La Jornada Semanal

Page 1

q u r e á z M

(1

d

m y

a i g a

u r t a a r , e r e al t i L

i da

e l i G r b a a r c G

a í 927

) 4 1 0 2 -

Ulis

es C

uleb

ro

X abier F. C oronado , M ercedes L ópez -B aralt , G ustavo O garrio , J uan M anuel R oca , A ntonio R odríguez y A ntonio V alle

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 27 de abril de 2014 ■ Núm. 999 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver


bazar

Hugo Gutiérrez Vega

MARCO ANTONIO CAMPOS, LOS OTROS Y EL YO (II de III)

el mundo, el pasado jueves 17 de abril la muerte alcanzó a Gabriel García Márquez, el querido y entrañable Gabo. La muerte pero jamás el olvido: su partida física provocó que su celebridad, enorme desde hace un medio siglo, se desbordara incontenible como la lluvia en Macondo. Queda para el presente y el futuro su vasta obra literaria y periodística, a través de la cual la presencia en la tierra de este hijo del telegrafista de Aracataca no menguará un ápice. Con los ensayos del colombiano Juan Manuel Roca, los españoles Xabier Coronado y Antonio Rodríguez, la puertorriqueña Mercedes LópezBaralt y los mexicanos Gustavo Ogarrio y Antonio Valle, nos sumamos a la unanimidad de voces que, como mariposas amarillas, acompañan para siempre a Gabo.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

de asombros

Como sabe literalmente todo

M

Foto: Cristina Rodríguez/ La Jornada

arco Antonio tiene una rara habilidad para titular sus libros de poesía. En esto se pa­rece a Carson MacCullers, su Balada del café triste y El corazón es un cazador solitario, Los adioses del forastero, Viernes en Jesusalén y La ceniza en la frente son buenos ejemplos de esa habilidad que sabe muy bien que un título sintetiza el espíritu, la esencia misma del poemario. Nuestro autor reflexiona constantemente so­ bre las razones de su quehacer y se hace muchas preguntas sobre el sentido de la poesía. Varios de sus poemas constituyen toda una poética refle­ xiva y abren una gran interrogación sobre el fu­ turo de la poesía. Uno de los poemas que más me oscurecen e iluminan es el dedicado a Ciudad de México. Casi todos los que escribimos poesía en este país ha­ blamos de esta ciudad destrozada, víctima de un crecimiento teratológico, injusta, llena de veja­ ciones y humillaciones. Sin embargo, siempre encontramos algo entrañable que tal vez viene con el viento de la infancia, algo candoroso, como los ojos color obsidiana de los niños indígenas que acompañan a sus madres vendedoras de objetos inauditos. Nuestro autor así nos la describe: “Y pe­ se a su horror, miseria y caos, a su humo y su trajín sin alma, amé su sol, su enorme y dulce otoño.” Marco Antonio Campos ha dedicado la mayor parte de su vida a promover y apoyar la obra de

otros poetas, especialmente la de los jóvenes de provincia. Ha estado tan ocupado en esta tarea llena de solidaridad y de espíritu de servicio que, a veces, se ha olvidado de promover su propia obra. Fue hasta que el Tucán de Virginia la reunió en un tomo exquisitamente artesanal cuando es­ cuchamos el diálogo entre sus libros, y su poesía de luz, de sombra, de dolor y de sensaciones, bri­ lló con toda su naturalidad y su eficacia lírica. Ahora, este disco viene a completar la tarea y la voz del autor enriquece la música de cada poe­ ma. Tengo frente a mis ojos su visión de una isla del Heptaneso, Cefalonia (debo decir que nos une el amor por las islas griegas). Es agosto y el olor de los pinos da toda su fuerza al verano insular. El poeta mira “la linea larga, verde y sinuosa de la isla de Ítaca”, está siguiendo la ruta que intentó cumplir José Carlos Becerra, pero que el destino se lo impidió agitando sus lenguas de fuego en­ tre las rocas de Canabria. Marco Antonio llega a Cefalonia y se hunde en ella, ve a las ancianas ves­ tidas de negro y a los viejos con gorras marineras. Sabe que, detrás de ellos, se agitan los fantas­ mas de la historia. El poema termina como debe ser, frente a las costas de Ítaca, esa isla a la que todos regresamos tarde o temprano y que siem­ pre es la culminación de los viajes de milagrería. Viernes en Jerusalén es un poema grave y ca­ dencioso. Tiene un aire musical que lo vuelve flexible como las palmeras del desierto. Desde la clara altura del monte Scopus contemplo de mañana y tarde las colinas y resplandece áurea en el centro la cúpula del círculo del Domo la Roca y resplandecen, en la ladera inferior del Monte de los Olivos, las cúpulas de oro de la iglesia rusa de María Magdalena que parece puesta de pie sobre un andamio de aire... (Continuará.) jornadasem@jornada.com.mx

Directora General: C a r m e n L i r a S a a d e , Director: H u g o G u t i é r r e z V e g a , Jefe de Redacción: L u i s T o va r , E d i c i ó n : F rancisco T orres C órdova , Corrección: A leyda A guirre , Coordinador de arte y diseño: F rancisco G arcía N oriega , Diseño Original: M arga P eña , Diseño Columnas: J uan G abriel P uga , Iconografía: A rturo F uerte , Relaciones públicas: V erónica S ilva ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: A lejandro P avón , Publicidad: E va V argas y R ubén H inojosa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx

Portada: Adiós, Gabo

Ilustración de Ulises Culebro

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh­t émoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­ tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor­nada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/ SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

2


3

Hasta siempre,

Gabo Mercedes López-Baralt

C

on su sabiduría habitual, en La resistencia Er­ nesto Sábato afirma: “todos los filósofos y artistas, cada vez que han querido alcanzar el abso­ luto, debieron recurrir a alguna forma del mito o de la poesía.” Así quiero recordar, desde una ciu­ dad de este Caribe que inmortalizó en su obra –San Juan de Puerto Rico– al Gabo. Y así lo celebré recien­ temente en Una visita a Macondo: manual para leer un mito. El sólo nombrarlo por su apodo, descartando su nombre de pila y su apellido, ya lo instala en el reino de los arquetipos. Porque él mismo es un mi­ to. Pero un mito creador de mitos: como Cervan­ tes con don Quijote, Galdós con Fortunata, Flaubert con Emma Bovary, Dostoievsky con Raskolnikov, Lorca con sus gitanos y Luis Palés Matos con FilíMelé, Gabriel García Márquez nos ha legado a Ma­ condo, metáfora del trópico, de América Latina, de la locura y la soledad humana. ¿Cuántas veces hemos oído decir, o he dicho yo misma, molesta an­ te la realidad increíble de nuestro país: “¡Esto es Macondo!”? Pues no somos originales: lo mismo se dice a lo largo y a lo ancho de nuestra América. Pe­ ro no se trata sólo de Macondo, sino de la misma novela que lo contiene. Cien años de soledad no sólo es un mito para sus lectores de todo el mundo; fun­ ciona como tal. Del mito propone el tiempo cíclico, las repeticio­ nes, el regreso al origen, el fin del mundo, las barajas y la profecía, el anhelo utópico de José Arcadio, la alquimia, la mandala del árbol de la vida encarna­ da en el castaño ligado a la muerte del fundador de Macondo y del coronel Aureliano Buendía, la lucha entre el bien y el mal... Y dos símbolos dominantes que enmascaran héroes míticos en combate mortal:

Gabo en 2004. Foto: José Carlo González/ La Jornada

el viento y el espejo (Quetzalcóatl y Tezcatlipoca), reminiscencia de un mito azteca que le viene al Ga­ bo de Piedra de sol, de Octavio Paz, autor también de El laberinto de la soledad, libro cuyo título ya anun­ cia el de Cien años de soledad. Pese a su final apocalíp­ tico, la esperanza de un mundo mejor late agazapada en el párrafo que cierra la novela mayor del Gabo, ya que la victoria se la lleva el Señor de los vientos, Quetzalcóatl, dios de las artes y las ciencias: antes de llegar al verso final [Aureliano Babilonia] ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuar­ to, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra. [Las cursivas son mías.]

Vale recordar que en la mitología azteca Quetzal­ cóatl abolió los sacrificios humanos y repudió la guerra, bandera enarbolada por Tezcatlipoca. Del

La noticia de la muerte de Gabo impactó a los colombianos Fotos: Ricardo Mazalan/ AP y Jhon Paz/ Xinhua

pasaje citado destaco no sólo la alusión al comba­ te entre el viento y el espejo, sino otro detalle que apunta a la esperanza: la ciudad de los espejos (Ma­ condo) fue desterrada de la memoria de los hombres: es decir, hay una humanidad mejor que sobrevive el apocalipsis. Dicho todo esto, no pierdo de vista que la grandeza de la novela está en su plurivalencia, en la que se abrazan pesimismo y optimismo. Pero García Márquez nos sorprende siempre. Una de sus sorpresas es la poesía que recorre las pá­ ginas de su obra. Se trata de una vocación confesa, porque al final de su discurso de aceptación del Nobel, exalta la poesía como el más grande de sus méritos literarios: “Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía.” Termino recordando uno de los poemas que aro­ man Cien años de soledad, sobre la nostalgia que pal­ pita tras su alegría sempiterna. El coronel Buendía pondera con melancolía las humillaciones del tiempo: No le dolieron las peladuras de cal en las paredes, ni los sucios algodones de telarañas en los rincones, ni el polvo de las begonias, ni las nervaduras del co­ mején en las vigas, ni el musgo de los quicios, ni nin­ guna de las trampas insidiosas que le tendía la nostal­ gia. Se sentó en el corredor, envuelto en la manta y sin quitarse las botas, como esperando apenas que es­ campara, y permaneció toda la tarde viendo llover sobre las begonias.

Querido Gabo: aquí, como en tu tierra, llueve, llueve torrencialmente, llueve ahora mismo. Y somos muchos los puertorriqueños que corea­ mos, cuando nos embelesamos mirando el bál­ samo del agua que nos abraza como una man­ ta líquida: ¡Isabel viendo llover en Macondo! Hasta siempre •


27 de abril de 2014 • Número 999 • Jornada Semanal

4

El coronel sie tendrá

Juan Manuel Roca

R

aras veces en el país aparecen escritores como Gabriel García Márquez, de tan clara coheren­ cia entre la fidelidad a una vocación y la grandeza de una obra. Nunca fue un hombre postergado; des­ de que sintió su pasión por la literatura y el perio­ dismo se volcó en ellos sin cuartel, en las duras y las maduras, e hizo migrar sus lenguajes de un género a otro. Su futuro de escritor siempre fue un hoy, una suma de futuros ya cumplidos. Porque una y otra vez empezaba de cero frente al papel en blanco. Son inmensos sus logros. En relación al país no es poca cosa: lo puso como nadie en el mapa de la li­ teratura universal. Su legado a los escritores resul­ ta inobjetable: la constancia como divisa, la obsesión como guía, el riesgo asumido. Para mí su mayor conquista pertenece a una ver­ dad reiterada: su ennoblecimiento de la cotidianidad por vías de la poesía, su traducción en imágenes de un país que no han dejado ser, su destreza para crear atmósferas desde el cuento, la novela, las crónicas y reportajes y para reinventar con bríos algo ya inven­ tado, el realismo mágico. Debo confesar que cierta poética de su narrativa, siendo atractiva, muchas veces me produjo dudas. Y quiero explicar con respeto esta infidencia: cuan­ do de niños vamos a una piñata y el mago saca por primera vez de una chistera un conejo, la sorpresa es total, cuando lo saca en otra oportunidad el asom­ bro disminuye, pero cuando vemos por tercera vez al mago y pensamos “ya va a sacar el conejo” y lo saca, sentimos la decepción del ritual repetido. Ya Kafka señalaba que si un leopardo irrumpe en un templo es un milagro, pero si se repite es solamen­ te un rito. También debo confesar que siendo la suya una obra tan amplia, esa cercanía al recetario en al­ gunos parajes de su obra no lo disminuye frente a sus prodigios.

