Belisario
■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 15 de septiembre de 2013 ■ Núm. 967 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
B ernardo B átiz
Domínguez: política con dignidad H erman K och : dosificar el conflicto, J orge G udiño F ederico Á lvarez : una vida, A dolfo C astañón Una topada de huapango arribeño
“Que los legisladores de nuestros días, que exaltan a Belisario Domínguez otorgando una medalla con su nombre, sigan su ejemplo y salven su propia dignidad y la del Congreso del que forman parte”: con estas palabras, el maestro Bernardo Bátiz hace votos porque los políticos contemporáneos en general se rehúsen a quedar del lado oscuro de la historia, hoy que los recursos energéticos e incluso la soberanía nacional están en riesgo, a consecuencia de la errónea idea de que toda privatización es como una panacea, y que todo control estatal es “anacrónico” e ineficiente. Un siglo después de haber sido cob ardemente asesinado, la figura del senador de la República Belisario Domínguez debe ser la inspiración para que el ejercicio de la política esté signado por una dignidad ahora casi totalmente perdida. Publicamos además sendos textos sobre Federico Álvarez y Herman Koch.
de asombros
bazar
Hugo Gutiérrez Vega
La vida teatral de Querétaro sigue viento en popa, a pesar de la crisis económica que pesa sobre los bol sillos vacíos de los mexicanos (me refiero a los 53 millones de pobres, 13 de ellos en la total miseria, y a las clases medias cada día más depauper adas. No hablo de los ricachones que el sistema neoliberal se ocupa de enriquecer sin la menor vergüenza). Abre usted el diario y puede escoger entre varias opcio nes: Fuenteovejuna, de Lope de Vega, con los Cómi cos de la Legua en su mesón; una comedia de Mihura, en el Corral de Comedias de los Rabell; una obra de Strindberg, con la compañía de Omar Alain en el Mu seo de la Ciudad, y otras tres o cuatro puestas en es cena en teatros de bolsillo o en casas de la Cultura. No está mal la oferta. Es muy superior a la de otras ciudades más grandes y más acaudaladas (la oferta tapatía, a pesar de los esfuerzos de Rafael Sandoval, es muy pobre, y Xalapa ha perdido el ritmo en las puestas en escena de su otrora ilustre compañía de repertorio). Este bazarista, Jorge Pap adimitriou Gal ván, Paco Rabell, Roberto Servín, Wilfrido Murillo, Raúl Lucio, Carmen Cepeda, Manolo Naredo y Omar Alain somos, con otros pioneros, los responsables de que en Querétaro el teatro sea una costumbre establecida en los diversos sectores sociales. Los re corridos de los Cómicos por barrios, parroquias, eji dos y sindicatos permitieron que los más desprote gidos se acercaran al fenómeno teatral, a la magia de lo que Cervantes llamaba “la farándula y la carátula”. Hace unos días fui a ver Fuenteovejuna al Mesón de los Cómicos de la Legua (este grupo tiene ya cin cuenta y cuatro años, mientras que su orgulloso fun
UNA JORNADA CÓMICA dador, el que esto escribe, anda ya cerca de los ochenta). Excelente la puesta en escena, ágil y pro funda a la vez, muy bien hecho el vestuario, bien ilu minada, en fin... un trabajo totalmente profesional, aunque algunos de los actores (mucho menos las actrices) luchan todavía con la dicción. El verso muy bien dicho y, para nuestra fortuna, muy alejado de la declamación. Gracias a esta puesta cómica confir mamos la vigencia, la sorprendente actualidad de la obra de Lope de Vega. No olvidemos que el inteli gente dramaturgo, para sortear los embates de la censura, pone en las manos de los reyes de Aragón y Castilla, Isabel y Fernando, la vara de la justicia final. De esta manera son los segundones, los testafe rros y los caciques locales los responsables de tantos atropellos, de tan flagrantes injusticias. Me volvió a conmover el grito de la organización popular: –¿Quién mató al Comendador? –Fuenteovejuna, señor. –¿Y quién es Fuenteovejuna? – ¡Todos a una!
Me hizo reír la gracejada de Mingo: “¿Quién mató al Comendador? ”, y responde atado a la rueda del su plicio: “Fuenteovejunita.” La obra de Lope es un modelo a seguir por las ver daderas y justas movilizaciones populares. Como toda obra de arte, es provocadora y contestataria. Pienso que Lope le hubiera entregado todo al pue blo. La presencia de los reyes fue una buena manera de evitar la condena de los feroces monjes de la cen sura y, eventualmente, de la Inquisición. Bravo por Wilfrido Murillo, el Comendador, y por todos los actores y actrices; bravo por los nuevos có micos, bravo por los viejos Cómicos que siguen en pie. Esta puesta en escena renueva viejos laureles y honra a la Universidad Autónoma de Querétaro, la casa natal de este vetusto grupo que, como los ce rros, a veces reverdece. Lo mejor de este grupo es que apoya a los muchachos que dentro de cincuen ta años seguirán adelante con esta empresa ya bien instalada en la vida social de Querétaro • Hugo Gutiérrez Vega con parte del elenco de la obra Fuenteovejuna Foto: Facebook; Cómicos De La Legua U.A.Q.
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Portada: La mirada en alto
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ensayo
Jornada Semanal • Número 967 • 15 de septiembre de 2013
Jorge Gudiño
A
rado? La respuesta no es sencilla y se esconde, sin duda, en la estrategia narrativa que utiliza. Tanto en La cena como en Casa de verano con piscina utiliza a un narrador en primera persona que parece ser el protagonista. Esto permite que cierta duda se ins tale en el lector. Todo hace pensar que la informa ción narrativa nos llega al mismo tiempo que al
dosificar el
pocos les resultaría incómodo aceptar que gran parte del éxito de una novela descan sa en el conflicto. Más aún: no sólo las no velas, sino casi todas las formas de narra ción, suelen partir de conflictos bien estructurados que, para ser más efectivos, buscan ser contunden tes. No es difícil identificar dichos conflictos en las novelas, películas, series de televisión u otros pro ductos narrativos. Si bien es cierto que el conflic to central puede no ser el mismo que el que abre la obra, es casi imposible pensar en alguna novela donde no se presente en las primeras páginas un elemento capaz de incorporar tensión dramática a la lectura. Esto es necesario porque, más allá de los experimentos formales, el conflicto sirve para en ganchar al lector y, también, para orientarlo. Este doble sentido parte de las posibles respues tas a la pregunta ¿de qué se trata tal o cual libro? Responder contando la historia es hacerlo a partir de una síntesis de sus conflictos. Por otra parte, también sirve para que el lector mismo se ubique dentro de la trama, sepa qué es lo que le prometen y qué puede esperar del resto del libro. Así pues, parece un sinsentido ofrecer una novela en la que el conflicto se relegue al máximo. Sin embargo, su cede. La mayor parte de las veces porque el autor escribe ejercicios o divertimentos que hacen pre ponderar la forma sobre la historia. Éstos pueden ser leídos de muchas maneras y encontrar sentido en sus propuestas: a lo largo de los siglos ha suce dido alguna vez que la forma ha sido más impor tante que el fondo. Ahora bien, no me estoy ocu pando de esos casos. Existen ejemplos de novelas escritas con herramientas narrativas tradiciona les en las que el conflicto tarda en llegar. A veces, éste llega al final del libro. Herman Koch (Arnhem, 1953) ha tenido un éxi to notable en los últimos años y lo ha logrado con sólo dos novelas. La primera, La cena, publicada en 2009, fue elegida como Libro del Año y obt uvo el Premio del Público. Su trama es de lo más simple. En una noche cualquiera, cuatro personajes se reúnen a cenar. Son dos hermanos y sus esp osas. Todo parece fluir con normalidad pese a un lige ro tono disonante en la voz del narrador y prota gonista de la historia: Paul. A diferencia de los otros tres comensales, él no está del todo a gusto en esa cena cargada de plática trivial y buenos platos. Sin embargo, su estado de ánimo parece obedecer más a su actitud frente a la vida que a algún problema específico. Será dentro de ese escenario carga do de elementos euforizantes donde irrumpa el verdadero conflicto mucho después de la primera mitad de la novela. En Casa de verano con piscina el asunto se demora aún más. Marc es un mé dico relativamente exitoso que, tras varios devaneos, accede a ir con su fami lia a la casa de verano de Ralph Meier, un famoso actor. El conflicto parece desvanecerse en pequeñas anécdotas insulsas, aderezadas por la persona lidad de Marc. Él es cínico, lapidario y hace las cosas sólo por conveniencia y poco le importan los demás. A la casa de verano también llegará un famo so productor de Hollywood junto con su amante en turno. Será ahí donde se planteen diversos conflictos morales desde la perspectiva de quien toma cerveza a la orilla de una alberca. El incidente que justifica toda la novela llegará casi hasta el final y no será resuelto del todo. Frente a las dos novelas publicadas en español por Herman Koch surgen varias preguntas. ¿Cómo le hace para escribir historias con el conflicto demo
Herman Koch:
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conflicto
personaje. Si a eso sumamos que los lectores tene mos una tendencia natural a empatizar con el pro tagonista, entonces el conflicto se sustituye por la intriga. Nosotros también queremos saber qué está pasando, qué es lo que el personaje ignora. En un segundo momento, descubrir las verda deras motivaciones del protagonista funciona co mo un acicate para la lectura. Esto resulta especial mente notorio en la medida en la que, pronto, nos percatamos de que tanto Marc como Paul son lábi les y oscuros. Entonces se entra en el conflicto de desidealizar al personaje. Pero esto debe lograrse a partir de un nuevo problema: la voz narrativa si gue siendo la misma, aunque el personaje comien za a resultar antipático y el lector está justo en me dio de esa sensación: ¿cómo se establece un pacto de confianza con alguien que no nos cae bien? Jus to ahí es donde descansa una de las mayores virtu des de Koch: conseguir disonancias de las que par ticipa el lector. Un poco más tarde se sumarán conflictos del orden moral. Como es bien sabido, cuando se plantea cualquier asunto en este tenor, todo mun do tiene algo que decir. Para discutir en torno a temas de índole moral no es necesario tener co nocimientos sino opiniones. Lo interesante es que los personajes de Koch, la trama de sus novelas, permiten que las posturas frente a estos conf lic tos entren en un vaivén virtuoso; el que sea capaz de convencernos de que cierta premisa puede ser válida y su opues ta también. Si cada uno de estos pos tulados se enuncia por un personaje, entonces las relaciones de antipatía y simpatía respecto a ellos pueden mo dificarse de golpe. Tal es el efecto que se consigue. El éxito de los escritores, sus altos niveles de ventas, no siempre están relacionados con su calidad narrati va. Herman Koch es un caso digno de estudio. No sólo porque sus novelas ofrecen profundidad en varios nive les. También porque adentrarse en sus páginas provoca la sensación de estar habitando el mismo mundo que los personajes, contagiando cada una de las emociones que viven; un logro que siempre resultará llamativo •
Federico
15 de septiembre de 2013 • Número 967 • Jornada Semanal
Álvarez:
Federico Álvarez en 2012. Foto: Yazmín Ortega Cortés/ archivo La Jornada
Adolfo Castañón I
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na vida. Infancia y juventud, de Federico Álva rez, es un libro feliz que narra la infancia de “un niño en la guerra” y la “adolescencia en Cuba y primera juventud” hasta “El viaje a México”. Feliz porque está bien escrito y se lee de un tirón, casi se bebe a tragos como agua fresca de una jarra de barro. Es feliz porque está escrito con la cer teza del que sabe recordar los detalles de su vida iluminándolos con inteligencia y generosidad. Esa luz de felicidad que irradia resulta tanto más nota ble cuanto que contrasta con los tiempos oscuros que le ha tocado vivir a Federico Álvarez, el editor, escri tor, profesor e investigador a quien tanto le deben generaciones de alumnos y lectores. Federico Álvarez lanza sus frases como flechas que dan en el blanco, como un jinete en movimien to que va disparándolas. A medida que progresa por el paisaje de los años, su montura corre y transcurre lo grande en equilibrio con velocidad, impaciencia y éxtasis, pausa y contemplación. De elementos co mo éstos está hecho el pacto autobiográfico que Ál varez sabe observar: de un lado, la fidelidad a la vida; del otro, la lealtad al lector y al universo de lo escrito, entre otras cosas. El largo y sostenido monólogo que es el de las me morias tiene entre sus riesgos y desafíos uno en pri mer lugar: que se dejen leer, que el hilo de la vida recreada y fabulada no se rompa ni enrede, y que no sólo sea plausible sino animado. Una vida exami nada y escrita necesita tener vida y este texto de Ál varez, nacido en San Sebastián, en 1927, en la Espa ña anterior a la guerra, la tiene. Para tener vida, esa vida escrita, precisa tener forma, contener en su seno una serie de constelaciones revividas por la palabra o más bien por la voz: la voz, cautiva de los recuer dos, sepultada en las fotografías: “La voz del niño que fuimos no se oye, tenemos que ver las fotografías
