La Jornada Semanal

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M iguel Á ngel F lores

C l a u d e l

a t e n a l P

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 6 de abril de 2014 ■ Núm. 996 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Presencia de Luis Villoro: una entrevista inédita y un ensayo de Luis Hernández Navarro El arte poliédrico de R oberto M ontenegro


de asombros

bazar T

Son enormes la presencia e influencia de Paul Claudel (1868-1955) no sólo en el vasto panorama de las letras francesas sino en el de la poesía en general. Traducido por primera vez en México por Efraín González Luna –”La anunciación a María” y “El Viacrucis”, entre otras obras–, uno de los seguidores de la forma versicular de Claudel fue José Carlos Becerra. Discípulo

Hugo Gutiérrez Vega TOMÓCHIC Y LOS MILENARISMOS (V de VI)

o m ó c h i c tuvo cinco ediciones. La primera

novela de la Revolución describieron el panorama de

anónima y a par tir de la segunda ya con el

desigualdad y de control policíaco y militar del Méxi­

nombre de su autor. Heriberto Frías es fun­

co de Díaz: la prostituta de Santa, de Gamboa, es una

damentalmente periodista, pero su estilo de narrar

víctima de la situación social, y los personajes de

muestra innovaciones formales muy importantes

La bola y El cuarto poder, de Rabasa, anunciaban ya la

para la época.

inquietud que brotaba de las condiciones sociales y

Los personajes reales de la novela hablan como

del autoritarismo que el viejo dictador imponía con

los campesinos chihuahuenses; los acontecimientos

mano dura y, al mismo tiempo, con astucia. Recuer­

son descritos con veracidad impecable y Teresa Urrea

den ustedes que cuando veía una crítica a su política

es objeto de un análisis que incluye aspectos de gran

en los periódicos, investigaba los datos del autor y

fuerza lírica. Martínez Assad nos dice que la prédica

llamaba al ministro de Hacienda para decirle escue­

de Teresa Urrea influyó determinantemente en el

tamente: “Ese gallo quere maiz.” Frías fue desde joven

noroeste de México y fue invocada por todos los mo­

un lector infatigable de poesía y de narrativa. Esas

vimientos de carácter sedicioso. Teresa fue “una víc­

lecturas afinaron su estilo que sufrió constantes cam­

tima del Estado hereje y enemigo de la verdadera re­

bios debidos, en buena medida, a lo tormentoso de

ligión”, como af irmaban los tomochitecos. Fue expulsada de Cabora y se fue a radicar a Nogales, en donde murió. Este personaje tiene una fuerza especial y es, sin la menor duda, uno de los más contrastados y discutidos de la novela de la Revolución. Ya he mencionado algunas de las novelas de Frías.

de Mallarmé, prolífico drama-

Me faltan sus artículos de tema político y creo que no

turgo, ensayista y diplomático,

se ha hecho la compilación definitiva de sus cuentos

pero sobre todo poeta, el autor

y poemas líricos. Han estudiado su obra James Brown,

de Cinco grandes odas siempre

John Brushwood, José Ferrel, Luis Lara Pardo, Raúl

ha significado un enigma para críticos y analistas. Aquí,

Rangel Frías y María Esther Montanaro. Su novela prin­ cipal se lee en las escuelas, pero no ha sido analizada suficientemente y su valoración no es del todo pre­

Monumento a los hombres, mujeres y niños del pueblo de Tomóchic, Chihuahua

Miguel Ángel Flores revisa

cisa. Tomóchic es una novela pionera, un testimonio

algunos aspectos de su vida y su

fiel y valiente, un ejercicio de prosa narrativa, pero

su vida, a la situación de su vista y a su afición desme­

sobre todo un acto de compasión y de solidaridad.

dida por los paraísos artificiales. La vida de Frías es

obra, para acompañar una brevísima muestra de la poesía perdurable de este autor

La novela emblemática de Heriberto Frías, como

una de sus mejores y más angustiosas novelas. Sin

la Numancia, de Cervantes, el Canudos, de Da Cunha,

embargo, todo indica que encontraba en la escritura

recupera la imagen de una comunidad destruida por

su razón de vivir y sus momentos dorados. Así lo de­

francés. Publicamos además

el odio y por la violencia institucional. Frías no era un

muestran sus novelas, en las que no oculta sus sim­

una entrevista inédita hecha

escritor improvisado. El periodismo le dio agilidad y

patías y diferencias, en las que emprende el ataque

por Carlos Oliva y un ensayo de

naturalidad en el manejo de las palabras y siempre

en contra de Redo, gobernador de Sinaloa, los caci­

Luis Hernández Navarro sobre

mantuvo su voluntad de estilo. Guiado por Zola y por

ques políticos de ese estado y sobre todo “su bestia

los naturalistas franceses, influenciado por Gamboa,

negra”, el presidente Carranza. No se trata de desaho­

Rabasa y López Portillo y Rojas, construyó sus perso­

gos elementales, sino de diatribas bien compuestas

el recientemente fallecido filósofo mexicano Luis Villoro.

najes con base en la realidad inmediata, reseñó sus acciones y, gracias a su malicia formal, dio interés y

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

movimiento, así como fuerza lírica, a las distintas eta­ pas del acontecimiento reseñado. Los pioneros de la

y bien aderezadas •

(Continuará.) jornadasem@jornada.com.mx

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Portada: Paul Louis Charles

Ilustración de Gabriela Podestá

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh­t émoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­ tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor­nada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/ SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

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Jornada Semanal • Número 996 • 6 de abril de 2014

Charco de tormenta Salvador Castañeda

S

abe bien dónde se encuentra la entrada. Desde donde vive puede ver ‒por la noche‒ la rendija luminosa de la puerta. Nunca ha pasado por ella y ahora tratará de hacerlo, así que, flexionando las patas, se metió recelosa a través de la hendidura que separa al piso de loseta y la hoja de la puerta. No tenía más alternativa. Hoy ha sido un día especialmente acuoso y relampagueante. La humedad se filtra por las paredes y los ladrillos supuran salitre. Llegó desde la oscuridad de afuera. Adentro, encandilada, a tra­ mos cortos avanza con movimientos aparatosos al tiempo que se apropia del espacio y los ob­ jetos con su mirada múl­ tiple. Tras ella, por la misma grieta, podían verse unos ojillos sal­ tones escudriñando con premura la claridad encerrada. Algunas patas dentadas cual serruchos, con esfuerzos se estiraban co­ mo para alcanzar algo adentro y sacarlo o afianzarse de cualquier cosa para entrar. Varias antenas escrutaban el interior con movi­ mientos jeroglíficos en el vacío. Sus persecutores estaban afuera. Es negra como una porción de la noche. Sus patas largas y del­ gadas agrandan su vientre boludo que se agita como fuelle. Parece temblar, jadea y siente un gran alivio de salvación. La obstinación de la llu­ via descompone el escenario del jardín y la fauna queda en estado de emergencia. La mis­ ma agua pareciera que también hace esfuerzos por protegerse de sí, trata de meterse, sólo que le resulta más difícil que a los demás porque, para conseguirlo, antes debe ahogar las jergas de la entrada. El sistema de túneles en el jardín utilizados para evacuadas rápidas se diluviaron. Las hormi­ gas perdieron sus larvas, los cara de niño quedaron flotando ahogados, las lombrices culebreaban para no hundirse; por otro lado los gusanos agrimensores no lograban di­ mensionar el tamaño del diluvio y hacían esfuerzos por alcanzar la orilla de lo que fuera y salvarse. Protegiéndose uno de sus flancos con la pared, el pedacito oscuro se adelantó y dejó atrás un diminuto charco de tormenta que espejea­ ba al reflejar la luz de las lámparas. Se detuvo en un rincón y de pron­ to quedó completamente inmóvil frente a mí por un instante. Luego fue hacia la izquierda cubriéndose el mismo lado. Por la pantalla del televisor seguían desfilando imágenes de ex­ plosiones a colores, llamaradas y personajes por los aires. Los buenos

perseguían a los malos (por lo general feos y grasosos). La Negra siguió acercándose amenazado­ ra. Se movía brincoteando lo mismo que una maraña de alambres. Sus enemigos la traían de encargo desde hacía tiempo. Sabían que los aguaceros estaban por llegar, que se hallaban cerca y que al igual que harían todos evacuaría la zona, así que estuvieron aguardando bajo la lluvia un buen rato para luego caerle encima y de una vez por todas cobrarse lo que les debía. Los grillos albos perdieron a uno de sus hermanos, La Negra de vien­ tre boludo lo disecó chupándole toda la sustancia, no lo hizo trizas, lo dejó de cuerpo entero pero seco y transparente. Cuando en ese tiempo lo en­ contraron sus hermanos, trataron de rescatar sus restos pero el viento los arrastró lejos. Arrellanado en el sillón individual bajé los pies del taburete donde descansaban, y ella quedó petrifica­ da pendiente de mis movimientos, mirándome fijo con su racimo de ojillos sin párpados, sin mover un solo músculo. No le vi buenas intenciones, pensé que era muy posible que en cual­ quier momento saltaría sobre mí sin darme tiempo de nada. Encimados en el abdomen y sobre la espalda cargaba con sus treinta de familia, envueltos de oscuridad igual que su mamá. Me incorporé lentamente, lo más lento que pude, con movimientos flo­ tantes, y al tiempo ella pareció acomodarse para tomar impulso. Co­ mo sincronizados los dos en la misma frecuencia presioné la válvula y la rocié. Al mismo tiempo le dio por dar saltos aparatosos como si brincara con patas de resortes haciendo machincuepas y una escan­ dalera con sus volteretas. Los de su camada cayeron al suelo sin poder ir más lejos. Al poco tiempo nadie se movía, quedaron panza arriba con sus patas encogidas. En la pantalla los buenos esposaban a los feos y malos en tanto es­ cuchaban la recitación de sus derechos. Casa y jardín hizo lo que tenía que hacer • Ilustración de Marga Peña


6 de abril de 2014 • Número 996 • Jornada Semanal

-P

ermítame comenzar recordando que usted ha dicho, en su libro El poder y el valor: “Ninguna época en la historia de Occidente mostró mayor confianza en el dominio de la razón que los dos últimos siglos. Nuestros tiempos no podrían entenderse sin el proyecto histórico de romper con la dominación y la miseria y de alcanzar, por fin, una sociedad liberada y racional, digna del hombre.” Sin embargo, más adelante, señala: “ninguna época conoció el mal en una dimensión tan amplia”, y concluye: los “intentos por transformar la sociedad desde proyectos racionales parecen haber fracasado.” ¿Cómo es posible tal paradoja?

‒La civilización es el producto de una ambigüe­ dad. Por una parte es la realización que tiende a la ejecución de ciertos valores fundamentales, que son caros al hombre, pero, por otra parte, la civilización está corrompida todo el tiempo por la tentación del fracaso y del mal. Eso es Freud y creo que tenía ra­ zón en eso.

entrevista con Luis Villoro Carlos Oliva Mendoza

poco después de haber sufrido Villoro una recaída

en su estado de salud. Era preciso preguntar

despacio y esperar largo tiempo las respuestas.

Al cerrar los ojos, Villoro se narraba la respuesta y,

–Ahora, cuando parecen haber fracasado los proyectos utópicos y racionales, parece que lo que queda es el conformismo, el desencanto o el cinismo. Y, sin embargo, usted ha señalado que queda la posibilidad de “una reflexión renovada”...

una sola forma, que el lenguaje tiene una infinita y

‒Que rompa ese cinismo, que rompa ese confor­ mismo y que siga, de pronto, con la posibilidad de ir por un camino hacia valores e ideales renovados. Esa posibilidad siempre está en el hombre, en toda civilización.