Foto tomada de www.correocultural.com

Ahí están El coronel no tiene quien le escriba, Cró­ nica de una muerte anunciada o El amor en los tiempos del cólera, muchas páginas de Cien años de soledad y por lo menos una treintena de cuentos extraor­ dinarios que ya quedaron entre los más altos de nuestra lengua. De toda su magnífica obra, al libro que más regre­ so es El coronel no tiene quien le escriba, donde habi­ ta, me parece, su más logrado personaje. Ese hombre digno, huérfano de hijo, nos recuerda lo que habre­ mos de comer en el país de las promesas, en ese ya legendario y magistral remate de su novela. La na­ rración funciona como una maquinaria de relojería en la plenitud del lenguaje y en su carácter elusivo para contar la historia –muy nuestra– de la espera, del hombre eternamente postergado. Es la metáfora del olvido. Un hombre y su mujer esperan una seña de un remoto y fantasmal Estado, dos seres entrañables que parecen masticar el tiem­ po a falta de comida. Conmueve el recurso enajena­ do de la esposa del coronel: tener que hervir piedras en el fogón para que los vecinos no sepan que no tie­ nen nada que poner en la olla. Pocas veces, desde Hamsun, he leído algo más certero y doloroso sobre el hambre. La novela es también una poderosa requi­ sitoria a la guerra o, mejor aún, a las guerras civiles que asolaron al país.

Estimo cierto lo que afirma Luis Hars. En El co­ ronel... “Hay un aura de cosas no dichas, de medias luces, de silencios elocuentes y milagros secre­ tos.” Algo que comparte este libro con la estética de Juan Rulfo: una poética que canta y cuenta a la vez desde un ascetismo de la lengua. Le basta con decir que un músico del pueblo, al que van a en­ terrar, es un acontecimiento por ser “el primer muerto de muerte natural que tenemos en muchos años”, para así señalar las masacres sin “un inven­ tario de cadáveres”, como calificaba el mismo García Márquez a la llamada novela de la violencia en Colombia. Le basta con señalar que el cadáver del músico no podrá cruzar frente al cuartel de la policía por­ que “estamos en estado de sitio” para evocar una época enquistada en la vida colombiana, y todo en medio de un aire enrarecido y pedregoso, de un sueño “con telarañas”. Es la suya la visión magra de un Caribe que algu­ nos suponen vital y alegre como una sonaja. De un Caribe somnoliento y seco pero con la dignidad opa­ ca del pobre, con personajes que no usan sombrero para no “tener que quitárselo ante nadie”. Como creo en la existencia real del coronel he fa­ bulado una carta escrita a destiempo, un correo de sombras que es lo más parecido a la vida y al azar •


27 de abril de 2014 • Número 999 • Jornada Semanal

empre quien le escriba R em o to co ro ne l :

Ca lle de lo s Te nd er et es O ril la s de l Rí o

U

n dí a so ñé qu e un ga llo pi co te ab a la s es trel la s de l ci el o co m y pe ns é en us te d, en o si fu er an gr an os su et er no pa ra gu as de m aí z pa ra so le s y llu vi as ra do m ás qu e de l ar , en us te d qu e vi ve en am o­ rib o de un a ca rt a, en am or ad o de la es pe aguardando un tro ra . Crue l of ic io el de zo de lejanía, envuel vi vi r to, antes que en un de un po bl ad o cu yo ropaje de opereta m s do m in go s de be n ili ta r, en la qu ietud du ra r m ás de oc ho La s gu er ra s ci vi le s, dí as . es a su ce si ón de gu er ra s de a ca ba llo re m ill o, a un a de la s cu ga la do al qu e no se al es fu e trem ol an do le m ira el co l­ un a ba nd er a de te la s de ar añ lis ia do s de es pí rit u a, de jó en lo s ca m po qu e m ue rt os . s m ás Si se m e pe rm ite ex pres ar m i prop ia op in ió n, la he rá ld ic a de l ga llo , su cres ta de sa ng re qu e co m de co ra l y su s ai re s po rt a el su eñ o de ca ci qu e em pl um ad o en el ga bi en a un a di gn id ad lli ne ro , só lo le ve nd si n ot ro s bl as on es ría n qu e lo s de un m on Lo pe de A gu irre, qu arca si n va sa llo s, co e er a el re y de su pe m o lo s de l tir an o lle jo , el re y de su lo Es e ge st o de am ar ra cu ra . r un ga llo es pu el er o a un ár bo l ge ne al qu e po dr á sa lv ar lo óg ic o, a un pa sa do de ca er en lo s ab is gu er re ro , ¿c re e m os qu e ha bi ta n en la ho nd on ad ra s y re ci pi en te s a lo s qu e no vi si ta ni a de lo s pl at os y so ng ún al im en to di st pe ­ in út il co m o ta la dr in to a un sa rro de m ar el ag ua ? ¿N o es et al ? ¿N o re su ba ila r en la os cu ri lta ún ic o y brut al es tip da d de l so lit ar io ? en di o la m ita d de la ¿N o es re ci bi r co m na da ? o U st ed , co ro ne l en de su so , at urdi do “h ué rf an o” de su hi jo , es su or gu llo un re lo ca pa z de lle va r ba jo j de pa re d, un re lo la ca pa de j qu e si em pr e da la ca bo , ba jo un al m en m is m a ho ra de la es pe ra . dro o ba jo la so m br A l fin y al a de un ta m ar in do pe ro s o en m ed io de , ba jo un m at ar ra tó lo s fron do so s za po n o ba jo lo s ní s­ ta le s, en es os pu eb la s 12 de l dí a. lo s ri be re ño s si em pre pa re ce n se r La s 12 de l dí a al am an ec er de lo s ca ba llo s, la s 12 de l dí a a la de l án ge lu s, la s 12 ho ra de la se re na ta de l dí a de lo s he rv or , la s 12 de l dí a es le ja no s en la s co ci na s, la s 12 de dí a en lo s gi ra so le s l dí a de l ai re , la s 12 de la no ch e, la s 12 ho de l ra s de l dí a qu e se rie ag ua do ra s, la s 12 ga n po r la s ca be lle de l dí a de lo s la dr ra s ne gr as de la s on es de ga na do co la s 12 de l dí a en vu n su s m ac he te s br el ta s en el ol or de ill ad os po r la lu na , la ay ah ua sc a o de l so po r a to da s ho ra bo rr ac he ro , la s 12 s, la s 12 de l dí a cu an de l dí a y su et er no do la s m uj eres la va co n su ca ra va na de n la flo r de su vi en ho ra s le nt as co m o tr e, la s 12 de l dí a drom ed ar io s o co m em ba rc ad ero, la s 12 o ca no as qu e lle ga n de l dí a pa ra la re su lle na s de na da al rrec ci ón y la m ue rt Su tr is te za es de fa ct e. o, co ro ne l. Su tr is te za se ha to m ad o po ris a, la vi da m is m a r as al to el go bi er no y ha st a la lu na de M de su s añ os . La an au re es tá n en de sh ój el e su ca nt o, cu aren te na . Tu ér za de sp lú m el o co m o le el cu el lo a su ga llo , a un he ro ic o gu er re m is m o lo di jo : “l os ro de la s ba ta lla s de ga llo s se ga st an de l ol vi do . Si us te d ta nt o m ira rlo s” . Yo re gres o a su s pa ra je s y lo ve o ag az ap ad o tr as la s fis ur qu e us te d m is m o se as de su s pa la br as , en treg a, ad m ir ab le tr as lo s re ca do s co ro ne l, ob ed ca m in an do en su pr ie nt e su ba lte rn o de sí m is m o. Yo op io cu er po co m o lo ve o si su s hu es os fu er an qu e yo , qu e ha bl o a un ca m po de re he ne s, m ás fa nt as m as . so lit ar io Re ci ba de m i pa rt e la m ed al la de la di gn id ad , co ro ne l, la or y un al m an aq ue de de n de la es pe ra en ol vi do s • pr im er gr ad o,

5


Tres huellas para

6

Gustavo Ogarrio

En la escuela secundaria

G

a Camila, Elvira y Gustavo

abriel García Márquez ha muerto bajo una incontenible y ecuménica expresión popular de afecto y conmoción. Pasado el me­ diodía del jueves 17 de abril comenzó a circular, sin premonición alguna, la noticia fúnebre de su fallecimiento, que creció como una hojarasca me­ diática, como un amasijo de duelos y de evocacio­ nes de sus libros. Cien años de soledad (1967), quizás la obra más celebrada de García Márquez y en la que parece concentrarse su arte narrativo, es presentada también como la novela paradigmática del boom latinoamericano, del llamado realismo mágico, la prueba artística del universalismo del escritor co­ lombiano. Sin embargo, si nos olvidamos un poco de los lugares comunes que se generan bajo esta triangulación entre el boom, el realismo mágico y la universalidad simplificada de una lectura descon­ textualizada de Cien años de soledad, podríamos in­ vocar otros indicios que nos ayudarían a repensar la complejidad narrativa de la obra del escritor colom­ biano. Por ejemplo, la tensión evocativa entre olvi­ do, memoria y conciencia histórica; el papel articu­ lador del periodismo en la obra de ficción de García Márquez; las huellas de los relatos y las crónicas de la conquista en el mundo de sus ficciones.

“FRENTE AL PELOTÓN DE FUSILAMIENTO”: COMIENZO ENTRE LA MUERTE Y LA MEMORIA ¿Es posible leer un clásico latinoamericano como Gabriel García Márquez alejado de las lecturas abso­ lutamente “triunfales” de su obra o de esa crítica li­ teraria casi “paramilitar”que reduce su complejidad narrativa a una simple vinculación ideológica en­ tre el autor y cierto poder político? ¿Cómo salir de la ensoñación acrítica que provoca la figura de Macon­ do para adentrarse en temas menos “felices”, como la destrucción inevitable de toda civilización o la trágica dialéctica entre memoria y olvido?

Bastaría con analizar, en toda su complejidad ar­ tística y mítica, el comienzo de Cien años de soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusila­ miento, el coronelAureliano Buendía había de recor­ dar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…”, para presentar el tema del olvi­ do, la reminiscencia problemática del pasado en América Latina y de su poder transversal en toda la obra de García Márquez,como lo afirma Ernesto Volkening, a propósito del pasaje en la novela de “la peste del insomnio” y de la posterior peste del olvi­ do: “Ahí está, por ir al grano, el temor de que se es­ fume el pasado en estado de imbecilidad, una suerte de cretinismo ahistórico, condenado a consumirse”. En el comienzo de la novela de García Márquez, el coronel Aureliano Buendía

miento fallido y con este gesto la novela asegura, des­ de el inicio, ese tono de epopeya que se despliega a tra­vés de los tiempos perplejos de la soledad humana.