para imaginarnos a nosotros mismos y ver, si al ver nos, nos oímos”, dice el sujeto elocuente de estas páginas que ha sabido atravesar “ese siglo xx lleno de guerras”, como aquel cruzado que a pie volvió a Suecia desde el Santo Sepulcro con la manda o pro mesa de no dejar que se apagara el fuego del cirio que llevaba a su hogar. Pero no basta haber visto la foto grafía de ese niño o de ese caserón en San Sebastián, que es uno de los lugares de la memoria de estas me morias: ha sido necesario que el memorioso las mire una y otra vez, que una y otra vez se zambulla en las aguas de su memoria para traernos intacta y viva ‒perdónese la paradoja andante‒ la imagen de ese primer recuerdo, de ese “caballo de cartón con cuatro ruedas” que le dieron de regalo al niño, y que se transformará en “cartón desfigurado”. Una de las virtudes de este libro ‒derrotero tan pulcro y tan sobrio y bien hecho‒ al que sólo le so bran quizá los manteles de las presentaciones, es la destreza insensible con la que la mente que busca los vestigios de la persona en el tiempo sabe ir acompa ñando la sombra plural en que se desdobla, como un delicado prestidigitador que fuese mostrando al público cautivo cómo se va ajustando el anillo de la narración en cada uno de los dedos de la experiencia sucesiva, la forma en que la voz se va sometiendo por así decir en pie de igualdad con la de la persona que atraviesa las edades, la forma, en fin, en que el adul to se encoge para acompañar al niño de su cuento, la forma en que se calla para recibir del niño las graves lecciones de su inocencia, “niño no-precoz”, niño que es más niño y vive por debajo de su edad. Como todo libro verdadero, éste de Federico Ál varez es una serpentina viva en cuya hélice doble se trenzan en espiral dos partituras o partes: la de los aprendizajes y otra, más sutil y leve, la de los “desa prendizajes” a los que el compadre adulto ha debido someterse para poder recibir, como una lluvia es perada, la voz del niño y sus infancias, las voces del adolescente y sus juventudes. En el filo de la mente que ensaya con austera vivacidad su retrato, se adi vina la sombra silente y serena del lector. Ese buen lector que es Federico Álvarez que sabe, no traer, sino atraer a su cuento al Tolstói de La guerra y la paz para dar idea de la guerra; a Antonio Machado para evocar el sol de la República: “La primavera ha ve nido./ Nadie sabe cómo ha sido.” O a Canetti, para dar cuenta de la revelación de la pintura: “Si, como decía Cannetti, el oído es el órga no del moralista y el ojo del esteta, yo tenía ya semieducado el primero, pero el segundo fue allí, en San telmo [donde están los murales de José María Sert] representando los astilleros de la Armada invenci ble de Felipe ii”, donde se despertó con fervor que no dejó de crecer, o a encontrar en su propia vida la cla ve autobiográfica que va a ser de Los Buddenbrook, de Thomas Mann, un libro fetiche: “Pero entre todos aquellos libros, había uno por el que mi padre sentía un extraño aprecio mezclado con una desazón que descubrí un día en su gesto atormentado al solo to carlo: Los Buddenbrook, de Thomas Mann. Tardé mu
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Una vida. cho en conocer los viejos pero vivísimos motivos de aquella mezcla de sentimientos, y me arredraba ade más el ponerme a leer aquel volumen de quinientas cincuenta páginas que arrastraba con él la fama de autor denso que tenía Thomas Mann. Cuando algún tiempo después le hinqué por fin el diente, sabedor ya de aquel origen malhadado de la viudez de mi abuelo paterno, descubrí también asombrado el conflicto que su lectura originaba en mi padre. ¿Có mo había podido él leer tranquilamente aquella parte en que se cuenta el amor del abuelo Johann Buddenbrook, fundador de la dinastía, hacia su pri mera esposa y la muerte de ella al parir a Gotthold, su primer hijo? Mann cuenta: ‘Johann Buddenbrook había sentido ya un odio amargo hacia el nuevo ser… y le siguió odiando. […] Nunca había podido per donar al extemporáneo intruso […] la muerte de su madre… Nunca había visto en su primogénito más que al despiadado destructor de su felicidad’. ¿Qué sintió mi padre al leer esos párrafos y recordar su expulsión de la casa paterna? Luego, en la octava parte de la novela, aparece el pequeño Hanno, últi mo heredero de la familia, llamado a dirigir algún día el emporio comercial de los Buddenbrook, hijo de Thomas Buddenbrook y de Gerda, una mujer que nos recuerda a la madre de Tonio Kröger por su in dependencia cultural y social respecto del marido, y por propiciar que creciera, como en ella, la indepen dencia de su hijo Hanno, orientado por sorprenden tes dotes musicales. Cuando Thomas Buddenbrook oye tocar a su pequeño hijo el piano, escapando sin saberlo de la misión comercial hereditaria de la fa milia, siente irritado que la música era ‘un poder enemigo que se interponía entre padre e hijo’ y ‘pa recíale como si aquel poder enemigo amenazara crear en su propia casa un ser completamente exó tico’. ¿Qué angustia no invadiría a mi padre al leer estas páginas que contaban la injusticia de su propia historia dolorosa? Por eso Los Buddenbrook era como un token o fetiche en la biblioteca de mi padre, que yo, cuando conocí su desdicha biográfica, veía con un respeto casi religioso.” Ese buen lector va derramando su diamantina proustiana (y no sólo porque cite o no cite a Proust) a lo largo del texto, y va ajustándolo para que su con cierto de frases no desafine. Ajustando la madera de la anécdota con el clavo de la sentencia como un dies tro artesano. “Los dolores se hacen viejos, la espina clavada se va disolviendo en el cuerpo y queda sólo una tenue tristeza perpetua.” Federico Álvarez Arre gui parece haber logrado la hazaña paradójica de salir vivo de su vida y ser un buen hijo de ese niño que nace y desnace, adolece y rejuvenece bajo la ciu dad de piel de su memoria. No lo podría haber hecho si no lo hubiese acompañado desde antes de nacer la música del amor. Ese amor que, a semejanza de Arias para cuerdas, de Bach, obliga, después de escucharla a “guardar silencio casi sagrado un buen rato”, aun que sea en un viejo tocadiscos. Es el ángel que sobrevuela estas memorias que, de la misma manera en que las bebemos como agua
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Infancia y juventud fresca de un jarrón de barro, no quisiéramos que se terminaran nunca, para no perder el aliento de su revelación trasatlántica, musical y ultramarina… El adulto se hace pequeño para acompañar al niño. Cuando el niño crece, viene entonces la prueba más difícil, que es la de mantener viva y despierta la mi rada y la voz del niño que se va haciendo adulto y se va haciendo otro. A medida que la vida se hace la de laberinto y se abre a la “hora de la indagación” en el amor. Así, el largo adagio de la infancia se resuelve en el andante presto de la adolescencia y la juventud, que coincide con el feliz y formativo destierro a Cuba y luego culmina en el viaje a México. A medida que el espejo se acerca a la madurez, el ritmo contrapuntea do de creencia y experiencia, cuerda vital y recuerdo se intensifica. La revelación se hace desgarradora. El lector ve cómo la lectura pasa por la vida lit eraria para devolverlo a la vida y a la geometría de las pa siones y los afectos. Estas calas superficiales e inter mitentes en el libro de Federico Álvarez bastan para explicar dos cosas: por qué durante mucho tiempo estará en mi cabecera y por qué lo iré leyendo a pe queños sorbos como quien lee un poema o consulta un libro de augurios. II Federico Álvarez pertenece a una oleada que vino a romper en México, con motivo de la mala jugada que fue la Guerra civil española, pero que rebotó en Mé xico y en América Latina como un haz de “respuestas imposibles”, para citar el título de un libro de glo sas y ensayos publicado hace exactos once años por Siglo xxi Editores. Pero la última casa editorial en que dejó su huella este filósofo confeso y titular de teoría de la literatura es la Facultad de Filosofía y Letras. La oleada o el bosque de esos voluntarios y pasajeros que vinieron a germinar y a derramarse por estas tierras es rico: desde José Gaos, Joaquín Xi rau, José Moreno Villa, Max Aub, Juan David García Bacca, hasta Ramón Xirau, Adolfo Sánchez Vázquez, José Pascual Buxó, Angelina Muñiz-Hubberman, Tomás y Rafael Segovia, José de la Colina, Emilio García Riera, Francisca Perujo, Gerardo Deniz, Eu
lalio Ferrer, Luis Rius, Arturo Souto, Luis Villoro, Enrique y Joaquín Díez-Canedo, para atenernos a un grupo de personas que han dado el tono y la nota de la cultura hispanoamericana en México, y que han hecho de la cultura mexicana uno de los espacios más abiertos y cosmopolitas de la lengua ‒región que nos habla o en que hablamos. A ese calendario que va y viene desde y hacia el otro lado del mar pertenecen las hojas bien cosidas y encuadernadas del libro Una vida. Infancia y juventud que nos viene a dejar Álvarez como el padre o el tío deja a los que vienen una he rencia generosa: para que la gasten y la luzcan. Federico pertenece ‒insisto‒ a ese archipiélago o continente roto que casi por instinto ha ido en busca de la mente colectiva que la guerra rompió y de cuya búsqueda y visión desvelada venimos a ser los me xicanos hechos de letras y libros, peregrinos en nues tra patria, herederos afortunados. Ir y venir transatlántico y transmediterráneo, de San Sebastián y España a Cuba, a México, a Argen tina y, en sentido vertical, de las letras y la política a la ingeniería; del catolicismo al marxismo, con el invariable común denominador del amor al padre, la admiración por la familia, los abuelos; Federico Álvarez, hombre de buena fe y noble y bueno como el pan… como el pan negro, sabroso, nutritivo… el común denominador de la música, hombre bueno, “rojo bueno” ‒como se definió en una entrevista pe
riodística: “Hace tres años comenzó a escribir sus recuerdos y descubrió que tenía buena memoria, que un hecho lo llevaba a otro, y ése a otro más. En Una vida. Infancia y juventud narra los acontecimientos que lo llevaron a ser ‘el distinto’. Un ‘rojo bueno’ en un mundo donde los exiliados, dice, ‘ya somos his toria’”. (Periódico Reforma, “Evoca Álvarez el exilio”, por Silvia Isabel Gámez, 15 de abril, 2013.) Uno es del país en que vivió no su infancia sino su adolescencia, y Federico Álvarez es, desde varias aristas, un mu chacho que vino de La Habana y que ahí descubrió tanto su vocación política como la tradición huma nista del Instituto Hispano-Cubano de Cultura, cuyo temple ético absorbió y es quizá uno de los rasgos que definen a este melómano que termina hacien do estudios de ingeniería y geología para hacerse aviador, y que de vanguardia en militancia; de comi té en congreso, va a pasar de un vago socialismo a un
Con Luis Villoro y Adolfo Sánchez Vázquez. Foto: archivo La Jornada Con Vicente Rojo y Sergio Pitol, marzo de 2011. Foto: Francisco Olvera/ archivo La Jornada
marxismo vertebrado, teórico y orgánico, organi zado, y que irá conociendo, de a poco, la realidad, de la utopía al ‒de lejos y en tercera persona‒ pistoleris mo hasta conocer ‒como a él le gusta‒ la revolución y la historia por dentro. El encuentro con Max Aub y la familia, con Elena, es el inicio de una nueva vida y en cierto modo el comienzo del siguiente tomo •
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A la sombra de la hechicera Juan Manuel Roca
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esde el corazón de los bosques, desde las lan das medievales y su vegetación silvestre, la bruja cenicienta ha hecho su largo vuelo has ta el ahora. Acerca de la comprensión del fenómeno de la bru jería, de las hechiceras llamadas también con el mar bete de “las iluminadoras de la noche”, quizá ningún estudioso del tema haya clarificado tanto su histó rica saga (palabra que además de leyenda poética primitiva también significa bruja o adivina), como lo hizo Jules Michelet. Todas las circunstancias que llevaron a la mujer a convertirse en hechicera (“por un brujo diez mil bru jas”, decía el historiador), y a cumplir un papel de jus ticiera, de bienhechora y curandera, de conspiradora y no pocas veces de guía o sacerdotisa del pueblo, son vistas por Michelet desde la perspectiva social. Como los dioses vencidos se convirtieron en razón de un dominio cultural y religioso en demonios de la religión triunfante, explica el autor de La hechicera, esas deidades populares y abatidas se resguarda ron en los bosques. Pan, Dionisos, ahora son demonios, han bajado más que nunca de la leyenda a la realidad y se entreveran a la vida se creta, a la clandestinidad de la noche. Hacia la hechicera van los siervos. Acuden al baile y al festejo y con ello a la risa, algo que según el sordo inquisi dor no son más que vie jas instancias paganas que pertenecen al mundo del diablo, a los dominios del Oscuro. Y es allí, en esos pequeños re ductos de emancipación y transgredien do las leyes del gran señor y del sacerdote, de los tribunales de Santos Oficios y de los grandes señores del feudo, donde inicia su reinado La Hechicera. El solo hecho de convocar a los bailes a los escla vos para que la libertad, la enajenada libertad bai lara vestida de harapos en la noche como en un gra bado goyesco, era algo que necesariamente la acercaba a las grandes piras, a las hogueras que cer caban su deseo de futuro, su idea del mundo como un contrasepulcro. Porque la hechicera, como propulsora de la cien cia, como estudiosa de la botánica y también como consoladora del pueblo y enamorada del sueño, con traria a la sentencia de La Biblia de cómo mientras el hombre piensa la mujer hila, gesta una revolución que aún hoy se cubre con la pátina de las falsas inter pretaciones cuando no con la pátina del olvido.
