La Jornada Semanal

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e n s o i d c e p melodrama, balada romántica y placer culposo A driana del M oral y G ustavo O garrio

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Las lecturas de los políticos • Reforma educativa: una propuesta

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L as eru

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 13 de abril de 2014 ■ Núm. 997 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver


“La balada romántica de los años setenta y ochenta, su impacto arrasador y su modernización de los sentimientos populares estrictamente mediáticos, son parte de nuestra historia emocional contemporánea.” Así lo afirma, y con razón, Gustavo Ogarrio, en el análisis de la parte musical de aquello que Monsiváis definiera como “nuestra educación sentimental”. Los nombres de Julio Iglesias, Raphael, José José, Juan Gabriel –de quien se habla en el ensayo de Adriana del Moral que complementa el tema–, Lupita D’Alessio, Emmanuel, Napoleón y un sinfín de intérpretes y autores que los han sucedido, desfilan en estas líneas como lo han hecho a lo largo de las últimas décadas en el imaginario popular. Publicamos además un texto de Ingrid Suckaer sobre arte contemporáneo, uno de Ethel Krauze sobre una propuesta de reforma educativa, otro sobre el arte poética de nuestro director, así como un cuento de Guillermo Samperio. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

de asombros

bazar I

Hugo Gutiérrez Vega TOMÓCHIC Y LOS MILENARISMOS (VI y última )

nsisto, para terminar, en que el personaje me­ jor construido de Tomóchic es el de Teresa Urrea, vidente, taumaturga y consejera. Los hermanos Chávez son descritos también con destreza y los momentos finales de la caída de Tomóchic tienen gran fuerza dramática y anun­ cian ya las descripciones de Azuela, Martín Luis Guzmán y Rafael f. Muñoz. En el capítulo que titula La Santa de Cabora, nos entrega un párrafo en el que retrata en cuerpo y alma a la milenarista : “¡ La Santa de Cabora... ! ¿Era una alucinada...? –se preguntó–. ¿Fue también una ilusa aquella criatura toda nervios, vibrante y dulce, dulce y tenaz, que llevaba en sus ojos una llama turbado­ ra, ya estimulante y fiera como una ración de aguar­ diente y pólvora, ya benig­ na y plácida y adormecedo­ ra como un humo de opio.” En otro párrafo nos dice : “No era acaso un instru­ mento finísimo, un cristal manejado en la sombra por ocultas manos, para que a través de sus facetas y de sus aristas los hombres in­ cultos y fuertes, los serranos ignaros y heroicos perpetua­ sen en los baluar tes inex­ pugnables de sus montes una guerra horrenda de me­ xicanos. En el santo nombre de Dios.” La Santa llama a la rebelión que tenía mu­ chas razones y que era ya inevitable. Su voz precursora tiene toda la confusión propia del esoterismo y del fanatismo, pero en el fondo latía una verdad incuestionable y el discurso de la vidente norteña era, en realidad, la inquie­ tud que brotaba ya del seno de una sociedad empobrecida, violentada, vejada y humillada. Tomóchic es nuestra Numancia: las tropas im­ periales la destruyeron y redujeron a cenizas, pero de esas cenizas brotó una llama que ilumi­

nó a todo el país. Heriberto Frías nos habla de esa llama. Heriberto Frías pertenece a una familia de escritores queretanos cuyo patriarca fue don Hilarión Frías y Soto, historiador y estudioso de las leyendas locales. Su primo, José Dolores Frías, fue corresponsal de guerra en Europa y un muy apreciable poeta postmodernista. Hay va­ rios Frías dedicados a la historia y a la literatura. Sin duda, la vida familiar de Heriberto se nutrió un poco de la afición literaria de sus parientes. Es difícil definir escuetamente los rasgos ca­ rac terísticos de la novela de la Revolución mexicana, pues están llenos de contrastes y de contradicciones. L a novela de la Revolución francesa y la de la Revolución soviética fueron desde el principio un instrumento de propaganda y elogío. La de la Revolución Mexicana tuvo, también des­ de el principio, un caracter crítico y se asomó a los des­ peñaderos de la desilusión. Don Mariano Azuela mane­ ja esta ambivalencia al decir: “¡ Qué hermosa es la Revo­ lución, aún en sus mismas co n t r a d i cc i o n e s ! ” y, e n otra parte, afirma : “¡ Pue­ blo de irredentos, pueblo de cobardes, lástima de sangre! ” Frías tiene, en cambio, una esperanza firme en que las cosas cambiarán y por eso de­ nuncia la situación injusta y llama al pueblo para que despierte y construya un mejor destino pa­ ra todos. Eso es, en pocas palabras, el espíritu de Tomóchic, su tensión dramática, su gran capaci­ dad de compasión, su enamoramiento de las bellas causas y su horror ante la violencia y ante la masacre. Lo mejor que podemos hacer con Tomóchic es leerlo de nuevo, gozar su maestría formal, su candor y su entusiasmo • jornadasem@jornada.com.mx

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Portada: Surcos del sentimiento Diseño: Marga Peña

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh­t émoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­ tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor­nada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/ SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

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Jornada Semanal • Número 997 • 13 de abril de 2014

¿Qué entender por ARTECONTEMPORÁNEO? Ingrid Suckaer I

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on miras a establecer parámetros que sirvan de guía al público, considero que quienes nos dedicamos a la crítica, investigación y cu­ raduría del arte contemporáneo debemos explicar cuál es nuestra postura con respecto de éste. En ese sentido, diré que de las tantas respuestas que se pueden dar sobre qué es el arte contemporáneo, me identifico con quienes consideran que éste no es el que surgió de manera cronológica a finales del si­ glo xix ni después de la segunda guerra mundial, es decir, entre 1945-1960, y que tiene como hilo con­ ductor al arte occidental. Tampoco ubico como ar­ te contemporáneo al surgido hacia el final de los años sesenta, o el arte de la década de 1970, cuando se empezó a usar el término postmodernismo. En lo particular coincido con aquellos que con­ sideran arte contemporáneo al específicamente distinto al modernismo y ajeno a las prácticas ar­ tísticas denominadas, desde finales de los años se­ tenta, postmodernismo. Asumo como arte contem­ poráneo al surgido alrededor de los cinco últimos lustros, cuando desde una visión postmoderna se introdujeron en el arte temas y materiales nuevos, más la posibilidad de plantear valores modernis­ tas y vanguardistas relegados por meros prejuicios ideológicos. Por su amplia y compleja mixtura, el arte contemporáneo despliega la posibilidad de que los artistas no se limiten sólo a las artes plás­ ticas, visuales o conceptuales, sino que incluso pro­ yecten sus obras de manera interdisciplinaria e inclusive transdisciplinariamente. II La curaduría, desde su función semiótica, le da sen­ tido a la historia. La crítica de arte, desempeñada desde su virtud más generosa y amplia, analiza, valida el discurso artístico. Tocante a los laberintos y las sinergias de la curaduría y la crítica de arte contemporáneas en México, cabe mencionar que ambas especialidades ameritan particular atención

por la cuota de poder político-ideológico y econó­ mico que inviste en la actualidad al crítico de arte y curador quien, por lo regular, construye a la vez un discurso en torno a lo que expone y valida su propia alocución museológica. En ello se engrana el sin­ gular fenómeno de la firma del crítico de arte y cu­ rador; asunto imprescindible de observar por la manera como los discursos museológicos y los pos­ tulados de la crítica son utilizados para legitimar posiciones personales y de grupo que abarcan, des­ de las instituciones oficiales, hasta las colecciones privadas, las bienales, las ferias de arte y los diver­ sos públicos, etcétera. III Hacia los años sesenta del siglo pasado el creciente número de artistas que se registró en Occidente, dio origen a que el mítico Harald Szeemann encarnara la noción del curador y con ello diera pie para que tal figura se convirtiera en referente obligado en el arte de los últimos cincuenta años. En México, en mayo de 1991 surgió Curare. Es­ pacio crítico para las artes. La asociación civil sin fines de lucro nació con la misión de ser “un taller de investigación y un espacio de exposición plural y crítico, enfocado a las artes visuales en su más amplia acepción.” De inmediato, Curare se convir­

En lo particular coincido con aquellos que consideran arte contemporáneo al específicamente distinto al modernismo y ajeno a las prácticas ar­tísticas denominadas, desde finales de los años setenta, postmodernismo.

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tió en un centro lleno de dinamismo; el análisis so­ bre los más diversos fenómenos de las artes visua­ les a nivel mundial era riguroso y estimulante. De esa primera etapa, una de las aportaciones de Cu­ rare fue preparar profesionalmente a un pequeño grupo de curadores quienes recibimos no sólo la formación teórica sino también la oportunidad de colaborar, en calidad de aprendices, en diversos proyectos de Curare. Tras el impacto de Curare varias instituciones y personas se dedicaron a formar curadores a tal ve­ locidad que a la larga vino en detrimento del que­ hacer curatorial. Acaso los disparates presentados en ciertas exposiciones de algunos museos oficiales han sido consecuencia de lo anterior, pero también de las prácticas de poder que suelen generarse. Desconozco la cantidad exacta de curadores de arte contemporáneo que tiene México, pero, a juz­ gar por la actividad que se registra en todo el país, considero que somos unos doscientos. Cifra que hace eco si se observa que en los últimos años del siglo pasado éramos alrededor de veinte curadores y que, para ese entonces, muchos ya habíamos pre­ sentado exposiciones en el extranjero. IV Pero, ¿qué es un curador? Del latín curator, curatoris (cuando se emplea en plural) encontramos: que es una persona que por sus cualidades tiene bajo su cuidado a alguien o algo. Que va desde niños, hasta arte, pescados, y un largo etcétera. De lo anterior se deduce que el curador de arte debe ser empático, responsable y ético, para brindarle su apoyo al artis­ ta cuya obra es el reflejo de su disposición a trans­ gredir la realidad para crear su propia realidad. El curador debe tener la preparación adecuada para elaborar buenos discursos conceptuales, ya que es­ tos serán la guía que llevará al público a tener un encuentro apropiado con el arte contemporáneo •


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Reformaeducativa: unapropuesta (literaturización en la formación de profesores) Ethel Krauze

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adie pone en duda que es urgente la necesi­ dad de transformar el modelo educativo. Principalmente, en el manejo de la lengua, que es la herramienta básica del desarrollo humano. Niños y jóvenes que sepan leer, es­ cribir, comprender, crear y compartir. “¿Qué lecturas me recomienda para mis hijos?” “¿Qué puedo hacer para que mis alumnos lean, en­ tiendan lo que leen y además lo disfruten?” Estas son las preguntas que constantemente me hacen los padres de familia y los profesores. A lo lar­ go de los años, los estudios, la experiencia y los in­ tercambios con alumnos y maestros, he ido hilvanan­ do diversas respuestas, lo mejor que he podido, para estas sinceras, espon­ táneas, necesarias preguntas. He llegado a la conclusión, siempre en proceso de perfeccionarse, de que leer no es el paso número uno en la adquisición fructífera de la li­ teratura. Hagamos una breve re­ visión de las últimas décadas. Se han diseñado numerosas estrategias para fomentar la lec­ tura, desde bibliotecas escolares, bibliotecas de aula, salas de lectura y tiempos específicos durante clase para esta actividad. Sin embargo, pese a las buenas intenciones, los resultados han sem­ brado de frustraciones hasta al más optimista: las pruebas Enlace, Pisa y demás instrumentos de eva­ luación lo demuestran año tras año. Efectivamente, se puede tener libros a la mano y horarios obligados para leerlos. Esto no significa que los niños adquie­ ran la pasión por la literatura. Digo, específicamente, la literatura. Porque a través de ella es que se fecun­ da la vocación lectora. Desgraciadamente, ahora se habla de “leer” lo que sea, con tal de que se lea. Los cuentos, las novelas y, sobre todo, la poesía, han de­ jado de estar en primer plano en las bibliotecas y las salas de lectura. Se privilegia la lectura por informa­ ción, por necesidad académica o por formación pro­ fesional. La pasión se ha transformado en obligación. La imaginación creadora se ha quedado a la sombra del conocimiento puntual. (Hablo de pasión y no de hábito; la experiencia estética no puede imponer­ se como una medida higiénica. No me imagino a alguien lavándose los dientes con sublime pasión, pero sí como hábito comedido.) Las críticas recaen en los medios tecnológicos y en la “obnubilación” de los jóvenes delante de las redes sociales. Lo que poco se ha comprendido es que los jóvenes están escribiendo como nunca, por lo tan­ to, leyendo. En los espacios cibernéticos donde crean sus perfiles, sus blogs y sus plataformas de intercam­

