Sen, amartya, la idea de la justicia

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PREMIO NOBEL DE ECONOMÍA

Amartva Sen

La idea de la

justicia taurus

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IDEA DE LA JUSTICIA


A m a r ty a Sen

IDEA DE LA JUSTICIA Traducción de Hernando Valencia Villa

TAURUS PENSAMIENTO


Título original: The Idea ofjustice, publicado por Penguin Press, un sello de Penguin Books Ltd, 2009 D. R. © Amartya Sen, 2009 D. R. © De la traducción: Hernando Valencia Villa D. R. © De la edición española: Santillana Ediciones Generales, S. L., 2010 Torrelaguna, 60. 28043 Madrid Teléfono 91 744 90 60 Telfax 91 744 92 24 www.taurus.santillana.es

D. R. © De esta edición: Santillana Ediciones Generales, S. A. de C. V., 2010 Av. Universidad 767, Col. del Valle México, 03100, D. F. Teléfono 5420 7530 www.cditorialtaurus.com.mx

P rim e ra ed ición: m arzo d e 2010 ISBN: 978-607-11-0446-5 D. R. © D iseño de c u b ierta: C arrió / S án ch ez / L acasta

Im p reso e n M éxico Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.


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Ín d ic e

Prefacio ................................................................................................

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A g rad ecim ien to s.................................................................................

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Introducción. U n enfoque de la ju s tic ia ........................................

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PRIMERA PARTE. LAS EXIGENCIAS DE LA JUSTICIA 1. Razón y o b jetiv id ad..................................................................... 2. Rawls y más a l l á ............................................................................ 3. Instituciones v p e r s o n a s ............................................................ 4. Voz y elección s o c ia l................................................................... 5. Im parcialidad y o b je tiv id a d ...................................................... 6. Im parcialidad cerrada y a b ie r ta ...............................................

61 81 105 117 143 153

SEGUNDA PARTE. FORMAS DE RAZONAMIENTO 7. Posición, relevancia e ilu s ió n ................................................... 8. La racionalidad y las otras p e rso n a s........................................ 9. La pluralidad de razones im parciales...................................... 10. Realizaciones, consecuencias y a c c ió n ....................................

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La

id e a d e la ju s t ic ia

TERCERA PARTE. LOS MATERIALES DE LA JUSTICIA 11. Vidas, libertades y capacidades................................................. ... 255 12. Capacidades y re c u rso s.................................................................. 283 13. Felicidad, bienestar y cap a cid ad e s.............................................. 299 14. Igualdad y l i b e r t a d ..................................................................... ... 321

CUARTA PARTE. RAZÓN PÚBLICA Y DEMOCRACIA 15. La dem ocracia com o razón p ú b lic a ........................................ ... 351 16. La práctica de la d e m o c ra c ia ................................................... ... 369 17. D erechos hum anos e im perativos g lo b a le s .............................. 387 18. La justicia y el m u n d o .................................................................... 421 N o tas.........................................................................................................449 índice o n o m á stic o .............................................................................. ..481 índice tem ático

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la memoria deJohn Rawls


P r e f a c io

« r , n el pequeñ o m undo en el cual los niños viven su existencia», dice Pip en Grandes esperanzas, de Charles Dickens, «no hay nada que se perciba y se sienta con tanta agudeza com o la injusticia»1. Espero que Pip tenga razón: tras su hum illante en cuentro con Estella, él re­ cuerda de m anera vivida «la coacción violenta y caprichosa» que su­ frió cuando era niño a m anos de su propia herm ana. Pero la fuerte percepción de la injusticia manifiesta se aplica tam bién a los adultos. Lo que nos mueve, con razón suficiente, no es la percepción de que el m undo no es ju sto del todo, lo cual pocos esperam os, sino que hav injusticias claram ente rem ediables en nuestro en to rn o que quisiéra­ mos suprimir. Esto resulta evidente en nuestra vida cotidiana, en las desigualda­ des y servidum bres que podem os sufrir y que padecem os con buena razón, pero tam bién se aplica ajuicios más amplios sobre la injusticia en el ancho m undo en que vivimos. Es ju sto suponer que los parisi­ nos no habrían asaltado la Bastilla, G andhi no habría desafiado al im perio en el que no se ponía el sol y M artin L uther King no habría com batido la suprem acía blanca en «la tierra de los libres v el hogar de los valientes» sin su conciencia de que las injusticias manifiestas podían superarse. Ellos no trataban de alcanzar un m undo perfecta­ m ente ju sto (incluso si hubiera algún consenso sobre cóm o sería ese m u n d o ), sino que qu erían elim inar injusticias notorias en la m edida de sus capacidades. La identificación de la injusticia reparable no sólo nos mueve a pensar en la justicia y la injusticia; tam bién resulta central, v así lo sostengo en este libro, para la teoría de ¡ajusticia. En la investigación


La

id e a

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que aquí se presenta, el diagnóstico de la injusticia aparecerá con frecuencia com o el p u n to de partida de la discusión crítica-. Pero podría preguntarse: si éste es un p u n to de partida razonable, -por qué no podría ser tam bién u n b u en p u n to de llegada? -Q ué necesi­ dad hay de ir más allá de nuestro sentido de la justicia v la injusticia? ¿Por qué debem os ten er u n a teoría de la justicia? C om prender el m undo no es nunca u n a simple cuestión de regis­ trar nuestras percepciones inmediatas. C om prender entraña inevita­ blem ente razonar. Tenemos que «leer» lo que sentimos y lo que parece que vemos, y preguntar qué indican esas percepciones y cómo pode­ mos tenerlas en cuenta sin sentirnos abrum ados por ellas. Una cues­ tión se refiere a la confiabilidad de nuestros sentim ientos e im pre­ siones. U n sentim iento de injusticia p o d ría servir com o señal para movernos, pero una señal exige exam en crítico, y tiene que haber cier­ to escrutinio de la solidez de una conclusión basada en señales. La convicción de Adam Smith sobre la im portancia de los sentimientos morales no lo disuadió de buscar una «teoría de los sentimientos mo­ rales», ni de insistir en que u n sentim iento de injusticia sea críticamen­ te exam inado a través de u n escrutinio de la razón para determ inar si puede ser la base de una condena sostenible. U na similar exigencia de escrutinio se aplica a la inclinación a elogiar algo o a alguien*. Tenemos que preguntar tam bién qué clase de razonam iento debe contar en la evaluación de conceptos éticos y políticos com o justicia e injusticia. ¿En qué sentido puede ser objetivo un diagnóstico de la injusticia o la identificación de lo que p o d ría reducirla o eliminarla? ¿Exige im parcialidad en algún sentido particular, com o el desapego respecto de los propios intereses creados? ¿D em anda tam bién la re­ visión de ciertas actitudes que no g uarden relación con intereses creados pero que reflejen prejuicios y preconcepciones locales que p u ed en no sobrevivir a la confrontación razonada con otras no res­ tringidas p o r el mismo parroquialism o? ¿Cuál es el papel de la racio­ nalidad y la razonabilidad en la co m p ren sió n de las exigencias de lajusticia?

* El libro clásico d e A dam Sm ith, leona de los sentimientos morales [The Theory o f Mo­ ral Sentimenis], fu e pu b licad o en 1759, e x actam en te h ace 250 años, y la últim a edición revisada, la sexta, en 1790. E n la In tro d u cc ió n d e la nueva edición d e aniversario, p u ­ blicada p o r P en g u in a finales de 2009, discuto la n atu raleza del co m p ro m iso p o lítico y m o ral de Sm ith y su p e rm a n e n te relevancia p a ra el m u n d o c o n tem p o rá n e o .

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P r e f a c io

De estas preocupaciones y algunas cuestiones muy cercanas se ocupan los prim eros diez capítulos, antes de pasar a temas relaciona­ dos con la aplicación, que im plican la evaluación crítica de los funda­ m entos en los cuales se basan los juicios sobre lajusticia (como liber­ tades, capacidades, recursos, felicidad, bienestar y o tro s), la especial relevancia de las diversas consideraciones que figuran bajo los e n u n ­ ciados generales de igualdad y libertad, la evidente conexión entre la búsqueda de lajusticia v la búsqueda de la dem ocracia vista com o el gobierno p o r discusión, y la naturaleza, la viabilidad y el alcance de las reivindicaciones de los derechos hum anos.

¿ Q u é c l a se d e t e o r ía ?

Aquí se presenta una teoría de lajusticia en un sentido muy amplio del térm ino. Su propósito es esclarecer cómo podem os plantearnos la cuestión del m ejoram iento de lajusticia v la superación de la injusti­ cia, en lugar de ofrecer respuestas a las preguntas sobre la naturaleza de lajusticia perfecta. Tal ejercicio supone claras diferencias con las teorías preem inentes de lajusticia en la filosofía política v m oral de nuestro tiempo. Como se verá en la Introducción que sigue, tres dife­ rencias exigen atención especial. Prim ero, una teoría de lajusticia que puede servir de base para el razonam iento práctico debe incluir m aneras de ju zg ar cóm o se red u ­ ce la injusticia y se avanza hacia lajusticia, en lugar de orientarse tan sólo a la caracterización de sociedades perfectam ente justas, u n ejer­ cicio dom inante en m uchas teorías de lajusticia en la filosofía políti­ ca actual. Los dos ejercicios para identificar los esquemas perfecta­ m ente justos, y para d eterm inar si un cam bio social específico podría perfeccionar lajusticia, tienen vínculos motivacionales pero están sin em bargo analíticam ente desarticulados. La últim a cuestión so­ bre la que versa este trabajo, resulta central para tom ar decisiones sobre instituciones, com portam ientos y otros aspectos determ inan­ tes de lajusticia, al p u n to que tales decisiones son cruciales para una teoría de lajusticia que se p ro p o n e guiar la razón práctica acerca de lo que se debe hacer. La suposición de que este ejercicio com parati­ vo no puede realizarse sin identificar prim ero las exigencias de la justicia perfecta es enteram ente incorrecta, com o se discute en el ca­ pítulo 4, «Voz y elección social».


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Segundo, mientras muchas cuestiones de justicia com parada pue­ den ser resueltas con éxito, y acordadas con argumentos razonados, bien puede haber otras comparaciones en las cuales las consideracio­ nes en conflicto no estén com pletam ente resueltas. Aquí se sostiene que puede haber distintas razones de justicia, y cada una sobre\ive al escrutinio de la crítica pero da pie a conclusiones divergentes*. Argu­ mentos razonables en direcciones opuestas pueden surgir de personas con diversas experiencias y tradiciones, pero también pueden em anar de una sociedad determ inada o incluso de la misma persona” . Existe u n a necesidad de argum entación razonada, con u n o mis­ m o y con los otros, para lidiar con reivindicaciones enfrentadas, en lugar de lo que se p u ed e llam ar «tolerancia indiferente», que se escu­ da en la com odidad de u n a postura perezosa, del estilo de «tú tienes razón en tu com unidad y yo tengo razón en la mía». El razonam iento y el escrutinio im parcial son esenciales. Sin em bargo, aun el más vi­ goroso exam en crítico p u ed e dejar argum entos en com petencia y en conflicto que no elim ina el escrutinio im parcial. Tengo más que decir sobre esto en lo que sigue, pero subrayo aquí que la necesidad de razonam iento y escrutinio no se ve com prom etida en m anera al­ guna p o r la posibilidad de que algunas prioridades en com petencia puedan sobrevivir a pesar de la confrontación de la razón. La plurali­ dad con la cual term inarem os será el resultado del razonam iento y no de su ausencia. Tercero, la presencia de injusticia rem ediable bien p u ed e ten er relación con transgresiones del com portam iento y no con insufi­ ciencias institucionales. 1.a evocación de Pip sobre su agresiva her­ m ana en Grandes esperanzas es de este o rd en y no constituye u n a re­

* La im p o rta n c ia d e la p lu ra lid ad valorativa h a sido am p lia y p o d e ro sa m e n te ex­ p lo ra d a p o r Isaiah B erlin y B e rn a rd W illiams. Las p lu ra lid a d e s p u e d e n sobrevivir in ­ cluso d e n tro d e u n a c o m u n id a d d e te rm in a d a , o inclu so p a ra u n a p e rso n a d e te rm i­ n a d a , y n o necesitan ser reflejos d e valores d e « co m u n id ad es d iferen tes» . E m p ero , las variaciones e n los valores e n tre g en tes d e d iferen te s c o m u n id a d e s tam b ién p u e ­ d e n se r significativas, c o m o h a sido p la n te a d o , d e distin tas form as, e n im p o rta n tes c o n trib u c io n e s d e M ichael Walzer, C h arles T ay lo ry M ichael S andel, e n tre otros. ** P o r ejem p lo , M arx hizo el a rg u m e n to ta n to p a ra la e lim in ació n d e la ex p lo ta­ ción d el trab ajo , e n rela c ió n c o n la ju stic ia d e o b te n e r lo q u e p u e d e verse co m o el p ro d u c to d el esfuerzo p erso n a l, c o m o p a ra la asig n ació n seg ú n las n ecesid ad es, en relació n con las exigencias d e la ju stic ia distributiva. M arx a b o có el conflicto in e lu d i­ ble e n tre estas dos p rio rid a d e s e n su ú ltim o escrito sustancial, la Crítica d d Programa de Gotha (1875).


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cusación de la familia com o institución. L ajusticia guarda relación, en últim a instancia, con la form a en que las personas viven sus \idas y no sim plem ente con la naturaleza de las instituciones que las ro­ dean. En contraste, m uchas de las principales teorías de lajusticia se concentran de m an era ab rum adora en cóm o establecer «institucio­ nes justas», y con ced en u n a función subsidiaria y d ep en d ien te a las cuestiones relacionadas con el com portam iento. P or ejem plo, el m erecidam ente celebrado concepto de la «justicia com o equidad» de John Rawls se traduce en un conjunto único de «principios de justi­ cia» que se refieren de m anera exclusiva al establecim iento de «ins­ tituciones justas», constitutivas de la estructura básica de la socie­ dad, m ientras exigen que la conducta de las personas se ajuste por com pleto al adecuado funcionam iento de dichas instituciones3. En el enfoque de lajusticia que se presenta en esta obra, se sostiene que hay algunas inadecuaciones cruciales en esta abrum adora concen­ tración en las instituciones (en la cual el com portam iento se supone apropiadam ente ajustado), en lugar de en las vidas que la gente.es capaz de vivir. El énfasis en las vidas reales para la evaluación de la justicia tiene m uchas im plicaciones de largo alcance p ara la n atu ra­ leza y el alcance de la idea de justicia*'. Sostengo que el cambio de rum bo en la teoría de lajusticia que se explora en este trabajo tiene u n im pacto directo en la filosofía políti­ ca y m oral. Pero tam bién he tratado de discutir la relevancia del ar­ gum ento planteado aquí para algunos de los actuales debates en de­ recho, econom ía y política, que po d ría ten er incluso, con algún optimismo, cierta pertinencia en las discusiones y decisiones sobre políticas y program as de carácter práctico**. El em pleo de una perspectiva com parada, más allá del limitado y lim itante marco del contrato social, puede constituir aquí una contri­

* La investigación re c ie n te d e lo q u e h a v en id o a llam arse la «perspectiva d e la capacidad» en caja d ire c ta m e n te co n la c o m p re n sió n d e la ju sticia e n térm in o s d e las vidas h u m a n a s y las lib e rta d e s q u e las p erso n as p u e d e n ejercitar. V éase M arth a Xussb au m y A m artya Sen (ed s.), The Quality o f Life (C la re n d o n Press, O x fo rd , 1993). El alcan ce y los lím ites de esta p ersp ectiv a se e x a m in a rá n en los cap ítu lo s 11 a 14. ** P o r ejem plo, el caso d e lo q u e a q u í se d e n o m in a «im parcialidad abierta», que adm ite voces lejanas y cercanas e n la in te rp re ta c ió n d e laju sticia d e las leves (no sólo p o r la eq u id a d d eb id a a los dem ás, sino tam b ién p o r la evitación del p arroquialism o, com o se discute e n Teoría de Im sentimientos morales y Lecciones sobre jurisprudencia, de A dam S m ith), tie n e d irecta relevancia en algunos d e los d eb ates actuales a n te la C orte S u p rem a de Estados Línidos, com o se discute e n el últim o cap ítu lo d e este libro.


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bución muy útil. Estamos com prom etidos en com paraciones sobre el avance de lajusticia cuando luchamos contra la opresión (como la esclavitud o el sometimiento de las m ujeres), protestamos contra la ne­ gligencia m édica sistemática (a través de la ausencia de facilidades médicas en regiones de Africa y Asia o de la falta de cobertura sanita­ ria universal en la mayoría de los países del m undo, incluido Estados Unidos), repudiam os la permisibilidad de la tortura (que continúa practicándose con notable frecuencia en el m undo contem poráneo, en ocasiones por los pilares de la com unidad global) o rechazamos la tolerancia silenciosa del ham bre crónica (por ejemplo en la India, a pesar de la exitosa abolición de las hambrunas)*. Con frecuencia ad­ mitimos que algunos cambios observables (como la abolición del apartheid, para p o n er u n ejem plo de otro tipo) reducirán la injusticia, pero incluso si tales cambios se ponen en práctica con éxito, no ten­ drem os nada que podam os calificar como justicia perfecta. Las pre­ ocupaciones prácticas, no m enos que el razonam iento teórico, pare­ cen exigir un cambio radical de rum bo en el análisis de lajusticia.

La r a z ó n p ú b l i c a , l a d e m o c r a c i a y l a j u s t i c i a g l o b a l Aun cuando en el enfoque presentado aquí los principios de la justicia no serán definidos en función de las instituciones, sino más bien en función de las vidas y libertades de las personas involucradas, las instituciones no pu ed en dejar de ju g a r u n significativo papel ins­ trum ental en la búsqueda de la justicia. Ju n to con los factores deter­ m inantes del com portam iento individual y social, una elección ade­ cuada de instituciones ocupa un lugar de im portancia crítica en la em presa de m ejoram iento de lajusticia. Las instituciones entran de m uchas form as en la com posición. P u ed en asistir directam ente a las vidas que las personas son capaces de llevar de acuerdo con aquello que valoran con razón. Las instituciones tam bién pu ed en ser im por­

* Por invitación del p resid en te d e la cám ara baja, tuve el privilegio de d isertar ante el P arlam en to de la In d ia sobre «Las exigencias d e lajusticia» [«The D em ands o f Justic.e»] el 11 de agosto d e 2008. Fue la p rim e ra C o n feren cia e n M em oria de H iren Mukerje e , q ue va a ser u n acto p a rlam e n ta rio anual. El texto co m p leto está d isponible en u n folleto ed itad o p o r el P arlam en to indio, y u n a versión abreviada está p u b licad a en The LittleMagazine, volum en 8, n ú m . 1-2, 2008, bajo el títu lo « W h atS h o u ld Keep Us Avvake at. Night» [«Lo q ue d eb e m a n te n e rn o s d espiertos p o r la n o c h e » ].


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tantes en facilitar nuestra capacidad para exam inar los valores y las prioridades que ponderam os, en especial a través de las oportunida­ des de discusión pública (esto incluirá consideraciones sobre la li­ bertad de expresión y el derecho a la inform ación, al igual que facili­ dades reales para la discusión ilustrada). En este trabajo, la dem ocracia se evalúa desde el p u n to de vista de la razón pública (capítulos 15 a 17), lo cual conduce a un entendi­ m iento de la dem ocracia como el gobierno p o r discusión, u n a idea que J o h n Stuart Mili contribuyó m ucho a impulsar. Pero la dem ocra­ cia tam bién ha de verse, de m odo más general, en función de la capa­ cidad de enriquecer el encuentro razonado a través del m ejoram ien­ to de la disponibilidad de inform ación y la viabilidad de discusiones interactivas. La dem ocracia debe juzgarse no sólo p o r las institucio­ nes form alm ente existentes sino tam bién p o r el p u n to hasta el cual p ueden ser realm ente escuchadas voces diferentes de sectores distin­ tos del pueblo. Más aún, esta visión de la dem ocracia puede ten er incidencia en el esfuerzo de dem ocratización en el ám bito global y no sólo dentro del Estado nacional. Si la dem ocracia no se considera únicam ente como el establecim iento de ciertas instituciones específicas (como un gobierno dem ocrático global o unas elecciones dem ocráticas glo­ bales) , sino como la posibilidad y la apuesta p o r la razón pública, la tarea de impulsar, más que de perfeccionar, tanto la dem ocracia glo­ bal como lajustícia global puede verse como una idea em inentem ente com prensible que puede inspirar de m odo plausible la acción práctica a través de las fronteras.

L a Il u s t r a c ió n e u r o p e a y n u e s t r a h e r e n c ia g l o b a l

¿Qué puedo decir de los antecedentes del enfoque que trato de presentar aquí? Discutiré esta cuestión más am pliam ente en la Intro­ ducción, pero debo señalar que mi análisis de la justicia sigue líneas argum éntales que fueron particularm ente exploradas durante el pe­ riodo de inconform idad intelectual de la Ilustración europea. Dicho esto, sin em bargo, debo hacer dos aclaraciones para evitar posibles m alentendidos. La prim era aclaración consiste en explicar que la conexión de este trabajo con la tradición de la Ilustración europea no hace particular­

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m ente «europeo» el trasfondo intelectual del libro. En efecto, u n o de los aspectos inusuales —algunos dirán que excéntricos— de este li­ bro, en com paración con otros sobre la teoría de la justicia, es el am­ plio uso de ideas procedentes de sociedades no occidentales, en espe­ cial de la historia intelectual de la India, pero tam bién de otras fuentes. Hay poderosas tradiciones de argum entación razonada, en lugar del recurso a la fe y las convicciones no razonadas, en el pasado intelec­ tual de la India, así como en el pensam iento que florece en otras so­ ciedades no occidentales. Considero que al confinar su atención casi exclusiva a la literatura occidental, la indagación contem poránea, casi toda occidental, en el cam po de la filosofía política en general y de las exigencias de la justicia en particular, ha sido limitada v hasta cierto punto parroquial*. Mi contención no es, sin em bargo, que existe una disonancia radi­ cal entre el pensam iento «occidental» y el pensam iento «oriental» o «no occidental» en estas materias. Hay muchas diferencias de razona­ m iento tanto en O ccidente como en O riente, pero sería una completa extravagancia pensar en u n O ccidente unido frente a las prioridades orientales esenciales**. Tales ideas, que no son ajenas a los debates con­ tem poráneos, están muy alejadas de mi perspectiva. Mi tesis es más bien que en muchas y diferentes partes del m undo se han explorado ideas similares o cercanas sobre justicia, equidad, responsabilidad, de­ ber, bondad y rectitud, lo cual puede am pliar el alcance de los argu­ mentos considerados en la literatura occidental y hacer que la presen­ cia global de dichas ideas pase desapercibida o quede al m argen de las tradiciones dom inantes en el discurso occidental contem poráneo. * Kautilya, el antiguo au to r indio sobre estrategia y eco n o m ía política, es descrito con frecuencia en la literatura m o d ern a, c u an d o se lo m enciona, com o «el M aquiavelo de la India». Esto n o resulta so rp re n d e n te en algunos aspectos, puesto que existen cier­ tas sim ilitudes en sus ideas sobre estrategia v táctica, a pesar de profundas diferencias en m uchos otros puntos, con frecuencia más im portantes, p ero tiene gracia q u e un pensa­ d o r político indio del siglo iv antes de Cristo se p resente com o u n a versión local de u n escritor e u ro p eo del siglo xv. Esto n o refleja, p o r supuesto, algún tipo de tosca afirm a­ ción d e u n a ley del más fu erte en m ateria d e geografía sino tan sólo la falta de fam iliari­ d ad d e los intelectuales occidentales (y de intelectuales de to d o el m u n d o , d eb id o a la dom inación global de la educación occidental) con la literatura n o occidental. ** E n efecto, h e so sten id o en o tro s trabajos q u e n o hav p rio rid a d e s o rien tales esenciales, ni siq u iera p rio rid a d e s indias esenciales, pu es e n la h isto ria in telectu al de estos países se e n c u e n tra n a rg u m e n to s en m u ch as d irecc io n es d iferen tes. V éanse m is ob ras La argumentación india (G edisa, B arcelona. 2007) e Identidad i violencia: la ilusión del destino (Katz E d ito res, M adrid. 2006).

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Algunos argum entos de G autam a Buda, el agnóstico cam peón del «sendero del conocim iento», p o r ejem plo, o de los autores de la escuela Lokayata, dedicada al incansable escrutinio de cada creen­ cia tradicional, en la India del siglo iv antes de Cristo, p u ed en sonar muy com plem entarios en lugar de contradictorios si se los com para con m uchos de los textos crídcos de los principales autores de la Ilustración europea. Pero no tenem os que em p eñ am o s en decidir si hay que ver a G autam a Buda com o u n m iem bro tem p ran o de algu­ na liga de la Ilustración eu ro p ea (su nom bre adquirido, después de todo, significa «ilustrado» o «iluminado» en sánscrito); ni tenem os que considerar la im probable tesis de que la Ilustración europea p uede rem ontarse a la influencia distante del pensam iento asiático. No hay nada particularm ente extraño en el reconocim iento de que similares hallazgos intelectuales h an tenido lugar en diferentes par­ tes del globo en distintas etapas de la historia. Puesto que se han planteado con frecuencia argum entos ligeram ente diferentes para afrontar cuestiones similares, podem os perd er posibles pistas para ra­ zonar sobre la justicia si m antenem os nuestras exploraciones confi­ nadas en lo regional. U n ejem plo de interés y relevancia es la im portante distinción en­ tre dos conceptos diferentes de justicia en la antigua filosofía jurídica india: entre niti y nyaya. La prim era idea, niti, se refiere a la idoneidad de las instituciones, así com o a la corrección del com portam iento, m ientras que la segunda, nyaya, alude a lo que surge y a cómo surge, y en especial a las vidas que las personas son realm ente capaces de vivir. Esta distinción, cuya relevancia se discutirá en la Introducción, nos ayuda a ver con claridad que hay dos clases diferentes pero no desco­ nectadas de justeza a las cuales la idea de justicia tiene que proveer*. Mi segunda aclaración se refiere al hecho de que los autores de la Ilustración no hablaban con u n a sola voz. Como se verá en la Intro­ ducción, existe u n a dicotom ía sustancial entre dos diferentes líneas

* L a d istin ció n e n tre niti y nyaya tie n e significación n o sólo d e n tro d e u n a c o m u ­ n id a d p o lítica sino tam b ié n a través d e las fro n te ra s d e los E stados, co m o se d iscute e n m i ensayo «Global Justice», p resen tad o en el F oro M undial d e laju sticia en M ena, en ju lio d e 2008, co n el p a tro c in io d e la A sociación A m erican a d e A bogados, la .Asocia­ ció n In te rn a c io n a l d e A bogados, la A sociación In te r Pacífica d e A bogados y la L 'nión In te rn a c io n a l d e A bogados. Esto es p a rte d el P ro g ra m a M u n d ial d e Ju sticia de la A sociación A m erican a d e A bogados y será p u b licad o en u n v olum en titu lad o Global Perspectives on the Rule o f Lato.


I.A ID E A D E LA JU S T IC IA

de argum entación sobre ¡ajusticia que pueden verse en dos grupos de destacados filósofos asociados con el pensam iento radical del perio­ do de la Ilustración. U no de los enfoques se concentraba en identifi­ car los esquemas sociales perfectam ente justos, y consideraba que la principal y, a veces, la única tarea de la teoría de la justicia era la carac­ terización de las «justas instituciones». En esta línea de pensam iento, las contribuciones mayores, tejidas de diversas m aneras en torno a la idea de u n hipotético «contrato social», procedían de Thom as Hobbes en el siglo x v i i y más tarde d e jo h n Locke, Jean-Jacques Rousseau e Im m anuel Kant, entre otros. El enfoque contractualista ha sido la influencia dom inante en la filosofía política contem poránea, en par­ ticular desde La justicia como equidad, el ensayo pionero d e jo h n Rawls en 1958, que precedió a su form ulación definitiva en la va clásica Teo­ ría de la justicia 4. En contraste, otros filósofos de la Ilustración (por ejemplo Smith, Condorcet, Wollstonecraft, Bentham , M arx,John Stuart Mili) adopta­ ron una variedad de enfoques que com partían un interés com ún en com parar las diferentes m aneras en que las personas podían orientar sus vidas, bajo la influencia de las instituciones pero tam bién del com­ portam iento real de la gente, las interacciones sociales y otros factores determ inantes. Este libro se inspira en gran m edida en esa tradición alternativa*. La disciplina analítica, y más bien matemática, de la «teo­ ría de la elección social», que puede rastrearse hasta las obras de Con­ dorcet en el siglo x v m pero que ha sido desarrollada en su forma ac­ tual por la contribución pionera de K enneth Arrow a m ediados del siglo xx, pertenece a esta segunda línea de investigación. Ese enfo­ que, debidam ente adaptado, puede significar una contribución sus­ tancial, com o plantearé, al tratam iento de cuestiones relativas al m e­ joram iento de la justicia y a la abolición de la injusticia en el m undo.

E l lu g a r d e la r a zó n

A pesar de las diferencias entre las dos tradiciones de la Ilustra­ ción, la contractualista y la com paratista, existen m uchas similitudes

* Esto n o m e im p ed irá, sin em b arg o , in sp irarm e en ideas del p rim e r en fo q u e, de la Ilustración qu e nos a p o rta n los escritos d e H obbes y Kant, y en n u estra época, J o h n Rawls.

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entre ellas. Las características com unes incluyen la confianza en la razón y la invocación de las exigencias de la discusión pública. Aun cuando este libro se refiere principalm ente al segundo enfoque, en lugar de al argum ento contractualista desarrollado p o r Kant y otros, buena parte de él está inspirado p o r la tesis kantiana fundam ental, tal com o ha sido form ulada p o r Christine Korsgaard: «Traer la razón al m undo es la tarea de la m oralidad y no de la metafísica, así com o la labor y la esperanza de la hum anidad» '. Hasta qué pu nto la razón puede ofrecer un fundam ento confia­ ble para u na teoría de la justicia es, p o r supuesto, u n a cuestión abier­ ta a la controversia. El prim er capítulo del libro se ocupa de la fun­ ción y el alcance de la razón. Me opongo a la plausibilidad de ver las em ociones, la psicología o los instintos com o fuentes in d ep en d ien ­ tes de evaluación, sin el aporte del razonam iento. Pero los impulsos y las actitudes m entales conservan su im portancia, y tenem os buenas razones para incluirlos en nuestra evaluación de lajusticia y la injusti­ cia en el m undo. Sostengo que no hay aquí un conflicto irreductible entre razón y em oción, ya que existen muy buenas razones para abrir espacio a la relevancia de las em ociones. Hay, sin em bargo, un tipo d iferen te de crítica a la confianza en la razón, que apunta a la prevalencia de la sinrazón en el m undo y a la falta de realismo que implica suponer que el m undo recorrerá el ca­ m ino que le dicte la razón. En u n a am able pero firm e crítica de mi trabajo en campos cercanos, Kwame A nthony A ppiah ha sostenido: «No im porta cuánto extienda usted su com prensión de la razón en las múltiples formas que a Sen le gustaría (y éste es u n proyecto cuyo interés celebro): no llegará muy lejos. Al ad o p tar la perspectiva indi­ vidual de la persona razonable, Sen ha h u rtad o el rostro a la prolife­ ración de la sinrazón»5. A ppiah tiene razón en su descripción del m undo, y su crítica, que no está orientada a la construcción de una teoría de lajusticia, ofrece buenas bases para el escepticismo acerca de la efectividad práctica de la discusión razonada de confusas cues­ tiones sociales, com o la política de la identidad. La prevalencia y la resistencia de la sinrazón p u ed en hacer m enos efectivas las respues­ tas razonadas a cuestiones difíciles. Este particular escepticismo sobre el alcance de la razón no cede, ni (como Appiah advierte) tiene intención de ceder, terreno alguno al abandono de la razón en la exploración de la idea de justicia u otra

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noción social relevante, com o la de identidad*. Ni tam poco afecta nuestro intento de persuadirnos unos a otros para exam inar nuestras respectivas conclusiones. Es tam bién im portante observar que lo que para unos parecen claros ejemplos de «sinrazón», puede no ser tal cosa**. La discusión razonada puede acom odar posiciones en conflic­ to que a otros parecen prejuicios irracionales, lo cual no es necesaria­ m ente el caso. No resulta forzoso, com o a veces se asume, elim inar cada alternativa razonada, salvo exactam ente una. Sin em bargo, la cuestión central es que los prejuicios suelen ca­ balgar sobre el lom o de algún tipo de razonam iento, no im porta cuán débil y arbitrario. En efecto, aun las personas muy dogmáticas tienden a ten er algunas razones, tal vez muy crudas, a favor de sus dogmas (a esta categoría p erten ecen los prejuicios racistas, sexistas, clasistas y de casta, entre otras variedades de intolerancia basada en argum entos torpes). La sinrazón no consiste en aban d o n ar p o r com­ pleto el uso de la razón, sino más bien en confiar en razonam ientos muy primitivos y defectuosos. Hay aquí lugar para la esperanza, ya que el mal razonam iento puede ser confrontado con el buen razona­ m iento. Existe, pues, espacio para el encuentro razonado, si bien m u­ chas personas p u ed en rehusar, al m enos en principio, a participar en dicho encuentro a pesar del desafío. Lo que im porta en la argum entación de este libro no es algo así com o la om nipresencia de la razón en el pensam iento de cada uno, ahora mismo. Tal cosa no se presum e, ni es necesario hacerlo. La hi­ pótesis de que las personas estarían de acuerdo con u n a proposición en particular si pudieran razonar de m anera abierta e imparcial no implica, p o r supuesto, que ya estén com prom etidas en tal ejercicio o incluso que estén ansiosas p o r hacerlo. Lo que más im porta es el exa­ m en de qué exigiría la razón en la búsqueda de lajusticia, habida cuenta de la posibilidad de que existan varias posiciones razonables

* Existe, de h ech o , evidencia co n sid erab le d e q u e las discusiones públicas in terac­ tivas p u e d e n ayudar a d e b ilitar el rechazo de la razón. V éase el m aterial em p írico p re ­ sen tad o en mis obras Desarrollo y libertad (Planeta, B arcelona, 2000) e Identidad y violen­ cia: la ilusión del destino. ** C om o a n o ta ja m e s T h u rb er, m ien tras los supersticiosos esitan pasar bajo las es­ caleras, las m e n te s científicas, q u e q u ie re n desafiar la su p erstició n , b u scan escaleras y se com p lacen e n pasar d eb ajo d e ellas. P ero si u sted insiste lo suficiente en b u scar y p asar bajo escaleras, algo le sucederá. Jam es T h u rb e r, «LetY our M indA lone!», The New Yorker, 1 de mayo d e 1937.


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distintas. Este ejercicio es claram ente com patible con la posibilidad, incluso con la certeza, de que en un m om ento dado no todos tengan la intención de acom eter dicho escrutinio. La razón desem peña un papel central en la com prensión de lajusticia incluso en u n m undo que contiene m ucha «sinrazón»; en efecto, puede ser de particular im portancia en un m undo tal.


A g r a d e c im ie n t o s

A reconocer la ayuda que he recibido de otros en el trabajo p re­ sentado aquí, debo com enzar p o r reco rd ar que mi mayor d eu d a es con J o h n Rawls, quien me inspiró a trabajar en esta área. El fue tam ­ bién un maravilloso m aestro a lo largo de m uchas décadas y sus ideas m antienen su influencia sobre m í aun cuando estoy en desacuerdo con algunas de sus conclusiones. Este libro está dedicado a su m e­ m oria, no sólo p o r la educación y el afecto que recibí de él, sino tam bién p o r su estím ulo para explorar mis dudas. Mi prim er contacto prolongado con Rawls tuvo lugar en el año 1968-1969, cuando vine de la Universidad de Delhi a H arvard como profesor visitante e im partí un sem inario de posgrado con él y con K enneth Arrow. Arrow tam bién ha sido otra poderosa influencia en este libro, com o en m uchos de mis trabajos anteriores. Su influencia procede no sólo de largas discusiones d u ran te varias décadas, sino tam bién del uso que hago del marco analítico de la m o d ern a teoría de la elección social que él iniciara. Este texto lo elaboré en Harvard, do n de he centrado mi trabajo desde 1987, y en el Trini ty College de Cam bridge, en particular du­ rante los seis años que van de 1998 a 2004, cuando regresé para servir com o M aster del gran College, donde, cincuenta años antes, había em pezado a pensar en problem as filosóficos. Recibí entonces la in­ fluencia de Piero Sraffa y C. D. Broad, y el estím ulo de M aurice Dobbs y Denis R obertson para seguir mis inclinaciones. Este libro ha tardado en llegar, pues mis dudas e ideas constructi­ vas se h an desarrollado a lo largo de u n dilatado periodo. D urante estas décadas he tenido el privilegio de recibir com entarios, sugeren­


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cias, preguntas, refutaciones y estímulos de parte de num erosas per­ sonas, todas las cuales han sido muy útiles para mí, así que mi lista de agradecim ienos no será breve. Primero, debo señalar la ayuda y el consejo de mi mujer, Emma Rothschild, cuya influencia se advierte a lo largo de todo el libro. La in­ fluencia de Bernard Williams en mi pensam iento filosófico será visible para los lectores de su obra y proviene tanto de muchos años de «amis­ tad de tertulia» cuanto de un productivo periodo de trabajo conjunto en la preparación editorial de una colección de ensayos sobre la pers­ pectiva utilitaria y sus limitaciones (Utilitarianism ancLBeyond, 1982). H e sido muy afortunado en contar con colegas con quienes he teni­ do conversaciones instructivas sobre filosofía política y moral. Además de Rawls, debo reconocer mi gran deuda con Hilary Putnam y Thomas Scanlon por muchas conversaciones enriquecedoras a lo largo de los años. T am bién ap re n d í m ucho de mis charlas con W. Y. O. Q uine y R obert Nozick, que ya se han ido. Las clases conjuntas en Harvard han sido una fuente perm anente de educación dialéctica, por pan e de mis alumnos y de mis com pañeros de curso. Robert Nozick v vo dictamos cursos anuales conjuntos durante casi una década, así como en \~arias ocasiones con Eric Maskin, y ambos han influido en mi pensamiento. H e im partido clases con Joshua C ohén (del cercano Instituto Tecno­ lógico de Massachusetts), Christine Jolls, Philippe van Parijs. Michael Sandel, Jo h n Rawls, Thomas Scanlon y Richard Tuck, y con Kaushik Basu y Jam es Foster cuando han visitado Harvard. Aparte del placer absoluto de estas clases conjuntas, ellas fueron trem endam ente útiles para mí en el desarrollo de mis ideas, con frecuencia tras discusiones con mis colegas. Todos mis escritos se han beneficiado de las críticas de mis esmdiantes, y este libro no es una excepción. Sobre las ideas de este trabajo en especial, me gustaría agradecer mis intercambios con Prasanta Pattanaik, Kaushik Basu, Siddiqur Osmani, Rajat Deb, Ravi Kan bar. Da\id Kelsey y A ndreas P apandreou, a lo largo de m uchas décadas, v más tarde con Stephan Klasen, Anthony Laden, Sanjay Reddv,Jonathan Co­ hén, Felicia Knaul, Clemens Puppe, Bertil Tungodden, A. K Shiva Kumar, Lawrence Hamilton, Douglas Hicks, Jennifer Prah Ruger v Sousan Abadian, entre otros. Los gozos y beneficios de la enseñanza interactiva se rem ontan para m í a los años setenta y ochenta, cuando im partía clases conjun­ tas —u n alum no las llamó «tumultuosas»— en O xford con Ronald


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Dworkin y D erek Parfit, y más tarde con G. A. Cohén. Mis gratos re­ cuerdos de esas discusiones litigiosas revivieron recientem ente p o r la gentileza de C ohén al organizar u n sem inario cautivador en el Uni­ versity College de Londres, en en ero de 2009, sobre el tem a central de este libro. La reunión estuvo agradablem ente repleta de disidentes, incluido p o r supuesto C ohén, pero tam bién Jo n ath an Wolff, Laura Valentis, Riz Mokal, George Letsas y Stephen Guest, cuyas críticas han sido muy valiosas para mí. Laura Valentis tuvo la am abilidad de enviarme otros com entarios resultantes del seminario. Aun cuando u n a teoría de la justicia pertenece de m anera prim a­ ria a la filosofía, el libro tam bién em plea ideas provenientes de otras disciplinas. U n cam po del saber que este trabajo aprovecha en forma significativa es la teoría de la elección social. Si bien mis interacciones con otros que trabajan en este am plio cam po son muy num erosas para registrarlas aquí, m e gustaría reconocer el beneficio que ha re­ presentado para m í colaborar con K enneth Arrow y Kotaro Suzumura, con quienes he editado el Handbook of Social Choice Theory [Manual de teoría de la elección social] (el prim er volum en h a aparecido ya, el segundo está dem orado), y señalar tam bién mi apreciación p o r el destacado papel que en este terreno h an desem peñado Jerry Kelly, Wulf Gaertner, Prasanta Pattanaik y Maurice Salles, particularm ente a través de su tarea visionaria e incansable en el surgim iento y floreci­ m iento de la revista Social Choice and Welfare [Elección social y bienes­ tar]. Me gustaría igualm ente reconocerlos beneficios que he recibido p o r mi larga asociación y mis extensas discusiones sobre problem as de teoría de la elección social con Patrick Suppes, Jo h n Harsanyi, Ja­ mes Mirrlees, A nthony Atkinson, P eter H am m ond, Charles Blackorby, Sudhir A nand, Tapas Majumdar, R obert Pollak, Kevin Roberts, Jo h n Roemer, A nthony Shorrocks, R obert Sugden, Jo h n Weymark y Jam es Foster. U na prolongada influencia en mi trabajo sobre la justicia, en parti­ cular con relación a la libertad y las capacidades, procede de Martha Nussbaum. Su trabajo, ju n to con su vigoroso compromiso con el desa­ rrollo de la «perspectiva de la capacidad», ha tenido u n impacto profun­ do en avances recientes, como la exploración de los vínculos con las ideas aristotélicas de «capacidad» y «florecimiento», y también con obras sobre desarrollo hum ano, estudios de género y derechos humanos. En años recientes, la relevancia y el potencial de la perspectiva de la capacidad han sido m ateria del vigoroso trabajo de investigación


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d e la ju s t ic ia

de notables académ icos. A un c u a n d o sus escritos h a n ejercido gran influencia sobre m i p en sam ien to , u n a lista co m p leta sería dem asia­ d o extensa p a ra incluirla aquí. D ebo m encionar, n o obstante, a Sabi­ n a Alkire, Bina Agarwal, T ania B u rch ard t, E nrica C hiappero-M artinetti, Flavio C om im , David Crocker, Séverine D eneulin. Sakiko Fukuda-Parr, Reiko G otoh, M ozaffar Q izilbash, In g rid Rovbens v Polly Vizard. Existe adem ás u n a estrech a co n ex ió n e n tre la perspectiva d e la capacidad y la nueva área del desarrollo h u m an o , que fue ex­ p lo ra d a p o r vez p rim e ra p o r mi d ifu n to am igo M ahbub ul H aq. v en la cual se advierte tam b ién la in flu en cia de Paul S treeten. Francés Stewart, Keith Griffín, Gustav Ranis, R ichard Jolly, M eghnad Desai. S u d h ir A nand, Sakiko F ukuda-Parr y Selim ja h a n , e n tre otros. El Jour­ nal of Human Deuelopment and Capabilüies [Revista de desarrollo v capa­ cidades hum anas] está m uy co m p ro m etid o con esta perspectiva, p ero la revista Feminisl Economics [E conom ía fem inista] tiene tam bién espe­ cial in terés e n el área, p o r lo cual siem pre h a sido muv estim ulante para m í conversar con su directora, D iana Strassman. sobre la relación e n tre la perspectiva fem inista v el enfo q u e de las capacidades. En el Trinitv College de C am bridge h e co n ta d o con la excelente co m p a ñ ía de filósofos, ju rista s y otros interesados en los problem as de laju sticia, y he ten id o o p o rtu n id a d d e c o m p a rtir con G arrv Runcim an, Nick Denyer, Gisela Striker, Sim ón B lackburn, C ath arin e Barna rd , J o a n n a Miles, A nanva K abir y Eric N elson, v ocasionalm ente con Ian H acking, q u ien de vez e n c u a n d o volvía al viejo colegio d o n ­ de nos conocim os com o estudiantes en los años cincuenta. H e tenido tam b ién la m aravillosa posibilidad de conversar con ex trao rd in ario s m atem áticos, científicos naturales, científicos sociales, historiadores, juristas y hum anistas. M e h e ben eficiad o m u ch o d e mis conversaciones con otros filóso­ fos, com o Elizabeth A nderson, Kwame A n th o n y A ppiah. C hristian Barry, C harles Beitz, el d ifu n to Isaiah B erlin, Akeel Bilgram i. H ilan Bok, Sissela Bok, Susan B riso n ,Jo h n B room e, Ian Cárter. X ancv Cartw right, D een C hatterjee, D rucilla C ornell, N o rm an D aniels, el d ifu n ­ to D onald Davidson, J o h n Davis, J o n Elster, B arbara Fried. Alian G ib b a rd ,J o n a th a n G lover,Jam es Griffin, Amy G u tm an n . M oshe Halbertal, el d ifu n to R ichard H aré. D aniel H ausm an, Ted H o n d e n c h . la difunta Susan Hurley, Susan Jam es, Francés Kam m, el d ifum o Stig Kanger, E rin Kelly, Isaac Levi, C hristian List, Sebastiano M affetone, Avishai M argalit, David Miller, el d ifu n to Sidney M orgenbesser. Tho-


A g r a d e c im ie n t o s

mal Nagel, Sari Nusseibeh, la difunta Susan M oller Okin, Charles Parsons, H erlinde Pauer-Struder, Fabienne Peter, Philip Pettit, T ho­ mas Pogge, H enry Richardson, Alan Ryan, Carol Rovane, D ebra Satz, Jo h n Searle, la d ifu n taju d ith Shklar, Q u en d n Skinner, Hillel Steiner, Dennis Thom pson, Charles Taylor y ju d ith Thom son. En filosofía del derecho, me he beneficiado m ucho de discusiones con Bruce Ackerman, el juez Stephen Breyer, Owen Fiss, el difunto H erbert Hart, Tony H onoré, Anthony Lewis, Frank Michelman, Martha Minow, Robert Nelson, la juez Kate O ’Regan, Joseph Raz. Susan Rose-Ackerman, Stephen Sedlev, Cass Sunstein yjerem y Waldron. Aun cuando mi trabajo en este libro empezó efectivamente con las Confe­ rencias Jo h n Dewey sobre «Bienestar, acción y libertad» en el Departa­ m ento de Filosofía de la Universidad de Columbia en 1984, y concluvó en lo esencial con otro ciclo de charlas sobre justicia en la Universidad de Stanford en 2008. también he ensayado mis argumentos sobre teo­ rías de lajusticia en otras facultades de derecho. Además de varias con­ ferencias y seminarios en las escuelas de derecho de Harvard, Yale v la Universidad de Washington, im partí las Conferencias Storrs sobre «Ob­ jetividad» en la Facultad de Derecho de Yale en septiembre de 1990, las Conferencias Rosenthal sobre «El dom inio de lajusticia» en la Facultad de D erecho de la Universidad de Northwestern en septiembre de 1998 y una conferencia especial sobre «Los derechos hum anos y los límites del derecho» en la Escuela Cardozo de Derecho de la Universidad de Yeshiva en septiembre de 2005*. En la economía, mi especialidad original, que tiene considerable relevancia para la idea de justicia, me he servido con gran provecho de discusiones regulares a lo largo de muchas décadas con George Akerlof, Amiya Bagchi, Jasodhara Bagchi, el difunto Dipak Baneijee. Nirmala Baneijee, Pranab Bardhan, Alok Bhargava, Christopher Bliss, Samuel Bowles, Samuel Brittan, Robert Cassen, el difunto Sukhamov Chakravarty, Partha Dasgupta, Mrinal Datta-Chaudhuri, Angus Deaton, Meghnad Desai,Jean Dréze, Bhaskar Dutta,Jean-Paul Fitoussi, NancvFolbre, Albert Hirschman, Devaki Jain, Tapas Majumdar, Mukul Majumdar, Stephen Marglin, Dipak Mazumdar, Luigi Pasinetti, el difunto I. G. Pa-

* Las C o n feren cias Dewey fu e ro n o rg an izad as p o r Isaac I evi, las C o n feren cias Storrs p o r G uido Calabresi, las C o nferencias R osen th al p o r R onald Allen y la confe­ ren cia especial en C ardozo p o r David R udenstine. Me e n riq u ec í e n o rm e m e n te d e mis discusiones con ellos v sus colegas.


L a ID E A D E LA J U S T I C I A

tel, Edm und Phelps, K N. Raj, V. K Ram achandran, Jeffrey Sachs, Arju n Sengupta, Rehm an Sobhan, Barbara Solow, Robert Solow, Nicholas Stem, Joseph Stiglitz y Stefano Zamagni. De igual m anera, he tenido útiles conversaciones con Isher Ahluwalia, M ontek Ahluwalia, Paul Anand, el difunto Peter Bauer, Abhijit Banerjee, Lourdes Beneria, Timothy Besley, Ken Binmore, Nancy Birdsall, Walter Bossert, François Bourguignon, Satya Chakravarty, Ranchan Chopra, Vincent Crawford, Asim Dasgupta, Claude d ’Aspremont, Pe­ ter Diamond, Avinash Dixit, David Donaldson, Esther Duflo, Franklin Fisher, Marc Fleurbaey, Robert Frank, Benjamin Friedman, Pierangelo Garegnani, el difunto Louis Gevers, el difunto W. M. Gorman, Jan GraafF, Jean-Michel G randm ont, Jerry Green, Ted Groves, Frank H ahn, Wahidul H aque, Christopher Harris, Barbara Harris White, el difunto Jo h n Harsanyi, James Heckman, Judith Heyer, el difunto Jo h n Hicks, Jane H um phries, N urul Islam, Rizwanul Islam, Dale Jorgenson, Daniel Kahneman, Azizur Rahman Khan, Alan Kirman, Serge Kolm, Janos K ornai, M ichael Kramer, el d ifu n to Jean-Jacques Laffont, Richard Layard, Michel Le Breton, Ian Little, A nuradha Luther, el difunto Ja­ mes Meade, Jo h n Muellbauer, Philippe Mongin, Dilip Mookerjee, Anja n Mukheiji, Khaleq Naqvi, Deepak Nayyar, Rohini Nayyar, Thomas Piketty, Robert Poliak, Anisur Rahman, Debraj Ray, M artin Ravallion, Alvin Roth, Christian Seidl, M ichael Spence, T. N. Srinivasan, David Starrett, S. Subramanian, Cotarro Suzumura, M adura Swaminathan, Judith Tendler, Jean Tiróle, Alain Trannoy, Jo h n Vickers, el difunto Wi­ lliam Vickery, Jorgen Weibull, Glen Weyl y M enahem Yaari. Tam bién m e he beneficiado m ucho de conversaciones de años sobre u na variedad de temas vinculados a la justicia con Alaka Basu, Dilip Basu, Syla Benhabib, Sugata Bose, Myra Buvinic, Lincoln Chen, M artha Caen, David Crocker, Barun De, Jo h n D una, Julio Frenk, Sakiko Fukuda-Parr, R am achandra Guha, G aeta Rao Gupta, Geoffrey H aw thorn, Eric Hobsbawm, Jen n ifer H ochschild, Stanley H offm ann, Alisha H olland, Richard H orton, Ayesha Halal, Felicia Knaul, Melis­ sa Lane, Mary Kaldor, Ja n e M ansbridge, M ichael M arm ot, Barry Mazur, Pratap Bhanu M ehta, Uday M ehta, el difunto Ralph Miliband, C hristopher Murray, E linor Ostrom, Carol Richards, David Richards, J o n a th a n Riley, M ary R obinson, E laine Scarry, G areth S tedm an Jones, Irene Tinker, M egan Vaughan, D orothy W edderbum , Leon Wiesel tier yJames Wolfensohn. La parte del libro que trata de la dem o­ cracia en su relación con la justicia (capítulos 15 a 17) procede de

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A g r a d e c im ie n t o s

mis tres conferencias sobre «Democracia» en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados (SAIS) de la Universidad de Jo h n s Hopkins en su cam pus de W ashington, en 2005. Esas conferencias fueron el resultado de u n a iniciativa de Sunil Khilnani, con el respaldo de Francis Fukuyama, de quienes recibí sugerencias muy útiles. Las char­ las mismas generaron otras discusiones en esas reuniones de SAIS, que fueron muy productivas para mí. El nuevo program a de H arvard sobre «Justicia, bienestar y econo­ mía», que dirigí durante cinco años, de enero de 2004 a diciem bre de 2008, m e ofreció tam bién u n a o p ortunidad maravillosa de interactuar con estudiantes y colegas interesados en problem as similares des­ de diferentes campos. W alter Johnson, el nuevo director, sostiene y extiende estos contactos con gran autoridad. Y yo m e he tom ado la li­ bertad de presentar la tesis central de este libro en m i despedida ante el grupo, y he recibido muchas preguntas y com entarios excelentes. Erin Kelly y Thom as Scanlon han sido inm ensam ente serviciales al leer b u en a parte del m anuscrito y hacer m uchas observaciones im­ portantes. Les estoy muy agradecido a ambos. Los gastos de investigación, incluidos los de asistencia, h an sido cubiertos en parte p o r un proyecto quinquenal sobre dem ocracia del C entro de Historia y Econom ía del King’s College de Cam bridge, con financiación conjunta de la Fundación Ford, la Fundación Rockefeller y la Fundación M ellon en tre 2003 y 2008, y después p o r un proyecto sufragado p o r la Fundación Ford sobre «La India en el m undo global», con particular énfasis en la relevancia de la historia intelectual india en cuestiones contem poráneas. Agradezco m ucho este apoyo, así com o la espléndida coordinación de estos proyectos p o r Inga H uid M arkan. H e tenido tam bién la bu en a fortuna de con­ tar con asistentes de investigación muy hábiles e imaginativos, que se han interesado m ucho en el libro y han hecho com entarios muy pro­ ductivos que me han ayudado a m ejorar mis argum entos y la presen­ tación. Por ello debo m ucho a Pedro Ramos Pinto, que trabajó con­ migo más de un año y dejó su huella en el libro, y a Kirsty W alker y Afsan Badhelia p o r sus excelentes apoyo y aporte intelectual. El libro está publicado p o r P enguin en G ran B retaña y p o r H ar­ vard en Estados Unidos. Mi editor de H arvard, M ichael A ronson, ha hecho m uchas sugerencias excelentes. Los dos lectores anónim os del m anuscrito me b rindaron com entarios notables, y puesto que mi trabajo detectivesco me h a revelado que ellos fueron Frank Lovett y


I A ID E A D E LA J U S T IC IA

Bill Talbott, puedo darles las gracias con sus nom bres. La producción y la edición del texto en Penguin se han realizado con im pecable com petencia en u n tiem po muy breve, gracias al trabajo veloz e in­ cansable de Richard D uguid (director editorial),Jan e R obertson (redactora editorial) y Phillip Birch (asistente editorial). Estov muy agra­ decido con todos ellos. Me resulta imposible expresar de m anera adecuada mi gratitud al editor de este texto, Stuart Proffitt de Penguin, quien ha hecho co­ m entarios y sugerencias inestimables sobre cada capítulo (en reali­ dad, sobre casi cada página de cada capítulo) y m e ha perm itido reescribir m uchas partes del m anuscrito para hacerlo más claro v más accesible. Su consejo sobre la organización general del libro ha sido indispensable. Puedo im aginar el alivio que experim entará cuando este libro, p o r fin, deje sus manos.


I n tr o d u c c ió n . Un e n fo q u e d e la j u s t ic ia

C ie r c a de dos meses y m edio antes de la tom a de la Bastilla en París, que efectivamente fue el comienzo de la Revolución francesa, el filó­ sofo político y orador irlandés E dm und Burke dijo en el Parlam ento británico: «Ha ocurrido u n evento sobre el cual es difícil hablar e im­ posible callar». Era el 5 de mayo de 1789. El discurso de Burke no te­ nía nada que ver con la torm enta que se avecinaba en Francia. Se tra­ taba más bien de la recusación de W arren Hastings, quien dirigía el ejército británico en la India O riental, con el cual se iniciaba el des­ pliegue del dom inio im perial en el subcontinente tras la victoria en la batalla de Plassey, el 23 de ju n io de 1757. Al im pugnar a W arren Hastings, Burke invocaba «las eternas leves de la justicia» que el m ilitar habría violado. La im posibilidad de ca­ llar sobre u n a cuestión es u n a observación que puede hacerse sobre m uchos casos de p atente injusticia que nos enfurecen a tal punto que el lenguaje se queda corto. Y sin em bargo, cualquier análisis de la injusticia exigiría articulación clara y escrutinio razonado. Burke, en efecto, no tenía problem as de expresión: habló con elo­ cuencia no sólo de u n a fechoría de Hastings sino de muchas, y proce­ dió a presentar num erosas y distintas razones sobre la necesidad de acusar al oficial y cuestionar la naturaleza del naciente dom inio bri­ tánico en la India: Acuso al caballero Warren Hastings de graves crímenes y abusos. Lo acuso en nom bre de los Comunes de la Gran Bretaña, reunidos en un Parlamento cuya confianza ha sido traicionada. Lo acuso en nom bre de todos los Comunes de la Gran Bretaña, cuyo carácter nacional ha sido


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deshonrado. Lo acuso en nom bre del pueblo de la India, cuyas leyes, libertades y derechos él ha subvertido; cuyas propiedades ha destruido, y cuyo país ha devastado. Lo acuso en nom bre y en virtud de esas eter­ nas leyes de la justicia que él ha violado. Lo acuso en nom bre de la pro­ pia naturaleza humana, que él ha ultrajado, injuriado y oprimido con crueldad, en ambos sexos, en cada edad, rango, situación v condición de vida1.

N ingún argum ento en especial aparece aquí com o la razón para acusar a W arren Hastings, com o un solo golpe de triunfo. Burke pre­ senta u na colección de distintas razones para acusarlo*. Más adelan­ te, exam inaré el procedim iento que puede llamarse «fundamentación plural», es decir, el uso de diferentes argum entos para condenar, sin buscar u na concordancia entre sus m éritos relativos. La cuestión subyacente es si tenem os que llegar a un acuerdo sobre un tipo de censura específica con miras a un consenso razonado sobre el diag­ nóstico de u n a injusticia que exige u n a rectificación urgente. Para la idea de lajusticia resulta crucial que tengam os un fuerte sentim iento de injusticia con m uchos y diferentes fundam entos, y sin em bargo que no coincidam os en un fundam ento particular com o razón dom i­ nante para el diagnóstico de la injusticia. Tal vez se pueda perfilar una ilustración más inm ediata y contem ­ poránea de esta tesis general acerca de las implicaciones congruentes al considerar un evento reciente: la decisión del gobierno estadouni­ dense de lanzar u n a invasión militar de Irak en 2003. Hay diversas m aneras de juzgar decisiones de este tipo, pero la cuestión aquí con­ siste en si es posible que varios argum entos distintos y divergentes aún pueden llevar a la misma conclusión: en este caso, que la política

* N o m e refiero a q u í a la v eracidad táctica d e las acusaciones d e Burke. sino tan sólo a su en fo q u e general al p re se n ta r u n a p lu ralid ad d e fu n d a m e n to s p ara la fo rm u la­ ción de cargos. La tesis p artic u la r d e B urke sobre la p e rfid ia perso n al d e H astings era m ás b ien injusta con éste. P arad ó jicam en te, B urke h ab ía d e fen d id o antes al taim ado R o b ert Clive, q u ien era m u ch o más resp o n sab le d el saq u eo ilegal d e la In d ia bajo el d o m in io del ejército, algo q u e H astings trató d e c o n te n e r m e d ia n te u n fu erte énfasis e n la ley y el o rd e n , así com o en u n a cierta h u m an izació n d el g o b ie rn o m ilitar q u e se ech ab a d e m en o s hasta entonces. H e discutido estos h ech o s históricos en u n Discurso C onm em orativo en la A lcaldía d e L ondres, co n ocasión d e los doscientos cin cu e n ta años de la batalla de Plassey, en ju n io d e 2007. La co n feren cia se publicó, en u n a ver­ sión m ás extensa, bajo el título d e «Im perial Illusions: India, B ritain a n d th e W rong Lessons» e n The Neiu Republic, d iciem b re de 2007.

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In tro d u c c ió n . U n e n fo q u e d e la ju s tic ia

adoptada p o r la coalición dirigida p o r Estados Unidos al desatar la guerra de Irak en 2003 estaba equivocada. Considerem os los diferentes argum entos presentados, cada uno de m anera muy plausible, com o críticas de la decisión de invadir Irak*. Prim ero, la conclusión de que la invasión fue una equivoca­ ción puede sustentarse en la necesidad de mayor consenso global, en particular a través de las Naciones Unidas, antes de que un país p u ­ diera de m odo justificable enviar su ejército a otro país. U n segundo argum ento p u ed e co n tem p lar la im portancia de estar bien infor­ m ado, p o r ejem plo sobre los hechos relativos a la presencia o ausen­ cia de armas de destrucción masiva en Irak antes de la invasión, com o paso previo a la tom a decisiones m ilitares que inevitablem ente p o n ­ d rían a m ucha gente en peligro de ser asesinada, m utilada o despla­ zada. U n tercer argum ento p u ed e relacionarse con la dem ocracia com o «gobierno p o r discusión» (para usar esa vieja frase atribuida con frecuencia a Jo h n Stuart Mili, aunque em pleada antes p o r Walter Bagehot), y concentrarse más bien en la significación política de la distorsión informativa de lo que se p resenta a la población del país, incluida la ficción fabricada (como los vínculos im aginarios de Sadam Hussein con los sucesos del 11 de septiem bre o con Al Q aed a), lo cual hizo aún más difícil la evaluación de la propuesta de ir a la guerra para los ciudadanos am ericanos. U n cuarto argum ento no aludiría a ninguno de los aspectos m encionados, sino más bien a las consecuencias reales de la intervención: ¿llevaría la paz y el o rden al país invadido, a O riente Próxim o o al m undo, y podría esperarse que reduciría los peligros de violencia y terrorism o global en lugar de intensificarlos? Todas éstas son consideraciones serias, que im plican preocupa­ ciones evaluativas muy diferentes, n inguna de las cuales podría ser descartada p o r nim ia o irrelevante en u n a valoración de acciones de este tipo. Y en general, p u ed en no conducir a la misma conclusión. Pero si se dem uestra, com o en este ejem plo concreto, que todos los criterios sostenibles llevan al mismo diagnóstico de u n erro r enorm e, entonces esa conclusión específica no necesita esperar a la determ i­

* T am bién h u b o arg u m en to s en favor d e la intervención. U n o se refería a la creen­ cia d e qu e Sadam H ussein era el responsable d e los ataques terroristas del 11 d e septiem ­ bre, y o tro q ue era aliado de Al Q aeda. N in g u n o resultó ser correcto. Es verdad que H ussein era u n dictad o r brutal, p ero había y hay m uchos com o él e n to d o el m u n d o .


L a ID t.A DI'. I.A J U S T IC IA

nación de las prioridades relativas vinculadas a tales criterios. La re­ ducción arbitraria de principios múltiples y potencialm ente conflic­ tivos a un solitario principio supèrstite, m ediante la decapitación de todos los demás criterios de evaluación, no es, en efecto, un prerrequisito para alcanzar conclusiones sólidas y útiles sobre lo que se debe hacer. Esto se aplica tanto a la teoría de la justicia cuanto a cual­ quier otro aspecto de la disciplina de la razón práctica.

R a z ó n y j u s t ic ia

La necesidad de una teoría de la justicia se refiere a la disciplina de em plear la razón en un tem a sobre el cual, com o hacía notar Burke, es muv difícil hablar. Aveces se dice que la justicia no es en abso­ luto una cuestión de razón, sino de ten er la sensibilidad apropiada v el olfato adecuado para la injusticia. Es fácil caer en la tentación de pensar así. C uando nos enfrentam os, p o r ejemplo, a una ham bruna atroz, parece natural protestar en lugar de razonar de m anera elabo­ rada sobre la justicia v la injusticia. Y sin em bargo, una calamidad se­ ría cosa de injusticia tan sólo si pudiera h ab er sido evitada, v particu­ larm ente si quienes pudieran haberla evitado h an fallado. De alguna m anera, razonar no es más que pasar de la observación de una trage­ dia al diagnóstico de una injusticia. Más aún, los casos de injusticia pueden ser m ucho más complejos y sutiles que la evaluación de una calam idad observable. Podría haber diferentes argum entos condu­ centes a conclusiones disímiles, y las evaluaciones de lajusúcia serían todo m enos correctas. A m enudo, la evitación de la justificación razonada no proviene de los indignados disidentes sino de los plácidos guardianes del or­ den y de la justicia. A lo largo de la historia, la reticencia ha atraído a los que m andan o están investidos de autoridad pública, que no es­ tán seguros de sus razones para actuar o n o quieren exam inar los fundam entos de sus políticas. Lord Mansfield, el poderoso magistra­ do inglés del siglo x v m , dio un famoso consejo a un gobernador colonial recién nom brado: «Considere lo que usted crea que lajusticia dem anda y actúe en consecuencia. Pero n u n ca dé sus razones; pues su decisión será probablem ente correcta, pero sus razones se­ rán ciertam ente erróneas»2. Este p u ed e ser u n buen consejo para un gobierno sensato, pero de seguro no es la m anera de garanúzar que

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In tro d u c c ió n . Un e n fo q u e d e la ju s tic ia

se haga lo correcto, ni ayuda a que la gente afectada vea que se hace justicia, lo cual, com o se discutirá después, es parte de la disciplina de tom ar decisiones sostenibles referentes a lajusticia. Los requisitos de u n a teoría de lajusticia incluyen p o n er la razón e n ju e g o en el diagnóstico de lajusticia y la injusticia. D urante más de cien años, estudiosos de lajusticia en diferentes partes del m undo han intentado ofrecer el fundam ento intelectual para pasar de un sentim iento general de injusticia a diagnósticos particulares razona­ dos de la injusticia, y de éstos a los análisis de las formas de prom over lajusticia. A lo largo y ancho del m undo, las tradiciones de la razón sobre la justicia y la injusticia tienen prolongadas y sorprendentes historias, de las cuales pu ed en extraerse luminosas sugerencias sobre las razones de lajusticia, com o se verá enseguida.

L a Il u s t r a c ió n y u x a d iv e r g e n c ia b á s ic a

Aun cuando el tem a de lajusticia social h a sido discutido en todas las épocas, la disciplina recibió u n im pulso especialm ente fuerte du­ rante la Ilustración europea en los siglos x v m y x ix , gracias al estí­ m ulo del clima político de cam bio y a la transform ación social y eco­ nóm ica que entonces tenía lugar en E uropa y América. Hav dos líneas básicas y div ergentes de razonam iento sobre la justicia entre los principales filósofos vinculados al pensam iento radical en ese pe­ riodo. La distinción entre los dos enfoques ha recibido m ucha m e­ nos atención de la que m erece. Em pezaré con esta dicotom ía, pues ella servirá para localizar el entendim iento particular de la teoría de lajusticia que trato de presentar en este trabajo. U no de los enfoques, orientado p o r la obra de Thom as H obbes en el siglo x v n y seguido de diferentes formas p o r pensadores tan excep­ cionales como JeanJacques Rousseau, se concentraba en identificar los esquemas institucionales justos para la sociedad. Este enfoque, que p u ed e llam arse «institucionalism o trascendental», tiene dos características específicas. Prim ero, concentra su atención en lo que identifica como justicia perfecta, más que en com paraciones relativas de lajusticia y la injusticia. Intenta tan sólo identificar las característi­ cas sociales que no pu ed en ser sobrepasadas desde el punto de vista de lajusticia, y su p u nto focal no tiene que ver entonces con la com pa­ ración entre sociedades factibles, todo lo cual puede ser insuficiente


L a ID E A D E L A J U S T IC IA

para alcanzar los ideales de la perfección. La búsqueda se orienta ha­ cia la identificación de la naturaleza de lo «justo» y no al hallazgo de algunos criterios para u n a opción «menos injusta» que otra. Segundo, al buscar la perfección, el institucionalismo trascendental se dedica de m anera prim aria a hacer justas las instituciones, por lo cual no se ocupa directam ente de las sociedades reales. La naturaleza de la sociedad que eventualm ente resulte de un marco institucional determ inado también depende, por supuesto, de aspectos no institu­ cionales, como el com portam iento real de la gente y sus interacciones sociales. Al elaborar las consecuencias probables de las instituciones, si y cuando una teoría institucionalista trascendental se ocupa de ello, se hacen algunas conjeturas específicas sobre com portam iento que ayu­ dan al funcionam iento de las instituciones elegidas. Estas dos características se refieren al m odelo de pensam iento «contractualista» que iniciara Thom as H obbes y que fuera continua­ do p o r Jo h n Locke, JeanJacques Rousseau e Im m anuel Kant'’. Un hi­ potético «contrato social», que se supone resultante de una elección, está claram ente com prom etido con una alternativa ideal al caos que de otra m anera caracterizaría a la sociedad, y los contratos discutidos p o r estos autores se referían a la elección de instituciones. Como resultado final, surgieron teorías de lajusticia que se orientaban a la identificación trascendental de las instituciones ideales". Im porta, sin em bargo, señalar aquí que los institucionalistas tras­ cendentales en busca de las instituciones perfectam ente justas han presentado tam bién análisis p ro fundam ente ilustrativos de los im pe­ rativos m orales o políticos referentes al com portam iento social apro­ piado. Esto se aplica de m anera particular a Im m anuel Kant v a Jo h n Rawls, que h an trabajado en la investigación institucional trascen­ dental, pero que tam bién han aportado estudios de gran alcance so­ bre las exigencias de las reglas de conducta. Aun cuando ellos se han

* A un c u a n d o el e n fo q u e contractualista de laju sticia a p a rtir d e H obbes co m b in a trascendentalism o e institucionalism o, conviene observar q u e las dos caracterísdcas no van n e c esariam en teju n ta s. P odem os, p o r ejem plo, te n e r u n a te o ría trascen d en tal cen­ trad a e n realizaciones sociales m ás q u e en instituciones (la b ú sq u e d a del m u n d o utili­ tario p erfecto , h ab itad o p o r g en te feliz, sería u n sim ple ejem p lo d e la aspiración a u n a «trascendencia basada e n realizaciones»), O p o d em o s c en tra rn o s en evaluaciones ins­ titucionales d e carácter com parativo, e n lu g ar d e e m p re n d e r la b ú sq u e d a trascen d en ­ tal d el co n ju n to p erfecto d e instituciones sociales (p re fe rir u n p a p e l m ayor o m e n o r del m ercad o libre sería u n a m u estra d e institucionalism o co m p arativ o ).


In tro d u c c ió n . U n e n fo q u e d e la ju s tic ia

concentrado en opciones institucionales, sus análisis se p u ed en ver, de m anera más general, com o enfoques de lajusticia «basados en es­ quemas», de tal suerte que los esquemas incluyen tanto el com porta­ m iento correcto cuanto las instituciones correctas*. Obviam ente, existe un contraste radical entre u n a concepción de lajusticia «basa­ da en esquemas» y u n a concepción «basada en realizaciones»: esta últim a debe concentrarse, p o r ejem plo, en el com portam iento real de la gente en lugar de presum ir la observancia general de un com­ portam iento ideal. En contraste con el institucionalism o trascendental, otros teóri­ cos de la Ilustración adoptaron varios enfoques comparativos que se ocupaban de las realizaciones sociales resultantes de las instituciones reales, el com portam iento real y otras influencias. Diferentes versio­ nes de u n tal com parativism o p u e d e n en co n trarse, p o r ejem plo, en las obras de Adam Smith, el m arqués de C ondorcet, Jerem y Bentham , Mary Wollstonecraft, Karl Marx y jo h n Stuart Mili, entre otros líderes del pensam iento innovador en los siglos x v m y x ix . Aun cuando estos autores, con sus muy diferentes ideas sobre las exigen­ cias de lajusticia, propusieron muy distintas formas de com paración social, puede decirse, con tan sólo u n a ligera exageración, que todos ellos estaban implicados en com paraciones entre sociedades que va existían o que podían existir, en lugar de reducir sus análisis a la bús­ queda trascendental de u n a sociedad perfectam ente justa. Aquellos que se concentraban en com paraciones basadas en realizaciones es­ taban principalm ente interesados en la elim inación de la injusticia manifiesta en el m undo que observaban. La distancia entre los dos enfoques, el institucionalism o trascen­ dental, p o r u na parte, y la com paración basada en realizaciones, p o r la otra, resulta crucial. Da la casualidad de que de la prim era tradi­ ción, la del institucionalism o trascendental, deriva hov la filosofía política dom inante en su exploración de la teoría de lajusticia. La más poderosa y determ inante exposición de este enfoque de lajusti­ cia se puede encontrar en la obra del principal filósofo político de

* C om o explica Rawls: «La o tra lim itación d e n u estra discusión es qu e e n su mayo­ ría yo exam ino los p rincipios de lajusticia q u e reg u larían u n a sociedad b ien o rd en a d a . Se su p o n e q u e cada u n o actú a d e m a n e ra ju s ta y hace su p arte p ara el so sten im ien to de instituciones justas» (Teoría de la justicia, FCE, M éxico, 1979 [ed. cit. A Theory ofjustice, H arv ard University Press, C am bridge, 1971, pp. 7-8]).


La

id e a d e l a ju s t ic ia

nuestro tiem po, Jo h n Rawls, cuyas ideas y contribuciones de largo al­ cance serán exam inadas en el capítulo 2 «Rawls y más allá»*. En efec­ to, los «principios de lajusticia» de Rawls en su Teoría de la justicia están enteram ente definidos en relación con las instituciones perfec­ tam ente justas, aunque él tam bién investiga, de m anera muy esclarecedora, las norm as del correcto com portam iento en contextos políti­ cos y morales**. Otros em inentes teóricos contem poráneos de lajusticia tam bién han tom ado la ruta del institucionalismo trascendental en sentido amplio. Pienso en Ronald Dworkin, David G authier y Robert Nozick, entre otros. Sus teorías, que nos han ofrecido diferentes e im portan­ tes percepciones sobre las exigencias de u n a «sociedad justa», com­ parten el propósito com ún de identificar reglas e instituciones justas, aunque sus identificaciones de estos esquemas vienen en formas muy distintas. La caracterización de las instituciones perfectam ente justas se ha convertido en el ejercicio central de las m odernas teorías de la justicia.

E l p u n t o d e p a r t id a

En contraste con casi todas las m odernas teorías de lajusticia, que se concentran en la «sociedad justa», este libro es u n intento de inves­ tigar com paraciones basadas en realizaciones que se orientan al avan­ ce o al retroceso de lajusticia. En este sentido, no pertenece a la fuer­ te y celebrada tradición filosófica del institucionalismo trascendental (fundada p or H obbes y desarrollada p o r Locke, Rousseau y Kant, en­ tre otros), sino más bien a la «otra» tradición que tam bién se form ó en el mismo periodo o poco después (im pulsada de diversas m aneras

* E n su Teoría de lajusticia explica: «Mi p ro p ó sito es p re s e n ta r u n a c o n c e p c ió n d e la ju stic ia q u e g en eraliza y eleva a u n m ayor nivel d e ab stracció n la te o ría fam iliar del c o n tra to social q u e se e n c u e n tra en L ocke, R ousseau y Kant». V éase tam b ién su Libe­ ralismo político, C rítica, B arcelo n a, 1996. Las ru ta s c o n tractu alistas d e la te o ría d e la ju stic ia h a b ía n sido enfatizad as va e n su te m p ra n o y p re c u rs o r ensayo La justicia como equidad [1958], Tecnos, M adrid, 1986. ** Al su g e rir la n ec esid ad d e lo q u e d e n o m in a u n «equ ilib rio reflexivo», Rawls in c o rp o ra a su análisis social la n ec esid ad d e so m e te r los valores y las p rio rid a d e s al escru tin io de la crítica. D e igual m o d o , c o m o se m e n c io n ó an tes, e n el análisis rawlsiano las «instituciones justas» se id en tific a n co n la p re s u n c ió n d e c u m p lim ie n to de la c o n d u c ta real con las n o rm as co rrectas.


In tro d u c c ió n .

Un e n fo q u e d e la ju s tic ia

p o r Smith, Condorcet, Bentham , Wollstonecraft, Marx y Mili, entre otros). El hecho de que yo com parta el p u nto de partida con estos distintos pensadores no indica, p o r supuesto, que esté de acuerdo con sus teorías sustantivas (esto debería ser obvio puesto que ellos mismos difieren tanto unos de otros), y al ir más allá de tal p u nto te­ nem os que m irar a algunos de los puntos de llegada eventual*. El res­ to del libro explorará ese viaje. Debe atribuirse im portancia al p u n to de partida, y en particular a la selección de unas preguntas que van a responderse (por ejemplo, «¿Cómo debería prom overse lajusticia?») en lugar de otras (por ejemplo, «¿Qué serían las instituciones perfectam ente justas?»). Este cam bio de rum bo tiene el doble efecto, prim ero, de tom ar la ruta com parativa en lugar de la trascendental, y segundo, de concentrar­ se en las realizaciones reales de las sociedades estudiadas más que en las instituciones y las reglas. Dado el actual equilibrio de énfasis en la filosofía política contem poránea, esto requerirá u n cam bio radical en la form ulación de la teoría de lajusticia. ¿Por qué necesitam os este doble cam bio de rum bo? Em piezo p o r el trascendentalísm o. Aquí veo dos problem as. Prim ero, p u ed e no h ab er consenso razonado, incluso bajo estrictas condiciones de im­ parcialidad y escrutinio razonable (por ejem plo, com o lo identifica Rawls en su «posición original») sobre la naturaleza de la «sociedad justa»: ésta es la cuestión de la factibilidad de en co n trar u n a solución trascendental de consenso. Segundo, u n ejercicio de razón práctica que en trañ a una elección real exige u n esquem a p ara com parar la justicia de escoger en tre las alternativas factibles y no u n a identifica­ ción de u n a situación p erfecta posiblem ente no disponible que podría no ser trascendida: tal es la cuestión de la redundancia de la búsqueda de una solución trascendental. Discutiré ah o ra estos pro­ blemas en ia perspectiva trascendental (tanto factibilidad com o re­ dundancia), pero antes p erm ítanm e com entar brevem ente sobre la concentración institucional im plícita en el enfoque del instituciona­ lismo trascendental.

* Estos au to res e m p le a n la p a lab ra «justicia» d e m u ch as form as distintas. C om o observaba A dam Sm ith, el té rm in o «justicia» tie n e «varios significados d iferentes» (Teoría de los sentimientos morales [1790], A lianza E ditorial, M adrid, 2009 [ed. cit. The Theory o f Moral Sentiments, 6.a ed., C la re n d o n Press, O x fo rd , 1976, p, 2 6 9 ]). E x am in a­ ré las ideas d e Sm ith so b re la justicia e n el m ás am p lio sen tid o .


La id e a d e l a j u s t i c i a

Este segundo com ponente del cam bio de rum bo se refiere a la necesidad de enfocar las realizaciones y conquistas reales, en lugar del establecim iento de lo que puede identificarse com o las institu­ ciones y reglas correctas. El contraste tiene que ver aquí, com o se ha m encionado antes, con u n a dicotom ía general y m ucho más am plia entre u n a visión de lajusticia centrada en esquemas y u n a concep­ ción de lajusticia centrada en realizaciones. La prim era línea de p en ­ sam iento postula que lajusticia sea conceptualizada desde el p u n to de vista de ciertos esquemas organizacionales —unas instituciones, unas regulaciones, unas reglas de conducta— cuya presencia activa indicaría que se hace justicia. En este contexto, la cuestión es si el análisis de la justicia debe reducirse a lograr instituciones básicas y reglas generales correctas. ¿No deberíam os tam bién exam inar lo que surge de la sociedad, incluidas las vidas que las personas viven real­ m ente con las instituciones y reglas existentes, así com o otras influen­ cias, com o el com portam iento real, que afectarían ineludiblem ente a las vidas hum anas? C onsideraré los argum entos para los dos cambios de rum bo en form a sucesiva. Em piezo con los problem as de la identificación tras­ cendental, en prim er lugar con la cuestión de la factibilidad y luego con la cuestión de la redundancia.

L a f a c t ib il id a d d e u n a c u e r d o t r a s c e n d e n t a l ú n ic o

Puede haber serias diferencias en tre los principios rivales de ju sti­ cia que sobrevivan al escrutinio de la crítica y que puedan reivindicar la im parcialidad. Este problem a es suficientem ente serio, p o r ejem­ plo, para la conjetura de Jo h n Rawls, según la cual habrá una elección unánim e de «los dos principios de lajusticia» en u n a situación hipo­ tética de igualdad prim ordial (él la llam a «la posición original»), en donde los intereses creados de la gente no son conocidos p o r la gen­ te misma. Ello supone que básicam ente sólo hay u n tipo de argu­ m ento imparcial, que satisface las exigencias de la equidad y está li­ bre de intereses creados. Esto, creo yo, p u ed e ser un error. Puede h ab er diferencias, p o r ejemplo, en los pesos relativos exac­ tos que se otorguen a la igualdad distributiva, p o r u n a parte, y al in­ crem ento global o agregado, p o r la otra. En su identificación tras­ cendental, J o h n Rawls fija u n a fórm ula tal (la regla lexicográfica, que


In tro d u c c ió n .

U n e n f o q u e d f, l a j u s t i c i a

se discute en el capítulo 2), en tre m uchas disponibles, sin argum en­ tos convincentes que elim inarían todas las dem ás alternativas que p ueden com petir p o r la atención im parcial con la muy especial fór­ m ula de Rawls*. Puede h ab er m uchas otras diferencias razonadas vinculadas a las fórmulas particulares en las cuales Rawls concentra sus dos principios de lajusticia, sin m ostrarnos p o r qué otras alterna­ tivas no continuarían exigiendo atención en la atm ósfera im parcial de su posición original. Si u n diagnóstico de esquemas sociales perfectam ente justos es incurablem ente problem ático, la estrategia en tera del instituciona­ lismo trascendental resulta entonces muy dañada, incluso si estuvie­ ren disponibles todas las alternativas concebibles. Por ejem plo, los dos principios de lajusticia en la clásica investigación de Jo h n Rawls sobre la «justicia com o equidad», que se discutirá más am pliam ente en el capítulo 2, versan sobre las instituciones p erfectam ente justas en u n m undo en el que todas las alternativas están disponibles. Sin em bargo, lo que no sabemos es si la pluralidad de las razones p ara la justicia perm itiría que un único conjunto de principios de lajusticia surgiera de la posición original. La elaborada exploración de lajusti­ cia social rawlsiana, que procede paso a paso desde la identificación y el establecim iento de justas instituciones, se atascaría entonces en la misma base. En sus escritos posteriores, Rawls hace algunas concesiones al re­ conocim iento de que, «por supuesto, los ciudadanos discreparán so­ bre las concepciones políticas de lajusticia que consideren más razo­ nables». En efecto, en El derecho de gentes (1999) viene a decir: El contenido de la razón pública viene dado por una familia de con­ cepciones políticas de lajusticia y no por una sola concepción. Existen muchos liberalismos y opiniones relacionadas, y por consiguiente mu­ chas formas de razón pública, determinadas por una familia de concep­ ciones políticas razonables. Lajusticia como equidad, abstracción he­ cha de sus méritos, es apenas una entre varias4.

* D iscuto diferentes tipos d e reglas im parciales d e distribución en mi Sobre la desi­ gualdad económica (Crítica, B arcelona, 1979). V éanse tam bién Alan Rvan (ed.) Justice (C larendon Press, O xford, 1993) y David Miller, Principies o f Social Justice (H arvard U ni­ versity Press, C am bridge, 1999).


L a id f .a d e l a j u s t i c i a

No está claro, sin em bargo, cóm o afrontaría Rawls las implicacio­ nes de largo alcance de esta concesión. Las instituciones específicas, firm em ente escogidas para la estructura básica de la sociedad, de­ m andarían u n a respuesta específica de los principios de la justicia, al estilo de la que Rawls había planteado en sus prim eros trabajos, in­ cluida la Teoría de la justicia (1971)*. U na vez abandonada la reivindi­ cación de singularidad de los principios rawlsianos de la justicia (tal com o aparece esbozada en los trabajos tardíos de Rawls). el progra­ m a institucional estaría aquejado de seria indeterm inación, v Rawls no nos dice m ucho acerca de cóm o un conjunto de instituciones en particular sería escogido sobre la base de principios rivales de justicia que exigirían diferentes com binaciones institucionales para la es­ tructura básica de la sociedad. Rawls podría, desde luego, resolver ese problem a m ediante el abandono del institucionalism o trascen­ dental de su obra tem prana (en particular de su Teoría de la justicia)y tal sería la ju g ad a que atraería más a este autor en particular” . Pero m e tem o que no pu ed o afirm ar que tal era la dirección a la que Rawls mismo se orientaba de m anera definitiva, aun cuando algunos de sus trabajos tardíos plantean p o r fuerza esa cuestión.

T r e s n iñ o s y u n a f l a u t a : U n a il u s t r a c ió n

En el corazón del problem a particular de u n a solución imparcial única para la sociedad perfectam ente justa radica la posible sostenibilidad de las razones plurales y rivales para lajusticia, que tienen todas as­ piraciones a la imparcialidad y que no obstante difieren unas de otras y

* Rawls discute las dificultades d e llegar a u n co n ju n to ú nico d e principios p ara o rien tar la escogmáa d e instituciones en la posición original e n su libro Lajusticia como equidad: una reformulación [2001 ], Paidós, B arcelo n a, 2002 [ed. cit. Justice as Faimess: A Restatement, Erin Kelly (ed.), H arvard University Press, Cam bridge, 2001, pp. 132-134], Estoy m uy ag radecido co n E rin Kelly p o r discutir co n m ig o la relació n e n tre los escritos tardíos de Rawls y sus tem p ran as form ulaciones d e la teoría d e lajusticia com o equidad. ** El escepticism o de J o h n Gray sobre la teo ría rawlsiana d e lajusticia es m u ch o más radical qu e el m ío, p ero los dos estam os d e a c u erd o en rechazar la creencia en que las cuestiones sobre valores tien en u n a sola respuesta correcta. T am bién coincido en q u e «la diversidad d e m odos d e vida y d e regím enes es u n a característica de la libertad h u m a n a y n o u n error» (J. Gray, Two Faces o f Liberalism, Polity Press, C am bridge, 2000, p. 139). Mi investigación trata de acuerdos razonados sobre cóm o re d u c ir la injusticia, que p u e d en ser alcanzados a pesar de nuestras diferentes o piniones sobre los regím enes «ideales».

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I n t r o d u c c i ó n . U n e n f o q u e d f . i ,a j u s t i c i a

com piten entre sí. Perm ítanm e ilustrar el problem a con un ejemplo en el cual hay que decidir cuál de tres niños —Anne, Bob y Carla— debe tener una flauta que ellos se disputan. Anne reclama la flauta con el fundam ento de que ella es la única de los ües que sabe tocarla (los otros dos no lo niegan) y de que sería muy injusto negar el instrum ento al único que realmente puede tocarlo. Si esto es todo lo que sabemos, el argum ento en favor de dar la flauta al prim er niño sería muy fuerte. En u n escenario alternativo, Bob tom a la palabra y defiende su reclam ación de la flauta con el argum ento de que él es el único de los tres que es tan pobre que no tiene juguetes propios. La flauta le ofre­ cería algo con qué ju g a r (los otros dos adm iten que son más ricos y están bien provistos de entretenim iento). Si sólo hubiésem os escu­ chado a Bob, su argum ento sería muy poderoso. En otro escenario alternativo, Carla habla y señala que ha estado trabajando con diligencia durante muchos meses para elaborar la flau­ ta con sus propias manos (los otros dos lo confirm an), y en el m om ento de term inar su labor, «aparecieron estos usurpadores para arrebatarm e la flauta». Si la declaración de Carla es lo único que hemos escuchado, podem os inclinarnos a darle la flauta en reconocim iento de su com­ prensible aspiración a algo que ella misma ha fabricado. Tras escuchar a los tres niños y sus diferentes líneas de argum enta­ ción, hay u na decisión difícil que tomar. Los teóricos de diferentes persuasiones, como los utilitaristas, los igualitaristas económicos o los libertarios pragmáticos, p u ed en opinar cada uno p o r separado que existe u na solución ju sta inequívoca que salta a la vista y que no hay dificultad alguna en avistarla. Pero casi con certeza cada u n o vería una solución diferente com o la obviam ente correcta. Bob, el más pobre, tendería a conseguir el respaldo indudable­ m ente sincero del igualitarista económ ico com prom etido a reducir las distancias entre los medios económ icos de la población. Por otra parte, Carla, la constructora de la flauta, recibiría la simpatía inm e­ diata del libertario. El utilitarista hedonista puede encarar el desafío más difícil, pero tendería a ponderar, más que el libertario o el igua­ litarista económ ico, el hecho de que el placer de A nne puede ser mayor porque ella es la única que sabe tocar la flauta (tam bién existe el proverbio «no gastes, no desees»). Sin em bargo, el utilitarista de­ bería reconocer tam bién que la relativa indigencia de Bob podría hacer m ucho mayor su increm ento de ganancia en felicidad al con­ seguir la flauta. El «derecho» de Carla a recibir lo que ha construido


La i d e a d e l a j u s t i c i a

puede no en contrar resonancia inm ediata en el utilitarista, pero una reflexión utilitarista más pro fu n d a tendería sin em bargo a ten er en cuenta de alguna m an era los requisitos de los incentivos al trabajo en la creación de u n a sociedad en la cual la generación de utilidad se sostiene y estimula a través de dejar que la gente conserve lo que ha producido con su propio esfuerzo*. El apoyo del libertario para dar la flauta a Carla no será condicio­ nal en la form a en que lo es para el utilitarista en cuanto al funciona­ m iento de los efectos de los incentivos, puesto que un libertario tom a­ ría atenta nota del derecho del individuo a ten er lo que ha producido él mismo. La idea del derecho a los frutos del trabajo propio puede u n ir a los libertarios de derecha y a los marxistas de izquierda, sin im­ po rtar cuán incóm odos puedan sentirse los unos con los otros**. Aquí, la idea general consiste en que no es fácil ignorar por infun­ dadas las alegaciones basadas, respectivam ente, en la búsqueda de la realización hum ana, la elim inación de la pobreza o el derecho a dis­ frutar del producto del trabajo propio. Las diferentes soluciones cuentan con el respaldo de argum entos serios, y puede que no sea­ mos capaces de identificar, sin cierta arbitrariedad, ninguno de los argum entos alternativos com o el que tiene que prevalecer“"". Tam bién quiero llam ar la atención aquí sobre el hecho obvio de que las diferencias entre los argum entos justificativos de los tres niños no representan divergencias acerca de lo que constituye una ventaja * E stam os c o n sid e ra n d o aq u í, p o r su p u esto , u n caso sim ple e n el cual se p u e d e id en tificar con facilidad q u ié n h a p ro d u c id o q u é. Esto p u e d e ser m uv fácil c o n la elab o ració n solitaria d e .u n a flau ta p o r C arla. P e ro esa clase d e d iag n ó stico suscitaría graves p ro b lem as c u a n d o están e n ju e g o varios facto res d e p ro d u c c ió n , in clu id o s los recu rso s n o laborales. ** D a la cau salid ad d e q u e Karl M arx m ism o e ra m ás b ie n escép tico so b re el «de­ re c h o a la la b o r person al» , el cual llegó a c o n sid e ra r co m o u n « d ere ch o burgués», fin a lm e n te rech azad o e n favor d e la «d istrib u ció n seg ú n las n ecesidades», u n a o p i­ n ió n q u e d esarro lla co n a lg u n a fu erz a e n su ú ltim o trab ajo sustancial, la Crítica del Programa de Gotha [1875], F u n d a c ió n d e E studios Socialistas F e d erico Engels, Ma­ d rid , 2003. La im p o rta n c ia d e esta d ico to m ía se d iscu te e n m i trab ajo Sobre la desigual­ dad económica, cap. 4. V éase tam b ié n G. A. C o h é n , History, Labour andFreedom: Themes from M arx, C la re n d o n Press, O x fo rd , 1988. *** C om o h a so sten id o B e rn a rd W illiams, «el d e sa c u e rd o n o tie n e q u e ser necesa­ ria m e n te su p erad o » . En efecto, p u e d e « p e rm a n e c e r c o m o u n im p o rta n te aspecto constitutivo d e n u estra s re lacio n es c o n los otros, y ta m b ié n co m o algo sim p le m e n te previsible a la luz d e las m ejo res ex p licacio n es d e q u e d isp o n e m o s so b re c ó m o sur­ g en tales desacuerdos» (Elhics and the Limits o f Philosophy, F o n tan a, L o n d res, 1985, p. 133).


In tro d u c c ió n .

Un e n fo q u e de la ju s tic ia

individual (cada uno de los niños considera ventajoso conseguir la flauta, y así lo alega cada u n o de sus argum entos), sino acerca de los principios que deben gobernar la asignación de recursos en general. Tales principios conciernen a cómo deberían hacerse los arreglos so­ ciales y qué instituciones sociales deberían elegirse, y p o r este camino, qué realizaciones sociales se producirían. No se trata sim plem ente de que los intereses creados de los tres niños difieran (aunque, p o r su­ puesto, difieren), sino de que los tres argum entos apuntan a un tipo diferente de razón imparcial y no arbitraria. Esto se aplica no sólo a la disciplina de la equidad en la posición original de Rawls, sino tam bién a otras exigencias de im parcialidad, por ejemplo al requisito del que habla Thomas Scanlon cuando propo­ ne que nuestros principios co n cu erd en con «lo que los otros no po d rían rechazar de m anera razonable»5. Como hem os m encionado antes, los teóricos de diferentes persuasiones, com o los utilitaristas, los igualitaristas económ icos, los teóricos de los derechos laborales o los libertarios pragmáticos, p u ed en opinar que existe una sola solu­ ción ju sta detectable con facilidad, pero cada uno argum entaría en favor de respuestas distintas com o obviam ente correctas. Puede no existir, en efecto, ningún esquem a social perfectam ente justo e identificable del cual pudiere surgir un acuerdo imparcial.

¿ U n e s q u e m a c o m p a r a t iv o o t r a s c e n d e n t a l ?

El problem a con el enfoque trascendental no surge tan sólo de la posible pluralidad de principios rivales que aspiran a ser relevantes para la evaluación de lajusticia. A pesar de la im portancia del proble­ ma de la no existencia de un arreglo social perfectam entejusto e identificable, u n argum ento crucial en pro del enfoque comparativo de la razón prácüca de lajusticia es el que concierne no sólo a la impractica­ bilidad sino tam bién a la redundancia de la teoría trascendental. Si una teoría de lajusticia ha de guiar la elección razonada de políticas, estrategias o instituciones, entonces la identificación de esquemas so­ ciales com pletam ente justos no es necesaria ni suficiente. Para ilustrar el argum ento, si tratam os de escoger entre un Picas­ so y u n Dalí, de nada sirve invocar u n diagnóstico (aun si tal diagnós­ tico trascendental fuese factible) según el cual la pintura ideal en el m undo es la Mona Lisa. La idea es interesante, pero no tiene relevan­


La i d e a d f. l a j u s t i c i a

cia para la decisión6. En efecto, para escoger entre las dos opciones que encaram os no es necesario discutir acerca de cuál puede ser la m ejor o la más perfecta p in tu ra del m undo. Ni es suficiente ni útil saber que la Mona Lisa es la pintura más perfecta del m undo cuando la decisión real ha de hacerse entre u n Picasso y un Dalí. Este argum ento puede parecer engañosam ente simple. U na teoría que nos permite idendficar una alternativa trascendental, ¿no debería decirnos también, a través del mismo procedimiento, lo que queremos saber sobre la justicia comparativa? La respuesta es no. Podemos, por supuesto, dejarnos tentar por la idea de unajerarquización de las alter­ nativas desde el punto de \ista de su respectiva cercanía a la elección perfecta, de tal suerte que una identificación trascendental pueda im­ plicar también de m anera indirecta una clasificación de las opciones. Pero tal enfoque no nos lleva muy lejos, en parte porque existen dife­ rentes dimensiones en las cuales difieren los objetos (de m odo que existe la cuestión adicional de evaluar la importancia relativa de las dis­ tancias en las distintas dim ensiones), y en parte porque la cercanía des­ criptiva no es necesariamente una guía para la proxim idad valora tiva (una persona que prefiere el vino tinto al vino blanco puede preferir cualquiera de los dos en lugar de una mezcla de ambos, aunque la mez­ cla esté, en un obvio sentido descriptivo, más cerca del vino tinto prefe­ rido de lo que pudiere estar el vino blanco p u ro ). Es posible, desde luego, contar con u n a teoría que haga evalua­ ciones comparativas entre parejas de alternativas y a la vez una identi­ ficación trascendental (cuando tal cosa no resulte imposible m erced a la pluralidad sobreviviente de las razones im parciales que reclam an nuestra atención). Sería u n a teoría «conglom erante», pero ninguno de los dos diferentes tipos de juicios deriva del otro. De m anera más inm ediata, las teorías regulares de la justicia que están vinculadas al enfoque de la identificación trascendental (por ejemplo, las de Hobbes, Rousseau, Kanty, en nuestro tiem po, Rawls o Nozick) no son, en efecto, teorías conglom erantes. Es verdad, sin em bargo, que en el proceso de desarrollo de sus respectivas teorías trascendentales algu­ nos de estos autores han presentado argum entos particulares que de hecho se trasladan al ejercicio comparativo. Pero en general la iden­ tificación de u na alternativa trascendental no ofrece solución al pro­ blem a de com parar dos alternativas no trascendentales. 1.a teoría trascendental simplemente se enfrenta a una pregunta diferente de aquellas relacionadas con la evaluación comparativa, una

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Un e n fo q u e d e la ju s tic ia

pregunta que puede tener considerable interés intelectual pero que carece de directa relevancia para el problem a de la elección entre ma­ nos. Lo que se requiere, en cambio, es un acuerdo, basado en la razón pública, sobre la gradación de las alternativas realizables. La separa­ ción entre lo trascendental y lo comparativo es muy comprehensiva, como se discutirá en el capítulo 4 («Voz y elección social»). Da la ca­ sualidad de que el enfoque comparativo resulta crucial para la discipli­ na analítica de la «teoría de la elección social» iniciada p o r el marqués de Condorcet y otros matemáticos franceses del siglo x v m que traba­ jab an en París". La disciplina formal de la elección social no fue muy utilizada durante m ucho tiempo, aunque el trabajo continuó en el área de la teoría del sufragio. La disciplina fue revivida y establecida en su form a actual po r K enneth .Arrow a mediados del siglo x x 8. En déca­ das recientes, este enfoque se ha convertido en un cam po muy activo de investigación analítica, en el cual se exploran los medios y métodos para fundam entar evaluaciones comparativas de las alternativas socia­ les sobre los valores y las prioridades de las personas a fec tad asP u esto que la bibliografía sobre la teoría de la elección social es muy técnica y casi enteram ente matemática, y puesto que muchos de sus resultados no pueden establecerse sino m ediante prolongados ejercicios matemáticos , su enfoque básico ha recibido relativamente poca atención, en especial de los filósof os. Y sin embargo, el enfoque y su razonam ien­ to subyacente están muy cerca del entendim iento com ún de la natura­ leza de las decisiones sociales apropiadas. En el enfoque constructivo que trato de presentar en este trabajo, las percepciones cié la teoría de la elección social desem peñarán un papel sustanciar*“.

* S obre las características g e n erales d el e n fo q u e d e la elecció n social q u e m otiva y su sten ta los resu ltad o s analíticos, véase m i c o n fe re n c ia del p re m io N obel en Estocolm o, e n d iciem b re d e 1998, p u b lic a d a c o m o «T he possibility o f social cboice», American Econovúc Review, vol. 89, 1999 y en Les Prix Nobel 1998, T h e N obel F o u n d a ­ tio n , E stocolm o, 1999, ** Las form ulaciones m atem áticas son, sin em bargo, d e cierta im portancia p o r el co n ten id o de los argum entos p resentados a través de axiom as y teorem as. Para una dis­ cusión de algunos d e los vínculos e n tre argum entos form ales e inform ales, véase m i Elec­ ción colectiva y bienestar social, Alianza Editorial, M adrid, 2007, én la cual se altern an los ca­ pítulos m atem áticos e inform ales. Véase tam bién m i reseña crítica de la bibliografía en «Social choice theory», en K enneth A rrow y M ichael Intriligator (eds.), Handbook ofMaIhemalicalEnmomics, N orth-H olland, A m sterdam , 1986. *** Las co n ex io n e s e n tre la te o ría d e la elecció n social y la te o ría de la ju stic ia se e x p lo ra n p rin c ip a lm e n te en el cap ítu lo 4.


L a ID E A D E LA J U S T I C I A

R e a l iz a c io n e s , v id a s y c a p a c id a d e s

Paso ahora a la segunda parte del cambio de rum bo, es decir, a la necesidad de u na teoría que no se confine a la elección de institu­ ciones, ni a la identificación de esquemas sociales ideales. La necesi­ dad de una com prensión de la justicia basada en los logros está rela­ cionada con el argum ento de que la justicia no puede ser indiferente a las vidas que las personas pueden realm ente vivir. La im portancia de las vidas, experiencias y realizaciones hum anas no puede ser suplanta­ da p o r inform ación sobre las instituciones existentes y las reglas ope­ rantes. Las instituciones y las reglas son, p o r supuesto, muy im portan­ tes p o r su influencia en lo que sucede y p o r ser parte esencial del m undo real, pero la realidad efectiva va m ucho más allá de la im agen organizacional e incluye las vidas que la gente es capaz o no de vivir. Al observar la naturaleza de las vidas hum anas, tenem os razón al interesarnos no sólo p o r las diversas cosas que logram os hacer, sino tam bién p o r las libertades que realm ente tenem os para escoger en­ tre diferentes clases de vidas. La libertad de escoger nuestras vidas puede hacer u na contribución significativa a nuestro bienestar, pero al ir más allá de la perspectiva del bienestar la libertad misma puede verse com o igualm ente im portante. Ser capaz de razonar y escoger es u n aspecto significativo de la vida hum ana. En efecto, no estamos obligados a procurar sólo nuestro p ropio bienestar, y tenem os que decidir qué vale la pena buscar (esta cuestión se estudiará en los capítu­ los 8 y 9). No hay que ser G andhi, M artin L uther King, Nelson M án­ dela o D esm ond Tutu para reconocer que tenem os fines o priorida­ des que difieren de la búsqueda solitaria de nuestro propio bienestar*. Las libertades y capacidades que disfrutam os tam bién p u ed en ser va­ liosas para nosotros, y de nosotros d ep en d e cóm o usar la libertad que tenemos. Im porta subrayar, aún en este breve sumario (una exploración más com pleta se en c u e n tra más adelante, en especial en los capítulos 11 a 13), que si las realizaciones sociales se evalúan desde el pu n to de vista de las capacidades que la gente realm ente tiene, más que desde el

* A dam Sm ith alegaba q u e incluso p ara la p erso n a egoísta «hay eviden tem en te p rin ­ cipios e n su naturaleza q u e lo interesan p o r la suerte d e los otros», y sugería q u e a u n el m ayor rufián, el más curtid o violador de las leyes de la sociedad, n o carece p o r com pleto de ellos (Teoría de los sentimientos morales [Sen cita la m en cio n ad a edición de 1976, p. 9]).

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In tro d u c c ió n .

U n e n f o q u e d f. l a j u s t i c i a

punto de vista de su utilidad o felicidad (como recom iendan Jerem y Bentham y otros utilitaristas), entonces se generan algunos muy signi­ ficativos cambios de rum bo. Primero, las vidas hum anas se observan de m anera inclusiva, habida cuenta de las libertades sustantivas de que disfruta la gente, en lugar de ignorar todo lo que no sean los placeres o utilidades que a la postre tengan. Hay u n segundo aspecto significativo de la libertad: nos hace responsables p o r lo que hacemos. La libertad de elegir nos da la o p o rtu n id ad de decidir qué debe­ mos hacer, pero con dicha o p o rtu n id ad viene la responsabilidad p o r lo que hacem os, en la m edida en que se trata de acciones elegi­ das. Puesto que u n a capacidad es el p o d er de hacer algo, la respon­ sabilidad que em ana de esa habilidad, de ese poder, es u n a parte de la perspectiva de la capacidad, lo cual abre u n espacio p ara las exi­ gencias del deber, lo que p u ed e llam arse «dem andas deontológicas» en sentido am plio. Hay aquí u n a superposición en tre las preo cu p a­ ciones centradas en la acción y las im plicaciones del enfoque basado en la capacidad; pero no hay nad a inm ediatam ente com parable en la perspectiva utilitarista (vincular la responsabilidad a la propia felicidad)*. La perspectiva de las realizaciones sociales, incluidas las capacidades reales de la gente, nos conduce de m an era ineludible a u n a gran variedad de cuestiones adicionales que resultan centrales para el análisis de la justicia en el m undo, y que te n d rá n que ser ob­ je to de exam en y escrutinio.

U n a d i s t i n c i ó n c l á s i c a e n l a f il o s o f ía d e l d e r e c h o d e l a In d i a

Al com prend er el contraste entre u n a visión de la justicia basada en esquemas y una visión de lajusticia basada en realizaciones, resul­ ta útil invocar u n a antigua distinción de la literatura sánscrita sobre ética y filosofía del derecho. Considerem os dos palabras diferentes, niti y nyaya, que se em plean para referirse a laju sticia en sánscrito clásico. Entre los principales significados del térm ino niti están ido­ neidad de las instituciones y corrección del com portam iento. En contraste con niti, la expresión nyaya entraña u n concepto com pre­ hensivo de lajusticia realizada. En esta línea, las funciones de las ins­

* Esta cuestió n se d iscu tirá en los c ap ítu lo s 9 y 13.


La

id e a d e l a ju s t ic ia

tituciones, las reglas y la organización, a pesar de su im portancia, han de ser evaluadas en la perspectiva más am plia e inclusiva de nyaya, que está ligada de m anera ineludible al m undo que realm ente surge y no sólo a las instituciones o reglas que tenem os p o r casualidad*. AI considerar un a aplicación particular, los antiguos teóricos lega­ les de la India hablaban de m odo despectivo de matsyanyaya o «justi­ cia en el m undo de los peces», donde el pez grande p u ed e devorar librem ente al pez chico. Se nos advierte que evitar la matsyanyaya es esencial para la justicia, p o r lo cual resulta crucial asegurarse de que a la «justicia de los peces» no se le perm ite invadir el m undo de los hum anos. Así, la realización de la justicia com o nyaya no es sólo cues­ tión de juzgar las instituciones y las reglas, sino tam bién las socieda­ des mismas. Aun cuando las instituciones establecidas sean idóneas, si el pez grande puede devorar al pez chico hay u n a flagrante viola­ ción de lajusticia hum ana entendida com o nyaya. Perm ítanm e poner un ejemplo para aclarar aún más la distinción entre niti y nyaya. Fem ando I, el em perador del imperio romano-ger­ mánico, exclamó en el siglo xvi: Fiatjustitia etpereat mundus, que puede traducirse como «Que se hagajusticia, aunque perezca el mundo». Esta severa máxima podría corresponder al concepto de niti, un niti muy austero, que algunos prohíjan, pero sería muy difícil entender una ca­ tástrofe total como ejemplo de un m undo justo si tomamos lajusticia en el sentido más amplio de nyaya. Si el m undo efectivamente perece, habría muy poco que celebrar en ese resultado, aun cuando el riguroso y severo concepto de niti que nos ha conducido a tal extremo pudiera ser defendido con muy distintos y sofisticados argumentos. U na perspectiva enfocada en la realización tam bién hace más fá­ cil com prender la im portancia de la prevención de la injusticia m ani­

* M anú, el más fam oso de los antiguos teóricos legales d e la India, estuvo m uy p reo ­ cupado p o r la idoneidad d e las instituciones y la co rrección del com p o rtam ien to , a m e­ n u d o con u n a preocupació n m u y severa (he o íd o describir a M anú en la India d e hoy, con algo de veracidad, com o u n «legislador fascista»). P ero M anú tam poco p u d o sus­ traerse alas realizaciones y al co ncepto de «java al justificar laju ste z a d e niti> particulares. Se nos dice, p o r ejem plo: es m ejor ser despreciado que despreciar «porque el h o m b re despreciado d u erm e feliz, se despierta feliz y cam ina feliz e n este m u n d o ; p ero el h o m ­ b re q ue desprecia, perece» (capítulo 2, instrucción 163). E igualm ente: «D onde las m u ­ jeres n o son respetadas, todos los ritos son estériles», pues « d onde las m ujeres de la fam i­ lia son miserables, la familia se destruye muy p ro n to , p ero p ro sp era siem pre d o n d e las m ujeres n o son miserables» (capítulo 3, instrucciones 56 y 57). Cito de la excelente edi­ ción d e W endy Doniger, The Laws oj M anu, Penguin, L ondres, 1991.

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In t r o d u c c ió n . U n e n f o q u e

d f . i .a j u s t i c i a

fiesta en el m undo, en lugar de buscar lo perfectam entejusto. Como pone en evidencia el ejem plo de la matsyanyaya, lajusticia no consiste tan sólo en tratar de conseguir, o soñar con conseguir, u n a sociedad o unos esquemas sociales perfectam ente justos, sino tam bién en evi­ tar la injusticia manifiesta, com o el régim en terrible de matsyanyaya. P or ejemplo, cuando la gente se movilizó en favor de la abolición de la esclavitud en los siglos x v m y x ix no tenía la ilusión de que dicha reform a hiciera el m undo perfectam entejusto. Su reivindicación era más bien la de que u n a sociedad con esclavitud resultaba totalm ente injusta (entre los autores antes m encionados, Adam Smith, Condorcet y Mary W ollstonecraft estuvieron muy com prom etidos con la de­ fensa de esta perspectiva). Fue el diagnóstico de la esclavitud como una injusticia intolerable lo que hizo de su abolición una prioridad arrolladora, y esto no exigía la búsqueda de un consenso sobre cómo debería ser una sociedad perfectam ente justa. Q uienes razonable­ m ente piensan que la guerra civil norteam ericana, que condujo a la abolición de la esclavitud, fue un gran avance para lajusticia en Esta­ dos Unidos tendrían que sentirse reconciliados p o r el hecho de que no puede decirse lo mismo en la perspectiva del institucionalism o trascendental (cuando el único contraste es aquel en tre la sociedad perfectam ente ju sta y el resto) sobre el avance de lajusticia m ediante la abolición de la esclavitud’.

L a im p o r t a n c ia d e l p r o c e s o y d e l a s r e s p o n s a b il id a d e s

Q uienes tienden a ver lajusticia como nitiy no como nyaya, no im­ porta qué nom bre le den a esa dicotomía, pu ed en ser afectados por su tem or a que la concentración en las realizaciones efectivas tienda a ignorar la significación de los procesos sociales, incluido el ejercicio * Es in te re sa n te q u e el d iag n ó stico d e Karl M arx so b re «el g ran even to d e la his­ to ria c o n te m p o rá n e a » le h ic iera o to rg a r tal d istin ció n a la g u e rra civil n o rte a m e ric a ­ n a en tan to co n d u jo a la abolición d e la esclavitud (véase El capital, C rítica, B arcelona, 1980, vol. I, cap. X, sección 3 [ed. cit. Capital, S o n n e n sc h e in , 1887, p. 2 4 0 ]). M ientras M arx aleg ab a q u e las re lacio n es lab o rales capitalistas e ra n e x p lo tad o ras, señ alab a de m a n e ra m uy sagaz q u e el salario o b re ro co n stitu ía u n g ra n p ro g reso en relació n con el rég im en esclavista. S obre este tem a, véase tam b ié n sus Elementos fundam entales para la crítica de la economía política, Siglo XXI, M adrid, 1976. El análisis d e M arx sobre la ju s­ ticia iba m u ch o m ás allá d e su fascinación, m uy discutida p o r sus críticos, con «la últi­ m a fase del com unism o».

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La i d e a d e l a j u s t i c i a

de los deberes y las responsabilidades individuales. Podem os hacer lo correcto pero no ten er éxito. O puede sobrevenir un buen resultado, pero no porque lo hayamos buscado sino p o r alguna otra razón, qui­ zá accidental, y podem os equivocarnos al creer que se ha hecho justi­ cia. Según este argum ento, sería difícilmente adecuado concentrarse sólo en lo que realm ente sucede e ignorar p o r com pleto los procesos, esfuerzos y com portam ientos. Los filósofos que enfatizan el papel del deber y de otros aspectos de lo que se llama u n enfoque deontológico pueden recelar del hecho de que la distinción entre esquemas y reali­ zaciones pudiere aparecer com o el viejo contraste entre los enfoques deontológico y consecuencial de lajusticia. Esta preocupación es im portante pero, en mi opinión, está fuera de lugar. U na caracterización com pleta de las realizaciones debería incluir los procesos precisos a través de los cuales em ergen las situa­ ciones. En un ensayo publicado en Econometrica hace cerca de diez años, lo llamé el «efecto comprehensivo», que incluye los procesos, y que debe distinguirse del «efecto de culminación»9: p o r ejemplo, un arresto arbitrario es más que la captura y detención de alguien, es un arresto arbitrario. De igual m anera, la función de la acción hum a­ na no puede ser borrada p o r algún énfasis exclusivo en lo que sucede sólo en la culminación; p o r ejemplo, existe u n a diferencia real entre personas que m ueren de ham bre p o r circunstancias que nadie con­ trola y personas que m ueren de ham bre p o r decisión de alguien que busca ese resultado (ambas son, p o r supuesto, tragedias, pero su rela­ ción con lajusticia no puede ser la m ism a). O, para tom ar otro caso, si u n candidato en u n a elección presidencial alegara que lo que más le im porta no es tanto ganar la votación cuanto ganarla «limpiamente», entonces el resultado buscado debe ser u n efecto comprehensivo. Considerem os un ejem plo diferente. En el Mahabharata, la epo­ peya india, en la parte denom inada Bhagavadgita o (Uta, en la víspera de la batalla que constituye el episodio central del poem a, A ijuna, el guerrero invencible, expresa sus profundas dudas sobre la conduc­ ción de una lucha que dejará tantas m uertes. Su consejero Krishna le dice que su deber tiene prioridad y que hay que com batir sin que im porten las consecuencias. Ese famoso debate se interp reta con fre­ cuencia com o u na polém ica entre d eontologíay consecuencialismo: Krishna el deontólogo urge a A ijuna a cum plir con su deber, m ien­ tras A ijuna el consecuencialista se preocupa p o r las terribles conse­ cuencias de la guerra.


In tro d u c c ió n .

Un e n fo q u e de la ju s tic ia

La santificación de las exigencias del d e b e r p o r K rishna se p ro ­ p o n e g an ar la discusión, al m enos en u n a perspectiva religiosa. El Bhagavadgita, en efecto, se ha convertido en un tratad o de gran im portancia teológica en la filosofía h in d ú , con p articu lar énfasis en la «elim inación» de las dudas de A ijuna. La posición m oral de K rishna h a sido tam bién elo cu en tem en te respaldada p o r m uchos com entaristas filosóficos y literarios de todo el m u n d o . En sus Cua­ tro cuartetos, T. S. Eliot sintetiza la o p in ió n de K rishna en u n a adver­ tencia: «Y no penséis en el fru to de la a c c ió n / seguid adelante». Eliot nos explica p ara que no nos confundam os: «No viajéis b ie n / p ero seguid adelante, viajeros»10. En La argumentación in d ia h e sos­ ten id o que si abandonam os los estrechos confines del debate en el Bhagavadgita y buscam os en pasajes an terio res del Gita en los cua­ les A rjuna p lan tea su argum ento, o tenem os en cu en ta el Mahabharata en su conjunto, saltan a la vista las lim itaciones de la perspecti­ va de K rishna11. Efectivam ente, tras la devastación total de la tierra resultante del exitoso fin de la «guerrajusta», hacia el final del Mahabharata, con las piras fu nerarias que ard en al u n íso n o y las m uje­ res que lloran la m u erte de sus seres queridos, es muy difícil con­ vencerse de que la am plia perspectiva de A ijuna h a sido d erro ta d a p o r K rishna. H e aq u í un pod ero so arg u m en to a favor de «viajar bien» y no sólo «viajar». M ientras ese contraste bien p u ed e encajar con la diferenciación en tre la perspectiva consecuencialista y la perspectiva deontológica, lo que resulta particu larm en te relevante aquí es ir más allá de ese simple contraste p ara exam inar las preocupaciones de A ijuna acerca de su expectativa de no viajar bien. A rjuna no está p reo cu p a­ do tan sólo p o r el h ech o de que, si la g u erra iba a o cu rrir y si él iba a dirigir el ataque del lado de lajusticia y la corrección, m ucha gente resultaría m uerta. Además de esto, A rjuna se preocupa, en la parte inicial del Gita, de causar la m uerte de personas a las que tiene afec­ to o conoce de m an era personal, en la batalla en tre las dos ramas de la familia, a la cual se h an u n ido otros bien conocidos p o r las partes. En efecto, el h ech o real que p reo cu p a a A jjuna va m ucho más allá de la visión consecuencialista in d e p en d ien te del proceso. U na com prensión adecuada de la realización social, decisiva para la ju stic ia en ten d id a com o nyaya, ha de asum ir la form a com pre­ hensiva de u n proceso inclusivo en versión am plia12. Sería difícil desechar la perspectiva de las realizaciones sociales con el argu­


L a i d e a D L LA J U S T IC IA

m en tó de que resulta estrecham ente consecuencialista e ignora el razonam iento que subyace las preocupaciones deontológicas.

In s t i t u c i o n a l i s m o

t r a s c e n d e n t a l y n e g l ig e n c ia g l o b a l

Concluyo esta discusión introductoria con u n a observación final sobre u n aspecto particularm ente restrictivo de la concentración prevaleciente en la filosofía política dom inante sobre el instituciona­ lismo trascendental. Considerem os cualquiera de los grandes cam­ bios que se pueden p ro p o n er para reform ar la estructura institucio­ nal del m undo actual para hacerlo m enos injusto e inequitativo, desde el p u n to de vista de los criterios am pliam ente aceptados. To­ memos, p o r ejemplo, la reform a de las leyes sobre patentes para ha­ cer que m edicam entos confiables y baratos estén más fácilm ente dis­ ponibles para pacientes necesitados p ero pobres, com o los que padecen sida, lo cual constituye u n a cuestión clara de justicia global. La p regunta que debem os responder aquí es: ¿qué reformas in tern a­ cionales necesitam os para hacer el m undo un poco m enos injusto? Sin em bargo, esta discusión sobre increm ento de lajusticia en ge­ neral y am pliación de lajusticia global en particular parecería simple palabrería a quienes están persuadidos p o r el argum ento hobbesiano y rawlsiano de que necesitamos un Estado soberano que aplique los principios de laju sticia a través de la elección de un conjunto perfecto de instituciones: tal es la im plicación directa de considerar los problem as de lajusticia d en tro del m arco del institucionalism o trascendental. U na perfecta justicia global a través de un conjunto im pecablem ente justo de instituciones, aun si tal cosa se pudiera identificar, dem andaría ciertam ente u n Estado soberano global, y ante la ausencia de dicho Estado las cuestiones de justicia global pa­ recerían intratables para los trascendentalistas. Considerem os el fuerte rechazo de la relevancia de «la idea de justicia global» por u n o de los filósofos más originales, poderosos y hum anos de nuestro tiem po, mi amigo Thom as Nagel, de cuya obra he aprendido tanto. En un artículo enorm em ente cautivador apare­ cido en Philosophy and Public Affairs en 2005 él apela a su concepción trascendental de lajusticia para concluir que lajusticia global no es u n tem a idóneo para la discusión, pues las elaboradas exigencias ins­ titucionales de un m undo ju sto no p u ed en ser atendidas hoy en el


In tro d u c c ió n .

Un fn fo q u e d e la ju s tic ia

ám bito global. Como él lo plantea, «me parece muy difícil resistirse al argum ento de H obbes sobre la relación entre justicia y soberanía», y «si H obbes tiene razón, la idea de u n a justicia global sin u n gobier­ n o m undial es un a quim era»13. En el contexto global, Nagel se concentra, p o r consiguiente, en esclarecer otras dem andas distintas de las de lajusticia, com o «la m í­ nim a m oralidad hum anitaria» (que «gobierna nuestra relación con todos los demás») y com o las estrategias a largo plazo para el cambio radical en los arreglos institucionales («creo que el cam ino más pro­ bable hacia alguna form a de justicia global pasa a través de la crea­ ción de estructuras globales de poder, ostensiblem ente injustas e ile­ gítimas, que sean tolerables para los intereses de los más poderosos Estados nacionales de hoy»)14. Se advierte aquí u n contraste en tre la visión de las reform as institucionales, desde el p u n to de vista de su función en orientarnos hacia laju sticia trascendental (tal com o la propone Nagel), y la evaluación de dichas reform as desde el p u nto de vista del m ejoram iento que p u ed en aportar, en particular a través de la elim inación de los casos de injusticia manifiesta (lo cual consti­ tuye parte sustancial del enfoque de este lib ro ). En el enfoque de Rawls, de igual m anera, la aplicación de una teo­ ría de lajusticia requiere un am plio conjunto institucional que deter­ m ine la estructura básica de una sociedad en teram ente justa. Por ello, no resulta sorp ren d en te que Rawls abandone sus propios prin­ cipios de justicia cuando se trata de cóm o pensar en lajusticia global y que no adopte la extravagante posición de aspirar a un Estado glo­ bal. En El derecho de gentes, u n texto tardío, Rawls invoca u n a suerte de «suplemento» a su búsqueda nacional o interna de las exigencias de la «justicia com o equidad». Pero este suplem ento aparece muy m en­ guado, a través de u n a especie de negociación entre los representan­ tes de diferentes países sobre algunas cuestiones muy elem entales de civilidad y hum anidad, que p u ed en verse com o aspectos muy limita­ dos de lajusticia. En efecto, Rawls no trata de extraer «principios de justicia» de estas negociaciones, porque nada que resulte de ellas me­ rece ese nom bre, y se concentra más bien en ciertos principios gene­ rales de com portam iento hu m an itario 15. En verdad, la teoría de la justicia, tal com o está form ulada de acuerdo con el institucionalism o trascendental en vigor, reduce m u­ chas de las cuestiones más relevantes de laju sticia a retórica vacía aunque bien intencionada. C uando a lo largo y ancho del planeta la


L a ID E A D E LA J U S T IC IA

gente se agita para exigir más justicia global, y subrayo el térm ino comparativo «más», no está reclam ando algún tipo de «hum anitaris­ m o mínimo». Ni se moviliza en favor de u n a sociedad m undial «per­ fectam ente justa», sino tan sólo p o r la supresión de algunos arreglos escandalosam ente injustos y p o r el avance de la justicia global, como Adam Smith, C ondorcet o Mary W ollstonecraft hicieron en su épo­ ca, con apoyo en los acuerdos que se puedan alcanzar a través de la discusión pública y a pesar de la continua divergencia sobre otros temas. El pueblo agraviado puede, en cambio, en co n trar su voz bien re­ flejada en u n \igoroso poem a de Seamus Heaney: No esperes, dice la historia, de este lado de la tumba, pero entonces, una vez en la vida, puede surgir la tan esperada marejada de justicia, y riman historia y esperanza1'1. A pesar de lo inm ensam ente cautivador que resulta este anhelo para que rim en historia y esperanza, la justicia del institucionalism o trascendental deja muy poco espacio para ese encuentro. Esta limita­ ción ilustra la necesidad de un cam bio sustancial de rum bo en las teorías actuales de la justicia. Tal es el tem a de este libro.

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P r im e r a p a r t e

EXIGENCIAS DE LA JU ST IC IA


1. R a z ó n y o b j e t i v i d a d

L m d w ig Wittgenstein, uncí de los grandes filósofos de nuestro tiem­ po, escribió en el Prefacio de su prim er libro im portante de filosofía, el Tractatus Logico-Philosophicus, publicado en 1921: «De lo que se pue­ de hablar, hay que hablar claramente; y de lo que no se puede hablar, hay que callar»*. W ittgenstein reexam inaría sus opiniones sobre dis­ curso y claridad en su obra tardía, pero es un alm o que, incluso cuan­ do escribía el Tractatus, el gran filósofo no siem pre siguiera su p ro ­ pio m andam iento. En u n a carta a Paul E ngelm ann, escrita en 1917, W ittgenstein hacía esta observación maravillosamente enigmática: «Trabajo muy diligentem ente y desearía ser m ejor y más listo, que son una y la misma cosa»1. ¿En verdad? ¿Son u n a y la misma cosa ser me­ jo r y más listo? Soy, desde luego, consciente de que la práctica transatlántica m oderna ha sepultado la distinción entre «ser bueno» como cualidad moral y «estar bien» como condición sanitaria (sin dolores, con buena tensión arterial). Yhace tiem po dejé de preocuparm e p o r la ostensible falta de modestia de aquellos amigos que, cuando se les pregunta cóm o están, responden «muy bien» con ap aren te autocom placencia. P ero W ittgenstein no era am ericano y en 1917 el inglés estado­ unidense aún no había conquistado el m undo. C uando Wittgens* Es in te re sa n te a n o ta r q u e E d m u n d B urke ta m b ién h ab ló d e la d ificu ltad de h a b la r en algunas circu n stan cias (véase la In tro d u c c ió n , d o n d e cito a B urke sobre este tem a), p e ro B urke p ro c e d ió a h a b la r d el tem a p u esto q u e e ra im posible, alega­ ba, p e rm a n e c e r en silencio en u n a m a te ria c o m o la q u e te n ía e n tre m an o s (la acusa­ ción c o n tra W arren H astings). El co n sejo d e W ittg en stein p a re c e ría ser lo c o n ta rio d e lo q u e p ro p o n e B urke.