A estas alturas es bueno evocar, al unísono con la lectura de este libro, un bello poema de Gilbert Lely que el poeta surrealista francés, un estudioso de la obra del Marqués de Sade, escribió bajo el influjo de la bruja:
LA BRUJA JOVEN Tu amor me espanta como la edad media. Llamas a puertas horrorosamente bellas. Ya se impacientan los inquisidores, los verdugos Disfrazados de obreros o estudiantes extranjeros Que te roen, te hurgan, descuartizan. Tú te abres. Mañana harás que se levanten patíbulos.
De la misma manera como lo hace Michelet, el Nietzsche de Zaratustra festeja a la hechicera. El fes tejo de Nietzsche se da revestido de consejo y casi de proclama: “No interrumpáis vuestras danzas, muchachas encantadoras. No es ningún aguafies tas quien se os acerca con malos ojos, ningún ene migo de las muchachas. Soy el abogado de Dios ante el diablo.” Jules Michelet tenía sesenta y cautro años cuan do escribió e imprimió La hechicera, que algunos traducen mejor como La bruja, en el año de 1862. La edi ción f u e c o n f i s c a d a p o r agentes de Luis Bonapar te, pero siguiendo el mis mo curso misterioso y clandestino de sus ama das hechiceras, hacien do una especie de co rreo brujo o de vuelo secreto, logró publicar se de nuevo y de manera oculta en Bruselas. La historia futura en el reconocimiento de Jules Mi chelet ha sido lenta. Edmund Wil son lo ubica como un renovador de las ideas revolucionarias. Bataille (La literatura y el mal), nos entrega ciertas claves sobre el autor de La historia de la Revolución francesa, sobre un hombre que influiría tanto en ��������������������������� Rimbaud�������������������� como en Roland Bar thes y cuyo espíritu renacería en no pocas premisas de París en mayo de 1968. Michelet fue pues un adelantado, un visiona rio que supo dar cuenta, desde un capítulo dis torsionado de la historia, de la emancipación de la mujer. Contra su persecución y las hogueras, la mujer, hechicera en la historia, levantó la alta e incendia ria barricada de la brujería. El poeta mexicano José Emilio Pacheco dice que la primera rebelión orga nizada contra el desprecio y el sometimiento (de la mujer), no fue el derecho al sufragio sino la brujería. Y esto, mejor que nadie, lo supo Jules Michelet.
CAZA DE BRUJAS La aún larga cacería de brujas (en sus diferentes prác ticas y variantes que nunca han dejado de tener un rasgo político), hizo en el miedo su más amplio coto de caza. Se propagó la noticia de los grandes males que cau saba la hechicera, se dio nacimiento a un disparatorio terrible que, de no haber sido tan sanguinario, ahora podría dar risa y tomarse por ficción, a un sombrío breviario para juzgar a las brujas convictas: Malleus Maleficarum fue el nombre de ese manual de repre sión, de sojuzgamiento y de ingeniosas torturas. En esta abominable cacería se dieron la mano pro testantes y católicos, aunque estos últimos lo hicie ran con mayor saña. Se dieron la mano, bailaron algo peor que una ronda sabática los sacerdotes de esos dos cultos que, en otras materias religiosas y de exé gesis divinas, nunca se ponían de acuerdo. Pero tra tándose de la bruja el acuerdo y su destinación era el mismo: la hoguera. La puesta en escena ya estaba preparada: gatos negros ahorcados, cópulas invisibles, escobas y le chuzas y, sobre toda aquella fatídica utilería con so gas, piras, potros y horcas, los ojos frenéticos del inquisidor que avanzaba en la noche con una cruz bamboleante en sus manos. ¿Por qué el ensañamiento, la persecutoria obse sión de quemar a toda sospechosa de traficar con las ideas prohibidas? Sin duda por su revuelta, por una insumisión que la convierte a ojos de Michelet en la iluminadora de la larga noche feudal. Su bárbaro y largo genocidio no era suficiente pa ra acallar su voz ni su falta de mansedumbre, así que había que desfigurar la historia, su amor por los dio ses familiares como los duendes, los trasgos, las ha das, pequeñas deidades de entre-casa que se alojaron entonces en los cuentos y en las sagas. Y mostrar a las
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hechiceras como aparecen a nuestros ojos en narra ciones truculentas a la par que en los filmes y en las historietas. No pocas podrían entrar en un santoral o acaso figurar en La leyenda dorada, de Santiago de la Vorágine, con Juana de Arco a la cabeza. Frank Donovan (Historia de la brujería) da el dato escalofriante de 400 mil víctimas quemadas en la ho guera, ni más ni menos que una guerra, que un ge nocidio perpetrado en la mujer. Un mapa del horror, un croquis dibujado con un negro tizón y que señalara los lugares en donde más se torturó y se inmoló a las hechiceras, tendría sus puntos más relevantes en Francia, en Alemania y Sui za, en un trípode de la razón, tan cartesiana y tan civi lizada y tan religiosa, puesta al servicio de la barbarie. Michelet nos señala otro punto en contra de la he chicera: su belleza. Belleza más rebeldía era algo in soportable para la mente del turbado inquisidor, y sumado a su deseo de justicia social, de sopladora del fuego en el oído del siervo, de fabricante de pó cimas y de bebedizos capaz de hacer enamorar a la mujer feudal del vapuleado siervo, formaban un cal do de cultivo para su persecutoria implacable. Ella era enfermera, consejera, aliada del pueblo. Refugiada en las landas y en la llamada “escuela de los Matorrales”, rodeada de los animales repudia dos: el sapo, el búho, la culebra, la hechicera hace de su danza una rebelión al lado de su pueblo. La prosa con la cual Michelet nos habla de la he chicera tiene un aliento poético y profético que va más allá de la simple historiografía. Puede leerse como novela, también como un gran fresco de la no che medieval, como mitología histórica al decir de Roland Barthes, como un gran poema. La caza de brujas sigue. El Malleus Maleficarum (o Martillo de las brujas), impreso en 1486 por los inquisi dores Sprenger y Kramer continúa con vida. A veces se apellida MacCarthy, otras adopta los nombres de Savonarolas de barrio que se ponen la máscara de la beatitud y la moral y hasta fungen de procuradores. Un fragmento del Malleus dice: “La brujería es una alta traición contra la majestad de Dios”, y que para hacer confesar al convicto cualquier medio se justifica. Ahora se han cambiado los términos y el nuevo Dios (léase el Estado), condena por traición a quienes piensan de manera diferente, mejor di cho, a quienes piensan. De ahí que libros como La hechicera, de Michelet, nos sigan conmoviendo, porque más allá de la des cripción de un negro pasadizo de la historia se tra ta de un buceo por el alma del hombre, por la her mandad antigua entre ciencia y brujería, por las vecindades de poesía y rebelión. En última instancia, la condena a la hechicera es una condena a la imaginación. Dice Michelet: “Nótese que bajo el terrible título de hechicería van involucrándose poco a poco todas las pequeñas supersticiones, antigua poesía del ho gar y de los campos, el duende, el trasgo, el hada.” Curiosa paradoja la del cristianismo, que per seguido en Roma por considerar que utilizaban la magia contra el Estado, persigue a la bruja por el mismo delito. La hechicera (La sorcière) es un libro inquietante que nos habla del aporte científico de la mujer, de sus sueños de emancipación, de su pasión por el saber. Es un trozo del gigantesco mural de la historia del hombre que nos muestra la hechicería en un sentido distinto al de la charlatanería, una crónica que, al decir de Robert Mandrou, traza el papel de la mujer como una luz en los socavones de la Edad Media •
Tres poetas Novedad en la tiniebla Jair Cortés Y hasta lo que es nuevo, reciente para mí, he olvidado. Deshebrado mi pensamiento quiere decirme que, a veces, sin querer, miento y no hay albura, fulgor de papel aluminio, que parpadee ni amanecer asombroso que perdure. Encorvado en mí como a punto de nacer otra vez, envejezco… Me aviva la luz y un silencio se hace vidrio cuando algo me recuerda que hubo “alguna vez”. Ahora esta duermevela este (despacio) irse o quedarse en tinieblas: un alma que, desde la claridad, proyecta su propia sombra. Poema del libro Historia solar, de próxima publicación.
Michoacán Antonio Fernández Santisteban Vieja mujer que vendes en el mercado, fresca como la flor del hueledenoche cuyo aroma tiene al terminar un cuento grave, servidos por el agua, tus movimientos describen una física inventada por ti y para ti. Fácil y hermosa, una gacela bebe en un vado.
Vapores Ricardo Venegas
I Marea de lluvias primogénitas, agua del suelo instintivo de la tierra, gotas aladas, peces nacidos en la voz, congregación de remolinos donde se dijo en lenguas muertas el cuerpo de este mundo. II Posa el cangrejo para el mar, ya millas náuticas de sal se esfuman, y a millas náuticas de sal se esfuman los vapores del alba, ninguna luz hubiera en esta arena si aquella fuerza de la ola hubiera renunciado.
Bernardo Bátiz V. Moneda del Ejército Constitucionalista con la frase: “Muera Huerta”
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elisario Domínguez es un personaje que parece sacado de una tragedia griega. Pierde la vida en octubre de 1913, hace ya cien años, a manos de sus verdugos, en el antiguo ce menterio de Xoco y en la margen izquierda del Río Churubusco, a las afueras de Ciudad de Mé xico. Su paso por el primer plano de la historia de nuestro país es meteórico pues apenas unos meses había ocupado la escena como actor principal, aunque sin duda su vida personal debió ser intensa y rica. Estudió la escuela primaria en Comitán, en su na tal estado de Chiapas, y después en San Cristóbal de
dico, senador de la República, que a sus cincuenta años de edad expone su vida y la pierde luego por un discurso, una catilinaria dura y certera en contra del tirano que gobernaba entonces y que no nombraré? La hazaña, el sacrificio, son actos ejemplares de dignidad ciudadana ‒¿quién lo duda?‒, y de valor civil; una lección para los mexicanos de entonces y para nosotros hoy, en especial para los legisladores. ¿Qué debe hacer una persona con un cargo de repre sentación nacional frente al gobernante que llega al poder mediante una traición y gobierna fundado en la fuerza, en la mentira y el desprecio a los goberna dos? ¿Y qué frente a un gobierno que representa una ignominia para el país? Para entender cabalmente lo que entonces suce dió, recordemos el clima social de aquellos tiempos, los precedentes terribles, trágicos; el talante del pre sidente espurio y sanguinario al que se enfrentó Be lisario Domínguez y que no nombraré, y también al esbirro, igual de sanguinario, colega de nuestro hé roe en la ciencia médica y, al final, su verdugo. El presidente conocido después como el Chacal había rendido al Congreso su informe de labores el
Belisario
las Casas, en el Instituto Científico y Literario que ahí había; después viajó a Europa y se hizo médico en La Sorbona. Regresó, ya con su título profesional en las manos, no a la capital del país y ni siquiera a San Cristóbal; regresó a su pequeña población de origen, donde se ocupó del ejercicio de la medicina con amor a sus semejantes, sencillez y entrega. Empero, sus vecinos y paisanos no le permitieron seguir esa vida noble y sin muchas alteraciones ‒quizá un parto di fícil o una cirugía de emergencia. Buen ciudadano, inspiró confianza y pronto le encomendaron acti vidades políticas que nada tenían que ver con su vo cación primordial de médico de pueblo. La historia es la maestra y tenemos que aprender de ella. ¿Qué puede significar hoy, para nosotros, la conducta plena de desinterés, de dignidad y de indig nación de un hombre como Belisario Domínguez, mé
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Buen ciudadano, inspiró confianza y pronto le encomendaron activ idades políticas que nada tenían que ver con su vocación primordial de médico de pueblo.