Las respuestas que daba Villoro eran, en alguna

–¿Es una reflexión que tiene que romper con las formas de reflexión del occidente moderno?

una vez alcanzado el argumento, respondía. Así se

hacía evidente que el lenguaje y el pensamiento son compleja diversidad al jugar con el pensamiento.

medida, diferentes de las que creaba, en silencio, en

un primer momento. Algo se perdía pero, en rigor, siempre hay algo perdido en los múltiples juegos del pensamiento y del lenguaje, en las múltiples traiciones y milagros de la memoria. El filósofo

hacía un doble esfuerzo: crear un argumento y, a

través de la memoria, hacerlo público. La entrevista concluyó antes de lo previsto, pues Villoro se

veía agotado. El plan era intentar que siguiera

pensando en algo que podría considerarse como el

centro neurálgico de su pensamiento: el poder erótico de la inteligencia y su despliegue en la

razón, en la comunidad, en la historia e, incluso,

en el silencio. La entrevista no fue hasta ese punto,

pero en las respuestas se intuye lo anterior. Ahí radica la increíble potencia de un pensador que

sorteó la tragedia que engendra toda razón con el

filo luminoso, y no pocas veces cruel, del erotismo.

valores que serían compartibles por todos. Y esto permite establecer formas de gobierno que noso­ tros llamamos democracia y formas de valores que llamamos justicia. –¿Esta apertura del ego acontece cotidianamente en las relaciones...

‒No acontece, desgraciadamente, en las relacio­ nes efectivas porque hay ahí una dicotomía entre la marcha hacia los valores y el poder efectivo. Esta relación entre el poder y el valor es la que trato en el libro del mismo nombre. –Siempre he pensado que se puede seguir su obra en dos vías. Por un lado, el tema de la alteridad y la justicia y, por el otro, el tema de la comunidad y del silencio. Pero me parece que esos dos polos se confrontan, y no sólo argumentativamente, sino en sus estilos y anhelos. Voy a acudir a una cita de la edición de 1982 de Creer, saber y conocer: “Más allá del rui-

Inteligen

Realizada en 2006 y publicada de manera

parcial ese mismo año, esta entrevista tuvo lugar

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‒Yo no creo en la modernidad. Me parece que la modernidad es un mito. Toda cultura tiene el mismo valor. Y hay culturas que no son lo que nosotros lla­ mamos cultura occidental y moderna que tienen valores, a veces muy superiores a los de la moderni­ dad occidental, me parece a mí. La modernidad es un mito. Yo no soy adepto a esta reflexión de los llama­ dos postmodernos, que no sé qué son. Y yo creo que la reflexión filosófica ha sido siempre postmoderna. Está más allá de la época histórica de la modernidad. –Usted ha dicho que hay un erotismo en toda ética. La idea que usted ha acotado como descubrir el verdadero yo en la negación del apego de sí mismo o “realizarse a sí mismo por la afirmación del otro”. ¿Cómo funciona tal pulsión erótica en el pensamiento?

‒Esto que usted anotó, y le agradezco que haya anotado estas ideas, se refiere a la pulsión para abandonar el yo mismo, el ego y buscar al otro. Y es lo que da lugar a la interculturalidad. Es una pul­ sión para abandonar el cerco egoísta del sí mismo e ir hacia el otro. Esa es la raíz del erotismo. Y esto da lugar a la democracia y a la justicia, que no son sino manifestaciones de la apertura del ego hacia

do cotidiano, más allá de tráfago aparente, el sabio pregunta por el sentido y el valor último de las cosas; en el silencio, en la quietud de la naturaleza, intenta escuchar la voz profunda de la creación.” ¿Es posible tal escucha?

‒No sólo es posible, es necesario en la medida en que esa voz de la creación se haga oír, dejando a un lado los intereses personales y egoístas que se opo­ nen a oírla. La voz de la creación puede ser oída en el momento en que abandonamos el apego a nosotros mismos. Esta es una posibilidad de una ética supe­ rior. Oír esa voz es la posibilidad de abandonarnos un momento, por lo menos, y quedar abiertos a esa voz superior. –En La mezquita azul usted escribió: “Nadie se ha movido. Los fieles sólo se inclinan o alzan la cabeza, atentos a la plegaria. Pese a la pequeña valla que me separa de ellos, siento que somos uno [...] Soy musulmán, budista, cristiano, y no soy de religión alguna. Ahora todos somos una sola voz que se eleva como las flechas de los minaretes. Sé que soy uno de tantos, pequeño, insignificante en el mar de la humanidad en alabanza que en todos los tiempos se ha elevado a lo sagrado. Mi voz se confunde con todas las voces de todos los hombres. En la humanidad entera que una y otra vez atraviesa otro espacio hacia una plenitud otra. Pero mi vanidad está aún presente. Me miro a mí mismo y registro mis palabras. Me percato que pienso en lo que iré, tal vez, a escribir sobre este momento. Entonces ruego: ‘Permite que se aleje mi orgullo, que se destruya mi inmensa vanidad, que se borre por fin mi egoísmo’”. No parece ser alcanzable de forma racional esta ética superior a la que usted se refiere. ¿Acaso no hacen colisión las formas racionales y normativas con aquellas otras formas, el ruego, la confesión, el silencio, la renuncia? ¿O acaso se pueden imbricar ambas formas éticas?


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‒Lo que usted ha leído, esa parte de un ensayo mío, tiene una raíz profundamente emotiva. Y la ética, creo yo, tiene como raíz, también, una enorme emotividad. Yo no concibo la ética sin esa enorme emo­ tividad que está mucho más allá de una razón. ¿Qué entendemos por razón? Lo que generalmente se suele entender está ligado a la posibilidad de acer­ carse a la verdad, mediante el ejercicio de la razón, acercarse poco a poco a la verdad. Y esto que usted leyó me parece que es otra manera de ver la verdad. La verdad está ligada a las emociones, a la posibili­ dad de comprender la vida en su totalidad, de com­ prenderla a partir de la emoción y no sólo de la razón. –¿Son esas formas morales y emotivas las que rigen la vida cotidiana o son realmente cálculos racionales los que rigen nuestro entorno cotidiano?

‒No sé. No lo sé. Ese es un gran misterio. No pue­ do contestar esa pregunta.

cia,

voz interrogada dad de acercarme al otro, que era el indígena, des­ de mi punto de vista, de una forma que superara mi propio cerco individual. Esto que estoy dicien­ do es una experiencia personal. Porque yo creo que la reflexión filosófica siempre tiene como úl­ tima raíz experiencias personales, vividas. Expe­ riencias que si son vividas intensamente vuelven más fuerte la manera racional en que tratamos de vivir con ellas. Entonces creo que estas experien­ cias personales son las que no se borran en toda la vida y son las que dan lugar, luego, al razona­ miento. Yo no creo en una razón separada de es­ tas vivencias emotivas, personales. La razón es el desarrollo y la expresión, mediante categorías rígidas y racionales, de las experiencias vividas, me parece a mí.

movimiento indígena. Es por el ejercicio de la re­ sistencia que se puede lograr la convivencia con otros valores. Es lo que demuestra ahora, por ejem­ plo, el subcomandante Marcos. La resistencia es lo que nos permite tener valores de convivencia in­ tercultural.

–Creo que preguntarse en este momento si hay cabida para los pueblos indios en México es incorrecto,

‒Sí, se manifiesta como resistencia porque el po­ der está basado en una división de clases. Yo no soy

–Díganos algo de la crítica radical que hace el movimiento indígena a la democracia representativa.

‒Tienen toda la razón. La democracia represen­ tativa es una división, usted sabe. La democracia comunitaria es real. Es una democracia que, claro, está limitada a ciertos poderes, pero supera a la de­ mocracia representativa moderna. –Y, sin embargo, aunque entraña valores superiores se tiene que manifestar como resistencia.

erotismo y razón

Luis Villoro en su casa de la colonia Guadalupe Inn, el 10 de julio de 2007. Fotos: José Antonio López/ La Jornada

–Hace cincuenta y seis que usted escribió Los grandes momentos del indigenismo en México. ¿Qué piensa ahora de ese libro?

‒Ese libro nació de una emoción mía, muy fuer­ te, y de un razonamiento también muy fuerte. Del impacto que habían tenido en ciertas experiencias de mi infancia sobre la miseria y el abatimiento de las comunidades indígenas y sobre su profunda sabiduría. Yo, que no soy indígena, tuve siempre la sensación de que había un valor y una posibili­

por decir lo menos. Son pueblos que están ahí de múltiples formas. Ahora, ¿es suficiente el imaginario nacional que tenemos para convivir todos los pueblos que habitamos en el Estado o la estructura del Estado tiene que variar?

‒Tiene que variar la estructura del Estado, tiene que realizarse un cambio radical en la estructura de la sociedad para que esto sea posible; pero esto no es posible más que mediante la lucha y el ejer­ cicio de la resistencia. Es lo que nos ha mostrado el

marxista, pero en esto el marxismo tiene toda la ra­ zón. Una división de clases que establece un domi­ nio de una clase sobre otra, etcétera. Y esa es la de­ mocracia representativa que vivimos en México, desgraciadamente, una división de clases muy fuer­ te, que bueno, lo estamos viendo en todo momento en la política. –Y un profundo racismo.

‒Claro, por supuesto… un profundo racismo… •


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Luis Villoro y la

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Luis Hernández Navarro

“E

l próximo siglo será de los pueblos indios”, di­ jo esa mañana el sacerdote jesuita Ricardo Ro­ bles, protegido por la sombra de la enorme cei­ ba de La Realidad, cuando aún faltaban cinco años para entrar en él. “Su visión del mundo ‒con­ tinuó‒, sus valores, abrirán una nueva era.” El Ronco, como le decían sus amigos, que había pasado muchos años viviendo entre los rarámuris hasta el punto de convertirse en uno de ellos, charlaba en esa ocasión con Luis Villoro, Gilberto López y Rivas y varios dirigentes indígenas, a la espera de un en­ cuentro con la comandancia del ezln . Por distintas razones y desde diferentes ángulos, su predicción era compartida por la mayoría de los presentes, Villoro en primer lugar. El levantamiento zapatista de enero de 1994 había descarrilado el pro­ yecto de modernización autoritaria y excluyente de Carlos Salinas, había hecho renacer la esperanza en un otro mundo y estimulado un amplio debate sobre el futuro del país. En esa reflexión los pueblos origi­ narios desempeñaban un papel central. Sin embargo, no todo mundo compartía ese opti­ mismo ni, mucho menos, esa empatía hacia los rebel­ des del sureste mexicano. En la controversia nacional que emergió desde el primero de enero de 1994 aflo­ raron todo tipo de prejuicios antiindios, muchos de ellos presentes desde hace siglos. Con harta frecuen­ cia, los detractores de la lucha indígena se montaron en el carrusel de la soberbia y la ignorancia. Afirma­ ron, con virulencia y desconocimiento, que recono­ cer derechos a las etnias balcanizaría al país, refor­ zaría el poder de los caciques locales y legalizaría fueros y privilegios. Aseguraron que se pretendía es­ tablecer en México reservaciones como las de los in­ dios estadunidenses. Denunciaron que se buscaba legalizar los vestigios de un pasado antidemocrático. Las negativas a reconocer derechos a los pueblos originarios provinieron de todos los frentes. Políti­

cos, abogados, académicos, salieron a enfrentar lo que juzgaban era un ataque a la integridad nacional y un retroceso de la frágil democracia mexicana. Universitarios como Roger Bartra aseguraron que “las culturas indígenas son apenas un conjunto de ruinas étnicas que ha quedado después de que la modernización destrozó y liquidó lo mejor de las tradiciones indígenas”. En esa discusión, Luis Villoro desempeñó un pa­ pel medular. Junto a dirigentes indígenas e inte­ lectuales como Pablo González Casanova y Alfredo López Austin, puso su autoridad política al servicio de la causa indígena y, con paciencia, trató de expli­ car los equívocos de sus detractores. El filósofo conocía a detalle muchas de esas dis­ torsiones, había reflexionado sobre ellas. Su libro Los grandes momentos del indigenismo en México, escrito en 1949 y reeditado por insistencia de Guillermo Bonfil en 1987, desmontó la “historia de encubrimiento ideo­ lógico” sobre la cuestión indígena, practicada por las élites a los largo de los siglos. Su debate a partir de 1994 con quienes objetan reconocer derechos dife­ rentes a las etnias fue, en parte, un retorno a esa ope­ ración de desenmascaramiento que efectuó en su obra. Ni la redacción del libro ni su defensa de los dere­ chos indígenas fueron una simple operación “inte­ lectual”. Como le contó a su colega Carlos Oliva en un diálogo sobre la raíz de su reflexión filosófica, Luis Villoro escribió Los grandes momentos del indigenismo en México impulsado por una emoción muy fuerte que tuvo en su infancia sobre “la miseria y el abatimiento de las comunidades indígenas y sobre su profunda sabiduría”. Lo hizo, a pesar de no ser in­ dígena, porque siempre tuvo la sensación “de que había un valor y una posibilidad de acercarse al otro, que era el indígena”, de una forma que superara su propio cerco personal. Desde sus inicios, el filósofo vio en la insurrección zapatista la primera manifestación de un nuevo co­ bro de conciencia de los indios en el país. Con ella, la hidra del descontento étnico comenzó a extenderse

El sub Marcos acompaña a Luis Villoro, quien recibe un reconocimiento por parte del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, San Cristóbal de las Casas, Chiapas. 4 de enero de 2009. Fotos: Moysés Zúñiga Santiago/ La Jornada

por todos los territorios. La reivindicación de dere­ chos, como el de ser reconocidos como indios y ejer­ cer la autonomía, florecieron. “Chiapas ‒señaló el maestro‒ no es más que el primer anuncio de la re­ belión del México profundo.” Armado con los dos rasgos que él le asignó a la filosofía, la reforma del entendimiento y la elección de una forma de vida, y con una sólida visión de la historia patria, leyó el levantamiento de enero de 1994 como un problema que rebasaba con mucho el ámbito local, y como signo precursor de una nueva forma de pensar y vivir, alterna a la modernidad. Desde años atrás, Villoro había reflexionado so­ bre el fin de dos ideas centrales del pensamiento

moderno, derivadas de una razón universal y úni­ ca: el Estado-nación y el progreso hacia una cultura racional. También lo había hecho sobre el socialis­ mo como una de las expresiones de esa moderni­ dad. Con este arsenal teórico pensó, explicó, defen­ dió y debatió al y con el zapatismo con una lucidez y pasión sobresalientes.

