un foto y caer en una mina, en Vietnam del Norte, a sus cuarenta y un años. Cartier-Bresson continúa sus viajes, ahora soli­ tarios. Fotografía la construcción del Muro de Ber­ lín y otros grandes eventos del siglo, siempre con su mirada original, que cambia el aspecto de las apariencias, vueltas apariciones gracias a su ojo y a su cámara. Ladrón de instantes, hcb los fija con su cámara otorgándoles una duración que su captura roba al paso del tiempo. “Observo, observo, observo, es con los ojos que comprendo.” En 1983 es coronado con el equivalente del Nobel para fotografía, el Premio Hasseblad, creado en 1980 y que entrega el rey de Suecia. Mismo galar­ dón que recibirán Manuel Álvarez Bravo en 1984 y Graciela Iturbide, tan original en la creatividad de sus fotos, en 2008, quien dará una charla el 3 de abril en la Fundacion hcb . ¿Qué es finalmente la mirada de un fotógrafo? De ninguna manera la de un escritor. Si ambos persi­ guen lo que se llama la verdad, sus procedimientos para lograrlo son radicalmente diferentes. Las pa­ labras no son imágenes, y las imágenes, por mudas que sean, son palabras y hablan. El poeta Paul Clau­ del, a quien Cartier-Bresson había fotografiado en un entierro, foto que mostró a Gandhi justo antes de su asesinato, escribió un libro consagrado a la pin­ tura. Su título: L’Oeil Écoute (El ojo escucha). El poeta se permitió esta audacia de escritura porque corres­ pondía exactamente a las osadías de sus presen­ timientos. ¿No era este embajador católico el más ferviente admirador de Rimbaud, quien escribió ha­ berse librado “al desarreglo de todos los sentidos”? Cartier-Bresson, durante su estancia en China como profesor honorario en esta nación, se permi­ tió denunciar su postura represiva en el Tíbet. Vi­ sitaría después al Dalai Lama. Transfigurado, se convirtió al budismo. Claudel, poeta, se convierte al catolicismo en una iluminación. Henri Cartier-Bresson, al budis­ mo ante la visión del Dalai Lama •


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El laberinto de

monólogo, delirio III

Antonio Valle Octavio Paz en 1938 Foto tomada del libro México inédito; Carla Zarebska y Alejandro Gómez

I

C

omo Antonio Machado, Octavio Paz creía en lo otro, en la “esencial heterogeneidad del ser”; “en la increíble otredad que padece lo uno”. Estas líneas, que forman parte del epí­ grafe con el que Octavio Paz comienza El laberinto de la soledad, establecen la ruta principal que seguirá el poeta en este ensayo clásico para abordar el pro­ blema de la identidad de los mexicanos; tentativa permanente por explicar los fragmentos de múltiple procedencia existencial en que vivimos, esa incura­ ble otredad que padece lo uno, ese “yo”, que, en sus orígenes infantiles –con todo lo que implica de ino­ cencia–, será una fuente de alteración ambivalente, una fuente dual de amor y odio; un “yo” ligado tam­ bién a los compañeros mágicos que tanto han nutrido a la poesía, a las literaturas fantásticas, a las filoso­ fías y personajes especulares que se han enamorado y rebelado frente a los espejos. Otredad del sujeto atado a una ley anterior y exterior a él mismo. Así, para el psicoanálisis, el inconsciente no se concibe como un ser escondido en el sujeto, sino como algo –alguien– transindividual y como discurso del otro. II

Al darse cuenta de que en México concurren distin­ tas razas y lenguas, así como varios niveles históri­ cos, Octavio Paz se propuso operar con algunos de los elementos psicoanalíticos que Samuel Ramos utilizó en El perfil del hombre y la cultura en México, análisis anímico de corte antropológico empleado en El laberinto... que puede ilustrase con la metáfora de las pirámides, de las ciudades y el alma, donde –dice Paz– “se mezclan y superponen nociones y sensibi­ lidades enemigas y distantes”. Separar y poner en claro el funcionamiento de los diversos fragmentos y elementos de esta mezcla, enredo o palimpsesto, fue la tentativa principal del legendario ensayo, cuyo objetivo final –o imán– sería provocar que “subieran a la conciencia aquellas capas”; “confluencia de mu­

chas corrientes y épocas” que permanecían ocultas o veladas. Fue a partir de una temporada en la que Octavio Paz vivió en Los Ángeles, que obtuvo algu­ nos vislumbres de una “mexicanidad que no acababa de ser”, (que) “no acababa de desaparecer”. Para de­ sarrollar sus tesis analizó la figura del pachuco, cer­ cana a la del caifán, que entre otros avatares de “lo mexicano” en Estados Unidos, ha integrado una su­ cesión de seres míticos que viven en una soledad abismal, pero que tampoco han cesado en su empeño de encontrar su propia identidad y origen. ¿Qué bulle dentro de nosotros que nos provoca tanta vergüenza y apocamiento? El cambio expe­ rimentado por los mexicanos, desde que apareció El laberinto de la soledad hasta nuestros días, ha sido pesado, lento, doloroso y contradictorio, pero co­ mienzan a verse algunas luces y señales con las que podemos reanudar el diálogo desde el fondo de esas aguas estancadas, desde esos estamentos, fronte­ ras y callejones que nos separan y dividen para que sea posible reanimarnos.

Paz dice que los mexicanos somos grandes simula­ dores, que nos convertimos –y convertimos a los de­ más– en fantasmas, los ninguneamos, obramos como si no existieran; así, “la sombra de ninguno se extien­ de sobre México”, sombra existencial y psicológica que perfectamente puede verse durante las po­ bres participaciones internacionales que “tenemos” en las competencias de futbol, juego y pasión nacio­ nal por excelencia; incluso, durante varios años al mismo Octavio Paz se le ha infamado y exaltado. No parece que ese juego haya terminado porque a su obra, mal o escasamente leída, se le hizo un va­ cío; es una obra a la que “cualquiera” (otra variante de ninguno) podía descalificar y ningunear. Por ejemplo, a raíz de su muerte, cierta derecha intelec­ tual con una formación precaria lo criticaba por ha­ ber escrito “incomprensibles” ensayos como El arco y la lira, poemas herméticos (igualmente impenetra­ bles) como “Blanco”, o ensayos radicales y críticos como El ogro filantrópico. Por el contrario, una iz­ quierda intelectual tipo rancherita ilustrada, “no se la acababa” con las declaraciones políticas de Paz en torno a las dictaduras comunistas, a los caudi­ llos autócratas y a los caciques territoriales. En am­ bos casos, lo que menos le importaba a estas frac­ ciones “eruditas” eran sus magníficos ensayos y poemas. Por supuesto, parte de estas prácticas, que suelen ser rituales y dramáticas, se traducen en ar­ gumentos y opiniones diametralmente excluyentes, y pueden explicarse a la luz de los elementos que el mismo Paz ofrece en El laberinto de la soledad, mutua incomunicación de algunos estratos pensan­ tes y represión de “algo inconfesable” (acaso inte­ reses de grupo de vocación autoritaria) que, como mexicanos inteligentes y sensibles, nos ha impedi­ do –hasta ahora– conversar y ser. Precisamente algo de las múltiples virtudes que debe agradecerse en el laberinto de nuestro ances­ tral retraimiento, es el empleo de la cuarta persona del plural, un “nosotros” incluyente que, de esta mane­ ra, nos ofrece una perspectiva integral de México. Por otro lado, es necesario decir que existen sectores aca­ démicos e intelectuales que, ejerciendo una crítica democrática, han sabido desarrollar un diálogo inte­ ligente, no absurdo (del latín: de sordos) pero tampo­ co apabullado ante la inmensa obra de Octavio Paz. IV Algunos temas y expresiones de El laberinto... pare­ cen haber sido escritos entre 2013 y 2014. Por ejem­ plo: “matamos porque la vida, la nuestra y la ajena, carece de valor”. De nuevo, desde la cuarta persona del plural, Paz habla, desde hace más de medio siglo,


30 de marzo de 2014 • Número 995 • Jornada Semanal

la soledad:

y diálogo

ción que a la mayoría de televidentes debió aburrir­ los hasta el cansancio. Entonces, como hoy, se trataba de un auditorio acostumbrado a colocarse frente a las pantallas para dejar “pasar el tiempo” mientras que, divertido y sin pensar, desarrollaba nuevos há­ bitos de consumo; era justo lo contrario de lo que proponían aquellas célebres conver­ saciones con Octavio Paz interac­ tuando con algunos personajes in­ teligentes y sensibles. VII

de una violencia ancestral que en la “postmoderni­ dad” –concepto ahistórico y estético que a Paz le fas­ tidiaba un poco–, a través de la violencia y el crimen, sigue campeando en México, ahora con mayor cru­ deza. Entre otras cosas, dice Paz, “el mexicano no quiere ser ni indio ni español”; “se vuelve hijo de la nada”; cree que él “empieza en sí mismo”, situación psíquica y existencial que le genera una sensación de vivir en un estado de falta, de soledad y culpa irre­ mediable.

del poliedro cultural e his­ tórico de los mexicanos. Por otro lado, cuando en la década de los ochenta se llevaron a cabo las reformas radicales que adoptó la Perestroika (puntilla del llamado socialis­ mo real que culminó con la caída del Muro de Ber­ lín), se confirmaron las tesis políticas que Paz venía sosteniendo desde varias décadas atrás, cuando el poeta solía decirle a sus exaltados interlocutores: “usted no quiere dialogar conmigo, usted pretende avasallarme”, frase que ilus­ tra el interminable diálogo de sordos V que se representó en algunos debates públicos. Como toda confrontación po­ A mediados de la década de los setenta, lítica, esas batallas llenas de pasión y en los ambientes juveniles y universita­ ex­cesos verbales, más tarde fueron lle­ rios de izquierda, Octavio Paz era vadas a las páginas de revistas y su­ un escritor al que pocos que­ plementos culturales en donde grupos, ríamos leer –ni siquiera buscá­ capillas y fracciones radicales solían –y bamos El laberinto de la soledad. suelen todavía– seguir adelante con una Se decía que en ese ensayo clásico, lucha ancestral, lucha que tenía además de haber imitado el método psi­ el semblante ligeramente coanalítico utilizado por Samuel fratricida con el que los Ramos en El perfil del hombre y “Fue a partir de mexicanos históricamen­ la cultura en México, Paz había te habían resuelto sus di­ abjurado de una tradición po­ una temporada en ferencias, disputa ideo­ lítica vinculada a las izquier­ lógica y política que das; se decía que era un joven la que Octavio Paz lentamente se fue convir­ romántico que se había hecho tiendo en el déjá vu recurren­ presente con el bando republi­ vivió en Los te de los intelectuales sumisos cano en la Guerra civil espa­ Ángeles, que (agachados por conveniencia ñola y después un hombre que y/o deslumbramiento) y la de renunció a la embajada de In­ obtuvo algunos los chingones (alzados y desafian­ dia al enterarse de la tragedia tes ante la originalidad y el poder de en México ʼ68. vislumbres de la obra realizada por Octavio Paz). Dejé de criticar a Octavio Paz, Así, a la sombra de Paz, la derecha poeta al que sólo conocía de oí­ una ‘mexicanidad intelectual condenaba por igual a das, cuando abrí una vieja edi­ genuinos demócratas que buscaban ción de El laberinto de la soledad. que no acababa de salir de la larga noche en que las Entonces me enteré de que, para ser’, [que] ‘no dictaduras militares habían hun­ Paz, Samuel Ramos había inicia­ dido a varios países de América do un examen del mexicano que acababa de Latina; mientras que la izquierda fue la “primera tentativa seria solía defender a caudillos autócra­ por conocernos”. Ingenuamente desaparecer’. tas y violentos. trataba de descubrir los argu­ mentos con los que Octavio Paz Para desarrollar pretendía justificar su distancia­ VI sus tesis analizó miento ideológico de las izquier­ das. Esa edición, publicada por el Fue a principios de los ochenta la figura del fce en 1967, no incluía el vibran­ cuando, obligado a guardar repo­ te texto en el que Paz hacía un ajuste so, comencé a ver por el Canal 2 de pachuco.” conceptual en torno al pasado preco­ la televisión (otra señal ominosa de lombino, tema álgido por el que frecuen­ los cambios experimentados por temente fue cuestionado, donde reconocía Paz) algunos de los programas reali­ y daba visibilidad a una parte sustancial zados con un formato y una produc­