16 de septiembre de 1913. ¿Qué informó? Habló de las relaciones internacionales, de la deuda pública, de la escuadra estadunidense en el Golfo de Méxi co, de la reorganización del cuerpo de rurales, de los caminos carreteros y, especialmente, de algo de su gusto: la reforma al Estado Mayor del ejército, del aumento de las “bocas de fuego”, de transportes mi litares y otros temas similares. Ni una palabra sobre lo importante; el campo aso lado, la pobreza generalizada y la Revolución en su contra, que ya se extendía por todo el país. Por su puesto, nada dijo sobre la tragedia de unos meses atrás, en la que él fue verdugo principal: la Decena Trágica, la injerencia del embajador de Estados Uni dos, Henry Lane Wilson, y mucho menos habló de Francisco i . Madero y de José María Pino Suárez, sus víctimas, a quienes había traicionado y sacrificado apenas unos meses antes del informe mentiroso y omiso el 22 de febrero de 1913. Coincidencias con nuestros días, así se dio la noticia en la primera plana de los diarios: “Es asal tada la escolta que lleva a Madero.” ¿Y quiénes mueren en ese asalto? ¿Los de la escolta? ¿Los ata cantes? No, los escoltados, el presidente y el vice presidente, supuestamente cuidados por unos y aparentemente buscados por otros para salvarlos. ¡Ellos son los que mueren! ¿No es admirable? Hoy estamos acostumbrados a noticias como ésta: en pueblos lejanos y en carreteras, atacan y embos can a los policías, a los soldados, a los marinos (aún no decimos marines), y los que mueren no son los emboscados y sorprendidos sino los atacantes. Admirable.
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ensayo
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Belisario Domínguez
La sangre llama a la sangre. El nuevo drama en el que Belisario Domínguez es héroe y víctima no es menor que el de febrero. En éste, en la tragedia del senador chiapaneco, dos médicos representan los papeles principales. Uno gobierna Ciudad de México por encomienda del presidente espurio, es médico como Belisario Domínguez, pero traiciona su juramento de curar y salvar vidas. Igual que su jefe, el Chacal, que traicionó a Madero, este médico que no cura sino asesina fue actor también en otro drama vergonzoso: el 26 de marzo del mismo 1913, ebrio, en medio de una baca nal en un lugar público, ordena que lo acompañen treinta gendarmes ‒ya había gendarmería‒ y, con esa fuerza armada a sus órdenes, va a la cárcel de Belem, saca de su celda al joven general de veinticuatro años, Gabriel Hernández, y sin más lo fusila, sin jui cio y en medio de injurias y maldiciones. Ese médico asesino fue uno de los actores partici pantes en el drama de marzo, precedente de cobardía y ferocidad que bien conocía don Belisario Domín guez; el presidente era igual o peor. Los antecedentes de los hombres del poder no eran algo desconocido para Belisario Domínguez: sabía de la ferocidad, la cobardía, la maldad de quienes serían sus verdugos, a quienes acusaba y desafiaba. A pesar de saber bien a quiénes se enfrentaba, el 23 de septiembre entrega su discurso escrito al pre
se inicia con la muerte inesperada del senador pro pietario, y Domínguez, el médico de Comitán, ahora senador suplente, sin buscarlo ni quererlo tiene que asumir el papel de representante de su estado en la cámara alta del Congreso y lo hace a plenitud; acep ta cumplir su encomienda y su destino. Quien encabeza a los que lo privan de la vida es también médico, según se dice ‒el pueblo siempre sabe, siempre se entera‒, y mutila su cadáver cerce nándole la lengua para presentarla como un trofeo a su amo en prueba del cumplimiento de la nefanda encomienda. Se trata del médico traidor, servil, adu lador del peor presidente (hasta entonces) que Mé xico había tenido, que en el ejercicio de su profesión sólo se ocupaba de pacientes poderosos, adinera dos e influyentes. Al correr del tiempo, la historia ‒que es justiciera y no cuenta por instantes ni por días lo que sucede a las naciones‒, puso en su sitio al usurpador, decla rándolo para siempre el prototipo de la maldad, la infidelidad y la traición, y a su servil sicario más aba jo todavía que su superior. En cambio, la historia recuerda al ciudadano ple no de dignidad, al médico de pueblo, altivo, cons ciente de su deber; rememora al que exigió el derro camiento del tirano, y que, con espíritu democrático profundo, pidió a sus colegas senadores que asumie ran a plenitud sus facultades como representantes
Domínguez: política con dignidad Madero y Huerta
sidente de la xxvi Legislatura y pide la palabra para decirlo en la tribuna. Ahí declara que el presidente tiene un criterio egoísta y feroz ‒lo cual es cierto‒, y agrega: “Es un presidente intolerante que mata y manda matar.” Califica el informe recién leído por el usurpador como algo lleno de falsedades, al gobierno lo tacha de ilegal y se pregunta, ante la crisis política, ¿a qué se debe esa situación? Se refiere al caos del país, a la Revolución en marcha, al hambre... Se trata de un legislador en su papel de pensar e indagar, de plan tear interrogantes. La respuesta valiente la da él mis mo, certera e impecable: “Primero –dice‒, a que el pueblo no puede resignarse a tener como presidente de la República al soldado que se apoderó del poder por medio de la traición y cuyo primer acto al subir a la Presidencia fue asesinar cobardemente al presi dente y al vicepresidente, legalmente ungidos por el voto popular.” Al militar sin conciencia le echa en cara y le recla ma su felonía; le recuerda que Madero ascendió en el escalafón del ejército a su futuro asesino, le otorgó su confianza, le dio el mando de tropas, lo colmó de reconocimientos y, a pesar de todo, con increíble in Victoriano Huerta en 1912
gratitud y perversidad, éste lo encarcela, lo engaña y finalmente lo mata. Belisario Domínguez concluye nada menos que exhortando a la representación nacional, al Congre so del que forma parte, a que deponga de la Presiden cia al tirano, y argumenta y advierte, para mover a sus compañeros a que se decidan a actuar con digni dad, que el mundo está pendiente de su voto. La respuesta que le dan los poderosos fue, primero, negarle la palabra en la Cámara de Senadores, ni si quiera poner a debate el asunto, tratando de acallar al senador, quien debió publicar su discurso casi clan destinamente, que es como finalmente llegó a cono cerse. Si no puede hablar ante sus colegas senadores, hace pública su denuncia; ni se conforma ni se amilana. Unos días después la respuesta es definitiva: ase sinarlo. Pero ¿quién lo hará? El héroe era un médico de pobres allá en su lejano Comitán de las Flores, donde además cumplía su deber de ciudadano par ticipando en política. Al regresar a su villa natal, su pueblo le otorga cargos públicos locales y luego lo hace senador suplente; entonces viaja a México y se hospeda tranquilamente en el Hotel Jardín de la ca pital. La sucesión de hechos que integran el drama
de la nación, que tuvieran valor civil y decretaran la deposición del cargo del presidente asesino. La lección es clara: hoy, ante la inminencia de un gran atropello a la dignidad de la nación, a su econo mía, a la soberanía de México, cuando los legislado res de nuestro tiempo deben votar, es primordial y congruente volver los ojos a la figura de Belisario Domínguez. Debemos preguntarnos: ¿qué podemos esperar de estos legisladores de hoy? ¿Se comporta rán como el médico patriota y valiente enfrentando al tirano, o serán como el médico servil y traidor que lo asesinó? El héroe de esta historia se jugó la vida; los congresistas de nuestros días, que a lo sumo se jue gan el cargo o sus ventajas materiales, ¿qué harán? Pronto lo sabremos. Esperemos que los legislado res de nuestros días, que exaltan a Belisario Domín guez otorgando una medalla con su nombre, ante el intento de volver a entregar el petróleo a los extran jeros, al menos algunos, a cien años de la tragedia, lo recuerden, sigan su ejemplo y salven su propia dig nidad y la del Congreso del que forman parte. La responsabilidad es de ellos; el deber de exigirles y recordarles la historia, es nuestro. Que el senador Belisario Domínguez sirva de inspiración •
leer La fronda, Aurelio Asiain, Posdata Editores et al., México.
TUITERATURA RICARDO YÁÑEZ
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urante cuatro años, entiendo, Aurelio Asiain (1960), quien tiempo ha radica en Japón, se dio a la tarea de explorar posibilidades literarias del twitt o, españolizado, tuit. Desde ésa que él llama plataforma es que nace La fronda, libro en que, naturalmente, ningún texto excede de los 140 caracteres (para alguien sin duda interesado, o más que eso, en el haikú –las consabidas diecisiete sílabas– seguramente una cancha nada asfixiante). L a f ro n d a , re z a l a c u a r t a d e f o r ro s , “ re c o g e microficciones en prosa y verso, poemas en verso y prosa, aforismos, palíndromos, novelas por entregas, pies de foto y algunas otras cosas de más difícil y acaso ociosa clasificación”. Lo escrito originalmente se publica, finaliza, “sin mayores modificaciones”. En la primera de veintidós notas que sobre el medio escribió el autor para el Periódico de poesía indica: “Se puede abrir cuenta en Twitter y escribir sin seguir a nadie ni tener seguidores. Antes que red social esto es un espacio de escritura.” Pero aludíamos al haikú. Veamos uno de los textos cuyo impulso sin duda (el apartado se denomina “Versiones en verso”), aun cuando formalmente se exceda en cuatro sílabas, de ahí proviene: “La luz de las luciérnagas/ solamente ilumina/ por dentro al que las mira.” Ahora un dístico (el texto tiene en realidad tres versos, pero con dos se puede dar por concluido y sugerir un estribillo): “Es verdad y es un cuento:/ escribir es hacerse viento.” Otro, a la vez metafórico y llanamente descriptivo: “Las ideas cambiantes de las nubes/ no resisten las opiniones/ del trueno y el relámpago.” Ya dentro de la tradición castellana, este cuarteto que v a g a m e n t e re c u e rd a q u e a algún Machado (Antonio, desde luego), a cierto Paz: “Pudo ser cualquier calle, al mediodía./ ¿Estábamos dormidos o despiertos?/ Vi en su mirada que reconocía/ en la mía la de uno de sus muertos.” El volumen, parco a pesar de su abundancia, permítasenos la paradoja, está dividido en ocho partes, la última de las cuales, “Sobre leer”, incluye algunos inquietantes aforismos. Cito varios: “Siempre leer al lado de uno mismo.” “Leer como de niño, olvidado del libro.” “Leer ordenadamente los diarios atrasados y acumulados durante meses, como hacía mi abuela, interesada no en las noticias sino en las tramas.” “Leer como si no estuviéramos aquí, pero fuéramos a llegar.” “Leer como un editor: sin piedad.” De los palíndromos (parte vii : “Historias de ida y vuelta”), donde es evidente su gusto por ciertas palabras, entre ellas sal, sed, dama, seda, cabe destacar este brevísimo diálogo: “–Yo solo soy seré y así me doy./ –Yo de mis ayeres yo solo soy.” Pero también el poema que se llama “¿Oyes orar?” y
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(claro que no nada más, pero aquí abandonamos la sección) el siguiente fragmento: “Alba hay acá: la calaca/ al osario no irá sola.” En prosa, de diversas secciones: “Como el viento en la fronda, en ti la risa. El árbol suelto de tu risa.” “Muchos desearían que los relatos que los atrapan fueran interminables; yo, cuando llueve intensamente, quisiera que nunca dejara de llover.” “Los fantasmas tendrán nostalgia de los sueños.” “El alma está en el cuerpo pero no como el agua en la esponja o la luz en el agua, sino como el sentido en el sonido o la gracia en el gesto.” “Todo el secreto de escribir está en saberse oírse oír.” •
La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo, Bohumil Hrabal, Galaxia Gutenberg, España, 2013.