La id e a d e l a ju s tic ia

tein decía que ser «mejor» y «más listo» eran u n a sola y la misma cosa, debía estar haciendo una afirm ación sustancial. Bajo esta afirm ación puede estar el reconocim iento de que, de al­ guna forma, m uchos actos detestables los com eten personas engaña­ das. La falta de sensatez puede ser fuente de equivocaciones morales en m ateria de b u en com portam iento. Reflexionar sobre lo más sen­ sato puede ayudar a actuar m ejor frente a los otros. Q ue éste puede ser el caso lo ha dem ostrado muy claram ente la m o d ern a teoría de losjuegos2. Entre las razones de la prudencia para el buen com porta­ m iento bien puede estar la propia ganancia resultante de dicha con­ ducta. En verdad, podría h ab er grandes ganancias para los m iem bros de u n grupo al cum plir las reglas de b u en a conducta que pu ed en ayudar a todos. N o es particularm ente sensato para un grupo actuar de m anera ruinosa p ara todos3. Pero puede ser que no fuera esto lo que Wittgenstein quisiera decir. Ser más sensato tam bién puede darnos la habilidad de pensar más claram ente sobre nuestros fines, objetivos y valores. Si el interés en sí mismo es, en últim a instancia, u n pensam iento primitivo (a pesar de las com plejidades m encionadas), la claridad sobre las prioridades y obligaciones más sofisticadas que u n o qu erría buscar y cultivar de­ p en d ería de nuestro p o d er de razonam iento. U na persona puede ten er argum entos razonados distintos de la prom oción del beneficio personal p ara actuar de una m anera socialm ente decente. Ser más sensato puede ayudar a entender no sólo el interés en sí mismo sino también cómo las vidas de otros pueden ser fuertem ente afectadas por las propias acciones. Los proponentes de la llamada «teo­ ría de la elección racional» (planteada prim ero en econom ía y luego adoptada con entusiasmo p o r muchos pensadores políticos y legales) se han esforzado m ucho para que aceptemos la peculiar idea de que la elección racional consiste tan sólo en la ingeniosa prom oción del in­ terés propio (lo cual explica cómo, p o r extraño que parezca, la «elec­ ción racional» está definida p o r los partidarios de la «teoría de la elección racional»). Sin embargo, nuestras cabezas no han sido coloni­ zadas todas p or esa creencia notablem ente enajenante. Hay u n a consi­ derable resistencia a la idea de que tiene que ser manifiestamente irra­ cional y estúpido tratar de hacer algo p o r los otros, excepto en la m edida en que hacer el bien a otros m ejoraría nuestro propio bienestar4. «Lo que nos debem os los unos a los otros» es u n tem a im portante para la reflexión inteligente5. Esa reflexión pu ed e llevarnos más allá


Razón

y o b je t iv id a d

de la búsqueda de u n a concepción muy estrecha del interés propio, e incluso podem os en co n trar que nuestros propios y m editados fines exyan que crucem os del todo las estrechas fronteras de la autobúsqueda exclusiva. Tam bién puede haber casos en los cuales tengam os razones para refrenar la búsqueda exclusiva de nuestros propios fi­ nes (sean o no estos mismos fines exclusivamente egoístas), debido al acatam iento de reglas de conducta decente que perm itan la bús­ queda de fines (sean o no egoístas) de otras personas que com parten el m undo con nosotros*. Puesto que había precursores de la denom inada «teoría de la elec­ ción racional» incluso en la época de W ittgenstein, tal vez la tesis del filósofo era que ser más sensato nos ayuda a pensar con mayor clari­ dad sobre nuestras preocupaciones y responsabilidades sociales. Se alega que algunos niños com eten actos de brutalidad contra otros niños o animales precisam ente p o r su incapacidad para apreciar de m anera adecuada la naturaleza y la intensidad del dolor ajeno, y que esta capacidad de apreciación en general acom paña el desarrollo in­ telectual de la m adurez. No podemos, por supuesto, estar realm ente seguros de lo que Witt­ genstein quería decir . Pero es muy evidente que él mismo dedicó m u­ cho tiempo y talento a pensar acerca de sus propias obligaciones y res­ ponsabilidades. El resultado no fue invariablemente inteligente o sabio. Wittgenstein estaba absolutamente decidido a ir a Viena en 1938, en el m om ento en que Hitler hacía su entrada triunfal en la ciudad, a pesar de su condición de ju d ío y de su incapacidad para perm anecer en silen­ cio y actuar diplomáticamente; tuvo que ser detenido por sus colegas de la Universidad de Cambridge***. Por sus conversaciones sabemos, sin * A lgunos com en taristas e n c u e n tra n e n ig m ático q u e p o d am o s c o m p ro m e te r de m a n e ra razo n ab le la b ú sq u e d a ten az d e n u e stro s p ro p io s fines al d e ja r espacio p a ra q u e o tro s persigan sus fines (incluso alg u n o s ven en esto u n a c ierta «prueba» d e q u e lo q u e co n sid eráb am o s n u e stro s fines n o e ra n n u e stro s fines re ales), p e ro n o hav n in g ú n en ig m a a q u í c u a n d o se a p re cia d e m o d o a d e c u a d o el alcan ce d e l razo n a­ m ie n to p ráctico. Estas cu estio n es se rá n d iscutidas e n los cap ítu lo s 8 y 9. ** T ib o r M ach an h a e x p lo ra d o d e m a n e ra lu m in o sa esta lín e a d e in te rp re ta c ió n e n «A B etter a n d S m a rte r P erson: A W ittg en stein ian Id e a o f H u m a n E xcellence», p re s e n ta d o e n el V Sim posio In te rn a c io n a l so b re W ittg en stein e n 1980. *** El econom ista P iero Sraffa, q u ien ejerció u n a significativa in flu en cia p a ra que W ittgenstein revisara su posición filosófica inicial en el Tractatus Logico-Philosophicus (y allanara así el cam ino p a ra su o b ra posterior, c o m o las Investigacionesfilosóficas d e 1953), d esem p eñ ó u n papel clave al disuadir al filósofo d e ir a V iena y p ro n u n c ia r u n a severa conferencia dirigida al H itler triunfante. Sus relaciones intelectuales y personales se estu­


La

id e a

de

LA J U S T IC IA

embargo, que Wittgenstein creía que su capacidad intelectual debía ser definitivamente em pleada para hacer del m undo un lugar mejor*.

C r ít ic a d e l a t r a d ic ió n

d e la

Il u s t r a c ió n

Si era eso en efecto lo que W ittgenstein quería decir, entonces se hallaba, en sentido fuerte, d en tro de la tradición de la Ilustración europea, que veía el razonam iento racional com o un aliado funda­ m ental en la tarea de m ejorar las sociedades. El m ejoram iento social a través del razonam iento sistemático fue u n eje prom inente en la argum entación básica del debate intelectual de la Ilustración euro­ pea, en especial du ran te el siglo x vm . Pero resulta difícil generalizar acerca de un dominio aplastante de la razón sobre el pensamiento prevaleciente en el periodo de la Ilustra­ ción. Como ha señalado Isaiah Berlín, hubo también diferentes tenden­ cias antirracionales durante la edad de la Ilustración6. Pero ciertamente uno de los mayores cambios de la Ilustración con respecto a las tradicio­ nes anteriores fue una fuerte y confiada confianza en la razón. Y alegar que la Ilustración ha sobreestimado el alcance de la razón se ha converti­ do en un tema frecuente en las discusiones políticas actuales. Se sos­ tiene, en efecto, que esta confianza excesiva en la razón, que la tradición ilustrada ayudó a inculcar en el pensamiento m oderno, ha contribuido a la inclinación del m undo posilustrado por las atrocidades. El distingui­ do filósofo Jonathan Glover, en su formidable Historia moral del siglo XX, une su voz a esta corriente crítica y afirma que «ahora tendemos a consi­ derar pobre y mecánica la visión de la psicología hum ana propia de la Ilustración, e ingenuas sus esperanzas de progreso social gracias a la ex­ pansión del humanitarismo y de la perspectiva científica»'. Al vincular la m oderna tiranía con esta perspectiva (como han hecho otros críticos de la Ilustración), alega que Stalin y sus herederos, como Pol Pot en Camboya, estuvieron bajo el yugo de la Ilustración8. Pero como Glover no

dian e n mi ensayo «Sraffa, W ittgenstein v G ram sci»,Journal ofEconomic Literal une, núm . 41, d iciem bre d e 2003. Sraffa y W ittgenstein fu ero n am igos cercan o s v tam b ién colegas profesores del Trinity C ollege en C am bridge. Véase el cap ítu lo 5 p ara u n a discusión d el e n c u e n tro intelectual d e Sraffa con G ram sci v W 'ittgenstein, y la relevancia d e este trip artito p ara algunos d e los tem as d e este libro. * Este co m p ro m iso se re lac io n a co n lo q u e su b ió g rafo Rav M onk llam a «el d e ­ b e r del genio» (Ludwig Wittgenstein: TheDuty o f Genius, V intage, L o n d res, 1991).

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Razón

y o b je t iv id a d

quiere buscar una respuesta en la autoridad de la religión o de la tra­ dición (observa, a este respecto, que «no podem os prescindir de la Ilus­ tración» ), concentra su ataque en las creencias impuestas por la fuerza a que contribuye la excesiva confianza en la razón. «La crudeza del estalinismo tuvo sus orígenes en las creencias»9. Sería difícil discutir la indicación de Glover sobre el p oder de las creencias y convicciones o cuestionar su tesis sobre el papel de la ideo­ logía en el estalinismo. La cuestión no alude aquí al maligno poder de las malas ideas, sino más bien al diagnóstico que es en cierto m odo u na crítica del alcance de la razón en general y de la perspectiva de la Ilustración en particular10. ¿Resulta realm ente correcto culpar a la tradición de la Ilustración por la propensión de los líderes políticos siniestros a las certezas prem aturas y a las creencias incuestionables, habida cuenta de la im portancia que tantos autores ilustrados atribu­ yeron a la razón en la elección entre varias opciones y a la crítica de la confianza en la creencia ciega? De seguro, «la crudeza del estalinis­ mo» pudo ser enfrentada, como en efecto lo fue, p o r los disidentes a través de u na dem ostración razonada de la enorm e brecha entre pro­ mesa y práctica, y de la exposición de la brutalidad del régim en a pe­ sar de sus pretensiones, u n a brutalidad que las autoridades tenían que ocultar del escrutinio público m ediante la censura y la purga. En verdad, uno de los principales puntos a favor de la razón es que ayuda a criticar la ideología y la creencia ciega'. La razón no era, en efecto, el principal aliado de Pol Pot. El fu ro r y la convicción irra­ cional desem peñaron ese papel, sin dejar espacio para el escrutinio razonado. Las interesantes e im portantes cuestiones que plantea por fuerza la crítica de Glover a la tradición de la Ilustración incluven la pregunta: ¿dónde puede hallarse el rem edio para el mal razonam ien­ to? Existe tam bién u n a p reg u n ta conexa: ¿cuál es la relación en tre la razón y las em ociones, incluidas la com pasión y la simpatía? Y más allá de esto, hay que preguntar: ¿cuál es la última justificación de la

* Es v erdad, d esd e luego, q u e m u ch as creen cias toscas se o rig in an en alg u n o s ti­ pos d e razón, p o sib lem en te prim itivas (p o r ejem p lo , los preju icios racistas v sexistas sobreviven co n frecu en c ia p o r la obvia «razón» d e la in fe rio rid a d biológica o in te le c ­ tual d e los n o b lancos o las m u je re s). L a co n fian za en la razón n o im plica la n eg ació n d el h e c h o fácilm en te rec o n o c id o d e q u e la g e n te suele d a r razones d e u n a u o tra clase p a ra d e fe n d e r sus creen cias, sin im p o rta r cu án cru d a s sean. La d isciplina d e la razón consiste e n so m e te r a ex a m e n crítico las creen cias prev alecien tes v las razones supuestas. Estas cu estio n es se d e b a tirá n en los c ap ítu lo s 8 v 9.


L a id e a

d e la ju s t ic ia

confianza en la razón? ¿Hay que cultivar la razón com o una h erra­ m ienta útil, y si así fuere, para qué? O la razón es su propia justifica­ ción, y si así fuere, ¿cómo se distingue de la creencia incuestionada y ciega? Estas cuestiones se han discutido en todas las épocas, pero hay una necesidad especial de afrontarlas aquí, dado el énfasis de esta obra en la razón para la exploración de la idea de la justicia.

A k b a r y la n e c e s id a d

de la r azó n

W. B. Yeats escribió al m argen de su ejem plar de La genealogía de la moral de Nietzsche: «Pero ¿por qué piensa Nietzsche que la noche no tiene estrellas, sino únicam ente murciélagos, lechuzas y la luna loca?»11. El escepticismo de Nietzsche sobre la hum anidad v su escalo­ friante visión del futuro se form ularon en vísperas del comienzo del siglo x x (m urió en 1900). Los eventos del nuevo siglo, incluidas las guerras m undiales, el Holocausto, los genocidios v otras atrocidades, nos conceden suficiente razón com o para preguntarnos si el escepti­ cismo nietzscheano p o r la hum anidad no estaba plenam ente justifica­ do*. En efecto, al investigar las preocupaciones de Nietzsche a finales del siglo xx, Jonath an Glover concluye que «tenemos que exam inar con firmeza y claridad ciertos m onstruos que llevamos dentro. Pero eso form a parte del proyecto de enjaularlos y dom arlos»12. Para m uchos, un cam bio de siglo parece el m om ento apropiado para exam inar críticam ente qué está sucediendo y qué se debe ha­ cer. Las reflexiones sobre la naturaleza hum ana y la posibilidad del cam bio razonado no son siem pre tan pesimistas y escépticas como las de Nietzsche o Glover. U n interesante contraste puede verse en las m ucho más tem pranas m editaciones del em perador mogol Akbar de la India, en u n m om ento de interés no «centenario» sino «mile­ nario». Al concluir entre 1591 y 1592 el prim er m ilenio del calenda­ rio m usulm án Hijri (habían transcurrido mil años lunares desde el épico viaje de M ahom a de La Meca a M edina en 622) **, Akbar se em­

* El p o e ta u rd u Jav ed A k h tar dice: «Religión o g u e rra , casta o raza, estas cosas q u e n o sabe / an tes n u e stro salvajismo, c ó m o ju z g a m o s a la b estia salvaje» (Quiver: Poems and Ghazals, H a rp e r C ollins, N ueva York, 2001, p. 47). ** U n a ñ o lu n a r tie n e u n a d u ra c ió n m ed ia d e 354 días, 8 h o ra s y 48 m in u to s, y discu rre en to n c e s m ás rá p id o q u e el a ñ o solar.


R a z ó n y o b je t iv id a d

peñó en u n ambicioso escrutinio de los valores sociales y políticos, y las prácticas legales y culturales. Prestó particular atención a los desa­ fíos de las relaciones intercom unitarias y la necesidad im periosa de paz com unal y colaboración fructífera en la India m ulticultural del siglo xvi. Tenemos que reconocer cuán inusuales eran las políticas de Akbar en esa época. Las Inquisiciones estaban en todo su fu ro r y G iordano B runo fue quem ado en la hoguera en Roma en 1600 m ien­ tras Akbar se pronunciaba sobre la tolerancia religiosa en la India. Akbar no sólo insistía que era d eb er del Estado garantizar que nin­ gún hom bre fuera m olestado p o r su religión y que todos pudieran disfrutar de ella13. También organizó en su capital, Agrá, diálogos sis­ temáticos entre hindúes, musulmanes, cristianos, judíos, jainitas, per­ sas y otros, incluidos agnósticos y ateos. Al tom ar nota de la diversidad religiosa de su pueblo, Akbar esta­ bleció las bases del laicismo y de la neutralidad religiosa del Estado en varias formas: la constitución laica de la India adoptada en 1949, después de la independencia del dom inio británico, tiene m uchas características p o r las que ya abogaba Akbar en la década de 1590. Los elem entos com partidos incluyen la interpretación del laicismo com o la exigencia de que el Estado sea equidistante de las diferentes religiones y no otorgue trato especial a ninguna de ellas. El sustrato del enfoque general de Akbar para la evaluación de la costum bre social y de la política pública era la ambiciosa idea según la cual «la búsqueda de la razón» (en lugar de lo que él llam aba «la tierra fangosa de la tradición») era el cam ino para afrontar los pro­ blemas de conducta y los retos de construir u n a sociedad ju sta 14. La cuestión del laicismo es u n o de los m uchos casos en los cuales Akbar insistía que debem os ser libres para exam inar si la razón sustenta cierta costum bre o justifica la política en vigor. El abolió, p o r ejem­ plo, todos los im puestos especiales sobre los no m usulm anes con el argum ento de que eran discriminatorios, pues no trataban de m ane­ ra igual a todos los ciudadanos. Y en 1582 decidió liberar a todos los esclavos del im perio, ya que «beneficiarse de la fuerza supone ir más allá del reino de la justicia y del buen com portam iento»13. Las críticas de Akbar a las prácticas sociales prevalecientes pueden ilustrarse fácilm ente con sus argum entos. El em perador se oponía, p o r ejem plo, al m atrim onio infantil, que era entonces muy com ún (y que, ay, aún no h a sido erradicado en el subcontinente), porque, de­ cía, «el fin preten d id o con el m atrim onio es todavía rem oto y hay


La i d l a

d e i .a j u s t i c i a

posibilidad inm ediata de causar daño». Él tam bién criticaba la prác­ tica hin d ú de no perm itir a las viudas casarse de nuevo (una práctica que sólo sería reform ada varios siglos después) y añadía que «en una religión que prohíbe el nuevo m atrim onio de la viuda» el sufrim ien­ to generado p o r perm itir el m atrim onio infantil «es m ucho mayor». Sobre la herencia de la propiedad, Akbar observaba que «en la reli­ gión m usulm ana, se perm ite dejar u n a p equeña porción a la hija, aunque por su debilidad ella m erece u n a porción mayor». U n ejem­ plo muy distinto de razonam iento puede advertirse en su tolerancia de los ritos religiosos que suscitaban su escepticismo. C uando su se­ gundo hijo M urad, quien sabía que el em perador se oponía a los ritos religiosos, le preguntó si tales cerem onias debían prohibirse, Akbar se negó de inm ediato con el argum ento de que «im pedir al tonto insensible que haga ejercicio físico porque para él es culto divino se­ ría com o im pedirle todo recuerdo de Dios». M ientras Akbar fue un devoto m usulm án, abogó p o r la necesidad de que cada uno som etiera sus creencias y prioridades heredadas al escrutinio de la crítica. En efecto, quizá el más im portante argum en­ to que Akbar hizo en su defensa de u n a sociedad m ulticultural, laica y tolerante se refería al papel de la razón en la em presa entera. Akbar considera suprem a la razón, pues incluso al disputar con ella debe­ mos dar nuestras razones para dicha disputa. Al ser atacado por tradicionalistas dentro de su propia com unidad religiosa, que argum en­ taban en favor de la fe instintiva e incondicional en la tradición islámica, Akbar le dijo a su amigo y leal lugarteniente Abul Fazl (un form idable intelectual en sánscrito, árabe y persa): «La búsqueda de la razón y el rechazo del tradicionalism o son tan claram ente eviden­ tes que están por encim a de la necesidad de argum entación»"’. Con­ cluía que «la senda de la razón» o «la regla del intelecto • (rahi aql) ha de ser el factor clave del com portam iento bu en o y justo, así com o de un m arco aceptable de deberes y derechos legales .

* A kbar h a b ría suscrito el diagnóstico d e T hornas Scanlon i en su e -d a re c e d o r es­ tu d io sobre el papel de la razón e n la d eterm in ació n d e «lo q u e nos debem os los unos a los otros») según el cual n o d eb eríam o s ver la idea de razón com o m isteriosa o m e­ nesterosa de explicación filosófica desde el p u n to de vista de alsjuna otra más básica n o ció n (Whal We Owe to Ench Othet; H arv ard Universitv Press. C am bridge. 1998. p. 3 ).

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Razón

y o b je t iv id a d

O b je t iv id a d é t ic a y e s c r u t in io r a z o n a d o

Akbar tenía razón al subrayar la indispensabilidad de la razón. Com o se verá, incluso la im portancia de las em ociones se puede apreciar d en tro del ám bito de la razón. En efecto, la significativa posición de las em ociones en nuestras m editaciones puede ser ilus­ trada p o r las razones para tom arlas en serio, au n q u e no sin crítica. Si estam os fuertem ente afectados p o r u n a em oción en particular, hay u na buena razón para p reg u n tar qué nos dice eso. La razón y la em oción desem peñan papeles com plem entarios en la reflexión h u ­ m ana, y la com pleja relación en tre ellas será considerada más ade­ lante en este capítulo. No es difícil darse cuenta de que los juicios éticos exigen rain aql, el uso de la razón. La cuestión pendiente, sin embargo, es: ¿por qué de­ bemos aceptar que la razón ha de ser el último árbitro de las creencias éticas? ¿Hay una función especial de la razón — quizá una razón de cierto tipo— que debem os considerar como de mayor alcance v cru­ cial para los juicios éticos? Puesto que el respaldo razonado difícilmen­ te puede ser una cualidad creadora de valor, tenemos que preguntar: ¿precisamente po r qué es tan im portante el respaldo razonado? -Pue­ de sostenerse que el escrutinio razonado ofrece algún tipo de garantía para alcanzar la verdad? Esto sería difícil de afirmar, no sólo porque la naturaleza de la verdad en las creencias morales y políticas es un tema tan arduo, sino principalm ente porque la más rigurosa de las búsque­ das, en ética o en cualquier otra disciplina, aún podría fracasar. En verdad, a veces un procedim iento muy dudoso podría p rodu­ cir, por accidente, un resultado más correcto que un razonam iento extrem adam ente riguroso. Esto es obvio en epistemología: aun cuan­ do u n procedim iento científico puede tener u n a m ejor probabilidad de éxito que procedim ientos alternativos, incluso un procedim iento absurdo podría producir la respuesta correcta en un caso particular (en tal caso, más correcta que procedim ientos más razonados). Por ejemplo, una persona que confíe en un reloj parado para consultar la h ora observará la ho ra correcta exactam ente dos veces al día. v si por casualidad consulta la hora precisam ente en uno de esos dos m om en­ tos, su reloj inmóvil superará a todos los demás relojes en movimiento a los que tuviera acceso. Sin em bargo, en tanto procedim iento dispo­ nible, no tiene m ucho sentido confiar en el reloj parado en lugar de en u n reloj que se mueva según la hora aproxim ada, a pesar del he­


L a id e a

d e la ju s t ic ia

cho de que el reloj en movimiento sería derrotado dos veces al día p o r el reloj inmóvil*. Resulta plausible pensar que existe u n argum ento similar para escoger el m ejor procedim iento razonado, aun cuando no hay ga­ ran tía de que sea invariablem ente correcto, ni siquiera de que sea más correcto que otro procedim iento m enos razonado (incluso si juzgáram os la corrección de los juicios con algún grado de confian­ za) . El argum ento a favor del escrutinio razonado no radica en n in ­ guna form a segura de hacer del m odo correcto las cosas (tal form a no existe), sino en ser tan objetivos com o razonablem ente podamos**. Tras el argum ento sobre la confianza en la razón para la realización de juicios éticos subyacen tam bién las exigencias de la objetividad, que im plican u na particular disciplina de razonam iento. El im por­ tante papel concedido al razonam iento en este trabajo guarda rela­ ción con la necesidad del razonam iento objetivo al pensar en cues­ tiones de justicia e injusticia. Puesto que la objetividad es en sí m ism a u n a cuestión difícil en la filosofía política y moral, el tem a exige alguna discusión. ¿Adopta la búsqueda de objetividad ética la form a de persecución de ciertos objetos éticos? M ientras b u en a parte de la com pleja discusión sobre la objetividad de la ética h a tendido a presentarse bajo la form a de u n a ontología (en particular, la metafísica de «qué objetos éticos existen»), es difícil en te n d e r qué p u ed en ser tales objetos éticos. En su lugar, yo estaría de acuerdo con Hilary P utnam en que esta línea de investigación es inútil y equivocada***. C uando debatim os las exi­

* L eela M ajum dar, ¡a escrito ra b e n g a li y tía del g ra n d ire c to r c in em ato g ráfico Satyajit Ray, re c u e rd a e n u n c u e n to in fan til q u e c u a n d o e ra e stu d ia n te un iv ersitaria en C alcuta d etu v o a u n e x tra ñ o q u e p asab a y, c o n el á n im o d e m o lestarlo y c o n fu n ­ d irlo , le p re g u n tó : «H ola, ¿ c u án d o llegó d e C hittagong?». El h o m b re , g ra ta m e n te s o rp re n d id o , resp o n d ió : «Ayer, ¿cóm o lo supo?». ** Véase la poderosa reflexión d e B ern ard Williams sobre la creencia razonada com o «orientada hacia la verdad» ( «D eciding to believe», e n Problemi o f the Self C am bridge U ni­ versity Press, C am bridge, 1973). Véase tam bién P eter Railton, Facts, Valúes a n d Norms: Essays Toward a Morality of Consequmce (C am bridge University Press, C am bridge, 2003). *** H ilary P u tn a m , Ethics Wilhout Ontology, H a rv a rd U niversity Press, C am b rid g e, 2004. P u tn a m se p re o c u p a n o sólo d e la in u tilid a d del e n fo q u e o n to lò g ic o so b re la objetividad d e la ética, sino ta m b ié n d e l e rr o r e n q u e se in c u rre al b u sc a r algo q u e se e n c u e n tra m uy alejad o d e la n a tu ra le z a d el tem a. «Veo el in te n to d e d a r u n a explica­ ción o n to lò g ica d e la o b jetiv id ad d e las m atem áticas, e n efecto, c o m o el in te n to d e o fre c e r razones, que no son parte de las matemáticas, sobre la verdad de los enunciados mate­ máticos, al igual q u e el in te n to d e d a r u n a ex p lic a ció n o n to lò g ic a d e la o b jetividad


R a z ó n y o b je t iv id a d

gencias de la objetividad ética, no cruzam os espadas sobre la natu ra­ leza y el contenido de unos supuestos «objetos» éticos. Hay, desde luego, enunciados éticos que presum en la existencia de algunos objetos identificables que p u ed en observarse (esto sería parte del ejercicio de buscar, p o r ejem plo, la evidencia disponible para decidir si u n a persona es valiente o compasiva), m ientras que el tem a de otros postulados éticos p u ed e no ten er esa cualidad (por ejem plo, u n juicio sobre si u n a persona es inm oral o injusta por com pleto). Pero, a pesar de cierta yuxtaposición en tre descripción v evaluación, la ética no es sim plem ente u n a cuestión de descripción verídica de objetos específicos. A ntes bien, com o alega Putnam . «las cuestiones éticas reales constituyen u n a especie de cuestión práctica, y las cuestiones prácticas no im plican tan sólo valores, sino tam bién u n a com pleja com binación de creencias filosóficas, creen­ cias religiosas y creencias fácticas»17. Los procedim ientos efectivamen­ te usados en la búsqueda de la objetividad pu ed en no ser siempre claros, ni accesibles, pero, com o afirm a Putnam , esto p u ed e hacerse con transparencia si las cuestiones subyacentes se som eten al escru­ tinio adecuado*. El razonam iento buscado al analizar los requisitos de la justicia incluirá algunas exigencias básicas de im parcialidad, que son parte integral de la idea de justicia e injusticia. A estas alturas, tiene cierto m érito traer a colación las ideas de Jo h n Rawls y su análisis de la ob­ jetividad m oral y política, que él presentó en su defensa de la objeti­ vidad de la «justicia com o equidad» (tem a al cual estará dedicado el próxim o capítulo)**. Rawls afirma: «El prim er elem ento esencial es d e la ética c o m o u n in te n to sitn ilar d e o fre c e r razones, que no son parte de la ética, vjbre la verdad de los postulados éticos. Y veo am b o s in te n to s co m o p ro fu n d a m e n te equivoca­ dos» (p. 3). * E n m i lib ro Desarrollo y libertad m e abstuve d e c u a lq u ie r discusión seria sobre m eto d o lo g ía ética y fu n d a m e n té la a c ep ta b ilid a d d e alg u n as p rio rid a d e s g en erales del d esarro llo e n p rin cip io s d e se n tid o co m ú n . H ilary P u tn a m h a an alizad o co n cla­ rid a d co n clu y e n te la m e to d o lo g ía sub y acen te d e ese lib ro so b re e c o n o m ía del d esa­ rro llo y h a m o strad o c ó m o la m e to d o lo g ía p a rtic u la r d e ese trab ajo en caja, felizm en­ te p a ra m í, e n su e n fo q u e g e n e ra l so b re objetividad. V éase su o b ra El desplome de la dicotomía hecho-valor y otros ensayos, Paidós, B arcelo n a, 2004. Véase tam b ié n Yivian W alsh, «Sen a fte r P utn am » , Revieiu o f PoliticalEconomy, n ú m . 15, 2003. ** D ebo insistir aq u í e n q u e existen sustanciales diferencias e n tre la idea d e objeti­ vidad d e P u tn am , e n la cual cabe su escepticism o sobre los «principios universales» («pocos problem as reales p u e d e n resolverse c u a n d o se los trata co m o m eras instancias d e u n a generalización universal», Ethics Without Ontology, p. 4), y la n o ció n d e objetivi­


L a id e a d e l a ju s tic ia

que u n a concepción de la objetividad debe establecer u n m arco in­ telectual público suficiente p ara que p u ed a aplicarse el concepto de juicio y para alcanzar conclusiones basadas en razones y en eviden­ cia em pírica después de discutir y tras la debida reflexión». Y añade: «Decir que u n a concepción política es objetiva es decir que hay ra­ zones, determ inadas p o r u n a concepción políticam ente razonable y com únm ente reconocible (que satisface las condiciones de los ele­ m entos esenciales), suficientes para convencer a todas las personas razonables de que es razonable»18. P uede h ab er u n a in teresan te discusión sobre si este criterio de objetividad, que tiene algunos elem entos claram ente norm ativos (en particu lar en la identificación de las «personas razonables»), te n d e ría a coincidir con lo que es p ro b ab le que sobreviva a u n a discusión pública am plia e inform ada. En contraste con Rawls, Jürgen H aberm as se h a enfocado en esta ú ltim a vía, p rin cip alm en te procedim ental, en lugar de confiar en alguna identificación infor­ m al de lo que convencería a personas que serían «razonables» y que en contrarían alguna convicción política tam bién «razonable»19. Veo la fuerza del arg u m en to de H aberm as y la corrección de la dis­ tinción categorial que hace, aun cu an d o no estoy p ersu ad id o de q ue los enfoques de Rawls y H aberm as sean de h ech o radicalm en­ te diferentes desde el p u n to de vista de las respectivas estrategias de razonam iento. Con el fin de alcanzar el tipo de sociedad política en la que tiende a concentrarse, H aberm as tam bién im pone m uchas exigencias rigu­ rosas a la deliberación pública. Si las personas son capaces de ser ra­ zonables al tom ar n o ta de los puntos de vista de las otras personas y al acoger la nueva inform ación, lo cual form a parte de las exigencias esenciales del diálogo público abierto, entonces la brecha entre los dos enfoques tendería a no ser necesariam ente grave*. d a d d e Rawls, q u ien usa los p rincipios universales p ara su investigación d e las especifi­ cidades d e los p roblem as éticos p articu lares (El liberalismo político, pp. 141-150). Ni Rawls ni P u tn a m , sin em b a rg o , se d e ja n te n ta r p o r la o b jetividad d e la ética d e sd e el p u n to de vista d e la o n to lo g ia o d e la b ú sq u e d a d e cierto s objeto s reales. E n este tra ­ bajo m e in sp iro en los análisis d e P u tn a m y Rawls, p e ro n o e x p lo ro m ás allá d e las cu estio n es especificas en las cuales resid en sus d iferencias. * H ab erm as tam b ién dice q u e el tipo d e a rg u m e n to q u e surgiría del sistem a des­ crito será sustancialm ente d ife re n te de las reglas y p rio rid ad e s m ás «liberales» d e Rawls («R econciliation...»). Lo q u e hay q u e establecer es si esas diferencias e n tre las conclusio­ nes d e u n o y otro sobre resultados sustantivos provienen realm en te d e dos proced im ien ­

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Razón

y o b je t iv id a d

No haré mayor distinción entre quienes Rawls clasifica com o «per­ sonas razonables» y otros seres hum anos, a pesar de la frecuente alu­ sión de Rawls a la categoría de «personas razonables». He sostenido en otro lugar que, en general, todos nosotros somos capaces de ser razonables al m an ten er la m ente abierta a la inform ación, al reflexio­ n ar sobre los argum entos de diferentes procedencias, y al participar en deliberaciones y debates de carácter interactivo sobre las cuestio­ nes fundam entales20. Considero que esta presunción no es muy dife­ rente de la propia idea de Rawls sobre las «personas libres e iguales» que tienen todas «poderes morales»’. El análisis de Rawls parece, en efecto, enfocarse más en la caracterización de los seres hum anos deli­ berantes que en la categorizaciónde algunas «personas razonables» en lugar de otras**. La función del razonam iento público sin trabas resul­ ta crucial para la política dem ocrática en general y p ara la búsqueda de lajusticia social en particular***.

A d a m S m it h y e l e s p e c t a d o r im p a r c ia l

El razonam iento público constituye claram ente u n a característica esencial de la objetividad de las creencias políticas y éticas. Si Rawls presenta u n a m anera de pensar acerca de la objetividad en la evalua­ ción de lajusticia, la invocación del espectador im parcial p o r Adam Smith nos ofrece otra. Este «antiguo» enfoque (m ientras escribo, se cum plen casi exactam ente 250 años de la publicación de la Teoría de los sentimientos morales de Smith en 1759) tiene largo alcance. Tiene tos distintos usados p o r los dos pensadores, en lugar de originarse en sus creencias res­ pectivas acerca de cóm o cabría esp erar q u e p ro ced ieran las deliberaciones abiertas e interactivas en los intercam bios dem ocráticos libres. Véase tam bién J. H aberm as, Justifi­ cation and Application: Remarks on Discourse Ethics, M IT Press, C am bridge, 1993. * Rawls se refiere e n p a rtic u la r a «dos p o d e re s m orales»: «la c ap acid ad p a ra u n sen tid o d e lajusticia» y «la cap acid ad p a ra u n a c o n c e p c ió n d el b ien» (La justicia como equidad: una reformulación). ** Rawls n o dice m u ch o acerca d e cóm o quienes p o d rían ser tenidos com o «personas no razonables» convienen en ideas sobre laju sticia y cóm o se integrarían en el o rd en social. *** V éanse Joshua C ohén, «D eliberationanddem ocraticlegitim acy», en Alan H am lin y Phillip Petit (eds.), The Good Polity: Normative Analysis o f the Slate, Blackwell, O xford, 1989, y Politics, Power and Public Relations, University o f C alifornia Press, Berkeley, 2007. Véase tam bién Seyla B enhabib (e d .), Democracy and Difference: Contesting the Boundaries of the Political, P rinceton University Press, P rinceton, 1996.


L a id e a d e l a ju s t ic ia

tam bién contenido sustantivo y procedim ental. Al buscar soluciones m ediante el razonam iento público, se p ro p o n e con energía no ex­ cluir las perspectivas y razones de todo aquel cuyos juicios sean rele­ vantes, o porque sus intereses están com prom etidos o porque sus opiniones acerca de estos temas arrojan luz sobre juicios particula­ res, una luz que se perd ería si no existiera la opo rtu n id ad de airear estas posturas. M ientras la atención central de Rawls parece gravitar sobre las variaciones de los intereses y prioridades personales, Adam Smith estaba p reocupado tam bién p o r la necesidad de am pliar la discu­ sión para evitar el parroquialism o de los valores, que p u ed e te n e r el efecto de ig norar algunos argum entos p ertinentes, poco familiares en u n a cultura determ inada. Puesto que la invocación de la discu­ sión pública puede asum ir u n a form a contrafáctica («;qué diría u n espectador im parcial desde la distancia?»), u n a de las principales preocupaciones m etodológicas de Sm ith es la necesidad de invocar u n a am plia variedad de opiniones y p untos de vista basados en di­ versas experiencias de cerca y de lejos, en lugar de contentarse con encuentros reales o contrafácticos con otros que viven en el mismo m edio cultural y social, y con la mism a clase de experiencias, p re­ juicios y convicciones acerca de lo que es razonable y lo que no lo es, e incluso de creencias sobre lo que es factible y lo que no lo es. La insistencia de Adam Smith en que debem os, en tre otras cosas, ver nuestros sentim ientos desde u n a cierta distancia está motivada p o r el propósito de escrutar no sólo la influencia de los intereses creados, sino tam bién el im pacto de las costum bres y tradiciones arraigadas*. Pese a las diferencias en tre los distintos tipos de argum entos p resen tad o s p o r Sm ith, H aberm as y Rawls, hay u n a sim ilitud esen ­ cial en sus respectivos en fo q u es de la objetividad, al p u n to que la objetividad está ligada p ara cada u n o de ellos, d irec ta o in d irecta­ m en te, a la h ab ilid ad de so rtear los retos del escru tin io in fo rm a­ do desde d iferen tes perspectivas. T am bién en este trabajo asum i­ ré el escrutinio razonado desde diferentes perspectivas com o p arte

* V éase la discusión d e Sim on B lack b u rn so b re la fu n c ió n d el « p u n to d e vista co m ú n » y e n p a rtic u la r las c o n trib u c io n e s d e A d am S m ith y D avid H u m e al d e sa ­ rro llo d e esta perspectiv a (R uling Passions: A Theory o f Practical Reasoning, C la re n d o n Press, O x fo rd , 1998, ca p ítu lo 7).

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esencial de las exigencias de objetividad p ara las convicciones éti­ cas y políticas. No obstante, tengo que agregar o afirmar aquí que los principios que sobreviven a dicho escrutinio no üenen que form ar un solo con­ ju n to (por razones que ya se presentaron en la Introducción). Esto implica, de hecho, u n mayor alejamiento de Jo h n Rawls que de H ilan Putnam*. En verdad, cualquier enfoque de lajusticia, como el de Rawls, que propone prolongar la elección de los principios de justicia en la ri­ gidez de u na única estructura institucional (esto es parte del institucionalismo trascendental discutido en la Introducción) y que procede a contam os paso a paso una historia como si del despliegue de lajusticia, no puede reconciliar con facilidad los principios rivales sobrevivientes que no hablan con una sola voz. Como se vio en la Introducción, abogo por la posibilidad de que se m antengan posiciones contrarias que so­ brevivan a la vez y que no puedan ser sometidas a una cirugía radical que las reduzca todas a una caja bien ordenada de dem andas comple­ tas y a la medida, lo que en la teoría de Rawls nos llevaría p o r una única ruta institucional al cum plim iento de estos requisitos (lo cual ha de po­ nerse en práctica un Estado soberano). M ientras existen diferencias en tre los distintos enfoques de la ob­ jetividad que se consideran aquí, la similitud ostensible entre ellos radica en el reconocim iento com partido de la necesidad del en cuen­ tro razonado sobre una base im parcial (los enfoques difieren princi­ palm ente sobre el dom inio de la im parcialidad requerida, com o se discutirá en el capítulo 6). La razón puede, p o r supuesto, adoptar distintas formas que tienen diferentes usos**. Pero en la m edida en que buscamos la objetividad ética, el razonam iento necesario ha de satisfacer lo que puede verse com o los requerim ientos de la im par­ cialidad. Las razones de lajusticia p u ed en diferir, para usar una ex­ presión de Adam Smith, de las razones del «am or propio» y tam bién de las razones de la prudencia, pero las razones de lajusticia todavía constituyen un am plio espacio. M ucho de lo que sigue en este traba­ jo se ocupará de explorar ese vasto territorio.

* P ero n o hay n in g ú n d ista n c iam ie n to d e B e rn a rd W illiam s. V éase su Ethics and the Limits o f Philosophy, L o n d res, F o n ta n a, 1985, cap. 8. V éase ta m b ié n J o h n Gray, Two Faces o f Liberalism, Polity Press, L o n d res, 2000. ** C o n sid eraré alg u n as d e e stas d iferen cias en los c ap ítu lo s 8 y 9.


L a id e a

d e l a ju s t ic ia

El a lc a n c e d e la ra z ó n

La razón es una poderosa fuente de esperanza y confianza en un m undo oscurecido p o r sombrías hazañas, pasadas y presentes. No es difícil ver p o r qué. Incluso cuando encontram os algo inm ediatam en­ te perturbador, podem os cuestionar esa reacción y p reguntar si es u na respuesta adecuada y si deberíam os realm ente guiarnos p o r ella. La razón se puede ocupar de la form a correcta de ver v tratar a otras personas, otras culturas, otras aspiraciones, y de exam inar diferentes fundam entos para el respeto y la tolerancia. Podem os tam bién razo­ n ar acerca de nuestros errores y tratar de ap ren d er para no repetir­ los, en la misma form a en que Kenzaburo Oé, el gran escritor ja p o ­ nés, espera que la nación jap o n esa continuará com prom etida con «la idea de dem ocracia y la determ inación de nunca volver a librar u na guerra», con la ayuda de u n a com prensión de su propia «histo­ ria de ocupación territorial»*. No menos im portante es que se requiere penetración intelectual para identificar actos que no tien en la intención de ser dañinos, pero que producen ese efecto; por ejemplo, horrores como las terri­ bles ham brunas pueden perm anecer descontrolados por la presunción equivocada de que no pueden ser superados sin increm entar la pro­ ducción total de alimentos, que resulta muy difícil de organizar con su­ ficiente rapidez. Cientos de miles, millones, pueden m orir por la pasivi­ dad calamitosa resultante del fatalismo irracional que se disfraza de com postura basada en el realismo y el sentido común*”. Da la casualidad de que las ham brunas son fáciles de evitar, en parte porque afectan sólo a una pequeña proporción de la población (rara vez a más del 5 por * K en zab u ro O é, Japan, the Ambiguous and Myself, K o d ansh a In te rn a tio n a l, Tokio, 1995, pp. 118-119. V éase ta m b ié n O n u m a Yasuaki, «Japanese W ar G u ilt a n d Postw ar R esponsibilities o f Japan», Berkeley Journal o f International la w , n u m . 20, 2002. De igual m a n e ra , e n la A lem an ia d e la p o sg u e rra a p re n d e r d e los e rro re s d e l p asad o , en p a rtic u la r d el p e rio d o nazi, h a sido u n a im p o rta n te cu estió n en las p rio rid a d e s ale­ m an as co n te m p o rá n e a s. ** H e d iscu tid o las causas d e las h a m b ru n a s y los re q u e rim ie n to s d e p o lítica p a ra su p rev en ció n e n Poverty and Famines: A n Essay on Entitlement and Deprivation, C laren ­ d o n Press, O x fo rd , 1981, y c o n J e a n D réze, Hunger and Public Action, C la re n d o n Press, O x fo rd , 1989. Esta es u n a ilu stració n d el p ro b le m a g e n e ra l d e q u e u n a te o ría equivo­ c ad a p u e d e te n e r co n secu en cias fatales. V éanse m i Desarrollo y Libertad; S abina A lkire, «D evelopm ent: A M isconceived T h e o ry can Kill», e n C h ris to p h e r W. M orris (ed .), Amartya Sen, C am b rid g e U niversity Press, C am b rid g e, e n p re n sa , y C o rm ac O G ráda, Famine: A Short History, P rin c e to n U niversity Press, P rin c e to n , 2009.

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Ra z ó n

y o b je t iv id a d

ciento y difícilmente a más del 10 por ciento), y la redistribución de los alimentos disponibles puede organizarse a través de medidas inm e­ diatas tales como la creación de empleos de emergencia, que suminis­ tran así a los indigentes un ingreso inm ediato para adquirir alimentos. Obviamente, tener más comida haría las cosas más fáciles (la distribu­ ción pública de alimentos puede ayudar, y más alimentos disponibles en los mercados pueden servir para m antener los precios más bajos), pero tener más alimentos no es una necesidad absoluta para la lucha exitosa contra la ham bruna (como se da por descontado con frecuen­ cia y se invoca como justificación para no hacer nada en materia de ayuda inm ediata). La redistribución relativamente pequeña de la pro­ visión de alimentos que se necesita para evitar la m uerte por inanición puede llevarse a cabo mediante el otorgam iento de poder adquisitivo a aquellos carentes de todo ingreso, por una u otra calamidad, que es la causa prim aria típica del hambre*. Considerem os otro tema, que em pieza p o r fin a recibir la aten­ ción que merece: el abandono y el deterioro del m edio natural. Se trata, com o es cada vez más claro, de un problem a en orm em ente serio que está muy ligado a los efectos negativos de la conducta hu­ m ana, pero que no surge de ningún deseo de la población actual de afectar a los que aún no han nacido o de ser insensible con los intere­ ses de las generaciones futuras. Y sin em bargo, a través de la falta de com prom iso y de acción racional, todavía fallamos en el cuidado de­ bido del am biente que nos rodea y de la sostenibilidad de la vida. Necesitamos el escrutinio de la crítica y no sólo b u en a voluntad hacia los dem ás para evitar las catástrofes causadas p o r la negligencia hu­ m ana o la insensible dureza de corazón21. La razón es nuestra aliada, no u n a am enaza que nos ponga en pe­ ligro. ¿Por qué entonces parece tan diferente para quienes encuen­

* A dicionalm ente, puesto q u e m uchas víctimas del h am b re sufren v m u eren de en­ ferm edades com unes (con la ayuda del debilitam iento y del contagio qu e causa la propia h a m b ru n a ), se p u ed e h acer m u ch o a través d e la aten ció n m édica y sanitaria. Más d e las cuatro quintas partes del total de víctimas de la g ran h a m b ru n a de Bengala en 1943 falle­ cieron a causa de las enferm ed ad es com unes en la región, y tan sólo u n a q u in ta parte m u rió d e p u ra inanición (véase el ap én d ice A de m i Poverty andFamines). U n cuadro simi­ lar se observa en otras h a m b ru n a s. V éanse p a rtic u la rm e n te A lex d e YVaal, Famine that Kills: Darfur, Sudan 1984-1985, C laren d o n Press, O xford, 1989, y Famine Ctimes: Poli­ tice and the Disaster Relief Industry in Africa, African Rights an d th e In tern atio n al African Institute, L ondres, 1997. Esta cuestión está considerada en m i artículo sobre desastres h um anos en The Oxford Textbook of Medicine, O xford University Press, O xford, 2008.


La

id e a d e la ju s t ic ia

tran tan problem ática la confianza en la razón? U na de las cuestiones que hay que considerar es la posibilidad de que los críticos de la con­ fianza en la razón estén bajo la influencia del hecho de que algunas personas están convencidas en exceso de su propia razón e ignoran los argum entos contrarios y otros argum entos que pueden llevar a la conclusión opuesta. Esto es lo que realm ente preocupa a jo n a th a n Glover, y se trata de u n a preocupación legítima. Pero la dificultad procede aquí de la certeza precipitada y mal razonada, más que del uso de la razón. El rem edio para el mal razonam iento es el b u en ra­ zonam iento, y la tarea del escrutinio razonado consiste en avanzar del uno al otro. Tam bién es posible que en algunas form ulaciones de «autores ilustrados» no esté suficientem ente subrayada la necesidad de revisión y de prudencia, pero sería difícil deducir de aquí u n a re­ cusación general de la perspectiva de la Ilustración y, aún más, un enjuiciam iento de la función general de la razón en el com porta­ m iento ju sto o la b u en a política social.

L a RA ZÓ N , LOS SE N T IM IE N T O S Y LA IL U S T R A C IÓ N

Existe, sin em bargo, la cuestión adicional de la im portancia relati­ va de los sentim ientos instintivos y del cálculo frío, sobre la cual varios autores ilustrados tenían m ucho que decir. El argum ento d e jo n ath an Glover en favor de u n a «nueva psicología hum ana» surge de su reco­ nocim iento de que la política y la psicología están entrelazadas. Es di­ fícil pensar que la razón, basada en las pruebas disponibles sobre la conducta hum ana, no condujera a la aceptación de esta interco­ nexión. La aversión instintiva a la crueldad y al com portam iento in­ sensible puede desem peñar un papel preventivo clave en la lucha con­ tra la atrocidad, y Glover acentúa con razón la im portancia, entre otras cosas, de «la tendencia a responder con respeto a las personas» y de «la simpatía o preocupación p o r la miseria y la felicidad de los otros». No debe haber, em pero, conflicto alguno con la razón, que puede avalar precisam ente estas prioridades. El buen razonam iento ha teni­ do ese papel en la investigación de Glover sobre los peligros de la creencia unilateral y confiada en exceso (el argum ento de Akbar, se­ gún el cual incluso para disputar la razón hay que d ar u n a razón para la disputa, resulta relevante aq u í). La razón no necesita im pedir la com prensión, si está justificada, de que una confianza total en el cálcu­


Razón

y o b je t iv id a d

lo frío puede no ser u n a b u en a o razonable m anera de garantizar la seguridad hum ana. Al celebrar la razón, en efecto, no existe fundam ento suficiente para negar el amplio papel de la psicología instintiva y las respuestas espontáneas22. Ellas se com plem entan, y en muchos casos u n a com­ prensión de la función de ampliación y liberación de nuestros senti­ mientos puede constituir un buen tem a para el razonam iento mismo. Adam Smith, una figura clave en la Ilustración escocesa (y muy influ­ yente tam bién en la Ilustración francesa), analizó extensam ente el pa­ pel central de las emociones de la respuesta psicológica en su Teoría de los sentimientos morales . Smith puede no haber ido tan lejos como David H um e al afirm ar que «la razón y el sentim iento concurren en casi to­ das las determ inaciones y conclusiones morales»23, pero ambos consi­ deraban el razonam iento y el sentim iento como actividades profunda­ m ente interrelacionadas. Tanto H um e como Smith eran, p o r supuesto, «autores ilustrados» p o r antonomasia, no menos que D iderot o Kant. Pero la necesidad del escrutinio razonado de las actitudes psicoló­ gicas no desaparece aun después de reconocer el p o d er de las em o­ ciones y celebrar el papel positivo de m uchas reacciones instintivas (como la aversión a la crueldad). Smith en particular, incluso tal vez más que H um e, otorgó a la razón u n enorm e papel en la evaluación de nuestros sentim ientos y afanes psicológicos. En efecto, para H um e, la pasión parece ser a veces más poderosa que la razón. Como dice Thom as Nagel en su poderosa defensa de la razón en The Last Word: «Es sabido que H um e creía que com o u n a “pasión” inm une a la eva­ luación racional subyace a cada motivación, no hay tal cosa com o la razón práctica o la razón moral»**. Smith no era de esta opinión, au n ­ que, com o H um e, consideraba im portantes e influyentes las em ocio­ nes y sostenía que nuestra «prim era percepción» de lo ju sto y lo in­ justo «no puede ser objeto de la razón, sino de los sentidos y de los sentimientos». Pero Smith tam bién alegaba que aun estas reacciones

* V éase tam b ié n M arth a C. N ussbaum , Paisajes del Pensamiento: la Inteligencia de las Emociones, Paidós, B arcelo n a, 2008. ** T hom as N agel, The Last Word, O x fo rd University Press, N ueva York, 1997, p. 102. Sin em bargo, H u m e pare c e variar e n la cuestión d e la prio rid a d . M ientras c o n ced e a la razón u n a posición d estacad a q u e p arece m ás d o m in a n te q u e la d e la razón, H u m e tam bién afirm a: «En el m o m en to e n q u e p ercibim os la falsedad d e u n a suposición o la insuficiencia d e los m edios, nuestras pasiones se pliegan a n u e stra razón sin oposición alguna» (A Treatise of H um an Nature, C la re n d o n Press, O x fo rd , 1978, p. 416).


I-A ID E A DF. I .A J I S T I C I A

instintivas al com portam iento concreto no pu ed en más que descan­ sar, así sea im plícitam ente, en nuestra razonada com prensión de las conexiones causales en tre conducta y consecuencias en «una vasta variedad de instancias». Más aún, las prim eras percepciones tam bién pueden cam biar en respuesta al exam en crítico, p o r ejemplo con base en la investigación em pírica causal que m uestre que un cierto «objeto es el m edio para o b ten er otro»24. El reconocim iento p o r Adam Smith de la im periosa necesidad del escrutinio razonado está bien ilustrado en su discusión acerca de cóm o evaluar nuestras actitudes sobre las prácticas prevalecientes. Esto resulta de obvia im portancia para la poderosa defensa que hace Smith de la reform a, p o r ejem plo en los casos de la abolición de la esclavitud, de la reducción de la carga de requisitos burocráticos ar­ bitrarios sobre el com ercio entre las naciones o de las exigencias pu­ nitivas im puestas a los indigentes com o condición para la ayuda eco­ nóm ica prevista en las Leyes de Pobres*. Si bien es cierto que la ideología y la creencia dogm ática pueden surgir de fuentes distintas de la religión y la costum bre, y así ha suce­ dido con frecuencia, ello no niega el papel de la razón en la evalua­ ción de la motivación de las actitudes instintivas, al igual que en la ponderación de los argum entos presentados parajustificar políticas razonadas. Lo que Akbar llam aba la «senda de la razón » no excluye la valoración de las reacciones instintivas, ni el conocim iento del pa­ pel informativo que a m enudo desem peñan nuestras reacciones m entales. Y todo esto resulta muy consistente con no conceder la úl­ tim a palabra a nuestros instintos inescrutados.

* En su b ien a rg u m e n ta d o ensayo «Why E conom ies N eed E thical T heory», John B room e afirm a: «A los econom istas n o les gusta im p o n e r su o p in ió n m oral a la gente, p e ro n o hay d u d a d e ello. Muy pocos econom istas están en posición de im p o n e r su o p in ió n a alguien... La solución es arm arse d e b u en o s a rg u m en to s y d o m in a r la teoría. N o se trata de esconderse d etrás d e las preferen cias d e o tras personas c u an d o esas p re ­ ferencias p u e d e n n o estar b ien fu n d ad as, c u an d o las p erso n as m ism as p u e d e n estar b u scan d o la ayuda de los econom istas p a ra estab lecer m ejores preferencias» (Argumenis for a Better World: Essays in Honor o f A martya Sen, O x fo rd U niversity Press, O xford, 2009, vol. I, p. 14). Esto era, p o r supuesto, lo q u e Sm ith tratab a de hacer.

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2. R a w l s y m á s a l l á

E s t e capítulo es en lo esencial u n a crítica de la teoría de la justicia presentada p o r Jo h n Rawls, el principal filósofo político de nuestro tiem po. Plantearé lo que me separa de Rawls, pero no p u ed o em pe­ zar sin reconocer cóm o mi p ropio enten d im ien to de lajusticia, y de la filosofía política en general, han recibido la influencia de lo que a p ren d í de él, sin m en cio n ar la gran d eu d a que tengo con Rawls p o r revivir el interés filosófico en el tem a de lajusticia. En efecto, Rawls ha hecho de la cuestión lo que hoy es, e inicio esta crítica con el recuerdo de la em oción de verlo transform ar de m odo radical la filosofía política contem poránea. Además de beneficiarm e de los es­ critos de Rawls, tuve el privilegio de te n er a esta maravillosa persona com o am igo y colega. Su b o n d ad era extraordinaria, y sus lúcidos com entarios, críticas y sugerencias me h an enriquecido constante­ m ente y h an ejercido gran influencia en mi propio pensam iento. Tuve m ucha suerte. La filosofía política y m oral hizo grandes avan­ ces bajo el liderazgo de Rawls precisam ente cuando yo em pezaba a interesarm e en el tem a com o observador desde otras disciplinas (las matemáticas y la física, prim ero, y la econom ía, después). Su ensayo de 1958, «Lajusticia com o equidad», nos ilum inó de u n a form a que sería muy difícil de describir hoy, al igual que sus escritos tem pranos de la década de 1950 sobre los «procedim ientos de tom a de decisio­ nes» y sobre los diferentes conceptos de «reglas», que leí com o estu­ diante de licenciatura e ilum inaron mi pensam iento de m anera muy em ocionante1. Y entonces, en 1971, apareció Teoría de lajusticia, el revolucionario libro de Rawls2. El, K enneth Arrow y yo habíam os usado u n prim er

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L a ID E A DF, LA JU S T IC IA

b orrador del texto en u n a clase conjunta de filosofía política que im­ partim os en H arvard durante el año académico 1968-1969, cuando estuve allí com o profesor visitante m ientras trabajaba en la Universi­ dad de Delhi. Yo estaba escribiendo mi propio libro sobre elección social, Elección colectiva y bienestar social (1970), que incluía un análisis de la justicia, y m e beneficié inm ensam ente de los incisivos com enta­ rios y sugerencias de Rawls. Poco después tuve el privilegio de opinar form alm ente sobre el texto final de Teorìa de lajusticia para la editorial de Harvard. Puede sonar un tanto exagerado, pero entonces creía captar el sentim iento expresado p o r Wordsworth: «Era una dicha es­ tar vivo en ese am anecer / pero ser joven era estar en el cielo». Ese sentim iento de excitación no h a dism inuido con los años, aun­ que ahora piense que algunas de las principales tesis de la teoría rawlsiana de lajusticia son seriam ente defectuosas. Plantearé mis dis­ crepancias enseguida, pero prim ero debo aprovechar la ocasión para reconocer la sólida fundam entación sobre la cual colocó Rawls la cuestión de la teoría de lajusticia3. Algunos de los conceptos básicos que Rawls identificó com o esenciales continúan o rientando mi p ro ­ pio entendim iento de lajusticia, a pesar de las diferencias en la direc­ ción y conclusiones de mi trabajo.

L a j u s t ic ia c o m o e q u id a d : e l e n f o q u e d e R a w l s

Tal vez el ejem plo de mayor alcance sobre lo que resulta esencial para u na adecuada com prensión de lajusticia es la idea fundacional de Rawls según la cual lajusticia debe connsiderarse desde el punto de vista de las exigencias de la equidad. Aun cuando cada resum en es en últim a instancia u n acto de barbarie, resulta muy útil describir breve­ m ente (a riesgo de cierta supersimplificación) la teoría de Rawls so­ bre la «justicia com o equidad» para concentrarnos en algunas carac­ terísticas básicas que perm iten en ten d er el enfoque rawlsiano, y tam bién para realizar trabajo adicional sobre lajusticia*. En este en­ * D ebo se ñ alar a q u í q u e e n la o b ra d e Rawls la id ea d e justicia a p a re ce p o r lo m en o s e n tres co n tex to s d iferen tes. P rim e ro , está la d eriv ació n d e sus « p rincipios de justicia» a p a rtir de la id e a d e e q u id a d , la cual a su vez id en tific a las in stitu cio n es re ­ q u erid as, co n base e n laju stic ia , p a ra la e stru c tu ra básica d e la sociedad. Esta teo ría, q u e Rawls ela b o ra e n co n sid erab le d etalle, p ro c e d e paso a paso d esd e a q u í hasta la legislación y la ejecu ció n d e lo q u e él ve c o m o exigencias d e la «justicia co m o e q u i­

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R aw ls y m ás allá

foque, la noción de equidad se considera fundacional y aspira a ser en cierto m odo «previa» al desarrollo de los principios de jusdcia. Sostendría que tenem os buenas razones para ser persuadidos por Rawls de que la búsqueda de la justicia ha de vincularse a, y en cierto m odo d epende de, la idea de equidad. Este entendim iento central es no sólo im portante para la propia teoría de Rawls; tam bién es pro­ fundam ente relevante para casi todos los análisis de lajusticia, inclui­ do el que trato de presentar en este libro*. ¿Qué es entonces la equidad? Esta idea básica p u ed e asum ir diver­ sas formas, pero u n o de sus elem entos centrales es la exigencia de evitar prejuicios en nuestras evaluaciones y ten er en cuenta los inte­ reses y las preocupaciones de los otros, y en particular la necesidad de evitar el influjo de nuestros intereses creados, o de nuestras prio­ ridades, excentricidades y prevenciones. En general, p u ed e verse com o una exigencia de im parcialidad. La explicación detallada de Rawls sobre las exigencias de la im parcialidad se basa en su construc­ tiva idea de la «posición original», clave p ara su teoría de la «justicia com o equidad». La posición original es u n a situación im aginaria de igualdad prim ordial, donde las partes no tienen conocim iento de sus identidades personales o de sus intereses creados en el grupo como tal. Sus representantes tienen que escoger bajo el «velo de la igno­ rancia», que es un estado im aginario de ignorancia para decidir (en particular, ignorancia acerca de los distintos intereses personales y las diferentes opiniones reales sobre la b u en a vida, lo que Rawls llam a «preferencias com prehensivas»), y es en tal estado de ignoran­ cia asum ida que los principios de ju sticia se escogen p o r u n an im i­ dad. Según Rawls, los principios de justicia determ inan las institucio­

dad». H ay u n a se g u n d a esfera, la d e la reflex ió n y el d esa rro llo d e u n « equilibrio re ­ flexivo», e n la cual p u e d e n fig u ra r los ideales d e la ju stic ia , p e ro la cu estió n a q u í c o n c ie rn e a n u estra s evaluaciones p e rso n a le s respectivas so b re la b o n d a d y la recti­ tud . El te rc e r c o n te x to es lo q u e Rawls d e n o m in a «consenso e n tre c ru z a d o » , q u e tie­ n e q u e ver co n los co m p lejo s m o d elo s d e n u e stro s ac u erd o s y d esacu erd o s, d e los cuales d e p e n d e la estab ilid ad d el o rd e n social. Mi in te ré s p rim a rio es el p rim e ro d e los co ntextos, el d e los « p rincipios d e ju sticia». * El im p acto d el p e n sa m ie n to d e Rawls p u e d e adv ertirse e n o tro s estu d io s c o n ­ te m p o rá n e o s so b re la ju stic ia , co m o los d e R o n ald D w orkin, T h o m as N agel, R o b e rt N ozick, T h o m as Pogge, J o s e p h Raz, T h o m as S can lo n y otros, cuyos análisis h a n reci­ b id o u n a fu e rte in flu e n c ia d e la te o ría raw lsiana, a u n q u e e n a lg u n o s casos, c o m o el d e N ozick, e n fo rm a d e co m b a te d ialéctico (véase R. N ozick, Anarchy, State and Uto­ pia, Basic Books, N ueva York, 1974).

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I.A ID E A DF. I A J U S T IC IA

nes sociales básicas para el buen gobierno de la sociedad que tales instituciones, de acuerdo con nuestra im aginación, están a pu n to de «crear». En esta posición original im aginaria, las deliberaciones sobre los principios de justicia dem andan la im parcialidad requerida p o r la equidad. En Teoría de la justicia (1971), Rawls lo plantea así: La posición original es el adecuado statu qao inicial que asegura que los acuerdos fundamentales alcanzados hasta entonces son equitativos. Este hecho admite el nom bre de «justicia como equidad». Resulta cla­ ro, entonces, que lo que quiero decir es que una concepción de la justi­ cia es más razonable que otra, o más justificable con respecto a ella, si personas racionales en la posición original escogerían esos principios en lugar de otros para el papel de la justicia. Las concepciones de la justicia deben ser clasificadas por su aceptabilidad para las personas si­ tuadas en tales circunstancias.

En sus trabajos posteriores, particu larm en te en Liberalismo polí­ tico (1993), Rawls hizo u n a defensa aún m ayor de cóm o se supone que funciona el proceso de la equidad*. La justicia com o equidad se ve com o u n a muy d ep u rad a «concepción política de la justicia» desde el principio. U na de las cuestiones básicas que Rawls estudia es cóm o p u ed en co o p erar en tre sí las personas en u n a sociedad a pesar de suscribir «doctrinas com prehensivas p ro fu n d am en te en­ frentadas au nque razonables». Esto resulta posible «cuando los ciu­ dadanos com parten u n a razonable concepción política de la ju sti­ cia», lo cual les ofrece «una base para que la discusión pública sobre cuestiones políticas fundam entales pro ced a y p u ed a ser decidida de m odo razonable, no en todos los casos p ero sí en m uchos asun­ tos constitucionales esenciales y de justicia básica». Los ciudadanos p u ed en discrepar, p o r ejem plo, en sus creencias religiosas y opinio­ nes generales acerca de qué es u n a vida b u en a y digna, p ero las deliberaciones los conducen a estar de acuerdo, según la visión de * El e x tra o rd in a rio alc a n ce d el d iscu rso d e Rawls p u e d e ser c o n firm a d o gracias a la re c ie n te p u b licació n d e u n v e rd a d e ro festín d e textos in é d ito s o p o c o c o n o ci­ dos d el filósofo, lo cual c o n trib u y e a c o n so lid a r su o b ra te m p ra n a . V éanse J o h n Rawls, Collected Papers, H arv ard U niversity Press, C am b rid g e, 1999; El derecho de gentes, Paidós, B arcelona, 2001, y Lecciones sobre la historia de la filosofía moral, Paidós, B arcelo ­ na, 2001.

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R \W I.S V M ÁS ALLÁ

Rawls, en cóm o tom ar nota de las diferencias en tre los m iem bros v cóm o alcanzar u n conjunto de principios de justicia que sea equita­ tivo para todo el grupo.

De la e q u id a d a l a j u s t ic ia

El ejercicio de equidad, así estructurado, se o rien ta a identificar los principios apropiados que d eterm in arían la elección de las ins­ tituciones justas requeridas para la estructura básica de u n a socie­ dad. Rawls identifica varios principios muy específicos de justicia, que se discuten ahora, v reivindica con fuerza que tales principios serían la elección unánim e que surgiría de la concepción política de la justicia com o equidad. El alega que si tales principios fueran escogidos p o r todos en la posición original, con su igualdad pri­ m ordial, ellos constuirían la «concepción política» ap ropiada de la justicia, y que las personas que crecieran en u n a sociedad bien or­ d en ad a p o r estos principios ten d rían buenas razones p ara afirm ar u n sentim iento de la justicia basado en ellos (sin consideración p o r la particular concepción de cada p erso n a sobre la «buena vida» y las prioridades «comprehensivas» personales). Así que la elección unánim e de estos principios de justicia d esem peña u n papel clave en el sistem a de Rawls. el cual incluye la escogencia de instituciones para la estructura básica de la sociedad y la determ inación de una concepción política de la justicia, que el filósofo presum e que influi­ rán en los com portam ientos individuales de conform idad con esa concepción com partida (volveré a esta cuestión más adelante en este capítulo). La elección de principios básicos de justicia es el prim er acto en el despliegue de la justicia social, que tiene varias etapas. La prim era etapa conduce a la siguiente, la etapa «constitucional», en la cual se seleccionan instituciones reales en consonancia con el principio es­ cogido de justicia y con las condiciones de cada sociedad en particu­ lar. El funcionam iento de estas instituciones, a su vez, lleva a poste­ riores decisiones sociales en etapas más avanzadas del sistema de Rawls, p o r ejem plo a través de legislación apropiada (en lo que Rawls llama «la etapa legislativa»). La secuencia im aginaria avanza paso a paso sobre las líneas señaladas, con un despliegue muy elaborado de esquemas sociales justos.

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L a i d e a D E LA J U S T I C I A

El proceso com pleto de este despliegue está basado en la em er­ gencia de lo que él describe com o los «dos principios de justicia» en la prim era etapa que ejerce su influencia sobre todo lo dem ás que sucede en la secuencia rawlsiana. Tengo que expresar mi considera­ ble escepticismo sobre la muy específica tesis de Rawls sobre la elec­ ción única, en la posición original, de un particular conjunto de principios para las justas instituciones que se requieren para u n a so­ ciedad justa. Existen preocupaciones generales, en verdad plurales y a veces conflictivas que se relacionan con nuestra com prensión de la justicia4. Tales preocupaciones no necesitan diferir en la form a con­ veniente — es decir, conveniente p ara la elección— de suerte que tan sólo u n conjunto de principios incorpore realm ente la im parcia­ lidad y la equidad*. Muchas de ellas son imparciales y desapasiona­ das, y representan máximas que sus exponentes quieren «convertir en principio de u n a ley universal», p ara em plear el famoso im perati­ vo categórico de Kant5. En verdad, yo sostendría que la pluralidad de principios im parcia­ les puede reflejar el hecho de que la im parcialidad asume muchas formas diferentes y tiene muy distintas manifestaciones. Por ejem ­ plo, en la historia de los tres niños que se disputan una flauta, plan­ teada en la Introducción, bajo el argum ento de cada niño subyace u n a teoría general sobre cóm o tratar de m anera im parcial a las per­ sonas, con énfasis en la utilidad y el uso efectivo, la equidad económ i­ ca y lajusticia distributiva, y el derecho a los frutos del propio esfuer­ zo, respectivam ente. Los argum entos de los tres niños son generales y sus respectivos razonam ientos acerca de la naturaleza de u n a socie­ dad ju sta reflejan ideas básicas diferentes que p u ed en defenderse de m anera imparcial (en lugar de dep en d er de los intereses creados). Y si n o se da el surgim iento único de u n determ inado conjunto de principios de justicia que identifiquen las instituciones requeridas para la estructura básica de la sociedad, entonces el procedim iento com­ pleto de la «justicia com o equidad», tal com o está desarrollado en la teoría clásica de Rawls, sería muy difícil de emplear**. * Las teorías alternativas d e laju sticia q u e jo h n R o em er co m p a ra y c o n trasta en su Theories ofDistributiveJustice (H arvard University Press, C am bridge, 1996) aspiran todas a la im parcialidad, y la elección e n tre ellas tien e q u e estar basada e n o tras razones. ** M e te m o q u e m i escep ticism o so b re la tesis d e Rawls a c erca d e la elec ció n u n á n im e d e u n c o n tra to social e n la «posición original» n o es u n a id e a nueva. Mis p rim era s d u d as, co m p artid as co n m i am igo G arry R u n cim an , están reco g id as e n u n


R aw ls y m ás allá

Como se discutió en la Introducción, la tesis básica de Rawls sobre la em ergencia de un solo conjunto de principios de justicia en la po­ sición original (estudiada y defendida en la Teoría de la justicia) está muy suavizada y matizada en sus escritos posteriores. En efecto, en su obra La justicia como equidad: una reformulación, Rawls observa que «definitivamente existen m uchas consideraciones a las cuales se pue­ de apelar en la posición original, y cada concepción alternativa de la justicia es favorecida p o r alguna consideración y desfavorecida por otra», y tam bién que «el balance de razones descansa en el juicio, si bien en el juicio inform ado y guiado p o r la razón»6. C uando Rawls concede que «el ideal no puede alcanzarse p o r com pleto», hace re­ ferencia a su teoría ideal de la justicia com o equidad. Sin em bargo, no tiene que h ab er nada particularm ente «no ideal» en u n a teoría de la justicia que adm ita el debate y el desacuerdo sobre algunos te­ mas, m ientras se concentra en muchas sólidas conclusiones que sur­ girían vigorosam ente del acuerdo razonado sobre las exigencias de lajusticia. Resulta claro, em pero, que si las reconsideraciones de Rawls signi­ fican lo que parece que significan, entonces se tendría que abando­ n ar su tem prana teoría de lajusticia com o equidad p o r etapas. Si las instituciones tienen que ser establecidas con fundam ento en u n úni­ co conjunto de principios de justicia que em ana del ejercicio de la equidad, a través de la posición original, entonces la ausencia de una tal em anación afecta la base misma de la teoría. Hay aquí u n a ten­ sión real en la propia reflexión de Rawls a lo largo de los años. El no abandona, al m enos de m anera explícita, su teoría de lajusticia com o equidad, pero parece aceptar que existen problem as insolubles para la consecución de un acuerdo unánim e sobre u n conjunto de princi­ pios de justicia en la posición original, lo cual no deja de ten er efec­ tos devastadores para su teoría de la «justicia com o equidad». Personalm ente, m e inclino a pensar que la teoría original de Rawls desem peñó un enorm e papel al hacernos com prender varios aspec­ tos de la idea de lajusticia, e incluso si se ha de abandonar esta teoría

ensayo c o n ju n to , «G am es, ju stic e a n d th e g e n e ra l will», e n M ind, n ú m . 74, 1965. Este tex to es, p o r su p u esto , a n te rio r a la p u b lic ac ió n d e la Teoría de lajusticia d e Rawls en 1971, p e ro está basad o e n la versión inicial d e la «posición original» e n su ensayo p io n e ro «Justice as fairness», e n Philosophical Review, n ú m . 67, 1958. V éase tam b ién m i Elección colectiva y bienestar social, A lianza E ditorial, M adrid, 2007.

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L a id e a

d e l a j u s t ic ia

—para lo cual existen fuertes argum entos— , buena parte de la ilustra­ ción aportada por la contribución pionera de Rawls perm anecería y continuaría enriqueciendo la filosofía política. Es posible apreciar m u­ cho y a la vez criticar seriam ente una teoría, y nada me haría más feliz que contar con la com pañía del propio Rawls, si tal cosa fuere posible, en esta evaluación «dual» de la teoría de lajusticia como equidad.

La a p l i c a c i ó n d e l o s p r i n c i p i o s r a w l s i a n o s d e j u s t i c i a Sea com o fuere, procedam os con el esbozo de la teoría rawlsian a de lajusticia com o equidad. Rawls n u n ca la ab an d o n ó , y h a sido p ro b ab lem en te la más influyente teo ría de laju sticia en la filosofía m oral m oderna. Rawls sostenía que los siguientes «principios de ju s­ ticia» surgirán del acuerdo unánim e en la posición original (El libe­ ralismo político, p. 328): a. Cada persona tiene un derecho igual a un esquema plenam ente adecuado de libertades básicas iguales que sea compatible con un es­ quem a similar de libertades para todos. b. Las desigualdades sociales y económicas tienen que satisfacer dos condiciones. En prim er lugar, tienen que estar vinculadas a cargos y po­ siciones abiertos a todos en condiciones de equitativa igualdad de opor­ tunidades; y en segundo lugar, las desigualdades deben ser para el mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad.

Es im portante observar que los principios de justicia identificados p o r Rawls incluyen la prioridad de la libertad (el «prim er principio») que da prelación a la m áxim a libertad de cada persona, condiciona­ da a igual libertad para todos, en com paración con otras considera­ ciones económ icas o de equidad social. La igual libertad personal tiene prioridad sobre las exigencias del segundo principio, que se refieren a la igualdad de ciertas oportunidades generales y a la equi­ dad en la distribución de los recursos de carácter general. Esto quie­ re decir q ue las libertades que todos disfru tan no p u ed en ser vio­ ladas con el pretexto del fom ento de la riqueza o del ingreso, o de u na m ejor distribución de los recursos económ icos entre los ciuda­ danos. Aun cuando Rawls pone la libertad en u n encum brado pedes­ tal que está sin d ud a sobre todas las dem ás consideraciones (y hay un


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claro extrem ism o aq u í), la reivindicación general subyacente es que la libertad no puede ser recortada para convertirla en una ventaja que com plem ente a otras ventajas (como la opulencia económ ica); hay algo muy especial en el lugar de la libertad personal en las vidas hum anas. Es de esta reivindicación más general —y no necesaria­ m ente extrem a— de la cual me dejaré guiar en la parte constructiva de este trabajo. En los principios de justicia de Rawls se abordan otras cuestiones de elección de instituciones a través de un conjunto de requisitos que están com binados en el «segundo principio». La prim era parte del segundo principio tiene que ver con el requisito institucional de ga­ rantizar que las oportunidades públicas estén abiertas a todos, sin dis­ crim inación po r motivos de raza, etnia, casta o religión. La segunda parte del segundo principio (llamada el «principio de diferencia») se refiere tanto a la equidad en la distribución cuanto a la eficiencia ge­ neral, y se interesa en m ejorar la suerte de los más desaventajados de la sociedad. El análisis de Rawls sobre la equidad en la distribución de los re­ cursos invoca un índice de lo que él llama «bienes primarios», que son los m edios para alcanzar u n a variedad de fines (los recursos idó­ neos para conseguir lo que las personas quieren, tan variados como sus deseos). Rawls considera que los bienes prim arios incluyen «los derechos, las libertades y las oportunidades, el ingreso y la riqueza, y las bases sociales del respeto a sí mismo»7. Obsérvese que las liberta­ des entran aquí otra vez, esta vez com o u n a ventaja que com plem en­ ta otras ventajas, com o el ingreso y la riqueza. Además de lo que está incluido en las preocupaciones relativas a la distribución, resulta significativa la exclusión que hace Rawls de ciertas reivindicaciones distributivas que han sido subrayadas por otros teóricos. En efecto, es im portante advertirlo que no:se tiene en cuenta de m anera directa, com o las reivindicaciones basadas en los m éritos o la propiedad. Rawls ofrece justificaciones razonadas tanto para estas exclusiones com o para las inclusiones*. Las productividades reciben, no obstante, reco n o cim ien to indi­ recto a través de su función en el avance de la eficiencia y la eq u i­ dad, de tal m an era que las desigualdades relacionadas con ellas * V éase tam b ié n Liam M u rp h y y T h o m as N agel, The Myth o f Ownership: Taxes and Justice, O x fo rd U niversity Press, N ueva York, 2002, p. 4.


La

id e a

d e la ju s t ic ia

sean perm itidas y defendidas en la teo ría rawlsiana de la distribu­ ción cuando tales iniquidades ayudan a las personas más desaven­ tajadas a m ejo rar com o resultado, p o r ejem plo, de la utilización de incentivos. O bviam ente, en u n m u n d o en el cual la co n d u cta in d i­ vidual no está m old ead a solam ente p o r la «concepción de la ju s ti­ cia» en la posición original, no hay m an era de evitar problem as p o r los incentivos. De otra parte, si en la posición original las desigualdades basadas en las exigencias de incentivos fueran consideradas incorrectas e in­ justas (pueden verse como sobornos para que las personas sean dili­ gentes y productivas), entonces ¿los principios adoptados en la posi­ ción original no deberían elim inar la necesidad de incentivos? Si en una econom ía justa no debe surgir la desigualdad de los incentivos, ¿los principios em ergentes de ese estado de im parcialidad no debe­ rían traducirse en que las personas concuerden en aportar lo suyo sin necesidad de ser sobornadas? Y, con base en el razonam iento rawlsiano, si en el m undo poscontractual cada persona se com porta de con­ form idad con la concepción de lajusticia em anada de la posición ori­ ginal, ¿en ese m undo orientado hacia los deberes, no deberíam os esperar entonces el cum plim iento espontáneo de los respectivos de­ beres productivos de cada quien (como parte de esa concepción de la justicia), sin necesidad alguna de incentivos? La idea de que las personas harán de m anera espontánea lo que han acordado hacer en la posición original es propia de Rawls*. Y sin em bargo, Rawls parece ir hasta «este pu n to y no más allá», y no es del todo claro que se p u ed a d eterm inar con exactitud qué desigualda­ des basadas en incentivos son aceptables (incluso en un m undo en el cual las norm as de conducta que surgen de la posición original son efectivas de m anera uniform e), m ientras se rechazan otras m odali­ dades de desigualdad8. Este problem a p u ed e g en erar dos distintos tipos de respuesta. U na es la que ha argum entado con fuerza G. A. C ohén en su libro RescuingJustice and Equality (2008), según la cual el ajuste de la de­ sigualdad p o r razón de los incentivos limita el alcance de la teoría de lajusticia de Rawls9. La concesión de incentivos p u ed e ser razonable desde el p u n to de vista práctico, pero ¿puede ser parte de u n a teoría * «Se su p o n e q u e cad a u n o ac tú a c o n ju stic ia y hace su p a rte e n el so ste n im ie n to de las in stitu cio n es justas» (Teoría de Injusticia).


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plausible de lajusticia? En un m undo en el cual lajusticia concierne tan sólo a la justicia trascendental, la crítica de C ohén p arecería legítima. En u n a perspectiva diferente de la misma cuestión, resulta difícil im aginar que la necesidad de incentivos sea soslayada con base en la expectativa de que la concepción de lajusticia en la posición original hará que cada un o desem peñe de m anera espontánea su plena fun­ ción productiva sin la ayuda de incentivos. C ohén bien p u ed e ten er razón en que u na sociedad que p u ed e ser vista com o perfectam ente ju sta no debería sufrir el im pedim ento de la desigualdad basada en incentivos, pero ésta es u n a razón más p ara no concentrarse tanto en lajusticia trascendental al desarrollar u n a teoría de lajusticia. La transición prevista p o r Rawls puede no ser lo suficientem ente tras­ cendental para Cohén, pero existen otros problem as de concentra­ ción trascendental (por razones ya estudiadas) que Rawls debe afron­ tar, incluso en ausencia de una im itación de Cohén. En un m undo de justicia comparativa, el m undo ju sto de C ohén p u ed e estar p o r encim a del que Rawls plantea en laju sticia com o equidad, pero la principal utilidad de la teoría de laju sticia com parativa estaría en propiciar com paraciones entre posibilidades factibles m enos exalta­ das, desde el pun to de vista de lajusticia, que los m undos «justos» de Rawls y Cohén.

A l g u n a s l e c c io n e s p o s it iv a s d e l e n f o q u e r a w l s ia n o

No es difícil advertir que hay algunas contribuciones de gran im­ portancia en el enfoque rawlsiano de lajusticia com o equidad y en la m anera en que el filósofo ha presentado y explicado sus implicacio­ nes. Prim ero, la idea de que la equidad es central para la justicia, que Rawls defiende de form a lum inosa, constituye u n reconocim iento notable que nos transporta más allá del entendim iento generado p o r la literatura precedente sobre lajusticia (como el fundam ento justifi­ cativo de la teoría utilitarista de B entham ). A un cuando no creo que la imparcialidad captada po r el concepto de «posición original» (en la cual Rawls confía m ucho) sea adecuada para el propósito, esto no constituye de ninguna m anera u n a rebelión contra la idea rawlsiana fundam ental de la prioridad fundacional de la equidad para el desa­ rrollo de u na teoría de lajusticia.


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Segundo, tengo que reiterar u n a afirm ación que va hice acerca del vasto alcance de la tesis de Rawls sobre la naturaleza de la objetivi­ dad en la razón práctica: «El prim er elem ento esencial es que una concepción de la objetividad debe establecer un marco intelectual público suficiente para que se pueda aplicar el concepto de juicio y alcanzar conclusiones con base en razones y pruebas, v tras la debida discusión y reflexión»10. La cuestión se consideró am pliam ente en el capítulo 1 «Razón y objetividad», y no abundaré más en ella. Tercero, aparte de aclarar la necesidad de que la idea de equidad preceda a la de justicia, Rawls hace otro aporte básico al señalar «los poderes morales» de la gente p o r su capacidad para un sentido de la justiciay para una concepción del bien. Esto supone una gran distan­ cia respecto del m undo im aginario que presta exclusiva atención a ciertas versiones de la «teoría de la elección racional» (que se anali­ zará en el capítulo 8 «La racionalidad y las otras personas»), según la cual los seres hum anos tienen sólo u n sentim iento de am or propio y prudencia pero evidentem ente n inguna capacidad o inclinación para considerar ideas de equidad yjusticia11. Además de enriquecer el concepto de racionalidad, Rawls avanza tam bién de m anera muy útil en la distinción entre ser «racional» y ser «razonable»1-, que se em pleará am pliam ente en este trabajo. Cuarto, la prioridad absoluta de la libertad en Rawls concentra la atención en ella com o preocupación separada y en muchos sentidos dom inante para la evaluación de la justicia de los esquemas sociales. La libertad tam bién opera, p o r supuesto, junto a otras preocupacio­ nes en la determ inación de la ventaja general de una persona: está incluida en la lista de los «bienes primarios» que Rawls especifica com o parte de la visión de la ventaja individual en el uso de su «princi­ pio de diferencia». Pero m ucho más allá de ese papel de bien prim a­ rio com partido con otras preocupaciones, la libertad tiene también, de m anera selectiva, un estatus adicional con su propia im portancia. C onceder un lugar especial o una preem inencia general a la libertad va m ucho más allá de reconocer su im portancia com o una de las m u­ chas influencias en la ventaja general de una persona. Mientras que la libertad personal es sin duda útil, com o el ingreso y otros bienes pri­ marios, su im portancia implica algo más. Se trata de una preocupa­ ción central en la libertad de un individuo, que toca los aspectos más privados de su vida personal, y al mismo tiem po de u n a necesidad bá­ sica (por ejemplo, en la form a de libertad de expresión) para la prác­

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tica de la razón pública, que tan crucial es para la evaluación social*. No resulta sorprendente que la razonada percepción de la im portan­ cia de la libertad personal haya movido a la gente a defenderla v a lu­ char por ella a lo largo de los siglos. Al destacar la im portancia de la libertad com partida po r todos, Rawls llama la atención sobre una dis­ tinción entre la libertad y otras ventajas útiles que bien m erece la pena subrayar y proseguir13. Q uinto, al insistir en la necesidad de la equidad procedim ental de acuerdo con la prim era parte del segundo principio, Rawls aportó un significativo enriquecim iento de la bibliografía de las ciencias so­ ciales en m ateria de desigualdad, que con frecuencia ha tendido a concentrarse dem asiado en las disparidades relacionadas con el esta­ tus social o los ingresos económ icos, y ha ignorado las disparidades en los procesos, p o r ejem plo en los casos de discrim inación laboral por motivos de raza, color o género**. Sexto, tras reconocer sus m éritos a la libertad y encarecer la nece­ sidad de la apertura para la participación de la gente en la com peten­ cia equitativa por los cargos y em pleos públicos, el principio de dife­ rencia indica la im portancia de la equidad en los esquemas sociales, de tal suerte que se preste particular atención a la difícil situación de los más desaventajados14. La elim inación de la pobreza, m edida p o r la carencia de bienes prim arios, ocupa un lugar destacado en la teo­ ría de la justicia de Rawls, y este énfasis ha tenido efectivam ente una poderosa influencia en los análisis de políticas públicas para la supe­ ración del problem a. Finalm ente (aunque esta vez se trata de mi propia interpretación de Rawls, que otros pueden considerar buena o mala), al concentrar la atención en los «bienes primarios» (los medios de carácter general para la búsqueda de los propios fines com prehensivos), el filósofo re­ conoce de m anera indirecta la im portancia de la libertad hum ana al ofrecer a las personas la oportunidad real —y no sólo formal— de

* S obre las varias form as e n q u e la lib ertad , in c lu id a la lib e rta d d e ex p resió n , es crucial p a ra la justicia, véase ta m b ién T h o m a s S can lo n , The Diffirulty o f Tolerance. C am b rid g e U niversity Press, C am b rid g e, 2003. ** U n a d e las razo n es d e la resp u esta e x tra o rd in a ria m e n te positiva q u e la elec­ ción d e B arack O b a m a a la p re sid e n cia d e Estados U n id o s ha recib id o en to d o el m u n d o es su d em o stra c ió n d e la d e b ilid a d d e la b a rre ra racial en la p olítica n acional. Esta es u n a cuestió n d ife re n te d e la ev id en te id o n e id a d del p ro p io O b am a c o m o lí­ d e r visionario, sin co n sid erac ió n p o r su c o n d ic ió n racial.

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L a id e a d e l a j u s t ic ia

hacer lo que quieran con sus propias vidas. En los capítulos 11 y 12 sostendré que el ajuste entre la posesión de bienes prim arios p o r una persona y las libertades sustantivas que tiene de facto esa persona pue­ de ser muy im perfecto, y que este problem a puede tratarse más bien m ediante la atención en las capacidades reales de la gente10. Y sin em ­ bargo, al destacar de m anera instrum ental la im portancia de la liber­ tad hum ana, Rawls ha dado un lugar definitivo a la reflexión sobre la libertad en el cuerpo central de su teoría de la justicia*.

Los PROBLEM AS Q UE PU ED E N SER EFEC TIV A M EN TE TRATADOS Existen, sin em bargo, problem as y dificultades. Em pecem os con u n p ar de problem as que son im portantes pero que p u ed en ser trata­ dos sin ir en contra del enfoque básico de Rawls y que han recibido ya u na considerable atención p o r parte de la literatura especializada. Prim ero, se ha dicho que la prioridad total de la libertad es excesi­ va. ¿Por qué deberíam os considerar el ham bre, la desnutrición v la falta de atención m édica com o m enos im portantes que la violación de cualquier tipo de libertad personal? Esta cuestión fue planteada p o r vez prim era con gran energía p o r H erb ert H art poco después de la aparición de la Teoría de la justicia de Rawls16. Y en sus trabajos pos­ teriores (en particular en El liberalismo político) Rawls ha matizado su énfasis en la libertad para hacerlo m enos extrem o17. Es posible, en efecto, aceptar que la libertad debe ten er alguna prioridad, pero una prioridad total es casi con seguridad u n exceso destructivo. Hav. por ejemplo, m uchos tipos diferentes de escalas de ponderación que p u ed en dar prioridad parcial a una u otra preocupación**.

* De m a n e ra co m p a ra b le , los p o d ero so s a rg u m e n to s d e P h ilip p e Van Parijs en favor d e u n in g reso básico p a ra cad a c iu d a d a n o se d e d u c e n d e su p a p e l en el fo m e n ­ to d e la lib e rta d p erso n al. V éase su Real Freedom fo r all: What ( if Anything) Can Justif', Capitalism, C la re n d o n Press, O x fo rd . 1995. ** Hay u n a cuestión m atem ática sobre la pond eració n q u e p u e d e h a b e r ejercido algu­ n a influencia sobre Rawls en la dirección de la prio rid ad lexicográfica total q u e él otorga a la libertad. Rawls considera claram ente erró n eo n o p o n e r más énfasis en la libertad que e n otras ventajas p a ra el florecim iento d e la h u m an id ad . E n apariencia, esto lo co ndujo a conceder a la libertad u n a irresistible p rioridad en cada caso de conflicto, lo cual parece excesivam ente fuerte, si m i in terpretación de la intención d e Rawls es correcta. En efecto, las m atem áticas de la pon d eració n p erm iten m uchas posiciones interm edias de mavor valoración de la libertad (con varios grados d e in ten sid ad ). A lgunos d e los m étodos más


Raw ls y m ás allá

Segundo, en el principio de diferencia Rawls evalúa las oportuni­ dades que la gente tiene a través de los medios que posee, sin tener en cuenta las amplias variaciones que encaran al estar en condiciones de convertir los bienes prim arios en b u en a vida. P or ejem plo, u n a persona discapacitada puede hacer m enos con el mismo nivel de in­ gresos y otros bienes prim arios que u n ser hum ano plenam ente capa­ citado. U na m ujer em barazada necesita, entre otras cosas, más sostén nutricional que otra persona que no cría hijos. La conversión de los bienes prim arios en la capacidad de hacer cosas que u n a persona con­ sidere valiosas puede variar enorm em ente según las diferentes carac­ terísticas innatas (por ejemplo, la propensión a sufrir ciertas enfer­ m edades hereditarias) o adquiridas, o con los efectos divergentes de distintos contextos ambientales (por ejemplo, la vida en un vecinda­ rio con presencia endém ica o frecuentes brotes de enferm edades in­ fecciosas) . Existe entonces un fuerte argum ento en favor de trasladar el énfasis de los bienes prim arios a la evaluación efectiva de las liberta­ des y las capacidades*. Sin em bargo, si mi lectura de la motivación de Rawls al em plear los bienes prim arios es correcta (es decir, concen­ trarse de m anera indirecta en la libertad h u m an a), entonces yo alega­ ría que un movimiento de los bienes prim arios a las capacidades no seria u n cambio de rum bo fundam ental en el program a del filósofo sino más bien u n ajuste de la estrategia de la razón práctica".

D if ic u l t a d e s q u e r e q u ie r e n n u e v a in v e s t ig a c ió n

Los problem as estudiados en la sección anterio r han recibido y reciben atención considerable. A unque no se han resuelto p o r com­

flexibles d e p o nderació n se consideran en m i Choice, Welfare andMeasurement (1982), espe­ cialm ente en los ensayos 9 a 12. Hay m uchas m aneras diferentes d e atribuir cierta priori­ d ad a una preocupación sobre otra, sin h acer im batible dicha p rioridad en cualquier cir­ cunstancia (com o im plica la form a «léxica» escogida p o r Rawls). * V éanse m i «Equality o f W hat?», e n S. M cM urrin (ed .), TannerLectures on H um an Valúes, C am bridge U niversity Press, C am bridge, 1980, vol. I; Commodities and Gapabilities, N orth-H olland , A m sterdam , 1985; Nuevo examen de la desigualdad, A lianza E ditorial, M adrid, 2004, y co n M arth a N ussbaum , The Quality o f Life, C laren d o n Press, O xford, 1993. Las cuestiones subyacentes se a b o rd a n e n los capítulos 11 y 12 d e este libro. ** V éase P h ilip p e Van Parijs, RealFreedomfor A ll (1995) so b re la ven taja estratég ica d e h a c e r uso del in s tru m e n to d el in g reso inclu so c u a n d o el objetivo básico es la p ro ­ m o ció n d e la lib erta d . V éase ta m b ié n N o rm a n D aniels, Just Health (2008).


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pleto, existen razones para pensar que sus aspectos centrales son por ahora com prensibles y razonablem ente claros. No serán olvidados en el resto del libro, pero sugeriré que se requiere más atención in­ m ediata para aclarar algunos otros problem as del enfoque de Rawls que no figuran con frecuencia en la bibliografía especializada. (1) La ineludible relevancia del com portam iento real Prim ero, el ejercicio de la equidad a través del enfoque del con­ trato social se adapta, en el proyecto de Rawls, para identificar sólo las «instituciones justas» m ediante «un acuerdo sobre los principios que han de regular las instituciones de la estructura básica misma en el presente y en el futuro»18. En el sistema rawlsiano de la justicia com o equidad, se presta atención directa casi exclusiva a las «institu­ ciones justas», en lugar de centrarse en las «sociedades justas» que pueden apoyarse tanto en instituciones efectivas cuanto en caracte­ rísticas reales del com portam iento. Samuel Freem an, quien ju n to con Erin Nelly h a realizado u n a ex­ celente labor de com pilación y edición de los num erosos escritos de Rawls, resum e así la estrategia de la «justicia com o equidad»: Rawls utiliza la idea de un hipotético contrato social para abogar por principios de justicia. Estos principios se aplican en prim era instancia para decidir sobre la justicia de las instituciones que constituyen la es­ tructura básica de la sociedad. Los individuos y sus actos son justos en la medida en que se ajusten a las exigencias de las instituciones... La for­ ma en que estas instituciones se especifican v se integran en un sistema social afecta profundam ente los caracteres, deseos y planes de las perso­ nas, así como sus prospectos para el futuro y la clase de personas que aspiran a ser. Debido a los profundos efectos de estas instituciones en la clase de personas que somos, Rawls dice que la estructura básica de la sociedad es «el tema primario de la justicia»19.

Podem os ver ahora cuán diferente es este enfoque basado en el concepto de niti de cualquier enfoque basado en el concepto de nyaya, com o la teoría de la elección social (véase el contraste planteado en la In troducción). El segundo enfoque tendería a sustentar la evalua­ ción de las com binaciones de instituciones sociales y patrones de com portam iento público en las consecuencias y realizaciones socia­


R a w l s y m á s a i .i á

les que ellas prod u cen (lo cual supone tom ar nota, entre otras cosas, de cualquier im portancia intrínseca que las instituciones y los patro­ nes de com portam iento p u edan ten er en concreto den tro de las rea­ lizaciones sociales que se trata de evaluar). En esta com paración, dos cuestiones concretas m erecen especial atención. Prim ero, la com prensión de lajusticia com o nyaya no p u e­ de descuidar las realizaciones sociales efectivas que puedan surgir de cualquier elección de instituciones, dadas otras características so­ ciales (incluido el p atró n real de com portam iento). Lo que real­ m ente le sucede a la gente no p u ed e dejar de ser u n a de las p reo ­ cupaciones centrales de u n a teoría de laju sticia en la perspectiva alternativa de nyaya (sin ignorar cualquier evaluación intrínseca que pueda estar razonablem ente vinculada con instituciones y norm as de com portam iento que tam bién se tengan p o r im portantes en sí mismas). Segundo, aun si aceptam os que la elección de instituciones so­ ciales básicas a través de un acuerdo unánim e produciría una cierta identificación del com portam iento «razonable» o la conducta «jus­ ta», subsiste la cuestión acerca de cóm o funcionarían las institucio­ nes escogidas en un m undo en el cual el com portam iento real de cada quien puede o no estar del todo conform e con el com porta­ m iento razonable identificado. La elección unánim e de los princi­ pios de justicia sirve de base suficiente, según Rawls, para constituir u na «concepción política» de lajusticia aceptada p o r todos, pero di­ cha aceptación aún estará muy lejos del patrón real de conducta que suija de una sociedad real con tales instituciones. Puesto que nadie plantea argum entos más elaborados y poderosos que los de Jo h n Rawls en pro de la necesidad del com portam iento «razonable» de los individuos para que la sociedad funcione bien, él es muv consciente de la dificultad de presum ir cualquier aparición espontánea de com­ portam iento razonable universal p o r parte de todos los m iem bros de u n a sociedad. La cuestión es en to n ces la siguiente: si laju sticia de lo que suce­ de en una sociedad depende de una combinación de características de las instituciones y del com portam iento real, ju n to con otras influen­ cias que determ inan las realizaciones sociales. ;es posible identificar «justas» instituciones para u n a sociedad sin que ello d ep en d a de la conducta efectiva (que no es lo mismo que la conducta «justa» o «ra­ zonable»)? La m era aceptación de algunos principios para la form a­

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ción de la correcta «concepción política de la justicia» no resuelve esta cuestión si la teoría de la justicia buscada debe ten er algún tipo de aplicabilidad en la orientación de la elección de instituciones en so­ ciedades reales. Efectivamente, tenem os buenas razones para reconocer que la búsqueda de la justicia es, en parte, u n asunto de form ación gradual de los patrones de conducta: no hay u n a transición inm ediata a par­ tir de la aceptación de algunos principios de justicia, ni un cambio total del com portam iento real de cada uno en conform idad con la concepción política de la justicia. En general, las instituciones tienen que escogerse no sólo de acuerdo con la naturaleza de la sociedad en cuestión, sino tam bién de tal m odo que d ep en d an de los patrones reales de com portam iento que cabe esperar aun si todos aceptan u na concepción política de la justicia. En el sistema de Rawls, la escogencia de los dos principios de justicia busca asegurar tanto la co­ rrecta elección de instituciones cuanto el surgim iento de conducta real apropiada p o r parte de todos, con lo cual la psicología indivi­ dual y social se hace com pletam ente d ependiente de un cierto tipo de ética política. El enfoque de Rawls, desarrollado con adm irable coherencia y destreza, implica una simplificación drástica y formalis­ ta de una tarea am plia y multifacética, la de com binar la operación de los principios de justicia con el com portam iento efectivo de la gente, que resulta central para el razonam iento práctico sobre la ju s­ ticia social. Es lam entable que así sea, porque puede afirm arse que la relación entre las instituciones sociales y el com portam iento real y no ideal de los individuos resulta críticam ente im portante para cual­ quier teoría de lajusticia que p reten d a o rientar la elección social ha­ cia la justicia sociar. (2) Alternativas al enfoque contractualista El m étodo rawlsiano de investigación apela a un razonam iento «contractualista» que im plica preg u n tar: ¿qué co n trato social sería * C om o se verá, la relación e n tre estas dos características e n la b ú sq u ed a d e la ju s­ ticia fue u n a m anzana d e la discordia en el an tig u o p en sam ien to político in d io , p o r ejem plo e n tre Kautilya y A shoka (véase el cap ítu lo 3). Este es tam b ién el tem a d e u n a d e las líneas m aestras d e la investigación de A dam Sinith en filosofía política yju ríd ica. V éanse sus Temía de los sentimientos morales, A lianza E ditorial, M adrid, 2009 y Lecciones de jurisprudencia, E ditorial C om ares, G ranada, 1995.

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Ra w l s y m á s a l l á

aceptado de m an era u n án im e p o r todos en la posición original? Este m étodo contractualista de razo n am ien to p erte n ece en senti­ do am plio a la tradición kan tian a20, y h a sido muy influyente en la filosofía política y m oral de n u estro tiem po, en g ran m edida bajo la orientación de Rawls. La ju sticia com o equidad, com o teoría, está situada p o r Rawls en esa tradición, y él describe su teoría, se­ gún se observó en la In tro d u cció n , com o u n in ten to de «generali­ zar y llevar a u n m ayor grad o de abstracción la teo ría tradicional del co n trato social tal com o está rep resen tad a p o r Locke. Rous­ seau y Kant»21. Rawls com para este m odo de razonar, que produce un contrato social, con la tradición utilitarista, que se concentra en obtener «el mayor bien para el mayor núm ero, de tal m anera que éste sea un bien com pleto especificado p o r u n a doctrina com prehensiva»22. Esta es una interesante e im portante com paración, y sin em bargo el enfoque exclusivo de Rawls en este contraste particular le perm ite descuidar la exploración de otros enfoques que no son ni contractualistas ni utili­ taristas. Para pon er otra vez el ejem plo de Adam Smith, él invoca la fi­ gura que denom ina el «espectador imparcial» para sustentar dictá­ menes de justicia en exigencias de equidad. Este no es ni un m odelo de contrato social, ni uno de maximización de la utilidad general (o de cualquier otro indicador agregado del «bien completo»). La idea de abocar la cuestión de la equidad a través de la figura del espectador imparcial de Smith ofrece algunas posibilidades que no están disponibles en la perspectiva contractualista de Rawls. Tenemos que exam inar los aspectos en los cuales el razonam iento smithiano del espectador imparcial perm ite reconocer las posibilidades que no caben con facilidad en el enfoque del contrato social, a saber: 1. abordar la evaluación com parativa en lugar de reducirse a la m era identificación de u n a solución trascendental; 2. tom ar nota de las realizaciones sociales y no sólo de las exigen­ cias de las instituciones y las reglas; 3. perm itir la evaluación social incom pleta, pero tam bién ofrecer orientación en im portantes problem as de justicia social, como la ur­ gencia de superar casos manifiestos de injusticia, v 4. reconocer voces más allá de la pertenencia al grupo contractua­ lista, para registrar sus intereses o evitar el parroquialism o.


L a id e a d e la ju s t ic ia

En la In tro d u cc ió n he co m en tad o b rev em en te cada u n o de es­ tos problem as q u e lim itan el en fo q u e co n tractu alista y la teo ría raw lsiana de la ju sticia com o eq u id ad , y q u e exigen más reflexión constructiva. (3) La relevancia de las perspectivas globales El em pleo del co n trato social a la m an era de Rawls lim ita de m an era ineludible la im plicación de los p articipantes en la bús­ q u ed a de la justicia a los m iem bros de u n a co m u n id ad o «pueblo» (com o Rawls d en o m in a a esa colectividad, en p rin cip io sim ilar al Estado nacional de la teoría política tradicional). La figura de la posición original nos deja con muv poco m argen de m aniobra, com o necesitados de u n gigantesco co n trato social global, en la perspectiva de u n a extensión «cosmopolita» de la posición origi­ nal rawlsiana que h an desarrollado Thom as Pogge y o tro s23. En este caso, la posibilidad de p ro ced e r a través de la secuencia rawl­ siana para establecer instituciones para la sociedad global, com o u n gobierno m undial, es sin em bargo muv problem ática. Y en la In tro d u cció n he tenido ocasión de co m en tar sobre el escepticis­ m o de autores com o Thom as Xagel para n eg ar la posibilidad mis­ m a de la justicia global. Y sin em bargo el m u n d o más allá de las fronteras nacionales no p u ed e dejar de im plicarse en la evaluación de la justicia en u n país al m enos p o r dos razones distintas que va h an sido brevem ente identificadas. Prim ero, lo que sucede en ese país y la form a en que op eran sus instituciones no p u ed en dejar de te n er efectos, a veces enorm es, en el resto del m undo. Esto es suficientem ente obvio cuando consideram os la actividad terrorista y antiterrorista, o even­ tos com o la invasión estadounidense de Irak, p ero las influencias que van más allá de las fronteras nacionales son om nipresentes en el m u n d o en que vivimos. Segundo, cada país o cada sociedad p u e­ de te n e r creencias parroquiales que clam an p o r más escrutinio glo­ bal p orque puede am pliar la clase de cuestiones consideradas en dicho escrutinio, y p o rq u e las presunciones fácticas que subyacen en los juicios éticos y políticos concretos p u ed en cuestionarse con la ayuda de experiencias de otros países o sociedades. Las p reg u n ­ tas globalm ente sensibles p u e d e n ser más im p o rtan tes en u n a eva­ luación com pleta que en discusiones locales sobre los hechos y valo­


Ra w ls y m á s a llá

res referentes a la condición desigual de las mujeres y la aceptabilidad de la tortura o de la pena de m uerte. El ejercicio de la equidad en el análisis de Rawls se ocupa de otros asuntos, com o los intereses y las prioridades de las personas dentro de u n a sociedad determ inada. Los m edios y m étodos para afrontar las lim itaciones de los intereses creados y del parroquialism o se investigarán en los capítulos que siguen.

J u s t i c i a y j u s t it iv m

Term ino este capítulo con u n a consideración sobre u n a cuestión diferente y tal vez m enos trascendente. En la teoría de Rawls sobre la «justicia com o equidad», la idea de equidad se refiere a personas (cómo ser equitativo entre ellas) m ientras que los principios rawlsianos de justicia se aplican a la elección de instituciones (cóm o identi­ ficar justas instituciones). Lo prim ero lleva a lo segundo en el análisis de Rawls (un análisis sobre el cual he expresado algún escepticismo), pero debem os tom ar nota del hecho de que equidad v jusúcia son conceptos muy distintos en el razonam iento del filósofo. Rawls expli­ ca la distinción con m ucho cuidado, com o lo he m encionado al co­ m ienzo de este capítulo. Pero ;cuán fundam ental es la distinción entre equidad y justicia, que es claram ente indispensable para la teoría de la «jusúcia como equidad» de Rawls? Yo recibí u n a respuesta muy esclarecedora de Jo h n Rawls cuando le p ed í com entar u n a crítica particular de su en­ foque que me fue planteada p o r Isaiah Berlín. Lajusticia com o equi­ dad, me dijo Berlín, difícilm ente puede ser una idea tan fundam en­ tal si algunos de los principales idiomas del m undo no tienen siquiera dos palabras claram ente distintas para los dos conceptos. El francés, p or ejem plo, no tiene expresiones especializadas para un térm ino sin el otro: «justicia» tiene que servir para ambos propósitos". Rawls contestó que la existencia efectiva de palabras especializadas bien distinguidas tenía poca significación; lo im portante es si la gente que

* La p ala b ra inglesa fair (justo o equitativo] tie n e raíces g erm án icas \ \ie n e dei alto alem án fagar. Sus usos fu e ro n o rig in a lm e n te estéticos, p a ra significar p la c e n te ­ ro» o «atractivo». El em p le o d e fa ir co m o «equitativo» e m p ez ó m u c h o m ás tard e, en la baja E d ad M edia y el R en acim ien to .

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L a id e a d f. l a j u s t ic ia

habla u n idiom a que carece de u n a distinción basada en u n a sola palabra puede, sin em bargo, diferenciar entre los conceptos separa­ dos y articular el contraste m ediante el uso de tantas palabras com o sean necesarias. Creo que ésta es la respuesta correcta para la p re­ gunta de Berlín*. Las palabras tienen su significación, pero no pode­ mos convertirnos en sus prisioneros. Hay u n interesante contraste sobre la palabra «justicia» sobre el cual llamó mi atención W. V. O. Q uine cuando com entaba u n ensayo mío. En u n a carta fechada el 17 de diciem bre de 1992 m e decía: He estado pensando en la palabra justicia y en la palabra solsticio. Es claro que solstitium es sol más stit, la forma reducida de stat, de donde «sus­ pensión del sol». Me pregunto entonces por justitium: ¿suspensión del derecho? Consulté a Mollet y confirmé mi sospecha. ¡Qué extraño! Signi­ fica «vacaciones judiciales». He explorado más y he encontrado que justitia no tiene relación con justitium. Justitia es just (um) más itia, de donde «justeza», como debe ser, mientras que justitium es jus más stitium.

Tras recibir la carta de Q uine, estaba suficientem ente preocupado por nuestra herencia dem ocrática com o para consultar de inm edia­ to, con cierta ansiedad, la Carta Magna, ese docum ento clásico sobre el gobierno dem ocrático. Felizmente, me tranquilizó encontrar esta fórmula: «Nulli vendemus, nulli negabimus aut differemus, rectum autjustitiam», que puede traducirse así: «A ningún hom bre venderem os, ne­ garem os o dem orarem os derecho o justicia». Tenemos razón en cele­ b rar el hecho de que los líderes de esa gran agitación antiautoritaria no sólo supieran lo que hacían, sino que tam bién supieran qué pala­ bras debían em plear (aunque puedo im aginar que los jueces de todo el m undo puedan estar alarmados p o r la ausencia de toda garantía de «vacaciones judiciales» en la Carta M agna).

* D ebo confesar, e n c u a lq u ie r caso, q u e fu e m uy d iv ertid o especular, c u a n d o la tra d u c c ió n fran cesa d e l lib ro d e Rawls so b re las v irtu d es d e la «justicia co m o eq u i­ d ad» estab a a p u n to d e salir, so b re c ó m o lid iaría u n in te le c tu a l p arisin o c o n la d esa­ fian te ta re a d e e n fre n ta rs e a la justice comme justice. M e a p re su ro a a ñ a d ir q u e el tra­ d u c to r fran cés d e Rawls retu v o la d istin ció n c o n d escrip cio n es b ie n escogidas y m e d ia n te el énfasis e n la id e a básica d e la justice comme équité (véase J. Rawls, Théorie de la justice, tra d u cció n d e C a th e rin e A u d a rd , París, E d itio n s d u Seuil, 1987). Véase tam ­ b ién J. Rawls, L a justice comme équité: Une Reformulation de Théorie de la justice, trad u c c ió n d e B e rtra n d G uillaum e, E d itio n s La D éco u v erte, Paris, 2008.


Ra w ls y m á s a llá

Las contribuciones principales de Jo h n Rawls a las ideas de equi­ dad y justicia m erecen celebración, y sin em bargo hay otras ideas presentes en su teoría de la justicia que exigen, com o he sostenido, escrutinio crítico y reform ulación. El análisis de Rawls sobre equidad, justicia, instituciones y com portam iento ha ilum inado profundam en­ te nuestra com prensión de la justicia y ha desem peñado —y desem ­ p eñ a todavía— un papel muy constructivo en el desarrollo de la teo­ ría de la justicia. Pero no podem os convertir el m odelo rawlsiano de pensam iento sobre lajusticia en u n a «suspensión» intelectual. Tene­ mos que beneficiarnos de la riqueza de ideas que nos ofrece Rawls y seguir adelante, en lugar de tom ar vacaciones. Necesitamos justitia y no justitium.


3. I n s t i t u c i o n e s y p e r s o n a s

L ¿ a creencia de que la b o n d ad tiene m ucho que ver con la sagaci­ dad, sugerida p o r W ittgenstein (véase el capítulo 1), no es tan n o ­ vedosa com o p o d ría parecer. En efecto, m uchos pensadores se han p ro n u n cia d o sobre la cuestión a lo largo del tiem po, aun cu an d o p u ed en no h ab er h ech o la conexión con la severidad del co m en ta­ rio de W ittgenstein. Para p o n e r u n ejem plo in teresan te, Ashoka, el em p erad o r de la In d ia en el siglo m antes de Cristo y au to r de num erosas inscripciones sobre el b ien y la co n d u cta ju sta, graba­ das en tablillas y estelas de p ied ra a lo largo del país, co m en tó esta conexión. Ashoka clamaba contra la intolerancia y en favor del entendim ien­ to de que incluso cuando u n a secta social o religiosa se opone a otra, «otras sectas deberían ser debidam ente honradas de todas las m ane­ ras en todas las ocasiones». Entre las razones que él daba para esta máxima de conducta había u n a de carácter epistémico según la cual «todas las sectas de otras personas m erecen reverencia p o r una u otra razón». Y agregaba: «Quien reverencia su propia secta m ientras des­ precia las sectas de otros tan sólo p o r apego a la suya, en realidad infli­ ge así el más severo agravio a su propia secta»1. Ashoka apuntaba claramen­ te a que la intolerancia de las creencias y religiones de otras personas no ayuda a generar confianza en la m agnanim idad de la propia tradi­ ción. Se advierte aquí entonces que la falta de sensatez al no saber lo que puede infligir «el más severo agravio a su propia secta», la misma secta que u no trata de promover, puede ser estúpida y contraprodu­ cente. Esa clase de conducta no sería, según este análisis, ni «buena» ni «sensata».


L a id e a d e l a j u s t ic ia

El pensam iento de Ashoka sobre lajusticia social incluía su con­ vicción de que no sólo prom over el bienestar y la libertad del pueblo en general es u n a im p o rtan te fu n ció n del Estado y de los indivi­ duos en la sociedad, sino tam bién que este enriquecim iento social debía ser logrado a través del b u en com portam iento voluntario de los ciudadanos mismos, sin ser obligados a ello p o r la fuerza. Ashoka dedicó buena parte de su vida a tratar de fom entar el b u en com por­ tam iento espontáneo de las personas en tre sí, y las inscripciones que dejó en todo el país eran parte de tal esfuerzo*. En contraste con la dedicación de Ashoka a la conducta hum ana, Kautilya, q uien fue el principal consejero del e m p erad o r C handragupta (el abuelo de Ashoka que fundó la dinastía Maurya y fue el prim er rey que gobernó casi toda la India) y el autor del célebre tra­ tado Arthasastra (que puede traducirse com o «Econom ía política») del siglo iv antes de Cristo, hizo énfasis en la construcción y la ges­ tión de instituciones sociales. La econom ía política de Kautilya se ba­ saba en su concepción sobre la función de las instituciones tanto para la política exitosa com o para la econom ía eficiente, al punto que veía ciertas características institucionales, incluidas las restriccio­ nes y prohibiciones, com o factores clave de la b u en a conducta y con­ troles necesarios del com portam iento licencioso. En esta perspectiva institucional de índole pragm ática para la prom oción de lajusticia, Kautilya creía muy poco en la capacidad de la gente p ara h acer el bien de m anera voluntaria y pensaba más bien que debía ser co n d u ­ cida m ediante incentivos m ateriales bien diseñados o contención y castigo cuando fuere menester. M uchos econom istas com parten hoy, p o r supuesto, la visión de Kautilya sobre una hum anidad venal, pero estas opiniones contrastan de m anera p ronunciada con el optimis­ m o de Ashoka para hacer que la gente se com porte dram áticam ente m ejor al persuadirla de ser más reflexiva y al estim ularla a en ten d er que la estupidez genera mala conducta, con funestas consecuencias para todos.

* L a n o ta b le gestió n d e A shoka e n m a teria d e d esa rro llo social, ju n to a sus am ­ plios esfuerzos p o r m e jo ra r el b ie n e s ta r d el p u e b lo q u e g o b e rn a b a , llevaron a H . G. Wells a so ste n e r e n The Outline o f History q u e « en tre las d e ce n a s d e m iles d e n o m b res d e los m o n arcas q u e atesta n las c o lu m n as d e la histo ria, sus m ajestad es graciosas y serenas y altezas reales, el n o m b re d e A shoka brilla, y brilla casi solitario, com o u n a es­ trella» (H . G. Wells, The Outline o f History: Being a Plain History o f History and M ankind, Cassell, L ondres, 1940, p. 389).


In s t it u c io n e s y p e r s o n a s

Casi con certeza, Ashoka sobrestim ó lo que se puede hacer sólo a través de la reform a del com portam iento. El había em pezado como u n em perador rígido y severo, p ero sufrió u n a im portante conver­ sión política y m oral tras la indignación ante la barbarie que vio en su propia cam paña victoriosa contra el territorio rebelde de Kalinga, hoy Orissa. Decidió cam biar sus prioridades m orales y políticas, abra­ zó la no violencia que enseñaba Buda, desm ontó su propio ejército v liberó a los esclavos y siervos, y asumió la condición de m aestro m oral en lugar de la de líder autoritario2. Por desgracia, el im perio de As­ hoka se disolvió en fragm entos de territorio fracturado poco después de su m uerte, pero hay pruebas de que esto no ocurrió d u ran te su vida en parte debido al tem or reverencial con que su pueblo lo trata­ ba y en parte debido a que no desm ontó del todo el sistema adm inis­ trativo de carácter disciplinario que había instaurado Kautilya (como h a estudiado Bruce R ich)3. Si Ashoka no estaba del todo justificado en su optim ism o acerca del dom inio y alcance del com portam iento moral, ¿tenía razón Kautil­ ya en ser tan escéptico sobre la factibilidad de p roducir buenos resul­ tados a través de la ética social? Parece plausible sostener que las perspectivas de Ashoka y Kautilya eran incom pletas, pero ambas re­ quieren atención para pensar en los medios y m étodos de fom ento de lajusticia en la sociedad.

La n a t u r a l e z a c o n t i n g e n t e d e l a e l e c c i ó n i n s t i t u c i o n a l Los papeles interdependientes de las instituciones y los patrones de conducta en la búsqueda de justicia para la sociedad son relevan­ tes no sólo para la evaluación de las ideas de gobierno del pasado re­ moto, com o las de Kautilya y Ashoka, sino tam bién para su obvia apli­ cación a las econom ías y a la filosofía política de hoy*. U na pregunta que puede hacerse acerca de la form ulación de Rawls sobre laju sti­ cia com o equidad es ésta: si los patrones de conducta varían entre diferentes sociedades (y hay pruebas de que así ocurre), ¿cómo pue­

* V éase el fino análisis d e E d m u n d S. P h elp s sobre la in te rd e p e n d e n c ia e n la vi­ sión del capitalism o d e F ried rich Hayek: «Hayek a n d th e E conom ics o f Capitalism : Som e Lessons fo r Today’s Times», C o n feren cia H ayek d e 2008, In stitu to F ried rich Au­ gust von H ayek, Viena, e n e ro d e i'008.


L a ID E A D E 1.A J U S T I C I A

de Rawls usar los mismos principios de justicia, en lo que él llam a la «fase constitucional», p ara establecer instituciones básicas en distin­ tas sociedades? Para resp o n d er a esta cuestión, deb e observarse que, en gen e­ ral, los principios rawlsianos p ara las justas instituciones no especi­ fican instituciones particulares, sino que identifican reglas que d e­ b en g o b ern ar la elección de instituciones reales. La elección de instituciones efectivas p u ed e, p o r consiguiente, te n e r en cu en ta los parám etros del co m p o rtam ien to social m edio, tan to com o sea necesario. Considérese, p o r ejem plo, el segundo principio de la ju s ­ ticia según Rawls: Las desigualdades sociales y económicas deben satisfacer dos condi­ ciones: primera, deben estar vinculadas a cargos y puestos abiertos a to­ dos en condiciones de justa igualdad de oportunidades; y segunda, de­ ben producir el mayor beneficio a los miembros menos aventajados de la sociedad4.

Aun cuando la prim era parte puede sugerir que ésta es u n a exi­ gencia directa de instituciones no discriminatorias, que no necesitan d ep en d e r de norm as de conducta, resulta plausible pensar que los requerim ientos de una «justa igualdad de oportunidades» podrían conceder un papel m ucho más activo a las características del com ­ portam iento (por ejemplo, qué clase de criterios de selección serían efectivos ante ciertos rasgos de conducta, y así sucesivamente) para determ inar la adecuada elección de instituciones. C uando pasam os a la segunda p arte de este prin cip io p ara la elección de instituciones (el im portante requisito que lleva el n o m ­ b re de «principio de diferencia»), tenem os que ver cóm o los di­ ferentes arreglos institucionales potenciales co n co rd arían e interactu arían con las norm as de co n d u cta m edia en la sociedad. En efecto, incluso el lenguaje del prin cip io de diferencia refleja la im ­ plicación de este criterio con lo q u e realm en te o cu rre en la socie­ dad (esto es, si las desigualdades o p eran p ara «el m ayor beneficio de los m iem bros m enos aventajados de la so cied ad » ). U na vez más, esto p erm ite a Rawls in c re m en tar la sensibilidad a las diferencias de conducta.

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In s t it u c io n e s y p e r s o n a s

L a r e s t r ic c ió n d e l a c o n d u c t a a t r a v é s DEL R A ZO N A M IEN TO CO N TRA C TU A LISTA

Existe tam bién, sin em bargo, u n a segunda cuestión que es relevan­ te en la discusión sobre la relación entre el com portam iento real y la elección de instituciones. Esta cuestión, que fue introducida en el últim o capítulo, alude a la presunción de Rawls de que una vez alcan­ zado el contrato social, la gente abandonaría cualquier búsqueda es­ trecha de su propio interés y en su lugar seguiría las reglas de conduc­ ta necesarias para que el contrato social funcionara. La idea de Rawls sobre el com portam iento «razonable» se extiende a la conducta efec­ tiva que puede presum irse cuando esas instituciones, unánim em ente escogidas en la posición original, quedan bien establecidas0. Rawls hace presunciones muy exigentes sobre la naturaleza de la conducta poscontractual. En El liberalismo político la cuestión está for­ m ulada así: Decimos que las personas razonables no están movidas por el bien ge­ neral como tal, sino por el deseo mismo de un m undo social en el que ellas, como libres e iguales, puedan cooperar con las demás en términos que todo el mundo pueda aceptar. Esas personas insisten en que la reciproci­ dad debería imperar en ese mundo social, de manera que cada uno resul­ tase beneficiadojunto con los demás. En cambio, las personas resultan irra­ zonables, en el mismo aspecto básico, cuando pretenden comprometerse en esquemas cooperativos pero son incapaces de respetar o incluso de pro­ poner, salvo como una formalidad pública necesaria, principios y criterios generales que definan los términos equitativos de la cooperación. Están dispuestos a violar tales términos según convenga a sus intereses y cuando las circunstancias lo permitan6.

Al presum ir que el com portam iento real en el m undo posterior al contrato social incorporaría las exigencias de la conducta razonable de conform idad con el contrato, Rawls simplifica m ucho la elec­ ción de instituciones pues nos dice qué esperar del com portam iento de los individuos u n a vez establecidas las instituciones. En la presentación de sus teorías, Rawls no puede, en consecuen­ cia, ser tachado de inconsistente o incom pleto. La cuestión p en d ien ­ te es, sin em bargo, cóm o este coherente y consistente m odelo políti­ co se traducirá en orientación para la evaluación de la justicia en el


L a id e a d e l a j u s t ic ia

m undo en que vivirnos y no en el m u n d o im aginario con el cual está com prom etido Rawls aquí. El p u nto focal de Rawls es correcto si nuestra intención es d eterm inar cóm o alcanzar el esquem a social perfectam ente justo y, con el apoyo adicional del com portam iento razonable, la sociedad totalm ente justa*. Pero esto hace que la distan­ cia entre el pensam iento trascendental y el ju icio comparativo de la justicia social, que com enté en la Introducción, sea m ucho mayor y más problem ática. Hay aquí u n a similitud real entre las presunciones de Rawls sobre la conducta razonable tras los supuestos acuerdos en la posición ori­ ginal y la visión de Ashoka de u n a sociedad dirigida p o r el com porta­ m iento justo (o dharma), salvo que en la perspectiva crítica de Rawls disponem os de un cuadro m ucho más com pleto de cóm o se espera que las cosas funcionen en u n m undo que podem os tratar de alcan­ zar, habida cuenta del doble papel de las instituciones y del com por­ tam iento. Esto puede verse com o u n a im portante contribución al pensam iento sobre la justicia trascendental com o tal. Rawls plantea su idealizada visión trascendental sobre las instituciones y los com­ portam ientos con fuerza y claridad: Así, muy brevem ente: i) además de una capacidad para una con­ cepción del bien, los ciudadanos tienen una capacidad para adquirir concepciones de la justicia y la equidad y un deseo de actuar de acuer­ do con estas concepciones; ii) cuando creen que las instituciones o las prácticas sociales son justas o equitativas (de acuerdo con esas concepciones), están dispuestos a contribuir a ellas siempre que pue­ dan confiar razonablem ente en que los demás harán lo propio; iii) si

* Existe, sin em b arg o, u n a im p o rta n te cuestión a q u í con resp ecto a la ad ecu ació n de la teo ría d e Rawls p a ra la caracterización d e la ju sticia trascen d en tal a causa d e la concesión q u e el filósofo h ace a las d esigualdades necesarias p ara a te n d e r la d e m a n d a de incentivos. Si aceptam o s el a rg u m e n to d e G. A. C o h én en Rescuingjustice andEquality (H arvard U niversity Press, C am bridge, 2008) seg ú n el cual esto hace m uy insatisfac­ to ria la teo ría de Rawls co m o teo ría d e la ju sticia perfecta, p u es n o d e b e ría hacerse concesión alg u n a a la d esigualdad p a ra co n v en cer con halagos a la g e n te p a ra q u e se p o rte b ien (lo qu e d eb e ría h a c e r incluso sin incentivos p ersonales, e n u n m u n d o ju s­ to) , en to n ce s el co n te n id o sustantivo d e la te o ría raw lsiana q u e d a ría socavado. C om o se h a visto e n el últim o capítulo, a q u í hay u n a im p o rta n te cuestión teórica, p u esto q u e Rawls hace fu ertes exigencias d e c o n d u c ta a los individuos en el m u n d o poscontractual, p e ro h ace u n a excep ció n a la n ecesid ad d el c o m p o rtam ie n to ideal sin incentivos al d a r cabida a los incentivos en el c o n trato social m ism o.


In s t it u c io n e s

v per so n a s

otras personas, con evidente intención, aspiran a ofrecer su contribu­ ción a instituciones y prácticas sociales justas, los ciudadanos tende­ rán a confiar en ellas; iv) esa confianza se hará más robusta y com ple­ ta a m edida que el éxito de los esquemas cooperativos perdure en el tiempo; y v) lo mismo vale cuando las instituciones básicas estructu­ radas para asegurar nuestros intereses fundam entales (los derechos y las libertades de carácter básico) son más firme y voluntariam ente reconocidas7.

Esta visión es al mismo tiem po esclarecedora y, en m uchos senti­ dos, enorm em ente inspiradora. Y sin em bargo, si tratam os de lidiar con las injusticias en el m undo en que vivimos, con u n a com binación de lagunas institucionales e inadecuaciones de los com portam ientos, tam bién tenem os que pensar acerca de cóm o deben establecerse las instituciones aquí y ahora para prom over lajusticia a través del mejo­ ram iento de las libertades y el bienestar de las personas que viven hoy y que no estarán m añana. Y aquí es precisam ente do n d e una lec­ tura realista de las norm as de conducta resulta im portante para la elección de las instituciones y la búsqueda de lajusticia. Exigir del com portam iento actual más de lo que cabría esperar no es una bue­ na m anera de prom over la causa de lajusticia. Esta constatación bási­ ca tiene que desem peñar un papel en la form a en que pensam os hoy sobre lajusticia y la injusticia, y aparecerá en el trabajo constructivo que aparece en el resto del libro.

E l p o d e r y l a n e c e s id a d d e c o n t r a r r e s t a r l o

Ésta es quizá la ocasión p ara recoger u n a observación básica de Jo h n K enneth G albraith sobre la naturaleza de las instituciones so­ ciales apropiadas que la sociedad puede requerir. G albraith era muy consciente de la influencia negativa del p o d er sin freno, tanto por­ que el equilibrio institucional es im portante para la sociedad como tam bién porque el p o d er corrom pe. El argum entaba en favor de la im portancia de instituciones sociales distintas que pudieran ejercer «poder de control» unas sobre otras. Este requisito y su relevancia se plantean en el libro American Capitalism, publicado p o r Galbraith en 1952, en el cual se ofrece tam bién un original e ilustrativo estudio sobre cóm o el éxito de la sociedad estadounidense d ep en d e en gran


L a id e a

d e l a ju s t ic ia

m edida de la operación del p o d er de u n a m ultiplicidad de institucio­ nes que frenan y controlan la fuerza y la eventual dom inación que de otro m odo podría ejercer u n a sola institución8. El análisis de G albraith tiene m ucho que ofrecer sobre lo que ha ido mal en años recientes en Estados Unidos, con u n a ram a ejecutiva que trata de ejercer más p o d er sin control que el que la Constitución parecería autorizar. Aún más, nos dice m ucho sobre lo que m archa mal en regím enes de partido único con un solo centro de control, com o la antigua U nión Soviética. A pesar del entusiasm o político ini­ cial y las expectativas de justicia que generó la Revolución de O ctu­ bre, la U nión Soviética se caracterizó muy p ro n to p o r los enorm es fracasos políticos y económ icos (incluidos el Gulag, las purgas, los juicios ideologizados y las instituciones sociales y económ icas disfun­ cionales dom inadas p o r la burocracia). El origen de estos fracasos puede ser radicado, al m enos en parte, en la com pleta ausencia de poderes de control o contrapoderes en la estructura institucional so­ viética. El asunto se refiere obviamente a la ausencia de dem ocracia, un tem a al que volveré en el capítulo 15 («La dem ocracia com o ra­ zón pública»). La cuestión de la práctica dem ocrática puede estar estrecham ente ligada a la existencia y el uso del contrapoder en u n a sociedad con u na pluralidad de voces y de fuerzas.