“FICCIÓN PERIODÍSTICA”: NOVELA Y PERIODISMO NARRATIVO

Ha sido documentada por Jacques Gilard la profun­ da articulación entre periodismo y ficción en la obra de Gabriel García Márquez. Una revisión de lo que salió en la prensa, en los tiempos de Barranquilla, permite saber cuándo hace su aparición el coronel Buendía, cuándo se manifiestan por primera vez (en un personaje que irá diferenciándose) Amaranta y la Mamá Grande, cuándo se le presenta a García Már­ quez (o cuándo inventa) el letrero “Se tejen palmas fúnebres”, o ver que en 1950 rondaba insistentemen­ te el tema de los sueños recurrentes. En los años de la iniciación periodística de García Márquez se pue­ de leer en sus notas, crónicas y reportajes, algunos de los temas que posteriormente se van a desplegar en sus principales novelas y cuentos, así como cierto punto de vista narrativo de un escritor que comen­ zaba a manifestarse como profundamente oral y per­ severante en su apropiación de relatos populares con cierta carga de inverosimilitud: un fabulador del registro de la vida cotidiana en los diarios que sostiene el peso de su “ficción periodística” me­ diante un controvertido mapa regional e inter­ nacional de temas y anécdotas desfiguradas. Por ejemplo, en febrero de 1950, García Márquez escribe una “nota” que titula “Oradores en­ jaulados” en la que aborda, con un profundo acento irónico, la noticia delirante de una in­ Plinio Apuleyo Mendoza tervención en tribuna que duró más de seis y Gabriel García horas en el Consejo de Seguridad de la onu . Márquez en los años 60 Esto no significa que la violencia en Co­ lombia de mediados del siglo xx no hubiera trabajado secretamente en la configuración del uni­ detona su pro­ verso narrativo de García Márquez. En 1948, García pia evocación del pasado Márquez escribía lo siguiente, también en el perió­ como una de las formas por excelencia dico, a propósito de la herida de bala por un policía en la cultura latinoamericana para tomar la palabra: de Braulio Henao Blanco, líder liberal, el 20 de junio, se recuerda para nombrar el mundo y para describir la génesis de una civilización a través de la familia de los Buendía; un recuerdo furtivo en condiciones extremas como el acto que funda el relato mismo y que busca las imágenes que le den sentido a la vida, a la muerte, a la “nada”; imágenes del origen y una evocación de las primeras cosas pero también de la nostalgia infantil por el mundo perdido. En “La muerte del estratega”, de Álvaro Mutis, por ejemplo, esta búsqueda del sentido de la existencia también se expresa en un instante de muerte: “Y ante el vacío que avanzaba hacia él a medida que su sangre esca­ paba, buscó una razón para haber vivido, algo que le hiciera valedera la serena aceptación de su nada.” En el olvido absoluto del pasado está la disolución de la conciencia histórica y la pérdida del sentido de lo real. Evocación y memoria resuenan en la pers­ pectiva de un narrador-testigo de enunciación mí­ tica y que da origen al relato novelesco en Cien años de soledad: la memoria personal, que es también colectiva en lo que evoca, irrumpe en la conciencia del coronel Aureliano Buendía justo en el relámpago de su fusila­ Foto: Guillermo Angulo/ Embajada de Colombia


volver a y quien moriría dos días después: “Recto, empina­ do y magnífico ha caído Braulio Henao Blanco bajo el llameante soplo de la violencia.” Esta violencia política en Colombia, según el mismo Gilard, sería una de las claves para comprender la manera en que la noción de “pro­g re­s o”entraría en crisis en la ima­ ginación de García Márquez para ser sustituida por esa perspectiva trágica de la destrucción irreversi­ ble de una civilización y que culminaría con el arra­ samiento de Macondo. Pero no sólo se expresa en Cien años de soledad la articulación de largo plazo entre periodismo y lite­ ratura. Textos como Relato de un náufrago, La aven­ tura de Miguel Littin clandestino en Chile o Noticias de un secuestro pueden ser leídos como la inversión narrativa de esa “ficción periodística” que García Márquez escribía en sus primeros textos para dia­ rios, es decir, la ficción al servicio del periodismo narrativo, ya sea como reportaje altamente estili­ zado, como una historia contada por “episodios” o como crónica novelizada.

LAS HUELLAS DE LA CONQUISTA EN EL RECOMIENZO DEL NUEVO MUNDO García Márquez, al igual que Juan Rulfo y Álvaro Mutis, cultivó una conciencia narrativa y poética de la historia de su propio país y de América Latina. Esta conciencia encontró también en las crónicas de conquista uno de sus más importantes referentes; una huella de largo plazo que establecería el arco en­ tre historia y ficción, entre conquista y novela, entre el descubrimiento del Nuevo Mundo y la génesis de Macondo. En el discurso con el que recibió el Pre­ mio Nobel, en 1982, titulado “La soledad deAméri­ ca Latina”, García Márquez habló de ese pacto de larga duración de la literatura latinoamericana del siglo xx con las crónicas de conquista: Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acom­ pañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meri­ dional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había vis­ to cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engen­ dro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de ca­ mello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enar­ decido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen. Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislum­ bran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nues­ tra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros inconta­ bles. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, fi­ guró en mapas numerosos durante largos años, cam­ biando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición vená­

27 de abril de 2014 • Número 999 • Jornada Semanal

García Márquez Foto tomada del libro: Gabo periodista. Antología de textos periodísticos de Gabriel García Márquez. Edición de Héctor Feliciano

tica cuyos miembros se comieron unos a otros, y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron.

García Márquez encuentra en este relato de conquis­ ta del navegante florentino una visión paradisíaca de resonancia asombrosa, animales y seres que al ser interpretados desde la frontera nebulosa entre lo real y la imaginación perdieron sus límites, únicamente para encaminarlos hacia la visión del último de los Buendía que nacería con cola de cochino.¿Cuáles son las figuras más importantes de estas huellas de las narraciones de conquista en la obra de García Már­ quez? Quizás la imagen rectora de un Nuevo Mun­ do, la utopía de conquistar otras latitudes, de po­ blarlas y apropiarse de sus riquezas y de la voluntad

de sus seres humanos, se hayan transmutado en la génesis mítica del pueblo de Macondo, en el recuen­ to normalizado de lo inverosímil, en el patrón com­ parativo entre el mundo propio de Macondo y el mundo que viene de fuera con el gitano Melquiades, con sus inventos y objetos asombrosos en los que se mezcla la magia milenaria y un saber científico po­ pularizado. Evocar secretamente la historia de América Latina y renombrarla en la ficción, como si el mundo terrible que dejó la conquista pudiera ser de nueva cuenta enunciado por primera vez, esto es una mínima parte del inmenso legado de Gabriel García Márquez: “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionar­ las había que señalarlas con el dedo.” •

7


Gabriel G la

Gabo el 6 de marzo pasado celebrando su cumpleaños 87 Foto: Eduardo Verdugo/ AP

Xabier F. Coronado

L

La crónica es la novela de la realidad.

Gabriel García Márquez

a frontera entre periodismo escrito y litera­ tura carece de estabilidad, es lábil. Hay ar­ tículos periodísticos que se transforman en textos literarios y obras literarias que tienen su ori­ gen en el ámbito periodístico. Lo primero que cabe preguntarse es si esa frontera realmente existe o si podemos considerar al periodismo impreso un gé­ nero literario. Hay ejemplos que nos hacen estar a favor de otorgarle esa categoría al lado de la novela, la poesía o el cuento; aunque también los hay en con­ tra. Resulta evidente que no todos los textos perio­ dísticos podrían traspasar esa barrera que ellos mismos crean al carecer de la mínima sensibilidad literaria. Entre las diferentes expresiones que adop­ ta el periodismo, es a través de la crónica y el reporta­ je por donde más a menudo cruza la frontera que lo convierte en genuina literatura. Hay autores literarios que ejercen de periodistas como hay articulistas convertidos en literatos. En­ tre muchos, podemos citar al brasileño Joaquim Ma­ chado de Assis, un escritor completo cuyas crónicas representan el testimonio literario de la actualidad de una época; al autor nicaragüense Sergio Ramírez, que hizo de un hecho periodístico una acertada nove­ la, Castigo divino (1988); y a nuestro entrañable Jorge Ibargüengoitia, que forjó con sus artículos colecciones de textos con todo el poder del cuento o el relato (Via­ jes en la América ignota, 1972; Instrucciones para vivir en México, 1990), además de reflejar los crímenes de las Poquianchis, que fue nota roja en todos los periódicos, en una novela emotiva e irónica (Las muertas, 1977). Sin embargo, por la repercusión de su obra, Ga­ briel García Márquez es uno de los ejemplos más sig­ nificativos de esa transformación del periodista en

creador literario. En principio, podemos citar algu­ nos comentarios donde el autor expresa con clari­ dad su opinión en este debate sobre periodismo y lite­r atura: “Estas reflexiones se fundan en la certi­ dumbre de que el periodismo escrito es un género literario. […] un reportaje magistral puede enno­ blecer a la prensa con los gérmenes diáfanos de la poesía.” (“Periodismo: el mejor oficio del mundo”, Yo no vengo a decir un discurso, 2010.)

EL PERIODISMO COMO APRENDIZAJE Las dos condiciones más importantes del periodismo: la creatividad y la práctica.

Gabriel García Márquez

El periodismo contribuye a la formación del estilo literario de García Márquez y se refleja sobre todo en sus primeras novelas y relatos. Una prosa clara y di­ recta, de frases cortas y palabras justas: “En perio­ dismo no se permiten los términos vagos o simples intentos. Hay que saber las palabras y los concep­ tos precisos.” (Entrevista, El Colombiano, 1997.) Para nuestro autor, el género periodístico más completo es el reportaje porque “requiere más tiempo, más in­ vestigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir.” (2010) En una ocasión reveló que se había hecho escri­ tor a la fuerza. Al repasar su biografía podemos in­ tuir que se refería a la fuerza de su propia voluntad, “nada mata al escritor –ni siquiera el hambre–, y el escritor que no escribe es sencillamente porque no es escritor” (Entrevista en Visión, 1967; citada por Vargas Llosa en, GGM: Historia de un deicidio, 1971). Para García Márquez dedicarse a la escritura requie­ re de aplicación constante: “El oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica.” (2010) A pesar de comenzar a estudiar leyes, pronto dio muestras de sus inclinaciones hacia la escritura. En­

tre 1947 y 1953 publica diez relatos en el periódico El Espectador; de Bogotá; en ellos ya se vislumbra el em­ brión de ese universo original que posteriormente se desarrollaría en sus novelas y cuentos (Todos los cuentos, 2012). En 1948 se traslada a Cartagena, don­ de inicia su trabajo periodístico en El Universal. Es­ cribió sus primeras crónicas en una columna titulada “Punto y aparte”, mientras continuaba con los estu­ dios universitarios que nunca llegó a concluir. En esa época llegó a publicar más de cuarenta textos firma­ dos, además de numerosas notas editoriales y rese­ ñas de noticias anónimas. En un viaje de trabajo co­ noció a Alfonso Fuenmayor, Álvaro Cepeda, Germán Vargas y al catalán Ramón Vinyes, escritores del “Gru­ po de Barranquilla” que le brindaron su amistad y apoyo. En esos tiempos también conoció a Álvaro Mu­ tis, con quien mantuvo relación toda su vida; sobre esta larga amistad es interesante leer el texto “Amigo Mutis”, recogido en Yo no vengo a decir un discurso. Después de dos años en Cartagena, Fuenmayor le consiguió trabajo en El Heraldo de Barranquilla. Allí dispuso de una columna diaria, “La jirafa”, que fir­ maba con el seudónimo Septimus –tomado de un per­ sonaje de la novela de Virginia Woolf, La señora Dallo­ way–, donde escribía crónicas sobre sucesos locales. Durante esa época llevaba una vida bohemia y leía compulsivamente los libros de la biblioteca de Álva­ ro Cepeda (Faulkner, Woolf, Joyce, Hemingway, Dos Passos, Huxley, etcétera). Entonces se produjo la confirmación definitiva de su vocación literaria y se gestó lo que sería “mi pri­ mera obra seria”: La hojarasca. En ella comenzó a es­ cribir sobre Macondo, el escenario mítico donde arraigaría la parte más importante de su obra literaria. Sus artículos y reporta­ jes en Cartagena y Barranquilla están recopilados en el libro Textos costeños. Obra periodística, vol. I (1981). En 1953 abandona El Heraldo, entra en una crisis laboral y existencial hasta que, un año después, se traslada a Bogotá con el apoyo de Mu­ tis; tiene veintisiete años. Allí consiguió trabajo como reportero en El Espectador, donde hizo crí­ tica de cine y reportajes. García Márquez con­fiesa que lo que más le gustaba era ser reportero, salir en busca de la noticia, conocer sucesos y perso­ najes diversos. Sin duda, la práctica del reporta­ je le dio preparación para escribir literatura. Los textos publicados durante su estancia en Bogotá están recogidos en Entre cachacos. Obra periodís­ tica, vol. II (1982). A principios de 1955 gana un concurso de re­ latos con “Un día después del sábado”. Es un año importante para García Márquez, pues se publi­ ca La hojarasca, su primera novela, y en la revista Mito aparece un relato que se había independi­ zado de ella: “Isabel viendo llover en Macondo”. En marzo escribió un reportaje que tuvo gran