SÍ, LA FICCIÓN CUAUHTÉMOC ARISTA
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ohumil Hrabal escribió La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo en su cama de enfermo durante la primavera de 1973 y lo hizo circular en forma de samizdat o copias mecanografiadas clandestinas en 1974, ya que el gobierno comunista checo prohibió sus obras en represalia porque firmó la Carta 77 en defensa de las libertades individuales. E s t e n u e v o e n c u e n t ro c o n e l e s c r i t o r c a s i s e s u p e r puso a mi tardía lectura de las memorias de Nadiezhda Mandelstam (Contra toda esperanza), víctima de la lucha por la hegemonía militar e ideológica que tenía sumida a Europa en la barbarie, quien al final de su vida reflexiona que sólo existe un remedio: el retorno al humanismo civilizado que se construyó con los sacrificios y el aprendizaje social acumulado durante siglos. Como si se propusiera ilustrar esta noción, el narrador de La pequeña ciudad… evoca su niñez durante la ocupación nazi y el principio del régimen comunista. Aunque demuestra una gran capacidad satírica, como todo heredero no doctrinario del antiguo humanismo, trae a escena un puñado de personajes un poco trágicos, charlatanes, títeres de sus pasiones y sabios del desorden, que desbordan todo género: eso es, entre otras cosas, la novela. Vistos con la empatía de un niño, esos checos sacan alegría de la nada incluso en la peor circunstancia, porque la necesitan para vivir. La dura labor en el centro económico y microcosmos social de la villa, que es la fábrica de cerveza, ocupó un lugar significativo en los afectos de Hrabal. La tensión principal la generan el señor Francine, circunspecto padre del narrador, y el tío Pepin, que pregona su glorioso pasado (ficticio), lidia con el capataz y le da vida al burdel, ya sea vacilando o haciendo sonoros berrinches que no desmienten su inconsciente nobleza. La confrontación de ambos protagonistas con los representantes de los totalitarismos es inevitable: cuando el oficial nazi a cargo quiere prohibir que se baile en el burdel porque un dignatario nazi fue asesinado, Pepin proclama que Alemania será derrotada. Cuando sucede esto, llega el Ejército Rojo y los obreros expropian el poder público y las jerarquías civiles. Francine aprovecha para liberarse de su tiesa personalidad y se convierte en una versión potenciada de su hermano.
En un texto que se incluye en la edición estadunidense de Pantheon Books, Hrabal declara que en esta obra encontró un camino para las siguientes: “Intentaré unir la conciencia y la inconciencia, el vitalismo y el existencialismo.” Lo consigue. La ligereza de su estructura emparenta el relato con el poema: sus hilos narrativos no se anudan, la escritura es una trenza de voces, la trama atrapa el encanto de aquel pueblo, cuya obstinación vital parece destinada a deglutir cualquier tiranía, aun si se atraganta a veces. Ficción, no mentira. Es aquel humanismo del que escribió n. Mandelstam, aunque un poco basto, como si fuera anterior a las ideas que los intelectuales afilaron para usarlas como armas. Desde la primera mitad del libro el narrador proclama: “Yo sabía que Dios no ama tanto la verdad como se dice. Él ama a los desequilibrados, a los locos exaltados y entusiastas, a la gente como el tío Pepin, a Dios le gusta escuchar la mentira reiterada con fe, adora la mentira exaltada más que la verdad seca y desencantada que mi padre utilizaba para rebajar al tío ante mis ojos.” • Tijuanelas, Alberto Ubach (música), Francisco Guerrero (guitarra), Conaculta/Gobierno de Baja California, México, 2013.
TIJUANEADA CON GUITARRA Y VOZ EDUARDO LANGAGNE
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on esta música, Alberto Ubach y Francisco Guerrero, autor e intérprete, celebran a una ciudad con verdadera historia, construida por sus habitantes todos los días y que “no se te entrega hasta que no demuestres que la quieres”, como asegura Tomás Perrín Escobar. Las tijuanelas, de Ubach, son composiciones breves en forma de rondó, en un compás de 13/8; dibujan sus partituras en el aire de la ciudad y suman homenajes personales a sus resaltados protagonistas. Francisco Guerrero –leyendo, jugando, sintiendo– expresa en la guitarra estas formas musicales de reciente estructura y denominación. La guitarra es entrañable y con ello debo decir que el empeño de Francisco Guerrero lo es también. En la composición que le dedica, Alberto Ubach propone que Francisco es un guerrero. Constato que lo es en la guitarra y en la vida; no se trata de un apellido sino de una determinación, una definición, una valoración del carácter de quien suma su experiencia, su brío y su talento a una ciudad representativa y sugerente. La noble guitarra es un instrumento transportable, aparece en los rincones de las casas o colgada en las paredes. Con su misma apostura y dignidad aparece otras veces en las banquetas de los barrios, en los jardines, en los pórticos, debajo del balcón
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leer
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donde vive la única que existe; cuando le es oportuno llega a las salas de concierto y en una sencilla ceremonia, conveniente a la humildad, usa la corbata de armonía para revelar que sus timbres pueden sonar en todos los espacios, para mostrarse como es, sencilla y expresiva, porque en voz baja puntea melodías y con rugido felino abanica rasgueos vigorosos que traducen en seis cuerdas todas las sorpresas de la gente. El Bandolón es el inicio del concepto formal del género denominado tijuanelas, que Francisco Guerrero recrea. Parte de una Suite de lotería. Con sus dieciocho cuerdas, el bandolón es como una guitarra triple; lo recuerdo dibujado en las cartas de lotería tradicional donde la suerte, la fortuna de la infancia, ganó memorias y perdió semanas. La segunda pieza es la tijuanela del profesor Vizcaíno, un homenaje para el promotor cultural que nació en una Comala homónima pero distinta al pueblo donde alguien buscaba a Pedro Páramo; una Comala que no es el lugar de los murmullos pero que vio nacer al hombre que llegó a Mexicali en 1952 para después darle a Tijuana su pasión, su vida, su trabajo. Hay también una tijuanela del perfume, meditación sugerida por la melodía para excitar el oído y el olfato; a ésta le sigue la tijuanela del segundo movimiento de la Sonata para Lorca. La guitarra es el instrumento popular por excelencia. Nuestra guitarra puede tener la voz oscura del diapasón de ébano, la pesada madera negra que no flota en el agua, o la del palo de rosa con el que se conoce a las maderas de árboles que cantan en las zonas tropicales. Los indios de Estados Unidos llamaban al cedro rojo el árbol de la vida, con su madera construían casas y canoas, el resguardo del viaje, la vida cotidiana y la aventura, el abrigo y la búsqueda del alimento diario. La madera de su hechura puede ser de ciprés, que entre griegos y romanos era el árbol de las regiones subterráneas. Árbol sagrado: longevidad imperturbable y verdor persistente. El invierno no le quita sus hojas, saben los chinos, y al comerlas el tiempo de sus vidas es duradero; si uno se frota los pies con su resina, puede andar sobre las aguas. El ciprés es la muerte y el alma. Árbol siempre verde y perfumado. Según Gloria Fuertes, cuando habla el ciprés del cementerio nos convoca a todos: “No es que yo sea triste, es que todos me miran con tristeza.” Las seis tijuanelas siguientes del disco son parte de esa asombrosa tarea que se impuso Ubach para componer una pieza por cada día del año: en este compacto se incluyen solamente la tijuanela de enero 3; la de abril 30, día del niño; la tijuanela del lanzador, septiembre 30, que evoca a Esteban Loaeza hace una década, cuando dejó con la rama del árbol sobre el hombro a 207 rivales. La tijuanela de noviembre 29, la olímpica de diciembre 9, la del fin de año de diciembre 31: Una limosna para este pobre viejo. El Catrín, obra que corresponde a la Suite de lotería iv , es una composición reciente que evoca a una pareja en sus reposos, giros y baile sin fin en las salas de danzón. La tijuanela-impromptu refiere la sorpresa de la improvisación. Quien toca la guitarra juega con las posibilidades sonoras. Jugando,
la noble compañera dicta melodías, propone armonías, sugiere ritmos, después de todo se hace lo que ella quiere, al fin instrumento del género femenino. Continúa la tijuanela del Guerrero, compuesta sobre las notas que sugieren las letras del apellido de Francisco Guerrero, en la que Ubach construye la melodía a partir del cifrado. Al concluir, la tijuanela del Xoloitzcuintle, en la que se adivina lo que realiza en la cancha un equipo hecho para ser historia. Un bravo como Fernando Arce conduciendo el balón o amenazando con un tiro libre que hace temblar los tatuajes rivales. Escuchando este disco de guitarra pienso para mí que desde las modestas tapas de pino que proceden de las variadas especies de coníferas que existen en la República Mexicana, la guitarra sabe sonar y convoca a los árboles de distintos espacios del mundo a brindarle sus maderas. Tal vez recoge el trino de los pájaros que en cada rama expresaron su canto, y lo sintetiza en una caja con cuerpo de muchacha y en un único brazo vigoroso y rígido, viril, pero sensible y delicado al mismo tiempo. Ella, la guitarra, puede nacer de maderas de los cinco continentes. Y si pienso en las aves que poblaron las ramas de los árboles, también creo, con Francisco Hernández, que a veces “no hay pájaro en la rama, el árbol canta”. En este sonoro recorrido tijuanense, del encuentro entre compositor y guitarrista, surgen estas piezas que merecen tener pronto un sitio entre el repertorio de nuestro tiempo •
Voces híbridas. Homenaje a García Canclini, Varios autores. Coordinador: Eduardo Ninón Bolán, uam Iztapalapa, México, 2013
Canclíni hizo sus primeros estudios en su natal Argentina sobre Derecho. Para el antropólogofilósofo pronto sería evidente que la realidad no se explica a partir de los códigos ni sus interpretaciones judiciales. El libro se divide en tres grupos de ensayos: políticas culturales y ciudadanos; identidades y procesos interculturales; cultura, estética y poder. Y once ensayos se dividen ahí. Parte de lo atractivo del trabajo de García Canclíni, dicen sus estudiosos, es advertir que arranca de hechos verificados, empíricos, a diferencia de los políticos y legisladores que buscan decretar la realidad en leyes aspiracionales que no sólo impiden un cambio útil, sino que perturban la senda que los ciudadanos buscan para sobrevivir en un entorno hostil y ajeno. La mirada del homenajeado sobre la cultura ha transitado de suponerla estudiable en un laboratorio, a comprenderla como parte de un permanente encuentro intercultural adicionado por la mediación de la industria, estatal y privada. Con adelanto a su tiempo, García Canclíni preveía sobre los objetos culturales que, más que ver los procesos de producción, hay que ver a quienes en ello participan. En el mundo global, la artesanía hecha por indígenas en la miseria tiene más significado que el objeto producido en millones de copias por la industria, pero el Estado no puede permitir que esas poblaciones mueran por mantener esa identidad regional cosificada en un objeto de ornato: la aristocracia académica contra la visión popular postrevolucionaria. La cultura vuelta símbolo de las relaciones sociales y de poder. Una serie de ensayos de gran profundidad que explican, en parte, la condición del país y de sus gobernantes embelesados en el poder y no en la cultura, especialmente la propia •
LA ANTROPOLOGÍA COMO RESPUESTA RICARDO GUZMÁN WOLFFER
Hablar de la obra completa de Néstor García Canclíni no es fácil, por los alcances que tiene, pero esa misma amplitud facilita la aproximación por sus muchas aristas. Antropólogo señero de México, su voz es fuerte y directa, incluso en la introducción que hace a esta publicación que recopila parte de los trabajos del homenaje que se le hizo en 2009: ¿hacia dónde debe ver la Universidad, hacia la sociedad que recibe o a la que no; cómo mirar una sociedad que camina a la informalidad y, así, al ocultamiento de su historia nacional?, ¿cómo percibir un país que, como fue Tijuana hace décadas a los ojos del propio investigador, se ha vuelto un laboratorio de la descomposición social y política derivadas de la ingobernabilidad cultivada?, ¿cómo se logra el equilibrio entre las remesas de los mexicanos expulsados al vecino país por esa violencia que, se mencione o no en los medios, arrasa vidas y pueblos, y los familiares que se quedan para recibirlas?, pero, sobre todo, ¿cómo distinguir entre lo ilegal y lo legal, entre lo formal y lo informal? No resulta casual que esa mirada inquisitiva tenga tintes legales, pues García
ALFREDO R. PLACENCIA a la luz de la poesía Textos de Jorge Souza y Samuel Gómez Luna
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Un cuento de Raymond Carver La Jornada Semanal
arte y pensamiento ........