VILLORO Y EL SOCIALISMO Luis Villoro no fue marxista, aunque estudió a pro­ fundidad el pensamiento del filósofo alemán y utili­ zó creativamente muchas de sus herramientas con­ ceptuales en su trabajo intelectual. Sí fue, en cambio, un socialista moral, a su manera un revolucionario y un creyente en el papel del pueblo en la hechura de la historia. “El socialismo ‒escribió en Signos políticos, pu­ blicado en 1974‒ no sólo se basa en una teoría cien­ tífica de la sociedad y la historia, supone también


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voz del caracol

Luis Villoro durante su participación en el Primer Encuentro Continental Americano Contra la Impunidad que organizó el EZLN, 21 de junio de 2009

quiere, necesariamente, plantearse como meta la adopción de un modelo distinto, que sólo puede ser el socialista. ¿A qué socialismo se refiere el autor de Estado plural, pluralidad de culturas? En Marx, aseguró, se en­ cuentran dos discursos entremezclados que no son conci­l iables entre sí: el que pretende ser científico y el de la acción política como una elección de valores, una elección moral. Para él, la pretensión de cienti­ ficidad del marxismo es un equívoco, una falsedad. El socialismo es, básicamente, una idea regulativa, una exigencia ética. El socialismo, dijo el filósofo casi dos décadas des­ pués, con la caída del Muro de Berlín, la desintegra­ ción de la Unión Soviética y el triunfo del neolibera­ lismo como telón de fondo, nace de la racionalización de una pasión antigua, que recorre la historia desde el remoto pasado: el anhelo de justicia y de frater­ nidad, la esperanza en la realización de una comuni­ dad donde el interés particular coincidiera con el

interés común. Es urgente reivindicar su carácter de programa moral. El liberalismo ‒advirtió‒ no puede dar solución a los problemas que dieron lugar al pensamiento éti­ co. Lo que origina la desigualdad y la injusticia, la marginalidad y el desempleo en los países desarro­ llados, la miseria y el atraso en el Tercer Mundo, es la competencia en el mercado capitalista. El mercado nada sabe de justicia. En la ideología liberal no exis­ te elemento alguno para paliar esos males. Menos aún existen esos factores en el neolibera­ lismo. La competencia de los intereses individuales en el mercado, que es lo que esta ideología promueve, no proporciona un sentido colectivo. Para Villoro, el neoliberalismo procede de un vacío, está marcado por la ausencia de un sentido reconocible de historia. En cambio, continúa el filósofo, ideologías regre­ sivas como el nacionalismo y el integrismo religioso, que han llevado al mundo al borde de su destrucción, son las que pueden llenar, para mal, el vacío de sen­ tido que dejó el fin del socialismo de Estado. En ellas el individuo puede hallar la esperanza de olvidar el abandono y de sentirse parte de una comunidad. Frente a estas tendencias ‒explicó en Después del socialismo científico‒ se requiere un pensamiento que dé una nueva expresión racional a la pasión secu­ lar por la igualdad y la comunidad, que recupere los valores supremos por los que luchó el socialis­ mo. Se trata de reemplazar una sociedad basada en la competencia entre los intereses particulares por una comunidad solidaria donde prevalezca el inte­ rés común.

La filosofía no es una profesión, es una forma de pensamiento, el pensamiento que trabajosamente, una y otra vez, intenta concebir, sin lograrlo nunca plenamente, lo otro, lo distinto, lo alejado de toda sociedad en que la razón esté sujeta.

una elección de valores: elige entre la liberación del hombre concreto frente a los Estados enajenantes y opresores.” Al analizar el golpe de Estado en Chile de 1973, concluyó que, en América Latina, “la revolución no es un sueño de exaltados aventureros, sino la única salida del cerco de violencia a que quieren someternos; que no es la ruptura de la democracia sino su verdadero cumplimiento; que no es el cri­ men sino la única defensa contra él”. La alternativa, afirmó entonces, sólo podrá cons­ truirse sobre la base de una movilización popular auténtica, independiente, capaz de luchar por sus propias metas. Un movimiento así, concluyó, re­

AIRES DE RESISTENCIA Luis Villoro escuchó la voz del caracol en agosto de 2003, cuando los zapatistas anunciaron pública­ mente el nacimiento de las Juntas de Buen Gobierno, su gobierno autónomo basado en el mandar obedeciendo, un orden en el que, en lugar de castigo, se reparara el daño, donde la solidaridad del trabajo comunitario reemplaza al provecho individual. Esa voz es el rumor de la comunidad autónoma en la que todos disfrutan de los mismos derechos, el hálito de la amistad, el anuncio de otra sociedad posible, la dignidad de un pueblo. El filósofo encontró en el levantamiento zapa­ tista y su experiencia autogestiva y autonómica el sujeto capaz de transformar la sociedad sobre va­ lores éticos por los que abogó a lo largo de su vida. Encontró, asimismo, la materialización del anhelo secular que antecedió al socialismo e impulsó su gestación. Vio en los pueblos indios el promotor de un mo­ vimiento independiente con la potencia suficien­ te para acabar con la ficción de la hegemonía de la modernidad. Un movimiento con la capacidad para pasar de un Estado homogéneo a uno plural, res­ petuoso de las diferencias, como la vía hacia una de­ mocracia radical. Con la visión para transitar de un gobierno centralizado a una democracia participa­ tiva, y de la asociación individualista a una verdade­ ra comunidad. En la lucha y el ejercicio de la resistencia de los pueblos originarios halló la clave para lograr la con­ vivencia con otros valores capaces de hacer realidad el cambio radical en la estructura de la sociedad. En los pueblos de la América profunda avizoró un len­ guaje antagónico al del Occidente moderno, que de­ letrea sus sueños en los anhelos de comunidad, unión con la naturaleza, cooperación en el trabajo y celebración de la fiesta. Tal y como lo anticipó aquella mañana soleada en La Realidad el Ronco Robles, Luis Villoro advirtió que el siglo xxi será el de los pueblos indios: su visión y sus valores abrirán una nueva era. Hasta el último de sus días defendió razonadamente esta convicción. La filosofía ‒explicó Villoro‒ no es una profesión, es una forma de pensamiento, el pensamiento que trabajosamente, una y otra vez, intenta concebir, sin lograrlo nunca plenamente, lo otro, lo distinto, lo alejado de toda sociedad en que la razón esté sujeta. Lo otro, nunca alcanzado, buscado siempre en la per­ plejidad y en la duda, es veracidad frente al prejuicio, la ilusión, el engaño; es autenticidad frente a la ena­ jenación, libertad frente a la opresión. Fiel a sí mismo, a sus valores y convicciones, don Luis fue, a su ma­ nera, el filósofo de los caracoles •


n a e l t a P

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Miguel Ángel Flores

ud e l

Cla

dando sólo la exasperación de la página en blanco, imposible de habitar. Paul Claudel buscaría dar un sentido a los plan­ teamientos de Mallarmé. Para el joven poeta los hechos de la vida cotidiana se desplegaban an­ te sus ojos como un espectáculo. Y para expre­ sar ese espectáculo la Biblia le proporciona­ ba el versículo y Píndaro la flexibilidad de la frase clásica, que se expande como una marea verbal y estalla en un universo de símbolos. Claudel formaba parte del cenáculo de Mallarmé. Era un miembro perma­ nente de las reuniones que consti­ tuyeron su centro de formación, su “curso vespertino”, como dijo un día. Lo importante en esta historia es destacar que Mallarmé tenía una gran obsesión por el teatro: una verdadera revelación para Claudel al enterarse de ello. Mallarmé había dicho: “El teatro es la esencia superior, ningún poeta po­ drá jamás, ante la objetividad de los juegos del alma, sentirse extranjero.” El teatro, dijo más adelante, es “la majestuosa apertura sobre el misterio por el cual se está en el mundo para comprender la grandeza”. Meditaciones teóricas, pues nunca pudo cum­ plir su aspiración de escribir para la escena. Acu­ saba de su frustración a la pobreza espiritual de la Francia burguesa de la iii República, calificada por él de “Estado sin sensibilidad ni unidad”, en el cual la gente parecía haber perdido la razón. Para Mallarmé el teatro necesitaba un nuevo orden social que per­ mitiera a la literatura el regreso a sus fuentes verda­ deras, pues sólo así sería posible que existiera “un teatro en el que las representaciones serían el ver­ dadero culto moderno”, una especie de ópera sin acompañamiento, ni canto, sino “sólo hablada”. El ateo sereno que fue Mallarmé estaba poseído por el genio, que lo hizo advertir la grandeza y el poder verbal de su discípulo, aunque la vida no le alcanzó para presenciar su hora triunfal con obras como Le Soulier de Satin (La zapatilla de raso) y Partage de Midi (Partición al mediodía), sobre la que George Steiner escribió líneas inolvidables acerca del poder de seducción verbal de Paul Claudel. La hazaña del poeta Paul Claudel consistió en que hizo posible el matrimonio entre el simbolismo y el

Claudel inició su carrera diplomática como un mo­ desto cónsul y la concluyó ocupando el puesto de embajador en Estados Unidos. Su residencia en la tierra se desplazó de Nueva York (1893) a Shanghai (1895), Fou-tcheou (1898) y T’entsin (1906); de Pra­ ga (1909) a Frankfurt (1911) y Hamburgo (1913); de Roma (1915) a Río de Janeiro (1917); de Copenha­ gue (1919) a Tokio (1921); de Washington (1927) a Bru­s elas (1933). Otros escritores también viajaron, pero casi ninguno ha sido capaz de hacer una sínte­ sis tan original de cuanto ha visto y vivido en todos los territorios que pisó. Quizá sea Claudel el único autor ante el que los críticos se plantean una pregunta absurda: ¿Qué hacer con Claudel? Gilbert Gadoffre ha escrito que enemigos y admiradores de Paul Claudel sólo se han puesto de acuerdo en un punto: Claudel es un astro aberrante en el cielo francés, cuya aparición ha sido para todos objeto de estupor. El mismo Gadoffre señala que ese extraño acuerdo está fundado en un malentendido: la poca voluntad de hacer a un lado las razones extraliterarias que se interponen entre el poeta y el lector. En resumen: la incomprensión dicta sus reglas en cuanto a la lectura de la obra de Paul Claudel. No se destaca que el poeta recobró la tradición clásica grecolatina para la poesía y la in­ sertó en la lectura del mundo y del libro, desembo­ cando en un universo excéntrico en el que las re­ ferencias de una tradición literaria se volvían cada vez más caducas y los signos se dispersaban que­

El teatro, dijo, es ‘la majestuosa apertura sobre el misterio por el cual

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ara la gran mayoría, la película Camille Claudel, donde también se personi­ fica a Paul Claudel, su hermano, será la primera vez que sepa de su existencia. Los que están familiarizados con su obra y biografía, confir­ marán su opinión sobre su supuesto egoísmo y cruel­ dad. Figura marginal en el tiempo de pantalla de la trama de esta biopic, Paul Claudel no aparece bajo una luz favorable; parecería que no hubo en él sitio para ejercer la caridad cristiana. Quizá ni en sus peo­ res pesadillas el gran poeta francés se imaginó que una película incrementaría su fama de antipático y soberbio. ¿Quién era Paul Claudel? El prejuicio y la igno­ rancia en torno a su persona, la arrogancia de las opi­ niones del poeta y sus ideas políticas no han con­ tribuido a la unanimidad del reconocimiento, como ha sucedido con otros escritores de la misma talla. Lo que sí puede afirmarse es que sin su presencia las letras francesa se hubieran empobrecido. Paul Claudel es, sobre todo, el gran converso. El joven agnóstico que descubrió el catolicismo en su vasta realidad. Nada parecía destinar a la gloria lite­ raria y al éxito profesional a este hijo de un funciona­ rio menor de la provincia profunda, del arrière pays, nacido en un pequeño pueblo del centro de Francia: Villeneuve-sur-Fère. Su ingreso a la diplomacia le permitió recorrer el mundo de un extremo a otro.