Ilustración de Huidobro

bio se leen mutuamente, retroalimentan su imagina­ ción y desarrollan su creatividad. Insisto, leer es el segundo paso. Para leer hay que tener algo que leer; alguien, pues, tuvo que haber escrito antes. Alguien tuvo la necesidad de expre­ sar lo que llevaba dentro y compartirlo por escrito. Alguien, como cualquiera de nosotros. Todos somos ese “alguien” que tiene algo que expresar y compar­ tir. Si escribimos nos damos cuenta del significado de lo que vivimos, y es, entonces, cuando surge nues­ tro interés por conocer otros significados, otras vi­ das: así entramos de modo natural en la lectura. Bas­ ta dar el primer paso. Si aprendemos a reconocer y plasmar nuestras emociones y nuestras ideas por medio de la escritura, desde el inicio de la vida esco­ lar, al paso de la alfabetización, estaremos introdu­ ciéndonos en el proceso de la literaturización. Le llamo así a la adquisición total de la lengua. Desde que nacemos comenzamos su aprendizaje: imitando los sonidos que escuchamos, empujados por la necesidad de expresar y satisfacer nuestros de­ seos y proyectar nuestras ideas en los otros, constru­ yendo nuevas, en el intercambio, terminamos ha­

blando. Escuchar y hablar son dos caras del mismo proceso. En la vida escolar, adquirimos la lectoescritura, es decir, la alfabetización, el aprendi­zaje funcional de lengua. Pero ha faltado la literatu­ rización, que es la integración de las habilidades anteriores hacia el desarrollo de las faculta­ des creativas y estéticas de la lengua, con una didáctica apropiada que nos lleve a la incor­ poración natural de la literatura en nuestra vida diaria. No para que todos se conviertan en escritores profesionales; sí para que todos escri­ ban, lean, entiendan, disfruten, aprendan y compar­ tan las riquezas de su mundo interior con las múlti­ ples voces que ofrece la literatura. La construcción de una teoría didáctica de la creación literaria y del pro­ ceso creador se ha convertido, pues, no sólo en mi principal lí­ nea de investigación en el post­ grado en Literatura del cidhem (Centro de Investigación y Do­ cencia en Humanidades del Es­ tado de Morelos), sino en una misión de vida para mí. La for­ mación de profesores, para que puedan literaturizarse y, a su vez, incorporar la literaturiza­ ción en sus aulas, junto con los programas escolares, representa la res­ puesta a las preguntas iniciales. Es el momento justo para que la Reforma Educa­ tiva incluya plataformas didácticas de literaturiza­ ción para capacitar a los profesores. Un equipo de comprometidos alumnos que he coordinado en el postgrado en Literatura en cidhem ya da los primeros frutos de este nuevo paradigma: la literaturización en la educación. Caminito de los cuentos es un libro escrito por niños y niñas de quin­ to grado de primaria, de la escuela rural “Profesor Francisco Figueroa”, durante el ciclo escolar 20122013, en la comunidad de San Juan Unión, Municipio de Taxco de Alarcón, en el estado de Guerrero. Estos pequeños han vivido en carne propia el inicio de la literaturización, de la mano de su profesor, Joaquín Martínez Miramontes. Es uno de esos “caminitos” que se han ido abriendo como parte de este esfuerzo y se ha convertido en un proyecto social, en conjun­ to con los profesores Hermes Castañeda Caudana y Sol Manzanares Hernández, y auspiciado por Grupo México, Casa Grande y Desarrollo con Sentido, para ampliar su cobertura y publicar el material que será presentado la próxima semana. Es una muestra de que este país puede ser tan grande como sus niños y sus niñas, si los adultos aprendemos a ponernos a su altura •


13 de abril de 2014 • Número 997 • Jornada Semanal

Guilermo Samperio

Carta de humo y bomberos*

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é que mi llamada fue sorpresiva para ti, pero también lo fue para mí, pues mis manos se movieron hacia la libreta y encontraron tu número; yo sólo les hacía caso mientras agarraban el teléfono, lo mismo que la oreja, la cual se veía avispada para escuchar los tonos distorsionados y los silencios ahuecados de telecomuni­ caciones distantes. Mi alma, un poco lenta en el entresue­ ño, existía sin suponer qué iba a percibir desde un más allá donde se encontraba una mujer de piel translúcida, que eres tú. Un poco envarado por el nuevo contacto telefó­ nico, me gratificó escuchar tu voz, saber que atrás de tus palabras de humo de tinta china te descubrías tú; tu cuer­ po, tu dispuesto brazo, tu talón limpio, tu cuello largo, tu mirada marítima, estaban sobre la misma Tierra. Tal vez, la llamada tuvo un trasfondo torpe, un no sa­ ber qué decir, un trompicarse, pero en el trasfondo del tras­f ondo se hallaba la sensación de mutua pertenencia, de confianza recíproca, reactivación de sitios nodales de la cordialidad, sabiendo que este tiempo intenso sí es una señal, al contrario de lo que diría un tango. No recuerdo bien qué platicamos, me viene nuestra conversación transformada en humo de letras revolotean­ do en remolino ovoidal, donde está tu imagen sosteniendo el teléfono en un extremo y, en el otro, mi cuerpo en la misma posición del tuyo, clones, gemelos o casualidades, como dos bomberos que apagan incendios emocionales y que miran volar la humareda de palabras y signos de pun­ tuación que, al quemarse el papel de los libros de nuestras historias, decidieron salvar sus vidas de espíritu sonoro y se unieron a frases, eligieron un trozo de cielo más lim­ pio, donde fonemas, acentos, vocales, diéresis, fragmen­ tos de poemas y otras sonoridades de la lengua castella­ na, fueron remolinos pardos de listones humosos de mi cigarrillo y tal vez del tuyo. Luego de girar, se desgajaron de lo humoso turbio, volaron como parvada abrazados por densas nubes blancas con ligeros tonos púrpuras en sus mechones. En los nubones viajaron y distinguieron montes azules y verde limón, un ave de caza desplegó sus alas para planear sobre el fresco cañón, donde un río corriente terminaba en una cascada de caída azulosa. Más adelante vie­ ron un silencioso desierto en su atardecer: los puños de palmeras y las caravanas de camellos parecían fantasmas oscuros contra el difuminado naranja que caía tras el hori­ zonte de arena. Viajaron sobre selvas grito­

nas, playas donde se revolcaba la ausencia entre la espu­ ma que se alargaba hasta diluirse en la bruma distante. En algún momento del viaje de regreso vieron pasar la silueta de un caballo silvestre, que agitó la crin melenosa como si el aire fuera suyo. Durante la navegación celeste en la panza de las nubes obesas, se fueron rearmando frases, como “las insaciables lí­ neas suaves de tu cuello”, o “entregada y tuya, maleable, líquida, de barro fresco o de plastilina” y párrafos semejan­ tes a los que has leído en estas palabras churriguerescas. No sin emotividad melancólica, letras y signos se des­ pidieron, con un ritual literario, de las pletóricas nubes albinas. Un grupo de oraciones dijo: “Ballenas celestes; hijas generosas de Jonás.” Un grupito de letras, que estaba sobre una giba nubosa de abajo, agregó: “Memoriosos na­ víos de argonautas acongojados.” Las nubes mandaron a la Tierra cuatro o cinco rayos de puro sentimiento. Se que­ mó un sauce llorón, pero para qué lloraba tanto, decían por la comarca. De ahí se derivó el refrán “al sauce llorón le toca truenón”. Por su parte, las bonachonas nubes le re­ galaron al lenguaje la frescura de un atardecer suave, la manera de metamorfosearse en diversas figuras y la ebria diligencia de hacer remolinos de palabras. Como a la nube abuela no le gustaban las despedidas, palabras y signos decidieron empezar a llover y, a media precipitación, se dividieron en dos cálidas ventiscas de frases, con todo y sus párrafos y hasta sus paréntesis. Una ventisca arribó, luego de morosos días, a donde tú habitas y su levedad te mueve la falda, te sopla los zapa­ tos, se desliza por tu cuello, vuelve a subir y te musita al oído alguna frase de humos de coral. La otra ventisca se encuentra en mi habitación en este momento, la chismosa que se introdujo en forma de chi­ flón por la ventana del cubo de luz del edificio de los años cuarenta, se enreda en mi cabello, me zarandea el pelo rojizo, remueve el humo del incienso de cedro sobre mi secretaire, junto a la efigie de una virgen acompañada de un niño y un ángel dibujados en el siglo xv en la italia­ na casa Lippi. Como ambas ventiscas hablan el mismo idioma, yo miro tu silueta en la metamorfosis constante del palabrerío y tú miras la mía en tu remolino de letras y ambos nos damos cuenta de que nuestros cuerpos se encuentran en la misma posición, clo­ nes, gemelos o casualidades • *Incluido en Al fondo se escucha el rumor del océano

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Juan Domingo Argüelles

13 de abril de 2014 • Número 997 • Jornada Semanal

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ugo Gutiérrez Vega nos enseñó una cosa fun­ damental a los lectores y a los poetas en la se­ gunda mitad del siglo xx: a hablarle de tú a la poesía. Despojó a la Sacrosanta Lírica de sus mantos solemnes que ocultaban su hermosa desnu­ dez y la puso –cual la musa callejera de Fidel, cual la musa “del piernón bruto” de Efraín Huerta en “Juá­ rez-Loreto.– a hablar en cristiano y no en culterano. Hugo Gutiérrez Vega nos mostró que el poeta y el lector de poesía son, tal como aseguraba García Lor­ ca, gente que anda por las calles, y no patitiesos en­ gendros de la solemnidad que esperan caer la noche para salir de sus guaridas oscuras y tenebrosas a llenar de ripios y plumas las salas atiborradas de cursis pudibundos.

nació rumbero ni jarocho ni trovador de veras, ni nació junto a su Veracruz. Lo que él sabe es que “los domingos sale una luna de papel/ entre las jacarandas”, y sabe (sin cursilerías, y quizá brutalmente) de “la noche que se devora todos los sortilegios/ y se queda para siem­ pre/ en el aire gris/ de la ciudad con las tripas abiertas”. Hugo Gutiérrez Vega dice que morirá cuando el pla­ cer termine. Y qué placer más placentero éste que el de saber que la vida ha derramado su cornucopia sobre sus zapatos, dándole el don del vuelo que raras veces usa pero que sabe que ahí está y es para usarse,

escribe versos, no pide nada, no pide nada que la poesía no pueda cumplir. Hugo Gutiérrez Vega le da cuerda al bolero y le echa una moneda a la sinfonola, se duerme en sus laureles de la infancia (para soñar mejor) y repite: “Aunque no lo parezca de verdad no quiero nada.” Conspiran a su favor “una clara madrugada/ y un bosque de altas ramas/ con los brotes apenas nacidos”. Descu­ brió que a sus ojos iba mejor la noche, pues el terror es diurno, “cuando las bestias abren sus fauces”. Hugo Gutiérrez Vega sabe que las bestias que abren sus fauces, en el bazar de asom­ bros, no son las pesadillas de los sueños noc­ turnos, sino los desvaríos y tragedias de los dragones diurnos (banqueros, generales, políticos voraces, cómplices de los males y corruptos de carne corruptora) que entregan como gran filantropía más miseria, más in­ seguridad, más autoritarismo y demagogia.

Hugo Gutiérrez Vega metió en la poesía lo mismo a Grecia que a la Reina Victoria (y a la Reina Margot, si el caso fuera); lo mismo a la abuela que hablaba con pájaros creyén­ dolos ángeles, que al perro de la carnicería. En su ecuménica poesía tiene cabida todo el mundo: los poetas mismos, las cosas, los pájaros, la mujer (su mujer), las mujeres (sus hijas), el amor, la tristeza, la oda y la elegía, pero también el humor, la gracia: junto a los soles griegos, la mismísima Bo­ rola Tacuche de Burrón. Hugo Gutiérrez Vega jamás se ha andado por las ramas. Su poesía no ensaya la pirue­ ta circense ni la machincuepa mortal con las que algunos matan toda emoción del lector. No busca impresionar, busca comunicar, y comunica; no quiere sorprendernos, quiere que conversemos ahí donde la poe­ sía es comunicación, diálogo, algo en co­ mún: gozo y comunión. Hugo Gutiérrez Vega le puso el cascabel al gato, buscándole tres pies a las ineptitudes de la inepta cultura. Lo coloquial en sus li­ bros dejó de serlo porque toda poesía es co­ loquial o no es, desde que Cipión y Bergan­ za, los bergantes caninos de Cervantes nos mostraron (entre razonamientos perrunos) que no hay imposibles para la poesía salvo cuando la poesía es imposible de leer.

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Hugo Gutiérrez Vega vive con pocas cosas a su lado; las pocas cosas que la vida le da como regalo. Dice, sin que le asuste el tono autobiográfico: “unos seres que crecen a mi lado;/ un techo, pan, un poco de dinero,/ libros, el teatro, el cine;/ seres vivos que amo/ y que me aman;/ mis muertos, la me­ moria/ y el presente/ (nada sé del futuro/ pero no me interesa)”.