A la distancia, y parafraseando con el concepto –primero poético y luego psicoanalítico– de “exponer” el “pa­ sado en claro”, ese juego de reconside­ raciones históricas cuyo resultado es estimulante ha provocado una nueva síntesis veteada de luz y sombra. Así, ade­ más de los ajustes hechos en Otra vuelta al laberinto de la soledad, en el discurso “La búsqueda del presente” que pronunció al recibir el Premio Nobel, Paz dijo que “el México precolombino nos habla en el lenguaje ci­ frado de mitos y costumbres”. Es necesario terminar por descubrir ese lenguaje oculto, para que la búsque­ da del presente sea “la búsqueda de la realidad real”. VIII Por último, al reflexionar en torno a la Revolución mexicana, Octavio Paz piensa que fue “la explosión de una realidad histórica y psíquica reprimida”, y que “más que una revolución fue una revelación”, develamiento que, después de asomarse a la concien­ cia por unos instantes –como al final de un sueño–, volvió a hundirse en esa especie de inconsciente co­ lectivo que es México, donde se ocultaron no sólo los dioses y las distintas realidades políticas y étnicas, sino los distintos tiempos que siguen latiendo en el país. Por eso –continúa diciendo Paz– un día descu­ brió que “volvía al punto de partida”, que la moder­ nidad –ese concepto tan caro para el maestro– im­ plicaba hacer un descenso a los orígenes. “En mi peregrinación en busca de la modernidad”, continúa diciendo Paz, se dio cuenta de que “hoy es la antigüe­ dad más antigua… Habla en náhuatl, traza ideogra­ mas chinos del siglo ix y aparece en la pantalla de televisión… es simultaneidad de tiempos y de pre­ sencias”. De ahí debe surgir el otro tiempo, el verda­ dero. Hoy, cuando “la supuesta racionalidad de la historia se ha evaporado”, es preciso acelerar la re­ flexión en torno a la identidad y el “alma” del mexi­ cano, ese ser que “cuando se expresa se oculta”; es preciso afinar cierta metodología de tipo psicoana­ lítico que nos permita re-conocer “nuestros mitos y creencias”, así como “nuestra vida erótica”, para completar los análisis emprendidos por Octavio Paz y por Samuel Ramos, a los que habría que agregar el nombre y la obra de Leopoldo Zea y de Edmundo OʼGorman (citados por Paz en El laberinto...); los nombres de Bolívar Echeverría y de Ricardo Pozas, los de Luis Villoro y de Miguel León-Portilla, de Lau­ rette Séjourné y Eduard Seler, los de Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis y Roger Armando Bartra, entre muchos otros ilustres compatriotas y extranjeros con los que es necesario dialogar para acercarnos a la verdad oculta, al inconsciente que late bajo las más­ caras taciturnas y solares de los mexicanos •

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La era no canónica de Gustavo Ogarrio

nuar la extrema politización de su pensamiento, que en muchas ocasiones termina por obnubilar la lectu­ ra misma de sus poemas. David Huerta ha propues­ to volver al “esbelto abedul” de los poemas de Paz (“Un árbol esbelto y fuerte”, Letras Libres, número 183, marzo, 2014). Huerta advierte sobre el efecto per­n i­ cioso de la canonización de Paz que podría haber dejado, por ejemplo, el Premio Nobel que le fue con­ cedido en 1990: “al exceso de opiniones y comentarios corresponde, punto por punto, el peligro de un aban­ dono gradual de la lectura hedonista. Octavio Paz fue un hombre que puso su vida, conscientemente, bajo el signo de la alquimia verbal. Celebremos que la Academia Sueca decidiera otorgarle el premio más famoso del mundo, pero no dejemos que la venera­ ble Academia piense por nosotros. Por desgracia, el Nobel tiene entre sus efectos la caída incesante, sobre tantas cabezas, de cierto polvillo pernicioso con di­ versas manifestaciones: el prestigio, la fama, la cele­ bridad –otras tantas formas del malentendido.”

“El cántaro roto”: el otro comienzo de la poesía mexicana

E

l polémico libro de Harold Bloom, El canon occidental, lleva un subtítulo desmesurado: La escuela y los libros de todas las épocas. En el mapa canónico de Bloom, y junto a César Vallejo y Nicolás Guillen, Octavio Paz pertenece a una estirpe de poe­ tas de “importancia internacional” que no logran colarse a la lista final de la competencia literaria des­ atada por la imaginación occidental de Bloom. El mismo Bloom, desde el inicio de su libro, nos advier­ te que la canonización aísla cualidades y concede autoridad a los autores canonizados: “Este libro es­ tudia a veintiséis escritores, necesariamente con cierta nostalgia, puesto que pretendo aislar las cuali­ dades que convierten a estos autores en canónicos, es decir, en autoridades de nuestra cultura.” Sin em­ bargo, quizás el mayor riesgo que se puede derivar de esta ceremonia letrada de la canonización es el del aislamiento precisamente de las obras literarias, su traslado al museo de los libros canonizados. Obvia­ mente, para Bloom, su concepción elitista de la lite­ ratura “occidental” lo salva de asomarse a los efectos totalizadores y simplificadores de su selección canó­ nica, al tomar también los criterios de su propia tra­ dición crítica como “universales” estéticos que se imponen a otras tradiciones literarias. Es obvio que la magnitud y profundidad de la obra de Octavio Paz (1914-1998) sobrevive a este desprecio canónico de críticos literarios como Bloom y también a la operación inversa: su canonización en la literatu­ ra nacional. Si la obra de Paz puede ser entendida co­ mo un árbol magnífico y perturbador, que no cesa de crecer hacia dentro, análogo a su poema “Árbol aden­ tro” (“Sus raíces son venas, nervios sus ramas,/ sus confusos follajes pensamientos”), sus ramificaciones en todos los géneros literarios nacen de un tronco que es también una conciencia estrictamente poética lle­ vada hasta sus últimas consecuencias. No son pocas las voces que exhortan a revalorar la dimensión poética de la obra de Octavio Paz para ate­

El poeta Sergio Mondragón ha insinuado, con rigor y discreción no canónica, con precisión analítica y una peculiar sensibilidad rítmica, la posibilidad de leer el poema “El cántaro roto” (1955), de Octavio Paz, como otro de los centros de nuestra poesía contem­ poránea, como “el poema de nuestra identidad”, esto sin entrar en contradicción canónica con “Piedra de sol” (1957), el poema de Paz considerado por antono­ masia como el inicio de la lírica mexicana contem­ poránea. Afirma Mondragón sobre “El cántaro roto”: El poema concluye con una epifanía que es una afirma­ ción pura, como el poema de Rubén Darío “Salutación del optimista”, ese canto a la abundancia y la feracidad del mestizaje, del cual “El cántaro roto” es continuación y complemento no sólo por el tema –la sangre, la resurrec­ ción–, sino porque prosódicamente de él recibe y lleva a la perfección (apenas cincuenta años después de aquél) el ritmo nuevo que habría de convertirse en la divisa de

la “nueva poesía” mexicana. Como el poema de Darío, “El cántaro roto” es también un canto de vida y esperan­ za o, más precisamente, una declaración de fe en México y en nosotros mismos; es la señal de que la poesía mexi­ cana está de pie para iniciar una nueva rotación y una nueva etapa, con esta imagen que es la visión estética y moral, poéticamente verdadera, que nos hereda un poeta (Sergio Mondragón, “El cántaro roto no está hecho pedazos”, La Jornada Semanal, 9/iv/2006, núm. 579).

¿En la interpretación de Sergio Mondragón de “El cántaro roto” se advierten elementos de una lectura no canónica de Octavio Paz? Mondragón lee a Paz sin la superstición de supremacía que deja el hecho de designar a un poema mejor que otro, o de cano­ nizar “Piedra de sol” como el poema que articula pri­ vilegiadamente ese fondo cosmogónico de raíz pre­ colombina con la dualidad rítmica de sus 584 versos endecasílabos y con el “México moderno” de media­ dos del siglo xx (María Andueza, “Ritmo y vuelta en Piedra de sol de Octavio Paz”, en Revista de la Universidad de México, junio de 1997, núm. 557). Más bien, de la lectura de Mondragón se puede concluir que en los dos poemas de Paz converge una dialéctica mitopoética de dos temporalidades de la cultura mexicana: el pasado, el presente y su rota­ ción. La obra maestra que es “Piedra de sol” se puede tomar como el comienzo ya clásico de la representa­ ción poética de un “eterno retorno” despojado de su matriz vitalista o existencialista; poesía, mito e his­ toria anudados también en un ritmo cíclico y oscilan­ te: “Un sauce de cristal, un chopo de agua”. Mientras que “El cántaro roto” simboliza el otro comienzo de la poesía mexicana contemporánea, la quebradura del cántaro como “las cicatrices y las llagas vivas de la historia atroz de México” (Sergio Mondragón), quebrando también el ritmo del endecasílabo con el “prosaísmo poético” y con el tono de conversación que interroga al cántaro sobre el misterio de lo que se rompe y renace: “dime, cántaro roto caído en el polvo, dime/ ¿la luz nace frotando hueso contra hue­ so, hombre/ contra hombre, hambre contra hambre,/ hasta que surja al fin la chispa, el grito, la palabra,/ has­ ta que brote al fin el agua y crezca el árbol/ de anchas hojas de turquesa?”

Fuera del laberinto paziano habita ya una Esfinge

Quizás la actitud

estética y política-

mente amenazante

que mantuvo el infra-

rrealismo ante la figura de Octavio Paz

ayudó a que su muerte

6

no se volviera el gran

motivo para terminar de canonizarlo.

Si aceptamos que todo intento de canonización es, en sentido estricto, una superficialidad de la crítica li­ teraria, una manera de inmovilizar las obras litera­ rias y una pretensión autoritaria de impedir la inter­ pretación y las consecuencias críticas que una obra va forjando en las siguientes generaciones y en la rotación misma de la historia, podríamos leer textos como El laberinto de la soledad (1950) sin el afán de ungirlo como el mejor ensayo que se escribió bajo el influjo de la filosofía del mexicano o de lo mexicano. Para cambiar la perspectiva canónica sobre este en­ sayo de Paz, podría ayudar si lo entendemos en pers­ pectiva latinoamericana y lo colocamos a la par de poéticas de la historia como la de José Lezama Lima y los ensayos de su libro La expresión americana, por ejemplo. Tanto en Paz como en Lezama se asienta un legado poético que ensaya su propia lectura de la historia desde la analogía y la metáfora, desde la ima­