L as in s t it u c io n e s c o m o f u n d a m e n t o s

C ualquier teoría de lajusticia tiene que otorgar u n papel im por­ tante a las instituciones, de suerte que la elección de instituciones constituye u n elem ento central en cualquier descripción plausible de lajusticia. Sin em bargo, p o r razones ya exam inadas, tenem os que buscar instituciones que promuevan laju sticia, en lugar de tratar a las instituciones com o manifestaciones directas de lajusticia, lo cual reflejaría un cierto fundam entalism o institucional. Aun cuando la perspectiva de niti, basada en el esquema, se interp reta con frecuen­ cia de m odo que la presencia misma de instituciones adecuadas satis­ face las exigencias de lajusticia, la más am plia perspectiva de nyaya indicaría la necesidad de exam inar las realizaciones sociales que efectivam ente se generan a través de esa base institucional. Por su­ puesto, las instituciones cuentan com o parte sensible de las realiza­ ciones que se producen a través de ellas, p ero difícilm ente podem os


In s t it u c io n e s

y perso n a s

concentrarnos tan sólo en ellas, ya que las vidas de las personas tam­ bién están implicadas*. Existe una larga tradición en el análisis económ ico y social para identificar la realización de lajusticia con lo que se considera la co­ rrecta estructura institucional. Hay m uchos ejemplos de una tal con­ centración en las instituciones, con u n a poderosa defensa de las vi­ siones institucionales alternativas de u n a sociedad justa, que van desde la panacea de los m ercados libres milagrosos al paraíso de los medios de producción socializados y a la planificación central mági­ ca. Pero abundan las pruebas de que n inguna de estas grandes fór­ mulas institucionales produce lo que sus visionarios abogados espe­ ran, y que su éxito real en la generación de buenas realizaciones sociales depende p o r entero de varias circunstancias sociales, econó­ micas, políticas y culturales9. El fundam entalism o institucional no sólo trata con desdén la com plejidad de las sociedades. Con frecuen­ cia, la autosatisfacción que suele acom pañar a la supuesta sabiduría institucional e\"ita incluso el exam en crítico de las consecuencias rea­ les de las instituciones recom endadas. En efecto, en la visión institu­ cional pura no hay, al m enos form alm ente, n inguna historia de la justicia posterior al establecim iento de las «instituciones justas». Pero cualquiera que sea el bien con el que estén asociadas las institucio­ nes, es difícil pensar en ellas com o básicam ente buenas, en lugar de posibles medios para lograr avances sociales aceptables o excelentes. Todo esto parecería fácil de apreciar. Y sin em bargo, el fundam en­ talismo institucionalista está muy a m enudo im plícito en la naturale­ za de la abogacía cen trad a en la elección de instituciones, au n en la filosofía política. Por ejemplo, en su exploración m erecidam ente famosa de la «moral p o r acuerdo», David G authier se apoya en acuer­ dos entre diferentes partidos bajo la form a de convenios sobre arre­ glos institucionales, lo cual se supone que nos llevará directam ente a lajusticia social. Se concede a las instituciones una prioridad aplas­ tante, que puede parecer inm une a las consecuencias reales genera­

* El m ag istrad o S te p h e n Breyer, d e la C o rte S u p re m a d e E stados U n id o s, h a p la n te a d o con m u c h a fu erza y c la rid a d la im p o rta n c ia de p re sta r « aten c ió n al p ro p ó ­ sito y a la consecuencia» e n la in te rp re ta c ió n d e u n a co n stitu c ió n d em o crática, y h a e n fa tiz a d o el p a p e l d e «las c o n se cu e n c ias c o m o u n im p o rta n te c rite rio p a ra m e d ir la fid e lid a d d e u n a in te rp re ta c ió n d e te r m in a d a a e sto s p ro p ó s ito s d em o c rá tic o s» (S. Breyer, Active Liberty: Interpreting a Democratic Constitution, K nopf, N ueva York, 2005, p. 115)'.


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id e a d e l a ju s t ic ia

das p o r las instituciones acordadas. G authier confía m ucho en que la econom ía de m ercado haga su trabajo al p roducir arreglos eficien­ tes, en los cuales im aginam os que las partes se concentran m ientras tratan de ponerse de acuerdo, y u n a vez establecidas las instituciones «correctas» se supone que estamos en sus seguras manos. G authier sostiene con lucidez que la adopción de las instituciones correctas li­ b era a las partes de la constante restricción de la m oralidad. El capí­ tulo del libro de G authier donde esto se explica se titula muy adecua­ dam ente «El m ercado: la libertad frente a la m oralidad»10. D ar a las instituciones un papel tan fundam ental en la evaluación de lajusticia social, com o hace David Gauthier, puede ser un tanto excepcional, pero hay m uchos otros filósofos que han sido tentados en esa dirección. Resulta muy atractivo asum ir que las instituciones son inviolables tan p ro n to com o se las im agina racionalm ente esco­ gidas m ediante u n hipotético acuerdojusto, con independencia de lo que las instituciones consigan en realidad. La p reg u n ta clave es si podem os dejar las cosas al azar de la elección de instituciones (obvia­ m ente escogidas con miras a los resultados, en la m edida en que cuenten para las negociaciones y los acuerdos) pero sin cuestionar el estatus de los pactos y de las instituciones una vez que los arreglos han sido elegidos, sin im portar las consecuencias efectivas*. Hay algunas teorías que no parecen fundam entalistas institucio­ nales com o la teoría de Gauthier, pero que com parten la prioridad de las instituciones escogidas sobre los resultados y realizaciones. Por ejem plo, cuando R obert Nozick aboga p o r la necesidad, p o r razones de justicia, de garantizar las libertades individuales, incluidos el d ere­ cho de propiedad, la libertad de com ercio y la libertad de herencia, convierte las instituciones requeridas para asegurar estos derechos (el m arco legal así com o el esquem a económ ico) en requisitos esen­ ciales de su visión de u n a sociedad ju sta 11. Y él está más dispuesto a dejar las cosas en m anos de estas instituciones que a p ro p o n er una revisión basada en la evaluación de resultados (en esta teoría, al m e­ nos en su versión pura, no existe la «configuración» de resultados).

* La d efen sa d e u n a ec o n o m ía d e m e rc a d o n o re q u ie re , sin e m b arg o , ig n o ra r el c a rá c te r c o n d icio n al d el apoyo. V éase p o r ejem p lo la fu e rte d efen sa q u e h ace J o h n G ray del m e rc a d o co m o in stitu ció n q u e a d o p ta u n a fo rm a d e p e n d ie n te d e las co n se­ cu en cias (The M oral Foundation^ o f Market Institutions, IEA H e a lth a n d W elfare Línit, L o n d res, 1992).


In s t it u c io n e s y p e r s o n a s

Form alm ente, aún hay diferencia en tre valorar las instituciones mis­ mas y considerar u n a institución com o esencial para lajusticia p o r ser necesaria para la realización de algo más, com o ocurre con los «derechos» de la gente en el sistema de Nozick. La distinción es, sin em bargo, más bien formal, y no sería del todo equivocado ver la teo­ ría de Nozick com o fundam entalista p o r derivación acerca de las instituciones. Pero ¿qué sucede si la colectividad de lo que se consideran «insti­ tuciones justas» genera resultados terribles p ara el pueblo en esa sociedad (sin violar realm ente sus intereses inm ediatos, com o la ga­ ran tía de las libertades en el caso de Nozick)?*. Nozick reconocía que aquí podía h ab er u n problem a. En efecto, procedió a h acer u n a posible excepción en el caso en el cual el sistema que defendía, con prioridad absoluta de las libertades, conducía a lo que llam aba un «horror m oral catastrófico»**. Los requisitos institucionales bien p u ed en ser om itidos en estos casos extrem os. Pero u n a vez h ech a tal excepción, no resulta claro qué q u ed a de las prioridades básicas en su teoría de lajusticia, y del lugar fundam ental que se concede a las necesarias instituciones y reglas d en tro de esa teoría. Si los horrores m orales catastróficos sirven p ara ab an d o n ar la confianza en las su­ puestas instituciones correctas en su conjunto, ¿podría ser que m a­ las consecuencias sociales que no sean absolutam ente catastróficas, pero sí muy desagradables, se convirtieran en bases adecuadas para justificar a posteriori la prio rid ad de las instituciones en form as m e­ nos drásticas? La cuestión más general es, p o r supuesto, la desconfianza de no ser siempre sensible a lo que sucede en el m undo, con independencia de cuán excelentes resulten ser las instituciones. Aun cuando Jo h n Rawls es muy claro en motivar la discusión sobre las instituciones desde el punto de vista de la estructura social que defiende, al definir sus «prin­ * Se p u e d e d e m o s tra r q u e las fuerzas eco n ó m icas y p olíticas q u e g e n e ra n las g ra n d e s h a m b ru n a s p u e d e n p ro d u c ir ese re su lta d o sin violar las lib e rta d e s d e n ad ie. V éase m i Poverty and Famines: A n Essay on Entitlement and Deprivation, O x fo rd U niver­ sity Press, O x fo rd , 1981. V éase ta m b ié n el c a p ítu lo 1 «Razón y objetividad». Véase C orm ac O G ráda, Ireland’s Grand Famine: Interdisciplinary Perspectives, U niversity C olle­ ge D u b lin Press, D u b lin , 2006. ** P ero N ozick d e jab a la c u estió n a b ierta: «La c u estió n d e si estas restriccio n es laterales q u e reflejan lib e rta d e s son absolutas, o d e si p u e d e n se r violadas p a ra evitar u n h o rr o r m o ral catastró fico y c o n q u é re su lta d o e n m a te ria d e e stru c tu ra , es algo q u e aspiro a evitar» (Anarchy, State and Utopia, Blackwell, O x fo rd , 1974, p. 30).


L a id e a d e l a j u s t ic ia

cipios de justicia» en términos estrictamente institucionales, el filósofo también se inclina demasiado por una visión institucional pura de la justicia*. Así lo hacen otros destacados teóricos de lajusticia a través de su confianza suprem a en la idoneidad de las instituciones que reco­ m iendan con base en lo que se espera de su funcionamiento. Y llegamos aquí a una encrucijada. En contraste con estos enfo­ ques institucionales, hay teorías de lajusticia y de la elección social que tom an atenta nota de los estados sociales efectivos para evaluar cóm o van las cosas y si los esquemas p u ed en ser considerados justos. El utilitarismo adopta tal p u n to de vista (aun cuando su evaluación de los estados sociales está confinada a la lim itada perspectiva de las utilidades generadas e ignora todo lo d em ás), y de m anera más gene­ ral, lo propio hace la teoría de la elección social com o enfoque para la evaluación de lajusticia según el m arco establecido p o r K enneth Arrow, en am plia consonancia con los enfoques normativos explora­ dos p o r C ondorcet y Adam Smith, entre otros. No es necesario aquí confiar tan sólo en los beneficios para la evaluación de los estados de cosas o «estados finales», com o los llama R obert Nozick, e ignorar la enorm e significación de los procesos em pleados. En su lugar, los es­ tados de cosas de carácter com prehensivo que surgen de m anera efectiva se consideran críticam ente im portantes para evaluar si esta­ mos haciendo lo correcto o podríam os hacerlo mejor. En la perspectiva incluyente de nyaya, simplemente no podem os confiar la tarea de lajusticia a un niti de instituciones y reglas sociales que estimamos correctas para detenem os ahí y libramos de toda eva­ luación social posterior (para no hablar de algo como «la libertad fren­ te a la moralidad», según la pintoresca expresión de David Gauthier). Preguntar cómo van las cosas y si pueden m ejorar es una parte ineludi­ ble de la búsqueda de lajusticia.

* Es v erd ad q u e en el sistem a raw lsiano d e la «justicia co m o eq u id ad » las in stitu ­ ciones se escogen con m iras a los resu ltad o s. P ero u n a vez escogidas a través d e los «principios d e justicia», n o hay e n el sistem a n in g ú n p ro c e d im ie n to p a ra verificar si las in stitu cio n es están g e n e ra n d o los re su ltad o s previstos.


4 . VOZ Y ELECCIÓN SOCIAL

( g u a n d o A lejandro M agno recorría el noroeste de la India en el año 325 antes de Cristo, se enzarzó en u n a serie de batallas con los reyes locales del Punjab y las ganó todas. Pero no pu d o suscitar en tu ­ siasm o e n tre sus g u errero s p ara d e rro c a r a la p o d ero sa fam ilia im perial N anda que dom inaba casi toda la India desde su capital Pataliputra, hoy Patna, en el oriente del país. A lejandro no estaba dispuesto, sin em bargo, a regresar tranquilam ente a Grecia, y com o buen discípulo de Aristóteles dedicó m ucho tiem po a sostener rela­ jadas conversaciones con filósofos y pensadores indios, tanto religio­ sos com o sociales*. En uno de los debates más vigorosos, el conquistador del m undo preguntó a un grupo de filósofos jainitas p o r qué no le prestaban atención. Ante esta pregunta, recibió la siguiente respuesta am plia­ m ente dem ocrática: Rey Alejandro, de la superficie de la tierra cada hom bre puede po­ seer tan sólo aquello sobre lo cual está parado. Usted no es más que un hum ano como el resto de nosotros, salvo que siempre está muy ocupa­

* In d ia estab a lle n a d e h e te ro d o x ia in te le c tu a l e n esa ép o ca, d u ra n te la cual se c o m p u sie ro n las g ran d e s epopeyas d el Ram ayanay el Mahabharata, e n tre los siglos v il y v an tes d e C risto. La e n o rm e h e te ro d o x ia d e creen cias y raz o n a m ien to s e n las ep o ­ peyas se estu d ia en m i P ró lo g o a la n u ev a ed ició n d e la B iblioteca Clay S anskrit del Valmiki Ramayana, q u e será p u b lic a d a p o r R ich ard G o m b rich y S h eld o n P ollock en la ed ito rial d e la U niversid ad d e N ueva York. Esa fu e ta m b ié n la é p o c a e n q u e las e n se­ ñanzas reb eld es d e G au tam a B u d a y M ahavira Ja in , e n el siglo v i a n tes d e C risto, p la n te a ro n u n e n o rm e desafío a la o rto d o x ia religiosa d o m in a n te .


La

id e a

D E LA J U S T I C I A

do, de viaje muy lejos de su hogar, lo cual es una molestia para usted y para otros... Usted estará m uerto muy pronto y entonces sólo poseerá tanta tierra como sea necesaria para sepultarlo1.

Por su biógrafo Arriano sabemos que Alejandro respondió a este se­ vero reproche igualitario con la misma intensa admiración que había mostrado en su encuentro con Diógenes, expresando gran respeto por su interlocutor y concediendo la razón del argum ento esgrimido con­ tra él. Pero su propia conducta personal, añade Arriano, perm aneció invariable: «exactamente lo contrario de lo que decía admirar»2. Es claro que los debates y las discusiones no son siempre eficaces. Pero pueden serlo. En efecto, aun en el caso de Alejandro, es posible que estas charlas en apariencia ociosas — con Diógenes, con los jainitas y con muchos otros— tuvieran algún impacto en el alcance expansivo y el carácter liberal de su pensamiento, y en su firme rechazo del parroquialismo. Pero sin im portar lo que haya sucedido con Alejandro, los canales de comunicación que estableció su visita a la India tuvieron profundos efectos, a lo largo de los siglos, en la literatura, el teatro, las matemáticas, la astronomía, la escultura y muchos otros campos, con una influencia múltiple y perdurable en el rostro del subcontinente*. C om prender las exigencias de la justicia no es u n ejercicio más solitario que cualquier otra disciplina hum ana. C uando tratam os de evaluar cóm o deberíam os com portarnos, y qué clase de sociedades deben considerarse m anifiestam ente injustas, tenem os razones para escuchar y prestar alguna atención a las opiniones y sugerencias de otros, que p u ed en o no llevarnos a revisar algunas de nuestras p ro ­ pias conclusiones. Intentam os tam bién hacer que otros presten aten­ ción a nuestras prioridades y m aneras de pensar, y en esta abogacía a veces tenem os éxito y a veces fracasamos p o r com pleto. El diálogo y

* C om o se verá e n el cap ítu lo 15, es b ajo la in flu e n c ia g rieg a q u e los in d io s e m ­ p e z arían sus p ro p io s e x p e rim e n to s co n el g o b ie rn o d e m o c rá tic o e n la a d m in istra ­ ción m u n icip al. D e o tra p arte , los griegos ta m b ié n se in te re sa ro n m u c h o p o r las ideas y la filosofía d e la In d ia, co n fre c u e n c ia co n c ierto ro m an ticism o . S o b re las si­ m ilitu d es e n tr e las filosofías g rieg a e in d ia d e ese p e rio d o , véase el e x c ele n te e stu d io d e T h o m as McEvilley, The Shape o f Ancient Thought: Comparative Studies in Greek and Indian Phibsophies, A llw orth Press, N ueva York, 2002. A lgunas d e las sim ilitudes p u e ­ d e n h a b e r sido g en era d a s d e m a n e ra in d e p e n d ie n te , p e ro hay ta m b ié n e n o rm e s áreas de in flu en cia e in te ra c ció n . U n im p o rta n te estu d io , la m e n ta b le m e n te in é d ito , e s j o h n M itchener, «India, G reece a n d R om e: East-West C o ntacts in Classical Tim es», O ffice o f th e U K D eputy H ig h C om m issioner, C alcuta, 2003.


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la com unicación no sólo son parte del tem a de la teoría de lajusticia (tenem os buenas razones p ara ser escépticos sobre la posibilidad de una «justicia indiscutible»). Tam bién sucede que la naturaleza, la fortaleza y el alcance de las teorías propuestas d ep en d en de los apor­ tes de la discusión y del discurso. U na teoría de lajusticia que excluya la posibilidad de que nues­ tros m ejores esfuerzos p u edan dejarnos atrapados en uno u otro error, no im porta cuán oculto, im plica u n a pretensión muy difícil de defender. En efecto, un enfoque no resulta derrotista p o r adm itir juicios inacabados, ni p o r aceptar la ausencia de u n a finalidad defini­ tiva. Es particularm ente im portante que u n a teoría de la razón prác­ tica adopte u n m arco de razonam iento d en tro del cuerpo de una teoría espaciosa. Tal es, en cualquier caso, el enfoque de la teoría de lajusticia que persigue este trabajo. Para la mayoría de los practicantes, las teorías de lajusticia no son, sin embargo, marcos de razonamiento general o indefinido. Estos es­ pecialistas parecen más bien determ inados a conducim os directam en­ te a una fórmula muy detallada para lajusticia social y para la firme identificación, sin indeterm inación alguna, de la naturaleza de las insti­ tuciones sociales justas. La teoría de lajusticia de Rawls ilustra esto muy bien. Como hemos visto, hay m ucho razonamiento crítico, que se refie­ re a la preem inencia de la equidad, las concepciones de la posición original, y la naturaleza de la representación implícita en el ejercicio y el tipo de unanim idad que cabe esperar en la elección de principios institucionales en la posición original. Tales argumentos generales nos llevan con seguridad a reglas muy claras de cum plir como inequívocos principios de justicia con singulares implicaciones institucionales. En el caso de lajusticia de Rawls, estos principios incluyen de m anera prim a­ ria (como se vio en el capítulo 2) la prioridad de la libertad (el prim er principio), algunos requisitos de igualdad procedim ental (primera parte del segundo principio) y algunas exigencias de equidad, combi­ nadas con eficiencia, en la forma de dar precedencia a la prom oción de los intereses del grupo más desaventajado (segunda parte del segundo principio). Con esta descripción detallada de la teoría de Rawls, no existe mayor tem or de ser acusados de indecisión. ¿Pero hay dem asiada indecisión aquí? Si el razonam iento presen­ tado hasta ahora es correcto, entonces este grado de especificidad nos exige cerrar los ojos a u n a serie de consideraciones relevantes y vitalm ente im portantes. La naturaleza y el contenido de los «princi­


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pios de justicia» de Rawls y el proceso a través del cual ellos son deri­ vados puede ten er el efecto de llevarnos a algunas exclusiones seria­ m ente problem áticas, a saber: (1) ignorar la disciplina de responder a cuestiones comparativas acerca de lajusticia al concentrarnos tan sólo en la identificación de las dem andas de un a sociedad perfectam ente justa; (2) form ular las exigencias de justicia en térm inos de principios de justicia que están exclusivamente preocupados con las «institucio­ nes justas» e ignoran la perspectiva más am plia de las realizaciones sociales; (3) ignorar los posibles efectos adversos, sobre las personas que se hallan más allá de las fronteras de un país, de los actos y elecciones de ese país, sin que haya necesidad institucional de escuchar a los afectados que estén fuera; (4) fracasar en contar con un procedim iento sistemático para co­ rregir la influencia de los valores parroquiales a los cuales puede ser vulnerable cualquier sociedad desvinculada del resto del m undo; (5) no perm itir la posibilidad de que, aun en la posición original, diferentes personas pudieran considerar, incluso después de m ucha discusión pública, muy diferentes principios com o apropiados para lajusticia, a causa de la pluralidad de sus razonadas norm as y valores políticos (en lugar de p o r sus diferencias en intereses creados), y (6) no adm itir la posibilidad de que algunas personas no pu ed an siem pre com portarse de m anera «razonable» a pesar del hipotético contrato social, lo cual podría afectar la idoneidad de todos los arreglos sociales (incluida, p o r supuesto, la elección de instituciones), que se simplificaría drásticam ente a través del uso vigoroso de la presunción generalizada de cum plim iento con u n tipo específico de «razonable» com portam iento p o r parte de todos*.

* A lgunas d e las lim itaciones ya h a n sido co n sid erad as y otras lo serán en los capí­ tulos siguientes. El ú ltim o p u n to e n esta lista de om isiones y com isiones h a recibido al­ g u n a aten ció n en la literatu ra, con cierta estilización, a través del reco n o c im ie n to d e la necesid ad d e teorías q u e se o c u p e n d e co nd icio n es «no ideales». Los otros p u n to s, sin em barg o, n o h a n sido e n ten d id o s d esd e el p u n to d e vista d e la distinción e n tre teorías «ideales» y «no ideales», y n o d e b e n m eterse e n el m ism o saco. El alcance y los lím ites de la teo ría «ideal» h a n sido estudiados e n u n ilustrativo n ú m e ro especial sobre «Social Justice: Ideal Theory, N on-Ideal C ircum stances», e n Social Theory andPraclice, n ú m . 34, ju lio de 2008, bajo la direcció n d e In g rid Robeyns y A dam Swift.


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Si se rechazan estas invitaciones a cerrar nuestros ojos ante cues­ tiones significativas relativas a lajusticia, entonces la identificación y la búsqueda de las exigencias de lajusticia p u ed en asum ir una form a m ucho más am plia y más contingente. La im portancia de un marco para la razón pública, muy enfatizada p o r el propio Rawls, es clave en este ejercicio más amplio. Quizá la naturaleza de dicha tarea p u ed a aclararse un poco con la ayuda de la teoría de la elección social, y paso ahora a esa línea de indagación.

La t e o r ía d e la e l e c c ió n s o c ia l c o m o e n f o q u e

Las discusiones sobre ética y política no son nuevas. Aristóteles escribió sobre estos temas en el siglo iv antes de Cristo con gran clari­ dad y poder, particularm ente en la Etica a Nicómaco y la Política; su contem poráneo, Kautilya, en la India escribió sobre ellos con un en­ foque más rígidam ente institucional en su famoso tratado de econo­ m ía política Arthasastra (como se com entó en el capítulo a n terio r). Pero la exploración de los procesos formales de las decisiones públi­ cas y sus subyacentes —a m enudo ocultas— presunciones normativas em pezó m ucho más tarde. U na de las vías para ab o rd ar estas cuestio­ nes se halla en la teoría de la elección social que surgió com o discipli­ na sistemática en la época de la Revolución francesa. Este enfoque fue iniciado p o r m atem áticos franceses en París a fi­ nales del siglo x v m , com o Jean-Charles de Borda y el m arqués de C ondorcet, quienes abordaron el problem a de alcanzar evaluacio­ nes conjuntas basadas en prioridades individuales m ediante el len­ guaje de las matemáticas. Ellos fun d aro n la disciplina form al de la teoría de la elección social a través de su investigación sobre la disci­ plina de la agregación de juicios individuales en grupos de diferentes personas3. El clima intelectual del periodo estaba bajo la influencia de la Ilustración europea y en especial de la Ilustración francesa (al igual que de la Revolución francesa), con su interés en la construc­ ción razonada del o rd en social. En efecto, algunos de los prim eros teóricos de la elección social, com o C ondorcet, estaban tam bién en­ tre los líderes intelectuales de la Revolución francesa. La motivación de los prim eros teóricos de la elección social incluía el rechazo de la arbitrariedad y la inestabilidad en los procedim ientos


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de elección social. Su trabajo se centraba en el desarrollo de u n mar­ co para las decisiones racionales y dem ocráticas de un grupo, con par­ ticular atención a las preferencias y los intereses de todos sus m iem ­ bros. Sin em bargo, sus investigaciones teóricas produjeron resultados más bien pesimistas. C ondorcet dem ostró, p o r ejemplo, que el go­ bierno de la mayoría puede ser com pletam ente inconsistente: A derro­ ta a B por mayoría, B derrota a C por mayoría y C derrota a A por mayo­ ría (una dem ostración que ha sido denom inada como la «paradoja de Condorcet»), U n significativo trabajo de exploración (de nuevo, con resultados aún más pesimistas) sobre la naturaleza de estas difi­ cultades continuó en E uropa durante el siglo x ix . En efecto, algunas personas muy creativas trabajaron en esta área y lidiaron con las difi­ cultades de la elección social, como Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas, que escribió sobre elección social con su verda­ dero nom bre, Charles L. Dodgson4. C uando el tem a de la teoría de la elección social fue revivido en su versión m oderna hacia 1950 por K enneth Arrow (quien tam bién acuñó el n o m b re), él estaba muy preocupado con las dificultades de las decisiones colectivas y con las inconsistencias a las cuales podían conducir. Arrow dio a la disciplina de la elección social u n a form a e stru ctu rad a y analítica, con axiom as ex p lícitam en te form ulados y estudiados, y con la exigencia de que las decisiones sociales han de satisfacer ciertas mínim as condiciones de razonabilidad con base en las cuales suijan preferencias y elecciones sociales apropiadas5. Esto llevó al nacim iento de la m o d ern a disciplina de la teoría de la elec­ ción social, que sustituyó el enfoque un tanto azaroso de Condorcet, Borda y otros, con el reconocim iento de la necesidad de plantear con claridad las condiciones que deben cum plirse para que cualquier procedim iento de decisión social sea aceptable, así com o perm itir que otros colaboradores pudieran variar los axiomas y las exigencias de Arrow tras u na crítica razonada. Esta fue la perspectiva positiva y constructiva que abrió el trabajo pionero de Arrow. Sin embargo, p o r lo que toca a sus axiomas, Arrow profundizó de m anera dramática el sombrío panoram a preexistente al establecer un concepto asombroso y enorm em ente pesimista, con u n gran potencial de ubicuidad, que se conoce como el «teorema de imposibilidad de Arrow» (el propio Arrow le dio el nom bre más ani­ m ado de «teorema de posibilidad general»)6. Se trata de u n resultado matemático de notable elegancia y poder, que m uestra que incluso

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ciertas condiciones muy m oderadas de razonable sensibilidad a las de­ cisiones sociales sobre lo que quieren los miembros de una sociedad no pueden ser sim ultáneam ente satisfechas por cualquier procedi­ m iento de elección social que pueda ser calificado como racional y dem ocrático (tal como Arrow caracterizó estos requisitos, con cierta plausibilidad). Dos siglos después del florecimiento de las ambiciones de racionalidad social en el pensam iento de la Ilustración y en los es­ critos de los teóricos de la Revolución francesa, el tem a de las decisio­ nes democráticas racionales parecía ineludiblem ente condenado, en un m om ento en que un m undo en paz, lleno de ilusiones dem ocráti­ cas, em ergía del abismo de la II G uerra M undial7. El teorem a pesimista de Arrow, y u n conjunto de nuevos hallazgos matemáticos que siguieron a su trabajo pionero, ju n to con las discu­ siones de am plio espectro que generó esta literatura técnica, tuvieron finalm ente u n efecto muy constructivo en la disciplina de la elección social*. Los teóricos de las decisiones colectivas se vieron obligados a m irar a fondo en lo que hizo que los requisitos aparentem ente razo­ nables de u na práctica dem ocrática sensible produjeran esos resulta­ dos de imposibilidad. Tam bién se puso en evidencia que m ientras imposibilidadesy dificultades de este tipo p u ed en surgir con considerable frecuencia y sorprendente alcance, pu ed en resolverse al hacer que los procedim ientos de decisión social sean más sensibles a la infor­ m ación8. Para esta resolución resulta crucial la inform ación sobre las com paraciones interpersonales en m ateria de bienestar y ventajas relativas9. M uchos de los procedim ientos mecánicos de elección política (como las votaciones y elecciones) o de valoración económ ica (como la evaluación del ingreso nacional) p u ed en aceptar más bien poca inform ación, excepto en las discusiones que acom pañan a estos ejer­ cicios. El resultado de u n a votación, en sí mismo, no revela nada, sal­ vo que un candidato consiguió más votos que otro. De igual m anera, el procedim iento económ ico de agregación del ingreso nacional tan

* Las conex io n es m otivacionales y analíticas e n tre los teo rem as d e im posibilidad y las reo rien tacio n es constructivas resultantes se discu ten e n m i C o n feren cia N obel «T he Possibility o f Social C hoice», American Economic Review, n u m . 89, 1999, y Le Prix Nobel 1998, T h e N obel F o u n d atio n , E stocolm o, 1999. Las relaciones m atem áticas im ­ plicadas se ex am in an en m i Choice, Welfare and Measurement, Blackwell, O xford, 1997, y «Social C hoice Theory», e n K. J. A rrow y M. Intriligator (eds.), Handbook o f Mathematical Economics, N orth-H ollan d , A m sterdam , 1986, vol. 3.


La

id e a

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sólo recoge inform ación sobre qué se ha vendido y com prado y a qué precios, y nada más. Y así sucesivamente. C uando toda la inform a­ ción que podem os introducir en el sistema de evaluación o de tom a de decisiones adopta esta form a em pobrecida, entonces tenem os que reconciliarnos con esos resultados pesimistas. Pero para un ade­ cuado entendim iento de las exigencias de la jusdcia, las necesidades de las instituciones y organizaciones sociales, y la satisfactoria elabo­ ración de las políticas públicas, tenem os que buscar m ucha más in­ form ación y crítica. El mismo K enneth Arrow se unió a otros en la búsqueda de m e­ dios y m étodos para am pliar la base de inform ación de la elección social10. En efecto, C ondorcet tam bién había apuntado en esa direc­ ción hacia 1780, en térm inos muy generales11. Existe u n estrecho vínculo motivacional aquí con la apasionada defensa de la educación pública y en particular de la educación de las m ujeres p o r parte de C ondorcet. El fue uno de los prim eros en enfatizar la im portancia especial de la escolarización de las niñas. Hay adem ás una cercana conexión con el profundo interés de C ondorcet en enriquecer las estadísticas sociales, y con su com prom iso p o r la necesidad de conti­ n u ar la discusión pública, pues ambas avadaban a avanzar en el uso de más inform ación en los procedim ientos de elección pública y en la exploración de la justicia social12. Volveré a estos asuntos tras considerar la naturaleza y las implica­ ciones de la enorm e diferencia entre las form ulaciones de la teoría de la elección social, con su énfasis en alcanzar un ord en de prefe­ rencias en m ateria de realizaciones sociales alternativas, y la form a de las principales teorías de la justicia, que no se concentran en la disciplina de evaluar las mejoras o las declinaciones de la justicia, sino en la identificación de los arreglos sociales perfectam ente justos bajo la form a de «instituciones justas».

E l a l c a n c e d e la t e o r ía d e la e l e c c ió n s o c ia l

D ebido a la aparen te lejanía de la teoría form al de la elección social con respecto a problem as de interés inm ediato, m uchos co­ m entaristas h an ten d id o a ver su aplicabilidad en extrem o limitada. La naturaleza inexorablem ente m atem ática de la teoría form al de la elección social ha contribuido tam bién a esta sensación de distancia-

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m iento de la disciplina en relación con la razón práctica aplicable. C iertam ente, las interacciones reales entre la teoría de la elección social y la atención de preocupaciones prácticas han tendido a ser desestimuladas p o r lo que se considera un enorm e abismo entre ri­ gurosos m étodos formales y m odelos matemáticos, de una parte, v argum entos públicos fácilm ente com prensibles, de la otra. No constituye sorpresa alguna que m uchos com entaristas vean la teoría de la elección social con cierto desdén, desde el p u n to de vista de su relevancia práctica, en com paración con el análisis filosófico de la justicia social. Aun cuando los escritos de Hobbes, Kant o Rawls exigen ardua deliberación e intricada reflexión, sus mensajes centra­ les parecen en general m ucho más fáciles de asimilar y utilizar, en com paración con lo que se deriva de la teoría de la elección social. Las principales teorías de la justicia, en consecuencia, aparecen com o m ucho más cercanas al m undo de la práctica que lo que la teo­ ría de la elección social aspira a ser. ¿Es correcta esta conclusión? Diría que no sólo es incorrecta, sino que la tesis contraria es correcta, al m enos en un sentido im portante. Existen muchas características de la teoría de la elección social de las que u n a teoría de la justicia p u ed e aprovecharse, com o se verá más adelante, pero empiezo aquí por señalar uno de los contrastes más im­ portantes entre una y otra. Como disciplina evaluativa, la teoría de la elección social está profundam ente preocupada con la base racional de los juicios sociales y las decisiones públicas al escoger entre alterna­ tivas sociales. Los resultados del procedim iento de elección social asum en la forma de órdenes de preferencias sobre estados de cosas desde el «punto de vista social», a la luz de las evaluaciones de las per­ sonas involucradas . Esto es muy diferente de una búsqueda de la su­ prem a alternativa entre todas las posibles alternativas, como la que plantean las teorías de la justicia de H obbes a Rawls y Nozick11.

* C om o se verá, las p re fe re n c ia s in d iv id u ales q u e sirven c o m o e le m e n to s d e ju ic io e n el p ro ceso p u e d e n in te rp re ta rs e d e m u ch as fo rm as, y esa v ersatilid ad es im p o rta n te p a ra el alca n ce d e la te o ría d e la e lec ció n social y su h a b ilid a d d e a d a p ­ tar el fo rm a to d e la esco g en cia social a varios p ro b le m a s d e ev alu ació n social. V éanse Social Cholee Re-examined, e d ita d o p o r K. Arrow, A. Sen y K. S uzum ura, M acm illan, L o n d res, 1997; Handbook o f Social Choice and Welfare, e d ita d o p o r K. Arrow, A. Sen v K. S uzum ura, Elsevier, A m sterd am , 2001, vol. 1, y The Handbook ofR alional and Social Choice, ed ita d o p o r P. A n an d , P. K. P attan aik y C. P u p p e , O x fo rd U niversity Press, O x fo rd , 2009.


L a ID E A D E LA J U S T I C I A

La distinción es im portante, p o r razones ya consideradas en los capítulos precedentes. U n enfoque trascendental no puede ocupar­ se p o r sí solo de cuestiones sobre el avance de la justicia y com parar propuestas alternativas para ten er u n a sociedad más justa, sin m en­ cionar la utópica propuesta de d ar u n salto im aginario a u n m undo perfectam ente justo. En verdad, las respuestas que u n enfoque tras­ cendental da, o pu ed e dar, son muy distintas y distantes del tipo de preocupaciones que interesan a la gente en sus discusiones sobre la justicia y la injusticia del m undo (por ejemplo, las iniquidades del ham bre, la pobreza, el analfabetismo, la tortura, el racismo, el some­ tim iento de las mujeres, el encarcelam iento arbitrario o la exclusión m édica com o problem as sociales que necesitan red en c ió n ).

L a d is t a n c ia e n t r e l o t r a s c e n d e n t a l y l o c o m p a r a t iv o

A pesar de la im portancia de este contraste elemental, la lejanía for­ mal del enfoque trascendental, con respecto a los juicios funcionales sobre la justicia, no significa p o r sí misma que dicho enfoque no sea correcto. Bien puede haber alguna conexión menos obvia, una cierta relación entre lo trascendental y lo comparativo que haría del enfoque trascendental la m anera correcta de acom eter evaluaciones comparati­ vas. Tal investigación debe asumirse, pero hay que decir que carece de fundam ento la tentación de creer que cualquier teoría trascendental com porta algunos elementos de justificación que ayudarían también a resolver todas las cuestiones comparativas. Algunos teóricos de lo tras­ cendental no sólo adm iten que aquí hay una brecha, sino que lo hacen con orgullo e incurren en la insensatez de optar por el desvío com para­ tivo (y éste es, en efecto, un desvío en la perspectiva puram ente trascen­ dental). Robert Nozick, por ejemplo, se contenta con exigir que todos los derechos sean realizados (éste es su esquema trascendental), pero descarta la cuestión de las transacciones entre las fallas en la realización de los distintos tipos de derechos (él da muy poca importancia a lo que denom ina «utilitarismo de los derechos»)14. De igual m anera, no resul­ ta fácil ver cómo el diagnóstico de perfección en el esquema de H ob­ bes, Locke o Rousseau nos conduciría a comparaciones decisivas entre alternativas imperfectas. El asunto se complica con Kant o Rawls, pues su elaborado razona­ m iento sobre la identificación de la solución trascendental tam bién


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ofrece pistas para algunas cuestiones comparativas, aunque no todas. Por ejemplo, la form ulación del principio de diferencia de Rawls, com o com ponente de su segundo principio de justicia, nos brinda suficiente sustento para clasificar otras alternativas desde el p u nto de vista de las ventajas respectivas de los más desaventajados15. Y sin em ­ bargo, esto no pu ed e decirse de la otra parte del segundo principio de Rawls, en el cual diferentes violaciones de la ju sta igualdad de oportunidades tienen que ser evaluadas m ediante criterios que el fi­ lósofo no define con exactitud. Lo propio puede predicarse de la violación de las libertades, que negaría la realización del prim er principio, pues las libertades son de distintas clases (como el propio Rawls discute) y no está nada claro cóm o serían evaluadas diferentes violaciones de m anera com parada. Hay distintos m odos de hacer esto, y Rawls no privilegia ninguno. En efecto, él dice relativam ente poco sobre este tema. Y eso está bien, p o r supuesto, para sus propósi­ tos, pues u na identificación trascendental no requiere que se aborde esta cuestión com parativa adicional. U na teo ría trascen d en tal no tiene que ser lo que en la Introducción se ha llam ado una teoría «conglom erante» (que resuelva a la vez cuestiones trascendentales y com parativas), y aun cuando hay en el razonam iento de Rawls más articulación sobre cuestiones comparativas que en m uchos otros en­ foques trascendentales, todavía perm anece u n a gran brecha. Rawls no necesita una teoría conglom erante para su principio de justicia (que identifica instituciones perfectam ente justas) y no nos ofrece ninguna. Pero ¿una identificación trascendental p o r sí misma no nos dice algo acerca de cuestiones comparativas, aun cuando tales cuestiones no son explícitam ente confrontadas? ¿No hay aquí algunas conexio­ nes analíticas ? ¿Hemos equivocado el cam ino debido a separaciones artificiales que no existen? Estas dudas exigen una investigación se­ ria. Hay dos cuestiones que plantear. Prim era, ¿podría ser que la identificación trascendental del arreglo social perfectam ente justo nos indicara de m anera autom ática cóm o o rd en ar tam bién las otras alternativas? En particular, ¿pueden las respuestas a las preguntas trascendentales conducirnos tam bién, de m odo indirecto, a evalua­ ciones comparativas de la justicia que tengan el carácter de «subpro­ ductos»? En particular, ¿podrían las com paraciones de «distancia respecto de la trascendencia» sobre las cuales descansan los diferen­ tes arreglos sociales constituir la base de tales evaluaciones com para­


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tivas? ¿Podría ser «suficiente» el enfoque com parativo para producir m ucho más de lo que su contenido form al sugiere? Segunda, si hay aquí u n a p reg u n ta sobre la suficiencia, tam bién hay una sobre la necesidad. ¿Podría ser que la preg u n ta trascenden­ tal (¿qué es u na sociedad justa?) tenga que ser respondida prim ero, com o requisito esencial, p o r una teoría coherente y bien sustentada de la justicia comparativa, que p o r otra parte sería fundacionalm ente disyuntiva y frágil? ¿Es el enfoque trascendental, dirigido a identifi­ car u n Estado perfectam ente justo, necesario tam bién para los juicios comparativos sobre la justicia? Las creencias implícitas en la suficiencia o la necesidad (o ambas) de u n enfoque trascendental para la evaluación com parativa han te­ nido un papel poderoso en la extendida convicción de que el enfo­ que trascendental es crucial para la entera teoría de la justicia16. Sin negar la relevancia práctica o el interés intelectual de los juicios com­ parativos, para m uchos teóricos el enfoque trascendental aparece com o un requisito central de una bien sustentada teoría de la justi­ cia. Las hipótesis de la suficiencia y de la necesidad requerirían, en consecuencia, un escrutinio muy cercano para d eterm in ar el lugar sustantivo de las teorías trascendentales en la filosofía política de la justicia.

¿Es s u f i c i e n t e e l e n f o q u e t r a s c e n d e n t a l ? ¿Produce el enfoque trascendental, com o subproducto, conclu­ siones relaciónales listas para deducirse, de tal suerte que la trascen­ dencia term ine ofreciendo m ucho más de lo que su form a pública enuncia? En particular, ¿es suficiente la especificación de u n a socie­ dad enteram ente ju sta para darnos clasificaciones de cambios de rum bo con respecto a la justeza desde el p u n to de vista de las distan­ cias frente a la perfección, de tal m odo que u n a identificación tras­ cendental tam bién im plique inter alia calificaciones comparativas? El enfoque de distancia-comparación, aun cuando tiene cierta plausibilidad aparente, realm ente no funciona. La dificultad radica en el hecho de que hay diferentes características implicadas en iden­ tificar la distancia y relacionadas, entre otras distinciones, con dife­ rentes clases de cambios de rum bo, dim ensiones de transgresión y diversas m aneras de p o n d erar las infracciones separadas. La identifi­

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cación de la trascendencia no adm ite ningún m edio de tratar estos problem as que llegue a un o rden de relaciones sobre cambios de rum bo con respecto a la trascendencia. Por ejemplo, en un análisis rawlsiano de la sociedad justa, los cambios de rum bo p u ed en ocurrir en m uchas áreas diferentes, incluido el quebranto de la libertad que adem ás puede im plicar diversas violaciones de distintas libertades (m uchas de las cuales figuran en la am plia cobertura de la libertad y su prioridad en Rawls). Puede hab er tam bién violaciones —u n a vez más, posiblem ente en formas desiguales— de las exigencias de equi­ dad en la distribución de los bienes prim arios (puede h ab er m uchos diferentes cambios de rum bo con respecto a las exigencias del «prin­ cipio de diferencia»). Existen muchas formas diferentes de evaluar el alcance de cada una de tales discrepancias y p o n d erar la lejanía com parativa de las distribuciones efectivas respecto de lo que exigirían los principios de lajusticia plena. Tenemos que considerar, además, los cambios de rum bo en m ateria de igualdad procedim ental (tales com o infraccio­ nes de lajusta igualdad de oportunidades o facilidades públicas) que figuran dentro del dom inio de las exigencias rawlsianas de justicia (en la prim era parte del segundo principio). Sopesar estos cambios de rum bo procedim ental contra los desaciertos de los patrones em er­ gentes de distribución interpersonal (por ejem plo, distribuciones de bienes prim arios), que figuran tam bién en el sistema de Rawls, re­ queriría distinta especificación —posiblem ente en térm inos axiomá­ ticos— de relativa im portancia o significación (o «transacciones», com o a veces se las d enom ina en el vocabulario un tanto crudo de la evaluación m ultidim ensional). Pero estas evaluaciones, p o r útiles que sean, caen más allá del ejercicio específico de identificación de la trascendencia y son los ingredientes básicos de u n enfoque «com­ parativo» y no «trascendental» de lajusticia. La caracterización de justicia im pecable, incluso si tal caracterización p u d iere surgir con claridad, no en tra ñ aría descripción alguna de cóm o se com para­ rían y graduarían diversos cam bios de rum bo respecto de la im­ pecabilidad. La ausencia de tales implicaciones comparativas no constituye, p o r supuesto, u na vergüenza para una teoría trascendental \ista com o un logro autosuficiente. El silencio relacional no es, en ningún sentido, una dificultad «interna». En efecto, algunos trascendentalistas puros se opondrían incluso a coquetear con las gradaciones y evaluaciones

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comparativas, y podrían reh u ir de m anera plausible las conclusiones relaciónales. Ellos p u eden ap u n tar en particular a su com prensión de que u n «correcto» arreglo social no debe, de ninguna m anera, enten­ derse com o u n «mejor» arreglo social, lo cual p o d ría abrir la pu erta a lo que a veces se considera com o el m u n d o intelectualm ente res­ baladizo de las evaluaciones graduadas en la form a de «mejor» o «peor» (en relación con el superlativo «el m ejor»). El carácter absolu­ to de lo trascendentalm ente «correcto» —contra las relatividades de «lo mejor» y «el mejor»— puede o no ten er u n a posición propia po­ derosam ente razonada (rehúso entrar en esta cuestión p o r ahora)*. Pero, por supuesto, no ayuda en absoluto —y tal es aquí el p u nto cen­ tral— para las evaluaciones comparativas de la justicia y, en conse­ cuencia, para la elección entre políticas alternativas. De seguro, los m iem bros de cualquier com unidad política pue­ d en im aginar cóm o puede producirse una reorganización totalm en­ te com prehensiva, que los acerque a un paso del ideal de una socie­ dad justa. U na teoría trascendental pragm ática p u ed e servir, en este sentido, com o el gran m anual de la revolución «en u n paso». Pero este m anual, maravillosamente radical, no sería muy invocado en los debates reales sobre lajusticia en los cuales nos implicamos. Las cues­ tiones sobre cóm o reducir las múltiples injusticias que caracterizan el m undo tienden a definir el dom inio de aplicación del análisis de la justicia; el salto a la perfección trascendental no p ertenece a este m undo. Vale la pen a anotar tam bién, com o un p u n to analítico gene­ ral ya señalado en la Introducción, que el diagnóstico de la injusticia no exige u n a única identificación de «la sociedad justa», puesto que un diagnóstico unívoco de la deficiencia de una sociedad con ham bre en gran escala, extendido analfabetismo o ram pante falta de aten­ ción m édica puede coexistir con muy diferentes identificaciones de arreglos sociales perfectam ente justos en otros aspectos. Aun si pensam os en la trascendencia no en los térm inos sin gra­ d u ar de los «correctos» arreglos sociales sino en los térm inos gradua­ dos de los «mejores» arreglos sociales, la identificación de lo m ejor en sí no nos dice m ucho acerca de la graduación exacta, acerca de cóm o com parar dos alternativas mejorables, ni especifica u n a gra­ duación única con respecto a la cual lo m ejor se sitúa en la cum bre. * Vease, sin em bargo, Will Kymlicka, «Rawls o n Teleology a n d D eontology», Philoso­ phy and Public Affairs, num . 17,1988.

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En efecto, lo m ejor puede estar en la misma cum bre según muchas diferentes graduaciones. Para considerar una analogía em pleada antes, el hecho de que una persona vea la Mona Lisa com o la m ejor p intura del m undo no revela cóm o clasificaría un Picasso en com paración con un Van Gogh. La búsqueda de la justicia trascendental puede ser un fascinante ejerci­ cio intelectual en sí mismo, pero —con independencia de si pensa­ mos en la trascendencia desde el p u nto de vista de lo «correcto» sin graduar o de lo «mejor» graduado— no nos dice m ucho acerca de los méritos comparativos de los diferentes arreglos sociales.

¿Es n e c e s a r i o e l e n f o q u e t r a s c e n d e n t a l ? Consideremos ahora la hipótesis según la cual la identificación de lo mejor, o lo correcto, es necesaria, aun si no es suficiente, para graduar dos alternativas desde el punto de vista de lajusticia. En el sentido usual de «necesidad», ésta sería una posibilidad un tanto extraña. En la disci­ plina de los juicios comparativos en cualquier campo, las evaluaciones relativas de dos alternativas tienden en general a ser u n asunto entre ellas, sin que sea necesario im plorar la ayuda de una tercera e «irrele­ vante» alternativa. En efecto, no es en absoluto obvio por qué al juzgar que u n arreglo social X es m ejor que u n arreglo alternativo Y tene­ mos que invocar que una alternativa muy diferente, digamos Z, es el «mejor» (o el absolutam ente «correcto») arreglo social. Al votar por un Picasso o un Van Gogh no necesitamos reunir fuerzas para identifi­ car la pintura más perfecta del m undo, que vencería a los Van Goghs, los Picassos y todos los demás cuadros del mundo. Podría pensarse, sin embargo, que la analogía con la estética resul­ ta problem ática p orque u n a persona p u ed e no ten er idea de la per­ fecta pintura, en la form a en que la idea de «la sociedadjusta» aparece a m uchos como claram ente identificable, dentro de las teorías trascen­ dentales de lajusticia. (Sostendré que la existencia de una m ejor o pura alternativa no está realm ente garantizada p o r una graduación de los logros relativos de lajusticia tan com pleta como sea posible, pero p o r el m om ento procedo sobre la presunción de que tal identificación puede hacerse). La posibilidad de tener u n a alternativa perfecta iden­ tificable no indica que sea necesario o útil referirse a ella al juzgar los méritos relativos de otras dos alternativas; p o r ejemplo, podem os estar


La

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dispuestos a aceptar, con gran certeza, que el m onte Everest es la m on­ taña más alta del m undo, com pletam ente insuperable por cualquier otro pico desde el punto de vista de la estatura, pero tal entendim iento no es necesario ni particularm ente útil al com parar las alturas del m onte Kilimanjaro y el m onte McKinley. H abría algo muy extraño en la creencia general de que una com paración entre dos alternativas no puede hacerse sin la identificación previa de una alternativa suprema. No hay aquí conexión analítica alguna.

¿L a s c o m p a r a c io n e s id e n t if ic a n la t r a s c e n d e n c ia ?

U na identificación trascendental no es entonces ni necesaria ni suficiente para llegar ajuicios comparativos sobre lajusticia. Debería­ mos, em pero, exam inar un tercer tipo de conexión plausible que pue­ de haber entre lo comparaúvo y lo trascendental. ¿Podría ser que las graduaciones comparativas de las diferentes alternativas tengan tam­ bién inter alia que ser capaces de identificar los arreglos sociales tras­ cen d en talm en te justos? ¿Lo trascen d en tal seguiría invariablem en­ te del pleno em pleo de lo comparativo? Si así fuere, podríam os alegar de m anera plausible que en un sentido un tanto débil hay una nece­ sidad de ductilidad para la alternativa trascendental. Esto no im plica­ ría, p o r supuesto, que hay necesidad de evaluaciones comparativas p o r la vía del en fo q u e trascen d en tal, p e ro al m enos le d aría a la identificación trascendental u n a presencia necesaria en la teoría de lajusticia, en el sentido de que si la p reg u n ta trascendental no p u e­ de responderse, entonces deberíamos concluir que no podem os res­ p o n d er p o r com pleto tam poco a la pregunta comparativa. ¿Una secuencia de com paraciones p o r parejas nos conduciría de m anera invariable a lo mejor? Esa presunción tiene cierta fuerza, pues lo superlativo puede parecer el fin natural de una sana com pa­ ración. Pero ésta sería, en general, una conclusión errónea. En efec­ to, tan sólo con un a jerarq u ía «bien ordenada» (por ejemplo, el or­ denam iento com pleto y transitivo de un conjunto finito) podem os estar seguros de que la secuencia de com paraciones p o r parejas ten­ ga que identificar siem pre una alternativa «mejor». En consecuencia, tenem os que preguntar: ¿cuán com pleta debe ser la evaluación para que se convierta en u n a disciplina sistemática? En el enfoque «totalista» que caracteriza a las principales teorías de la

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justicia, incluida la de Rawls, lo incom pleto tiende a aparecer como un fracaso o al m enos como un signo de la naturaleza inconclusa del ejercicio. En efecto, la supervivencia de lo incom pleto se ve en oca­ siones com o un defecto de u n a teoría de lajusticia, que pone en cues­ tión las afirmaciones positivas que hace tal teoría. De hecho, una teo­ ría de lajusticia que de m anera sistemática concede u n lugar a lo incom pleto puede perm itirle a uno llegar ajuicios muy fuertes v fuer­ tem ente relevantes (por ejemplo, acerca de la injusticia de las ham ­ brunas perm anentes en un m undo de prosperidad o de la grotesca persistencia del som etim iento de las mujeres, y así sucesivamente), sin tener que hallar evaluaciones altam ente diferenciadas de cada arreglo político y social en com paración con los demás (por ejemplo, con preguntas como: ¿qué im puesto debe establecerse sobre la venta de petróleo, por razones am bientales, en u n país determ inado?). He discutido en otro lugar p o r qué una teoría sistemática y disci­ plinada de la evaluación razonada, que incluya la evaluación de la justicia social, no requiere adoptar u n a form a «totalista»*. Lo incom ­ pleto puede ser duradero p o r diferentes razones, incluidas brechas insalvables en inform ación, e im posibilidad de resolver en juicios que implican consideraciones dispares que no p u ed en ser eliminadas por entero, aun con toda la inform ación. Por ejemplo, pueden ser difíci­ les de resolver los reclamos enfrentados sobre diferentes considera­ ciones de equidad, uno de cuyos casos especiales es la máxima lexico­ gráfica de Rawls, que concede prioridad total a la m ínim a ganancia del grupo más desaventajado incluso cuando ello entraña enorm es pérdidas para grupos que no están en la p eo r situación pero que es­ tán mal, y sobre los cuales observadores imparciales pu ed en adoptar muy diferentes posiciones razonables. Puede haber tam bién com pro­ misos razonables variables para equilibrar pequeñas ganancias en li­ bertad, la cual tiene prioridad en el prim er principio de Rawls. contra cualquier reducción en desigualdad económica, no im porta cuán gran­

* Ésta fu e u n a característica c e n tra l d el e n fo q u e d e la te o ría d e la elecció n social q u e tra té de d esa rro lla r e n m i libro Elección colectiva y bienestar social. La c u estió n h a sido re to m a d a , co n resp u estas a las críticas, e n alg u n o s d e mis ensavos recientes: «M axim ization a n d th e A ct o f C hoice», Econometrica, n ú m . 65. 1997: .T h e Possibility o f Social C hoice», American Economic Review, n ú m . 89, 1999, e -In co m p le ten ess a n d R easo n ed C hoice», Synthese, n ú m . 140, 2004. V éanse tam b ién la resp u esta d e Isaac Levi al ú ltim o e n «A m artya Sen», e n el m ism o n ú m e ro d e Synthese. v su im p o rta n te lib ro H ard Choices, C am b rid g e U niversity Press, C am b rid g e. 1986.

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de sea. La im portancia de reconocer la pluralidad de las razones de la justicia ya h a sido estudiada al com ienzo de este libro, y la cuestión se exam inará de m anera adicional en capítulos posteriores. Y sin em bargo, a pesar de esta d u rad era am bigüedad, todavía po­ dem os coincidir en que hay un claro fracaso social im plícito en las persistentes ham brunas o en la extendida falta de atención médica, que piden urgente reparación (con lo cual se produce u n avance de la justicia), aun después de tom ar nota de los costos. Igualm ente, podem os reconocer la posibilidad de que la libertad de los diferen­ tes individuos pueda, hasta cierto punto, entrar en colisión (de suerte que cualquier refinam iento en las exigencias de la «libertad igual» puede ser difícil de lo g rar), y sin em bargo coincidir en que la tortura gubernam ental de los prisioneros o la detención arbitraria de perso­ nas acusadas sin acceso al debido proceso, constituiría u n a injusta violación de la libertad que exige urgente rectificación. Existe u n a consideración adicional que puede actuar poderosa­ m ente en la dirección de abrir espacio político a los juicios incom ­ pletos sobre la justicia social, incluso si cada persona dispusiere de u n com pleto ordenam iento de los posibles arreglos sociales. Puesto que u na teoría de la justicia, en las formas tradicionales, invoca el acuerdo entre las diferentes partes (por ejem plo, en el acuerdo u n á­ nim e que se busca en la «posición original» en el esquem a de Rawls), lo incom pleto tam bién puede surgir de la posibilidad de que distin­ tas personas puedan discrepar sobre las evaluaciones (sin dejar de coincidir en m uchos juicios comparativos). Aun después de que los intereses creados y las prioridades personales hayan sido de algún m odo «eliminados» de toda consideración m ediante dispositivos ta­ les com o el «velo de ignorancia», puede h ab er opiniones opuestas sobre las prioridades sociales, p o r ejem plo sobre la ponderación de los reclamos por el derecho a los frutos del trabajo propio (como en el ejem plo de los tres niños que se disputan el uso de u n a flauta). Incluso cuando todas las partes involucradas tienen sus propios ór­ denes de justicia que no son congruentes, la «intersección» entre los órdenes, es decir, las creencias compartidas de las distintas partes, produ­ cirán una jerarquía parcial, con diferentes grados de articulación (se­ gún la similitud entre las categorías)17. La aceptabilidad de las evalua­ ciones incompletas es ciertam ente un tem a central en la teoría de la elección social en general, y es relevante tam bién p ara las teorías de la justicia, aunque la «justicia como equidad» de Rawls y otras teorías

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afirman con firmeza (y es una afirmación más que algo establecido por los argumentos presentados) que un acuerdo completo surgirá en defi­ nitiva de la «posición original» y de otros formatos. Así, por razón de las evaluaciones individuales incompletas y de la congruencia incom pleta entre diferentes evaluaciones individuales, la persistencia de lo inacabado puede ser un rasgo resistente de los ju i­ cios sobre la justicia social. Esto puede ser problem ático para la identifi­ cación de una sociedad perfectam ente justa y para la extracción de conclusiones trascendentales*. Y sin embargo, tal calidad de incomple­ to no evitaría hacerjuicios comparativos sobre lajusticia en muchos ca­ sos, donde puede haber justo acuerdo sobre órdenes particulares por parejas, acerca de lo que amplía lajusticia y reduce la injusticia. Así, la solución de continuidad en tre el enfoque relacional y el enfoque trascen d en tal de la ju stic ia parece ser muy com prensiva. A pesar de su propio interés intelectual, la pregunta p o r la sociedad justa no es un buen pu n to de partida para u n a teoría útil de laju sti­ cia. A esto hay que añadir la conclusión adicional de que p u ed e no ser tam poco un buen p u n to de llegada. ¿Una teoría sistemática de la justicia comparativa no requiere, ni produce necesariam ente, una respuesta a la pregunta p o r la sociedadjusta?

L a e l e c c ió n s o c ia l c o m o m a r c o p a r a e l r a z o n a m ie n t o

¿Cuáles son entonces los puntos relevantes de la teoría de la elec­ ción social para la teoría de lajusticia? Hay m uchas conexiones, pero me centraré aquí en siete contribuciones significativas, adem ás del tem a de las realizaciones sociales (ya considerado)18.

* En el cam p o m atem ático , hay q u e re c o n o c e r q u e u n o rd e n a m ie n to transitivo p e ro in c o m p le to d e u n c o n ju n to fin ito p ro d u c irá in v a ria b le m e n te u n o o m ás ele­ m en to s «m áxim os», e n el se n tid o d e u n a o m ás alternativas n o d o m in ad a s p o r n in ­ g ú n ele m e n to . U n c o n ju n to m áx im o n o d eb e , sin em b arg o , se r c o n fu n d id o con u n c o n ju n to d e «m ejores» elem e n to s, p u e sto q u e la c o n d ic ió n d e m áx im o n o garan tiza la ex isten cia d e u n m e jo r e le m e n to (sólo u n o q u e n o es p e o r q u e c u a lq u ie r o tro ). S o b re la am p lia relev an cia d e la d istin ció n e n tre lo m áx im o (re q u e rid o p a ra u n a elecció n acep tab le) y lo ó p tim o (re q u e rid o p a ra u n a elecció n p e rfe c ta ), véanse m i « In tern al C onsistency o f C hoice», Econometrica, n ú m . 61, 1993, y «M axim izadon a n d th e A ct o f C h o ice» , Econometrica, n ú m . 65, 1997. L a n a tu ra le z a fu n d a c io n a l d e la d istin ció n m atem ática im p lícita p u e d e verse e n N. B ourbaki, General Topology, Addison-Wesley, R eading, 1966, y Theory o f Sets, Addison-W esley, R eading, 1968.


I.A ID E A D E LA J U S T IC IA

(1) Énfasis en lo com parativo y no sólo en lo trascendental Tal vez la co ntrib u ció n más im p o rtan te del en fo q u e de la elec­ ción social a la teo ría de la ju sticia sea su p reo cu p ació n p o r las evaluaciones com parativas. Este esquem a, relacional y no trascen­ dental, se co n cen tra en la razón práctica tras lo que hay que esco­ g er y las decisiones que hay que tom ar, más que en la especulación sobre qué sería u n a sociedad p erfectam en te ju s ta (sobre la cual p u ed e o n o h ab er acuerdo). U na teoría de la justicia tiene algo que decir acerca de las ofertas disponibles, en lu g ar de m an ten ern o s absortos en un m undo im aginario de im batible m agnificencia. Pues­ to que ya he com en tad o este contraste, no diré más aquí. (2) Reconocim iento de la ineludible pluralidad de los principios rivales La te o ría de la elección social ha d ad o co nsiderable reco n o ci­ m iento a la p lu ralid ad de las razones, todas las cuales exigen nues­ tra aten ció n cu an d o se p la n tean cuestiones de ju sticia social, y p u e d e n e n tra r en conflicto unas con otras. Esta inelu d ib le plu rali­ d ad p u ed e o no co n d u cir a un resultado de im posibilidad, que g en ere u n callejón sin salida, p ero la necesidad de to m ar n o ta de la posibilidad de conflictos d u rad ero s e n tre principios n o eliminables p u e d e ser muy im p o rtan te p ara la teo ría de la justicia. En los capítulos siguientes, esta p lu ralid ad será más am p liam en te explorada. (3) Perm itir y facilitar el reexam en O tro rasgo im portante es la form a en que la teoría de la elección social, de m anera persistente, ha abierto espacio a la evaluación y al escrutinio. En efecto, u n a de las principales contribuciones de fór­ mulas com o el teorem a de im posibilidad de Arrow es dem ostrar que principios generales sobre decisiones sociales plausibles p u ed en re­ sultar muy problem áticos puesto que p u ed en reñ ir con otros princi­ pios generales tam bién plausibles. Con frecuencia pensam os, au n q u e de m an era im plícita, en el ca­ rácter plausible de los principios en u n a serie de casos específicos que enfocan nuestra atención en esas ideas (la m ente h u m an a no

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tiene capacidad suficiente para captar el inm enso alcance de los principios generales). Pero una vez que los principios se form ulan en térm inos am plios y cubren ínter alia m uchos más casos que los que han motivado nuestro interés en esos principios, podem os en­ frentarnos a obstáculos imprevistos. Tenemos que decidir entonces qué hay que conced er y p o r qué. Algunos p u ed en creer que la teo­ ría de la elección social es muy permisiva e indecisa (C ondorcet vio sus resultados com o el com ienzo y no com o el térm ino de una discu­ sión), pero la alternativa, bien ilustrada p o r teorías de la justicia com o las de Rawls y Nozick, con su inflexible insistencia en exigen­ tes y rigurosas reglas, no hace justicia a la idea de justicia. (4) Permisibilidad de las soluciones parciales La teoría de la elección social perm ite la posibilidad de que inclu­ so una teoría com pleta de la justicia pueda producir ordenam ientos incom pletos de justicia. En efecto, en m uchos casos lo incom pleto puede ser «asertivo» y producir form ulaciones com o que X e Y no pueden ser ordenados según criterios de justicia. Esto contrasta con lo incom pleto tentativam ente aceptado, m ientras espera o trabaja para ser com pleto, con base en más inform ación o más profundo exam en, o con el uso de algunos criterios adicionales. La teoría de la ju sticia tiene que d ar cabida tanto a lo incom ple­ to asertivo com o a lo incom pleto tentativo. Lo incom pleto ten tati­ vo p u ed e reflejar dificultades operativas más que un blo q u eo con­ ceptual o valorativo más p ro fu n d o . Los problem as operacionales p u ed en estar relacionados con lim itaciones de! conocim iento o com plejidad de los cálculos o algunas otras b arreras prácticas en la aplicación (el tipo de consideraciones que h a sido poderosa y lu­ m inosam ente explorado p o r H e rb e rt Sim ón, y que ha conducido a su im p o rtan te n o ció n de «racionalidad lim itad a» )Ul. A un cuando lo incom pleto es en este sentido tentativo, p u ed e ser tem erario p e­ d ir su in co rp o ració n en u n a teo ría efectiva de la justicia, que dé cabida a la revisión y la posible extensión. En contraste, con lo in­ com pleto asertivo la naturaleza parcial de la solución es u n a parte integral de las conclusiones avanzadas p o r u n a teo ría de la justicia, incluso si esa teo ría pudiese p erm a n ecer abierta al escrutinio adi­ cional y a la revisión.

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(5) Diversidad de interpretaciones e insumos La estructura form al de la teoría de la elección social, que a m e­ nudo adopta la form a de exploración de conexiones funcionales, guiada p o r conjuntos de axiomas, entre preferencias y prioridades individuales por u n a parte, y conclusiones sociales p o r la otra, está abierta a interpretaciones alternativas. P or ejemplo, d en tro de la dis­ ciplina ha habido considerable interés en la distinción entre la agre­ gación de intereses individuales y la de juicios individuales20. La voz de una persona p u ed e contar p orque sus intereses están com prom etidos o p orque su razonam iento y su juicio p u eden ilumi­ nar u na discusión. El juicio de u n a persona puede ser considerado im portante p orque es una de las partes directam ente implicadas (esto puede llamarse «derecho de pertenencia») o porque la pers­ pectiva de la persona y sus razones aportan percepción y discerni­ m iento a u na evaluación, y hay razón para escuchar esa evaluación, sea o no la persona parte directam ente im plicada (esto puede lla­ m arse «relevancia para la ilustración»)21. En el universo rawlsiano de la justicia com o equidad, el derecho de pertenencia parece recibir toda la atención en el nivel político (aunque Rawls crea la posición original con el propósito de recortar la influencia de los intereses creados en la elección de los principios de justicia), al paso que en el enfoque del «espectador imparcial» de Adam Smith se concede u n lugar muy im portante a las voces distantes p o r su relevancia para la ilustración, al evitar, p o r ejemplo, el parroquialism o de las pers­ pectivas locales. Este contraste se explotará con más detalle en el ca­ pítulo 6. En ocasiones, las llamadas preferencias y prioridades «individua­ les» p u eden verse no com o las de personas distintas, sino com o las de diferentes enfoques de la misma persona frente a las decisiones en cuestión, todas las cuales podrían d em andar respeto y atención. O tra variante se refiere a la posibilidad de que las preferencias individua­ les no sean individuales (en ninguno de sus sentidos), com o se p re­ sume habitualm ente en la tradicional teoría de la elección social, sino preferencias diversas producidas p o r diferentes tipos de razona­ m iento. En general, la teoría de la elección social com o disciplina se ocupa de alcanzar juicios globales p ara la elección social con base en u na diversidad de perspectivas y prioridades.


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(6) Énfasis en articulación y razonam iento precisos Existe algún m érito general en la claridad de los axiomas e n u n ­ ciados p o r com pleto y en las derivaciones establecidas con cuidado, que facilitan ver lo que se asume y lo que en trañ an unos y otras. Pues­ to que las exigencias vinculadas a la búsqueda de la justicia en la dis­ cusión pública, y a veces en las teorías de la justicia, dejan considera­ ble espacio para la articulación clara y la defensa completa, esta claridad p u ed e ser en sí mism a u n aporte. Considerem os, p o r ejemplo, la tesis de Rawls sobre la em ergencia de un contrato en la posición original con las prioridades que él es­ pecifica, incluida la prioridad global de la libertad según el prim er principio y la prioridad condicional de los intereses del grupo más pobre, juzgado p o r la posesión de bienes prim arios, según el segun­ do principio*. Pero hay otros contratos alternativos que tam bién tie­ nen interés, y puede o no hab er acuerdo claro sobre esto aun en las circunstancias de la posición original. La convicción de Rawls de que sus principios em erg erían u n án im em e n te en la posición original no está respaldada p o r n ingún tipo de razonam iento definitivo, v no está muy claro qué premisas normativas conducirían a esa precisa opción o serían consistentes con ella. En efecto, m uchas y muv deta­ lladas investigaciones en teoría de la elección social h an identificado la base axiomática de estas presunciones de Rawls22, y han ayudado a aclarar sobre qué versan los debates. Aun cuando las corresponden­ cias axiomáticas no resuelven la difícil cuestión de estar seguro acer­ ca de qué escoger, ellas m uestran las líneas sobre las cuales pueden proceder con provecho los debates normativos. Por su com pleja naturaleza, los valores hum anos y el razonam ien­ to social pueden ser difíciles de captar en térm inos axiomáticos exac­ tos, y aun así la necesidad de claridad, en la m edida de lo posible, tie­ ne m ucho m érito dialógico. Cuán lejos ir hacia la axiomatización no puede ser sino, en u n a m edida considerable, una cuestión de criterio sobre tesis rivales de precisa caracterización, p o r una parte, y sobre la necesidad de tom ar nota, p o r otra, de las com plejidades difíciles de convertir en axiomas pero que constituyen preocupaciones significa­

* Rawls presen ta en su Teoría ds fs/justicia varios arg u m ento s sobre p o rq u é estos prin­ cipios p u e d e n llam ar la aten c ió n en la posición original, y los sustenta con argum entos u n tanto más am plios en sus escritos posteriores, en particular en Ki liberalismo político.


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tivas cuya discusión resulta muy útil en térm inos más generales y un tanto informales. La teoría de la elección social puede desem peñar un im portante papel de clarificación en este proceso interactivo. (7) El papel del razonam iento público en la elección social Aun cuando la teoría de la elección social fue iniciada p o r u n gru­ po de matemáticos, el tem a ha estado muy vinculado a la defensa de la razón pública. Los resultados matem áticos p u ed en ser insumos para la discusión pública, com o quería C ondorcet, quien fue tam ­ bién u n distinguido matem ático. Los resultados de imposibilidad, incluidos la paradoja del voto de C ondorcet y el m ucho más com­ prensivo teorem a de imposibilidad de Arrow, están diseñados en par­ te com o contribuciones a u n a discusión pública acerca del tratam ien­ to de estos problem as y las variaciones que deben ser examinadas*. Considerem os otro teorem a de im posibilidad en la teoría de la elección social («la imposibilidad del liberal paretiano»), que m ues­ tra la incom patibilidad de u n a m ínim a insistencia en la libertad de los individuos sobre sus respectivas vidas personales con el respeto p o r las preferencias unánim es de todos p o r cualquier otra opción23. Este resultado, que presenté en 1970, suscitó u n a extensa bibliogra­ fía sobre la naturaleza y la causalidad del resultado de imposibilidad y, p o r supuesto, sobre sus im plicaciones24. El resultado conduce, en particular, al escrutinio crítico de la relevancia de la preferencia (que aclara que el razonam iento detrás de la preferencia, incluso cuando ha sido unánim em ente adoptado, puede significar u n a diferencia) así com o de la m anera correcta de captar el valor de la libertad y del liberalismo en la elección social. (Estas cuestiones se discutirán en profundidad en el capítulo 14 «Igualdad y libertad»). Tam bién se han planteado debates sobre la necesidad de las personas de respe­ tar sus derechos sobre sus propias vidas personales, puesto que el re­ sultado de im posibilidad produce u n a condición llam ada «dominio universal», que hace igualm ente admisible cualquier conjunto de * Los trabajos de Jam es B uchanan y la escuela de «la elección pública» fu n d a d a p o r él h a n supuesto u n a gran co n tribución sobre el papel y la im p o rtan cia del razonam iento público. V éanse }. B uchanan, «Social Choice, D em ocracy a n d Free M arket» e «Indivi­ dual C hoice in Voting a n d th e Market», Journal of Political Economy, n ú m . 62,1954. V éanse tam bién su Liberty, Market and the State., W h eatsheaf Books, B righton, 1986, y, co n G o rd o n Trullock, El cálculo del consenso, Espasa Calpe, M adrid, 1980.

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preferencias individuales. Si resulta, p o r ejem plo, que para salva­ guardar las libertades de todos debem os cultivar la tolerancia de cada uno en nuestros respectivos valores, entonces ésa es u n a justificación de razón pública para cultivar la tolerancia25. Lo que es, form alm en­ te, u n m ero resultado de imposibilidad puede ten er entonces impli­ caciones para varios tipos de razonam iento público, incluidos el cuestionam iento del fundam ento norm ativo de las preferencias, la com prensión de las exigencias de la libertad y la necesidad de Ten­ sión de las norm as de razonam iento y conducta26.

D e p e n d e n c ia m u t u a d e la r e f o r m a in s t it u c io n a l Y E l. CAM BIO DE CO N D U CTA

Como se ha visto, hay u n a relación bilateral entre el estímulo dado a la reconsideración del com portam iento sobre bases de justicia so­ cial y la necesidad institucional de im pulsar la búsqueda de la justicia social, d en tro de los parám etros de conducta de u n a sociedad. Por ejem plo, la insistencia de C ondorcet en la im portancia de la educa­ ción de las mujeres estaba ligada, en tre otras cosas, a su reconoci­ m iento de la necesidad de oír las voces de las m ujeres en los asuntos públicos tanto com o en la vida familiar y social. El papel de las voces de las m ujeres puede, a su vez, llevarnos a conceder prioridad en las políticas públicas a la educación de las m ujeres com o parte de la pro­ m oción de la justicia en la sociedad, tanto p o r sus beneficios directos cuanto p o r sus consecuencias indirectas. La función de la educación y de la ilustración es central en el esque­ ma de C ondorcet para la sociedad. Consideremos, p o r ejemplo, sus matizadas opiniones sobre el problem a demográfico en contraste con la preocupación m onotem ática de Malthus p o r el fracaso de la racio­ nalidad hum ana en frenar la marea. C ondorcet precedió a Malthus en llamar la atención sobre la posibilidad de la superpoblación en el m un­ do si la tasa de crecimiento no se reducía, u n a observación de la cual partió Malthus, com o reconoció, cuando desarrolló su propia teoría alarmista sobre la catástrofe demográfica. Sin em bargo, C ondorcet decidió tam bién que una sociedad más educada, con ilustración social, discusión pública y educación fem e­ nina más extendida, reduciría de m anera dram ática la tasa de creci­ m iento de la población y podría incluso detenerla o invertirla, una lí­

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nea de análisis que Malthus rechazó y p o r la cual censuró la credulidad de Condorcet*. Hoy, m ientras E uropa lucha con el m iedo a la con­ tracción de la población y no a su explosión, y en todo el m undo se acum ulan ias pruebas sobre los efectos dramáticos de la educación en general y de la educación de las mujeres en particular en la reducción de la tasa de crecim iento de la población, el aprecio de C ondorcet p o r la ilustración y el entendim iento interactivo h a sido m ucho más reivindicado que el terrible cinismo de Malthus, quien negaba el pa­ pel de la razón hum ana libre en la reducción del tam año de la fami­ lia27. El énfasis de C ondorcet en el papel del razonam iento individual y público en las decisiones familiares y en los procesos sociales se re­ fleja bien en los fundam entos teóricos de la teoría de la elección so­ cial como enfoque general. En verdad, la conexión básica entre el razonam iento público, p o r u n a parte, y las exigencias de las decisiones sociales participativas, p o r la otra, es clave no sólo para el desafío práctico de hacer más efectiva la dem ocracia, sino tam bién para el problem a conceptual de fundar u na idea articulada de justicia social sobre las exigencias de la elección social y la equidad. Ambos ejercicios tienen u n destacado lugar en la tarea con la cual está com prom etido este libro.

* Condorcet, Oeuvres, Firmin Didot Frères, París, 1847, vol. 6; Thomas Robert Malthus, Essay on the Principle of Population, as it Affects the Future Improvement ofSsociety, with Remarks on the Speculation ofMr. Godwin, Mr. Condorcet and Other Writers, J. Johnson, Londres, 1798.

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5, Im p a r c ia l id a d y o b j e t iv id a d

L a Bastilla, la gran fortaleza y prisión de París, fue asaltada el 14 de julio de f 789. Con el impulso del proceso revolucionario, la Asamblea Nacional adoptó la Declaración Universal de los Derechos del H om bre en agosto y en noviembre prohibió que sus miembros aceptaran em­ pleos del rey Luis XVI. E dm und Burke, quien habló con tanta simpa­ tía en favor de ios indios oprim idos p o r el ejército británico (como se vio en la Introducción) y quien abogó p o r los norteam ericanos coloni­ zados durante su propia revolución en 1776, ¿dio la bienvenida inm e­ diata a la Revolución francesa? ¿Fue receptivo con la Sociedad Revolu­ cionaria que, en su famosa reunión de Londres en noviembre de 1789, felicitó a la Asamblea Nacional francesa p o r su compromiso radical? La respuesta es no. Burke se opuso po r com pleto a la Revolución fran­ cesa y la denunció de m anera inequívoca en un discurso pronunciado en el Parlam ento británico en febrero de 1790. Burke fue un liberal, pero su posición sobre la Revolución fran­ cesa era claram ente conservadora. En efecto, su evaluación de esa revolución lo condujo a form ular u n o de los m anifiestos fundacio­ nales de la m o d e rn a filosofía conservadora, sus Reflexiones sobre la Revolución en Francia. No hay conflicto aquí, sin em bargo, con la posi­ ción radical de Burke sobre la India, que era básicam ente conserva­ dora, ya que lam entaba, en tre otras cosas, la destrucción del anti­ guo orden social indio. C oherente con su inclinación conservadora, Burke estaba en contra del trastorno causado p o r el nuevo dom inio británico en la India y tam bién contra la revuelta en Francia. En el pensam iento clasificatorio m oderno, el prim ero (Burke sobre el do­ m inio británico en la India) puede estar en la «izquierda», m ientras


I.A ID E A D E I.A J U S T IC IA

que el segundo (Burke sobre la Revolución francesa) sería coloca­ do en la «derecha», p ero u n o y o tro encajan p erfectam en te desde el pun to de vista de los principios de Burke y se u n en de m anera prim orosa. Pero ¿qué ocurre con la guerra de independencia de Estados U ni­ dos? Allí, Burke no era conservador, apoyaba el levantam iento en América y estaba de acuerdo con el gran cambio. ¿Cómo se concilia eso? Creo que es un erro r tratar de in terp retar las diferentes decisio­ nes que u na persona tom a sobre una variedad de temas dispares des­ de el punto de vista de una sola idea clasificatoria, en este caso el conservadurism o. Esto se aplica especialm ente a Burke, quien tenía una m ente muy am plia v se interesaba en m uchos temas distintos, separados entre sí. Pero tam bién se aplica a un conjunto de diferen­ tes razones para la justicia que atañen a cualquier evento individual. Sería absurdo tratar de explicar las actitudes de Burke frente a diver­ sos acontecim ientos de su m undo del siglo x v m desde el p u n to de vista de u na sola inclinación: conservadora, radical u otra. Y sin embargo, incluso en el caso de la Revolución americana, había u n aspecto fuertem ente conservador en la visión de Estados Unidos que Burke apoyaba. Mary Wollstonecraft, la activista radical y pensado­ ra feminista, planteó algunas preguntas muy agudas a Burke poco des­ pués de su discurso contra la Revolución francesa en el Parlamento británico. Su crítica apareció en un libro bajo la forma de una extensa carta, que incluye un cuestionamiento de la posición de Burke no sólo sobre la Revolución francesa sino también sobre la Revolución ameri­ cana, que él respaldaba. En un com entario aparentem ente enigmático, Wollstonecraft decía: «No puedo concebir sobre qué principio podría el señor Burke defender la independencia americana»". ¿De qué podía estar hablando la radical Mary Wollstonecraft al criticar a Burke por su apoyo a la Revolución americana? W ollstonecraft hablaba, en efecto, de lo inadecuada que resultaba una defensa de la libertad que separaba a ciertas personas cuyas li­

* Esto p e rte n e c e a u n o d e los dos libros d e W o llstonecraft so b re 1o q u e a h o ra llam aríam os «derechos h u m an o s» : el p rim e ro se in titu lab a A Vindication o f the Rights of Men, in a Letter to the Right Honourable Edm und Burke, Occasioned by his Reflections on the Revolution in France, te rm in a d o e n 1790 v segu id o dos añ o s m ás ta rd e p o r ^4 Vindi­ cation of the Rights of Woman. A m bas m o n o g rafía s están in clu id as e n la ed ició n d e las ob ras d e W ollstonecraft realizad a p o r Sylvana Tom aselli p a ra C am b rid g e U niversity Press.

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ÍM A P A R C IA L ID A D y o b j e t i v i d a d

bertad e independencia debían ser cultivadas y protegidas, m ientras se dejaba sin atención la injusticia que padecían otras personas. La oposición de W ollstonecraft se dirigía contra el silencio de Burke so­ bre los derechos de los esclavos am ericanos m ientras defendía la li­ bertad de los que no eran esclavos y exigían su independencia. Esto es lo que ella decía: El contenido completo de sus plausibles argumentos consolida la esclavitud sobre una fundam entación eterna. Si admitimos que su servil referencia a la antigüedad y su prudente atención al interés propio tie­ nen la fuerza que él insiste en darles, el tráfico de esclavos no debe abolirse nunca. Y puesto que nuestros ignorantes ancestros, al no com pren­ der la dignidad natural del hom bre, sancionaron un tráfico que ultraja la razón y la religión, liemos de someternos a la costumbre inhum ana y considerar que un insulto atroz a la hum anidad es amor a la patria y so­ m etimiento a las leyes que garantizan nuestra propiedad1.

La esclavitud sería abolida en Estados Unidos m ucho después que en el Im perio británico, tan sólo tras la guerra civil, en la década de 1860. En una mirada retrospectiva, la crítica de Wollstonecraft a la opinión de Burke sobre la Revolución am ericana va m ucho más allá de la mera consistencia teórica. En efecto, Estados Unidos se tomó su tiempo para enfrentarse a la anomalía que com prom etió seriamente su dedicación a la libertad para todos, m erced a la trata de esclavos. El propio presi­ dente Abraham Lincoln inicialmente no había planteado derechos po­ líticos y sociales para los esclavos, sino apenas algunas garantías míni­ mas, como la vida, la libertad y los frutos del trabajo, setenta años después del inequívoco señalamiento de Mar)' Wollstonecraft sobre las contradicciones en la retórica de la libertad en Estados Unidos. El principal argum ento de W ollstonecraft aquí, com o en otros textos, es que resulta insostenible u n a defensa de la libertad de los seres hum anos que separa a algunas personas, cuyas libertades im­ portan, de otras excluidas de esa categoría protegida*. Dos años des­ * El a rg u m e n to d e W ollstonecraft h a te n id o u n g ra n alcan ce e n su aplicación, p o r ejem p lo , al estatus d e los in to cab les en la In d ia (la in to c ab iiid a d fu e to le ra d a en la ép o c a d el Im p e rio b ritán ic o y sería ab o lid a tan sólo d esp u és d e la in d e p e n d e n c ia d e la In d ia en 1947), a la c o n d ició n d e los n o b lan co s e n la S udáfrica d el nparlheid (q u e cam bió sólo d e sp u és d e la c a íd a d e aquel ré g im en ) y a o tro s casos m en o s claros d e exclusión basada en la clase, la relig ió n o la etnia.


L a i d e a d e la j u s t i c i a

pués de la carta de W ollstonecraft a Burke, ella publicó el segundo de sus dos tratados de derechos hum anos, Vindicación de los derechos de la mujer2. U no de los temas de este segundo volum en es que no pode­ mos defender los derechos del hom bre sin d efen d er los derechos de la mujer. La tesis central consiste en que lajusticia, p o r su p ropia na­ turaleza, ha de tener u n alcance universal, en lugar de aplicarse a unos y no a otros.

Im p a r c ia l id a d , c o m p r e n s ió n y o b je t iv id a d

¿Puede h ab er u na satisfactoria com prensión de la ética en general y de lajusticia en particular que confine su atención a algunas perso­ nas y no a otras, con la presunción, así sea implícita, de que algunas personas son relevantes y otras no? La filosofía política y m oral con­ tem poránea ha seguido de m anera general la orientación de Mary W ollstonecraft y niega esa posibilidad al exigir que se vea a todo indi­ viduo com o política y m oralm ente relevante*. Incluso si, p o r u n a u otra razón, term inam os concentrándonos en las libertades de u n gru­ po particular de personas, com o los m iem bros de u n a nación, una com unidad o una familia, tiene que haber algún tipo de indicador que sitúe estos estrechos ejercicios den tro de u n m arco más am plio y más comprensivo que tenga en cuenta a todos. La inclusión selectiva sobre una base arbitraria en u n a categoría protegida, entre aquellos cuyos intereses im portan o cuyas voces cuentan, sería la expresión de u n prejuicio. La universalidad de inclusión com o la que exige Woll­ stonecraft es, en efecto, parte integral de la im parcialidad, cuyo lugar en la ética en general y en la teoría de lajusticia en particular se ha visto antes (en especial en el capítulo 1). Quizá nadie ha hecho tanto com o Im m anuel Kant p o r la com­ prensión de esa exigencia de universalidad, com o en la form ulación clásica de su imperativo categórico: «Actúa de tal m anera que la máxi­ m a de tu voluntad p u ed a ser en todo m om ento principio de u n a ley

* U n a b u e n a colecció n d e ensayos, a c a rg o d e u n g ru p o d e so b resalien tes filóso­ fos, acerca d e c ó m o esta b atalla p o r la in clu sió n se h a lib ra d o — y g a n a d o e n el nivel teó rico — p u e d e e n c o n tra rse e n el v o lu m en d e d ic a d o a la m e m o ria d e Susan M oller O kin: D eb ra Satzy R ob R eich (eds.), TowardaHumanistjustice: ThePoliticalPhilosophy o f Susan Moller Okin, O x fo rd U niversity Press, N ueva York, 2009.


I m a p a r c ia l id a d y o b j e t i v i d a d

universal»3. C uando H enry Sidgwick, el gran econom ista y filósofo utilitarista, enunció su propia exigencia de cobertura universal, atri­ buyó su com prensión a Kant, a pesar de la distancia entre el utilitaris­ m o y la filosofía kantiana. Sidgwick lo expresó así en su libro clásico TheMethods ofEthics: «Que lo que seajusto para m í seajusto para todas las personas en circunstancias similares, según la fórm ula con la cual acepté la máxima kantiana, me ha parecido ciertam ente fundam en­ tal, ciertam ente verdadero y no sin im portancia práctica»4. Al descri­ bir la m áxim a de Kant com o «ciertam ente verdadera», Sidgwick hace u n uso del lenguaje que algunos quisieran reducir sólo a cuestiones de ciencia y epistemología, en lugar de aplicarlo a la ética. H e com entado ya cóm o la im parcialidad en la evaluación puede ofrecer u na idea com prensible y plausible de la objetividad en la filo­ sofía política y moral. Lo que desde el p u n to de vista de la separación convencional en tre la ciencia y los valores puede p arecer tan sólo un discurso equivocado, puede reflejar u n a disciplina que el lenguaje ha llegado a absorber. En efecto, cuando Sidgwick describe la tesis de Kant com o «ciertam ente verdadera», su argum ento es suficiente­ m ente claro y nos evita en trar en u n extenso debate sobre si las pro­ posiciones éticas p u ed en ser objetivas o verdaderas. El lenguaje de la justicia y la injusticia refleja la com prensión y la com unicación com­ partidas sobre el contenido de los enunciados y las tesis de este tipo, incluso si la naturaleza sustancial de las tesis puede disputarse des­ pués de haber sido com prendida. Hay aquí realm ente dos diferentes cuestiones de no subjetividad: una de com prensión y com unicación sobre u n a base objetiva (de tal m anera que las creencias y expresiones de cada persona no sean inelu­ diblem ente confinadas a u n a cierta subjetividad personal que los otros no sean capaces de p en etrar), y la otra de aceptabilidad objetiv a (de tal suerte que las personas puedan participar en debates sobre la correc­ ción de las tesis formuladas p o r diferentes personas). La tesis de Woll­ stonecraft sobre la corrección esencial de incluir a todas las personas en los planteam ientos de la m oral y la política, o la afirmación de Sidgwick sobre la verdad de la universalidad y la imparcialidad, impli­ can cuestiones de com prensión interpersonal y de veracidad general. Ambas se refieren a la idea de objetividad en distintas formas. La bi­ bliografía sobre objetividad ética ha entrado en cada una de estas cues­ tiones y, aunque están interrelacionadas, no son exactam ente iguales.


I .A TDF.A 1>1- I-A J U S T I C I A

E m b r o l l o s , l e n g u a je y c o m u n ic a c ió n

Empiezo con el prim er tema, el de la com unicación y la com pren­ sión interpersonal, que son vitales para el razonam iento público. N uestro lenguaje refleja la variedad de preocupaciones sobre las cua­ les versan nuestras evaluaciones éticas. Hay aquí vastos em brollos de hechos y valores, pero com o ha observado con perspicacia Vivian Walsh, «mientras la frase “em brollos de hecho y valor” es una abrevia­ ción conveniente, de m anera típica lidiamos con (como aclara Hilary Putnam ) un triple enredo: de hecho, convención y valor»5. Vale la pena enfatizar aquí el papel que una com prensión de las convencio­ nes desem peña en el cabal entendim iento de nuestras inquietudes éticas y sociales. En verdad, com o dijo hace casi ochenta años en sus Cartas desde la cárcel A ntonio Gramsci, quizá el filósofo m arxista más creativo del siglo xx: «Al adquirir una concepción del m undo, uno siem pre per­ tenece a un grupo particular que es el de todos los elem entos socia­ les que com parten el mismo m odo de pensar y actuar. Somos todos conformistas de un conform ism o u otro, somos siem pre el hom bre en la masa o el hom bre colectivo»1’. Aquí cabe una pequeña digresión en torno a la opinión de Grams­ ci sobre los em brollos y el uso de las reglas lingüísticas, que tiene am plia relevancia para el desarrollo de la filosofía contem poránea. En otro lugar' he tratado de sostener que el pensam iento de Grams­ ci tuvo un papel distante pero im portante en la sustancial transición de Ludwig W ittgenstein, que había recibido la significativa influen­ cia de Piero Sraffa, lejos de su búsqueda fallida de u n a descripción com pleta de lo que ha sido llamado, un tanto engañosam ente, «la teo­ ría pictórica del significado», reflejada de m anera am plia en el Tractatus Logico-Philosophicus (1921). Esa interpretación putativa considera que u na frase es un estado de cosas p o r ser u n a p in tu ra de él, así que una proposición y lo que ella describe se supone que tienen, en cier­ to sentido, la misma form a lógica. Las dudas de W ittgenstein sobre la solidez de este enfoque se desa­ rrollaron y m aduraron tras su regreso a Cam bridge en en ero de 1929 (él había sido estudiante allí, bajo la tutela de B ertrand Russell). En esta transform ación tuvo un gran papel Piero Sraffa, un econom ista de Cam bridge (adscrito tam bién, como W ittgenstein, al Trinity College), quien había trabajado con A ntonio Gramsci (en IJOrdine Nuovo,

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Im a p a r g ia l id a d

y o b je t iv id a d

un periódico fundado p o r Gramsci y proscrito después p o r el gobier­ no fascista de Mussolini) y había recibido m ucha influencia de él. W ittgenstein diría después a H enrik von Wright, el distinguido filóso­ fo finlandés, que estas conversaciones lo hacían sentir «como un ár­ bol con todas las ramas cortadas». Resulta convencional dividir la obra de W ittgenstein en «temprana» y «tardía», y en fijar el año de 1929 com o la línea divisoria entre las dos etapas. En el prefacio a su im por­ tante libro Investigaciones filosóficas, W ittgenstein reconocía su deuda frente a la crítica de que «un profesor de esta universidad, el señor P. Sraffa, entrenó mis pensam ientos sin cesar durante muchos años» y agregaba que él estaba «en deuda con este estímulo p o r las ideas más consecuentes de este libro»8. W ittgenstein tam bién dijo a su am igo Rush Rhees, otro filósofo de Cam bridge, que lo más im portante que Sraffa le había enseñado era un «estilo antropológico» de tratar los problem as filosóficos9. M ien­ tras el Tractatus trata de ver el lenguaje aislado de las circunstancias sociales en las cuales se em plea, las Investigaciones filosóficas enfatizan las convenciones y reglas que dan a las expresiones su significado particular. Y esto es, claro está, u n a parte de lo que Vivian Walsh lla­ ma el «triple embrollo», que interesaba m ucho a Gramsci y Sraffa. Es fácil advertir la conexión de esta perspectiva con lo que ha venido a conocerse com o «filosofía del lenguaje ordinario», que se convirtió en u na disciplina tan notable en la filosofía anglosajona, en gran m e­ dida bajo la influencia del W ittgenstein tardío*.

* Tal vez d e b o c o m e n ta r b re v e m e n te aq u í, a u n q u e sólo e n in te ré s d el chism e, u n a a n é c d o ta re p e tid a c o n fre c u e n c ia so b re u n m o m e n to su p u e sta m e n te crucial e n la tran sició n d e W ittg en stein d el m u n d o d e l Tractatus al d e las Investigaciones filosófi­ cas. S egún la trad ició n , c u a n d o W ittg en stein le dijo a Sraffa q u e la m a n e ra d e e n te n ­ d e r el significado d e u n a frase e ra m ira r su fo rm a lógica, Sraffa re sp o n d ió co n el gesto n a p o lita n o d e escepticism o d e cep illarse la barb illa c o n las p u n ta s d e los d ed o s y e n to n c e s p re g u n tó : «¿Cuál es la fo rm a lógica d e esto?». P iero Sraffa (a q u ie n , m ás tard e, tuve el privilegio d e c o n o c e r b ie n p rim e ro co m o e stu d ia n te y d esp u és com o colega e n el T rinity C ollege d e C am b rid g e) insistía e n q u e este relato , si n o e n te ra ­ m e n te ap ó crifo («no p u e d o re c o rd a r la o casión específica»), e ra m ás u n c u e n to con m o raleja q u e u n ep iso d io real («yo d iscu tía c o n W ittg en stein ta n to y co n ta n ta fre­ c u en cia q u e las p u n ta s d e mis d e d o s n o te n ía n n ec esid ad d e h a b la r m u c h o » ). P ero la h isto ria ilustra de m a n e ra m uy g ráfica q u e el escepticism o d el gesto n a p o lita n o (in ­ cluso c u a n d o lo h ace u n chico to scan o d e Pisa, n a c id o en T u rín ) p u e d e ser in te rp re ­ ta d o d esd e el p u n to d e vista, y sólo d esd e el p u n to d e vista, d e las reglas y co n v en cio ­ nes establecidas (la « co rrie n te d e la vida», e n efecto, c o m o solía llam arla el círculo de G ram sci) e n el m u n d o n a p o lita n o .


L a id e a

d e la ju s t ic ia

Gramsci ponía m ucho énfasis en destacar el papel del lenguaje ordinario en la filosofía, y él vinculaba la im portancia de esta cues­ tión epistem ológica con sus preocupaciones sociales y políticas. En un ensayo sobre «el estudio de la filosofía», Gramsci discute «algunos puntos prelim inares de referencia» que incluyen la tesis audaz de que «es esencial destruir el extendido prejuicio de que la filosofía es extraña y difícil tan sólo porque es la actividad intelectual específica de u na categoría particular de especialistas o de filósofos profesiona­ les y sistemáticos». Se trata más bien, sostenía Gramsci, de «mostrar prim ero que todos los hom bres son “filósofos” al definir los límites y las características de la “filosofía espontánea”, que es propia de to­ dos» . ¿Y qué form a parte de esta filosofía espontánea? El p rim er p u n ­ to de la lista para Gramsci es «el lenguaje, que es u n a totalidad de nociones y conceptos determ inados, y no sólo de palabras gram ati­ calm ente vacías». La relevancia de esto para ver el lenguaje y la co­ m unicación a «la m anera antropológica», que Sraffa exaltaba ante W ittgenstein, sería difícil de eludir y es efectivam ente u n a de las p re­ ocupaciones im portantes en los Cuadernos de la cárcel de Gramsci.

R a z o n a m ie n t o p ú b l ic o y o b je t iv id a d

El conformismo es claramente necesario en algún grado para hacer posible la com prensión en cualquier campo, incluido el de los p ro n u n ­ ciamientos éticos, pero entonces está la cuestión adicional de la acepta­ ción o el rechazo de una tesis ya com prendida. Por su posición política radical, Gramsci quería cambiar el pensamiento y las prioridades de la gente, pero esto requería también un compromiso con el m odo com­ partido de pensar y actuar, pues para nuestra comunicación tenemos que ser, como citamos antes, «conformistas de un conformismo u otro... el hom bre en la masa o el hom bre colectivo». Esta es una especie de ta­ rea dual, m ediante un lenguaje y una imaginería que com unican efi­ cientem ente a través del uso de reglas conformistas, mientras se trata de hacer que este lenguaje exprese propuestas no conformistas. El ob­ jetivo era form ular y discutir ideas que son significativamente nuevas pero que sin em bargo se entenderían con facilidad desde el punto de vista de las viejas reglas de expresión. La relevancia de esta tarea dual es fácil de ver cuando buscamos ideas establecidas sobre la justicia y a la vez proponem os ideas adido-


I m a p a r c ia l id a d y o b j e t i v i d a d

nales que u na teoría de la justicia necesita tener en cuenta. Puesto que el razonam iento público y los debates son vitales para la búsqueda de la justicia (por razones ya estudiadas), el papel de este doble com pro­ miso es muy central en el proyecto de este libro. Lo que está bajo es­ crutinio aquí, al exam inar la corrección de una propuesta ética, es el razonam iento en el cual está basada esa tesis y la aceptabilidad de esa form a de razonar. Como se ha sostenido antes (en el capítulo 1), la cuestión de la objetividad está implicada de m anera esencial en este ejercicio. Las exigencias de la objetividad ética, se ha dicho, se relacio­ nan en form a estrecha con la habilidad de enfrentarse al razonam ien­ to público abierto, y éste, a su vez, tiene conexiones cercanas con la naturaleza imparcial de las posiciones propuestas y los argum entos en su favor. La crítica de Mary W ollstonecraft a E dm und Burke implica, pri­ m ero, establecer que Burke realm ente apoya el sostenim iento de la esclavitud sobre u n a «fundam entación eterna» a través de su defensa del reclam o am ericano de independencia sin cualificación alguna. Ese ejercicio expositivo lleva entonces a W ollstonecraft a la denuncia de la posición general de Burke debido a su carácter excluyente, que atenta contra la im parcialidad y la objetividad. Reñiría, p o r ejemplo, con el requerim iento de Rawls para que u n a convicción política sea objetiva: «que hay razones, determ inadas p o r u n a concepción políti­ ca razonable y com únm ente reconocible (que satisface las condicio­ nes de los elem entos esenciales), suficientes para convencer a todas las personas razonables de que es razonable»10. La necesidad de la objetividad para la com unicación y para el lenguaje del razonam ien­ to público está seguida p o r los requerim ientos más específicos de la objetividad en la evaluación ética, que incorpora exigencias de im­ parcialidad. La objetividad, en cada uno de estos dos sentidos, tiene u n papel en este ejercicio de razonam iento público, y los papeles es­ tán interrelacionados pero no son exactam ente iguales.

D if e r e n t e s d o m in io s d e im p a r c ia l id a d

El lugar de la im parcialidad en la evaluación de la justicia social y los arreglos sociales es central para la com prensión de lajusticia, vista desde esta perspectiva. Hay, em pero, u n a distinción básica entre dos m aneras muy diferentes de invocar la im parcialidad, y ese contraste


La

id e a

d e i .a j i ' s t i c i a

necesita más investigación. Las llamaré im parcialidad «abierta» e im­ parcialidad «cerrada», respectivam ente. En la «imparcialidad cerra­ da», el procedim iento para hacer juicios im parciales invoca sólo a los m iem bros de u na sociedad o nación determ inada (o lo que Rawls llam a u n pueblo dado) para quien se hacen los juicios. El m étodo rawlsiano de ¡ajusticia com o equidad utiliza el artificio de la posición original, y un contrato social basado en ella, entre los ciudadanos de u n a com unidad determ inada. N ingún forastero está im plicado o es parte de tal procedim iento contractualista. En contraste, en el caso de la «imparcialidad abierta», el procedi­ m iento para hacer evaluaciones imparciales puede (y en ocasiones tiene que) invocar juicios de fuera del grupo focal para evitar el pre­ juicio parroquial. En la famosa figura del «espectador imparcial» de Adam Smith, el requerim iento de im parcialidad requiere, com o él explica en Teoría de los sentimientos morales, la invocación de juicios de­ sinteresados de «cualquier espectador justo e imparcial», que no nece­ sariam ente pertenezca al grupo focal11. Las opiniones imparciales pueden venir de lejos o de la propia com unidad, nación o cultura. Smith alegaba que hay espacio para ambas y necesidad de ambas. Esta distinción, que es im portante para la teoría de lajusticia, es el tem a del siguiente capítulo.

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6. Im p a r c ia l id a d c e r r a d a y a b ie r t a

E l experim ento m ental de Adam Smith sobre la im parcialidad invo­ ca la figura del «espectador imparcial», y esto difiere sustancialmente de la im parcialidad cerrada de la «justicia com o equidad». La idea básica se expresa de m anera muy concisa en Teoría de los sentimientos morales com o el requerim iento de exam inar la propia conducta «como uno im agina que la exam inaría un espectador imparcial», o como de­ cía en una edición posterior, «exam inar nuestra propia conducta como imaginamos que la exam inaría cualquier otro espectador justo e im parcial»1. En la filosofía política y m oral de hoy, la insistencia en la im parcia­ lidad refleja, en gran m edida, u n a fuerte influencia de Kant. Aun cuando la exposición de Smith sobre esta idea es m enos recordada, hay puntos sustanciales de similitud entre los enfoques kantiano v sm ithiano. En efecto, el análisis de Smith sobre el «espectador im­ parcial» podría ser la idea pionera en la em presa de interpretación de la im parcialidad y de form ulación de las exigencias de la equidad que tanto interesaron al m undo de la Ilustración europea. Las ideas de Smith no sólo fueron influyentes en tre los pensadores ilustrados com o C ondorcet, quien escribió sobre Smith. Im m anuel Kant tam­ bién conocía la Teoría de los sentimientos morales (originalm ente publi­ cada en 1759) y la com entó en u n a carta a Markus Herz en 1771 (aunque Herz, ay, se refería al orgulloso escocés com o <el inglés Sm ith»)2. Esto sucedía un poco antes de la publicación de los textos clásicos de Kant, Fundamentos para una metafísica de las costumbres (1785) y Crítica de la razón práctica (1788), p o r lo que parece probable que Kant haya recibido la influencia de Smith.


La

id e a d e l a ju s t ic ia

Existe u na clara dicotom ía entre el enfoque sm ithiano del «espec­ tador imparcial» y el enfoque contractualista del cual la «justicia como equidad» de Rawls constituye u n a aplicación superior. La necesidad de invocar cóm o parecerían las cosas a «cualquier otro espectador justo e imparcial» es un requerim iento que puede introducir juicios form ulados por personas de otras sociedades cercanas o lejanas. El carácter institucionalm ente constructivo del sistema rawlsiano, en contraste, restringe el ám bito dentro del cual pueden acogerse las perspectivas de los «forasteros» para el ejercicio de las evaluaciones imparciales. Aun cuando Smith se refiere con frecuencia al especta­ d o r im parcial como «el hom bre dentro del pecho», una de las princi­ pales motivaciones de su estrategia intelectual era am pliar nuestra com prensión y extender el alcance de nuestra búsqueda ética*. Smith plantea la cuestión así: En soledad, somos aptos para sentir muy fuertem ente todo lo que nos concierne... La conversación de un amigo nos conduce a una mejor disposición de ánimo. El hom bre dentro del pecho, el abstracto e ideal espectador de nuestros sentimientos v nuestra conducta, requiere con frecuencia ser despertado y alertado de su deber por la presencia del espectador real: y es siempre de ese espectador, de quien podemos es­ perar la m enor simpatía e indulgencia, del que podemos aprender la más completa lección de autodominio.

Smith invocaba el recurso reflexivo del espectador im parcial para ir más allá del razonam iento que puede ser, tal vez im perceptible­ m ente, constreñido p o r las convenciones locales de pensam iento, y para exam inar de m anera deliberada, com o procedim iento, la apa­ riencia de las convenciones aceptadas desde la perspectiva de u n «es­ pectador» en la distancia. La justificación de Smith para tal procedi­ m iento de im parcialidad abierta recibía esta form ulación:

* E n su m agnífica exposición sobre la im portancia del «punto de vista com ún» en filosofía m oral, Sim on B lackburn in te rp re ta el uso del espectador im parcial q u e hace Sm ith en esa perspectiva. Véase S. Blackburn, Ruling Passions: A Theory o f Practical Reaso­ ning, C larendon Press, O xford, 1998. Tal uso ciertam en te se observa en Smith. P ero éste tam bién em plea el ex perim en to m ental com o u n recurso dialéctico p a ra cuestionar y disputar creencias co m ú n m en te aceptadas. Este es, en verdad, u n uso im p o rtan te inclu­ so si n o surge u n p u n to de vista com ún, cuya relevancia subraya B lackburn con razón.


I m p a r c ia l id a d c e r r a d a

y a b ie r t a

Nunca podemos examinar nuestros propios sentimientos y motivos, nunca podemos form ar ningún juicio sobre ellos, a menos que nos se­ paremos, por así decirlo, de nuestro estado natural, y consigamos verlos a una cierta distancia de nosotros. Pero sólo podemos hacer esto esfor­ zándonos por verlos con los ojos de otras personas o como otras perso­ nas probablem ente los verían3.

Así, el razonam iento de Smith no sólo adm ite sino que requiere considerar de las opiniones de otros, cercanos o lejanos. Este proce­ dim iento para alcanzar la im parcialidad es, en este sentido, abierto y no cerrado, y está confinado sólo a las perspectivas e interpretacio­ nes de la com unidad local.

La p o s i c i ó n o r i g i n a l y l o s l í m i t e s d e l c o n t r a c t u a l i s m o

Aun cuando el «velo de ignorancia» de Rawls se enfrenta efectiva­ m ente a la necesidad de elim inar la influencia de los intereses crea­ dos y los sesgos personales de los distintos individuos d en tro del gru­ po focal, se abstiene de invocar el escrutinio de «los ojos del resto de la hum anidad», en palabras de Smith. Para enfrentarse a este proble­ m a se necesitaría algo más que un «apagón de identidad» d en tro de los confines del grupo focal local. A este respecto, el recurso procedim ental de la im parcialidad cerrada en la «justicia com o equidad» puede verse com o «parroquial» en su construcción. Para evitar un m alentendido, perm ítanm e explicar que al señalar el limitado alcance de la fórm ula de Rawls para llegar a sus «princi­ pios de justicia» (y a través de ellos, a la determ inación de las «institu­ ciones justas»), no acuso de parroquialism o a Rawls (eso sería, p o r supuesto, absurdo). La cuestión se refiere tan sólo a la estrategia par­ ticular que Rawls usa para ab o rd ar la «justicia com o equidad» a tra­ vés de la posición original, la cual es apenas u n a parte de su gran obra de filosofía política. Por ejemplo, el análisis de Rawls sobre la necesidad de «equilibrio reflexivo» para la determ inación de nues­ tras preferencias personales, nuestras prioridades y nuestro sentido de la justicia no tiene esa restricción. M uchos de los puntos que Adam Smith planteó acerca de la necesidad de apertura para intere­ sarse p o r lo que p u ed en ver «los ojos del resto de la hum anidad» ha­ b rían sido asumidos y no rechazados p o r Rawls. Com o filósofo políti­


L a ID E A DE LA J U S T I C I A

co, no hay duda de que Rawls tenía un interés am pliam ente ecum énico en los argum entos de todas las procedencias*. En la parte del análisis rawlsiano que se refiere a la im portancia de un «marco público de pensam iento» y a la necesidad de que «miremos a la sociedad y a nuestro lugar en ella objetivam ente»4, hay, en efecto, m ucho en co­ m ún con el razonam iento sm ithiano” . Y sin embargo, el procedim iento de «posiciones originales» segrega­ das, que operan en aislamiento deliberado, no conduce a garantizar un escrutinio adecuadam ente objetivo de las convenciones sociales y los sentimientos parroquiales, que puede influir en las reglas escogidas en la posición original. Cuando Rawls dice que «nuestros principios y con­ vicciones morales son objetivos en la m edida en que hayan sido alcan­ zados y probados mediante la adopción de [un] punto de vista gene­ ral», trata de abrir la puerta a un escrutinio abierto, y sin embargo, más adelante en la misma frase, cierra parcialm ente la puerta p o r medio del procedim iento de exigir conform idad con la posición original aislada en el espacio: «y m ediante la evaluación de los argumentos para ellos [los principios y convicciones morales] por las restricciones expresadas por la concepción de la posición original» El m arco contractualista de la «justicia com o equidad» hace que Rawls confine las deliberaciones en la posición original a un grupo políticam ente segregado cuvos m iem bros «nacen en la sociedad en la que viven»*"*. No sólo no hav aquí barricada procedim ental contra

* En respuesta a varias cuestiones q u e le plan teé a Rawls en 1991, a resultas de la pri­ m era lectura del m anuscrito original de El derecho de gentes, q u e después se convirtió en un libro, recibí u n a carta fechada el 16 de abril de 1991 en la cual, con su serena gentile­ za, decía: «Tengo u n a especie de visión cosm opolita de la sociedad m undial o d e la posi­ bilidad de u n a sociedad m undial, au n q u e seguram ente hav m uchas variantes». ** Hay u n a sim ilitud a ú n mavor, com o d iscutirem os m ás ad ela n te, e n tre el m arco sinithiano d e razo n am ien to p úblico y el en fo q u e «contractualista» d e T h o m as Scanlon, qu e difiere del de Rawls p e ro re tie n e lo q u e Scanlon co n sid era com o «un ele m e n ­ to central en la tradición del c o n trato social q u e se re m o n ta a Rousseau», es decir, «la idea de u n a voluntad co m p a rtid a p a ra m odificar nuestras exigencias privadas a fin de e n c o n tra r u n fu n d a m e n to d e justificación q u e otros tam b ién te n g a n razones p ara aceptar» (T. Scanlon, What We Chue toEach Olhet; 1998, p. 5). En esta discusión sobre la arg u m en tació n contractualista, basada en la fo rm u lac ió n d e Rawls, n o incluyo el en fo ­ q u e contractualista d e Scanlon, p ero volveré a él en los capítulos 8 v 9. *** «Lajusticia com o e q u id ad re c u p e ra y re fo rm u la la d o c trin a del c o n tra to social... los térm inos equitativos de la c o o p eració n social tien en q u e e n te n d e rse co m o si fu eran acordados p o r quienes están c o m p ro m etid o s co n ella, esto es, p o r ciu d ad an o s libres e iguales q ue nacen en la sociedad en la q u e viven»: J. Rawls, El liberalismo político, p. 53.

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Im p a r c ia l id a d c e r r a d a y a b ie r t a

la susceptibilidad a los prejuicios locales; tam poco hay m anera siste­ m ática de abrir las reflexiones en la posición original a los ojos de la hum anidad. Lo que constituye aquí m ateria de preocupación es la ausencia de cierta insistencia procedim ental en el exam en vigoroso de los valores locales que p u ed en ser, tras un escrutinio adicional, preconcepciones y prejuicios com unes en u n grupo focal. En efecto, Rawls observa una limitación de su formulación regional­ m ente confinada de la justicia, diseñada para el «pueblo» de un país o com unidad particular: «En cierto m om ento, una concepción política de la justicia tiene que hacer frente a las justas relaciones entre los pue­ blos o al derecho de gentes, como lo llamaré». Esa cuestión es entonces abordada en el libro tardío de Rawls El derecho de gentes (1999). Pero «las justas relaciones entre los pueblos» es u n asunto com pletam ente dife­ rente de la necesidad de un escrutinio abierto de los valores y las prácti­ cas de una sociedad o com unidad determ inada, a través de un proce­ dim iento no parroquial. La form ulación cerrada del program a de la «posición original» rawlsiana im plica un alto precio en ausencia de cualquier garantía procedim ental de que los valores locales estarán sujetos a un escrutinio abierto. El «velo de la ignorancia» en la «posición original» es un recurso muy efectivo de Raw ls para hacer que la gente vea más allá de sus per­ sonales intereses creados y objetivos. Y sin em bargo, hace muy poco por asegurar un escrutinio abierto de los valores locales y posiblem en­ te parroquiales. Hay algo que ap ren d er del escepticismo de Smith so­ bre la posibilidad de ir más allá de las presuposiciones locales — o in­ cluso de la intolerancia implícita— «a m enos que nos separemos, por así decirlo, de nuestro estado natural, y consigamos verlas a una cierta distancia de nosotros». El procedim iento sm ithiano incluye, como re­ sultado, la insistencia en que el ejercicio de im parcialidad tiene que ser abierto (en lugar de localm ente cerrado), puesto que «sólo pode­ mos hacer esto esforzándonos p o r verlos con los ojos de otras perso­ nas o como otras personas probablem ente los verían»6.

C iu d a d a n o s d e u n E s t a d o y o t r o s m á s a l l á

¿Cuáles son los problem as de confinar la cobertura de puntos de vista y preocupaciones a los m iem bros de un Estado soberano? ¿No es ésta la form a en que procede la política de hoy en un m undo he­


L a id e a d e l a j u s t i c i a

cho de Estados soberanos? ¿Debería la idea de la justicia ir más allá de lo que la polídca práctica tiende a admitir? ¿No d eberían esas grandes preocupaciones echarse más bien en la cesta del hum anita­ rismo, en lugar de incluirse en la idea de la justicia? Aquí hay por lo menos tres problemas distintos. Primero, la justicia es en parte una relación en la cual la idea de obligación con el otro es im portante. Rawls da pleno reconocim iento a qué debemos hacer por el otro y a cómo podem os alcanzar u n «equilibrio reflexivo» sobre qué debemos hacer, al menos m ínim am ente, p o r otros seres humanos. Como sostenía Im m anuel Kant, muchas de las obligaciones que reco­ nocemos adoptan la form a de lo que él denom ina «obligaciones im­ perfectas», que no se definen de m anera precisa y que sin embargo no están ausentes ni son desdeñables (volveré sobre esta cuestión en el capítulo 17 de este libro, en el contexto de la reflexión sobre los dere­ chos hum anos). Alegar que no debem os realm ente nada a quienes no están en nuestro vecindario, aunque sería muy virtuoso si fuéramos bondadosos y caritativos con ellos, haría muy estrechos los límites de nuestras obligaciones. Si debemos alguna preocupación a otros — per­ sonas lejanas y cercanas, e incluso si la caracterización de esa respon­ sabilidad es más bien vaga— entonces una teoría de la justicia conve­ nientem ente espaciosa tiene que incluir a esas personas dentro de la órbita de nuestros pensamientos sobre lajusticia (no sólo en la solitaria esfera del humanitarism o benigno). U na teoría de la im parcialidad confinada exactam ente den tro de las fronteras de u n Estado soberano procede a lo largo de líneas te­ rritoriales que tienen, p o r supuesto, significación legal pero que pue­ den no tener similar relevancia política o moral*. Esto no implica ne­ gar que aveces pensam os nuestras identidades en térm inos de grupos que incluyen a unos y excluyen a otros. Pero nuestro sentido de iden­ tidad —de hecho tenem os varias identidades— no está confinado sólo d en tro de las fronteras del Estado. Nos identificam os con gente de la misma religión, el mismo grupo lingüístico, la misma raza, el mismo género, las mismas creencias políticas o la misma profesión7. Estas múltiples identidades atraviesan las fronteras nacionales, y las personas hacen cosas que sienten que realm ente «tienen» que hacer, en lugar de aceptar hacerlas p o r virtud.

* Volveré so b re este te m a en el p ró x im o cap ítu lo .


I m p a r c ia l id a d c e r r a d a y a b ie r t a

Segundo, las acciones de u n país p u ed en afectar seriam ente a otras vidas en otros países. Esto no obedece sólo al uso de la fuerza arm ada (com o en la invasión de Irak en 2003), sino tam bién a la influencia indirecta del intercam bio y el com ercio. No vivimos en capullos aislados. Y si las instituciones y políticas de u n país influyen en las vidas de otras personas en otros países, ¿no deberían las voces de las personas afectadas contar p ara d eterm inar lo que es ju sto e in­ ju sto en la organización de u n a sociedad y p roduce profundos efec­ tos, directos e indirectos, en las personas de otras sociedades? Tercero, además de estas preocupaciones, está la indicación de Smith sobre la posibilidad del parroquialism o cuando se desdeñan to­ das las voces de todas las procedencias. La cuestión aquí no es que las voces y opiniones de todas las procedencias deban tenerse en cuenta tan sólo porque existen —pueden existir pero carecer de relevancia e interés— , sino que la objetividad exige escrutinio serio y atención a los diferentes puntos de vista, que reflejan la influencia de otras experien­ cias empíricas. U n punto de vista diferente plantea u n a pregunta, e incluso si en muchos casos la cuestión m erece descartarse después de adecuada consideración, ése no es siempre el caso. Si vivimos en un m undo local de creencias fijas y prácticas específicas, el parroquialis­ m o puede pasar desapercibido (como Smith ilustraba con el ejemplo del respaldo intelectual que los antiguos griegos, incluidos Platón y Aristóteles, daban a la costumbre del infanticidio, pues ignoraban que había sociedades que funcionaban bien sin esa supuesta necesidad). Considerar las opiniones de otros y sus razones puede ser una m anera efectiva de determ inar lo que la objetividad exige. Para concluir esta discusión, la evaluación de lajusticia exige com­ prom iso con «los ojos de la hum anidad»; prim ero, p orque podem os identificarnos con los otros y no sólo con nuestra com unidad local; segundo, porque nuestras opciones y acciones p u ed en afectar las vi­ das de otros aquí y allá; y tercero, porque lo que los otros ven desde sus respectivas perspectivas históricas y geográficas puede ayudarnos a superar nuestro propio parroquialism o.

Sm it h y Ra w l s

El uso del espectador im parcial de Adam Smith se relaciona con el razonam iento contractualista en la misma form a en que los m ode­


1.A ID EA OF. I.A J U S T IC IA

los de arbitraje justo (opiniones sobre lo que puede ser reclam ado de cualquiera) se relacionan con los m odelos de negociación justa (en la cual la participación está confinada a los m iem bros del grupo implicados en el contrato original para un «pueblo» dado de un par­ ticular Estado soberano). En el análisis sm ithiano, los juicios relevan­ tes p u eden venir del exterior de las perspectivas de los protagonistas de la negociación; en efecto, p u ed en venir, com o dice Smith, de «cualquier espectador ju sto e imparcial». La invocación del especta­ dor im parcial p o r Smith no implica la intención de ceder la tom a de las decisiones al arbitraje final de alguna persona desinteresada e in­ dependiente, v en este sentido la analogía con el arbitraje legal no pro­ cede. Pero la analogía procede cuando se escuchan las voces no por­ que vienen del grupo de decisión o incluso de partes interesadas, sino p o r la im portancia de oír el pu n to de vista de otros, lo cual puede ayudarnos a alcanzar una com prensión más com pleta y más justa. Esta sería, obviamente, u n a ju g ad a desesperada si quisiéramos al­ canzar u na com pleta evaluación de la justicia que resolviera cada problem a de decisión"'. La admisibilidad de lo incom pleto que discu­ timos atrás (en la Introducción y en el capítulo 1), en form a tentativa o asertiva, es parte de la m etodología de u na disciplina que puede perm itir y facilitar el uso de opiniones de espectadores imparciales lejanos o cercanos. Ellos vienen no com o árbitros sino com o perso­ nas cuya lectura y cuya evaluación nos ayudan a alcanzar u n a com­ prensión m enos parcial de la ética y la justicia de un problem a, en lugar de concentrar nuestra atención sólo en las voces de aquellos que están directam ente implicados (y decir a todos los dem ás que se ocupen de sus asuntos). La voz de u n a persona puede ser relevante porque él o ella es m iem bro del grupo involucrado en el contrato negociado por u n a com unidad particular, pero tam bién puede ser relevante p o r la ilustración y la am pliación de perspectivas que una voz del ex terio r está en condiciones de ofrecer. El contraste en tre

* John G ray ha so sten id o , p ien so q u e d e m a n e ra m uy persuasiva, q u e «si el libe­ ralism o tie n e fu tu ro , está e n re n u n c ia r a la b ú sq u e d a d e u n co n sen so racio n al sobre el m ejo r estilo d e vida» (Las dos caras del liberalismo, Paidós, B arcelo n a, 2001, p. 1). H ay razo n es p a ra el escepticism o a cerca d e u n co n sen so racio n al so b re u n a co m p le­ ta evaluación de la ju sticia. Esto n o excluye el a c u e rd o ra z o n a d o so b re los m ed io s y m éto d o s p a ra m e jo ra r la ju sticia, p o r eje m p lo a través d e la ab o lició n d e la esclavitud o la elim in ació n de alg u n as políticas e co n ó m icas p a rtic u la rm e n te c o n tra p ro d u c e n ­ tes (co m o lo p la n te ó S m ith, en efecto ).

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Im p a r c ia l id a d

c e r r a d a y a b ie r t a

lo que se ha llam ado «derecho de pertenencia» y «relevancia de ilus­ tración» en el capítulo 4 constituye, en efecto, u n a distinción signifi­ cativa. La pertinencia del prim ero no elim ina la im portancia de la segunda. Existen similitudes significativas en tre partes del razonam iento de Rawls y el ejercicio de la im parcialidad abierta con la ayuda de espec­ tadores imparciales. Como se m encionó antes, a pesar de la form a «contractualista» de la teoría rawlsiana de la justicia como equidad, el contrato social no es la única h erram ien ta que Rawls invoca en su enfoque general de la filosofía política e incluso en su particular com prensión de la justicia*. Hay u n «trasfondo» de los eventos imagi­ narios de la posición original que resulta im portante exam inar aquí. En efecto, buena parte del ejercicio reflexivo sucede antes incluso de que los representantes del pueblo sean im aginados congregándose en la posición original. El «velo de ignorancia» p u ed e verse como una exigencia procedim ental de im parcialidad que p retende cons­ treñir las reflexiones políticas y m orales de cualquier persona, haya o no invocación de un contrato. A dicionalm ente, m ientras la form a de ese ejercicio de im parcialidad perm anece «cerrada» en el sentido vis­ to antes, es claro que las intenciones de Rawls incluyen ínter alia la elim inación del dom inio de las influencias arbitrarias relacionadas con el pasado histórico (tanto com o las ventajas individuales). Al ver la posición original com o u n «dispositivo de representa­ ción», Rawls intenta enfrentarse a diferentes tipos de arbitrariedad que pueden influir en nuestro pensam iento real, p ara som eterlos a la disciplina de la ética y alcanzar u n p u n to de vista imparcial. Inclu­ so en la prim era form ulación de la motivación de la posición origi­ nal, Rawls aclara este aspecto del ejercicio:

* R esulta p articu larm en te im p o rtan te n o tratar d e encasillar la g ran con trib u ció n de Rawls a la filosofía política en a lg ú n c o m p artim en to cerra d o bajo el n o m b re d e «Po­ sición O riginal» o incluso «Justicia com o E quidad». Mi p ro p ia ex p erien cia indica q u e se consigue m ayor discern im ien to al le e r los escritos d e Rawls e n su co n ju n to , a pesar del tam año de la obra. Ello resulta a h o ra m ás fácil q u e antes p o rq u e adem ás de la Teoría de la justicia (1971), El liberalismo político (1993) y El dereclw de gentes (1999), ten em os acceso a los Collected Papers (1999), las Conferencias sobre historia de la filosofía moral (2000) y las ed icio n es revisadas d e Teoría de la justicia (2000) y Justicia como equidad (2001). T odos los qu e hem os recibido la influencia d e las ideas y el razo n am ien to d e Rawls tenem os u n a d e u d a e n o rm e con E rin Kelly y Sam uel F reem an p o r su edición d e los escritos tar­ díos del filósofo, con frecu en cia a p artir d e m anuscritos m uy difíciles.


L a id e a d e l a ju s t ic ia

La posición original, con el conjunto de rasgos que he llamado «el velo de ignorancia», es ese punto de vista... Esas ventajas contingentes y esas in­ fluencias accidentales procedentes del pasado no deberían afectar un acuerdo basado en principios encargados de regular las instituciones de la estructura básica misma desde el momento presente y en lo venidero8. En verdad, dado el em pleo de la disciplina del «velo de ignoran­ cia», las partes (los individuos tras este velo) estarían de acuerdo cuan­ do se llegue a negociar un contrato. De hecho, al observarlo así, Rawls se pregunta si se requiere un contrato, pues ya existe un acuerdo precontractual. Y explica que, a pesar del acuerdo precontractual, el con­ trato original tiene u n papel significativo porque el acto de contratar, aun en su form a hipotética, es im portante p o r sí mismo, y porque la contem plación del acto de contratar —con u n «voto obligatorio»— puede ejercer influencia en las deliberaciones precontractuales: ¿Por qué entonces la necesidad de un acuerdo cuando no hay diferen­ cias que negociar? La respuesta es que alcanzar un acuerdo unánime sin un voto obligatorio no es lo mismo que cuando todos hacen la misma elec­ ción o tienen la misma intención. Que ésta sea un compromiso del pueblo puede afectar las deliberaciones de todos, de tal modo que el acuerdo re­ sultante sea diferente de la elección que cada uno habría hecho9. Así, el contrato original sigue siendo im portante p ara Rawls, y sin em bargo u na parte sustancial del razonam iento rawlsiano tiene que ver con reflexiones precontractuales y en cierto m odo corre paralelo al procedim iento smithiano de arbitraje justo. No obstante, lo que dis­ tingue el m étodo rawlsiano, incluso en esta parte, del enfoque smi­ thiano es la naturaleza «cerrada» del ejercicio de participación que Rawls invoca a través de la restricción del «velo de ignorancia» a los m iem bros de un grupo focal dado*.

* Existe tam b ién u n a d ife re n c ia e n tre S m ith y Rawls acerca d e c u á n ta u n a n im i­ d a d p o d ría m o s e sp e ra r d e la im p arcia lid ad y la e q u id a d . P o d e m o s te n e r lín eas dis­ tin tas y rivales d e ra z o n a m ie n to q u e su p e ra ría n to d as la p ru e b a d e im p arcialid ad : p o r ejem p lo , todas p u e d e n c u m p lir co n el re q u e rim ie n to d e S can lo n d e ser «no ra­ z o n a b le m e n te rechazables», seg ú n su What We Owe toEach Other (1998). Esto es e n te ­ ra m e n te co n sisten te co n la a p ro b a c ió n p o r S m ith d e ju ic io s co m p arativ os específi­ cos, p e ro n o con u n ú n ic o c o n tra to social q u e la «justicia c o m o e q u id ad » esp era o b te n e r d e la posición o rig in al d e Rawls.