Lo que sabe el poeta (a Hugo Gutiérrez Vega en sus 80 años)

Hugo Gutiérrez Vega le canta a la noche despatarrada y a la luna de octubre (que, dicen las malas lenguas, es la más hermosa porque en ella se refleja la quietud), y se deja acompañar por maracas y requintos, serruchos, un peine con papel y voz gango­ sa, y música de viento para el viento, porque si no lo hace se lo devora entero la cruel solemnidad.

Hugo Gutiérrez Vega sabe de lo que habla: “Yo nací en un mundo tan solemne,/ tan lleno de conmemora­ ciones cívicas,/ estatuas,/ vidas de héroes y santos,/ poetas de altísimas metáforas/ y oradores locales;/ en la ciudad que tiene siempre puesta/ la máscara de jade y de turquesa,/ y como ahí nací/ debería ca­ llarme el hocico/ y pintar solamente en los retretes.” Hugo Gutiérrez Vega, como puede mirarse, no nació con la luna de plata, ni nació con alma de pirata, y no

Foto: Carlos Ramos Mamahua/ La Jornada

y un día volará. Por eso dice que nada pide. Sorpren­ dente declaración de fe en un mundo donde todo el mundo algo pide y exige aunque sea al menos la de­ lirantemente ínfima inmortalidad. Hugo Gutiérrez Vega ha visto y ha escuchado cómo los poetas dicen sus versos y agitan sus plumas de pavo real en el gran salón, y ha observado que al final de los recitales esas plumas de pavo real quedan re­ gadas por el suelo para que las sirvientas (que lim­ pian el salón) las pongan en sus viejos sombreros y opinen que los recitales de poesía son útiles a la re­ pública. Él, que se sabe un señor domesticado que

Hugo Gutiérrez Vega cultiva, en sus ochenta años, la delicada planta de la esperanza. No sin escepticismo. “La realidad la frustra, la ataca, la violenta”, explica con paciencia, con ardiente paciencia. Cree que la esperanza es la loca de la casa, y sin embargo día a día la cuida, la escarda y la consiente. La loca de la casa se aferra a su locura, y el jardinero acaso conta­ giado mantiene la esperanza de que florezca un día y nos entregue un fruto de esperanza. Hugo Gutiérrez Vega escribe para conjurar. Y su conjura alienta la esperanza. Y su pedir es dar contradictorio: “Sólo pido los restos del cre­púsculo/ y una tarde en el mar,/ tal vez, si la fortuna lo dispone,/ cuatro días en Viana do Castelo,/ un libro de Pessoa,/ um cálice de porto,/ dos poemas de Andrade,/ unas palabras de Castello Branco,/ las manos de Lucinda,/ una charla sin trabas con mis hijas,/ carta de Mon­ siváis,/ la novela de Sergio.../ En fin... son mu­ chas cosas/ las que pido. ‘Ay, hijito, tú no tie­ nes medida’,/ decía la abuela/ levantando un dedo./ Y qué le voy a hacer:/ Todo eso pido.”

Hugo Gutiérrez Vega pide para el lector y es lo que entrega. Conociéndolo un poco (porque platico con su poesía), sé lo que pediría en sus ochenta: fox trot, pero sin Fox; todo el amor, “sin que el amor lo sepa”; la recuperación de Ernesto Flores; “la risa sin moti­ vo”; “el sueño nuevo ardiendo en la camisa”; “ser un país, tener memoria propia”; contradicciones varias; “cantar aquí y ahora”; “las manos de Lucinda”; “to­ do López Velarde”, y muchas cosas más, sabiendo de antemano que “nunca el amor es mucho,/ nunca lle­ ga a abrumarnos/ con su antiguo perfume./ Siempre algo por decir/ se nos queda en el alma” •


Las

13 de abril de 2014 • Número 997 • Jornada Semanal

lecturas de los

políticos

Ricardo Bada

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llá por 1975, Heinrich Böll publicó una am­ plia reseña de un libro titulado Las lecturas privadas de Sigmund Freud, donde Peter Brüc­ kner hacía el inventario de la biblioteca par­ ticular del creador del psicoanálisis, y extraía de ello las más sabrosas conclusiones, no todas basadas en su inventario, sino también en alguna frase del pro­ pio Freud: “Para mí, fantasear y trabajar son una misma cosa, y fuera de eso nada me divierte.” Co­ mentario de Brückner: “En una persona con su capa­ cidad de trabajo no se puede excluir que tanto en uno como en otro caso, la inclinación al libro haya recon­ ciliado dos tendencias opuestas: la tendencia a la pereza y la repugnancia hacia la inactividad.” Haciendo hincapié en ello, Heinrich Böll acierta al advertir que el problema esencial consiste en saber “si realmente se puede separar la lectura profesional –por ejemplo, la de Dostoievsky, que sin duda tam­ bién era privada– de la lectura privada, por ejemplo Sterne y Dickens”. Y luego, avanzando en su propio análisis del in­ ventario, Böll registra el hecho de que entre los auto­ res preferidos por Freud predominan los británicos, con la excepción del danés Jens Peter Jacobsen, el holandés Multatuli (autor de ese clásico universal y desconocido que es Max Havelaar) y “el gran Cervan­ tes. [...] Todos, excepto Cervantes ‒sigue diciendo Böll‒ de la Europa nórdica o noroccidental, todos de países donde había tenido lugar la Reforma, don­ de las estructuras de la nueva eclesialidad ya se des­ moronaban considerablemente, y donde la burgue­ sía ya había avanzado mucho más de lo que se podía esperar en la Alemania contemporánea de Freud. Como único católico (¿no sería mejor poner ‘cató­ lico’?), queda Cervantes. Sin embargo, todos tienen algo en común: crítica de su sociedad, rebelión con­ tra ella, urgencia de introducir reformas, indigna­ ción contra la hipocresía”. Don Enrique (como yo bauticé a Böll) tituló su re­ seña “¿Qué leía Hindenburg?”, y en el texto de la misma remachaba: “Téngase en cuenta la importan­ cia de las lecturas (privadas) de Hitler, después de 1923, para la historia mundial.” Así pues, a Böll, Pre­ mio Nobel 1972, le parecía significativo y hasta es­ clarecedor saber qué leen los políticos, y elegía como paradigmático (para sus lectores alemanes) al úl­ timo presidente de la República de Weimar, a cuya muerte Hitler asumió poderes omnímodos.

Permítaseme aquí una digresión acerca de la im­ portancia de las lecturas de los personajes literarios: en un artículo publicado en este mismo suplemento, el 5/ viii /2007, hablé del lector omnívoro cuyo ex­ ponente mayor es Emma Bovary, quien afirma en un momento de la novela: “J’ai lu tout.” Y puesto que, por su parte, Gustave Flaubert aseguraba que él era Madame Bovary, ¿será pues que la heroína y su autor leyeron ese mismo “tout”? Después de reseñar to­ das y cada una de las lecturas de Madame, espigadas en mi propia lectura del libro, llegué a la conclusión –avalada por la correspondencia del autor con su confidente Louise Colet– de que Flaubert sí leyó todo lo que nos iba a contar que había leído Emma, su cria­ tura. Sólo así pudo retratarla desde tan adentro, en­ tenderla y transmitírnosla. Un proceso inverso al de Don Quijote: Flaubert accede a una lucidez clarivi­ dente acerca de su personaje porque devora toda la basura con que también pensaba alimentarlo. Ello explica el sufrimiento que padeció durante la escri­ tura del manuscrito, que en ocasiones lo puso al bor­ de del colapso nervioso y el derrumbamiento físico. Y volviendo a nuestro tema: otro Premio Nobel, el ruso nacionalizado estadunidense Joseph Brodsky, en su discurso de recepción en Estocolmo, 1987, avanzó un paso más que Böll: “En mi opinión, lo pri­ mero que habría que preguntar a un posible dueño de nuestros destinos no es cómo imagina el curso de su política exterior, sino cuál es su actitud frente a Stendhal, Dickens, Dostoievsky. [...] Creo –no empí­ ricamente, y lo lamento, sino sólo en teoría– que, para quien ha leído mucho a Dickens, disparar contra el prójimo en nombre de una idea es más problemá­ tico que para quien no lo ha leído.” Pero en el mismo párrafo, curándose en salud, acotaba que “una per­ sona educada, culta [...] es, con toda certeza, capaz de matar a su semejante e incluso de sentir, al hacer­

Hitler, Freud y sus lecturas

lo, un éxtasis de convicción. Lenin era culto, Stalin era culto, y también Hitler (sic): en cuanto a Mao Zedong, incluso escribía versos. Ahora bien, lo que todos esos hombres tienen en común es que su lista de disparos es más larga que su lista de lecturas”. ¿En qué quedamos, pues, es o no es importante saber lo que leen los políticos? Porque si nos atene­ mos a las consecuencias, recordemos entonces que el diario moscovita Pravda publicó en 1994 un folletón en el que se hacía un inventario de la biblioteca pri­ vada de Stalin, y que no se limitaba a un repaso de títulos, también recogía algunos de los muchos co­ mentarios escritos por él en los márgenes de esos libros. Botón de muestra: Stalin consideraba “ex­ traordinariamente original” la observación de Ana­ tole France acerca de que las flores, al contrario que los seres humanos, enseñan orgullosas sus órganos reproductores. Y la verdad es que debemos confesar que la lista de los libros de Stalin impresiona por la variedad y la universalidad de los temas que abarca. Baste decir que entre sus lecturas se contaban Spi­ noza, Descartes, Kant, Pushkin, Flaubert, Maupas­ sant, h . g . Wells, Jack London... y Dickens, rebatien­ do así de algún modo la confiadísima suposición –o sólo esperanza– de Brodsky. Sea como fuere, precautoriamente siempre segui­ remos creyendo, con Böll, que resulta bastante con­ veniente saber cuáles son las lecturas de los políticos que nos gobiernan: aunque sólo sirva para consta­ tar que no dejaron huella ninguna en ellos. Parafra­ seando al autor de Opiniones de un clown, podríamos aquí preguntarnos, sin ir más lejos: ¿qué leía Franco? Corriendo como es lógico el riesgo de que algún es­ píritu mordaz nos pregunte a su vez, cerrando inape­ lable la discusión: “Ah, pero Franco ¿leía?” •

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Las erupcion sagrada también a la política, regresa del exilio en 1974 a su país después de oponerse y luchar contra la dictadura de los coroneles. Con Miguel Gallardo, la dramaturgia cantada y atenuada de macho herido por el desprecio alcanza el éxtasis del capricho metafísico de la propiedad sobre la mujer, con final feliz imaginado bajo el tes­ timonio de la aurora: “Sin decirme adiós,/ yo te vi partir./ Quiero en tus manos abiertas buscar mi ca­ mino/ y que te sientas mujer solamente conmigo./ Hoy tengo ganas de ti./ Hoy tengo ganas de ti./ Quiero apagar en tus labios la sed de mi alma/ y descubrir el amor juntos cada mañana” (“Hoy tengo ganas de ti”, del álbum Autorretrato, 1975). Esta he­ rida narcisista que las canciones de Gallardo cantan con énfasis vocal, donde el timbre de voz lo es todo, de cursilería controlada pero siempre presente, lle­ ga a un momento culminante cuando el amor con­ trariado incorpora un acento trágico que no logra

Al separar drásticamente el ámbito emo­cional femenino de la redención misógina de las baladas cantadas por hombres, se adquiere un espacio de enunciación propio para las cantantes mujeres.