Paz

Octavio

30 de marzo de 2014 • Número 995 • Jornada Semanal

Foto: archivo La Jornada

gen poética como contrapunto y posibilidad de un tejido metafórico; se afirma y amplía en sus obras la vocación histórica de la poesía en América Latina. Paz y Lezama también comparten, cada uno a su manera, una apropiación moderna y ensayística del barroco americano. Además, para romper esa canonización que ata El laberinto de la soledad a su clave nacionalista, que lo entiende como el libro necesario para comprender la soledad universal de la cultura mexicana y sus nudos problemáticos como la figura del pachuco, el signo de las máscaras, el día de muertos, el gesto semánti­ co, cultural y existencial de la palabra “chingada”, por ejemplo, será preciso asumir que la entelequia de lo “mexicano” era un punto de partida cuya pre­ cariedad histórica estaba ya en la conciencia ensa­ yística de Octavio Paz: “Las preguntas que todos nos hacemos ahora probablemente resulten incompren­ sibles dentro de cincuenta años. Nuevas circuns­ tancias tal vez produzcan nuevas razones.” En un análisis de esta obra de Paz a cincuenta años de haber sido escrita, Roger Bartra afirmaba: “Hay que decir que ha terminado la edad del laberinto. Los muros se han derrumbado.” Y sus “claves han quedado sepul­ tadas”. Para Bartra: “más vasta y profunda que el laberinto de la soledad yace la melancolía”. Los muros derrumbados del laberinto paziano quizás nos permitan volver a leer el ensayo sin los diques de la identidad nacionalista, sin el arquetipo del “mexicano”, para colocar ahora la mirada en aquellas zonas del texto que, sin romper del todo el cerco nacionalista, enunciaron casi como un mur­ mullo cierta heterogeneidad del México de mediados del siglo xx . Octavio Paz configura en su ensayo una

voz paralela que alterna un “nosotros” implicado en las revelaciones giratorias de la soledad con una ter­ cera persona del singular que le permite tomar dis­ tancia reflexiva de la identidad sellada unilateral­ mente por la filosofía de lo mexicano; el ensayo se mueve estratégicamente en esa voz paralela y tal parece que con este movimiento se orienta levemen­ te hacia el rostro de un lector heterogéneo (¿un lector del futuro, como Fray Servando en sus Memorias?) como lo afirma Bolívar Echeverría en su lectura del texto: “este juego de alternancia se encuentra sobre­ determinado por la necesidad de apelar a un interlo­ cutor que es, él también, doble: por un lado mexica­ no o latinoamericano y por otro europeo”. También queda por profundizar, con esta misma perspectiva no canónica, en el “Apéndice” de la obra, en esa “dia­ léctica de la soledad” con profundos acentos trágicos y en la que prácticamente es borrada la figura del “mexicano” del mapa del laberinto. ¿Qué nos deja El laberinto de la soledad a los lecto­ res del México de hoy? En una última lectura polí­ tica y contemporánea del agotamiento del laberin­ to, quizás podemos afirmar que en su periferia ronda, ya cansada, la Esfinge del poder nacionalis­ ta en crisis, la escena que el laberinto ya no podía imaginar sin el Minotauro: el “nuevo pri ” y la cri­ sis neoli­b eral del nacionalismo surgido de la Revo­ lución mexicana, ahora como una Esfinge con un rostro que quiere ser suave, de apariencia democra­ tizadora, pero con un cuerpo de león endurecido por la furia de su instinto autoritario de sobrevivencia y con grandes alas para sobrevolar sin memoria la historia. Un monstruo con la boca colmada de un veneno también suave y trágico.

Epílogo: impugnación y vida nueva al poeta no canónico En el capítulo 24 del apartado ii de la novela Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, se narra una es­ cena que concentra el extremo de una posible actitud anticanónica respecto a la figura de Octavio Paz. Ulises Lima, uno de los protagonistas, se encuentra con un Octavio Paz novelizado en el Parque Hundi­ do de Ciudad de México y ambos caminan en sus dos primeras citas en círculos que se van ampliando, en sentido contrario, sin decirse una palabra. En la ter­ cera cita conversan y lo que se dicen es un misterio, gracias a que la narradora, la secretaria de Octavio Paz, que narra en tono melodramático y paródico la secuencia, no alcanza a escuchar nada de esa conver­ sación a un mismo tiempo perturbadora y “disten­ dida, serena, tolerante”. Quizás no hay una imagen más exacta y misteriosa de lo que podría significar una tradición literaria viva, sin criterios canóni­ cos: una conversación en medio de una batalla cul­ tural en la que los extremos se repelen casi al borde del desconocimiento y, al mismo tiempo, se recono­ cen como antagonistas casi complementarios; qui­ zás uno de ellos canonizado en contra de su voluntad pero elevado a rango de clásico por sus propios “ad­ versarios”. Quizás la actitud estética y políticamen­ te amenazante que mantuvo el infrarrealismo ante la figura de Octavio Paz ayudó a que su muerte no se volviera el gran motivo para terminar de canonizar­ lo y cumplió indirectamente con uno de los deseos que el mismo Octavio Paz le manifestó a Elena Po­ niatowska en una entrevista: “¿Cómo te gustaría morir? –Desde luego que sin olor a santidad.” •

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Octavio Paz

O

libertad y la palabra, realidad y

ctavio Paz (1914-1998) debe mucha de su fama, como poeta, a varios libros que fue escribiendo a lo largo de los años y que lue­ go reunió con el título general Libertad bajo palabra (1935-1957), al igual que lo hiciera Luis Cernuda (1902-1963) con su obra poética de to­ da una vida que agrupó en el volumen La realidad y el deseo (1924-1962). No es incidental la mención al paralelismo de Paz y Cernuda sino, por el contrario, algo decisivo en la vida y en la vocación poética del mexicano. Paz fue uno de los primeros y más lúcidos reivindicadores del poeta español. El ensayo que le dedicó en Cuadrivio (1965) sienta las bases de una crítica poética de primer orden en la valoración de quien es considerado hoy, casi sin ninguna duda, como el mayor poeta español del siglo xx, pero que entonces carecía del justo aprecio. Sobre Cernuda, Paz escribió: “Su libro [La realidad y el deseo] fue su verdadera vida y fue construido ho­ ra a hora, como quien levanta una arquitectura. Edi­ ficó con tiempo vivo y su palabra fue piedra de escándalo. Nos ha dejado, en todos los sentidos, una obra edificante.” Antes, en 1943, Paz publicó en el segundo número de la revista El Hijo Pródigo, una entusiasta reseña con motivo de la aparición de Ocnos (1942) en Londres. Ahí Paz se refirió también (y sobre todo) a La realidad y el deseo. Escribió: “La realidad y el deseo, el único libro de Luis Cernuda, al principio es un bal­ buceo, más tarde se aclara y, finalmente, el poeta, dueño como nunca de su poesía, advierte que esa poesía suya no es sólo suya y que no le pertenece totalmente, puesto que es algo más que el poeta: es la poesía.” Paz lo denomina “libro extraordinario, en el que la mayoría no ha reparado” y añade que “el libro de Cernuda es algo más que la expresión de sus experiencias individuales; me parece que es la elegía de una generación y de un momento de la historia, que se despiden para siempre de España y de un mundo al que ya no volverán”. Cuando Octavio Paz emprende la reunión de sus primeros libros en el volumen sumario Libertad bajo palabra, es bastante probable que estuviera pensando también en ese mismo propósito entrañable de Cer­ nuda. En gran medida, para decirlo con una glosa de las palabras de Paz, Libertad bajo palabra agrupa los libros de un momento de la vida del poeta y de la historia mexicana que ya no volverán. Como quiera que sea, el paralelismo entre La realidad y el deseo y Libertad bajo palabra no es para nada casual. La primera edición de La realidad y el deseo, de Cer­ nuda, se publicó en Madrid, en 1936, bajo el sello Cruz y Raya, Ediciones del Árbol, que dirigía José Bergamín. (En 2002 la Editorial Renacimiento, de Sevilla, publicó una edición facsimilar.) Incluía sus primeros poemas y los libros Égloga, elegía, oda; Un río, un amor; Los placeres prohibidos; Donde habite el olvido e Invocaciones a las gracias del mundo. Con los

Juan Domingo Argüelles años, el libro fue creciendo y, al final, la cuarta edi­ ción aumentada y definitiva, de 1964, incluye, ade­ más de los libros ya mencionados, quizá lo mejor de la obra de Cernuda: Las nubes, Como quien espera el alba, Vivir sin estar viviendo, Con las horas contadas y Desolación de la Quimera. Sólo quedaron fuera de ese volumen totalizador los dos libros de prosas poéticas de Cernuda: Ocnos (1942-1963) y Variaciones sobre tema mexicano (1952). Entre los veinticinco libros de poesía que Octavio Paz publicó, el séptimo lleva por título Libertad bajo palabra (Tezontle, 1949). Antes había publicado: Luna silvestre (Fábula, 1933), ¡No pasarán! (Simbad, 1936), Raíz del hombre (Simbad, 1937), Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre España (Valencia, Ediciones Es­ pañolas, 1937), Entre la piedra y la flor (Nueva Voz, 1941) y A la orilla del mundo (Ars, 1942). Posteriores a 1949 son sus libros ¿Águila o sol? (Tezontle, 1951), Semillas para un himno (Tezontle, 1954), Piedra de Sol (Tezontle, 1957) y La estación violenta (Fondo de Cul­ tura Económica, 1958). La primera edición de la obra poética reunida de Octavio Paz, con el título general de su libro de 1949: Libertad bajo palabra. Obra poética 1935-1957, es de 1960 (Fondo de Cultura Económica). La segunda edición, definitiva, es de 1968, y en este libro recopilatorio, Octavio Paz plantea su poética y su vocación de fe desde el poema mis­ mo que da título al libro y que abre la puerta de su obra lírica. Escribe:

nes corregidas y, en fin, se recogen muchos inéditos o que sólo habían aparecido en revistas y periódicos.” En la segunda edición, definitiva, de 1968, Octa­ vio Paz advierte: No estoy muy seguro de que un autor tenga derecho a retirar sus escritos de la circulación. Una vez publicada, la obra es propiedad del lector tanto como del que la es­ cribió. No obstante decidí excluir más de cuarenta poe­ mas en esta segunda edición de Libertad bajo palabra. Esta supresión no cambia al libro: lo aligera. Apenas si vale añadir que el conjunto que ahora aparece no es una selección de los poemas que escribí entre 1935-1957; si lo fuese, habría desechado sin remordimiento otros muchos.

En 1998, en el volumen xiii de sus Obras completas (Miscelánea I, Primeros escritos), Paz recuperará en la primera sección de este tomo (Primera instancia) los poemas que retiró de Libertad bajo palabra o que nun­ ca incluyó en dicha obra; poemas de 1930 a 1943, acerca de los cuales dijo lo siguiente en 1996 (postscrip­ tum de la páginas preliminares del volumen 11): “En

Allá, donde terminan las fronteras, los caminos se borran. Donde empieza el silencio. Avanzo lentamente y pueblo la noche de estrellas, de palabras, de la res­ piración de un agua remota que me espe­ ra donde comienza el alba.../ Allá, donde los caminos se borran, donde acaba el si­ lencio, invento la desesperación, la mente que me concibe, la mano que me dibuja, el ojo que me descubre. Invento al amigo que me inventa, mi semejante; y a la mujer, mi contrario: torre que corono de banderas, mu­ ralla que escalan mis espumas, ciudad devas­ tada que renace lentamente bajo la domina­ ción de mis ojos./ Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día.