Im p a r c ia l id a d c e r r a d a y a b ie r t a

Esto coincide con la inclinación de Rawls a reconocer, en este contexto y para este ejercicio específico, el «derecho de p e rte n e n ­ cia» y no la «relevancia de ilustración». Com o vengo sosteniendo, ésta es u n a seria lim itación, p ero antes de ocuparm e del enfoque alternativo de Sm ith (en el cual la relevancia de ilustración es muy im portante) debo reafirm ar que, a pesar de la lim itación del esque­ m a rawlsiano, de ello ap ren d em o s algo m uy fu n d am en tal acerca del lugar de la im parcialidad en la idea de la justicia. Rawls m uestra con u na poderosa argum entación p o r qué los juicios de la justicia no p u ed en ser u n asunto en teram en te privado insondable para los otros, y la invocación rawlsiana de u n «marco público de pensa­ m iento», que en sí mism a n o d em an d a u n «contrato», es u n a ju g a ­ da críticam ente im portante: «m iram os a n u estra sociedad y nues­ tro lugar en ella objetivam ente: com partim os u n p u n to de vista com ún con otros y no hacem os nuestros juicios desde u n sesgo p er­ sonal»10. Ese m ovim iento se consolida de m an era adicional con el argum ento de Rawls, en especial en El liberalismo político, según el cual el criterio relevante de objetividad de los principios éticos es básica­ m ente congruen te con su defendibilidad d en tro de u n m arco p ú ­ blico de pensamiento*. ;E n qué difieren esta teo ría rawlsiana y el en fo q u e p ara u n a teo­ ría de la justicia que p u ed e derivarse de la extensión de la idea sm ithiana del esp ectad o r im parcial? Hay m uchas diferencias, pero las tres más inm ediatas son: prim era, la insistencia de Sm ith en lo que aquí se ha llam ado «im parcialidad abierta», que acep ta la legi­ tim idad y la im p o rtan cia de la «relevancia de ilustración» (y no sólo el «derecho de pertenencia») de4as opiniones de otros; segun­ da, la o rientació n com parativa (y no sólo trascendental) de la in­ vestigación de Smith, que va más allá de la búsqueda de una sociedad perfectam en te justa; y tercera, el interés de Sm ith p o r las realiza­ ciones sociales (que va más allá de la m era b ú sq u ed a de las justas instituciones). Estas diferencias están, en algunos aspectos, rela­

* C o m o ya se vio, p u e d e d e b a tirs e so b re si el e n fo q u e raw lsian o es n o rm a tiv o v n o p ro c e d im e n ta l a la m a n e ra d e H a b e rm a s. C re o q u e tal d is tin c ió n se ría ex a g e ­ ra d a y p a s a ría p o r a lto a lg u n o s e le m e n to s c e n tr a le s e n las p r io rid a d e s d e Rawls y e n su c a ra c te riz a c ió n d e la d e lib e ra c ió n d e m o c rá tic a fu n d a d a e n los «dos p o d e ­ res m orales» q u e él a trib u y e a to d a s las p e rs o n a s lib res e ig u ales. V éase, sin e m b a r­ go, C h ristia n List, «T h e D iscursive D ile m m a a n d P u b lic R easo n » , Elhics, n ú m . 116, 2006.

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I.A ID E A D E LA J U S T IC IA

cionadas en tre sí puesto que la am pliación de las voces adm isibles más allá de los confines del territo rio local o de la co m u n id ad p u e­ de perm itir que más principios no co n g ru en tes sean considerados al responder a u n a gran variedad de cuestiones referentes a la ju sti­ cia. H abrá, p o r supuesto, notable divergencia en tre las diferentes opiniones im parciales, lejanas v cercanas, pero, p o r las razones p lan­ teadas en la Introducción, esto produciría u n o rd en am ien to incom ­ pleto de preferencias sociales, basado en parejas congruentes, y este o rd en am ien to incom pleto p o d ría ser considerado com o com ­ p artid o p o r todos. El razonam iento público sobre la ju sticia y la injusticia p u ed e en riq u ecerse de m an era sustancial con la p o n d e ­ ración de este o rd en am ien to parcial com partido, así com o con la reflexión sobre las diferencias implicadas (relacionadas con las p ar­ tes incom pletas del o rd en am ien to ) '. El espectador im parcial sm ithiano es, p o r supuesto, u n recurso para el escrutinio crítico v la discusión pública. No necesita en to n ­ ces buscar la unan im id ad o el acuerdo total en la form a en que lo exige la camisa de fuerza institucional de la teo ría de la justicia de Rawls*’. C ualquier concurrencia que p u ed a surgir no necesita ir más allá de u n ord en am ien to parcial con articulación lim itada, que p u ed e en todo caso h acer declaraciones firm es y útiles. Y, de m ane­ ra correspondiente, los acuerdos alcanzados no exigen que alguna propuesta sea singularm ente justa, sino tan sólo que sea plausible­ m ente ju sta o al m enos no injusta de m odo m anifiesto. En efecto,

* Sin em b arg o , ta m b ié n esto h aría m uv difícil e sp e ra r q u e u n a so ciedad p e rfe c ­ ta m e n te ju s ta sea id en tific a d a p o r u n a n im id a d . Los a c u e rd o s so b re m ovim ientos c o n creto s p a ra el m e jo ra m ie n to d e la justicia son e lem e n to s suficientes p a ra la ac­ ció n p ú b lica (lo q u e a n tes se d escrib ía co m o « fu n d a m en tac ió n p lu ral» ), y p a ra tal o rie n ta c ió n n o se re q u ie re u n a n im id a d sobre la n a tu ra le z a d e la so cied ad p e rfe c ta ­ m e n te ju sta. ** E m p ero , com o se c o m e n tó an tes, el ra z o n a m ie n to g e n e ra l d e Rawls va m u c h o m ás allá d e su m o d elo form al. En efecto, a p e sa r de las p rin cip ales características de su te o ría trascen d en ta l, basada en la tra d u c c ió n d e las d e lib e ra cio n e s d e la posición original e n p rin cip io s q u e estab lecen co n firm eza u n a e stru c tu ra in stitu c io n a l p arti­ cu la r p a ra u n a sociedad justa, Rawls se p e rm ite el sig u ien te p en sa m ie n to : «D ados los m u ch o s obstáculos p a ra el a c u e rd o e n el ju ic io p o lítico a u n e n tre p e rso n as ra zo n a­ bles, d u ra n te to d o el tiem p o o la m ayor p a rte d e él n o lleg arem o s a acu erd o » (El libe­ ralismo político, p. 150). Esto p a re ce e m in e n te m e n te c o rre c to , a u n q u e n o está claro e n absoluto có m o se ajusta este re c o n o c im ie n to al p ro g ra m a raw lsiano d e e stru c tu ­ r a r las in stitu cio n es d e la so cied ad en a rm o n ía c o n los c o n trato s sociales ú n ico s q u e reflejan acu e rd o s co m p leto s e n tre las p artes involucradas.


I m p a r c ia l id a d

c e r r a d a y a b ie r t a

las exigencias de la práctica razonada p u ed en , de u n m odo u otro, coexistir con procesos incom pletos o conflictos sin resolver. El acuerdo resultante de u n «marco público de pensam iento» p u ed e ser parcial pero útil.

S o b r e l a in t e r p r e t a c ió n r a w l s ia n a d e S m it h

Existen sustanciales similitudes y diferencias entre la im parcialidad abierta del espectador imparcial y la im parcialidad cerrada del con­ trato social. Cabe preguntarse: ¿puede el espectador imparcial ser realm ente la base de un enfoque viable de la evaluación política o m oral sin ser, de m anera directa o indirecta, dependiente de alguna versión de la im parcialidad cerrada, como el contractualismo? En efecto, esta cuestión ha sido p lanteada p o r el p ropio Rawls en su Teoría de la justicia cuando com enta el recurso general del espectador imparcial (J. Rawls, Teoría de laJusticia, op. cit, § 30). Rawls in terp reta la co n cepción del espectador im parcial com o u n ejem plo particu lar del enfoque del «observador ideal». Vista así, la idea p erm ite cierta libertad, com o Rawls atin ad am en te ob­ serva, acerca de cóm o podem os p ro ced e r a p a rtir de aq u í p ara ha­ cer más específica la concepción. El sostiene que, in terp reta d a así, «hasta ahora no hay conflicto en tre esta definición y lajusticia com o equidad». En efecto, «bien p u ed e ser que u n espectador idealm en­ te racional e im parcial aprobaría u n sistema social si y sólo si satisface los principios de justicia que se ad o p tarían en el proyecto de con­ trato». Esta es ciertam ente una posible interpretación de u n «observador ideal», pero no es en absoluto, com o hem os visto, la concepción smithiana del «espectador imparcial». Se trata del caso en el cual el es­ pectador puede tom ar nota de lo que cabe esperar si hubiere habido un intento de alcanzar un contrato social rawlsiano, p ero Smith exi­ ge que el espectador im parcial vaya más allá y al m enos observe cóm o se verían las cosas con «los ojos de otras personas», desde la perspec­ tiva de los espectadores reales, lejanos o cercanos. Rawls tam bién indica que «m ientras es posible com p lem en tar la definición del espectador im parcial con el p u n to de vista del con­ trato, hay otras m aneras de darle u n a base deductiva». Sin em bar­ go, Rawls procede, p o r extraño que parezca, a escrutar los escritos


L a id e a d e l a j u s t ic ia

de David H um e y no los de Adam Smith. No resulta so rp ren d en te que esto lo lleve a considerar la alternativa de h acer que el especta­ d o r im parcial descanse en las «satisfacciones» generadas p o r la sim­ patía hacia la experiencia de los otros, pues «la fuerza de su aproba­ ción está d eterm in ad a p o r el balance de satisfacciones al cual ha respondido con simpatía». Esto, a su vez, induce a Rawls a in terp re­ tar que el espectad o r im parcial p u ed e ser realm en te u n «utilitaris­ ta clásico» disfrazado. Tras este diagnóstico tan extraño, la respues­ ta de Rawls es, p o r supuesto, muy previsible y previsiblem ente vigorosa. El señala que incluso en el capítulo p rim ero de su Teoría de la justicia h a tratad o ese p u n to de vista y en c u e n tra razón p ara h acer caso om iso de ese enfoque, pues «hay u n sentido en el cual el utilitarism o clásico fracasa al to m ar en serio la distinción en tre personas». P ara co n trib u ir a la confusión, al discutir la historia del utilita­ rism o clásico, Rawls incluye a Adam Sm ith en tre sus pro m o to res tem pranos, ju n to a H u m e 11. Este es u n diagnóstico en o rm em en te in co rrecto puesto que Sm ith h abía rechazado con firm eza la p ro ­ puesta utilitaria de basar las ideas de lo b u en o y lo ju sto en el pla­ cer y el dolor, y tam bién había desechado la o p in ió n de que el ra­ zonam iento req u erid o p ara juicios m orales com plejos p u ed e reducirse sim plem ente a m ed ir el placer y el d o lo r o, de m an era más general, a reducir diferentes consideraciones relevantes a «una especie de p ro p ied a d » 12. De esta guisa, la in te rp re ta c ió n raw lsiana de A dam Sm ith y de su uso del «espectador imparcial» es com pletam ente errónea*. Más a ú n , el en fo q u e del esp ectad o r im parcial no necesita basarse en el contractualism o de Rawls ni en el utilitarism o clásico de Bentham , las únicas dos opciones que Rawls considera. En su lugar, las diversas preo cu p acio n es m orales y políticas que Rawls discute * P o r el d o m in io d e la h isto ria d e las id eas q u e te n ía Rawls y p o r su e x tra o rd in a ­ ria g e n e ro sid a d al p re s e n ta r las ideas d e los d em ás, re su lta e x tra ñ o q u e p reste tan p o c a ate n c ió n a los escritos d e S m ith y en especial a su Teoría de los sentimientos morales. En sus am biciosas Conferencias sobre la historia de la filosofía moral, Rawls h a c e cinco m e n cio n es a S m ith p e ro estas referen cias se lim itan a re c o rd a r q u e e ra (1) p ro te sta n ­ te, (2) am igo d e H u m e , (3) m a estro d el len g u aje, (4) e c o n o m ista d e éxito, y (5) a u ­ to r d e La riqueza de las naciones, p u b lica d o el m ism o a ñ o (1776) e n q u e m u rió H u m e . En g e n eral, so rp re n d e c u á n p o c a a te n c ió n re cib e d e los filósofos m o rales d e n u e stro tiem p o el cate d rático d e F ilosofía M oral d e Glasgow', ta n in flu y en te e n el p e n sa m ie n ­ to filosófico d e su época, q u e in clu ía a Kant.

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I m p a r c ia l id a d

c e r r a d a y a b ie r t a

de m anera tan esclarecedora son precisam ente las que el especta­ d o r im parcial tiene que abordar, pero sin la insistencia adicional (y, en la perspectiva sm ithiana, ineludiblem ente arbitraria) sobre la im­ parcialidad cerrada. En el enfoque del espectador im parcial, se m antiene firm e la necesidad de la disciplina del razonam iento ético y político, y sobresale el requisito de la im parcialidad: tan sólo está ausente el «cierre» de esa im parcialidad. El espectador im parcial puede hacer su trabajo y ap o rtar sus luces sin ser ni u n signatario del contrato social ni un utilitarista cam uflado.

L im it a c io n e s d e l a «p o s ic ió n o r ig i n a l »

La posición original com o u n recurso p ara g en era r los prin ci­ pios de justicia a través del uso de u n a p articu lar in terp reta ció n de la e q u id ad p u ed e estar sujeta a escrutinio desde varias perspectivas distintas. Hay u n a cuestión de adecuación m otivacional, en p arti­ cular la posibilidad de que el razo n am ien to rawlsiano esté m uy li­ m itado a las razones de «prudencia extendida» y restrinja las re­ flexiones de las «personas razonables» a pensar, en últim as, en cóm o p u e d e n beneficiarse si «cooperan con otros»*. Esto se p u ed e ver com o u n a cierta lim itación g en eral del alcance del p en sam ien ­ to im parcial m odelado d e n tro del en fo q u e específico de u n «con­ trato social», pues u n co n trato de este tipo, com o T hom as H obbes había observado, es básicam ente u n dispositivo p ara la co o p era­ ción recíproca. La im parcialidad n o req u iere siem pre estar vincu­ lada a la cooperación m u tu am en te beneficiosa y tam bién p u ed e adoptar obligaciones unilaterales que estamos en condiciones de re c o n o c e r p o r n u estro p o d e r p ara alcanzar resultados sociales que tenem os razones p ara valorar (sin necesidad de beneficiarnos de esos resultados)**. En adelante, m e co n cen traré en algunas cuestiones específicas que están firm em en te relacionadas con la fo rm a cerrad a de im par­ cialidad buscada a través de la posición orig in al13. Las posibles li­

* V éase J . Rawls, .El liberalismo político (1993). Se p u e d e ad v e rtir u n c o n tra ste in ­ m e d iato e n el c riterio m ás g e n e ra l d e T h o m as S can lo n q u e n o g ira e n to rn o a la p ru d e n c ia ex te n d id a (W hat We Owe to Each Other, 1998). ** Este te m a se ex a m in a rá e n los cap ítu lo s 8 y 9.


L a id e a

d e i .a j u s t i c i a

m itaciones p u ed en ser colocadas bajo tres enunciados más bien generales. (1) Negligencia excluyente: La im parcialidad cerrada puede excluir la voz de personas que no p ertenecen al grupo focal, pero cuyas vidas están afectadas p o r las decisiones de ese grupo. El problem a no está adecuadam ente resuelto p o r form ulaciones de im parcialidad cerra­ da con múltiples etapas, com o en «el derecho de gentes» de Rawls. Este problem a no surgirá si las decisiones tom adas p o r el grupo focal (por ejemplo, en la posición original) no tienen efecto en nadie aje­ no al grupo, aunque ello sería extraordinario a m enos que la gente viviera en u n m undo de com unidades aisladas. Esta cuestión puede ser particularm ente problem ática para la «justicia como equidad» si se trata de la justicia a través de las fronteras puesto que la estructura social básica escogida para una sociedad puede influir en las vidas de los m iem bros de otras sociedades (quienes no tienen cabida en la posición original para esa sociedad). Puede hab er m ucha irritación sin representación. (2) Incoherencia incluyente: En el ejercicio de «cerrar» el grupo pue­ den surgir inconsistencias cuando las decisiones tom adas p o r cual­ quier grupo focal p u ed en influir en el tam año o la com posición del grupo mismo. Por ejemplo, cuando el tam año o la com posición de la población de u n país o u n a com unidad recibe la influencia directa o indirecta de las decisiones tom adas en la posición original (en parti­ cular, la elección de la estructura social básica), la población del grupo focal variaría con las decisiones que se supone que él mismo ha de tomar. Los arreglos estructurales, com o el «principio de dife­ rencia» de Rawls, no pu ed en más que influir en el p atró n de inter­ cam bio social y biológico, y gen erar así poblaciones de diferente ta­ m año y com posición14. (3) Parroquialismo procedimental: La im parcialidad cerrada está idea­ da para elim inar la parcialidad hacia los intereses creados u objetivos personales de los individuos en el grupo focal, p ero no está diseñada para afrontar las limitaciones de parcialidad hacia los prejuicios com­ partidos del grupo focal. Los últimos dos problem as («incoherencia incluyente» y «parro­ quialismo procedim ental») no han recibido n inguna atención siste­ mática en la bibliografía general e incluso apenas han sido idenúñca-

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c e r r a d a y a b ie r t a

dos. El prim er problem a («negligencia excluyente»), en cambio, ha recibido en u na u otra form a m ucha atención. Empiezo con una re­ visión de este problem a relativam ente m ejor reconocido.

N e g l ig e n c ia e x c l u y e n t e y j u s t ic ia g l o b a l

Es claro que existe un im portante problem a en la desatención de los intereses y las perspectivas de quienes no son parte del contrato social de u na com unidad pero cargan con algunas consecuencias de las decisiones tom adas en esa com unidad. Yo sostendría que, en este contexto, tenem os que ver claram ente p o r qué las exigencias de la «justicia global» pu ed en diferir de m anera sustancial de las de la «jus­ ticia internacional»13. La im parcialidad abierta, a través de dispositi­ vos com o el espectador im parcial de Adam Smith, tiene percepcio­ nes útiles que ofrecer sobre esta difícil cuestión. Las relaciones entre diferentes países o com unidades son om nipresentes en un m undo interdependiente. y operan de m anera interactiva. El propio Jo h n Rawls, entre otros, ha planteado esta cuestión de m odo específico en el contexto de la justicia a través de las fronteras p o r m edio de su pro­ puesta del «derecho de gentes», que invoca una segunda posición original entre los representantes de diferentes com unidades o pue­ blos"’. Otros, como Charles Beitz, Brian B arryy Thom as Pogge, han investigado tam bién este problem a, y han sugerido medios v m éto­ dos para lidiar con él17. La m anera rawlsiana de enfrentarse al problem a implica invocar otra «posición original», que esta vez involucra a representantes de di­ ferentes «pueblos». Con alguna simplificación, que no es determ inante en este contexto, las dos «posiciones originales» pueden ser denom ina­ das como m¿?«nacional (entre individuos de u n a nación) e hiteníacional (entre representantes de diferentes naciones). Cada ejercicio es de im parcialidad cerrada, pero los dos ju n to s cubren toda la pobla­ ción del m undo. Por supuesto, el procedim iento no elim ina la asim etría entre dife­ rentes grupos de personas afectadas puesto que las diferentes com u­ nidades están dotadas de diversas ventajas y oportunidades, v habría u n claro contraste entre la cobertura de la población m undial a tra­ vés de u n a secuencia de im parcialidades priorizadas (como en el mé­ todo de Rawls) y la cobertura de la población m undial a través de un


L a id e a d e l a ju s t ic ia

ejercicio com prehensivo de im parcialidad (como en la versión «cos­ m opolita» de la posición original rawlsiana presentada p o r Thom as Pogge y o tros). Sin em bargo, la idea de un ejercicio global de contra­ to social para toda la población m undial aparecería com o profunda­ m ente no realista, ahora o en el futuro previsible. En verdad, hay una laguna institucional aquí*. Hay que te n er en m ente, em pero, que el reconocim iento de este vigoroso aspecto práctico no requiere descartar la posibilidad de in­ vocar las percepciones e instrucciones generadas p o r u n «marco p ú ­ blico de pensam iento» que cruza las fronteras, com o Smith y otros han tratado de hacer. La relevancia y la influencia de las discusiones globales no d ep en d e n de la existencia de u n Estado global o incluso de u n foro planetario bien organizado para acuerdos institucionales gigantes. De m anera más inm ediata, aun en el m undo políticam ente dividi­ do en que vivimos, tenem os que reconocer el hecho de que las dife­ rentes personas a u n o y otro lado de las fronteras no necesitan actuar sólo a través de las relaciones entre las naciones o los pueblos. El m undo está ciertam ente dividido, pero está diversam ente dividido, y la partición de la población m undial en «naciones» o «pueblos» dis­ tintos no es la única división”'. Ni la partición nacional tiene priori­ dad preem inente sobre otras categorizaciones (como se presum e im plícitam ente en «el derecho de gentes»).

* El escepticism o d e T h o m a s N agel so b re la ju stic ia global, e n «T he P ro b le m o f G lobal Justice» (Phibsophy and Public Affairs, n ú m . 32, 2005), discu tid o e n la in tro d u c ­ ción, p a re c e ría te n e r m u c h a m ás relevancia p a ra la b ú sq u e d a d e u n c o n tra to social co sm o p o lita q u e la ju stic ia global a través d e la ru ta m e n o s e x ig e n te d e la im p arciali­ d a d ab ie rta sm ith ian a. El c o n tra to social c o sm o p o lita d e p e n d e m ás d e las in stitu cio ­ nes globales q u e el en fo q u e m en o s ríg id o d e Sm ith. ** R esulta in te re sa n te q u e la p rio rid a d d e u n a p a rtic ió n específica d e la p o b la­ ción global haya sido p ro p u e s ta e n diversas d iscusiones políticas, m e d ia n te la c o n c e ­ sión d el o rg u llo d el lu g a r a u n a varied ad d e cate g o rías individuales dispares. L a categ orización su byacente e n el llam ad o « ch o q u e d e civilizaciones» es u n eje m p lo d e p a rtic ió n d e te rm in a d a p o r la rivalidad (véase S am uel P. H u n tin g to n , ¿Choque de civi­ lizaciones;T ecnos, M ad rid , 2002), p u e sto q u e las categ o rías n acio n a l o p o lítica n o c o in cid en co n las categ o rías c u ltu ra l o d e civilización. La co ex isten cia m ism a d e estas reivindicaciones rivales ilu stra p o r q u é n in g u n a d e estas p a rtic io n e s p u tativ a m e n te fu n d acio n ales (su p u estam e n te fu n d a c io n ale s e n ética y po lítica) p u e d e a h o g a r la relevancia com petitiva d e o tras p a rtic io n es y la n e c esid ad d e c o n sid e ra r o tras id e n ti­ dad es d e los seres h u m a n o s a lo larg o y a n c h o d e l m u n d o . L a c u estió n se e stu d ia en m i Identidad y violencia: la ilusión del destino.


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Las relaciones interpersonales a través de las fronteras van m ucho más allá de las interacciones internacionales, en m uchas formas dife­ rentes. La «posición original» de las «naciones o «pueblos» se vería muy restringida al tratar con m uchos de los efectos transfronterizos de la acción hum ana. Si los efectos de la operación de las corporacio­ nes trasnacionales han de ser evaluados o escrutados, éstas tienen que ser juzgadas p o r lo que son, corporaciones que operan en un m undo sin fronteras, que tom an decisiones em presariales acerca del registro legal, el domicilio tributario y cuestiones contingentes simi­ lares según la conveniencia del negocio. Difícilm ente encajan en el m odelo de un «pueblo» (o «nación») que afecta a otro. De igual m anera, los lazos que u n en a los seres hum anos en rela­ ciones de obligación e interés que cruzan las fronteras no necesitan operar a través de las colectividades de las respectivas naciones*. Como ilustración, una activista feminista en Estados Unidos que quiera ha­ cer algo para rem ediar aspectos específicos de la desigualdad de las m ujeres en Sudán tendería a apoyarse en u n sentim iento de afinidad que no necesita pasar a través de las simpatías de la nación am ericana por el dram a de la nación sudanesa. Su identidad com o congénere, o com o persona (masculina o fem enina) motivada p o r preocupaciones feministas, puede ser en u n contexto particular más im portante que su ciudadanía, y la perspectiva fem inista b ie n p u e d e ser in tro d u ci­ da en u n ejercicio de «imparcialidad abierta» sin relación directa con las identidades nacionales. Otras identidades, que pu ed en ser invoca­ das en otros ejercicios de «im parcialidad abierta», co n ciern en a la clase, el lenguaje, la literatura, la profesión, etcétera, y p u ed en ofre­ cer perspectivas diferentes y rivaleí- sobre la prioridad de la política basada en la nación. Incluso la identidad de ser hum ano — quizá nuestra más básica identidad— puede ten er el efecto, cuando se com prende bien, de am pliar nuestro p u n to de vista de m anera correlativa. Los im perati­ vos que podem os asociar con nuestra hum anidad p u ed en no ser me­ diados p o r nuestra pertenencia a colectividades m enores com o «pue­ blos» o «naciones» específicos. En efecto, las exigencias normativas

* La v aried ad d e canales a través d e los cuales las p erso n as in te ra c tú a n hoy a lo larg o y a n c h o d el globo, y su significación ética y política, se estu d ian d e m a n e ra escla re c e d o ra e n D avid C rocker, Ethics o f Global Development: Agency, Capability and Deli­ berative Democracy, C am b rid g e U niversity Press, C am b rid g e, 2008.


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de ser guiados p o r la «hum anidad» p u ed en basarse en nuestra p erte­ nencia a la ancha categoría de los seres hum anos, sin consideración a nuestras particulares nacionalidades o sectas o afiliaciones tribales, tradicionales o modernas*. Los com portam ientos asociados al com ercio global, la cultura glo­ bal, la política global, la filantropía global e incluso la protesta global (como la que hem os visto recientem ente en las calles de Seattle, Wash­ ington, Praga, M elbourne, Q uebec o Genova) se basan en relaciones directas entre los seres hum anos, con sus propios criterios, y sus res­ pectivas inclusiones y prioridades relacionadas con u n a variedad de clasificaciones. Estas éticas pueden, p o r supuesto, ser apoyadas, escru­ tadas o criticadas en distintas formas, incluso m ediante la invocación de otras relaciones entre grupos, pero no necesitan confinarse a las relaciones internacionales (o al «derecho de gentes») o ser dirigidas por ellas. Hay algo de tiranía de ideas en la visión de las divisiones po­ líticas entre los Estados (en lo esencial, Estados nacionales) como fundam entales, o no sólo como confinam ientos prácticos que deben ser cuestionados sino com o divisiones de significación básica en ética y en filosofía política**. Ellas pueden im plicar a m uchos grupos diver­ sos, con identidades que van desde verse a uno mismo como obrero o em presario, m ujer u hom bre, libertario o conservador o socialista, pobre o rico, m iem bro de una profesión u otra***. Se pu ed en invocar colectividades de muchos tipos diferentes. La justicia internacional no es sim plem ente adecuada para lajusticia global. Esta cuestión tiene conexión con las discusiones contem poráneas sobre los derechos hum anos. La noción de derechos hum anos se basa * La naturaleza del razonam iento identitario, au n del más permisivo, incluida la id en tid ad de perten en cia al g ru p o de todos los seres h um anos, tiene q u e ser, n o obstan­ te, distinguida de aquellos argum entos d e interés que n o apelan a n in g u n a pertenencia compartida, p ero que en to d o caso invocan norm as éticas (de b o n d ad , eq u id ad o h u m a n i­ dad) qu e cabe esperar que g uíen el co m p o rtam ien to d e cualquier ser h u m an o . Yo n o insistiré a q u í, sin em bargo, en esta distinción (pero véase m i Idm tidady violencia). ** H ay u n a cuestión relacionada con la tiranía im puesta p o r los privilegios d e u n a su­ puesta id en tid ad «cultural» o «racial» sobre otras identidades y sobre intereses n o identitarios. V éanse K. A nthony A ppiah y Amy G utm ann, Color Conscious: The PoliticalMarality of Race, P rinceton University Press, P rinceton, 1996, y Susan M oller O kin, Is Multiculturalism Bad for Women ?, P rinceton University Press, P rinceton, 1999. *** D el m ism o m od o , d ed icad o s activistas q u e trab ajan p a ra organizaciones n o g u ­ b ern am en tales (O N G co m o O xfam , A m nistía In tern acio n al, M édicos sin F ro n teras o H u m a n Rights W atch) se en fo can de m a n e ra explícita e n afiliaciones y asociaciones q u e atraviesan las fro n teras nacionales.

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en nuestra hum anidad com partida. Estos derechos no derivan de la ciudadanía de ningún país o de la pertenencia a ninguna nación, sino que se consideran exigencias o derechos de todo ser hum ano. Difie­ ren, por consiguiente, de los derechos de creación constitucional que se garantizan a pueblos específicos (como los ciudadanos franceses o estadounidenses); p o r ejemplo, el derecho hum ano de una persona a no ser torturada o som etida a ataques terroristas se afirma indepen­ dientem ente del país del cual la persona sea ciudadana, y tam bién sin consideración de lo que el gobierno de ese país o de cualquier otro quiera ofrecer o apoyar. Para superar las limitaciones de la «negligencia excluyente» se p u ed e echar m ano de la idea de im parcialidad abierta im plícita en u n enfoque universalista, como el que guarda estrecha relación con el concepto smithiano de espectador imparcial. Ese am plio m arco de la im parcialidad m uestra con gran claridad p o r qué las consideracio­ nes sobre los derechos hum anos fundam entales, incluida la im por­ tancia de salvaguardar libertades civiles y políticas elementales, no necesitan d epend er de la ciudadanía o la nacionalidad, o de un con­ trato social nacionalm ente deducido. Además, no es necesario presu­ m ir un gobierno m undial o invocar un hipotético contrato social glo­ bal. Las «obligaciones imperfectas» vinculadas con el reconocim iento de estos derechos hum anos pu ed en considerarse contraídas, en senti­ do amplio, por todo aquel que esté en posición de ayudar*. La función liberadora de la im parcialidad abierta perm ite que se tengan en consideración diferentes tipos de perspectivas neutrales y libres de prejuicios, y nos estimula a beneficiarnos de las percepcio­ nes procedentes de espectadores im parciales en distintas posiciones. Al escrutar estas percepciones juntas, p u ed e hab er u n cierto en ten ­ dim iento com ún que surge con vigor, p ero no hay necesidad de p re­ sum ir que todas las diferencias provenientes de distintas perspecti­ vas se p u ed en resolver de m an era similar. Como se ha visto ya, la orientación sistemática hacia decisiones razonadas p u ed e p ro ced er de ordenam ientos incom pletos que reflejen conflictos no resueltos. En efecto, com o nos aclara la reciente literatura sobre «teoría de la elección social», que perm ite formas «relajadas» de resultados (como los ordenam ientos parciales), los juicios sociales no se convierten en

* Estos tem as se e x am in arán d e m a n e ra m ás am p lia en el cap ítu lo 17.


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inútiles o en problem áticos sin esperanza sólo porque el proceso evaluativo deja m uchas parejas sin o rd en ar y m uchos conflictos sin resolver18. Para el surgim iento de u n a com prensión com partida y provecho­ sa de m uchas cuestiones sustantivas de derechos y deberes (y tam­ bién de actos justos e injustos) no hay necesidad de insistir en que tenem os que h ab er acordado ordenam ientos com pletos o particio­ nes universalm ente aceptadas de lojusto, estrictam ente separadas de lo injusto. P or ejem plo, u n a resolución com ún de luchar p o r la aboli­ ción de las ham brunas o del genocidio o del terrorism o o de la escla­ vitud o de la intocabilidad o del analfabetism o o de las epidemias, etcétera, no requiere que haya u n acuerdo similar sobre las fórmulas apropiadas para los derechos sucesorales, las tablas para el im puesto sobre la renta, los niveles de los salarios m ínim os o las leyes de pro­ piedad intelectual. La relevancia básica de las distintas perspectivas, algunas congruentes, otras divergentes, del pueblo del m undo (di­ versam ente diverso com o los seres hum anos) es parte de la com pren­ sión que la im parcialidad abierta tiende a generar. No hay nada de­ rrotista en este reconocim iento.

La i n c o h e r e n c i a i n c l u y e n t e y l a p l a s t i c i d a d d e l g r u p o f o c a l El hecho de que los m iem bros del grupo focal tengan u n estatus en el ejercicio contractualista del cual no disfrutan los no m iem bros crea problem as aun cuando confinem os nuestra atención a u n a so­ ciedad o a un «pueblo» solam ente. El tam año y la com posición de la población p u ed en alterarse con las políticas públicas (haya o no polí­ ticas «dedicadas a la población») y las poblaciones p u ed en variar in­ cluso con la «estructura básica» de la sociedad. C ualquier reajuste de las instituciones económ icas, políticas o sociales (incluidas reglas tales com o el «principio de diferencia») tendería a influir, com o ha sostenido D erek Parfit de m anera esclarecedora, en el tam año y la com posición del grupo que nacería, a través de cambios en los m atri­ monios, el cortejo, la cohabitación y otros parám etros de reproduc­ ción19. El grupo focal involucrado en la elección de la «estructura bá­ sica» estaría bajo la influencia de su propia opción, y esto hace del «cierre» del grupo p ara la im parcialidad cerrada u n ejercicio p o ten ­ cialm ente incoherente.


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Para ilustrar este problem a de la plasticidad del grupo, suponga­ mos que hay dos estructuras institucionales, A y B, que adm itirían 5 y 6 millones de personas, respectivamente. Ellas podrían ser, p o r su­ puesto, personas todas diferentes, pero para m ostrar cómo es de difícil el problem a, aun con las suposiciones más favorables, asumamos que los 6 millones m encionados incluyen a pesar de todo los 5 mismos mi­ llones más un millón. Podemos preguntar: ¿quiénes están incluidos en la posición original en la cual se tom an las decisiones que afectarían ínter alia la elección entre A y B e influirían así en el tam año y la com­ posición de los respectivos grupos de población? Para evitar esta dificultad, supongam os que tom am os más bien el grupo mayor de 6 m illones com o el g rupo focal incluido en la posición original, y supongam os tam bién que resulta que la estruc­ tu ra institucional escogida en la co rresp o n d ien te posición original es A, que acoge u n a población real de 5 millones. Pero entonces el gru p o focal estaría erró n eam en te especificado. Tam bién podem os preguntar: ¿cómo participó en la posición original el no existente —de hecho, el inexistente— m illón extra de personas? Si, p o r otra parte, el grupo focal es el grupo más p eq u eñ o de 5 m illones, ¿qué sucede si la estructura institucional escogida en la posición original correspondiente es B, que acoge u n a población real de 6 millones? Una vez más, el gru p o focal resultaría erró n eam en te especificado. El m illón adicional de personas, entonces, no participó en la posi­ ción original, que h ab ría decidido las estructuras institucionales con am plia influencia sobre sus vidas (no sólo si van a n acer o no, sino tam bién otros aspectos de sus vidas reales). Si las decisiones tom adas en la posición original influyen en el tam año y la com posi­ ción de la población, y si el tam año y la com posición de la población influye en la naturaleza de la posición original o de las decisiones tom adas en ella, entonces no hay form a de garantizar que el grupo focal asociado a la posición original sea caracterizado de m an era coherente. La precedente dificultad subsiste incluso si consideram os la lla­ m ada versión «cosmopolita» o «global» de la «justicia com o equidad» de Rawls, que incluye a todas las personas del m undo en un gran ejercicio contractual (como han propuesto, po r ejemplo, Thom as Pogge y o tros). El problem a de la plasticidad de la población sería perti­ nente tanto si hablam os de u n a nación com o si hablam os de la po­ blación m undial entera.


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Sin em bargo, cuando el sistema rawlsiano se aplica a u n «pueblo» particular en u n m undo más vasto, hay problem as adicionales. De hecho, la dependencia de los nacim ientos y las m uertes con respecto a la estructura social básica presenta tam bién algún paralelism o con la influencia de esa estructura en los movimientos de población de u n país a otro. Esta preocupación general presenta cierta similitud con u na de las causas del escepticismo de David H um e sobre la rele­ vancia conceptual y la fuerza histórica del «contrato original» ya p ro ­ puesto en su propia época: La faz de la tierra cambia constantem ente con la transformación de los pequeños reinos en los grandes imperios, la disolución de los gran­ des imperios en los pequeños reinos, el establecimiento de las colonias, la migración de las tribus... ¿Dónde está el acuerdo m utuo o la asocia­ ción voluntaria de que tanto se habla?20.

Em pero, el asunto en discusión en el presente contexto no es sólo — en efecto, no de m anera prim aria— que el tam año y la composi­ ción de la población cam bien constantem ente (a pesar de la im por­ tancia de este pro b lem a), sino que tales cambios no son independien­ tes de las estructuras sociales básicas a las cuales se aspira a llegar, en la perspectiva contractualista, a través de la posición original. Sin em bargo, tenem os que exam inar aún más si la dependencia del grupo focal con respecto a la estructura social básica es realm ente un problem a para la justicia como equidad de Rawls. ¿Realmente el grupo focal tiene que determ inar la estructura social básica a través de la correspondiente posición original? La respuesta, p o r supuesto, es u n sí rotundo si las partes en la posición original corresponden exactam ente al grupo focal (es decir, todos—y sólo— los m iem bros de la com unidad o sociedad). Pero Rawls habla a veces de «la posición original» com o «sim plem ente un dispositivo de rep resen tació n » 21. Podría ser entonces tentador argum entar que no tenem os que supo­ n er que en la sociedad o com unidad cada u n o tiene que ser parte del contrato original, y podría sostenerse, p o r consiguiente, que la de­ pendencia de los grupos focales con respecto a las decisiones tomadas en la posición original no necesita ser u n problem a. No creo que ésta sea u n a adecuada refutación del problem a de la incoherencia incluyente al m enos p o r dos razones. Prim era, el uso que hace Rawls de la idea de «representación», en efecto, no equiva­

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le a organizar p o r entero u n nuevo conjunto de personas (o fantas­ mas) com o partes en la posición original, que son diferentes de las personas reales de esa com unidad. En su lugar, es el mismo pueblo bajo el «velo de la ignorancia» el que se ve com o «representándose» a sí mismo (pero detrás del «velo»). Rawls lo explica así: «Esto se ex­ presa de m anera figurativa al decir que las partes están detrás de un velo de ignorancia. En suma, la posición original es sim plem ente un dispositivo de representación» (J. Rawls, Collected, papers, p. 401). La ju s­ tificación por parte de Rawls de la necesidad de u n contrato, en efec­ to, que invoca (como se anotó antes) una «garantía que el pueblo da», indica la participación concreta (aunque bajo el velo de la igno­ rancia) del mismo pueblo involucrado en el contrato original22. Segunda, incluso si los representantes fueran personas diferentes (o fantasmas im aginarios), tendrían que representar el grupo focal (por ejemplo, a través del velo de la ignorancia de ser posiblemente cual­ quier miembro del grupo focal). Así, la variabilidad del grupo focal es­ taría ahora reflejada —o transformada— en la variabilidad del pueblo al cual representan los representantes en la posición original’. Esto no sería un problem a si, prim ero, el tam año de la población no hiciera ninguna diferencia en la form a en que la estructura básica de la sociedad p o d ría organizarse (com pleta invariancia de escala); y si, segundo, cada grupo de individuos fuera exactam ente com o los dem ás desde el p u n to de vista de sus prioridades y valores (com pleta invariancia de valor). N inguno de los dos extrem os es fácil de asumir sin restricciones adicionales en la estructura de cualquier teoría sus­ tancial de lajusticia**. La plasticidad del grupo, en consecuencia, per­ * Para anticipar u n a posible lín ea d e respuesta, d e b o enfatizar que esto n o es lo mis­ m o qu e la dificultad de rep resen tar a los m iem bros d e la futura g eneración (vista com o u n grupo fijo). D e seguro, allí tam bién hay u n p ro b lem a (p o r ejem plo, sobre cuánto se p u ed e su p o n er sobre el razonam iento de las futuras generaciones puesto q u e n o están aq u í todavía), pero d e todas m aneras se trata d e u n a cuestión diferente. Hay u n a distin­ ción e n tre el problem a d e lo q u e p u e d e suponerse sobre el acu erd o d e las generaciones futuras (vistas com o g ru p o fijo) p a ra ser representadas, y la im posibilidad d e te n e r u n g ru p o fijo p ara ser rep resen tad o , si se trata de escoger la estructu ra básica d e la sociedad cu an d o el conjunto real d e las personas varía según la elección de esa estructura. ** Im p o rta tam b ién evitar u n m a le n te n d id o q u e h e e n c o n tra d o ya al tra ta r d e p re ­ se n tar este a rg u m e n to (co n te n id o en m i ensayo « O pen a n d C losed Im partiality», 2002), y q u e consiste e n so sten er q u e d iferen tes p oblaciones n o h acen n in g u n a dife­ rencia en la posición original d e Rawls p u esto q u e cad a individuo es ex actam en te com o cu alq u ier o tro bajo el «velo d e la ignorancia». N ótese q u e au n c u a n d o el «velo d e la ignorancia» hace q u e individuos diferentes dentro de un grupo dado sean ig n o ran tes


La

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m anece com o problem a para el ejercicio de la im parcialidad cerrada aplicada a u n determinado grupo focal de individuos. No obstante, tenem os que p reg u n tar tam bién si el enfoque smithiano del espectador im parcial no se ve igualm ente pertu rb ad o p o r la incongruencia que surge de la plasticidad del grupo, y si no, p o r qué no. No se ve, en efecto, igualm ente p erturbado p orque no es necesario que el espectador im parcial provenga del grupo focal dado. En verdad, el «espectador abstracto e ideal» de Smith es un «es­ pectador» y no u n «participante» en un ejercicio com o el de u n con­ trato basado en u n grupo. No hay u n grupo contratante e incluso no hay insistencia en que los evaluadores tengan que ser congruentes con el grupo afectado. Aun cuando subsiste el muy difícil problem a de cóm o u n espectador im parcial decidiría cuestiones tales com o el tam año variable de la población (una cuestión ética de p rofunda complejidad)*, el problem a de incoherencia e incongruencia en el «cierre incluyente» del ejercicio contractualista no tiene u n a inm e­ diata analogía en el caso del espectador imparcial.

I m p a r c ia l id a d c e r r a d a y p a r r o q u ia l is m o

Ya hem os discutido cóm o esa im parcialidad cerrada en la form a de la posición original puede encarcelar la idea básica —y los princi­ pios— de justicia d en tro de los estrechos confines de las perspectivas y los prejuicios locales de u n grupo o u n país. Q uiero agregar tres com entarios especiales. Prim ero, tenem os que otorgar algún reconocim iento al hecho de que el parroquialism o procedim ental no está universalm ente consi­ derado com o u n problem a en absoluto. En algunos enfoques sobre

de sus respectivos intereses y valores (al h a c e r de cada u n o casi lo m ism o e n el ejercicio deliberativo del como si p a ra u n g ru p o d e te rm in a d o ), ello n o tie n e im plicación alg u n a e n h a c e r q ue grupos diferentes de individuos te n g an ex acta m en te el m ism o h az d e in tere­ ses y valores. De m a n e ra m ás g en eral, p a ra h a c e r el ejercicio d e im p arcialid ad ce rrad a e n te ra m e n te d e p e n d ie n te del tam añ o y la com posición del g ru p o focal, el alcance sustantivo del ejercicio tie n e q u e ser em p o b re c id o con severidad. * L a co m p lejid a d h a b ría sido a ú n m ayor si fu e re n e ce sa rio q u e estos ju icio s a d o p ta ra n la fo rm a d e o rd e n a m ie n to s co m p leto s, p e ro , c o m o se h a visto, esto n o es n ecesario p a ra u n útil m a rc o p ú b lic o d e p e n sam ie n to , n i p a ra la realización d e elec­ ciones públicas basadas e n la «m axim alidad». V éase m i «M axim ization a n d th e A ct o f C hoice», Econometrica, n ú m . 6 5 ,1 9 9 7 .


I m p a r c ia l id a d c e r r a d a

y a b ie r t a

los juicios sociales no existe particular interés en evitar las tendencias grupales; en efecto, sucede al contrario. Com o ilustración, conviene recordar que algunas versiones del com unitarism o p u ed en incluso celebrar la naturaleza «local» de tales prioridades. Lo mismo puede aplicarse a otras formas de justicia local. Puede traerse a colación u n caso extrem o. C uando los talibanes que gobernaban Afganistán insistían, antes de la intervención mili­ tar, en que Osam a Bin Laden d eb ería ser juzgado solam ente p o r un grupo de clérigos m usulm anes som etidos a la ley islámica, nadie cuestionó la necesidad de cierta im parcialidad (contra el ofreci­ m iento de favores personales o trato parcializado a Bin L ad e n ), al m enos en principio*. En su lugar, lo que se p ro p o n ía era que los ju i­ cios im parciales d eberían venir de u n grupo cerrado de gentes que aceptaban u n particular código religioso y ético. En tales casos, p o r consiguiente, no existe tensión in tern a en tre la im parcialidad cerra­ da y las norm as subyacentes de afiliación. Las tensiones más genera­ les, relacionadas con la aceptabilidad de la atención prestada tan sólo al razonam iento localm ente aislado, se m antienen. Y esas difi­ cultades y lim itaciones son las que q uedaban bajo el escrutinio de Smith. En efecto, cuando dejamos el m undo de éticas localm ente confi­ nadas, y tratam os de com binar u n procedim iento de im parcialidad cerrada con intenciones universalistas, el parroquialism o procedim ental ha de considerarse com o u n a seria dificultad. Este es ciertam ente el caso de la «justicia com o equidad» de Rawls. A pesar de las inten­ ciones decididam ente no parroquiales del enfoque general de Rawls, el em pleo de la im parcialidad cerrada im plícita en la «posición origi­ nal» (con su program a de evaluación im parcial confinada sólo a los m iem bros del grupo focal bajo el «velo de la ignorancia» en m ateria de intereses y fines individuales) no incluye, en efecto, n inguna ga­ rantía procedim ental contra la sola influencia de los prejuicios de grupos locales. Segundo, tenem os que p restar especial atención al procedimiento de la posición original y no sólo a las intenciones que puedan tratar de prevalecer sobre los procedim ientos recom endados. A pesar de sus inclinaciones universalistas generales, el procedim iento form al de la * M e refiero aq u í, p o r su p u esto , a los p rin cip io s d e ju stic ia q u e inv o cab an los ta­ lib an es y n o a su práctica.


La

i d e a d e i .a j u s t i c i a

posición original propuesta p o r Rawls parece estar dispuesto para perm itir poca exposición al viento fresco del exterior. En efecto, Rawls insiste en que la naturaleza cerrada de la posición original tiene que ser sólidam ente fortificada (J. Rawls, El liberalismo político, p. 42): Doy por supuesto, además, que la estructura básica es la de una socie­ dad cerrada: esto es, que tenemos que contemplar a la sociedad como si estuviera autocontenida y no tuviera relaciones con otras sociedades... Considerar cerrada una sociedad es una abstracción bastante grande, que sólo se justifica porque nos permite centrarnos en un determinado núm ero de cuestiones capitales sin necesidad de distraemos en detalles.

La cuestión que aquí se plantea es si considerar ideas y experien­ cias de afuera es «distraerse en detalles» que de algún m odo hay que reh u ir en aras de la pureza del ejercicio de equidad. Tercero, a pesar de estos fuertes motivos para la im parcialidad ra­ zonada, se podría pensar que u n a seria dificultad p u ed e surgir de la lim itación de la m ente hum ana y de nuestra capacidad de ir más allá de nuestro m undo local. ;La com prensión y la reflexión norm ativa p u e d e n atravesar las fro n teras geográficas? M ientras algunos están evidentem ente tentados p o r la creencia de que no podem os seguir­ nos los unos a los otros más allá de las fronteras de u n a com unidad determ inada o de u n país particular, o más allá de los límites de una cultura específica (una tentación que ha sido alim entada especial­ m ente p o r la popularidad de ciertas versiones del separatismo com u­ nitario) , no existe razón particular para suponer que la com unicación interactiva y el com prom iso público p u eden buscarse sólo dentro de tales confines (o den tro de los confines de aquellos que pu ed en verse com o «un pueblo»). Adam Smith argum entaba con fuerza en favor de la posibilidad de que el espectador im parcial p u d iera basarse en el en ten d im ien ­ to de gentes lejanas y cercanas. Este fue efectivamente un tema signifi­ cativo en las preocupaciones intelectuales de los escritores de la Ilus­ tración. La posibilidad de com unicación y co n o cim ien to a través de las fronteras no debería ser más absurda hoy que en el m undo de Smith en el siglo x v i i i . Aun cuando no tenem os u n Estado global o u na dem ocracia global, el énfasis sm ithiano en el uso del espectador imparcial tiene inm ediatas implicaciones para el papel de la discusión pública global en el m undo contem poráneo.

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Im p a r c ia l id a d

c e r r a d a y a b ie r t a

En el m undo de hov, el diálogo global, que es vitalm ente im por­ tante p ara la justicia global, se p ro d u ce no sólo a través de institu­ ciones com o las N aciones U nidas o la O rganización M undial de Com ercio, sino de m anera más general a través de los m edios de co­ m unicación, la agitación política, el trabajo com prom etido de las or­ ganizaciones ciudadanas y las ONG, y el trabajo social basado no sólo en las identidades nacionales sino tam bién en otras com unalidades, com o los m ovim ientos sindicales, las cooperativas, las cam pañas de derechos hum anos o las actividades feministas. La causa de la im­ parcialidad abierta no está en teram ente desatendida en el m undo contem porán eo. Más aún, precisam ente en este m om ento en que el m undo está em peñado en discusiones sobre medios y m étodos para d eten er el terrorism o a través de las fronteras (y en debates sobre las raíces del terrorism o), y tam bién sobre cóm o p u ed en superarse las crisis eco­ nómicas que plagan las vidas de miles de millones de personas a lo largo y ancho del m undo, resulta difícil aceptar que sim plem ente no podem os entendernos los unos a los otros a través de las fronteras de nuestra comunidad*. En su lugar, es el p u n to de vista firm em ente «abierto», invocado p o r el «espectador imparcial» de Smith, lo que puede necesitar hoy cierta reafirm ación. Puede hacer u n a diferencia sustancial en nuestro entendim iento de las exigencias de la im par­ cialidad en moral y en filosofía política en el m undo interconectado en que vivimos.

* En la literatu ra sobre las dificultades d e la co m unicación in tercu ltu ral, a veces se co n fu n d e la falta de ac u erd o co n la ausencia d e e n ten d im ien to . Se trata, p o r supuesto, de fenóm enos m uy distintos. U n g en u in o d esacu erd o p re su p o n e u n e n te n d im ie n to de lo q u e se disputa. Sobre la fu n ció n constructiva del e n te n d im ie n to e n la co n fro n tació n de la violencia en el m u n d o co n te m p o rá n eo , véase el in fo rm e d e la C om isión sobre el R espeto y el E n ten d im ien to , d e la C o m u n id ad B ritánica d e N aciones, q u e tuve el privi­ legio d e presidir: CivilPaths toPrnce, C om m onw ealth Secretariat, L ondres, 2007.


S e g u n d a parte F o r m a s d e r a z o n a m ie n t o


7. P o s i c i ó n , r e l e v a n c i a e i l u s i ó n

C u a n d o el rev Lear le dice al ciego Gloucester: «Se p u ed e ver cóm o va el m un d o sin ten er ojos», tam bién le aconseja «mirar con las orejas»: Ve allí cómo aqueljuez injuria a aquel ladrón sincero. Presta el oído. Cámbialos de sitio por arte de birlibirloque. ¿Quién es el juez? ¿Quién es el ladrón? ¿No has visto al can de una granja ladrar a un mendigo?1. Intercam biar lugares h a sido u n a m anera de «ver» las cosas ocul­ tas en el m undo, que es el argum ento que Lear hace aquí, además, p o r supuesto, de llam ar la atención de Gloucester, en form a política­ m ente subversiva, sobre el hecho notable de que en el p erro de la granja puede contem plar «la gran im agen de la autoridad». La necesidad de trascen d er las lim itaciones de nuestras pers­ pectivas posicionales es im p o rtan te en filosofía política y m oral, y en teoría del d erech o . La liberación del aislam iento posicional p uede no ser siem pre fácil, pero constituye u n desafío que el pensa­ m iento ético, político y legal tiene que asumir. Tenem os que ir más allá de «aqueljuez» que in ju ria de m an era abierta a «aquel lad ró n sincero».

P O SIC IO N A L ID A D DE OBSERVACIÓN Y C O N O C IM IE N T O

T rascender el con fin am ien to posicional tam bién resulta cen ­ tral p ara la epistem ología. Existe, sin em bargo, u n p ro b lem a de


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id e a d e l a j u s t ic ia

observabilidad y con frecu en cia u n a b a rre ra a la co m p ren sió n de lo q ue sucede desde la lim itada perspectiva de lo que observamos. Lo que podem os ver no es in d e p e n d ie n te de d ó n d e estam os en relación con lo que tratam os de ver. Y esto a su vez p u ed e influir en nuestras creencias, n u estro en ten d im ien to y nuestras decisio­ nes. Las observaciones, creencias y opciones p o sicionalm ente de­ p en d ien tes p u e d e n ser im p o rtan tes para la em presa del conoci­ m iento, así com o p ara la razón práctica. En efecto, la epistem ología, la teo ría de las decisiones y la ética tien en que to m ar n o ta de la d e p en d e n cia de las observaciones e inferencias con respecto a la posición del observador. No to d a la objetividad, p o r supuesto, ver­ sa sobre objetos, com o vimos antes*, p ero en la m ed id a en que las observaciones y sus conclusiones están im plicadas en la naturaleza de la objetividad buscada, la posición de las observaciones h a de tenerse en cuenta. La variación posicional de las observaciones constituye u n a cues­ tión elem ental. Puede ilustrarse con u n ejem plo muy directo de la física. Considérese la siguiente afirmación: «El Sol y la Luna parecen similares en tamaño». La observación no es, obviamente, in d ep en ­ diente de la posición, y los dos cuerpos celestes p o d rían p arecer muy disímiles en tam año desde otra posición, digamos desde la Luna. Pero ello no niega la objetividad de la afirm ación, ni la convierte en u n m ero fenóm eno m ental de u n a persona en particular. O tra perso­ na que observe el Sol y la L una desde el mismo sitio (la T ierra), debe­ ría ser capaz de confirm ar la aseveración de que parecen ser del mis­ m o tam año. Aun cuando la referencia posicional no está explícitam ente invo­ cada en la observación, se trata de u n a afirm ación posicional que podría expresarse así: «Desde aquí en la Tierra, el Sol y la Luna pare­ cen similares en tam año». Los observadores p u eden, p o r supuesto, hacer tam bién u na aseveración acerca de cóm o parecerían las cosas desde u na posición diferente a la que ocupan actualm ente, lo que no estaría en contradicción con la segunda afirmación. Desde la Tierra, podem os decir: «Desde la Luna, el Sol y la Luna no parecerían simi­ lares en tamaño».

* V éase el cap ítu lo 5. La p o sib ilid ad d e la «objetividad sin objetos», p o r e jem p lo e n m atem áticas y e n ética, se discu te d e m a n e ra lu m in o sa e n H ilary P u tn am , Ethics Without Ontology, H arv ard U niversity Press, C am b rid g e, 2004.


P o s i c i ó n , r e l e v a n c ia e i l u s ió n

La objetividad posicional requiere invariancia interpersonal cuando la posición de observación es fija, y tal requerim iento es del todo com­ patible con las variaciones de lo que se ve desde diferentes posiciones*. Distintas personas pueden ocupar la misma posición y confirmar la mis­ m a observación; y la misma persona puede ocupar diferentes posicio­ nes y hacer observaciones disímiles.

L a il u m in a c ió n y l a il u s ió n d e l a p o s ic io n a l id a d

La dependencia posicional de los resultados de la observación p uede tanto ilum inar (en este caso, responder a la pregunta: ¿cuán grande parece un objeto desde aquí?) com o confundir (al respon­ d er otras cuestiones habitualm ente asociadas con el tam año, como: ¿cuán grande es de hecho este objeto desde el p u nto de vista de su masa corporal?). Los dos aspectos de la variabilidad posicional res­ p o nden a cuestiones diferentes, mas ninguno es enteram ente subjeti­ vo. Este pun to p u ed e requerir u n a p eq u eñ a elaboración, en especial porque la caracterización de la objetividad como fenóm eno d ep en ­ diente de la posición no constituye el entendim iento típico de la idea de objetividad. En su ambicioso libro The view frorn Nowhere, Thom as Nagel carac­ teriza la objetividad de la siguiente m anera: «Una opinión o form a de pensam iento es más objetiva que otra si d ep en d e m enos de los as­ pectos específicos de la constitución y la posición del individuo en el m undo, o del carácter del tipo particular de criatura que es»2. Esta m anera de ver la objetividad tiene cierto m érito: se enfoca en u n im­ portante aspecto de la concepción clásica de la objetividad: la inde­ pendencia de la posición. Concluir que el Sol y la Luna son igual­ m ente grandes desde el p u n to de vista de la masa, pues desde aquí en la Tierra parecen ser del mismo tam año, sería u n a violación noto­ ria de la objetividad in d ependiente de la posición. En este sentido, las observaciones posicionales p u ed en desorientar si no tom amos

* H e tratado de ex p lo rar la id ea d e objetividad posicional p rim ero en mis C o n feren ­ cias Storrs en la Facultad d e D erecho d e Yale e n 1990 y después en m i C onferencia Lindley en la U niversidad d e Kansas en 1992. V éanse m i Objectivity and Position, University Press o f Kansas, Kansas City, 1992; «Positional Objectivity», Philosophy and Public Affairs, núm . 22,1993, y Rationality and Freedom, H arvard University Press, C am bridge, 2002.


L a id e a d e l a j u s t ic ia

atenta nota de la variabilidad posicional de las observaciones y trata­ mos de hacer las correcciones apropiadas. En contraste, lo que puede llamarse «objetividad posicional» tra­ ta de la objetividad de lo que puede observarse desde u n a posición específica. Nos preocupan aquí las observaciones y la observabilidad, que son invariantes con respecto a la persona pero relativas en cuanto a la posición, y que pueden ser ilustradas p o r lo que somos capaces de ver desde una posición dada. La m ateria de una evaluación objetiva en sentido posicional es algo que puede averiguarse p o r cualquier persona en una posición de observación dada. Como en el ejemplo de las afirmaciones sobre los tamaños relativos del Sol y la Luna, lo que puede observarse varía de una posición a otra, pero diferentes personas pueden hacer sus respectivas observaciones desde la misma posición y hacer en gran m edida las mismas observaciones. El tem a en este caso es la form a en que aparece u n objeto desde u n a posición específica de observación, y la form a en que aparecería ante cualquiera con las mismas características posicionales*. Las va­ riaciones posicionales en las observaciones difícilm ente p u ed en atri­ buirse a la «subjetividad», com o algunos estarían tentados de hacer. Desde el punto de vista de criterios corrientes de subjetividad, no exis­ te aquí razón particular para considerar que la declaración «el Sol y la Luna parecen similares en tamaño» «tenga su fuente en la mente» o sea «perteneciente o peculiar de un sujeto individual o de sus ope­ raciones mentales» (para em plear las definiciones de «subjetividad» del Diccionario O xford de la Lengua Inglesa). U na observación no es necesariam ente una declaración sobre el funcionam iento especial de la m ente de una persona. Identifica un fenóm eno con cualidades físicas, con independencia de la m ente de cualquiera. Por ejemplo, es precisam ente porque el Sol y la Luna tienen el mismo tam año visible desde la Tierra que puede ocurrir un eclipse solar, cuando la pequeña masa de la Luna oscurece la gran

* Las características posicio nales n o n e cesitan , p o r su p u esto , ser so la m e n te de locación (o relacio n ad as sólo co n u n a u b icació n espacial), y p u e d e n in c lu ir cual­ q u ie r co n d ic ió n g en eral, p a rtic u la rm e n te n o m e n ta l, q u e p u e d a ta n to in flu ir e n la observación com o aplicarse d e m a n e ra sistem ática a d ife re n te s o b serv ad o res y ob ser­ vaciones, Las características p osicionales e n o casiones p u e d e n estar vinculadas a las especiales características n o m en tales d e u n a p erso n a , p o r ejem p lo la ceg u era. D ife­ re n tes p erso n as p u e d e n c o m p a rtir el m ism o tip o d e c e g u e ra y te n e r las m ism as co­ rre sp o n d e n c ia s e n m ate ria d e o bservación.


P o s i c i ó n , r e l e v a n c ia

e il u s ió n

masa del Sol desde la perspectiva especial de la Tierra, y difícilmente se puede decir que u n eclipse solar tiene «su fuente en la m ente». Si nuestro trabajo consiste en predecir eclipses, entonces lo que resulta particularm ente relevante cuando hablam os de los tam años relativos del Sol y la Luna es la congruencia de sus respectivas proyecciones posicionales desde la Tierra y no —es decir, no de m anera directa— sus respectivas masas corporales. Aryabhata, el m atem ático y astrónom o indio de principios del si­ glo v, había estudiado el tam año de las proyecciones en la explicación de los eclipses, en lo que fue una de sus m uchas contribuciones a la astronom ía'. Xo resulta sorprendente que Aryabhata fuera atacado p o r apartarse de m odo tan radical de la ortodoxia religiosa, y entre los críticos estaba su brillante discípulo Brahm agupta, otro gran ma­ temático, que hizo declaraciones en defensa de la ortodoxia pero usó las innovaciones de Aryabhata y de hecho las difundió. Varios siglos más tarde, a comienzos del siglo xi, cuando el distinguido m atem áti­ co y astrónom o iraní Alberuni salió en defensa de Aryabhata, enfatizó el hecho de que las predicciones prácticas de los eclipses, incluidas las de Brahm agupta, seguían el m étodo de proyección de Aryabhata en lugar de reflejar el propio com prom iso de Brahm agupta con la orto­ doxia hindú. En una notable apología intelectual que ya tiene mil años, Alberuni dirigía la siguiente crítica a Brahm agupta: No discutiremos con él [Brahmagupta], sino que susurraremos en su oído: ¿por qué, después de haber pronunciado tales [ásperas] palabras [contra Arvabhata v sus discípulos], empieza a calcular el diámetro de la Luna para explicar el eclipse del Sol y el diámetro de la sombra de la Tie­ rra para explicar el eclipse de la Luna? ¿Por qué usted calcula ambos eclipses de acuerdo con la teoría de esos herejes y no de acuerdo con las opiniones de aquellos con quienes considera apropiado coincidir?3.

La objetividad posicional p u ed e ser efectivam ente el en te n d i­ m iento adecuado de la objetividad, según el ejercicio en que estemos involucrados.

* Las co n trib u c io n e s o rig in ales d e A ry ab h ata incluyen su co n tro v ersia so b re la ó rb ita de! Sol a lre d e d o r d e la T ie rra y su in d icació n so b re la ex isten cia d e u n a fuerza gravitacional p a ra ex p licar p o r q u é los objeto s n o son exp u lsad o s d e la T ie rra a p esar d e su m ovim iento ro ta to rio d iario.


L a id e a d e l a ju s t ic ia

Entre los diferentes tipos de ejemplos de parám etros posicionales que no son subterfugios p ara las actitudes m entales o la psicología, y que pueden ser compartidos por diferentes individuos, cabe mencio­ nar: conocer o no conocer un idioma; ser capaz o no de contar; tener una visión norm al o ser daltónico (entre una gran cantidad de simila­ res variaciones en los parám etros). No quebranta la objetividad posicio­ nal hacer u na declaración sobre cómo le parecería el m undo a una persona con ciertos atributos «posicionales» específicos. Im porta anotar que la cuestión aquí no consiste en que cualquier cosa que se pueda «explicar» en térm inos causales sea posicionalmente objetiva. Mucho dependería de la naturaleza de la variabilidad impli­ cada. Con un ejemplo clásico muy discutido en la epistemología india temprana, confundir una cuerda con una serpiente debido al propio nerviosismo, o al miedo enfermizo a las serpientes, no convierte ese diagnóstico claramente subjetivo en posicionalmente objetivo. La idea de la objetividad posicional puede, sin embargo, ser legítimamente in­ vocada en un caso en el que una cuerda sea confundida con u n a ser­ piente porque ésa es la apariencia que la cuerda tiene para todos, por ejemplo en la forma en que las prom inentes características de serpiente de una cuerda puedan aparecer a quienes las observan a media luz. Hay una distinción similar dentro de la evaluación ética y política, com parable al contraste entre las funciones respectivas de iluminación y de desviación de la posicionalidad. Al seguir las teorías sobre las res­ ponsabilidades personales basadas en relaciones que exigen un papel especial, por ejemplo de los padres que cuidan a sus propios hijos, dar especial prom inencia a los intereses de los hijos propios se puede ver como éticamente apropiado. Tener un interés asimétrico en las vidas de los propios hijos puede no ser, en ese contexto, una insensatez subje­ tiva, sino más bien la reflexión de una perspectiva ética objetivamente buscada (y que está ligada, en este caso, a la relevancia posicional de la paternidad) *.

* La relevancia de las co n ex io n es v relaciones p ersonales es u n te m a de co n sid era­ ble im p o rtan cia y com p lejid ad en la disciplina d e la evaluación m oral. B ern a rd W i­ lliam s h a discutido con fuerza y claridad m uchas d e las cuestiones subyacentes, y en p a rtic u la r— a u n q u e n o exclusivam ente— en su crítica del utilitarism o. V éanse su «A C ritique o f U tilitarianism », e n J .J . C. S m art y B. W illiams, Utilitarianism: For and Against, C am bridge University Press, C am bridge, 1973, y Moral Luck: Philosophical Papers 19731980, C am brid ge U niversity Press, C am bridge, 1981, esp ecialm en te el ensayo titulado «Persons, C haracter a n d Morality».


P o s i c i ó n , r e l e v a n c ia e i l u s ió n

En ese marco, habría entonces cierta laguna en pensar sobre la ob­ jetividad ética tan sólo desde el punto de vista de «la perspectiva desde ninguna parte», en vez de «desde u n lugar determ inado». Puede haber especial relevancia en las características posicionales que una éti­ ca comprehensiva pueda conocer y tener en cuenta de m anera apro­ piada. En efecto, uno de los deberes hacia los hijos, para p oner el mis­ mo ejemplo otra vez, no tiene «su fuente en la mente», y se puede conceder real significación a ello en enfoques específicos de la ética. Cuando se exam inan cuestiones centradas en el agente y más gene­ ralm ente en la posición, y relativas a evaluaciones y responsabilidades, como se hará en el capítulo 10, los aspectos de iluminación de la objeti­ vidad posicional serán relevantes. Y sin embargo, en otros contextos, dar tal prom inencia especial a los intereses de los propios hijos tiene que verse como un completo error desde la perspectiva de una ética no relacional. Por ejemplo, si un funcionario público en ejercicio de sus deberes civiles da mayor im portancia a los intereses de sus propios hi­ jos, eso podría verse como una falla política o ética, a pesar del hecho de que los intereses de sus hijos serían más prom inentes para él gracias a su cercanía posicional. Lo que puede hacer falta en este ejercicio es un enfoque «posicionalm ente libre de prejuicios». En este caso, habría que exigir un ade­ cuado reconocim iento del hecho de que otros hijos pueden tener inte­ reses en juego tan grandes e im portantes como los de los hijos propios, y la visión «desde un lugar determinado» (vinculado, por ejemplo, a las relaciones de paternidad) sería, en tal contexto, un error. La búsqueda de algún tipo de entendim iento del m undo, inde­ pendiente de la posición, resulta central para la ilum inación ética que puede buscarse en u n enfoque no relacional. C uando Mary Wollstonecraft puso en la picota pública a E dm und Burke p o r su apoyo a la Revolución am ericana sin interesarse en absoluto p o r la condición de los esclavos, como si la libertad que él defendía para los am ericanos blancos no se aplicara a sus esclavos negros (como se vio en el capítu­ lo 5), la autora feminista abogaba p o r una perspectiva universalista que superaría el prejuicio posicional y el favoritismo seccional. La cuestión no era com prehensión posicional sino algún tipo de com­ prensión transposicional. A doptar la «perspectiva desde ninguna par­ te» sería, obviamente, la idea apropiada en ese contexto.


La

id e a d e la ju s t ic ia

Il u s io n e s o b je t iv a s y o b je t iv id a d p o s ic io n a l

Incluso cuando u n a opinión in d ependiente de la posición es ade­ cuada para u na evaluación epistemológica, ética o política, las obser­ vaciones reales que d ep en d en de la posición p u ed en tenerse en cuenta para explicar la dificultad de alcanzar u n a com prehensión posicionalm ente libre de prejuicios. El dom inio de las perspectivas posicionales puede hacer que para la gente resulte muy difícil tras­ cender sus visiones posicionalm ente limitadas. Por ejem plo, en vina sociedad con u na larga tradición de subordinación de las mujeres, la norm a cultural que subraya ciertas supuestas características de la presunta inferioridad de las m ujeres puede ser tan fuerte que se re­ quiera u na considerable independencia m ental para in terp retar ta­ les características de u n m odo diferente. Si hay, para p o n er u n caso, muy pocas m ujeres científicas en una sociedad que no estim ula a las m ujeres a estudiar ciencias, la notoria escasez de científicas de éxito puede servir com o obstáculo para en ten d er que las m ujeres p u eden ser muy com petentes en las ciencias y que, incluso con los mismos talentos nativos para desem peñarse en el cam po, las m ujeres rara vez pueden triunfar en la ciencia precisam ente p o r falta de op o rtu n id a­ des o estímulos para adelantar la educación apropiada. La observación según la cual hav pocas científicas en u n a socie­ dad p u ed e no ser del todo erró n ea, incluso cu an d o la conclusión de que las m ujeres no son buenas en ciencias —cuando se deduce de esa observación posicional— fuera enteram ente equivocada. La ne­ cesidad de ir más allá de la posicionalidad de las observaciones loca­ les, d entro de sociedades con arraigada discrim inación, puede ser muy fuerte aquí. Observaciones de otras sociedades do n d e las m uje­ res tienen más oportunidades confirm arían que las m ujeres tienen la habilidad de desem peñarse tan bien com o los hom bres en el trabajo científico si reciben las necesarias oportunidades y facilidades. El ar­ gum ento alude aquí a la «imparcialidad abierta» e invoca ideas como el recurso m etodológico del espectador im parcial de Adam Smith, que busca perspectivas de lejos tanto com o de cerca*. C uando los confines de las creencias locales son fuertes y difíciles de superar, puede h ab er u n firm e rechazo a ver que hay u n a real ini­

* V éase la discusión e n el c a p ítu lo 6.

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P o s i c i ó n ', r e l e v a n c i a

e il u s ió n

quidad en la form a en que las m ujeres son tratadas en su propia so­ ciedad, y m uchas m ujeres son inducidas a creer en la supuesta infe­ rioridad intelectual fem enina con base en la aparente «evidencia de los ojos», que procede de u n a defectuosa lectura de las observacio­ nes locales dentro de una sociedad estratificada. Para explicar la tole­ rancia resignada de la asim etría social y la discrim inación que se ad­ vierte en m uchas sociedades tradicionalistas, la idea de objetividad posicional tiene una cierta contribución científica que hacer al ofre­ cernos una visión de la génesis de u n a aplicación ilegítima de la com ­ prehensión posicional (cuando hay necesidad de u n entendim iento transposicional). La im portante noción de «ilusión objetiva», em pleada en la filoso­ fía marxista, puede tam bién interpretarse desde el p u n to de vista de la objetividad posicional*. Así interpretada, u n a ilusión objetiva es una creencia posicionalm ente objetiva que resulta, en efecto, equi­ vocada desde el p u n to de vista del escrutinio transposicional. El con­ cepto de ilusión objetiva invoca tanto la idea de u n a creencia posicio­ nalm ente objetiva cuanto el diagnóstico transposicional de que dicha creencia es. en efecto, equivocada. En el ejem plo sobre los tamaños relativos del Sol y la Luna, la similitud de sus apariencias (posicional­ m ente objetiva desde aquí en la Tierra) p u ed e conducir — en ausen­ cia de otra inform ación y otras ideas, y de la o p ortunidad de un es­ crutinio crítico— a u n «entendim iento» posicional de la similitud de sus «tamaños reales» (por ejem plo desde el p u n to de vista del tiem ­ po que se tardaría en circunvalarlos). La falsedad de esta creencia sería entonces u n a ilustración de u n a ilusión objetiva. Hay u n a interesante discusión que p lan tea G. A. C ohén en su li­ bro KarlM arx’s Theory of History: A Defence acerca de la idea de ilusión objetiva en la teoría marxista:

* El c o n c e p to d e ilusión objetiva fig u ra e n los escritos eco n ó m ico s d e M arx (y no sólo e n los filosóficos), in clu id o s el v o lu m en I d e El capital y la Teoría de la plusvalía. M arx estaba p a rtic u la rm e n te in te re sa d o e n m o stra r q u e la c re e n c ia c o m ú n so b re la e q u id a d del in te rc a m b io e n el m e rc a d o lab o ral es, e n efecto, ilusoria, y sin e m b a rg o esa reivindicación d e e q u id a d es «objetivam ente» a c e p ta d a p o r la g e n te q u e ve có m o las cosas se in te rc a m b ia n e n té rm in o s d e valores iguales y p recio s d e m ercad o . A un los trab ajad o res ex p lo ta d o s q u e, e n el análisis m arxista, son d esp o jad o s d e p a rte del valor de sus p ro d u cto s, p o d ría n e n c o n tra r difícil d e ver q u e en el m e rc a d o lab o ral n o h a b ía m ás q u e in te rc a m b io d e «valores iguales».


L a id e a d e la ju s t ic ia

Para Marx, los sentidos nos engañan con respecto a la constitución del aire y los movimientos de los cuerpos celestes. Pero una persona que consiguiera detectar, a través de la respiración, diferentes compo­ nentes en el aire, tendría una nariz que no funcionaría como una nariz hum ana sana. Y una persona que alegara con sinceridad que percibe el Sol detenido y la Tierra en rotación, sufriría de algún trastorno de la vista o del control del movimiento. Percibir el aire con sus elementos y el Sol en movimiento son experiencias más cercanas a los espejismos que a las alucinaciones. Pues si un hom bre no contempla un espejismo en las condiciones apropiadas, hav algo malo en su vista. Sus ojos no captan eljuego de las luces en la distancia4.

Estas observaciones, que se consideran objetivas, se refieren aquí a las características posicionales de respirar el aire con u n a nariz nor­ mal, ver el sol con unos ojos norm ales, observar elju eg o de las luces en la distancia con u n a visión norm al, y así sucesivamente. Y estas ca­ racterísticas observadas son posicionalm ente objetivas, pero engaño­ sas o equivocadas desde el p u n to de vista de otros criterios de verdad —contextualm ente más atractivos— que p u ed en invocarse u n a vez que vamos más allá de las perspectivas posicionales.

S a l u d , m o r b il id a d y v a r ia c io n e s p o s ic io n a l e s

La idea de ilusión objetiva fue em pleada p o r Marx en el contexto del análisis de clase y lo llevó a la investigación de lo que él llamó «fal­ sa conciencia». U n tipo muy diferente de ejem plo se refiere a la autopercepción de la m orbilidad, que puede ser particularm ente im por­ tante en el análisis de la situación de la salud en las econom ías en desarrollo. Por ejem plo, entre los estados de la India, Kerala tiene con m ucho la más alta expectativa de vida en el m om ento del naci­ m iento (mayor que la de China y cercana a la de E u ro p a), y la evalua­ ción m édica profesional confirm a su exitosa transición sanitaria. Y sin em bargo, en las encuestas sobre las tasas de m orbilidad autopercibida, Kerala presenta tam bién las mavores cifras (tanto en el prom edio com o en las tasas p o r edades). En el otro extrem o del espectro se hallan estados com o Bihar y U ttar Pradesh con muy baja expectativa de vida y muy altas tasas de m ortalidad p o r edades (y pocas p ru e ­ bas de cualquier transición sanitaria), y sin em bargo con tasas muy


P o s i c i ó n , r e l e v a n c ia e i l u s ió n

bajas de m orbilidad autopercibida. Si se aceptan la evidencia m édica y el testim onio de las tasas de m ortalidad (y no hay razones especiales para descartarlos), entonces el cuadro de las tasas de m orbilidad re­ lativa, resultante de la autoevaluación, tiene que considerse erróneo o al m enos muy problem ático. No obstante, sería extraño desdeñar estas tasas de morbilidad autopercibida como errores accidentales o como resultados del subjetivis­ mo. ¿Por qué existe un patrón tan sistemático de disonancia entre las tasas de m ortalidad y las tasas de morbilidad autopercibida? El concep­ to de ilusión objetiva es útil aquí. La población de Kerala tiene una tasa notablem ente más alta de alfabetización (incluida la alfabetización fe­ m enina) que el resto de la India, y también cuenta con servicios públi­ cos de salud m ucho más extendidos. Hay entonces en Kerala una con­ ciencia m ucho mayor sobre posibles enferm edades y sobre la necesidad de buscar remedios médicos y adoptar medidas preventivas. Las mis­ mas ideas y acciones que ayudan a reducir la morbilidad y la mortalidad reales en Kerala también tienen el efecto de increm entar la conciencia sobre las enfermedades. En el otro extremo, las poblaciones de Bihar y U ttar Pradesh, con menos alfabetización y educación, y muy pocos ser­ vicios públicos de salud, tienen m enos discernimiento sobre posibles enfermedades. Esto hace que las condiciones de salud y la expectativa de vida sean m ucho peores en estos estados, pero también hace la con­ ciencia sobre la morbilidad más limitada que en Kerala. La ilusión de la baja m orbilidad en los estados socialm ente atrasa­ dos de la India tiene, en efecto, u n a base objetiva, posicionalm ente objetiva, para una población con educación form al y experiencia m édica limitadas*. La objetividad posicional de estos diagnósticos pa­

* El trabajo em p írico q u e sustenta esta p arte se basa e n in fo rm ació n p ro c ed e n te de la India. Véanse la discusión y la ex tensa bibliografía citada e n mis libros con ju n to s con J e a n Dréze: India: Economic Development and Social Opportunity, O x fo rd University Press, Nueva D elhi, 1995, e India: Development and Participation, O x fo rd University Press, Nueva D elhi, 2002. Sin em bargo, hay in fo rm ació n em pírica p ro v en ien te d e otras regiones del m u n d o e n d esarro llo q u e en c aja a m p lia m e n te c o n esta lectu ra: véase m i Desarrollo y libertad. Esta línea d e explicación se ve reforzada con las com paraciones d e las tasas de m orbilidad auto p ercib id a d e Estados U nidos con las d e la India, inclu id a Kerala. En la co m paración d e en ferm e d a d con en ferm ed ad , resulta q u e m ientras q u e K erala tiene tasas m u ch o m ás altas d e a u to p ercep ció n p a ra la m ayoría d e las en ferm ed ad es q u e el resto d e la India, Estados U nidos tie n e incluso tasas m ás altas p a ra la m ism a en fe rm e ­ dad. Sobre esto, véase L incoln C h en y C h risto p h e r Murray, « U n d erstan d in g M orbidity C hange», Population and Development Review, n ú m . 18,1992.


Í.A ID E A DK 1 \ J U S T I C I A

rroquialm ente equivocados exige atención, y los científicos sociales no p ueden desdeñarlos com o si fueran sólo subjetivos y caprichosos. Pero estas autopercepciones tam poco p u eden tratarse com o reflexio­ nes exactas sobre la salud y la enferm edad en un apropiado en ten d i­ m iento transposicional. La posibilidad y la frecuencia de este tipo de ilusión objetiva tienen algunas implicaciones de largo alcance en la form a en que las organi­ zaciones nacionales e internacionales presentan hoy las estadísticas médicas y sanitarias de carácter comparativo. Los datos com parados sobre denuncia de enferm edades y dem anda de atención m édica exi­ gen un escrutinio crítico, que tome atenta nota de las perspectivas posicionales’.

D is c r im in a c ió n d e g é n e r o e il u s io n e s p o s ic io n a l e s

O tro interesante caso se refiere a la disonancia entre el o rdena­ m iento de la m orbilidad percibida y el de la m ortalidad observada de hom bres y mujeres. Las mujeres, en conjunto, han tendido a tener desventajas para la supervivencia en com paración con los hom bres en la India (como en m uchos países en .Asia y el n orte de Africa, com o China, Pakistán, Irán v Egipto). Típicam ente, las tasas de m or­ talidad han sido, hasta hace nuiv poco, más altas para las m ujeres de todos los grupos de edad (tras un brev e periodo neonatal de algunos meses) hasta los 35 o 40 años, en contra de lo que uno esperaría des­ de el punto de vista biológico, dada la evidencia m édica sobre tasas de m ortalidad fem enina p o r edades, que son m enores en las mujeres que en los hom bres cuando reciben cuidados iguales**. A pesar de la relativa desv entaja en las tasas de m ortalidad, las ta­ sas de m orbilidad autopercibida de las m ujeres en la India no son con frecuencia más altas — a veces m ucho m enores— que las de los

* N o c o n tin u a ré a q u í co n esta im p o rta n te cu estió n práctica. Véase m i Desarrolloy libertad, cap ítu lo 4. ** La expectativa d e vida de las m ujeres en la India ha sobrepasado recien tem en te la de los hom bres, p ero la p ro p o rció n d e la longevidad d e las m ujeres con respecto a la de los hom bres está aún muv p o r debajo d e lo que cabría esp erar en condiciones d e aten­ ción igual. Kerala es tam bién una excepción a este respecto, con la expectativa d e vida fem en in a sustancialm ente m ayor que la m asculina (en p ro p o rció n sim ilar a ia d e E uro­ pa y A m érica).

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P o s i c i ó n , r e l e v a n c ia e il u s ió n

hom bres. Esto parece guardar relación con la carencia de educación en las m ujeres y tam bién con la tendencia social de ver la disparidad de género com o un fenóm eno «normal»*. Felizmente (uso la expre­ sión aquí en una form a que los utilitaristas no aprobarían), la infeli­ cidad de las m ujeres p o r su salud se ha increm entado de m anera sis­ tem ática en todo el país, lo cual indica un dom inio m enguante de la percepción posicionalmente confinada sobre la buena y la mala salud. Es in teresan te observar que m ientras el tem a de las carencias de las m ujeres se ha politizado (incluso p o r p arte de las organizaciones de m ujeres), los prejuicios en la percepción de tales carencias se han hecho m enos com unes. U n m ejor entendim iento de la naturaleza del problem a y de las ilusiones acerca de la salud fem enina h a contri­ buido sustancialm ente a la reducción (y, en m uchas regiones de la India, a la elim inación) del sesgo de género en la mortalidad**. La idea de objetividad posicional es particularm ente crucial para e n ten d er la desigualdad de género en general. El trabajo de las fa­ milias implica algún conflicto tanto com o alguna congruencia de in­ terés en la división de los beneficios y las tareas (una característica de las relaciones de grupo que puede llamarse «conflicto cooperativo»), pero las dem andas de vida familiar arm oniosa requieren que los as­ pectos conflictivos se resuelvan de m anera implícita y no explícita me­ diante negociación. Dilatarse en tales conflictos se vería en general com o com portam iento anorm al. Como resultado, los patrones con­ suetudinarios de conducta se consideran sim plem ente como legíti­ mos e incluso como razonables, y en m uchas partes del m undo ha\

* En u n a ocasión anterior, h e discutido el h e c h o n o ta b le d e que, según u n estudio recien te sobre la p o sh a m b ru n a d e B engala e n 1944, las viudas ap en as se q u ejaro n de estar en estado de «salud m ediocre», m ientras los viudos se q u ejaron m asivam ente de lo m ism o. Véase m i Commoditie.s and Capabilities, N o rth -H o llan d , A m sterdam . 1985. a p é n ­ d ice B. S obre cu estio n es relacio n ad as, véanse m i Resources, Valúes and Drcelopmtn:. H arv ard U niversity Press, C am bridge, 1984, y tam b ién , con Jocelyn Kvnch. • Indian w om en: W e llb ein g an d survival», CambridgeJournal o f Economics, n ú m . 7. 1983. ** El fe n ó m e n o d e las « m ujeres desap arecid as» en la In d ia, C h in a v m u ch o s otros países, q u e refleja el n ú m e ro d e m u jeres q u e «no están» e n c o m p a rac ió n co n lo que cab ría e sp e ra r e n au sen cia d e to d o sesgo d e g é n e ro , d e b e ría h a b e rse red u c id o drás­ ticam en te com o re su lta d o del p ro g re so g en e ra liz a d o e n la red u c c ió n del sesgo de g é n e ro e n la m o rtalid ad . P o r desgracia, el fe n ó m e n o relativ am en te nuevo del sesgo d e g é n e ro en la n a talid a d (a través d el a b o rto selectivo d e fetos fe m e n in o s i ha o p e ra ­ d o e n la d irecció n co n tra ria . El c a m b ia n te p a n o ra m a se discu te en mis artículos «Missing w om en», TheBritishM edicalJournal, n ú m . 304, 1992, v «Missing w om en revisited», The British Medical Journal, n ú m . 327, 2003.


L a i d e a D E LA J U S T IC IA

u na tendencia com partida a no advertir la sistemática privación de las mujeres en com paración con los hom bres en un terreno u otro.

La p o s i c i o n a l i d a d y l a t e o r í a d e l a j u s t i c i a

Esta cuestión es muy im portante para la form ulación de u n a teo­ ría de la justicia y, más específicam ente, para la exploración de u n a teoría que dé u n papel especial al razonam iento público en la com­ prensión de las exigencias de lajusticia. El alcance del razonam iento público puede ser lim itado en la práctica p o r la m anera en que la gen­ te lee el m undo en el que vive. Y si la poderosa influencia de la posi­ cionalidad tiene u n oscuro papel en ese entendim iento social, en­ tonces ése es, en efecto, u n tem a que d em an d a especial atención para apreciar las desafiantes dificultades que tienen que afrontarse en la evaluación de lajusticia y la injusticia. M ientras la posicionalidad de observación y construcción desem ­ peña u n papel im portante en el proceso de avance del conocim iento científico, resulta más significativo en la form ación de las creencias en general: en la com prensión social tanto como en el progreso de las ciencias naturales. En efecto, el papel de la posicionalidad p u ed e ser crucial en la interpretación de ilusiones sistemáticas y persistentes que p u ed en influir —y distorsionar— el entendim iento social y la evaluación de los asuntos públicos. Perm ítanm e volver al ejem plo simple sobre el tam año relativo del Sol en com paración con el de la Luna, vistos desde la Tierra. Conside­ rem os a u n a persona perteneciente a u n a com unidad sin familiaridad con las proyecciones dependientes de la distancia, ni con ninguna otra fuente de inform ación sobre el Sol y la Luna. C arente de los es­ quem as conceptuales relevantes y del conocim iento auxiliar, esa per­ sona puede decidir, con fundam ento en observaciones posicionales, que el Sol y la Luna son efectivamente del mismo tam año, incluso en el sentido de que llevaría el mismo tiem po dar la vuelta en torno suyo (a la misma velocidad). Este sería, p o r supuesto, u n juicio muy pecu­ liar si la persona supiera de distancias y proyecciones, pero no si no supiera nada acerca de tales cuestiones. Su creencia según la cual el Sol y la Luna son realm ente del mismo tam año (en particular, que llevaría el mismo tiem po dar la vuelta en torno a ellos) es, p o r supues­ to, u n error (una ilusión), pero esta creencia no puede verse, según


P o s i c i ó n , r e l e v a n c ia e i l u s ió n

las circunstancias, como puram ente subjetiva, dadas todas las caracte­ rísticas posicionales. En verdad, cualquiera en esa posición exacta (en particular, quien com parta la misma ignorancia de los conceptos rele­ vantes y la inform ación relacionada) puede ten er la misma opinión, antes del escrutinio crítico, p o r las mismas razones*. Las ilusiones asociadas con alguna objetividad posicional p u ed en ser muy difíciles de desalojar, incluso cuando la posicionalidad en cues­ tión engaña y desinform a en lugar de iluminar**. Dados los m alenten­ didos, puede ser tarea difícil superar las desigualdades de género que se han heredado e incluso identificarlas de m anera inequívoca com o desigualdades que exigen atención5. Puesto que las desigual­ dades de género den tro de la familia tienden a sobrevivir al convertir a los desposeídos en aliados, la opacidad de las perspectivas posicio­ nales desem peña u n papel principal en la prevalencia y persistencia de tales desigualdades.

S u p e r a r l a s l im it a c io n e s p o s ic io n a l e s

En la búsqueda de lajusticia, las ilusiones posicionales p u ed en im poner serias barreras que tienen que superarse a través de la am­

* Los filósofos d e la escuela Nyaya en la In d ia, q u e alcanzó p ro m in e n c ia en los p ri­ m eros siglos d e la era cristiana, h a b ía n a rg u m e n ta d o q u e n o sólo el c o n o cim ien to sino tam b ién la ilusión d e p e n d e n d e co n cep to s preex isten tes. C u a n d o u n a p e rso n a co n ­ fu n d e u n a c u e rd a con u n a serp ien te e n la p e n u m b ra (u n ejem p lo clásico ya co n sid era­ do) , esta ilusión o cu rre precisam en te p o r el e n te n d im ie n to previo — el e n te n d im ie n to g en u in o — del «concepto d e serpiente». U n a p e rso n a q u e n o tien e id ea d e có m o es u n a serp ien te y q ue n o p u e d e d istin g u ir e n tre el «co n cep to d e serpiente» y el «concep­ to d e cerdo», n o e sta ñ a in clin ad a a c o n fu n d ir u n a c u e rd a con u n a serp ien te . Sobre las im plicaciones de esta y otras co n ex io n e s e n tre los co n cep to s y la realidad, tal com o fu e ro n exploradas p o r la escuela Nyaya y las escuelas rivales en ese p erio d o , véase Bim al M atilal, Perception: A n Essay on Classical Indian Theories o f Knouikdge, C laren d o n Press, O xford, 1986, cap ítu lo 6. ** C om o se vio atrás, u n a teo ría de lajusticia p u e d e tam bién d a r cabida a considera­ ciones relaciónales, e n las cuales las perspectivas posicionales p u e d e n ser im p o rtan tes y tenidas en cuenta. Esto se aplica a aquellas cuestiones com o los d eb eres y las prioridades de los agentes (en las cuales u n ag en te responsable p o r u n a acción p u e d e ser considera­ do com o especialm ente obligado a re n d ir cuentas d e su gestión) y las obligaciones parti­ culares asociadas con relaciones h u m an as específicas, com o las responsabilidades d e los padres. La relevancia real d e las perspectivas posicionales (cu an d o eso p u e d e justificar­ se) es m uy diferente d e lo q u e aq u í se considera en el contexto d e la ética y la política no relaciónales. Lo p rim ero se ab o rd ará e n el capítulo 10.


L a ID E A D E LA J U S T IC IA

pliación de la base de inform ación para las evaluaciones, que es una de las razones por las cuales Adam Smith exigía que las perspectivas de otras procedencias, incluidas las más lejanas, tuvieran que ser siste­ m áticam ente invocadas (véase el capítulo 6). A unque se puede hacer m ucho a través del uso deliberado de la im parcialidad abierta, la es­ peranza de desplazarse suavemente desde las visiones posicionales a u n a suprem a «visión desde ninguna parte» no p u ed e aspirar al éxito com pleto. Puede alegarse que nuestro entero entendim iento del m undo es del todo d ependien te de las percepciones que tenem os y de los pen­ samientos que generam os, habida cuenta de la clase de criaturas que somos. Nuestros pensam ientos y nuestras percepciones son integral­ m ente dependientes de nuestros órganos sensoriales, nuestros cere­ bros y otras capacidades del cuerpo hum ano. Incluso la idea de lo que llamamos una «\isión» —no im porta desde dó n d e— d epende de nuestro entendim iento de la visión con nuestros propios ojos, que es u n a actividad corporal en la form a física en la cual hem os evolu­ cionado los seres hum anos. En nuestros pensam ientos especulativos, podem os, p o r supuesto, pensar en ir más allá de los anclajes que parecen fijarnos al m undo en el cual vivimos y de las actividades corporales que gobiernan nues­ tro discernim iento y nuestra cogitación. Podem os incluso tratar de p en sar en u n m u n d o en el cual seam os capaces de cap tar p ercep ­ ciones distintas de la luz, el sonido, el calor, el olor, el gusto, el tacto y otras señales que recibimos (tal com o de hecho estamos constitui­ dos) , pero es muy difícil hacerse a una idea concreta de cóm o luciría el m undo en ese universo sensorial diferente. Idéntica lim itación se aplica al ordenam iento de nuestro proceso de pensam iento y a la am pliación de nuestra capacidad de contem plación. N uestro en ten ­ dim iento del m undo exterior está tan anclado en nuestras experien­ cias y en nuestro pensam iento que la posibilidad de ir más allá de ellos puede ser más bien limitada. Todo esto no indica, sin em bargo, que la posicionalidad no pue­ da ser total o parcialm ente superada de m anera que nos lleve a u n a visión m enos confinada. A quí tam bién (com o al escoger el foco de u n a teoría de la justicia) podem os de m odo razonable buscar gra­ dos com parativos y no el objetivo utópico de la trascendencia. La am pliación com parativa es parte del interés persistente en el trabajo de innovación epistem ológica, ética y política, y ha pro d u cid o m u­

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P o s i c i ó n , r e l e v a n c ia e i l u s ió n

chas graneles recom pensas en la historia intelectual del m undo. El «nirvana» de la com pleta in d ep en d en cia respecto de las característi­ cas personales no es la única cuestión en la cual tenem os razón para interesarnos.

¿ Q u ié n es n u e s t r o v e c in o ?

Hay u na larga historia de tentativas de ir más allá del confinam ien­ to posicional de nuestras preocupaciones m orales p o r el «vecinda­ rio» cercano, y resistir la visión relacional según la cual debem os algo a los vecinos que no debem os de n ingún m odo a las personas que están fuera del vecindario. La cuestión del d eb er con nuestros veci­ nos tiene un am plio espacio en la historia de las ideas éticas en el m undo. En efecto, el Libro de O ración C om ún de la Iglesia anglica­ na incluye la siguiente respuesta inequívoca a la pregunta «¿Qué has aprendido de estos Mandamientos?»: «He ap rendido dos cosas: mi d eb er con Dios y mi d eb er con mi vecino». Si este entendim iento de nuestras obligaciones es correcto v las querellas de nuestros vecinos son incom parablem ente más fuertes que las de otros, ¿no es posible pensar que esto suavizaría de algún m odo la aspereza de la «justicia en un solo país» (un enfoque al cual me opongo)? Pero el fundam ento ético para b rin d ar tan inarm ónica prioridad a la preocupación exclusiva p o r nuestros vecinos requiere cierta justificación. No m enos im portante es que hay u n a profunda fragilidad en la base intelectual para pensar en la gente desde el p u n ­ to de vista de vecindarios cerrados. Este últim o aspecto es destacado con ap rem ian te claridad p o r Jesús de N azaret en su relato del b u en sam aritano, en el evangelio de san Lucas*. El cu estionam iento de los vecindarios fijos p o r par­ te de Jesús se ha ig n o rad o en ocasiones en la m edida en que se considera que la historia del b u en sam aritano es u n a m oraleja so­ bre la preo cu p ació n universal, lo cual no deja de ser cierto, p ero lo esencial es que se trata de u n razonado rechazo de la idea del ve­ cindario aislado.

* V éase el e x ce le n te análisis d e Je re m y W ald ro n , co n u n e n fo q u e lig e ra m e n te d ife re n te , e n «W ho Is My N eig h b o r? H u m a n ity a n d proxim ity», TheM onist, n ú m . 86, 2003.


La id e a d e l a j u s t i c i a

En este pasaje de san Lucas, Jesús discute con u n abogado local acerca de su lim itada concepción de aquellos con quienes tenem os algún d eb er (sólo nuestros vecinos m ateriales). Jesús cuenta al abo­ gado la historia del h om bre herido a la orilla del cam ino, que es fi­ nalm ente asistido p o r el b u en sam aritano después de que un sacer­ dote y un levita se negaran a hacerlo. De hecho, en lugar de ayudarlo, el sacerdote y el levita cruzan la vía pública y siguen su cam ino, sin m irar siquiera al hom bre herido*. En esta ocasión, Jesús no discute directam ente el d eb er de ayudar a los otros —a todos los otros— que lo necesiten, vecinos o no, sino que plantea más bien u n a p reg u n ta clasificatoria referente a la defi­ nición de vecino. El preg u n ta al abogado: «¿Quién es el vecino del hom bre herido?». El abogado no p u ed e evitar la respuesta: «El hom ­ bre que lo ayudó». Y tal es, p o r supuesto, el p u n to que Jesús quiere subrayar. El d eb er con los vecinos no está confinado sólo a aquellos que viven al lado. Para en ten d er la fuerza del argum ento de Jesús, tenem os que recordar que los sam aritaños no sólo vivían a cierta dis­ tancia sino que eran despreciados p o r los israelitas**. El sam aritano está relacionado con el israelita herido a través del propio evento: él en co n tró al h o m b re lesionado, vio la necesidad de ayudar, brindó esa ayuda y se vinculó al necesitado. No im porta si

* Mi d ifu n to colega, el tem ib le J o h n Sparrow , a n tig u o resp o n sa b le d e l All Souls C ollege e n Oxford^ d isfru tab a d ic ie n d o q u e n o d e b em o s n a d a a los o tro s si n o les h e m o s h e c h o d a ñ o y le g u stab a p re g u n ta r si el sa c e rd o te y el levita, al seg u ir su cam i­ n o sin ay u d ar al h o m b re h e rid o , « h ab ían a c tu a d o d e m a n e ra e rró n ea » , co m o se su­ p o n e h a b itu a lm e n te . La e n fática re sp u e sta d e J o h n S parrow era: «Sí, p o r supuesto». El d isfru tab a m u c h o al d e c ir a u n a a u d ien c ia m u y s o rp re n d id a (d e eso se tratab a ) q u e el levita y el sacerd o te h a b ía n a c tu a d o in c o rre c ta m e n te n o p o rq u e d e b e ría n h a ­ b e r ay udado sino p o rq u e h a b ía n cru z a d o la calle con u n ev id en te se n tim ie n to d e cu lp a e n lu g a r d e e n c a ra r al h e rid o . D e b e ría n h a b e r te n id o el c o raje m o ral d e p asar ju n to al h e rid o p o r el m ism o la d o d e la ría , c a m in a n d o e n lín e a recta, sin ay u d arlo y sin se n tir v erg ü en za o em b arazo . P ara c o n o c e r m e jo r este p u n to d e vista p rác tic o so­ b re «lo q u e n o s d eb em o s los u n o s a los otros» (m ás e sp ecíficam en te, «lo q u e n o nos d eb em o s los u n o s a los o tro s» ), véase J o h n Sparrow , Too M uch o f a Good Thing, U niver­ sity o f C hicago Press, C hicago, 1977. ** C u a n d o re c o rd a b a esta h isto ria d e los Evangelios y su n o ta b le alcance, m e ve­ n ía ta m b ié n a la m e m o ria lo q u e Ludw ig W ittg en stein dijo d e los E vangelios e n co m ­ p a ra c ió n c o n las tem ibles epístolas d e san Pablo: «En los Evangelios, m e p arec e , to d o es menos pretencioso, m ás h u m ild e , m ás sim ple. A llí hay chozas; e n P ablo hay iglesias. A llí to d o s los h o m b re s so n iguales y Dios m ism o es u n h o m b re ; e n P ab lo hay ya u n a cierta je ra rq u ía , h o n o re s y p o sicio n es oficiales». V éase L. W ittg en stein , Culture and Valué, Blackwell, O x fo rd , 1980, p. 30.


P o s i c i ó n , r e l e v a n c ia f. i l u s i ó n

el sam aritano actuó m otivado p o r la caridad, p o r un «sentim iento de justicia» o por un profundo «sentimiento de justicia al tratar a los otros como iguales». U na vez que se halla en esa situación, está en un nuevo «vecindario». El vecindario que se construye con nuestras relaciones con las personas distantes es algo que tiene am plia relevancia para el en ten ­ dim iento de la justicia en general, y en particular en el m undo con­ tem poráneo. Estamos ligados unos a otros a través del com ercio, la literatura, el lenguaje, la música, las artes, el entretenim iento, la reli­ gión, la m edicina, la sanidad, la política, los m edios de com unicación y otros lazos. M ientras com entaba la im portancia del contacto cre­ ciente en la expansión de nuestro sentimiento de justicia, David H um e decía hace casi un cuarto de milenio: Supongamos una vez más que varias sociedades distintas m antienen un tipo de intercam bio para m utua conveniencia y ventaja, las fronteras de la justicia se extienden aún más, en proporción a la extensión de las opiniones hum anas y a la fuerza de sus conexiones recíprocas6.

La búsqueda de la im parcialidad abierta se basa en «la extensión de las opiniones humanas». Y la creciente «fuerza de sus conexiones recíprocas» hace que «las fronteras de la justicia se extiendan aún más»*. Podem os debatir el alcance que d eberían te n er nuestras p reo cu ­ paciones p o r u n a teoría de la justicia que sea plausible hoy, y no po­ dem os esperar un an im id ad alguna sobre el dom inio apropiado de nuestra cobertura. Pero nin g u n a teoría de la justicia p u ed e ignorar hoy el m undo en tero con excepción de nuestro propio país, ni dejar de te n er en cuenta nuestro extenso vecindario en el ám bito global, incluso si se hacen esfuerzos p ara persuadirnos de que tan sólo de­ bem os ayudar a nuestros vecindarios locales en la superación de la

* La re c ie n te tran sfo rm ac ió n d el m u n d o e n u n lu g a r m u c h o m ás p e q u e ñ o , g ra­ cias a las in novaciones e n las co m u n ic a cio n e s y el tra n sp o rte , y al actual d esarro llo d e los m ed io s globales y las o rg a n izacio n es tran sn acio n ales, h a c e n m uy difícil n o d arse c u e n ta de n u estras ex ten sas c o n ex io n e s a lo larg o y a n c h o del p la n e ta , q u e tie n e n p ro fu n d a s im plicacio n es n o sólo en el c o n te n id o y la fo rm a d e u n a te o ría d e laju sticia (con la cual estoy p rim a ria m e n te c o m p ro m e tid o aq u í) sino ta m b ié n p a ra la p o lí­ tica y la supervivencia globales. V éase tam b ién C hris P a tte n , What Next? Suruiving the Twenty-first Century, A lien L añ e, I o n d re s, 2008.


L a ID E A DK LA J U S T IC IA

injusticia*. Estamos crecientem ente vinculados no sólo p o r nuestras m utuas relaciones económ icas, sociales y políticas, sino tam bién po r las preocupaciones com partidas, inciertas p ero de largo alcance, p o r la injusticia y la inh u m an id ad que desafían nuestro m undo, y la violencia y el terrorism o que lo am enazan. Incluso nuestras frustra­ ciones y m editaciones com partidas sobre el desam paro global p u e­ d en u n ir en lugar de separar. Q uedan muy pocos no vecinos en el m undo actual.

* N uestras m ás am p lias p re o c u p a c io n e s globales co n sisten u n as veces e n e n c o n ­ tra r salidas o rganizadas e n m an ifestacio n es y p ro testas, y otras e n b u scar e x p resio n es m ás apacibles e n c o m e n ta rio s políticos, artícu lo s p erio d ístico s o co n v ersacio n es p e r­ sonales. V olveré a esta cu estió n e n los c a p ítu lo s 15 a 17.


8 . LA RACIONALIDAD Y LAS OTRAS PERSONAS

E n 1638, el gran m atem ático Pierre de Ferm at envió a René Des­ cartes u n docum ento sobre m axim ización y minim ización. El m a­ nuscrito había circulado en París d u ran te unos años antes de ser enviado a Descartes, que no quedó particularm ente im presionado cuando lo recibió. Y sin em bargo, lo que escribió Ferm at fue decisivo para el establecimiento de la disciplina matem ática de la maximiza­ ción y la minimización*. Esta disciplina es im portante para las m ate­ máticas y la filosofía, pero tam bién se em plea m ucho en las ciencias, incluidas las ciencias sociales y en particular la econom ía. La maximización se invoca en la econom ía y en las ciencias socia­ les com o una característica del com portam iento, pero es interesante anotar que el «principio de m ínim o tiempo» de Ferm at en óptica (relativo a la form a más rápida en que puede viajar la luz de u n p u n ­ to a otro), que era u n brillante ejercicio de minimización, no consti­ tuía un caso de conducta consciente, pues no hay volición alguna en la «opción» de la luz p o r un tiem po m ínim o en tre u n p u n to y otro. En efecto, en la física y las ciencias naturales la m aximización ocurre de m anera típica sin un «maximizador» deliberado. La ausencia de elección decisional tam bién se aplica en general a los tem pranos usos analíticos de la maximización y la minimización, incluidos los de la geom etría, que se rem ontan a la búsqueda del «arco más corto»

* Las características analíticas d e la m axim ización y la m in im izació n n o son ese n ­ c ialm en te d iferen te s p u e sto q u e am bas b u sc a n valores «extrem os». E n efecto, u n ejercicio d e m axim ización p u e d e co n v ertirse fácilm en te e n u n o d e m in im izació n m e d ia n te la inversió n d el signo d e la variable e n c u estió n (y viceversa).


La id e a d e l a j u s t i c i a

por los matem áticos griegos y a otros ejercicios de los «grandes geó­ metras» del m undo antiguo, com o A polonio de Pérgamo. En contraste, el proceso de maximización en econom ía se ve ante todo com o el resultado de la elección consciente (aunque al «com­ portam iento habitual de maximización» a veces se le da u n papel), y el ejercicio de la elección racional se interpreta com o la deliberada maximización de lo que una persona tiene la m ejor razón para pro­ mover. Como dice Jo n Elster en su breve, conciso y elegante libro Reason and rationality: «El actor racional es el que actúa p o r razones sufi­ cientes»1. Es, en verdad, difícil evitar el pensam iento de que la racionalidad de la elección tiene u n a fuerte conexión con el razona­ m iento. Y debido a la creencia, más im plícita que explícita, de que el razonam iento tiende a favorecer la maximización de lo que quere­ mos im pulsar o buscar (una idea que no es en absoluto extravagante), dicha maximización se considera central para el com portam iento ra­ cional. La disciplina económ ica em plea el enfoque de la búsqueda «extrema» en form a muy am plia para predecir qué opciones se consi­ deran más factibles, com o la maximización de la utilidad po r parte de los consum idores, la minimización del costo p o r parte de los produc­ tores, la maximización del beneficio p o r parte de las firmas, y así sucesivamente. Esta m anera de pensar acerca de la racionalidad de la elección p u ed e llevarnos, a su vez, a la presunción com ún en la econom ía contem poránea según la cual las elecciones reales de la gente deben considerarse basadas en algún tipo apropiado de maximización. La naturaleza de lo que sería razonable maximizar para la gente debe ocupar entonces u n lugar central en esta investigación sobre la natu­ raleza de la elección racional y la determ inación de la elección real. Existe, sin em bargo, u n a cuestión m etodológica muy básica acer­ ca del em pleo de la maximización en econom ía que requiere alguna atención previa. Se refiere al doble uso del com portam iento de maxi­ mización en econom ía tanto com o dispositivo de predicción (que trata de adivinar lo que es probable que suceda) cuanto com o crite­ rio de racionalidad (que evalúa qué norm as debe seguir la elección para ser considerada racional). La identificación de dos cuestiones diferentes (la elección racional y la elección real), que es hoy u n a práctica com ún en gran parte de la econom ía contem poránea, plan­ tea una cuestión clave acerca de si la elección racional (abstracción h echa de cóm o po d ría ser apropiadam ente caracterizada) sería un


La r a c i o n a l i d a d y l a s o t r a s p e r s o n a s

b u en instrum ento de predicción de lo que realm ente se escoge. Hay obviam ente algo que discutir y exam inar aquí.

L a s d e c is io n e s r a c io n a l e s y l a e l e c c ió n r e a l

¿Están las personas invariablem ente, o incluso típicam ente, guia­ das p o r la razón en lugar de la pasión o el impulso? Si las norm as de conducta racional no son seguidas p o r las personas en su com porta­ m iento real, ¿cómo podem os buscar la misma respuesta para dos cuestiones diferentes: qué sería racional para u n a persona y qué ha­ ría realm ente la persona? ¿Cómo podem os aspirar, p o r regla gene­ ral, a abordar dos preguntas muy diferentes con la misma respuesta exacta? ¿Los econom istas que hacen este doble uso de la maximiza­ ción —a través de razonam iento explícito o de presunción implíci­ ta— no deberían ser invitados a dedicar sus m entes a esta tarea? M uchos econom istas, en efecto, han prestado atención a las des­ viaciones sistemáticas de la racionalidad en las opciones reales he­ chas p o r la gente. U n argum ento invocado p o r H erb ert Simón en esta perspectiva recibe el n o m b re de «racionalidad lim itada»2. Se refiere a la posibilidad de que las personas p u ed an no considerar opciones com pletam ente racionales en todos los casos debido a su incapacidad de concentrarse o de m antenerse firm es o alertas en la búsqueda y el em pleo de la inform ación necesaria p ara el segui­ m iento com pleto de la racionalidad. Varios trabajos em píricos con­ firm an que el com portam iento real de la gente p u ed e apartarse de la com pleta m axim ización de sus fines y objetivos. Existe considera­ ble evidencia, poderosam ente p resentada p o r K ahnem an, Slovik y Tversky, de que la gente puede equivocarse en com prender de m odo adecuado la naturaleza de la incertidum bre asociada a la decisión sobre qué cabe esperar en cada caso concreto con base en las p ru e­ bas disponibles3. Tam bién pued e h ab er lo que en ocasiones se ha llam ado la «de­ bilidad de la voluntad», un tem a que h a recibido la atención de m u­ chos filósofos d u ran te m ucho tiem po: los griegos la llam aban akrasia. U no bien p u ed e saber lo que debe hacer racionalm ente, v sin em bargo no hacerlo. La gente p u ed e com er o b eb er en exceso al p u n to que es consciente de su insensatez o irracionalidad, y sin em ­ bargo puede caer en la tentación. En la literatura económ ica, esto


L a id e a

d e i .a j u s t i c i a

se denom ina «fuerza de voluntad limitada» o «autocontrol insufi­ ciente», y ha recibido tam bién am plia atención de parte de m uchos econom istas, desde Adam Smith en el siglo x v m hasta Thom as Schelling en nuestro tiem po4. Es im portante an o tar que este proble­ m a alude al fracaso de la gente en actuar de m an era en teram en te racional, pero estas desviaciones en el com portam iento real no su­ gieren p o r sí mismas que la idea de racionalidad o sus exigencias deban m odificarse3. La relación entre elección racional y conducta efectiva conecta, en efecto, con una antigua división en la ciencia económ ica, con al­ gunos autores que tienden a pensar que es correcto asum ir que el com portam iento real de la gente seguiría los dictados de la racionali­ dad, m ientras otros perm anecen profundam ente escépticos sobre dicha suposición. Esta diferencia en presunciones fundacionales acer­ ca del com portam iento hum ano, y en particular el escepticismo sobre la posibilidad de considerar racional la conducta real, no ha evitado, sin em bargo, que los economistas m odernos em pleen muy am plia­ m ente la elección racional com o instrum ento de predicción. La su­ posición se usa con frecuencia sin ninguna defensa especial, pero cuando se ofrece alguna, tiende a argum entar que p o r regla general esto está muy cerca de la verdad (a pesar de cierta divergencia bien conocida), o que el supuesto com portam iento es lo suficientem ente útil para el fin en cuestión, que bien puede diferir de buscar la más veraz descripción. Se h an presentado con m ucho entusiasmo, p o r M ilton Friedm an en particular, argum entos que perm iten ciertas desviaciones de la descripción veraz con algún propósito que debe distinguirse de la exac­ titud en la descripción, p o r ejem plo p o r su utilidad en hacer predic­ ciones m ediante modelos simples con buen registro del desem peño6. Friedm an ha llegado a sostener que incluso lo que consideram os descripción «realista» no debería basarse en la veracidad de la des­ cripción sino en «ver si la teoría funciona, lo cual significa que p ro ­ duce suficientes descripciones exactas». Esta es, en efecto, una opinión muy especial sobre el realismo descriptivo y no resulta sorprendente que haya sido fuertem ente criticada, en particular p o r Paul Samuelson (quien la ha llam ado «el efecto F»), No entraré en este debate o en la cuestión subyacente puesto que no son cruciales p ara el tem a de este libro, pero he opinado sobre la controversia y sobre los aspec­ tos m etodológicos en otro lugar7.

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La r a c io n a lid a d y la s o t r a s p e rso n a s

Al escrutar la racionalidad del com portam iento real, hay tam bién algunas im portantes cuestiones de interpretación que algunas veces hacen el diagnóstico inm ediato de la conducta irracional con excesi­ va rapidez8. Es posible, p o r ejem plo, que lo que parece a otros enor­ m em ente irracional e incluso abiertam ente estúpido puede no ser tan inane. El diagnóstico del com portam iento im prudente puede a veces basarse en el fracaso en ver las razones subyacentes bajo las op­ ciones particulares, incluso cuando esas razones existen y son sufi­ cientem ente persuasivas. Dar cabida a la acción irracional es ciertam ente im portante, pero el diagnóstico de irracionalidad puede ser un ejercicio m ucho más com­ plejo de lo que podría parecer9. Lo que im porta para este trabajo no es cualquier presunción de que la gente actúa invariablemente de m ane­ ra racional, sino más bien la idea de que la gente no está alienada del todo con respecto a las exigencias de la racionalidad (aun si se equivoca de cuando en cuando o falla en seguir los dictados de la razón en cada ocasión). La naturaleza del razonamiento al cual la gente puede res­ ponder es más central para este libro que la exactitud de la capacidad de la gente para hacer lo que la razón dicta en cada caso sin excepción. La gente puede responder al razonamiento no sólo en su com porta­ m iento cotidiano, sino también en el pensam iento sobre cuestiones más importantes, como la naturaleza de la justicia y las características de una sociedad aceptable. La capacidad de la gente para considerar y responder a los diferentes tipos de razonam iento (algunos de los cuales pueden ser muy conocidos y otros no) se invoca con frecuencia en estas páginas. La relevancia de ese ejercicio no desaparecería simplemente porque el com portam iento real de la gente pueda fallar en coincidir con la opción racional en cada caso. Lo que im porta para el propósito de la presente exploración es el hecho de que la gente es, en conjunto, capaz de razonar y criticar sus propias decisiones y las de otros. No hay brecha insalvable aquí.

La e l e c c i ó n r a c i o n a l v e r s u s l a l l a m a d a «T E O R ÍA DE LA E LE C C IÓ N RACIO NA L»

Incluso si aceptam os, con o sin reservas, el entendim iento de que la conducta real no estaría desvinculada o sustraída de la influencia de las exigencias de la racionalidad, la gran cuestión de la caracteri­


La i d e a d e l a j u s t i c i a

zación de la elección racional sigue en pie. ¿Cuáles son exactam ente las exigencias de la elección racional? U na respuesta que ha ganado popularidad en econom ía, y más re­ cientem ente en política y en derecho, consiste en que la gente escoge de m anera racional si y sólo si busca con inteligencia su propio interés y nada más. Este enfoque excesivamente estrecho de la elección ra­ cional lleva el ambicioso —y curiosam ente no sectario— nom bre de «teoría de la elección racional» (se la denom ina sólo así, un tanto sor­ prendentem ente, sin ulterior cualificación). En efecto, la m arca «teo­ ría de la elección racional» (o TER) caracteriza la racionalidad de la elección sim plem ente com o u n a sagaz maximización del interés pro­ pio. De algún m odo se da p o r sentado en este enfoque que la gente fallaría en ser racional si no persigue de m anera inteligente sólo su propio interés, sin ocuparse de otra cosa (excepto en la m edida en que esa «otra cosa» pueda facilitar, directa o indirectam ente, la p ro ­ m oción del interés propio). Puesto que los seres hum anos pueden fácilm ente tener razón para prestar tam bién alguna atención a objeti­ vos distintos de la búsqueda obstinada del interés propio, y pueden ver razones en favor de tom ar conocim iento de valores más com pre­ hensivos o de reglas de conducta decente, la TER refleja un entendi­ m iento extrem adam ente limitado de la razón y la racionalidad. No resulta sorprendente que haya una amplia literatura sobre este tema, que incluye varias tentativas de defensa sofisticada del entendi­ m iento de la racionalidad como prom oción del interés propio. U na de las cuestiones de importancia concierne a la interpretación de los actos altruistas basados en el razonam iento de uno: ¿la existencia de u n a de­ term inada razón vista p o r una persona indica que él o ella se beneficia­ ría personalm ente de actuar según esa razón («su propia razón»)? La respuesta tiene que depender de la naturaleza de la razón involucrada. Si una persona encuentra doloroso vivir en una sociedad con grandes desigualdades, y tal es la razón de su esfuerzo para hacer algo que re­ duzca esas desigualdades, entonces su interés propio está claramente mezclado con el propósito social de reducir la desigualdad. Si, de otra parte, una persona quiere reducir la desigualdad, no para calmar el propio dolor al verla sino porque juzga que es mala para la sociedad (sienta o no dolor ante la visión de la desigualdad), entonces el argu­ m ento social debe distinguirse de la búsqueda personal de la ganancia privada. Los diferentes argumentos implicados en esta vasta —y muy investigada— cuestión se exam inan en mi Rationality andfreedom™.

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La r a c i o n a l i d a d y l a s o t r a s p e r s o n a s

Examinaré ahora la visión muy reducida de la racionalidad hum ana desde el exclusivo punto de vista de la búsqueda del interés propio, pero antes me gustaría considerar una propuesta, que he presentado en otro lugar, acerca de cómo puede caracterizarse, de m anera menos restrictiva y más convincente, la racionalidad de la elección. La raciona­ lidad de la opción, en esta perspectiva, es prim ariam ente u n a cuestión de sustentar nuestras elecciones, de m anera explícita o implícita, en el razonamiento que podam os sostener de m odo reflexivo si las somete­ mos al escrutinio de la crítica*. La disciplina de la elección racional, en esta visión, está conectada desde su fundam entación con armonizar nuestras opciones con la investigación crítica de las razones de esa elec­ ción. Las exigencias esenciales de la elección racional se refieren al so­ metim iento de las propias opciones —de acciones tanto como de obje­ tivos, valores y prioridades— al escrutinio razonado. Este enfoque está basado en la idea de un vínculo entre lo que para nosotros sería racional escoger y lo que tenemos razón para escoger. Tener u na razón para hacer algo no es sólo cuestión de convicción sin escrutinio —un fuerte sentimiento instintivo— de que tenemos «exce­ lentes bases» para hacer lo que escogemos hacer. En su lugar, se trata de que investiguemos las razones subyacentes de la elección y determ ine­ mos si las supuestas razones sobreviven al exam en crítico penetrante, que puede asumirse si y cuando la im portancia de tal autoescrutinio se entienda. Las bases de la elección tienen que sobrevivir a la investiga­ ción basada en el razonam iento riguroso (con reflexión adecuada y, si es necesario, diálogo con los otros), con más inform ación si y cuando sea relevante y accesible. No podem os solamente evaluar nuestras deci­ siones de acuerdo con nuestros objetivos y valores; también podem os exam inar la sostenibilidad crítica de tales objetivos y valores11. Esto no es, p o r supuesto, lo mismo que exigir que cada vez que escogemos algo tengam os que e m p ren d er u n am plio escrutinio críti­ co: la vida sería intolerable si la conducta racional exigiera esto. Pero

* C iertas cu estio n es técnicas, in clu id as alg un as m atem áticas, están im plicadas e n el d esarro llo d e esta o p in ió n , p e ro el a rg u m e n to p rin c ip a l p u e d e ser fá cilm en te c o m p re n d id o si la rac io n a lid a d se ve c o m o la c o n fo rm id a d c o n las razo n es q u e p u e ­ d e n su sten tarse tras la crítica y n o sólo tras la visión inicial. P a ra u n a p re se n ta c ió n g e n e ra l y d efen sa d e este en fo q u e , véase m i ensayo « In tro d u c tio n : R ationality a n d F reed o m » , e n Rationality and Freedom (2002). Las cu estio n es m ás técnicas se tra ta n en los ensayos 3 a 7 del m ism o tex to . V éase ta m b ié n R ich ard Tuck, Free Riding, H arv ard U niversity Press, C am b rid g e, 2008.


L a id e a

d f. la ju s t ic ia

puede sostenerse que una elección sería racional sólo si fuera sostenible en caso de hab er u n razonado escrutinio crítico. C uando las razones de u na particular elección quedan establecidas en nuestra m ente a través de la experiencia o la form ación de hábitos, con fre­ cuencia podem os escoger de m odo razonable sin esforzarnos dem a­ siado p o r la racionalidad de cada decisión. No hay nada especial­ m ente contradictorio en estas norm as de conducta razonable (aun cuando a veces podem os ser engañados por hábitos antiguos a los cua­ les estamos atados cuando las nuevas circunstancias exigen u n cam­ bio). U na persona cuya elección habitual para después de la cena suele ser café descafeinado, aun cuando disfruta el café descafeinado m enos que el café regular, puede no actuar de m anera irracional a pesar de no realizar u n exam en razonado en cada ocasión. Su cos­ tum bre puede estar basada en su razonam iento im plícito debido a su entendim iento general de que el café a esa ho ra la m an ten d ría des­ pierta, a juzgar p o r su experiencia pasada. Ella no tiene que recordar en cada ocasión las vueltas que daría en la cam a p o r h ab er bebido café norm al a esa hora. El razonam iento sostenible puede existir sin realizar el escrutinio explícito en cada ocasión. Este enfoque general de la elección racional — que considera que la elección racional es la elección basada en razones sostenibles— les parece tan general a algunos que existe la evidente tentación de pen­ sar que no habría nada que decir sobre él. En efecto, sin em bargo, el entendim iento de la elección racional com o elección basada en razo­ nes sostenibles hace muy fuertes reivindicaciones propias, m ientras rechaza varias reivindicaciones sobre la naturaleza de la «elección ra­ cional». Ciertam ente, considerar la elección racional com o elección críticam ente exam inada es al mismo tiem po exigente y permisivo. Es exigente por cuanto n inguna fórm ula simple (com o la maximización del interés propio) se considera autom áticam ente racional sin som eterse a u n escrutinio severo, que incluye el exam en crítico de los objetos buscados y las restricciones del com portam iento razo­ nable que u no tenga razón para seguir. Por ejem plo, la visión estre­ cha de la racionalidad reflejada en la llam ada elección racional no tendría ninguna reivindicación inm ediata que pudiere ser conside­ rada apropiada. Vale la pena observar aquí que el m arco general de la maximización, que ofrece u n a estructura m atem ática a la escogencia discipli­ nada, es en sí mismo m ucho más am plio que la maximización del in­

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L a r a c io n a l id a d

y la s o t r a s p e r s o n as

terés propio en particular*. Si los fines propios van más allá del interés específico propio y acogen valores más amplios que u n o tiene razón para im pulsar o apreciar, entonces la m aximización del cum plim ien­ to de los fines puede separarse de las exigencias específicas de la maximización del interés propio. Además, si uno tiene razón para aceptar ciertas restricciones autoim puestas para la «conducta decen­ te» (que van desde seguir las reglas p ara la evacuación o rd en ad a sin dar em pellones en el cam ino a la salida cuando suena la alarm a de incendio, hasta prácticas más m undanas com o no precipitarse para ocupar la silla más cóm oda en una reunión social, sin consideración alguna por los dem ás), entonces la maximización de los fines, sujeta a esas restricciones autoim puestas, se puede ajustar a las amplias exi­ gencias de la racionalidad"*. Si el enfoque de la elección racional enten d id a com o «elección críticam ente exam inada» es, en este sentido, más riguroso que el se­ guim iento de la simple fórm ula de la maximización del interés pro­ pio, tam bién es más permisivo en cuanto no excluye la posibilidad de que más de una particular identificación de lo que puede escogerse con razón podría sobrevivir al escrutinio crítico de u n a persona. U na

* La h ab ilid a d d e las m atem áticas d e la m axim ización p a ra a c o g er d ife re n te s ti­ pos d e restriccio n es y v aried ad es d e objetivos (in clu id as las p re feren c ia s d e p e n d ie n ­ tes d e u n re p e rto rio ) se d isc u te n e n m i «M axim ization a n d th e Act o f C hoice», Econometrica, n ú m . 65, 1997. V éase ta m b ié n Rationality and Freedom (2002). D ebo, sin em b arg o , a n o ta r a q u í q u e la c aracterizació n a n alítica d e la m ax im izació n n o cap ta m uy bien la fo rm a e n q u e el té rm in o se u sa e n el len g u aje co loquial. Si m e d ic e n q u e d e b o to m a r a te n ta n o ta d el h e c h o d e q u e «Pablo es u n m a x im izad o r feroz», n o esta­ ría te n ta d o d e p e n sa r q u e Pablo p ersig u e d e m a n e ra in e x o ra b le la m axim ización del b ien social en fo rm a d e sin tere sad a . El u so c o m ú n y p o co h a la g a d o r d e l té rm in o «m axim izador» es m uy c o rre c to d e n tro d e su p ro p io c o n te x to lingüístico, p e ro tie n e q u e ser d istin g u id o d e la ca racterizació n an alítica d e la m ax im ización. ** E n ocasiones, estas reglas d e c o m p o rta m ie n to d e c e n te ta m b ié n sirven al in te ­ rés p ro p io e n el larg o plazo, p e ro la ju stific a ció n p a ra ello n o tie n e q u e esta r basad a sólo e n la b ú sq u e d a d el in te ré s p ro p io . La cu estió n a q u í n o es ta n to si u n a p ráctica sirve al in terés p ro p io (ésa p u e d e ser u n a razó n im p o rta n te e n tre o tras p a ra c u m p lir u n a n o rm a ), c u a n to si u n o tie n e razó n p a ra seg u ir esa reg la (b asad o e n el in te ré s p ro p io o e n cu a lq u ie r o tro fu n d a m e n to ra z o n a d o ). L a d istin ció n es an alizad a e n m i «M axim ization a n d th e a ct o f choice», Econometrica, n ú m . 65, 1997. V éanse ta m b ié n W alter B ossert y K otaro S u zu m u ra, «R ational ch o ic e in g e n e ra l do m ain s» , e n K aushik Basu y Ravi K an b u r (e d s .), Argum entsfor a Better World: Essays in Honor o f Amartya Sen, O x fo rd U niversity Press, O x fo rd , 2009, vol. I, y S h atak sh ee D h o n g d e y P ra sa n ta K. Pattanaik, «Preference, C hoice a n d Rationality: A m artya S en ’s C ritiq u e o f th e T h eo ry o f R ational C hoice in Econom ics», en C h risto p h er W. M orris (ed .), Amartya Sen, C am ­ b rid g e U niversity Press, C am b rid g e, 2009.


La

id e a d e la j u s t ic ia

persona podría ser más altruista que otra sin que n inguna de las dos viole las norm as de la racionalidad. Tam bién podem os en co n trar a u n a persona más razonable que otra, que invoca — quizá de m anera im plícita— lo que nuestra idea de ser «razonable» es en un contexto social (com o ha h e c h o jo h n Rawls), pero eso no haría necesariam en­ te irracional a la segunda persona. A unque las exigencias del escruti­ nio crítico son rigurosas, todavía perm ite u n a variedad de razones ri­ vales que reciben atención disputada*. Existe, em pero, u n a im plicación más bien directa de esta permisibilidad que conviene com entar. Puesto que las exigencias de la elec­ ción racional p u ed en no pro d u cir siem pre la identificación de una sola alternativa, el uso de la elección racional para propósitos predictivos es problem ático. ¿Cómo puede la elección racional señalar lo que sería efectivam ente escogido si hay más de u n a alternativa que se consideraría racional? U na cosa es aceptar la necesidad de en ten d er la naturaleza de la elección racional p o r su im portancia y p o r su rele­ vancia para el análisis de la opción real, y otra cosa muy distinta es esperar que u na com p ren sió n de la racionalidad de la elección p o ­ dría trasladarse de inm ediato a la predicción de la opción real basa­ da en el conjunto de opciones que se consideran todas racionales, incluso si se supone que los seres hum anos perseveran invariablemen­ te en opciones racionales. La posibilidad de la pluralidad de razones sostenibles no es sólo im po rtante p o r hacer justicia a la racionalidad, sino tam bién p o r separar la idea de elección racional de su función putativa com o simple instrum ento de predicción de la opción real, com o se h a em ­ pleado am pliam ente en la econom ía prevaleciente. Incluso si cada opción efectiva resulta ser invariablem ente racional en el sentido de ser sostenible m ediante el escrutinio de la crítica, la pluralidad de la elección racional h ace difícil o b ten er, a p a rtir de la sola idea de racionalidad, u n a única predicción sobre la elección real de u n a persona.