García Márquez plenitud literaria resonancia en Colombia; lo realizó después de entre­ vistar a un marinero de la Armada que había per­ manecido náufrago durante varios días. El autor describió, en catorce entregas, los detalles del suce­ so en una crónica que se convertiría en un relato de aventuras, lleno de suspenso, emoción y dramatis­ mo, que dejaba en evidencia la corrupción de la Ma­ rina colombiana. (Relato de un naufragio, 1970.) En julio, la dirección del periódico decide enviar­ lo como corresponsal a Europa. Llega a Ginebra en el mes de julio, luego se traslada a Roma, donde se ma­ triculó en un curso de realizadores del Centro Speri­ mentale de Cinematografía, y finalmente, en diciembre de ese intenso año, se establece en París. Allí, a raíz del cierre de El Heraldo, subsistió dos años de penurias mientras escribía la que muchos consideramos una de sus obras maestras: El coronel no tiene quien le

escriba (1961), relato extenso que narra una historia surgida del desarrollo de su segunda novela, La mala hora. A mediados de 1957, viaja con su amigo Plinio Apuleyo Mendoza por los países socialistas. Du­ rante el recorrido, que abarca la mayoría de la Euro­ pa del Este, García Márquez escribe una serie de diez artículos que fueron publicados en las revistas Elite de Venezuela, y Cromos, de Bogotá. Todos los textos del reportaje se imprimieron bajo el título común de “90 días en la Cortina de Hierro”, y lleva­ ban encabezamientos tan sugestivos como: “Berlín es un disparate”; “Para una checa las medias de nai­ lon son una joya”; o “ u . r . s . s .: 22.400.000 kilómetros cuadrados sin un solo aviso de Coca-Cola”. En defini­t iva, un conjunto de relatos amenos, ingenio­ sos e informativos (De viaje por los países socialistas, 1978). A finales de año, tras una breve estancia en Londres, es requerido por su amigo Mendoza para trabajar en Caracas en la revista Momento; posterior­ mente colaboró en Venezuela Gráfica y Elite. Durante 1958 también termina una serie de relatos que había comenzado en Europa. En enero de 1959 triunfa la Revolución cubana, un hecho que ampliaría su concepción del periodis­ mo, hasta entonces de claros matices literarios. Gar­ cía Márquez viaja a Cuba, se entusiasma con la revo­ lución y comienza una etapa de periodismo político. A su regreso vuelve a Colombia y, con Plinio Men­ doza, se encarga de la agencia de noticias Prensa Latina en Bogotá. En enero de 1961, des­ pués de unas semanas en La Habana, se traslada con su familia a Nueva York. A mediados de año, tras cinco meses de tensión, renuncia a Prensa Latina y viaja con su fa­ milia a México. Entran por la fron­t era de Nuevo Laredo y to­ man un tren a la capital. Según su biógrafo Gerald Martin, llegan a la estación de Buena­ vista el lunes 26 de junio, en el andén les es­ peraba un Álvaro Mutis que ya había pasado por Lecumberri. “Llegamos a Ciudad de Mé­ xico en un atardecer malva, con los últimos veinte dólares y sin nada en el porvenir.” (Una vida, g . Martin, 2009.)

PLENITUD LITERARIA La primera condición del realismo mágico es que sea un hecho rigurosamente cierto que, sin embargo, parece

fantástico.

Gabriel García Márquez

A los pocos días, su amigo García Ponce, que había conocido en Barranquilla, le da la noticia del suicidio de Hemingway; entonces García Márquez escribe un tex­ En 1972. Foto: Rodrígo García/ AP/ FNPI

to que Fernando Benítez publica en el suplemento literario del diario Novedades (“Un hombre ha muer­ to de muerte natural”). Con su llegada a México, se puede decir que termina una etapa de relación estre­ cha con el periodismo, aunque siguió escribiendo artículos y en su obra posterior encontramos textos que tienen relación directa con la crónica y el repor­ taje, como La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile (1986) o Noticia de un secuestro (1996). En 1962, su novela La mala hora gana un premio literario en Colombia y la Universidad Veracruzana publica el volumen de cuentos Los funerales de la Ma­ má Grande. En el relato que da título al libro, el autor añade por primera vez a su estilo literario el compo­ nente mágico que impregnaría sus obras posteriores. En sus primeros años en México escribe varios guiones, algunos con Carlos Fuentes y Luis Alcori­ za. Sobre lo que el cine supuso en su carrera litera­ ria, García Márquez comenta: “Escribir para el cine, en vez de esterilizarme como novelista, ha ensan­ chado mis perspectivas. Ahora estoy convencido de que las posibilidades de la novela son ilimitadas.” (Visión, 1967.) De 1961 a 1965 se produce una etapa de silencio literario en la que el autor recapitula su obra an­ terior y llega a manifestar a Mutis que no volverá a escribir. Fue un entreacto necesario, un período de meditación sobre su trabajo creativo que desembocó en un encierro de dieciocho meses. En ese tiempo de aislamiento mecanografía un manuscrito de mil tres­c ientas páginas: Cien años de soledad, su obra cumbre. Publicada en Buenos Aires (Sudamericana, 1967), en pocos años se vende medio millón de ejem­ plares, se traduce a más de veinte idiomas y se con­ vierte en uno de los libros más importantes de la li­ teratura universal. A partir de entonces se suceden nuevos textos entre los que destacan El otoño del pa­ triarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985) y El general en su laberinto (1989), además de volúmenes de relatos, recopilaciones periodísticas y un tomo de memorias (Vivir para contarla, 2002). García Márquez marca un hito en la literatura la­ tinoamericana. Su manera de escribir fue la chispa que hizo detonar el llamado boom: una descarga lu­ mínica que dio brillo a una generación de escritores y enfocó la mirada de millones de lectores de todo el mundo sobre una expresión narrativa –cargada de sinceridad y magia, de mito y realidad– que sorpren­ dió por lo original de su forma de concebir y desa­ rrollar textos literarios. Ahora, en el momento de su muerte, nos damos cuenta de que esa luz que disipó las sombras que se cernían sobre nuestra literatura mantiene, cincuenta años después, los reflejos del estallido y todos los autores iberoamericanos, que durante este medio siglo han practicado el aventu­ rado oficio de escribir, se siguen iluminando con los focos que entonces se encendieron •

9


La

10

saga que

Lati Antonio Valle

Las manos del Gabo. Foto: Fabrizio León/ La Jornada

CIEN AÑOS DE SOLEDAD: ENSAMBLE DE REALIDADES MÚLTIPLES

H

ace más de tres décadas, escuchaba a “Unión Latina”, concepto en el que un artista fantás­ tico de Juchitán se “incorporaba” con un ar­ tefacto ensamblado con un palo y una cuerda tensa que percutía en una tina de aluminio para interpretar algunas piezas musicales cercanas al jazz. Entonces, un querido amigo zapoteco me dijo que este cuadro escénico podría incorporarse a Cien años de soledad. Los críticos que habían designado a la literatura de García Márquez con el nombre de realismo mágico habían dado en el blanco. En los mundos que inven­ tó Gabo no sólo cabían algunas páginas de la vida cotidiana de este pueblo mágico y rebelde, sino de un sinnúmero de aldeas, ranchos, villas, barrios y comunidades que brillaran por su ausencia en el concierto de América Latina hasta que apareció la saga portentosa de García Márquez.

TAL VEZ EL CORONEL NO TENGA QUIEN LE ESCRIBA, PERO LOS PUEBLOS SÍ Los treinta millones de ejemplares que se han im­ preso de Cien años de soledad hablan del poder de la poesía en un mundo donde impera la ley monopóli­ ca de los sistemas audiovisuales. Lo real maravilloso ha sido una de las alternativas estéticas y conceptuales que, después de décadas, ha sido plenamente incor­ porada a la visión existencial, política y cultural de los latinoamericanos. Una experiencia del poder de se­ ducción y de la esperanza que ha generado la saga de Macondo puede ser ilustrada en la historia de la Unión de Comunidades Indígenas Cien años de So­ ledad que, a principios de la década de los años ochen­ ta, se organizó en la costa oaxaqueña. En esta orga­ nización participaban campesinos, pescadores, productores de un café sabrosísimo, por supuesto in­ dígenas, jornaleros, pequeños propietarios, así como algunos jóvenes libertarios, miembros de las comuni­ dades cristianas y hasta algunos hipsters trotamun­ dos, que en este gran mosaico intercultural se habían propuesto encontrar algunas rutas para definir una identidad comunitaria y regional, que evidentemente habían encontrado inspiración poética, así como en el imaginario social e histórico, en la obra clásica de Gar­ cía Márquez. En 1982, cuando le otorgaron el Premio Nobel a Gabo, en las reuniones que parecían verdade­ ros arcoíris populares, se reflexionaba en torno a los conceptos de soledad y de aislamiento mediante aná­

lisis comparativos con las situaciones que vivían al­ gunos grupos y personajes de Macondo. Esta unión trataba de reinventar un lenguaje nuevo que fuera menos rígido que el discurso marxista, que ya para esas fechas agudizaba su retórica repetitiva que no encontraba correspondencia con la maravillosa rea­ lidad que vivían estos pueblos costeños.

llevar a cabo la Unión Latina. Por otra parte, la narra­ tiva del maestro colombiano no sólo mostraba el ca­ rácter erótico y festivo de los pueblos, sino también el rostro violento y siniestro de un conflicto ancestral que tenía que ver con las formas más rudimentarias y salvajes de ejercer el poder por parte de los caci­ ques y dictadores a nivel regional.

CRONISTAS DE INDIAS

“OH QUÉ SERÁ, QUÉ SERÁ...”

Una de las cosas que seguramente causaron asombro en los ciudadanos de estos pueblos y aldeas mágicas (el mismo asombro que causaban en las legiones de lectores de las grandes ciudades) fue saber que la na­ rrativa de García Márquez abrevaba en los textos que habían escrito los primeros conquistadores, frailes, etnólogos, cartógrafos e historiadores que habían llegado a América. Especialmente las descripciones alucinantes que hacían de la orografía y la riqueza de los mundos minerales, vegetales, animales y huma­ nos con los que se toparon en el “nuevo continente”. En el texto que García Márquez leyó al recibir el Pre­ mio Nobel destacan algunos elementos y expresio­ nes que encontraban resonancias con la narrativa que los pueblos costeños sostenían con la fuerza de su tradición oral, ya fuera con los relatos de origen pre­ cortesiano narrados en zapoteco o en los relatos don­ de todavía se utilizaban arcaísmos y expresiones usadas por la novela de caballerías o en el Siglo de Oro español. Sin duda, tanto la obra de Gar­c ía Márquez como los relatos sostenidos por la tradición oral, de alguna manera se alimentaban, para nuestro regoci­ jo y asombro, con las crónicas de aquellos remotos conquistadores y humanistas. En este sentido, des­ tacan los textos que escribió el italiano Antonio Pe­ gafetta, quien venía registrando –obviamente em­ pleando palabras y conceptos alucinantes– algunas de las cosas increíbles y asombrosas que ob­s ervó durante los recorridos que hizo con Magallanes. Buena parte de los movimientos culturales que se vivieron durante las décadas de los setenta y los ochenta, explícita o implícitamente habían sido con­ tagiados por el entusiasmo que generó lo “real ma­ ravilloso”. De esta forma, la obra de García Márquez le daba expresión a un verdadero paraíso de reali­ dades objetivas y subjetivas que los pueblos habían vivido desde tiempos inmemoriales. Por supuesto, este fenómeno no sólo se experimentaba en Oaxaca, sino en toda la región de América Latina y el Caribe. Jugando con el concepto del artista popular de Juchi­ tán, al fin se lograba condensar una vieja aspiración:

Esta canción inolvidable de Chico Boarque hace una síntesis poética de lo real maravilloso que Gar­ cía Márquez inauguró. Sus versos, levemente áci­ dos, aluden a una situación violenta pero no exenta de belleza: “Oh qué será, qué será, que anda suspi­ rando por las alcobas,/ que anda susurrando en ver­ sos y trovas, [...] que está en la romería de mutilados, [...] lo sueñan de mañana las meretrices, [...] es la naturaleza, será que será, que no tiene vergüenza, ni nunca tendrá, porque no tiene juicio.” Esta composición poética parece la versión brasi­ leira de algún cuento de Gabo.