La primera edición recopilatoria de Libertad bajo palabra está precedida de una ad­ vertencia: “Se han excluido los poemas de adolescencia, con la sola excepción de cuatro composiciones iniciales en la sección ‘Puer­ ta condenada’. El autor, además, ha desecha­ do algunos poemas; otros aparecen en versio­

Luis Cernuda


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“Otros aires”, a Concha de Albornoz; “Retrato de poe­ ta”, a Ramón Gaya; “Díptico español”, a Carlos Otero, y un último poema (“Limbo”), a Octavio Paz, el único mexicano al que distingue con este gesto íntimo. “Limbo” pertenece al penúltimo libro de Cernu­ da, Con las horas contadas (1950-1956), y el poema es muy significativo, pues se refiere a la tarea y al des­ tino del poeta, ya sea hablando de sí mismo o de cual­ quier otro verdadero poeta. Escribe Cernuda:

deseo

los dos volúmenes que forman mi Obra poética figura todo lo que he hecho en el dominio de la poesía, sal­ vo los textos de Primera instancia (volumen xiii ), que comprende los poemas escritos en mi adolescencia y en mi juventud, a los que no considero propiamen­ te obras sino tentativas.” Primera instancia recoge poemas de Luna silvestre, Raíz del hombre, Bajo tu clara sombra, Noche de resurrecciones, A la orilla del mundo, Entre la piedra y la flor, y los cantos a la República española: ¡No pasarán! y Oda a España. En conclusión, Octavio Paz disminuyó más que aumentó la edición definitiva de su obra poética reu­ nida con el título Libertad bajo palabra. La primera edi­ ción tenía 316 páginas; la segunda y definitiva, 262. Con ello, Paz dio por cancelada esa época de su pro­ ducción lírica. Los libros posteriores a 1960 ya no for­ marían parte de Libertad bajo palabra y se inscribi­ rían, como él mismo lo dijo, en otra búsqueda poética: Salamandra (Joaquín Mortiz, 1962), Viento entero (Cax­ ton, 1965), Blanco (Joaquín Mortiz, 1967), Discos visuales (Era, 1968), Ladera este (Joaquín Mortiz, 1969), To­poemas (Era, 1971), Renga (Joaquín Mortiz, 1972), El mono gramático (Seix Barral, 1974), Pasado en claro (Fondo de Cultura Económica, 1975), Vuelta (Seix Barral, 1976), Hijos del aire (Ta­ ller Martín Pescador, 1979) y Árbol adentro (Seix Barral, 1987). Al publicar sus Obras completas (Círculo de Lectores/Fondo de Cul­ tura Económica), en las páginas pre­ liminares del volumen uno de su Obra poética, Octavio Paz afirmó: Con Libertad bajo palabra se cerró un ciclo de mis tentati­ vas poéticas y se abrió otro. Más bien dicho: otros. ¿Bifur­

El poeta vive para esto, para esto noches y días amargos, sin ayuda de nadie, en la contienda adonde, como el fénix, muere y nace, para que años después, siglos después, obtenga al fin el displicente favor de un grande en este mundo. Su vida ya puede excusarse, porque ha muerto del todo; su trabajo ahora cuenta, domesticado para el mundo de ellos, como otro objeto vano, otro ornamento inútil.

caciones de caminos poéticos o simplemente estaciones de un itinerario único? No lo sé. ¿Hay ciclos realmente? ¿No estamos condenados a escribir siempre el mismo poema? Una obra, si lo es de veras, no es sino la terca reiteración de dos o tres obsesiones. Cada cambio es un intento por decir aquello que no pudimos decir antes; un puente secreto une los torpes y ardientes balbuceos de la adolescencia a los titubeos de la vejez. Me siento muy lejos de mis primeros poemas pero los que he escrito des­ pués, sin excluir a los más recientes, son respuestas a los de mi juventud. Cambiamos para ser fieles a nosotros mismos. Si no hubiese cambios no habría continuidad.

De algún modo, con Libertad bajo palabra Octavio Paz escribía también La realidad y el deseo, que tanto ad­ miró. Entre la realidad y el deseo, entre la libertad y la palabra, Octavio Paz entendió que el viejo poeta siempre conversaría con el joven que fue. Parco en sus dedicatorias personales, Luis Cernu­ da únicamente dedicó, en las casi cuatrocientas pá­ ginas de la edición definitiva de La realidad y el deseo, menos de diez poemas: uno a Concha Méndez y Ma­ nuel Altolaguirre; otro, a Bernabé Fernández-Cani­ vell; un tercero, a Rosa Chacel; un cuarto, a Vicente Aleixandre; “Tierra nativa”, a Paquita g. de la Bárcena;

No debemos olvidar que este poema está estrecha­ mente ligado a la crítica que Cernuda dirigió a la so­ ciedad y los demás poderes en relación con el insig­ nificante y desdeñoso lugar que le asignaban al poeta. Sentenció, con profunda ironía, casi con ren­ cor: “¿Qué país sobrelleva a gusto a sus poetas? A sus poetas vivos, quiero decir, pues a los muertos, ya sabemos que no hay país que no adore a los suyos.” Este mismo concepto es el que destaca en su muy famoso poema “Birds in the Nigth”, referido a Rimbaud y Verlaine y en el cual aborrece “la farsa elogiosa repug­ nante” de los gobiernos y de la sociedad en relación con los poetas muertos, esos mismos poetas a quienes en vida gobiernos y sociedad despreciaron. La sociedad y los gobiernos prefieren sin duda a los poetas muertos. En 1962, en Salamandra, meses antes de la muerte de Cernuda, Octavio Paz salda su deuda con el poeta español que tanto lo marcó. En su poema intitulado “Luis Cernuda” leemos: “Con letra clara el poeta es­ cribe/ sus verdades obscuras/ Sus palabras/ no son un monumento público/ ni la Guía del camino recto/ Nacieron del silencio/ se abren sobre tallos de silen­ cio/ las contemplamos en silencio/ Verdad y error/ una sola verdad/ realidad y deseo/ una sola subs­ tancia/ resuelta en manantial de transparencias.” Cernuda afirmó en 1954: “Octavio Paz, por cuya inteligencia poética tengo tanta admiración.” Esa in­ teligencia poética fue la que llevó a Paz a decantar su poesía y dejar en su obra definitiva únicamente lo mejor. Al leer los poemas declarativos o ingenuos de Primera instancia, sabemos que la autocrítica se im­ puso en el ejercicio de elegir. No hay ahí un solo poe­ ma que sea mejor que los que Paz perdonó. En Libertad bajo palabra, Octavio Paz supo lo que era la poesía: “Eres tan sólo un sueño,/ pero en ti sueña el mundo/ y su mudez habla con tus pala­ bras.” Ese joven poeta ya sabía, en esencia, lo que supo el viejo en Árbol adentro (el mejor libro del últi­ mo Octavio Paz): La palabra del hombre es hija de la muerte. Hablamos porque somos mortales: las palabras no son signos, son años. Al decir lo que dicen los nombres que decimos dicen tiempo: nos dicen, somos nombres del tiempo •

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Edgar Aguilar

K

me escribe. Le digo que don Eusebio ha muerto hace ya un par de años. Me dice que qué pena; que aunque lo conoció poco, y a pesar de ser un hombre un tanto difícil, le tenía en gran estima. Abro la boca y digo que don Eusebio conservó hasta sus últimos días (en realidad es lo que creo) algunas cartas personales de Paz, fechadas en India, Cambridge y Ciudad de México. k me contacta a través de un tal Ramírez; éste, a su vez, a través de Rivas. Le digo primero al tal Ramírez y luego a k , que Rivas no tuvo el olfato (se lo digo en otros términos, desde luego) para rastrear y de ser posible publicar esa correspondencia que don Eusebio en persona le hizo saber que tenía en su poder. Gajes del oficio, supongo. En la Fundación Octavio Paz, don Eusebio hace hasta lo impo­ sible por comunicarle a la viuda lo que posee; al parecer, la viu­ da es una mujer que rara vez simpatiza con el secretario par­ ticular de su esposo (ignoro si la viuda haya tenido sus razones –lo que no puede descartarse del todo). Lo cierto es que la viuda nunca le concede una entrevista. k se frota las manos. Le ad­ vierto que yo no guardé nada, pero lo que sí le digo, no sé si para hacer más jugoso el asunto o por apego a la verdad, es que esas cartas existen: del puño y letra de Octavio Paz. Algunas veces, en sus ratos de ocio (har­ to frecuentes) y de manera espa­ ciada, don Eusebio tiene a bien mostrármelas. Una que otra carta dispersa a intelectuales de la época; sobre todo, intercam­ bio epistolar entre aquél (el poe­ ta) y su secretario particular (don Eusebio). A Paz le intere­ saba mucho –recuerdo‒ lo que acontecía en India después de su paso por Cambridge y, final­ mente, de su retorno a México. k queda, literalmente, pren­ dido a mis comentarios. Me so­ licita una entrevista por telé­ fono. No accedo; en cambio, le ofrezco información que pue­ da resultarle útil: ubicación con pelos y señales de la casa de don Eusebio. La casa, tengo en­ tendido, está abandonada y cu­ bierta por la maleza. Ignoro ‒le sigo narrando a k ‒ qué ha sido de lo que había en ella. Don Eusebio profesaba por Paz una admiración que rayaba en la locura. Publicó dos libri­ tos con entrevistas que le rea­ Foto: Fabrizio León/ archivo La Jornada lizó al poeta siendo éste aún jo­ ven. Don Eusebio conservó (o debió conservar), como he mencionado, ciertos manuscritos de Paz. Lo más increíble es que su vida parecía girar en torno a sus recuerdos con Paz. Se aprendió, como anécdota, los primeros quince versos de “Piedra de Sol”, que solía recitar en la primera oportuni­ dad, pero el tiempo no le alcanzó para memorizar ‒que era, según él, lo que se proponía como un acto “heroico” antes de morir‒ casi la totalidad de ese extenso y famoso poema. Don Eusebio, como Paz, tenía alma de poeta. Quie­ nes le conocieron (a don Eusebio) no me dejarán mentir. k me envía un segundo o tercer correo. Me explica que él estaría dispuesto a recuperar todo ese material de Paz en casa de don Eusebio. Ignoro cómo,

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pero de que se puede se puede, pienso, si es que esos papeles siguen allí. Presentación de un libro. Un hombre bajito y de mediana edad se me acer­ ca. ¿Dónde lo he visto? Me sonríe. Le devuelvo la sonrisa, qué más da. Me pregunta por r . ¡Claro, en casa de r ! Antes de que yo pueda abrir la boca dice, en tono sarcástico ‒cosa que al principio no entiendo, que si es verdad que yo soy el albacea literario de don Eusebio, que r se lo dijo. Le respondo que si r se lo dijo, entonces soy, efectivamente, el albacea literario de don Eusebio. Me mira. Lo miro. El auditorio estalla en aplausos. El hombre se pone inquie­ to. Ahora ya no sonríe. Yo sigo sonriendo. Me habla de k (me sorprende un poco que conozca a k , pero no se lo digo), quien se ha comunicado con él por teléfono para solicitarle un servicio. Me pregunta por don Eusebio (de quien no sabía prácticamente nada hasta recibir la llamada de k ), referente a unas cartas de Paz que supuestamente conservó aquél (don Eusebio) hasta el día de su muerte. Le respondo que sí, que si k le habló de esas car­ tas, éstas deben, efectivamente, y por fuerza ‒agrego‒ existir… El hombre se despide, no sin an­ tes brindarme su tarjeta. Recorro una mañana la calle en mi auto. Es una empedrada que se adentra y serpentea lige­ ramente por una zona que, aun­ que habitada, desprende un aire fantasmagórico, y que culmina en una intersección. Por la dere­ cha hay unas escaleras que con­ ducen a una escuela y más allá a un parque; por la izquierda se extiende un baldío; del baldío emerge un barrio más bien mi­ serable en que la empedrada se vuelve cada vez más terrosa. Justo en la esquina, y en donde rebosan montones de bolsas rotas de basura tiradas en la banqueta, se encuentra una ca­ sa aparentemente abandonada que, en un espacio de su pared frontal, lleva inscritos unos versos bajo sendos anagra ­ mas en forma de círculo dibu­ jados en colores verde y rojo, que descifrados rezan así: “Oc­ tavio Paz”, y “Dios es todo”. Por la reja se logra apreciar la yer­ ba que invade la casa. Un por­ tón negro está pintarrajeado de grafiti, al igual que el resto de las paredes. Curiosamente, las inscripciones han sido respe­ tadas. Bajo del auto. Hay perros merodeando la casa. Algunos me ladran y otros me reconocen, meneando mansamente sus co­ las. Las ventanas permanecen cerradas. Observo mi habitación… Subo al auto. Al lado de la casa han cons­ truido, cosa que no me extraña, unos lindos departamentos.