Ilustraciones de Gabriela Podestá

se está en el mundo para comprender la grandeza’.


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realismo, lenguajes que parecían irreconciliables. Llevó a su máxima tensión el poema en prosa a través de la cristalización de elementos suspendidos en el aire e hizo la síntesis de materiales heterogéneos que mediante el vigor de su palabra alcanzaron el punto de fusión. Cómo asir el espectáculo de una China llena de sorpresas, de misterio y belleza, dueña de una arquitectura con detalles insólitos y paisajes con la novedad de su luz y vegetación, todo esto enmar­ cado en la aberrante situación de pobreza que vivía el país y todo lo que se asocia con ella: degradación, suciedad, abandono, humillaciones, taras biológicas. Así nacieron los textos de Connaissance de l’Est (Conocimiento del Oriente), “en que la agudeza de su mi­ rada, la precisión del trazo, la agudeza del detalle se ordenan en torno de significados y símbolos que conforman un reportaje poético de fin de siglo: obra maestra del poema en prosa francés” (Gadoffre dixit). China es la gran conmoción. Su trabajo diplomá­ tico lo lleva a residir en un subcontinente todavía ignorado y despreciado. No recibe la orden de ejercer su encomienda consular en las grandes ciudades de la costa, impregnadas de influencia extranjera, sino que debe ocuparse de modestos puestos consula­ res en el país interior. Las horas que le dejaba libres su profesión las ocupaba en tratar de desentrañar el impenetrable idioma y la, en ocasiones enigmática, realidad que lo rodeaba. Se sintió de inmediato atraí­ do por la escritura china y su caligrafía, que es todo un arte plástico. La belleza de los trazos lo fascinó, lo mismo que la concisión y la síntesis a la que recurre la poesía para fijar los momentos poéticos, según la estética de Oriente. Su estancia en China se hermanó con su experiencia en Japón. Así surgieron sus poe­ mas chinos y sus cien frases para un abanico: un ejer­ cicio casi imposible por adaptar los procedimientos del haikú al modelo de la lengua francesa, pero que no está exento de sorpresas. Cinco grandes odas constituye su obra capital en el ámbito de su poesía y, curiosamente, fue en China donde las escribió, rodeado de un escenario bastan­ te exótico para su contenido: una empresa llevada a cabo en la misma órbita de Dante, Virgilio y Homero. La nostalgia por un tiempo pasado que se expresa en un verso intemporal. Las Cinco grandes odas están impregnadas de un entusiasmo que se sabe pasajero. Hoja de santos y las Odas son la transcripción de sus meditaciones religiosas y existenciales en catego­ rías literarias. Su pensamiento referido a la religión se plasmó en formas poéticas y no en páginas de fi­ losofía. Partió de experiencias vitales y religiosas para expresar su canto literario a la gloria de Dios y, por ende, a la de los hombres.

De Breves poemas chinos

Mirada La luna se eleva y mi lámpara se apaga Desde el fondo de este paisaje abismal se eleva un canto lejano El hombre alza los ojos y mira allá en lo alto el amor “¡Oh, tú, claridad pura! ¡claridad pura, inúndame siempre!” Chan Hu

Retorno I ¡Cuánto tiempo ha pasado, Dios mío, desde que partí! ¡Cuántas alegres primaveras sin noticias! ¡Cuántos otoños desvanecidos!

Ahora que estoy de regreso, reconozco mi terruño…

Padre, ¿me reconocéis? ‒¿Quién es? ‒Madre, ¿me reconocéis?

‒¡Es él!

Li Pin

De Cien frases para un abanico Tú

me llamas Rosa dijo la Rosa pero si tú supieras mi verdadero nombre yo me

deshojaría más rápido

De Conocimiento del Oriente EL BANIANO El baniano se estira. Aquí este gigante, como su hermano de la India, no va a asir la tierra con sus manos, pero al endere­ zarse con un giro de la espalda eleva al cielo sus raí­ ces como fardos de cadenas. El tronco apenas si se eleva algunos pies sobre el ras del suelo, despliega laboriosamente sus miembros como un brazo que jala hacia el haz de cuerdas que empuña. Con un len­ to estiramiento el monstruo que jala se tensa y traba­ ja con todas las actitudes del esfuerzo, tan duro que la ruda corteza estalla y los músculos le salen de la sigue

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En el de la peonía blanca corazón

no hay un color sino el recuerdo de un color no es un aroma sino el recuerdo de un arom

a sigue

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6 de abril de 2014 • Número 996 • Jornada Semanal 10

De Cinco grandes odas

La musa que es la gracia (Fragmento)

¡Una vez más! Una vez más el mar que regresa a buscarme como una barca, El mar de nuevo que vuelve hacia mí con la marea sicigia y me levanta y piel. Estos empujes ascendentes, flexiones y arqui­ trabes, torsiones de riñones y espalda, relajamiento de talones, juegos de elevador y de palancas, de brazos que, al enderezarse y descender, parecen elevar el cuer­ po de sus coyunturas elásticas. Es un nudo de pitones, es una hidra que de la tierra tenaz se desprende con obstinación. Se diría que el baniano levanta un peso desde la profundidad y lo sostiene con la maquina­ ria de sus miembros en tensión. Honrado por la humilde tribu es, a la entrada de las aldeas, el patriarca revestido con un follaje umbroso. Se ha colocado un repositorio de ofrendas al pie de él, un altar con una figura de piedra, y en su interior el domo de sus ramas. Él, guardián del lugar, dueño del suelo que contiene a la población de sus raíces, persiste y, adonde quiera que se proyecte su sombra, ya sea que se quede solo con los niños, o que a la hora en que toda la aldea se reúne bajo las salientes tortuosas de sus ra­ mas, los rosados rayos de la luna pasan a través de las aperturas de su bóveda que iluminan con su velo dora­ do el conciliábulo, el coloso conforme el segundo aña­ dido a sus siglos persevera con imperceptible esfuerzo. En todas partes la mitología ha honrado a los héroes dadores de agua a una región, arrancando una gran roca, para librar la boca obstruida de una fuente. Veo en el baniano de pie un Hércules vegetal, inmóvil en el monumento de su labor con majestuosidad. ¿No sería acaso él el monstruo encadenado que vence la avara re­ sistencia de la tierra, para quien la fuente surge y se des­ borda, haciendo que la yerba se extienda a lo lejos y el agua recobre ahora su nivel en el arrozal? Él se expande.

mueve mi basada como una ágil galera. Como una barca que no se atiene ya sino a su cuerda y que danza furiosamente, y salta y se golpea y embiste, respinga y zozobra, la nariz en su estaca, ¡Como el gran pura sangre al que sujetan por la nariz y que se cimbra bajo el peso de la amazona que salta sobre él de costado y que toma brutalmente las riendas con un risa luminosa! ¡Una vez más la noche que regresa a buscarme, como el mar que a esta hora aguarda su plenitud en silencio y une en el Océano los puertos humanos colmados de navíos que esperan y se despren­ den de la compuerta y la escollera! ¡Una vez más la partida, una vez más la comunicación que se establece, una vez más la puerta que se abre! ¡Ah, estoy harto de este personaje que represento entre los hombres! ¡He aquí la noche! ¡Una vez más la ventana que se abre! ¡Y soy como la joven en la ventana del hermoso castillo blanco, bajo el claro de luna,

PINTURA Que se fije por las cuatro esquinas esta pieza de seda y no pondré en ella el cielo, ni el mar y sus ríos, ni el bos­ que, ni los montes seducirán mi arte. Pero de arriba aba­ jo y de un borde hasta el otro, como entre dos nuevos horizontes, con mano rústica pintaré la tierra. Los límites de las comarcas, las divisiones de los campos serán di­ bujadas con exactitud, los que están ya roturados, los que tienen de pie al batallón de gavillas. Ningún árbol faltará, la más pequeña casa será representada con inge­ nua laboriosidad. Si se mira con cuidado, se distinguirá a la gente, como ésta que con el quitasol en la mano fran­ quea un puentecillo de piedras, aquélla que lava sus cubetas en la charca, esa pequeña silla que camina sobre las espaldas de sus dos portadores y ese paciente labrie­ go que a lo largo de un surco conduce a otro surco. Un largo camino bordeado por una doble hilera de barcas atraviesa la tela, y en una de sus duelas circulares se ve, en un fragmento de azul en lugar de agua, las tres cuartas partes de la luna ligeramente amarilla • Noviembre de 1896

que oye, el corazón palpitante, ese bienaventurado silbido bajo los árboles y el tropel de dos caballos que se agitan, y no extraña la casa, pero es como un pequeño tigre que concentra sus fuer­ zas, todo el corazón se alza por amor a la vida y por la gran fuerza cósmica. ¡Fuera de mí la noche y en mí el cohete de la fuerza nocturna y el vino de la Gloria y el mal de ese corazón demasiado lleno!

V ersiones de M iguel Á ngel F lores


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leer

Jornada Semanal • Número 996 • 6 de abril de 2013

Leyendo a Monsiváis, Linda Egan, Dirección de Literatura, unam, México, 2013.

MONSIVÁIS, EL OUTSIDER CRÍTICO MARIANA DOMÍNGUEZ BATIS Pese a todo, algunos de los rituales del caos

pueden ser también una fuerza liberadora Carlos Monsiváis

“¿Qué haremos sin ti, Monsi?”, fue la pregunta que lanzó al aire Elena Poniatowska y que resumió el sentir de muchos cuando murió Carlos Monsiváis en 2010, año en que México perdió a uno de sus intelectuales más críticos y prolíficos. “Leerte y analizarte”, es la respuesta que da Linda Egan en el volumen Leyendo a Monsiváis, donde queda establecido que el escritor “sigue viviente y coleando en cada uno de los textos –crónicas, cuentos o ensayos– que ha legado a sus lectores de hoy y mañana”. Egan, la mayor experta en la obra de Monsiváis hoy en día, presenta un análisis crítico muy académico y bien fundamentado del trabajo que el “cronista ubicuo” desarrolló a lo largo de más de cincuenta y cinco años de carrera periodística y literaria. La autora estadunidense desgrana las facetas de quien fuera “el hombre siempre presente” en la realidad nacional, un gatófilo declarado, poeta de inicio, historiador de la cultura mexicana y un intelectual de tamaño tal que “México no volvería a conocer”. Para quien quiera introducirse, reintroducirse o mirar desde una óptica distinta la obra del crítico, el libro recién editado en español por la unam puede ser un muy buen punto de partida, ya que implica un paseo analítico a través del universo monsivaisiano. En él, la doctora y profesora de la Universidad de California-Davis revisita la obra del escritor, desde su primer tomo publicado, Días de guardar (1970), hasta el que vio la luz pública poco antes de su muerte, Apocalipstick (2009). Un aspecto de la publicación que puede ser muy rico es el estudio que hace la investigadora del género que mejor exploró Monsiváis: la crónica. Para ello, se remonta al primer contacto que tuvo el pensador con el nuevo periodismo estadunidense, a través de narradores como Norman Mailer, Truman Capote, Joan Didion y, sobre todo, su preferido, Tom Wolfe. A partir de una comparación entre el trabajo de Wolfe y el de Monsiváis, Egan refuta que el mexicano haya hecho una simple imitación de los estadunidenses, como se le ha imputado en algunas ocasiones. Por el contrario, la autora lo reafirma como uno de los orígenes de la “nueva crónica mexicana” y el heredero auténtico de Bernal Díaz del Castillo y su crónica de la Conquista. Además del conquistador, el otro antecedente de la crónica monsivaisiana es el trabajo del polémico Salvador Novo, a quien se dedica un capítulo en el que se detalla su labor literaria y en pro de la apertura para la comunidad gay, al menos en la capital mexicana, y donde se explica su influencia en el trabajo del “periodista omnipresente”.