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Jair Cortés Felipe Garrido
Recado Para Víctor Hugo Rascón Banda
Encontraron tres cuerpos. Dos eran de los policías municipales que desaparecieron desde el otro domingo, cuando levantaron al Miguel. El tercero no se supo; nadie lo reconoció. Le hallaron una tarjetita donde le habían escrito un recado. A mano, con letra muy fina, muy elegante. Con tinta violeta. No se podía leer bien por las manchas que tenía.“Acá en el pueblo nadie está libre de [...] ni hay [...] que [...] Será mejor que no vuelvas, hijo. No te asomes ni [...] Si hace falta, yo voy a verte. Acá no se puede confiar en nadie. Y menos porque [...] y como dice Rosa, tu madrina, que no te ha [...] te vistes como narco; o como judicial, que lo mismo da. Te peinas como [...] miras como [...], o como judicial; es igual. No quiero perderte, mi hijo. No quiero que corras riesgos tan grandes. Prométeme [...] Haz de cuenta que no viste nada, no escuchaste nada, no sabes nada. No me obligues a [...] Haz de cuenta que [...]” •
Rogelio Guedea rguedea@hotmail.com
AL VUELO Sueño y literatura En el sueño vivimos una realidad tal cual la vivimos en la realidad real. Incluso es tan real esta realidad del sueño que aun sabiendo que soñamos no hacemos sino constatarla: es tan real que nos sigue haciendo sudar al despertar, después de haber gozado o padecido tal cual gozamos o padecemos la realidad real, como si toda la vida fuera realmente ese sueño que tanto cantó Calderón de la Barca, y viceversa. La literatura debe aspirar a lo mismo. Cuando es verdadera, deberá angustiarnos en virtud del abismo que nos ha puesto enfrente o deberá llenarnos de felicidad ante la lluvia clara que cae sobre aquella explanada de luz interminable, de tal forma que aun cuando sepamos que lo que estamos leyendo no es la realidad real no seremos capaces de negarla, ni huir de ella como despavoridos ni aplastarla, aunque tengamos a mano una estación de tren o un martillo. La literatura y el sueño se parecen en eso: pasadizos de una realidad en la que no sabemos si dormimos o acabamos de despertar •
BITÁCORA BIFRONTE
MENTIRAS TRANSPARENTES
jair_cm@hotmail.com twitter: @jaircortes
¡Sálvanos, Timothy Treadwell! Para Armando González Torres
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n 2005 se estrenó el documental Grizzly man, dirigido por Werner Herzog, que muestra la vida de Timothy Treadwell, ambientalista y documentalista que registró su convivencia con osos grizzly en el Parque Nacional Katmai, en Alaska, durante trece veranos continuos. Su objetivo era sencillo: proteger a los osos de los humanos. Sin embargo, él y su novia murieron devorados por uno de los osos que protegió a lo largo de más de una década. Hay quien encuentra paradójica su muerte; yo lo veo de otra manera: vivió como oso y murió como uno de ellos (los osos suelen practicar el canibalismo cuando la comida escasea). Pero lejos de la polémica que su fallecimiento suscitó, lo que más llama la atención del comportamiento de Treadwell es el uso de las palabras para comunicarse con los osos: más allá del gruñido o el grito, Timothy “les hablaba” y los osos “entendían” (excepto en su trágico desenlace). Seguido también por zorros, Timothy no sólo hablaba con los animales; en un verano en el que las lluvias no habían sido lo suficientemente abundantes para enriquecer las aguas de los ríos, y proveer así de peces a los osos, en un estado de éxtasis, comenzó a invocar a los dioses de distintas culturas:“No creo en Dios pero, Cristo, Alá, esa cosa flotante hindú, ¡necesitamos la chingada lluvia para estos animales!” Al día siguiente una gran tormenta comenzó a caer sobre la zona y el oso Treadwell agradeció: “Soy un humilde siervo del señor, soy un discípulo de Alá, soy el más ferviente seguidor de la cosa flotante. Se ha producido un verdadero milagro, está lloviendo…” La misteriosa conexión que establecemos con un animal o con cualquier ser vivo (incluyendo las plantas) parece devolvernos la sensibilidad que en algún momento, entre la codicia, la indiferencia y la inconciencia, perdimos. En su poema “A un perro herido en la calle”, William Carlos Williams expresa: “Soy yo,/ no la pobre bestia tirada/ gimiendo de dolor/ que me regresa a mí de golpe/ como el estallido/ de una bomba, una bomba que /devasta al mundo./ No puedo más/ que cantarlo/ y eso alivia mi dolor. […] Recuerdo también/ un conejo muer to/ que yacía inofensivo/ en la mano abierta/ del cazador./ Mientras yo/ lo miraba/ sacó su cuchillo de caza/ y con una carcajada/ se lo enterró/ en los genitales./ Casi me desmayo.”Y esa terrible “carcajada” es la que, muchas veces, nos motiva para alejarnos de los hombres que, causando dolor y matando cuando no tienen hambre, rompen el equilibrio que a la naturaleza le ha costado miles de años. Tanto en el caso de Timothy Treadwell como en del William Carlos Williams, la palabra, que muchos presumen como la gran diferencia entre el mundo animal y el humano, es el vehículo, la sustancia que resana lo que se rompió entre el origen y el hombre, un puente de regreso a aquellos días en los que el ser humano vivía en comunión con la naturaleza •
Zona muerta Aris Alexandrou Con tus palabras sé muy cuidadoso exactamente como lo eres con un herido grave que llevas al hombro. Ahí donde avanzas en medio de la noche puede ocurrir que te resbales con los cráteres de los obuses puede ocurrir que te enredes con las alambradas. Avanza a tientas en la oscuridad con los pies desnudos y cuanto puedas procura no inclinarte para que no se arrastren sus manos en el suelo. Camina siempre firme como si creyeras que llegarás antes de que su corazón se detenga. Aprovecha cada resplandor de las ráfagas de las ametralladoras para que mantengas bien tu orientación siempre paralela a las líneas de los dos frentes. Así jadeante camina como si creyeras que llegarás ahí a la orilla del agua ahí a la matinal la verde sombra de un árbol grande. Por lo pronto, sé muy cuidadoso exactamente como lo eres con un moribundo que llevas al hombro.
Aris Alexandrou nació en 1922 y murió en 1978 en París. Su padre era griego del Ponto y su madre rusa, originaria de Estonia, por lo que no aprendió griego sino hasta que se mudaron a Grecia en 1928. Además de ruso y griego, aprendió inglés, francés, alemán y español, y se hizo traductor profesional de novelas, teatro y poesía. De joven se unió al movimiento estudiantil comunista y fue miembro de la resistencia durante la ocupación alemana de Grecia hasta 1942. Por razones políticas y por su negativa a participar en el ejército durante la Guerra civil, pasó ocho años y medio en varios campos de detención. Publicó cinco libros de poesía, una novela, un monólogo teatral y dos guiones cinematográficos.
Véase La Jornada Semanal núm 784, 14/ iii /2010 Versión de Francisco Torres Córdova
Jornada Semanal • Número 967 • 15 de septiembre de 2013
........ arte y pensamiento Alonso Arreola
Miguel Ángel Quemain
@LabAlonso
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Tinta fresca, teatralidad de lo público
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A CAPACIDAD DE UNA cultura para confrontarse con las ideas sobre su presente va en función del espacio público que pueden ocupar los artistas cuyas producciones son susceptibles de desarrollarse en el centro de la plaza o, precisamente, construir el centro de la plaza con sus intervenciones. No tuve la oportunidad de ser testigo de aquellos trotes en la Casa del Lago cuando Héctor Mendoza, Juan José Gurrola, Juan José Arreola y Octavio Paz, entre otros, se decidieron a proponer al borde del lago de Chapultepec sus elaboraciones sobre la poesía y el teatro contemporáneo. Puede uno asomarse a los registros fotográficos y atestiguar que los aplausos venían de los amigos, que siempre eran menos en la butaquería que sobre la escena. No hemos cambiado mucho. Después de casi siete décadas de esas búsquedas, la tradición de la lectura en voz alta se ha consolidado en México y no estoy seguro si le debe más al impulso de sus poetas que al de sus dramaturgos. Apenas terminé la educación media me enteré de que había un teatro que se
No todo el conglomerado europeo funciona igual. La televisión ha logrado con los italianos resultados equiparables a los de la televisión mexicana y brasileña, del mismo modo en que lo ha logrado la comercial en España.
hacía en los espacios públicos con la propuesta de “concientizar” a los espectadores sobre su situación social. Lo propuso Augusto Boal y lo llamaron Teatro del Oprimido. Se trataba de presentarle al espectador su situación y devolverle la conciencia con sus propias palabras. Los actores eran muy semejantes a sus espectadores. En distintas oportunidades he podido escuchar en distintas ciudades a las antenas de la tribu, como nombraba Pound a los poetas que anunciaban el futuro, el presente y el pasado, en ese orden, de una comunidad, de una cultura. No veo grandes diferencias entre nuestros artistas y los de otras ciudades. Pero sí que las hay con los públicos, con los destinatarios de la emergencia, de las advertencias que lanza el artista. Mi intención no es hacer una apología del arte comprometido. Pienso que prácticamente todo el arte lo está. Lo que sí quiero aquí es advertir sobre el público sin compromiso que nos está alcanzando. Parece que en los escenarios germánicos la atención se da de manera “natural”. Hay una forma dilatada en el compartir las producciones de sus escritores. Han alcanzado una dimensión idiosincrásica; la voluntad de saber que son capaces de llegar un poco a la comedia y escuchar a escritores de otra lengua sin siquiera comprenderla. Enrique Vila-Matas me habló de su extrañeza frente a auditorios muy numerosos de jubilados alemanes, que iban por propio pie a escucharlo únicamente con el propósito de encontrarse con la cadencia de una lengua que sentían mediatizada en la suya, y experimentaban la necesidad de escuchar el original.
En Francia, con todo y la cultura apasionada por el debate de las ideas, las que vienen de la literatura no se reciben en la plaza pública. Tal vez Francia es uno de los países donde la poesía casi está muerta. Es posible que se publique más poesía francesa en México. Antes de que a Elfriede Jelinek le dieran el Premio Nobel tuve oportunidad de conversar con ella y asistir a la lectura en atril, ni siquiera dramatizada, de su montaje Los hijos de los muertos. Me sorprendió la gran cantidad de gente que asistió. Teatro y alrededores colmados, a pesar de que el gobierno austríaco hacía todo lo posible para ocultarla y minimizar su enorme éxito en otros países. Me pasó también en una modesta librería cerca de San Esteban. Tuvieron que sacar bocinas y abrir varias botellas de vino y traer bocadillos para que la gente tolerara el frío, de pie durante poco más de dos horas y media de lectura. Sé que tal vez exagero un poco, pero sólo un poco, si digo que caras tan felices sólo las he visto frente a una barbacoa, o un encuentro futbolístico de ésos que tienen el “favor” del público y no de los textos que resisten las lecturas repetidas de las generaciones. Reflexiono a propósito de Tinta fresca, iv Ciclo de Lecturas Dramatizadas del Taller de Dramaturgia de Estela Leñero que se inauguró el 1 de septiembre y continuará hasta diciembre, los domingos a las 13:00 horas en el Círculo Teatral de Veracruz 107, en la colonia Condesa. Dieciséis obras que buscan una escucha comprometida e inteligente. Habrá que recuperar la pregunta que Heiner Müller respondió tan lúcidamente dos meses antes de irse: teatro para qué,teatro por qué •
LA OTRA ESCENA
quemainmx@gmail.com
Cuando exterminó, el disco todavía estaba allí
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EMOS LLEGADO AL LÍMITE. No cabe ni un disco más en el mueble destinado a tal efecto. Aunque cada vez compramos menos obra física, está claro que es momento de una purga. Cada dos o tres años nos ponemos firmes, nos armamos de valor y regalamos los álbumes que por una u otra razón sabemos fuera de nuestro futuro. No nos gusta acumular, decir que tenemos miles de discos como si la pura cifra tuviera sentido. Es injusto silenciar una canción que puede conmover a otros. Así, hace tiempo decidimos que iríamos quedándonos con lo que: a) causara eco en el presente, b) tendría nuevas oportunidades en el futuro, o c) resguardaríamos por siempre. Hay que decirlo: no nos interesan mucho ni la “actualidad”, ni la moda. Sólo cuando se tornan fenómeno insoslayable. Hace tiempo que renunciamos a esa
obligación electrónico-ecuménica que tanto nos liga con música ajena a experiencias íntimas, recomendaciones puntuales, casualidades y búsquedas personales. Exacto, hemos comenzado a envejecer. (Comenzamos como a los 19.) Con todo, empero, la colección aumenta semana a semana gracias a tantos amigos músicos, a lectores músicos, a familiares cuyos amigos son músicos… En fin. Lo bueno es que en este proceso de exterminio también renacen piezas empolvadas, perdidas, y otras más que han quedado en el área destinada a “lo que pronto debemos escuchar”. Es sobre nuestros descubrimientos en esa zona particular que deseamos compartir algunas líneas este séptimo día, lectora, lector. Aquí esas bandas raras, buenas bandas, que seguramente no conoce. Rodeo. Este plato tiene una portada tan pero tan mala… que sí, hasta es buena. Su contenido es valioso. Se llama Forever Frontera. Sabemos que recientemente sus autores han sido invitados a un festival en Canadá. Auguramos que pronto se sabrá más de ellos. Aunque Rodeo tiene una tendencia “feliz”, su rock sabe ponerse ácido. Tiene carácter. Nos gustan los cambios de velocidad y dinámica en sus composiciones. Buena producción de Roy Cañedo. Quedan señalados. Les Moustaches. Rock clásico permeado por el blues y el country, cantado en inglés aunque hecho en México. Funciona. Fluye. Tiene credibilidad pese a su “desubicación” geográfica. Con tintes psicodélicos, este ep de título homónimo logra una crudeza de buenas temperaturas. Queda claro, precisamente, en canciones como “So Warm”. No confundirse con los Fancy Moustaches cuyo disco, lo sentimos, ha pasado a retiro. La Orquesta Basura. Si no se les ha visto en concierto, si no se han escuchado sus discos, el concepto parece una simple y simpática ocurrencia. Pero el reto de este combo es grande. Sus miembros tocan instrumentos hechos con basura. Lo hacen bien, componen
Rana Santa Cruz
sus propios temas y saben ser tan didácticos como divertidos (el disco va narrando la historia de un lugar ficticio: Desechécuaro). Sus influencias quedan determinadas por la tímbrica: ¿Nueva Orleáns, el cabaret, lo prehispánico, el vallenato? Un producto recomendable y, como dicen ellos, Deshecho en México. Marc Monster And The Olives. Este cd es de los que llevaban mucho tiempo aguardando. Es del locuaz y talentoso músico y productor Marco Olivera, también líder de la Agrupación Cariño y fundador del Festival Ajusco. Un trabajo entrañable estilo americana, también cantado en inglés. Voz y guitarras se combinan con cautela sin reventar en florituras, regalándonos un capricho de calidad, muy disfrutable. Destacan canciones como “Pirate In The Sun”, claros coqueteos con Floyd y Cohen. Le gustará. Créalo. Juana la Rodillona. Es un punk urbano con letras ajenas a la poesía, casadas con una literalidad también necesaria en el rock. Sólo hay que leer el título de algunas rolas: “La importancia de ser un mexicano”, “Resurgir”, “Tu nación” y “Hoy somos más”. Le gustará si ha sonreído con The Clash o con ese ídolo de la irreverencia azteca: El Doctor Fanátik. Aquí no importa la afinación. Importa la honestidad. Rana Santa Cruz. Este es un discazo. Se llama Chicavasco. Su autor, René Hubard, otrora líder de La Catrina, vive en Nueva York desde hace varios años. (Se acaba de presentar en el festival Mexico Now de la Gran Manzana hace unos días.) Su hacer es notable no sólo porque supo combinar el sonido de nuestros corridos, de nuestros sones y mariachi con el del folk estadunidense, sino porque (interesante en quien sí vive al norte del Río Bravo) canta en español. Gran compositor y extraordinario intérprete. Llevamos años esperando a que la justicia le otorgue reconocimiento. Ojalá suceda pronto. Su sitio: www.ranasantacruz.com Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
BEMOL SOSTENIDO
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arte y pensamiento ........