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En el inicio fueron las melenas onduladas que se precipitaban sobre los rostros casi de porcelana, cabellos largos que afirma­ ron la presencia de jóvenes cantantes que mezclaron cierto simulacro de rebeldía emocional y melodramática con una eficiente apro­ piación del espectáculo de los sentimientos. Supre­ macía del vocalista, lentitud musical de orquesta, coros angelicales que sólo se reconocen en la religión laica del amor; erupciones del alma melodramática y de la época dorada de la balada romántica. Figuras como Raphael, Camilo Sesto o Miguel Gallardo, la santísima trinidad de la reconquista emocional ul­ tramarina, aterrizan en México y en América Latina en los años setenta del siglo xx para comenzar tam­ bién una nueva era en la unificación emocional de Iberoamérica. Julio Iglesias, cuya definición de época pertene­ ce más a una articulación plena entre lo cantado y lo autobiográfico, puede ser visto como una intrusión aparte que complementa el desembarco sentimental. Su condición de playboy, de mujeriego alegre y can­ doroso, cuya masculinidad estrictamente mediática armoniza la letra de las canciones que interpreta con su vida de jet set (“Y es que yo/ amo la vida y amo el amor./ Soy un truhán/ soy un señor,/ algo bohemio y soñador…/ Me gustan las mujeres,/ me gusta el vino,/ y si tengo que olvidarlas,/ bebo y olvido”) es registrada por revistas y periódicos que le asignan su condición de inalcanzable, de ídolo que inaugura una nueva forma del culto a la personalidad y que liquida cualquier vestigio de héroe romántico pro­ pio del siglo xix . De paso, Julio Iglesias acelera la es­p ectacularización de la balada y el registro com­ pulsivo de las vidas cotidianas de los ídolos nave­ gando en sus yates por el Mediterráneo. Nadie que no sienta como propio el he­ chizo de la televisión, instalada ya en la ló­ gica cultural de todos los días, escapa a se­ mejante desembarco emocional. Nadie es indiferente a la atmósfera mediática y senti­ mental de la época. A esto se le puede llamar cultura de masas. Camilo Sesto, entre guitarras expresivas y susurros onomatopéyicos (“la-rala-i-la-ra-la”), ayuda a fundar el territorio con­ temporáneo de la balada romántica con un viejo recurso del romanticismo del siglo xviii inglés que recuerda a la nómina femenina y novelesca de Samuel Richardson; canonizar, mediante el lengua­ je supremo del amor, el nombre de la mujer sufriente, sin contradicción pero con implacables dicotomías que también identifican los límites de su jaula emo­ cional: “Eres fuego de amor,/ luz del sol, volcán y tierra./ Por donde pasas dejas huella…/ Mujer, tú naciste para querer/ [...] Has vuelto Melina… / tus ojos reflejan el dolor y tu alma el amor” (“Melina”, 1975). Sin embargo, la figura a la que está dedicada el tema no se presta demasiado para la enunciación melodramática: Melina Mercouri, actriz griega con­

Gustavo Ogarrio disminuir la redención que sólo se logra a través del sufrimiento; el otro que adquiere la propiedad amo­ rosa del objeto amado-mujer es el hermano y esta referencia vaga en la canción “Otro ocupa mi lu­ gar” complejiza, sin traicionar, su condición melo­ dramática: “Fui/ tu gran amor,/ tu eco y tu voz,/ tu amanecer,/ el compañero de tu ayer./ Te di/ mi alma y mi hogar,/ mi juventud,/ mi soledad./ Amé tu cuerpo, tu sonrisa, tus defectos, tus caricias./ Y ahora otro ocupa mi lugar,/ otro duerme junto a ti./ Él se lleva lo que amé,/ sin pensar que mi camino se acababa,/ que sin ti no valgo nada…/ comprender que ayer te tuve entre mis manos y ahora eres de mi hermano” (1976). Manuel Vázquez Montalbán identifica con gran precisión la configuración cultural y política de este baladismo, a partir de la figura de Raphael, en sus bri­ llantes crónicas recogidas en Crónica sentimental de España: “Raphael es el cantante abundante que necesi­ taba la España de la abundancia, la España que se sacaba los pechos del refajo y los dejaba caer sobre la balanza artística de la Europa del consumo. El abun­ dante Raphael es una síntesis de zarzuela y teenager… Además, Raphael no compromete a nadie, porque na­ die acaba de tomarse en serio los problemas que canta.” En la figura de Raphael se sintetizan los alcan­ ces políticos directos de la balada romántica espa­ ñola y su condición de cantante de la dictadura de Franco lo convierten en el emblema casi absoluto de la re­l ación entre emocionalidad y régimen polí­ tico. A la esposa de el Caudillo Franco le gusta que Raphael amenice las funciones de Navidad en el Teatro Calderón; era el “niño bonito del franquis­ mo”. Sin embargo, este no es el único rasgo que en­ traña la complejidad de Raphael. Su evocación amo­ rosa es soberanamente telúrica, su ambigüedad sexual es inducida por una desafiante puesta en escena ante los prejuicios homofóbicos de la época. Raphael mercantiliza el impacto de esta ambi­ güedad, su desbordamiento emocional es teatral y le imprime a la balada romántica uno de sus momentos más intensos como expresión des­ bordada de los sentimientos: “Yo…/ te amo con la fuerza de los ma­res./ Yo…/ te amo con el ím­ petu del viento./ Yo…/ te amo en la distancia y en el tiempo./ Yo…/ te amo con mi alma y con mi carne./ Yo…/ te amo como el niño a su mañana./ Yo…/ te amo como el hom­ bre a su recuerdo…/ Yo…/ te amo de una forma sobrehumana” (“Como yo te amo”, compositor: Manuel Alejandro, del álbum Y sigo mi camino, 1980). Con aliento totalizador, Raphael se echa sobre sus espaldas al amor mis­ mo en su concepción melodramática y, lejos de salvarlo de las garras de cual­ quier tragedia consumada, que pu­ diera obligar a abandonar el régimen imperante del sentimentalismo amo­


nes del alma:

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melodrama y balada romántica

Julio Iglesias, Raphael y Camilo Sesto

roso, lo deja listo para ser evocado hasta el hartazgo como erupción sin precedentes en el paisaje emocio­ nal de finales del siglo xx en Iberoamérica.

LA MALDITA PRIMAVERA DE LA BALADA ROMÁNTICA EN MÉXICO La emergencia de la balada romántica en México es­ tá marcada por la necesidad autoritaria de sembrar sentimientos nobles en un país que acaba de ser tes­ tigo a medias de dos matanzas de estudiantes, que quieren olvidarse por decreto. Los estudiantes ase­ sinados por el régimen en Tlatelolco en 1968 y por el halconazo de 1971 son motivo para exigir al menos un cambio de sensibilidad cultural. Este cambio puede ser visto ahora como el inicio de la lenta agonía del viejo sistema de alianzas políticas y culturales sur­ gido de la Revolución mexicana. El baladismo en México de los años setenta se encarga también de conducir el proceso de modernización emocional, que reclama signos más complejos dentro de lo es­ tructuralmente permitido. Sobre el ímpetu homogeneizador de la balada ro­ mántica y su avalancha de utopías cotidianas, José Joaquín Blanco afirma: “Todas las canciones son iguales: cuentos de hadas del amor, ensoñaciones cursis y delirantes del sentimiento y del erotismo… El baladismo es un humanismo: en las canciones la gente no es fea ni panzona, desconoce el mal aliento y el pie de atleta, y se comporta aristocráticamente, es decir: no saca a colación vulgaridades como la ren­ ta, las deudas, el odio al capataz oficinesco…” Roberto Carlos

Una poderosa imagen que inaugura la nueva épo­ ca y al mismo tiempo liquida la inocencia y candi­ dez emocional de los años sesenta es la del joven José José cantando “El triste”, de Roberto Cantoral, en la final del Festival oti de 1970. “José José empezó a cantarle ya no a mi Novia Popotitos ni a un chico Ye-Yé sino a una –¡oh!– amante… Con José José la canción se puso caliente; tardó algunos años para romper convenciones –y ya que otros (los españoles, sobre todo) se habían puesto más explícitos–, pero desde un principio mostraba que el mercado exigía una sexualidad más moderna, incluso agresiva, y a la vez decente, y siempre romántica”, anota el mismo José Joaquín Blanco. José José es la muralla de la época, el signo de la desbandada romántica, el que desde su condición de intérprete de la totalidad del amor introduce mo­ dulaciones trascendentales a sentimientos básicos

como el miedo a los prejuicios más agresivos de la época, el entusiasmo saturado de candor, la vengan­ za sentimental, las frustraciones en la gran ciudad, la lástima y la ternura lacrimosas, siempre desde la perspectiva del que sacraliza las pasiones para darle un espacio de redención a la figura del “amante”. José José también es telúrico y su enunciación volcá­ nica refuerza una sinceridad desgarrada; no la del cinismo del que engaña sino la del hombre derrotado por su propio destino, aquél que fue “de todo y sin medida”. Después de él vienen todos. Juan Gabriel, Emmanuel, Napoleón, y así se suceden en el juego de tronos de las décadas de los ochenta y noventa: Luis Miguel, Mijares, Alejandro Fernández, Marco Anto­ nio Solís, Joan Sebastian, entre una lista infinita de figuras románticas con destinos sellados también por la televisión comercial y la cultura de masas. sigue

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ensayo

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época cuyo emblema es la madurez y la “revolu­ ción” de la intimidad que deja la separación: “Hoy voy a cambiar,/ revisar bien mis maletas/ y sacar mis sentimientos/ y resentimientos todos./ Hacer limpieza al armario,/ borrar rencores de antaño/ y angustias que hubo en mi mente/ para no sufrir por cosas tan pequeñitas./ Dejar de ser niña para ser mujer.” “Mudanzas” (1981) es el himno popu­ lar a la mano para expresar precisamente la mudanza del enfoque de género en el registro mediá­ tico de la balada romántica. Otra figura que consolida esta irrupción de las cantantes mexicanas en la época de oro del bala­ dismo es sin duda Yuri. Su versión en español de la canción “Maledetta primavera”, de la cantante italiana Loretta Goggi, le permite nombrar, con pudor todavía mediático que coincide con su ima­ gen de joven atrevida pero inocente, un gesto que alcanza a expresar un deseo erótico y sexual en voz alta con escena cuasi de cama, sin romper con el sistema de prohibiciones propias de la vida “co­ mo Dios manda” y sin atentar directamente contra cierta castidad que poco a poco se desfonda con los años y en la intimidad de la voz femenina que canta: “… dulce embustera/ la maldita primave­ ra/ que queda de un sueño erótico si/ de repente me despierto y te has ido/ siento el vacío de ti/ me desespero/ como si el amor doliera/ y aunque no quiera/ sin quererlo pienso en ti./ Si/ para ena­ morarme ahora/ volverá a mí/ la maldita pri­ mavera/ que importa si/ para enamorarme basta una hora/ pasa ligera/ la maldita primavera/ pasa ligera/ me hace daño sólo a mí.” (“Maldita primavera”, 1982).

La balada romántica de los años setenta y ochenta, su impacto arrasador y su moder­n ización de los sentimientos populares estrictamente mediáticos, son parte de nuestra historia emocional contemporánea.

Destaca en este cuadro de unificación sen­ timental lo que se podría entender como el inicio mediático de la inversión emocional y cuasi ideológica del machismo en México. Lupita D’Alessio encabeza la avanzada sentimental que no logra romper los límites del patriarcalismo, pero sí modernizar el yugo femenino al darle una apariencia de cierta libertad emocional. Es­ to coincide con la segunda oleada del femi­ nismo en México. Al separar drásticamente el ámbito emo­ cional femenino de la redención misógina de las baladas cantadas por hombres, se adquiere un espacio de enunciación propio para las cantan­ tes mujeres. Sin ser todavía una abierta batalla romántica entre géneros, la balada cantada por mujeres en los años setenta y ochenta reclama un ámbito de libertad que en ningún caso es emancipación; más bien dulcifica estereotipa­ damente las emociones con cierta actitud tam­ bién volcánica. En 1971, Lupita D’Alessio canta: “Cenicienta, buenas noches,/ Cenicienta…/ son las doce de la noche en tu reloj,/ el encanto se acabó/ tu pareja se perdió.” Tal parece que la D´Alessio anuncia, con el uso candoroso de esta fábula romántica de una Cenicienta post-matanza de Tlatelolco, la li­ quidación de la era de la candidez al estilo Angé­ lica María (“A dónde va nuestro amor,/ cariño mío”). La novia de México es relevada generacio­ nalmente por la amante despechada cuya repre­ sentación es la de una “leona dormida”. La déca­ da plena de esta transformación sentimental es la de los años ochenta. Desde cierto tremendismo exaltado, Lupita D’Alessio registra este cambio de

LA BALADA ROMÁNTICA COMO INTEGRACIÓN SENTIMENTAL Sin lugar a dudas, la balada romántica de los años setenta y ochenta ha sido uno de los elemen­ tos claves para el proceso que Jesús Martín-Barbero identifica como la “integración sentimental lati­ noamericana”. Es el comienzo de un fuerte proce­ so de mercantilización de los sentimientos y de diversificación a gran escala de los productos pro­ pios del melodrama (baladas y telenovelas); es la danza de las personalidades (cantantes y actores) que paulatinamente se van despojando de lo in­ necesario en la industrialización global del es­ pectáculo melodramático: en nombre de este cre­ cimiento desmesurado, pierden ciertos rasgos y capacidades artísticas para privilegiar lo estricta­ mente “vendible”. Se cae en la trampa de afirmar que todo pasado melodramático fue mejor. El ca­ pitalismo del melodrama latinoamericano ter­ mina de desbordar lo nacional y paulatinamente genera la ilusión de que es nuestra gran industria transnacional –junto con el narcotráfico, se dice en ocasiones con cierto chovinismo extraviado. En todos los países latinoamericanos se escenifica y crece vertiginosamente la balada romántica, esta variable musical del melodrama y, por momentos, parece irreversible su presencia casi asfixiante en los mass media. ¿Quiénes son algunos de los mártires funda­ dores de la balada romántica en América Latina? En Argentina: Leo Dan, Sandro de América, Palito Ortega, Diego Verdaguer. En Brasil: Roberto Carlos, Nelson Ned, que para integrarse al gran mercado latinoamericano tienen que cantar también en español y no sólo en portugués. En Chile: Lucho Gatica, Los Ángeles Negros. En Venezuela: José Luis Rodríguez el Puma, Los Terrícolas. La balada romántica de los años setenta y ochenta, su impacto arrasador y su moder­ nización de los sentimientos populares estric­ tamente mediáticos, son parte de nuestra his­ toria emocional contemporánea. Una historia que también nos habla indirectamente de los efectos que dejan en nuestras sociedades los sistemas culturales y políticos más autori­ tarios. Es el registro de una transformación emocional que fue interpretada de manera desbordada, siempre con el pudor propio de una época rigurosamente melodramática o con una ausencia profunda de sentimientos ge­ nuinamente trágicos •


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leer

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Cada perro tiene su día, Ramón Córdoba, Textofilia, México, 2013.