La especialista remarca también la importancia del corpus de Monsiváis como vehículo para comprender la cultura mexicana desde afuera, ya que se erigió como el “conocedor número uno de la cultura popular en México”. Sus crónicas de la capital, los migrantes, los chicanos y otros temas, en las que se entrevé el paso de lo tradicional hacia la modernidad –además de aspectos como el machismo, la pobreza y la violencia–, significan una entrada amable y divertida para el no iniciado en “lo mexicano”. El volumen refleja la admiración plena de la académica estadunidense hacia el “gran humanista y activista”, quien le enseñó “a amar la crónica” y le infundió “su devoción al pueblo mexicano”. Es el resultado de “escudriñar con lupa”, durante veintidós años, “cada una de las palabras impresas de Carlos Monsiváis, o por lo menos aquellas que he podido conseguir en diversos archivos, periódicos, revistas, libros”, afirma la periodista, quien también es la artífice de Carlos Monsiváis. Culture and Chronicle in Contemporary Mexico (2011), el estudio más serio hasta ahora sobre el trabajo del intelectual, así como de una tesis doctoral y numerosos artículos sobre su quehacer periodístico y literario. Además de analizar concienzudamente el legado de Monsiváis, Egan resalta en todo el texto la lucha que enfrentó en vida el narrador, orientada hacia la construcción de una sociedad civil organizada en un Estado con una muy incipiente democracia, como es el nuestro. Es así que las crónicas del también coleccionista “aligerarán el corazón” de quien se acerque a ellas, e incluso podrían inspirarlo “a salir a la calle”, sostiene la estudiosa, ya que en ellas se refleja una actitud optimista con una pizca de utopía, que puede ser lo que requiere nuestro país para convertirse en “autosuficiente, autocrítico y dispuesto a reírse y a responsabilizarse de sí mismo”. Mientras los restos mortales de Monsiváis descansan en el Museo del Estanquillo, dentro de la urna de un gato dormido, esculpida por el artista oaxaqueño Francisco Toledo, los demás somos llamados por la profesora a releer su obra y a “documentar nuestro optimismo”, tomar conciencia y ser protagonistas del activismo democrático con el que soñó en vida el “outsider crítico” •

No es fácil el camino de la libertad, Nelson Mandela, Siglo XXI Editores, México, 2013.

Ejército Libertador, 1915, Francisco Pineda Gómez, Era/Conaculta, México, 2013.

Los editores dan noticia puntual del contenido del volumen, cuyo contenido “está basado en informaciones de los documentos internos del Ejército Libertador, miles de cartas, telegramas, relaciones, circulares, decretos y manifiestos provenientes de los fondos Emiliano Zapata, Genovevo de la O y Gildardo Magaña, junto con los archivos de Jenaro Amezcua, Venustiano Ca‑ rranza y Federico González Garza, entre otros”. Con este trabajo, el antropólogo y profesor-investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia prosigue su notable trabajo de recu‑ peración de documentos y análisis de los mismos, de ese período complejo y aún incompletamente entendido que es la Revolución mexicana, específi‑ camente en cuanto corresponde al movimiento armado que se asentó en el sur del país, y lo suma a los volúmenes previos La irrupción zapatista, 1911, así como La revolución del sur, 1912-1914 •

Fe de erratas.

Esta es la segunda edición –la primera data de 1966– de la bien conocida recopilación de artículos, discursos y textos que Madiba leyó en su defensa ante los tribunales, en los que expone muchísimo más que una condición personal, la suya tan particular de acoso sufrido a consecuencia de su irreductible lucha contra el apartheid. Lo que Mandela alcanza aquí, párrafo a párrafo, es la construcción de un discurso humanista en el que desvela las sinrazones de la política –vale decir; la ideología– co‑ lonialista que, de un modo u otro, en los hechos sigue rigiendo

LAS ERUPCIONES DEL ALMA:

melodrama, balada romántica y placer culposo Adriana del Moral y Gustavo Ogarrio

hasta nuestros días. Con introducción de Oliver Tambo, prologado por Ahmed Ben Bella, compilado y anotado por Ruth First, y traducido por Francisca Pe‑ rujo, este es un libro imprescindible para todo aquel que quiera, con verdadero conocimiento de causa, entender al enorme Nelson Mandela dialogando con él a través de su obra, y no a partir del reflejo mediático, que por numeroso que sea siempre será incompleto y, por lo tanto, insuficiente.

Las fotografías publicadas en el pasado número 995, en las páginas 7 y 10, son de la autoría de Rogelio Cuéllar, cuyo crédito fue omitido en el primer caso y cambiado en el segundo. Ofrecemos una enorme disculpa a nuestro estimado Rogelio, así como a nuestros lectores.

visita nuestro PDF interactivo en: http://www.jornada.unam.mx/

próximo número

Las lecturas de los políticos

La Jornada Semanal

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6 de abril de 2014 • Número 996 • Jornada Semanal

Naief Yehya

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naief.yehya@gmail.com

Los discursos de amor en la obra poética de José Francisco Conde Ortega (i de iv)

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ERÁ POR LA QUERENCIA, pero José Francisco Conde Ortega, nacido en Atlixco, Puebla, en 1951, ha decidido quedarse a vivir en Ciudad Nezahualcóyotl, tal vez porque, casi casi, ahí está a medio camino entre Puebla y Ciudad de México y entre sensibilidades duales que se intermedian a través de la poesía y ese cruce de caminos que es su persona: es el caso de la cultura literaria del siglo xix mexicano –desarrollada casi toda en los estados o por provincianos que llegaban a lo que todavía no se llamaba De Efe–, que convive en él con una acendrada vocación de bicho urbano; asimismo, el de su afinidad con la poesía trovadoresca, que no es contradictoria con su amor y erudiciones alrededor del bolero, lo cual lo hace convertir a la cantina y el arrabal en la corte de amor de la que surgen los versos atrevidos y enamorados que se murmurarán, al oído y en privado, a la mujer amada, deseada; finalmente, un poco a la manera de Manuel Gutiérrez Nájera –modernista que no se aleja demasiado de sus preferencias epocales–, la obra de Francisco Conde escancia, mediante complejas permutaciones, esas sutiles metamorfosis que van del vino a la mujer, de la mujer al amor y del amor al vino. En el cruce de caminos, Conde se permite jugar con la inserción de versos o imágenes provenientes de otros poemas para completar alguno de los propios. Baste, en todo caso, para comprobar algo de lo que llevo dicho, la consulta de su obra reunida en Práctica de lobo, volumen que reúne los diez títulos poéticos que van de Vocación de silencio (1985) a La arena de los días (1999): dieciséis años de trabajo literario en el que Conde ha medido su poesía con los ímpetus trovadorescos del amor, su visión de lo femenino, de la ciudad, de la bohemia y del dolor por la madre muerta, mediante diversos experimentos formales que van del verso libre al endecasílabo, el octosílabo y el soneto blanco. Catorce años después, el poeta ha agregado un nuevo memento a su quehacer literario con la publicación de Espina del tiempo (2013), que recoge dos poemarios más, escritos en el siglo xxi : Cuaderno de febrero (2005) y Fiera urgencia del día (2007). La diferencia con Práctica de lobo es que éste fue una reunión de su obra poética hasta 1999 y Espina del tiempo es una antología personal que abarca hasta el año 2007. Vocación de silencio me sigue pareciendo un deliberado crepusculario, una compleja declaración de principios que apuntó hacia dos libros: La sed del marinero que regresa (1988) y Para perder tus ojos (1990). Vocación de silencio fue un libro del primer crepúsculo, el que corresponde al amanecer, por inicial y porque iluminó las que serían las grandes zonas de trabajo de este poeta: el amor, la ciudad, la reflexión sobre el verbo poético asimilado al discurso amoroso; también fue

una declaración de principios porque se complació en sugerirle al lector la raíz de ciertos tonos y las genealogías literarias entrevistas en algunos versos, todo lo cual dejó ver una paradójica escritura nostálgica por la que la voz del autor oscilaba entre el silencio y el no callarse para decir sus cosas. En ese poemario, por cierto, se percibe la influencia de un poeta al que Conde no hace referencia en su declaración de fe asentada en el prólogo: César Rodríguez Chicharro, maestro y guía literario que, por esas fechas, aún ejercía una influencia visible en la producción personal de Conde (aunque le dedica un poema en Fiera urgencia del día). Es cierto que, entre La sed del marinero que regresa y Para perder tus ojos –donde el poeta nezayorquino y atlixquense cambió la dirección de su temperamento poético–, dejó de percibirse la influencia señalada, pero también es cierto que mucho del rigor que José Francisco ha demostrado en su obra posterior prolonga la presencia de don César. Lo que digo no hizo de Vocación de silencio el libro de un novato que rompiera sus primeras lanzas, al contrario: Francisco Conde se probó en versos donde la musicalidad mostraba a un poeta con oído sensible, para quien la métrica ya era un juego formal que permitía la liberación del sentido de las palabras y para quien el discurso estético no cancelaba el ingreso de maneras coloquiales: si un primer libro puede parecer el tanteo general de un autor dentro del vasto material poético, en Francisco Conde fue la conformación de su propia voz en torno del silencio y la expresividad verbal, de sus temas y exploraciones, que oscilaban entre el ceñimiento a formas ortodoxas y momentos de ruptura • (Continuará.)

A LÁPIZ

Enrique López Aguilar

El futurismo y la reinvención trágica del universo Supervivencia Hace más de un siglo, Filippo Tommaso Marinetti escribió el primer manifiesto futurista, texto que dio origen al movimiento estético más contradictorio, controvertido e incendiario de la historia del modernismo. El show Italian Futurism 19091944. Reinventing the Universe, del Museo Guggenheim de Nueva York, es la mayor muestra jamás reunida fuera de Italia de las obras de quienes clamaban por la destrucción de las bibliotecas y los museos, cantaban himnos a las máquinas y a la velocidad, glorificaban la guerra como el único método de higiene mundial y exigían que el arte debía ser total. Por primera vez se muestra aquí la evolución del futurismo, de su período “heroico”, que culmina con la llegada del fascismo, a la “Segunda ola” que acaba en la segunda guerra mundial, la cual fue menos dogmática y menos reconocida. El futurismo se presentaba como un movimiento antifilosófico, antiburgués (el burgués es la víctima favorita de todos los movimientos de ruptura) y anticultural que debía expandirse a todos los dominios de la vida, desde la política hasta la publicidad, y fue el primer movimiento pop. Las dos guerras mundiales proyectaron al futurismo con su propaganda beligerante (y docenas de manifiestos) al proverbial basurero de la historia. Sin embargo, es fundamental reconocer que, para bien y para mal, ciertas propuestas estéticas de varios artistas identificados con este movimiento sobrevivieron a su ideología y resultaron poderosas influencias en las corrientes y actitudes artísticas posteriores.

nes producidas por la destrucción y el caos. Buena parte de la obra pictórica futurista es un híbrido de cubismo maltrecho, abstraccionismo timorato, expresionismo difuso e impresionismo exaltado y vociferante. Sin embargo, la obra de Giacomo Balla, Luigi Russollo y Carlo Carrá alcanza momentos vibrantes, hipnóticos y fascinantes. Pero ninguno de ellos tuvo la maestría y el talento de Umberto Boccioni, sin duda el mayor artista que dio esta escuela, un visionario y teórico que desarrolló un lenguaje pictórico para asir el ímpetu y la energía explosiva de la urbe en pinturas como La ciudad que se levanta y en su icónica escultura Formas únicas de continuidad en el espacio. Lamentablemente Boccioni fue congruente con su filosofía, se enlistó en el ejército al estallar la primera guerra mundial y murió a los treinta y tres años en un accidente ecuestre en 1916. En ese conflicto también perdió la vida el notable arquitecto Antonio Sant’Elia, mientras que Marinetti y Russollo sólo resultaron heridos.