Las cartas perdidas de Paz

espero unos días a que k me comunique cuál ha sido su determinación. No

recibo correo alguno. En casa de r, con un generoso whisky de por medio, le comento los últimos pormenores y la plática con a.r. (el hombrecito de la tarjeta). Me informa que a .r ., a petición expresa de k , ha registrado la vivienda de don Eusebio en bus­ ca de las cartas de Paz. “¿Y qué ha encontrado?”, pregunto yo, ansioso. “Nada”, me responde. “Al menos eso fue lo que me dijo.” “No habrá buscado bien”, repongo. “Seguramente”, dice r en tono resignado (¿o malicioso?) •


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leer

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Tenochtitlán se escribe con ch. Nahuatlismos y etimologías del náhuatl para niños, Brenda Cantú Bolán, Resistencia/Conaculta, México, 2013.

Y

Y eso es lo que buscaba, Victoria Leal, Palabra en Vuelo, México, 2013.

VIVIR LA LENGUA

UNA GUERRA QUE SE ESCRIBE

RICARDO GUZMÁN WOLFFER

JAIR CORTÉS

a que cada gobierno tiene una visión sobre qué es lo valioso de los indígenas, los receptores de los programas estatales y quienes tenemos la certeza de que la cultura prehispánica debe ser preservada debemos tolerar la publicidad de esos “gobernantes” que creen ayudar en tal tema. Para quienes no hablamos alguna lengua indígena sólo hay dos opciones: aprenderla como un nuevo idioma o estar conscientes de las palabras indígenas que usamos cotidianamente. Ambas preservan esa cultura, pero además enriquecen nuestro concepto del mestizaje que vivimos todos los días. De ahí la gran importancia del proyecto de la Editorial Resistencia al iniciar la colección trilingüe de nahuatlismos; además, traducidos al inglés. No sorprende que en otros países se aprecie más el valor de nuestras lenguas prehispánicas. La anuncian para niños, pero es disfrutable para cualquier edad, más si lleva al conocimiento de las palabras que usamos y cómo al usarlas correctamente estamos alimentado nuestra historia y dando mayor significado a nuestra vida cotidiana. El dinamismo del habla nacional, donde los extranjerismos y sus adaptaciones se mezclan con las tendencias lingüísticas que se desarrollan en las regiones del país o de las ciudades, suele limitar el conocimiento del origen y del verdadero significado de las palabras cotidianas. En la entrega de estos nahuatlismos encontraremos algunos muy conocidos, como chocolate, pero pocos sabrán que significa “agua agria”; o tal vez habrá quien sepa el origen náhuatl de machincuepa, pero pocos tendrán el significado “girar con la ayuda de las manos y del trasero”. ¿Sabía que chicle es la versión náhuatl de “goma de mascar”? El uso de muchos nahuatlismos es cotidiano: achichincle (ayudante) o pachón (peludo), chile piquín (chile muy pequeño o del tamaño de una pulga), chamaco (niño), chilpayate (bebé), entre otros. El conocimiento del significado mostrará que es tan valido decir chichi (seno) como el extranjerismo bubi. Hay otros que obedecen más a la región de su uso: chinampa (recipiente sobre el que se siembra) o quechequémitl (vestimenta que entra por el cuello, jorongo). También se incluyen frases conocidas y muy usadas desde hace más de un siglo: “nos cayó el chahuiztle” (desgracia). Las sorprendentes y magníficas ilustraciones de Gabriel Gutiérrez dan una profundidad a la edición difícil de mejorar: cultas, sencillas y enigmáticas: sabemos que atrás de esas imágenes hay algo más. La idea de exportar estos nahuatlismos a quienes hablan inglés funciona, por tomarlos como parte del español hablado en México: no se vende el folclor de los indígenas, se documenta la realidad de un país multilingüe y se informa sobre las raíces de varias palabras de uso regular. El conocimiento de nuestra historia está tan a la mano como el saber de dónde vienen las palabras con las que hablamos •

L

os asesinatos, los desaparecidos, la violencia, el miedo, el desamparo y la ausencia de gobierno en nuestro país son temas que, por cotidianos, se han convertido en tópicos necesarios no sólo para retratar nuestra realidad sino para comprenderla, para explicarnos cuáles son los incontables mecanismos bajo los que se rige nuestra vida actual. En este contexto, Victoria Leal (nacida en Morelia, Michoacán, uno de los estados más inestables de nuestro país) publica Y eso es lo que buscaba, una primera novela narrada por una mujer, Serena, que trata de investigar el asesinato de su amante. El personaje principal, a semejanza de muchos casos similares, encuentra en esta búsqueda una razón para vivir, una justificación de su existencia: si el amor le ha sido arrebatado, Serena debe saber qué mano fue la culpable. La novela, cuyo principal motor es el suspenso, nos muestra un mundo lleno de corrupción en donde “los malos” ya no se distinguen de “los buenos”. Una tierra de nadie por la que transitan personajes que pertenecen a diferentes estratos sociales y cuyo poder es la mejor arma para someter al débil. Y eso es lo que buscaba es una novela breve, ágil en su escritura, que trata de desatar un vínculo amoroso hecho a partir de la protagonista y de su amante muerto, así como de un tercero, amigo y cómplice de este último, un “Coronel” cuya existencia es la sombra de una justicia oxidada y manchada de sangre: “Entre ese amigo y ella está él, por lo tanto hay un nudo entre los tres… ¿Por qué no hablar de él, de ése al que ambos amaron?” La obsesión de Serena por develar los secretos de un asesinato la lleva por el peligroso camino al que conduce la verdad. El lector encontrará, en una prosa amena, muchas referencias al espíritu sombrío de nuestros días: tortura, traición y un desolador paisaje en el que el amor es una bandera que ondea sólo en el territorio del sueño, allá, de aquel lado de la esperanza •

Cartas cruzadas 1965-1979, Carlos Fuentes y Arnaldo Orfila, Siglo xxi Editores, México, 2013.

Mucho menos mencionado que el golpe gubernamental contra Excélsior y, por lo tanto, demasiado poco recordado, es el que sufrió el siempre imprescindible proyecto editorial del Fondo de Cultura Económica cuando era dirigido por Arnaldo Orfila: en 1965, a raíz de la publicación de Los hijos de

PLANETA CLAUDEL Miguel Ángel Flores

Sánchez, incómoda novela de Oscar Lewis, el infausto criminal que ocupaba la Presidencia de la República –el mismísimo Díaz Ordaz, quien tres años más tarde daría muestra terminante de su gorilismo inefable– le “pidió la renuncia” al enorme editor de origen argentino; como éste no aceptara el despropósito, el genocida sencillamente lo despidió del fce. De ese hecho de barbarie, así como de la solidaridad inmediata que le demostraron cientos de intelectuales, tanto mexicanos como de otras partes del mundo, surgió la igualmente imprescindible empresa editorial Siglo xxi, que Orfila condujo hasta sus últimos días. Entre otras, esta historia –crucial en el medio de la literatura en particular, así como de la cultura y el pensamiento en general, principalmente de habla hispana– es expuesta por dos de sus principales protagonistas: Carlos Fuentes y el propio Arnaldo Orfila, en la correspondencia que ambos sostuvieron durante la década y media que corrió entre aquellos 1965 y 1979, un período indudablemente escabroso para la libertad de prensa, entendida no solamente en el sentido periodístico sino, como aquí es posible leer, también por lo que hace a la difusión, la reflexión y el libre examen de las ideas. Presentado por Jaime Labastida, director actual de Siglo xxi, y provisto de un buen prólogo y mejores notas de Ignacio Padilla, además de su evidente valor histórico-cultural, este volumen es todo un testimonio de valentía y de congruencia intelectual.

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próximo número

Presencia de Luis Villoro: una entrevista inédita y un ensayo de Luis Hernández Navarro


arte y pensamiento ........

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Jair Cortés jair_cm@hotmail.com twitter: @jaircortes

MENTIRAS TRANSPARENTES De noche –Cállate te digo; que no te muevas, que no hagas ruido. ¿Qué no los oyes? –No, no oigo nada. –Pérate, no te muevas. Cierra bien los ojos para que los oigas. Se abrazaron en la oscuridad. Algo de luz dejaban pasar las cortinas. Llegaban a sentirse la brisa y el huele de noche. De pronto, algo hubo que apretaron más el abrazo. –Son sus hijos. –Yo creía que... –Sí, así fue. Bien se supo. Fue la maldita; ella los ahogó. –¿Tú los conociste? –Jugaba con ellos. Por eso vuelven aquí. Y juegan allí donde ella no los dejaba. Allá arriba, en el corredor. Quieren ver si subo. ¿Tú crees? Ni loco que estuviera. –¿De veras nunca los quiso? –Los odiaba. No los dejaba moverse. Los días que yo estaba, como que disimulaba; pero tarde o temprano se quedaban a solas con ella; yo vi los moretes que les dejaba. De repente le tapó la boca. Dejaron de respirar. Cerraron más los ojos. Clarito, en el silencio de la madrugada les llegó el sonido. Allá arriba chocaban las canicas •

Ricardo Yáñez Una noche Xóchitl Díaz de León, quien laboraba en la Biblioteca del Estado, me dio a conocer a Octavio Paz en Guadalajara (llegué un poco tarde, debo reconocer): Libertad bajo palabra, en su primera edición, que en un descuido dejé sobre el escritorio de la persona que atendía otra biblioteca, la de la entonces Facultad de Filosofía y Letras de la u. de g, y ya no lo volví a ver. Descuido imperdonable –que no obstante se me perdonó– pues el ejemplar era un regalo del padre de Ricardo Castillo, el también poeta y dramaturgo, papá Guille. Me embebí en su lectura y una noche tuve un extraño sueño, del que me desperté algo asustado. Prendí la luz y abrí el libro de Paz al azar, para calmarme. Quizá exagere, porque el sueño no lo recuerdo y, alucinado como estaba por aquello que estrictamente no me atrevería a llamar pesadilla, pero desde luego tampoco revelación… Quizá exagere, digo, pero en aquel poema que apareció ante mi mirada,“Virgen”, me parece, desfilaron de nuevo muchas de las imágenes que en el sueño fluyeron como presencias de un terror sagrado (frase ésta con la que en aquel entonces nomás no podía dar, era la pura sensación, a la vez que maravillosa espeluznante, algo para lo cual sólo había un nombre, un larguísimo nombre, el propio, no antes leído, poema paziano). Curioso: eso me calmó, pero a la vez me despertó mucho más de lo que yo hubiera querido. ¿A qué?, ¿a dónde?, ¿dónde? •

BITÁCORA BIFRONTE

Felipe Garrido

De consejos para escribir

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as preguntas no son nuevas pero sí recurrentes: ¿Existe algún consejo que sirva para escribir literatura? ¿Qué camino seguir si se ha decidido dedicarse a la escritura? Los autores incipientes se encuentran, muchas veces, desorientados al dar sus primeros pasos en el terreno de la escritura; la inseguridad, la falta de confianza en sí mismos o la crítica malintencionada los orillan a incrementar sus dudas respecto al oficio de la palabra y, en este remolino de incertidumbre, se pierde de vista lo esencial: quien escribe no debería preguntarse “¿cómo escribir?” sino “¿por qué escribir?” Hay autores que, desde su experiencia luminosa, han identificado ciertas características necesarias en un escritor. William Faulkner, por ejemplo, expresaba que “un escritor necesita tres cosas: experiencia, observación e imaginación.”, y cuando Jean Stein Vanden Heuvel le preguntó si existía “una fórmula que sea posible seguir para ser un buen novelista”, Faulkner respondió categórico:“99% de talento… 99% de disciplina… 99% de trabajo.” No hay exageración en la respuesta del autor de Las palmeras salvajes, la edificación de una obra literaria requiere de estos tres elementos medulares. Si se es perezoso el talento se marchitará pronto; si hay disciplina pero el talento es escaso el resultado reflejará esa deficiencia y, en todos los casos, el trabajo arduo es una de las claves para concretar y concluir aquel libro que se desea escribir. En su magnífico libro Hand to Mouth. A Chronicle of Early Failure, Paul Auster demandaba, de todo aquel que se aventurara a escribir, “disciplina y concentración”. Hasta ahora no he leído testimonio alguno de cualquier escritor que no mencione la disciplina como el pilar de un sólido oficio literario. La concentración también se convierte en una actividad imprescindible para enfocar la energía creativa de manera eficaz. De ahí que las distracciones que rondan a cualquier artista deben ser tratadas con sumo cuidado; ya Hemingway advertía:“El teléfono y los visitantes son los destructores del trabajo.” En el campo de la literatura podemos pedir consejos y éstos vendrán a raudales. Siempre habrá alguien dispuesto a “orientarnos”, por eso es necesario recordar, una y otra vez, las palabras de Ezra Pound cuando afirmaba: “Así como no se pueden tomar en serio los conocimientos de tenis de un individuo hasta no verlo jugar en algún torneo, así podemos suponer que hasta que un hombre no domine efectivamente determinados procedimientos debe haber en ellos muchos elementos que no conoce bien.” Pound plantea un diálogo con un interlocutor que demuestra sus virtudes en su trabajo como artista. Si despejamos un poco la neblina que se alza frente a la duda sobre qué consejo atender a la hora de escribir, comprenderemos que el mejor consejo que un escritor puede ofrecer a otro es una obra digna de leerse •