15 de septiembre de 2013 • Número 967 • Jornada Semanal
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Jorge Moch
Verónica Murguía
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L OTRO DÍA LLEGUÉ a una reunión familiar y discutí con un pariente. Fue inevitable: creyó que estábamos del mismo lado en esta vida y con aire cómplice insultó por turno a 1) los maestros, “por haraganes, corruptos y revoltosos”; 2) los policías comunitarios “por violentos, corruptos y revoltosos" y 3) los vecinos que protestaban en Iztapalapa por la falta de agua. Eran, claro, “violentos, corruptos, revoltosos y cochinos”. Le pregunté si conocía a fondo los problemas de los que hablaba, a saber, la reforma educativa, los comités de autodefensa y el abasto de agua. Me contestó las mismas vaguedades amorfas que repiten a gritos los noticieros radiofónicos y la televisión. Yo no soy especialista en ninguno de estos temas, pero prefiero informarme a refrendar opiniones ajenas. Nos hicimos de palabras.
Mi pariente usó el formato de descalificación que lo mismo se ha aplicado a las mujeres sufragistas de principios del siglo xx, a los hermanos Flores Magón, al movimiento estudiantil del ’68, a los zapatistas de antes y a los de ahora, a los pacifistas y, en general, a quien diga “no”, ahora y siempre, en este país o en la Luna. Lo que siguió es un poco vago, porque la bilis en grandes cantidades es capaz de disolver la memoria más puntual y la mía no es de ésas. Lo único que recuerdo con precisión es que ni él, y tampoco un primo que se agregó a la conversación aunque nadie lo había incluido, hablaron mal del gobierno. “Las cosas son así. Así es el gobierno. ¿Qué esperabas?” Nomás le faltó decir: “Nos pega porque nos quiere.” Yo mencioné –más bien denosté– a Ulises Ruiz e intenté señalar su responsabilidad en el conflicto magisterial. Y aunque Ruiz se robó millones, y fue corrupto y represor, a mi interlocutor le parecen más dañinos los maestros, porque “han abandonado las aulas”. Luego recordé, con vario coraje, como decía mi suegro, a Felipe Calderón. Hablamos del problema de la seguridad, del desastre de la guerra contra el narco, la propaganda del gobierno federal, en fin, de los crímenes de la administración pasada, y resultó que Calderón, con todo y los muertos que ha de cargar en la conciencia, les inspira a mis parientes menos tirria que los policías comunitarios. La discusión se fue apagando sola, porque el diálogo resultó imposible. Y tuve una epifanía: es más fácil para muchos culpar al de junto, al prójimo que carece de poder, a la víctima, que al causante, sobre todo si éste es poderoso o es el gobierno. ¿Qué representa aquél que es como nosotros? Quizás nuestra vulnerabilidad, la posibilidad de que lo que él padece caiga sobre nuestras cabezas, ya sea el
desempleo, la violencia o la represión. No, mejor poner distancia, congraciarnos, al menos internamente, con el “orden”. Con el sistema, pues. Esto puede parecer trivial, pero sospecho que no lo es: supongo que es parte esencial de nuestra falta de libertad y que contribuye a que todo empeore. No quiero decir con esto que el señor clasemediero que lleva cuatro horas en su coche y siente un coraje horrible contra los maestros tenga la culpa de la situación; digo que si el señor sintiera la misma rabia pero le diera espacio a la intención de conocer los dos lados del asunto, la versión oficial y monolítica tendría una resquebrajadura, una fisura diminuta, aunque, y lo dudo, el señor siguiera dándole la razón al gobierno. Los gobernantes deben estar sujetos a nuestro juicio. Gobernar –y ese detalle es esencial aunque se olvida siempre– implica una enorme responsabilidad. Cada falta deliberada de un gobernante se traduce en males concretos: pobreza, injusticia, violencia. No es lo mismo que una señora se gaste la quincena en zapatos que no le hacen falta, por más que tenga la despensa vacía y el clóset atestado de tacones, que los cuatrocientos zapatos del esperpéntico Andrés Granier. Pienso en el gasto obsceno de la mayoría de los servidores públicos y no puedo evitar un ramalazo de cólera, pues al robo hay que sumar la ineptitud, la holgazanería y la mentira. Así, vemos la poca falta que les hace nuestra complicidad, ni siquiera la mental. A quienes marchan o no están conformes, a los familiares de los muertos, a los quejosos que hay tantos en este país, les debemos, siquiera, el beneficio de la duda. A quienes amenazan al tiempo que ganan fortunas, como la diputada panista Esther Quintana, hay que medirlos con la vara con la que pretenden medir a los demás •
Dulces maestros
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E NIÑO YO NO tuve maestros que fueran activistas sociales, al contrario: tuve maestros reaccionarios. Mis padres, víctimas de las creencias pequeñoburguesas de la clase media adolescente en la década de 1950, creyeron que a mi hermano y a mí nos iría mejor en colegios privados. De curas, para más inri. Así que yo nunca fui a la escuela pública. La escuela pública, repetían parientes y maestros en coincidencia, era cuna de vulgaridades. Hice la primaria en el Colegio Cristóbal Colón, en Veracruz, una enorme escuela –sólo de varones, en el apogeo del sexismo– que reunía a lo más granado del elitismo jarocho. Mi hermano y yo fuimos admitidos de inmediato porque los parientes ricos de mi madre eran benefactores y miembros del patronato fundador del colegio –muchos años después un obispillo astuto y cabrón se carrancearía las instalaciones completitas, sumándoselas al patrimonio del clero como si fuera botín. Además de regida por curas, era militarizada. De milagro no salí aplaudiendo la existencia de Pinochet y Franco, o queriendo ser coronel. Allí tuve maestros a los que, ahora me doy cuenta, dediqué una suerte de síndrome de Estocolmo; les tuve aprecio a pesar de que sus capacidades pedagógicas se resumían en el chingadazo, la cooptación y la poco didáctica repetición hasta memorizar a lo menso. En primero de primaria me enamoré de mi maestra María Esther, quizá la única de todos esos infelices que realmente se interesaba en que aprendiéramos por la buena. No duró mucho en aquella escuela. En segundo de primaria, la dulce maestra Carmelita, una rolliza abuelita mulata de estampa, nos daba garrotazos en las puntas de los dedos con un temido polín de madera. Le decía “jarabe de palo”. ¿Hablabas en clase?, jarabe de palo. ¿No te aprendiste la tabla del tres?, jarabe de palo… A los siete años anduve durante todo el curso lectivo con los dedos como esforrocinos y un genio de la tiznada. Los dedos se me enderezaron. El genio no. Eso sí: la tabla del tres no se me olvida nunca. Vieja sádica. Luego vino la maestra Amelia, una gorda prepotente y adicta al maquillaje que se dedicó durante un año a solaparle la holgazanería a un sobrino suyo, Lauro, que era abusivo y golpeador. Durante tercero de primaria sacó puros dieces. Sospecho que fueron los únicos de su vida. Luego, para sádicos, mi maestro de cuarto, el señor Cano, que era antisemita y el terror personificado para dos compañeros judíos que teníamos en aquella horda rabiosamente católica. Cano nos castigaba pintando una raya de gis en el pizarrón, que teníamos que tocar con la nariz, de puntillas, con los brazos extendidos a los lados y las palmas hacia afuera. Si bajábamos los talones –por cansancio– nos asestaba un reglazo detrás de las rodillas. La regla era de un metro
exacto. Casi siempre usábamos pantalón corto. Vaya que ardían esos reglazos... Luego tuve a Víctor en quinto. Nos enseñó música y fotografía. Parecía un buen tipo, hasta que nos enderezaba unas furibundas filípicas en las que nos decía que él hubiera mand a d o f u s i l a r a to d o s a q u e l l o s p i nches comunistas del movimiento estudiantil del '68, y que bien merecido se lo habían tenido los revoltosos del jueves de Corpus. Sospecho que era sinarquista. Las artes se resumían en el coro que dirigía un cura español. Él tocaba el órgano y nosotros cantábamos “La montaña”, la que puso de moda Roberto Carlos. El teatro, la pintura, la música de veras, esas eran mariconadas. La biblioteca estaba permanentemente cerrada: no podíamos entrar si no era acompañados de adultos que, de todos modos, no dejaban tocar los libros. Tenían unas vitrinas, recuerdo, con una colección padrísima de fósiles y minerales. Años después supe que el respetable profesor Moreno, el director, resultó de nefandas inclinaciones por el alumnado y tuvo que salir por piernas. Una chulada. Así que si bien soy crítico de algunos vicios magisteriales, como la herencia de plazas, apoyo a los maestros hoy en su lucha, ésos que nunca trabajaron en una escuela confesional como el Cristóbal Colón, los que dan clases en escuelas con piso de tierra y que además del natalicio de Hidalgo saben hablar de cómo viene la cosecha o cómo se quita uno los pinolillos. Rechazo el linchamiento mediático con que se los agrede, sataniza e insulta. Me indigna que haya imbéciles que sigan con el clasista berrido de “mejor pónganse a trabajar”, porque ellos, los maestros sí se la están jugando y no se agachan. Y porque son mucho más humanos, quiero pensar, que mis dulces maestros de antaño •
CABEZALCUBO
Nos pega porque nos quiere
LAS RAYAS DE LA CEBRA
tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch
........ arte y pensamiento
Jornada Semanal • Número 967 • 15 de septiembre de 2013
Javier Sicilia
Luis Tovar
La tradición oral
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ESDE QUE EL LIBRO apareció formalmente en el siglo xii , la escritura se ha visto como un sucedáneo de la oralidad. Su prueba más irrefutable es que a quien no sabe leer ni escribir se le acusa de ignorante, de alguien que debe ser sometido a la alfabetización para poder habitar el mundo ¿Nos sucederá lo mismo a los alfabetizados con el imperio de la página web? En todo caso, el prejuicio contra la tradición oral está allí: una etapa superada de la humanidad. En este sentido se han interpretado siempre las palabras que alguna vez Cayo Romano dirigió al senado: Verba volant scripti manent (“Las palabras vuelan, lo escrito queda.”) Cayo, sin embargo, quería decir lo contrario: lo dicho oralmente puede volar, ir hacia otros; en cambio, lo que se dice en un libro permanece inmóvil, de alguna forma, muerto. Ciertamente Cayo no conoció propiamente la página del libro que, como dije, nació en el siglo xii gracias a más de una docena de reformas y permitió la lectura silenciosa. Tampoco conoció los tipos móviles de Gutenberg que dotaron de alas al libro y permitieron llevarlo a muchos ojos y pensar con el autor en el silencio de la lectura. Conoció, sin embargo, algo que nosotros desconocemos y que por eso rebajamos: la fuerza viva y fecunda de la palabra oral. Tal vez por ello Platón inventó el diálogo en la escritura. No podía imaginar a Sócrates, que jamás escribió, en la inmovilidad de un monólogo. Sintió sin duda lo mismo que a Pitágoras y al propio Sócrates los llevó a no atarse nunca a una palabra escrita, que “la letra mata y el espíritu vivifica”. Muchos de los grandes maestros espirituales de la Antigüedad no sólo no escribieron libros, nuca escribieron nada. Fuera de Jesús, que trazó algunas palabras sobre la arena –quizá los pecados de los hombres que estaban a punto de lapidar a la mujer adúltera– y que el viento borró, ni Pitágoras ni Buda, ni el propio Jesús, dejaron, al igual que Sócrates, escrito alguno. Querían que su pensamiento no se fijara, no estuviera muerto, sino que vivificara a todos en el tiempo, que les ayudara a seguir pensando y viviendo. Por eso, como señala Borges: “Aristóteles no habla nunca de Pitágoras, sino de