RETRATAR LA OBSESIÓN JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ

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s común que en el presente efectivo de una novela las acciones lleven el mayor peso. A partir de ahí, también es común que la narración se vaya al pasado por medio de analepsis que no son otra cosa sino el desplazamiento del presente efectivo hacia otro momento temporal ya sucedido. En otras palabras, estas analepsis (los famosos flashbacks) no son, en realidad, recuerdos, toda vez que no están distorsionados por la óptica de los personajes, sino que implican un verdadero movimiento temporal: se narra como si se estuviera en ese tiempo. Una buena cantidad de novelas operan bajo este esquema. Sin embargo, no es, ni por mucho, el único. Ramón Córdoba (Ciudad de México) conoce a cabalidad muchos recursos literarios. No por nada ha editado cerca de un millar de libros en los cuarenta años que se ha dedicado al oficio. Por sus manos han pasado manuscritos de los más importantes autores mexicanos. Pese a estar en contacto con ellos, lo que podría significar un elemento disuasivo para su propio e j e rc i c i o l i t e r a r i o , h a p u b l i c a d o poemas, cuentos y, ahora, su segunda novela, Cada perro tiene su día. En ella se da cuenta de la vida de un treintañero que ha tenido ocasión de viajar por el mundo, de dilapidar una herencia cuantiosa y de probar casi todas las drogas conocidas. Pese a ello, la novela no trata sólo del efecto de las adicciones. Más bien se ocupa de llevar a sus últimas consecuencias los estigmas de sus propias obsesiones. Así, nos encontramos al personaje en la nada virtuosa tarea de demoler su terraza; quizá sólo de destrozar el piso con una disciplina que linda en lo castrense: todos los días tres horas diarias, cuando no están sus vecinos, a fin de evitar las quejas. Y es mediante esta tarea infausta que se da permiso de viajar al pasado. Lo hace a partir de sus propios recuerdos, de su narración de los hechos. De ahí que se sume un nuevo valor a su viaje interior: ese pasado que nos muestra también es fruto de sus propias distorsiones. Muchas, si se considera que gran parte del tiempo se encuentra en un estado alterado de conciencia. Para completar el cuadro, es necesario decir que, tras la destrucción de la terraza, vendrá una reconstrucción. A la par, llegarán los diálogos con su padre muerto y con un dios en el que no cree pero se da el lujo de interpelar. Es una diatriba con varios destinatarios entre los que se encuentra, para volver al asunto más literario, el propio lector. Ramón Córdoba conoce bien el mundo editorial. Tal vez sea por eso que Cada perro tiene su día significa

un paso adelante de su novela anterior. Los estilos difieren. Cuando en la otra había acciones muy contundentes, ahora existe una profunda reflexión. Una reflexión que envuelve como la espiral misma en la que va cayendo el personaje, producto de sus propias obsesiones. Leer esta novela es permitirse ser un acompañante en esta caída al abismo, un viaje que vale la pena emprender • La escuela rota. Sistema y política en contra del aprendizaje en México, Eduardo Andere M., Siglo xxi Editores, México, 2013.

LA ESCUELA OLVIDADA GERMÁN IVÁN MARTÍNEZ

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n El grito manso –libro póstumo de Paulo Freire–, se pueden leer estas palabras de Pablo Imen: “En nuestro tiempo el conocimiento es entendido como mercancía, la escuela como shopping del saber, los padres como clientes y los docentes como proletarios.” Pero no sólo Freire criticó la escuela a la que llamó “palabrera” o “verbalista”; también Ivan Illich en La sociedad desescolarizada aseveró que aquélla representa la institucionalización de los valores de la sociedad capitalista, legitima la polarización social, forma visiones distorsionadas del mundo, define lo que es legítimo y lo que no lo es y tiene, finalmente, un efecto antieducacional. Illich pensaba que las funciones latentes de la escuela (custodia, selección, adoctrinamiento y aprendizaje), echan por tierra el axioma de que no hay aprendizaje sin enseñanza. Sugería que todos hemos aprendido la mayor parte de lo que sabemos fuera de la escuela y lo hemos hecho además de la forma más natural en que tiene lugar el aprendizaje: el ejemplo. En pleno siglo xxi la crítica a la escuela continúa en diversas partes del mundo. En su más reciente libro, La escuela rota. Sistema y política en contra del aprendizaje en México, Eduardo Andere explica las causas de la fallida política educativa en nuestro país y advierte no sólo que “cargamos con una fuerte masa poblacional sin educación y sin habilidades propias para una época que exige más”, sino que aún traemos a cuestas los errores provocados por ignorancia y/o negligencia de nuestros gobernantes de los últimos dos siglos. Rezago, desigualdad, masificación, educación básica centralizada y monopolizada, una enorme población de educación media superior y superior desatendida, grandes brechas entre escuelas (y no sólo entre públicas y privadas), desempeños estudiantiles deficientes en pruebas estandarizadas que miden pero no evalúan ( pisa , enlace , etcétera), políticas públicas desalentadoras, el desprestigio que enfrenta la docencia, la implantación desde el siglo xix de una educación única y homogénea para todos los mexicanos, políticas educativas sin presupuesto o con uno que, dice Andere, “sigue al maestro y a la escuela pero no al niño”; todo esto refleja un sistema

educativo deficiente. “Un sistema que perpetúa la pobreza, fomenta la segregación y beneficia a los grupos de interés. Y la escuela que debió haber sido el factor de ecualización e integración social se convirtió en un elemento de división. De allí el título de La escuela rota: rompió la sociedad en dos.” Eduardo Andere nos invita a pensar que la solución de la crisis educativa “no viene con el reparto indiscriminado de computadoras y accesos a internet”; tampoco con la entrega de libros y materiales educativos; lo verdaderamente importante es el uso que se les da a estos recursos. Y es enfático cuando agrega: “colocar la tecnología por delante del maestro es como poner la carreta delante de los caballos”. El autor tiene la convicción de que el problema no está en cuánto se gasta sino en cómo. Así, lo que debería discutirse es la forma en que se asignan los recursos, pero esto último, advierte, escapa del ámbito educativo. La escuela rota hace una importante radiografía de la educación mexicana actual. Critica la reforma emprendida recientemente y advierte: “ni la educación ni el aprendizaje se pueden ordenar por decreto, ni siquiera constitucional”. En este libro el lector hallará un cuestionamiento fundado frente al frenesí de las competencias que tocaron los distintos tramos educativos, sus planes y programas de estudio. Encontrará elementos suficientes que evidencian una reforma curricular contradictoria, que muestra cómo entre la educación básica y la media superior “no existe un puente teórico ni lógico en el lenguaje” de ambas. Otros aspectos abordados son la creación y reestructuración del inee , la prolongación de estudios y su obligatoriedad, los concursos de plazas para maestros, la evaluación universal, los claroscuros de la prueba enlace , el papel de la sep y el snte , las relaciones de poder, la miopía legislativa, la pobreza magisterial, la evaluación educativa y, en suma, la trama que ha seguido una política educativa retórica que se conjuga con “la cultura del antiaprendizaje del mexicano que prefiere la pachanga en lugar del trabajo; el descanso en lugar del esfuerzo; la televisión en lugar de la lectura; el ruido en lugar del silencio; la fiesta en lugar del estudio”. Andere precisa: “En esta reforma curricular el gobierno empezó al revés: reformó los currículos de los estudiantes sin reformar los de los maestros.” Tiene razón. Aún falta una política integral de selección, ingreso, permanencia y promoción docente. Asimismo, el hogar y la escuela deben recomponerse. Esta última ha olvidado los sentimientos para convertirse en guardiana de un saber que piensa inmutable. Olvida a las personas y funciona a partir de un sistema de premios y castigos; se centra en las respuestas y omite la importancia de las preguntas. Olvida la imaginación y la curiosidad; olvida también que la motivación (y no los incentivos) aviva el deseo de aprender. Por ello urge resignificarla e ir de la educación al aprendizaje. Sólo ello hará posible escapar de nuestra ignorancia funcional •

próximo número

EL IMPOSIBLE ADIÓS A GEORGES BRASSENS Dos poemas-canciones de Brassens y un texto de Rodolfo Alonso

Ensayos sobre Amiri Baraka, Doris Lessing y Saul Steinberg


arte y pensamiento ........

Francisco Torres Córdova

Ricardo Venegas

Herencia Fueron Cande, Roberto, sus dos hijos. Vi su casa. Lo que quedó, porque la gente de Roque metió sus vacas. Se comieron las macetas, la cerca de cañas, tiraron los muebles; dejaron estiércol por todas partes. Recogí unos huaraches y un vestido de Cande. Todo pisoteado, con tierra. En una repisa había un tambachito de trapo con unos zapatitos de estambre, dos chambritas, unas medallitas. No sabía que Cande estaba otra vez esperando. Limpiamos lo que se pudo. Mi madre estuvo entera hasta que clavaron las tapas. Luego empezó a llorar. Pero no hizo nada para estorbar que las sacaran. Tenía abrazada una foto de Roberto. Atrás salió el gentío. El sol quemaba, la tierra quemaba, el aire quemaba. El sudor era uno con las lágrimas. Se alzó una voz con el canto pero nadie la siguió. Sólo se oía el golpe disparejo de los pasos. Ya iba yo a salir cuando mi madre me agarró del brazo. Nada me dijo. Me miró de frente y me dio una escuadra grande, como militar •

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La Jornada Semanal

Dos poetas de Guatemala: Armando Rivera y Roxana Ávila

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ablar de Guatemala es evocar a aquellas figuras significativas que han sido pilares fundamentales de la tradición literaria latinoamericana: Luis Cardoza y Aragón, Miguel Ángel Asturias, el muy querido Otto-Raúl González, Carlos Illescas y Augusto Monterroso (los tres últimos, residentes en México en sus últimos años), entre otros. Nos hermana también una serie de hechos históricos: las dictaduras (antes rechazadas y hoy avaladas por Vargas Llosa), la represión y la negación de los movimientos sociales y artísticos, el nulo apoyo a la cultura en general y a la cultura del libro (lo que no vende no se imprime) y el autismo de los gobernantes para enfrentar la pobreza, la marginación y la inseguridad del ciudadano. Los registros de Armando Rivera en su poemario Más allá del Este (Letra Negra, 2012) son amplios. Vale la pena ahondar en las afinidades que pueden cobrar vida entre México y Guatemala, como lo refiere el poema “Lunes fugitivo”: “en este lunes/ las secretarias van con el rímel agotado por el amor/ los santos se visten de angustia/ una huelga inicia este lunes/ los pordioseros invocan el nombre del pecado/ alguien pierde la fe/ una mujer llora por su amante/ y el sicario invoca a la virgen del acero”. Armando no es un poeta del amor, más bien le canta al desencanto. Testigo de su tiempo, el poema que escribe es el de los que han abierto los ojos y han encontrado un mundo distante: “todo es puñal/ que te indica la maldad/ Judas camina despacio/ entre la multitud/ es un animal pelado/ que ambiciona/ la tierra que le cabe en la boca”. En Un ocaso fragmentado (Letra Negra, 2013), Roxana Ávila apuesta por la herrumbe y la esperanza, tal como Rudy Alfonzo Gómez Rivas lo confirma en el prólogo a la edición:“Poesía es caer en el abismo y no saberse perdido.” Roxana lo sabe y de ahí proceden sus hallazgos: “Entre risas nuestros cuerpos se arrullan/ como sombras de mangle/ anudados en hilos de aguamansa/ mojados los pies pero secas las almas./Así transcurren las mareas de silencios/ apretadas en los pliegues de mis labios/ empeñados en negar la belleza de la aurora/ a pesar de la luz y el desconsuelo de Dios./ Entre risas nos tumbamos a beber del agualluvia/ mojada la tez pero secas las sombras.” Como el propio Armando Rivera lo rememora en otro excelente libro: Guatemala. Narradores siglo xxi (Letra Negra, 2004): “Basta recordar las dos largas dictaduras, Cabrera y Ubico, así como las décadas de los años setenta a ochenta en las que a gran parte de los escritores se les consideró peligrosos por evidenciar en sus creaciones la miseria de la realidad guatemalteca.” Fuera de “la cultura del consumo global”, Armando y Roxana hacen un perfecto homenaje a la frase que Guillermo Boido escribió en los ochenta: "la poesía no se vende porque la poesía no se vende" •