* V éanse ta m b ié n G eo rg e A kerlof, «E conom ics a n d identity», Quarterly Journal o f Economics, n ú m . 115, 2000; J o h n Davies, Theory o f the Individual in Economics: Identity and Value, R o u ü ed g e, L o n d res, 2003, y R ich a rd H . T h a le r y Cass R. S u n stein , Un pe­ queño empujón (Nudge), T aurus, M adrid, 2009.


L a r a c io n a l id a d

y las o tr a s per so n a s

E l e s t r e c h a m i e n t o d e l a e c o n o m í a PR EV A LEC IEN TE

En Mathematical Psychics, su libro clásico de teoría económica, el no­ table econom ista Francis Edgeworth, tal vez el mayor teórico de la eco­ nom ía a finales del siglo x ix , hablaba sobre u n a interesante dicotomía entre la presunción del com portam iento hum ano en la cual se basaba su análisis económ ico (en com ún con la tradición de la econom ía en curso) y su propia creencia en la naturaleza real del com portam iento individual12. Edgeworth observaba que «el prim er principio de la eco­ nom ía es que cada agente actúa sólo p o r interés propio». El no iba a apartarse de esa tesis, al m enos en su teoría form al, aun cuando creía que el ser hum ano contem poráneo es «en gran m edida u n egoís­ ta im puro, u n utilitarista mixto». Si nos molesta un poco que u n eco­ nomista tan grande dedicara parte tan im portante de su vida y de su poder de análisis a desarrollar u n a línea de investigación cuyo «primer principio» consideraba falso, la experiencia de la teoría económ ica en el siglo siguiente nos ha acostum brado más a esta particular disonan­ cia entre creencia y presunción. La presunción del egoísmo absoluto del ser hum ano ha llegado a dom inar la teoría económ ica prevalecien­ te, mientras muchos de los grandes practicantes de la disciplina han expresado tam bién serias dudas sobre la veracidad de tal suposición. Esta dicotomía, sin em bargo, no ha estado siem pre presente en la econom ía. Los prim eros autores de la m ateria, com o Aristóteles y los cultores medievales de la disciplina (como santo Tomás de Aquino, Guillermo de O ckham y M aim ónides), consideraban la ética como parte im portante de la com prensión del com portam iento hum ano y atribuyeron a sus principios u n papel relevante en las relaciones so­ ciales*. Esto es aplicable tam bién a los economistas de la tem prana m odernidad (como William Petty, Gregory King, François Quesnay y otros), quienes se ocuparon m ucho, en distintas formas, del análisis ético. Lo mismo pued e predicarse —y de m anera m ucho más articula­ da— del pensam iento de Adam Smith, el padre de la econom ía mo­ * Me refiero a q u í a las trad ic io n e s o ccid e n tales, p e ro lo p ro p io cab e d e c ir de otras tradiciones. P o r e jem p lo , Kautilya, el e co n o m ista p o lítico in d io del siglo iv a n ­ tes de C risto y co n te m p o rá n e o d e A ristóteles, h a b ía d iscu tid o el p a p e l d el c o m p o rta ­ m ie n to ético en el éx ito eco n ó m ic o y po lítico , a u n c u a n d o e ra m uy escép tico sobre el alcance efectivo d e los sen tim ie n to s m o rales. V éase Kautilya, The Arlhasastra, Peng u in Books, H am m o n d sw o rth , 1992. V éase ta m b ién el cap ítu lo 3.


I.A ID E A D L LA J U S T I C I A

derna. A m enudo se ve a Smith com o un defensor de la presunción sobre la búsqueda exclusiva del interés propio, en la form a del llama­ do «hom bre económ ico». En efecto, Smith discutió en detalle las li­ m itaciones de la suposición sobre una búsqueda universal del interés propio. Señaló el hecho de que el «amor propio», com o llam aba al im pulso subyacente detrás del com portam iento estrecho basado en el interés propio, podría ser tan sólo u n a de las m uchas motivaciones de los seres humanos. El distinguía claramente entre las diferentes ra­ zones para ir contra los dictados del am or propio e incluía inter alia las siguientes: Simpatía («las acciones más humanas no requieren abnegación, ni autocontrol, ni gran ejercicio del sentido de prioridad» y «consisten tan sólo en hacer lo que esta exquisita simpatía nos impulsaría espontánea­ mente a hacer»); Generosidad («es por otra parte con generosidad», cuando «sacrifica­ mos cierto grande e importante interés propio a un interés igual de un amigo o un superior»); Espíritu público («cuando él compara esos dos objetos entre sí, no los ve a la luz en la que se le aparecen naturalmente, sino como aparecen a la nación por la que lucha»)13. La sim patía básica de u n a persona puede, en m uchos casos, llevar­ la de m anera espontánea a hacer cosas buenas p o r otros, sin abnega­ ción implícita, pues la persona disfruta avadando a otros. En otros casos, él puede invocar al «espectador imparcial» (una idea que ya he estudiado) para guiar «los principios de su conducta»14. Esto per­ m itiría la consideración del «espíritu público» y de la «generosidad». Smith discutió am pliam ente la necesidad del com portam iento no centrado en el interés propio y sostuvo que, m ientras la «prudencia» era «de todas las virtudes la más útil para el individuo», tenem os que reconocer que «la hum anidad, la justicia, la generosidad y el espíritu público son las cualidades más útiles para los otros»15. La interpretación de Smith ha sido un auténtico cam po de batalla. A pesar de su frecuente discusión sobre la im portancia de las motiva­ ciones distintas del interés propio, de alguna m anera adquirió la re­ putación de ser un cam peón de la búsqueda única del interés propio p o r todos los seres hum anos. Por ejem plo, en dos ensayos muy cono­ cidos y bien sustentados, el famoso econom ista George Stigler de Chi­

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I,A R A C IO N A L ID A D Y LAS O T R A S P E R S O N A S

cago h a presentado su «teoría del interés propio» (que incluye la creencia según la cual «el interés p ropio dom ina a la mayoría de los hom bres») com o «de estirpe sm ithiana»lb. Stigler no es idiosincrási­ co en este diagnóstico: ésta es, en efecto, la visión dom inante de Smith que ha sido vigorosamente prom ovida p o r muchos autores que lo in­ vocan de m anera constante para sustentar su propia visión de la so­ ciedad17. Esta pizca de mala interpretación de Smith ha encontrado incluso u n espacio en la literatura inglesa a través de u n a copla de Stephen Leacock, quien era literato y economista: Adam, Adam, Adam Smith, escucha mi porfía. ;No decías en clase un día que el egoísmo paga? De doctrinas aciagas ésta gana la lid18.

M ientras algunos hom bres nacen pequeños y otros alcanzan la pequeñez, es claro que Adam Smith ha tenido que soportar m ucha p equeñez19. U n razón para esta confusión tiene que ver con la tendencia de m uchos econom istas a concentrarse en un problem a diferente, esto es, la tesis de Smith según la cual para explicar la motivación del in­ tercam bio económ ico en el m ercado no tenem os que invocar más objetivo que la búsqueda del interés propio. En su más famoso y cita­ do pasaje de La riqueza de las naciones, Smith escribió: «No es de la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero que podem os esperar nuestra cena, sino de su preocupación p o r su propio interés. No nos dirigimos a su h u m anidad sino a su am or propio...»20. El car­ nicero, el cervecero y el panadero quieren conseguir nuestro dinero al darnos la carne, la cerveza o el pan que ellos hacen, y nosotros los consum idores querem os su carne, su cerveza y su pan, y estamos dis­ puestos a pagar p o r ellos con nuestro dinero. El intercam bio nos be­ neficia a todos, y no tenem os que ser altruistas delirantes para que tales intercam bios funcionen. En algunas escuelas de econom ía, los lectores de Smith no pare­ cen ir más allá de estos breves renglones, aun cuando esa discusión está dirigida sólo a u n a cuestión muy específica, a saber, el intercam ­


L a ID E A D E l a j u s t i c i a

bio (y no la producción o la distribución), y en particular la motiva­ ción subyacente del intercam bio (y no lo que sustenta el intercam bio norm al, com o la confianza). En el resto de los escritos de Smith hay extensas discusiones sobre la función de otras motivaciones que in­ fluyen en la acción hum ana. Smith tam bién planteó el argum ento según el cual a veces la con­ ducta m oral tiende a ad o p tar la form a del simple acatam iento de las convenciones establecidas. M ientras él observaba que los «hombres de reflexión y especulación» p u ed en advertir la fuerza de algunos de estos argum entos m orales con más facilidad que «el grueso de la hum anidad»21, no hay en la obra sm ithiana indicación alguna sobre el fracaso sistemático de la gente en recibir la influencia de las consi­ deraciones m orales al decidir sobre su conducta. Im porta subrayar, sin em bargo, que Smith reconoce que incluso cuando nos motivan las im plicaciones de los argum entos morales, p u ed e que no los vea­ mos en esa form a explícita y que percibam os nuestras elecciones com o actuaciones conform es con las prácticas establecidas en nues­ tra sociedad. Como lo planteaba en su Teoría de los sentimientos mora,les: «Muchos hom bres se com portan muy d ecentem ente y a través de todas sus vidas evitan cualquier grado considerable de culpa, quizá p orque n u n ca sintieron el sentim iento sobre cuya conveniencia fun­ dam os nuestra aprobación de su conducta, sino que actuaron p o r m era consideración a lo que veían com o reglas establecidas de com ­ portam iento»22. Este énfasis en el p o d er de las «reglas establecidas de com portam iento» desem peña u n papel muy im portante en el análisis sm ithiano de la conducta hum ana y sus im plicaciones socia­ les. Las reglas establecidas no están confinadas a seguir los dictados del am or propio. Sin em bargo, m ientras Smith era perfectam ente claro sobre la im­ portancia de u na variedad de motivaciones que, de m anera directa o indirecta, m ueven a los seres hum anos (como se com entó al com ien­ zo de este capítulo), una gran parte de la econom ía m o d ern a h a sido engañada p o r la simplicidad de ignorar todas las motivaciones distin­ tas de la búsqueda del interés propio, y la m arca «teoría de la elec­ ción racional» ha convertido esta falsa uniform idad del com porta­ m iento hum ano en el principio básico de la racionalidad. Paso ahora a esa conexión.


L a R A C IO N A L ID A D Y L A S O T R A S P E R S O N A S

I n t e r é s p r o p io , s im p a t ía y c o m p r o m is o

Aun cuando la llam ada «teoría de la elección racional» considera que la racionalidad de la elección está caracterizada p o r la búsqueda inteligente del interés propio, no necesita descartar la posibilidad de que u n a persona pueda sentir sim patía o antipatía hacia otras. En u n a versión más restringida de la TER (crecientem ente pasada de m o d a ), a veces se supone que las personas racionales no sólo tienen que ser egoístas sino tam bién estar distanciadas de los otros, al p u nto de no verse afectadas p o r sus logros o su bienestar. Pero interesarse p o r los otros no requiere que la gente se haga m enos egoísta (o no implica «abnegación», como diría Smith), si la gente term ina prom o­ viendo su propio bienestar u obteniendo su alegría o su sufrimiento del bienestar de los demás. Hay u n a diferencia significativa, prim ero, en­ tre advertir de qué m anera el bienestar propio es afectado p o r las circunstancias de los otros y buscar entonces exclusivamente el pro­ pio bienestar (incluido lo que resulta de la reacción a las vidas ajenas), y segundo, apartarse de la b ú sq u ed a obstinada del p ro p io bienes­ tar. El prim ero es todavía parte de la más am plia historia del com­ portam iento centrado en el interés propio y puede encajar dentro del enfoque de la TER. Hace más de treinta años, en u n ensayo titulado «Tontos raciona­ les» (fue mi C onferencia H erb ert Spencer en O xford), traté de ex­ plorar la distinción entre «simpatía» y «compromiso» como bases po­ sibles de la conducta altruista*. La sim patía (que incluye la antipatía cuando es negativa) alude a «la afectación del bienestar de u n a per­ sona p o r la posición de otros» (por ejemplo, u n a persona puede sen­ tirse deprim ida p o r la contem plación de la miseria de otros), m ien­ tras que el com prom iso se refiere a la ru p tu ra del fuerte vínculo entre el bienestar individual (con o sin simpatía) y la opción por la acción (por ejemplo, com prom eterse a elim inar alguna miseria aunque uno

* A. Sen, «R ational Fools: A C ritique o f th e B ehavioural F o u n d atio n s o f E conom ic T heory», Philosophy and Public Affairs, n ú m . 6, 1977, re e d ita d o e n Choice. Welfare and Measurement, Blackwell, O x fo rd , 1982, y ta m b ié n e n J a n e J. M ansbridge ( e d .), Beyond Self-interest, U niversity o f C h icago Press, C hicago, 1990. Esta d o b le d istin ció n e n tre sim p atía y co m p ro m iso , a u n q u e m u c h o m en o s a rtic u la d a q u e la d iferen c ia c ió n m ulticategorial d e A dam S m ith e n tre varias distin tas m otivaciones, q u e va en c o n tra d e la d o m in a c ió n de u n a b ú sq u e d a e stre c h a d el in te ré s p ro p io , está o b v iam en te m uy ins­ p ira d a e n el análisis sm ith ian o .


L a ID L A D h LA J U S T IC IA

personalm ente no la padezca) 23. La sim patía puede com binarse con el com portam iento centrado en el propio interés, y es incluso com ­ patible con lo que Adam Smith llam aba «am or propio». Si uno trata de elim inar la miseria de los otros sólo p orque —y sólo en la m edida en que— afecta el propio bienestar, esto no significa u n a desviación del am or propio com o la única razón aceptada para la acción*. Pero si u no está com prom etido, digamos, a hacer lo que p u ed a p o r elimi­ nar la miseria de otros —esté o no afectado el propio bienestar y no sólo en la m edida en que lo esté— , entonces hay u n a clara separa­ ción del com portam iento centrado en el interés propio. U no de los principales arquitectos de la teoría contem poránea de la elección racional, el profesor Gary Becker, ha ofrecido una lúcida exposición de la TER en su form a más am plia al dar cabida sistemáti­ ca a la simpatía por los otros com o parte del sentim iento hum ano, sin apartarse de la búsqueda exclusiva del interés propio. En efecto, la gen­ te no necesita estar centrada en sí misma para estar interesada en sí misma, y puede tom ar nota de los intereses de los otros d entro de su propia utilidad. Pero el nuevo análisis de Becker en Accountingfor tastes [Explicar los gustos] (1996), aunque explora m ucho terreno nuevo, no se aparta en m anera fundam ental de las creencias básicas que ha­ bía presentado antes en su clásico y citado libro TheEconomic approach to human behavior [El enfoque económ ico del com portam iento hum a­ no] (1976): «Todo com portam iento hum ano implica participantes que (1) maximizan su utilidad, (2) form an un conjunto estable de pre­ ferencias y (3) acum ulan una cantidad óptim a de inform ación y otros insumos en una variedad de mercados»24. Lo que realm ente im porta para el enfoque de la TER, sin ningu­ na restricción innecesaria, es que la m áxim a de la elección p ropia en m ateria de com portam iento no es otra cosa que el propio interés o bienestar, y esta suposición clave es com patible con el reconoci­

* T h o m as N agel h izo ta m b ié n o tra im p o rta n te d istin ció n en su crítica p io n e ra de la exclusiva co n fian za e n el c o m p o rta m ie n to c e n tra d o e n el p ro p io in te ré s (The Possünlily o f Allruism, C la re n d o n Press, O x fo rd , 1970), e n tre el caso d e u n a p e rso n a q u e p u e d e b en eficiarse d e la acció n altru ista p e ro n o e m p re n d e d ic h a acció n p o r esa razón, y el caso de u n a p e rso n a q u e ac o m e te tal acción p re c isa m en te p o rq u e esp era b en eficiarse d e ella. A u n c u a n d o sólo d esd e el p u n to d e vista d e las o p cio n es o b se r­ vadas, sin n in g ú n escru tin io m otivacional, los dos casos p u e d e n p a re ce rse m u c h o , de todas m an e ra s es im p o rta n te o bservar q u e el ú ltim o en caja d e n tro d el e n fo q u e g e n e ­ ral d e la TER, basada e n el in terés p ro p io , y el p rim e ro no.

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L a r a c io n a l id a d y l a s o t r a s p e r s o n a s

m iento de que varias influencias sobre el propio interés o bienestar p u eden provenir de las vidas y el bienestar de otros. Así, la «función de utilidad» de Becker, en la cual se ve a la persona em peñada en la maximización, vale tanto com o m áxim a de la persona para la elec­ ción razonada cuanto com o representación del interés propio de la persona. Esta congruencia es muy im portante para muchos de los aná­ lisis económicos y sociales que adelanta Becker. Para la TER, entonces, con su énfasis en la búsqueda del interés propio com o la única base racional de elección, podem os dar cabida fácilmente a la simpatía pero debem os evitar el compromiso: hasta ahora y no más allá. La am pliación de la TER propuesta p o r Becker, a partir de la versión restringida prevaleciente hasta entonces, es cierta­ m ente bienvenida, pero tenem os que observar tam bién lo que esta nueva form ulación todavía deja p o r fuera. En particular, no da cabida a ninguna razón que pueda conducir a la búsqueda de un objetivo distinto del propio bienestar (por ejemplo, «no im porta lo que me suceda, tengo que ayudarla» o «estoy dispuesto a sacrificar m ucho en la lucha por la independencia de mi país») o incluso a separarse de la búsqueda exclusiva del propio fin (por ejemplo, «éste es mi objetivo, pero no debo prom overlo de m anera obsesiva, pues tam bién debo ser justo con los dem ás»). Quizá el problem a más im portante que convie­ ne aclarar aquí, en el contexto de esta discusión sobre razón y racio­ nalidad, es que la TER, incluso en su form a más amplia, no sólo debe presum ir que la gente no tiene en la práctica fines distintos de la bús­ queda de su propio bienestar, sino tam bién suponer que la gente vio­ laría las exigencias de la racionalidad si diera cabida a objetivos o mo­ tivos diferentes a la búsqueda obstinada de su propio bienestar, tras tom ar atenta nota de todos los factores externos que influyen en él*.

* V éase tam b ié n el im p o rta n te ensayo d e C h ristin e Jolls, Cass S un stein v R ich ard T haler, «A B ehavioral A p p ro ach to Law a n d Econom ics», Stanford Laxo Rrvinv, n ú m . 50, 1998. Jolls, S unstein y T h a le r avanzan m u c h o en la perspectiva d e re d u c ir la cara c te­ rización egoísta del in terés p ro p io , y sus su g eren cias d e e x te n sió n tie n e n plausibilidad em pírica y valor explicativo. P ero en su ensayo ya n o son hostiles a la c o n g ru en cia básica ele (1) el b ien e sta r p ro p io (con to d as las sim patías y an tip atías c o n sid e ra d a s), y (2) la m áxim a em p le a d a p a ra la elecció n razo n ad a. La crítica d e estos a u to res es e n to n c e s u n a im p o rta n te c o n trib u c ió n al d e b a te «d en tro » d e la c o n c e p c ió n básica d e rac io n a lid a d fo rm u la d a en la versión m ás am p lia d e la TER. H e e x a m in a d o el al­ cance y los lím ites d e la crítica d e Jolls, S u n stein y T h a le r en el ensayo in tro d u c to rio d e Rationality and Freedom


La id e a d e l a j u s t i c i a

C o m p r o m is o s y o b je t iv o s

Es fácil observar que no hay nada particularm ente inusual o irra­ cional en u na persona que elige perseguir u n objetivo que no está re­ ducido de m anera exclusiva a su propio interés. Como anotaba Adam Smith, tenem os diferentes motivaciones que nos conducen m ucho más allá de la búsqueda obsesiva de nuestro interés. No hay nada con­ trario a la razón en nuestra disposición de hacer cosas que no son en­ teram ente egoístas. Algunas de estas motivaciones, com o «hum ani­ dad, justicia, generosidad y espíritu público», incluso pu ed en ser muy productivas para la sociedad, com o señaló Smith*. T iende a haber, sin em bargo, más resistencia a aceptar la posibili­ dad de que la gente p u ed a ten er buenas razones para ir más allá de la búsqueda de sus propios fines (estén o no dichos fines basados sólo en el interés propio). El argum ento dice así: si usted no persigue de m anera consciente los fines que considera propios, entonces es claro que ésos no p u eden ser realm ente sus fines. En efecto, m uchos auto­ res h an asum ido la posición según la cual la afirm ación de que uno puede ten er razón en no limitarse a la búsqueda de los propios fines es «absurda puesto que incluso agentes fuertem ente heterogéneos o altruistas no p u eden seguir los fines de otras personas sin convertir­ los en propios»**. Hay que enfatizar aquí que si se niega que la racionalidad exige que un o actúe de m anera obsesiva para perseguir los propios fines (sujeto sólo a las restricciones que no son autoim puestas), no necesi­ ta dedicarse a la prom oción de los fines de otros. Podem os razonar n u estra elección de reglas decen tes de co m p o rtam ien to que co n ­ sideram os tam bién justas para los demás, lo cual puede restringir la

* Teoría de los sentimientos morales. S m ith c o n sid e ra varias razo n es p a ra d a r cab id a a u n a v aried ad d e tales m otivaciones, in clu id as la atra c ció n m o ral, la gracia d e la c o n ­ d u c ta y la u tilid a d social. ** Así es co m o F a b ien n e P e te r y H an s B e rn h a rd S ch m id re su m e n u n a lín e a d e crítica a la desviación co n re sp ecto a la «elección d el fin p ro p io » e n su ensayo in tro ­ d u c to rio a u n a m uy in te re sa n te c o m p ilació n d e estu d io s so b re este y o tro s tem as co­ nexos: «Sym posium o n ratio n ality a n d co m m itm en t: In tro d u c tio n » , Economics and Philosophy, n u m . 21, 2005. Mi tra ta m ie n to d e esta o b jeció n se basa e n m i resp u e sta a u n a am p lia colección d e ensayos e d ita d o s p o r P e te r y S ch m id (co n sus p ro p ias e im ­ p o rta n te s co n trib u c io n e s so b re el tem a) e in c lu id a en ese v o lum en: «R ational ch o i­ ce: D iscipline, b ra n d n a m e a n d su bstance», e n F. P e te r y H . B. S ch m id (eds.), Ratio­ nality and Commitment, C la re n d o n Press, O x fo rd , 2007.


La r a c i o n a l i d a d y l a s o t r a s p e r s o n a s

hegem onía de la búsqueda obsesiva de nuestros fines. No hay nada de particularm ente misterioso en nuestro respeto a las reglas razona­ bles de conducta, las cuales p u ed en cualificar la persecución de lo que, ju sta y razonablem ente, vemos com o fines que en general nos gustaría promover. Considerem os u n ejem plo de tal restricción que no nos obliga a asum ir los fines de otros com o nuestros «fines reales». Usted viaja en avión durante u n día soleado y está en u n asiento ju n to a la ventanilla, con la persiana levantada. Es entonces cuando escucha a su com pa­ ñero del asiento de al lado, ju n to al pasillo, pedirle el favor de bajar la persiana de la ventanilla de suerte que él p u ed a ver m ejor la p anta­ lla de su o rd en ad o r para dedicarse p o r en tero a ju g a r a u n juego. Usted conoce el ju eg o , que en su opinión es muy tonto y constituye una pérdida de tiempo. En general, usted siente m ucha frustración p o r la ignorancia prevaleciente a su alrededor y piensa que la gente d ebería leer las noticias p ara enterarse de lo que ocurre en Irak, Afganistán o su ciudad de residencia, en lugar de ju g a r a juegos ton­ tos. Pero usted decide, sin em bargo, com portarse bien y atiende la solicitud del pasajero del pasillo y baja la cortina de la ventanilla. ¿Qué podem os decir de su opción? No es difícil en ten d er que us­ ted no se opone a ayudar a su vecino —o a cualquiera— para que busque su bienestar, pero sucede que usted no piensa que el bienes­ tar de su vecino esté, en efecto, bien servido con su p érd id a de tiem ­ po —y con su ayuda para que pierd a su tiem po— en u n ju eg o muy estúpido. U sted está, en efecto, en teram en te dispuesto a prestarle su ejem plar del New York Times, cuya lectura está convencido de que p uede ser m ucho m ejor para la edificación espiritual y el bienestar de su vecino. Su acción no es u n corolario de nin g u n a búsqueda ge­ neral del bienestar. La cuestión aquí puede ser más bien si usted debería im poner — o resistirse a elim inar— barreras para la persecución de los fines de otras personas, cuando tales fines no son malignos en ningún senti­ do, incluso si —com o en este caso— usted piensa que no son idóneos p ara prom over su propio bienestar. Quizá usted es reacio, p o r regla general, a no ayudar a su vecino (sin im portar lo que usted piense de sus fines). O tal vez juzga que, m ientras ten er el asiento ju n to a la ventanilla im plica el control de la persiana, esta ventaja incidental no d ebería usarla sin ten er en cuenta lo que otros quieren hacer y cómo les afectaría su decisión sobre la persiana de la ventanilla (aun cuan­


I.a id e a

d e i a ju s t ic ia

do usted mismo estuviera disfrutando del sol que ah o ra quedaría bloqueado y aun cuando usted piense muy poco en el fin que el otro individuo quiere perseg u ir). Estos argum entos pu ed en invocarse explícitam ente o considerse im plícitam ente en su decisión, pero ¿sería correcto pensar que su conducta, bajo la influencia de la sociedad, m uestra que su objetivo es ayudar a otros a perseguir sus propios fines, sin im portar lo que usted piense de ellos? Gracias a su aceptación de las norm as sociales de conducta, ciertam ente usted ha term in ad o ayudando al indivi­ du o de al lado a perseguir su propio fin. Pero de seguro sería m ucho decir que o su objetivo es ayudar al máximo a otros a perseguir sus pro­ pios fines, o que los fines de ellos se han convertido de algún m odo en los suyos («Gracias a Dios, no», usted suspira con alivio). En su lu­ gar, usted tan sólo sigue u n a norm a de b u ena conducta que p o r ca­ sualidad aprueba (dejar que los otros hagan lo que realm ente quie­ ren), lo cual constituye una restricción autoim puesta de la conducta que acepta en su decisión de qué hacer. No hay nada muy peculiar o tonto o irracional en su decisión de «dejar que los otros sean». Vivimos en un m undo en el cual hay m u­ chas otras personas, y podem os darles espacio para su propio estilo de vida sin adoptarlo com o algo bueno que tenem os que promover. El com prom iso pu ed e asum ir la form a no sólo de desear la persecu­ ción de fines que no son dependientes o egoístas, sino tam bién de seguir reglas de com portam iento pasable e incluso quizá generoso, que restrinja nuestra inclinación a guiarnos únicam ente p o r la pro­ m oción de nuestros propios fines, sin consideración p o r su im pacto en los otros. Ser considerado con los deseos y proyectos de los otros no tiene que verse com o una violación de la racionalidad.


9. La p l u r a l i d a d

d e ra z o n e s im p a rc ia le s

E n el capítulo anterior se ha sostenido que no hay nada extraordi­ nario o irracional en hacer elecciones y tom ar decisiones que exce­ dan los estrechos límites de la búsqueda exclusiva del interés propio. Los fines de la gente pu ed en ir más allá de la prom oción solitaria del interés propio, y sus opciones pueden incluso ir más allá de la perse­ cución obsesiva de sus fines personales, movida quizá p o r alguna preo­ cupación p or la decencia en el com portam iento, y sin im pedir que los otros tam bién persigan sus fines. La insistencia de la TER en definir la racionalidad sim plem ente com o la prom oción inteligente del interés propio supone devaluar el razonam iento hum ano. La conexión en tre la racionalidad de la elecciones y la sostenibilidad de las razones detrás de la elección se ha discutido en el capí­ tulo precedente. En este entendim iento, la racionalidad es prim a­ riam ente u na cuestión de basar, explícita o im plícitam ente, nuestras elecciones en el razonam iento que podem os sustentar de m anera reflexiva, y exige que nuestras opciones, al igual que nuestras accio­ nes y finalidades, valores y prioridades, p u ed an sobrevivir a nuestro serio escrutinio crítico. Se discutió tam bién p o r qué no hay funda­ m ento particular p ara im aginar que cada motivación distinta de la persecución del interés propio tiene de algún m odo que ser guilloti­ nada p o r tal escrutinio crítico. Sin em bargo, m ientras la racionalidad de la elección p u ed e per­ m itir motivaciones no egoístas, la racionalidad en sí no lo exige. M ientras no hay nada extraño o irracional en alguien movido p o r su preocupación p o r los otros, sería más difícil alegar que hay alguna necesidad u obligación de sustentar dicha preocupación en la sola


La

i d e a i >l l a j u s t i c i a

racionalidad. Podem os ten er razones sostenibles p ara la acción, que reflejen nuestras inclinaciones y nuestras propias líneas individuales de autoescrutinio. La racionalidad com o característica del com por­ tam iento para la elección no excluye ni al dedicado altruista ni al ra­ zonado buscador de la ganancia personal. Si Mar}- decide, en form a inteligente y persuasiva, buscar su idea del bien social, incluso con gran sacrificio para sí misma, sería difícil considerarla, por esa razón, irracional. Y sin em bargo, la acusación de irracionalidad puede ser difícil de sustentar contra Paul, aun si fuere un m axim izador práctico del interés propio, siem pre que sus valores, prioridades y opciones sobrevivieran a su propio escrutinio serio*. El com prom iso con los intereses de otros puede ser simple­ m ente m enos im portante para Paul que para Mary*'. Bien podem os pensar que Paul es u n a persona m enos «razonable» que Mary, pero com o Jo h n Rawls decía, ésta es una cuestión diferente de la irracio­ nalidad com o tal1. La racionalidad es, en efecto, una disciplina más bien permisiva, que exige la p rueba del razonam iento, pero perm ite que el razonado autoescrutinio adopte formas muy diferentes, sin im poner necesariam ente n inguna gran uniform idad de criterio. Si la racionalidad fuera u n a iglesia, sería una iglesia más bien amplia. En efecto, las exigencias de la razonabilidad, tal com o las ha caracte­ rizado Rawls, tienden a ser más rigurosas que los requerim ientos de k m era racionalidad . i• i

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* Paul te n d ría q u e to m a r a te n ta n o ta , e n tre o tras c o n sid eracio n es, d el h e c h o d e q u e u n a b ú sq u e d a p rác tic a d el a m o r p ro p io p u e d e a fectar d e m a n e ra adversa sus re­ laciones co n otros, lo cual p o d ría ser u n a p é rd id a inclu so p o r razo n es egoístas. ** El té rm in o «racional» p e rm ite u n a d istin ció n ad icio n al q u e h a sido lú c id a m e n ­ te p la n te a d a p o r T h o m as S canlon: (1) lo q u e u n a p e rso n a tie n e m ás ra zó n p a ra h a ­ cer, y (2) lo q u e u n a p e rs o n a tie n e q u e h a c e r p a ra n o ser irra c io n al. V éase T. Scan­ lon, What We Owe toEach Other, H a rv a rd U niversity Press, C am b rid g e, 1998, p p . 25-30. M ary y Paul p o d ría n ser c o n sid e ra d o s racio n ales e n am b o s sen tid o s. Subsiste, e m p e ­ ro, la cuestió n ad icio n al d e las so sten ib ilid ad d e las razo n es invocadas, q u e resu lta ce n tra l p a ra la id ea d e la ra c io n a lid a d c o m o se la e n tie n d e e n este lib ro (véase el ca­ p ítu lo 8), y es m ás a m p lia m e n te e stu d ia d a e n m i Rationality and Freedom (2002). *** Sin em b arg o , al ilu stra rla «d istinción fam iliar e n tre raz o n a b ilid a d y racio n ali­ dad», T h o m as S canlon d a u n eje m p lo q u e p a re c e ir e n d ire cc ió n c o n tra ria (What We Owe toEach Other, pp. 192-193). U n a p e rso n a, señ ala S can lo n , p u e d e e n c o n tra r u n a posible o b jeció n a q u e el c o m p o rta m ie n to d e u n a p e rso n a p o d e ro sa sea e n te ra m e n ­ te «razonable», y sin e m b a rg o p u e d e d e c id ir q u e sería «irracional» e x p re sar esa d e ­ n u n c ia d e b id o a la p ro b a b le c ó le ra d e esa p erso n a: así, u n a d e c la rac ió n ra z o n a b le n o re q u ie re , ra c io n a lm e n te , ser e x p re sa d a e n esas circu n stan cias. Hay, m e p a re c e , dos cu estio n es distintas q u e se re ú n e n aq u í. P rim e ra , las respectivas exig en cias d e racio­

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La p l u r a l i d a d d e r a z o n e s im p a rc ia i.e s

Las exigencias del escrutinio tendrían que ser acentuadas y ajusta­ das cuando nos movemos de la idea de racionalidad a la de razonabi­ lidad, si seguimos de m anera general a Jo h n Rawls en su interpreta­ ción de esa distinción. Como se vio en el capítulo 5 («Imparcialidad y objetividad»), la idea de objetividad en la razón y la conducta prácti­ cas puede ser ligada de m anera sistemática a las exigencias de la im­ parcialidad. A partir de aquí, podem os considerar que el criterio rele­ vante de la objetividad de los principios éticos está vinculado a su defendibilidad en u n marco abierto y libre de razonam iento público*. Las perspectivas, las evaluaciones y los intereses de otras personas ten­ drían un papel aquí en u n a form a que la sola racionalidad no tiene que exigir**. Sin em bargo, tenem os que investigar más de cerca la idea de defendibilidad en el razonam iento con los otros. ¿Qué exige la defendibilidad y p o r qué?

Lo Q UE LOS O TR O S N O PU ED EN O BJETA R R A ZO NA BLEM ENTE En La vida y la muerte del reyJuan, de William Shakespeare, Felipe el Bastardo observa que nuestra evaluación general del m undo está con frecuencia bajo la influencia de nuestros propios intereses especiales:

n alid ad y razo n ab ilid a d so n d ife re n te s y n o tie n e n q u e c o in c id ir (y yo te n d e ría a ale­ gar, e n g en eral, q u e la ra z o n a b ilid a d d e m a n d a ría algo m ás q u e m e ra ra c io n alid a d ). S eg u n d a, la racio n alid a d d e u n a c o m p re n sió n o u n a d ecisió n tie n e q u e ser distin g u i­ d a de la ra c io n a lid a d d e la e x p re sió n p ú b lica d e esa c o m p re n sió n o decisión. L a dis­ tin ció n e n tre «una b u e n a declaració n » y « u n a b u e n a d e cla ra c ió n p o r hacer» p u e d e ser co n fre c u en cia vital en la discip lin a d u a l d e l p e n sa m ie n to y la co m u n ica c ió n . H e tra ta d o d e an alizar la d istin ció n e n m i ensayo « D escription as choice», en Choice, Weí fare and Measurement, Blackwell, O x fo rd , 1982. * La fo rm u lació n d e Rawls p are c e co n cen trarse e n el d iálogo ab ierto , n o co n to­ das las personas, sino ta n sólo co n «las p erso n as razonables». E n el cap ítu lo 5 ex am in é la distinción e n tre este en fo q u e co n algunos e lem en to s norm ativos claram en te fo rm u ­ lados (reflejado en el diagnóstico d e «personas razonables» y en lo q u e ellas co n sid era­ ría n q u e es «razonable») y el en fo q u e m ás p ro c e d im e n ta l d e H aberm as. Sostuve allí q u e la distinción p u e d e n o ser ta n n ítid a com o p o d ría p a re c e r e n principio. ** Es posible d e fin ir d e d ife re n te s m a n e ra s el alca n ce d e «un m a rco a b ie rto y li­ b re de ra z o n a m ie n to p ú blico » , y las d iferen cias d e fo rm u la c ió n p u e d e n ser m uy sig­ nificativas si se ad v ierte n las precisas — y a veces sutiles— d istin cio n es e n tre el uso de este e n fo q u e p o r Rawls y su e m p le o p o r o tro s, c o m o K ant y H ab erm as. N o insistiré m ás, sin em b arg o , e n estas cu estio n es d e d ife re n c iac ió n , p u es n o son esenciales p ara el e n fo q u e d e este libro.


La i d e a d l l a j u s t i c i a

Bueno, mientras sea un mendigo, despotricaré y diré que no hay otro pecado sino el ser rico; v cuando sea rico, mi virtud consistirá en decir que el único vicio es la pobreza’.

Es difícil negar que nuestras posiciones y predicam entos p u ed en influir en nuestras actitudes generales y creencias políticas acerca de las diferencias y asim etrías sociales. Si nos tom am os muy en serio el autoescrutinio, es posible que seamos lo suficientem ente obstina­ dos com o para aspirar a más consistencia en nuestros juicios evaluativos generales (así que, p o r ejem plo, nuestros juicios sobre los ricos no varíen radicalm ente según si nosotros somos ricos o pobres). Pero no hay nada que garantice que este tipo de riguroso escrutinio ocu­ rrirá siem pre, puesto que somos muy proclives a la autoindulgencia en nuestras opiniones sobre las cosas en las cuales estamos direc­ tam ente im plicados, y ello p u ed e restringir el alcance de nuestro autoescrutinio. En el contexto social, cuando se trata de la equidad p ara los de­ más, habría alguna necesidad de ir más allá de los requerim ientos de la racionalidad desde el p u n to de vista del autoescrutinio perm isi­ vo, y considerar las exigencias de la «conducta razonable» hacia los otros. En ese contexto más exigente, tenem os que prestar seria aten­ ción a las perspectivas y a las preocupaciones de los otros, pues ellos tendrían u n papel en el escrutinio al cual nuestras decisiones y op­ ciones p ueden estar sometidas. En tal sentido, nuestro entendim ien­ to de lo justo y lo injusto en la sociedad tiene que ir más allá de lo que Smith llam aba los dictados del «amor propio». En verdad, com o Thom as Scanlon ha sostenido de m anera muy persuasiva, «pensar en lo ju sto y lo injusto es, en el nivel más básico, pensar en lo que podría justificarse ante los otros sobre bases que, motivadas de m odo apropiado, ellos no podrían objetar razonable­ m ente»2. M ientras la supervivencia bajo el p ropio escrutinio resulta central para la idea de la racionalidad, tom ar atenta no ta del escruti­ nio crítico desde la perspectiva de los otros ha de ten er u n papel sig­ nificativo en im pulsarnos más allá de la racionalidad, hacia el com­ portam iento razonable en relación con las otras personas. Aquí hay u n espacio para las exigencias de la ética política y social. * W. S hakespeare, L a vida y la muerte del reyJuan, II, 1, 593-596, e n Obras completas, tra d u c c ió n de Luis A stran a M arín, Aguilar, M adrid, 1981, vol. I, p p . 360-361.

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L a p l u r a l i d a d d e r a z o n e s im p a rc ia i.f.s

¿El criterio de Scanlon es diferente de las exigencias de la equidad de Rawls a través del dispositivo de la «posición original» que exami­ nam os antes? Ciertam ente, hay u n a fuerte conexión entre los dos. En efecto, el «velo de la ignorancia» en la «posición original» (según el cual nadie sabe quién va a ser en el m undo real) fue ideado p o r Rawls para hacer que la gente vea más allá de sus intereses creados y fines personales. Y sin em bargo, existen sustanciales diferencias entre el enfoque sólidam ente contractualista de Rawls, que se orienta en últi­ mas hacia los beneficios recíprocos a través del acuerdo, y el análisis más am plio del razonam iento en Scanlon (aun cuando éste enturbia las aguas al insistir en denom inar «contractualista» su en fo q u e). En el análisis rawlsiano, cuando los representantes del pueblo se congregan y determ in an qué principios tienen que ser considera­ dos «justos» para o rien tar la estructura institucional básica de la so­ ciedad, los intereses de todas las personas cu en tan (de m anera anó­ nim a, pues nadie sabe, gracias al «velo de la ignorancia», quién va a ser realm ente cada u n o ). Tal com o Rawls caracterizó la posición ori­ ginal en su Teoría de la justicia, las partes o sus representantes no dan rienda suelta a sus opiniones m orales específicas o a sus valores cul­ turales propios en las deliberaciones de la posición original; su tarea consiste tan sólo en im pulsar sus propios intereses y los de sus rep re­ sentados. Aun cuando todas las partes prom ueven sus propios inte­ reses, el contrato en to rn o al cual se espera que suija la unanim idad p u ed e verse, en la perspectiva de Rawls, com o el m ejo r p ara los in­ tereses de todos, considerados en conjunto bajo el «velo de la igno­ rancia» (puesto que el velo evita que cada u n o sepa exactam ente quién va a ser)*. Hay que enfatizar que la agregación im parcial a tra­ vés del uso del «velo de la ignorancia» no tiene que ser u n a búsque­ da sin problem as puesto que no está claro qué se escogería y en qué

* V éase Jo h n H arsanyi, «C ardinal W elfare, Individualistic Ethics a n d In te rp e rs o n ­ al C om parisons o f Utility», Journal o f PoliticalEconomy, n u m . 63, 1955. H ay o tro s p ro p o ­ n e n te s d e u n a solución, p o r ejem p lo m e d ia n te la m axim ización del m o n to total de utilidades, ajustado de a cu e rd o co n criterios d e eq u id a d , tal co m o lo h a p ro p u e sto Ja ­ m es M irrlees, «An E x p lo ratio n o f th e T h eo ry o f O p tim al In co m e Taxation», Review of Economic Studies, n ú m . 38, 1971. V éase tam b ién J o h n B ro o m e, Weighing Lives, C laren ­ d o n Press, O xford, 2004. N o avanzaré m ás a q u í sobre este tem a, p e ro lo h e trata d o en m i Elección colectiva y bienestar social, On Economic Equality, C la re n d o n Press, O x fo rd , 1973, y la ed ició n am p lia d a co n ja m e s E. F oster en 1997, y «Social C h o ice T heory», en K e n n eth A rro w y M ichael In trilig a to r (ed s.), Handbook o f Mathematical Economics, N o rth -H o llan d , A m sterd am , 1986.


L a id e a

d e ia

ju s t ic ia

clase de incertidum bre program ada. La ausencia de u n a solución única, u n ánim em en te escogida p o r todas las partes, corresponde a la ausencia de u n a única agregación social de los intereses contra­ puestos de diferentes personas. Por ejem plo, la fórm ula distributiva rawlsiana para fijar u n o rd en de prioridades de los intereses de los más desaventajados tiene que com petir con la fórm ula utilitarista para m axim izar la sum a de las utilidades de todos: en efecto, J o h n Harsanyi llega a esta solución utilitarista precisam ente con base en u n uso similar de la incertidum bre im aginada acerca de quién va a ser cada persona. En contraste, en la form ulación de Scanlon, aun cuando son los intereses de las partes los que sirven com o base para la discusión pú­ blica, los argum entos p u ed en provenir de cualquiera en esa sociedad o en otra que p u ed a p ro p o n er fundam entos específicos para pensar que las decisiones p o r tom ar p o d rían o no ser «rechazadas razona­ blem ente». M ientras las partes implicadas tienen derecho a interve­ n ir porque sus intereses están afectados, los argum entos sobre lo que puede o no ser razonablem ente rechazado en su nom bre aportan diferentes perspectivas m orales cuando se los considera razonables, en lugar de lim itar la atención al pensam iento de las partes. En este sentido, el enfoque de Scanlon perm ite u n m ovim iento en la direc­ ción explorada p o r Adam Smith con su idea del «espectador im par­ cial» (véase el capítulo 8), aun cuando los vínculos de todos los argu­ m entos perm anecen confinados, incluso en el análisis de Scanlon, a los intereses de las partes afectadas. Existe tam bién u n a am pliación incluyente en el enfoque de Scan­ lon, pues las personas cuyos intereses están afectados no tienen que provenir todas de u n a sociedad, nación o com unidad determ inada, com o en la búsqueda de lajusticia «pueblo p o r pueblo» de Rawls. La form ulación de Scanlon perm ite am pliar el grupo de personas cuyos intereses se consideran relevantes: no tienen que ser todos ciudada­ nos de un Estado soberano en particular, como en el m odelo rawlsiano. De igual m anera, puesto que la búsqueda obedece a razones genéri­ cas que tienen las personas en varias posiciones, las evaluaciones de la gente del lugar no son las únicas que cuentan. Ya he com entado, en particular en el capítulo 6, la naturaleza restrictiva del enfoque «contractualista» rawlsiano al limitar el abanico de perspectivas que se p u ed en considerar en las deliberaciones públicas. Y en la m edida en que el llam ado enfoque «contractualista» de Scanlon elim ina algunas


L a p l u r a l id a d

d e r a z o n e s im p a r c ia l l s

de estas restricciones, tenem os buenas razones para confiar más en la form ulación de Scanlon que en la de Rawls. La razón de Scanlon para calificar su enfoque com o «contractua­ lista» (lo cual, creo, no ayuda a p o n er en evidencia sus diferencias con el m odelo de pensam iento contractualista) es, como él explica, su em pleo de «la idea de u n a voluntad com partida de modificar nues­ tras exigencias privadas para encontrar u n fundam ento de justifica­ ción que los otros tam bién tengan razón para aceptar». Mientras esto no presupone un contrato, Scanlon no se equivoca al ver esta idea como «un elem ento central en la tradición del contrato social que se rem onta a Rousseau» (T. Scanlon, What we mué each other, p. 5). Pero en esta form a general ésta es tam bién u n a idea básica com partida por m uchas tradiciones, desde la cristiana (en el capítulo 7 he exam inado las discusiones de Jesús con el abogado local acerca de cóm o discurrir sobre la historia del «buen samaritano») hasta la sm ithiana e incluso utilitarista (particularm ente en la versión de Mili). El enfoque de Scanlon es m ucho más general de lo que parece p o r su propio inten­ to de encuadrarlo de m anera estricta den tro de los límites de «la tra­ dición del contrato social».

La p l u r a l i d a d d e l a n o r e c h a z a b i l i d a d

Paso ahora a u n a cuestión diferente. Es im portante advertir que la form a en que Scanlon identifica los principios que se consideran razonables no tiene que producir, de n inguna m anera, un único con­ ju n to de principios. Scanlon no dice m ucho sobre la m ultiplicidad de principios rivales, cada u n o de los cuales p u ed e superar su prueba de no rechazabilidad. Si ha hecho tal cosa, entonces el contraste entre su enfoque llamado «contractualista» y un enfoque «contractualista» propiam ente dicho se habría tom ado aún más transparente. U n enfo­ que contractualista —de Hobbes, Rousseau o Rawls— ha conducido a un contrato específico. En el caso de Rawls, especifica un único conjun­ to de «principios de justicia» bajo la «justicia como equidad». En efecto, es muy im portante ver cuán crucial resulta esa singularidad para la base institucional del pensam iento rawlsiano puesto que es ese único con­ ju n to de exigencias el que determ ina, tal como Rawls narra la historia, la estructura institucional básica de una sociedad. El despliegue de la versión rawlsiana de una sociedadjusta procede desde ese prim er paso


La id e a d e l a j u s t i c i a

institucional basado en el acuerdo sobre un único conjunto de princi­ pios, antes de pasar a otras características (por ejemplo, la operación de «la fase legislativa»). Si hubiere principios rivales, con diferentes exi­ gencias institucionales que em ergieran todas de la posición original, entonces la narración rawlsiana no podría contarse de la form a en que el filósofo cuenta la historia. H e estudiado esta cuestión antes, en el capítulo 2 («Rawls y más allá»), con u n foco relacionado pero diferente —la no plausibilidad de suponer que u n único conjunto de principios sería unánim em en­ te escogido en la posición original de Rawls— . Si hubiese m uchas al­ ternativas que perm anecieran listas para ser escogidas al final del ejercicio de equidad, entonces no habría u n único contrato social que pudiera identificarse y servir com o base de la versión institucio­ nal que da Rawls. Algo más im portante está implicado en en ten d er la posible plura­ lidad de las razones robustas e imparciales que p u ed en surgir del es­ crutinio escrutador. Como ya se ha visto (en la Introducción), tenemos diferentes tipos de razones rivales de justicia, y puede ser imposible rechazarlas todas, con excepción de u n solo conjunto de principios com plem entarios que arm onizan muy bien entre sí. Incluso cuando u na persona tiene una prioridad claram ente predilecta, tales priori­ dades p ueden variar de una persona a otra, y puede ser difícil para al­ guien rechazar razones bien definidas a las cuales otros conceden prioridad. Por ejem plo, en el caso de los tres niños que se disputan u n a flau­ ta, que se ha discutido en la Introducción, puede alegarse que los tres cursos alternativos de acción tienen argum entos justificativos que no p u eden ser rechazados de m anera razonable, aun después de m ucha deliberación y crítica. Los argum entos justificativos, en los cuales es­ tán basadas las reivindicaciones respectivas de los tres niños, asum en todos u na form a «imparcial», aun cuando difieren en el foco de los fundam entos im personales sobre los cuales se levantan los tres casos. U na reivindicación está basada en la im portancia de la realización y la felicidad, otra en la significación de la equidad económ ica y la ter­ cera en el reconocim iento del derecho a gozar de los frutos del pro­ pio trabajo. Podem os, p o r supuesto, tom ar partido p o r u n o u otro al ocuparnos de estos fundam entos en liza, pero sería muy difícil afir­ m ar que todos ellos, excepto uno, d eb en ser rechazados p o r ser «no imparciales». En efecto, incluso jueces enteram ente imparciales, que


La p l u r a l i d a d d e r a z o n e s im p a r c ia l e s

no actúan movidos p o r intereses creados o excentricidades persona­ les, p u ed en ver la fuerza de varias razones dispares de justicia en u n caso com o éste, y bien p u ed en discrepar en tre sí acerca de qué deci­ siones deberían tom arse puesto que los argum entos en cuestión tie­ n en todos alguna razón para el respaldo imparcial.

L o s B EN E FIC IO S M U TU O S DE LA C O O PE R A C IÓ N

No es difícil ver p o r qué el enfoque contractualista atrae a algunos supuestos «realistas» que quieren que el com portam iento decente sur­ ja de alguna consideración última relacionada con la ventaja personal. El deseo de Rawls de ver «la sociedad como un justo sistema de coo­ peración»* encaja bien dentro de este esquema general. Como dice Rawls, la idea de cooperación «incluye la idea de la ventaja racional o el bien de cada participante» y «la idea de ventaja racional especifica que es lo que quienes están implicados en la cooperación buscan impulsar desde la perspectiva de su propio bien». Hay algo en com ún aquí con la perspectiva del interés p ropio de la TER, excepto que se em plea en las condiciones de la posición original con el velo de la ignorancia sobre las identidades personales. De igual modo, todas las personas im­ plicadas reconocen claramente que no pueden lograr lo que querrían sin la cooperación de los otros. Así, la conducta cooperativa escoge como una norm a de grupo para el beneficio de todos, e implica la elec­ ción conjunta de «términos que cada participante puede aceptar razo­ nablem ente, y que algunas veces debería aceptar, siempre que todos los demás los acepten en la misma forma»3. Esto bien puede ser m oralidad social, p ero en definitiva se trata de m oralidad social prudencial. Ya que la idea de la cooperación m u­ tuam ente beneficiosa es tan central en la concepción rawlsiana de la posición original, y ya que la invocación de la idea fundacional de la equidad se hace principalm ente a través de la figura de la posición original, el enfoque rawlsiano de la «justicia com o equidad» tiene una fundam entación esencialm ente basada en la ventaja. La perspectiva basada en la ventaja es ciertam ente im portante para las reglas sociales y la conducta, pues hay m uchas situaciones en * R esulta m uy significativo q u e éste sea el títu lo d e la se g u n d a sección d e la p ri­ m e ra p a rte de J o h n Rawls L a justicia como equidad: una reformulación.


I.A ID E A DK LA J U S T I C I A

las cuales los intereses conjuntos de u n grupo están m ucho m ejor servidos cuando todos siguen norm as de com portam iento que im pi­ den a cada persona tratar de o b ten er u n a p eq u eñ a ganancia al p re­ cio de em peorar las cosas p ara los demás. El m undo real está lleno de una gran cantidad de problem as de este tipo, que van desde la sostenibilidad am biental y la preservación de los recursos naturales com­ partidos (los bienes com unes) hasta la ética laboral en los procesos de producción y el sentim iento cívico en la vida u rb an a4. Al lidiar con estas situaciones, hay dos grandes m aneras de plan­ tear el logro de beneficios m utuos a través de la cooperación: contra­ tos acordados que p u ed en hacerse efectivos y norm as sociales que p u eden evolucionar de m odo voluntario en esa dirección. M ientras ambas rutas se h an estudiado, de u n a u otra forma, en la corriente contractualista de la filosofía política que se rem onta al m enos hasta H obbes, la posición principal corresponde a la ruta del contrato exigible. En contraste, la ruta de la evolución de las norm as sociales ha sido tem a de intensa exploración en la literatura sociológica y an tro ­ pológica. Las ventajas del com portam iento cooperativo y la reivindi­ cación de ese com portam iento, a través de la restricción voluntaria de los m iem bros del grupo, ha sido investigada con gran lucidez p o r algunos analistas sociales visionarios, com o Elinor Ostrom, que estu­ dian la aparición y la supervivencia de la acción colectiva a través de norm as sociales de com portam iento ’.

E l r a z o n a m ie n t o c o n t r a c t u a l is t a y su a l c a n c e

Puede h aber poca d u d a de que el argum ento prudencial, basado en últimas en el beneficio m utuo, para la cooperación social y p o r su conducto para la m oralidad social y la política, tiene am plia relevan­ cia en la com prensión de las sociedades y de sus éxitos y fracasos. La línea de razonam iento contractualista ha hecho m ucho p o r explicar y desarrollar la perspectiva de la cooperación social a través de cam­ bios de rum bo ético al igual que arreglos institucionales. El discerni­ m iento generado p o r el razonam iento contractualista ha fortalecido m ucho la filosofía política y la antropología explicativa. En las m anos de Rawls, y en las de K ant antes de él, esa perspecti­ va h a sido igualm ente en riq u ecid a a p a rtir del análisis más prim iti­ vo —aunque ilustrativo— de la cooperación social que presentara

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P L U R A L ID A D D E R A Z O N E S IM P A R C IA L E S

Thom as H obbes desde el p u n to de vista del razonam iento p ru d en ­ cial. En efecto, el uso rawlsiano de la perspectiva del «beneficio mutuo» tiene varias características de gran im portancia, particularm ente para el em pleo del razonam iento imparcial, a pesar del hecho de que la fuerza m otriz de la «cooperación p ara el beneficio m utuo» no puede ser sino prudencial, en u n a form a u otra. Prim ero, aun cuando Rawls em plea la idea del contrato p ara de­ term inar la naturaleza de las justas instituciones y las correspondien­ tes exigencias de conducta, su análisis descansa no tanto en la aplica­ ción coactiva del acuerdo (como en m uchas teorías contractualistas) cuanto en la voluntad de la gente de acatar la form a en que, p o r así decirlo, ha «pactado» com portarse. Esta form a de ver la cuestión ha tendido a distanciar a Rawls de la necesidad de la ejecución punitiva, que puede ser evitada del todo, al m enos en teoría. Las norm as de conducta asum en entonces u n a form a de reconstrucción poscontractual, que tam bién ha sido considerada antes, en los capítulos 2 y 3. La dem ostración de la ventaja m utua com o preludio al contrato en la posición original produce el contrato, y eso a su vez — al m enos la im aginación de ello (puesto que se trata de u n contrato p u ram en ­ te hipotético)— m oldea el com portam iento de los seres hum anos en las sociedades con instituciones justas establecidas a través de los principios articulados en el contrato*. Segundo, otra característica que lleva el análisis rawlsiano m ucho más allá de los argum entos usuales para el com portam iento decente en aras de la ventaja m utua es la form a en que el filósofo asegura que en la posición original nadie p u ed e alt ger o negociar con base en el co­ nocim iento de su posición real en la sociedad, sino que tiene que hacerlo detrás del velo de la ignorancia. Esto desplaza el ejercicio de la búsqueda de la ventaja efectiva pata uno mismo hacia la prom oción de la ventaja para la com unidad com o u n todo, sin saber cuál sería la ventaja personal en ese contexto. Hay de seguro suficiente im parcia­ lidad a este respecto en la versión de Rawls, y sin em bargo el vínculo

* L a visión po lític a d e Rawls sigue u n a o rie n ta c ió n u n ta n to d ife re n te d e la visión sociológica d e la evolu ció n g ra d u a l d e las n o rm a s sociales q u e h a n d esa rro lla d o Elin o r O stro m y otros, a u n c u a n d o ex isten sim ilitudes e n las im p licacio n es d e las dos lín eas d e ra z o n a m ie n to e n m a te ria d e c o m p o rta m ie n to . E n el caso d e Rawls, lo q u e co m ien za co n el re c o n o c im ie n to d e la p o sib ilid ad d e c o n tra to s m u tu a m e n te b e n efi­ ciosos p ro d u c e a su vez u n a in flu en cia restrictiva en la c o n d u c ta real e n la sociedad, sobre la base d e la m o ra lid a d p o iític a d el a c u e rd o e n u n c o n tra to social.


La

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con la justificación de la cooperación orientada a la ventaja, en este caso en una form a im parcial (gracias al velo de la ignorancia), no se trasciende a través de esta extensión. A través del análisis rawlsiano de la «justicia com o equidad», el ra­ zonam iento contractualista desarrolla u n alcance que lo lleva m ucho más allá del antiguo territorio de la literatura contractualista. Y sin em bargo, el foco en la ventaja individual en general y en la ventaja m utua en particular resulta central tam bién para la línea de razona­ m iento de Rawls (aunque en u n a form a sofisticada), en com ún con el entero enfoque contractualista. A pesar de lo que el razonam iento contractualista consigue en esta form a extendida, u n a cuestión que aguarda reflexión es si la búsqueda de ventaja, de m anera directa o indirecta, proporciona la única base robusta para el com portam ien­ to razonable en la sociedad. U na cuestión relacionada es si el benefi­ cio m utuo y la reciprocidad h an de ser los fundam entos de toda razonabilidad política.

E l p o d e r y su s o b l ig a c io n e s Como contraste, considerem os otra línea de razonam iento según la cual si alguien tiene el p o d er de producir un cam bio que conside­ ra que reducirá la injusticia en el m undo, entonces hay u n fuerte ar­ gum ento social para hacerlo así (sin que su razonam iento tenga que prom over la respectiva acción m ediante la invocación de los benefi­ cios de u na cooperación id eal). En el plano básico de la justificación motivacional, esta obligación del p o d er efectivo contrasta con la obli­ gación m utua para la cooperación. La perspectiva de las obligaciones de p o d er fue p resentada con gran fuerza p o r G autam a Buda en Sutta-Nipata6. Buda sostiene que tenem os responsabilidad con los animales precisam ente p o r la asi­ m etría que existe en tre nosotros y ellos, no p o r cualquier asim etría que nos conduzca a la necesidad de cooperar. Puesto que somos m ucho más poderosos que otras especies, tenem os u n a responsabi­ lidad hacia ellas que guarda relación exactam ente con esa asim etría de poder. Buda ilustra la cuestión con u n a analogía de la responsabilidad de la m adre con su hijo, no p orque ella haya parido al niño (esa co­ nexión no se invoca en este argum ento particular, tiene cabida en

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d e r a z o n e s im p a r c ja l e s

otro lu g ar), sino porque ella puede hacer cosas para influir en la vida de su hijo que éste no puede hacer. La razón de la m adre para avudar al niño, en esta línea de pensam iento, no está guiada p o r las recom ­ pensas de la cooperación sino precisam ente p o r el reconocim iento de que ella puede, de m anera asimétrica, hacer cosas p o r el hijo que harán muy diferente su vida y que el niño no p u ed e hacer. La m adre no tiene que buscar el beneficio m utuo, real o im aginario, ni buscar ningún contrato «como si» para en ten d er su obligación con el niño. Este es el argum ento de Buda. La justificación asume aquí la siguiente form a argum ental: si al­ guna acción que puede em prenderse librem ente está disponible para u na persona (con lo cual se convierte en factible), y si la perso­ na juzga que em p ren d er dicha acción creará una situación más justa en el m undo (con lo cual se convierte en ju sta), entonces hay razón suficiente para que la persona considere seriam ente qué debe hacer a la luz de este reconocim iento. Puede haber, p o r supuesto, muchas acciones que individualm ente satisfacen estas dos condiciones, pero que uno no puede em prender. El razonam iento aquí, p o r consi­ guiente, no consiste en exigir el cum plim iento estricto cuando se dan las dos condiciones, sino en reconocer la obligación de conside­ rar la acción. M ientras que es posible traer a colación algún razona­ m iento contractualista en versión am pliada — tenida cuenta de su ingenio— para alegar que la m adre debe ayudar a su hijo, sería m u­ cho más expedito razonar desde la obligación que el p o d er produce de m anera directa. I,o esencial consiste en reconocer la existencia de diferentes enfo­ ques de la búsqueda del com portam iento razonable, los cuales no tienen que d ep en d er necesariam ente del razonam iento sobre la co­ operación m utuam ente beneficiosa basada en la ventaja. La búsque­ da de beneficios m utuos, en u n a form a hobbesiana directa o en una form a rawlsiana anónim a, tiene enorm e relevancia social, pero no es la única clase de argum ento relevante para considerar qué sería un com portam iento razonable. Concluyo esta discusión sobre la pluralidad de las razones im par­ ciales con u na observación final. La com prensión de las obligaciones relacionadas con lo que ahora se denom ina el enfoque de los dere­ chos hum anos, pero que ha sido utilizado d u ran te m ucho tiem po bajo distintas denom inaciones (que se rem ontan al m enos a Tom Paine y Mary W ollstonecraft en el siglo x v m ), ha tenido siem pre un


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fuerte com ponente de razonam iento social ligado a la responsabili­ dad del p o d er efectivo, com o se verá en el capítulo 17 («Derechos hum anos e imperativos globales»)7. Los argum entos que no se basan en la perspectiva del beneficio m utuo pero que se concentran más bien en las obligaciones unilaterales debidas a la asim etría de p o d er no sólo se em plean hoy am pliam ente en la defensa de los derechos hum anos, sino que adem ás p u ed en advertirse en los esfuerzos inicia­ les p o r reconocer las im plicaciones de valorizar las libertades —y los correspondientes derechos hum anos— de todos. P or ejemplo, los escritos de Tom Paine y de Mary W ollstonecraft sobre lo que ésta lla­ m aba «vindicación» de los derechos de las m ujeres y los hom bres ex­ ploraron m ucho este tipo de motivación, derivada del razonam iento sobre la obligación del p o d er efectivo de contribuir al avance de las libertades de todos. Esta línea de reflexión recibe, p o r supuesto, fuerte apoyo, com o se vio antes, del análisis de Adam Smith sobre las «razones morales», incluida la invocación de la figura del espectador im parcial para la ilustración de la gente sobre las obligaciones y pre­ ocupaciones morales. El beneficio m utuo, basado en la sim etría y la reciprocidad, no es el único fundam ento para pensar en el com portam iento razonable hacia los demás. El p o d er efectivo y las obligaciones que surgen de él de m anera unilateral p u ed en constituir tam bién u n a base im portan­ te para el razonam iento im parcial, m ucho más allá de la motivación p o r los beneficios mutuos.


10. R e a l i z a c i o n e s , c o n s e c u e n c i a s y a c c i ó n

E n la Introducción se discutió una interesante conversación que ocurre en la antigua epopeya sánscrita Mahabharata. El diálogo discu­ rre entre Aijuna, el gran guerrero y héroe de ia epopeya, y Krishna, su amigo y consejero, en vísperas de la gran batalla de Kurukshetra, no lejos de Delhi. Versa sobre los deberes de los seres hum anos en gene­ ral y de A ijuna en particular, y los interlocutores aportan al debate perspectivas radicalm ente divergentes. Empiezo este capítulo con un exam en más amplio de las cuestiones implicadas en la discusión entre A ijuna y Krishna. La batalla de K urukshetra enfrenta a los Pandavas, la virtuosa fa­ milia real encabezada p o r Yudhisthira (herm ano mayor de A ijuna y h eredero legítimo del trono) y a los Kauravas, sus prim os, que han usurpado injustam ente el reino. Casi todas las familias gobernantes en los diferentes reinos del norte, el occidente y el oriente de la India se r a n unid o a u n o u otro bando en esta épica batalla, y los dos ejér­ citos enfrentados incluyen u n a considerable proporción de los hom ­ bres en condiciones de com batir en el país. A ijuna es el gran guerre­ ro del bando justo. Krishna es su auriga, pero tam bién se supone ser u n a encarnación h u m an a de Dios. La fuerza del debate en tre A ijuna y Krishna enriquece el argu­ m ento del poem a, p ero a lo largo de los siglos h a generado tam bién m ucha discusión política y moral. La parte de la epopeya en la cual se inserta la conversación se d enom ina el Bhagavadgita, o Cita en for­ m a abreviada, y h a atraído extraordinaria atención religiosa y filosó­ fica, adem ás de cautivar a los lectores com unes p o r la apasionante naturaleza del argum ento en sí.


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A ijuna y Krishna contem plan los dos ejércitos y reflexionan sobre la enorm e batalla que está a p u n to de librarse. A ijuna expresa en to n ­ ces sus profundas dudas sobre si la lucha es la acción correcta p ara él. No duda de que la suya sea la causa ju sta y que se trate de u n a guerra justa, y tam bién de que su bando ganará definitivam ente la batalla, habida cuenta de su fuerza (sin olvidar las notables habilidades de A ijuna com o guerrero y g en eral). Pero habría dem asiada m uerte en la batalla, com enta A ijuna. El tam bién está preocupado p o r el hecho de que tendrá que m atar a m uchas personas, y p o r que casi todos los que lucharán y m orirán no han hecho nada particularm ente rep ro ­ chable, salvo d ar su respaldo (con frecuencia p o r lealtades familiares y otros lazos) a un bando o al otro. Si parte de la ansiedad de A ijuna procede de la tragedia que está a p u nto de abatirse sobre la tierra, la cual puede evaluarse com o un desastre sin ten er en cuenta su papel personal en la inm inente carnicería, otra parte viene de su propia responsabilidad p o r la m atanza que llevará a cabo, incluida la m uer­ te de los más cercanos a él, p o r quienes siente afecto. Existen en to n ­ ces características posicionales y transposicionales en el argum ento de A ijuna para no desear el combate*. A ijuna dice a Krishna que él no d ebería luchar y matar, y que qui­ zá deberían sim plem ente perm itir que los injustos Kauravas gobier­ nen el reino que han usurpado, lo cual sería el m en o r de los males. Krishna se opone y su respuesta, que se concentra en la prioridad de cum plir con el d eb er propio sin consideración p o r las consecuen­ cias, ha sido invocada u n a y otra vez en las discusiones sobre religión y filosofía m oral en la India. En efecto, con la transform ación gra­ dual de Krishna de noble pero com prom etido p ro tecto r de los Pandavas a encarnación de Dios, el Gita se h a convertido tam bién en un docum ento de gran im portancia teológica. Krishna sostiene que A ijuna tiene que cum plir con su deber, a cual­ quier precio, y en este caso tiene el deber de combatir, sin considera­ ción p or los resultados. La causa es justa, y como guerrero y general de quien depende su ejército, no puede eludir sus obligaciones. La eleva­ da deontología de Krishna, con su razonam iento centrado en el deber e independiente de las consecuencias, ha tenido h o n d a influencia en los debates morales a lo largo de los milenios posteriores. Constituye

* La d istin ció n re la cio n a d a co n la p o sicio n alid ad se e stu d ió e n el cap ítu lo 7.


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un tributo al poder de la teoría pura que incluso M ohandas Gandhi, el gran apóstol de la no violencia, se sintiera profundam ente inspirado p o r las palabras de Krishna sobre el cum plim iento del propio deber sin tener en cuenta las consecuencias (y citaba a Krishna en el Gita con frecuencia), aun cuando en este caso el deber para A ijuna era librar una guerra violenta y no acobardarse p o r m atar a otros, una causa con la cual no imaginaríamos que G andhi simpatizara. La posición m oral de Krishna ha recibido tam bién elocuente res­ paldo de m uchos com entaristas filosóficos y literarios a lo largo y an­ cho del m undo. Y la adm iración p o r el Gita y p o r los argum entos de Krishna en particular ha sido un fenóm eno perdurable en sectores de la cultura intelectual europea*. C hristopher Isherwood tradujo el Bhagavadgita al inglés1, y T. S. Eliot explicaba el razonam iento de Krishna y sintetizaba poéticam ente su mensaje principal en un p ro ­ verbio: «Y no penséis en el fruto de la acción. / Seguid adelante. No viajéis bien. / Pero seguid adelante, viajeros»2.

Los a r g u m e n t o s d e A r j u n a El debate prosigue con argum entos de ambos lados, en lo que pue­ de verse com o una confrontación clásica entre u n a deontología in­ dependiente de las consecuencias y u n a evaluación sensible a las con­ secuencias. Al final, A ijuna concede su derrota, pero no antes de que Krishna respalde la fuerza intelectual de su argum ento con alguna dem ostración sobrenatural de su divinidad. ¿Pero estaba A ijuna realm ente equivocado? ¿Por qué deberíam os q u erer sólo «seguir adelante» y no «viajar bien»? ¿Puede la creencia en el d eber sin consecuencias de luchar de m anera convincente p o r u n a causa justa anular las razones propias de quien no quiere m atar a otras personas, incluidos los que aprecia? No se trata aquí de soste­ n e r que A ijuna tendría razón en negarse a com batir (había m uchos argum entos contra el abandono de la batalla p o r parte de Aijuna,

* El Gita fue elogiado con ad m iració n ya a p rincipios del siglo x ix p o r W ilhelm von H u m b o ld t com o «el más h erm o so , quizá el ú n ico v erd ad ero can to filosófico exis­ te n te en u n a len g u a conocida». Jaw aharlal N eh ru , q u ie n cita a H u m b o ld t, a n o ta sin em b arg o q u e «cada escuela d e p en sam ien to y filosofía... in te rp re ta el Gita a su p ro p ia m anera» (The Discovery oflndia, T h e Signet Press, Calcuta, 1946, p p . 108-109).


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adem ás de los propuestos p o r K rishna), sino de ten er en cuenta que hay m ucho que p o n d erar y que la perspectiva centrada en la vida h u ­ m ana no puede descartarse con la sola invocación de u n aparente deb er de luchar sin consideración p o r las consecuencias. En verdad, ésta es u n a dicotom ía con dos posiciones sustanciales, cada una de las cuales puede defenderse de distintas m aneras. La batalla de K urukshetra cam biaría las vidas de la gente en el país, com o vemos en la epopeya misma, y las decisiones sobre lo que se debe hacer requieren una am plia evaluación crítica y no u n a simple respuesta basada en el rechazo de todas las preocupaciones distintas de la identificación del supuesto deb er de A ijuna de luchar a cual­ quier precio, al cual se llega m ediante un enfoque in d ep en d ien te de las consecuencias. Si bien, com o docum ento religioso, el Gita suele interpretarse en favor de Krishna, la epopeya del Mahabharata a la cual pertenece la conversación, com o parte de u n a historia m ucho más extensa, concede am plio espacio a ambas partes para desarrollar sus respectivos argum entos. En efecto, la epopeya term ina com o una tragedia, con un lam ento sobre la m uerte y la m atanza, y con angus­ tia y d olor p o r la victoria y el triunfo de la «j usta» causa. Es difícil no ver en ello u na cierta vindicación de las profundas dudas de Aijuna. J. R obert O ppenheim er, quien dirigió el equipo estadounidense que desarrolló la bom ba atóm ica d u ran te la II G uerra M undial, cita­ ba conm ovido las palabras de Krishna en el Gita («me transform o en la m uerte, el destructor de m undos») m ientras contem plaba, el 16 de ju lio de 1945, la asom brosa fuerza de la prim era explosión n u ­ clear causada por el h o m b re3. Al igual que el consejo que A ijuna, el «guerrero», había recibido de Krishna sobre su deber de luchar p o r u n a causa justa, O ppenheim er, el «físico», encontró justificación en su com prom iso técnico de desarrollar u n a bom ba p ara el que era claram ente el bando justo. Más tarde, al cuestionar de m anera p ro ­ funda su propia contribución al desarrollo de la bom ba, O p p en h ei­ m er reconsideraría retrospectivam ente la situación: «Cuando ves algo que es técnicam ente fácil, sigues adelante y lo haces y argum en­ tas sobre qué hacer al respecto tan sólo después de que has tenido tu éxito técnico»*. A pesar de esa com pulsión a «seguir adelante», había

* Véase In the Matter o fJ. Robert Oppenheimer: USAEC Transcript o f the Hearing befo/re Personnel Security Board, G o v ern m en t P ublishing Office, W ashington D. C., 1954. Véase ta m b ié n el d ra m a , b asad o e n estas a u d ie n c ia s, d e H e in a r K ip p h a rd t, In the M atter o f

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razón suficiente p ara que O p p en h eim er tam bién reflexionara sobre las preocupaciones de A jjuna (no sólo estar fascinado p o r las pala­ bras de K rishna): ¿cómo p u ed e resultar el bien de la m atanza de tan­ ta gente? Y ¿por qué yo debería hacer sólo mi d eb er com o físico e ig­ n o rar todos los dem ás resultados, incluidas las m uertes y miserias, que se seguirían de mis propias acciones?*. Al ocuparnos ahora de la relevancia de todo esto para la com pren­ sión de las exigencias de la justicia, es útil distinguir tres elem entos diferentes pero interrelacionados en el razonam iento de Aijuna. Ellos se mezclan en la vasta literatura generada p o r el Gita, pero se trata de puntos distintos, que dem an d an atención p o r separado. Prim ero, en el centro del razonam iento de A ijuna está su creen­ cia general en que lo que le sucede al m undo tiene que im portar y ser significativo en nuestro pensam iento político y moral. No se pue­ d en cerrar los ojos ante lo que sucede realm ente y perseverar en el propio niti independiente de las consecuencias e ignorar p o r com­ pleto el estado de cosas que surgirá. Esta parte del alegato de Aijuna, que puede calificarse de «la relevancia del m undo real», se com ple­ m enta con la identificación de u n a parte específica del m undo real que lo afecta de m anera particular: la vida y la m uerte de la gente im plicada. Hay aquí u n argum ento general sobre la im portancia de nuestras vidas, no im porta que n uestra atención p u ed a ser distraída p o r otros tipos de abogacía, basados p o r ejem plo en las restricciones /. Robert Oppenheimer, M eth u en , L ondres, 1957. D ebo enfatizar a q u í q u e si b ien O p p e n ­ h e im e r cita a K rishna y su creen cia e n laju steza d e la causa p o r la cual trab ajab a es simi­ lar a la o p in ió n de K rishna so b re la causa d e A iju n a, las posiciones tom adas p o r el p e r­ sonaje in d io y el físico estad o u n id e n se n o son e x actam en te iguales. K rishna invoca el «deber» d e A iju n a de lu c h a r co m o g u e rre ro p o r u n a ju s ta causa, m ien tras q u e O p p e n ­ h e im e r em p lea la justificació n m ás am b ig ua d e h a c e r algo «técn icam en te fácil». Es posible q u e la facilidad técnica g u a rd e relación co n el éxito en la realización d el trab a­ jo d e u n científico, p e ro hay a q u í am b ig ü ed ad es en c o m p aració n co n la a d m o n ició n m ás fran ca d e K rishna a A iju n a. Estoy ag rad ecid o a Eric Kelly p o r u n a esclareced o ra discusión sobre este tem a. * C om o h e m e n c io n a d o en u n lib ro an te rio r, La argumentación india, c u a n d o e ra e stu d ia n te d e se c u n d a ria le p re g u n té a m i p ro fe so r d e sán scrito si sería lícito d ec ir q u e el divino K rishna se salió co n la suya al p re s e n ta r u n a rg u m e n to in c o m p le to y n o co n v in ce n te c o n tra A iju n a . Mi p ro fe so r re sp o n d ió : «Q uizá u sted p o d ría d e c ir eso, p e ro d e b e d ecirlo co n el d e b id o resp eto » . M uchos añ o s d esp u é s m e to m é la lib e rta d d e d e fe n d e r la posició n o rig in al d e A iju n a y sostuve, e sp e ro q u e c o n el d e b id o resp e­ to, q u e la d e o n to lo g ía in d e p e n d ie n te d e las co n secu en cias, e n la fo rm a d e fe n d id a p o r K rishna, n o e ra re a lm e n te co n v in ce n te: « C o n seq u en tial E valuation a n d Practical R eason», Journal o f Philosophy, n ú m . 97, 2000.


La

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d e la ju s t ic ia

de la conducta correcta o en la prom oción de la gloria de u n a dinas­ tía o un reino (o, com o parece hab er sucedido en E uropa d u ran te la sangrienta I G uerra M undial, la victoria de «la nación»). Desde el pun to de vista de la clásica distinción entre nyaya y niti, discutida en la Introducción, los argum entos ele A ijuna se inclinan en definitiva hacia el lado de nyaya, en lugar de hacia el lado de niti para librar u na guerra ju sta m ediante la prioridad del deb er propio com o jefe militar. Lo que hem os llam ado «realización social» resulta críticam ente im portante para este argumento*. Y den tro de este es­ quem a general, un argum ento que está muy presente en el razona­ m iento de A ijuna consiste en que no podem os ignorar lo que sucede con las vidas hum anas en una evaluación ética o política de este tipo. A esta parte del planteam iento de A ijuna la llamaré «la significación de las vidas humanas». La segunda cuestión se refiere a la responsabilidad personal. Ar­ ju n a alega que una persona cuyas decisiones producen serias conse­ cuencias debe asum ir su responsabilidad personal p o r lo que resulte de sus propias opciones. La cuestión de la responsabilidad es esen­ cial para el debate entre Arjuna v Krishna, aunque los dos presentan muy diferentes interpretaciones acerca de cóm o deben considerarse las responsabilidades del prim ero. Este sostiene que los resultados de las opciones y acciones propias tienen que contar para decidir qué se debe hacer, m ientras Krishna insiste en que uno tiene que cum plir con su d eber no im porta qué suceda, y que la naturaleza del deber propio puede ser determ inada, com o en este caso, sin ten er que exa­ m inar las consecuencias de las acciones escogidas. En filosofía política y m oral hay una extensa literatura sobre las respectivas alegaciones acerca de la evaluación de las consecuencias y el razonam iento basado en el deber, y éste es ciertam ente un p u nto de diferencia entre la deontología extrem a de Krishna y el razona­

* E n el d e b a te del Gita, el foco d e K rishna está p rim a ria m e n te e n el n itibásico de cu m p lir co n el p ro p io d eb er, m ie n tras A rju n a c u e stio n a el niti (¿p o r q u é d e b o m a tar a ta n ta g e n te incluso si p a re c e ser m i d eb er?) y p re g u n ta p o r el nyaya d e la so cied ad q u e re su lta ría d e la g u e rra (¿ p u ed e co n stru irse u n m u n d o ju s to p o r m e d io d e la m a­ tan za g en eralizada?). Q u ie ro e n fatizar a q u í q u e , ad em á s d e la d iscusión so b re d e b e ­ res y co n secu en cias (y d e l d e b a te e n tre d eo n to lo g ía y c o n secu en cialism o ), q u e es la cu estió n a la cual se d e d ic a m ás a te n c ió n al seg u ir los a rg u m e n to s d el Gita, hay ta m ­ b ié n otros im p o rta n te s asu n to s q u e fig u ran , d ire c ta o in d ire c ta m e n te , en ese rico d e b a te in te le c tu a l y q u e n o d e b e n ser ig n o rad o s.

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R e a l iz a c io n e s , c o n s e c u e n c ia s

y a c c ió n

m iento consecuencialista de Aijuna. A veces se olvida señalar que A rjuna no niega que la idea de responsabilidad personal sea im por­ tante: le preocupan no sólo las buenas consecuencias sino tam bién quién hace qué y en particular qué ten d rá que hacer él, lo cual en este caso im plica m atar gente. Así, su propia capacidad de acción y sus consiguientes responsabilidades son decisivas para la argum enta­ ción de A ijuna, adem ás de la preocupación que tiene p o r la signifi­ cación de las vidas hum anas. Im porta subrayar que A rjuna no aboga p o r un consecuencialism o sin agente. Tercero, A ijuna tam bién identifica a las personas a quienes mata­ ría, y está particularm ente preocupado p o r ten er que m atar a perso­ nas a quienes aprecia, incluidos sus propios parientes. Aun cuando m atar en general le molesta, en especial p o r la m agnitud de la gue­ rra, todavía destaca la circunstancia de ten er que m atar a personas que son im portantes para él en u n a u otra forma. En la base de esta preocupación se halla la inclinación de A ijuna a tom ar nota de las relaciones personales con otros implicados en un acto concreto. Esta es una preocupación claram ente posicional, que pertenece en senti­ do am plio a la clase de idea que hace que u n a persona reconozca una especial responsabilidad hacia otros, com o hacia un hijo propio o de crianza. (Esta cuestión fue considerada en el capítulo 7). Las obligaciones relaciónales vinculadas a conexiones familiares y afec­ tos personales, al igual que preocupaciones referentes a la capacidad de acción, p u eden ser justam ente excluidas en ciertos contextos éti­ cos, p o r ejem plo en la form ulación de políticas sociales p o r funcio­ narios públicos, p ero exigen espacio p ro p io d e n tro del ám bito de la filosofía política y moral, incluida la teoría de la justicia, cuando las responsabilidades personales sean consideradas y en cu en tren su lu­ gar correcto. A jjuna no aparece en la epopeya como u n filósofo, y sería equivo­ cado esperar una defensa sofisticada de sus preocupaciones particula­ res en el alegato que presenta en el Gita. Lo que resulta sorprendente, sin em bargo, es la form a en que estas preocupaciones encuentran una articulación clara en la conclusión de A ijuna al defender que po­ dría ser correcto que abandonara la batalla. Al buscar el contenido del nyaya en este caso, estos tres puntos, adem ás de las simpatías hu­ manas básicas de Aijuna, tienen clara relevancia.

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L a ID E A D E LA J U S T IC IA

E f e c t o s c o m p r e h e n s iv o s y d e c u l m in a c ió n

Puesto que los argum entos basados en consecuencias son conside­ rados con frecuencia com o preocupados p o r los efectos (y en algunos casos interpretados com o preocupados sólo p o r los efectos), para com prender los argum entos de A ijuna sería útil exam inar la noción de «efecto» de m anera más cercana y crítica. El efecto es el estado de cosas que resulta de cualquier variable relativa a la decisión en cues­ tión, com o una acción, una regla o u n a disposición. Aun cuando la posibilidad de describir cualquier estado de cosas «en su totalidad» no es creíble (siempre podem os añadir algún detalle, si es necesario m ediante el uso de una lupa sobre ciertos eventos), la idea básica de u n estado de cosas puede ser muy rica desde el p u n to de vista de la inform ación por cuanto perm ite tom ar nota de todas las característi­ cas que consideram os im portantes. No existe razón particular para insistir en la versión pobre de un estado de cosas en evaluación. En concreto, el estado de cosas, o el efecto en el contexto de la elección som etida a exam en, puede incor­ p orar procesos de elección y no sólo el resultado final estrecham ente definido. El contenido de efectos tam bién puede incluir toda la infor­ m ación relevante sobre la capacidad de acción, así com o todas las re­ laciones personales e impersonales im portantes para la decisión entre manos. En mis obras anteriores sobre teoría de la decisión y de la elección racional, he abogado p o r la im portancia de prestar especial atención a los «efectos comprehensivos» que incluyen las acciones em p ren d i­ das, la capacidad de acción implicada, los procesos em pleados, etcé­ tera, junto con los efectos simples separados de procesos, capacidades y relaciones: lo que he llamado «efectos de culminación»*. Esta distin­ ción puede ser esencial para ciertos problem as en econom ía, política,

* La distinción e n tre efectos d e cu lm in ació n y efectos com prehensivos fu e p lan ­ tead a e n la In tro d u cció n , y es m uy im p o rta n te p a ra el en fo q u e d e la ju sticia en este trabajo, e n el cual los efectos com prehensivos tie n e n u n p ap el q u e n o p u e d e n desem ­ p e ñ a r los efectos de culm inación. E n efecto, p a rte d el p ro b le m a con lo q u e se conside­ ran teorías «consecuencialistas» d e la razón p ráctica radica e n la te n d e n c ia a enfocarse sólo e n los efectos d e cu lm in ació n . S obre el alcance g e n eral d e la d istinción, véanse mis ensayos «M axim ization a n d th e A ct o f C hoice», Eamimwtrica, n ú m . 65, 1997; «Con­ sequential E valuation a n d Practical Reason», Journal o f Philosophy, n ú m . 97, 2000, y m i libro Rationality and Freedom, H arv ard University Press, C am bridge, 2002.


R e a l iz a c io n e s , c o n s e c u e n c ia s y a c c ió n

sociología y teoría general de decisiones racionales y de juegos*. Da la casualidad de que la decisión tam bién resulta crucial para evaluar el alcance del razonam iento basado en consecuencias puesto que una consecuencia es más que una secuela. La valoración de los efectos com­ prehensivos puede ser parte integral de la evaluación de los estados de cosas y por tanto una pieza fundam ental en la evaluación de las consecuencias. ¿De qué m anera es relevante esta distinción para la com prensión de los argum entos de Aijuna? En las discusiones filosóficas sobre el contenido del Gita, com o se ha com entado, es muy com ún ver a Krishna com o el deontólogo p o r antonom asia, concentrado en el deber, y a A ijuna com o el consecuencialista típico, dedicado p o r com pleto a la evaluación de los actos con base en la bon d ad o mal­ dad de las consecuencias que producen. En efecto, ambas interpreta­ ciones son engañosas. N ada se opone a que u n enfoque deontológico general se interese de m anera considerable p o r las consecuencias, incluso si tal enfoque parte de la im portancia de los deberes identifi­ cados de m odo independiente. Así, sería u n erro r ver la m oralidad un tanto raquítica de Krishna com o u n a deontología arque típica. No podem os, p o r ejemplo, en ten d er la deontología de Im m anuel Kant a partir del extrem ism o de Krishna**. La deontología de Krishna revis­ te u na form a singularm ente purista, que excede la im portancia del razonam iento basado en el d eb er y que niega la relevancia de cual­ quier preocupación, en especial sobre las consecuencias, p ara la de­ term inación de la obligación de actuar de u n m odo u otro. De igual m anera, A ijuna no es el típico consecuencialista práctico, que insiste en ignorar todo lo que no sean efectos de culminación, lo cual define la versión estrecha del consecuencialismo. El razonam ien­ to político y m oral de A ijuna se preocupa hondam ente p o r los efectos comprehensivos. La idea de realizaciones sociales, com o se vio atrás, * Para ilustrar u n a d e las cuestiones en u n contexto decisional con u n ejem plo muy sim ple sobre la relevancia d e procesos y capacidades d e acción e n la evaluación d e u n estado de cosas, a u n a perso n a le p u e d en asignar u n a silla m uy có m o d a en u n a fiesta de larga duración p ero ella m ism a n o se inclina m u ch o p o r c o rre r a la silla más c ó m o d a an­ tes d e q ue otros la o cu p en . Las estructuras d e m uchas decisiones y d e m uchos ju eg o s cam bian cu an d o se tien en e n cu e n ta estas consideraciones basadas en procesos. ** R esulta s o rp re n d e n te la am p lia p re o c u p a c ió n de K ant p o r las co n secuen cias e n la expo sició n d e su p o sició n d e o n to ló g ic a básica. V éase, p o r e jem p lo , su Crítica de la razón práctica. Es difícil p e n sa r q u e estos a rg u m e n to s n o son p a rte d e su c o n ce p ­ ció n g e n e ra l d e la ética.


La

id e a d e l a j u s t ic ia

exige que los efectos sean juzgados en esta form a am plia y que se ten­ gan en cuenta las acciones, las capacidades de actuar y las relaciones. Se ha visto ya cóm o A ijuna coloca su idea del deber en u n lugar muy destacado, tom a en consideración su responsabilidad p o r su propia capacidad de acción, y reconoce tam bién su relación especial con m uchas de las potenciales víctimas de la guerra (además de su dolor ante el panoram a de la m uerte en masa y la m atanza deliberada). Hay aquí m ucha más apertura que en el consecuencialismo basado en los efectos de culminación. El enfoque presentado en este libro implica, en parte, que una com prensión com prehensiva de los estados de cosas puede integrar­ se en u na evaluación general de las realizaciones sociales. M ientras las consecuencias e incluso los efectos de culm inación se tom an en serio ju n to con otras preocupaciones, aquí no se defiende el conse­ cuencialismo en su versión corriente tal com o ha surgido tras dos si­ glos de reflexión orientada p o r la escuela utilitarista. Es útil, sin em ­ bargo, preguntar en qué sentido, si es que tiene alguno, la posición de A ijuna es consecuencialista, incluso si no es un arquetipo.

C o n s e c u e n c ia s y r e a l iz a c io n e s

No es fácil identificar una definición de consecuencialismo que sa­ tisfaga a todos los que han invocado la idea, para defenderla o para ata­ carla. Da la casualidad de que la expresión «consecuencialismo» fue acuñada por los adversarios y no por los partidarios de la evaluación consecuencial, y ha sido invocada sobre todo para ser refutada, a m enu­ do con pintorescos contraejemplos que han añadido algún condim en­ to —y alguna diversión intelectual— a la filosofía moral. Admitir que uno es consecuencialista es como presentarse diciendo «soy un negro de Londres». En efecto, el térm ino es lo suficientemente desagradable como para dejárselo como herencia a quien quiera deshacerse de él*.

* A u n q u e n o te n g o g ra n in te ré s e n p ro p o n e r n in g u n a d efin ició n d e co n se c u e n ­ cialism o, d e b o se ñ alar a q u í q u e el e n fo q u e d e A iju n a es c ie rta m e n te co m p a tib le co n la defin ició n de P hilip P e ttit q u e se h alla e n la p re se n ta c ió n d e u n a d istin g u id a co lec­ ción de ensayos sobre el te m a q u e él h a ed itad o : «De m a n e ra ap ro x im a d a, el co n se­ cuencialism o es la te o ría seg ú n la cual el m e d io p a ra d e te rm in a r si u n a o p c ió n c o n ­ cre ta es la o p c ió n c o rre c ta p a ra u n a g e n te con siste e n o bservar las co n secu en cias relevantes d e la decisión , o bservar los efectos relevantes d e la decisió n e n el m u n d o »


R e a l iz a c io n e s , c o n s e c u e n c ia s

v a c c ió n

Es im portante, sin em bargo, advertir que el razonam iento sensible a las consecuencias es necesario para un entendim iento adecuada­ m ente amplio de la idea de responsabilidad. Esto tiene que ser parte de la disciplina de la elección responsable, basada en la evaluación de los estados de cosas que hace el elector, incluida la consideración de todas las consecuencias relevantes a la luz de las opciones escogi­ das y los efectos com prehensivos asociados con lo que sucede como resultado4. Esta cuestión sustantiva no está, p o r supuesto, directa­ m ente relacionada con el uso de la expresión «consecuencialismo». La cuestión de si las ideas de responsabilidad y realizaciones sociales, com o han sido exploradas aquí, deben ser colocadas en un amplio recipiente llamado «consecuencialismo» no tiene m ucho interés sus­ tancial (en la misma form a en que tales ideas lo tienen)*. Es verdad que la im portancia de la responsabilidad personal no ha sido siem pre adecuadam ente reconocida d en tro de lo que se ha llam ado «ética consecuencialista». Las versiones corrientes de la éti­ ca utilitarista han sido muy pobres al respecto, en especial p o r igno­ rar todas las consecuencias distintas de las utilidades, incluso cuando son parte integral del estado de cosas (por ejemplo, las acciones de agentes particulares que realm ente han sucedido). Esto ha sido el resultado del program a utilitarista de com binar el consecuencialis­ m o con dem andas adicionales, com o el «bienestarismo», que insiste en que los estados de cosas tienen que ser juzgados exclusivamente p o r la inform ación sobre la utilidad (como la felicidad y la satisfac­

(Consequentialism, A ld ersh o t, D a rtm o u th , 1993, p. xiii). P u esto q u e n o se insiste aq u í e n q u e la revisión de las co n secu en cias se co n fin e sólo a los efectos d e cu lm in a ció n e ig n o re la relevancia d e las cap acid ad es d e acción, los p ro ceso s o las relacio n es q u e se p u e d a n c a p tu ra r e n el m a rc o d e u n efecto co m p reh en siv o , n o hay c o n tra d ic c ió n en ver a A tju n a com o u n co n secu en cialista, se g ú n P hilip P ettit. * Existe tam b ié n , e n efecto, u n a c u estió n d e «señalización» q u e h ace d e «conse­ cuencialism o» u n n o m b re e x tra ñ a m e n te in a d e c u a d o p a ra u n e n fo q u e q u e em p ieza c o n — y se c o n c e n tra e n — la ev a lu a c ió n d e los e sta d o s d e cosas. V er los estad o s d e cosas co m o «consecuencias» p la n te a u n a p re g u n ta in m ed iata: ¿C on secu en cia d e qué? Así, a u n c u a n d o los filósofos q u e se co n sid e ra n co n secu en cialistas p a re c e n in ­ clin ad o s a c o m en z ar co n la evaluación d e los estados d e cosas (y p ro c e d e r e n to n c e s a la evaluación de otras cosas c o m o actos o reglas), el té rm in o m ism o a p u n ta en la d i­ rección c o n traria, a la p revia relev an cia d e algo d istin to (u n a acció n o u n a regla) d e la cual el estad o de cosas es u n a c o n secu en cia. Es c o m o d e fin ir u n país c o m o u n a co lo n ia y lu eg o esforzarse b a stan te e n m o stra r n o sólo q u e la co lo n ia es im p o rta n te in d e p e n d ie n te m e n te d e la m e tró p o li, sino tam b ié n q u e la m e tró p o li m ism a d e b e ser evaluada a la luz d e la colonia.

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L a i d f .a d e

la ju s t ic ia

ción de los deseos) que se relacione con ellos, sin im portar cuáles pu eden ser las otras características del consecuente estado de cosas, com o el desem peño de ciertos actos, aunque sean desagradables, o la violación de las libertades ajenas, aunque sean personales*.

R e a l iz a c io n e s y c a p a c id a d e s d e a c c ió n

Aquí term ina mi reflexión sobre el consecuencialismo. Pero las cuestiones sustanciales perm anecen, p o r supuesto, y habrá m uchos encuentros con ellas en el resto del libro. Pero deseo hacer dos co­ m entarios adicionales antes de cerrar este capítulo. H e enfatizado la im portancia de reconocer que la perspectiva de las realizaciones so­ ciales es m ucho más incluyente que la estrecha caracterización de los estados de cosas com o efectos de culm inación. U na persona no sólo tiene buena razón para n o tar las consecuencias que seguirían de u n a particular elección, sino tam bién p ara ad o p tar u n a visión adecua­ dam ente am plia de las realizaciones que resultarían, incluida la na­ turaleza de las capacidades de acción implicadas, los procesos usados y las relaciones entre las personas. Algunos de los dilemas deontológicos que se presentan, con evidente relevancia, para desacreditar el razonam iento estrecham ente consecuencialista, no tienen que plan­ tearse, al m enos en esas formas, para tratar con la opción responsa­ ble basada en la evaluación de las realizaciones sociales que seguirían de u n a elección o de otra. D ada la im portancia de los estados de cosas en m ateria de realiza­ ciones sociales, u na preg u n ta que se ocurriría a m uchos críticos del razonam iento consecuencial es la siguiente: si querem os tom ar n o ta de capacidades de acción, procesos y relaciones personales, ¿hay es­ peranza real de conseguir u n sistema consistente de evaluación de realizaciones sociales en el cual p u ed an basarse decisiones razonadas

* El razonam ien to utilitarista es u n a am algam a d e tres axiom as distintos: (1) el co n ­ secuencialism o, (2) el bienestarism o, y (3) la sum a total d e las preferencias (este últim o es el requisito p o r el cual las utilidades de diferentes personas tienen q u e ser sim plem en­ te sum adas p ara resultar e n la evaluación del estado d e cosas, sin p restar aten ció n a las desigualdades). Sobre la factorización (o descom posición e n factores) del utilitarism o, véase m i «U tilitarianism a n d Welfarism», Journal of Philosophy, n ú m . 76,1979, pp. 463-489, y A. Sen y B ern ard Williams (ed s.), Utilitarianism and Beyond, C am bridge University Press, C am bridge, 1982, y en especial nu estra In tro d ucció n conjunta.

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R e a l iz a c io n e s , c o n s e c u e n c ia s y a c c ió n

y responsables? Dadas las exigencias de consistencia, ¿cómo pu ed en dos personas evaluar de m anera diferente el mismo estado de cosas, de conform idad con sus respectivas acciones y responsabilidades? El problem a percibido aquí surge claram ente de la tentación de consi­ d erar la evaluación de las realizaciones sociales en térm inos estricta­ m ente im personales. La insistencia en que usted y yo, si seguimos el mismo sistema ético, tenem os que evaluar u n resultado co m prehen­ sivo en la misma form a corresponde a las exigencias de la ética utili­ tarista, que es un caso clásico de razonam iento consecuencialista, pero muy restrictivo desde el p u n to de vista de la inform ación. Insis­ tir en el mismo requisito para la evaluación de los efectos com pre­ hensivos, incluso cuando estamos preocupados con capacidades de acción y relaciones y procesos, parecería ser del todo arbitrario y con­ tradictorio desde el pu n to de vista motivacional5. Efectivamente, si los papeles de diferentes personas en el desarro­ llo de u n estado de cosas son p o r com pleto distintos, sería más bien absurdo hacer la extraña exigencia de que las dos tien en que evaluar ese estado de cosas en la misma form a exacta. Sería entonces u n dis­ parate tom ar nota de las capacidades de acción que son parte inte­ gral de las realizaciones sociales. Cuando, p o r ejem plo, O telo explica a Ludovico que ha m atado a D esdém ona diciendo: «Ese es el que fue Otelo; yo estoy aquí», sería en verdad ridículo insistir en que O telo tiene que ver lo que ha sucedido en la misma form a exacta que Lu­ dovico. El entendim iento de la naturaleza del acto y de su p ropia au­ toría en él, que hace que O telo se quite la vida, dem andaría tam bién que él no pudiera ver lo que ha sucedido sin considerar su propio papel en el asesinato, lo cual haría su perspectiva enteram ente dife­ rente de las de los otros. La posicionalidad de O telo es central para la evaluación, no u n detalle que puede extraviarse en su propia evalua­ ción del evento*. No resulta sorp ren d en te que el razonam iento sensible a las conse­ cuencias de Aijuna atribuya particular im portancia al hecho de que él mismo ten d ría que encargarse de b u en a p arte de la m atanza y que * C om o se vio e n el c a p ítu lo 7, si u n a c o n e x ió n po sicion al es u n a p re o c u p a c ió n im p o rta n te p a ra u n a evaluación p erso n a l d e u n esta d o d e cosas o ta n sólo u n a in ­ flu en cia p e rtu rb a d o ra q u e d e b e se r su p e ra d a , es c u estió n d e raz o n ad a evaluación. E n este caso, sería difícil so ste n e r q u e el p a p e l d e O te lo e n el asesin ato d e D esd ém o ­ n a es u n d etalle d e d istracc ió n q u e d e b e ser d esestim ad o m ie n tra s O te lo evalúa q u é h a su ced id o ex actam en te.


La id e a d e l a j u s t i c i a

algunas de las personas asesinadas serían parientes o amigos p o r quienes siente afecto. La sensibilidad a la consecuencia no exige in­ sensibilidad a las capacidades de acción y a las relaciones para eva­ luar lo que sucede en el m undo. Puede haber buenas razones para tom ar nota tanto de las preocupaciones relacionadas con el agente cuanto de las preocupaciones no relacionadas con él en la evalua­ ción de lo que sucede en el m undo, yjuzgar así lajusticia en la pers­ pectiva de nyayd. No hay, sin em bargo, exención del escrutinio per­ sonal o de la discusión pública en la evaluación de sus respectivas relevancia e im portancia. La exigencia de la razón en la evaluación de la razonabilidad se aplica a ambas.

* La idea de responsabilidad p u ed e te n e r m uy diferen te peso según el contex to y el propósito de la investigación. Para algunas im p o rtan tes distinciones, q u e n o h e tratado aquí, véase Jo n a th a n Glover, Responsibility, R outledge, Londres, 1976; Hilary Bok, Freedom and Responsibility, P rinceto n University Press, P rinceton, 1998, y Ted H o n d erich , On deter­ minism and freedom, E din b u rg h University Press, E dim burgo, 2005, e n tre otros estudios relevantes. Véase tam bién Samuel Scheffer, «Responsibility, Reactive A ttitudes, a n d li b e ­ ralism in Philosophy a n d Politics», Philosophy and Public Affairs, núm . 21, 1992.

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T er ce r a parte

L os m a t e r i a l e s d e l a j u s t i c i a


1 1 . V id a s , l ib e r t a d e s y c a p a c id a d e s

H a c e veinticinco siglos, cuando el joven Gautam a, conocido des­ pués com o Buda, ab an d o n ó su principado al pie de los Himalayas para salir en busca de ilum inación, lo hizo conm ovido y agitado p o r la contem plación de la m ortalidad, la m orbilidad y la discapacidad a su alrededor. El tam bién estaba p ertu rb ad o p o r la ignorancia que encontraba. Es fácil co m p ren d er las fuentes de la agonía de G autam a Buda, en especial las privaciones y precariedades de la vida hum ana, incluso si podem os p o n d erar su análisis sobre la naturaleza últim a del universo. No resulta difícil apreciar la centralidad de las vidas hum anas en las razonadas evaluaciones del m u n d o en que vivimos. Com o se h a visto en la Introducción y en los capítulos precedentes, ésa es u n a característica esencial de la perspectiva de nyaya en con­ traste con la perspectiva de niti, basada en reglas, au n q u e la prim era no es la única en subrayar la relevancia de las vidas hum anas en la evaluación del desem peño de la sociedad. En efecto, la naturaleza de las vidas que la gente puede vivir ha sido objeto de atención de los analistas sociales a lo largo de la histo­ ria. A un cuando los socorridos criterios económ icos del progreso, reflejados en una masa de estadísticas disponibles, han tendido a en­ focarse específicam ente en el m ejoram iento de objetos inanim ados de conveniencia (por ejem plo, en el producto nacional bruto [PNB] y en el producto in tern o b ru to [PIB], que han sido objeto de miles de inform es de progreso económ ico), esa concentración p o d ría es­ tar justificada en últim a instancia — en la m edida en que ello fuera posible— tan sólo a través de lo que esos objetos hacen a las vidas hum anas sobre las cuales tienen influencia directa o indirecta. Hay


I.A ID E A D E LA J U S T I C I A

u n reconocim iento creciente de la necesidad de utilizar más bien in­ dicadores directos de la calidad de la vida, el bienestar y las libertades que las vidas hum anas p u ed en traer consigo1. Incluso los creadores de la estim ación cuantitativa del ingreso na­ cional, que recibe tanta atención y adhesión, trataron de explicar que su interés últim o reside en la riqueza de las vidas hum anas, aun cuando son sus m ediciones y no sus justificaciones motivacionales las que han recibido am plia atención. Por ejemplo, William Petty, el p re­ cursor de la estimación del ingreso nacional en el siglo x v i i (él pro­ puso medios y m étodos para evaluar el ingreso nacional a través del uso del «m étodo del ingreso» y el «método del gasto», com o se d en o ­ m inan hoy), hablaba de su interés en exam inar si «los súbditos del Rey» estaban en «una situación tan m ala que los habría convertido en hom bres descontentos», y explicaba los factores determ inantes de la condición del pueblo, com o «la seguridad com ún» y «la felici­ dad particular de cada hom bre»2. Esta conexión de motivación ha sido ignorada con frecuencia en los análisis económ icos que se con­ centran en los medios de vida com o p u nto final de la investigación. Hay excelentes razones para no confundir medios y fines, y para no considerar los ingresos y la opulencia com o im portantes en sí, en lu­ gar de evaluarlos de m anera condicional p o r lo que ayudan a la gen­ te a lograr, incluidos bienes y vidas decentes*. Im porta señalar que la opulencia económ ica y la libertad sustan­ tiva, si bien tienen conexiones, p u ed en divergir con frecuencia. In­ cluso desde el p u n to de vista de ser libre p ara vivir vidas razonable­ m ente largas (libres de enferm edades evitables y otras causas de m ortalidad p rem a tu ra), es notable que el grado de pobreza de los grupos socialm ente desaventajados, aun en países muy ricos, p u ed a ser com parable al de los países en desarrollo. Por ejem plo, en Esta­ dos U nidos, los afroam ericanos de los centros urbanos deteriorados no tienen com o grupo mayores posibilidades — en efecto, con fre­ cuencia las tienen muy reducidas— de llegar a u n a edad avanzada

* La m otivación tras el « en fo q u e del d esarro llo h u m a n o » , q u e in ic ia ra M ah b u b ul H aq, u n eco n o m ista visionario d e Pakistán q u e m u rió e n 1998 (y a q u ie n tuve el privilegio d e tra ta r co m o am igo ce rc a n o d esd e n u estro s días d e e stu d ia n te s), consis­ te e n desplazarse d esd e la p ersp ectiv a d el PNB, b asad a e n los m ed io s, h acia la c o n ­ c e n tra c ió n , en la m e d id a e n q u e así lo p e rm ita n los d ato s in te rn a c io n a le s d isp o n i­ bles, e n las vidas h u m an a s. La O N U pu b lic a sus In fo rm es so b re el D esarro llo H u m a n o d e m a n e ra re g u la r d esd e 1990.

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u n reconocim iento creciente de la necesidad de utilizar más bien in­ dicadores directos de la calidad de la vida, el bienestar y las libertades que las vidas hum anas pu ed en traer consigo1. Incluso los creadores de la estim ación cuantitativa del ingreso na­ cional, que recibe tanta atención y adhesión, trataron de explicar que su interés últim o reside en la riqueza de las vidas hum anas, aun cuando son sus m ediciones y no sus justificaciones motivacionales las que han recibido am plia atención. Por ejemplo, William Petty, el pre­ cursor de la estimación del ingreso nacional en el siglo x v i i (él pro­ puso medios y m étodos para evaluar el ingreso nacional a través del uso del «m étodo del ingreso» y el «m étodo del gasto», com o se d en o ­ m inan hoy), hablaba de su interés en exam inar si «los súbditos del Rey» estaban en «una situación tan m ala que los habría convertido en hom bres descontentos», y explicaba los factores determ inantes de la condición del pueblo, com o «la seguridad com ún» y «la felici­ dad particular de cada hom bre»2. Esta conexión de motivación ha sido ignorada con frecuencia en los análisis económ icos que se con­ centran en los medios de vida com o p u n to final de la investigación. Hay excelentes razones para no confundir medios y fines, y para no considerar los ingresos y la opulencia com o im portantes en sí, en lu­ gar de evaluarlos de m anera condicional p o r lo que ayudan a la gen­ te a lograr, incluidos bienes y vidas decentes*. Im porta señalar que la opulencia económ ica y la libertad sustan­ tiva, si bien tienen conexiones, p u ed en divergir con frecuencia. In­ cluso desde el p u n to de vista de ser libre p ara vivir vidas razonable­ m ente largas (libres de enferm edades evitables y otras causas de m ortalidad p re m a tu ra ), es notable que el grado de pobreza de los grupos socialm ente desaventajados, aun en países muy ricos, pueda ser com parable al de los países en desarrollo. Por ejem plo, en Esta­ dos U nidos, los afroam ericanos de los centros urbanos deteriorados no tienen com o grupo mayores posibilidades — en efecto, con fre­ cuencia las tienen m uy reducidas— de llegar a u n a edad avanzada

* La m otivación tras el « en fo q u e d el d esa rro llo h u m an o » , q u e in ic ia ra M ah b u b ul H aq, u n eco n o m ista visionario d e Pakistán q u e m u rió e n 1998 (y a q u ie n tuve el p riv ileg io d e tra ta r co m o am igo c e rc a n o d e sd e n u e stro s días d e e stu d ia n te s), consis­ te e n desplazarse d esd e la p ersp ectiv a d el PNB, b asad a e n los m ed io s, h acia la c o n ­ c e n tra c ió n , e n la m e d id a e n q u e así lo p e rm ita n los d ato s in te rn a c io n a le s d isp o n i­ bles, e n las vidas h u m an a s. La O N U pu b lica sus In fo rm e s so b re el D esarro llo H u m a n o d e m a n e ra re g u la r d esd e 1990.

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V i d a s , l ib e r t a d e s y c a p a c id a d e s

que la gente nacida en m uchas regiones más pobres, com o Costa Rica, Jam aica, Sri Lanka o amplias zonas de C hina e India3. La liber­ tad respecto de la m ortalidad prem atura, p o r supuesto, se incre­ m enta de m anera general con un ingreso elevado (esto no se discu­ te) , pero depend e tam bién de m uchos otros factores, en especial de organización social, com o la salud pública, la seguridad social, la escolarización y la educación, la am plitud de la cohesión y la arm onía sociales, y así sucesivamente*. No es lo m ismo observar los m edios de vida que observar directam ente las vidas que la gente se las arregla para vivir4. Al evaluar nuestras vidas, tenem os razón para estar interesados no sólo en la clase de vidas que conseguim os vivir, sino tam bién en la libertad que realm ente tenem os p ara escoger en tre diferentes estilos y m odos de vida. En efecto, la libertad para d eterm in ar la na­ turaleza de nuestras vidas es uno de los aspectos valiosos de la expe­ riencia de vivir que tenem os razón p ara atesorar. El reconocim ien­ to de la im portancia de la libertad tam bién p u ed e am pliar nuestras preocupaciones y nuestros com prom isos. Podríam os decidir que vamos a em plear n uestra libertad para m ejo rar m uchos objetivos que no son parte de nuestras vidas en u n sentido restringido (por ejem plo, la preservación de las especies anim ales en vías de extin­ ción). Éste es un tem a im p o rtan te p ara afro n tar cuestiones tales com o las exigencias de la responsabilidad am biental y del «desarro­ llo sostenible». Volveré a este im p o rtan te asunto más tarde, tras un exam en general de la perspectiva de la libertad en la evaluación de vidas hum anas.

Va l o r a r l a l i b e r t a d

La valorización de la libertad h a sido u n cam po de batalla d u ran ­ te siglos, en efecto milenios, y ha habido partidarios y entusiastas tanto com o críticos y detractores. Las divisiones no son, sin embar* Más allá d e las co n o cid as ap licacio n es d el e n fo q u e d e la cap acid ad , su alcance p u e d e e x te n d e rse a te rrito rio s m e n o s e x p lo rad o s, c o m o la im p o rta n c ia p a ra la ar7 q u ite c tu ra y el u rb an ism o d e la lib e rta d asociada a la c a p acid ad d e fu n cio n ar. Así lo ilu stra el trab ajo p io n e ro de R om i K hosla y sus colegas. V éase R om i K hosla y j a n e Sam uels, Removing Unfreedoms: Citizens as Agents o f Change in Urban Development, ITDG, L o n d res, 2004.


L a id e a

d e la j u s t ic ia

go, geográficas, com o a veces se sugiere. No es com o si los «valores asiáticos», para invocar u n a expresión frecuente en los debates con­ tem poráneos, fueran todos autoritarios —y escépticos sobre la im­ portancia de la libertad— m ientras que los tradicionales «valores europeos» son todos libertarios y antiautoritarios. Es verdad que m uchos «categorizadores» contem poráneos consideran la creencia en la libertad individual com o un significativo recurso clasificatorio para separar el O ccidente del O riente. En efecto, la abogacía de esa línea de clasificación ha provenido tanto de los celosos guardianes de la singularidad de la cultura occidental cuanto de los resonantes cam peones de lo que llamamos «valores asiáticos», y se alega que ha dado prioridad a la disciplina sobre la libertad. Existe, no obstante, muy poca evidencia em pírica para dividir la historia de las ideas en esta form a5. La libertad ha ten id o partidarios v d etractores en la tradición clásica occidental (el contraste entre Aristóteles y san Agustín, p o r ejem plo), y h a recibido el m ismo respaldo m ezclado con rechazo en la tradición oriental (el contraste en tre Ashoka y Kautilya, estudiado en el capítulo 3). Podem os, p o r supuesto, tratar de hacer com para­ ciones estadísticas de la frecuencia relativa con la cual se invoca la idea de libertad en diferentes regiones del m u n d o d u ran te diversos periodos de la historia, y p o d rían aparecer algunos interesantes ha­ llazgos num éricos, pero existe poca esperanza de captar la distin­ ción ideológica en tre estar «por» o «contra» la libertad en u n a gran dicotom ía geográfica.

La l ib e r t a d : o p o r t u n id a d e s y p r o c e s o s

La libertad es valiosa al m enos p o r dos razones diferentes. Pri­ m era, más lib ertad nos da más o p o rtu n id ad de p erseg u ir nuestros objetivos, esas cosas que valoram os. Sirve, p o r ejem plo, a n u estra habilidad p ara decid ir cóm o vivir y p rom over los fines que q u ere­ mos impulsar. Este aspecto de la libertad está relacionado con n u es­ tra destreza para conseguir lo que valoram os, sin im p o rtar el p ro ­ ceso a través del cual alcanzam os ese logro. Segunda, podem os atrib u ir im portancia al proceso de elección com o tal. Podem os, p o r ejem plo, asegurarnos de no ser forzados m erced a la im posi­ ción de otros. La distinción e n tre el «aspecto de op o rtu n id ad » y el

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V i d a s , l ib e r t a d e s y c a p a c id a d e s

«aspecto de proceso» de la lib ertad p u ed e ser a la vez significativo y de largo alcance*. Considerem os prim ero u n a simple ilustración de la distinción en­ tre el aspecto de oportu n id ad y el aspecto de proceso de la libertad. Kim decide un dom ingo que preferiría quedarse en casa en lugar de salir y hacer algo. Si consigue hacer exactam ente lo que desea, habla­ mos del «escenario A». De repente, algunos m aleantes fuertem ente arm ados in terru m p en la vida de Kim y lo sacan a la fuerza de su casa y lo arrojan a u na cuneta. Esta terrible y repulsiva situación puede ser llam ada «escenario B». En u n a tercera instancia, el «escenario C», los m aleantes som eten a Kim y le o rd en an no salir de su casa, so pen a de castigarlo severam ente si viola esta prohibición. Resulta fácil ver que en el escenario B la libertad de Kim queda muy afectada: no p u ed e hacer lo que quería (quedarse en casa) y su libertad de decidir p o r sí mism o tam bién desaparece. Así, hay viola­ ciones tanto del aspecto de o p o rtu n id ad de la libertad de Kim (sus oportunidades h an sido severam ente restringidas) cuanto del as­ pecto de proceso (no p u ed e decidir p o r sí m ism o qué hacer). ¿Qué decir del escenario C? El aspecto de proceso de la libertad de Kim se afecta claram ente (incluso si hace bajo presión lo que quería hacer de todas m aneras, la opción ya no es suya): no po d ría h ab er hecho nada distinto sin ser d u ram en te castigado p o r ello. La cuestión interesante concierne al aspecto de o p o rtu n id ad de la li­ bertad de Kim. Puesto que él hace lo mism o en los dos casos, con o sin presión, ¿podría decirse entonces que su aspecto de o p o rtu n i­ dad es el mismo en ambos? Si la o p o rtu n id a d que la p erso n a disfruta es ju zg ad a sólo según si term in a h acien d o lo que escogería h ace r si no estuviera bajo presión, entonces hay que d ecir que no existe diferencia e n tre los escenarios A y C. El aspecto de o p o rtu n id ad de la lib ertad de Kim no se altera en esta visión estrecha de'la o p o rtu n id ad , pues en cual­ q u ie r caso él p u ed e quedarse en casa, exactam ente com o había planeado.

* Es m uy im p o rta n te a p re c ia r q u e la lib e rta d co m o id e a tien e dos aspectos m uy d iferen tes y q u e alg u n o s en fo q u e s d e la evaluación p u e d e n c a p ta r u n asp ecto m e jo r q u e el o tro . Investigué la n a tu ra le z a y las im p licacio n es d e la d istin ció n en m i C onfe­ re n c ia K en n e th A rrow «F reed o m a n d Social C hoice», in c lu id a e n m i lib ro Rationality andFreedom, capítulos 20 a 22.


La

id e a d e l a j u s t ic ia

¿Pero se reconoce así de m anera adecuada lo que entendem os por oportunidad? ¿Podemos ju zg ar las oportunidades que tenem os sólo según si term inam os o no en el estado en que escogeríamos estar, sin im portar que haya o no otras alternativas significativas que podría­ mos haber escogido si hubiéram os querido? ¿Qué tal optar p o r salir a dar u na cam inata —que no es la alternativa preferida de Kim ese dom ingo, pero quizá u n a posibilidad suficientem ente interesante— ciertam ente preferible a ser arrojado a u n a cuneta? O ¿qué decir de la oportunidad de cam biar de opinión y, quizá de m odo más inm e­ diato, de la oportunidad de escoger librem ente quedarse en casa en lugar de la oportun id ad de quedarse en casa (y nada más) ? Hay aquí distinciones entre los escenarios A v C incluso desde el pu n to de vista de las oportunidades. Si estas preocupaciones son serias, entonces parece plausible sostener que en el escenario C el aspecto de o portu­ nidad de la libertad de Kim tam bién está afectado, aunque obvia­ m ente n o de m anera tan radical com o en el escenario B. La distinción entre «efecto de culminación» y «efecto com pre­ hensivo», ya considerada, es relevante aquí. El aspecto de oportuni­ d ad de la libertad p u ed e verse en distintas form as a la luz de esa distinción. Puede ser definido sólo desde el p u n to de vista de la opor­ tunidad para efectos de culm inación (con lo que u n a persona term i­ na), si vemos oportu n id ad en esa vía particularm ente estrecha y con­ sideram os que la existencia de opciones y la libertad de opción no son en cierto m odo im portantes'’. De m anera alternativa, podem os definir oportunidad más am pliam ente, y con mayor plausibilidad, desde el pun to de vista del logro de «efectos comprehensivos» y te­ n er en cuenta adem ás la form a en que la persona alcanza la situación de culm inación (por ejemplo, si a través de su propia opción o a tra­ vés de los dictados de otros). En la visión más amplia, el aspecto de oportunidad de la libertad de Kim está claram ente socavado en el escenario C cuando se le o rd en a perm anecer en casa (él no puede escoger nada d istinto). En el escenario A, p o r contraste, Kim tiene la o p o rtu n id ad de co n sid erar las varias alternativas que son factibles y optar entonces p o r quedarse en casa si eso es lo que quiere, m ien­ tras que en el escenario C él definitivam ente no tiene esa libertad. La distinción entre las visiones estrecha y am plia de la oportuni­ dad será vital cuando pasemos de la idea básica de la libertad a con­ ceptos más específicos, como las capacidades que tiene una persona. En ese contexto, tenem os que exam inar si la capacidad de una perso­

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na para llevar la vida que valora debería ser evaluada sólo p o r la alter­ nativa de la culm inación con la que term inaría realm ente o m ediante un enfoque más am plio que tom e nota del proceso de elección, en particular las otras alternativas que ella podría elegir d entro de su h a­ bilidad real para hacerlo.

E l e n f o q u e d e l a c a p a c id a d

C ualquier teoría sustantiva sobre ética y filosofía política, particu­ larm ente cualquier teoría de la justicia, tiene que elegir un foco de inform ación, es decir, tiene que decidir en qué características del m undo debem os concentrarnos para juzgar u n a sociedad y evaluar su justicia e injusticia'. En este contexto, es muy im portante ten er u n a visión acerca de cóm o evaluar la ventaja general de u n indivi­ duo. El utilitarismo p ropugnado p o r Jerem y Bentham , p o r ejemplo, se concentra en la felicidad o el placer del individuo (o cualquier otra interpretación de la «utilidad» individual) com o la m ejor m ane­ ra de evaluar cuán aventajada es u n a persona y cóm o se com para con las ventajas de otros. O tro enfoque, que p u ed e hallarse en m uchos ejercicios prácticos de econom ía, evalúa la ventaja de u n a persona desde el punto de vista de su ingreso, su riqueza o sus recursos. Estas alternativas ilustran el contraste en tre los enfoques basados en la uti­ lidad y en los recursos, p o r un lado, y el enfoque de la capacidad, ba­ sado en la libertad, p o r el otro*. En contraste con los enfoques basados en la utilidad o en los re­ cursos, en el enfoque de la capacidad la ventaja individual se juzga según la capacidad de u n a persona para hacer cosas que tenga razón para valorar. Desde el p u n to de vista de la oportunidad, la ventaja de

* Mi trab ajo e n el e n fo q u e d e la c a p acid ad se inició co n m i b ú sq u e d a d e u n a m e jo r perspectiva so b re las ventajas individuales q u e p u e d e n h allarse e n el e n fo q u e d e Rawls sobre los b ien es p rim ario s. V éase m i «Equality o f W hat?» e n S. M cM urrin (e d .), Tanner Leclures on H um an Valúes (1980). P ero p ro n to se hizo ev id en te q u e el e n fo q u e p u e d e te n e r u n a relevancia m ás am plia. V éase m i Commodities and Capabilities (1985); «W ell-being, A gency a n d F reed o m : T h e Dewey L ectu res 1984», Journal o f Philosophy, n ú m . 82, 1985; El nivel de, vida, y Nuevo examen de la desigualdad. La co­ n ex ió n d e este e n fo q u e co n las ideas aristotélicas m e fu e se ñ ala d o p o r M arth a N ussbaum , q u e ha h e c h o c o n trib u c io n e s p io n era s e n este c re c ie n te cam p o d e inves­ tigación y h a in flu id o fu e rte m e n te en el d esa rro llo del e n fo q u e. V éase tam b ién el li­ b ro q u e e d ita m o sju n to s: The Quality o f Life, (1993).

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u na persona se juzga m en o r que la de otra si tiene m enos capacidad — m enos oportunidad real— de lograr esas cosas que tiene razón para valorar. El foco aquí es la libertad que u n a persona realm ente tiene para hacer esto o aquello, las cosas que le resulta valioso ser o hacer. O bviam ente, es muy im portante para nosotros ser capaces de lograr las cosas que más valoramos. Pero la idea de la libertad tam­ bién respeta nuestro ser libre para d eterm inar qué deseamos, qué valoramos y en últim a instancia qué decidim os escoger. El concepto de capacidad se vincula así muy estrecham ente al aspecto de op o rtu ­ nidad de la libertad, visto desde la perspectiva de las oportunidades «comprehensivas» y no sólo desde el enfoque de lo que sucede con la «culminación». Es im portante subrayar ciertas características específicas de este enfoque que deben ser aclaradas desde el com ienzo puesto que a ve­ ces h an sido m alentendidas o m alinterpretadas. Prim ero, el enfoque de la capacidad apunta a u n foco informativo para juzgar y com parar las ventajas generales del individuo, y como tal no p ropone ninguna fórm ula específica acerca de qué inform ación puede utilizarse. En efecto, p ueden surgir usos distintos según la naturaleza de las cuestio­ nes planteadas (por ejemplo, políticas sobre la pobreza, la discapaci­ dad o la libertad cultural) y, de m anera más práctica, según la disponi­ bilidad de datos y material informativo. El enfoque de la capacidad es u n enfoque general, cuyo foco es la inform ación sobre las ventajas in­ dividuales, juzgada desde el p u nto de vista de la oportunidad y no de u n «diseño» específico sobre la m ejor organización de la sociedad. En años recientes, M artha Nussbaum y otros han hecho excelentes con­ tribuciones en m ateria de evaluación y política social a través de la vigorosa utilización del enfoque de la capacidad. La solvencia y los lo­ gros definitivos de estas contribuciones tienen que distinguirse de la perspectiva informativa en la cual están basadas8. La perspectiva de la capacidad apunta a la relevancia central de la desigualdad de capacidades en la evaluación de las disparidades so­ ciales, pero com o tal no pro p o n e n inguna fórm ula específica para decisiones de política. Por ejemplo, en contra de u n a interpretación frecuente, el uso del enfoque de la capacidad para la evaluación no exige que suscribamos políticas sociales enteram ente orientadas a igualar las capacidades de todos, sin consideración p o r las otras con­ secuencias que tales políticas pu ed an tener. De m anera similar, al ju zg ar el proceso conjunto de u n a sociedad, el enfoque de la capaci­

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dad ciertam ente atraería la atención hacia la enorm e significación de la expansión de las capacidades hum anas de los m iem bros de la sociedad, pero no establecería n in g ú n plan de acción para lidiar con los conflictos entre consideraciones de u n ión o de distribución (aun cuando cada u na es juzgada desde el p u n to de vista de las capacida­ des). Y sin em bargo, la elección de u n foco de inform ación —u n a concentración en las capacidades— puede ser crucial para atraer la atención hacia las decisiones que ten d rían que tom arse y el análisis de política que ha de ten er en cuenta la inform ación correcta. La evaluación de las sociedades y las instituciones sociales puede estar profundam ente influida p o r la inform ación en la cual se concentra el enfoque, y ahí es do n d e el enfoque de la capacidad hace su contri­ bución principal9. U na segunda cuestión que ha de enfatizarse es que la perspectiva de la capacidad está ineludiblem ente interesada en u n a pluralidad de aspectos de nuestras vidas y preocupaciones. Los variados logros que podem os valorar en la actividad hum ana son muy diversos, desde es­ tar bien alim entado o evitar la m ortalidad p rem atura hasta tom ar parte en la vida de la com unidad y desarrollar la habilidad de seguir los planes y las am biciones que se refieren al trabajo. La capacidad que nos concierne aquí es nuestra habilidad de lograr varias com bi­ naciones de actividades que podam os com parar yjuzgar entre sí des­ de el pun to de vista de lo que tenem os razón para valorar*. El enfoque de la capacidad se concentra en la vida hum ana y no sólo en algunos objetos separados de conveniencia, com o ingresos o m ercancías que u n a persona puede poseer, los cuales se consideran con frecuencia, en especial en el análisis económ ico, com o los p rin­ cipales criterios del éxito hum ano. En efecto, el enfoque p ro p o n e u n cam bio de énfasis que pase-de la concentración en los medios de

* A un c u an d o a m e n u d o es co n v en ien te h a b lar d e capacidades individuales (juz­ gadas según la h ab ilid ad d e realizar las co rresp o n d ie n te s actividades indiv id u ales), re­ sulta im p o rta n te te n e r en m e n te q u e el e n fo q u e d e la cap acid ad está in teresa d o en definitiva en la h abilid ad d e realizar com b in acio nes d e actividades valoradas. P u ed e haber, p o r ejem plo, u n in tercam b io d e ca rá cte r disyuntivo e n tre la cap acid ad d e u n a p e rso n a d e estar b ien n u trid a y su capacidad d e estar b ie n alojada (la p o b reza p u e d e h a c e r ineludibles estas difíciles o p c io n e s), y ten em o s q u e ver la cap acid ad g en eral d e la p erso n a desde el p u n to d e vista de los logros c o m b in ad o s a su disposición. Y sin e m b ar­ go, con frecuencia es c o n v en ie n te h a b la r d e capacidades individuales (con cierta p re ­ sunción im plícita sobre el cu m p lim ien to d e otras ex ig en cias), y lo h a ré d e vez en cu an ­ do, e n aras d e la sim plicidad de la p resen tació n , e n lo q u e viene a co n tin u ació n .