El hombre de las contradicciones

Cambiar el mundo

El futurismo está íntimamente relacionado con la personalidad de Marinetti: surge con la publicación del primer manifiesto de 1909 y culmina con su muerte en 1944. Marinetti se apropió de un nacionalismo enfebrecido, a pesar de vivir en París y de estar más cercano al medio artístico francés que del italiano (admiraba en particular las ideas antirracionalistas de Henri Bergson); despreciaba a las mujeres y al feminismo, pero se casó con quien sería una de las principales figuras del movimiento, la talentosa Benedetta Cappa; celebraba el progreso de las máquinas y un “arte nuevo”, pero el énfasis de la producción futurista estaba en los medios tradicionales: panfletos incendiarios y pinturas, y apenas consideraba al cine y la fotografía; reverenciaba la disciplina militar, pero exploraba delirantes formas poéticas experimentales y promovía caóticos eventos multidisciplinarios donde se mezclaba arte con política y vodevil, las serates, que anticiparon la tradición del performance; Marinetti exigía la destrucción de las academias, pero terminó volviéndose miembro de una.

Los futuristas entendían la guerra como purificación y como antídoto para la decadencia, pero especialmente como símbolo de virilidad. Su fanatismo bélico los llevó al escándalo y la provocación, y los convirtió en ridículos entusiastas de oprobiosas hecatombes militares y cómplices de la humillación nacional (Italia quedó en la ruina y perdió alrededor de seiscientas mil vidas). Marinetti dijo que el glamur del armamento moderno hacía que el espectáculo de la carne humana desgarrada y moribunda fuera insignificante. Nada puede redimir semejante afirmación; sin embargo, refleja de manera contundente la demente ilusión de la ruptura artística que anhela cambiar el mundo a cualquier precio •

El gran Boccioni Una de las principales obsesiones de los futuristas era capturar el movimiento, rendir cuentas de lo que significaba la vida moderna, la dinámica de las masas, el vértigo de los trenes, autos, motos y aviones, así como las sensacio-

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JORNADA VIRTUAL

arte y pensamiento ........


........ arte y pensamiento

Germaine Gómez Haro

Alonso Arreola @LabAlonso

germaine@pegaso.net

Delhi: un hervidero de arte contemporáneo (i de ii)

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URANTE UN RECIENTE VIAJE a Delhi tuve la oportunidad de hacer un recorrido a vista de pájaro del panorama del arte contemporáneo que vive una efervescencia en el subcontinente asiático. Sus artistas han conquistado el mapa del arte internacional y disputan a China la atención de las últimas tendencias. Nombres como Subodh Gupta, Tejal Shah, Atul Dodiya, Hema Upadhyay, Shilpa Gupta, Bharti Kher, Ravinder Reddy o el dúo Thukral y Tagra forman parte de las principales colecciones privadas y museos del mundo. Apenas hace un par de décadas casi se desconocía en Occidente la práctica del arte contemporáneo indio, y en un instante se ha dado un boom que sorprende a propios y extraños. Y no es raro: India es un país que atrapa y seduce porque ofrece una continua sorpresa. Su milenaria y apabullante cultura ancestral ha dado lugar a la aparición de un arte postmoderno que lleva en sus entrañas el inconmensurable bagaje de una tradición que ha resistido los embates del tiempo y de la globalización. El arte contemporáneo indio está arraigado en la tradición y la vanguardia, y es espejo de una sociedad pujante que se ha erigido como una de las principales potencias emergentes. Los artistas indios reflejan la radical transformación de la realidad social y económica que están viviendo, en un territorio en el que a toda luz se aprecian los contrastes más alucinantes. Así como se viven escenas que parecen extraídas de las Mil y una noches en sitios como Chandni Chowk (el mercado más antiguo del mundo), el auge de la revolución tecnológica y la creciente explosión económica nos transportan a los escenarios más sofisticados del siglo xxi. En torno a esta paradoja se despliega el discurso de muchos de los creadores indios que están causando revuelo con un arte que exhibe el rostro contradictorio de su sociedad, toda vez que cuestiona, critica y documenta su entorno en lenguajes que se distinguen por una frescura y una autenticidad poco comunes en el panorama actual. Hasta hace pocos años era impensable ver arte contemporáneo de primer nivel en ciudades como Delhi, Mumbai o Chennai, que en la actualidad cuentan con galerías cutting edge con sucursales en Londres, Nueva York o Berlín, así como incipientes bienales de arte que van poco a poco ocupando un sitio en el concierto internacional. La tradicional India Art Gallery ha sido el bastión en la exhibición y promoción del arte del siglo xx que tuve la oportunidad de ver en la Galería Nacional de Arte Moderno en la exposición titulada …in the seeds of time (…en las semillas del tiempo) que reunía pintura, escultura y fotografía del siglo xviii a nuestros días. Fue interesante constatar, a lo largo de esta extensa muestra, cómo los creadores contemporáneos han dado un sorprendente salto de un arte en el que hasta finales del siglo pasado toda-

vía predominaba la pintura y la escultura de corte conservador y muy influenciado por el modernismo occidental (especialmente el europeo), a una inagotable fuente de propuestas novedosas que incluyen todos los temas y soportes. El arte indio actual refleja la radical transformación de la realidad social y económica que están viviendo sus protagonistas. Me propuse visitar las principales galerías de la ciudad que se han dado a conocer en las ferias internacionales y a través de su participación en las importantes exposiciones de arte indio en Occidente. La oferta de alta calidad no es muy vasta, pero hay ejemplos como Nature Morte, Vidhara Gallery, Talwar, Gallery Espace y Art Alive que cuentan con las propuestas más sólidas y reconocidas. Fue toda una aventura visitar Lado Sarai, un pequeño barrio al sur de la ciudad que hasta hace unos años era una zona marginada y se ha convertido en el centro neurálgico de las galerías que apuestan por los artistas más jóvenes y desconocidos. La sorpresa comenzó cuando, para acercarse al barrio que yo imaginaba una especie de “Chelsea neoyorquino”, hubo que atravesar a pie calles de terracería en las que los autos no podían circular por la eclosión de puestos de comida, talleres de reparación de toda clase de enseres y altares humeantes con ofrendas multicolores. Agazapados entre un mar de anuncios publicitarios que provocan un caos visual indescriptible, con dificultad se puede localizar una veintena de locales discretos y sencillos que ofrecen una amplia y variopinta selección de propuestas contemporáneas. Ahí se encuentra el hervidero del arte indio actual • (Continuará.)

Danny Elfman. Música para verse

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o es fácil ver la piel de esta música, pues nació vestida, prácticamente tapizada. Desde un principio tuvo diálogos que la arroparon, que la cabalgaron contando historias en voz de histriones. Música que sirvió de mar para imágenes navegantes entre vocales y consonantes. Música que supo detenerse, repetirse, reducirse a lo más elemental, al motivo mínimo y preciso que subraya, verbigracia, a un hombre con manos de tijera. Música que de pronto es pura melodía o puro acorde, pura textura o puro ritmo. Una cosa solamente. Música que a ratos madura y logra ser canción entera; que toma la batuta del sentido cuando lo verbal no

encuentra sutileza para señalar lo incomprensible de la guerra, por ejemplo. Tal es la música de películas. La buena música de filmes que de cuando en cuando crea su propia leyenda y pesa más que el arte mismo que la incluye. Música que casi siempre es niña contenida, pues tiene prohibido imponerse a los actores. Y decimos casi siempre porque hay veces en que lo es todo, en que sabemos que sin ella el edificio entero se caería. Claro, eso pasa en ocasiones raras, cuando el director percibe que su relámpago lo dice todo sin decirnos nada. Y no hablamos de películas que son musicales (en ellas su rol es evidente). Hablamos de cuando es fondo o paisaje sonoro y aun así deja atrás lo que está en primer plano. Lo supera. Así las cosas, un concierto de soundtracks no se parece al recital cuya sustancia se derrama como la pensó su autor. Sin la imagen cuyo guión impulsó a la música pasa otra cosa. La mente vuela y trata de recordar aquel domingo en el cine o en la casa. Participa en la recreación. Los oídos ven a la orquesta, los ojos escuchan a la pantalla de apoyo. (Porque sí, también hay una superficie para proyecciones que sintetizan trama sin llegar al fondo.) Es justo decir, entonces, que sustraído el guión, la música de películas puede mostrarnos su cualidad de vena, de tubería; que momentáneamente puede cambiar la vieja y sadomasoquista relación entre los ojos y los oídos. (Cotidianamente los primeros se imponen, los segundos se someten… No es gratuito que uno de los mayores objetivos en quienes aprenden música sea el desarrollar “ceguera” para abrir los oídos y recuperar el tacto.) Dicho lo anterior, imagine nuestra lectora, nuestro lector dominical, a la Orquesta Sinfónica Nacional (coro incluido) en el Auditorio Nacional y, sobre ella, una gran pantalla. Juegue a que ya es 8 y 9 de abril de 2014, a que se apagan las luces y suenan campanas para que aparezca un letrero que pone: The Night Before Christmas. Muchos aplauden y vitorean. Sólo imagínelo. La piel Arriba: Danny Elfman

se eriza cuando el antihéroe Jack, mejor conocido como “The Pumpkin King”, surge de una casa maltrecha y, junto a sus amigos, canta las ocurrencias de Tim Burton. O imagine a los personajes de Pee-Wee’s Big Adventure, Beetlejuice, Batman, Edward Scissorhands, Mars Attacks!, Big Fish, Charlie And The Chocolate Factory, Corpse Bride y Alice In Wonderland, entre muchos más, flotando hacia sus tímpanos felices. Se dice fácil pero, imagine finalmente una relación creativa de veintiocho años, como la que hay entre Elfman y Burton. Porque así se llama este concierto que ocurrirá en el df y Monterrey esta semana que nace mañana: Danny Elfman: The Music of the Films of Tim Burton. Dato importante: el director en la aventura será John Mauceri, uno de los más ocupados de la actualidad no sólo por la inercia e impacto de setenta grabaciones conduciendo a las mayores orquestas del mundo, sino por un espíritu flexible y abierto que le ha permitido relacionarse con numerosos proyectos de Broadway y películas comerciales. Otrora alumno y amigo del gran Leonard Bernstein, Mauceri enfrentará a la orquesta –como apenas hace unos días en Praga– teniendo como solista, según se ve en su sitio, ¡al mismísimo Danny Elfman! Esto es trascendente porque las capacidades escénicas y la voz del compositor son verdaderamente notables (fue líder de Oingo Boingo, banda de new wave formada en el teatro). Crucemos los dedos porque así sea. (Algunos países han tenido la suerte extra de que Helena Bonham Carter, actriz, musa y esposa de Tim Burton, cante junto a Elfman. Pero tendríamos demasiada suerte. Ya lo hubieran avisado.) En fin. Digamos una última ocurrencia: la música de películas es la mujer cantando detrás de un biombo que cuenta historias. Ha llegado el momento de verla salir y dejar que nos seduzca, aunque a ratos parezca salida de la tumba. Buen domingo. Buenos sonidos. Buena pantalla •

BEMOL SOSTENIDO

Jornada Semanal • Número 996 • 6 de abril de 2014

ARTES VISUALES

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6 de abril de 2014 • Número 996 • Jornada Semanal

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Jorge Moch

Ana García Bergua

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ABLO BRESCIA ES UN escritor argentino que vive desde hace muchos años en Estados Unidos. Académico de varias universidades en ese país, ha publicado dos libros de cuentos, amén de ensayos y textos diversos. Ahora la unam ha editado uno de estos dos libros, Fuera de lugar, de inquietante naturaleza fantasmal. Uno de los temas recurrentes de Fuera de lugar es la inmigración, el hecho de estar en Estados Unidos y provenir de otra parte. Es el caso de la primera y excelente historia, la de la mucama de un hotel de paso que protagoniza “Realismo sucio”, y que habla de la literal invisibilidad de una inmigrante, confundida con un fantasma. O de “La manera correcta de citar”, en la que tres amigos discuten sobre lo que significa vivir en eu o en Latinoamérica, lo que sigue vivo de la literatura latinoamericana y lo que sería genuino, correcto, citar de ella, que se resume en la exclamación “¡Mierda!”, de García Márquez. Pero a este respecto, el que es un cuento muy conmovedor y fuerte es “Tristezas de aeropuerto”, sobre los entrecruzamientos, los encuentros y las huidas de un hombre adoptado por estadunidenses y su madre argentina. En estos cuentos el origen es una especie de herida, algo que no casa y no cuaja en otras tierras, un raro trasplante en el que se carga a fuerzas con otra historia. Y muchos de estos cuentos son también, por supuesto, citas de la literatura estadunidense, en las que incluso aparecen como personajes David Foster Wallace o el académico y ensayista Frank Kermode. Literatura literaturizada, vuelta a reescribir buscando, quizá, la naturaleza de ese “hueco lleno de nada que duele” del propio Foster Wallace que cita el autor y que está habitado por fantasmas o, como en el caso de “La belleza sobre mis rodillas”, un homenaje a la naturaleza de lo inesperado y fantástico, lo uncanny surgido en buena medida de la tradición literaria sajona. El misterioso y ciego señor Valdemar (¿será en homenaje a Poe?) con su tienda de objetos fantásticos y su libro guardado en una jaula, nos habla quizá de una tradición literaria que muere y sin embargo permanece como el secreto mejor guardado, ansiado, imitado siempre pero en el fondo inaccesible. Los textos que componen Fuera de lugar están un poco en la línea de sombra; son textos fantasmales en el sentido en que las historias se desfasan “fuera de lugar” y se desenfocan, para revelarnos algo ominoso que se encuentra más allá de las tramas, los personajes y las múltiples referencias. Para muchos de los personajes que viven en estos escenarios muy estadunidenses y a la vez, o quizá por eso mismo, muy universales –excepto por los acantilados de Tojimbo, del cuento que lleva el mismo nombre–, la realidad es una especie de referencia entrecruzada con otras referencias, entre ellas la muerte, la literatura, el sexo o el pasado, la identidad. Por ello, son cuentos que se podrían decir fantásticos, pero no lo son del todo.