PEDRO PÁRAMO Dice García Márquez que Pedro Páramo fue la obra que lo ayudó a salir del impasse creativo en el que se encontraba al llegar a México a principios de los años sesenta del siglo pasado. Esta pieza, que posee una historia decisiva en el canon de la narrativa y la poé­ tica moderna de los mexicanos, le ofreció las cla­ ves, así como el empuje anímico e intelectual, que el maestro necesitaba para dar inicio a los trabajos de creación de Cien años de soledad.

BOOM LATINOAMERICANO Y SIMULTANEIDAD HISTÓRICA Este movimiento tiene como origen el abandono y explotación ancestral de los que la región había sido objeto. Aunque con diferencias culturales y so­ cioeconómicas nacionales y culturales que, por ejem­ plo, como dice Octavio Paz en torno al proceso nacio­ nal, en México se viven simultáneamente distintos tiempos, y por tanto distintas realidades en las que se encuentran algunos mexicanos viviendo en el si­ glo xxi y otros que comen y se visten de modo pare­ cido a como se hacía en el siglo xvi . Esta es una de las razones por la que los escritores del boom, Julio Cortá­ zar, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, junto a Gar­ cía Márquez, estudiaron las historias no sólo de las


27 de abril de 2014 • Número 999 • Jornada Semanal

inoamérica vivió para existir comunidades marginadas y de los grupos deprimi­ dos (como se les decía en los ochenta), es decir, de las realidades que sobrevivían en “la más espantosa soledad”, sino que también eran objeto de su narra­ tiva las grandes urbes como París, Montevideo o Ciu­ dad de México. Así, Julio Cortázar en Rayuela, y Carlos Fuentes en La región más transparente, abordan, desde diferentes perspectivas, la soledad, así como los pro­ blemas de identidad en la que se encontraban algu­ nos héroes y los hombres comunes y corrientes en las grandes urbes. Mientras que Mario Vargas Llosa, desde una opción política, que hoy llamaríamos neo­ liberal, ponía bajo asedio y cuestionaba –empleando un lenguaje más realista y menos mágico, pero igual­ mente poderoso– el atraso endémico de Perú. No sobra recordar que el boom tuvo importantes precursores artísticos e intelectuales. Entre otros es­ critores, además de Rulfo, destaca la obra realizada por Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Miguel Án­ gel Asturias y Octavio Paz, quienes al lado de poe­ tas como Pablo Neruda, Lezama Lima y César Vallejo llevaron a cabo las más audaces tentativas litera­ rias que los autores del boom recuperarán e impulsa­ rán a partir de los sesenta. Sin embargo, los autores del boom no sólo abrevaron en las obras de sus pre­ cursores de Centroamérica, el Cono Sur y el Caribe, ya que ellos reconocen y manifiestan en su obra y en su proceso de formación la importancia de novelas

como En busca del tiempo perdido, Ulises, La montaña má­ gica, El extranjero y La náusea, entre otras novelas le­ gendarias. Es el boom el que, a decir de Carlos Fuentes, hace un prodigioso trabajo de síntesis de más de cua­ trocientos años de evolución cultural de esta parte del continente, que pretende ordenar y profundizar en “eso” que Álvaro Mutis, poeta y extraordinario narra­ dor, ha calificado como algo que late en el inconscien­ te colectivo de Latinoamérica –a propósito de Cien años de soledad. En este sentido, la saga literaria de Gar­cía Márquez aborda las aventuras y desventuras de toda una genealogía de coroneles y dictadores, tema que literalmente podía hacer la diferencia entre la vida y la muerte, en la que Gabo se sumergió durante muchos años de estudio, lo que sin embargo dio como resulta­ do una singular épica que refería guerras civiles y aten­ tados, así como la violencia ejercida por dictadores y revolucionarios. Al parecer, el nivel más alto que al­ canzó el boom de la literatura latinoamericana comen­ zó a decaer al hacerse público el escándalo (proceso y juicio) que vivió el poeta Heberto Padilla en Cuba.

LITERATURA Y REALIDAD No parece un exceso decir que la obra literaria –y los buenos oficios políticos y diplomáticos de García Márquez–, además de generar una enorme visibili­ dad de la durísima situación que vivían muchos pue­ blos de la región, participó de manera importante en la caída que tuvieron las dictaduras en la región a finales y hasta mediados de los ochenta. De manera significativa se vinieron abajo dictadores y avatares, de Maximino Hernández Martínez, Anastasio Somo­ za, Fulgencio Batista, Leonidas Trujillo, Efraín Ríos Mont, Hugo Banzer, Manuel Noriega, Rafael Videla y Augusto Pinochet, entre otros. Esta pléyade sinies­ tra ha quedado atrás para dar paso a procesos elec­ torales más o menos democráticos que han generado las condiciones para la alternancia, y para algo que una pinta resumió en una barda de Buenos Aires: “No que­remos realidades, exigimos promesas.” Esta frase sintetiza la soledad que, como una ley amarga, vivie­ ron durante décadas muchas naciones del continente.

11

LA LENGUA DE CERVANTES Y EL REALISMO MÁGICO Como aquí se ha dicho, las historias de amor y de violencia que encarnaron en los cuentos y novelas del boom venían abriéndose paso desde los relatos que los cronistas de Indias se encargaron de registrar para beneficiar a la memoria universal de la huma­ nidad (aunque también en buena medida colabora­ ron en la historia universal de la infamia). Con Cer­ vantes compartían no sólo el tiempo histórico, sino el espíritu de la época; por ejemplo, el gusto, el estilo y la necesidad crítica de los libros de caballería, sino también el pensamiento fantástico que en el siglo xvi inauguraba la novela fundacional El Quijote. Así co­ mo Cervantes alentó a su novela con los múltiples afluentes culturales que luchaban y se fundían entre sí en el espacio mítico de La Mancha, de igual forma con García Márquez se tramaba una zona imaginaria, pero igual de contundente, llamada Macondo. Desde ahí partían y se multiplicaban historias y relatos del “realismo mágico”. Dice Gabo que al escribir sólo trataba de hacer creíble nuestra vida, es decir, de volvernos tangi­ bles para alcanzar a ser modernos. En este sentido, Cien años de soledad es la continuación imaginaria del Quijote. No es casual que la etimología de mirar sea, en su raíz latina: “ver con admiración.” Tam­ poco lo es que el smei-ro indoeuropeo informe que es aquello que –al mirar– hace sonreír. Como dice Ana María Morales, apreciada maestra de literatu­ ra fantástica y de lo maravilloso: “A lo mágico le es factible transformar la realidad porque ésta res­ ponde a sus mismas leyes, sólo que con relaciones más profundas que evidentes.” Esto explicaría el feliz despliegue que la saga de Gabriel García Már­ quez ha tenido no sólo en la historia de la literatu­ ra, sino especialmente en la vida y el destino de la gente común y maravillosa de nuestros pueblos, gente que ha encontrado ahí el espejo de palabras, amoroso y diáfano, que necesitaba para expresarse y revelarse. Así nació el fin de la soledad en nuestro continente •

en nuestro próximo número:

La canción de Marguerite Duras Arturo Gómez-Lamadrid

Los niños flacos y amarillos, Marguerite Duras

La Jornada Semanal @JornadaSemanal jsemanal@jornada.com.mx


arte y pensamiento ........

27 de abril de 2014 • Número 999• Jornada Semanal

12

Jair Cortés jair_cm@hotmail.com twitter: @jaircortes

MENTIRAS TRANSPARENTES Un inventor Los golpes en las espinillas duelen –me dijo Juan, que andaba enyesado. La tibia no está protegida por ningún músculo. Pero esto, en 1874, cuando el futbol se jugaba de largo, fue resuelto por un jugador de veintitrés años del Nottingham Forest: Sam Weller Widdowson. Una mañana sus compañeros lo vieron llegar y se echaron a reír: se había puesto unas almohadillas de las que se usaban en el críquet para protegerse las espinillas. Poco le importó. Sam era rudo. Con las pantorrillas a salvo, se lanzó al juego sin cuidarse de las patadas. Seis años después, en 1880, alineó con la selección inglesa contra Escocia, que se impuso en casa cinco a cuatro. Quien ganó en verdad fue Sam: todos llevaban espinilleras –obligatorias desde 1990. Luego Sam se hizo árbitro. En 1891 pitó el primer juego en que las porterías tuvieron redes y según parece, fue el primero en usar silbato. En estos días –Juan nos mostró su boleto a Brasil– celebremos la memoria de Sam •

Ricardo Yáñez DE PASO Canción a dos voces –No sé ni cómo decirte que de ti ya me olvidé. –Y eso a mí me importa qué. Por mí bien puedes morirte. Dale vuelta a lo que fue. A lo que fue dale vuelta y si no puedes avisa, mientras me aguanto la risa que por poco y se me suelta. Anda tu razón revuelta más que estómago en navío tormentoso. Tu canción no es canción, es extravío. –Pero recuerdo era mío de pe a pa tu corazón… –Eso dice tu cabeza que muy bien puesta no está y con pader aquí da. No da con otra certeza. –Agradezco tu franqueza y discreto me despido, aunque no creas que he creído lo que tan segura dices. Hablan más tus cicatrices que mi verdadero olvido.

BITÁCORA BIFRONTE

Felipe Garrido

Para quien comienza a leer a Octavio Paz

F

ue Miguel n. Lira, poeta tlaxcalteca, quien publicó los primeros versos de Octavio Paz en 1933. Luna silvestre fue el título de esa plaquette que inauguraba el oficio del futuro (y único hasta la fecha) Premio Nobel de Literatura mexicano. Sin embargo, estos versos de juventud fueron suprimidos por el mismo autor cuando reunió su obra poética en el volumen Libertad bajo palabra (1935-1957). Respecto a lo anterior, Paz afirmó que: “Los poemas son objetos verbales inacabados e inacabables. No existe lo que se llama versión definitiva: cada poema es el borrador de otro, que nunca escribiremos… pero hay poetas precoces que pronto dicen lo que tienen que decir y hay poetas tardíos. Yo fui tardío y nada de lo que escribí en mi juventud me satisface; en 1933 publiqué una plaquette, y todo lo que hice durante los diez años siguientes fueron borradores de borradores. Mi primer libro, mi verdadero primer libro, apareció en 1949: Libertad bajo palabra.” La obra de Octavio Paz es de una inmensidad apabullante. Cualquier lector tiene ante sí una vasta y variada obra que puede invitarlo a sumergirse en ella o bien, puede desconcertarlo, hacerlo naufragar o extraviarse en sus profundas aguas. Cioran decía: “Pobre de aquel escritor que no cultive su megalomanía, que la vea menguar sin reaccionar, pronto se dará cuenta que uno no se vuelve normal impunemente.” Esta idea ilustra las aspiraciones de Octavio Paz, un megalómano cuya obra cumple y rebasa las expectativas de la tradición literaria de nuestra lengua. A pesar de esta inmensidad, una gran cantidad de lectores acude a los mismos textos: “Piedra de sol”, en el caso de la poesía; o fragmentos de El laberinto de la soledad o La llama doble, cuando hablamos de ensayo. Por otra parte, muy pocos se aventuran a leer La hija de Rapaccini, la única obra de teatro que Octavio Paz escribió, o esa maravilla que cruza la frontera de los géneros titulada El mono gramático. Lamentablemente, en estos festejos del centenario del natalicio de Octavio Paz, la mayor parte del público mexicano no lee al poeta, se limita a verlo y a escucharlo en los programas televisivos, una dinámica que fomenta ausencia de lectores y, por lo tanto, ausencia de crítica. A quienes estén interesados en abordar la poesía de Paz recomiendo que comiencen por el principio: Libertad bajo palabra, en donde el poeta afronta un amplio horizonte temático y explora las posibilidades formales que van del haikú al poema de largo aliento (al amparo del verso medido, el verso libre, la prosa poética y el cuento). Libertad bajo palabra es el libro capital de Octavio Paz, es la exposición de casi todas las preocupaciones que habrá de tratar en sus siguientes libros: la poesía como actitud crítica y manifestación lingüística del espíritu libertario, el amor y la memoria como elementos para develar la verdadera esencia de la realidad •