La

id e a

d e la ju s t ic ia

vida a la concentración en las oportunidades reales de vivir. Esto tam­ bién ayvula a provocar u n cam bio en los enfoques evaluativos orien­ tados a los medios, para enfocarse de m anera notable en lo que Jo h n Rawls llama «bienes primarios», que son medios de uso múltiple como el ingreso y la riqueza, los poderes y privilegios del oficio, las bases sociales del respeto en sí mismo, y así sucesivamente. M ientras los bienes prim arios son, en el m ejor de los casos, m e­ dios para los fines valorados de la vida hum ana, en la form ulación rawlsiana de los principios de justicia se convierten en cuestiones centrales para juzgar la equidad en la distribución. Yo he sostenido que esto es u n erro r p orque los bienes prim arios son simples medios para otras cosas, en particular la libertad (como se vio brevem ente en el capítulo 2). Pero en esa discusión tam bién se m encionó que la motivación tras el razonam iento rawlsiano, en especial su enfoque en el avance de la libertad hum ana, es muy com patible con —y pue­ de ser m ejor servida p o r— u n a concentración directa en la evalua­ ción de la libertad, en lugar de un cóm puto de los medios para lograr­ la (de suerte que yo veo el contraste com o m enos básico de lo que podría parecer a prim era vista). Estas cuestiones se considerarán más am pliam ente en el próxim o capítulo. El enfoque de la capacidad está en particular interesado en trasladar este énfasis en los medios a la oportunidad de cum plir los fines y a la libertad sustantiva de realizar esos fines razonados*. No es difícil advertir que el razonam iento subyacente en este cam­ bio de rum bo en favor de la capacidad puede m arcar u n a diferencia significativa y constructiva. Por ejemplo, si u n a persona tiene un alto ingreso pero es tam bién muy proclive a la enferm edad crónica, o está afectada p o r u n a seria discapacidad física, entonces no tiene que ser necesariam ente considerada com o muy aventajada p o r el m ero hecho de su elevada renta. Ella tiene ciertam ente más de uno de los m edios para vivir bien (es decir, u n elevado in g reso ), p ero tiene di­ ficultades para convertir eso en b u en a vida (es decir, vivir de m anera que tenga razón p ara celebrar) debido a las adversidades de la en­

* La relevancia d e «la fo rm a c ió n d e la c a p acid ad h u m a n a » p a ra la lib e rta d sugie­ re la n ec e sid a d de nuevas líneas d e in vestigación q u e se o c u p e n d el d e sarro llo de p o d e re s cognitivos y constructivos. U n im p o rta n te cam b io d e ru m b o p u e d e verse en Ja m e s J. H eck m an , «T he E conom ics, T echnology a n d N e u ro sc ie n c e o f H u m a n C apa­ bility Fo rm atio n » , Proceedings o f the Nacional Academy o f Sciences, n ú m . 106, 2007.

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V i d a s , l ib e r t a d e s y c a p a c id a d e s

ferm edad y la discapacidad física. Tenem os que m irar más bien a la m edida en la cual ella puede realm ente lograr, si así lo decide, un es­ tado de buena salud y bienestar para hacer lo que tiene razón para valorar. C om prender que los medios para u n a vida hum ana satisfacto­ ria no son en sí mismos los fines de la b u en a vida ayuda a generar una extensión significativa del alcance del ejercicio evaluativo. Y el uso de la perspectiva de la capacidad em pieza precisam ente aquí. Varios as­ pectos del aporte que hace la perspectiva de la capacidad han sido destacados por un b u en núm ero de investigadores, en tre quienes cabe m encionar a Sabina Alkire, Enrica Chiappero-M arinetti, Flavio Comin, David A. Crocker, Reiko Gotoh, Mozaffar Qizilbash, Jen n ifer Prah Ruger, Ingrid Roybens, Tania B urchardt y Polly Vizard10. Hay otras características del enfoque de la capacidad que tam bién vale la pena com entar aquí (así no sea más que p ara evitar malinterpretaciones), que tienen que ver con: (1) el contraste entre capaci­ dad y realización; (2) la com posición plural de las capacidades y el papel del razonam iento (incluido el razonam iento público) en el uso del enfoque de la capacidad, y (3) el lugar de los individuos y las co­ m unidades y sus interrelaciones en la concepción de las capacidades. Me ocupo ahora de estos temas.

¿ P o r q u é ir m á s a l l á d e l a r e a l iz a c ió n , a la o p o r t u n id a d ?

El núcleo del enfoque de la capacidad no es entonces sólo lo que la persona realm ente term ina p o r hacer, sino tam bién lo que ella es de hecho capaz de hacer, elija o no aprovechar esa oportunidad. Este aspecto del enfoque de la capacidad ha sido cuestionado p o r varios críticos, com o Richard Arneson y G. A. Cohén, quienes han form ula­ do argum entos aparentem ente plausibles en favor de prestar aten­ ción a la realización efectiva de actividades (subrayada tam bién por Paul Streeten y Francés Stewart), en lugar de prestarla a la capacidad para escoger entre diferentes realizaciones11. Esa línea de razonam iento es im pulsada con frecuencia p o r la opinión según la cual la vida consiste en lo que realm ente ocurre, no en lo que podría h ab er ocurrido si las personas implicadas hubieran estado dispuestas en otra forma. Hay aquí u n a cierta simplificación puesto que nuestra libertad y nuestras opciones son partes de nues­ tras vidas reales. En el ejem plo anterior, la vida de Kim está afectada


I.A ID E A D E LA J U S T IC IA

si es obligado a perm an ecer en casa, en lugar de ten er la opción de quedarse en casa cuando cuenta con otras alternativas. Pero la crítica del enfoque de la capacidad, basada en la realización, m erece seria consideración, pues tiene resonancia en m ucha gente, y resulta im­ portante preg u n tar si sería más apropiado basar los juicios sociales sobre las ventajas o desventajas de las personas en sus realizaciones efectivas que en sus respectivas capacidades para lograrlas*. En respuesta a esta crítica, em piezo prim ero con u n aspecto pe­ queño y más bien técnico, que es m etodológicam ente muy im por­ tante p ero que m uchos críticos consideran muy form al p ara ser inte­ resante. Las capacidades se definen com o derivadas de las actividades e incluyen inter alia toda la inform ación sobre las com binaciones de actividades que un a persona puede escoger. El conjunto de activida­ des realm ente escogidas está obviam ente en tre las com binaciones factibles. Y si fuéram os de verdad proclives a concentrarnos sólo en actividades realizadas, no hay nada que nos im pida basar nuestra eva­ luación de un conjunto de capacidades en eljuicio sobre la com bina­ ción escogida de actividades de ese con ju n to 12. Si la libertad tuvo sólo im portancia instrum ental para el bienestar de u n a persona, y la elec­ ción no tuvo relevancia intrínseca, entonces éste po d ría ser el foco inform ativo apropiado para el análisis de la capacidad. Identificar el valor del conjunto de capacidades con el valor de la combinación escogida de actividades perm ite al enfoque de la capaci­ dad po n er m ucho peso —incluso posiblemente todo el peso— en las realizaciones efectivas. Desde el punto de vista de la versatilidad, la pers­ pectiva de la capacidad es más general —y más incluyente en materia de información— que el solo enfoque en las actividades escogidas. No hay, en este sentido al menos, pérdida en m irar a la base informativa amplia de las capacidades, que perm ite la posibilidad de confiar en la evaluación de las actividades realizadas (si quisiéramos ir en esa direc­ ción) pero perm ite tam bién el em pleo de otras prioridades en la eva­

* Existe tam bién u n a rg u m e n to p rag m ático sobre la a ten c ió n especial disp en sad a a las realizaciones efectivas c u a n d o hay alg u n a d u d a sobre la realid a d d e cierta capaci­ d ad q u e su p u estam en te tien en ciertas personas. Esta p u e d e ser u n a cuestión im p o rta n ­ te e n la evaluación d e la eq u id a d d e g én e ro , en la cual b u scar a lg u n a p ru e b a efectiva d e realizaciones críticam en te im p o rtan tes p u e d e ser tran q u ilizad o r d el m o d o q u e u n a creen cia en la existencia d e la c o rre sp o n d ie n te cap acidad n o p u e d e ser. S o b re esta y otras preo cu p acio n es sim ilares, véase A n n e Philips, Engendering Democracy, Polity Press, L ondres, 1991.


V i d a s , l ib e r t a d e s y c a p a c id a d e s

luación, al atribuir im portancia a las oportunidades y las opciones. Este aspecto prelim inar constituye obviamente un argum ento minimalista, y hay m ucho más que decir, positiva y afirmativamente, p o r la im por­ tancia de la perspectiva de las capacidades y la libertad. Primero, incluso u n «vínculo» exacto entre dos personas con res­ pecto a las actividades realizadas puede ocultar todavía diferencias sig­ nificativas entre las ventajas de las respectivas personas que podrían ha­ cernos entender que una persona puede estar realm ente m ucho más «desaventajada» que la otra. Por ejemplo, desde el punto de vista de la experiencia del ham bre y la desnutrición, una persona que ayuna vo­ luntariam ente por razones políticas o religiosas puede estar tan privada de alimento como una víctima de la ham bruna. La manifiesta desnutri­ ción de ambas — la actividad realizada por ambas— puede ser la mis­ ma, y sin em bargo la capacidad de la persona más aventajada que elige ayunar puede ser m ucho mayor que la de la persona que padece ham ­ bre de m anera involuntaria a causa de la pobreza. La idea de la capaci­ dad puede dar cabida a esta im portante distinción puesto que está orientada hacia la libertad y las oportunidades, esto es, la habilidad efectiva de las personas para optar p o r vivir diferentes tipos de vidas a su alcance, en lugar de confinar su atención tan sólo a lo que puede ser descrito como la culminación —o secuela— de la elección. Segundo, lar capacidad de escoger entre diferentes afiliaciones en la vida cultural puede ten er im portancia tanto personal como política. Consideremos la libertad de los inm igrantes de países no occidentales para conservar partes de las tradiciones culturales y los estilos de vida ancestrales que valoran aun después de haberse establecido en Euro­ pa o América. Esta compleja cuestión no puede evaluarse adecuada­ m ente sin distinguir entre hacer algo y ser libre para hacer ese algo. Se puede form ular un argum ento significativo en favor de que los inmi­ grantes tengan la libertad de conservar al m enos algunos elementos de su cultura ancestral (como su culto religioso, su lealtad a la poesía y la literatura nativas), si ellos aprecian tales cosas tras compararlas con los patrones prevalecientes de conducta en el país en el que se han asentado, y a m enudo después de haber tom ado atenta nota del razo­ nam iento dom inante del país en favor de diferentes prácticas*.

* Se aleg a c o n frec u e n cia q u e prácticas tirán icas y d esag rad ab les co m o la m u tila­ ción g en ital fe m e n in a o el tra ta m ie n to pu n itiv o d e las m u jeres a d ú lte ra s n o d e b e ría n p racticarse e n el país d e d estin o d e los in m ig ra n te s p u esto q u e son ofensivas p a ra


La id e a d e la ju s tic ia

Sin em bargo, la im portancia de esta libertad cultural no puede considerse com o u n argum ento en favor de alguien que sigue su es­ tilo de vida ancestral, tenga o no razones para optar p o r él. En este argum ento, la cuestión central es la libertad para elegir cómo vivir —incluida la oportunidad de acatar elem entos de sus preferencias culturales ancestrales si así lo desea— y 110 puede convertirse en un argum ento en favor de su invariable seguim iento de dichos patrones de conducta, sin im portar si le gustaría hacer esas cosas o si tiene razo­ nes para conservar esas prácticas. La im portancia de la capacidad, que refleja oportunidad y opción, en lugar de la celebración de cierto esti­ lo de vida particular, sin consideración p o r la preferencia o la elec­ ción, resulta central aquí. Tercero, hay tam bién u n a cuestión de política que hace que la distinción entre capacidades y realizaciones sea im portante p o r una razón diferente. Se trata de las responsabilidades y obligaciones ge­ nerales de las sociedades y las personas en m ateria de asistencia a los desposeídos, que puede ser im portante tanto p o r m andato de la ley d en tro de los Estados cuanto p o r respeto de los derechos hum anos. Al considerar las ventajas respectivas de los adultos responsables, puede ser apropiado pensar que las querellas de los individuos en la sociedad p ueden ser m ejor consideradas desde el p u n to de vista de la libertad p o r conquistar (habida cuenta del conjunto de opo rtu n i­ dades reales) que desde el p u nto de vista de las realizaciones efecti­ vas. P or ejemplo, la im portancia de ten er algún régim en de seguri­ dad social básica se refiere de m anera prim aria a d ar a la gente la capacidad de m ejorar su estado de salud. Si una persona tiene la opor­ tunidad de recibir atención m édica garantizada pero aun así decide, con pleno conocim iento de causa, no hacer uso de tal oportunidad, entonces se podría alegar que la indigencia no es tanto u n a cuestión social candente cuanto un fracaso en sum inistrar a la persona la o po rtunidad de la atención sanitaria.

o tro s c iu d ad a n o s d e ese país. P e ro co n se g u rid a d el a rg u m e n to decisivo c o n tra tales p rácticas es su n atu ra le z a terrib le , n o im p o rta d ó n d e o c u rra n , y la n e c e sid a d d e eli­ m inarlas es e x tre m a d a m e n te fu e rte d e b id o a la p é rd id a d e lib e rta d d e sus víctim as, ab stracció n h e c h a ele si los p o ten ciales in m ig ra n te s m ig ra n o n o . El a rg u m e n to co n ­ cie rn e fu n d a m e n ta lm e n te a la im p o rta n c ia d e la lib e rta d en g e n eral, in clu id a la li­ b e rta d d e las m u jeres afectadas. El q u e tales p rácticas sean ofensivas p a ra o tro s — los an tig u o s re sid en te s— n o co nstituye el a rg u m e n to m ás fu e rte c o n tra ellas, p u es la p re o c u p a c ió n d eb e dirig irse a las víctim as y n o a los vecinos.

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V id a s , l ib e r t a d e s

y c a p a c id a d e s

Así, existen muchas razones afirmativas p o r las cuales sería sensato em plear la perspectiva informativa amplia de las capacidades en lugar de concentrarse tan sólo en el p u n to de vista, estrecho desde el p u n ­ to de vista de la información, de las actividades realizadas.

M ie d o a la in c o n m e n s u r a b il id a d

Las actividades y las capacidades son diversas, pues se ocupan de diferentes aspectos de nuestra vida y nuestra libertad. Este es, p o r su­ puesto, u n hecho com ún y corriente, pero existe una tan larga tradi­ ción en econom ía y filosofía política para la cual una característica hom ogénea (como el ingreso o la utilidad) es la «única cosa buena» que podría ser incansablemente maximizada (cuanto más, mejor) que hay cierto nerviosismo en enfrentarse a un problem a de evaluación que involucra objetos heterogéneos, com o la evaluación de las capaci­ dades y las actividades. La tradición utilitarista, que se em peña en reducir el valor de cada cosa valiosa a algún tipo de m agnitud supuestam ente hom ogénea de «utilidad», ha contribuido m ucho a este sentimiento de seguridad al «contar» exactam ente una cosa («¿hay aquí más o menos?»), y ha avudado también a generar la sospecha sobre la ductilidad de «juzgar» las combinaciones de muchas cosas buenas distintas («¿es esta combina­ ción más o menos valiosa?»). Y sin embargo, cualquier problem a serio de evaluación social difícilmente puede eludir la aceptación de la plu­ ralidad de valores, como se ha discutido, en especial por parte de auto­ res como Isaiah Berlin y B ernard Williams13. No podem os reducir todas las cosas que tenemos razón para valorar a una m agnitud homogénea. En efecto, hay m ucha diversidad dentro de la utílidad misma (como Aristóteles y jo h n Stuart Mili an otaron), incluso si se ha decidido pasar por alto cualquier cosa distinta de la utilidad en la evaluación social*. Si la larga tradición del utilitarismo con su presunción sobre la uti­ lidad hom ogénea ha contribuido a este sentim iento de seguridad en la hom ogeneidad conm ensurable, el uso masivo del producto nacio­ nal bruto (PNB) com o el indicador de la condición económ ica de u na nación tam bién ha hecho su aporte en esa dirección. Las pro­ * S o b re este tem a, véase m i «P lural U tility», Proceedings o f the Aristotelian Society, n ú m . 81,1980-1981, q u e incluye u n a discusión sobre el pluralism o en Aristóteles y Mili.

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L a i d e a d f. i.a j u s t i c i a

puestas para em ancipar los indicadores económicos de su d ependen­ cia con respecto al PNB han tendido a generar la preocupación según la cual, si tenem os diferentes objetos para juzgar, no contarem os con la sensación de tranquilidad que acom paña a la m era com proba­ ción del alza o la baja del PNB. Pero los ejercicios serios de evaluación social no pueden eludir, en una u otra forma, la valoración de diver­ sos objetos que pueden disputarse nuestra atención (además de com­ plem entarse entre sí en muchos casos). M ientras T. S. Eliot fue clarivi­ dente al observar que «la hum anidad no puede tolerar m ucha realidad»14, la hum anidad debería ser capaz de encarar un poco más de realidad que una pintura de un m undo en el cual sólo existe una cosa buena. La cuestión ha sido vinculada en ocasiones con la inconm ensura­ bilidad, un concepto filosófico muv utilizado que parece despertar ansiedad y pánico entre algunos expertos en evaluación. Las capaci­ dades no son claram ente conm ensurables puesto que son irreducti­ blem ente diversas, pero eso no nos dice m ucho sobre la dificultad —o facilidad— que habría en juzgar y com parar diferentes com bina­ ciones de capacidades1’. ¿Qué es exactam ente la conm ensurabilidad? Dos objetos distin­ tos p u ed en considerarse conm ensurables si p u ed en ser m edidos en unidades com unes (com o dos vasos de leche). La inconm ensurabi­ lidad está presente cuando varias dim ensiones de valor son irreduc­ tibles unas a otras. En el contexto de la evaluación de u n a opción, la conm ensurabilidad req u iere que, al p o n d erar los resultados, po­ dam os ver los valores de todos los resultados relevantes en u n a di­ m ensión exacta —m ed ir la significación de todos los distintos efec­ tos en u n a escala com ún— de tal m anera que al d ecidir lo que sería m ejor no tengam os que ir más allá de «contar» el valor de conjunto en esa m edida hom ogénea. Puesto que los resultados se reducen todos a u n a dim ensión, no tenem os más que verificar qué cantidad de esa «única cosa buena», a la cual se ha reducido cada valor, ofrece cada opción. Ciertam ente, no es probable que tengam os m ucho problem a al elegir entre dos opciones alternativas, cada u n a de las cuales ofrece la misma cosa buena, pero u n a ofrece más que las otras. Este es u n caso trivial, pero la creencia en que tendrem os «gran dificultad» para deci­ dir cuando quiera que la opción no sea tan trivial parece muy débil (resulta te n ta d o r p re g u n ta r ¿cuán «malcriado» p u ed e usted llegar

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V i d a s , l ib e r t a d e s y c a p a c id a d e s

a ser?). En efecto, si contar un conjunto de núm eros reales es todo lo que podríam os hacer para razonar acerca de qué elegir, entonces no habría muchas opciones razonables a nuestra disposición. Si estamos en trance de decidir si com pram os u n a entre varias ces­ tas de m ercancías o si optam os p o r u n plan para pasar un día libre o si escogemos por quién votar en unas elecciones, estamos ineludible­ m ente implicados en evaluar alternativas con aspectos inconm ensu­ rables. Cualquiera que haya ido de com pras sabe que hay que escoger entre objetos inconm ensurables: los mangos no pu ed en m edirse en unidades de manzanas, ni el azúcar puede reducirse a unidades de ja b ó n (aunque he oído a algunos padres decir que si así fuere el m un­ do sería m ejor). La inconm ensurabilidad difícilmente constituye un descubrim iento notable en el m undo en que vivimos. Y p o r sí misma no tiene que hacer muy difícil escoger de m odo razonable. Por ejemplo, som eterse a una operación quirúrgica y disfrutar de u n a visita a un país extranjero son dos realizaciones inconm ensura­ bles, pero u n a persona puede no ten er gran problem a en decidir cuál sería más valiosa en su condición , y ese juicio puede variar con lo que ella sabe de su estado de salud y sus otros intereses. Aveces, la elección y la ponderación p u ed en ser difíciles, pero no hay aquí im­ posibilidad general de hacer elecciones razonadas sobre com bina­ ciones de diversos objetos. Elegir opciones con recom pensas inconm ensurables es com o ha­ blar en prosa. En general, no resulta particularm ente difícil hablar en prosa (aun si el señor Jo u rd ain en El burgués gentilhombre de Mo­ lière podía asom brarse de nuestra destreza para realizar una proeza tan exigente). Pero esto no niega el reconocim iento de que hablar puede ser a veces muy difícil, no porque expresarse en prosa sea ar­ duo sino porque, p o r ejemplo, uno está abrum ado p o r las em ocio­ nes. La presencia de resultados inconm ensurables indica tan sólo que las decisiones sobre opciones no serán triviales (sólo réductibles a contar qué es «más» y qué es «menos»), pero no indica de ningún m odo que sea imposible o incluso que sea siem pre muv difícil.

Va l o r a c i ó n y r a z o n a m i e n t o p ú b l i c o

La evaluación reflejada exige razonam iento sobre la im portancia relativa y no sólo cóm puto. Este es un ejercicio en el cual estamos cons­


La id e a d e la ju s tic ia

tan teniente implicados. A ese enten d im ien to general h a de añadir­ se la posible im portancia del razonam iento público com o form a de extender el alcance y la confiabilidad de las valoraciones para hacer­ las más sólidas. La necesidad de escrutinio y evaluación crítica no es sólo u na exigencia de evaluación egoísta p o r individuos aislados sino u n indicador de la fecundidad de la discusión pública y del ra­ zonam iento público interactivo: las evaluaciones sociales p u ed en ser privadas de inform ación pública y buenos argum entos si están enteram ente basadas en la m editación solitaria. La discusión públi­ ca y la deliberación p u ed en conducir a un m ejor en ten d im ien to del papel, el alcance y la significación de las actividades particulares y de sus com binaciones. En años recientes, la discusión pública de las desigualdades de género en la India ha servido para destacar la im portancia de ciertas libertades que no recibían antes adecuado reconocimiento*. Los ejemplos incluyen la libertad de apartarse de roles familiares fijos y antiguos que limitan las oportunidades sociales y económ icas de las mujeres, así com o de u n sistema de valores sociales que está m ucho más equipado para responder a las carencias de los hom bres que a las de las mujeres. Estos antecedentes tradicionales de la desigualdad de género en sociedades bien establecidas y dom inadas p o r los varo­ nes exigen no sólo preocupación individual sino tam bién discusión pública inform ativa y, con frecuencia suficiente, agitación. Es im portante enfatizar la conexión en tre el razonam iento p ú ­ blico y la elección y po n d eració n de las capacidades p ara la evalua­ ción social. Conviene tam bién llam ar la atención sobre el carácter absurdo del argum ento según el cual el enfoque de la capacidad se­ ría utilizable —y «operacional»— sólo si procede de u n conjunto de valores relativos «dados» sobre las distintas actividades en u n a lista fija de capacidades relevantes. La búsqueda de valores relativos da­ dos o predeterm inados no sólo carece de fundam entación concep­ tual sino que tam bién descuida el hecho de que las valoraciones y los valores relativos pueden recibir la influencia razonable de nuestro propio escrutinio continuado v de la discusión pública**. Sería difícil

* Esto será analizad o en el cap itu lo 16. ** A p arte d e las variaciones g e n erales q u e d e p e n d e n d e las circu n sta n cias socia­ les y las p rio rid a d e s políticas, existen b u e n a s razo n es p a ra m a n te n e r a b ie rta la p o sib i­ lidad d e p la n te a r nuevas e in te re sa n te s cu estio n es so b re in clu sio n es y valores relati­

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V i d a s , l ib e r t a d e s y c a p a c id a d e s

articular este entendim iento con el uso inflexible de algunos valores relativos predeterm inados en u n a form a no contingente*. Puede ocurrir, p o r supuesto, que el acuerdo basado en los valo­ res relativos esté lejos de ser com pleto, y entonces tendrem os bue­ n a razón para em plear jerarq u ías de valores relativos sobre los cua­ les podam os alcanzar algún acuerdo. Esto no tiene que alterar de m anera fatal la evaluación de la injusticia o la elaboración de las políticas públicas, p o r razones ya vistas antes en este libro (a p artir de la Introducción) Por ejem plo, p ara m ostrar que la esclavitud reduce de m anera severa la libertad de los esclavos o que la ausen­ cia de cualquier garantía de atención m édica recorta nuestras opor­ tunidades sustantivas de vida o que la d esn u trició n aguda de los niños, que causa agonía inm ediata y atraso de las capacidades cognitivas, incluida la habilidad de razonar, es u n a afrenta a la justicia, no necesitam os un vínico conjunto de valores relativos sobre las di­ ferentes dim ensiones im plicadas en tales juicios. U n am plio abani­ co de valores relativos no congruentes del todo p o d ría p ro d u cir orientaciones similares**. El enfoque de la capacidad es en teram en te consistente con una confianza en órdenes parciales de preferencias y en acuerdos limita­ dos, cuya im portancia se ha subrayado a lo largo de este trabajo. La tarea principal consiste en hacer bien las cosas en los juicios com pa­

vos. P o r ejem plo, h a h a b id o b u e n o s a rg u m e n to s re c ien te s q u e carg an el a c e n to en valores co m o la «civilidad» e n el d e sa rro llo d e la ap licació n d e las cap acid ad es h u m a ­ nas p ara c o m p re n d e r el alcan ce d e la lib e rta d y la univ ersalid ad . V éase el lúcido análisis de D rucilla C o rn e ll e n «D eveloping H u m a n C apabilities: F re ed o m , U niver­ sality a n d Civility», e n Defending I deals: War, Democracy a nd Political Struggles, R o u tled g e, N ueva York, 2004. * I.a elec ció n d e valores relativos ta m b ié n p u e d e d e p e n d e r d e la n a tu ra le z a d el ejercicio (p o r e je m p lo , si e m p le a m o s la p e rsp e ctiv a d e la c a p a c id a d p a ra eva­ lu a r la p o b re z a o p a ra o rie n ta r la p o lític a sa n ita ria , o si la u sam o s p a ra e v alu a r la d e sig u a ld a d d e las ventajas g e n e ra le s d e d ife re n te s p e rs o n a s). D ife ren te s cu e stio ­ n es p u e d e n ser p la n te a d a s m e d ia n te la c a p a c id a d d e in fo rm a c ió n , v la d iv ersid ad d e los ejercicios im p lic a d o s p u e d e c o n d u c ir m ás b ie n a d ife re n te s e lec c io n es d e valores relativos. ** Las cuestiones analíticas y m atem áticas subyacentes al uso d e ó rd e n e s o je ra r­ quías de valores relativos (en lu g ar d e u n ú n ico c o n ju n to d e valores relativos) p a ra ge­ n e ra r clasificaciones parciales regulares se investigan en m i « In terp erso n al A ggrega­ tion a n d Partial C om parability», Econometrica, n u m . 38, 1970, y Sobre la desigualdad económica, C átedra, M adrid, 1979. Véase tam b ién E nrica C h iappero-M arinetti, «A New A p p ro ach to th e E valuation o f W ell-being a n d Poverty by Fuzzy Set Theory», Giomale degli Economisti, n u m . 53, 1994.


L a id e a

d e la ju s t ic ia

rativos que p u ed en form ularse a través del razonam iento personal y público, en lugar de sentirse obligados a o p in ar sobre cada posible com paración.

C a p a c id a d e s , in d iv id u o s y c o m u n id a d e s

Paso ahora a la tercera de las com plicaciones identificadas antes. Las capacidades son vistas ante todo com o atributos de las personas y no de las colectividades o com unidades. No existe, p o r supuesto, difi­ cultad alguna en pensar en las capacidades de los grupos. Por ejem­ plo, si consideram os la habilidad de Australia para vencer a otros paí­ ses jugadores de cricket (tal com o las cosas parecían al com enzar a escribir este libro, p ero quizá ya no más), el tem a de discusión es la capacidad del equipo australiano de cricket, no de cualquier ju g a d o r australiano de cricket. ¿No debería lajusticia tom ar nota de tales capa­ cidades de grupo, am én de las capacidades individuales? En efecto, algunos críticos del enfoque de la capacidad han visto en la concentración sobre la capacidad de las personas la influencia m aligna de lo que se ha llam ado —no es un elogio— «individualis­ mo metodológico». Em piezo p o r discutir, prim ero, p o r qué la identi­ ficación del enfoque de la capacidad com o individualism o m eto ­ dológico sería un erro r significativo. Aun cuando lo que se llam a individualismo m etodológico se ha definido de m uchas formas*, Francés Stewart y Séverine D eneulin se concentran en la creencia de que «todos los fenóm enos sociales tienen que ser explicados desde el pun to de vista de lo que los individuos piensan, deciden y hacen»16. Ciertam ente, ha habido escuelas de pensam iento basadas en el pen­ samiento, la elección y la acción individuales, y separadas de la socie­ dad que las rodea. Pero el enfoque de la capacidad no sólo no asume tal separación, sino que su preocupación p o r la habilidad de las per­ sonas para vivir las clases de vidas que tienen razón para valorar apor­ ta influencias sociales tanto desde el p u n to de vista de lo que ellas va­ loran (por ejemplo, «tomar parte en la vida de la com unidad») cuanto

* S obre las co m p lejid ad es im plícitas e n el d iag n ó stico d e l individualism o m e to ­ dológico, véase Steven Lukes, Individualism, Blackwell, O x fo rd , 1973, y tam b ié n «Me­ th o d o lo g ical Individualism R eco n sid ered » , British Journal o f Sociology, n u m . 19, 1968, ju n to co n las referen cia s citadas p o r Lukes.


V id a s , l ib e r t a d e s y c a p a c id a d e s

desde el punto de vista de las influencias que actúan sobre sus valores (por ejemplo, la relevancia del razonam iento público en la evalua­ ción individual). Resulta difícil entonces representarse de m anera convincente cómo las personas en la sociedad pu ed en pensar, elegir o actuar sin ser influidas en u n a u otra form a p o r la naturaleza y el funcionam ien­ to del m undo a su alrededor. Si, p o r ejemplo, las m ujeres en las socie­ dades de tradición sexista llegan a aceptar que su posición ha de ser institucionalm ente inferior a la de los hom bres, entonces esa visión —com partida por cada m ujer bajo la influencia social— no es, en m odo alguno, independiente de las condiciones sociales’. Al procu­ rar u n razonado rechazo de esa presunción, la perspectiva de la capa­ cidad exige más com prom iso público con tal tema. En efecto, todo el enfoque del «espectador imparcial», en el cual se inspira la perspecti­ va de este libro, se concentra en la relevancia de la sociedad —y de la gente cercana y lejana— en el ejercicio valorativo de los individuos. Los usos del enfoque de la capacidad (por ejemplo, en mi libro Desa­ rrollo y libertad [1999 ] ) han rechazado de m odo inequívoco toda visión separada de los individuos con respecto a la sociedad que los rodea. Quizá la mala interpretación de esta crítica surge de su falta de voluntad para distinguir adecuadam ente entre las características in­ dividuales que se usan en el enfoque de la capacidad y las influencias sociales que actúan sobre ellas. En este sentido, la crítica se detiene dem asiado pronto. Tom ar nota del papel de «pensar, elegir y hacer» en los individuos es apenas el principio del reconocim iento de lo que realm ente sucede (como individuos, p o r supuesto, pensam os so­ bre cosas y elegimos y realizamos acciones), pero no podem os con­ cluir aquí sin apreciar la profunda y extendida influencia de la socie­ dad en nuestro «pensar, elegir y hacer». C uando alguien piensa y elige y hace algo, es esa persona —y no otra— quien hace tales cosas. Pero sería difícil en ten d er p o r qué y cóm o ella asume estas activida­ des sin alguna com prehensión de sus relaciones sociales. La cuestión fundam ental fue planteada con adm irable claridad p o r Karl Marx hace más de siglo y medio: «Lo que hay que evitar ante todo es el restablecim iento de la sociedad com o u n a abstracción con respecto al individuo»17. La presencia de individuos que piensan, eli­

* Este p ro b le m a fu e e stu d ia d o en el c a p ítu lo 7.


La

i d f .a t>f l a j u s t i c i a

gen y actúan —una realidad manifiesta en el m u n d o — no convierte u n enfoque en individualista desde el p u n to de vista m etodológico. Sería la invocación ilegítima de cualquier presunción de in d ep en ­ dencia de los pensam ientos v acciones de las personas con respecto a la sociedad lo que introduciría la bestia tan tem ida en el salón. M ientras la acusación de individualismo m etodológico sería difí­ cil de sustentar, de todos modos cabe preguntar: ¿por qué hay que restringir las capacidades relevantes que se consideran valiosas a los individuos y no a los grupos? Xo existe, en efecto, n inguna razón analítica particular para que las capacidades de grupo — el poderío m ilitar de la nación estadounidense o la habilidad p ara jugar de los chinos— tengan que ser excluidas a priori de los discursos sobre la justicia v la injusticia en sus respectivas sociedades o en el m undo. La explicación radica en la naturaleza del razonam iento implicado. Puesto que los grupos no piensan en el mismo sentido que los in­ dividuos, la im portancia de las capacidades de los grupos tendería a ser entendida, por razones muy claras, desde el p u n to de vista del va­ lor que los m iem bros del g ru p o /(u otras personas) asignen a la efi­ ciencia de esa colectividad. En definitiva, tenem os que apoyarnos en la valoración individual y reconocer a la vez la pro fu n d a in terd ep en ­ dencia de las valoraciones de los individuos que interactúan. La valo­ ración im plicada tendería a estar basada en la im portancia que las personas otorguen a la habilidad de hacer ciertas cosas en colabora­ ción con otros*. Al valorar la habilidad de una persona para tom ar parte en la vida de la sociedad, hay u n a valoración im plícita de la vida misma de la sociedad, y éste es un aspecto im portante de la perspec­ tiva de la capacidad**.

* Existe tam bién la o p o rtu n id a d de distin g u ir e n tre «culpa colectiva» y «culpa in ­ dividual» de los m iem bros d e la colectividad. Los «sentim ientos d e cu lp a colectiva» tam b ién p u e d e n ser distinguidos d e los sen tim ien to s de cu lp a individual. Véase M arga­ re t G ilbert, «Collective G uilt an d Collective G uilt Feelings», Journal o f Ethics, n u m . 6, 2002 . ** N o existe ob v iam en te p ro h ib ic ió n c o n tra la o b servación d e estas cap acid ad es in te rre lacio n ad as. En realid a d , el a rg u m e n to en favor d e to m a r n o ta es m uy fu erte . Jam es E. F oster y C h isto p h e r H a n d v h a n investigado el p ap e l v la o p e ra c ió n d e las capacidades in te rd e p e n d ie n te s en su lú cid o ensavo «E xternal C apabilities», m im eo , V an d erb ilt University, 2008. V éanse tam b ié n Ja m e s E. Foster, « F reedom , O p p o rtu n i­ ty a n d W ell-being», m im e o , V a n d e rb ilt U niversity, 2008, y S a b in a A lk ire y Ja m e s E. Foster, « C o u n tin g a n d M u ltid im en sio n al Povertv M easu rem en t» , P O H I W orking P a p e r 7, O x fo rd University, 2007.

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V id a s , l ib e r t a d e s y c a p a c id a d e s

Hay una segunda cuestión que resulta relevante aquí. U na perso­ na pertenece a m uchos grupos diferentes (de género, clase, lenguíye, profesión, nacionalidad, com unidad, raza, religión y así sucesivamen­ te), y considerarla tan sólo como m iem bro de un grupo particular se­ ría u na denegación grave de la libertad de cada persona para decidir exactam ente cómo verse a sí misma. La creciente tendencia a ver a las personas desde el punto de vista de u n a «identidad» dom inante («éste es tu deber como estadounidense», «tienes que realizar estos actos como musulmán» o «como chino debes dar prioridad a este em peño nacional») no es sólo la imposición de una prioridad externa y arbi­ traria, sino tam bién la negación de una im portante libertad de la per­ sona, que puede decidir sobre sus respectivas lealtades con diferentes grupos (a todos los cuales pertenece). Da la casualidad de que una de las prim eras advertencias contra la ignorancia práctica de la m últiple afiliación de los individuos proce­ de de Karl Marx. En su Crítica del programa de Gotha señala la necesi­ dad de superar el análisis de clase aun cuando uno aprecie su rele­ vancia social (un tem a sobre el cual hizo aportes fundam entales): Los individuos desiguales ív no habría individuos diferentes si 110 fueran desiguales) son medibles sólo mediante un criterio igual en la medida en que sean juzgados desde un punto de vista igual, que sean tomados sólo desde un aspecto definido, por ejemplo, en el presente caso, que se vean únicam ente como trabajadores, v no se vea en ellos nada más, todo lo demás sea ignorado18.

Creo que esta advertencia contra la visión del individuo como simple m iem bro de u n grupo (Marx protestaba aquí contra el Pro­ gram a de G otha del Partido O brero alem án, que consideraba a los trabajadores «sólo com o trabajadores») es muy im portante en el ac­ tual clima intelectual en el cual los individuos tien d en a ser identifi­ cados com o m iem bros de u n a sola categoría con exclusión de todas las dem ás («no se vea en ellos nada m ás»), com o ser m usulm án, cris­ tiano o hindú, árabe o ju d ío , h u tu o tutsi, o m iem bro de la civilización o ccid en tal (sea q u e se co n sid ere inevitable u n ch o q u e de civiliza­ ciones o no). Los seres hum anos individuales con sus varias identi­ dades plurales, sus múltiples afiliaciones y sus diversas asociaciones son p o r antonom asia criaturas sociales con diferentes tipos de inte­ racciones sociales. Las propuestas de ver a una persona sim plem ente


La i d e a d e l a j u s t i c i a

com o m iem bro de un grupo social tienden a basarse en un en ten d i­ m iento inadecuado de la am plitud y la com plejidad de cualquier so­ ciedad en el mundo*.

D e s a r r o l l o s o s t e n ib l e y m e d io a m b ie n t e

Concluyo esta discusión sobre la relevancia de la libertad y las ca­ pacidades con una ilustración práctica referente al desarrollo soste­ nible. La am enaza que se cierne hoy sobre el m edio am biente ha sido justam ente subrayada en debates recientes, pero hay necesidad de claridad para decidir cóm o pensar los desafíos am bientales del m undo contem poráneo. C oncentrarse en la calidad de la vida puede im pulsar esta tarea e ilum inar no sólo las exigencias del desarrollo sostenible, sino tam bién el contenido y la relevancia de lo que pode­ mos calificar com o «cuestiones ambientales». El m edio am biente se ve en ocasiones (creo que con excesivo simplismo) com o el «estado de naturaleza», que incluye m agnitudes com o la cobertura forestal, la profundidad de la capa de agua subte­ rránea, el núm ero de especies vivientes y así sucesivamente. En la m edida en que se supone que esta naturaleza preexistente perm ane­ cerá intacta a m enos que le añadam os im purezas y contam inantes, puede parecer superficialm ente plausible que el m edio am biente se protege m ejor si interferim os con él lo m enos posible. Este entendi­ m iento es, sin em bargo, profundam ente defectuoso p o r dos im por­ tantes razones. Prim era, el valor del m edio am biente no puede ser una simple cuestión de lo que existe, pues tam bién consiste en las o p ortunida­ des que ofrece a la gente. El im pacto del m edio am biente en las vidas hum anas tiene que ser una de las principales consideraciones al p o n ­ d erar el valor del m edio am biente. Para p o n er u n ejem plo extrem o, la erradicación de la viruela no se considera u n em pobrecim iento de la naturaleza (no tendem os a lam entar que el m edio am biente es más pobre desde que ha desaparecido la viruela) en la misma form a que la destrucción de los bosques a causa de su relación con las vidas en general y con las vidas hum anas en particular. * S o b re esto, véanse Kwame A n th o n y A p p iah , La ética de la identidad, Katz E dito­ res, M adrid, 2007, y A m artya Sen, Identidad y violencia: la ilusión del destino.

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V i d a s , l ib e r t a d e s y c a p a c id a d e s

No resulta sorprendente, en consecuencia, que la sostenibilidad am biental haya sido definida desde el p u n to de vista de la preserva­ ción y el m ejoram iento de la calidad de la vida hum ana. El ju stam en ­ te celebrado Inform e B rundtland, publicado en 1987, define el «de­ sarrollo sostenible» com o «el desarrollo que satisface las necesidades de las presentes generaciones sin com prom eter la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades»19. Se puede discutir si la visión de la Comisión B rundtland acerca de lo que hay que sostener es correcta, y tengo algo más que decir sobre su form ulación concreta. Pero prim ero tengo que reconocer la deuda de gratitud que todos tenem os con Gro H arlem B rundtland y su co­ misión p o r el entendim iento, que han prom ovido sobre cóm o el va­ lor del m edio am biente no puede divorciarse de las vidas de los seres vivos. Segunda, el m edio am biente no es sólo un asunto de preservación pasiva, sino tam bién de búsqueda activa. Aun cuando m uchas activi­ dades hum anas que acom pañan el proceso de desarrollo p u ed en te­ n e r consecuencias destructivas, está den tro del p o d er h um ano enri­ quecer y m ejorar el m edio am biente en que vivimos. Al pensar en los pasos que p u eden darse para d eten er la destrucción am biental, tene­ mos que incluir la intervención hum ana constructiva. N uestro p o d er para intervenir con efectividad y con razonam iento puede ser sustan­ cialm ente m ejorado p o r el proceso mismo de desarrollo. P or ejem­ plo, el increm ento de la educación y del em pleo de las m ujeres pue­ de ayudar a reducir las tasas de fertilidad, lo cual a largo plazo puede reducir la presión sobre el calentam iento global y la creciente des­ trucción de los am bientes naturales. De igual m anera, la extensión de la educación y el m ejoram iento de su calidad p u ed en hacernos más conscientes de la cuestión am biental. U na m ejor com unicación y unos m edios más activos y m ejor inform ados p u ed en hacernos más conscientes de la necesidad de u n pensam iento orientado a lo am­ biental. Es fácil enco n trar otros ejemplos de participación positiva. En general, concebir el desarrollo desde la perspectiva de la libertad efectiva de los seres hum anos prom ueve la capacidad de acción cons­ tructiva de personas com prom etidas en actividades benéficas para el m edio am biente, directam ente d en tro del dom inio de los logros del desarrollo. El desarrollo es fundam entalm ente u n proceso de devolución de po d er a la ciudadanía, y este p o d er puede ser em pleado para preser­


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var y enriquecer el m edio am biente, y no sólo para diezmarlo. No te­ nem os que pensar entonces en el m edio am biente exclusivamente desde el p un to de vista de la conservación de las condiciones natura­ les preexistentes puesto que el en to rn o natural puede incluir tam ­ bién los resultados de la creación hum ana. Por ejemplo, la purifica­ ción del agua es parte del m ejoram iento del m edio en que vivimos. La elim inación de las epidem ias contribuye tanto al desarrollo com o al m ejoram iento am biental. Hay, sin em bargo, m argen para el argum ento sobre cóm o debe­ ríam os pensar exactam ente acerca de las exigencias del desarrollo sostenible. El Inform e B rundtland define desarrollo sostenible com o el que «satisface las necesidades de las presentes generaciones sin com prom eter la capacidad de las futuras generaciones para satisfa­ cer sus propias necesidades». Esta iniciativa de asum ir la cuestión de la sostenibilidad ha hecho ya m ucho bien. Pero todavía tenem os que preguntar si la concepción de" ser hu m an o im plícita en este entendi­ m iento de la sostenibilidad adopta u n a visión adecuadam ente com­ prehensiva de la h u m an id ad . Es cierto que las personas tien en n e­ cesidades, pero tam bién tienen valores y, en especial, atesoran su habilidad para razonar, apreciar, elegir, participar y actuar. Ver a la gente tan sólo desde el p u n to de vista de sus necesidades puede ofre­ cernos u na visión más bien pobre de la hum anidad. El concepto de sostenibilidad de B rundtland ha sido elegante­ m ente refinado y extendido p o r R obert Solow, uno de los prim eros econom istas de nuestro tiem po, en una m onografía titulada A n Almost Practical Step toivard Sustainability [Un paso casi práctico hacia la sostenibilidad]20. La form ulación de Solow ve la sostenibilidad como la exigencia de que se deje a la siguiente generación «todo lo que se requiera para alcanzar u n nivel de vida al m enos tan b u en o com o el nuestro y para ocuparse de la generación subsiguiente de m anera si­ milar». Esta form ulación tiene varias características muy atractivas. Prim ero, al enfocarse en el sostenim iento de los niveles de vida, que aportan la motivación para la consen ación am biental, Solow extien­ de el alcance de la concentración de B rundtland en la satisfacción de las necesidades. Segundo, en la tesis elegantem ente recursiva de So­ low, los intereses de todas las generaciones futuras reciben atención a través de los preparativos que cada generación hace para la siguien­ te. Hay u na adm irable universalidad en la cobertura generacional a la cual Solow da cabida.

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Pero ¿incluso la reform ulación del desarrollo sostenible de So­ low in co rp o ra u n a visión ad ecu ad am en te am plia de la hum anidad? Al paso que la co ncentración en el m an ten im ien to de los niveles de vida tiene m érito cierto (hay algo m uy atractivo en la fórm ula de Solow para tratar de asegurar que las generaciones venideras p u e­ d an «alcanzar un nivel de vida al m enos tan bu en o com o el nues­ tro»), todavía puede preguntarse si la cobertura de los niveles de vida es suficientem ente incluyente. En especial, sostener los niveles de vida no es lo mismo que sostener la libertad y la capacidad de las per­ sonas para tener —y salvaguardar— lo que valoran y lo que tienen razón para considerar im portante. N uestra razón para valorar las oportunidades particulares no tiene que descansar siem pre en su contribución a nuestros niveles de vida o, más generalm ente, a nues­ tros intereses*. Como ilustración, considerem os nuestro sentido de responsabili­ dad hacia el futuro de otrás especies am enazadas de extinción. Pode­ mos atribuir im portancia a la preservación de las especies no sólo porque — ni sólo en la m edida en que— su presencia m ejora nues­ tros niveles de vida. Por ejemplo, u n a persona puede considerar que debem os hacer cuanto podam os para asegurar la conservación de algunas especies animales amenazadas, com o la lechuza m oteada. No habría contradicción si la persona dijera: «Mi nivel de vida no se vería muy afectado o com pletam ente afectado p o r la presencia o la ausencia de la lechuza m oteada —de hecho nunca he visto una— , pero creo con firmeza que no debem os perm itir que se extinga, p o r razones que no tienen m ucho que ver con los niveles de vida de los humanos»**. Aquí es dond e el argum ento de G autam a Buda, presentado en Sutta-Nipala (y discutido en el capítulo 9), se hace directa e inm edia­ tam ente relevante. Puesto que somos m ucho más poderosos que otras especies, tenem os cierta responsabilidad hacia ellas, que se re­

* V éase la discusión so b re este te m a e n el cap ítu lo 8. ** Existe tam bién la necesidad d e ir más allá de las m otivaciones egoístas en la com ­ prensión del com prom iso de m uchas personas en ayudar a p ro teg er a las poblaciones vulnerables d e las adversidades am bientales q u e p u e d e n n o afectar d irectam en te las vi­ das de los individuos q u e asum en tal com prom iso. El peligro d e inund acio n es en las Maldivas o Bangladesh p o r el creciente nivel del m ar p u ed e influir en los p ensam ientos y los actos d e m uchas personas q u e no se verían afectadas p o r las am enazas a las q u e se en fren tan las poblaciones precariam en te ubicadas.


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laciona con esta asim etría de poder. Podem os ten er m uchas razones para nuestros esfuerzos conservacionistas, y no todas ellas d ep en d en de nuestro nivel de vida (o dem andan satisfacción) y algunas agudi­ zan nuestro sentido de los valores y nuestro reconocim iento de nues­ tra responsabilidad fiduciaria. Si la im portancia de las vidas hum anas se basa no sólo en nuestro nivel de vida y nuestra necesidad de satisfacción, sino tam bién en la libertad de que disfrutamos, entonces la idea de desarrollo sostenible tiene que ser reform ulada en consecuencia. En este contexto, ser consistente significa pensar no sólo en sostener la satisfacción de nuestras necesidades, sino tam bién nuestra libertad (incluida la liber­ tad de satisfacer nuestras necesidades). Caracterizada así, la libertad sostenible puede ampliarse a partir de las formulaciones de Brundtland y Solow para abarcar la prese n ació n , y si es posible la extensión, de las libertades y capacidades sustantivas de la gente hoy «sin com­ p rom eter la capacidad de las futuras generaciones» de ten er u n a li­ b ertad igual o mayor. Para utilizar una distinción medieval, no somos sólo «pacientes» cu­ yas necesidades m erecen satisfacción, sino también «agentes» cuya li­ bertad para decidir qué valorar y cómo procurarlo puede extenderse m ucho más allá de nuestros intereses y necesidades. La significación de nuestras vidas no se puede guardar en la pequeña caja de nuestros nive­ les de vida o de nuestra necesidad de satisfacción. Las necesidades ma­ nifiestas del paciente, con toda su importancia, no pueden eclipsar la relevancia vital de los valores razonados del agente.

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12. Ca p a c id a d e s y r e c u r so s

L í a riqueza no constituye u n a m an era adecuada de ju zg ar las ven­ tajas, com o planteaba con gran claridad Aristóteles en la Etica a Nicómaco: «Es evidente que la riqueza no es el bien que buscamos, pues es útil en o rd en a otra cosa»1. La riqueza no es algo que valore­ mos p o r sí mismo. Ni es u n b u en indicador de la clase de vidas que podem os vivir con base en n uestra riqueza. U na persona con una severa discapacidad no p u ed e ser considerada más aventajada sólo p orque tiene más ingreso o riqueza que su vecino fuerte y sano. En efecto, u n a persona más rica con u n a discapacidad puede estar suje­ ta a m uchas restricciones que otra más pobre sin la discapacidad físi­ ca p u ed e no experim entar. Al ju zg ar las ventajas que unas personas tienen en com paración con otras, tenem os que m irar a las capacida­ des generales de las cuales unas y otras consiguen disfrutar. Este es ciertam ente u n argum ento im portante para usar com o base de eva­ luación el enfoque de la capacidad y no el enfoque de los recursos. Puesto que la idea de capacidad está ligada a la libertad sustantiva, asigna u n papel central a la habilidad real de la persona p ara hacer diferentes cosas que valora. El enfoque de la capacidad se concentra en las vidas hum anas y no sólo en los recursos de la gente, en la for­ m a de posesión o usufructo de objetos de conveniencia. Ingreso y ri­ queza se consideran con frecuencia com o criterios principales del éxito hum ano. Al plantear u n cam bio esencial en el foco de aten­ ción, de los medios de vida a las oportunidades reales de la persona, el enfoque de la capacidad se orienta a un giro radical en los enfo­ ques evaluativos regulares am pliam ente utilizados en econom ía y es­ tudios sociales.


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Este enfoque tam bién inicia un cam bio de rum bo sustancial con respecto a la orien tació n en los m edios que prevalece en algunos de los enfoques corrientes en filosofía política, como la concepción de Jo h n Rawls sobre los «bienes primarios» (incorporada en su «princi­ pio de diferencia») para evaluar cuestiones de distribución en su teo­ ría de la justicia. Los bienes prim arios son medios de uso m últiple com o el ingreso y la riqueza, los poderes y las prerrogativas del oficio, las bases sociales de la autoestim a v así sucesivamente. No son valio­ sos en sí mismos, pero pueden avudar, en diferentes grados, a buscar lo que realm ente valoramos. No obstante, aun cuando los bienes pri­ marios son, en el m ejor de los casos, medios para los fines valiosos de la vida hum ana, ellos mismos han sido considerados com o el indica­ dor prim ario para juzgar la equidad en la distribución, según los p rin ­ cipios rawlsianos de la justicia. A través del reconocim iento explícito de que los medios para la vida hum ana satisfactoria no son en sí mis­ mos los fines de la b u en a vida (el argum ento aristotélico), el enfoque de la capacidad ayuda a conseguir una significativa extensión del al­ cance del ejercicio evaluativo .

L a p o b r e z a c o m o p r iv a c ió n d e l a c a p a c id a d

U na de las cuestiones centrales en este contexto es el criterio de la pobreza. La identificación de la pobreza con el ingreso bajo está bien establecida, pero existe ya una bibliografía sustancial sobre sus insufi­ ciencias. El énfasis de Rawls en los bienes prim arios es más incluyen­ te que el ingreso (en realidad, el ingreso es uno de sus co m ponentes), p ero la identificación de los bienes prim arios se orienta todavía, en el análisis del filósofo, p o r su búsqueda de los medios generales de uso m últiple, de los cuales el ingreso v la riqueza son ejemplos parti­ culares y particularm ente im portantes. Sin em bargo, diferentes per­ sonas p u eden tener muy diferentes oportunidades de convertir el ingreso y otros bienes prim arios en características de la buena vida v en el tipo de libertad valorada en la vida hum ana. Así, la relación en­ tre recursos y pobreza es tanto variable cuanto d ependiente de las

* Yo h e p re s e n ta d o a rg u m e n to s p a ra este cam b io d e foco cn «W ell-being. A gen­ cy a n d F reed o m : T h e Dewev L ectu res 1984», Journal of Philosophy, n u m . 82. 1985. v «Justice: M eans versus F reedom s», Philosophy and Public Affairs, n u m . 19. 1990.

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C a p a c id a d e s y r e c u r s o s

características de las respectivas personas y del am biente natural y social en el cual viven*. Hay, en efecto, varios tipos de contingencias que resultan en varia­ ciones en la conversión del ingreso en las clases de vidas que la gente puede vivir. Existen al menos cuatro fuentes im portantes de variación. (1) Heterogeneidades personales: Las personas tienen características fí­ sicas dispares en relación con la edad, el género, la discapacidad, la m orbilidad y otros aspectos, lo cual hace muy diversas sus necesidades. Por ejemplo, una persona discapacitada o enferm a puede necesitar más ingreso para hacer las mismas cosas elementales que una persona menos afectada con un nivel dado de ingresos. En efecto, algunas des­ ventajas, como las discapacidades severas, pueden no ser corregibles del todo incluso con grandes gastos en u n tratam iento o una prótesis. (2) Diversidades en el ambientefísico: Cuán lejos puede llegar un ingre­ so dado dependerá también de las condiciones ambientales, incluidas las circunstancias climáticas, como las tem peraturas o las inundaciones. Las condiciones ambientales no tienen que ser inalterables; pueden ser mejoradas por esfuerzos comunales o em peoradas p o r la contamina­ ción o el agotamiento. Pero un individuo aislado puede tener que de­ p ender m ucho de las condiciones ambientales dadas para convertir in­ gresos y recursos personales en actividades y calidad de la vida. (3) Variaciones en el clima social: I.a conversión de recursos persona­ les en actividades tam bién recibe la influencia de las condiciones so­ ciales, com o la atención m édica y epidem iológica pública, los servi­ cios de educación pública y la prevalencia o ausencia de crim en y violencia en la localidad. Aparte de las facilidades públicas, la natura­ leza de las relaciones com unitarias puede ser muy im portante, com o la reciente literatura sobre el «capital social» tiende a subrayar2. (4) Diferencias en perspectivas relaciónales: Los patrones establecidos de conducta en una com unidad también pueden variar de m anera sustan­

* En u n a te m p ra n a co n trib u c ió n d e 1901 , R o w n tree observó u n asp ecto d el p ro ­ b lem a al referirse a la « p o b reza secu n d aria» , e n co n tra ste co n la «po b reza prim aria» q u e se d e fin e p o r el in g reso bajo. V éase B. S e eb o h m R ow ntree, Poverty: A Study oj Town Life, M acm illan, L o n d res, 19 0 1. Al seg u ir el fe n ó m e n o d e la p o b re z a se c u n d a­ ria, R ow ntree se c o n c e n tró esp ecíficam en te en los h áb ito s y p a tro n e s de c o m p o rta ­ m ien to q u e afectan el c o m p o n e n te d e m e rcan cías en el co n su m o fam iliar. El p ro b le ­ m a conserv a su im p o rta n c ia h asta hoy, p e ro la distan cia e n tre el in g reso b ajo y la privación real p u e d e su rg ir ta m b ié n p o r o tras razones.


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cial la necesidad de ingreso para realizar las mismas actividades elem en­ tales. Por ejemplo, ser capaz de «aparecer en público sin vergüenza» puede requerir niveles más elevados de vestuario y de otros consumos visibles en una sociedad rica que en una sociedad pobre (como Adam Sm ith observaba hace más de doscientos años en La riqueza de las naciones)*. Lo mismo se aplica a los recursos personales necesarios para tom ar parte en la vida de la com unidad y, en muchos contextos, incluso para satisfacer los más elementales requerim ientos de la autoestima. Esta es prim ariam ente una variación intersocial, pero influye en las ven­ tajas relativas de dos personas situadas en diferentes países**. Puede haber tam bién algún «acoplamiento» de desventajas entre diferentes fuentes de privación, y esto puede ser de im portancia críti­ ca para en ten d er la pobreza y form ular políticas públicas para afron­ tarla3. Las desventajas para compeür, como la edad, la discapacidad o la enferm edad, reducen nuestra habilidad para ganar un ingreso. Pero tam bién hacen más difícil convertir ingreso en capacidad, puesto que u na persona mayor, más discapacitada o más enferm a puede ne­ cesitar más ingreso (para asistencia, tratam iento o prótesis) para rea­ lizar las mismas actividades (incluso si esa realización fuera, en efecto, posible en absoluto)***. Así, la pobreza real (desde el p u nto de vista de la privación de la capacidad) puede fácilmente ser m ucho más inten­ sa que lo que podem os deducir de los datos. Esta puede ser una preo­ * Véase A dam Sm ith, La riqueza de las naciones. Sobre la relación e n tre desventaja relativa y pobreza, véanse los más recientes trabajos de \V. G. R u n cim an , Relative D e r i­ vation and SocialJustice: A Study o f Attitudes to Social Equality in Twentieth-Century England, R outledge, L ondres, 1966, y P eter Tow nsend. Poverty in the United Kingdom, P en g u in , H am m ondsw orth, 1979. ** En efecto, la privación relativa d esd e el p u n to d e vista d e los ingresos p u e d e p ro d u c ir la privación ab so lu ta d esd e el p u n to d e vista d e las cap acid ad es. S er relativa­ m e n te p o b re e n u n país rico p u e d e ser u n a g ran d esventaja en m a teria d e cap acid ad , incluso c u a n d o el in g reso ab so lu to es alto seg ú n criterio s in te rn a c io n ale s. E n u n país rico, se re q u ie re n m ás ingresos p a ra c o m p ra r suficientes m ercan cías y alca n zar el m ism o fu n c io n a m ie n to social. Sobre esto, véase m i «Poor, Relatively Speaking», Oxford Economic Papers, n ú m . 35, 1983, re im p re so en Resources, Values and Development, H arv ard U niversity Press, C am b rid g e, 1984. *** H ay tam b ién u n p ro b le m a d e ac o p la m ie n to en (1) la d e sn u tric ió n g e n e ra d a p o r la p o b re z a e n m a te ria d e ingreso, y (2) la p o b re z a e n m a te ria d e in g reso g e n e ra ­ da p o r el d esem p leo d e b id o a la d e sn u tric ió n . S o b re estas co n ex io n e s, véase P a rth a D asgupta y D ebraj Ray, «Inequality as a D e te rm in a n t o f M aln u tritio n a n d U n em p lo y ­ m en t: T heory», Economic Journal, n ú m . 96, 1986, v «Inequality as a D e te rm in a n t o f M a ln u tritio n a n d U nem p lo y m en t: Policy», EconomicJournal, n ú m . 97, 1987.


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cupación crucial en la evaluación de la gestión pública para asistir a los ciudadanos de la tercera edad y a otros grupos con dificultades de conversión, además de su reducida habilidad para ob ten er ingresos". La distribución de facilidades y oportunidades dentro de la familia plantea complicaciones adicionales para el enfoque del ingreso sobre la pobreza. El ingreso de la familia aum ento gracias a sus miembros eco­ nóm icam ente activos y no a todos los individuos dentro de ella sin con­ sideración por su edad, género o capacidad laboral. Si el ingl eso fami­ liar se usa de m anera desproporcionada para prom over los intereses de unos miembros en desm edro de otros (por ejemplo, si hay una prefe­ rencia sistemática por los chicos y no p o r las chicas en la asignación de los recursos familiares), entonces la extensión de la privación de los miembros desatendidos (las chicas, en el ejemplo considerado) puede no amortiguarse de m odo adecuado p o r el valor agregado del ingl eso familiar4. Este es un asunto clave en muchos contextos. El prejuicio de género parece ser un factor determ inante en la asignación de recursos familiares en muchos países de Asia y Africa del norte. La privación de las niñas se adv ierte con mayor facilidad —y confiabilidad— en la priva­ ción de capacidades que se traduce, p o r ejemplo, en mayor mortalidad, morbilidad, desnutrición o desatención médica, que lo que se observa al com parar ingresos de distintas familias” .

* La contribución de tales desventajas a la prevalencia d e la pobreza de ingresos en G ran B retaña fue revelada en u n estudio em p írico p io n ero d e A. B. Atkinson. Pn-(rt\ in Britain and the Refonn of Social Security, C am bridge University Press, C am bridge. 1969. En sus obras posteriores, A tkinson h a avanzado en la exploración d e la conexión e n tre la pobreza de ingresos y la privación d e otras clases. V éanse su «O n th e M easurem ent of Poverty», Econometnca, núm . 55, 1987, y Pcverty and Social Security, H arvester W heatsheaf. N ueva York, 1989. Para u n vigoroso ex am en d e la idea gen eral d e desventaja v de su am ­ plia relevancia tanto para la evaluación social c u an to p ara las políticas públicas, véase Jon ath an W olf y A vner De-Shalit, Disadvantage, O x fo rd University Press, O xford, 2007. ** El prejuicio de g é n e ro n o es c laram en te u n a preo cu p a c ió n tan destacada para la evaluación de la desigualdad y la p o b reza e n E u ro p a y N o rteam érica, p e ro la p re su n ­ ción — con frecuencia im plícita— d e q u e la cu estió n d e la d esig u ald ad d e g é n e ro no se aplica a los países o ccidentales p u e d e ser m uy engañosa. P o r ejem plo, Italia tiene u n a de las tasas más altas d e trabajo fe m e n in o «no reco n o cid o » (en su m ayoría, trabajo dom éstico n a d a glam uroso) e n tre todos los países del m u n d o incluidos en las cuentas nacionales com paradas a m ed iad o s d e los añ o s noventa, según el In fo rm e d e D esarro­ llo H u m a n o d e la O N U e n 1995. El cálculo d el esfuerzo y d el tiem p o invertidos, y sus im plicaciones p ara la lib ertad perso n al d e las m ujeres, tam bién tie n e cierta gravitación e n E u ro p a y N orteam érica. Se observa tam b ién el p rejuicio d e g é n e ro en m u ch o s ca­ sos en los países m ás ricos c u a n d o se trata d e o p o rtu n id a d e s p a ra la ed ucació n avanza­ d a o d e la posibilidad d e ser escogida p a ra los más altos cargos.


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D is c a p a c id a d , r e c u r s o s y c a p a c id a d

La relevancia de la discapacidad en la com prensión de la priva­ ción en el m undo se desestima con frecuencia, y éste puede ser uno de los argum entos más im portantes para prestar atención a la pers­ pectiva de la capacidad. Las personas con discapacidades físicas o m entales están no sólo entre los seres hum anos más pobres del m un­ do; son tam bién los más desatendidos. La m agnitud del problem a global de la discapacidad en el m undo es verdaderam ente gigantesca. Más de 600 m illones de personas —cerca de uno de cada diez seres hum anos— vive con alguna forma de discapacidad significativa3. Más de 400 millones de ellos viven en países en desarrollo. Más aún, en el m undo en desarrollo, los disca­ pacitados son con m ucha frecuencia los más pobres entre los pobres desde el p u n to de vista del ingreso, p ero adem ás su necesidad de in­ greso es mayor que la de los fuertes y sanos puesto que requieren di­ nero y asistencia para tratar de vivir vidas norm ales y aliviar sus des­ ventajas. El deterioro de la capacidad de ob ten er ingresos, que puede calificarse de «la desventaja del ingreso», tiende a reforzarse y m agni­ ficarse con el efecto de «la desventaja de la conversión»: la dificultad de convertir ingresos v recursos en buena vida, precisam ente debido a la discapacidad. La im portancia de «la desventaja de la conversión» debida a la discapacidad puede ilustrarse con algunos resultados em píricos de u n estudio pionero de Wiebke Kuklvs sobre la pobreza en el Reino U nido, en una notable tesis presentada en la Universidad de Cam­ bridge poco antes de su prem atura m uerte p o r cáncer: la disertación fue publicada más tarde en un libro". Kuklys encontró que el 17.9 p o r ciento de los individuos vivían en familias con ingresos p o r deba­ jo del nivel de la pobreza. Si la atención se desplaza a individuos en familias con u n m iem bro discapacitado, el porcentaje de tales indivi­ duos que viven p o r debajo del nivel de la pobreza es de un 23.1 por ciento. Esta brecha de más del 5 p o r ciento refleja la desventaja del ingreso resultante de la discapacidad v de la atención de los discapa­ citados. Si se incorpora la desventaja de la conversión, y se tom a aten­ ta nota de la necesidad de más ingreso para paliar las desventajas de la discapacidad, la proporción de individuos en familias con m iem ­ bros discapacitados salta al 47.4 por ciento, u n a brecha de más de veinte puntos porcentuales sobre la porción de individuos bajo la lí­

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nea de la pobreza (17.9 p o r ciento) en la población total. En otras palabras, de los más de veinte puntos porcentuales adicionales co­ rrespondientes a la desventaja de la pobreza para los individuos que vi­ ven en familias con un m iem bro discapacitado, cerca de una cuarta parte puede atribuirse a la desventaja del ingreso y tres cuartas partes a la desventaja de la conversión (la cuestión central que distingue la pers­ pectiva de la capacidad de la perspectiva de los ingresos y recursos). U na com prensión de las exigencias morales y políticas de la discapa­ cidad es im portante no sólo porque se trata de una característica muy extendida y muy dañina de la hum anidad, sino también porque mu­ chas de sus trágicas consecuencias pueden superarse de m anera sustan­ cial con asistencia social e intervención imaginativa. Las políticas para tratar la discapacidad pueden cubrir un amplio terreno, que incluye el m ejoram iento de los efectos de la desventaja, por una parte, y los pro­ gramas de prevención de las discapacidades, por otra. Es muy impor­ tante entender que muchas discapacidades pueden ser prevenidas, y se puede hacer bastante no sólo para disminuir la penalidad de la discapa­ cidad sino también para reducir su incidencia. En efecto, sólo u n a m oderada proporción de los 600 millones de personas que viven con discapacidades fueron condenadas a esas condiciones en la concepción o en el nacim iento. Por ejem plo, la desnutrición m aterna y la desnutrición infantil pu ed en hacer a los niños vulnerables a enferm edades y desventajas de salud. La ceguera puede resultar de enferm edades ligadas a infecciones y a falta de agua potable. O tras discapacidades p u ed en ten er origen en la poliomieli­ tis, el saram pión o el sida, al igual que accidentes de tráfico y de tra­ bajo. U na cuestión adicional es la de las minas terrestres que están sem bradas en todos los territorios conflicdvos del m undo, y m utilan y m atan a m uchas personas, especialm ente niños. La intervención social contra la discapacidad tiene que incluir prevención tanto com o atención y alivio. Si las exigencias de la justicia tienen que dar prioridad a la elim inación de la injusticia manifiesta (como se ha ale­ gado a lo largo de este trabajo), en lugar de concentrarse en la bús­ queda prolongada de la sociedad perfectam ente justa, entonces la prevención y el alivio de la discapacidad h an de ocupar un lugar cen­ tral en la em presa de prom oción de la justicia. H abida cuenta de lo que puede lograrse a través de la interven­ ción hum ana e inteligente, resultan sorprendentes la pasividad y la autocom placencia de casi todas las sociedades ante la prevalencia de


I.A ID E A DE 1_\ |U S T IC IA

la injusta carga de la discapacidacl. El conservatismo conceptual de­ sem peña u n papel significativo en la reproducción de esta pasividad. En particular, la concentración en la distribución del ingreso com o principal guía para la justicia distributiva evita la com prensión del dram a de la discapacidad y sus implicaciones políticas y m orales para el análisis social. Incluso la constante utilización de las visiones de la pobreza según el ingreso (como la repetida invocación del n úm ero de personas que viven con m enos de uno o dos dólares diarios, una práctica muy popular en las organizaciones internacionales) puede desviar la atención de la terrible dureza de la privación social, en la cual se com binan la desventaja de la conversión y la desventaja del ingreso. Los 600 m illones de discapacitados en el m u n d o no están apestados sólo p o r el ingreso reducido. Su libertad p ara vivir una b u en a vida está m alograda en m uchas formas diferentes, que actúan separadas yjuntas para ponerlos en peligro.

E l u s o d e l o s b ie n e s p r im a r io s e x R a w l s

H abida cuenta de la im portancia de la distancia entre las capaci­ dades y los recursos, p o r razones va consideradas, resulta difícil no ser escéptico sobre el principio de diferencia de Rawls que se con­ centra p o r com pleto en los bienes prim arios para juzgar las cuestio­ nes de distribución en sus «principios de justicia» para la base institu­ cional de la sociedad. Esta divergencia, con toda su im portancia, no significa p o r supuesto falta de preocupación p o r parte del filósofo acerca de la trascendencia de la libertad sustantiva, com o se ha plan­ teado antes. Aun cuando los principios de justicia de Rawls se con­ centran en los bienes prim arios, él se ocupa en otro lugar de la nece­ sidad de corregir este énfasis en los recursos para ten er u n a m ejor com prensión de la libertad real de la gente. La am plia sim patía de Rawls p o r los desaventajados se refleja de m anera extraordinaria en sus escritos. En efecto, Rawls recom ienda correctivos especiales p ara las «ne­ cesidades especiales» como la discapacidad y la desventaja, aun cuan­ do esto no es parte de sus principios de justicia. Estas correcciones no llegan con el establecimiento de «la estructura institucional básica» de la sociedad en la «fase constitucional», sino que aparecen más tarde con ocasión del uso de las instituciones ya establecidas, parti­

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C a p a c id a d e s y r e c u r s o s

cularm ente en la «fase legislativa». Esto hace muy claro el alcance de la motivación de Rawls, y la cuestión que hay que p lantear es si ésta es la m anera adecuada de rectificar la ceguera parcial de la pers­ pectiva de los recursos y los bienes prim arios en los principios de ju s­ ticia de Rawls. En la exaltada posición que Rawls concede a la m étrica de los bie­ nes prim arios, hay cierta propensión a restar im portancia al hecho de que personas diferentes, p o r sus características propias o p o r la influencia del am biente físico y social, o por la privación relativa (cuan­ do las ventajas absolutas de una persona d ep en d en de su posición relativa en com paración con o tras), p u ed en ten er muy variadas opor­ tunidades para convertir recursos generales (como el ingreso y la ri­ queza) en capacidades: lo que pu ed en hacer realm ente o no. Rawls habla en verdad de la eventual em ergencia de provisiones especiales para las necesidades especiales (por ejemplo, para los cie­ gos o para aquellos que están claram ente discapacitados p o r otras razones) en una fase posterior del despliegue de su historia de lajusticia en varias etapas. Este movimiento indica la pro fu n d a preocupa­ ción de Rawls po r la desventaja, pero la form a en que trata este ex­ tendido problem a tiene u n alcance muy limitado. Prim ero, estas correcciones ocurren, si acaso, sólo después de que la estructura ins­ titucional básica ha sido establecida a través de los «principios de ju s­ ticia» de Rawls: la naturaleza de estas instituciones básicas no está en absoluto influida p o r tales «necesidades especiales» (los bienes pri­ marios, tales como ingresos y riqueza, prevalecen en establecer la base institucional que se ocupa de las cuestiones de distribución, a través del papel del principio de diferencia). Segundo, incluso en u n a etapa posterior, cuando se tom e nota de las «necesidades especiales», no hay intento de llegar a un acuerdo con las ubicuas variaciones en las oportunidades de conversión entre diferentes personas. Las desventajas prom inentes y fáciles de identifi­ car (como la ceguera) son, p o r supuesto, im portantes para seguir de cerca, pero las variaciones en diversas formas (vinculadas, p o r ejem­ plo, a u na mayor m orbilidad, am biente epidem iológico más adverso, varios niveles y tipos de discapacidades físicas y mentales) hacen que el foco informativo en varias actividades sea esencial para pensar en los arreglos y las realizaciones sociales, tanto para establecer la estruc­ tura institucional cuanto para asegurar que funcionan bien y con un uso adecuado del razonam iento hum ano y comprensivo.


La

i d f .a d e l a j u s t i c i a

Creo que Rawls está tam bién motivado p o r su preocupación por la justicia en la distribución de la libertad y las capacidades, p ero al fundar sus principios de justicia sobre la perspectiva inform ativa de los bienes prim arios en el principio de diferencia, deja la determ ina­ ción de las «justas instituciones» para lajusticia distributiva exclusiva­ m ente sobre los livianos hom bros de los bienes prim arios para pro­ veer la guía institucional básica. Esto no da suficiente m argen a su preocupación subyacente por las capacidades para influir en la fase institucional con la cual están directam ente relacionados sus princi­ pios de justicia.

D e s v ia c io n e s d e la t e o r ía r a w l s ia n a

A diferencia de la concentración de Rawls en el institucionalismo trascendental, el enfoque de lajusticia que se explora en esta obra no busca un escenario secuencial v priorizado para el despliegue de una sociedad perfectam ente justa. Al centrarse en el m ejoram iento de la justicia a través del cambio institucional y de otros cambios, nuestro enfoque, en consecuencia, no relega la cuestión de la conversión y las capacidades a un estatuto de segunda categoría, que sea traído a cola­ ción y considerado más tarde. E ntender la naturaleza y las fuentes de la privación de capacidades v de la inequidad es, en efecto, esencial para elim inar injusticias manifiestas que puedan ser identificadas me­ diante razonam iento público, con un buen acuerdo parcial*. El enfoque rawlsiano tam bién ha ejercido am plia influencia fuera de su propio dom inio puesto que ha sido el m odo dom inante de ra­ zonam iento sobre lajusticia en la filosofía política y m oral de nuestro

* AI investigar las lim itacio n es d e la c o n c e n tra c ió n e n el ín d ice de b ien es p rim a ­ rios e n la fo rm u lac ió n d e los p rin cip io s d e ju sticia e n el e n fo q u e g e n e ra l d e Rawls, n o es m i in te n c ió n su g e rir q u e to d o estaría b ie n e n esta p ersp ectiv a d e in stitu cio n a ­ lism o trasc e n d e n ta l si la c o n c e n tra c ió n en los b ien es p rim ario s fu e ra ree m p la z a d a p o r el co m p ro m iso d ire c to co n las capacidades. Las serias dificu ltad es q u e p la n te a la o rie n ta c ió n tra scen d e n ta l y n o c o m p a ra d a d e Rawls, d esd e el p u n to d e vista p u ra ­ m e n te in stitu cio n al d e sus p rin cip io s de ju sticia, ya d iscutidos, se m a n te n d ría n con in d e p e n d e n c ia del foco in fo rm ativ o q u e se u tilizara p a ra evaluar las p re o c u p ac io n e s relativas a la d istrib u ció n . S ostengo a q u í q u e, ad em ás d e los p ro b le m a s g e n erale s re­ sultantes d e apoyarse e n u n e n fo q u e in stitu cio n alista tra sc e n d e n ta l, la te o ría d e la ju stic ia d e Rawls está a d ic io n a lm e n te afectad a p o r su c o n c e n tra c ió n en los b ien es p rim ario s p a ra lid iar co n las cu estio n es d e d istrib u c ió n en sus p rin cip io s d e justicia.

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tiem po. Por ejemplo, aquellos que h an tratado de reten er la fundam entación contractualista rawlsiana en u n a nueva —y más am bicio­ sa— teoría de lajusticia que abarca todo el m undo (una «teoría cos­ m opolita de lajusticia» tal tiene un ám bito m ucho más extenso que el enfoque país-por-país de Rawls) m antienen la búsqueda de una ordenación com pleta de los juicios distributivos, que resulta necesa­ ria para lajusticia institucional trascendental en el m undo en tero '. No debería sorprender que estos teóricos no se hayan aplacado con la ordenación parcial e incom pleta basada en las capacidades y que, como dice Thom as Pogge, exista u n a dem anda p o r m ucho más que «una m era ordenación ritual parcial» necesaria para resolver «cómo debe ser diseñado un o rden institucional»8. Me gustaría desear bue­ na suerte a los constructores de u n conjunto institucional trascen­ dentalm ente justo para el m undo entero, pero para quienes están listos para concentrarse, al m enos p o r el m om ento, en reducir las injusticias manifiestas que plagan el m undo de m anera tan severa, la relevancia de una ordenación «meramente» parcial para u n a teoría de lajusticia puede ser en realidad vital*. Diría que la cuestión central no es si un cierto enfoque tiene un alcance total en su capacidad para com parar cualesquiera dos alter­ nativas, sino si las com paraciones están orientadas y razonadas de ma­ nera apropiada. Las com paraciones de libertades y capacidades nos colocan en el territoriojusto, y no deberíam os m udarnos a un territo­ rio diferente, tentados p o r los atractivos de u n a ordenación com pleta (vista con independencia de lo que o rdena p o r com pleto). La ventaja de la perspectiva de la capacidad sobre la perspectiva de los recursos reside en su relevancia e im portancia sustantiva, y no en ninguna prom esa de pro d u cir u n a ordenación com pleta. En efec­ to, com o ha m ostrado de m anera muy persuasiva Elizabeth Anderson, la métrica de la capacidad «es superior a la métrica de los recursos p orque se enfoca en los fines y no en los m edios, p u ed e afrontar m ejor la discrim inación contra los discapacitados, es apropiadam en­ te sensible a las variaciones individuales de la actividad que im por­ ta en dem ocracia, y está bien dispuesta para orientar la justa presta­ ción de los servicios públicos, en especial la salud y la educación»9.

* Esta cu estió n ya fu e d iscu tid a e n la In tro d u c c ió n y e n los c ap ítu lo s 1 a 4.


L a ID E A D E LA J U S T I C I A

L a ig u a l d a d d e r e c u r s o s e n D w o r k in

M ientras Rawls em plea la perspectiva de los recursos en sus princi­ pios de justicia a través del índice de bienes prim arios e ignora las variaciones de la conversión entre recursos y capacidades, la utiliza­ ción de la perspectiva de los recursos p o r R onald Dworkin da cabida de m anera explícita a la observación de esas variaciones a través de u n pensam iento hábilm ente orientado al m ercado, en particular por m edio del uso de un m ercado prim ordial im aginario de seguros con­ tra las desventajas de la conversión. En este experim ento intelectual se supone que las personas, bajo un velo de la ignorancia en u n a po­ sición original a la m anera de Rawls, entran en ese m ercado hipotéti­ co que vende seguros para precaver tales desventajas. M ientras en esa situación im aginaria nadie sabe quién va a ten er cuál desventaja, todos com pran el seguro contra posibles adversidades y (más tarde, p o r así decirlo) los que term inan con las desventajas p u ed en recla­ m ar su com pensación estipulada de acuerdo con el m ercado de se­ guros y obtienen así más recursos de otras clases. Dworkin alega que esto es lo m ásjusto que se puede conseguir según lo que él considera com o efectiva «igualdad de recursos». Esta es ciertam en te u n a p ro p u esta in teresan te y m uy ingeniosa (tras d ictar u n a clase co n ju n ta con R onald Dworkin en O xford d u ­ ran te diez años y co n o cer el asom broso p o d e r de su m ente, yo no po d ría, p o r supuesto, h ab er esperado m enos). Pero después de esta brillante co ntrib u ció n sobre un posible m ercado hipotético, Dworkin p arece dirigirse en línea recta a u n cierto pro g ram a cuya consigna sería «¡supera esto si puedes!», o rien tad o a los afectados p o r el enfoque de la capacidad*. El sostiene que o esa igualdad de capacidad equivale a igualdad de bienestar, en cuyo caso constitu­ ye u n a visión e rró n e a de la equidad, o viene a ser la m ism a solución que su igualdad de recursos, en cuyo caso no hay diferencia efecti­ va en tre nosotros (y n in g u n a ventaja en seguir el enfoque de la cap a cid ad ). * S up o n g o q u e d e b e ría sen tirm e h o n ra d o p o r ser to m a d o lo su ficien tem en te en serio com o p a ra ser iden tificad o c o m o el p rin cip al p ro tag o n ista d e lo q u e él co n sid era co m o el insatisfactorio en fo q u e d e las capacidades. V éase R onald D workin, Sovereign Virtue: The Theory and Practice of Equality, H arv ard U niversity Press, C am bridge, 2002, pp. 65-119 [Virtud soberana: la teoría y la práctica de la igualdad, Paidós, B arcelona, 2003]. Véase tam b ién su «Sovereign V irtue Revisited», Ethics, n ú m . 113, 2002.

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C a p a c id a d e s y r e c u r s o s

A pesar de mi inm ensa adm iración p o r la obra de R onald Dwor­ kin, tengo que decir que estoy u n tanto confuso p ara decidir p o r dónde em pezar a analizar lo que está m al en este argum ento contra un enfoque basado en la capacidad. Prim ero (para em pezar p o r un aspecto m en o r y despejar así el cam ino), incluso si la igualdad de ca­ pacidad equivaliera a igualdad de la capacidad p ara el bienestar, no sería lo mismo que igualdad de bienestar*. (La distinción en tre capa­ cidad y realización fue planteada en el capítulo a n terio r). Sin em bar­ go, más im portante aún, debería ser claro p o r lo que he dicho de la perspectiva de la capacidad desde su prim era presentación que no abogo aquí ni po r la igualdad de bienestar ni p o r la igualdad de ca­ pacidad para alcanzar el bienestar**. Segundo, si la igualdad de recursos no fuera diferente de la igual­ dad de capacidad y libertad sustantiva, ¿por qué es más interesante, desde el punto de vista normativo, pensar en la prim era que en la se­ gunda, si los recursos son tan sólo instrum entalm ente im portantes com o m edios para otros fines? Puesto que los recursos son útiles «en orden a otra cosa», com o decía Aristóteles, y puesto que el argum en­ to de la igualdad de recursos se basa en definitiva en esa «otra cosa», ¿por qué no p o n er la igualdad de recursos en su sitio com o u n a ma­ nera de alcanzar la igualdad de la capacidad para realizar, si la con­ gruencia entre las dos se m antiene realm ente? No hay, p o r supuesto, gran dificultad m atem ática en pensar en un objeto que pued e verse com o u n fin (como utilidad o capacidad) desde el pun to de vista de cantidades «equivalentes» de algo distinto (como ingreso o recurso) que sirve com o m edio p ara alcanzar el fin correspondiente, siem pre que el últim o sea lo suficientem ente fuer­ te para perm itirnos alcanzar cualquier nivel del prim ero. Esta técni­

* P o r ejem p lo , la b ú sq u e d a real d e estilos o p u le n to s d e vida, q u e D w orkin n o q u ie re subsidiar, n o d e b e c o n fu n d irse co n la c a p acid ad d e re g o d e a rse en estilos o p u ­ lentos, u n a cap acid ad q u e m u c h a g e n te p u e d e c o m p a rtir sin u tilizarla re a lm en te. ** Mi C onferencia T a n n e r d e 1979 sobre el uso d e la capacidad, q u e fue p u blicada com o «Equality o f What?» e n S. M cM urrin (ed.), TannerLectures on H um an Valúes, Cam ­ brid g e U niversity Press, C am bridge, 1980, vol. I, p resen tab a la perspectiva d e la capaci­ dad n o sólo com o u n contraste con el en fo q u e rawlsiano d e los b ienes prim arios sino tam bién com o un rival y u n a crítica d e cu alq u ier en fo q u e basado en el bienestar. Dwor­ kin n o co m en ta esto e n su p rim e r ensayo sobre iguald ad de recursos: «W hat is Equality? P art 1: Equality o f Welfare» y «W hat is Equality? P a rt 2: Equality o f Resources», Philosophy and Public Affairs, núm . 10,1981, y la a trib u ció n o cu rrió p o r vez p rim era, hasta d o n d e sé (a m enos q ue m e haya p e rd id o a lg o ), en Virtud soberana.


L a ID E A D E LA J U S T IC IA

ca analítica ha sido muy utilizada en teoría económ ica, particular­ m ente en análisis de utilidad, para pensar la utilidad no de m anera directa sino desde el p u n to de vista de ingresos equivalentes (la lla­ m ada «utilidad indirecta»). La igualdad de capacidad y la dworkiana igualdad de recursos, que puede verse en este sentido com o «capaci­ dad indirecta», po d rían ser congruentes si y sólo si los m ercados de seguros funcionaran de tal m anera que bajo la fórmula de Dworkin para la igualdad de recursos todos tuvieran la misma capacidad. Pero entonces ¿por qué em ocionarse sólo con la realización instrum ental («todos tenem os los mismos recursos, ¡viva!»), en lugar de em ocio­ narse con aquello que realm ente im porta (todos tienen la misma li­ bertad sustantiva o capacidad)? Tercero, la con g ru en cia p u ed e no sostenerse en realidad, pues­ to que los m ercados de seguros p u e d e n tratar más fácilm ente con unos objetos que con otros. Algunas de las fuentes de la desventaja de la capacidad n o surgen de características personales (com o la discapacidad), sino de características relaciónales y am bientales (com o la privación relativa, o riginalm ente discutida en La riqueza de las naciones de A dam Sm ith). P uede com probarse fácilm ente p o r qué el m ercado de seguros co n tra tales características no p er­ sonales es m ucho más difícil de encajar en el m ercado de seguros con clientes individuales*. O tra razón para la posibilidad de la no congruencia es que m ien­ tras la evaluación de las diferencias interpersonales en la privación es el tem a del razonam iento público en mi enfoque, esa evaluación se deja a los operadores atomistas en los m ercados de seguros de Dwor­ kin. En el sistema de Dworkin, es la interacción de las respectivas evaluaciones de los diferentes individuos lo que determ in a los p re­ cios de m ercado y los niveles de com pensación de los distintos tipos de seguros. El m ercado se encarga de hacer el ejercicio evaluativo que puede requerir razonam iento público y discusión interactiva. Cuarto, el objeto de Dworkin, com o el de otros enfoques institucionalistas trascendentales, es alcanzar instituciones perfectam ente

* A lgunas de las razones d e la divergencia e n tre igualdad d e recursos e iguald ad de capacidades h an sido analizadas, e n tre otros, p o r A ndrew W illiam, «Dworkin o n Capability», Ethics, núm . 113, 2002, y R olan d P ierik e In g rid Robeyns, «Resources ver­ sus C apabilities: Social E ndow m ents in E galitarian T heory», Political Studies, n ú m . 55, 2007.


C a p a c id a d e s y r e c u r s o s

justas (en un p aso ). Pero al cum plir la tarea de prom over la justicia a través de la elim inación de los casos de injusticia radical, incluso cuando no hay esperanza de lograr instituciones perfectam ente ju s­ tas (o incluso cualquier acuerdo sobre lo que ellas serían), podem os aprovechar lo que ha sido llam ado de m anera desdeñosa «una orde­ nación m eram ente parcial». El m ercado como si de seguros contra la discapacidad a la m anera de Dworkin ni siquiera preten d e ofrecer­ nos medios y m étodos para identificar avances de lajusticia, debido a su exclusiva concentración en el ejercicio sim ulado de la justicia trascendental. Q uinto, Dworkin no considera problem áticas la existencia, la sin­ gularidad y la eficiencia de los equilibrios del m ercado perfectam en­ te competitivo que él necesita para su argum ento institucional. Y todo esto se presum e, sin m ucha defensa, a pesar de lo que sabemos sobre las enorm es dificultades que existen en estas presunciones, com o se advierte en m edio siglo de investigación económ ica sobre la teoría del «equilibrio general». En efecto, m uchas de las características pro­ blemáticas, relacionadas con las limitaciones informativas (especial­ m ente la inform ación asim étrica), el papel de los bienes públicos, las econom ías de escala y otros im pedim entos se aplican con particular énfasis a los m ercados de seguros10. Me tem o que existe algún fundam entalism o institucional en el enfoque de Dworkin, y alguna inocencia en su presunción de que una vez hayamos acordado ciertas reglas para la redistribución de recursos basados en seguros, seríamos capaces de olvidar los resulta­ dos reales y las capacidades efectivas de que las diferentes personas disfrutan. Se supone que las libertades y los resultados reales se pue­ d en dejar en las seguras m anos de la elección institucional a través de m ercados como si, sin h ab er tenido siquiera que justificar a posteriori la correspondencia en tre lo que las personas esperaban v lo que realm ente sucedió. Se supone que los m ercados de seguros funcio­ nan com o armas de u n solo disparo, sin sorpresas, sin repeticiones y sin discusiones sobre lo que se esperaba y sobre lo que realm ente sucedió. Si hay alguna utilidad en el ingenioso artificio dworkiano de los m ercados im aginarios de seguros, ella no está en su pretensión de ser u n a nueva y viable teoría de laju sticia distributiva. La igualdad de recursos, a la m anera de Dworkin, difícilm ente sustituye el enfo­ que de la capacidad, pero puede servir com o u n a form a —una entre


La id e a d e l a j u s t i c i a

varias formas*— de en ten d er cóm o puede concebirse la com pensa­ ción de desventajas desde el p u n to de vista de las transferencias de ingreso. En este difícil terreno, podem os servirnos de cualquier ayu­ da procedente de experim entos intelectuales, siem pre que no p re­ tendan ten er poderes im periales com o árbitros institucionales. Como vimos en el capítulo 3, el avance de lajusticia y la elimina­ ción de la injusticia exigen el com prom iso conjunto con la elección institucional (para ocuparse, entre otras cosas, de los ingresos priva­ dos y los bienes públicos), el ajuste del com portam iento y los procedi­ mientos de corrección de los arreglos sociales basados en la discusión pública sobre qué se prom ete, cóm o funcionan realm ente las institu­ ciones y cómo pueden mejorarse las cosas. No podem os claudicar como si fuera posible «desconectar» el razonam iento público interactivo a partir de la prom etida virtud de la elección institucional definitiva ba­ sada en el m ercado. La función social de las instituciones, incluidas las de carácter imaginario, es m ucho más compleja.

* U n a im p o rta n te altern ativ a p a ra su m in istra r in g reso p riv ad o e x tra a los disca­ pacitad o s es, p o r su p u esto , la so c o rrid a p ráctica d e o frecerles servicios sociales g ra­ tuitos o subsidiados, u n p ro c e d im ie n to c e n tra l e n el E stado d e b ie n e s ta r e n E u ro p a. Así fu n cio n a, p o r ejem p lo , u n sistem a n ac io n a l d e se g u rid a d social, e n lu g a r d e d a r a los en fe rm o s u n m ayor in g reso p a ra p a g a r sus gastos m édicos.


13. F e l i c i d a d , b i e n e s t a r y c a p a c i d a d e s

P u e s t o que se supone que la econom ía es mi profesión, sin im portar lo que yo haga de mi idilio con la filosofía, p u ed o em pezar con el reconocim iento de que mi profesión ha ten id o u n a relación tor­ m entosa con la perspectiva de la felicidad. La econom ía se describe con frecuencia, en palabras de Thom as Carlyle, com o «la ciencia de­ prim ente». Los economistas son vistos con frecuencia com o terribles aguafiestas que quieren ahogar la natural alegría de los seres hum a­ nos y su cordialidad recíproca en u n a especie de elaborado brebaje de disciplina económica. En efecto, E dm und Clerihew Bentley colo­ có los escritos económ icos del gran utilitarista Jo h n Stuart Mili en el triste recipiente de la econom ía política, con poca alegría y ninguna cordialidad: John Stuart Mili con esfuerzos mil venció su natural bonhomía y escribió sus Principios de Economía. ¿Es la econom ía realm ente tan hostil a la felicidad y la sociabili­ d ad que la bonh o m ía debe ser despiadadam ente vencida antes de estar en condiciones de considerar la econom ía política? P or supuesto, no cabe d u d a de que la m ateria de la econom ía es con frecuencia grave y a veces muy deprim ente, y p u ed e ser muy di­ fícil m an ten er la alegría natural al estudiar el ham bre o la pobreza, o tratar de e n ten d er las causas y consecuencias del devastador des­ em pleo o de la terrible miseria. Pero así es com o debe ser: la alegría


La i d e a d k l a j u s t i c i a

per se no es de gran ayuda en el análisis del desem pleo, la pobreza o la ham bruna. ¿Pero qué decir de la econom ía en general, que se ocupa de tan­ tas cuestiones diferentes, de las cuales no todas son terriblem ente perturbadoras? ¿Tiene algún sentido d ar cabida a la perspectiva de la felicidad y reconocer su im portancia p ara la vida hum ana y, en con­ secuencia, para la b u en a política económica? Esta es la prim era p re­ gunta que consideraré en este capítulo. La segunda es: ¿cuán adecuada es la perspectiva de la felicidad p arajuzgar el bienestar o la ventaja de u n a persona? Podríam os errar si no somos justos al valorar la im portancia de la felicidad, si sobrestimam os dicha im portancia al ju zg ar el bienestar de la gente, o si ig­ noram os las limitaciones de la felicidad com o principal o única base de la justicia social o del bienestar social. Además de exam inar las conexiones en tre felicidad y bienestar, es relevante p re g u n ta r cuál es la relación entre la felicidad y la perspectiva de la libertad y la ca­ pacidad. Puesto que estoy estudiando la significación de la capaci­ dad, resulta im portante exam inar la extensión de la divergencia en­ tre las dos perspectivas de la felicidad y la capacidad. Tercero, ¿cómo se vincula la capacidad con el bienestar de u n a persona? ¿Una am pliación de la capacidad es siem pre un m ejora­ m iento del bienestar? Si no es así, ¿en qué sentido la capacidad es un indicador de la ventaja de u n a persona? Estas preguntas serán consideradas enseguida, pero antes quiero discutir el hecho de que la relevancia de la capacidad no se reduce sólo a su papel de inform arnos sobre las ventajas de u n a persona (es en este papel dond e la capacidad puede com petir con la felicidad), puesto que tam bién tiene implicaciones para los deberes y obligacio­ nes personales, al m enos en u n a perspectiva. Como se observó antes, la capacidad es tam bién u n poder, en u n sentido en que la felicidad no lo es. ¿Cuán significativas resultan las im plicaciones de este con­ traste para la filosofía política y m oral en general y para la teoría de la justicia en particular?

F e l i c i d a d , c a p a c id a d y o b l ig a c io n e s

La cuestión aquí se refiere a la responsabilidad del p o d er efecti­ vo, que se exam inó en el capítulo 9. A diferencia del argum ento

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F e l ic id a d , b ie n e s t a r y c a p a c id a d e s

contractualista, el tem a del d eb er u obligación del p o d er efectivo para hacer la diferencia no surge, en esa línea de razonam iento, de la m utualidad de beneficios conjuntos a través de la cooperación o del com prom iso hecho en algún contrato social. Se basa más bien en el argum ento según el cual si alguien tiene el p o d er de hacer la diferencia para reducir la injusticia en el m undo, entonces hay un fuerte y razonado argum ento para hacer ju stam en te eso (sin ten er que disfrazar todo esto com o u n a im aginaria ventaja prudencial en u n hipotético ejercicio de cooperación). Es u n a línea de arg u m en ­ tación que yo sitúo en el análisis de G autam a Buda sobre las obliga­ ciones que acom pañan a la efectividad del p o d er propio, pero que h a surgido en form as distintas en la filosofía política y m oral de m u­ chos países y periodos. La libertad en general y la libertad de acción en particular son partes de un po d er efectivo que una persona tiene, y sería un erro r ver la capacidad, ligada a estas ideas de libertad, sólo com o u n a no­ ción de ventaja hum ana: se trata tam bién de u n a preocupación cen­ tral sobre la com prensión de nuestras obligaciones. Esta considera­ ción sugiere un contraste fundam ental entre felicidad y capacidad com o ingredientes informativos básicos de u n a teoría de la justicia, puesto que la felicidad no genera obligaciones en la form a en que la capacidad inevitablem ente lo hace, si se adm ite el argum ento sobre la responsabilidad del p o d er efectivo. A este respecto, hay u n a signi­ ficativa diferencia entre bienestar y felicidad, de u n a parte, y libertad y capacidad, de la otra. La capacidad tiene un papel en ética social y filosofía política que va m ucho más allá de su posición com o com petidor de la felicidad y el bienestar en tanto guía de la ventaja hum ana. No insistiré aquí en esta distinción, al menos de m anera directa, aun cuando figurará en la explicación acerca de p o r qué un m ejoram iento de la libertad de una persona pued e no increm entar necesariam ente su bienestar. Me concentraré más bien en la relevancia de la capacidad para la evalua­ ción de los estados y las ventajas de la persona, en contraste con la perspectiva de la felicidad enfatizada en la tradicional econom ía del bienestar. La cuestión de la obligación relacionada con la capacidad es una parte im portante del enfoque general de la justicia de este trabajo.

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L a id e a

d f. la ju s t ic ia

E c o n o m ía y f e l ic id a d

La disciplina de la econom ía del bienestar, que es la parte de la econom ía dedicada a la evaluación de la b o n d ad de los estados de cosas y de las políticas, ha colocado d u ran te m ucho tiem po a la felici­ dad en el centro m ismo de la disciplina de la evaluación y la conside­ ra com o u na guía solitaria del bienestar hum ano y de las ventajas aprovechadas por diferentes personas. En efecto, d u ran te largo tiem­ po —más de un siglo— la econom ía del bienestar estuvo dom inada p o r u n enfoque específico, el utilitarismo, iniciado p o r Jerem y Bentham y defendido p o r Jo h n Stuart Mili, Francis Edgeworth, H enry Sidgwick, Alfred Marshall y A. C. Pigou, en tre m uchos otros líderes del pensam iento económ ico. Dio a la felicidad un estatuto de im por­ tancia única en la evaluación del bienestar y la ventaja, para servir así com o la base de la evaluación social y la form ulación de políticas pú­ blicas. El utilitarismo fue p o r m uchos años algo así com o la «teoría oficial» de la econom ía del bienestar, aunque (como Jo h n R oem er h a estudiado con lucidez) hay ahora m uchas teorías atractivas1. En realidad, incluso una parte sustancial de la econom ía contem po­ ránea del bienestar es todavía utilitarista, al menos en su forma. Y sin em bargo, la im portancia de la felicidad en la vida hum ana ha sido frecuentem ente tratada con algún descuido en el discurso económico dom inante. Hay considerable evidencia empírica de que a m edida que las personas se hacen más ricas en muchos lugares del m undo, con mu­ cho más ingreso para gastar en términos reales que nunca antes, no se sienten más felices que antes. Se han suscitado dudas muy convincentes y bien fundadas sobre la premisa implícita de los pragmáticos abogados del crecimiento económ ico como una panacea de todos los males eco­ nómicos, incluidas la miseria y la infelicidad, m ediante una pregunta que reproduce el título de un ensayo justam ente famoso de Richard Easterlin: «¿Aumentar el ingreso de todos aum entará la felicidad de to­ dos?»2. La naturaleza y las causas de «la melancolía» en las vidas de las personas en las economías prósperas han recibido tam bién atención de muchos economistas que han estado dispuestos a dar el paso más allá de la simple presunción funcional según la cual el nivel de utilidad se increm entará siempre con el ingreso y la riqueza. El análisis en parte económico y en parte sociológico de Tibot Scitovsky sobre «la econo­ mía triste» (para citar el título de su famoso libro) ha sido un hito en este descuidado campo de investigación3.


F e l ic id a d , b ie n e s t a r y c a p a c id a d e s

Hay escasas razones para d u d ar de la im portancia de la felicidad en la vida hum ana, y es bu en o que la tensión entre la perspectiva del ingreso y la perspectiva de la felicidad reciba p o r fin más atención que la corriente principal de los economistas. A un cuando he tenido m u­ chas oportunidades de discutir con mi viejo amigo Richard Layard, no puedo insistir lo suficiente en la im portancia que atribuyo a su am plia investigación sobre u n a paradoja que ha motivado su atracti­ vo y combativo libro La felicidad: lecciones de una nueva ciencia: «Hay u n a paradoja en el corazón de nuestras vidas. La m ayoría de la gente quiere más ingreso y pugna p o r él. Pero a m edida que las sociedades occidentales se hacen más ricas, sus gentes no son más felices»4. Las preguntas vienen sólo después de que la im portancia de la felicidad para la vida hum ana ha sido plenam ente reconocida, con sus impli­ caciones de largo alcance para los estilos de vida y la consiguiente aceptación del hech o de que la relación en tre ingreso y felicidad es m ucho más com pleja que lo que los teóricos del ingreso tienden a suponer. Esas cuestiones se refieren al estatuto de otras m aneras de juzgar la b o ndad de las vidas hum anas, y a la im portancia de la libertad en la form a en que vivimos, y a si todas estas otras preocupaciones deben verse com o secundarias o subsidiarias de la utilidad o determ inantes o instrum entales para au m en tar la felicidad. La cuestión central no es la significación de la felicidad, sino la supuesta insignificancia de todo lo demás, en lo que parecen insistir m uchos abogados de la perspectiva de la felicidad.

E l a l c a n c e y l o s l ím it e s d e l a f e l ic id a d

Resulta difícil negar que la felicidad es extrem adam ente im por­ tante y tenem os u n a excelente razón para tratar de prom over la feli­ cidad de la gente, incluida la nuestra. Richard Layard, en su bien ra­ zonada y gozosa (debería decir creadora de felicidad) defensa de la perspectiva de la felicidad, p u ed e h ab er subestim ado un poco nues­ tra habilidad para considerar cuestiones difíciles, pero es fácil adver­ tir qué quiere decir cuando afirma: «Si se nos p reg u n ta p o r qué im­ porta la felicidad, no podem os ofrecer nin g u n a razón adicional o externa. Es obvio que im porta»5. Ciertam ente, la felicidad es u n lo­ gro vital, cuya im portancia es aparente.


La i d e a d f. l a j u s t i c i a

Los problem as aparecen cuando se alega que «la felicidad es ese fin suprem o porque, a diferencia de todos los demás, es u n bien evi­ dente p o r sí mismo». Layard ap u n ta al hecho de que «la D eclara­ ción de In depend en cia de Estados U nidos dice que es u n objetivo autoevidente»11. (De hecho, lo que la D eclaración de In d ep en d e n ­ cia dice es que resulta «autoevidente» que cada uno está dotado p o r su C reador de ciertos derechos inalienables y que en tre ellos figura el derecho a la felicidad — en tre otros objetivos— que no es en tera­ m ente diferente de todos los dem ás). Es la reivindicación de que en últimas nada más im porta —la libertad, la igualdad, la fraternidad o lo que fuere— , lo que p u ed e no coincidir tan fácilm ente con lo que la gente piensa acerca de lo que parece b u en o p o r sí mismo. Esto es así bien porque exam inem os lo que movió a la gente en la Revolu­ ción Francesa hace más de doscientos años, bien p orque considere­ mos lo que la gente defiende hoy en la práctica política o en el análi­ sis filosófico (este últim o incluye, p o r ejem plo, el énfasis suprem o de R obert Nozick en la naturaleza autoevidente de la im portancia de la lib e rta d y la c o n ce n tració n singular de R onald D w orkin en la igualdad com o la virtud so b eran a)'. Algo más sería necesario en ma­ teria de razonam iento para d ar a la felicidad la posición única que Layard quiere darle, en lugar de decir que es b u en a de m anera autoevidente. A pesar de la creencia categóricam ente expresada p o r Layard según la cual al d efen d er el criterio de la felicidad «no podem os ofrecer n in g u n a razón adicional o externa», en realidad él ofrece u n a razón, u n a razón plausible. Al disputar el argum ento de las ca­ pacidades, Layard presen ta su crítica: «Pero a m enos que podam os justificar nuestros fines con los sentim ientos de la gente, existe un riesgo cierto de paternalism o». La evitación del paternalism o es de seguro u na razón externa, diferente de la b o n d ad autoevidente y supuestam ente indiscutible de la felicidad. Layard invoca el cargo de paternalism o — «jugar a ser Dios y decidir lo que es b u en o para los dem ás»— con tra cualquier observador social que vea cóm o los in d ig en tes sin esp eran za se ad ap tan con frecu en cia a su in d ig e n ­ cia para hacer su vida más soportable, sin conseguir que la indigencia desaparezca. La presunción operativa de Layard radica en la coda de su com en­ tario cuando nos pide que nos abstengamos de hacer lo que pensamos que es «bueno para los demás, incluso si ellos nunca llegan a creerlo».


F e l ic id a d , b ie n e s t a r y c a p a c id a d e s

¿Es esto justo para aquellos cuyas opiniones Layard quiere refutar? Lo que quieren los críticos de la aceptación no razonada de la priva­ ción persistente es más razonam iento acerca de lo que aflige a los de abcyo, con la esperanza de que, con más escrutinio, los indigentes «bien adaptados» verían y sentirían razones suficientes para refunfu­ ñar. En el capítulo 7 se vio cóm o la obediente y resignada aceptación p o r las m ujeres de su som etim iento en la India tradicional ha ido ce­ diendo en las últimas décadas ante cierto «descontento creativo» en dem anda de cam bio social, y cóm o en este cam bio cum ple u n papel clave el cuestionam iento de la aceptación pasiva de las mujeres, sin queja ni inquietud, de su condición subordinada*. La función de la discusión pública interactiva sobre la tolerancia de la indigencia cró­ nica desem peña un papel im portante, cum plido con frecuencia por los movimientos de las mujeres, pero tam bién, de m anera más gene­ ral, p o r la revisión política radical de las fuentes de la desigualdad en la India. Podem os razo n ar —y razonam os con frecu en cia— con noso­ tros mism os en n u estra reflexión y con los dem ás en las discusio­ nes públicas acerca de la confiabilidad de nuestras convicciones y reacciones m entales p ara verificar q u e nuestros sentim ientos in ­ m ediatos n o nos en g añ en . De la insistencia del rey L ear en que te­ nem os que p o n ern o s en la posición de los otros p ara ser capaces de evaluar nuestras propias inclinaciones (p o r ejem plo, la inclina­ ción a aceptar sin crítica que el ju e z injurie al la d ró n sincero) al arg u m en to de A dam Sm ith acerca de cóm o las personas cultural­ m ente aisladas, au n en la gloria intelectual de la Atenas clásica, p u e d e n te n e r razón p ara escrutar sus sentim ientos positivos sobre la práctica com ún del infanticidio en esa sociedad, la necesidad de razo n ar sobre nuestros sentim ientos sin escru tar p u ed e ser d efen ­ dida de m odo convincente**. Esto se aplica tam bién a la función de la educación pública hoy, p o r ejem plo en m ateria de cuidados m édicos, hábitos alim enticios y de uso del tabaco, y es relevante p ara e n te n d e r la necesidad de

* Me gustaría q u e m i am igo R ich ard L ayard p u d ie ra p o n e r u n p o c o d e Mili en su b e n th a m ism o in teg ral. ** P a ra u n ex ce len te análisis d e la n e c esid ad d e e scru tin io c o n stan te d e n u estras vidas, creen cias y prácticas, véase R o b ert N ozick, The Examined Life: Philosophical Medi­ tations, Sim on & Schuster, N ueva York, 1989.


La id e a d e l a j u s t i c i a

debate abierto sobre la inm igración, la intolerancia racial, la caren­ cia de derechos asistenciales o la condición de las m ujeres en la so­ ciedad, sin desatar el supuesto paternalism o. Hay m ucho razona­ m iento que pu ed e —y en m uchas sociedades logra— desafiar la incontestada hegem onía de los sentim ientos sin exam inar sobre todo lo dem ás.

E l in t e r é s p r o b a t o r io d e l a f e l ic id a d

A pesar de su im portancia, la felicidad difícilm ente puede ser lo único que tenem os razón para valorar, ni la única m edida para eva­ luar las otras cosas que apreciamos. Pero cuando al estado de felicidad no se le otorga u n papel tan imperialista, puede ser considerado, con b u en a razón, com o u n a actividad hum ana muy im portante, entre otras. La capacidad de ser feliz es, de igual m odo, un aspecto princi­ pal de la libertad que tenem os buena razón para valorar. La perspec­ tiva de la felicidad ilum ina u n a parte críticam ente im portante de la vida hum ana. Además de su propia im portancia, tam bién se p u ed e considerar que la felicidad tiene cierto interés probatorio y cierta pertinencia. Tenemos que tom ar nota del hecho de que el logro de otras cosas que valoramos (y tenem os razón para valorar) influye con frecuencia en nuestro sentim iento de felicidad, generado p o r esa realización. Es natural en contrar placer en nuestro éxito al lograr lo que tratába­ mos de lograr. De igual m anera, desde el p u nto de vista negativo, nuestro fracaso en alcanzar lo que valoramos puede ser u n a fuente de desencanto. De tal suerte que la felicidad y la frustración están re­ lacionadas, respectivam ente, con nuestros éxitos y fracasos al buscar el cum plim iento de nuestros objetivos, con independencia de cuáles son dichos objetivos. Esto p u ed e ser de gran relevancia circunstan­ cial en la verificación de si las personas triunfan o fracasan en conse­ guir lo que valoran y tienen razón p ara valorar. Este reconocim iento, sin em bargo, n o tiene que llevarnos a creer que valoram os las cosas que valoram os tan sólo p o rq u e no conseguirlas nos frustraría. En su lugar, las razones que tenem os para la valoración de nuestros objetivos (no im p o rta cuán rem otos estén de la m era búsqueda de la felicidad) ayudan realm ente a ex­ plicar p o r qué podem os sentirnos razonablem ente felices p o r lo­

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g rar lo que tratam os de lograr y frustrados p o r no conseguirlo. La felicidad p u ed e entonces te n er m érito indicativo al estar típica­ m ente relacionada con nuestros éxitos y fracasos en la vida. Esto es así aun cuando la felicidad no sea lo único que buscam os o tenga­ mos razón para buscar.

E l u t il it a r is m o y l a e c o n o m ía d e l b ie n e s t a r

Retorno ahora al tratam iento de la felicidad en la econom ía en ge­ neral y en lo que se llama econom ía del bienestar en particular (que trata del bienestar de las personas, tanto como tema de interés cuanto como guía para la formulación de políticas). Los utilitaristas, como Bentham, Edgeworth, Marshall o Pigou, no vieron mayor dificultad en afirmar que el orden de preferencias en materia de bondad social y la selección de opciones tien en que hacerse sim plem ente con base en la suma total de los bienestares individuales. Y consideraban que el bienestar individual está representado p o r la «utilidad» individual y se identifica típicamente con la felicidad individual. Ellos también ten­ dían a ignorar los problemas de desigualdad en la distribución del bien­ estar y de la utilidad entre las personas. Así, todos los estados alternati­ vos se juzgaban por la suma total de felicidad que pudiera encontrarse en los respectivos estados, y las políticas alternativas se evaluaban según la «felicidad total» que resultara de tales políticas. El tem a de la econom ía del b ien estar sufrió u n fu erte golpe en la década de 1930 cu an d o los econom istas fu ero n p ersuadidos p o r los argum entos de Lionel R obbins y otros (bajo la influencia del positivismo lóg ico ), según los cuales las com paraciones in terp erso ­ nales de la u tilid ad carecen de base científica y no p u e d e n hacerse de fo rm a razonable. Se alegaba q u e la felicid ad de u n a p erso n a n o p o d ía com pararse de n in g u n a m an era con la de otra. «Cada m en te es inescrutable p o r las otras m entes», afirm aba Robbins al citar a W. S. Jevons, «y no es posible u n com ún d en o m in a d o r de sentim ientos»8. Este rechazo es muy problem ático p o r cuanto hay reglas plausibles para la evaluación comparativa de las penas y alegrías de la vida h u ­ m ana e, incluso cuando persisten áreas de duda y disputa, no es difícil advertir por qué los acuerdos surgen fácilm ente de ciertas com para­ ciones interpersonales y generan así u n a ordenación parcial (un tem a


I ,A ID E A D E LA J U S T IC IA

que he tratado en otro lugar)*. Estos acuerdos se reflejan tam bién en el lenguaje que em pleam os para describir la felicidad de las distintas personas, que no coloca a diferentes seres hum anos en islas diferen­ tes**. Sería difícil seguir, digamos, la tragedia de El rey Lear si las com pa­ raciones interpersonales no com unicaran nada. Sin em bargo, puesto que los econom istas se convencieron con de­ masiada rapidez de que había algo m etodológicam ente incorrecto en la utilización de la com paración interpersonal de las utilidades, la versión integral de la tradición utilitaria muy p ro n to cedió su lugar, en las décadas de 1940 y 1950, a u n a versión em pobrecida de la con­ fianza en la utilidad o en la felicidad. Llegó a ser conocida como «nueva econom ía del bienestar» y sólo m antuvo el énfasis en las utili­ dades (que se conoce com o «bienestarismo»), pero prescindió p o r com pleto de las com paraciones interpersonales. La base informativa de la econom ía del bienestar perm aneció estrecham ente confinada a las utilidades, pero las formas perm itidas de utilización de la infor­ m ación sobre la utilidad fueron aún más restringidas p o r la prohibi­ ción de las com paraciones interpersonales de las utilidades. El bie­ nestarism o sin las com paraciones interpersonales es, en efecto, una base inform ativa muy restrictiva para los juicios sociales. Podríam os discutir si la misma persona es más feliz en un estado que en otro, pero nos h an dicho que no podríam os com parar la felicidad de una persona con la de otra.

L im it a c io n e s e i m p o s ib il id a d e s in f o r m a t iv a s

Fue en el contexto de la investigación abierta sobre form ulacio­ nes aceptables del bienestar social d o n d e K enneth Arrow presentó

* Véase m i Elección colectiva y bienestar social, q u e ab o g ab a p o r el uso sistem ático de las com paracio n es in terp erso n ales del b ien estar bajo la fo rm a d e o rd e n a m ie n to s par­ ciales según la teo ría de la elección social. Véase tam b ién m i ensayo «Interperso n al C om parisons o f W elfare», en Choice, Welfare and Measurement, Blackwell, O xford, 1982. Véase tam b ién D onald D avidson, «Judging In te rp e rso n al Interests», y Allan G ibbard, «Interp ersonal C om parisons: P referen ce, G ood a n d th e Intrin sic R ew ard o f a Life», en J o n E lste ry A a n u n d H ylland (eds.), Foundations o f Social Choice, 'Theory, C am b rid g e U ni­ versity Press, C am b rid g e, 1986. S obre cu estio n es relacio n ad as, véase H ilary P u tn am , El desplome de la dicotomía hecho-valor y otros ensayos, Paidós, B arcelona, 2004. ** L a d isciplina del len g u aje al reflejar u n asp ecto d e la objetiv id ad se discutió en los capítulos 1 y 5.


F e l ic id a d , b ie n e s t a r

v c a p a c id a d e s

su conocido «teorem a de la imposibilidad». Su libro Social Choice and Individual Values [Elección social y valores individuales], publicado en 1951, lanzó el nuevo cam po de la teoría de la elección social9. Com o se vio en el capítulo 4, Arrow consideraba un conjunto de con­ diciones aparentem ente benignas que vinculan las elecciones u op­ ciones sociales al conjunto de preferencias individuales, y las asumió com o u n conjunto m ínim o de requisitos que cualquier procedim ien­ to decente de evaluación social tiene que satisfacer. Arrow m ostraba que es imposible satisfacer de m anera sim ultánea esas condiciones en apariencia modestas. El teorem a de la imposibilidad precipitó una crisis fundam ental en la econom ía del bienestar y es, en efecto, u n hito en la historia de los estudios políticos y sociales tanto como de la econom ía. Al form ular el problem a de la elección social basada en las prefe­ rencias individuales, Arrow adoptó el punto de vista (conform e a lo que en ese entonces era la tradición dom inante) según el cual «la com paración interpersonal de utilidades no tiene sentido»10. La com­ binación de apoyarse sólo en las utilidades individuales y negarse a cualquier uso de la com paración interpersonal de utilidades tuvo un papel decisivo en la form ulación del teorem a de la imposibilidad. Perm ítanm e ilustrar un aspecto de esta dificultad. Consideremos, por ejemplo, el problem a de escoger entre diferentes distribuciones de un pastel entre dos o más personas. Resulta que, desde el punto de vista de la disponibilidad de inform ación en el esquema de Arrow en 1951, no podemos, en efecto, guiarnos p o r ninguna consideración de equi­ dad que requeriría la identificación de los ricos frente a los pobres. Si «ser rico» o «ser pobre» se define en términos de ingreso o de posesión de mercancías, entonces se trata de u n a característica no relacionada con la utilidad que no podem os invocar en el sistema de Arrow a causa de la exigencia de basamos sólo en las utilidades. Pero tampoco pode­ mos identificar a una persona como rica o pobre p o r tener un alto o bajo nivel de felicidad puesto que ello entrañaría la com paración inter­ personal de utilidades o felicidades, que está descartada. Las considera­ ciones de equidad básicamente pierden su aplicabilidad en este esque­ ma. La extensión de la felicidad como un indicador de la situación de la persona se aplica de m anera separada a cada individuo —sin com para­ ción alguna entre los niveles de felicidad de dos personas diferentes— y la m étrica de la felicidad no sirve de nada para evaluar la desigualdad y tom ar nota de las exigencias de la equidad.

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Toda esta restricción de la inform ación nos deja con u n tipo de procedim ientos de decisión que constituyen realm ente u n a variante u otra de los m étodos de votación (como la decisión m ayoritaria). Puesto que no necesitan ninguna com paración interpersonal, estos procedim ientos de votación p erm anecen disponibles en el esquem a informativo de Arrow. Pero estos procedim ientos tienen problem as de consistencia (discutidos en el capítulo 4), com o h ab ían obser­ vado hace más de doscientos años los matem áticos franceses Condorcet y Borda. Por ejemplo, u n a alternativa A puede d erro tar a B en u n voto m ayoritario, m ientras B d erro ta a C, y C d erro ta a A, todos en u na elección mayoritaria. Nos quedam os entonces con la posibili­ dad nada atractiva de ten er u n m étodo dictatorial de evaluación so­ cial (por ejemplo, entregárselo a u n a persona, el dictador, cuyas pre­ ferencias determ inarían las opciones sociales). U n proceso de tom a de decisiones de carácter dictatorial p u ed e ser, p o r supuesto, feroz­ m ente consistente, p ero sería inaceptable desde el p u n to de vista po­ lítico y está de hecho descartado de m anera explícita p o r u n a de las condiciones de Arrow (la de «no dictadura»). Así es com o surge la im posibilidad de Arrow. U n b u en núm ero de otros resultados de im­ posibilidad fueron identificados muy poco después, en gran m edida bajo la som bra del teorem a de Arrow, con diferentes axiomas pero similares conclusiones desalentadoras. Los m edios y m étodos para resolver tales imposibilidades han sido am pliam ente explorados desde esos días de pesimismo y, entre otras cosas, se ha establecido con claridad que enriquecer la base inform a­ tiva de la elección social es u n a im portante necesidad para la supera­ ción de las implicaciones negativas de u n sistema de decisiones con carencia de inform ación (como inevitablem ente ocurre con los siste­ mas electorales, en especial cuando se aplican a cuestiones económ i­ cas y sociales). En prim er térm ino, las com paraciones interpersona­ les de las ventajas y d esv e n d a s de los individuos han de desem peñar un papel central en tales juicios sociales. Si la utilidad es el indicador escogido de la ventaja individual, entonces la com paración interper­ sonal de utilidades se convierte en u n a necesidad crucial p ara u n sis­ tem a viable de evaluación social. Esto no implica, sin em bargo, negar que es posible ten er m ecanis­ mos de elección social sin n inguna com paración interpersonal de ventajas o utilidades, p ero las pretensiones de tales mecanismos para satisfacer las exigencias de la justicia se debilitan p o r su incapacidad

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de com parar el bienestar y las ventajas relativas de diferentes perso­ nas m ediante escalas congruentes*. De m anera alternativa, com o se vio antes, los insumos de inform ación en un ejercicio de elección so­ cial bajo la form a de ordenam ientos individuales tam bién pu ed en ser interpretados de m odo distinto que com o clasificaciones de utili­ dades o escalas de felicidad. En efecto, el propio Arrow lo ha señala­ do así, y la naturaleza del debate sobre la consistencia de los sistemas de elección social puede ser —y h a sido— desplazada a u n espacio más am plio a través de la reinterpretación de las variables incorpora­ das en el m odelo m atem ático subyacente a tales sistemas de elección social. La cuestión h a sido discutida en el capítulo 4 sobre «Voz y elección social», y ciertam ente «voz» es u n a idea muy diferente y m u­ cho más versátil que el concepto de felicidad11. En este contexto, se h an planteado poderosas preguntas acerca de la sabiduría de apoyarse sólo en la utilidad —in terp retad a com o felicidad o satisfacción de los deseos— com o base para la evaluación social, es decir, la aceptación del bienestarism o. Da la casualidad de que el bienestarism o en general es u n enfoque muy especial de la ética social. U na de sus mayores limitaciones radica en que la misma colección de bienestares individuales puede d ar lugar a u n a visión social general muy diferente, con distintos arreglos sociales, op o rtu ­ nidades y libertades. El bienestarism o exige que la evaluación no preste atención direc­ ta a ninguna de esas diferentes características (no utilitarias), única­ m ente a la utilidad o la felicidad asociadas con ellas. Pero el mismo conjunto de utilidades p u ed e implicar, en u n caso, serias violaciones de los derechos hum anos fundam entales, mas no en otro. O puede im plicar la denegación de algunas libertades individuales reconoci­ das en u n caso pero no en otro. Sin im portar lo que suceda en estos otros respectos, el bienestarism o exigiría todavía que esas diferencias se ignoraron en los ejercicios evaluativos, de tal suerte que cada alter­ nativa sea juzgada sólo p o r la utilidad total generada. Hay algo muy

* E n tre los b u e n o s ejem p lo s d e tal ejercicio d e elecció n social se incluye el m o­ d e lo clásico d el « p ro b le m a d e la n eg o ciació n » d e J o h n N ash: «T he B a rg ain in g P ro­ blem », Econometríca, n ú m . 1 8,1950, y ta m b ié n trab ajo s re c ien te s e in n o v a d o re s co m o la ex p lo ra c ió n in stitu c io n a l d e M arc Fleurbaey: «Social C h o ice a n d J u s t Institu tio n s» , Economics and Philosophy, n u m . 23, 2007, y Fairness, Responsibility and Welfare, C laren ­ d o n Press, O x fo rd , 2008, q u e b u sc an la sim e tría d e los p ro ceso s p e ro n o invocan d e m a n e ra explícita la c o m p a ra c ió n in te rp e rso n a l d el bienestar.


L a id e a

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peculiar en la insistencia de que no se conceda ninguna im portancia intrínseca a nada distinto de la utilidad o la felicidad en la evaluación de estados o políticas de carácter alternativo. La desatención se aplica con fuerza a las libertades, incluidas las oportunidades sustantivas —lo que a veces se llam an libertades «po­ sitivas» (por ejemplo, la libertad de ten er educación gratuita o acce­ sible, o la libertad de ten er atención m édica básica)— . Pero la de­ satención se aplica tam bién a las libertades «negativas» que exigen la ausencia de interferencia intrusiva de los otros, incluido el Estado (por ejem plo, el derecho a la libertad)*. El bienestarism o dem anda u n a visión muy lim itada de la evaluación norm ativa y de la econom ía del bienestar. U na cosa es considerar im portante la utilidad, que lo es, y otra muy distinta insistir en que nada más im porta. En particu­ lar, podem os ten er m ucha razón para q u erer que se tom e atenta nota de las consideraciones de libertad en la evaluación de los arreglos sociales. Segundo, la limitación inform ativa se hace aún más fuerte p o r la particular interpretación utilitarista del bienestar individual, que se juzga p o r entero desde el p u n to de vista de la felicidad o de la satis­ facción de deseos y anhelos. Esta estrecha visión del bienestar indivi­ dual puede ser especialm ente restrictiva cuando se hacen com para­ ciones interpersonales de privación. Esta cuestión requiere alguna discusión.

F e l ic id a d , b ie n e s t a r y v e n t a ja

El cálculo utilitarista basado en la felicidad o la satisfacción de los deseos puede ser profundam ente injusto con quienes son indigentes de m anera persistente, pues nuestra disposición m ental y nuestros de­ seos tienden a ajustarse a las circunstancias, en especial para hacer la vida tolerable en situaciones adversas. A través de la «acomodación» con el propio predicam ento de desesperación la vida se hace más o * D ebo señ alar a q u í q u e el uso d e la distinción e n tre lib ertad es «positivas» y «nega­ tivas» e n la eco n o m ía d el b ie n e sta r tien d e a ser d ife re n te al co n traste filosófico p lan ­ tead o p o r Isaiah B erlin e n su clásica co n feren cia d e 1969 en O x fo rd sobre «Los dos con cep to s d e libertad», cuya clave e ra la d iferen cia e n tre las restricciones internas y ex­ ternas d e la capacidad d e u n a p erso n a p a ra h a c e r cosas q u e p u e d a te n e r razón p a ra va­ lorar. V éase I. B erlin, FourEssays on Liberty, O x fo rd University Press, L ondres, 1969.


F e l ic id a d , b ie n e s t a r y c a p a c id a d e s

m enos soportable para los de abajo, com o las m inorías oprim idas en las com unidades intolerantes, los sufridos trabajadores en los sistemas industriales explotadores, los precarios aparceros en u n m undo de incertidum bre o las deprim idas amas de casa en las culturas profun­ dam ente sexistas. La gente desesperadam ente pobre puede carecer del coraje para desear cualquier cam bio radical y típicam ente tiende a ajustar sus deseos y expectativas a lo poco que ve com o factible. Se entrenan para disfrutar de las pequeñas misericordias. El m érito práctico de tales ajustes para las personas en posiciones adversas de carácter crónico es fácil de entender: se trata de u n a ma­ nera de vivir en paz con pobreza persistente. Pero los ajustes tam bién tienen el efecto de distorsionar la escala de utilidades bajo la form a de felicidad o satisfacción de los deseos. Desde el p u n to de vista del placer o de la satisfacción de los deseos, las desventajas de los indi­ gentes desesperados p u ed en aparecer entonces com o m ucho m eno­ res que a la luz de un análisis más objetivo de su pobreza y su o p re­ sión. La adaptación de las percepciones y expectativas tiende a desem peñar u n papel clave en la perpetuación de las desigualdades sociales, incluida la relativa privación de las mujeres*. La perspectiva de la felicidad ha recibido recientem ente un fuer­ te apoyo, y no sólo de R ichard Layard1-. Im porta aclarar las distintas cuestiones implicadas en esta renovada defensa de la perspectiva uti­ litarista de la felicidad: la tentativa de revivir la filosofía de la Ilustra­ ción en el siglo x v m , tal com o fue articulada p o r Jerem y B entham 13. Tenemos que exam inar en particular si —y hasta qué p u n to — estas tesis p u eden aceptarse sin negar lo que acaba de decirse sobre las es­ calas adaptativas de felicidad en relación con la pobreza persistente. En este contexto, es de gran im portancia distinguir en tre las com­ paraciones interpersonales del bienestar y las com paraciones entre estados de la misma persona. El fenóm eno adaptativo afecta sobre todo la confiabilidad de las com paraciones interpersonales de utili­ dades al restar im portancia a la evaluación de las penalidades de los

* H e d iscu tid o los efectos d e larg o alcan ce d e los ajustes adaptativos d e las esca­ las d e u tilid a d p a ra la p o b re z a e n m i «Equality o f W hat?», e n S. M cM urrin (ed .), Tanner Lectures on H u m an Values, C am b rid g e U niversity Press, C am b rid g e, 1980, vol. 1; Resources, Values and Development, H arv ard U niversity Press, C am b rid g e, 1984, y Commodities and Capabilities, N o rth -H o lla n d , A m sterd am , 1985. V éase ta m b ié n M ar­ th a N ussbaum , Women and H um an Development: l'he Capability Approach, C am b rid g e U niversity Press, C am b rid g e, 2000.