“El hombre sándwich” me recordó el comienzo de una novela de Graham Greene (El capitán y el enemigo) con todo lo que tiene de incertidumbre la historia del niño a quien su papá deja un rato en una cafetería en lo que se va a arreglar otros asuntos y lo que significa para este niño el momentáneo abandono y la revelación a cargo de un hombre-anuncio u hombre-sándwich, de los que ya no existen. En ese cuento hay un paisaje enigmático y muchas dudas, así como en el cuento “Los viajeros”, sobre una pequeña gitana que traba amistad con un hombre que construye trenes en miniatura. Ambos cuentos cargan con la fascinación y el miedo a lo desconocido de la infancia, esa delgada línea que baila entre la revelación y la tragedia, y que se decide por lo más evocador. Y quizá “Fuera” –la breve historia de una mujer que “se da” al hombre literalmente y “Lapivideo” se hermanan un poco en la farsa y lo fantástico. Mención aparte merecería “Los acantilados de Tojimbo”, una parábola sobre la muerte, el suicidio y los fantasmas, que transcurre en Japón y que conserva el misterio de los ritos, los símbolos, los alimentos y los objetos. Los cuentos de Pablo Brescia tienen la curiosa variedad de los relatos de viajes y de lecturas, el adentro y el afuera del lector y el habitante de lo fantástico. En ellos, cementerios, moteles, restaurantes, aeropuertos, un acantilado, estaciones de trenes y otros ámbitos, surgen ante nuestros ojos como posibles y evocadores espacios de literatura y muerte. Quizá suena manido, pero ¿hay acaso algo más? •

Un pasito para’lante, diez pasitos para atrás Para el profe Salvador Gutiérrez Flores y sus revoltosos alumnos del vespertino

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ÉXICO RECORRE UN TIC tac propio que parece caminar en sentido inverso, como si el revisionismo histórico fuera ruta al futuro. Las que impusieron a Enrique Peña Nieto en el despacho presidencial –ese poder sexenal absoluto que siempre resulta demasiado, nunca nos quedan a los mexicanos ganas de más– no fueron elecciones sino fraude vil, maquinación de cacicazgos mediáticos y financieros, simulación como antaño. Las reformas peñistas (algún nombre hay que darles y la más lesiva sin duda es devolver a trasnacionales derechos de explotación petrolera cuya potestad nacionalizó sagazmente Lázaro Cárdenas en los albores de la segunda guerra mundial) no son sino regresiones. Sus grandes aprehensiones la vuelta al golpe de efecto, operaciones cosméticas que buscan obsequiar falsa atmósfera de operatividad a un desgobierno entrampado en sus propios postulados y con muy mala memoria de sus recientes promesas de campaña: una lideresa sindical corrupta (y traidora al pri, su verdadero pecado original); un barón del narcotráfico transformado en divisa internacional. En ambos casos estaban listos los reemplazos a modo. Diez veces. En cambio allí, enquistados, intocables en el capullo de su fuero y finas redes de complicidades tejidas durante años dedicados al oficio de chupar sangre, muchos de los mismos nombres de siempre. Si ayer gobernadores, alcaldes, consejeros, ministros o diputados, hoy senadores, magistrados, presidentes de comisiones legislativas, consejeros y, cancelado el sufragio efectivo, la no reelección con que se rubricaron los presuntos avances sociales de una revolución más falsa que los milagros de Wojtyla y Juan Diego juntos, donde no están ellos están sus vástagos, la estirpe divina, la casta más alta y cabrona. La cúpula. Reza gran verdad el adagio que postula que no hay peor tarugo que uno con iniciativa. Sobre todo con iniciativa ajena. Víctor Flores Olea lo pone claro en su columna del lunes 31 de marzo en La Jornada:“El Presidente de la República, como aprendiz de timador de ingenuos, es uno para la foto, los discursos y los aplausos y otro a la hora de ejecutar las decisiones que de verdad interesan al país. Tal es su núcleo profundo y así pasará a la historia.” Por eso asustan las propuestas falsamente reformistas de esa gerencia de franquicia internacional cuya sucursal aquí dice presidir Peña, que más que al demócrata exhiben al tiranuelo; aún allí donde la intención en principio pudo tener algo plausible, la interpretación, el manejo turbio, la dialéctica diabólica de poner en marcha precisamente aquello que se condena o es contrario a lo que se proclama echan por tierra cualquier vana esperanza de que las cosas vayan a cambiar para bien en este aporreado –y ahora saqueado con patente de corso– país. Parecería que el grueso de la gente en México nació para tameme y no pa-

ra estanciero. Olvidamos nosotros, los patrones, y lo olvidan de inmediato ellos, nuestros empleados, que el servicio público es para la gestoría del bien común, no para beneficiar grupos políticos o empresariales. Que una reforma en telecomunicaciones no es disfrazar de competencia un duopolio y mucho menos velar el asalto que podría estarse preparando a las libertades elementales en México, con anuencia internacional porque así conviene a las grandes corporaciones, esas auténticas mafias bien organizadas que solamente nos ven como mano de obra o consumidores masivos de sus productos en realidad innecesarios, para que se instale disimuladamente –al menos al principio, después vendrá el descaro “con todo el peso de la ley”– una serie de artimañas legaloides que validen la censura oficial en medios más o menos libres como internet y allí, claro, las incómodas redes sociales. No hay que olvidar que Peña Nieto ha demostrado debilidad por la represión. Allí el caso lacerante, la cadena de infamias de Atenco, todavía en carne viva, o la represión del 1 de diciembre de 2012. Y allí la cómica corretiza que le pegaron estudiantes en la Ibero cuando era candidato, y el nacimiento de #YoSoy132, con todas sus ramificaciones. Esa es una espina clavada en el costado de la soberbia presidencial, y de ahí, mientras a las televisoras del duopolio ni quien las roce con el pétalo de un artículo constitucional, nos puede venir con vengativo sigilo de reptil uno de los peores intentos de censura oficialista en internet. Triste panorama regresivo donde parecía que íbamos por fin a tener avances positivos en materia de competencia en telecomunicaciones •

CABEZALCUBO

Fuera de lugar

PASO A RETIRARME

tumbaburros@yahoo.com Twitter:@JorgeMoch


........ arte y pensamiento

Juan Domingo Argüelles Las malas vibras

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O ME BURLO, PERO siempre me han dado risa –callada– las personas que, al llegar a determinado lugar, comentan: “aquí hay mala vibra”. Lo curioso es que por respeto a su sentir no averiguo lo que tal expresión significa. El “aquí hay mala vibra” se lo he escuchado a personas intelectualmente avanzadas y que para nada comulgan con ideas ocultistas o creencias esotéricas. ¿Qué quieren decir con eso? Nunca lo he sabido. Nunca lo supe hasta que lo sentí. Lo peor es que ni siquiera entonces pude saber lo que significa, mucho menos lo que hay en la raíz de esas palabras.

La primera capital del Cono Sur que conocí fue Santiago. Mi propósito era turístico, en el mejor sentido de la palabra: me impulsaba el deseo de conocer la ciudad, su gente, sus costumbres, su cocina, sus vinos, comprar algunos libros y disfrutar de todo eso. El cuartelazo de Pinochet y su atroz dictadura habían quedado décadas atrás. Puntualizo el carácter turístico del viaje para subrayar que no iba a alguna actividad académica, ni encuentro de escritores ni en la comitiva de algún presidente o funcionario del gobierno mexicano. Era un simple turista que viajaba con su esposa y llevábamos nuestra capacidad de asombro, nuestra curiosidad y nuestra proclividad a ver lo bueno de la vida y dejarnos llevar por nuestras inclinaciones sibaríticas. Después de instalarnos en el hotel, con una guía de la ciudad en la mano, tomamos el Metro para ir al centro a cambiar moneda. Por el mapita supimos que estábamos muy cerca del Palacio de La Moneda y fuimos de una vez. Había obras de remodelación en los alrededores y poco pudimos apreciar del histórico edificio. A media cuadra vi la fachada del Café Bombay y a él nos encaminamos. (Soy un cafeinómano irredento.) Al entrar –iba con mi esposa– me detuve de golpe. Una jovencitas guapísimas y con microfaldas amponcitas atendían a la clientela, que en principio me pareció eran sólo hombres. En algunas mesas del fondo vi a varias mujeres. Además, en las mesas había sólo tazas y botellas de refrescos o de agua. Imposible que fuera un burdel, menos a media cuadra de La Moneda, me dije, y como estaba desocupada una mesa casi en la entrada del local, nos sentamos en cómodos silloncitos. Una de las jovencitas llevó la cuenta a la mesa de enfrente, y se agachó a recoger tazas y vasos de agua. Malos pensamientos me asaltaron. La llamamos y vino, disculpándose, “es que estoy muy cansada”. Desaparecieron las ideas lascivas. Me dio lástima. Era lo que, luego me enteré, llaman “café con piernas”, variante muy chilena de cafetería.