ftorrescordova@gmail.com

MONÓLOGOS COMPARTIDOS

MENTIRAS TRANSPARENTES

BITÁCORA BIFRONTE

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Felipe Garrido

13 de abril de 2014 • Número 997 • Jornada Semanal

Linderos en la nada

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n una pausa junto a la mesa de la cocina después de lavar los trastes, o al tender la ropa, abrir una puerta,

preparar un alimento, regar las plantas o zurcir la rodilla de un pantalón adolescente, sin reposo, ahí, en medio de las tareas que levantan el andamiaje del mundo con la punta de los dedos, la fuerza de los brazos, el impulso de los pies, ella o él, madre, padre o hermano, hijo o nieta. O al mirar por la ventana desde un pesero camino de un edificio investido de poder y luminoso, pero al cabo oscuro, hostil y frío, con un legajo de fotografías y evidencias, documentos y pruebas bajo el brazo y toda la piel desde adentro empujando la esperanza que los años de búsqueda han tallado en el silencio, en las amplias espirales del absurdo, con la voluntad nudosa en cada nervio, en cada palabra a flor del aire, frente a cada ventanilla, escritorio o pasillo en que se asienta la humedad del abandono o retumba la tenaz indiferencia, la mentira, el desdén y la ignorancia, ahí, que es una y todas partes cada vez, desde esa penumbra enquistada, incesante y ya sanguínea, la punzada, el corte, el manotazo continuo en las entrañas, ella o él, padre, madre, hermana, hija o nieto, hace días, hace años, buscan a un padre, a una madre, a un hermano, a una hija o un sobrino, un nieto o un amigo. Buscan esa vida que no se oye en los pasillos y en el patio, rotos sus contornos, dispersa y abolida de golpe en la vigencia del horror; una vida por millares, raspada de la vista, desgajada del tacto y del oído, arrancada a su querencia, harta de tanto repentino alejamiento, desprendida de las horas, pero no, nunca, de la voz que reclama su presencia y su justicia en las letras de uno, tantos nombres suyos, nuestros que ya somos. Llevan en la boca del alma sus historias, sus hábitos y rasgos, sus últimos indicios conocidos, para incitar una resonancia y tramar las fibras de un regreso, de un modo de llegar a ellos, y cada sílaba es memoria y es denuncia. Para romper el cerumen del absurdo. Para exigir la vida misma. Ese tiempo torcido de la guerra así tallado en los pliegues de la ropa, en la comisura de los labios y los ojos, en las manos pulidas de rabia y miedo, y en la mirada firme y alerta a cualquier hallazgo o marca de un destino –una prenda, un fragmento de sombra o aliento–, algo o alguien que dé razón y paradero, que ponga linderos en la nada y la contenga. Desde hace tres años el Movimiento por la Paz con

@JornadaSemanal

Justicia y Dignidad ha hecho visibles esos rostros de cuerpo entero que no cesan, que siguen ahí, en medio de la cínica abundancia de la muerte, en el centro de una verdad que no termina su desgracia. Las exposiciones Geografía del dolor, de Mónica Gutiérrez Islas, e Identidades extraviadas, de Isolda Osario, en el Museo Memoria y Tolerancia, convocan a ese testimonio que no acaba. Para romper los muros que levanta la sordera. Para saber de todos cada uno. Para mirar de frente a quien así nos mira. •

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Jornada Semanal • Número 997 • 13 de abril de 2014

........ arte y pensamiento Miguel Ángel Quemain

El Círculo Teatral, espiral de la creación escénica

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A DÉCADA QUE CELEBRA El Círculo Teatral, que dirigen Alberto Estrella y Víctor Carpinteiro, tiene la virtud de enriquecer el teatro mexicano a través de un proceso múltiple de montajes con un amplio registro de públicos, que se amplían con una oferta no sólo para todos los gustos sino también de alcances intelectuales y artísticos variados. Hace justo dos años, aquí comentaba que lo académico y el teatro comercial como fuente de entretenimiento guardaban en El Círculo un extraordinario equilibrio. Aunque sean incómodos estos señalamientos, el dúo que conforman estos dos grandes actores emplea también las antípodas de la modestia y la notoriedad. Tal vez si no fuera así, el llamado de atención al público sería más tímido. Las fotos enormes de Alberto Estrella en la fachada de la casa en la calle de Veracruz 107 nos son familiares porque utilizan los mecanismos publicitarios de los espectaculares y grandes banners con los que se promueve lo comercial. A veces incomodan porque nos recuerdan procedimientos (“dinero llama dinero”) engañosos y publicidades huecas. Pero no es el caso, porque las promesas artísticas de El Círculo se cumplen con alto rigor. La presencia de Estrella, cierto del poder que significan los reflectores, ha hecho posible que actores de cine y de televisión participen y se arriesguen a un teatro de gran factura profesional sin concesiones. Como una metáfora de lo que vendría, El deseo, de Víctor Hugo Rascón, con las actuaciones de Víctor Carpinteiro (para quien Rascón la escribió) y Ofelia Medina con la dirección de Max Ferrá, fueron parte del arranque gene-

roso que esta actriz inmortal les ofreció durante 250 representaciones para habitar ese espacio que Estrella le arrebató a las ruinas y convirtió en un lugar de enseñanza y puesta en escena. Víctor Hugo Rascón fue también un impulsor que le apostó al futuro de este par de atletas que le pelean reflectores al performance de la Condesa, a la fugacidad finsemanaria de valet parking y sus restaurantes y bares efímeros. En esta primera década subrayaron la ritualidad del teatro y pusieron en primer lugar la gratitud; por eso un nuevo foro lleva ya el nombre de Víctor Hugo Rascón; por eso Carpinteiro y Ofelia Medina lo recordaron con una lectura de El Deseo, y por eso le dieron un lugar al pensamiento crítico (que suele despreciarse con alarde autosuficiente), otorgando un reconocimiento a la trayectoria de Olga Harmony, quien durante casi treinta años ha hecho la crítica de teatro en la sección de cultura de este diario. Se recordó a Alma Muriel, otro ser híbrido entre el cine, el teatro y la televisión y Silvia Mariscal leyó el mensaje del Día Internacional del Teatro, que coincide con la fecha de aniversario de este recinto. “Mucha mierda”, dice la gente de teatro para desearse suerte, para bendecirse en el sentido más primigenio de poner sobre el otro el más fuerte deseo de bienestar y bonanza. No les ha ido nada mal en estos 3 mil 650 días de trabajo, en los que han montado setenta y nueve obras de teatro, 216 lecturas en escena, 3 mil 240 representaciones con la participación de 2 mil 302 actores y creativos, y 178 mil 200 espectadores. Estas cifras tienen un sentido profundamente distinto a los recuentos de logros y metas a menudo tan vacuos en los tres órdenes de gobierno. El teatro triunfó sobre un proyecto de agencia de viajes que albergaría esa casa. Las propias autoridades delegacionales, cuenta Estrella, trataron de disuadirlo y le propu-

LA OTRA ESCENA quemainmx@gmail.com

sieron que mejor pensara en un bar y tal vez los trámites se facilitarían. No se facilitaron, pero todos ganamos con este espacio, hasta esos coyotes (aunque nunca lo sabrán) que esperaban un sentido distinto del beneficio. Estrella es el más explícito de estos dos colegas que se han asociado también con la teatralidad como un proyecto contra la infelicidad de no hacer lo que más amas. Este romanticismo lo han puesto frente a un notario, de modo que, pase lo que pase con este dúo, será imposible que en esa casa suceda algo distinto que el teatro. Un ejemplo humilde y valiente en una colonia que vive y muere por la voracidad de los enemigos de la belleza y el sentido histórico del entorno. Además del Seminario de Actuación, todos los lunes se reúne un conjunto de creadores bajo la tutela artística de la escritora Estela Leñero en uno de los talleres más importantes de dramaturgia en México, por su capacidad de expandir lo literario a lo escénico y lo editorial. Diez años de aplausos en ascendente espiral •

Víctor Hugo Rascón Banda

BEMOL SOSTENIDO Alonso Arreola

Mi nombre es Brian Molko y…

“M

I BANDA DE ROCK se llama Placebo”, dice en español el hombre menudo apostado al lado izquierdo del proscenio. Parece mujer. Su voz es como de mujer. Siempre ha sido así. Nunca ha ocultado su androginia ni su bisexualidad. La primera vez que vino a México, el nacido en Luxemburgo lideraba un trío al que se sumaban invitados ocasionales. Hoy, sin embargo, Placebo ya es un sexteto en el que caben teclados, violín y coros. Suena impecable, pero aún no decidimos si el giro de su nuevo disco nos provoca más filias que fobias. Corregimos: no se trata de decidir, sino de sentir si ocurrió o no una suerte de “traición”, no a nosotros sino a ellos mismos. Esto porque, como le pasa a tantos grupos, de pronto Placebo decidió apostar por un discurso mucho más ligero. Estamos en el Plaza Condesa del df. Ella baila. Ella grita. Ella cierra los ojos y canta letras que estuvo aprendiéndose concienzudamente durante la semana. Ellos, a nuestro alrededor, levantan eufóricos las manos. Ellos juegan a que tocan guitarras aéreas, tambores invisibles. Ella ama

a Placebo. Ellos aman a Placebo. Ella y ellos, todos concuerdan en que resulta mejor escucharlos en este espacio que en cualquier festival al aire libre. “En los festivales de música lo menos importante es la música”, dispara alguien. Sentencia exagerada, tiene algo de cierta. Comida, bebida, juegos, tiendas de tatuajes, barbería, puestos de suvenires, carpas de entretenimiento, patrocinadores, edecanes, sol, lluvia, viento… son innumerables las distracciones que compiten contra quienes, desde distintos tinglados que funcionan simultáneamente, intentan llamar la atención, hacer eco en la audiencia. Además, en los festivales pasa otra cosa: mientras mejor suenan las bandas, mientras más se acercan a la pulcritud de un disco, mientras más cortas son sus presentaciones, mientras más pantallas hay para “apreciarlos” a la distancia, más frías se vuelven y más se alejan del íntimo e imperfecto encuentro cara a cara. Por ello es que vale tanto la pena ir a foros medianos y pequeños. Por ello da gusto que Placebo haya aceptado este encuentro cercano con sus más fieles seguidores. Hablamos de gente como ella, que gira poseída por los distorsionados bajos de Stefan Olsdal. De gente como ellos, que corean conmovidos la letra de Molko. De gente que se entrega y a la que hoy envidiamos. “Definitivamente el nuevo disco está más fresa… desde su título”, pensamos mientras vuela hacia nosotros el contenido de Loud Like Love, recién salido. Eso puede acrecentar su popularidad, como le sucedió a Muse, pero los alejará un poco de sus primeros seguidores, como también le sucedió a Muse. Pase lo que pase en esta nueva ruta, eso sí, es improbable que causen el revuelo de su homónimo debut de 1996, o del notable Without You I’m Nothing del año 1998. Con esos trabajos, Molko, Olsdal y

@LabAlonso

Hewit (su entonces baterista), llamaron la atención de numerosas personalidades como David Bowie, con quien luego hicieron colaboraciones escénicas. De hecho nos sorprende que su último ep de 2012, bautizado b 3, prometiera un regreso a la oscuridad y que hoy, contrariamente, suenen tan diáfanos. ¿Se rajaron? ¿Midieron la respuesta y se arrepintieron? ¿Tendrán miedo de perder popularidad? Ella nos abraza. A ella no le interesa en absoluto lo que decimos entre una canción y otra. Preferiría no hablar de eso en medio del concierto. Si seguimos así lo vamos a estropear todo. Ella nos mira con ternura, comprensiva, sabiendo que estamos discapacitados; que para nosotros, lectora, lector, es imposible entregarnos al flujo sin ofrecer algo de resistencia mental. No es que seamos amargados. Pasa que en estos tiempos desconfiamos de las transformaciones que lucen tan calculadas. Mas no es el caso. Conforme avanza el show nos vamos rindiendo. Es verdad que Placebo sigue rockeando duro. Estamos a la espera de que interpreten “Pure Morning” y “Without You I’m Nothing”. Pero no sucederá. No hoy. Tienen casi doscientas piezas en su haber y un álbum nuevo que promover. Pasada una hora, y cuando el aullido del foro alcanza sus máximos decibeles, algo se agita en los tobillos, sube por las rodillas y se estaciona en la cadera. Algo en los brazos muestra su energía y los eleva. Los objetos se liberan de sus nombres y nos entregamos al movimiento. En el fondo nos molesta no haber ido a La Casa del Lago para ver a Lukas Avendaño en el Ciclo Poesía en Voz Alta. (Seguro que Brian Molko lo apreciaría.) Coincidieron los eventos. Ni modo. Lo importante, como al principio de los tiempos, es que ella baila. Ella canta. Ella sonríe. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •


arte y pensamiento ........