La i d e a d e l a j u s t i c i a

indigentes crónicos, debido a que las pequeñas satisfacciones con las cuales tratan de hallar algún placer tienden a reducir su aflicción sin elim inar —o incluso sin dism inuir de m anera sustancial— las caren­ cias reales que caracterizan sus em pobrecidas vidas. Pasar p o r alto la intensidad de su desventaja, tan sólo debido a su capacidad de expe­ rim entar u n poco de alegría en sus vidas, difícilm ente constituye u n a b u en a m anera de lograr u n a adecuada com prensión de las exigen­ cias de la justicia social. Este es quizá u n p roblem a m enos serio para h acer com paracio­ nes de la m ism a persona. Puesto que la felicidad n o es irrelevante para la calidad de la vida, aun cuando no es u n a b u en a guía para todos los dem ás aspectos que p u ed en te n er tam bién considerable relevancia, la experiencia de cierta alegría a través de las expectati­ vas de adaptación y del m ayor «realismo» en los deseos p u ed e verse com o u n a ganancia clara p ara las personas que lo consiguen. Esto p u ed e considerarse com o u n p u n to en la dirección de atrib u ir al­ guna im portancia a la felicidad y la satisfacción de los deseos aun cuan do vengan generadas p o r la adaptación a la indigencia persis­ tente. Hay cierto sentido obvio en ese reconocim iento. Sin em bar­ go, incluso para la m ism a persona, el uso de la escala de la felicidad pu ed e ser muy engañoso si conduce a la ignorancia de la significa­ ción de otras privaciones que p u ed en no ser bien juzgadas en dicha escala. En efecto, la relación entre circunstancias sociales y percepciones tam bién produce otros problem as para la m étrica m ental de las utili­ dades, pues nuestras percepciones pu ed en te n d er a cegarnos frente a las privaciones que realm ente tenem os, lo cual puede salir a relucir con u n a com prensión más clara y m ejor inform ada. Perm ítanm e ilustrar el asunto con u n ejem plo que tiene que ver con la salud y la felicidad.

Sa l u d : p e r c e p c ió n y m e d id a

U na de las com plicaciones al evaluar estados de salud se debe al hecho de que la com prensión de u n a persona sobre su propia salud p u ed e estar lim itada p o r falta de conocim ientos m édicos y p o r inadecuada fam iliaridad con la inform ación comparativa. Más gene­ ralm ente, hay un contraste conceptual entre la visión «interna» de la

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F e l ic id a d , b ie n e s t a r y c a p a c id a d e s

salud basada en la propia percepción del paciente, y la visión «exter­ na» basada en las observaciones y los exám enes de los profesionales de la medicina. M ientras las dos perspectivas pu ed en ser con frecuen­ cia com binadas de m anera provechosa (un buen médico practicante estaría interesado en am bas), puede hab er tam bién considerable ten­ sión entre las evaluaciones basadas en los dos diferentes puntos de vista14. La visión ex tern a ha sido muy criticada recien tem en te, en espe­ cial en los vigorosos análisis antropológicos de A rth u r K leinm an v otros, p o r ofrecer u n a m irad a distanciada y m enos sensible de la salud y la e n ferm ed ad 15. Estas obras destacan la im p o rtan cia de ver el sufrim iento com o u n aspecto central de la enferm edad. N ingu­ n a estadística m édica vista m ecánicam ente p u ed e sum inistrar u n a com prensión adecu ad a de esta dim ensión de la m ala salud puesto que el dolor, com o an o tab a W ittgenstein, es u n a cuestión de autop ercepción. Si usted siente dolor, en tonces usted tiene dolor, y si us­ ted no siente dolor, en to n ces n in g ú n observador ex tern o p u ed e re­ chazar de m anera razonable la idea de que usted no tiene dolor. Para tratar con este aspecto de la enferm edad, los planificadores de la sa­ lud, los responsables de la asignación de los recursos económ icos v los expertos en análisis de co sto /b en efic io se apoyan en un m ate­ rial em pírico que p u ed e ser deficiente. En estas m aterias es n ece­ sario re c u rrir al rico d iscernim iento sum inistrado p o r la investiga­ ción antropológica. Resulta, en efecto, razonable sostener que las decisiones sobre la salud pública con m ucha frecuencia no responden al sufrim iento real de los pacientes y a la experiencia de la cura. De otra parte, al evaluar este debate, que ha figurado tanto en discusiones pasadas com o en discusiones actuales, tam bién tienen que ser consideradas las limitaciones de la perspectiva interna*. Aun cuando para la eva­ luación sensorial la prioridad de la visión in tern a difícilm ente puede ser disputada, la práctica m édica no se ocupa sólo de la dim ensión sensorial de la mala salud, p o r im portante que sea. Basarse en la pro­

* La m o rb ilid ad a u to p e rc ib id a , e n efecto, se e m p le a a m p lia m e n te en las estadís­ ticas sociales, y el escru tin io d e estas cifras p la n te a dificultades q u e p u e d e n d e so rie n ­ ta r las políticas públicas so b re a te n c ió n san itaria y estrate g ia m édica. H e d iscu tid o alg u n o s d e los p ro b lem as im p licad o s e n « H ealth: P e rc ep tio n versus O bservation», British MedicalJournal, n ú m . 324, 2002.


I. A ID E A D E LA J U S T IC IA

pia opinión del paciente sobre cuestiones m édicas resulta problem á­ tico porque la visión in tern a puede estar seriam ente lim itada p o r su conocim iento y experiencia social. U na persona criada en u n a co­ m unidad con m uchas enferm edades y pocas facilidades médicas puede inclinarse a considerar «normales» ciertos síntomas que se pue­ den prevenir. Como los deseos y placeres adaptativos, aquí se plantea tam bién una cuestión de adaptación a las circunstancias sociales, con consecuencias más bien oscuras. Este tem a se ha estudiado ya en el capítulo 7. M ientras la visión «interna» resulta privilegiada con respecto a cierta inform ación (de naturaleza sensorial), puede ser muy defi­ ciente en otros casos. Existe una fuerte necesidad de situar en su con­ texto social la inform ación estadística sobre la autopercepción de la enferm edad y ten er en cuenta los niveles de educación, la disponibi­ lidad de facilidades médicas y la inform ación pública sobre enferm e­ dades y curas. M ientras la visión «interna» de la salud m erece aten­ ción, apoyarse en ella para evaluar la atención sanitaria o la estrategia m édica puede ser extrem adam ente engañoso. Ese reconocim iento tiene relevancia para la política sanitaria, y más generalm ente para la b u en a salud que recibe la influencia de m uchas variables distintas de las estrecham ente definidas «políticas de salud» (como la educación general y las desigualdades sociales)*. Sin em bargo, para nuestro tema, lo que pone en evidencia la laguna entre percepciones de salud y condiciones reales de salud son las li­ mitaciones de la perspectiva de la evaluación subjetiva al ju zg ar el bienestar de las personas. La felicidad, el placer y el dolor tienen su propia im portancia, pero tratarlos com o guías de uso general para * El im p o rta n te c o n tra ste e n tr e p o líticas d e salu d per se y p o líticas q u e p ro d u ­ cen avances e n la salud ha sido e x te n sa m e n te investigado p o r J e n n ife r P ra h Ruger, «A ristotelianJusticc a n d H ea lth Policy: C apability a n d In co m p letely T h eo riz ed A gree­ m ents», tesis d o cto ral, U niversidad d e H arv ard , 1998, q u e será p u b lic a d a p o r C laren ­ d o n Press corno Health and Social Justice. V éanse tam b ié n su «Ethics o f th e Social D e­ te rm in a n ts o f H ealth», Lancet, n u m . 364, 2004, y «H ealth , C apability a n d Justice: Tow ard a N ew P aradigm o f H ealth Ethics, Policy a n d Law», Cornell Journal o f Law and Public Policy, n u m . 15, 2006, así co m o la tesis d o c to ra l d e S rid h a r V en k atu p u ram , Health and Justice: The Capability o f Being Healthy, C am b rid g e U niversity Press, C am ­ b rid g e, 2008. La C om isión so b re D e te rm in a n te s Sociales d e la S alud d e la O rg an iza­ ción M undial d e la S alud (O M S), p resid id a p o r M ichael M arm ot, ex a m in a las im p li­ caciones d e p o lítica d e u n a m ás am p lia co m p re n sió n d e la d e te rm in a c ió n d e la salud (Closing the Gap in a Generation: Health Equity Through Action on the Social Determinants of Health, W H O , G in eb ra, 2008).

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F e l ic id a d , b ie n e s t a r y c a p a c id a d e s

todos los aspectos del bienestar sería, al m enos en parte, u n salto en la oscuridad.

B ie n e s t a r y l ib e r t a d

Paso ahora a la tercera pregunta identificada antes: ¿cómo se rela­ ciona la capacidad con el bienestar de u n a persona? Al lado de ésta, tenemos que abocar también la cuestión de si una expansión de la ca­ pacidad da pie de m anera invariable a un mejoram iento del bienestar. Como se ha visto, la capacidad es un aspecto de la libertad y se con­ centra especialm ente en las oportunidades sustantivas. Cualquier afirmación de que una evaluación de la capacidad tiene que ser una buena guía para el bienestar de una persona ha de interpretarse con dos im portantes distinciones: (1) el contraste entre capacidad de ac­ ción y bienestar; y (2) la distinción entre libertad y realización. Ambas diferencias han aparecido ya, en otros contextos, en capítulos ante­ riores de este libro. Pero podem os discutir de m anera más directa es­ tos contrastes a fin de evaluar la relación entre capacidad y bienestar. La prim era distinción es en tre prom oción del bienestar de la per­ sona y búsqueda de los fines generales vinculados a la capacidad de acción de la persona. La capacidad de acción abarca todos los fines que una persona tiene razón para adoptar, que pu ed en incluir inter alia fines distintos del avance de su propio bienestar. La capacidad de acción puede generar así preferencias diferentes de las relacionadas con el bienestar. Los objetivos de la capacidad de acción de u n a per­ sona incluirán habitualm ente inter alia su propio bienestar, p o r lo cual capacidad de acción y bienestar ten d rán algo en com ún (por ejem plo, un increm ento del bienestar, dadas otras cosas, tendería a im plicar u n a mayor capacidad de acción para la realización). De igual m odo, u n fracaso en alcanzar los objetivos del bienestar tam ­ bién puede provocar frustración y reducir así el bienestar. Existen estas y otras conexiones entre bienestar y capacidad de acción, pero ellas no hacen que los dos conceptos sean congruentes. La segunda distinción es entre realización y libertad para realizar, discutida en el capítulo 11. Este contraste puede aplicarse tanto a la perspectiva del bienestar com o a la de la capacidad de acción. Estas dos distinciones ju n tas p ro d u cen cuatro conceptos diferentes de ventaja en relación con u n a persona: (1) «realización del bienestar»;


L a id e a

d e la ju s t ic ia

(2) «realización de la capacidad de acción»; (3) «libertad para el bien­ estar», y (4) «libertad para la capacidad de acción». Podem os tener una clasificación cuádruple de puntos de interés evaluativo para p o n ­ derar la ventaja hum ana, con base en dos distinciones diferentes16. La ponderación de cada u n o de estos cuatro tipos de beneficio im plica u n ejercicio evaluativo, pero no el mismo ejercicio. Ellos pue­ den ten er tam bién u n peso dispar en cuestiones para las cuales la evaluación y la com paración de ventajas individuales son relevantes. Por ejem plo, para d eterm inar el grado de privación de u n a persona que pide ayuda al Estado o a otros, presum iblem ente su bienestar pu ed e ser más relevante que el éxito de su capacidad de acción (por ejemplo, el Estado p u ed e ten er más razón para ayudar a u n a persona a superar el ham bre o la enferm edad que a levantar un m onum ento a su héroe favorito, incluso si la persona atribuyera más im portancia al hom enaje que al ham bre o a la enferm edad). Más aún, para la form ulación de la política estatal para los ciuda­ danos adultos, la libertad para el bienestar p ued e ser de mayor inte­ rés en este contexto que la realización del bienestar. Por ejem plo, el Estado puede tener razón para ofrecer a la persona oportunidades adecuadas para superar el ham bre, pero no en insistir que la persona tiene que aceptar esa oferta sin falta*. O frecer a todos la o p ortunidad de vivir u n a vida m ínim am ente decente no tiene que com binarse con la insistencia en que todos hagan uso de todas las oportunidades que el Estado ofrece. P or ejem plo, autorizar u n a cantidad adecuada de alim ento para todos no tiene que com binarse con u n a prohibi­ ción estatal del ayuno. Tom ar n ota de las realizaciones de la capacidad de acción o de la lib ertad para la capacidad de acción desplaza el foco de atención de la persona com o u n m ero vehículo de bienestar y deja de ig n o rar la im portancia de sus propios juicios y prioridades con los cuales se relaciona la capacidad de acción. En consonancia con esta distin­ ción, el contenido del análisis de la capacidad tam bién p u ed e asu­

* Existe u n a seria co m p licació n p a ra la p o lític a social c u a n d o la c ap acid ad d e la fam ilia p a ra evitar el h a m b re d e to d o s sus m ie m b ro s n o se tra d u c e en ese lo g ro d e b i­ d o a las d ife re n te s p rio rid a d e s d e los m ie m b ro s d o m in a n te s d e la fam ilia (p o r eje m ­ plo, c u a n d o el v aró n d o m in a n te es m ás e n tu siasta con sus fines q u e co n los in terese s d e c a d a m ie m b ro d e la fa m ilia ). L a d istan cia e n tre la cap a c id a d y la realizació n q u e surge d e tales decisiones m u ltip e rso n a le s tie n d e a fo rta le c e r la relevancia d e la p ers­ pectiva d e la realizació n al evaluar la ventaja d e to d as las p erso n as im plicadas.

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m ir diferentes form as. La capacidad de u n a p erso n a p u ed e carac­ terizarse com o lib ertad p ara el b ien estar (que refleja la lib ertad de avanzar el propio bienestar) y com o libertad p ara la capacidad de acción (que refleja la libertad p ara avanzar fines y valores que la per­ sona tenga razón p ara avanzar). M ientras q u e la p rim era p u ed e ser de más interés general para la política pública (como la supera­ ción de la pobreza, en la form a de superación de la privación de la libertad para el b ien estar), la segunda p u ed e ser presum iblem ente de interés prim ario p ara el sentim iento personal sobre los propios valores. Si u na persona atribuye mayor im portancia a un fin o a una regla de conducta que al bienestar personal, se trata de u n a decisión que ella ha de tom ar (salvo en casos especiales, com o la discapaci­ dad m ental que p u ed a evitar que u n a persona piense claram ente en sus p rio rid ad es). Las distinciones discutidas aquí tam bién p u ed en resp o n d er a la cuestión de si la capacidad de una persona puede ir en contra de su bienestar. En efecto, la libertad para la capacidad de acción —y esa particular versión de la capacidad— puede, p o r razones ya estudia­ das, ser contraria a la búsqueda solitaria del bienestar personal o al cultivo de la libertad para el bienestar. No hay misterio en esa diver­ gencia. Si los objetivos de la capacidad de acción difieren de la maximización del bienestar personal, entonces se colige que la capacidad vista com o libertad para la capacidad de acción puede divergir tanto de la perspectiva de la realización del bienestar cuanto de la perspec­ tiva de la libertad para el bienestar. Como se vio en el capítulo 9 y tam bién al com ienzo de éste, cuando más capacidad incluye más po­ d er que pueda influir en las vidas de otras personas, u n a persona p u ed e te n e r b u en a razón p ara usar la capacidad m ejo rad a — la más am plia libertad para la capacidad de acción— p ara elevar las vi­ das de otros, en especial si son relativam ente desaventajados, en lu­ gar de concentrarse sólo en su propio bienestar. Y p o r la misma razón, no hay misterio en en ten d er que la ventaja de una persona com o agente puede, muy posiblem ente, ir en contra de la ventaja de esa misma persona desde el p u n to de vista del bien­ estar. Cuando, p o r ejem plo, M ohandas G andhi fue liberado de su arresto dom iciliario p o r las autoridades británicas de la India, su li­ bertad para la capacidad de acción (y de m anera típica su realización de la capacidad de acción) se expandió, p ero al mismo tiem po las privaciones que asumió y las penas que aceptó com o parte de su cam­


La

id e a d e la ju s t ic ia

paña de no violencia para la independencia del país tuvieron algu­ nos efectos negativos sobre su bienestar personal, que él estaba dis­ puesto a adm itir p o r su causa. En efecto, incluso la decisión de G andhi de ayunar d u ran te largos periodos p o r razones políticas fue u n claro reflejo de la prioridad de su capacidad de acción sobre su propio bienestar. Tener más capacidad desde el p u nto de vista de la libertad p ara la capacidad de acción es u n a ventaja, pero sólo en esa perspectiva es­ pecífica y no —al m enos no necesariam ente— en la perspectiva del bienestar. Aquellos que son incapaces de en co n trar algún sentido a la idea de ventaja, excepto desde el p u nto de vista de su interés pro­ pio (hay escuelas de pensam iento que van en esa dirección, com o se vio en el capítulo 8), ten d rían dificultad en ver p o r qué la libertad para la capacidad de acción puede tenerse com o u n a ventaja para la persona implicada. Pero uno no tiene que ser u n G andhi (o u n Mar­ tin L uther King, u n Nelson M andela o u n a A ung San Suu Kyi) para en ten d er que los objetivos y las prioridades podrían extenderse m u­ cho más allá de los estrechos límites del bienestar personal.


1 4. I g u a l d a d y l i b e r t a d

L ¿ a igualdad no sólo estaba en tre las principales exigencias revolu­ cionarias en la E uropa y las Américas del siglo x v m . Tam bién ha habido un consenso extraordinario sobre su im portancia en el m u n ­ do posterior a la Ilustración. En un libro anterior, Nuevo examen de la desigualdad, com enté el hecho de que cada teoría norm ativa de la justicia social que ha recibido apoyo y defensa en tiem pos recientes parece exigir la igualdad de algo, algo que esa teoría considerada com o particularm ente im p o rtan te1. Las teorías pu ed en ser en tera­ m ente diversas (orientadas a la libertad igual, el ingreso igual o el trato igual de los derechos o las utilidades de to d o s), y p u ed en com­ batir las unas contra las otras, pero aun así tienen la característica com ún de q u erer la igualdad de algo (algún aspecto significativo en el respectivo en fo q u e). No resulta sorprendente que la igualdad figure de m anera prom i­ nente en las contribuciones de los filósofos políticos que serían consi­ derados como «igualitarios» y en Estados Unidos com o «liberales»: Jo h n Rawls, Jam es Meade, Ronald Dworkin, Tilomas Nagel o Thomas Scanlon, por citar a unos pocos. Lo más significativo es que esa igual­ dad se exige en u n a cierta forma básica incluso p o r quienes disputan sobre «el alegato en favor de la igualdad» y expresan escepticismo acerca de la im portancia central de «lajusticia distributiva». Por ejem­ plo, R obert Nozick p u ed e no inclinarse hacia la igualdad en la uti­ lidad (como Jam es Meade) o la igualdad en la posesión de bienes prim arios (c o m o jo h n Rawls) y, sin em bargo, exige igualdad en los derechos de libertad: que ninguna persona debe ten er más derecho a la libertad que otra. Jam es Buchanan, el pionero fundador de la «teo­


La id e a d e l a j u s t i c i a

ría de la elección pública» (en algunos aspectos u n a versión rival de signo conservador de la teoría de la elección social), quien parece ser bastante escéptico sobre la reivindicación de la igualdad, incorpora el trato igual, tanto legal com o políúco, de las personas (e igual respe­ to a la objeción de conciencia frente a las propuestas de cambio) en su visión de la buena sociedad2. En cada teoría, la igualdad se busca en algún espacio (es decir, desde el punto de vista de algunas varia­ bles relacionadas con ciertas personas), un espacio que se considera central en esa teoría*. ¿Esta generalización se aplica al utilitarismo? Tal sugerencia sería abiertam ente rechazada pues los utilitaristas en general no quieren la igualdad en las utilidades disfrutadas p o r diferentes personas, sino más bien la maximización de la suma total de utilidades, sin conside­ ración a la distribución, lo cual no parece muy igualitario. Y sin em ­ bargo, hay una igualdad que buscan los utilitaristas, a saber, el trato igual de los seres hum anos al atribuir igual im portancia a las ganan­ cias y pérdidas de las utilidades de todos, sin excepción. En la insis­ tencia en iguales cargas sobre las ganancias de las utilidades de todos, el objetivo utilitarista em plea un tipo especial de igualitarismo incor­ porado en su contabilidad. En efecto, es precisam ente este aspecto igualitario el que guarda relación con el principio fundacional del utilitarismo de «dar igual peso a los intereses iguales de todas las par­ tes» (para citar a Richard Haré, uno de los grandes utilitaristas de nuestro tiem po) y al requisito utilitarista de asignar siem pre «el mis­ mo peso a todos los intereses individuales» (para citar a jo h n Harsanyi, otro m aestro del utilitarismo contem p o rán eo )3. ¿Hay alguna significación particular asociada a esta similitud for­ mal en q u erer igualdad de algo, algo que cada teoría norm ativa con­

* La crítica d e G. A. C o h é n a John Rawls en Rescuingjustir.e and Equality (H arv ard U niversity Press, C am b rid g e, 2008), p o r p e rm itir d esig u ald ades co n base en in c e n ti­ vos d e n tro de sus prin cip io s d e ju sticia, q u e h e c o m e n ta d o an tes e n el c a p ítu lo 2, p u e d e verse com o u n a crítica del filósofo p o r n o to m a r e n serio d e m a n e ra su ficiente su p ro p io raz o n a m ie n to so b re la im p o rtan c ia d e ig u alar los b ien es p rim ario s p a ra d e fin ir la ju s tic ia p erfe c ta . C o h én n o n ieg a la relevancia d e las restriccio n es d e la c o n d u c ta y d e otras restriccio n es e n la e la b o ra c ió n d e las políticas públicas, al p u n to de q u e su re p ro c h e a Rawls se refie re tan sólo a la caracterizació n tra sc e n d e n ta l d e la so cied ad p e rfe c ta m e n te ju sta . C om o se vio an tes, Rawls in c o rp o ra e lem e n to s n o tras­ cen d e n ta le s e n su p e n sa m ie n to so b re laju sticia , y esto p o d ría estar p re s e n te aq u í, en su o p ció n d e n o e x te n d e r las exigencias so b re el c o m p o rta m ie n to e n u n m u n d o posco n tra c tu a l p a ra asu m ir u n a c o n d u c ta ju s ta lib re d e incentivos.


Ig u a ld a d

y l ib e r t a d

sidera muy im portante? Es ten tad o r pensar que esto tiene que ser u na coincidencia, pues las similitudes son enteram ente formales y no versan sobre la sustancia de «la igualdad de qué». Y sin em bargo, para alguna fórm ula igualitaria la necesidad de d efender u n a teoría indica la significación am pliam ente atribuida a la no discriminación, que puede verse com o motivada p o r la idea de que en ausencia de dicho requisito u n a teoría norm ativa sería arbitraria y sesgada. Pare­ ce h ab er aquí u n reconocim iento de la necesidad de cierta form a de im parcialidad para la viabilidad de u n a teoría*. Desde el p u n to de vista del criterio de Thom as Scanlon sobre la necesidad de principios que ninguno de los implicados pueda «rechazar razonablem ente», puede haber u na fuerte conexión entre aceptabilidad general y no discriminación, que exige que, en cierto nivel básico, las personas tie­ nen que ser vistas com o iguales y que sus rechazos importan**.

Ig u a l d a d , im p a r c ia l id a d y s u s t a n c ia

El enfoque de la capacidad, del cual se ocupan varios de los capítu­ los precedentes, se inspira en el entendim iento, discutido antes, de que la cuestión realm ente crítica es «igualdad de qué» en lugar de si necesitamos igualdad en cualquier espacio***. Decir esto no es afirm ar que la últim a cuestión sea insignificante. Ni que haya tanto acuerdo en exigir igualdad en un espacio u otro determ ina el carácterjusto de la suposición. Ciertam ente es posible asumir que todas estas teorías están equivocadas. ¿Qué otorga a la característica com partida tal plausibilidad? Esta es u n a gran cuestión a la cual difícilmente harem os justicia aquí, pero vale la pen a considerar la dirección en la cual tene­ mos que m irar en busca de u n a posible respuesta. La exigencia de ten er a las personas com o iguales (en algunas im­ portantes perspectivas) se refiere a la exigencia norm ativa de im par­ cialidad y a las reivindicaciones asociadas de objetividad. Esto no

* Este re c o n o c im ie n to p u e d e ser re la c io n a d o co n los a rg u m e n to s ex am in ad o s en el cap ítu lo 5. ** El c riterio de S can lo n h a sido d iscu tid o an tes, e n los cap ítu lo s 5 a 9. ** * La im p o rta n c ia d e esa cu estió n y el lu g ar d e la c ap acid ad al re s p o n d e r a ella se tra ta ro n e n m i C o n fe re n c ia T a n n e r d e 1979 e n la U n iv ersid ad d e S tanford: «Equalitv o f \Vhat?», e n S. M cM urrin (ed .), Tanner Lectures in H u m an Valúes, C am b rid g e L’niversity Press, C am b rid g e, 1980, vol. 1.


La

id e a

d f i .a j u s t i c i a

puede, p o r supuesto, ser considerado com o u n a respuesta autosuficiente, com pleta p o r sí misma, puesto que las justificaciones acepta­ bles de im parcialidad y objetividad tam bién tienen que ser m ateria de escrutinio (en el capítulo 5 se estudiaron algunas ideas en esa pers­ pectiva) . Pero tal es el tipo de escrutinio que im plicaría la com pren­ sión de por qué cada una de las preem inentes teorías de la justicia tiende a incluir alguna form a de tratar a las personas com o iguales en cierto nivel básico (básico para la respectiva teoría). Ser u n igualitario no es, en ningún sentido obvio, u n a característi­ ca unitiva, dados los desacuerdos sobre las formas de responder a la pregunta «igualdad de qué». En efecto, es precisam ente porque exis­ ten tan sustantivas diferencias sobre la aprobación p o r varios autores de diferentes espacios en los cuales se recom ienda la igualdad que el hecho de que hay u n a similitud igualitaria básica en los respectivos enfoques de estos autores ha tendido a escapar a la atención. La simi­ litud es, sin em bargo, de cierta im portancia. Para ilustrar este punto, perm ítanm e referirm e a la colección de interesantes e im portantes ensayos que ha editado William Letwin, ti­ tulada Against Equalit's [Contra la igualdad]4. En uno de los artículos poderosam ente razonados de la colección de Letwin, Harry Frankfurt critica «la igualdad como ideal moral» y disputa de m anera muy con­ vincente las tesis de lo que llama el igualitarismo económ ico com o «la doctrina para la cual es deseable que todos tengan la misma cantidad de ingreso v de riqueza (dinero, en sum a)»’. Aunque en el lenguaje escogido para expresar este rechazo Frankfurt interpreta su polémica como un argum ento contra «la igualdad como ideal moral», ello obe­ dece ante todo a que él em plea esa expresión general para referirse específicamente a una versión particular del «igualitarismo económ i­ co»: «Esta versión del igualitarismo económ ico (para abreviar, simple­ m ente “igualitarismo") también puede ser form ulada como la doctri­ na según la cual no debe haber desigualdades en la distribución del dinero». Frankfurt disputa la exigencia específica de una interpreta­ ción com ún del igualitarismo económ ico m ediante (1) la im pugna­ ción de que tal igualdad tiene interés intrínseco, y (2) la dem ostración de que ella conduce a la violación de valores intrínsecam ente im por­ tantes, valores que se vinculan de m anera estrecha a la necesidad de prestar igual atención a todos en alguna otra forma, más relevante. La elección del espacio para la igualdad es entonces críticamente im por­ tante en el desarrollo de las bien sustentadas tesis de Frankfurt1’.

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I <.( AI.DA D V L I B E R ! A D

Todo esto encaja en el patrón general de un argum ento contra la igualdad en algún espacio, con fundam ento en que viola el más im­ portante requisito de la igualdad en algún otro espacio. Vistas así, las batallas sobre cuestiones de distribución tienden a ser no sobre «por qué igualdad» sino sobre «igualdad de qué ». Puesto que algunas áreas de concentración (para identificar los espacios correspondientes en los cuales se busca la igualdad) están tradicionalm ente asociadas con exigencias de igualdad en filosofía política, económ ica o social, es la igualdad en esos espacios (por ejemplo, ingreso, riqueza, utilidades) la que tiende a aparecer bajo el nom bre de «igualitarismo», mientras que la igualdad en otros espacios (por ejemplo, derechos, libertades o lo que se considera com ojustos m erecim ientos de las personas) pa­ recen reivindicaciones antiigualitarias. Pero no debem os dejarnos atrapar por las convenciones de la caracterización, y tenem os que no­ tar tam bién la básica similitud entre todas estas teorías que alegan en pro de la igualdad en algún espacio, e insisten en la prioridad igualita­ ria en dicho espacio, m ientras disputan — explícitam ente o p o r impli­ cación— las exigencias rivales de la igualdad en otros espacios (en su opinión, m enos relevantes).

C a p a c id a d , ig u a l d a d y o i rás p r e o c u p a c io n e s

Si la igualdad es im portante, y la capacidad constituye, en efecto, un rasgo central de la vida hum ana (como he tratado de sostener en este libro), ¿no sería ju sto suponer que debem os exigir igualdad de capacidad? Tengo que decir que la respuesta es no, p o r varias razo­ nes. Podemos, p o r supuesto, atribuir significación a la igualdad de capacidad, pero ello no implica que tengamos que exigirla incluso si entra en conflicto con otras im portantes consideraciones. A pesar de su significación, la igualdad de capacidad no derrota de un solo golpe todas las otras consideraciones de peso (incluidos otros significativos aspectos de la igualdad), con las cuales puede entrar en conflicto. Prim ero, la capacidad es, com o he tratado de subrayar, sólo un as­ pecto de la libertad, relacionada con las oportunidades sustantivas, v no puede prestar adecuada atención a la rectitud y la equidad impli­ cadas en los procedim ientos que tienen relevancia para la idea de la justicia. M ientras que la idea de capacidad tiene considerable m érito en la evaluación del aspecto de oportunidad de la libertad, no puede

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La

id e a d e la ju s t ic ia

tratar de m anera apropiada con el aspecto de proceso de la libertad. Las capacidades son características de las ventajas individuales, y si bien pueden incorporar algunos aspectos de los procesos implicados (como se vio en el capítulo 11), no llegan a decim os lo suficiente so­ bre la equidad o la rectitud de tales procesos, o sobre la libertad de los ciudadanos para invocar y utilizar procesos equitativos. Ilustremos este punto con lo que puede parecer como u n ejemplo muy áspero. Está bien establecido que, aun disfrutando de los mis­ mos cuidados, las mujeres tienden a vivir más tiem po que los hom ­ bres, con tasas de m ortalidad más bajas en cada grupo de edad. Si uno estuviera preocupado exclusivamente con la capacidad (y nada m ás), y en particular con la igualdad de capacidad para vivir largo tiempo, sería posible construir un argum ento para dar a los hom bres m ejor atención m édica relativa que a las m ujeres para com pensar la desven­ taja masculina natural. Pero dar a las mujeres m enor atención m édica que a los hom bres para los mismos problem as de salud violaría de m odo flagrante un significativo requisito de la equidad procesal (en particular, tratar a personas diferentes de m anera similar en asuntos de vida y m u e rte), y es razonable alegar que, en casos de este tipo, las exigencias de la equidad en el aspecto de proceso de la libertad po­ drían anular con razón cualquier concentración exclusiva en el as­ pecto de oportunidad de la libertad, incluida la prioridad en la igual­ dad en la expectativa de vida. M ientras la perspectiva de la capacidad puede ser muy im portan­ te para juzgar las oportunidades sustantivas de las personas (y resulta mejor, como he sostenido, la evaluación de la equidad en la distribu­ ción de las oportunidades que los enfoques alternativos concentra­ dos en ingresos, bienes prim arios o recursos), ello no va de ninguna m anera en contra de la necesidad de prestar atención com pleta al aspecto de proceso de la libertad en la evaluación de la justicia*. U na teoría de la justicia — o más generalm ente u n a teoría adecuada de la elección social normativa— tiene que estar viva tanto para la rectitud de los procesos implicados com o para la equidad y la eficiencia de las oportunidades sustantivas que la gente puede disfrutar. La capacidad es, en efecto, nada más que u n a perspectiva desde el pun to de vista de la cual se pu ed en evaluar en form a razonable las * Se p u e d e hacer u n arg u m en to sim ilar sobre el co n ten id o d e los derechos h u m a­ nos, tal com o dich a idea es g en eralm en te en ten d id a, y así se verá en el capítulo 17.

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Ig u a ld a d

y l ib e r t a d

ventajas y desventajas de la persona. Esa perspectiva es significativa p o r sí misma, y es tam bién críticam ente im portante para las teorías de la justicia y de la evaluación política y moral. Pero ni la justicia ni la evaluación política y m oral pueden preocuparse sólo de las opor­ tunidades y ventajas generales de los individuos en una sociedad". El tem a del proceso justo v del trato justo va más allá de las ventajas ge­ nerales de los individuos hacia otras preocupaciones —en especial procedim entales— . las cuales no p u ed en ser atendidas de form a adecuada m ediante la sola concentración en las capacidades. La cuestión central concierne aquí a las múltiples dim ensiones en las cuales im porta la igualdad, que no puede reducirse a un solo es­ pacio, llámese ventaja económ ica, recursos, utilidades, calidad de vida o capacidades. Mi escepticismo frente a u n entendim iento uni­ focal de las exigencias de la igualdad (en este caso, aplicada a la pers­ pectiva de la capacidad) es parte de una crítica más am plia de una visión unifocal de la igualdad. Segundo, aun cu an d o he alegado en p ro de la im p o rtan cia de la libertad p ara ju z g a r las ventajas personales, y en consecuencia para evaluar la igualdad, p u ed e h a b e r otras exigencias sobre los juicios relativos a la distribución, las cuales p u ed en no ser conside­ radas com o exigencias de igual lib ertad general p ara diferentes personas en n in g ú n sentido claro. En efecto, com o sugiere el ejem ­ plo de la Introducción sobre los tres niños que se disputan u n a flau­ ta, el argum ento de u n o de los niños a ser reconocido p o r h ab er fabricado el instru m en to con sus propias m anos no p o d ría ser des­ cartado con facilidad. El razonam iento que confiere u n im p o rtan ­ te estatus a los esfuerzos y las recom pensas que d eb en asociarse con el trabajo, que tam bién sustenta ideas norm ativas com o la de explotación, pued e sugerir bases p ara hacer u n a pausa antes de in­ sistir de m an era exclusiva en la igualdad de capacidad7. La literatu ­ ra sobre la explotación del trabajo industrial y los salarios injustos que reciben quienes h acen el «trabajo real» tiene u n a fu erte co­ nexión con esta perspectiva.

* En efecto, incluso desde el p u n to d e vista d e la caracterización q u e h ace Rawls de los distintos problem as de la justicia, la capacidad rivaliza ún icam en te con el uso d e los bienes prim arios p ara ju zg ar las ventajas relativas e n el prin cip io d e diferencia, lo cual deja p o r fuera otras cuestiones, com o el lugar de las libertades personales y la necesidad de procedim ientos equitativos.

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L a i d f .a d f . i a

ju s t ic ia

Tercero, la capacidad no habla con u n a sola voz pues p u ed e ser definida de diferentes formas, que incluyen la distinción en tre liber­ tad para el bienestar y libertad para la capacidad de acción (discuti­ da en el capítulo a n te rio r). Además, com o se h a visto ya, la clasifica­ ción de las capacidades, incluso con u n foco específico (como la capacidad de acción o el bienestar) no necesita g en erar una ord e­ nación com pleta, en particular debido a las variaciones razonables (o am bigüedades ineludibles) en la elección de pesos relativos para ser asignados a los diferentes tipos de capacidades o de actividades. M ientras u na ordenación parcial p u ed e ser adecuada para ju zg ar las desigualdades en ciertos casos, en especial para identificar algunas situaciones de flagrante desigualdad, ésta no necesita p ro d u cir ju i­ cios claros de desigualdad en otras instancias. Todo esto no indica que sea inútil prestar atención a la reducción de la desigualdad de capacidades. Esa es de seguro u n a gran preocupación, pero resulta im portante advertir los límites del alcance de la igualdad de capaci­ dad com o parte de las exigencias de la justicia. Cuarto, la igualdad no es en sí misma el único valor del cual tiene que preocuparse una teoría de la justicia, y no es siquiera el único tema para el cual resulta útil la idea de capacidad. Si hacemos la simple dis­ tinción entre consideraciones de agregación y consideraciones de distribución en justicia social, la perspectiva de la capacidad, con su indicación de una im portante forma de evaluar ventajas y desventajas, tiene implicaciones para ambas preocupaciones. Por ejemplo, una ins­ titución o u na política puede ser bien defendida no porque m ejora la igualdad de capacidad sino porque expande las capacidades de todos (incluso si no hay ganancia en la distribución). La igualdad de capaci­ dad o, de m anera más realista, la reducción de la desigualdad de capa­ cidad, ciertam ente apela a nuestra atención, pero lo propio sucede tam bién con el avance general de las capacidades de todos. Al negar la concentración exclusiva en la igualdad de capacidad, o en las consideraciones basadas en la capacidad en general, no des­ calificamos el papel críticam ente significativo de las capacidades en la idea de la justicia (discutida antes en los capítulos 11 a 13). La bús­ queda razonada de un elem ento muy im portante de lajusticia social, que no desplaza todo lo demás, todavía puede ten er u n papel crucial en la em presa de m ejorar lajusticia.

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Ig ualdad

y l ib e r t a d

C a p a c id a d y l ib e r t a d e s p e r s o n a l e s

Com o se com entó en el capítulo 2, al separarnos del énfasis de John Rawls sobre los bienes prim arios en el p rincipio de diferencia p ara a te n d e r las cuestiones de distribución, y al in c o rp o ra r el am ­ bicioso papel de las capacidades en ese ejercicio, no hav intención oculta de controv ertir el razonam iento del filósofo sobre otros te­ mas. Estos tem as incluyen la p rio rid ad de la libertad, que constitu­ ye la m ateria del p rim er principio de la teoría de la justicia de Rawls. En efecto, com o he sostenido en el capítulo 2, hay buenas bases para dar u n a cierta prioridad real a la libertad personal (aunque no necesariam ente en la form a lexicográfica extrem ista de Rawis). C onceder una posición especial —u n a preem inencia general— a la libertad va m ucho más allá de tom ar aten ta nota de su im portancia com o u n a de las m uchas influencias sobre la ventaja general de una persona. La libertad es útil, en efecto, com o el ingreso y otros bienes primarios, pero eso no es todo lo que implica su im portancia, puesto que toca nuestras vidas en u n nivel muy básico y exige que otros de­ ban respetar estas preocupaciones pro fu n dam en te personales que todos tendem os a tener. Es crucial tener en m ente esta distinción cuando com param os las reivindicaciones rivales de bienes prim arios y capacidades para un li­ m itado propósito en la evaluación de la justicia: cóm o evaluar las preocupaciones generales sobre la distribución con base en las com­ paraciones de las ventajas individuales generales. Este es, p o r supues­ to, el tem a del principio de diferencia de Rawls, pero se trata apenas de u na parte de u n a más am plia teoría de la justicia rawlsiana. Cuan­ do se reivindica, com o yo lo he hecho, que las capacidades pu ed en cum plir la función de juzgar las ventajas generales de diferentes per­ sonas m ejor que los bienes primarios, entonces eso es lo que se afir­ m a y no otra cosa. Aquí no se alega que la perspectiva de la capacidad pueda hacerse cargo del trabajo que exigen otras partes de la teoría de Rawls, en particular el estatus especial de la libertad y las exigen­ cias de la equidad procedim ental. Las capacidades no pu ed en cum ­ plir esta labor m ejor que los bienes prim arios. La com petencia entre bienes prim arios y capacidades se circunscribe a u n terreno limita­ do, en u n dom inio específico, interesado en la evaluación de las ven­ tajas generales que tienen los distintos individuos.

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La

id e a d e la j u s t ic ia

Puesto que estoy en general de acuerdo con el razonam iento rawlsiano que subyace al prim er principio, esto es, la im portancia de la prioridad en la libertad personal igualm ente com partida p o r todos, quizá sea útil considerar si esta prioridad tiene que ser tan absoluta com o el filósofo propone. ¿Por qué cualquier violación de la libertad, por significativa que sea, tiene que ser invariablem ente considerada com o más grave para una persona o una sociedad que el sufrimiento del ham bre, las epidemias y otras calamidades? Como se discutió en el capítulo 2, tenem os que distinguir entre d ar cierta prioridad a la li­ bertad (sin tratarla sim plem ente como uno de los elem entos de un gran paquete de bienes primarios, puesto que la libertad es tan cen­ tral en nuestras vidas), y la exigencia «extremista» de conceder una prioridad lexicográfica a la libertad, de suerte que considerem os que la m enor ganancia de libertad —no im porta cuán pequeña— es razón suficiente para hacer sacrificios enorm es en otros bienes de u n a bue­ na vida —no im porta cuán grandes— . Rawls alega persuasivam ente en favor de la prim era, y sin em bar­ go escoge la segunda en la form ulación del principio de diferencia. Pero, com o se h a visto, las matem áticas de la p o nderación diferen­ cial perm iten m uchas posibilidades interm edias en tre el extrem o de no asignar ningún peso extra a la libertad y el extrem o de darle com pleta prioridad sobre todo lo demás. Podem os ser rawlsianos en el prim er sentido, en cuanto se refiere a la «prioridad de la liber­ tad», sin suscribirnos al segundo. El grado exacto de prioridad que puede darse, en u n caso particu­ lar, a la libertad personal sería ciertam ente un buen tem a para el razo­ nam iento público, p ero el éxito principal de Rawls aquí consiste en m ostrar p o r qué la libertad personal ha de tener u n lugar preem inen­ te en el razonam iento público en general. Su obra ha ayudado a gene­ rar la com prensión de que en el m undo en que vivimos la justicia exige u n a preocupación muy especial p o r las libertades que todos compartimos*. Im porta observar aquí que la libertad tiene un lugar en u n arreglo social justo que va más allá de reconocer que ella es par­ te de la ventaja personal, en la misma form a que el ingreso o la rique­

* C o m p a rtir es m uy im p o rta n te aq u í, e n lu g ar d e ex ig ir lib e rta d p a ra u n o s y n o p a ra otros. L a crítica de M ary W o llstonecraft al resp ald o d e la In d e p e n d e n c ia estad o ­ u n id e n s e p o r p arte d e E d m u n d B urke, sin p la n te a r al m ism o tiem p o la c u estió n de la lib e rta d de los esclavos, se ex a m in ó en el cap ítu lo 5.

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Ig u a l d a d y l ib e r t a d

za. Al mismo tiem po que el papel de las libertades sustantivas en la form a de capacidades es subrayado en este trabajo (en divergencia con Rawls), no es necesario negar la función especial de la libertad*.

L as c a r a c t e r ís t ic a s p l u r a l e s d e la l ib e r t a d

Dada la im portancia de las distintas formas de la libertad en las teorías de la justicia, conviene en trar en u n exam en más cercano de sus contenidos, que constituyen un verdadero cam po de batalla en la literatura. El térm ino «libertad» se em plea de m uchas m aneras dis­ tintas, y algo más hav que decir sobre su dom inio. La distinción particular entre el aspecto de o portunidad y el as­ pecto de proceso de la libertad ha sido explorada en el capítulo 11. La pluralidad de aspectos de la libertad tam bién puede ser enfocada e identificada de otras formas. La libertad para lograr lo que uno ra­ zonablem ente quiere lograr se refiere a una variedad de factores, que pueden ten er relevancia variable para diferentes conceptos de libertad. La cuestión de si u n a persona puede pro d u cir los objetos de su elección razonada es crucial para la idea de libertad que se estudia aquí, de la cual es parte la noción de capacidad". Pero la efectividad de la preferencia puede ocurrir de diversas formas. Prim ero, una persona puede pro d u cir el resultado escogido a través de sus propias acciones y generar ese efecto particular: éste es el caso del control directo. Pero el control directo no es necesario p ara la efectividad. Segundo, hay una consideración más am plia de si las preferencias de

* La p rio rid a d d e la lib erta d d e se m p e ñ a u n p a p e l im p o rta n te e n el re su lta d o d e la elec ció n social q u e se p re s e n ta e n m i «T he Im possibility o f a P a re tia n L iberal», Journal o f Polilical Economy, n ú m . 78, 1970. J o h n Rawls c o m e n ta lú c id a m e n te esta c o n e x ió n e n su ensayo «Social U nity a n d P rim ary G oods», en A m artya Sen y B e rn ard W illiam s (eds.), Ulilitarianism and Beyond, C am b rid g e U niversity Press, C am b rid g e, 1982. Volveré m ás a d e la n te so b re este tem a. ** P ara ver la lib e rta d c o m o p o d e r p a ra p ro d u c ir el re su lta d o q u e u n o d esea m e ­ d ia n te evaluación razo n ad a, se p lan tea , p o r su p u esto , la cu estió n sub y acen te d e si la p e rso n a h a te n id o u n a o p o rtu n id a d a d e c u a d a p a ra ra z o n a r a c erca d e lo q u e real­ m e n te q u iere. E n efecto, la o p o rtu n id a d d e la evaluación ra z o n a d a n o p u e d e ser sino u n a p a rte im p o rta n te d e c u a lq u ie r e n te n d im ie n to sustantivo d e la lib ertad . C om o se vio en el cap ítu lo 8, ésta es u n a cu estió n c e n tra l e n la evaluación d e la racio­ n alid a d d e la p re fe re n c ia y d e la o p ció n .


L a ID E A DF. I.A J I 'S T I C I A

u na persona p ued en ser efectivas, a través de control directo o de la ayuda de otros. Las ilustraciones del «poder indirecto» para p ro d u ­ cir los resultados preferidos varían desde casos simples de actuación a través de un abogado, amigos leales o conocidos hasta casos más complejos en los cuales u n m édico tom a una decisión p o r una perso­ na para producir u n resultado que el paciente realm ente querría, dados el conocim iento y la com prensión: éste es el caso del p oder efectivo. La im portancia del p o d er efectivo a través del control indi­ recto plantea alguna discusión, sobre todo porque es muy com ún ver la libertad com o control y com o opción de hacer ciertas cosas p o r uno mismo. Muchas de las libertades que ejercemos en sociedad funcionan a través de procesos diferentes al control directo8. Por ejemplo, una víctima herida e inconsciente tras un accidente puede no tom ar las decisiones sobre su salud, pero en tanto el m édico escoja u n curso de acción que el paciente preferiría si hubiera estado consciente, no hay violación de la libertad de la víctima. En efecto, hay u n a afirm a­ ción de esa libertad en el sentido de «poder efectivo», si la elección del m édico está guiada p o r lo que el paciente h u b iera q u erid o 9. Esta es u na cuestión distinta del bienestar del paciente tal com o él mismo lo ve, que puede guiar tam bién al médico. Aun cuando respe­ tar la libertad del paciente puede con frecuencia ten er los mismos requisitos que el avance de su bienestar, los dos no tienen que coinci­ dir. Por ejemplo, un m édico puede respetar la oposición conocida del paciente inconsciente a los m edicam entos derivados de experi­ m entos crueles con animales, aun cuando en opinión del m édico el bienestar del paciente podría h ab er m ejorado precisam ente con ese m edicam ento. La orientación del bienestar puede diferir —posible­ m ente de m anera muy tajante— de las exigencias de la libertad efec­ tiva del paciente. La idea de la libertad efectiva puede extenderse a casos más com­ plejos de arreglos sociales, p o r ejem plo cuando las autoridades civi­ les a cargo del control de enferm edades infectocontagiosas se pro p o ­ n en elim inar las epidemias locales (lo que la gente quiere, com o se sabe). La idea de la efectividad se aplicaría al grupo y a sus miembros, y la libertad efectiva asume aquí u n a form a social o cooperativa, pero todavía se trata de u n caso de efectividad sin ningún responsable in­ dividual del contro l específico de la decisión social. La distinción es entre las autoridades locales que aplican cierta política con base

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Igualdad

y l ib e r t a d

en lo que la gente quiere y en lo que, dada la opción, escogería, v las autoridades que ejecutan esa política porque m ejoraría, en opinión de los adm inistradores, el bienestar del pueblo local. La segunda es, p o r supuesto, una razón de m érito suficiente, pero no es la misma que la prim era (aunque los dos argum entos tienen conexiones cau­ sales) puesto que las consideraciones sobre el bienestar p u eden in­ fluir de m anera plausible en la elección —o en lo que sería la elec­ ción— de las personas implicadas. U na distinción diferente se plantearía en tre ser capaz de obtener cierto resultado precisam ente p o r ten er esa preferencia, quizá de conform idad con las preferencias de los otros implicados (por ejem­ plo, una persona que quiera la elim inación de las epidemias al uníso­ no con otros en esa región, una preferencia que en definitiva puede guiar la política pública), y ser capaz de o b ten er lo que se quiere gra­ cias a la buena suerte. Bien puede ser, por una u otra razón, que ocurra precisam ente lo que la persona quiere. Hay satisfacción aquí, pero no necesariam ente efectividad de las preferencias propias, pues pue­ de no haber influencia de las prioridades de uno en lo que sucede (puede no ser lo que la persona quiere, de m anera individual o con­ ju n ta, lo que produce el resultado). Aquí no sólo no hay control (di­ recto o indirecto), sino que no hay siquiera ejercicio de poder, por cualquier medio, para producir un resultado congruente con las p ro ­ pias preferencias. U no tiene éxito con un conjunto de preferencias pero no necesariam ente con otro. Por ejemplo, la práctica religiosa de una persona puede estar de acuerdo con lo que el Estado desea aplicar, y la persona puede enton­ ces ver satisfechas sus preferencias religiosas sin que ellas cum plan pa­ pel alguno en las decisiones estatales. Puede parecer como si no hubie­ ra nada sustancial que pueda ser llamado «libertad» en la buena suerte de la persona, y desde el punto de vista de la obtención de un determ i­ nado resultado —a través de control directo o indirecto— este escepti­ cismo sobre la presencia de la libertad está justificado, pues la persona no resulta efectiva en conseguir lo que quiere, sino que más bien se encuentra en una situación favorable*. Y sin em bargo, la libertad de la

* P hilip P ettit a d o p ta esta posición y ve la lib e rta d ta n sólo c o m o d e « co n ten id o in d e p e n d ie n te » (de su e rte q u e la efectividad es in d e p e n d ie n te d e lo q u e la p erso n a q u ie re ). V éanse su Republicanismo, Paidós, B arcelona, 2009, y «Capability a n d F ree­ dom : A D efense o f Sen», Economics and Philosophy, n u m . 17, 2001.

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La

id e a

d e la ju s t ic ia

persona para vivir como le gustaría puede contrastar de m anera tajan­ te con el predicam ento de alguien que profesa creencias heterodoxas y puede enfrentarse a obstáculos para practicarlas (en otra época, po­ dría haber sido tan desdichado como para caer en manos de la Inquisi­ ción) . Hay una libertad de cierta im portancia en ser capaz de seguir el estilo de vida que se prefiera, a pesar de que no hay libertad de opción (es decir, con prescindencia del contenido de la propia preferencia). Cuando, por ejemplo, Akbar pronunció y legalizó su decisión en favor de la libertad según la cual «nadie deberá sufrir interferencias p o r ra­ zón de la religión y todos pueden escoger la religión que les guste», él garantizó la libertad efectiva de muchas personas —en efecto, u n a ma­ yoría de sus súbditos que antes padecieron discriminación p o r no ser m usulmanes— y sin em bargo esos individuos no habrían podido dete­ n er a Akbar si él hubiera optado por algo distinto. Esta distinción se relaciona con la que vamos a discutir ahora, que im plica el contraste entre la capacidad en general y la capacidad sin dependencia, destacada en un enfoque específico de la libertad lla­ m ado «republicano», desarrollado en particular p o r Philip Pettit. Pero espero que la discusión p recedente haya contribuido a estable­ cer la necesidad de ver la libertad en térm inos plurales, en lugar de verla con una sola característica.

C a p a c id a d , d e p e n d e n c ia e in t e r f e r e n c ia

Algunas personas usan los térm inos liberty y freedom como si fueran intercam biables y significaran lo mismo”. En los argum entos de Rawls sobre la prioridad de la libertad [liberty] existe, sin em bargo, una preo­ cupación especial p o r la libertad en las vidas personales y en particu­ lar por la libertad frente a la interferencia intrusiva de otros, incluido el Estado. Al ir más allá de lo que las personas pueden —tenida cuen­ ta de todo— hacer realm ente, Rawls investiga tam bién la im portancia

* Las palabras inglesas freedom v liberty se tra d u c e n h a b itu a lm e n te al esp añ o l co m o «libertad». El a u to r las em p lea c o m o sin ó n im o s a lo larg o d e casi to d o el libro, p o r lo cual el tra d u c to r las h a traslad a d o h asta a h o ra co m o «libertad». P e ro en esta sección d el cap ítu lo 14 el a u to r p a re c e a trib u irles d ife re n te significación, a u n q u e n o las d efin e n i las d istin g u e d e m a n e ra ex p lícita y em p lea co n m u c h a m ayor frec u en c ia freedom q u e liberty. P o r tal razón, e n este pasaje el tra d u c to r h a o p ta d o p o r a ñ a d ir e n ­ tre co rch etes la ex p resió n o rig in al inglesa sólo cu a n d o se trata d e liberly. [N. del 'I'.]


I g u a l d a d y l ib e r t a d

que para las personas tiene la libertad [liberty] de vivir sus propias vi­ das com o q u em an , y en particular la libertad [liberty] de no ser moles­ tado por la interferencia de otros. Y ése es, p o r supuesto, el territorio clásico de la obra pionera Sobre la libertad, de Jo h n Stuart Mili10. En algunas teorías de la libertad, p o r ejem plo en la llam ada teoría «republicana» o «neorrom ana», la libertad [liberty] n o se define sólo com o lo que la persona es capaz de hacer en cierta esfera, sino tam­ bién com o la exigencia de que los otros no p u ed an elim inar dicha capacidad incluso si quieren hacerlo. En esta perspectiva, la libertad [liberty] de u na persona p u ed e verse com prom etida, incluso si no hay interferencia, tan sólo p o r la existencia de un p o d er arbitrario de otro que pudiera obstaculizar la libertad de la persona a actuar como querría, aun si dicho p o d er de intervenir no se ejerce realm en te11. Philip Pettit ha argum entado con fundam entos «republicanos» en contra de la visión de la libertad com o capacidad, puesto que una persona puede ten er la capacidad de hacer m uchas cosas que d ep en ­ den del «favor de otros», y ha sostenido que en la m edida en que las opciones reales o realizaciones de la persona sean dependientes en esta forma, ella no es realm ente libre. Pettit lo explica así: «Imagine que usted tiene u n a disposición para escoger entre A y B que es deci­ siva independientem ente del contenido, pero que su disfrute de esa preferencia decisiva d epende de la b u en a voluntad de quienes lo ro­ dean... Se puede decir que usted tiene preferencias decisivas pero que su carácter decisivo es d ependiente del favor»*. Ciertam ente, ser libre para hacer algo con independencia de otros (así que no im por­ ta lo que ellos quieren) confiere a la libertad sustantiva una fuerza que está ausente cuando esa libertad de hacer esa cosa está condicio­ nada a la ayuda o a la tolerancia de otros, o d ep en d e de u n a coinci­ dencia («da la casualidad») entre lo que la persona quiere hacer y lo

* P hilip P ettit, «Capability a n d F reed o m : A D efen ce o f Sen», Economics and Philosuphy, n ú m . 17, 2001, p. 6. N o m e re fiero a q u í a la p a rte defensiva d e la a rg u m e n ta ­ ción d e P ettit sino a su p a rte crítica so b re m i énfasis e n la cap acid ad , en la cual sugie­ re q u e d e b e ría ex te n d e rse e n la perspectiva «rep u b lican a» d e tal su erte q u e las cap acid ad es d e p e n d ie n te s del favor n o c u e n te n co m o lib e rta d e s reales. P ettit ve esto com o u n a ex ten sió n n a tu ra l d e la id e a d e ca p ac id a d y su d efen sa (tal c o m o vo las he p re s e n ta d o ): «Según m i in te rp re ta c ió n , la te o ría d e la lib e rtad d e Sen co in cid e con el e n fo q u e re p u b lic a n o e n este énfasis so b re la c o n e x ió n e n tre lib e rtad v n o d e p e n ­ dencia». V eo la relevan cia d e esta c o n e x ió n , p e ro te n g o q u e a leg a r q u e am b o s co n ­ ceptos — el rep u b lic a n o y el d e la lib erta d b asad a e n la cap acid ad — tie n e n valor, pues reflejan distintos aspectos d e la id ea in e lu d ib le m e n te p lu ral d e la libertad.


I.A ID EA DL LA JUSTIC IA

que las otras personas, que podrían haberlo evitado, de hecho quie­ ren. Para p o n er un caso extrem o, se puede ciertam ente alegar que las personas esclavizadas siguen siendo esclavas aun si sus opciones nunca entran en conflicto con la voluntad de su amo. No hay duda de que el concepto republicano de libertad es im­ portante y capta u n aspecto de nuestras intuiciones acerca de los re­ clamos de la libertad. Mi discrepancia se refiere a que la idea republi­ cana de libertad puede reem plazar la perspectiva de la capacidad com o libertad. Hay cabida para ambas ideas, lo cual no tiene que ser fuente de tensión, a m enos que insistamos en una idea unifocal de libertad, contra la cual ya he ofrecido mis argum entos. Considerem os tres casos alternativos relacionados con A, u n a per­ sona discapacitada que no puede hacer ciertas cosas p o r sí misma sin ayuda*. Caso 1. La persona A no tiene ayuda de otros y p o r tanto es inca­ paz de salir de su casa. Caso 2. La persona A siem pre tiene ayuda del sistema de seguridad social en su localidad o de voluntarios v, como resultado, es plena­ m ente capaz de salir de su casa cuando quiere y moverse librem ente. Caso 3. La persona A tiene sirvientes bien rem unerados que obe­ decen —y tienen que obedecer— sus órdenes, y es plenam ente ca­ paz de salir de su casa cuando quiere v moverse librem ente. En térm inos de «capacidad», definida según el enfoque de la ca­ pacidad, los casos 2 y 3 son muy similares en cuanto a la persona dis­ capacitada (esto se refiere sólo a la libertad de la persona discapacita­ da y no a la de sus sirvientes, que plantearía otras cuestiones), y ambos contrastan en la misma form a con el caso 1, en el cual A carece de la capacidad en cuestión. Hav claram ente algo de sustancia en este con­ traste entre ser capaz de hacer algo y no ser capaz de hacerlo, puesto que im porta lo que u n a persona es realm ente capaz de hacer. El enfoque republicano, sin em bargo, vería a la persona discapa­ citada com o no libre en los casos 1 y 2: en el caso 1 porque no puede hacer lo que quiere (salir de su casa) y en el caso 2 porque su habili­

* Este ejem p lo es u n a a d ap ta c ió n d e mi «Réplica» al ensayo d e P ettit, ju n to con otras dos in teresa n tes e im p o rta n te s c o n trib u c io n e s d e E lizabeth A n d e rso n y T h o ­ m as S canlon e n Economics and Philosophy, n ú m . 17, 2001.

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dad para hacer lo que quiere (salir de su casa) dep en d e del contexto, que aquí sería el sistema de seguridad social, o incluso del favor, que aquí sería la buen a voluntad o generosidad de otros. Ciertam ente, se puede decir que A es libre en el caso 3 en un sentido en que no lo es en el caso 2. El enfoque republicano capta esta diferencia y tiene un poder de diferenciación que el enfoque de la capacidad no tiene. Em pero, todo esto no niega la im portancia de la distinción en la cual se concentra el enfoque de la capacidad: ¿puede la persona ha­ cer realm ente estas cosas o no? Hay u n contraste extrem adam ente im portante entre el caso 1, p o r un lado, y los casos 2 y 3, p o r el otro. En el prim er caso, A carece de la capacidad de salir de su casa y no es libre a este respecto, m ientras en los casos 2 y 3 ella tiene la capaci­ dad y la libertad de salir de su casa cuando quiere. Esta es la distin­ ción que el enfoque de la capacidad trata de captar y que resulta vital reconocer, en especial con respecto a la elaboración de las políticas públicas. P oner los casos 1 y 2 en la misma casilla de no libertad, sin distinción adicional, nos conduciría a la visión de que el estableci­ m iento de m edidas de seguridad social o de una sociedad proteccio­ nista no puede hacer ninguna diferencia para la libertad de cualquie­ ra cuando se trata de lidiar con discapacidades o desventajas. Esta sería u n a enorm e laguna para u n a teoría de la justicia. En efecto, hay muchos, ejercicios en los cuales es muy im portante saber si u na persona es realm ente capaz de hacer las cosas que esco­ gería hacer y que tiene razón para escoger. Por ejemplo, los padres p u ed en no ser capaces de escoger escuela para sus hijos, y pueden d ep en d er de las políticas públicas determ inadas p o r u n a variedad de influencias nacionales o locales. Y sin em bargo, el establecim iento de u na escuela en la región p u ed e verse de m anera razonable como un increm ento de la libertad de los hijos que van a educarse. N egar esto sería om itir una im portante form a de pensar en la libertad res­ paldada por la razón y p o r la práctica. Este caso contrasta de m anera tajante con otro en el cual no hay escuelas en la región, ni libertad para recibir una educación escolar. Esta distinción entre estos dos casos es im portante y en ella se concentra el enfoque de la capaci­ dad, aun cuando en ningún caso la persona consiga su propia escolarización sin el apoyo del Estado o de otros. Vivimos en u n m undo en el cual ser com pletam ente in d ependiente de la ayuda y de la buena voluntad de otros puede ser muy difícil, y algunas veces no es ni si­ quiera el objetivo más im portante.

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La

id e a d f. la j u s t ic ia

La tensión entre capacidad y republicanism o com o enfoques de la libertad surge si y sólo si tenem os espacio para «a lo sumo una idea». Surge cuando buscamos un entendim iento unifocal de la li­ bertad, a pesar del hecho de que la libertad com o idea tiene irreduc­ tiblem ente m uchos elementos*. La visión republicana de la libertad increm enta la perspectiva basada en la capacidad, en lugar de dem o­ ler la relevancia de esa perspectiva com o enfoque de la libertad. Pero la pluralidad no term ina aquí. Hay tam bién u n a distinción que se concentra en si el fracaso de capacidad de una persona se debe a interferencia de los otros, una cuestión que ya ha sido planteada. Aquí nos concentram os no en el p oder de intervenir efectivamente en que ese po d er sea o no ejercido —ésa sería u n a preocupación re­ publicana— sino en el uso real de tal interferencia. La distinción en­ tre interferencia potencial e interferencia real es significativa y tiene que ver con ese pionero del pensam iento político m oderno: Thom as Hobbes. Aun cuando H obbes pueda haber sentido alguna simpatía por el punto de vista «republicano» o «neorrom ano» en su obra tem­ p ran a (un enfoque muy corriente en el pensam iento político británi­ co en esa época), Q uentin Skinner m uestra de m odo convincente que la idea hobbesiana de libertad cristalizó en una visión no republi­ cana, concentrada en si hay o no real interferencia**. El foco en la in­ terferencia de otros com o la característica central de la negación de la libertad [liberty] es así u n a idea hobbesiana.

* P h ilip P e ttit está c la ram e n te te n ta d o p o r la visión u nifocal, lo q u e él ve com o u n e n te n d im ie n to co m p reh en siv o d e la lib ertad : «La posició n d e fe n d id a a q u í ayuda­ rá a c o n firm a r el p e n sa m ie n to c o m p reh en siv o y n o c o m p a rtim e n ta d o so b re la lib er­ tad» (A Theory ofFreedom, p. 179). P ettit h ab la a q u í de u n a clase d ife re n te d e d u a lid a d q u e im plica cu estiones c o m o el lib re alb ed río , p e ro su o b servación m o tivacional p a ­ re c e ría aplicarse tam b ié n al c o n tra ste in te rn o — q u e él ve c o m o co m p a rtim e n ta ción— e n discusión, q u e ab arca los en fo q u e s re p u b lic a n o y d e la c a p acid ad so b re la lib ertad . ** V éase Q u e n tin Skinner, Hobbes and Republican Liberty, C am b rid g e U niversity Press, C am bridge, 2008. Incluso en su o b ra te m p ra n a Elements o f Im w (1640) H o b b es m o stró cierta h o stilid ad a la tesis d e q u e h a b ría a lg u n a violación d e la lib e rtad au n en la au sen cia d e in te rfe re n c ia real, p e ro n o d esa rro lló u n a te o ría altern ativ a e n ese li­ b ro . P ero su re p u d io de esa perspectiva re p u b lic a n a se h izo ev id en te c u a n d o escribió Leviatán (1651), q u e está a rm a d o tam b ién con u n e n fo q u e altern ativ o e n el cual la c u estió n c e n tra l es la in te rfe re n c ia real. En efecto, c o m o sostiene Skinner, «H obbes es el m ás fo rm id ab le en e m ig o d e la teo ría re p u b lic a n a d e la lib e rta d y sus in te n to s p a ra d e sacred itarla co nstitu y en u n e p iso d io h istó rico en el p e n sa m ie n to p o lítico anglófono» (Hobbes and Republican Liberty, p. xiv).

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No hay im pedim ento en acom odar varias características distintas dentro de la idea de libertad, a saber: capacidad, falta de d ep en d en ­ cia y falta de interferencia12. Q uienes deseen un entendim iento ca­ nónico de la «verdadera» naturaleza de la libertad pu ed en subesti­ m ar las muy diferentes formas en las cuales las ideas de libertad y no libertad p u eden en trar en nuestra percepción y evaluación. Como dijo William Cowper: «La libertad tiene mil encantos para m o strar/ que los esclavos, no im porta cuán contentos, jam ás conocerán». C uando se trata de distinguir conceptos, u n millar puede ser difícil de manejar, pero no debería hab er gran dificultad en ser capaz de ver varios diferentes aspectos de la libertad com o com plem entarios y no com o conflictivos. U na teoría de la justicia puede prestar aten­ ción a cada uno. En efecto, el enfoque de la justicia de este libro da cabida a una pluralidad am plia com o elem ento constitutivo de la evaluación de la justicia. La pluralidad de aspectos de la libertad encajajustam ente en este am plio esquema.

La im p o sib ilid a d d e l l i b e r a l p a r e tia n o

La capacidad para influir en u n resultado en la dirección querida p o r uno puede ser, com o se ha dicho ya, u n a parte im portante de la libertad. La com prensión de u n resultado, cuando es relevante, pue­ de tom ar atenta nota del proceso a través del cual se obtiene un estado final — un resultado de culm inación— (la visión incluyente del pro­ ceso de un resultado se llama un «resultado com prehensivo»). En la teoría de la elección social, que se interesa p o r los estados sociales (tal com o se com entó en el capítulo 4), la visión de la libertad orien­ tada al resultado h a recibido particular atención. Y m uchas de las cuestiones relativas a la libertad han sido discutidas p o r la teoría de la elección social den tro de este esquema. U n resultado que ha generado algo así com o u n a bibliografía pro­ pia es u n teorem a más bien simple llam ado «la im posibilidad de un liberal paretiano». Este teorem a se p ro p o n e dem ostrar que si la gen­ te puede ten er las preferencias que quiere, entonces las exigencias formales de la «optimidad» de Wilfredo Pareto pueden entrar en con­ flicto con algunas exigencias mínim as de la libertad personal13. No trataré de m ostrar cóm o funciona este teorem a de imposibilidad, sino más bien de ilustrarlo con un ejem plo que ha sido muy discuti­


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do. Hay u n libro presuntam ente pornográfico y dos posibles lecto­ res*. El individuo llam ado P uritano odia el libro, no lo leerá pero sufriría incluso más si fuera leído p o r el otro individuo, llamado Luju­ rioso, que am a el libro (Puritano está particularm ente m olesto por­ que Lujurioso se ríe entre dientes con el lib ro ). A Lujurioso, por otra parte, le encantaría leer el libro pero le gustaría aún más que lo hi­ ciera Puritano (con gran torm ento interior, espera Lujurioso). «¿Qué hacer?» entonces, com o decimos en la India. Aquí no exis­ te u n caso basado en la libertad para que nadie lea el libro puesto que Lujurioso quiere leerlo y no es de la incum bencia de Puritano in terferir en tal decisión. Ni es un caso basado en la libertad para que Puritano lea el libro puesto que no quiere hacerlo y no corresponde a Lujurioso p o nderar esa opción que no lo implica de m anera direc­ ta. La única alternativa en pie es que Lujurioso lea el libro, que sería exactam ente lo que ocurriría si cada persona decidiera qué leer o no leer. Sin em bargo, en sus preferencias, tal como se han presentado, tanto Puritano com o Lujurioso prefieren que Puritano lea el libro a que Lujurioso lo haga, de suerte que esa preferencia autoescogida parece ir en contra del principio de Pareto juzgado desde el p u nto de vista de lo que los dos individuos quieren, puesto que am bos p re­ fieren m enos la lectura de Lujurioso que la lectura de Puritano. Pero las otras dos alternativas violaban las exigencias mínimas de la liber­ tad, así que nada puede ser escogido de m anera que satisfaga las exi­ gencias específicas de la elección social, pues cada alternativa dispo­ nible es p eo r que cualquier otra. De ahí la im posibilidad de satisfacer sim ultáneam ente am bos principios. El resultado de imposibilidad, como otros teorem as de imposibili­ dad en la teoría de la elección social, se propone ser el comienzo de una discusión acerca de cómo afrontar el problem a de la elección y no el final de un posible debate. Y ciertam ente ha servido a ese propó­ sito. Algunos han usado el resultado de imposibilidad para alegar que, para que la libertad sea efectiva, las personas deben respetar la libertad de las otras personas para hacer sus propias opciones en lu­

* E n los te m p ra n o s e in o ce n te s días d e la d é c a d a d e 1960, m e te m o q u e yo era tan in g e n u o com o p a ra esco g er el ejem p lo d e El amante de Lady Chatterley d e D. H . L aw rence. M e h ab ía im p re sio n a d o el h e c h o d e q u e P e n g u in Books acab ab a d e liti­ gar y g an ar u n proceso e n los trib u n ales b ritán ico s, q u e p e rm itie ro n e n to n c e s la p u ­ blicació n de ese libro.

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gar de prestar más atención a las opciones en las vidas ajenas que en sus propias vidas (como en el caso de Puritano y Lujurioso)14. Otros han em pleado el resultado m atem ático para argum entar que incluso el principio de Pareto, supuestam ente sagrado en la tradicional eco­ nom ía del bienestar, puede ser violado en ocasiones1^. La clave radica en el hecho de que las preferencias individuales aquí son estrecha­ m ente altruistas, y su estatus se ve com prom etido p o r el reconoci­ m iento de que, como d ecíajo h n Stuart Mili, «no hay paridad entre el sentim iento de u n a persona por su opinión y el sentim iento de otra persona que se ofende con dicha opinión»*. Y otros más han argu­ m entado en favor de hacer que el derecho a la libertad esté condicio­ nado al respeto de la persona por la libertad de los otros en sus pro­ pias preferencias personales10. H a habido tam bién otras soluciones propuestas. U na muy discuti­ da puede llamarse «solución p o r colusión» y consiste en sugerir que el problem a se resuelve si las partes implicadas celebran un contrato para el m ejoram iento del principio de Pareto, m ediante el cual Puri­ tano lee el libro para evitar que Lujurioso lo lea*'. ¿Qué clase de solu­ ción es ésta?17 Existe, en prim er lugar, un problem a metodológico. Un contrato de m ejoram iento del principio de Pareto es siem pre una posibilidad en cualquier situación ineficiente con respecto al principio de Pareto. Decir esto no implica socavar el problem a al que se enfrenta un m un­ do en el cual las opciones individuales avanzan hacia un resultado in­ eficiente con respecto al principio de Pareto. Nótese tam bién que hay un problem a general en esta form a de buscar una «solución». U n contrato de m ejoram iento del principio de Pareto puede no ser via­ ble pues el incentivo para rom perlo puede ser muy fu erte18. Este pue­ de no ser el principal argum ento contra la solución p o r colusión (el principal argum ento contra esta supuesta solución guarda relación con el razonam iento en el cual se apoyan las dos partes en dicho con­ trato), pero debe ser considerado antes de ocuparse de asuntos más

* C uestionar la aceptación in condicional d e la p rio rid a d del p rin cip io d e P areto fue, d eb o confesar, mi p rin cip al m otivación al p re se n ta r este resultado. V éanse tam ­ bién Jo nathan B arnes, «Freedom , R ationality a n d Paradox», Canadian Journal of Philo­ sophy, num . 10,1980; P e te r B ernholz, «A G en eral Social D ilem m a: Profitable E xchange a n d Intransitive G ro u p P references», Zeilschifl fü r Nationalökonomie, n ú m . 40, 1980. ** M uchos co m en taristas h a n tra ta d o d e to m a r esta salida. U n o d e los más re cie n ­ tes es G. A. C o h én e n su Rescuing Justice and Equality, 2008, pp. 187-188.


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serios. Tenemos que considerar la credibilidad de tal contrato, y la di­ ficultad de asegurar su cum plim iento (por ejemplo, cóm o asegurar que Puritano lea realm ente el libro en lugar de simular que lo le e). Este no es un problem a desdeñable pero, tal vez más im portante, los intentos de cum plir tales contratos (por ejemplo, el policía que garantiza que Puritano está realm ente leyendo el libro y no simple­ m ente pasando las páginas) en nom bre de la libertad p u ed en p o n er en peligro la libertad misma, de m anera grave y muy perturbadora. Q uienes buscan una solución liberal que exigiría tal introm isión po­ licial en las vidas personales tienen una idea más bien extraña de lo que debería ser una sociedad liberal. Por supuesto, tal aplicación coactiva no sería necesaria si las perso­ nas se conform aran voluntariam ente con el acuerdo. Si se toma la pre­ ferencia individual para determ inar la elección (sin variaciones en ningún otro aspecto, como las examinadas en el capítulo 8), entonces esta posibilidad no está abierta puesto que Puritano no leerá el libro, dada esa opción (es decir, en ausencia de introm isión policial). Si, por otra parte, se tom an las preferencias para representar los deseos de la gente (no necesariam ente sus opciones), lo cual resulta más razonable en este caso, entonces es posible sostener que aun cuando Puritano y Lujurioso deseen actuar en una form a contraria al contrato, no tienen que actuar realm ente así puesto que han firm ado un contrato y tie­ n en razón, por tanto, para resistirse a ser esclavos de sus deseos. Pero si esa cuestión se plantea, y se perm iten las acciones contrarias a los de­ seos sentidos, entonces tenemos que hacer una pregunta previa y más básica sobre esta solución por colusión: ¿por qué deberíamos asumir que Puritano y Lujurioso optarían por tener tal contrato en prim er lu­ gar (aun cuando puedan desear el resultado correspondiente, visto sim plem ente como un «resultado de culminación»)? No es en absoluto obvio p o r qué Puritano y Lujurioso tienen que optar p o r u n contrato social peculiarm ente altruista p o r el cual Puri­ tano acepta leer el libro que odia para hacer que Lujurioso, ansioso p o r leerlo, se abstenga de hacerlo, y Lujurioso a su vez acepte ren u n ­ ciar a leer u n libro que le encantaría leer para hacer que Puritano, reacio a leerlo, lo haga. Si la gente atribuye alguna im portancia a la atención de sus propios asuntos en lugar de satisfacer sim plem ente sus deseos, entonces ese extraño contrato no tiene que materializar­ se (com párese con «pienso que Ann sería m ucho más feliz si se divor­ ciara de Jack y espero que lo haga —y entonces déjenm e inmiscuir­

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me y decirle que lo haga— »). La b u en a práctica liberal de leer lo que u no quiere y dejar que los otros lean lo que quieran quizá pueda so­ brevivir a las aparentes tentaciones de celebrar este notable contrato. Es difícil ver la solución p o r colusión com o u n a verdadera solución. Por alguna inexplicable razón, algunos autores parecen creer que la cuestión consiste en si los derechos son «alienables» (en el sentido de perm itir a las personas que cedan derechos particulares) y si a las perso­ nas implicadas debe permitírseles celebrar contratos de este tipo19. No veo razón por la cual derechos de esta clase no deban estar en general abiertos a contratación e intercambio m ediante acuerdo mutuo. En efecto, apenas hay dudas de que la gente, en general, no necesita el per­ miso de nadie o de la sociedad para celebrar un contrato tal. Pero nece­ sita una razón para ello, que es el quid de la cuestión. O frecer como ra­ zón, como algunos han hecho, que un contrato tal sería la única m anera de conseguir y sostener un resultado eficiente con respecto al princi­ pio de Pareto es eludir la cuestión puesto que una de las motivaciones para discutir el teorem a de imposibilidad es precisamente cuestionar y evaluar la prioridad de la eficiencia del principio de Pareto. La cuestión real concierne a la adecuación de las razones para te­ n er un contrato así en prim er lugar y luego perseverar en él. Por su­ puesto, la maximización pragmática del placer o satisfacción de los deseos (a través de la ignorancia del principio de ocuparse de los pro­ pios asuntos) podría ofrecer alguna razón para buscar o aceptar un tal contrato. Pero esto también daría razones a Puritano y Lujurioso para renegar del contrato si estuviera firm ado (puesto que sus simples de­ seos así lo indican), y al considerar el contrato, ambos tendrían que tom ar nota de este hecho. Más im portante aún, incluso para una elec­ ción basada en los deseos, tenemos que distinguir entre el deseo de que alguien debería actuar de cierta form a (por ejem plo, el deseo de Lujurioso de que Puritano debería leer el libro), y el deseo de que exista un contrato que obligue a esa persona a actuar en esa forma (por ejemplo, el deseo de Lujurioso de que Puritano firme un con n a­ to que lo obligue a leer el libro que de otro m odo no leería). Si los resultados se ven en térm inos «com prehensivos», los dos objetos de deseo no son lo mismo en absoluto*. En efecto, el deseo general de Lujurioso de que Puritano debería leer el libro no tiene que implicar * La distinción e n tre las perspectivas «com prehensiva» y «de culm inación», que ha sido explorada en la In tro d u cció n y especialm ente en el capítulo 7, es relevante aquí.


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de ninguna m anera un contrato que obligaría a Puritano a leer el li­ bro. La introducción de un contrato plantea problemas que no pue­ den eludirse m ediante la sola apelación a los simples deseos referentes a acciones individuales ajenas a cualquier contrato. La imposibilidad del liberal paredaño, com o el más ambicioso teorem a de imposibilidad de Arrow, se ve m ejor com o u n a contribu­ ción a la discusión pública m ediante la concentración en cuestiones focales que no se plantearían de otra m anera. Como he sostenido atrás (en el capítulo 4), ése es uno de los principales usos de la teoría de la elección social para tratar de aclarar las cuestiones implicadas y estim ular su discusión pública. Este em peño es esencial para el enfo­ que de la justicia que se presenta en este libro.

E le c c ió n s o c ia l

m usí

->k i r m a s d e j u e g o

Hace más de treinta años, Robert Nozick planteó u n a cuestión de im portancia tanto para la imposibilidad del liberal paredaño cuanto para la form ulación de la libertad en la teoría de la elección social: El problema surge de tratar los derechos de un individuo a escoger entre varias alternativas como el derecho a determ inar la ordenación relativa de tales alternativas dentro de una ordenación social... Una vi­ sión más apropiada de los derechos individuales sería la siguiente: los derechos individuales son co-posibles. Cada persona puede ejercer sus derechos como quiera. El ejercicio de estos derechos fija ciertas ca­ racterísticas del mundo. Dentro de las restricciones de estas caracterís­ ticas fijas, se puede hacer una elección mediante un mecanismo de elección social basado en una ordenación social, si es que quedan op­ ciones por hacer. Los derechos no determ inan una ordenación social, sino que más bien establecen las restricciones dentro de las cuales ha de hacerse una elección social, m ediante la exclusión de ciertas alternati­ vas, la fijación de otras, y así sucesivamente... Si hay algún diseño legíti­ mo, cae dentro del dominio de la elección social y, en consecuencia, es restringido por los derechos de las personas. ¿De qué otro modo pode­ mos arreglárnoslas con el resultado de Sen?20.

Nozick caracteriza así los derechos a la libertad desde el p u nto de vista de la concesión al individuo del control de ciertas decisiones

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personales, y «cada persona puede ejercer sus derechos com o quie­ ra». Pero no hay garantía de ningún resultado. Se trata tan sólo de u n derecho a la opción en m ateria de acción. Esta visión de la libertad o rientada en teram en te hacia el proceso es, en efecto, u n a form a alternativa de pensar acerca de los d ere­ chos. Esa línea de razonam iento ha generado m uchos ecos y desa­ rrollos en la literatura resultante. U na fuente de com plejidad se re­ laciona con el problem a de la interdependencia: el derecho de una p erso n a a h acer algo p u ed e verse com o condicionado p o r otras cosas que pueden suceder o no. Si mi derecho a unirm e a otros cuan­ do cantan h a de ser distinguido de mi d erech o a can tar sin im por­ tar lo que sucede (por ejem plo, si otros cantan, rezan, com en o dic­ tan conferencias), entonces las estrategias perm isibles para mí tienen que ser definidas en relación con (en el contexto de) las es­ trategias de elección de los otros. Las form ulaciones de la elección social p u eden lidiar con dicha in terd ep en d en cia con suficiente faci­ lidad puesto que los derechos se caracterizan p o r su referencia ex­ plícita a los resultados (vinculados a la com binación de estrategias). Para ten er u n a sensibilidad similar, la visión de la libertad orientada al proceso ha tendido a in co rp o rar la idea de la teoría de los juegos sobre las «formas de juego» (lo cual im plica ab an d o n ar la tentativa de Nozick para concebir la libertad desde el p u n to de vista de los derechos de cada persona, definida de m anera aislada con respecto a las dem ás)21. En la form ulación de la form a de juego, cada persona tiene un conjunto de actos o estrategias permisibles, del cual cada u n o puede escoger uno. El resultado d epende de las opciones de actos o estrate­ gias que cada uno haga. Los requerim ientos de la libertad están fija­ dos en form a de restricciones de las opciones permisibles de actos o estrategias (lo que podem os h ace r), pero no en form a de resultados aceptables (lo que podem os conseguir). ¿Es esta estructura suficien­ tem ente fuerte para una adecuada determ inación de la libertad? C iertam ente, capta u n a form a en la cual se entiende con frecuencia nuestra libertad de actuar. Sin em bargo, la libertad no se interesa sólo por las acciones respectivas, sino tam bién p o r lo que em ana de esas opciones consideradas en conjunto*. * L a im p o rta n c ia d e las «realizaciones sociales» ya h a sido co n sid e ra d a , en p a rti­ c u la r en el co n traste e n tre nyaya y nili (cap ítu lo s 1 a 6 y 9).

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d e

LA JU S T IC IA

La cuestión de la interdependencia en la caracterización de la li­ bertad es particularm ente im portante para tom ar nota de lo que p u ed e llam arse «acciones invasivas». C onsiderem os el d erech o de u n no fum ador a que no se arroje h um o en su cara. Este es, obvia­ m ente, u n derecho a un resultado, y ningún entendim iento de la li­ b ertad puede ser adecuado si perm anece enteram ente aislado de los resultados em ergentes. Las form ulaciones de la form a de ju eg o tie­ nen que ser utilizadas «hacia atrás» al moverse de los resultados acep­ tables a la com binación de estrategias que produciría u n o de esos resultados. Así, las form ulaciones de la form a de ju eg o tienen que llegar a este problem a de m anera indirecta. En lugar de rechazar u na posibilidad en la cual el resultado consiste en que se arroje hum o en mi cara, el requerim iento procedim ental asume la form a de res­ tricciones en la elección de estrategia. Podem os ensayar la efectivi­ dad respectiva de: • la prohibición de fum ar si los otros objetan; • la prohibición de fum ar en presencia de los otros, o • la prohibición de fum ar en lugares públicos sin im portar si los otros están presentes o no (de tal suerte que los otros no tengan que perm anecer alejados). Nos movemos de m odo creciente hacia exigencias más y más rigu­ rosas para los fum adores si las restricciones m enos severas no p ro d u ­ cen el resultado requerido para la realización de la libertad de evitar el uso pasivo del tabaco (como en efecto ha sucedido en la historia legislativa de algunos países). Escogemos, en verdad, entre diferen­ tes «formas de juego» aquí, pero la elección de formas de ju eg o está orientada por su efectividad en producir la realización social busca­ da p o r el bien de la libertad. No hay duda de que las formas de ju eg o p u ed en caracterizarse de tal m odo que tom en nota de la interdependencia y protejan de las acciones invasivas de los otros. La caracterización de las formas permisi­ bles de juego tiene que ser acometida, directa o indirectamente, a la luz de los resultados emergentes de la combinación de las diferentes estra­ tegias de las personas. Si la fuerza impulsora tras la elección de formas de juego es la idea de que fum ar es inadmisible si conduce al uso pasivo del tabaco por las víctimas involuntarias o a su desplazamiento forzoso para evitar el hum o, entonces las opciones de formas de juego son de


Ig u a ld a d

y l ib e r t a d

hecho dependientes del foco de atención de la teoría de la elección so­ cial, es decir, la naturaleza de las realizaciones sociales (o resultados comprehensivos) emergentes. Tenemos que considerar tanto la liber­ tad de acción como la naturaleza de las consecuencias y los resultados para tener una com prensión adecuada de la libertad. La conclusión de esta discusión es que tanto la igualdad cuanto la libertad tienen que verse com o m ultidim ensionales d en tro de sus espaciosos contenidos. Tenemos razón para evitar la adopción de u na visión estrecha y unifocal de la igualdad o de la libertad, que ig­ nora las otras preocupaciones que plantean estos grandes valores. Esta pluralidad tiene que ser parte de u n a teoría de la justicia, que tiene que estar abierta a las diferentes consideraciones que invoca cada u na de estas grandes ideas.


C uarta pa rte

R a z ó n p ú b l ic a y d e m o c r a c ia


15. La d e m o c r a c i a c o m o r a z ó n p ú b l i c a

E n la novela Contrapunto, de Aldous Huxley, el protagonista Sydney Q uarles viaja frecuentem ente a L ondres desde su casa de cam po en Essex, con el aparente propósito de trabajar en la biblioteca del M useo Británico sobre la dem ocracia en la antigua India. «Es u n a investigación sobre el gobierno local en la época de Maurya», expli­ ca a su esposa Rachel, al referirse a la dinastía im perial que dom inó la India en los siglos iv y m antes de Cristo. Sin em bargo, Rachel no tiene gran dificultad en im aginar que todo es u n elaborado plan de Sydney para engañarla, pues su verdadera razón para ir a Londres, supone, es reunirse con u n a nueva am ante. Aldous H uxley nos cu en ta cóm o evalúa Rachel lo que está suce­ diendo: Las visitas [de Sydney] a Londres se habían hecho frecuentes y prolongadas. Después de la segunda visita, la señora Quarles se había preguntado con tristeza si Sydney había encontrado a otra mujer. Y cuando, tras su regreso del tercer viaje y, unos días más tarde, en la víspera del cuarto, él empezó a gruñir de m anera ostensible por la vasta com plejidad de la historia de la dem ocracia entre los antiguos indios, Rachel se convenció que había encontrado a una mujer. Conocía a Sydney lo suficiente como para tener la certeza de que, si realm ente había estado leyendo sobre la antigua India, nunca se habría moles­ tado en hablar de ello en la mesa del com edor, no de m anera tan extensa, ni tan insistentem ente, en todo caso. Sydney hablaba por la misma razón por la cual una sepia am enazada arroja tinta, para ocultar sus movimientos. Tras la nube de tinta de los antiguos indios


La

í d i .a d e i .a j r s i j c i a

[Sydney] tenía la esperanza de ir de excursión a la ciudad sin ser observado1.

Resulta que, en la novela de Huxley, Rachel tenía razón. Sydney estaba arrojando tinta por la razón que ella sospechaba. La confusión de las «nubes de tinta» tiene un peso im portante en el tem a de este libro. ;Nos engañam os a nosotros mismos —quizá no en la misma form a en que Svdnev quería engañar a Rachel— al asu­ m ir que la experiencia de la dem ocracia no está confinada a Occi­ dente y puede ser hallada en otras regiones, com o la antigua India, p o r ejemplo? La creencia de que la dem ocracia no ha florecido en ninguna otra parte del m undo más que en O ccidente está muy ex­ tendida y se expresa con frecuencia. Y se usa tam bién para explicar acontecim ientos contem poráneos. Por ejemplo, la culpa de los in­ mensos problem as surgidos después de la intervención en Irak en ocasiones no se atribuye a la naturaleza peculiar de la desinform ada y mal argum entada ocupación militar de 2003, sino más bien a una dificultad im aginaria que considera que la dem ocracia y el razona­ m iento público no son convenientes para las culturas y tradiciones de países no occidentales com o Irak. El tem a de la dem ocracia se ha convertido en un severo em brollo a causa de la form a en que la retórica que lo envuelve se ha em plea­ do en años recientes. De m anera creciente, se observa una dicotom ía extrañam ente confusa entre los que quieren «imponer» la dem ocra­ cia en países del m undo no occidental (en el «propio interés» de ta­ les países, por supuesto) y los que se oponen a dicha imposición (por respeto a las «vías propias» de esos países). Pero el lenguaje de la «im­ posición», em pleado p o r ambas partes, es extraordinariam ente ina­ propiado puesto que supone de m anera implícita que la dem ocracia pertenece en exclusiva a O ccidente y es una idea «occidental» que ha surgido y florecido sólo en O ccidente. Pero esa tesis y el pesimismo que genera acerca de la posibilidad de la práctica dem ocrática en el m undo serían muy difíciles de justifi­ car. Da la casualidad de que «la nube de tinta de los antiguos indios», com o la llamaba Rachel, no es del todo imaginaria, ya que hubo, en efecto, varios experim entos de dem ocracia local en la antigua India. En efecto, para enten d er las raíces de la dem ocracia en el m undo te­ nem os que interesarnos en la historia de la participación popular y del razonam iento público en diferentes regiones y países. Tenemos

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L a d e m o c r a c ia

c o m o r a z ó n p ú b l ic a

que m irar más allá del pensar sobre la dem ocracia sólo en térm inos de la evolución europea y am ericana. Fracasaríamos en com prender las amplias exigencias de la vida participativa, de las cuales hablaba Aristóteles con clarividencia, si vemos la dem ocracia como una espe­ cie de producto cultural especializado de Occidente. No cabe duda, p o r supuesto, de que la estructura institucional de la práctica contem poránea de la dem ocracia es en gran m edida el producto de la experiencia europea y am ericana de los últimos si­ glos*. Im porta m ucho reconocerlo, pues estos desarrollos institucio­ nales fueron inm ensam ente innovadores y a la postre muy efectivos. Poca duda cabe que hay aquí u n a gran realización «occidental». Y sin embargo, como observaba Alexis de Tocqueville, el gran histo­ riador de la democracia estadounidense a principios del siglo xix, mientras «la gran revolución democrática» que entonces tenía lugar en Europa y en Estados Unidos era «una cosa nueva», también era una ex­ presión de «el hecho más continuo, más antiguo y más perm anente que se conoce en la historia» '*. Aun cuando la propia aclaración de Tocqueville sobre esta tesis radical no se extendió en el espacio más allá de Europa y en el tiempo más allá del siglo xn, su argum ento general úene u n a relevancia m ucho mayor. Al p o n d erar los pros y los con­ tras de la democracia, tenemos que otorgar un adecuado reconoci­ miento a la atracción del gobierno participativo que ha aparecido v re­ aparecido con cierta consistencia en diferentes partes del m undo. No ha sido ciertam ente una fuerza irresistible, pero ha desafiado de m ane­ ra persistente la creencia indiscutida en el autoritarismo como objeto inamovible en amplias regiones del planeta. En su elaborado formato institucional, la dem ocracia es muy nueva en el m undo —su práctica

* C om o p la n te a jo h n D u n n en su escla re c ed o ra o b ra so b re la h isto ria institucio­ nal de la d em o cracia (Democracy: A history, A tlantic M o nthly Press, N ueva York, 2005. p. 180): «Se p u e d e ra stre a r el p ro g re so d e la d e m o c ra cia rep re se n tativ a co m o form a d e g o b ie rn o d esd e la d é c a d a de 1780 h asta hoy, p o n e r alfileres e n el m a p a p a ra d o c u ­ m e n ta r su avance, y ob serv ar n o sólo la c re c ien te h o m o g e n eiz a ció n de sus form as institucionales con el p aso d e las décad as sino ta m b ié n el d esp restig io ac u m u la d o de la rica v aried ad d e form as estatales d istintas q u e h an c o m p e tid o c o n tra ella a lo largo d e to d o el p ro ceso, a m e n u d o co n m uy co n sid e ra b le p o te n cia l inicial. La fo rm a de E stado q u e avanza a través d e este p e rio d o fu e c re ad a p o r los e u ro p eo s, v se h a e x te n ­ d id o e n u n m u n d o en el cual p rim e ro E u ro p a y lu eg o Estados U nidos ejercen un p o d e r m ilitar y eco n ó m ic o m uy d e sp ro p o rcio n a d o » . ** Alexis d e T ocqueville, L a democracia en América, A guilar, M adrid, 1989. vol. 1. pp. 4 y 5.

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I .A I I ) l a D E L A J U S T I C I A

tiene apenas un poco más de dos siglos de edad— y sin embargo, como señalaba Tocqueville, expresa una tendencia en la vida social que tiene una historia m ucho más prolongada y extendida. Los críticos de la de­ mocracia —no im porta cuán \igoroso pueda ser su repudio— tienen que hallar algún m odo de asumir la honda atracción del gobierno participativo, que es de continua relevancia hoy y muy difícil de erradicar.

E l c o n t e n i d o d e la d e m o c r a c ia

De los precedentes capítulos de este libro debe resultar claro el papel central del razonamiento público para la comprensión de la justicia. Este reconocimiento nos lleva a una conexión entre la idea de lajusticia y la práctica de la democracia puesto que en la filosofía política contem­ poránea ha ganado am plia aceptación la idea de que la dem ocracia se entiende mejor como «el gobierno por discusión». Esa frase, como se mencionó en la Introducción, fue probablem ente acuñada por Walter Bagehot, pero es la obra de Jo h n Stuart Mili la que ha tenido un papel clave en la comprensión y en la defensa de esta perspectiva*. Existe, por supuesto, la visión más antigua y más form al de la de­ mocracia que carga el acento en las elecciones y los votos, en lugar de la más am plia perspectiva del gobierno por discusión. Y sin embargo, en la filosofía política contem poránea, el entendim iento de la dem o­ cracia se ha am pliado vastamente, de tal suerte que ya no se ve tan sólo según las dem andas de elecciones públicas, sino de m anera m u­ cho más abierta, com o lo que Jo h n Rawls llama «el ejercicio de la ra­ zón pública». En efecto, ha habido u n gran desplazam iento en la con­ cepción de la dem ocracia a resultas de la obra de Rawls2y H aberm as3, y de una vasta bibliografía reciente sobre esta temática, que incluye aportes de Bruce Ackerman4, Seyla Benhabib ’, Joshua C ohén6 y Ronald Dworkin7, entre otros. U na interpretación similar de la dem o­ cracia tam bién puede hallarse en los escritos de Jam es Buchanan, el teórico pionero de la «elección pública»8. * C lem en t A ttlee invocó esa p a rtic u la r d escrip ció n d e la d e m o cra c ia e n lo q u e sólo p u e d o calificar c o m o u n discurso « in ju stam en te fam oso» p ro n u n c ia d o en O x fo rd e n ju n io d e 1957, c u a n d o n o p u d o resistir la te n ta c ió n de h a c e r u n p e q u e ñ o chiste — d ivertido, su p o n g o , c u a n d o se escu ch a p o r p rim e ra vez— so b re u n g ra n tem a: «La d em o cracia significa g o b ie rn o p o r discusión, p e ro sólo es efectiva si u n o p u e d e evitar q u e la g e n te hable» (Times, 15 d e ju n io d e 1957).

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L a d e m o c r a c ia c o m o r a z ó n p ú b l ic a

En su Teoría de lajusticia, Rawls coloca esta cuestión en el foco de aten­ ción: «La idea definitiva de la democracia deliberativa es la idea misma de deliberación. C uando los ciudadanos deliberan, intercam bian opi­ niones y debaten sus razones en favor de cuestiones políticas públicas»9. El tratam iento haberm asiano del razonam iento público es, en m uchas formas, más am plio que el de Rawls, com o éste ha reconoci­ d o 10. La dem ocracia tam bién recibe u n a form a procedim ental más directa en H aberm as que en otros enfoques, incluido el de Rawls, aun cuando (como se vio en el capítulo 5) el contraste aparentem en­ te tajante entre Rawls y H aberm as en cuanto a la utilización de aspec­ tos procedim entales para caracterizar el proceso y el resultado del razonam iento público p u ed e ser un tanto engañoso. Sin em bargo, H aberm as h a hecho u n a contribución verdaderam ente definitiva al aclarar el am plio alcance del razonam iento público y en especial la presencia dual en el discurso político de «cuestiones m orales de justicia» y de «cuestiones instrum entales de p o d er y coerción»*. En los debates sobre la caracterización de la naturaleza y los efec­ tos del razonam iento público ha habido algunos m alentendidos re­ cíprocos. Por ejemplo, Jü rg en H aberm as com enta que la teoría de Jo h n Rawls «genera una prioridad de los derechos liberales que degra­ da el proceso dem ocrático a u n estatus inferior» e incluye en su lista de derechos queridos po r los liberales «la libertad de conciencia y de cultos, la protección de la vida, la libertad personal y la propiedad»**. La inclusión de los derechos de propiedad aquí no coincide, sin em ­ bargo, con la posición declarada de Jo h n Rawls sobre este punto puesto que u n derecho general a la propiedad no es una garantía que el filósofo defienda en ninguno de sus trabajos, que yo sepa***. * H ab erm as tam b ién h a c o m e n ta d o d e m a n e ra lu m in o sa las d iferen cias e n tre tres en fo q u es g en erales c o n c e p tu a lm e n te dispares so b re la id ea y el p a p e l d el razo­ n a m ie n to público. C o n trasta la «visión p ro c e d im e n ta l deliberativa» co n lo q u e des­ cribe com o las visiones «liberal» y «rep u b lican a» (véase su « T h ree N orm ative M odels o f D em ocracy•», en Seyla B en h a b ib (e d .), Democracy and Difference: Contesting the Boun­ daries of the Political, P rin c e to n U niversity Press, P rin c e to n , 1996). V éase ta m b ié n Seyla B enh abib, « In tro d u ctio n : T h e D em o cratic M o m e n t a n d th e P ro b lem o f D iffer­ ence», e n Democracy and Difference, y Amy G u tm a n y D en n is T h o m p so n , Why Deliverative Democracy?, P rin ceto n U niversity Press, P rin c e to n , 2004. ** J. H ab erm as, «R econciliation th ro u g h th e p u b lic use o f reaso n : R em arks o n J o h n Rawls’ Political L\bera\is.m»,JournalofPhilosophy, n u m . 92, 1995, pp. 127-128. *** Tal vez el diag n ó stico d e H ab erm as o b e d e c e al h e c h o d e q u e Rawls d a cab id a a la n ecesid ad d e los incentivos, lo cual p o d ría c o n c e d e r u n im p o rta n te p a p e l in stru ­ m e n ta l a los d ere c h o s d e p ro p ie d a d . Rawls p e rm ite d esig u ald ad es e n su esq u em a


i A ID E A D E LA J U S T I C I A

Está claro que existen muchas diferencias entre las distintas formas en las cuales puede verse el papel del razonam iento público en la polí­ tica y en la ética discursiva*. Sin embargo, la tesis principal que trato de explorar aquí no está am enazada por la existencia de estas diferencias. Lo más im portante es señalar que todas estas nuevas contribuciones han ayudado a prom over el reconocim iento general de que las cues­ tiones centrales en una com prensión amplia de la dem ocracia son la participación política, el diálogo y la interacción pública. El papel cru­ cial del razonam iento público en la práctica de la dem ocracia hace que la entera cuestión de la dem ocracia se relacione muy de cerca con el tópico central de esta obra, a saber, la justicia. Si las exigencias de la justicia pueden ser evaluadas sólo con la ayuda del razonam iento pú­ blico, y si el razonam iento público está constitutivamente relacionado con la idea de lajusticia, entonces hay una íntim a conexión entre justi­ cia y democracia, que com parten características discursivas. No obstante, la idea de considerar la dem ocracia com o «gobierno p or discusión», que es tan am pliam ente acogida hoy p o r la filosofía política (si bien no siem pre p o r los institucionalistas políticos), a ve­ ces está en tensión con las discusiones contem poráneas sobre la de­ mocracia y su función en térm inos más antiguos y más rígidam ente organizacionales. La concepción institucional de la democracia, se­ gún el concepto de niti, vista ante todo com o elecciones y votos, no es sólo tradicional sino que ha sido defendida p o r m uchos com enta­ ristas políticos de nuestro tiem po, com o Samuel H untington: «Las elecciones abiertas, libres y equitativas constituyen la esencia de la dem ocracia, el ineludible sine qua non 1. A pesar de la transformación general en la com prensión conceptual de la dem ocracia p o r parte de p e rfe c ta m e n te justo p o r razón d e los incentivos c u a n d o ellos m ejo ran la co n d ició n d e los m ás desaventajados. H e d iscu tid o este tem a en el c a p ítu lo 2 al o c u p a rm e d e la crítica de G. A. C o h én , e n su libro Reselling Justice and Equality, a este asp ecto d e los p rin cip io s d e ju sticia d e Rawls. Es c ie rta m e n te o p in a b le si la acep ta ció n d e desig u al­ d ad es p o r razón d e los incentivos d e b e ría te n e r a lg u n a fu n c ió n e n lo q u e se reclam a co m o u n a sociedad p e rfe c ta m e n te justa, p e ro es im p o rta n te ad v ertir q u e Rawls n o apoya los d ere c h o s in co n d icio n a le s d e p ro p ie d a d c o m o p a rte d e u n e sta tu to lib e rta­ rio, com o sí h ace R o b e rt Nozick. * V éanse Joshua C o h en , «D eliberative D em ocracy a n d D em o cratic Legitim acy», en A lan H am lin y P h ilip P e ttit (ed s.), The Good Polity, Blackwell, O x fo rd , 1989; Jo n E lster (ed .), La democracia deliberativa, G edisa, B arcelona, 2001; Amy G u tm a n n y D en­ nis T h o m p so n , Why Deliberative Democracy ?, P rin c e to n U niversity Press, P rin ceto n , 2004, y fam es B ohm an y W illiam R ehg, Deliberative democracy, M IT Press, C am bridge, 1997.

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La d em o c r a c i a c o m o r a z ó n p ú b lic a

la filosofía política, la historia de la democracia, aun ahora, con fre­ cuencia se vuelve a contar en térm inos estrecham ente organizacionales, con particular énfasis en el procedim iento electoral. Los votos, p o r supuesto, tienen u n a función muy im portante in­ cluso para la expresión y la efectividad del proceso de razonam iento público, pero esto no es lo único que im porta, pues se trata tan sólo de una parte —aunque muy relevante— de la form a en que la razón pública opera en una sociedad dem ocrática. En efecto, la efectividad de los votos depen d e de m anera decisiva de lo que se ju eg a en las ur­ nas, com o la libertad de expresión, el acceso a la inform ación y el derecho a disentir . Votar a secas puede ser en sí mismo com pleta­ m ente inadecuado, com o lo m uestran con elocuencia las insólitas victorias electorales de tiranías en ejercicio o regím enes autoritarios del pasado y del presente, p o r ejem plo en Corea del N orte. La difi­ cultad no radica tan sólo en la presión política y punitiva que se im­ pone a los votantes en las elecciones, sino tam bién en la form a en que las expresiones de la opinión pública son aplastadas p o r la cen­ sura, la exclusión informativa y el clima de intim idación, ju n to con la supresión de la oposición política y la independencia de los medios de com unicación, y la ausencia de derechos civiles y libertades políti­ cas básicas. Todo esto hace que para los poderes reinantes resulte re­ dundante em plear m ucha fuerza para asegurar el conform ism o en la votación. En efecto, m uchos dictadores en el m undo han consegui­ do enorm es victorias electorales sin coacción abierta sobre el proce­ so de votación, a través de la supresión de la discusión pública y la li­ bertad de inform ación, y de la generación de u n clima de m iedo y ansiedad.

; L im it a d a t r a d ic ió n d e m o c r á t ic a ?

Incluso si se acepta que, bien entendida, la dem ocracia está estre­ cham ente relacionada con el análisis de la justicia com o se explora en este trabajo, no existe mayor dificultad en pensar en la extendida y om nipresente idea de la justicia, que inspira discusión y agitación

* S obre la im p o rta n c ia d e la lib ertad d e e x p resió n y el d e b a te en to rn o a ella en E stados U n id o s, véase A n th o n y Lewis, Freedom fo r the Thought That We Fíate: .4 Biogra­ phy o f the First Amendment, Basic Books, N ueva York, 2007.

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La i d e a d e i.a j u s t i c i a

en todo el m undo, desde el p u n to de vista de lo que con frecuencia se considera una idea típicam ente occidental sobre la form a de la dem ocracia. En este ejercicio, ¿no intentam os concentrarnos en una característica puram ente occidental de la organización política como enfoque general de lajusticia y la equidad en el m undo? Si el razona­ m iento público es críticam ente im portante para la práctica de laju s­ ticia, ¿podem os pensar en lajusticia en el m undo en general cuando el arte del razonam iento público com o parte de la dem ocracia pare­ ce ser, según la creencia popular, tan occidental y tan localizado? La creencia en que la dem ocracia es básicam ente una noción occiden­ tal de origen europeo y am ericano está muy extendida, y tiene cierta plausibilidad, a pesar de constituir en definitiva u n diagnóstico erró­ neo y superficial. Jo h n Rawls y Thom as Nagel p u ed en hab er sido disuadidos de la posibilidad de lajusticia global debido a la ausencia de un Estado so­ b erano global (tal com o se discutió en la Introducción), ¿pero no existe otra dificultad en tratar de ver el m ejoram iento de lajusticia global a través de la discusión pública del pueblo, p o r el pueblo y para el pueblo del m undo? Se ha visto ya (especialm ente en los capí­ tulos 5 y 6) que las exigencias de la im parcialidad abierta hacen de la perspectiva global u n a necesidad para la com pleta consideración de lajusticia en todo el m undo contem poráneo. Si tal cosa es correcta, ¿esa necesidad no sería en efecto imposible de realizar si resultara que el pueblo del m undo se dividiera en grupos rígidam ente separa­ dos, m uchos de los cuales no podrían ser implicados en u n razona­ m iento público de n inguna clase? Esta es u n a cuestión básica, que a pesar de sus amplias implicaciones empíricas, difícilm ente podría ser eludida en un trabajo sobre la teoría de lajusticia com o éste. Es, p o r tanto, im portante exam inar si la tradición de la dem ocracia, en su interpretación organizacional com o votos y elecciones o más ge­ neralm ente com o «gobierno p o r discusión», es en esencia occiden­ tal o no. C uando a la dem ocracia se la considera en la am plia perspectiva del razonam iento público, más allá de las características instituciona­ les específicas que han em ergido con singular fuerza en E uropa y América en los últimos siglos, tenem os que reevaluar la historia inte­ lectual del gobierno participativo en diferentes países de m uchas partes del m undo, no sólo en E uropa y América del N orte12. Los se­ paratistas culturales, quienes critican la tesis de la dem ocracia como


La d e m o c ra c ia c o m o r a z ó n p ú b lic a

valor universal, suelen indicar el papel único de la antigua Grecia, y en particular de la Atenas clásica, d o n d e surgieron las elecciones en el siglo vi antes de Cristo.

Los o r í g e n e s g l o b a l e s d e l a d e m o c r a c i a La antigua Grecia fue ciertam ente única*. Su contribución tanto a la form a cuanto a la com prensión del contenido de la dem ocracia no puede ser suficientem ente elogiada. Pero ver esa experiencia como prueba evidente de que la dem ocracia es u n a idea esencialm ente eu­ ropea u occidental m erece m ucha más atención crítica que la que suele recibir. Resulta muy im portante en ten d er que incluso el éxito de la dem ocracia ateniense se debió al clima de discusión pública abierta más que a las elecciones en sí, y aunque las votaciones cierta­ m ente em pezaron en Grecia, la tradición de la discusión pública (muy fuerte en Atenas y la antigua Grecia) ha tenido una historia m ucho más amplia. Incluso en cuanto concierne a las elecciones, la tendencia a bus­ car sustentación para u n a visión culturalm ente segregacionista de los orígenes de las votaciones en E uropa exige mayor consideración. Prim ero, existe u n a dificultad elem ental en tratar de definir a las civi­ lizaciones no por su historia concreta de ideas y actuaciones sino por su regionalidad en sentido amplio, p o r ejem plo com o «europea» u «occidental», con u n a gran capacidad de agregación. En esta form a de ver las categorías de la civilización no parece hab er gran dificul­ tad para considerar a los descendientes de los vikingos y los visigodos com o herederos legítimos de la tradición electoral de la antigua Gre­

* En la an tig u a G recia tam b ién h a b ía u n a n o ta b le c o m b in ac ió n d e circ u n sta n ­ cias q u e hizo posible y viable la e m e rg e n c ia d e los p ro c e d im ie n to s dem ocráticos. C om o p la n te a J o h n D u n n e n su p e n e tra n te h isto ria d e la d e m o cracia, el g o b ie rn o d em o crático «em pezó h ace dos m il q u in ie n to s añ o s e n G recia c o m o u n re m e d io im provisado p a ra u n p ro b le m a local, flo reció breve p e ro b rilla n te m e n te , y lueg o desap areció casi p o r c o m p le to d u ra n te casi dos m il años» (Democracy: A History, 2005, pp. 13-14). Si b ien yo so sten g o q u e la d em o cracia, e n te n d id a e n sen tid o am p lio co m o ra z o n a m ie n to p ú b lico , n o tuvo u n a h isto ria tan e fím e ra d e ascenso y caída, el co m e n ta rio d e D u n n c ie rta m e n te se a p licaría a las in stitu cio n es fo rm ales d e la d e m o ­ cracia q u e e m e rg ie ro n e n la a n tig u a G recia y fu e ro n te m p o ra lm e n te establecidas en países co m o Irán , In d ia y B actrian a (bajo la in flu e n cia g rieg a), p e ro q u e n o resu rg i­ ría n hasta n u e stra época.


L a ID E A D E 1-A J U S T I C I A

cia (puesto que son parte del «linaje europeo»), aun cuando los anti­ guos griegos, quienes m antuvieron un intercam bio intelectual muy rico con otras civilizaciones antiguas del sur o del este de Grecia (como Irán, India y Egipto), parecieron ten er muy poco interés en coque­ tear con los bulliciosos godos y \isigodos. El segundo problem a se relaciona con lo que realm ente ocurrió después de la tem prana experiencia electoral de los griegos. Si bien Atenas fue ciertam ente pionera en el em pleo de las votaciones, m u­ chas regiones de Asia usaron este procedim iento en los siglos siguien­ tes, en gran m edida p o r la influencia griega. No existen pruebas de que la experiencia griega en m ateria de gobierno electivo haya teni­ do m ucho im pacto en los países situados al occidente de Grecia y Roma, com o Francia, Alem ania o G ran Bretaña. En contraste, algu­ nas de las ciudades de Asia, en Irán, Bactriana y la India, incorpora­ ron elem entos dem ocráticos en la adm inistración m unicipal durante los siglos siguientes al florecim iento de la dem ocracia ateniense. Por ejemplo, la ciudad de Susa, en el sudoeste de Irán, tuvo durante va­ rios siglos un consejo electivo, una asamblea popular y magistrados elegidos por la asamblea*. La práctica de la dem ocracia m unicipal en la antigua India tam ­ bién está bien docum entada. A esta literatura se refería Sydney Q uarles en sus conversaciones con Rachel sobre su im aginaria inves­ tigación en Londres, aunque él citaba con la debida exactitud los nom bres de los autores relevantes en esta tem ática13. B. R. Ambedkar, que presidía el com ité de redacción de la nueva constitución india que fue adoptada p o r la Asamblea Constituyente tras la pro­ clam ación de la indep en d en cia en 1947, escribió m ucho sobre la relevancia, si es que la tienen, de las antiguas experiencias de dem o­ cracia local para el diseño de una dem ocracia nacional en todo el subcontinente**.

* V éanse tam b ié n varios ejem p lo s d e g o b ie rn o d e m o crá tic o local en la In d ia en R a d h a k u m u d M ookerji, Local Government m Ancient India [1919], M otilal B anarsidas, N ueva D elhi, 1958. ** E n efecto, tras sus estu d io s sobre la d e m o c rac ia local e n la an tig u a In d ia, Amb e d k a r vio fin alm en te m uy p oco m érito en esa vieja y re d u c id a ex p e rie n c ia c o m o fu e n te de la m o d e rn a d em o c ra c ia india. S o sten ía q u e el «localism o» e n g e n d ra b a «estrechez d e m e n te y co m u n alism o » , v en fatizab a q u e «estas rep ú b licas ald ea n as h a n sido la ru in a d e la India». V éase The Essenlial Writings of B. R. Ambedkar, O x fo rd U niversity Press, N ueva D elhi, 2002, ensayo 32.

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La d e m o c r a c ia c o m o r a z ó n p ú b lic a

La práctica de las elecciones, en efecto, ha tenido una historia considerable en sociedades no occidentales, pero es la visión am plia de la dem ocracia desde el p u n to de vista del razonam iento público lo que hace muy evidente que la crítica cultural de la dem ocracia com o puro fenóm eno regional es u n com pleto fracaso14. M ientras Atenas tiene ciertam ente u n a excelente trayectoria en la discusión pública, la deliberación abierta tam bién floreció en otras antiguas civilizaciones, de m anera espectacular en algunos casos. Por ejem­ plo, algunas de las prim eras reuniones generales abiertas, ideadas para solucionar disputas entre posiciones enfrentadas en m ateria so­ cial y religiosa, tuvieron lugar en la India con los llamados «concilios budistas», donde partidarios de diferentes puntos de vista se reunían para discutir sus diferencias a p artir del siglo vi antes de Cristo. El prim ero de estos concilios se reunió en Rajagriha (hoy Rajgir) poco después de la m uerte de G autam a Buda, y el segundo se llevó a cabo cerca de cien años después en Vaisali. El últim o se realizó en el si­ glo ii después de Cristo en Kashmir. El em perador Ashoka, que fue el anfitrión del tercero y mayor de los concilios budistas en el siglo ni antes de Cristo en Patna (entonces llam ada P ataliputra), la capital del Im perio indio, trató de codificar y propagar u na de las prim eras form ulaciones de las reglas para la dis­ cusión pública (una especie de versión tem prana de las reglas de Rob ert para el debate en el siglo xix)*. Para escoger otro ejem plo histó­ rico d elja p ó n de comienzos del siglo vn, el príncipe budista Shotoku, que fue regente para su m adre la em peratriz Suiko, publicó la llama­ da «constitución de los diecisiete artículos» en 604 después de Cris­ to. La constitución insistía, en el mismo espíritu que la Carta M agna firm ada en I2f5: «Las decisiones sobre asuntos im portantes no de­ ben ser tom adas p o r una sola persona. D eben ser discutidas p o r m u­ chas personas»15. Algunos com entaristas han visto en esta constitu­ ción de inspiración budista del siglo vil «el prim er paso de desarrollo gradual hacia la dem ocracia» en J a p ó n 16. La constitución de los die­ cisiete artículos explicaba: «No alberguem os resentim iento cuando otros difieran de nosotros. Pues todos los hom bres tienen corazón, y cada corazón tiene sus propias inclinaciones. Lo que es ju sto para ellos es injusto para nosotros y lo que es ju sto para nosotros es injusto

* Véase el cap ítu lo 3 y tam b ién La argumentación india.


L a i d e a d f„ l a j u s t i c i a

p ara ellos». En efecto, la im portancia de la discusión pública es un tem a recurrente en la historia de m uchos países en el m undo no occidental. La relevancia de esta historia global no se funda, sin em bargo, en ninguna presunción de que no podem os ro m p er con la historia o iniciar u n nuevo rum bo. En efecto, la superación del pasado es siem­ p re necesaria en todas sus formas a lo largo y ancho del m undo. No tenem os que hab er nacido en u n país con u n a larga historia dem o­ crática para escoger esa senda hoy. A este respecto, la significación de la historia radica más bien en la com prensión más general de que las tradiciones establecidas continúan ejerciendo alguna influencia en las ideas de las personas, que p u ed en inspirar o refrenar, y que han de tenerse en cuenta tanto si nos sentimos motivados p o r ellas com o si querem os resistirlas o trascenderlas, o (como el poeta indio R abindranath Tagore expresó con aprem iante claridad) si querem os exam inar y escrutar lo que debem os conservar del pasado y lo que debem os rechazar de él, a la luz de nuestras preocupaciones y priori­ dades contem poráneas17. No resulta, p o r tanto, sorprendente — aunque m erece mayor reco­ nocim iento hoy— que en la lucha p o r la dem ocracia que han lidera­ do dirigentes visionarios y audaces en todo el m undo (como Sun Yatsen, Jawaharlal N ehru, Nelson M andela, M arún L uther King o Aung San Suu Kyi), haya ju g ad o u n a parte tan constructiva la conciencia de la historia tanto local cuanto m undial. En El largo camino hacia la liber­ tad, su autobiografía, Nelson M andela describe la im presión y la in­ fluencia profundas que recibió en su adolescencia al contem plar la naturaleza dem ocrática de las deliberaciones en las reuniones locales que se celebraban en la casa del regente en Mqhekezweni: Quien lo deseaba, podía intervenir. Era la democracia en su forma más pura. Podía haber alguna jerarquía de importancia entre los ora­ dores, pero todos fueron escuchados, eljefe y el hombre común, el gue­ rrero y el curandero, el tendero y el granjero, el hacendado y el campe­ sino... El fundamento del autogobierno consistía en que todos los hombres eran libres para expresar sus opiniones y eran iguales en su valor como ciudadanos18. El entendim iento de M andela sobre la dem ocracia no fue facilita­ do p o r la práctica política que él veía a su alrededor, en el Estado del


LA D E M O C R A C I A C O M O R A Z Ó N P Ú B L I C A

apartheid que controlaban gentes de origen europeo, quienes, con­ viene recordar aquí, solían llamarse a sí mismos «europeos» y no sólo «blancos». En verdad, Pretoria hizo muy poco para contribuir a la com prensión de la dem ocracia p o r parte de M andela. Su discerni­ m iento venía, com o podem os leer en su autobiografía, de sus ideas generales sobre la igualdad política y social, que tenían raíces globa­ les, así com o de sus observaciones sobre la práctica de la discusión pública participativa que había conocido en su pueblo.

¿C o n s t it u y e O r ie n t e P r ó x im o u n a e x c e p c ió n ?

Para reexam inar la trayectoria histórica de las formas dem ocráti­ cas en el pasado, tam bién tenem os que reevaluar la historia de O rien­ te Próximo, puesto que existe u n a creencia muy extendida según la cual este grupo de países h a sido siem pre hostil a la democracia. Esa idea constantem ente repetida resulta exasperante para los luchado­ res por la dem ocracia en los países árabes, pero com o generalización histórica es una tontería. Por supuesto que la dem ocracia como siste­ m a institucional no ha sido prom inente en el pasado de O riente Próximo, pero dicho régim en constituye en verdad u n fenóm eno muy reciente en la mayoría del planeta. Si m iram os más bien al razonam iento público y a la tolerancia de distintos puntos de vista, de acuerdo con la com prensión am plia de la dem ocracia que he venido considerando, entonces O riente Próxi­ m o tiene u n pasado muy distinguido. No podem os confundir la es­ trecha historia de la m ilitancia islámica con la am plia historia del pueblo m usulm án y la tradición de gobierno de los dirigentes musul­ manes. C uando el filósofo ju d ío M aimónides fue obligado a em igrar de España en el siglo x i i (cuando regím enes m usulm anes más tole­ rantes fueron sustituidos p o r regím enes islámicos m enos tolerantes), no buscó refugio en E uropa sino en u n reino m usulm án tolerante en el m undo árabe y ocupó u n a posición de h o n o r e influencia en la corte del em perador Saladino en El Cairo. Saladino era ciertam ente u n m usulm án fuerte. Efectivamente, había luchado con vigor p o r el Islam en las cruzadas y Ricardo Corazón de León fue u n o de sus ad­ versarios. Pero fue en el reino de Saladino do n d e M aimónides halló un nuevo hogar y u n a voz renovada. La tolerancia del disentim iento resulta, p o r supuesto, central para la oportun id ad de ejercitar el ra­


L a id e a

d e la ju s t ic ia

zonam iento público, y en su apogeo los regím enes m usulm anes tole­ rantes ofrecían u n a libertad que la E uropa agobiada p o r la Inquisi­ ción negaba con frecuencia. La experiencia de M aimónides no fue, sin em bargo, excepcional. En efecto, aun cuando el m undo contem poráneo está lleno de ejem­ plos de conflictos entre m usulm anes v judíos, el dom inio m usulm án en el m undo árabe y en la España medieval tuvo u n a larga historia de integración de los judíos como m iem bros seguros de la com unidad social cuyas libertades —y en ocasiones sus posiciones directivas— fueron respetadas*. Por ejemplo, com o ha m ostrado M aría Rosa Menocal en su libro La joya del mundo, el ascenso de C órdoba en la Espa­ ña m usulm ana del siglo x «como sería com petidora de Bagdad, e incluso más, al título del lugar más civilizado del planeta» se debió tanto al califa A bderram án III cuanto a su visir ju d ío Hasdai ibn S haprut19. La historia de O riente Próxim o y del pueblo m usulm án incluye tam bién m uchos episodios de discusión pública y participación polí­ tica a través del diálogo. En los reinos m usulm anes centrados en El Cairo, Bagdad y Estambul, o en Irán, la India e incluso España, hubo m uchos cam peones de la discusión pública. El ám bito de tolerancia p ara la diversidad de opiniones fue con frecuencia excepcional en com paración con Europa. Por ejemplo, cuando en la década de 1590 el gran em perado r mogol Akbar se pronunciaba en la India sobre la necesidad de la tolerancia religiosa y política, y se ocupaba de organi­ zar diálogos entre creyentes de distintas religiones (hindúes, musul­ manes, cristianos, judíos, jainitas, persas e incluso ateos), la Inquisi­ ción seguía muy activa en Europa. G iordano B runo fue quem ado vivo en la hoguera p o r herejía en 1600, en Roma, al mismo tiem po que A kbar discurría en Agrá sobre la tolerancia y el diálogo a través de las fronteras de las religiones y las etnias. Los problemas actuales de O riente Próximo y de lo que se llama con cierto simplismo «el m undo musulmán» bien pueden ser inmensos, p ero u n a evaluación p ro fu n d a de la causalidad de esos problem as

* E n este c o n te x to , es im p o rta n te ver có m o la in flu en c ia d e la h e re n c ia in te lec ­ tual islám ica afectó al d esarro llo d e la c u ltu ra e u ro p e a y la e m e rg e n c ia d e m u ch as características q u e hoy asociam os d e m a n e ra h ab itu al c o n la civilización o ccid e n tal. V éase D avid L evering Lewis, God’s Crucible: Islam and the M aking of Europe 570-1215, W. W. N o rto n , N ueva York, 2008.

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La d e m o c r a c ia c o m o r a z ó n p ú b lic a

requiere, como he sostenido en mi libro Identidad, y violencia: la ilusión del destino (2006), una com prensión completa de la naturaleza y la diná­ mica de la política identitaria. Ello supone reconocer las múltiples afi­ liaciones distintas de la religión que tienen las personas y el hecho de que estas lealtades pueden variar de prioridades seculares a intereses políticos para explotar las diferencias religiosas. También tenemos que tom ar nota de los encuentros dialécticos de O riente Próximo con su propio pasado imperial y el sometimiento que siguió a la dominación im perial de Occidente, la cual todavía sobrevive de m anera residual. La ilusión de un destino no democrático ineludible para O riente Próxi­ mo es confusa y a la vez seriamente engañosa — de m anera perniciosa— como aproximación a la política internacional o a lajusticia global.

E l p a pe l d e la p r e n s a y lo s m e d io s d e c o m u n ic a c ió n

La tesis según la cual la dem ocracia es una herencia intelectual de O ccidente que proviene de un pasado prolongado y único (sin paran­ gón en el m undo), por consiguiente, no funciona. No funcionaría in­ cluso si adoptáram os el limitado enfoque de la dem ocracia como sis­ tem a electoral, y funciona bastante mal si juzgamos la historia de la dem ocracia desde el p u nto de vista del razonam iento público. U na de las cuestiones centrales que determ inan el avance del razo­ nam iento público en el m undo es la apuesta p o r una prensa libre e in­ dependiente, cuya ausencia resulta a veces tan conspicua. Pero esta si­ tuación puede cambiar. Y aquí las tradiciones establecidas en E uropa y América durante los últimos doscientos años han hecho una enorm e diferencia. Las lecciones derivadas de esas tradiciones han tenido un efecto transform ador para el m undo en su conjunto, de la India a Bra­ sil, de Japón a Sudáfrica, y la necesidad de unos medios de comunica­ ción libres y vigorosos se reconoce con rapidez a lo largo y ancho del planeta. La velocidad con la cual la cobertura —y a veces la cultura— de los medios puede cam biar es particularm ente reconfortante*.

* C om o e x p e rie n c ia p erso n a l, d e b o re c o rd a r q u e e n m i p rim e ra visita a T ailan­ dia e n 1964 d ifícilm en te p o d ía im a g in a r q u e la m iserab le situ ació n d e la p re n sa en ese país cam b iaría tan rá p id a m e n te h asta con v ertirse e n u n a d e las trad icio n es p e rio ­ dísticas m ás vigorosas d el m u n d o , q u e h ace u n a e n o rm e c o n trib u c ió n a la discusión p ú b lica e n d ic h a sociedad.