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Vitos y Alií Katerina Anguelaki-Rouk Quinto día Sacerdote de la muerte con cuerpo celeste el lucero de la tarde te llamó al lamento y dos higueras tendiste tus brazos y entre ellos la luna. Lloras porque es la estación en que se visten de algas los cuerpos de los muchachos se envuelve el calor del pan de trigo el mosto y los brezos y los ciclaminos se arman. Tomados de la mano del mediodía bajan por las veredas entre los olivos entre las aves del verano. Vienen Nutren el aliento de las presas de caza Y más historias de su presencia no tienen que decir. Se te nublan los ojos, le dije a ella En tu hombro el cielo se recarga a llorar Katerina Anguelaki-Rouk (Atenas, 1939) estudió lenguas extranjeras y literatura en las universidades de Niza, Atenas y Génova. Ha recibido dos veces los premios de viaje y estudios de la Fundación Ford (1972-1973 y 1975-1976), y fue profesora invitada en las universidades de Harvard, Utah y San Francisco, para dictar cursos sobre poesía griega moderna y sobre Nikos Kazantzakis. Asimismo, ha participado en los festivales internacionales de poesía de Cambridge (1975), Rotterdam (1978) y Morelia (1981). Ha traducido al griego trabajos de Samuel Beckett, Andrei Voznesensky, Edward Albee y Dylan Thomas, y un volumen con veinte poetas estadunidenses contemporáneos. Sus poemas han sido traducidos al francés, italiano, español, alemán, holandés, sueco, polaco, búlgaro, japonés y panjab. Véase La Jornada Semanal, núm. 815, 17/ x /2010 Versión de Francisco Torres Córdova


Jornada Semanal • Número 995 • 30 de marzo de 2014

........ arte y pensamiento Alonso Arreola

Miguel Ángel Quemain

@LabAlonso

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Las (trans)migraciones de Hilda Valencia

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UEVA YORK VERSUS EL Zapotito es una creación múltiple bajo la dirección de Hilda Valencia. Trabajo profundo sobre la migración y la transmigración de los materiales escénicos. Se trata de un concierto capaz de crear un espacio para cada una de las convergencias artísticas presentes sobre la escena, las visibles y las invisibles. Con un texto hondamente poético, escrito por Verónica Musalem, Hilda Valencia muestra lo que significa tener una tradición y, con ella, el rigor para valorar todo lo que concurre en el teatro. Es un montaje de distintos niveles de profundidad que ofrece una lección sobre el manejo del tiempo en la escena, la indagación sobre el arraigo, la cultura, las relaciones con los antepasados, el vínculo complejo y polémico entre madre e hija.

La reflexión de Verónica Musalem sobre el tema de la migración va más allá de un tópico sociopolítico. Es el tránsito más profundo, la más transformadora migración, la apropiación de esos mundos que habitan al que se va, al que regresa como portador de tegumentos varios cuya textualidad puede leerse como mapa emocional y cultural. No siempre hay regreso ni llegada y esta obra es una meditación sobre esa posibilidad de arrancarle un testimonio al polvo del desierto. Hilda Valencia es una orquestadora y sabe descubrir las capacidades de este conjunto que merece un reconocimiento por separado, por su voluntad cumplida de trabajar juntos. Beatriz Roussek ha realizado un vestuario que tiene los atributos de cubrir al actor con una piel que le permite apropiarse de una especie de naturaleza emocional. El trabajo con los actores muestra la capacidad de la directora para trazar el diálogo entre densidades equidistantes: Rosario Zúñiga, la madre, Duane Cochran y María Teresa Paulín son el bordado fino de un conjunto de emociones, certezas sobre el texto que se declara, se pronuncia y se materializa gracias a la experiencia de cada actor en el escenario, en el marco de la atmósfera precisa y de gran belleza que moviliza el violín psíquico de Ulises Martínez, un músico que conoce las dimensiones de lo clásico y de la música tradicional. Aunque no dudo sobre lo emocionante que debe ser escuchar por separado el paisaje musical, sonoro, que elaboró este músico, también sería difícil separarlo de la osamenta que levantó Valencia sobre ese desierto/cementerio implacable. Es uno de esos trabajos que están tatuados sobre la piel del montaje y es verdaderamente difícil separarlos cuando tienen la capacidad de integrarse al trabajo escénico, comparable a lo que ha hecho musicalmente David Psalmón con Daniel Hidalgo, Alex Daniels y el Ogham ensamble. Rosario Zúñiga

Duane Crochan, con un instrumento corporal bien afinado, es una especie de animal, de mancha humana, sobre el escenario. Se mueve a gran velocidad y con tal destreza que sabemos que su reino es de otro mundo, uno que ha logrado apoderarse de todos los tiempos sin aspirar a la visión en redondo que da la eternidad. Tampoco es un demiurgo ni es tan distante como los muertos rulfianos, ni tan vacío como la inhumanidad que trazó Josefina Vicens. Es sólo el mago de un circo en disolución. El trabajo conmovedor de Rosario Zúñiga, guardiana de ese circo en disolvencia, es posible porque Hilda Valencia entiende de qué está hecha esta actriz extraordinaria, capaz de enfrentarse a un trazo escénico/textual tan exigente y conducir/sostener a su joven interlocutora en esa concurrencia de tiempos que divide y une esa especie de carretera, de camino (como el camino rojo de Liera), que la escenógrafa Mónica Kubli materializó con un rigor plástico (que recuerda a m . Palau) que distingue a los artistas visuales que se empeñan en incorporar la totalidad del proceso escénico a sus propias iluminaciones. Las atmósferas creadas por la escenógrafa son inquietantes por su correspondencia con el trazo visual y emocional de la puesta en escena. Nueva York versus El Zapotito o ny camino al oaxaqueño Zapotito, vio la luz en el espacio de El Milagro; ahí levantó Mónica Kubli su catedral hecha de telas que son tierra, monte y frontispicios sacrificiales que proponen un camino que sabemos de ida y vuelta. Concluyó la temporada en ese espacio bautismal y deberá seguir su recorrido por lo menos en 2014. La economía de recursos tanto materiales como actorales le permitirá recorrer buena parte de nuestra geografía (sobre todo íntima), para mostrar quiénes somos, cuándo nos vamos y de qué está hecho el regreso a casa •

LA OTRA ESCENA

quemainmx@gmail.com

India. Brocados en el aire (ii y última)

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A SEMANA PASADA PRESENTAMOS algunas estampas sonoras de India. Aplanadora para los oídos, hoy debemos subrayar algo: ese país guarda puertas adentro su mejor música, tal como pasa con mucha de su comida tradicional o los más intrincados ritos religiosos. No es fácil encontrarla por la calle aunque sí a veces en templos, el Bollywood televisado o frente al río Ganges, donde se pueden presenciar ceremonias musicalizadas. Pero hubo felices excepciones que enfrentamos por accidente o al atentar contra la privacidad. ¿Ejemplos? Aeropuerto Indira Gandhi, Nueva Delhi. Alguien nos avisa que en una tienda de suvenires hay dos músicos tocando. Desconfiados, asumimos que debe ser un montaje turístico. Y sí. Apenas llegamos sentimos el aburrimiento de la percusión

y el violín que deberían embriagarnos con un repertorio carnático. Decidimos plantear un reto a los ejecutantes que sospechamos diestros: “¿podrían interpretar alguna pieza en compás de 7 u 11?” Extrañados, sonríen y hablan entre sí. Asienten. Cambian de postura. Uno comprueba su afinación, el otro pone talco a las pieles del Dayan y el Bayan (tambores que constituyen la tabla). Arrancan. La tienda muda de aires. Auténticos maestros, les faltaba eco para elevarse. La velocidad que alcanzan los dedos nos hace pensar en “El nuevo acelerador”, cuento de h . g . Wells. El mundo a su alrededor sucede en cámara lenta. Luego de unos quince minutos, terminan. Hay un aplauso nutrido, largo. Los clientes están felices, detenidos. ¿Por qué menospreciar a las audiencias?, nos preguntamos para respondernos: el control excesivo de los ambientes que en pos de Don Dinero supone el capitalismo, nos aleja diariamente de una realidad dura pero transparente. Algo así pensamos tomando té en una terraza de Pushkar, pueblo amado por backpackers interesados en la música electrónica, la marihuana y la creación de sus propios y asilados cotos. De pronto, una melodía crece a la distancia, se acerca. Bajamos a la calle. Es una boda. Amplificado con dos baterías de auto y un par de cornetas metálicas, el tecladito Casio de quien encabeza la procesión es frenético. Lo acompaña una banda con percusiones y alientos, después decenas de mujeres ataviadas con saris multicolores toleran nuestra intrusión en su cortejo. Así como aparecieron se extinguen repentinamente en una casa. Hacemos un recuento de momentos semejantes durante el viaje. Seis. En todos la música brillaba. Muy diferentes sonidos son los que, al fondo del llamado Templo de los Monos, regalan los monjes budistas de Katmandú. Nada los perturba. Sentados, están tocando grandes tambores, khanjeeras, platillos y cornos de grave aliento que en lentas espirales hipno-

tizan tanto o más que el mantra giratorio de la estupa. En esa pequeña sala se puede presenciar un concierto-rito que en otra circunstancia sólo interesaría a los amantes del free jazz. Aquí, sin embargo, ese oleaje denso produce paz e invita a la reflexión. Pero bueno, esto es Nepal. Hemos cruzado la frontera. Estamos entre tres gigantes: India, China y los Himalayas que nos separan del Tíbet. Así las cosas, en India pudimos escuchar música en la televisión, en algún templo, en la vera del río, en el aereopuerto, en fiestas callejeras, en un par de restaurantes… y se nos olvidaba: en el Chokhi Dhani, villa en Jaipur que apuesta por el turismo interno mostrando distintos escenarios con arte del Rajastán. En una sola de sus noches conocimos a numerosas bailarinas, percusionistas, armonistas y tocadores de shahanai. Se trata de un complejo que también es hotel, con veinticinco años de historia. Pero bueno, habría que pasar años en el país para medio entender sus códigos y acercarse un poco a su verdadera voz. Dicho esto, lectora, lector, nos quedamos con una última imagen, la de aquella niña que junto a su abuela presentaba un espectáculo con marionetas en un hotel de Khajuraho. Tocando el pakhavaj al tiempo que cantaba, nos permitió sentir la inercia de muchas generaciones entregadas a un oficio que borra a la persona, su vanidad, en favor de lo que hace. Una lección para quienes siempre firmamos las cosas. Sea con el pincel de un solo cabello sobre el mándala; con la gubia en la puerta de madera; con la piedra girando contra el mármol de Makrana; con los hilos de oro entrando en telares operados por ancianos o con las manos de esa niña golpeando las pieles del tambor a cambio de dinero, India muestra la más alta sensibilidad del ser humano y, siendo justos, también lo cerca que está de corromperse, de ensuciarse. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •

BEMOL SOSTENIDO

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arte y pensamiento ........