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Jorge Moch

Verónica Murguía

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OS ANTIGUOS EGIPCIOS TENÍAN una relación muy turbulenta con el pelo. No les gustaba tener canas o quedarse calvos. Para evitarlo se untaban las cabezas con una pasta hecha con hígado putrefacto de burro. Es cierto, está registrado en el Papiro Hearst. Pero tampoco les gustaba que les creciera así nomás. Antes del advenimiento de Cristo ya existía en Egipto una industria depiladora que no tiene nada que envidiarle a la del siglo xxi . No, miento: depilarse en el siglo v aC ha de haber sido como darse de narices con un panal de avispas porque las rasuradoras no tenían mucho filo (el acero se comenzó a usar hasta la última dinastía) y se supone que se utilizaban pinzas al rojo vivo, cordeles, navajas y mixturas hechas con sebo de zopilote y resina.

Aunque doliera y oliera, las mujeres y hombres de la aristocracia egipcia se depilaban desde los vellos que suelen salir en el empeine de los pies, hasta el último pelo de la cabeza. Herodoto nos cuenta que la razón que los impelía era el comprensible deseo de jamás tener un piojo encima. La estatuaria y los bajorrelieves nos muestran cómo a veces se dejaban una sola trenza sobre la oreja; otras, se encasquetaban pelucas hechas con pelo humano trenzado con fibras de palma datilera. Los reyes usaban barbas postizas, uso compartido al menos con una reina: Hatspepsut. Me encanta leer sobre esto, porque compruebo que los humanos somos criaturas de hábito. El asunto del pelo es planetario y recorre los siglos. Los soldados de Alejandro Magno se teñían el pelo de rubio para parecerse a su amado general, con un aclarador hecho con caca de paloma; mucho después, los romanos se aceitaban los rizos y se entretejían perlas en los peinados. A finales de la Edad Media los predicadores fustigaban desde el púlpito a las mujeres cuyos peinados les impedían, por sus dimensiones, entrar de frente en las casas. El cucurucho de princesa, llamado hennin, era carísimo. Se ponía atado con alambritos donde comenzaba la frente, depilada hasta medio cráneo. Una incomodidad digna de las geishas, que todavía hoy duermen con la cabeza sobre una almohada especial para no deshacerse el peinado. A las principiantes les ponen granos de arroz a los lados. Esto es para que si se mueven en la noche, se despierten con el pelo todo lleno de bolitas blancas. Y a peinarse de nuevo. No hay que olvidar las pelucas blancas espolvoreadas con almidón blanco perfumado con azahares y lavanda que se pusieron de moda entre hombres y mujeres en el barroco y hasta principios del siglo xx.

El pelo africano es otra historia. El lector recordará la primera escena de la película de Spike Lee, Malcolm x . En ella, Denzel Washington (Malcolm) está en la peluquería, alaciándose el pelo con lejía. Y brincaba y se abanicaba, porque la lejía le quemaba el cuero cabelludo. Y era más cool que quedara más lacio. Todo este asunto está lleno de tintes políticos punzantes: los afroamericanos que llevaban el pelo chino demostraban orgullo de ser negros. Y sigue la mata dando. Apenas en 2009 el comediante Chris Rock filmó uno de los documentales más simpáticos que he visto: Good Hair (Pelo bueno). Resulta que un día su hijita de cuatro años llegó a la casa y preguntó: “Papi, ¿por qué no tengo pelo bueno?” Rock se puso a investigar qué era eso. Resultó que la mayoría de las mujeres entrevistadas se alacian el pelo porque “el lacio es el pelo bueno”. Ophra Winfrey, Tyra Banks, Michelle Obama, Beyoncé. Todas se alacian el pelo, con pócimas más peligrosas que las egipcias e igualmente apestosas. Con eso se queman el cráneo, les da alopecia y se les irritan los ojos. Por el documental me enteré de que la exportación más abundante de India es el pelo humano. Quienes lo compran son los afroamericanos, para ponerse extensiones, postizos y pelucas. Me quedé de una pieza. Aunque no debería. Yo he hecho todo. Fui de las estafadas por NeoSkin porque compré un paquete depilatorio que hubiera dejado verde de envidia a Cleopatra, y una vez me hice un permanente que me dejó como si hubiera metido los dedos mojados en un enchufe. El procedimiento estaba de oferta en una peluquería de hombres. No sé qué anhelo chocarrero me impulsó a entrar, pero lloré a mares cuando me quitaron los tubitos esos que parecen huesos de pollo y me vi en el espejo. Les di tanta pena que no me cobraron. Pero la verdad es que quedé tan horrenda, que debí cobrarles yo a ellos •

De inmundicia y nepotismo

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N MÉXICO UNOS POCOS acumulan riqueza obscena mientras millones gastan enormes esfuerzos en garantizar modos de vida magros, de simple supervivencia en extremos de marginación y miseria: los que acarrean agua y sortean drenajes a cielo abierto, los que padecen altos índices de alcoholismo y analfabetismo, violencia intrafamiliar, las más altas tasas de mortalidad infantil y donde los niños que sobreviven lo hacen para toparse con que no hay más futuro que cruceros donde limpiar parabrisas, activo para espantar el hambre, indiferencia o caridad forzosa del otro, los altibajos de la delincuencia y la ruta de las drogas. Es el pueblo para las élites llano, invisible, sacrificable y álalo. En medio de esos extremos estamos quienes habitamos una amplia franja demográfica a menudo indiferente a grandes problemas nacionales, pero siempre atentos a la versión oficialista que se propaga

por los mal llamados noticieros de un duopolio televisivo que no es sino el enorme, oficioso tinglado portavoz del régimen. La atención del público depende del escándalo de moda o del gol en la liguilla. Una gigantesca industria de distracción se hace cargo de nosotros en tanto potencialmente peligrosos como posibles interesados, opinadores, indignados ciudadanos apercibidos de la magnitud de los atracos imbricados en perjuicio del interés público mientras otro enorme aparato, entre gubernamental y privado –lo gubernamental se ha pervertido, perdida su primordial función de gestión del bienestar público, convertido en cínico destino para riqueza ilícita y ejercicio desmedido del despotismo– se encarga de calcular el desplume. Van por lo poco que nos queda en el bolsillo. Sea por la vía de esos altísimos impuestos cuya reciprocidad al ciudadano mexicano es prácticamente nula, o por medio de continuos embates publicitarios y de cara mercadotecnia para vendernos, siempre con el más alto rédito pero la menor inversión posibles, algo. La mayoría de los bienes y servicios en esta sociedad de consumo que mezcla hamburguesas prefabricadas con figuritas de la guadalupana son, puestos bajo la lente de un somero examen de su relación costo-beneficio al consumidor, porquerías que no necesitamos. A este entramado, con varias consecuencias y ramificaciones cuyos efectos empezamos a sentir –las crisis económicas, la destrucción paulatina del medio ambiente, la consuetudinaria degradación de la convivencia o la discusión públicas– le llamamos modernidad. El México del siglo xxi. En el que regresó el pri al poder. El nuevo pri . De nuevo tiene apenas un eslogan. Los nombres de sus integrantes, ésos no cambian, ni cambiaron, ni van a cambiar nunca. Hemos permiti-

do, otra vez, enajenados por los medios masivos, hipnotizados con su oropel de música hueca y escándalos de putas y chichifos, que se reinstale en México una suerte de herencia maldita e invariablemente criminal, linajes de corrupción, estirpes podridas; una rediviva dinastía de vividores y oportunistas sin más abolengo que dinero, conexiones y las muchas maneras posibles de chingarse el presupuesto público, el dinero del pueblo: facturas infladas, empresas que antier no existían y hoy son las principales proveedoras de secretarías de Estado y organismos estatales; aviadurías en nómina de cuanta organización se deje meter uña; puestos que devengan sueldos altísimos (el sueldo mensual del presidente, de aproximadamente 20 mil dólares, prácticamente duplica el de sus pares latinoamericanos), séquitos excesivos, privilegios de una alcurnia en reiterada, sexenal compraventa. Se perpetúan los parásitos, se reciclan, y heredan a sus yúniors la potestad que d e b e r í a s e r d e m o c ra c i a . No m b re s que conocemos bien, los repetimos entre dientes. Una recua de vividores, algunos elegantes, algunos inmundos como el expresidente del pri del df . La mayoría priístas (o sus incondicionales alecuijes, como los bribones del partido falsamente verde), pero malamente también panistas y perredistas, gente que alguna vez se dijo de parte de las causas populares y en realidad no es más que fauna alevosa, voraz, oportunista. Allí los odiosos “chuchos”. La tele, la chunchaca del pasito duranguense, la chorcha, los concursos, el vapuleo multiplicado de la ordinariez rinden fruto. Los mexicanos vivimos entre el miedo y el letargo. Justo donde nos quieren los que sangran y oprimen y engañan en este despeñadero sin fin al que todavía nos atrevemos a llamar patria y decir, de dientes para afuera, que es nuestra para amarla y defenderla siempre •

CABEZALCUBO

Hablemos del pelo

LAS RAYAS DE LA CEBRA

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch


15 Jornada Semanal • Número 997 • 13 de abril de 2014

........ arte y pensamiento

Antonio Rodríguez Jiménez

Luis Tovar

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ÉXICO, UN PAÍS DONDE están muy arraigadas las peleas de gallos, la lucha libre, el boxeo y las corridas de toros, está revolucionado estos días porque se va a prohibir que los animales salvajes actúen en los circos. Los más de cincuenta circos que hay en la República están convulsionados porque se les quiere eliminar sus tigres, leones, caballos, elefantes, camellos, jirafas, serpientes, cebras, monos, focas y un sinfín de especies. Los empresarios dicen que tendrán que cerrar sus circos, mientras sus domadores se muestran en la televisión besando los hocicos a tigres, leones, focas y elefantes. Los partidarios del cierre, asociaciones en defensa de los animales salvajes, así como políticos de algunos partidos, muestran, en contraste, a una famélica leona cuyos huesos son visibles y su pelaje es pobre, como si la sarna se hubiera apoderado de ella. Los empresarios circenses apelan a los niños del país, diciendo que se verán desprovistos del espectáculo más maravilloso, que acatan toda la legislación existente, que pagan cuotas por las licencias correspondientes, que han cambiado de jaulas a sus animales, que gastan fortunas en veterinarios y, lo peor de todo, que la mayoría de estos animales llevan más de treinta generaciones en cautiverio, por lo que si volvieran a la selva morirían de inmediato. También argumentan que, sin animales en sus circos, más de siete mil familias se verían sin trabajo. Mientras la discusión prosigue, ya hay dos estados que los han prohibido. Pero nadie prohíbe los toros o las peleas de gallos. Cuando a estas mismas asociaciones se les pregunta por las peleas de gallos y por las corridas de toros, dicen que eso es diferente, que forma parte de la tradición. ¿Qué animal sufre más, el tigre que salta por un aro de fuego o el gallo sometido a una pelea a muerte con un similar? ¿O quizás el toro al que se banderillea, pica y mata con el estoque? No voy a entrar en valoraciones, pero todo esto sería espléndido en un sociedad ideal de pleno empleo, donde el crimen estuviera erradicado, y fuera tan humana que maltratar a un animal produjera escalofríos. Pero la realidad es otra y me supone un gran esfuerzo entrar en la mente de esas personas para sentirme un defensor a ultranza de los animales. ¿Por qué? Sencillamente porque me preocupa mucho más la raza humana. En España, en México, en Ruanda, en El Congo, en cualquier país del mundo –y salvando las distancias– hay hambre, necesidades elementales; hay, en unos más que en otros, crueldad con las personas, asesinatos. En diversos países aparecen de vez en cuando zanjas con varias docenas de muertos, enterrados por asuntos de droga; hay maltrato

a secuestrados; hay tortura en muchos lugares del mundo y luego, cuando ves a la señora o al señor con el perrito que hace sus necesidades en la vía pública y es capaz de arrancarte la vida o de agredirte cuando le llamas la atención, ves que el mundo está al revés, que nada tiene sentido. Recuerdo un día –no lo o lvidaré nunca– que iba con un amigo en el coche por las estrechas calles de la Judería cordobesa. Íbamos charlando animadamente a 10 por hora. De repente oímos un crujido bajo las ruedas del coche y un turista alemán, mayor, nos hizo señales para que nos detuviéramos. Mi compañero frenó el coche y bajó la ventanilla para ver qué quería y de repente mi amigo fue golpeado en el rostro brutalmente con una paloma ensangrentada. Fue desaforado el odio que le causó el que hubiésemos arrollado a aquella paloma accidentalmente. Íbamos a un almuerzo de trabajo, de traje, y nos llenó de sangre las camisas y a mi amigo le produjo heridas en el rostro y en los ojos. En aquellos instantes de amor a los animales y odio a los seres humanos, mi amigo –no lo hizo– podría haberse bajado del vehículo y haber golpeado a aquel anciano, pero demostró ser más humano que aquel defensor de “animales salvajes”. Amamos a los animales –no cabe duda–, pero la contrariedad de los humanos organiza partidas de caza para exterminarlos, corridas de toros para divertirse con el arte del toreo o funciones de circo que pueden servir para amar a los animales. Toda la defensa de estos animales salvajes es lícita, pero también lo es, y mucho más, defender a la raza humana, evitar los secuestros, las torturas, las violaciones y defender los derechos humanos sobre todas las cosas. Siento decir que mientras muera un ser humano asesinado, golpeado o torturado, la defensa a ultranza de los animales será algo secundario •