12

Situación de estado de sitio

(de la serie “Anatomía”) Yannis Dallas Afuera mujeres melancólicas como caballos de carreras Cierra las persianas porque cae una niebla silenciosa como red cuando suena el izamiento de bandera Pasa una guardia de machos el lechero que toma la curva como una gata una hormigonera arroja lodo en la turbia forma del día Sólo tú y yo circulamos libres en los pocos metros cuadrados de la habitación Llegan las hojas diarias impenetrables y nosotros las echamos desde arriba como vendajes ensuciando el piso Y cuando silba el inspector a formación circulas entre la puerta medio carcomida y yo Ahora en tu lugar hay una tortuga de mar que nadó en sus lágrimas y me ve con la cabeza de un colgado detrás de los cortes del día Silba y vuelve a silbar el inspector el cobrador reparte estos baratos permisos de salida por pocas horas de nuevo errantes entre los patios de la ciudad Se empañó el cristal del día por las inquietas fosas nasales de nuestras mujeres jadeando atrás Y por las respiraciones de los tubos de las chimeneas apostadas en las plazas y los mercados como bayonetas Desde todas las ventanas estrepitoso el programa matinal y abajo el lago como pellejo de un animal en la trampa de los juncos Así avanzó entre la formación y cuando subió al estrado se quedó con palabras amontonadas torrenciales y sin articular Es culpa del estado de sitio y la bruma… Yannis Dallas (1924) nació en Filippiada, en Épiro, al norte de Grecia. Estudió humanidades clásicas (gramática, dialéctica, retórica, geometría, aritmé‑ tica, astronomía y música) en la Universidad de Atenas. Ha sido editor y coeditor de varias revistas literarias y fundador de un liceo en Ioánnina, donde enseñó literatura griega clásica y moderna. En Ate‑ nas trabajó como crítico de poesía para el periódico Vima (Tribuna). Ha traducido a muchos de los poe‑ tas griegos epigramáticos, líricos y satíricos, y es autor de ensayos sobre Kalvos, Kavafis, Sajtouris y sobre los poetas de la Primera Generación de Post‑ guerra. Ha publicado once libros de poesía y ha sido traducido al inglés, francés e italiano. Véase La Jornada Semanal, núm, 819, 14/ xi /2010 Versión de Francisco Torres Córdova


Jornada Semanal • Número 999 • 27 de abril de 2014

........ arte y pensamiento Alonso Arreola

Miguel Ángel Quemain

@LabAlonso

13

Luisa Josefina Hernández, la vitalidad de Los grandes muertos

E

l conjunto de obras titulado Los grandes muertos, que dirige José Caballero, es un homenaje que la Compañía Nacional de Teatro le rinde a una de nuestras más grandes autoras mexicanas: Luisa Josefina Hernández, una de nuestras dramaturgas más importantes por la hondura de su obra, su pedagogía y su innovadora visión del teatro. Sería políticamente correcto decir “aurtoras”, pero el mundo de Luisa Josefina no se rige por ese desafío que le tiene sin cuidado a la literatura de largo alcance, de largo aliento: ser hombre o mujer. La dimensión de la obra, del pensamiento y el saber hacer del teatro la sitúan como una de las grandes tradiciones de nuestro pensamiento literario.

Escena de Los grandes muertos

La cnt ha puesto al alcance un material muy completo para entender uno de los trabajos dramatúrgicos más ambiciosos de la escritora. Es una obra de largo aliento que se ha escrito en el curso de una vida, como explica por escrito la dramaturga a la periodista Alegría Martínez. Aunque sabemos que se trata de Campeche, en realidad se dice: en un lugar del sureste. El repertorio está conformado de la siguiente manera: El galán de ultramar, seguido por La amante; Fermento y sueño, seguido por Tres perros y un gato y La sota, seguido por Los médicos, y todas tienen que ver con un mundo en extinción fuera de la península, pero de tremenda actualidad en su interior. Es la historia de la familia Santander en el estado de Campeche de 1862 a 1909, casi medio siglo que se detiene en los albores de una Revolución mexicana que dejó intacto el mundo en esa latitud. Los grandes muertos es una recolección de historias que “mi madre siempre me contaba –dice en entrevista–. Al cambiar el siglo, ya en 1999, sentí que ese material no debía perderse, porque tiene un fuerte valor emotivo y también informativo. No he seguido las historias como ocurrieron, rescaté el carácter, el valor de muchas acciones, los sentimientos de las personas y, claro, el ambiente”. Refiere que toda su familia es campechana, aunque la distancia y el tiempo son los filtros de su mirada:“fui a Campeche muchas veces antes de mis veinte años, antes de 1948, debería decir, y una sola vez en 1949. Después regresé en 1969 y luego, hasta este siglo, en varias ocasiones.“Se dice que Campeche, hasta los años sesenta, vivía en un atraso de doscientos años. Siendo así, no es difícil escribir sobre el siglo xix . Las casas no cambiaron, las familias tampoco, sólo la gente iba desapareciendo. Quise, a mi manera, hacerles un homenaje de recuerdos para que vivan siempre.”

José Caballero ha puesto en escena seis de un total de once, con total libertad. La autora considera que su mirada literaria debe quedar en manos de la imaginación escénica. Signo de identidad de la dramaturga que ha dicho muchas veces que escribe por encargo. Efectivamente le encargan obras (que no escribe para cualquiera) dotadas de esa vida propia que consiste en ofrecer espacios de libertad para que el director pueda imaginarlas y, por qué no, reescribirlas. Incluso los actores tienen esa licencia, como se hace con una prenda que no da la talla. Aunque dicen que hace obras a la medida de los actores que las interpretarán. Aparentemente todo es muy sencillo para ella y ahí radica el misterio. Una creación potente, de gran diálogo con la tradición de pensamiento, filosófica y literaria, no sólo en nuestra lengua, que dota a sus obras de una familiaridad que hace reconocibles a los autores clásicos. Ese aire de familia distingue a sus obras. Logró combinar la docencia con el desarrollo de una teoría teatral, que incluye como base los trabajos de Eric Bentley y Kitto, así como componer con enorme maestría para la escena y sobre la escena, además de lograr un desarrollo en la narrativa que no ha tenido el reconocimiento institucional y de público que merece, dado que en el ámbito académico y de la crítica literaria se reconocen sus alcances y el interés permanente de titularse en los postgrados de Letras con algún análisis sobre su vasta ficción. Cuesta trabajo creer que de las veintisiete novelas que ha escrito, diez permanecen inéditas. Este fin de semana, previa reservación porque el cupo es limitado, se podrá ver el conjunto de estas obras y hasta el 4 de mayo, en la Sala Héctor Mendoza en Coyoacán. El orden de los cinco montajes no altera el producto final. Los horarios están en la página web de la cnt. Después se van a Campeche, del 16 al 18 de mayo •

LA OTRA ESCENA

quemainmx@gmail.com

Macondo sonoroso In memoriam Emmanuel Carballo

M

UY BIEN NOS IMAGINAMOS a José Arcadio Buendía sudando en el calor de una tarde cualquiera, desarmando la pianola que Pietro Crespi llevara a Macondo luego de que Úrsula Iguarán encontrara accidentalmente el camino a la civilización. Nos divierte pensarlo en el piso ante los misterios de ese mecanismo creado por la industria que se le negó en la soledad geográfica, tanto como leerlo en su laboratorio de alquimia mientras buscaba la piedra filosofal. También nos entristece saberlo huérfano, ya sin su padre literario, ese colombiano virtuoso en la escritura melódica y la creación de interludios. Porque sí. Estamos convencidos de que Gabriel García Márquez era un escritor-músico de ésos que suponemos leyendo-cantando en altavoz sus propios borradores, confiando en la longitud de frases poco puntuadas, apoyadas en la seguridad del habla cotidia‑ na, pulidas en su poesía pero rústicas en su músculo. Es por eso que inicios y finales como los de Cien años de soledad causan una huella tan profunda. Para empezar, no se trata sólo de la genial provocación: pelotón de fusilamiento + coronel Aureliano Buendía + recuerdo del padre + hielo. Es el cúmulo de veintocho palabras apenas lentificadas por dos comas y un punto, preámbulo para un ritmo que inmediatamente se desata con otros treinta y siete vocablos que apenas encuentran una piedra en el camino. Hablamos de un pulso que causa vértigo pero que poco a poco llega a frases más cortas para, entonces sí, dejarnos aturdidos ante las sorpresas traídas por los gitanos:“Primero llevaron el imán.” Melómano comprometido según dijo en entrevistas, García Márquez también sabía –intuía sobre todo– que no hay relajación hacia la Tónica (¿el apellido, la casa de los Buendía, Macondo?) sin una constante tensión de Subdominante y Dominante (los males del amor, las desapariciones, los chispazos mágicos). Es así que sus progresiones armónicas conducen la trama con nuevos impulsos y ocurrencias que siempre, aunque pasen cien años, encuentran sus porqués y paraqués sin detenerse mucho en la especulación. Podríamos incluso generalizar, pues nos parece claro que cuando sus páginas eran muchas era porque ocurrían muchas cosas. En ese sentido es más jazzístico, más progresivo y orquestal que popular. También notamos en él un afán estructural previo a la realización. Una planeación tal vez hija del periodismo, algo que le permite avanzar seguro lanzando anzuelos, tal y como pasa con las composiciones musicales que saben entretener con coros, transiciones y puentes más allá de las improvi-

saciones orgánicas que en cada sección sucedan. Así atestiguamos el estar natural de sus personajes en una escena para entonces –cinematográficamente y como se ha dicho en tantas ocasiones– cambiar de cuadro y revelarnos historias paralelas, la articulación de su diseño superior. Hablamos de esos interludios que, sin ser “cajas chinas”, representan burbujas, claros en una instrumentación tupida y exótica. Ahora bien, tal como como sucede con El Quijote, miles recuerdan las palabras de obertura de Cien años de soledad, pero no las de su coda. El huracán en el que se desintegra Macondo junto con el profetizado Aureliano (entonces ya no es necesario su apellido), equivale al de los violentos crescendos de una orquesta que arrecia su grito vislumbrando el abismo de silencio que le espera. Melquiades conductor de orquesta eleva desde su ausencia el epígrafe de los pergaminos:“El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas.” El instante implota. La vorágine encalla en un rumor de violines final:“porque las estirpes condenadas a 100 años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”. Es verdad. La música es el arte en donde se manifiestan con mayor claridad los conceptos de armonía, fuga y ritmo; de orquestación, acompañamiento y contrapunto. Sin embargo, y como vemos diariamente, estos elementos también son convocados a la búsqueda que emprenden otras artes y actividades humanas. Allí que casi todo gran poeta sea un hijo de Euterpe, lo que no necesariamente impera con numerosos cuentistas, cronistas o novelistas excepcionales en sus ideas, mas no en su eufonía. García Márquez, empero, y más allá de las debilidades que mentes expertas le atribuyan a su obra entera (es buen momento para usar la linterna que nos dejó Emmanuel Carballo), fue un gran musicalizador de su propia imaginación en éste y otros textos excepcionales. Hizo de las palabras flautas y cascabeles. Buen domingo. Buena semana. Buena soledad •

BEMOL SOSTENIDO

13


arte y pensamiento ........