30 de marzo de 2014 • Número 995 • Jornada Semanal

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Jorge Moch

Verónica Murguía

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LGUNAS MUJERES SABEMOS QUE en el df una no se viste 1) con lo que tenga ganas de ponerse 2) lo que está de moda o le quede bien 3) lo que determine el clima. Si los shorts o los vestidos tipo camisón son usados en otras ciudades no hay que hacer caso, aunque el sol esté como para rostizar pollos. Ni la coquetería ni el gusto pueden resistir ciertas rutas. Las mujeres prácticas –escasas, es cierto– sabemos que lo mejor es vestirse de acuerdo con el transporte. Si se va a utilizar al pesero, lo ideal es usar pantalón y zapato bajo, cerrado por aquello de los pisotones. Abundan las valientes, generalmente menores de treinta años, que se aferran al tubo aunque se les suba la falda y que sortean los arrimones con la pericia de un surfer. Suben ágilmente, pasan el dinero, “se van haciendo para atrás”, como repite el chofer, tocan el timbre y bajan sin matarse. Es una odisea que se cumple varias veces al día. Yo jamás pude hacerlo. Además, aquellas que superamos esa edad no podemos andar de falda en el pesero a menos que sea larga, porque si no, vamos a andar enseñando las rodillas y después de los cuarenta es pésima idea. Hay dos modelos de rodillas femeninas postcuarenta: la cara de querubín en las regordetas y el garbanzo, en las flacas. Yo he padecido el garbanzo desde los doce años. Por eso, de joven, casi siempre, al sacar el vestido del clóset, me invadía una potente mezcla de pudor con pereza y lo devolvía a su lugar pensando “para la próxima”.“La próxima” no llegó casi nunca, pues la sola idea de bajarme del transporte que fuera, enseñar las rodillas y a lo mejor hasta el calzón, me quitaba el entusiasmo por la elegancia. A los cuarenta y dos hice una especie de donación de las vanidades y regalé todas las minifaldas, hasta las más discretas. La mayoría eran nuevas. El Metro y el Metrobús permiten un poco más de altura en el tacón y más variedad en la vestimenta y el largo de la falda. El taxi es comodísimo, pero si la pasajera es guapa y tiene buen cuerpo, deberá cerrarse el suéter o acomodarse una mascada, ya que casi siempre el taxista acomodará el espejo retrovisor para investigar y juzgar lo que haya de atractivo. O lo que no haya, como en mi caso. Ni en el coche se salva una de la mirada de rayos x de alguien. Generalmente será la del vendedor de chicles quien, aburrido, se asomará a ver, aunque el vidrio sea polarizado. No siempre se trata de lujuria: sospecho que es como un tic que no cede, espoleado por el tedio. Pero igual es molesto. Si por mí fuera, yo iría por la vida con un hábito franciscano, pero me parece de lo más irrespetuoso andar de fraile si una

es una descreída mal portada. Tengo un equivalente de modelo menos antiguo y grácil: pants, sudadera y unos tenis comodísimos, más feos que un diablo. Es como ponerse un traje de ninja, con poderes mágicos que me vuelven invisible. Y en este aspecto no me comporto como una chilanga. Soy, solamente, práctica y sin chiste. Las chilangas son arregladas. La mayoría de las mujeres con las que me cruzo hacen un esfuerzo por ir bonitas. Esto no es un rasgo exclusivo de clase social, edad, oficio o tipo físico. Cada quien según sus medios y su gusto. E independientemente de lo que nos parezca el resultado, lo digo sin pizca de ironía, ese impulso es agradecible. Se necesitan ánimo y bríos para andar de tacones y vestida con gracia en una ciudad tan tumultuosa e incómoda como ésta. Al mediodía veo pasar a las oficinistas, maestras, estudiantes, amas de casa. Cruzan las calles llenas de agujeros y caca de perro, sortean los coches que traen los capós calientes por el sol, sin prestar atención a las obscenidades babosas que algunos murmuran a su paso. Me acomplejan. Yo, de ninja y todo, me voy matando y pidiendo disculpas mientras me tropiezo y me pisotean. Sospecho que las razones por las que casi siempre ando ataviada con una versión pública de la pijama pertenecen a mi biografía, a la complicada relación que sostengo con mi cuerpo y la mirada ajena. No entiendo bien el asunto. Es una engañosa timidez, un merequetengue de paradojas. Lo que sí me queda claro es el respeto que me inspiran las mujeres que tienen que usar el transporte público durante horas para llegar a trabajar y que lo hacen con la mejor apariencia posible. La belleza que encarnan suele brillar como una ráfaga colorida y amable en calles y situaciones que, de otra forma, serían intolerables •

Los imbéciles

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RENDAMOS LA TELE. ALLÍ un programa. El título no importa, puede ser cualquier frase breve y descriptiva; De trancazo, La carcajada, Video extremo, Qué fuerte, cualquier estupidez del tipo. Escenografía de moda en los foros de hoy: luces atenuadas con filtro en color, un par de acentos en luz directa, algunas sombras para crear atmósfera cálida, bastidores simulados, algún desnivel. Poco paneo de cámara, traveling comedido y un par de ángulos picados, para dar sensación de amplitud. Sin mobiliario, porque los muebles son los –finjo generosidad con la definición de lo que sea que hacen allí– presentadores. Tres mujeres, no muy jóvenes, más o menos guapas, y un varón. Alguno de ellos, presume la televisora, ganó el Emy. Ahora vayamos al contenido. Mosaico de videos caseros, la mayoría estadu-

nidenses –y por ende ajenos a lo cotidiano en México–, un par de segmentos de reportaje sensacionalista del tipo “el vecino era caníbal y nunca lo supieron”. La inmensa mayoría de los segmentos de porrazos, accidentes y “rarezas” (el corderito de cinco patas, la víbora de dos cabezas) tomados sin ningún pudor, y desde luego sin pagar ni un peso en derechos de autor, de internet. Como quien dice, un programa hecho de contenidos pirata, y ni quien diga nada. Tratando de crear expec tación se nos anuncia que a continuación veremos un video “que se ha vuelto viral”, es decir, que descaradamente reproduce ahora la televisora sin costo, y aunque ya haya sido visto hasta el hartazgo por millones de internautas, de “un gatito que supera la adversidad”. Pensemos en esa afirmación imbécil: un gato carece de voluntad, tiene instinto, sí, y una muy rudimentaria inteligencia emocional, pero no un ejercicio propiamente volitivo del que pueda desprenderse un propósito, ni entendimiento de lo que es adverso. Encuentra, si acaso, cosas que estorban su camino y las sortea por reflejo: responde a un estímulo inmediato de su entorno. Aunque claro está que el desabrimiento epistemológico de la presentadora más o menos guapa no da ni de lejos para estas reflexiones; lo suyo, como en el gato, es más del estímulo inmediato que de la cavilación ontológica. Y en efecto, vemos un primer plano de un gato de un par de meses de edad con una malformación en las patas delanteras. La persona con la cámara –aunque por la mala calidad se infiere que la escena se filmó con un dispositivo como un teléfono celular–, hablándole en ese inglés tan gringo (kitty, kitty, kitty!) estimula al gatito a subir las escaleras persiguiendo un juguete. El animal, que por necesidad es bípedo, salta, se retuerce, mueve los muñones de aquellas patas malogradas, sube otro escalón mientras la voz lo anima: Good kitty! Corte a otra presentadora, plano medio, la cara seria, una ligera mueca introductoria que quiere demostrar empatía

pero supura condescendencia y entonces el rancio hedor de la moralina:“¿Vio usted al gatito?, ¡qué tal, ¿eh?, ésas son ganas de…” y aquí complete usted con el verbo de su elección: superar, mejorar, lograr cosas en la vida, etcétera. La secuencia quizá cierra ráfaga de repeticiones y algún efecto de sonido. Es decir, mierda. Mierda barata –más allá de los salarios que se paguen a los cuatro muebles que dicen presentar la porquería y las nimiedades de foro y producción, los contenidos, hay que insistir, son prácticamente gratis para la televisora. Mierda que millones de mexicanos sintonizan, felices, ajenos a sí, a su destino muchas veces cruel, mientras rumian borbotones publicitarios y esperan el siguiente video que, mañosamente, una de las casi guapas ha prometido como im-pre-sio-nan-te para cuando volvamos del corte. ¿Y la autoridad que vigila que los contenidos televisivos algo enaltezcan la machucada cultura del televidente?, allá, negociando espacios publicitarios y cotos de poder, o sea, a lo suyo, que es hacer dinero, cobrar “moches” y cuidar las frágiles espaldas de sus intereses de grupo. El segmento de hoy fue cortesía de tv Azteca como pudo ser de Televisa. Imbéciles los productores, pero imbéciles, también, sus pasivos televidentes receptores. Y mientras la cúpula de las telecomunicaciones sigue despachándose leyes a modo en sus enjuagues, transas y simulaciones, sigamos disfrutando de las benditas “ganas de superación” del pobre gatito tullido •

Fe de erratas Cabezalcubo 377 La semana pasada por un error se mencionó a elementos de la Secretaría de Marina implicados en hechos en realidad imputables a elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional. A nuestros lectores y a la Semar una sincera disculpa.

CABEZALCUBO

Fachosa, práctica y observadora

LAS RAYAS DE LA CEBRA

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch


Jornada Semanal • Número 995 • 30 de marzo de 2014

........ arte y pensamiento

Javier Sicilia

Luis Tovar

El poeta en la época del ruido

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I ALGO CARACTERIZA A nuestra época es el ruido, cuya expresión más brutal es la violencia. Ruido y violencia van de la mano. Son el anverso y el reverso del caos y de la pérdida de los significados. El ruido, al igual que la violencia, está en todas partes, incluso en las palabras. Llenos de ellas, que brotan como de un drenaje fracturado –nada es más viejo que el twitter de hace cinco segundos–, no tenemos tiempo de guardar silencio para sopesar sus significados. Quizá por eso la poesía, que es el lugar de la revelación, vive una profunda crisis. Los poetas, como nos lo muestra Alberto Blanco al analizar el sentido de la poesía a través de la hermosa y triste biografía de Black Elk –“un guerrero […] de la tribu Oglala Sioux”– son seres de visión. A ellos se les concede no sólo ver algo del sentido profundo de la vida, sino, una vez en posesión de esa visión, llevarla a la práctica del decir para que “la gente pueda [también] ver”. Sin embargo, antes de la visión hay algo sin lo cual, dice Blanco, el poeta no puede despertar “para recibir la visión”:“el llamado”. Aunque el llamado está allí, la única forma de escucharlo es, vuelvo a Blanco, dentro de un “espacio de profundo silencio que permita comprender eso que lo desconocido quiere decir […] Sin ese espacio de recogimiento y atención es imposible escuchar nada que no sea el ruido de la mente y del mundo. Imposible captar las señales que, por más que se encuentren disponibles aquí y ahora, requieren para ser entendidas de la disposición correcta, de la más sincera receptividad”. Sin embargo, en una época donde a causa del ruido y del parloteo sin fin, el silencio es visto como una realidad negativa, ¿es posible encontrar un lugar para esa “disposición correcta”? Siempre he creído que para que la ética –el silencio forma parte de ella– pueda adquirir realidad, es necesario un lugar, un suelo. Un monje, por ejemplo, puede preservar su castidad porque vive dentro de un lugar –el monasterio–que le da las condiciones para vivirla. Si a ese monje lo trasplantáramos al centro de una orgía, su disposición interior para la castidad quedaría distorsionada, imposibilitándolo casi para vivirla. Al poeta le sucede lo mismo. Sin un suelo que le permita el silencio, es difícil que el llamado a la visión se cumpla plenamente. No quiero decir con ello que la visión no se dé, quiero apuntar simplemente que esa visión no es ya tan prístina como la que señala Black Elk o como a la que podían acceder los poetas en épocas menos ruidosas. Imposibilitado a fuerza del ruido de los coches, de la radio, de la televisión, de la prensa, de los celulares o

del ruido silencioso de los twitters, de internet, del Facebook y sus ausencias de vacíos –formas gráficas del silencio; rodeado de una violencia brutal, el poeta sólo puede mirar o escuchar la revelación de manera distorsionada, como un miope al que se le hubieran roto los lentes o como un buzo al que le llegara la señal del exterior a través de un radio lleno de estática. Quizá, por eso, el lenguaje de los poetas se va haciendo cada vez más oscuro, más reducido a guetos privados, menos dotado para tocar a un mundo incapaz de silencio. Distorsionada la visión, a fuerza de ruido, las palabras del poeta van perdiendo también su poder de revelación, su capacidad para hacer que los otros vean. “En comparación –dice Georges Steiner– con las realidades de guerra y opresión que nos rodean, las más sombrías fantasías de los poetas –yo diría, las más claras de sus revelaciones– quedan reducidas a una escala de terror –o de revelación– privado o artificial. En Las troyanas [una época en donde aún había silencio] Eurípides poseía la autoridad poética para comunicar al público ateniense la injusticia del saqueo de Melos, para comunicarlo y reprocharlo.” Aún había una proporción entre la realidad, la visión y la palabra. Me pregunto si todavía el poeta podrá algún día encontrar el lugar, el suelo, que le permita encontrar el silencio donde la visión pueda aclararse y encontrar de nuevo la palabra. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco- cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón •

Guadalajara 29 (i de ii)

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LGUIEN DIJO POR AHÍ, hace tiempo y muy acertadamente, que un festival de cine es como un baile: tú eliges cuántas y cuáles piezas bailas, y sólo hay dos cosas de las que puedes estar seguro: es imposible bailarlas todas y no sabes, hasta que has bailado, si estuvo bien o estuvo mal. Lo que sigue es una mirada breve a las piezas que, a mitad del xxix Festival Internacional de Cine en Guadalajara (ficg), le ha tocado bailar a este juntapalabras. El pegote que alguien se sintió obligado a ponerle al título, a resultas de lo cual en español el filme se llama Gabrielle, sin miedo a vivir (Gabrielle, Louise Archambault, Canadá, 2013), ya da bastante indicación del tono dominante en lo que habrá de verse, de optimismo a pesar de cualquier pesar, aunque a decir verdad las penas

Gabrielle

en la trama son más bien pocas y ligeras o, mejor dicho, leve y sin mayor profundidad es la manera de abordarlas, como quizá no podría ser de otro modo tratándose, como se trata, de una cineasta muy joven y, por lo tanto, quizá demasiado cercana, cronológica y emocionalmente hablando, a su personaje protagónico: una mujer de veintidós años que padece síndrome de Williams. Esto último, es decir esa aparentemente irrenunciable “corrección ética” que Todomundo espera en el abordaje de la problemática derivada de la oposición entre el mundo de los normales y el de quienes no lo son en términos estrictamente clínico-fisiológicos y neuronales, hace obvias la ligereza de un tratamiento cómodo, más que amable, las sonrisas satisfechas cuando las luces de la sala se han encendido, y la sensación de que ni la eficacia formal y narrativa de la cinta, ni sus tres o cuatro momentos dramáticos bien alcanzados, la sacan de una medianía que deja, como argumento único para que ésta haya sido la función inaugural del ficg, el hecho de ser la de Quebec la cinematografía invitada este año. La fórmula del doctor Funes (José Buil, México, 2013). Está basada en un cuento de Francisco Hinojosa, abundoso y reconocido autor mexicano de literatura infantil, pero lo cierto es que uno solo es el instante en el que el autor de La peor señora del mundo puede ser bien apreciado a lo largo del filme entero: cuando hace un cameo, de derecha a izquierda en la pantalla, en una escena sin mayor trascendencia argumental. No es que Buil haya trastocado la historia original, ni que haya ido demasiado lejos al poner, necesariamente, de su cosecha, y de seguro el propio Hinojosa declinaría todo género de reclamos al ver la suerte cinematográfica que ha corrido algo suyo, pero la película padece, de principio a fin, de cierto cáncer al que debería temer toda ficción que se respete: jamás deja uno de ser consciente, mientras la ve, de que se está haciendo una película, que alguien dijo “acción” y más adelante “corte”, contra lo cual no ayuda, sino todo lo contrario, que el protagonista sea simul-

táneamente narrador en off; que el diseño de producción sea tan recargado que, entre otros males, uno acaba viendo más la ropa que visten los actores que a los actores mismos; ni tampoco que el tono histriónico parezca obedecer a cierta y obvia intención de dirigirse al público infantil, cuando lo obtenido es más bien puerilizante; pero sobre todo, no ayuda que ciertas coyunturas argumentales, algunas cruciales y otras de mero trámite, hayan sido resueltas sin asomo de eficacia, si lo que se buscaba era –y se supone que debería ser– que el espectador entrara gustoso en el clásico pacto de suspensión de la realidad, máxime tratándose de un cuento fantástico, doblemente si, además de fantástico, el cuento es infantil. La del doctor Funes, en pantalla, resultó ser una fórmula fallida, para infortunio colectivo cuando tan escasos andamos por estos pagos en la producción de cine para público infantil. La mejor respuesta podría ser “para nada”, pero si para algo sirviera una película como Panic 5 ravo (Kuno Becker, México, 2013) es para demostrar que sí hay alguien capaz de mezclar superficialidad y tremendismo, en idénticas y elevadas cantidades, y no sólo no sentir empacho por la comisión de tamaño despropósito sino, incluso, experimentar orgullo y pavonearlo. A Becker, el perpetrador de esta cosa que cuando no mueve a risa burlona lo hace más bien a perplejidad con ribetes de exasperación, le pareció bien debutar como cineasta –es un decir– contando una historia de paramédicos estadunidenses en la frontera con México, que se quería hiperreal pero no pasa del amarillismo ensangrentado típico del más pobre de los cientos de home videos que sobre el narco y sus horrores abundan desde hace años. Alguien preguntó por ahí, con curiosidad sincera, por qué resulta que ahora el farandulero Becker hace cine; lo único que este ponepuntos pudo responder fue “porque tiene dinero para hacerlo, o lo consigue”, que es un modo de decir que le falta todo lo otro, aparte de billetes, que se necesita para hacer cine • (Continuará.)

CINEXCUSAS

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CASA SOSEGADA

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ensayo

1.

Octavio Paz es fundamentalmente poeta. Aun en sus ensayos, la capacidad de condensación, la precisión de la palabra y la fuerza lírica nos están mostrando al poeta. 2. Se discute ociosamente si Octavio fue un poeta del pensamiento y no un poeta de la emoción. Basta con el momento de Madrid 1937 de “Piedra de sol”, con el “Nocturno de San Ildefonso” y con “Pasado en claro” para demostrar que la emoción más genuina y dolorosa está presente en la poesía de Paz. Recordemos la definición diazmironiana, tal vez un poco pomposa, pero muy eficaz si la ubicamos en su tiempo: “Poesía, pugna sagrada, radioso arcángel de ardiente espada. Tre s h e ro í s m o s e n c o n j u n c i ó n : e l heroísmo del pensamiento, el heroísmo del sentimiento y el heroísmo de la expresión.” La filosofía y la poesía se unen en un momento sagrado, o en uno de esos instantes de “música callada”. Tenía razón w . b . Yeats cuando afirmaba que “lo que permanece de la filosofía es lo que se ha poetizado”. 3. Entré al mundo de la poesía de Octavio Paz por la puerta de Libertad bajo palabra y, en particular, por “Piedra de sol”. Desde entonces seguí sus pasos y admiré y, al mismo tiempo, traté de escapar de su poderosa influencia, del vigor inusitado de sus poemas, de su forma tan personal de decir las cosas, de sus influencias ‒desde San Juan de la Cruz hasta los surrealistas‒, perfectamente asimiladas y convertidas en carne de la carne y en sangre de la sangre del poema. 4. Las influencias son muchas y fácilmente localizables, pero, como Juan Ramón Jiménez, cuando le preguntaban qué poetas habían influido en su obra, contestaba: “Toda la poesía universal.” 5. Esa universalidad lo lleva a acercarse a todas las culturas. Su fascinación por el Oriente, particularmente India, le entrega las cuentas exactas de Ladera este, así como las traducciones de Wang Wei y de otros poetas orientales. 6. Es el gran ordenador de la poesía moderna mexicana. Sus comentarios sobre los Contemporáneos desmitifican y al mismo tiempo consagran a ese grupo sin grupo que nos llevó a la modernidad y superó nuestro atraso cultural. Su ensayo sobre López Velarde en Cuadrivio es una rica reflexión sobre un gran poeta y su tiempo histórico. Después de Villaurrutia, es Octavio el que da las opiniones definitivas sobre la poesía de nuestro padre soltero.

30 de marzo de 2014 • Número 995 • Jornada Semanal

7. La poesía de Paz, por una parte, festeja al mundo y a los alimentos terrenales y, por otra, anuncia la presencia de la muerte. El Tlatoani de Texcoco y la Edad Media española se asoman detrás de esa vertiente paziana. “Fratelli a un tempo stesso, Amore e Morte/Ingeneró la sorte”, decía Leopardi. Paz nos dice que somos

Ilustración de Juan G. Puga

Diez aspectos de la poesía de Octavio Paz Hugo Gutiérrez Vega

hombres y duramos poco, pero como el poeta es, a su manera, el profeta de la tribu o el payaso de las bofetadas (Andreiev dixit), un dios desconocido lo deletrea y su estrella brilla en el corazón de la noche. 8. El “Canto a un dios mineral”, de Cuesta; “Muerte sin fin”, de Gorostiza; “Décima muerte”, de Villaurrutia; “Sinbad el varado”, de Owen; “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”, de Jaime Sabines y “Piedra de sol”, de Octavio Paz son los grandes poemas largos del siglo xx mexicano. “Piedra del sol” tiene un lazo misterioso que lo une al “Primero sueño”, de Sor Juana Inés de la Cruz, poetisa que Octavio estudia con brillantez deslumbradora en Las trampas de la fe. 9. El amor por el silencio (cualidad musical) en Paz dura poco, pues sabe que necesita de la palabra y, por lo tanto, la perfecciona y la enriquece con un estilo personal, con una clara manera de decir las cosas. “En el principio era el verbo”, pero el silencio (“la soledad sonora”) le son consubstanciales y le imponen las obligaciones de la exactitud y de la perfección. Por eso el conjunto de endecasílabos de “Piedra del sol” es un milagro poético y uno de los grandes momentos de la lengua. San Juan de la Cruz, Lope, Quevedo, Sor Juana y don Jorge Manrique muestran sus rostros para ejercer una presencia espiritual en el poema de Paz. Sigo aferrado a la idea de que “Piedra del sol” es un milagro y, por lo mismo, el poema central de la obra de Octavio. 10. Lo recuerdo: caminábamos juntos, yo con el vestuario de Rappaccini, por los senderos del bosque que rodea a la Casa del Lago, hablando de escritores franceses. Martin du Gard, Jules Romains, Giono, Mauriac, Claudel, Duhamel, cuando lo interrumpí para decirle que su única pieza dramática, La hija de Rappaccini, era un poema en prosa enriquecido por los diálogos. De esa manera, el poeta estaba también en su teatro. “Dentro, sumergidas, están las palabras y el poeta es un buzo que busca a esos peces fugaces y los hombres comunes sólo son náufragos a la deriva.” Esos naufragios forman parte de la aventura ‒en la que va la vida del poeta‒ de la poesía. En esta búsqueda nos sigue guiando Octavio Paz. Leámoslo, discutamos con él. Evitemos las petrificaciones, las estatuas con ojos que miran hacia dentro. Está vivo y su opiniones y sus provocaciones, sus teorías sobre el poema y los poemas mismos, lo mantienen vivo y presente en la cultura mexicana y en la poesía contemporánea del mundo •

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