Guadalajara 29 (iii y última)

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N EL VIGÉSIMO NOVENO Festival Internacional de Cine en Guadalajara fue posible ver, entre otros largometrajes mexicanos de ficción, Los Ángeles (Damian John Harper, Alemania-México, 2014); Los bañistas (Max Zunino, 2014); La tirisia (Jorge Pérez Solano, 2013); los ya referidos aquí La fórmula del doctor Funes (José Buil, 2013) y Panic 5 Bravo (Kuno Becker, 2013); Las horas contigo (Catalina Aguilar Mastreta, 2014); Seguir viviendo (Alejandra Sánchez, 2013); Viento aparte (Alejandro Gerber, 2013); Cuatro lunas (Sergio Tovar Velarde, 2013); Familia Gang (Armando Casas, 2013); Cantinflas (Sebastián del Amo, México-España, 2014) y Catch (David Henrie, MéxicoEstados Unidos, 2013). Por lo que hace al largometraje documental mexicano, y repartidos en más de una sección oficial en competencia, pudieron verse el ganador Eco de la montaña

A ras del cielo

(Nicolás Echevarría, 2013); Los años de Fierro (Santiago Esteinou, México- eu Canadá, 2013); Hasta el fin de los días (Mauricio Bidault, 2014) y A ras del cielo (Horacio Alcalá, España-México-Portugal, 2013). A fuer de sinceridad, es preciso decir que la ubicación de estas y otras cintas en tal o cual sección es, como se decía en otros tiempos, un relajo padre: un par de largos de ficción nacionales fueron puestos a competir en la sección iberoamericana, otros fueron colocados en el llamado Premio Mezcal –que, a todos efectos, es una suerte de premio de consolación y al mismo tiempo una muy pequeña sección de largo mexicano de ficción a la que no quieren llamarle así–; uno más forma parte del Premio Maguey –que se define por temática y no por nacionalidad–; dos no concursaron por ningún premio y, algo que este juntapalabras continuará deplorando, una de esas secciones junta ficción con documental, que es como si quisiera ponerse a competir clavadistas con gimnastas, bajo el argumento de que ambos son deportistas.

La insoportable gratuidad del acto Trascendida la lógica competitiva, fuente de perennes desacuerdos, cabe desear que al menos uno de los documentales mencionados sea exhibido en alguna otra parte para que sean apreciadas sus virtudes: A ras del cielo, del mexicano avecindado en España, Horacio Alcalá, tiene por tema explícito el mundo circense visto desde una perspectiva particular, la que ofrece un puñado de miembros del Cirque du Soleil. En ese sentido, el más evidente en primera instancia, el filme consiste en un conjunto armónico de piezas que, en términos narrativos y visuales, cada una tendría valor por sí misma, pero cuya reunión progresiva cumple una doble función: por un lado refiere la trayectoria

personal, las motivaciones y lo que para cada uno de estos cirqueros del sol significa el hecho mismo de ser eso que son y pertenecer al grupo que pertenecen. Por otro lado, y precisamente por medio de la imbricación de dichas historias particulares, el documental accede a una visión panorámica, inclusiva, de ese oficio de maravillas que consiste, como la música y la poesía, en algo carente de utilidad práctica y, por lo tanto – Montale dixit-, absolutamente indispensable. En dicha inutilidad para lo práctico reside el sentido último, el más profundo, tanto del arte circense como, en consecuencia, de esta película que lo hace visible fuera del escenario que le es propio; en otras palabras, que lo hace existir una vez más, que lo registra y, en ese acto, lo rescata –en parte al menos– de su natural fugacidad, de la brevedad de su momento, tan insoportable como la levedad de la que Kundera hablaba. Acto: palabra con la cual, en ausencia del trapecio, el aro, el poste, la cuerda, sólo alcanza a decirse “aquello que se hace” sin importar casi el qué, pero que una vez añadido el adjetivo “circense” queda convertida en vuelo y en placer, con la salvedad inusitada de que, a diferencia de lo que sucede en el sueño –esa infinita manifestación del deseo–, placer y vuelo resultan condiciones asequibles, ahí a la mano para ellos, los hermosísimos cirqueros, aquí a los ojos para quienes al mirarlos quisiéramos experimentar lo mismo, estar no a ras de suelo sino así como ellos, a ras del cielo, y sin metáfora: es al cielo adonde hay que voltear para ver cómo han aprendido a desplegar entera la gratuidad magnífica de sus movimientos. Gratuidad, que comparte raíz con Gracia, esa condición del alma de la que han hablado siempre los místicos y los iluminados, así como los aspirantes a serlo, convertida en acto: de Gracia, gratuito… circense •

CINEXCUSAS

El animal humano y su defensa

GALERÍA

@luistovars


ensayo

Juan Gabriel: placer culposo y cultura popular

13 de abril de 2014 • Número 997 • Jornada Semanal

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… Pero antes haz una revisión de todas tus canciones, vuélvelas a escribir con otras palabras que sean más reales, que todo mundo pueda entender, para que le llegues a la gente. No sé… yo creo que soy muy corriente, pero a mí me gusta lo sencillo y saber lo que el compositor quiere decir con sus canciones. ¡Anímate y vete a México! Aquí nomás estás perdiendo el tiempo. El Noa Noa (1980)

Adriana del Moral

J

uan Gabriel, nacido Alberto Aguilera Valadez, ha sabido alcanzar un lugar en el gusto de los mexicanos. El año pasado obtuvo una certificación de Platino por la venta de más de 60 mil copias de su álbum 40 Aniversario. Sus letras han sido difundidas por intérpretes tan distintos como Lucha Villa, Marc Anthony, Chayanne, Thalía, Laura Paussini, Alejandro Fernández, Banda El Recodo, Vicentico, Maná o Pandora. Con esto podemos decir que su discurso ha llegado casi a todas las audiencias imaginables en distintas generaciones y ha tenido entre ellas notable aceptación. ¿Por qué gusta Juan Gabriel? Su sencillez musical acompañada de letras que recogen ideas sobre el amor en todas sus variantes (filial, cortesano, romántico e, incluso, divino) quizá ofrezcan buena parte de la respuesta. Atrae también por su personaje, que encarna valores arraigados profundamente en el ideario colectivo nacional: la gratitud –la primera parte de su nombre artístico es un homenaje a Juan Contreras, exmúsico de banda sordo que fue su primer maestro–, la devoción cristiana, el amor a los padres –recordemos el monumento de amor póstumo a su madre que representó “Amor eterno”–, la generosidad, la amistad. En el cantautor conmueve también la historia de ascenso social por esfuerzo propio, arquetipo que funciona para seducir lo mismo a nivel de las telenovelas de peor factura que de las biografías de los modernos self-made men. En su vida encontramos elementos de algunas de las mejores películas de Pedro Infante, así como el drama de la miseria campesina, la encarcelación injusta y la marginación. Alberto nació en una familia de campesinos. Antes de que cumpliera un año, su padre Gabriel Aguilera quemó un pastizal a fin de preparar la tierra para la siembra. El fuego se extendió sin control y esto lo afectó de tal modo que terminó internado en La Castañeda, el sanatorio para enfermos mentales de Ciudad de México. No se sabe con certeza si falleció ahí o llegó a escapar, pero Gabriel Aguilera no volvió a reunirse con su familia, por lo que su esposa Victoria Valadez emigró a Ciudad Juárez. El compositor plasmó esta historia familiar en el tema “De sol a sol”.

El encierro también marcó otro drama en la vida de Juanga. Escapó a los catorce años del internado en Ciudad Juárez a donde su mamá lo había llevado, incapaz de hacerse cargo de su manutención y educación. Años después, a inicios de los setenta, viajó a México para probar suerte; aquí, tras recibir el rechazo de algunos sellos disqueros, fue acusado de robo y pasó año y medio recluido en Lecumberri. En su biografía, plasmada en películas que él mismo protagonizó, como El Noa Noa (1982) y Es mi vida (1982) se puede atestiguar la alquimia del dolor y la injusticia en sensibilidad y canto. “La música es una manera de comunicarme con los míos, de agradecer que soy parte de cada persona que ha contribuido a mi realización”, confesó a Juan José Olivares en una entrevista publicada por este diario. “Creo en ella con toda mi devoción, pues gracias a ella no soy un desgraciado: he tenido para comer, para hacer muchas cosas que no hubieran sido posibles si me hubiera dedicado a otra cosa”, afirmó. Así, la música ha permitido a este hombre reinventarse, resignificarse y retribuir a su círculo social, en un proceso que el psiquiatra y antropólogo Philippe Brenot encuentra presente en muchos de los considerados genios artísticos. La polémica de Bellas Artes. Apocalípticos contra integrados

En 1990 la presentación de Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes desató polémica en el medio cultural mexicano. Previniendo posibles cuestionamientos, Víctor Flores Olea, entonces p re s i d e n t e d e C o n a c u l t a , a n u n c i ó q u e l a s ganancias de los conciertos se destinarían a la Orquesta Sinfónica Nacional. Aun así, las críticas llegaron: para el periodista cultural Víctor Roura, “Bellas Artes fue momentáneamente un palenque, un estudio de Televisa, un recinto de Ocesa. La magnífica coyuntura, pues, del naciente empresariado nacional popero para introducirse en campos fértiles, inexplorados, velada, raquítica, reducidamente seducidos”. En una postura que Umberto Eco calificaría de claramente apocalíptica asistíamos al triunfo de los hábitos televisivos sobre el resto del espectro cultural.

Por su parte, Carlos Monsiváis apoyó abiertamente la puesta en escena e incluso escribió el programa de mano. Ya en Escenas de pudor y liviandad (1981), el escritor había caracterizado a Juan Gabriel como una “institución” nacional por haber triunfado en un mundo masculinizado. Incluso llega a equipararlo, “toda proporción guardada”, con Salvador Novo: “A los dos, una sociedad los eligió para encumbrarlos a través del linchamiento verbal y la admiración. Las víctimas consagradas. Los marginados en el centro.” Lo que Roura vio como una concesión al star system de Televisa, para Monsiváis fue una cuestión de reconocimiento a la diversidad, del triunfo de los otrora parias. En la confrontación abierta al respecto entre ambos durante una entrevista Monsiváis afirmó: “Creo difícil imaginar un medio más abyecto, en lo moral y en lo político, que el cine mexicano de donde surgieron figuras absolutamente legítimas de la cultura popular (Pedro Infante, Tin Tan, Joaquín Pardavé, Ninón Sevilla, Resortes). Y creo que la atroz industria cultural de hoy también producirá figuras, símbolos, emblemas, formas lingüísticas que, asimiladas y ‘reconvertidas’, serán parte de la genuina cultura popular.” Esta discusión es profunda. Al respecto, Alessandro Baricco aporta en Next (2002) argumentos provocadores. En sus inicios la música clásica podía entenderse como un bandidaje que achataba el gusto del público y destruía una tradición con siglos de antigüedad. Y La Traviata, de Verdi, que hoy consideramos una obra de arte, nació como un producto hecho para complacer el gusto del gran público: hablaba un lenguaje desoladoramente simple, sintetizaba la humanidad en unos pocos modelos psicológicos superficiales y, para oídos habituados a Beethoven, musicalmente sonaba a pura vulgaridad. ¿Será así que al paso de las décadas Juan Gabriel logrará abrirse paso a través de las generaciones para encontrar nuevos oídos que conmover y cuerpos que incitar al baile? Es una respuesta que no está en nosotros, por más que consideremos su música loable o decadente. Mientras, queda el placer culposo de seguirlo escuchando •


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