27 de abril de 2014 • Número 999 • Jornada Semanal

14

Jorge Moch

Verónica Murguía

H

ACE MÁS DE VEINTE años en un viaje descubrí uno de los libros que llevaría a la isla desierta: El diario secreto de Adrián Mole. Fue inesperado: no era un libro de historia medieval, no era de poesía, no era un clásico, no trataba de animales. Jamás había escuchado nada de él, ni el nombre de la autora, Sue Townsend. Cuando lo terminé, exhausta de tanto reír, me di a la tarea de enterarme de todo. Esto fue antes de la Wikipedia (aw) y, a pesar de que no estábamos globalizados, averigüé rápidamente que la mujer era una celebridad en Inglaterra y el libro un bestseller que llevaba años en la lista de los más vendidos. Ahora ella acaba de morir y quiero escribir estas líneas, agradecida por las horas de felicidad que me deparó la mañana ya lejana cuando la persona en cuya casa me

alojaba, ocupada en una reunión de trabajo, me dio el libro para que me entretuviera. A las diez páginas comencé a reírme. Cerré la puerta, jadeante y avergonzada, pero mis risas continuaron, exacerbadas por la conciencia de que me estaban escuchando. Me carcajeaba hasta que me dolía, con esas risotadas que terminan con un eeeeh que algo tiene de queja feliz. Y seguía al imaginarme a los invitados preguntándose qué clase de loca estaba encerrada en el cuarto de visitas. No paré de reír hasta que lo terminé. Me hice de un ejemplar del libro, me lo traje a México y se lo di a todos mis amigos. Entonces procedí a molestarlos preguntándoles si ya habían llegado a tal o cual parte y si se habían reído y si sabían que México y algunas ciudades inglesas eran tan parecidas. Adrián Mole, el protagonista, vive en una localidad obrera que se arruina en el thatcherismo, un escenario análogo al Sheffield del Full Monty. Nadie tiene empleo, quienes trabajan están mal pagados y todos se la pasan ahogando las penas en el pub. Sólo los inmigrantes están de buenas y no se quejan. El resto no puede con su alma. Adrián tiene 13 ¾ años y lleva un diario que comienza con su lista de propósitos: no exprimirse los barros, ser bueno con el perro, no aprender a fumar y no beber “después de oír los ruidos asquerosos que venían de abajo” porque sus padres toman como cosacos. Se mide el pene varias veces a la semana, se masturba confusamente y espera con ansiedad el momento de rasurarse. Cree, además, que es un intelectual. La primera vez que lo sospecha es por-

que no le gusta la música punk. La segunda vez que piensa en eso es casi una certeza: vio en la tele a Malcolm Muggerid‑ ge, el periodista, y entendió casi todas las palabras. “Todo parece indicarlo. Un hogar roto, alimentación deficiente, que no me guste el punk. Creo que voy a sacar mi credencial en la biblioteca y a ver qué pasa. Es una lástima que no haya intelectuales que vivan por aquí. El señor Lucas usa pantalones de pana, pero vende seguros. Mala suerte.” Es un inocente que mira todo y no entiende nada, pero gracias a como interpreta las cosas podemos apreciar el desastre que fue Margaret Thachter. Cuando describe al cuarto de sus padres dice que el lado de ella es un asco, lleno de ceniceros atascados de colillas, libros usados y “charcos de chones de nylon amarillo”. En cambio, en el la‑ do de su padre sólo está “su libro de aa y una foto de mi mamá vestida de novia. Es la única foto de bodas que he visto en la que a la novia le brotan chorros de humo de cigarro de la nariz”. Cuando va al dentista a que le tapen un diente, se lo sacan y el dentista le dice que lo ve todos los días, siempre con un chocolate en la boca “y que será mi culpa si me quedo sin dientes a los treinta años. De ahora en adelante me regreso a la casa por otro camino”. Los dos primeros volúmenes son maravillosos. Luego la cosa decayó un poco y los libros de Adrián en la adultez son algo monótonos, aunque Townsend escribió novelas muy simpáticas, como la profética La reina y yo. Siempre estaré agradecida con ella porque me hizo reír hasta que lloré. Y ahora lloré un poco más porque murió •

Mundos aparte Para Osiel y Nabor, aunque no me crean

L

A TELEVISIÓN MEXICANA ES católica y excluyente. No la recuerdo avisando al público del Ramadán o cubriendo la celebración de Rosh HaShaná o de Iom Kipur para la nutrida y poderosa comunidad judía mexicana. Ni qué esperar de un respetuoso seguimiento a festividades wixárika o siquiera sincretistas, como matachines. En cambio, lleva y trae apariciones y conmemora crucificados, santos y vírgenes con enjundia de beata criolla. Recién las calles de México y buena parte del mundo fueron serpollar de penitentes rezos y procesiones invariablemente repetidos en la televisión y ligados a la parafernalia cristiana del catolicismo y en

algunos casos –Filipinas, Atlixco, Iztapalapa– a las más lamentables, absurdas expresiones de la involución: cómo respetar al creyente que se flagela en pos de un amor divino, si empareja en autodestrucción con el presunto martirio del islamita radical que se inmola para, mientras busca la erradicación sin diálogo posible en la conflagración de infieles que no creemos en su dios iracundo, terminar recostado, según le prometió su imán, en una nube rodeado de once mil vírgenes deseosas. El summum de la manipulación psicológica que tanto socorren los monoteísmos teocráticos; una regresión a tiempos que debimos dejar siglos atrás, como en el primer tomo de las crónicas que redactó con abundantes pormenores de sus andanzas en Sudamérica durante 1767 el explorador francés Louis Antoine de Bougainville, Viaje alrededor del mundo (Calpe, Madrid, 1921), minuciosamente traducidas por Josefina Gallego de Dantín: “Los indios tenían por sus curas una sumisión de tal modo servil, que no solamente se dejaban castigar por el látigo, a la manera del colegio, hombres y mujeres, por las faltas públicas, sino que venían ellos mismos a solicitar el castigo de las faltas mentales…” El cristianismo católico, convertido en agente social y salvo contadas y muy respetables excepciones, preconiza un comunismo filial de misericordia, compasión y generosidad compartida mientras que en la triste realidad es república de abismales distancias entre ricos y pobres. Los curas –y las monjas– suelen ser gente de la que se dice que viven en austeridad pero gozan de enormes privilegios cotidianos (automóvil propio, un techo seguro, una comida caliente ya son privilegio en muchas regiones del mundo y particularmente en esta parcelada América Latina nuestra, en este mexicano patio trasero de Estados Unidos), y hasta llegan a gozar de servidumbre. Recuerdo a los tres curas (dos españoles y un mexicano) de la iglesia de Santa Rita en el Veracruz de mi infancia:

tenían mucama, cocinera, jardinero y mozo. Recuerdo haber ido invitado con mis padres a cenar a su casa una vez; platones con fruta, comida abundante, la mesa servida por gente de piel morena. Me avergüenza haber estado sentado en esa mesa aunque fuera un mocoso. El cura en México suele ser –insisto, aunque haya contadas, valiosas excepciones– el rico del pueblo o una suerte de Señor del Barrio quizá hasta muy recientes fechas desplazado por el narco: tradicionalmente el cura parroquial está por encima del jefe de manzana. Y no se diga si se pertenece a una de esas congregaciones ricas, como los legionarios de Cristo pero también muchos jesuitas, salesianos o maristas. Ahí se vive en un mundo aparte. La brecha de la injusticia, contra la que se supone que combate el ministerio cristiano, forma parte de la histórica resistencia de la Iglesia católica al cambio democrático. Es parte de su historia de boatos e intrigas palaciegas, de constantes pulsos de autoridad con reyes, ministros y presidentes. México tiene en su historia contemporánea mucho de qué avergonzarse al respecto. Personeros de la Iglesia católica mexicana viven como auténticos reyes, señores feudales, gobernadores de la época de la colonia (o actual) incluso en retiro que se supone humilde. Véase cómo viven, visten, viajan o comen Norberto Rivera Carrera, Juan Sandoval u Onésimo Cepeda. Cómo es el cotidiano acomodamiento de José Guadalupe Octavio Martin Rábago en León, o el de Rogelio Cabrera López en Monterrey. O cómo vivió Maciel. Ninguno de estos boyantes modos de vida será desde luego documentado en la televisión. Ni cuestionado. Los embajadores de dios en la tierra se han hecho y se hacen respetar mientras al pueblo, además de rezos y tradiciones, le queda el fino entretenimiento televisivo, la distracción de ésos que, volviendo a monsieur de Bougainville, son “juegos, tan tristes como el resto de su vida” •

CABEZALCUBO

Sue Townsend

LAS RAYAS DE LA CEBRA

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch


Jornada Semanal • Número 999 • 27 de abril de 2014

........ arte y pensamiento

Javier Sicilia

Luis Tovar

La cárcel

L

OS DISCURSOS MODERNOS SOBRE el sistema penitenciario suelen estar llenos del concepto de reinserción a la vida social. De hecho, el concepto se encuentra grabado en las mismas siglas con las que el Estado nombra los sitios que corresponden a ese sistema: Cereso –Centro de Readaptación Social. Nada, sin embargo, más lejano a la realidad. El emblema de la reinserción social no es la rejilla de un confesonario –emblema de algo más profundo que la reinserción, la reconciliación–, sino la reja de la cárcel, cuya etimología es lugar enrejado. Desde la cárcel romana hasta el Cereso mexicano, la cárcel es la negación de cualquier reinserción social. La privación misma de la libertad, la vigilancia estrecha del cuerpo y del alma, los abusos del poder y de la fuerza que la habitan son, bajo el disfraz

retórico de lo políticamente correcto, una expresión moderna del infierno de Dante regulado no por la justicia divina, sino por el caos demoníaco. Nada en la cárcel está hecho para la recuperación de lo humano, sino para su degradación absoluta. En ese sitio, los seres humanos nunca son llevados a la aceptación de su culpa, al dolor del corazón que la conciencia de sus actos debe provocar, al propósito de enmienda y a una penitencia que haría posible esa enmienda, sino al padecimiento de la venganza. Confinados a sufrir, su vida, como el señor k de Kafka, está entrampada en un proceso sin sentido ni significado. Ciertamente hay grandes almas que han logrado en esos recintos sacar lo mejor de sí. Pienso en Óscar Wilde y esa joya de la reconciliación que es De profundis. Pienso también en otros, que no fueron realmente criminales, como Wilde, sino seres humanos de una inmensa calidad moral que el Estado encerró en sus sistemas penitenciarios no para reconciliarlos con la sociedad, sino, por el contrario, para hacerlos sentir el peso de lo que el sistema carcelario realmente es y destruirlos como destruye, en grados inmensos, a todo aquel que entra en sus fauces: Dietrich Bonhoeffer, Vaclav Havel, Gandhi, Mandela, Dostoievsky, Primo Levi, Shalámov, Solyenitzin, José Revueltas o, para nombrar a otros mexicanos que aún viven entre nosotros, los hermanos Cerezo. En ellos, no fue la cárcel la que los templó, fue, contra ella, su fuerza moral y espiritual. Ellos, en su grandeza, han mostrado lo que realmente son los sistemas penitenciarios detrás de cualquier retórica jurídica y de cualquier régimen: el lugar de la represalia, de la corrupción y de la reproducción infinita de la culpa que deriva en el resentimiento y en la aniquilación del alma. ¿Cómo hacer que el concepto y la retórica que enmascara la realidad penitenciaria se encarne en ella?