los pitagóricos.” Por ello también los Evangelios son innumerables. No sólo abarcan los llamados canónicos –que son muy distintos entre sí y que se fijaron como canon sólo hasta finales del siglo iv y, con carácter dogmático, en 1546 con el Concilio de Trento–, sino también los apócrifos. Incluso, las mismas palabras de los Evangelios canónicos continúan, según la tradición de la lectio divina, hablándole, como si fueran proferidas por la boca de Cristo, personalmente a cada lector que a través de ellas vivifica su propia palabra y su propio sentir. Los sermones de Buda, recogidos por sus discípulos, no son letra muerta, es decir, no son dogma, sino señales para encontrar el camino de la iluminación personal, o sea, la experiencia y el sentido búdico que es siempre único en cada ser, e irrepetible. Las palabras de esos grandes espirituales están, por lo mismo, llenas de poesía, que es el último lenguaje de la oralidad –ninguna poesía puede verdaderamente leerse en silencio– y que, a diferencia de la prosa, y semejante a la música, nunca es unívoca. En este sentido, habría que decir, contra el prejuicio que cree que la escritura es sucedánea de la oralidad, que todo verdadero libro guarda algo de la tradición oral: la palabra que allí está dicha espera la nuestra para salir de su mudez y continuarse. Un libro que no abrimos y no leemos es nada: un montón de hojas cerradas, pero al leerlo, como cuando alguien nos habla, algo inmenso, que emana del silencio, sucede. “Nadie –dijo Borges citando a Heráclito– baja dos veces al mismo río […] pero lo más terrible es que nosotros somos no menos fluidos que el río. Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado. Las connotaciones son otras.” Ningún gran libro es en el fondo lo que su autor concibió. Los lectores –a semejanza de lo que sucede en la tradición oral– los enriquecen cada vez que los leen.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón •
Corto por corto
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L PASADO MIÉRCOLES 11 de septiembre concluyó la octava edición de Short Shorts, Festival Internacional de Cortometrajes de México, efectuado en Ciudad de México. Fundado y dirigido por el entusiasta Jorge Magaña, el festival cuenta con ocho secciones competitivas, a saber: Ficción México, Animación, Documental, NeoMex, Iberoamericana, Internacional Ficción, Animación Internacional y Guión. Puesto que, desde hace algunas ediciones, el guanajuatense Festival Expresión en Corto dejó de ser lo que era para convertirse en el Guanajuato Internacional Film Fest –es decir, aunque la del cortometraje sigue siendo una presencia importante, ya no es la principal de sus ampliadas vocaciones–, el Short Shorts está en clara vía de convertirse en el escaparate de mayor relevancia para la exhibición y la difusión
del que, junto con el documental, sigue siendo la porción más saludable de ese conjunto llamado cine mexicano. El material que conforma la presente versión del Short Shorts comprueba lo anterior: las veinticuatro ficciones, las diez animaciones, los diecinueve cortos denominados NeoMex, así como los catorce cortometrajes documentales, arrojan la cifra de sesenta y siete producciones mexicanas que, amén de notables en lo cuantitativo –piénsese que provienen de un proceso de selección, lo cual indica una cifra desconocida, pero desde luego mayor, de películas–, en general mantienen un nivel de calidad más que aceptable.
Cortos de largo alcance
Por causas profesionales, este arrimacomas concentró su atención en los cortos documentales. De ellos, la mitad –y sin forzar definiciones– aborda temáticas sociopolíticas, mientras casi la otra mitad se concentra en el retrato humano, bien sea el más elemental, consistente en la presentación de un fragmento de vida –a la manera de quien ofrece una explicación del conjunto a través de una porción del mismo–, o en la exposición de una leyenda popular. El “casi” lo motiva el segundo en términos de duración: poco menos de veintiocho minutos tiene el difícil de clasificar y muy bien compuesto ¿Olvida usted algo? (2012), de Dalia Huerta Cano –productora, coguionista con José Villalobos, cosonidista, cinefotógrafa y directora–, que desde una perspectiva multirracial/multicultural aborda la tendencia contemporánea a perder, minusvalorar, ajar o morigerar eso que, sea lo que sea, permite pensar en términos de humanidad, esa idea hermosa según la cual somos, o podemos ser, algo más que meras presencias consumidoras en un mundo que no nos necesita, del cual siempre y absurdamente porfiamos en considerarnos propietarios, cuya última razón para existir acaba siendo tan inefablemente misteriosa como la nuestra.
Los de corte sociopolítico se refieren al choque entre dos culturas, expresado en conflictos de convivencia e identidad –Americanos: voces del medio mundo, Javier Yazp, 2012–; a la defensa del territorio y, con él, de una forma de vivir y de una cosmovisión entera –Al fin del desierto, Sheila Altamirano, 2013–; al surgimiento de un movimiento social en contra de la imposición electoral ahora por “modernizadas” vías –La joven tierra, Ehécatl Cabrera, 2013–; a la denuncia y la protesta en contra de la urbanización invasiva que no sólo altera el paisaje citadino –Ciudad sin fin, Violeta Carvajal, 2013–; al riesgo de alterar irremediablemente el entorno ecológico en provecho de negocios turísticos –Cabo Pulmo, Manolo Mendieta/Juan Pablo Maturana, 2013–; a la protesta colectiva, vista desde la perspectiva de uno de sus principales gestores, en contra de la amenaza nuclear que significa la planta eléctrica de Laguna Verde –Ruta de emergencia, Guinduri Arroyo, 2010–; y finalmente al modo en que puede reivindicarse, por medio de la dignidad y la creatividad, un “monumento” urbano repudiado –Un altar de muertos, una estela de luz, Alberto Delgado de Ita, 2013. De los “retratos”, destacan B-Boy (Abraham Escobedo, 2013), saga personal de un joven bailarín amateur de breakdance en Guadalajara, que obtuvo mención honorífica, pero sobre todo el ganador, titulado La Parka (Gabriel Serra Argüello, 2013), estético pero no por ello menos intenso acercamiento a la historia, el entorno, el pensamiento, las sensaciones y las emociones de un verdugo singular: el precisamente apodado La Parka, maduro y parco ejecutor, en un rastro, de la muerte de quinientos animales por semana durante más de mil quinientas semanas. Por la importancia obvia que tiene la difusión del cortometraje, así como por la calidad de lo que exhibe, es deseable que el Short Shorts goce de larga vida •
CINEXCUSAS
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CASA SOSEGADA
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ensayo
M
as allá de mitologías y pensares papinianos, insurrecciones contra la monarquía en el cielo o la tierra, el Demonio y la Muerte son antagonistas en un sin fin de tradiciones verbales y literarias que van desde los Vedas, el Popol Vuh, la Odisea y la Comedia, hasta el ánima de Sayula. Son nutridas las historias de duelos entre seres infernales y músicos, trovadores y aventureros, que esperan y retan, entre cuatro caminos, al señor o señores del averno, buscando ganar gloria, fama o fortuna, o son víctimas secuestradas del diablo envidioso, arrebatados y obligados a defender el alma o la vida utilizando los instrumentos musicales o la poesía para ganar la contienda: “Ya tenía mucho buscando/ una topada contigo.”
15 de septiembre de 2013 • Número 967 • Jornada Semanal
do, cumplen con el tema obligado o de “fundamento” y se trenzan en el aporreón. Los músicos también se enfrentan armados con “quinta huapanguera” jarana o vihuela y dos violines de un modo simétrico, pero nunca igual. Es deshonra bajar de la torre en la controversia en lo más álgido de la topada, cuando el trovador contesta su ”bravata”. La topada termina al rayar el alba o entrada la mañana, según sea lo apalabrado entre los poetas • J. C.
Décima y controversia: topada No tenía el gusto de conocer a Juan Carreón, pero gracias al azar maravilloso –del que soy un firme creyente‒, de buenas a primeras supe de él y de su ser en el mundo como poeta y compositor. Me
Sin lugar a dudas, Guillermo Velázquez es el máximo representante del huapango arribeño en el mundo y uno de los guardianes de poesía decimal. Hombre de convicciones, humilde y claro (él lo niega, pero invicto). Fui a buscarlo. Me recibió junto a su camioneta en los albores de una topada en el pasado mes de julio, en mi ciudad, Querétaro, Qro. Guillermo es protagonista de una de las dos obras de teatro decimal que incluí en mi libro Los sueños de Jacinto Craken, donde precisamente Velázquez (huapanguero) combatía con Satán en las formas de “fundamento” y “aporreón”. Le pedí la entrevista para La Jornada Semanal y me dijo: “Sí, pero síguele como el diablo: ‘pero enraizado en la idea/ de saberme trovador/ afinando en Sol mayor/ me dispuse a la pelea’.” Las topadas duran más o menos entre diez y doce horas. Arriba de “tarangos”, “bancos” o tapancos (torre de madera en que sube cada bando, separados por el tablado) trovan su salu-
Si no me la quieren creer allá ustedes, pero es cierto: de pronto y a campo abierto, pardeando el atardecer, Satanás se me hizo ver y tal como se los digo, con desplantes de enemigo me espantó vociferando: “ya tenía mucho buscando una topada contigo”. Como que temblé de grima (pero fue sólo un instante) “¡no me asusta tu desplante!” le dije ‒ya en verso y rima‒, la noche se echaba encima pintaba la cosa fea pero enraizado en la idea de saberme trovador afinando en Sol Mayor me dispuse a la pelea. En el fuego vivo inmerso y en eso tienes razón, pero es el de la pasión por la palabra y el verso: mi destino, mi universo, mi don, mi numen, mi voz... falla en mi tallo tu hoz, ni en la vanidad me acuno ni bebo brebaje alguno que me haga creer que soy Dios.
Una topada de huapango arribeño Guillermo Velázquez, el León de Xichú y Juan Carreón, el Diablo
La topada (fragmentos) El León de Xichú:
El Diablo:
dibujo de Juan Carreón
congratulo y lo agradezco. El talento es el talento y el diablo es el diablo; al primero lo reconocí tan pronto tuve a la vista de mis ojos y al alcance de mis o ídos su libro de poemas y sus discos, y al segundo cuando me planteó una entrevista en décimas. Una de las obras de Juan (Duelo en Bernal) y la familiaridad que, como juglar de fiesta y quebranto, tengo con el famoso “patas de cabra” que le ha dado pabilo a divertimentos varios que se me han ocurrido, me llevó a proponerle la idea de desarrollar la entrevista a manera de contrapunto, inspirado en el arquetipo que, con sus propios matices, se repite lo mismo entre los payadores de Argentina y Uruguay que entre los trovadores llaneros de Venezuela, y en muchos otros países de nuestra Latinoamérica. La décima y la controversia, topada le decimos en la Sierra Gorda, siguen a la orden del día a principios del siglo xxi ‒y que el diablo me lleve si no es cierto lo que digo • G. V.
Yo en brasitas no me quemo y continuemos porfiando poco a poco iré adentrando la pregunta como el remo, y aunque tu caso es extremo con tu huapango y tu flor me contarás de tu amor, la tradición, las raíces, tus no pocas cicatrices, tu andar limpio, sin rencor. Como Juan en el desierto clamas, Guillermo, en tu canto, juglar de fiesta y quebranto lo sabes y yo lo advierto: pocos valoran por cierto que tú pelees con tu canto te me haces a veces santo otras juegas con las notas y hacen que muevan las botas los hijos del desencanto. Si no defiende su casa frente a lo injusto y atroz si el pueblo no alza la voz merece lo que le pasa; sin levadura la masa no va a fermentarse sola ni entre las patas mi cola me llevo, y menos me ganas, ¡vente a las fiestas paganas que las diablas andan solas!
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