Más tarde un amigo nos llevó a dar un recorrido por la ciudad. Entendí por qué, en el último mensaje a su pueblo, Allende dijo: “Mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.” Me sorprendieron esas avenidas amplias y arboladas, los jardines. Pasamos por el club hípico, que me recordó las películas de Pardavé en el papel de don Susanito Peñafiel y Somellera. Nuestro amigo tomó por una avenida que nos condujo a una zona residencial, con mansiones espléndidas. De pronto hubo dos que me hicieron sentir algo que supuse era “mala vibra”. A mi pregunta, el amigo respondió: se dice que fueron centros de tortura durante la dictadura. En los siguientes días me asaltó la misma sensación en dos ocasiones, una de ellas en el llamado barrio universitario. Los recuerdos del ‘73 revivían en esos momentos, y con ellos la pregunta ¿Por qué? Y sobre todo, ¿por qué la intromisión tan decisiva y descarada de Estados Unidos? Un día antes de partir fuimos a la “Furia del libro” (así, con “u”, no con “e”) que estaba a un costado del centro cultural gam. (Disculpen si no se llama así.) Eran editoriales universitarias y marginales, con buenos títulos y libros de buena factura. Después de adquirir algunos entré a la cafetería del centro cultural. El expreso estaba bien, ocupé una mesita y oteando a mi alrededor descubrí, en el barandal de cristal del pasillo exterior, una leyenda grabada que decía más o menos: “Este centro se inauguró en mayo de 1973 y lo construyó el pueblo con el apoyo del presidente Salvador Allende…” Es decir, unas semanas antes de que fuera asesinado confirmaba su popularidad y fuerza, pues los cacerolazos no lo habían tumbado. Creo que entonces me asaltó la respuesta a mis preguntas. Comprendí que para nuestros vecinos del norte lo peligroso no es un gobierno de izquierda, sino un gobierno de izquierda apoyado decididamente por el pueblo. Y si además del amplio apoyo llegó al poder vía democrática, peor •

Luis Tovar

@luistovars

Guadalajara 29 (ii de iii)

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STAS SON ALGUNAS DE las películas que formaron parte de la sección oficial en competencia de largometraje iberoamericano de ficción del vigésimo noveno Festival Internacional de Cine en Guadalajara: Más que pródigo, excesivo en la re/presentación de la muerte del hombre a manos del hombre, hay un cine –y unos espectadores, auténtica legión– al que se le puede complicar la puesta en práctica de las coordenadas narrativas, pero sobre todo psicológicas y emocionales, en las que se ubica un filme como Matar a un hombre (Alejandro Fernández Almendras, Chile/Francia, 2014); complicación muy

Matar a un hombre

posiblemente traducida en un reproche tan absurdo como el exceso que echarían de menos: en esta historia de tensión eficaz no se practica el deslavado amoral del hecho tremendo, necesariamente trágico, difícil no sólo de llevar a cabo sino de asumir como marca indeleble de cara al futuro, de quitarle la vida a un semejante. Todo lo contrario, lo que aquí se postula es la dificultad real con la que se enfrentaría un individuo cualquiera –póngase por ejemplo un padre de familia cuya única intención vital aparente es lograr que sus días transcurran sin mayores sobresaltos–, si las circunstancias lo fuerzan a cometer homicidio. Nada de matones imposibles que se despachan a seis o siete cada tres escenas, ni de sicarios cuasiapologéticos desprovistos de alma, o de soldados cumpliendo “deberes” que deberían mover a la desobediencia: he aquí a un cuarentón de clase media baja, taciturno y apocado que sólo así, alterando absolutamente su cotidianidad y violentando su propia naturaleza, puede poner fin a una situación insostenible. Otro taciturno, pero sin familia o amistad de nadie ni reproches aparentes al destino que no le ha dado tales presencias, porque luce satisfecho con su día a día idéntico al de ayer y al de mañana, es el protagonista de la brasileña El hombre de las multitudes (Marcelo Gomes/Cao Guimarães, 2013): un conductor del Metro, maduro y extremadamente silencioso –salvo cuando se encuentra solo en casa, donde le da por cavilar en alta voz–, arquetípico del zoon metropolitano contemporáneo: uno entre millones y millones de habitantes, anónimo y desconocido por necesidad, para quien el mundo se reduce al espacio rectangular de la ventanilla en la cabina de mando del convoy, con el que cualquier persona podría encontrarse una vez y otra y otra sin reparar en él, sin recordarlo y, en consecuencia, con posibilidades nulas de saber cómo es, lo que le gusta y lo que le disgusta; ni siquiera el nombre. Cerca de él por

cuestiones laborales, aunque “cerca” sea sólo un modo de decir y no se deba a voluntad ninguna, una mujer de soledad idéntica o tal vez peor, que busca remediar casándose con alguien que ha conocido vía internet. Él y ella son cualquiera de cualquier lugar: alguien que Unomismo debería reconocer como su igual, con poco que se asomara, sin velos y sin trampas, al fondo de su propio anonimato y de su soledad sin atenuantes, encima exacerbada por las multitudes. Otra soledad, en este caso bastante mal llevada, es la de Ana, protagonista de La herida (Fernando Franco, España, 2013): Ana no la quiere pero no deja de inducirla, de caer en ella, de revolverse contra eso que la aísla pero, a la vuelta del intento, sabiéndose más al fondo sordo de un rechazo que no proviene tanto de los otros, como ella quisiera convencerse, sino de alguna angustia sin palabras que se cuece y se lacera dentro de sí misma, es decir de Ana que, como para drenar la pus que le va dejando hedionda el alma, no para de dibujarse con Gillette, en los brazos y las piernas y los hombros con quemaduras autoinflingidas de cigarro, los crueles trazos rojos de un dolor que la excede y la vuelve un péndulo desesperado: de la raya de coca con un desconocido al acostón sin ganas con otro desconocido, y de ahí a rehusarse al contacto verdadero de quien la conoce, madre, padre, compañero de trabajo, exnovio que prefirió dejar de darle cuerda a ese juguete averiado de la que un instante sonríe y ama y al siguiente insulta y odia. Un suicidio que se vuelve innecesario, a fuerza de vivir muriéndose de tanta incapacidad para detener unos derrames de ira repentina –bipolaridad, dirían algunos–, siempre dirigidos a los otros pero siempre hallando blanco sólo en ella, que los padece; rabia junto a la cual se van también, como la sangre de Ana en la bañera, el tiempo, la compañía, la sonrisa, la amistad y el amor, comenzando por el que cabe tener por uno mismo • (Continuará.)

CINEXCUSAS

Jornada Semanal • Número 996 • 6 de abril de 2014

JORNADA DE POESÍA

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ensayo

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n 2013 se cumplieron cuarenta y cinco años del fallecimiento de Roberto Montenegro, uno de los exponentes más destacados del arte moderno de México, cuya obra fue durante mucho tiempo relegada al olvido. Por fortuna, un par de exposiciones recientes han contribuido al descubrimiento o redescubrimiento de la plástica del jalisciense: El universo de Montenegro. Fragmentos, albergada por el Museo Mural Diego Rivera (octubre de 2011-enero de 2012), y Roberto Montenegro. Colección Andrés Blaisten. Donación Dr. John y Marie Plakos, presentada en el Instituto Cultural Cabañas (octubre de 2012-enero de 2013). Ambas exhibiciones constituyeron sugerentes atisbos de la vasta, polifacética y multiforme producción del artista originario de Guadalajara. Roberto Montenegro nació en 1881, año en el que también vio la luz Pablo Picasso. A esta coincidencia se suma otra: los dos creadores completaron una trayectoria larga, prolífica y versátil, signada por los tránsitos expresivos y una capacidad incesante de reinvención. El tapatío fue discípulo, en la Academia de Dibujo y Pintura de su ciudad natal, del maestro italobrasileño Félix Bernardelli, quien lo introdujo en el horizonte del simbolismo y el art nouveau. En 1904 Montenegro viajó a Ciudad de México con objeto de ingresar en la Escuela Nacional de Bellas Artes y, un año más tarde, obtuvo una beca para estudiar en Europa, donde entró en contacto con las tendencias artísticas del momento. Desde el otro lado del Atlántico, continuó enviando a nuestro país viñetas para la Revista Moderna, colaboración que mantuvo entre 1903 y 1911. En aquella época, las representaciones gráficas de Montenegro aparecieron en diversas publicaciones periódicas tanto mexicanas como europeas, al igual que en libros. Tal fue el caso de Jardines interiores, texto poético de Amado Nervo, su primo hermano, que ilustró junto con el gran Julio Ruelas. En correspondencia con la literatura adscrita al modernismo, los dibujos del jalisciense trazan figuras femeninas inmersas en las pulsiones de Eros y Tánatos, a través de elegantes estilizaciones lineales, deudoras de la imaginería del británico Aubrey Beardsley. En el transcurso de la primera guerra mundial, M o n t e n e g ro s e re f u g i ó e n l a m a y o r d e l a s Islas Baleares, donde creó una pintura que acusa las lecciones de las vanguardias en lo referente al manejo de la luz, la riqueza cromática, el recurso planimétrico y el gusto por lo exótico, como puede constatarse en el célebre Pescador de Mallorca ( h . 1915), lienzo atesorado por el Museo Nacional de Arte de Ciudad de México. El artista tapatío permaneció en Europa durante casi tres lustros y, una vez de regreso en nuestro país, José Vasconcelos, el entonces secretario de Educación Pública, lo invitó a participar en su proyecto de arte muralista en espacios públicos. De hecho, Montenegro fue el autor del primer mural del México moderno, a saber, El árbol de la vida, que plasmó en 1921 en el ábside de lo que fue el templo del antiguo Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo.

6 de abril de 2014 • Número 996 • Jornada Semanal

A esta obra fundacional, imbuida aún del refinado espíritu decorativo del art nouveau, le siguieron en el mismo inmueble del Centro Histórico capitalino tanto La fiesta de la Santa Cruz (1922-1923), en el cubo de la escalera del claustro, como el Ángel de la paz (1928), perteneciente al ciclo alegórico de los corredores. En el primero de tales murales, que recoge la festividad patronal de los albañiles, el jalisciense inserta aspectos de la cultura popular en la estructuración de una iconografía identitaria de vocación nacionalista. En el segundo, trasladado al Palacio de Bellas Artes, hace suyo el riguroso geometrismo del art déco. A pesar de la nutrida producción muralística que Montenegro ejecutó a lo largo de los años, terminó perdiendo su protagonismo inicial dentro del movimiento, cuando éste siguió el derrotero de la univocidad ideológica y política. En efecto, su tema no fue la gesta revolucionaria, pero sí la indagación de lo mexicano, sustentada paralelamente en el rescate que llevó a cabo de las artes tradicionales de nuestro país. Así, en 1921 Montenegro organizó, junto con sus paisanos Jorge Enciso y Gerardo Murillo y el Dr. Atl, la Exposición nacional del arte popular, en el marco de la celebración del centenario de la consumación de la Independencia; en 1934 dirigió el primer Museo de Artes Populares, y en 1940 fue el responsable de la sección de arte popular de la muestra Twenty Centuries of Mexican Art, realizada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

El arte poliédrico de Roberto Montenegro Argelia Castillo

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A la colección permanente de esa institución museográfica pertenece Mujeres mayas (1926), trabajo que revela la manera en que la plástica del jalisciense empezó a poblarse de perfiles indígenas, formas prehispánicas y contenidos mexicanos, como sucede con su serie de litografías de los años treintas que recogen vistas de Taxco, si bien mediante un vocabulario de raigambre cubista. Y es que habiendo sido un observador atento y abierto a los hallazgos de las propuestas artísticas de su tiempo, Montenegro se aventuró por varios de los territorios de exploración vanguardista, con resultados particularmente significativos en su obra de corte surrealista. En ella confluyen el enigma insondable y la imaginación desbordante, el símbolo hermético y la ironía fatídica filtrados por el peculiar ingrediente fantástico del arte popular de nuestro país (El hijo pródigo y Adioses, 1930; Homenaje a Chirico y Máscara y árbol, 1944; Desesperación, 1949). En su pintura de caballete sobresale asimismo su abundante retratística, género donde Montenegro hace gala del dominio de la técnica: desde la expresiva fisonomía abocetada de Jesús Reyes Ferreira hasta las fascinantes efigies de Salvador Novo y otros miembros de los contemporáneos, pasando por el conocido Retrato de Gabriel Fernández Ledesma, con evidentes ecos compositivos de Egon Schiele, y Mujer en vestido rojo (1968), de solución plástica emparentada también con la secesión vienesa. En materia autorretratística hay que subrayar la destreza con la cual capta su propia imagen y entorno de trabajo sujetos al escorzo y la distorsión provocados por el reflejo en una esfera. Mostrando aquí afinidades conceptuales con la gráfica de m . c . Escher, en este conjunto integrado por una docena de autorretratos del jalisciense descuella el realizado en 1942, que forma parte del acervo del Museo de Arte Moderno de Ciudad de México. La última década de la pintura de Montenegro se caracteriza por la incursión en una suerte de abstraccionismo, vertebrado al final por la geometría sagrada de las grecas prehispánicas, donde asoman frutas, máscaras, calaveras y demás arcanos: Estela con figura rosa y Tres máscaras (1968). Otras facetas del artista incluyen el diseño de vitrales (La vendedora de pericos y El jarabe tapatío), y de escenografías tanto para puestas en escena de los teatros Ulises y Orientación, como de ballets, habiendo contribuido a la de Aleko junto con Marc Chagall. Autor de los libros Máscaras mexicanas (1926), Pintura mexicana, 1800-1860 (1933) y Retablos de México. Exvotos (1950), el jalisciense participó en innumerables exposiciones individuales y colectivas en nuestro país y en el extranjero, y fue distinguido en 1967, un año antes de su muerte, con el Premio Nacional de Arte. Consideradas en su conjunto, las múltiples caras que componen la producción poliédrica de Roberto Montenegro, refractaria a cualquier intento de encasillamiento, dan cuenta de un discurso de innegable sensibilidad y valor estético, cuyo eje conductor fue siempre una aventurada y venturosa pasión creadora •


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