Habría que educar a la sociedad en una virtud que, a pesar de ser uno de los rayos de la rueda del Evangelio, ha estado lejos de la vida de Occidente: la compasión. Esa virtud, que significa padecer con el otro, sólo puede surgir cuando junto a la conciencia de que alguien es realmente culpable, es decir, cometió un verdadero crimen contra otro, y no contra una idea o una ideología, hacemos también aparecer la conciencia de que además es una víctima. El criminal no sólo es culpable; es, por lo mismo, víctima de un equívoco atroz que lo apartó de su humanidad. Es sobre ese equívoco sobre el que un buen sistema penitencial debería trabajar. Lo que significa llevar a las partes claras de la conciencia del criminal y de su corazón el sufrimiento que causó y generar, desde allí, una penitencia que lo lleve a recuperar su humanidad. Recuerdo una lección de Gandhi que habla de ello. Ayunaba para detener la guerra que concluyó con la creación de Paquistán. Un indio fue a verlo para pedirle que dejara de ayunar y para confesar que había asesinado a un niño musulmán. Gandhi le preguntó si estaba arrepentido, si le dolía lo que había hecho, de lo contrario su petición era estúpida. El hombre, conmovido, respondió que sí. Entonces, Gandhi le dijo:“Ve, busca un niño musulmán cuyos padres hayan muerto en esta guerra, adóptalo y edúcalo como tal.” Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco- cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de las Autodefensas, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón y Peña Nieto •

La tercera realidad A mi hermosa Amaranta

D

oble lugar común, de tan sabido: Gabriel García Márquez sintió siempre una pasión desaforada por el cine, y éste jamás ha podido hacerle una justicia irreprochable a la obra literaria del primer macondiano de todo el mundo. Lo primero queda demostrado con el recuento del extenso, jamás concluido asedio del aracataquense al territorio cinematográfico, conformado por el inicial deslumbramiento, las muy tempranas aproximaciones desde la reseña periodística, la carrera inconclusa como realizador, las primeras incursiones guionísticas, los posteriores vínculos directos desde la elaboración argumental, la hechura de adapta-

El amor en los tiempos del cólera

ciones de obra propia o ajena, la anuencia a la adaptación de algo suyo en distintas manos, así como la participación fundacional en escuelas de cine y la impartición de cursos en ellas. Lo segundo se ha demostrado una y otra vez: en cuanto al corpus narrativo garciamarquiano llevado a la pantalla –chica o grande–, a excepción de En este pueblo no hay ladrones, filme de 1964 dirigido por el mexicano Alberto Isaac a partir de una adaptación del cuento homónimo, el resto es decepcionante o algo peor: la presencia cinematográfica de García Márquez es mucho más amplia, incluso si sólo se toman en cuenta filmes basados en una obra literaria previa, pero encabezando la lista de los yerros ahí están, materia de ignominia, la Eréndira terriblemente cometida por el brasileño Ruy Guerra en 1983; la Crónica de una muerte anunciada que, con impiedad, el italiano Francesco Rosi descerrajó cuatro años después; la perpetración artera que Arturo Ripstein hizo en 1999 contra El coronel no tiene quien le escriba; los melcochosos despropósitos de Mike Newell en 2007 contra El amor en los tiempos del cólera y, la más reciente, del danés Henning Carlsen, apenas hace dos años, en morigerante desmedro de Memoria de mis putas tristes. M ejor suer te han cor r ido, como también se sabe, los argumentos y las adaptaciones de García Márquez que no proceden de sus cuentos y novelas: apúntense aquí títulos como El gallo de oro (basada en un argumento de Juan Rulfo, con la colaboración de Carlos Fuentes y del propio director, Roberto Gavaldón, en 1964), Tiempo de morir (la ópera prima de Arturo Ripstein, en 1965), El año de la peste (basada en El diario de la peste, de Daniel Defoe, dirigida por Felipe Cazals en 1979), María (basada en la novela de Jorge Isaacs, dirigida por Lisandro Duque Naranjo en 1991), e incluso Edipo Alcalde (basada en Edipo rey, de Sófocles, dirigida por Jorge Alí Triana en 1996).

Fascinación y desazón Bien sabido es también que García Márquez se negó terminantemente a que nadie hiciera el intento, con absoluta seguridad fallido y decepcionante, de llevar Cien años de soledad al cine. La razón la dijo él mismo: “deseo que los lectores sigan imaginando a los personajes. No quiero que la filmen. Si lo hacen la destruirán, porque el cine no permite esas identificaciones”. La pregunta que de inmediato se hace uno es inevitable: si sabía que esa destrucción ocurriría necesariamente, y no sólo con su novela máxima sino con todo lo demás, ¿por qué permitir entonces que tantas otras obras suyas fueran víctimas de una imposibilidad tan crasa? Imposible saberlo ahora que en Macondo ha dejado de llover para siempre, máxime si, a pesar de su amor inacabable por el cine, tuvo claro que éste “no era el medio más adecuado para contar lo que quería contar, pues frente a las posibilidades de la novela resultaba mucho más limitado, sobre todo por las exigencias impuestas por los productores y directores”. Puestos a tratar de hallarle sentido a ese largo sinsentido en el que se convirtió la presencia de García Márquez en la pantalla cinematográfica, es preciso recordar las ingentes, prácticamente insalvables dificultades que implica el traslado de una obra originalmente concebi‑ da para ser leída –y sólo leída, cabe re‑ calcar–, a una hecha para ser observada. Salta de inmediato aquello de traduttore, tradittore, pues traducción y no otra cosa es lo que se lleva a cabo cuando de adaptación cinematográfica se habla. Al respecto, y como le sucedió al coronel aunque por causas muy distintas, Gabo debió experimentar la desazón del anhelo frustrado cada vez que vio algo suyo llevado al cine. Sería tal vez que, para el fascinado espectador que siempre fue, en esa materia de sueños llamada cine consistía “una tercera realidad: entre la vida real y la invención pura” •

CINEXCUSAS

twitter: @luistovars

CASA SOSEGADA

15


ensayo

G

abriel García Márquez fue para nosotros la revolu‑ ción de la narrativa. Representó la frescura, la sensualidad, el paladeo de las palabras, las descripciones fantásti‑ cas, pero sobre todo la bocanada de aire fresco al idioma español, a nuestra lite‑ ratura, cuando olía a rancio en el pano‑ rama de postguerra y de la dictadura de los años sesenta. Ellos –los que protago‑ nizaron el boom de la literatura hispano‑ americana– llegaron como una ola de alegría que le dio placer al idioma, gusto a las palabras y orgullo a una lengua un poco anquilosada en aquella España politizada y estática. Los espa‑ ñoles nos creíamos propietarios de una lengua que hace siglos dejó de ser propiedad exclusiva y se ha ido convir‑ tiendo en el idioma más hablado del mundo –después del chino y del inglés. E l l o s l l e g a ro n , e n u n m o m e n t o d e cansancio, con fuerza, como ya lo había hecho antes Pablo Neruda con la poesía o César Vallejo o el propio O c t a v i o P a z . E l l o s s i g n i f i c a ro n l a renovación, el cambio. La narrativa de García Márquez nos inundó, literal‑ mente. Aquellos Cien años de soledad eran insólitos, sorprendentes y todos nos apresuramos a leerlos cuando los tuvimos en nuestras manos. La nove‑ la narraba con pasión la vida de siete generaciones de la familia Buendía en el mági‑ co pueblo de Macondo, y fue tan rotunda que le valió el Premio Rómulo Gallegos en 1972 y el Nobel de Literatura en 1982. No tardaron en multiplicarse las ediciones. Pero también llegó un tal Julio Cortázar que nos dejó anona‑ dados o un Vargas Llosa o un Borges o un Juan Rulfo, o un José Donoso o un Carlos Fuentes, entre otros. Aquella generación arrasó literal‑ mente y todavía seguimos con la boca abierta, pues ninguno de aquellos autores y los libros que crearon ha pasado de moda o se puede decir que están desfasados. La narrativa española siguió un ritmo propio con Benet, antes Aldecoa, Camilo José Cela, Carmen Martín Gaite, Laforet y los jóvenes que vinieron después, como Mateo Díez, José María Merino, Javier Tomeo, Muñoz Molina, Pérez Reverte, Javier Marías, Vila Matas y muchos otros con libros de tema histórico, psicológico, policíaco, ecos de la Guerra civil, etcétera, pero nunca se superó en nuestra lengua la legión del boom, ni en cuanto a calidad ni en lo referente a frescura. Siempre nos quedamos boquiabiertos mirando la genialidad de estos narradores, como cuando pasó como un ángel de luz la Generación del ‘27. Son fenómenos inigualables y difícilmen‑ te superables. Vendrán otros períodos diferentes pero la generación de Gabo ha dejado una huella inigualable, inimitable. García Márquez ha vendido más de 40 millo‑ nes de ejemplares en más de treinta idiomas. Sus novelas nos dejaban sorprendidos y podíamos

27 de abril de 2014 • Número 999 • Jornada Semanal

Juan Gelman. Cuando hay un idioma común de por medio no hay fronteras de índole alguna. Ahora se nos fue definitivamen‑ te, pero queda lo mejor de él, es decir, su creación. Las personas pasan, envejecen, desaparecen, pero dejan su huella indeleble en la obra. Tam‑ bién está vivo Borges en su poesía, en s u s c u e n t o s . Ve o a R u l f o c u a n d o releo sus textos, Pedro Páramo y El Llano en llamas, o a Cortázar, que lo entendemos hasta en su idioma glígli‑ co de La inmiscusión terrupta, aunque su obra de más impacto es Rayuela. Cuando releemos La muerte de Artemio Cruz vemos resucitar a Carlos Fuentes. Ahora, pues, todos lloramos la muerte de García Márquez, como hace unos días ocurrió con Gelman o con José Emilio Pacheco, o hace unos años sucedió con Octavio Paz, del que recientemente hemos celebrado el centenario de su nacimiento. También nos quedarán de García Márquez sus libros de reportajes: Relato de un náufrago (1970), Notic i a d e u n s e c u e s t ro ( 1 9 9 6 ) , O b r a periodística completa (1999), o sus memo‑ rias Vivir para contarla (2002). Fue un creador que no paró. Amaba el perio‑ Ilustración de Juan G. Puga dismo hasta la extenuación. Se entre‑ gaba a sus escritos con su memoria prodigiosa, y como cuentista fue genial: Ojos de leerlas porque eran reeditadas una y otra vez. perro azul (1955), Los funerales de la Mamá GranMuy pocas personas aficionadas a la literatura de (1962), La increíble y triste historia de la cándida no leyeron o releyeron La hojarasca (1955), El Eréndira y de su abuela desalmada (1972), Doce coronel no tiene quien le escriba (1957), La mala cuentos peregrinos (1992). Fue grande por su hora (1961), Cien años de soledad (1967), El otoño trabajo, por su originalidad y por su amor a la del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunliteratura. ciada (1981), El amor en los tiempos del cólera Hace unos años leí en alguna parte que un (1985), El general en su laberinto (1989), Del amor amigo le preguntó a Gabo: “¿Fue tu abuela la que y otros demonios (1994) y Memorias de mis putas te permitió descubrir que ibas a ser escritor?”, y tristes (2004). Cuando le dieron el Nobel lo cele‑ él, con mucho desparpajo, en tono más serio bramos como si se lo hubieran dado a un espa‑ que burlesco, le contestó: “No, fue Kafka, que, ñol, pues era un galardón a nuestra lengua y en alemán, contaba las cosas de la misma manera estábamos orgullosos de él. Sus historias perso‑ que mi abuela. Cuando yo leí a los diecisiete años nales, políticas y literarias trascendían como las La metamorfosis descubrí que iba a ser escritor. Al de Camilo José Cela, pues el colombiano ya era ver que Gregorio Samsa podía despertarse una también español, lo mismo que los mexicanos lo mañana convertido en un gigantesco escarabajo, sienten suyo o consideran mexicano al argentino me dije: Yo no sabía que esto era posible hacerlo. Pero si es así, escribir me interesa.” Así se inicia l a v i d a d e e s t e e s c r i t o r q u e d e j ó l a univer‑ sidad para escribir en los periódicos y dar, veinte años después de tomar esa decisión, uno de los mejores libros escritos en el siglo xx , Cien años de soledad. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.” Sería apasio‑ nante saber qué pensaba García Márquez antes de despedirse de este mundo. Se siente miedo, paz, recogimiento, horror, alegría, amor. Ya no podremos preguntarle, pero sí podremos inda‑ gar en su obra, acariciarla, recrearla y aprender a amar el idioma español como él lo hizo • Antonio Rodríguez

García Márquez y la sensualidad de la lengua española Jiménez

16


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.