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La i r f . a d e l a j u s t i c i a

Unos medios libres y saludables son im portantes p o r varias razo­ nes, y resulta útil separar las distintas contribuciones que ellos p u e­ den hacer. La prim era conexión —y tal vez la más elem ental— con­ cierne a la contribución directa de la libertad de expresión en general y de la libertad de prensa en particular a la calidad de nuestras vidas. Tenemos suficientes razones para com unicarnos con los otros y para com prender m ejor el m undo en que vivimos. La libertad de los m e­ dios es de im portancia crítica para nuestra capacidad de lograrlo. La ausencia de medios libres y la supresión de la habilidad de las perso­ nas para com unicarse entre sí han reducido de m anera directa la ca­ lidad de la vida hum ana, incluso si el régim en autoritario que im po­ ne tal supresión resulta ser muy rico en términos del producto nacional bruto. Segundo, la pren sa tiene un papel inform ativo clave en la difu­ sión del conocim iento y en el fom ento del escrutinio crítico. La función inform ativa de la prensa se relaciona no sólo con el p erio ­ dism o especializado (por ejem plo, sobre avances científicos o in n o ­ vaciones culturales), sino tam bién con la inform ación general para el público en general. A ún más, el periodism o de investigación pu ed e d esen terrar inform ación que de o tro m odo perm an ecería oculta o desconocida. Tercero, la libertad de los medios tiene u n a im portante función protectora al dar voz a los olvidados y desaventajados, y contribuir así a la seguridad hum ana. Los gobernantes suelen aislarse y alejarse de la m iseria de la gente com ún. Pueden afrontar u n a calam idad nacio­ nal, com o una ham b ru n a u otro desastre, sin com partir la suerte de las víctimas. Sin em bargo, si tienen que encarar la crítica del público en los medios y afrontar elecciones con u n a prensa libre, los gober­ nantes tam bién tienen que pagar un precio y esto les da un poderoso incentivo para tom ar medidas oportunas que prevengan esas crisis. Trataré este tem a un poco más en el siguiente capítulo. C uarto, la form ación de valores, in fo rm ad a y libre, req u iere a p e rtu ra en la com unicación y en la discusión. La lib ertad de p re n ­ sa es crucial en este proceso. En efecto, la razonada form ación de valores es un proceso interactivo, y la pren sa tiene u n p ap el princi­ pal p ara que esta interacción sea posible. A través del discurso p ú ­ blico surgen nuevas norm as y p rioridades (com o la reducción del tam año de las familias y de la frecuencia de los em barazos o el re­ conocim iento de la necesidad de la igualdad de g én ero ), y es la


L a d e m o c r a c ia c o m o r a z ó n p ú b l ic a

discusión pública la que, u n a vez más, d ifu n d e las nuevas norm as en diferentes espacios*. La relación en tre la ley de la mayoría y la protección de los dere­ chos de las m inorías, que son elem entos constitutivos de la práctica dem ocrática, depende en alto grado de la form ación de valores y prioridades en to rn o a la tolerancia. U na de las lecciones deriva­ das del resultado de imposibilidad en m ateria de elección social, tal com o se vio en el capítulo anterior, es la relevancia esencial de las preferencias y la elección, m utuam ente tolerantes, para hacer que la libertad y los derechos liberales resulten consistentes con la priori­ dad de la ley de la mayoría, y para guiarse p o r la unanim idad y no p o r las opciones particulares. Si u n a m ayoría está lista p ara apoyar los derechos de las m inorías, e incluso de los disidentes, entonces la libertad puede garantizarse sin ten er que restringir la ley de la mayoría. Finalm ente, unos medios eficientes pu eden ten er un papel de im­ portancia crítica p ara facilitar el razonam iento público en general, cuya trascendencia para la búsqueda de la justicia h a sido tem a recu­ rrente de este libro. La evaluación necesaria p ara la ponderación de la justicia no es un ejercicio solitario sino más bien u n a práctica dis­ cursiva. No es difícil ver p o r qué unos medios libres, enérgicos y efi­ cientes pueden facilitar de m anera significativa el necesario proceso discursivo. Los m edios son im portantes no sólo para la dem ocracia sino también para la búsqueda de la justicia en general. La «justicia sin discusión» puede ser una idea opresiva. La relevancia poliédrica de la conexión con los medios también destaca la form a en que las modificaciones institucionales pueden cam biar la práctica de la razón pública. La inm ediación y la fuerza del razonam iento público no d ep en d en sólo de las tradiciones y creen­ cias heredadas, sino tam bién de las oportunidades para la discusión y la interacción que ofrecen las instituciones y la práctica. Los parám e­ tros culturales, supuestam ente centenarios e inamovibles, que se in­ vocan con dem asiada frecuencia para «explicar» e incluso justificar las deficiencias de la discusión pública en un determ inado país, ofre­ cen una visión muy pobre que debe superarse m ediante u n a com­

* El p ap el d e la co m u n icació n y la d elib eració n en la elección social se discutió en el capítulo 4. Véase tam b ién Kaushik Basu, The Retreat o f Democracy and Other Itinerant Essays on Globalization, Economics and India, P e rm a n e n t Black, N ueva D elhi, 2007.


L a id e a

d e la ju s t ic ia

prensión más com pleta del funcionam iento del m oderno autoritaris­ mo, que apela a la censura, la reglamentación de la prensa, la supresión de la disidencia, la proscripción de los partidos de oposición y el en­ carcelam iento (o algo peor) de los disidentes. La elim inación de estos obstáculos no es la m enor de las contribuciones que puede hacer la idea de democracia. Es una contribución im portante p o r sí misma, pero además, si el enfoque desarrollado en este libro es correcto, re­ sulta crucial tam bién para la búsqueda de la justicia.

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16. La p r á c t i c a d e l a d e m o c r a c i a

^ X_j1 Secretario de Estado para la India parece ser un hom bre extra­ ñam ente desinformado», escribía The Statesman, el periódico de Cal­ cuta, en un enérgico editorial publicado el 16 de octubre de 1943*. El editorial añadía: A menos que los despachos telegráficos lo traicionen, él dijo el ju e ­ ves al Parlamento que entendía que la cifra semanal de muertos (presu­ miblemente por la ham bruna) en Bengala y Calcuta era de cerca de 1.000, pero que podía ser mayor. Toda la información pública disponi­ ble indica que es mucho mayor, y su alto cargo debería permitirle am­ plios medios para descubrirlo**.

Dos días después, el gobernador de Bengala sir T. R utherford es­ cribía al secretario de Estado para la India:

* A d iferen c ia d el resto d e este libro, este cap ítu lo es p rim a ria m e n te em p írico . U n e n te n d im ie n to d e alg u n as d e las cu estio n es c en trales d e la filosofía p o lítica gira, com o se h a visto ya, so b re u n a le c tu ra plau sib le d e las co n e x io n e s causales q u e in flu ­ yen e n las realizaciones sociales: el d esp lieg u e d e nyaya a p a rtir d e nith in stitu cio n a­ les. El te m a d e este cap ítu lo se refiere, e n p a rte , a c ó m o las d em o cracias tie n d e n a c o m p o rta rse y a cóm o p u e d e ser evaluada la au sen cia d e dem o cracia. P o d em o s o b te ­ n e r alg u n o s e lem en to s d e ju ic io tras e x a m in a r estas e x p erien cias reales, a p esar de las lim itaciones cono cid as q u e afectan al ejercicio d e fo rm u la r observaciones g e n e ra ­ les a p a rtir de estudios d e caso. ** «TheD eath-R oll», TheStalesman, 16 d e o ctu b re d e 1943. S o b reeste tem a, véase mi Poverty and Famines: A n Essay on Entitlemenl and Depnvation, C laren d o n Press. O xford. 1981.


L a i d e a d f. l a j u s t i c i a

Su declaración en la Cámara sobre el núm ero de muertes, que esta­ ba presum iblemente basada en mis comunicaciones al virrey, ha sido severamente criticada en algunos periódicos... Los efectos completos de la carestía se sienten ahora, y yo pondría el núm ero de muertes en no menos de 2,000 a la semana.

¿Cuántos eran entonces, 1,000, 2,000 o u n a cifra muy diferente? La Comisión de Investigación de la H am bruna que inform ó sobre el desastre en diciem bre de 1945 concluyó que entre ju lio y diciem ­ bre de 1943 se registraron 1,304,323 víctimas co n tra u n prom edio de 626,048 en el mismo periodo d u ran te el quinquenio anterior, y que el núm ero de m uertes adicionales p o r la h am b ru n a era superior a 678,000. Eso equivale a un prom edio semanal no de 1,000 o 2,000 sino de 26,000*. La ham bruna de Bengala en 1943, de la que fui testigo cuando era niño, fue producida no sólo p o r la falta de dem ocracia en la In­ dia colonial, sino tam bién p o r las severas restricciones del periodis­ m o y de la crítica que se im pusieron a la prensa india, y la práctica de «silencio» vo lu n tario sobre la h a m b ru n a q u e los m edios b ritá­ nicos optaron p o r seguir (com o parte de u n supuesto «esfuerzo de guerra», p o r m iedo a conceder ventaja a las fuerzas japonesas que en este entonces estaban en Birmania, a las puertas de la In d ia). El efec­ to com binado del silencio de los medios, tanto im puesto com o vo­ luntario, evitó la discusión pública sustancial sobre la ham b ru n a en la m etrópoli, incluido el Parlam ento en Londres, que no se ocupó del desastre ni consideró las políticas necesarias p ara h acerle fren ­ te (hasta octubre de 1943, cuando The Statesmanle torció el brazo). Y p o r supuesto no había parlam ento en la India bajo el dom inio co­ lonial británico. En efecto, la política gubernam ental, lejos de ser útil, realm ente exacerbó la ham bruna. No hubo cam paña oficial de ayuda p ara el ham bre d u ran te los largos meses d u ran te los cuales m orían miles cada semana. Más aún, la h am b ru n a se agravó, prim ero, p o r el h e ­ * E n m i Poverty and Fumines m u estro q u e el cálculo d e la C om isión d e Investigación de la H a m b ru n a sobre el n ú m e ro total d e m u e rto s p o r h a m b ru n a c o rre sp o n d e a u n a seria subestim ación p o r c u an to el in c re m e n to de la m o rtalid ad causado p o r la h a m ­ b ru n a se m antuvo d u ra n te varios añ o s después d el desastre d e b id o a las epidem ias in ­ ducidas p o r el h am b re (A péndice D ). Véase tam b ién m i e n tra d a sobre D esastres H u ­ m anos e n The Oxford Handbook o f Medicine, O x fo rd U niversity Press, O x fo rd , 2008.

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L a p r á c t ic a

d e l a d e m o c r a c ia

cho de que el gobierno británico de la India en Nueva Delhi había suspendido el com ercio de arroz y otros granos en tre las provincias indias, de suerte que los alim entos no p odían circular a través de los legítimos canales de intercam bio privado a pesar de los elevados p re­ cios en Bengala. Segundo, en lugar de tratar de enviar más alim en­ tos a Bengala desde el ex terio r — la adm inistración colonial fue inflexible en que no quería hacer tal cosa— , la política oficial se con­ cretó en prom over las exportaciones de alim entos desde Bengala du ran te ese periodo. En efecto, en u n a fecha tan avanzada com o enero de 1943, cuando la h am b ru n a estaba a p u n to de desatarse, el virrey de la India dijo al responsable del gobierno de Bengala que «sim plem ente tenía que p ro d u cir más arroz de Bengala para enviar a Ceilán, incluso si hacía falta en Bengala»1. Hay que m encionar aquí, para e n ten d er de algún m odo el pensa­ m iento oficial de la India británica sobre el tema, que estas políticas se basaban en la idea de que no había dism inución en la producción alim enticia de Bengala en esa época y «por consiguiente» u n a ham ­ b ru n a «simplemente no podía ocurrir». La posición del gobierno so­ bre el volum en de la producción de alim entos no era del todo erró ­ nea, pero su teoría de la h am b ru n a fue desastrosam ente equivocada puesto que la dem anda de alim entos se había expandido de m anera radical a causa del esfuerzo de guerra en Bengala, con la llegada de soldados y personal para la guerra, las construcciones nuevas y las actividades económ icas auxiliares asociadas al conflicto. U na parte muy sustancial de la población, casi toda en las áreas rurales, con un ingreso estacionario, se enfrentaba a precios muy elevados gracias al alza alim entada p o r la dem anda, y em pezó a sufrir ham bre. Para ase­ gurar la habilidad de los sectores vulnerables para com prar alim en­ tos, habría ayudado darles más ingreso y p o d er adquisitivo, p o r ejem­ plo a través de em pleos en los servicios hum anitarios y de em ergencia, pero la ayuda tam bién podría hab er adoptado la form a de u n a ma­ yor oferta de granos en la región, a pesar del hecho de que la crisis no estaba causada p o r u n a caída de la oferta sino p o r un alza de la dem anda. Lo más extraordinario, incluso más allá de la creencia del gobier­ no colonial en u n a teoría erró n ea sobre la ham bruna, fue la incapa­ cidad de Nueva Delhi para advertir que tantos miles de personas esta­ ban m uriendo en las calles cada día: los funcionarios tenían que ser verdaderos «teóricos» para no en ten d er los hechos sobre el terreno

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La

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de m anera tan grotesca. U n sistema dem ocrático con crítica pública y presión parlam entaria no habría perm itido que los funcionarios, incluidos el gobernador de Bengala y el virrey de la India, pensaran com o pensaban*. U na tercera form a en la cual la política gubernam ental resultó contraproducente fue su papel en la redistribución de alimentos d en tro de Bengala. El gobierno com pró alim entos a altos precios en la Bengala rural para operar un sistema de racionam iento selectivo con precios controlados, específicam ente para la población de Cal­ cuta. Esto era parte del esfuerzo de guerra a fin de reducir el descon­ tento urbano. La más seria consecuencia de esta política fue que la población rural, con su bajo ingreso estacionario, afrontó muy p ro n ­ to un increm ento explosivo de los precios de los alimentos: el fuerte m ovim iento centrífugo de alim entos desde la Bengala rural debido a la expansión alim entada p o r la guerra se vio poderosam ente reforza­ do p o r la política gubernam ental de com prar caro en el cam po (a «cualquier precio») y vender barato en la ciudad (Calcuta) para una población selecta. N inguna de estas cuestiones se incorporó al deba­ te parlam entario en ninguna form a significativa durante el periodo de apagón editorial y noticioso. Los periódicos bengalíes en Calcuta protestaban tan clamorosa­ m ente com o lo perm itía la censura gubernam ental. No podía ser muy clam orosam ente po r razón de la guerra v de «la m oral de combate». Ciertam ente, hubo muy poco eco de estas críticas periféricas en Lon­ dres. La discusión pública responsable acerca de qué hacer em pezó en los círculos influyentes de Londres tan sólo en octubre de 1943 cuando Ian Stephens, el valeroso editor de The Statesman de Calcuta (en ese entonces de propiedad británica), decidió rom per filas y apar­ tarse voluntariam ente de la política de silencio para publicar inform a­ ción franca y editoriales urticantes el 14 y el 16 de octubre**. La crítica al secretario de Estado para la India, citada antes, apareció en el se­

* V éase Poverty and Fumines, c a p ítu lo 6. ** El d ilem a d e Ian S tep h e n s so b re este a su n to , y su decisió n ú ltim a d e d a r p rio ri­ d ad a su co n d ició n d e p erio d ista, están b e llam en te reco g id o s e n su lib ro Monsoon Morning, E rn est B en n , L o n d res, 1966. C u an d o , m u c h o desp u és, lo c o n o c í e n los años seten ta, se hizo m uy clara p a ra m í la fu erza co n q u e lo a c o m p a ñ a b a la m em o ria de esa difícil decisión. El estaba, sin em b arg o , m uy o rg u llo so del h e c h o d e q u e, a través d e su política ed ito rial, h ab ía salvado las vidas d e m u ch as p erso n as y h ab ía co n seg u id o d e te n e r la m a re a d e m u ertes.

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L a p r á c t ic a

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gundo de los dos editoriales. Vinieron después u n a conm oción en los círculos del gobierno colonial y un serio debate parlam entario en W estminster. Esto a su vez dio com ienzo, p o r fin, a las cam pañas públicas de asistencia hum anitaria en Bengala en noviembre de 1943 (hasta entonces sólo había habido caridad privada). La ham bruna ter­ m inó en diciembre, en parte p o r la nueva cosecha, pero también, de m anera muy significativa, p o r la ayuda que estaba finalm ente disponi­ ble. Sin em bargo, para entonces la ham bruna había m atado ya a cen­ tenares de miles de personas.

P r e v e n c ió n d e la h a m b r u n a y r a z o n a m ie n t o p ú b l ic o

En el capítulo anterior se dijo que no ha habido nunca una ham bru­ na en una democracia funcional con elecciones periódicas, partidos de oposición, libertad de expresión y medios de comunicación relativa­ m ente libres (aun cuando el país sea muy pobre y se encuentre en una situación alimentaria muy adversa). Esta idea está hoy ampliamente aceptada, aun cuando al comienzo despertaba m ucho escepticismo*. Esta es una simple pero im portante ilustración del aspecto más elem en­ tal del poder protector de la libertad política. Aunque la democracia india tiene muchas imperfecciones, los incentivos políticos generados por ella han sido suficientes para evitar grandes ham brunas desde el m om ento mismo de la independencia. La última ham bruna sustancial ocurrida en la India, la de Bengala, tuvo lugar tan sólo cuatro años an­ tes del fin del periodo colonial. La prevalencia de hambrunas, que ha­ bía sido una característica persistente en la larga historia del dominio británico en la India, term inó abruptam ente con el establecimiento de una democracia tras la independencia. A pesar de que China ha tenido mayor éxito que la India en m u­ chos campos de la econom ía, C hina tuvo una gran ham bruna, de hecho la mayor registrada en la historia, entre 1958 y 1961, con una m ortalidad cercana a los 30 millones de víctimas. A unque la ham bru­

* Tras la p rese n ta ció n inicial d e esta tesis e n «How is In d ia Doing?» (TheNew York Review o f Books, n ú m . 29, 1982) y «D evelopm ent: W hich Wav Now?» (EconomicJournal, n u m . 93, 1983), rec ib í am o n estacio n es d e m u ch o s críticos, inclu id o s ex p e rto s e n alim en tació n , y h u b o fu ertes a ltercad o s e n The New York Review of Books v Economic and Political Weekly d esp u és d e la p u b licació n d e mis artículos.

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L a ID E A D E L A JU S T IC IA

na azotó al país duran te tres años, el gobierno no recibió presión al­ guna para cam biar sus desastrosas políticas: no había en China un parlam ento abierto a la crídca, ni oposición, ni prensa libre. La histo­ ria de las ham brunas ha tenido, en efecto, una relación peculiarm en­ te cercana con los regím enes autoritarios, p o r ejem plo con el colo­ nialismo (como en la India británica o en Irlanda), con los sistemas de partido único (como en la U nión Soviética en la década de 1930 o en China y Camboya más tarde) y con las dictaduras militares (como en Etiopía o Som alia). La actual situación de ham bruna en Corea del N orte es u n ejem plo continuado2. Las penalidades directas de u n a h am b ru n a son padecidas sólo p o r el público y no p o r el gobierno de turno. Los gobernantes nunca sufren ham bre. Sin em bargo, cuando un gobierno es responsable ante el público, y cuando hay periodism o libre y crítica pública sin censura, entonces el gobierno tam bién tiene u n excelente incentivo para hacer su m ejor esfuerzo de erradicación del hambre*. A parte de esta inm ediata conexión con el incentivo político para evitar las ham brunas que está im plícito en el gobierno p o r discusión, hay aquí otros dos puntos específicos que m erece la p en a m encionar. Prim ero, la proporción de la población afectada, o incluso am enaza­ da, p o r u n a ham bruna tiende a ser muy pequeña: típicam ente m e­ nos del 10 por ciento (con frecuencia m ucho m enos) y difícilmente

* Vale la p e n a m e n c io n a r aq u í qu e se h an p la n te a d o algunas du d as sobre el alcan­ ce d e esta proposición m ed ia n te el a rg u m e n to según el cual h a h ab id o h a m b m n a s, o al m en o s condiciones q u e se a p ro x im an a u n a h a m b ru n a , en u n o s pocos países q u e h a n em pezado a cele b rar elecciones d em ocráticas p e ro q u e n o h a n a d o p ta d o los d e ­ más elem en to s de u n a dem ocracia q u e reco n o ce la obligación d e re n d ir cuentas. Níger, d o n d e h a h ab id o elecciones y h am b ru n as, h a sido m e n c io n a d o com o supuesto co n traejem p lo p o r algunos observadores. C onviene puntualizar, co m o lo hizo el New York Times e n u n editorial, q u e la c o n ex ió n basada en incentivos p a ra la prev en ció n d e la h a m b ru n a se aplica d e m a n e ra específica a u n a dem o cracia funcional. N íg er n o co­ rre sp o n d e a esta categoría p o rq u e la dem o cracia n o fu n cio n a sólo a través d e eleccio­ nes, com o las establecidas re c ie n te m e n te en ese país africano, sino tam b ién m ed ian te otras instituciones qu e g e n e ra n resp o n sab ilid ad g u b e rn a m e n ta l fre n te al público. El iV FT planteó la cuestión co n g ran claridad: «Amartya Sen h a e n señ ad o , co rrec tam e n ­ te, q u e “en la historia del m u n d o , n in g u n a h a m b ru n a h a te n id o lu g ar e n u n a d em o c ra ­ cia fu n cio n al”. F uncional es la p alab ra clave. Los d irig en tes q u e son v e rd a d era m en te responsables a n te su p u eb lo tien e n p oderosos incentivos p a ra to m a r m edidas p reven­ tivas o p o rtu n as. R esulta claro q u e el señ o r T andeja [jefe d el g o b iern o d e N íg er], a q u ien el p resid en te Bush saludaba este m es d e ju n io e n la Casa B lanca co m o u n d em ó ­ crata ejem plar, necesita u n curso d e actualización sobre ec o n o m ía h u m a n ita ria y d e­ m ocracia responsable» («M eanwhile, P eople Starve», AY'/,' 14 d e agosto d e 2005).

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m ucho más. De esta suerte, si fuera cierto que sólo las víctimas desa­ fectas de la ham b ru n a votan en contra del gobierno de turno cuando el ham bre acecha o azota, entonces el gobierno p odría seguir muy tranquilo. Lo que hace que u n a h am b ru n a se convierta en u n desas­ tre político para el gobierno es el alcance de la razón pública, que moviliza y carga de energía a u n a am plia proporción del público en general para protestar y clam ar contra el gobierno «insensible» y tra­ tar de derrocarlo. La discusión pública sobre la naturaleza de la cala­ m idad puede hacer de la suerte de las víctimas u n form idable tem a político con vastas consecuencias sobre el clima de cobertura m ediá­ tica y discusión pública, y en definitiva sobre la participación electo­ ral de u n a mayoría potencial*. U no de los logros de la dem ocracia es su capacidad de hacer que la gente se interese, a través de la discu­ sión pública, en las peripecias de los dem ás y com prenda m ejor las vidas zyenas. El segundo p u n to concierne al papel informativo de la dem ocra­ cia, que va más allá de su función de incentivo. Por ejem plo, en la ham bruna china de 1958 a 1961, el fracaso del llam ado «Gran salto adelante» que supuso u n a drástica expansión de la colectivización fue m antenido en secreto. H abía muy poco conocim iento público sobre la naturaleza, la dim ensión y el alcance de la h am b ru n a dentro o fuera de China. En efecto, la carencia de un sistema libre de distribución de noti­ cias engañó al gobierno, alim entado p o r su propia propaganda y p o r los inform es edulcorados de burócratas locales que com petían p o r el apoyo de Pekín. El vasto núm ero de com unas o cooperativas que fra­ casaron en la producción de cereales suficientes eran, p o r supuesto, conscientes de su propio problem a. Pero gracias al apagón inform a­ tivo no sabían m ucho más acerca del desastre general del sector rural en China. N inguna granja colectiva quería reconocer que había fra­ casado p o r su cuenta, y el gobierno en Pekín estaba asediado p o r in­ formes am añados sobre grandes éxitos que procedían incluso de las

* T odo esto ü e n e u n a co n ex ió n obvia co n los arg u m en to s p resen tad o s en cap ítu ­ los anteriores, com o el 8 y el 15. Los d iferen tes tipos d e razones im parciales q u e se co­ m e n ta ro n e n el capítu lo 9 tam b ién tie n e n relevancia p ara el co m p ro m iso político q u e p u e d e suscitar el p re d ic am e n to d e las víctim as d e la h a m b ru n a, e im plican n o sólo re­ flexiones sobre coo p eració n y b eneficio m u tu o , sino tam b ién sobre la responsabilidad del «p o d er efectivo» q u e los a fo rtu n ad o s e n u n país am en a zad o p o r la h a m b ru n a p u e ­ d e n asum ir hacia los m ás vulnerables, gracias al razo n am ien to público.


La id f .a d e i a j u s t i c i a

com unidades más afectadas, Al sum ar estas cifras, las autoridades chi­ nas creyeron que tenían 100 millones más de toneladas métricas de grano, en el m om ento exacto en que la ham bruna alcanzaba su apogeo3. A pesar del hecho de que el gobierno chino estaba muy com pro­ m etido con elim inar el ham bre en el país, no revisó de m anera sus­ tancial sus desastrosas políticas (vinculadas al desatinado «Gran salto adelante») durante los tres años de ham bruna. Esta falta de revisión fue posible no sólo debido a la ausencia de u n a oposición política y de unos medios independientes, sino tam bién porque el gobierno chino no veía la necesidad de cam biar sus políticas, en parte a causa de que carecía de suficiente inform ación sobre la extensión del fra­ caso del «Gran salto adelante». Es interesante anotar que incluso el propio Mao, cuyas creencias radicales tuvieron m ucho que ver con la iniciación y el m antenim ien­ to del «Gran salto adelante», identificó u n a de las funciones de la dem ocracia u na vez que el fracaso había sido tardíam ente reconoci­ do. En 1962, cuando ya la ham b ru n a había m atado a decenas de mi­ llones, Mao hizo la siguiente observación en u n a reunión de 7.000 cuadros del partido comunista: Sin la democracia, ustedes no pueden com prender lo que está suce­ diendo allá abajo; la situación general no será clara; ustedes serán inca­ paces de recoger suficientes opiniones de todos los sectores; no puede haber comunicación entre la cúpula y la base; los órganos máximos de dirección dependerán de material sesgado e incorrecto para tomar decisiones, así que ustedes encontrarán muy difícil evitar el subjetivis­ mo; será imposible alcanzar la unidad de concepción y la unidad de ac­ ción; y será imposible lograr el verdadero centralismo4.

La defensa de la dem ocracia p o r parte de Mao es aquí, p o r su­ puesto, muy limitada. Se refiere exclusivamente a la cuestión de la inform ación e ignora el tem a de los incentivos, así com o la im portan­ cia intrínseca y constitutiva de la libertad política*. Pero es muy inte­ resante que Mao reconociera la form a en que las desastrosas políticas

* S obre esto, véase tam b ié n R alph M iliband, Marxism and Pnlitics, O x fo rd U ni­ versity Press, L o n d res, 1977, pp. 149-150, q u ien o frece u n análisis n o ta b le m e n te esc la re c e d o r d e este e x tra ñ o g iro en el p e n sa m ie n to d e Mao.

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L a p r á c t ic a

d f. l a d e m o c r a c ia

oficiales fueron provocadas p o r la carencia de vínculos informativos que el razonam iento público activo podría haber aportado para evi­ tar desastres com o el que China experim entó.

D e m o c r a c ia y d e sa r r o l l o

La mayoría de los cam peones de la dem ocracia h an sido más bien reticentes en sugerir que ésta prom overía el desarrollo y la m ejora del bienestar social — han tendido a verlos com o fines buenos pero separados e independientes— . Los detractores de la dem ocracia, po r otra parte, parecían muy dispuestos a expresar su diagnóstico de lo que ven com o serias tensiones entre dem ocracia y desarrollo. Los teóricos de la disyuntiva — «Decídase: ¿quiere dem ocracia o más bien desarrollo?»— venían con frecuencia, al m enos p ara empezar, de países del oriente de Asia y su voz creció en influencia m ientras va­ rios de estos países fueron muy exitosos — a lo largo de las décadas de 1970 y 1980 e incluso después— en prom over el crecim iento eco­ nóm ico sin buscar la dem ocracia. La observación de un puñado de tales ejemplos condujo rápidam ente a una especie de teoría general: las dem ocracias son muy torpes en facilitar el desarrollo, en com pa­ ración con lo que p u eden lograr los regím enes autoritarios. ;N o con­ siguieron Corea del Sur, Singapur, Taiwán y H ong Kong un progreso económ ico sorprendentem ente rápido sin cumplir, al m enos al co­ m ienzo, los requ erim ien to s básicos de la dem ocracia? Y tras las re­ formas económ icas en C hina en 1979, ¿no lo hizo m ucho mejor, en térm inos de crecim iento económ ico, la autoritaria China que la de­ m ocrática India? Para tratar estas cuestiones, tenem os que prestar especial aten­ ción tanto al con ten id o de lo que p u ed e llam arse desarrollo cuan­ to a la interpretación de la dem ocracia (en particular a los papeles respectivos de las elecciones y el razonam iento público). La evalua­ ción del desarrollo no puede divorciarse de las vidas que la gente puede vivir y de la libertad que puede disfrutar. El desarrollo escasa­ m ente puede verse sólo desde el p u nto de vista del m ejoram iento de objetos inanim ados de conveniencia, tales com o un increm ento del producto nacional bruto (o de los ingresos personales), o la indus­ trialización, a pesar de la im portancia de estos medios para los fines reales. Su valor tiene que d ep en d er de su im pacto en las vidas y las li­

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La id e a d e l a j u s t i c i a

bertades de las personas implicadas, que debe ser central para la idea de desarrollo*. Si el desarrollo es en tendido en u n a form a amplia, con énfasis en las vidas humanas, entonces se hace inm ediatam ente claro que la rela­ ción en tre desarrollo y dem ocracia tiene que verse desde el p u n to de vista de su conexión constitutiva en lugar de sólo a través de sus vínculos externos. Aun cuando se ha planteado con frecuencia la cuestión de si la libertad política es «conducente para el desarrollo», no debem os om itir el reconocim iento crucial de que las libertades políticas y los derechos dem ocráticos están entre los «com ponentes constitutivos» del desarrollo. Su relevancia para el desarrollo no tie­ ne que ser establecida indirectamente a través de su contribución al crecim iento del producto nacional bruto. Sin em bargo, tras reconocer esta conexión central, tam bién tene­ mos que som eter la dem ocracia al análisis consecuencial puesto que hay otras clases de libertades (distintas de las libertades políticas y los derechos civiles) a las cuales hay que prestar atención. Tenemos que ocuparnos, p o r ejemplo, de la pobreza económica. Tenemos, p o r tan­ to, razón para interesarnos p o r el crecim iento económ ico, incluso en los térm inos limitados de crecim iento del producto nacional b ru ­ to o del producto interior bruto p er cápita puesto que aum entar el ingreso real puede allanar el cam ino para algunos logros realm ente importantes. Por ejemplo, la conexión general entre crecimiento eco­ nóm ico y supresión de la pobreza está hoy razonablem ente estableci­ da y com plem entada por preocupaciones sobre la distribución. Aparte de generar ingreso para muchas personas, un proceso de crecim iento económ ico tiende tam bién a expandir el tam año del ingreso público, el cual puede ser em pleado para propósitos sociales com o educación, servicios médicos y asistenciales, y otras facilidades que m ejoran de m anera directa las vidas y capacidades del pueblo. En efecto, en oca­ siones la expansión del ingreso público com o resultado del creci­ m iento económ ico es m ucho más rápida que el crecim iento mismo (en años recientes, p o r ejemplo, m ientras la econom ía de la India ha crecido al 7, 8 o 9 p o r ciento p o r año, la tasa de aum ento del ingreso público h a sido del 9,10 u 11 p o r ciento). El ingreso público crea una oportunidad que el gobierno puede aprovechar para hacer que el

* Este tem a h a recib id o especial a te n c ió n e n el cap ítu lo 11.

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L a P R Á C T IC A D E LA D E M O C R A C IA

proceso de expansión económ ica sea más equitativamente com parti­ do. Esta es, desde luego, u n a condición potencial, pues el uso real del creciente ingreso público es otro asunto de gran im portancia, pero el crecim iento económ ico crea la condición cuando esa opción es res­ ponsablem ente ejercitada p o r el gobierno*. El muy articulado escepticismo acerca de la com patibilidad entre la dem ocracia y el rápido crecim iento económ ico estaba basado en algunas com paraciones a través del país, con particular énfasis en las econom ías de rápido crecim iento de Asia oriental, de u n a parte, y la India, de la otra, con su larga historia de m odesto crecim iento del producto nacional bruto al 3 p o r ciento anual. Sin em bargo, com pa­ raciones com pletas a través del país, en lo que valen (y no valen m e­ nos que la práctica prevaleciente de sustentar u n a gran conclusión en u n puñado de contrastes selectos entre países), no han dado nin­ gún fundam ento em pírico a la creencia de que la dem ocracia es hos­ til al crecim iento económ ico5. Y m ientras la India solía ser citada com o prueba viviente de que los países dem ocráticos están destina­ dos a crecer m ucho más despacio que los países autoritarios, ahora que el crecim iento económ ico de la India se ha acelerado notable­ m ente (esto em pezó en la década de 1980 pero se consolidó a través de las reform as económ icas de la década de 1990 y ha continuado desde entonces a ritm o rápido) resulta difícil usar a la India com o el ejem plo paradigm ático de la lentitud del progreso económ ico en de­ mocracia. Y sin em bargo, la India no es m enos dem ocrática hoy que lo que era en las décadas de 1960 o 1970". En efecto, existe evidencia abrum adora de que el crecim iento se ve estim ulado p o r el respaldo de u n clima económ ico amistoso y no p o r la hostilidad de un sistema político implacable***.

* Sobre los im p o rta n te s co n traste s e n tre los d ife re n te s tipos d e uso y gasto d e los recursos g e n erad o s p o r el c rec im ien to e co n ó m ico , véase m i lib ro c o n ju n to con Je a n D réze, H unger and Public Action, C la re n d o n Press, O x fo rd , 1989. ** L a In d ia es ta m b ién u n c o n tra e je m p lo d e la tesis según la cual el ingreso p e r cáp ita d e u n país tie n e q u e ser ra z o n a b le m e n te alto p a ra la estab ilid ad del sistem a dem o crático . *** D ebe señalarse a q u í q u e , a p esar d e la d o m in a c ió n d e políticas eco n ó m icas confusas e n la In d ia d u ra n te m u ch as d écadas, el sistem a d em o c rá tic o p erm itió algu­ nas d e las refo rm as n ecesarias q u e p u d ie ro n h a c e r m u c h o m ás rá p id o el crec im ie n to eco n ó m ico .


I .A ID E A D E L A J U S T I C IA

Se g u r id a d h u m a n a y p o d e r p o l ít ic o

Adicionalm ente, tenem os que ir más allá del crecim iento econó­ mico para en ten d er las exigencias com pletas del desarrollo y de la búsqueda de la justicia social. Hay que prestar atención a la amplia evidencia de que la dem ocracia y los derechos civiles y políticos enri­ quecen las libertades de otras clases (tales com o la seguridad hum a­ na) al dar voz, al m enos en m uchas circunstancias, a los desposeídos y a los vulnerables. Esta es una im portante cuestión, estrecham ente relacionada con la función de la dem ocracia en el razonam iento pú­ blico y en el fom ento del «gobierno p o r discusión». El éxito de la de­ m ocracia en la prevención de las ham brunas pertenece a las m últi­ ples contribuciones de la dem ocracia al avance de la seguridad hum ana, pero hay m uchos otros campos de aplicación*. El po d er protector de la dem ocracia para la provisión de seguri­ dad es, en efecto, m ucho más am plio que la prevención de las ham ­ brunas. En Corea del Sur e Indonesia, d u ran te los años de crecim ien­ to acelerado en las décadas de 1980 y 1990, cuando la fortuna de todos parecía subir y subir, los pobres no pensaban m ucho en la de­ mocracia, pero cuando llegaron las crisis económ icas a finales de los años noventa y la caída precipitó la división social, los que vieron sus vidas y sus medios económ icos golpeados de m anera inusual echa­ ron de m enos con desesperación la dem ocracia y los derechos civiles y políticos. La dem ocracia se convirtió de repente en una cuestión central en esos países, en especial en Corea de Sur, que acom etió una gran iniciativa en esa dirección. La India se ha beneficiado, sin d u d a alguna, del p o d er protector de la dem ocracia cuando ofrece excelentes incentivos políticos a los gobernantes para brin d ar ayuda ante los desastres naturales inm i­ nentes. Sin em bargo, la práctica y el alcance de la dem ocracia p u e­ d en ser muy im perfectos, com o en la India, a pesar de los logros indudables. La dem ocracia da a la oposición la oportu n id ad de p re­ sionar en favor del cam bio de política aun cuando el problem a sea * Véase el In fo rm e d e la C om isión sobre S eguridad H u m an a , d e las N aciones U n i­ das y del g o b iern o de ja p ó n : H um an Security Now, U N , Nueva York, 2003. Tuve el prm legio d e p resid ir esta C om isión de m a n e ra c o n ju n ta con la visionaria d o c to ra Sadako O gata, an tig u a Alta C om isionada d e la O N U p a ra los Refugiados. Véase tam b ién Man, Kaldor, H um an Security: Refleclions on Globalizalion and Intervention, Polity Press. C am ­ bridge, 2007.

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I. A P R Á C T I C A

DI. L A H L M O C R A C I A

crónico y haya tenido u n a larga historia, en lugar de ser agudo e in­ tempestivo, com o las ham brunas. La relativa debilidad de las políti­ cas sociales de la India en m ateria de educación básica, asistencia m édica prim aria, nutrición infantil, reform a agraria e igualdad de género refleja deficiencias en la razón pública y en la presión social (incluida la presión de la oposición) políticam ente com prom etidas, y no sólo inadecuaciones en el pensam iento oficial del gobierno*. En efecto, la India ofrece u n excelente ejem plo tanto de los logros signi­ ficativos de la dem ocracia com o de sus fracasos específicos relaciona­ dos con una inadecuada utilización de las oportunidades que brin­ dan las instituciones democráticas. Hay un poderoso argum ento para ir más allá del niti electoral hacia el nyaya dem ocrático.

D e m o c r a c ia y o p c ió n d e p o l ít ic a

Ú nicam ente en algunas regiones de la India ha estado adecuada­ m ente politizada la urgencia de las políticas sociales. Las experien­ cias del estado de Kerala ofrecen quizá el ejem plo más claro de cómo la necesidad de educación universal, asistencia m édica básica, equi­ dad elem ental de género y reform a agraria ha recibido respaldo po­ lítico efectivo. La explicación abarca tanto la historia como el desa­ rrollo contem poráneo: la orientación educativa de los movimientos contra las castas superiores en Kerala (de los cuales es h ered era la actual política izquierdista de K erala), las tem pranas iniciativas de los «reinos nativos» de Travancore y Cochin (que se m antuvieron fuera del dom inio colonial británico en m ateria de políticas dom ésticas). las actividades misioneras en la difusión de la educación (sus efectos no se confinaron sólo a los cristianos, que constituyen un quinto de la población de Kerala) y tam bién u n a voz más fuerte para las muje­ res en las decisiones familiares, parcialm ente vinculada a la presen­ cia y a la prom inencia de los derechos de propiedad m atrilineal para

* La p ren sa d e la In d ia tam b ién p u e d e ser c riticad a p o r la falta de visión para o cu p arse d e carencias sociales p ersisten tes a u n q u e n o in m e d ia ta m e n te fatales. Para u n análisis d e este p ro b le m a p o r u n o d e los m ás d istin g u id o s e d ito res de la India, véase N. R am , «An In d e p e n d e n t Press a n d A n ti-h u n g e r S trategies: T h e In d ia n hxperience», e n Jean D réze v A m artva Sen (e d s .), The Political Economy of Hunger. C laren ­ d o n Press, O xford, 1990. V éase tam b ién K aushik Basu, The Retreat o f Democrat. Per­ m a n e n t Black, N ueva D elhi, 2007.

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L a id e a

d e la ju s t ic ia

los Nairs, u n sector sustancial e influyente de la com unidad h in d ú 6. D urante m ucho tiem po, Kerala ha hecho b u en uso del activismo po­ lítico y de la libertad de expresión para expandir el abanico de las op o rtu n id ad es sociales. El em pleo de las instituciones d em o cráti­ cas no es ciertam ente independiente de la naturaleza de las condicio­ nes sociales. Resulta difícil eludir la conclusión general según la cual el desem ­ p eño económ ico, la o p ortunidad social, la voz política y el razona­ m iento público están profundam ente interrelacionados entre sí. En estos campos, en los cuales ha habido recientem ente un uso más de­ term inado de la voz política y social, existen considerables signos de cambio. La cuestión de la desigualdad de género ha producido m u­ cho com prom iso político en años recientes (con frecuencia, bajo la orientación de los movimientos de m ujeres), y esto se suma a ciertos esfuerzos políticos p o r reducir la asim etría de género en los campos social y económ ico. En la India hay u n a larga historia de preem inen­ cia fem enina en áreas particulares, com o el liderazgo político. Mien­ tras esos logros estaban ciertam ente vinculados a la voz de las muje­ res (ayudadas en años recientes p o r las oportunidades de política participativa), su alcance ha estado confinado a segmentos relativa­ m ente pequeños — casi siem pre los más prósperos— de la pobla­ ción*. U na característica im portante del fortalecim iento de la voz de las m ujeres en la vida pública contem poránea de la India es la am­ pliación gradual de esta cobertura social. India todavía tiene u n lar­ go cam ino por reco rrer en la supresión de las desigualdades que afectan a las mujeres, pero el creciente com prom iso político en el papel social de las m ujeres ha sido un im portante y constructivo de­ sarrollo de la práctica dem ocrática. En general, las posibilidades de agitación pública en cuestiones de desigualdad social y pobreza están em pezando a ser más utilizadas que antes, aun cuando durante varios años el com prom iso en estas materias se vio eclipsado p o r la política sectaria que distrajo la aten­ ción sobre estas preocupaciones. H a habido m ucha más atención re­ ciente en movimientos organizados basados de m anera am plia en exigencias sobre derechos hum anos, com o el derecho a la educación

* M ientras la m ayoría d e las líd eres p olíticas ind ias p ro c e d e d e la élite u rb a n a, hay u n o s pocos casos d e éx ito p o lítico n o ta b le d e líd e re s ru ra le s d e castas in ferio res, p e rte n e c ie n te s a los secto res m ás aflu en tes d e esos grupos.

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La p r á c t i c a d f. l a d e m o c r a c ia

básica, el derecho a la alim entación (y en especial a la com ida escolar del m ediodía), el derecho a la atención m édica prim aria, la garantía de la conservación am biental y el derecho a la garantía del em pleo. Estos movimientos sirven para enfocar la atención en las fallas socia­ les concretas, en parte para com plem entar amplias discusiones pú­ blicas en los medios, pero tam bién para ofrecer u n a ventaja política mayor a las dem andas sociales im portantes. La libertad dem ocrática puede ser ciertam ente em pleada para m e­ jo ra r la justicia social y para alcanzar u n a política más justa. El proce­ so, sin em bargo, no es autom ático y requiere activismo de parte de los ciudadanos políticam ente com prom etidos. M ientras las lecciones de las experiencias empíricas estudiadas aquí proceden principalm ente de Asia, y en especial de la India y China, lecciones similares pueden extraerse de otras regiones, incluidos Estados Unidos y los países europeos*.

D e r e c h o s d e l a s m in o r ía s y p r io r id a d e s in c l u y e n t e s

Paso, finalm ente, a lo que sin d u d a constituye una de las cuestio­ nes más difíciles que la dem ocracia tiene que abordar. El reconoci­ m iento de que la dem ocracia tiene que preocuparse a la vez p o r el gobierno de la mayoría y p o r los derechos de las m inorías no es una idea nueva, aun cuando (com o se vio en el capítulo anterior), en el contexto organizacional, la dem ocracia es vista con frecuencia sólo desde el punto de vista de las elecciones y de la ley de la mavoría. Un entendim iento más am plio de la dem ocracia com o razonam iento público, que incluye las votaciones pero que va m ucho más allá de ellas, puede aten d er a la im portancia de los derechos de las minorías sin ignorar los votos de la mayoría com o parte de la estructura total de la dem ocracia. El pionero de la teoría de la elección social en el siglo xvm , el marqués de Condorcet, había advertido contra «la máxi­ ma, dem asiado prevaleciente entre los republicanos antiguos y m o­ * En efecto, la p ráctica d e la d e m o c rac ia c o n tin ú a sien d o m uy im p e rfe c ta e n la dem ocracia más antig u a del m u n d o desde el p u n to de \ista d e los obstáculos a la p a rti­ cip ació n y del alcance d e la c o b e rtu ra m ed iática i au n c u a n d o co n la elec ció n d e Barack O b a m a com o p re sid e n te p a re c e h a b erse ro to u n a g ran b a rre ra p a ra la p artici­ p ació n en la c u m b r e ). S o b re los p ro b lem as d e la práctica de la d e m o cra cia e n Estados U nidos, véase el escla re c ed o r lib ro d e R o n ald D w orkin, La democracia posible.


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dernos, de que los pocos pu ed en ser legítim am ente sacrificados a los m uchos»7. Subsiste, em pero, el problem a que una mayoría sin escrúpulos, que no tiene rem ordim ientos en elim inar los derechos de las m ino­ rías, plantearía a la sociedad al obligarla a escoger entre gobierno de la mayoría y derechos de las m inorías. La form ación en los valores de la tolerancia resulta entonces esencial para el eficiente funciona­ m iento de la dem ocracia (como se vio en el capítulo 14). Las cuestiones implicadas tam bién se aplican al papel de la dem o­ cracia para prevenir la violencia sectaria. El problem a aquí es más com plicado que el reconocim iento fácil de que la dem ocracia puede elim inar ham brunas. Aun cuando las víctimas de las ham brunas constituyen u na p equeña proporción de cualquier población am e­ nazada, la dem ocracia evita ham brunas porque el dram a de la m ino­ ría es politizado po r la discusión pública para generar u n a enorm e mayoría en favor de la prevención de la ham bruna, puesto que la población general no tiene razón particular alguna para abrigar hos­ tilidad considerable o anim osidad explotable hacia las víctimas po­ tenciales del ham bre. El proceso es m ucho más com plicado en el caso de la lucha sectaria cuando las hostilidades intercom unitarias pueden ser azuzadas p o r los extremistas a través de la demagogia. La función de la dem ocracia en la prevención de la violencia co­ m unitaria depend e de la habilidad de los procesos políticos inclu­ yentes e interactivos para m eter en cintura el fanatismo venenoso del pensam iento com unal divisionista. Esta ha sido una im portante ta­ rea en la India independiente, en especial desde que ese Estado multiconfesional y laico nació durante un periodo de lucha social y vio­ lencia en la década de 1940, un periodo corto en años pero largo por la som bra de vulnerabilidad que proyectó sobre la sociedad. El pro­ blem a fue específicam ente discutido p o r M ohandas G andhi al clari­ ficar la im portancia de la inclusión com o elem ento esencial de la de­ m ocracia que buscaba el m ovim iento p o r la indep en d en cia de la India que él dirigía8. H a habido algún éxito en este frente, y el carácter laico de la In­ dia dem ocrática ha sobrevivido intacto en sentido am plio, a pesar de tensiones ocasionales, en m edio de la tolerancia y el respeto m u­ tuos. Sin em bargo, esta supervivencia no ha conseguido evitar esta­ llidos periódicos de violencia sectaria, a m en u d o alim entados p o r grupos políticos que se benefician de tal divisionismo. El efecto de

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L a p r á c t ic a

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la dem agogia sectaria p u ed e ser superado tan sólo a través de la prom oción de valores incluyentes que atraviesen las divisiones so­ ciales. El reconocim iento de las múltiples identidades de cada perso­ na, en tre las cuales la identidad religiosa es u n a más, resulta crucial a este respecto. En la India, p o r ejem plo, los hindúes, los m usulm a­ nes, los sijs y los cristianos no sólo co m parten u n a nacionalidad, sino tam bién otras identidades, com o u n a lengua, u n a literatura, u n a profesión, u n a localidad y m uchas otras clasificaciones*. La política dem ocrática ofrece la o p o rtu n id ad de discutir estas afiliaciones no sectarias y sus reivindicaciones rivales sobre las divisiones religio­ sas**. El hecho de que, tras los atentados crim inales de Bombay en noviem bre de 2008 p o r terroristas de origen m usulm án (y casi con certeza de ancestro pakistaní), no se pro d u jo la muy tem ida reac­ ción co n tra los m usulm anes indios se debió en gran m edida a la discusión pública que siguió a los ataques, con am plia participación de musulmanes y no musulmanes. La práctica de la dem ocracia puede ciertam ente ayudar a prom over u n m ayor reconocim iento de las identidades plurales de los seres h u m anos9. Y sin em bargo, las divisiones com unales, com o las diferencias ra­ ciales, perm anecen abiertas a la explotación p o r quienes quieren cultivar el descontento e instigar la violencia, a m enos que los lazos creados p o r las dem ocracias nacionales sirvan com o salvaguardas efectivas contra ello*” . M ucho d ep en d erá del vigor de la política de­

* D e igual m a n e ra , los activistas h u tu s q u e p e rp e tra ro n el g e n o c id io d e 1994 en R u an d a c o n tra los tutsis n o te n ía n sólo su id e n tid a d é tn ic a h u tu sino q u e c o m p artía n tam b ién o tras id e n tid a d e s co n los tutsis, co m o ser ru an d eses, african o s y posib le­ m e n te ciu d ad a n o s d e Kigali. ** La In d ia, cuya p o b la c ió n es h in d ú e n m ás d e u n 80 p o r c ien to , tie n e hoy u n p rim e r m in istro sij y u n líd e r co n a n te c e d e n te s cristianos al fre n te d e la coalición g o b e rn a n te y d el p a rtid o d el C o n g reso . E n tre 2004 y 2007, am b o s d irig en tes estuvie­ ro n aco m p a ñ ad o s p o r u n p re s id e n te o je fe d e E stado m u su lm án , q u e n o h a sido el p rim ero . Así, e n ese p e rio d o n in g u n a d e las tres p rin cip ales posicio n es d el país fue o c u p a d a p o r u n m ie m b ro d e la c o m u n id a d m ayoritaria, y sin e m b a rg o esto n o g e n e ­ ró m ayor d e sc o n ten to . *** Los d istu rb io s o rg an izad o s e n G u jarat e n 2002, e n los cuales m u rie ro n cerca de 2.000 perso n as, e n su m ayoría m u su lm an es, se m a n tie n e n c o m o u n a m a n c h a en la h isto ria p o lítica d e la In d ia, al m ism o tie m p o q u e la o p o sició n a esos sucesos e n el resto d el país subraya la fo rtaleza d e los valores secu lares e n la d e m o cra cia india. H ay p ru eb as, basadas e n estudios electorales, d e q u e este vergonzoso e p iso d io refo rzó el apoyo e lec to ral d e los p a rtid o s laicos e n las elec cio n es g e n e rale s d e 2004 q u e siguie­ ro n a esos terrib les h echos.


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m ocrática en la generación de valores de tolerancia, y no hay garan­ tía autom ática de éxito p o r la sola existencia de instituciones dem o­ cráticas. Aquí, unos medios activos y enérgicos pu ed en desem peñar un papel extrem adam ente im portante al hacer que los problemas, las situaciones y la hum anidad de ciertos grupos sean más com pren­ didos por otros grupos. El éxito de la dem ocracia no consiste únicam ente en disponer de la más perfecta estructura institucional im aginable. D epende inelu­ diblem ente de nuestros patrones reales de conducta y del funciona­ m iento de las interacciones políticas y sociales. No hay esperanza de confiar el asunto en las m anos «seguras» del virtuosismo puram ente institucional. La operación de las instituciones dem ocráticas, como la de otras instituciones, d ep en d e de las actividades de los agentes hum anos que utilizan las oportunidades para las realizaciones razo­ nables. Las lecciones prácticas de estas experiencias em píricas pare­ cerían com plem entar en sentido am plio los argum entos teóricos ya explorados en este libro. La invocación de nyaya, y no sólo de niti, para la búsqueda de la justicia encuentra sólido respaldo en las lec­ ciones de las experiencias em píricas presentadas aquí.

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17. D e r e c h o s h u m a n o s e im p e r a t iv o s g l o b a l e s

H a y algo muy atractivo en la idea de que cualquier persona, en cualquier parte del m undo, con independencia de su ciudadanía, re­ sidencia, raza, clase, casta o com unidad, tiene ciertos derechos bási­ cos que los otros d eb en respetar. La gran atracción m oral de los derechos hum anos ha sido em pleada para u n a variedad de p ro p ó ­ sitos, desde resistir a la tortura, la deten ció n arbitraria y la discrim i­ nación racial, hasta exigir el fin del ham bre y la desatención m édi­ ca a lo largo y ancho del planeta. Al mismo tiem po, la idea básica de los derechos hum anos, que se supone que las personas tienen por el simple hecho de ser hum anas, es considerada p o r m uchos críti­ cos com o carente p o r com pleto de fu n d am en to razonado. Las cuestiones que se rep iten son: ¿existen estos derechos? ¿De dónde vienen? No se discute que la invocación de los derechos hum anos como creencia general puede ser muy atractiva, y que incluso com o retóri­ ca puede ser políticam ente efectiva. El escepticismo y la ansiedad ro­ dean lo que se considera com o «debilidad» o «sensiblería» en la fundam entación conceptual de los derechos hum anos. Muchos filósofos y teóricos legales ven la retórica de los derechos hum anos com o pala­ brería —bien intencionada y tal vez loable palabrería— que no pue­ de tener, supuestam ente, m ucha fuerza intelectual. El agudo contraste entre el extendido uso de la idea de derechos hum anos y el escepticismo intelectual acerca de su solidez concep­ tual no es nuevo. La Declaración de Independencia de Estados Uni­ dos consideró «evidente p o r sí mismo» que todos tenían «ciertos de­ rechos inalienables». Y trece años más tarde, en 1789, la Declaración


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de los D erechos del H om bre y del C iudadano de la Revolución Fran­ cesa afirm aba que «los hom bres nacen y perm anecen libres e iguales en derechos»*. Pero en su libro Anarchical Fallacies [Falacias anárqui­ cas], escrito en 1791-1792 y dirigido contra los «derechos del hom ­ bre», Jerem y Bentham no tardó en proponer el rechazo absoluto de tales reivindicaciones. Bentham insistía en que «los derechos natura­ les son un simple disparate; y los derechos naturales e imprescriptibles, un disparate retórico, un disparate pom poso»1, por lo cual supongo que quería decir algún tipo de disparate artificialmente elevado. La dicotom ía perm anece muv viva hoy, y a pesar del uso persis­ tente de la idea de derechos hum anos en los asuntos internaciona­ les, hay m uchos que la ven com o «quejidos impresos» (para usar otra de las despectivas descripciones de B en th am ). El repudio de los de­ rechos hum anos es con frecuencia com prehensivo y está dirigido contra cualquier creencia en la existencia de derechos que la gente tiene sim plem ente p o r virtud de su hum anidad, en lugar de aque­ llos derechos que se tienen de m anera contingente, basados en cualificaciones específicas com o la ciudadanía y relacionados con dis­ posiciones de la legislación concreta o con las leyes com únm ente aceptadas. Los activistas de los derechos hum anos se m uestran con frecuen­ cia muy im pacientes con este escepticismo intelectual, quizá debido a que m uchos de los que los invocan están interesados en cam biar el m undo y no en interpretarlo (para recordar u n a distinción clásica que Karl Marx hizo famosa). Xo es difícil en ten d er la reticencia de los activistas a gastar m ucho tiem po en tratar de ofrecer justificacio­ nes conceptuales para convencer a teóricos escépticos, habida cuen­ ta de la obvia urgencia en responder a las terribles carencias que pla­ gan el m undo. Esta postura proactiva ha tenido sus recom pensas

* La D eclaración de D erechos del H o m b re p ro ce d ía d e las ideas radicales asocia­ das a la Revolución francesa, u n sismo político q u e n o sólo reflejaba tensiones sociales crecientes sino tam bién u n p ro fu n d o vuelco del p en sam ien to . La D eclaración d e In ­ d e p e n d e n c ia de Estados U nidos tam b ién tra d u cía u n a tran sfo rm ació n d e las ideas po­ líticas y sociales. «El go b iern o , escribió Jefferson, era e v id en tem en te u n m ero in stru ­ m en to , m ás o m en o s útil, m ed ian te el cual los h o m b res, nacidos iguales, buscan asegurar sus vidas y libertades, v su d e re c h o a p erseg u ir la felicidad. C u an d o u n gobier­ n o viola esos propósitos, dijo en u n a frase q u e reso n aría en todos los palacios d e E uro­ pa, es d e re c h o del p u eb lo alterarlo o abolirlo» (B ern ard Baylin, Faces o f Rei’olution: Personalities and Themes in the Struggle for American Independence, V intage Books, Xueva York, 1992, p. 158).

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puesto que ha perm itido el uso inm ediato de la idea generalm ente atractiva de derechos hum anos p ara confrontar la intensa opresión o la gran miseria, sin ten er que esperar a que se aclare el aire de la teo­ ría. No obstante, las dudas conceptuales acerca de la idea de d ere­ chos hum anos tienen que ser asumidas y su fundam ento intelectual esclarecido, si es que m erece lealtad razonada y sostenida.

¿Q u é s o n l o s d e r e c h o s h u m a n o s ?

Es im portante considerar seriam ente el cuestionam iento de la na­ turaleza y el fundam ento de los derechos hum anos, y responder a la antigua y bien establecida tradición de rechazar estas reivindicacio­ nes en form a precipitada. El diagnóstico de B entham sobre «los de­ rechos del hom bre» com o «disparates» (si no com o «disparates pom ­ posos») es tan sólo u n a brusca expresión de dudas generales que son com partidas —m oderada o vigorosam ente— p o r muchos. Las dudas exigen análisis serio tanto para d eterm inar el estatuto de los d ere­ chos hum anos cuanto para en ten d er su relevancia para la idea de la justicia. ¿Qué son exactam ente los derechos humanos? ¿Son, como se pre­ gunta con frecuencia, realm ente derechos? Existen algunas variacio­ nes en las formas de invocar la idea de derechos hum anos según dife­ rentes personas. Sin embargo, podem os ver las preocupaciones básicas tras estas articulaciones m ediante el exam en no sólo de la práctica contem poránea de utilización del concepto, sino tam bién de la his­ toria de su em pleo a lo largo de un extenso periodo. Esa historia sus­ tancial incluye la invocación de «los derechos inalienables» p o r la Declaración de Independencia de Estados Unidos y similares afirma­ ciones en la D eclaración de los D erechos del H om bre de la Revo­ lución francesa en el siglo x v i i i , y tam bién la adopción relativam en­ te reciente de la Declaración Universal de los Derechos H um anos por las Naciones Unidas en 1948. La «existencia» de los derechos hum anos obviam ente no es com­ parable a la existencia del Big Ben en el centro de Londres, ni a la existencia de u n a ley prom ulgada en un código. Las proclam as de los derechos hum anos, aun cuando form uladas com o el reconoci­ m iento de la existencia de cosas llamadas derechos hum anos, son realm ente vigorosos pronunciam ientos éticos sobre lo que se debe

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L a id e a

d e i .a j u s t i c i a

hacer*. Estos últim os exigen el reconocim iento de im perativos e in­ dican que algo tiene que hacerse p ara la realización de esas liberta­ des reconocidas que se han identificado a través de estos derechos. Pero no constituyen la reivindicación de que estos derechos hum a­ nos son derechos legales ya establecidos, consagrados a través de la legislación o del derecho com ún (la confusión de B entham entre las dos cuestiones se discutirá enseguida)2. Si entendem os los derechos hum anos de esta forma, entonces surgen dos cuestiones, que se refieren a contenido y viabilidad. La cuestión de contenido es el tem a de la afirm ación ética que se hace a través de la declaración de un derecho hum ano. Para responder bre­ vem ente (sobre la base de lo que se teoriza y lo que se invoca prácti­ cam ente), la afirm ación ética versa sobre la im portancia crítica de ciertas libertades (como la libertad frente a la tortura o la libertad frente al ham bre) y correlativam ente sobre la necesidad de aceptar algunas obligaciones sociales para prom over o proteger estas liberta­ des**. Ambas afirmaciones —sobre derechos y obligaciones— tendrán que ser exam inadas más de cerca (por ahora, estoy identificando la clase de afirmaciones que la ética de los derechos hum anos trata de p resen tar). La segunda cuestión concierne a la viabilidad de las afirmaciones éticas implícitas en una declaración de derechos hum anos. Como

* El tem a d e «los em b ro llo s e n tre hec hos v valores» e n el len g u a je q u e e m p le a ­ m os fue co n sid e ra d o e n los cap ítu lo s 1 v 5, e im p o rta ad v ertir a q u í q u e la fu erza d e la afirm ación de la existencia d e los d e re c h o s h u m an o s rad ica en el re c o n o c im ie n to de algunas lib ertad es im p o rta n te s q u e, se alega, d e b e n ser resp etad as, y d e m a n e ra co­ rrelativa e n la acep tació n d e o b ligaciones p o r la so cied ad , en u n a fo rm a u o tra, p a ra so ste n e r y p ro m o v e r tales lib ertad es. E n lo q u e viene a c o n tin u a c ió n te n g o algo m ás q u e d ecir sobre estas c o n ex io n e s éticas. Sobre las cu estio n es m eto d o ló g icas relativas a aquellos em brollos, véase H ilarv P u tn am , El desplome de la dicotomía hecho-valor y otros ensayos, Paidós, B arcelo n a, 2004. V éase tam b ié n W illard Van O rin a n Q u in e , «Two D ogm as o f E m piricism », en su Erom a Lógica! Point ofView, H arv ard U niversity Press, C am b rid g e, 1961. En eco n o m ía , los in te n to s d e e lu d ir estos em b ro llo s h a n sido u n a fu e n te de dificultades con sid erab les: véase Vivían W alsh, «P hilosophy a n d E conomics», en John Eatwell, M urrav M ilgate y P e ter N ew m an (eds.), The New Palgrave: A Dictionary ofEconomics, M acm illan, L o n d res, 1987, p p . 861-869. ** C om o J u d ith B lau y A lb erto M o n ead a h a n se ñ alad o e n su b ie n a rg u m e n ta d o ensayo Justice in the United States: H um an Iiights and the US Constitution (R ow m an a n d L ittlefield, N ueva York, 2006), la D eclaració n d e In d e p e n d e n c ia e n 1776, co n su re ­ c o n o c im ie n to d e ciertos d e re c h o s básicos, «fue co m o u n g u ió n p a ra to d o lo q u e vino después: la in d e p e n d e n c ia , la re d a c c ió n d e la co n stitu ció n , el e stab lecim ien to d e la m a q u in a ria del g o biern o » .

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D E R E C H O S H U M A N O S E IM P E R A I IV O S G L O B A L E S

otras afirm aciones éticas que sus proponentes prom ueven, hav una presunción im plícita según la cual al hacer pronunciam ientos sobre derechos hum anos las afirm aciones éticas subyacentes sobrevivirán a u n escrutinio abierto e inform ado. Aquí es donde el entendim iento de la cuestión se relaciona con el ejercicio de «imparcialidad abier­ ta» que se discutió antes. En efecto, la invocación de un tal proceso interactivo de escrutinio crítico, abierto a argum entos procedentes de otros y sensible a la inform ación relevante que pueda conseguirse, es una característica central del m arco general de evaluación ética y política explorado aquí. En este enfoque, la viabilidad en el razona­ m iento im parcial es vista com o esencial para la vindicación de los derechos hum anos, incluso si tal razonam iento deja áreas considera­ bles de am bigüedad y disonancia*. La disciplina de escrutinio y viabi­ lidad tiene que ser aplicada al cam po específico de los derechos h u ­ manos, y volveré a este asunto hacia el final de este capítulo. Los pronunciam ientos éticos, con distinto contenido político, que pertenecen a u n a declaración de derechos hum anos pueden proceder de personas o de instituciones y pu ed en ser presentados com o com entarios individuales o com o p ro n u n ciam ien to s socia­ les. Tam bién pueden ser afirm ados de m odo p rom inente p o r grupos particulares de personas con el encargo de exam inar estas cuestio­ nes, com o los redactores de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos o de la Declaración de D erechos del H om bre de la Revolución francesa, o p o r el Comité de las Naciones Unidas que es­ cribió la Declaración Universal bajo la dirección de Eleanor Roose­ velt. Estas articulaciones de grupo pu ed en recibir tam bién una espe­ cie de ratificación institucional, com o sucedió p o r ejem plo en la votación de la nueva ONU en 1948. Pero lo que se articula o ratifica es u na afirm ación ética, no una proposición sobre lo que ya está le­ galm ente garantizado. En efecto, estas articulaciones públicas de los derechos hum anos a m enudo son invitaciones a iniciar u n a legislación nueva, en lugar de apoyarse en lo que ya está legalm ente establecido. Los redactores de la Declaración Universal en 1948 esperaban que el articulado re­ conocim iento de los derechos hum anos sirviera com o u n a suerte de

* La diso n an cia parcial n o resu lta em b arazo sa p a ra el e n fo q u e e m p le a d o e n este trab ajo p o r razo nes ya discutidas, p a rtic u la rm e n te e n la In tro d u c c ió n y el cap ítu lo 4. Será c o n sid e ra d a de m a n e ra ad icio n al e n el p ró x im o y u ltim o cap ítu lo .

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L a id e a

d e la ju s t ic ia

patrón para nuevas leyes que serían adoptadas para legalizar esos de­ rechos hum anos en todo el mundo*. El énfasis se puso en la nueva legislación y no sólo en u n a más hum ana interpretación de las pro­ tecciones legales existentes. Las proclam as éticas de derechos hum anos son com parables a los pronunciam ientos en, digamos, ética utilitarista, aun cuando el con­ tenido sustantivo de la articulación de los derechos hum anos es ente­ ram ente diferente de las tesis utilitaristas. Los utilitaristas quieren que las utilidades se consideren como las únicas cosas que im portan en últim a instancia y exigen que las políticas estén basadas en la suma total de las utilidades, en tanto que los abogados de los derechos h u ­ m anos quieren el reconocim iento de la im portancia de ciertas liber­ tades y la aceptación de ciertas obligaciones sociales para salvaguar­ darlas. Pero incluso si difieren en lo que es exigido exactam ente p o r la ética, su batalla se da en el mismo —y com partido— territorio ge­ neral de las creencias y los pronunciam ientos de carácter ético. Y éste es aquí el punto en cuestión al contestar la pregunta sobre qué son los derechos hum anos. E ntendida así, u n a afirm ación de un derecho hum ano (por ejem­ plo en la forma: «Esta libertad es im portante y tenem os que conside­ rar seriam ente qué debem os hacer para ayudam os los unos a los otros a realizarla») puede ser com parada, en efecto, con otras procla­ maciones éticas tales como «la felicidad es im portante» o «la autono­ m ía importa» o «las libertades personales tienen que ser preservadas». La pregunta «¿existen realm ente los derechos humanos?» es entonces com parable a «¿es la felicidad realm ente im portante?» o «¿importan realm ente la autonom ía o la libertad?»” . Estas son cuestiones éticas p o r supuesto discutibles, y la viabilidad de las reivindicaciones parti­ culares d epende del escrutinio de lo que se afirma (las disciplinas de investigación y evaluación de la \iabilidad son temas sobre los cuales * E le a n o r R oosevelt, en particular, ten ía tales expectativas c u a n d o se p u so al fre n te d e las jó v en es N aciones U n id as p a ra a d o p ta r la D eclaració n U niversal e n 1948. Esta e x tra o rd in a ria h isto ria d e u n p ro n u n c ia m ie n to global decisivo está b e lla m e n te n a rra d a p o r M ary A n n G le n d o n en su .4 World Made New: Eleanor Roosevelt and the Uni­ versal Declaratian o f H um an Righls, R an d o m H o u se, N ueva York, 2001. ** Sin em b arg o , al b u scar respuestas p a ra estas p re g u n ta s críticas n o te n e m o s q u e investigar la existencia d e algu n o s «objetos» éticos q u e son id en tificab les c o m o d e re ­ chos h u m an o s. Sobre la cu estió n g e n eral d e la evaluación ética, véase el c a p ítu lo 1. V éase tam b ién H ilary P u tn a m , Ethics without Ontology, H arv ard U niversity Press, C am ­ bridge, 2004.


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D e r e c h o s h u m a n o s y im p e ra tiv o s g lo b a le s

volveré)*. La «prueba de la existencia» que con frecuencia se exige a los activistas de los derechos hum anos es com parable a la dem anda de validación de afirmaciones éticas de otros tipos, desde el utilitaris­ ta hasta el rawlsiano o el nozickiano. Esta es u n a form a en la cual el tem a de los derechos hum anos se relaciona muy de cerca con el tema de este libro puesto que el escrutinio público es central al enfoque adoptado aquí.

É t ic a y ley

La analogía entre articulaciones de los derechos hum anos y pro­ nunciam ientos utilitaristas com o proposiciones éticas puede ayudar a afrontar parte de la confusión que ha plagado las discusiones so­ bre derechos hum anos d u ran te m ucho tiem po. Resulta fácil advertir la similitud básica entre estos dos enfoques como rutas alternativas —pero muy diferentes— hacia la ética social. Sin em bargo, Jerem y Bentham , el gran fu n d ad o r del utilitarismo m oderno, se las arregló para eludir por com pleto esta conexión en su clásico trabajo de de­ m olición de la Declaración francesa de D erechos del H om bre. En lugar de en ten d er la perspectiva de los derechos hum anos com o un enfoque ético (alternativo y competitivo con respecto a su propio enfoque utilitarista), B entham asumió que la com paración debía ha­ * La afirm ación d e la im p o rtan cia de u n «derecho» n o d eb e co n fu n d irse con la in terp re tació n qu e R onald D workin escoge, y T ilom as Scanlon respalda, según la cual u n d erech o , p o r definición, tien e q u e «triunfar» sobre cada a rg u m e n to c o n trario basa­ d o en «lo q u e sería b u e n o q u e sucediera». V éanse R onald D workin, Los derechos en serio, E ditorial Ariel, B arcelona, 2002, y T h o m as S canlon, «Rights an d Interests», en Kaushik Basu v Ravi K anpur (ed s.), Argumentsfcrr a Better World, O x fo rd U niversity Press, O xford, 2009, pp. 68-69. Yo sostendría q u e to m a r los d erech o s en serio re q u ie re d e nosotros q u e reconozcam os qu e sería m alo — algunas veces terrib le— qu e fu e ran violados. Esto no im plica q u e el reco n o cim ien to de u n a reivindicación com o u n d e re c h o re q u iere de nosotros q ue asum am os q u e siem p re prevalece sobre cu alq u ier o tro a rg u m e n to e n di­ rección co n traria (basado, p o r ejem plo, e n el b ien estar o e n u n a lib ertad n o in clu id a en ese d e re c h o ). Q uizá n o resulta so rp re n d e n te q u e los o p o n en tes d e la idea d e d e re ­ chos h u m an o s en ocasiones les atribuyen p reten sio n e s absolutas y en to n ce s los rech a­ zan d eb id o a q ue tales p reten sio n es n o son plausibles. Mary W ollstonecraft y T hom as P aine n o atrib u ían p reten sio n e s incon d icio n ales o absolutas a los d e rech o s de los seres h u m a n o s, n i lo h a c e n hoy casi to d o s los q u e se p u e d e n c o n sid e ra r c o m o activistas d e los d e re c h o s h u m a n o s. Ellos in sisten , sin e m b a rg o , e n q u e los d e re c h o s h u m a ­ nos d e b en tom arse en serio e incluirse e n tre los d e te rm in a n tes m ás p o d ero so s d e la acción, en lu g ar de ser ig norados o fácilm ente relegados.

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L a ID E A D E LA J U S T IC IA

cerse entre el estatuto legal respectivo de (1) las declaraciones de de­ rechos hum anos y (2) los derechos realm ente objeto de la legisla­ ción. No debería sorprendernos que B entham encontrase que las prim eras carecían de la entidad ju ríd ica que los segundos obviamen­ te tenían. P oderosam ente arm ado con la p reg u n ta equivocada y la com ­ paración equivocada, B entham rep u d ió los derechos hum anos con adm irable p ro n titu d y pasm osa sim plicidad: «El derecho, el dere­ cho sustantivo, es el hijo de la ley; de leyes reales p ro ced en derechos reales; p ero de leyes imaginarías, de leves naturales, sólo p u ed en p ro ced e r derechos imaginarios»''. Es fácil ver que el rechazo de la idea de derechos naturales del h o m b re p o r parte de B entham d e­ p e n d e p o r en tero de la retórica del uso privilegiado del térm ino «derecho». Bentham sim plem ente postulaba que para que una reivindica­ ción contara como un derecho, debía tener fuerza legal, y cualquier otro uso del térm ino «derecho» —no im porta cuán com ún— es erró­ neo. Sin em bargo, en la m edida en que los derechos hum anos se su­ p o n en ser reivindicaciones éticas significativas, el hecho de que no tengan necesariam ente fuerza legal resulta tan obvio com o irrelevan­ te para la naturaleza de tales proposiciones4. La com paración apro­ piada es, de seguro, entre una ética basada en la utilidad (defendida por B entham ), que ve im portancia ética fundam ental en las utilida­ des pero no en las libertades, y una ética basada en los derechos hu­ manos, que da cabida a la im portancia básica de los derechos como libertades y obligaciones correlativas (defendidas p o r los abogados de los derechos del hombre)*. Del mism o m odo que el razonam iento ético utilitarista insiste en que las utilidades de las personas relevantes han de ser tenidas en cuenta para decidir lo que se debe hacer, el enfoque de los derechos hum anos exige que los derechos reconocidos de todos, bajo la forma de libertades y obligaciones correlativas, tengan que recibir reconoci-

* La im p o rtan c ia de las libertades v los d erech o s p u e d e ser co m b in ad a, p o r su­ puesto, co n la relevancia d el bienestar, com o se \io en el capítulo 13. Sin em b arg o , al in c o rp o ra r las prio rid ad es d e la u tilidad y la libertad en el razo n am ien to ético, surgen algunos problem as de consistencia q u e tien en que ser tratados d e m a n e ra específica. Esta cuestión fue exam in ad a en el capítu lo 14. V éanse mi Elección colectiva y bienestar so­ cial, capítulo 6, y K otaro Suzum ura, «Welfare, Rights an d Social C hoice Procedures», Analyse cfK ritik, núm . 18, 1996.

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D erechos

h u m a n o s e i m p e r a t i v o s g l o b a i .e s

m iento ético. La com paración relevante radica en este im portante contraste y no en la diferencia entre la fuerza legal de los derechos lega­ lizados (para los cuales la expresión «hijo de la ley» es una descripción apropiada) y la obvia ausencia de cualquier entidad jurídica generada por el reconocimiento ético de derechos sin ninguna legislación o rein­ terpretación legal. En efecto, mientras Bentham, el obsesivo destruc­ tor de lo que veía como pretensiones legales, estaba muy ocupado re­ dactando su repudio de los derechos del hom bre en 1791 y 1792, el alcance y el ámbito de la com prensión ética de los derechos, basada en el valor de la libertad hum ana, estaban siendo vigorosamente explora­ dos p o rT hom as Paine en RightsofM an( 1791-1792) y p o r Mary Wollstonecraft en A Vindication of the Rights of Men (1790) y A Vindication of the Rights ofWoman (1792) '’. U na com prensión ética de los derechos hum anos resulta clara­ m ente contraria a la idea de considerarlos com o exigencias legales o, al decir de Bentham , com o pretensiones legales. Los derechos éticos y los derechos legales tienen, p o r supuesto, conexiones motivacionales. Existe, en efecto, un enfoque diferente que tam bién tiene orien­ tación legal y evita la m ala interpretación de Bentham , y que ve el re­ conocim iento de los derechos hum anos com o proposiciones morales que pueden servir de bases para la legislación. En «Are T here Any N atural Rights?», un ensayo justam ente famoso publicado en 1955, H erb ert H art ha sostenido que la gente «habla de sus derechos m o­ rales principalm ente para abogar p o r su incorporación en u n siste­ m a legal»*’. Agrega que el concepto de derecho «pertenece a esa ram a de la m oralidad que está específicam ente interesada en determ inar cuándo la libertad de u n a persona p u ed e ser lim itada p o r la de otra y establecer así qué acciones pu ed en estar sujetas, de m anera apropia­ da, a reglas legales coercitivas». M ientras Bentham veía los derechos com o hijos de la ley, H art los ve com o padres de la ley: ellos motivan legislaciones específicas*. H art tiene razón: no hay duda de que la idea de derechos morales puede servir, y ha servido en la práctica, como base de nueva legisla­ ción. H a sido utilizada de esta form a con frecuencia, y éste es un im-

* Joseph Raz h a d e sarro lla d o esta perspectiva d e los d e re c h o s h u m a n o s com o bases m orales d e iniciativas legales. Véase su critico p e ro constructivo ensayo «H u­ m an R ights W ith o u t F o u n d atio n s» , en S a m an th a Besson y Jo h n Tasioulas (eds.), The Philosophy of International Law, O x fo rd U niversity Press, O x fo rd , 2009.

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I- A I D E A D E L A J U S T I C I A

portante em pleo de las afirmaciones sobre derechos humanos*. Sea que se em plee el lenguaje de los derechos hum anos o no, las afirma­ ciones de que ciertas libertades deben ser respetadas y, si es posible, garantizadas han sido la base de vigorosa y efectiva agitación política en el pasado, com o el movimiento sufragista que exigía derechos electorales para las mujeres, al final con éxito. Inspirar nuevas leyes constituye ciertam ente una m anera en que la fuerza ética de los dere­ chos hum anos ha sido desplegada en form a constructiva, y la cualifi­ cada defensa p or parte de H art de la idea de derechos hum anos y de su utilidad en este contexto específico ha sido a la vez esclarecedora e influyente**. Muchas leyes reales han sido adoptadas p o r Estados indi­ viduales o por asociaciones de Estados, lo cual le ha dado fuerza legal a ciertos derechos considerados como derechos hum anos fundam en­ tales: por,ejem plo, la Corte Europea de Derechos Humanos, estable­ cida en 1950 por la Convención de Roma, puede conocer casos de violación de los derechos hum anos, incoados p o r individuos de los Estados signatarios. Esto ha sido com plem entado en G ran Bretaña p o r la Ley de D erechos H um anos de 1998, que incorpora la mayoría de las disposiciones de la Convención Europea al derecho interno y reconoce la autoridad de la Corte Europea para garantizar la «justa satisfacción» de tales norm as en los juicios domésticos. La «ruta legis­ lativa» ha tenido efectivamente m ucha aplicación práctica.

MÁS A L L Á D E LA R U T A L EG ISL A T IV A

Podem os preguntar, em pero, si esto es todo en cuanto concierne a los derechos hum anos. Im porta, en efecto, ver que la idea de dere­ chos hum anos puede ser y es usada tam bién para cosas distintas de la producción legislativa. Adm itir que el reconocim iento de los dere­ chos hum anos puede inspirar nueva legislación orientada a tales de­

* Ésa es p recisam e n te la fo rm a e n q u e el d iag n ó stico d e los d e re c h o s in a lie n a ­ bles fu e invocado e n la D eclaració n d e In d e p e n d e n c ia d e E stados U n id o s y reflejad o e n la su b sig u ien te legislación, u n a ru ta m uy trillad a e n la h isto ria legislativa d e m u ­ chos países del m u n d o . ** Sobre la en o rm e influencia de T h o m as Paine en el su rg im ien to d e u n a política p ú blica de lucha co n tra la p o b reza p o r p arte del g o b iern o d e Estados U nidos, véase G areth S tedm an Jones, A n E n d toPoverty, C olum bia U niversity Press, N ueva York, 2005. V éase tam b ién J u d ith Blau y A lberto M oneada, Justice in the United States (2006).

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D erechos

h u m a n o s e im p e r a t iv o s g l o b a l e s

rechos no es lo mismo que considerar que la relevancia de los derechos hum anos radica exclusivamente en d eterm in a r lo que p u ed e estar sujeto, «de m anera apropiada, a reglas legales coercitivas», y resulta­ ría confuso en grado sumo derivar de ahí la definición de derechos hum anos. En efecto, si los derechos hum anos son vistos com o pode­ rosas reivindicaciones morales, com o H art mismo sugiere al consi­ derarlos com o «derechos morales», entonces de seguro tenem os razón para alguna liberalidad en plan tear diferentes vías para la pro­ m oción de dichas afirm aciones morales. Los medios y m étodos de im pulsar la ética de los derechos hum anos no tienen que confinarse tan sólo a la elaboración de nuevas leyes (aun cuando a veces la legis­ lación viene a ser la m anera correcta de p roceder). Por ejemplo, la vigilancia social y el activismo de organizaciones com o H um an Rights Watch, Amnistía Internacional, OXFAM, Médicos sin Fronteras, Save the Children, la Cruz Roja y Action Aid (para considerar m uchos ti­ pos diferentes de ONG) puede ayudar a am pliar el alcance efectivo de los derechos hum anos reconocidos. En m uchos contextos, la le­ gislación puede no estar im plicada en absoluto. Existe u na interesante cuestión sobre el dom inio apropiado de la ruta legislativa. En ocasiones se presum e que si un derecho hum ano no legalizado es im portante, entonces sería m ejor tratar de ‘legislar para hacer de él un derecho legal específico. Esto puede ser, sin em­ bargo, un error. R econocer y defender, p o r ejemplo, el derecho de la esposa a tener voz en las decisiones familiares, frecuentem ente den e­ gado en sociedades sexistas, puede ser muy im portante. Y sin em bar­ go, los defensores de este derecho, quienes enfatizan de m anera co­ rrecta su am plia relevancia política y m oral, posiblem ente podrían coincidir en que no resulta sensato convertirlo, de acuerdo con la expresión de Hart, en una regla legal coercitiva (quizá con el resulta­ do de que el esposo podría ser puesto bajo custodia si no consulta a su esposa). Los cambios necesarios tendrían que acom eterse por otras vías, incluidas la denuncia y la crítica en los medios, la agitación y los debates públicos*. A causa de la im portancia de la com unica­ ción, la abogacía pública, la denuncia y la discusión pública inform a­ da, los derechos hum anos p u ed en ten er influencia sin d ep en d er ne­ cesariam ente de legislación coercitiva. * Este reco n o c im ie n to n o co n stitu iría so rp resa alg u n a p ara M ar) W ollstonecraft, q u ien discutió u n a variedad de form as p a ra p ro m o v er los d e re ch o s d e las m ujeres.


La

i d i .a d f . i .a j u s t i c i a

De igual m odo, la im portancia ética de la libertad de un tartam u­ do a no ser m enospreciado o ridiculizado en público puede ser muy im portante y m erecer protección, pero no es probable que sea un buen tem a para que la legislación punitiva (con multas o encarcela­ m iento para los desaprensivos) suprim a la violación de la libertad de expresión de la persona afectada. La protección de ese derecho h u ­ m ano tendría que procurarse de otra m anera, p o r ejem plo a través de la influencia de la educación y la discusión pública sobre la civili­ dad y la conducta social*. I.a efectividad de la perspectiva de los d ere­ chos hum anos no reside en verlos de m anera invariable com o pro­ puestas putativas de legislación. En el enfoque planteado aquí, los derechos hum anos son reivin­ dicaciones éticas constitutivam ente vinculadas a la im portancia de la libertad hum ana, y la fuerza de un argum ento sobre u n a reivindica­ ción particular que puede ser considerada com o un derecho hum a­ no tiene que ser evaluada a través del escrutinio del razonam iento público, que implica la im parcialidad abierta. Los derechos hum a­ nos pueden servir com o motivación de muchas actividades, desde la legislación y la aplicación de la ley hasta la acción ciudadana y la agi­ tación pública frente a las violaciones de los derechos**. Las diferen­ tes actividades p u ed en contribuir, conjunta o separadam ente, a im­ pulsar la realización de im portantes libertades hum anas. Im porta quizá enfatizar que, adem ás de la legislación, hay varias form as de proteger y prom over los derechos hum anos, y estas diferentes rutas gozan de m ucha complementariedacl. Por ejem plo, la vigilancia y la presión públicas p u ed en ser muy eficaces para la aplicación de las nuevas leyes sobre derechos. La ética de los derechos hum anos pue­ de ser más efectiva a través de una variedad de instrum entos interre-

* V éase la lum in o sa reflexión d e D rucilla C o rn ell sobre el vasto alcan ce d e la ci­ vilidad y los valores afines en Defendingldeah. R ou tled g e, N ueva York, 2004. ** Tras la D eclaración Universal de los D erechos H u m an o s en 1948, h a h a b id o m u ­ chas otras declaraciones, con frecu en cia prom ovidas p o r las N aciones U nidas, desde la C onvención co n tra el G enocidio de 1948, p asan d o p o r los Pactos In tern acio n ales de D erechos Civiles y Políticos, v D erechos E conóm icos, Sociales y C ulturales d e 1996, hasta la D eclaración sobre el D erech o al D esarrollo de 1986. El e n fo q u e está m otivado p o r la id ea de qu e la fuerza ética de los d erech o s h u m an o s se in c re m e n ta en la práctica a través de su reco n o cim ien to social, a u n c u a n d o n o esté prevista su aplicación coerci­ tiva. Sobre estas cuestiones, véanse tam b ién A rjun S engupta, «Realizing th e Right to D evelopm ent», Dmelopment and Change, n ú m . 31, 2000, y «The H u m a n R ight to Developm ent», Oxford Development Studies, n ú m . 32, 2004.

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D E R E C H O S H U M A N O S E IM P E R A T IV O S G L O B A L E S

lacionados y u na versatilidad de medios y métodos. Ésta es u n a de las razones p o r las cuales resulta im portante reconocer el estatuto ético general de los derechos hum anos, en lugar de encerrar la idea de derechos hum anos de m anera prem atura en el estrecho reducto de la legislación, real o ideal.

Los D E R E C H O S C O M O L IB E R T A D E S Puesto que las declaraciones de derechos hum anos son, como he sostenido, afirmaciones éticas de la necesidad de prestar debida aten­ ción a la significación de la libertad incorporada en la form ulación de los derechos, un adecuado punto de partida para investigar la rele­ vancia de los derechos hum anos ha de ser la im portancia de las liber­ tades subyacentes en tales derechos. La im portancia de las libertades ofrece u na razón fundacional no sólo para afirm ar nuestros propios derechos y libertades, sino tam bién para interesarnos p o r las liberta­ des y los derechos de los otros, e ir m ucho más allá de los placeres y la satisfacción de los deseos en que se concentran los utilitaristas*. El fundam ento de Bentham para escoger la utilidad como la base de la evaluación ética, que era más declarativo que justificativo, tiene que ser contrastado y com parativam ente evaluado con las razones para concentrarse en las libertades7. Para que u na libertad sea incluida com o parte de un derecho hu­ m ano, tiene que ser lo suficientem ente im portante com o para ofre­ cer razones para que los otros le presten seria atención. Debe haber algunas «condiciones de umbral» de relevancia, incluida la im por­ tancia de la libertad y la posibilidad de influir en su realización, para que figure de m odo plausible den tro del espectro de los derechos hum anos. En la m edida en que se necesite u n acuerdo para el marco social de los derechos hum anos, el acuerdo consistiría no sólo en si una libertad particular de u n a persona particular tiene alguna im­ portancia ética, sino también en si la relevancia de esa libertad cumple la «condición de umbral» de ten er suficiente im portancia social para ser incluida com o parte de los derechos hum anos de esa persona, y de m odo correlativo generar obligaciones para que otros vean cómo

* El c o n tra s te fu e e x a m in a d o e n el c a p ítu lo 13.

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L a ID E A D E L A J U S T I C I A

p u eden ayudar a la persona a realizar esas libertades, un tem a que se discutirá enseguida. La «condición de umbral» puede evitar, p o r u n a variedad de razo­ nes, que ciertas libertades particulares sean la m ateria de los d ere­ chos hum anos. Como ilustración, no es difícil argum entar que debe darse considerable im portancia a las cinco libertades siguientes de u n a persona que llam arem os Rehana: (1) la libertad de R ehana a no ser asaltada; (2) su libertad a ten er garantizada la atención m édica básica para cualquier problem a serio de salud; (3) su libertad de no recibir llamadas frecuentes y a horas inade­ cuadas p o r sus vecinos, a quienes ella detesta; (4) su libertad para ten er tranquilidad, que es im portante para su buena vida, y (5) su «libertad frente al miedo» de algún tipo de acción perjudi­ cial por parte de otros (que va más allá de la libertad respecto de la acción perjudicial m ism a). Aun cuando las cinco libertades p u ed en ser im portantes de u n a u otra forma, resulta plausible afirm ar que la prim era (la libertad de no ser asaltada) constituye m ateria adecuada p ara u n derecho h u ­ m ano, al igual que la segunda (la libertad de recibir atención m édica prim aria), pero la tercera (la libertad de no ser llam ada con demasia­ da frecuencia y de m anera m olesta p o r vecinos a los que no aprecia) no es, en general, razón suficiente para cruzar el um bral de relevan­ cia social que la cualifique com o derecho hum ano. En contraste, la cuarta (la libertad de ten er tran q u ilid ad ), aunque es posible que sea muy im portante para Rehana, puede ser muy intimista e inaprensi­ ble para las políticas sociales com o para ser m ateria de un derecho hum ano. La exclusión del derecho a la tranquilidad se refiere más al contenido de esa libertad y a la dificultad de influir en ella a través de la asistencia social, y no a la presunción de que no es realm ente im­ portante para Rehana. La quinta alternativa, que tiene que ver con el m iedo a la acción negativa de otros, no puede ser juzgada de m anera sensata sin exami­ n ar el fundam ento de ese m iedo, ni la form a en que puede ser supe­ rado. Algunos miedos p u ed en ser, p o r supuesto, enteram ente con­ vincentes, tal com o el m iedo ala finitud de la vida com o predicam ento

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D e r e c h o s h u m a n o s e im p e r a t iv o s

globales

hum ano. O tros p u ed en ser muy difíciles de justificar de m anera ra­ cional, y com o alegan R obert G oodin y Frank Jackson en su im por­ tante ensayo «Freedom from Fear», antes de d eterm in ar si debem os «tem er racionalm ente» algo, tenem os que «cerciorarnos de la pro­ babilidad de esa posibilidad, que bien puede resultar muy rem ota»'. G oodin yjackson concluyen con razón que «la libertad frente al mie­ do», entendida com o la libertad frente a influencias indebidas que nos atem orizan de m anera irracional, «es u n fin social genuinam en­ te im portante pero genuinam ente elusivo»8. Y sin em bargo, la liber­ tad frente al m iedo puede ser algo que u n a persona tenga razón para desear y que otros — o la sociedad— tengan razón para tratar de res­ paldar, sea o no racional ese miedo. Los ataques de pánico de las personas m entalm ente discapacitadas ciertam ente exigen atención p o r razones médicas, y existe un argum ento plausible en favor de las facilidades médicas en estos casos, desde la perspectiva de los dere­ chos hum anos: la irracionalidad de dicho m iedo no tiene que ex­ cluirlo de consideración en la perspectiva de los derechos pues el m iedo y el sufrim iento son genuinos y pu ed en no ser superables por los solitarios esfuerzos de los enfermos. Puede h aber incluso un argum ento razonable p ara colocar la eli­ m inación del m iedo al terrorism o en tre las preocupaciones relativas a los derechos hum anos, aun si los miedos son más fuertes que lo que justificarían las estadísticas sobre probabilidades. Hay algo p reo ­ cupante en un clima generalizado de temor, incluso si el m iedo a la violencia terrorista puede ser exagerado después de lo que sucedió en Nueva York en septiem bre de 2001, en Londres en ju lio de 2005 o en Bombay en noviem bre de 2008 *. Lo que tiene sentido desde la

* G o o d in y ja c k s o n citan la « d o c trin a d e l u n o p o r ciento» d e l ex v ic ep resid en te D ick C h en ey e n este c o n tex to : «Si h u b ie re u n u n o p o r c ie n to d e p ro b a b ilid a d de q u e los terro rista s te n g a n u n a rm a d e d estru c c ió n m asiva, y h a h a b id o u n a p e q u e ñ a p ro b a b ilid a d d e tal o c u rre n c ia d u ra n te a lg ú n tiem p o , E stados U n id o s tie n e q u e ac­ tu a r a h o ra co m o si fu e ra cierto» (R o b ert E. G o o d in y F ra n k Jackson, « F reedom fro m Fear», Philosophy and Public Affairs, n ú m . 35, 2007, p. 249). V éase ta m b ié n R on Suskind, The One Percent Doctrine: Deep InsideAm erica’s P ursuit o f its Enemies Since 9/11, S im ón & S chuster, N ueva York, 2006. ** El p ro b le m a co n la d o c trin a del u n o p o r c ien to d e C h en ey n o rad ica e n la irra­ c io n alid ad de te m e r algo te rrib le q u e tie n e ta n sólo u n u n o p o r c ie n to d e p ro b a b ili­ d ad, sino e n tra ta rlo «com o si fu e ra cierto», lo cual es c la ra m e n te irracio n al y n o c o n d u c e a u n a b u e n a d ecisión so b re lo q u e se d e b e hacer, e n especial p o r p arte del E stado.

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L a id k a

d e i .a j u s t i c i a

perspectiva de los derechos hum anos en el quinto caso está abierto al escrutinio y a la evaluación, y m ucho d ep en d ería de la caracteriza­ ción de las necesarias contingencias, en particular si la sociedad o el Estado p ueden ayudar a elim inar estos m iedos en una form a en que el individuo p o r separado no p u ed e hacerlo, no im porta cuán racio­ nal trate de ser . O bviam ente, podem os deb atir sobre cóm o debe determ inarse el um bral de relevancia y si una libertad particular lo cruza o no. El análisis de los umbrales, en relación con la seriedad y la relevancia social de las libertades particulares, tiene un lugar significativo en la evaluación de los derechos hum anos. En los pronunciam ientos so­ bre derechos hum anos siem pre existe la posibilidad del desacuerdo, y el exam en crítico es parte de lo que puede llamarse la disciplina de los derechos hum anos. En efecto, incluso la viabilidad de las reivindi­ caciones sobre derechos hum anos, que se discuten aquí, está estre­ cham ente vinculada al escrutinio imparcial.

L O S A S P E C T O S DE O P O R T U N ID A D Y D E P R O C E S O D E LA L IB E R T A D

Paso ahora a una distinción diferente en la idea de la libertad que puede ser de relevancia para la teoría de los derechos hum anos. He discutido antes, en el capítulo 11, la im portancia de la distinción en­ tre el «aspecto de oportunidad» y el «aspecto de proceso» de la liber­ tad, y he subrayado las complejas cuestiones implicadas en la evalua­ ción de cada aspecto9. U na variación del ejem plo planteado en el * I,a posibilidad de q u e la libertad d e u n a p erso n a sufra la in terfe re n c ia del Estado p lan tea u n a cuestión d ife re n te desde la perspectiva «republicana» de la lib ertad d e fen ­ d id a p o r Philip Pettil (Republicanismo) v es nuiv sim ilar a la visión «neo rro m an a» de Q u en tin S kinner (lib n iy befare liberalism, C am bridge LTniversity Press, C am bridge, 1998). Esta m an era de ver el co n te n id o de la lib ertad 110 gira en to rn o a la alta p ro b ab i­ lidad d e la interv en ció n estatal, sino a la m e ra posibilidad d e tal in terfe ren cia, q u e hace q u e las libertades d e los individuos d e p e n d a n de las voluntades d e otros. Me he resistido a acep tar el a rg u m e n to según el cual éste es el c o n te n id o prin cipal d e la liber­ tad, si bien h e ab ogado p o r d arle cabida d e n tro del am plio esp ectro d e d iferen tes as­ pectos cié la lib ertad (véase el capítulo 14), C om o tam b ién se vio atrás, cu alq u ier res­ p aldo qu e T ilom as H o b bes le h u b iera p o d id o d a r a la perspectiva rep u b lican a desap areció en sus escritos tardíos, e n la evolución de su teo ría de la libertad. V éanse Q. Skinner, Hobbes and republican liberty, C am bridge University Press, C am bridge, 2008; R ichard Tuck, Hobbes, O x fo rd University Press, O xford, 1989, y R. Tuck y M. Silv e rth o rn e (eds.), Hobbes: On the citizen, C am bridge U niversity Press, C am bridge, 1998.

402


D erechos hum anos

e im p e r a t iv o s c l ó r a l e s

capítulo 1110 puede servir para destacar la relevancia separada (aun­ que no necesariam ente independiente) de las oportunidades sustan­ tivas y los procesos reales que están envueltos en la libertad de una persona. Considerem os a una persona joven, que llamaremos Sula, quien decide que le gustaría salir a bailar con un amigo p o r la tarde. Para tener en cuenta algunas consideraciones que no son esenciales para las cuestiones planteadas aquí (pero que podrían hacer la discu­ sión innecesariam ente com pleja), se supone que no hay riesgos de seguridad en salir a bailar, y que Sula ha reflexionado sobre su deci­ sión y considera que salir sería sensato (en efecto, tal com o ella lo ve, sería «ideal»). A hora considerem os la am enaza de una violación de esa libertad si los guardianes de una sociedad autoritaria deciden que Sula no debe salir a bailar («es lo más indecente») y la forzaran, en una u otra forma, a p erm anecer en su casa. Para advertir que hay dos cuestiones distintas implicadas en esta violación, considerem os un caso alterna­ tivo en el cual los funcionarios autoritarios deciden que Sula tiene que salir («usted queda expulsada esta noche, m anténgase lejos de nosotros esta noche, tenem os que recibir a unos invitados que se m o­ lestarían con su com portam iento y su apariencia extravagantes»). En este caso hay una clara violación de la libertad, pero Sula es obligada a hacer algo que ella habría escogido hacer de todos modos (ella tie­ ne que salir a bailar), y así se ve con facilidad si com param os las dos alternativas: «salir p o r decisión libre» o «salir p o r la fuerza». Esta últi­ ma implica u na violación inm ediata del «aspecto de proceso» de la libertad de Sula puesto que se le im pone u n a acción, aun cuando es una acción que ella habría elegido librem ente («imagínense pasar el tiem po con esos huéspedes pom posos en lugar de bailar con Bob»). El aspecto de oportunidad tam bién se ve afectado, si bien de m anera indirecta, puesto que una plausible relación de oportunidades pue­ de incluir opciones y Sula puede inter alia incluir la valoración de la libre elección (un tem a que se trató en el capítulo 11). Sin em bargo, la violación del aspecto de oportunidad sería más sustancial y manifiesta si Sula no fuera sólo forzada a hacer algo esco­ gido p o r otro, sino tam bién forzada a hacer algo que de otra m anera no escogería. La com paración entre «ser forzada a salir» cuando ella habría elegido salir de todas m aneras y «ser forzada a p erm an ecer en casa» con unos huéspedes aburridos pone de relieve este contras­ te, que radica en el aspecto de o portunidad más que en el aspecto de

403


La i d e a d f. i.a j u s t i c i a

proceso. Al ser forzada a p erm anecer en casa para escuchar a unos banqueros que pontifican, Sula pierde su libertad de dos formas dis­ tintas, relacionadas respectivam ente con ser forzada a hacer algo sin libertad de elección y ser forzada en particular a hacer algo que ella no habría escogido. Tanto los procesos cuanto las oportunidades p u ed en figurar en los derechos hum anos. Para el aspecto de oportu n id ad de la liber­ tad, la idea de «capacidad» — la o p ortunidad real de lograr activida­ des valiosas— sería una buena m anera de form alizar las libertades, pero cuestiones relacionadas con el aspecto de proceso de la libertad exigen que vayamos más allá de la visión de las libertades com o capa­ cidades. U na denegación del «debido proceso» al ser encarcelado sin u n proceso legal puede ser m ateria de los derechos hum anos, con independencia de si cabría esperar que el desenlace de un juicio justo fuera diferente o no.

O b l ig a c io n e s p e r f e c t a s e im p e r f e c t a s

En el enfoque general esbozado aquí, la significación de los d ere­ chos se refiere en últim a instancia a la im portancia de la libertad, in­ cluidos sus aspectos de oportunidad y de proceso. ¿Y qué decir de los deberes de otros que pu ed en estar relacionados con estos derechos? Podemos, u na vez más, proceder a partir de la im portancia de las li­ bertades, pero ahora para buscar las conexiones consecuenciales que u n en las libertades a las obligaciones. Si las libertades se conside­ ran im portantes (en consonancia con lo expuesto en los capítulos precedentes), las personas tienen razón para preg u n tar qué deben hacer para ayudarse unas a otras en la protección y prom oción de sus respectivas libertades. Puesto que la violación — o la no realización— de las libertades subyacentes a los derechos significativos es una cosa m ala que sucede (o una mala realización social), incluso quienes no provocan la violación, pero que están en condiciones de ayudar, tie­ n en razón para considerar qué deberían hacer en este caso". Sin em bargo, el movimiento desde u n a razón para la acción (para ayudar a otra p erso n a), que es suficientem ente directo en un sistema ético sensible a las consecuencias, hasta un deber de acom eter esa ac­ ción no es simple, ni está recogido de m anera sensata en u n a sola fórmula. Aquí caben posibles variaciones del razonam iento, incluida

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D e r e c h o s h u m a n o s e i m p e r a t i v o s g i .o r a i .e s

la evaluación de cóm o y con qué fuerza u n a persona tiene que adop­ tar u n a razón para la acción com o base de u n posible deber. A pro p ó ­ sito de esta cuestión, se plantea el tem a de la simpatía, que hace que las preocupaciones de otras personas —y la libertad para atenderlas— se conviertan en com prom isos propios. El alcance y la fuerza de la sim patía tienen que ser parte del fundam ento conceptual de los de­ rechos hum anos. Sin em bargo, la sim patía com o form a de sentir el dolor de las otras personas no es realm ente esencial para ser capaz de hallar razones para ayudar a u n a persona en p en a (o en sufri­ m iento p o r cualquier otra adversidad o carencia) *. La obligación básica general tiene que ser aquí la de considerar seriam ente lo que u n o debe hacer de m anera razonable para ayudar a la realización de la libertad de otra persona, y tom ar atenta nota de su im portancia y su influenciabilidad, así como de las propias circuns­ tancias y la eventual efectividad. Hay aquí, desde luego, am bigüeda­ des y m argen para la discrepancia, pero considerar en serio este argu­ m ento implica u n a diferencia sustancial en la determ inación de lo que se debe hacer para reconocer una obligación. La necesidad de for­ m ular esa pregunta (en lugar de proceder a la posiblem ente cóm oda presunción de que no nos debem os nada los unos a los otros) puede ser el comienzo de u n a perspectiva más com prehensiva de razona­ m iento ético, y el territorio de los derechos hum anos se enm arca en este horizonte. El razonam iento no puede, sin em bargo, term inar aquí. Dadas las limitadas habilidades de cualquier persona, y las prio­ ridades entre diferentes tipos de obligaciones, así com o las exigencias de otras preocupaciones no deontológicas que uno pueda razonable­ m ente tener, hay que acom eter un serio razonam iento práctico, en el cual las distintas obligaciones propias (incluidas las obligaciones im­ perfectas) tienen que figurar, directa o indirectamente**.

* La d istin ció n d e A dam S m ith e n tre ay u d ar a o tro s p o r «sim patía» y ayudarlos p o r «generosidad» o «espíritu público» es relev an te a q u í (Teoría de los sentimientos mo­ rales). Sobre la d istinció n, véase el cap ítu lo 8. ** La im p o rtan cia d e las obligaciones relacionadas con el p o d e r y la efectividad de cada u n o fu ero n discutidas en los capítulos 9 y 13. Esto nos lleva más allá de las obliga­ ciones relacionadas con con trato s sociales im aginarios, q u e se co nsid eran confinados a la co m u n id ad o al E stado d e cada p u eb lo , en lu g ar d e aplicarse a otros fu era d e estas fronteras. Sobre el tem a g e n eral d e la inclusión global, sin ig n o ra r a los extran jeros o, alternativam ente, sin te n e r q u e o p ta r p o r u n a fó rm u la m ecánica de lo q u e d e b e hacer­ se p o r los extranjeros, véase la esclareced o ra reflexión d e Kwame A n thony A ppiah en Cosmopolitismo: ética en un mundo de extraños, Katz E ditores, M adrid, 2007, capítulo 10.


I -A I D E A D E E A J U S T I C L Y

El reconocim iento de los derechos hum anos no es u n a insistencia que cada uno enarbole para ayudar a evitar cualquier violación de cualquier derecho, no im porta dónde suceda. Se trata más bien de un reconocim iento de que si uno está en condiciones de hacer algo efec­ tivo para evitar la violación de tal derecho, entonces tiene una b u en a razón para hacer justam ente eso, u n a razón que ha de ser tenida en cuenta para decidir lo que se debe hacer. Es posible que otras obliga­ ciones o preocupaciones no obligatorias puedan abrum ar la razón para la acción en cuestión, pero la razón no es sim plem ente excluida p or «no ser de su incumbencia». Hay aquí una exigencia ética univer­ sal, pero tal exigencia no identifica de m anera autom ática las accio­ nes como si estuvieran libres de condicionam ientos. La escogencia de acciones relacionadas con estas conexiones tie­ ne que perm itir variaciones considerables, según la elección de prio­ ridades y valores, así com o de marcos de evaluación. Puede hab er tam bién alguna diversidad en la form a en que se adelanta el análisis causal, particularm ente cuando se trata de acciones que tienen que ser acom etidas p o r otras personas en condiciones de ayudar o hacer daño. Puede haber, p o r tanto, m ucha variación y posiblem ente in­ cluso cierta am bigüedad en la determ inación de los deberes. Sin em ­ bargo, la presencia de am bigüedad en una idea no constituye razón para rechazar su coherencia. La am bigüedad en la aplicación de un concepto de por sí significativo es una razón para incorporar apertura y elasticidad en su com prensión (como he argum entado en Inequality lieexamined, 1992)*. En efecto, las obligaciones indeterm inadas no son p o r ello menos obligaciones. Pertenecen a una im portante categoría de deberes que Kant llamaba «obligaciones imperfectas» y que pueden coexistir con otros imperativos m ejor definidos, como las «obligaciones perfec­ tas» l2. U n ejemplo puede ayudar a ilustrar la distinción entre (al igual que la presencia dual de) diferentes clases de obligaciones. Conside­ rem os u n caso de la vida real que ocurrió en Q ueens, Nueva York, en 1964: una m ujer llamada Catherine (Kitty) Genovese fue repetida y fatalm ente atacada a la vista de sus vecinos, pero sus gritos de auxilio

* V éase m i Inequality Reexamined, C la re n d o n Press, O x fo rd , 1992, p p . 46-49 y 131-135 [Nuevo examen de la desigualdad, A lianza E ditorial, M adrid, 2004]. Esta cues­ tió n tam b ién se a b o rd a e n m i «M axim ization a n d th e A ct o f C hoice», Eeonometrica, n ú m e ro 65, 1997.

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D erechos

h u m a n o s f. i m p e r a t i v o s g l o b a l e s

fueron ignorados p o r los testigos'. Resulta plausible alegar que suce­ dieron tres cosas, distintas pero interrelacionadas: (1) la libertad de la mujer a. no ser asaltada fue violada (ésta es, por supuesto, la cuestión prim aria a q u í); (2) el deber del agresor de no atacar y no asesinar fue violado (una infracción de un a «obligación perfecta»), y (3) el deber de los otros de sum inistrar ayuda razonable a u n a perso­ na am enazada de m uerte tam bién fue violado (una transgresión de u na «obligación im perfecta»). Estas fallas están interrelacionadas y p o n en de m anifiesto u n com­ plejo patrón de correspondencias entre derechos y deberes en una ética estructurada, que puede contribuir a explicar el m arco evaluativo de los derechos humanos*4. La perspectiva de los derechos hum a­ nos exige com prom iso con estas diversas preocupaciones***. La presunta precisión de los derechos legales contrasta con fre­ cuencia con ineludibles am bigüedades en las afirm aciones éticas de los derechos hum anos. Este contraste, sin em bargo, no constituye una gran turbación para las reivindicaciones éticas, incluidas las que tienen que ver con las obligaciones im perfectas, porque un marco de razonam iento norm ativo puede perm itir de m anera razonable va­ riaciones que no encuentran fácil acom odo en los requerim ientos legales específicos. Como decía Aristóteles en la Etica a Nicómaco, te­

* U n esp e c ta d o r e n u n a p a rta m e n to ce rc a n o g ritó al agresor: «Deje tran q u ila a esa chica», p e ro la ayuda n o fu e m ás allá d e ese solitario y d istan te esfuerzo, y la poli­ cía n o fue llam ada sino m u c h o d esp u és d el ataq u e . P ara u n a vigorosa reflex ió n sobre el episodio y las cu estio n es m o rales y psicológicas im plicadas, véase P hilip B ohbitt, The Shield ofAchittes: Wm ; Peace and, the Cour.se ofHistory, K nopf, N ueva York, 2002, capí­ tu lo ] 5, «T he Kittv G enovese In c id e n t a n d th e W ar in Bosnia». ** En este análisis, n o e n tro e n la d istin ció n e n tre las evaluaciones m o rales con a g en te específico y con a g en te n e u tra l. La p re s e n te lín e a d e caracterizació n p u e d e ser e x te n d id a p ara d a r cab id a a evaluaciones co n p osiciones específicas, c o m o se vio e n el cap ítu lo 10. V éanse tam b ié n m i «Rights a n d Agency», Philosophy and Public Affairs, n ú m . 11,1982, y «Positional O bjectivity», Philosophy and Public Affairs, n ú m . 22, 1993. *** La falla obligacional d e los o b serv ad o res pasivos d e la violación y el asesinato de Kitty G enovese g u a rd a relació n con el d iag n ó stico según el cual h a b ría sido razo­ nab le q u e ellos h u b ie ra n h ec h o algo p a ra ayudarla, inclu so avisar a la policía sin tar­ danza. N o fue así. N adie salió a c o n fro n ta r al ag reso r y la policía fu e avisada después, m u ch o después, del suceso.

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I.a

id e a d e l a ju s t ic ia

nem os que «buscar la exactitud en cada m ateria en la m edida en que la adm ite la naturaleza del asunto»13. Las obligaciones im perfectas, ju n to con las ineludibles am bigüe­ dades implícitas en esa idea, pu ed en ser evitadas sólo si el resto de la hum anidad —con excepción de los directam ente com prom etidos— está exento de cualquier responsabilidad de hacer cuanto sea razo­ nable para ayudar. M ientras esa clase de inm unidad general puede p arecer razonable en cuanto a los requerim ientos legales, una tal im­ punidad en m ateria ética sería muy difícil de justificar. Da la casuali­ dad que en las leyes de algunos países existe incluso la obligación le­ gal de ofrecer ayuda a terceros. Por ejemplo, en Francia hay una norm a sobre «responsabilidad penal p o r omisión de socorro» cuan­ do no se brinda avada a quienes sufren ciertas agresiones. No resulta sorprendente que se observen am bigüedades muy sustanciales en la aplicación de estas leyes y que se haya generado un debate legal so­ bre ellas en años recientes14. La am bigüedad de los deberes de este tipo —en ética o en derecho— sería difícil de evitar si a las obligacio­ nes en favor de terceros en general se les da cierta acogida.

L ib e r t a d e in t e r e s e s

U n pronunciam iento sobre derechos hum anos, tal com o se inter­ preta aquí, es una aseveración de la im portancia de las libertades que se identifican y proclam an en la form ulación de derechos en cues­ tión. Por ejem plo, cuando se reconoce el derecho hum ano de una persona a no ser torturada, se reafirm a y proclam a la im portancia de la libertad frente a la tortura para todos", y con ella la confirm ación de la necesidad de que otros consideren lo que razonablem ente pue­ den hacer para asegurar la libertad de todos frente a la tortura. Para u n torturador en potencia, la exigencia es obviam ente muy directa: abstenerse y desistir (se trata claram ente de una «obligación perfec­ ta»). Para otros tam bién hay responsabilidades, aun cuando m enos * C om o h a señalado C harles Beitz, los d e rech o s h u m an o s cu m p len «el p ap e l de p ied ra d e to q u e m oral: u n criterio de evaluación v d e crítica de las instituciones dom és­ ticas, u n criterio de aspiración p ara su refo rm a y, d e m a n e ra crecien te, u n criterio de evaluación d e las políticas y prácticas d e las instituciones económ icas y políticas in ter­ nacionales» («H um an Rights as a C o m m o n C oncern». American Política! Science Review, núm . 95, 2001, p. 269).

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D e r e c h o s h u m a n o s f. i m p e r a t i v o s

g lobales

específicas, pues consisten en tratar de hacer lo que sea razonable dadas las circunstancias (esto caería en la am plia categoría de las «obligaciones im perfectas»). La exigencia perfectam ente determ i­ nada de no to rtu rar a nadie está com plem entada p o r el requisito más general y m enos determ inado de considerar los medios y m étodos a través de los cuales se puede evitar la tortura y decidir entonces qué debe hacer uno de m anera razonable en este caso particular1’. Hay aquí u na interesante e im portante cuestión relativa a las afir­ maciones rivales de las libertades y los intereses como bases de los de­ rechos hum anos. En contraste con este énfasis en las libertades, Joseph Raz ha desarrollado, particularm ente en su perspicaz libro The Morality offreedom [La m oralidad de la libertad], u n a poderosa teoría de los derechos hum anos, basada en el interés: «Los derechos fundan los requerim ientos para la acción en el interés de otros seres»16. En­ cuentro sugestivo el enfoque de Raz no sólo porque es un viejo ami­ go, de quien he aprendido m ucho tras una década de discusiones en Oxford (1977-1987), sino sobre todo porque traza u n a línea de argu­ m entación que parece tener un gran y justificado atractivo*. La cues­ tión, sin em bargo, es si el foco en los intereses de diferentes personas

* Para u n a tesis similar, véase tam bién T hom as S canlon, «Rights a n d Interests». en Kaushik Bastí y Ravi K an b u r (eds.), Argumente fo r a Better World, 2009. Sobre u n p u n to de desacu erd o con Scanlon en el m ism o ensayo, relacio n ad o p e ro d iferen te, aprove­ ch o la o p o rtu n id a d p ara señ alar a q u í q u e hay u n a cierta m ala in te rp re tac ió n en su creen cia d e q u e si acep tara m i a rg u m e n to sobre la necesidad de «sopesar» d iferentes reivindicaciones basadas en d erech o s, en to n ce s «se necesitaría u n a je rarq u izació n de los derechos, qu e d e te rm in a q u é d e re c h o prevalece en caso d e conflicto». Las m ate­ m áticas de la p o n d era c ió n p erm ite n varios p ro ced im ien to s, q u e co n sid eran las intensi­ dades, las circunstancias y las consecuencias, sin obligarnos a re c u rrir a u n a p rio rid ad «léxica» directa de u n tip o de d e re c h o so b re o tro e n todos los casos. Esta cuestión ha sido discutida va en el capítu lo 2, en el co n tex to de u n co m e n ta rio sobre la o p ció n de Rawls p o r la p rio rid a d léxica de la lib ertad (en cad a caso c o n tra cada p reo cu p ació n c o n tra ria ), en lugar d e m ás sofisticadas form as d e p o n d e ra c ió n q u e p u d ie ra n reco n o ­ cer la fu erte y especial im p o rtan cia d e la lib ertad sin ig n o ra r to d o lo q u e co m p ite con ella. El asunto se relacio n a tam bién con el a rg u m e n to d e H e rb e rt H art según el cual las reivindicaciones d e lib ertad p u e d e n ser sobrevaloradas d e m a n era razonable si el ejercicio d e la lib e rta d im p lic a d a c o n d u c e a m uy d esfav o rab les c o n se cu e n c ias p ara el b ien estar de las personas, a u n c u an d o la lib ertad p u e d e g a n a r en otros casos co n tra consideraciones de bienestar. Los sistemas d e p o n d e ra ció n n o léxica p u e d e n d ar cabi­ d a al co m ú n e n te n d im ie n to d e q u e el conflicto e n tre p reo cu p acio n es rivales relacio­ nadas con derech o s n o tien e q ue resolverse m ed ia n te u n a «tipología» p u ra v u n a ■j e ­ rarquización d e derechos» descon tex tu alizad a q u e resulta co m p le ta m e n te in o cen te de las in tensidades y las consecuencias. Véase tam b ién S. R. O sm ani. «The Sen Svstem o f Social Evaluation», en el m ism o libro ed itad o p o r Basu y Kanbur.


L a id e a

d e la ju s t ic ia

como base fundacional para los derechos hum anos, a pesar de su atractivo, resulta adecuado para una teoría de los derechos en gene­ ral y de los derechos hum anos en particular. Y, en relación con esa cuestión, tam bién tenemos que preguntar: ¿es significativo el contras­ te entre la perspectiva de la libertad y la perspectiva del interés? Efectivamente, hay aquí un cierto contraste. Ya he insistido en la profunda im portancia de este contraste en general en un contexto muy distinto al de los derechos hum anos. Para citar u n ejem plo dis­ cutido en el capítulo 8, la persona sentada junto a la ventanilla del avión e n c u e n tra u n a razón lo su ficien tem en te fu erte p ara bajar la cortina (con lo cual sacrifica su propio disfrute del sol) y perm itir así que su vecino practique su tonto ju eg o de ordenador. La razón en cuestión, desde el p u nto de vista del ocupante del asiento ju n to a la ventanilla, no es el «interés» del maniaco del ju eg o (en realidad, el ocupante del asiento ju n to a la ventanilla no cree que el gesto favo­ rezca en absoluto el interés del jugador, al contrario), sino la «liber­ tad» del entusiasta del ju eg o para hacer lo que tanto quiere hacer (redunde o no en su interés, tal com o lo ven el pasajero de la venta­ nilla o el pasajero del pasillo). El contraste en tre libertad e interés puede ser muy significativo. A hora considerem os un ejem plo diferente, más ajustado a la re­ flexión de Raz. La libertad de un habitante de fuera de Londres para viajar a la capital británica a participar en u n a manifestación pacífica (contra la invasión norteam ericana de Irak en 2003) p odría ser viola­ da p o r cierta política de exclusión que le im pediría unirse a la protes­ ta (éste es un ejem plo enteram ente hipotético, no hubo tal exclu­ sión). Si dicha restricción se hubiera im puesto, sería u n a manifiesta violación de la libertad de la persona excluida (que quiere manifes­ tarse) y de m anera correspondiente una violación de sus derechos si ellos incluyen esa libertad. Hay aquí una conexión directa en el razonam iento. No obstante, si los derechos están basados sólo en los «intereses» (opuestos a las «libertades») de la persona implicada, tendrem os que considerar si es en su interés participar en la manifestación. Y si la res­ puesta resulta ser que, aun cuando es u n a prioridad política del mani­ festante potencial, participar en la protesta no sirve a su interés, en­ tonces la libertad de manifestarse en Londres no podría estar incluida dentro de la órbita de los derechos hum anos si éstos están basados en el interés de la persona. Si se aceptara la concepción de los derechos

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D erechos

h u m a n o s e i m p e r a t i v o s g i .o r a i .e s

que se basa en los derechos, entonces el estatuto de la libertad como base del derecho hum ano a manifestarse seguram ente quedaría debi­ litado. Si, de otra parte, las libertades son aceptadas como im portan­ tes porque ofrecen a la persona la libertad de elegir (sin im portar que escoja para prom over su interés personal o algo muy diferente) y vivir su vida según sus propias prioridades (orientadas a intereses o n o ), entonces una perspectiva de los derechos hum anos que se basa en el interés tiene que ser, en definitiva, inadecuada*. Dicho esto, sin em bargo, tengo que anotar que es posible definir «interés» de m anera tan am plia que abarque todas las preocupacio­ nes que una persona elija atender, sin im portar la motivación. En efecto, en lenguaje ordinario u n a violación de la libertad de elección de la persona se considera con frecuencia com o contraria a su inte­ ré s “’. Si se adopta una visión tan espaciosa del interés, entonces la brecha entre intereses y libertades sería eliminada, en esa propor­ c ió n "“. Si ésta fuera la m anera correcta de p o n d erar la tesis de Raz, nuestros enfoques respectivos sobre los derechos serían, en gran m e­ dida, congruentes.

L a p i .a u s i b i l i d a d d e l o s d e r e c h o s e c o n ó m i c o s y s o c i a l e s

Paso ahora del análisis general de los derechos hum anos al análisis de algunos tipos específicos de reivindicaciones que deben ser inclui­ das en la categoría de los derechos hum anos. Existe una cuestión es­

* C om o h a so sten id o p la u sib le m e n te R ich ard Tuck, «una d e las n o tab les dife­ rencias e n tre u n a te o ría d e los d e re c h o s y el u tilitarism o consiste en q u e la ad scrip ­ ción de u n d e re c h o a alg u ien n o nos exige h a c e r n in g u n a evaluación de la c o n d ició n in te rn a d e la person a» . Tuck exp lica su tesis así: «Si tie n e d e re c h o a m an ifestarse en T rafalgar S quare, n o im p o rta q u e el in d iv id u o d isfru te con ello o e x p e rim e n te más b ie n u n se n tim ien to trágico al estilo d e Dostoievski. N o im p o rta siq u iera si d ecid e m anifestarse en un a ocasión especial o n o (co m p árese con H o b b es, p a ra q u ie n n o im p o rta, e strictam en te h a b la n d o , si las p erso n as b u scan siem p re p reservarse a sí mis­ m as)» («T he D angers o f N atu ral Rights», H arvard Journal o f Law and Public Policy, nú m . 20, 1997, pp. 689-690). ** H e a rg u m e n ta d o e n c o n tra d el ra z o n a m ie n to d etrás de esta id en tificació n n o sólo en el cap ítu lo 8, sino tam b ié n e n los c ap ítu lo s 9 y 13. *** En efecto, Jo sep h Raz d isc u te las ex ten sas c o n e x io n e s e n tr e las n o c io n e s d e in terese s y lib ertad es e n su lib ro The Moralily ofFreedom (1986), y a u n c u a n d o veo u n a d istin ció n real e n tr e ellas, n o tra to d e evaluar a q u í q u é d ife re n c ia hay e n tr e las im p licacio n es de las dos ideas.


La

i d f .a d f . i a j u s t i c i a

pecial acerca de la inclusión de los llamados «derechos económicos y sociales», que aveces son denom inados «derechos de bienestar»4. Es­ tos derechos, que sus proponentes tienen por im portantes «derechos de segunda generación», com o el derecho com ún a la subsistencia o la atención médica, han sido adicionados recientem ente a las declara­ ciones de derechos hum anos y han am pliado de m anera sustancial el dom inio de los derechos hum anos1'. Aun cuando estos derechos no figuran en las presentaciones clásicas de los derechos de los seres hu­ manos, com o las declaraciones am ericana y francesa, form an parte del ám bito contem poráneo de lo que Cass Sunstein llama la «revolu­ ción de los derechos»18. La Declaración Universal de los D erechos H um anos, adoptada por las Naciones Unidas en 1948, supuso un gran cam bio en esta área. La nueva proclam ación reflejaba una transform ación en el p en ­ sam iento social radical en el m undo cam biante del siglo xx. El con­ traste con las proclam aciones anteriores es, en efecto, muy tajante. Cabe recordar que el presidente Abraham Lincoln no había exigido derechos políticos y sociales para los esclavos; tan sólo algunos dere­ chos mínimos, com o la vida, la libertad v los frutos del trabajo. La D eclaración Universal acoge bajo su paraguas p rotector u n a lista m u­ cho más extensa de libertades y reivindicaciones, que incluye no sólo los derechos políticos básicos, sino además el derecho al trabajo, el derecho a la educación, la protección contra el desem pleo y la po­ breza, el derecho de asociación sindical e incluso el derecho a una ju sta rem uneración. Este es un avance radical con respecto a los lími­ tes estrechos de la Declaración am ericana de 1776 y la Declaración francesa de 1789. La política global de lajusticia en la segunda m itad del siglo x x se involucró más y más con estos derechos de segunda generación. La naturaleza del diálogo global y de los tipos de razonam iento que se em plean en la nueva era refleja una lectura m ucho más com prehensi­ va de las capacidades de acción y del contenido de las responsabilida­ des globales19. Como ha sostenido Brian Barry, «la Declaración U ni­ * El uso de la ex p re sió n «bienestar» es a q u í m u c h o m ás e strec h o y m ás específi­ co q u e en el c o n te x to d e la discusión so b re la relevancia d e la felicidad en la evalua­ ción de laju sticia (cap ítu lo 13). Los d ere c h o s d e b ie n esta r co rre sp o n d e n a p restacio ­ nes com o las pen sio n es, el seg u ro o subsidio d e d esem p leo y o tro s b en eficio s públicos dirigidos a p aliar ciertas privaciones eco n ó m icas v sociales, q u e p u e d e n e x te n d e rse tam b ién al an alfab etism o y a las e n fe rm e d a d e s susceptibles d e prev en ció n .

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D e r e c h o s h u m a n o s e im p e r a t iv o s g l o b a l e s

versal de los D erechos H um anos tiene im plicaciones —y muy im portantes— para la com unidad internacional en su conjunto, no sólo para los Estados individuales»*. La superación de la pobreza glo­ bal y de otras carencias económicas y sociales se ha convertido enton­ ces en u na prioridad para el com prom iso global con los derechos hu­ manos, en ocasiones bajo la dirección de filósofos como Thom as Pogge20. El creciente interés en este tem a tam bién ha tenido im pacto en las exigencias de reformas de las políticas. En efecto, como ha di­ cho D een Chatteijee, «el reconocim iento global de la pobreza endé­ mica y de la inequidad sistèmica como serios problem as de derechos hum anos ha ejercido presión sobre países individuales en favor de reformas dem ocráticas y ha hecho vivida la necesidad de directivas institucionales internacionales más justas y más efectivas»21. Los dere­ chos de segunda generación se han convertido en una significativa influencia sobre la agenda de reformas institucionales para la realiza­ ción de las obligaciones globales «imperfectas», las cuales han sido re­ conocidas de m anera explícita pero, con mayor frecuencia, implícita. La inclusión de los derechos de segunda generación hace posible integrar las cuestiones éticas que subyacen a las ideas generales sobre desarrollo global con las exigencias de la dem ocracia deliberativa, de tal m anera que unas y otras conectan con los derechos hum anos v muy a m enudo con u n entendim iento de la im portancia de im pulsar las capacidades hum anas. En su ambiciosa contribución sobre esta integración en Ethics of Global Development: Agency, Capability and Deli­ berative Democracy, David Crocker señala que como la capacidad de acción y otras capacidades constituyen «la base de los derechos hu­ manos, lajusticia social y los deberes individuales v colectivos, una ética del desarrollo examinará cómo un m undo globalizaclo es una ava­ da o un obstáculo para que los individuos y las instituciones cum plan su obligación m oral de respetar los derechos». Y añade que «el obje­ tivo del desarrollo bueno y justo — nacional o global— a largo plazo es asegurar un adecuado nivel de capacidad de acción v de capacida­

* B rian B a rn , W i\ Social Justice Matlers, Politv Press. L o n d res. 2005. p. 28. B arry id en tifica las q u e co n sid e ra co m o p rin cip ales im plicaciones de este re c o n o c im ien to crucial: «Si los g o b iern o s sim p le m e n te n o tie n e n los m ed io s p ara su m in istrar a todos cosas tales com o n u tric ió n y vivienda a d ecu ad as, agua p o tab le, sa n e a m ien to y m edio a m b ie n te saludable, e d u c a ció n y asistencia m éd ica. em once> ios países ricos, indivi­ d u a lm e n te o e n cu a lq u ie r co m b in ació n , tie n e n la o bligación de asegurar, e n u n a u o tra form a, q u e los recu rso s están en cam ino».


L a tdea

d e la ju s t ic ia

des m orales básicas p ara todos en el m undo, sin consideración p o r la nacionalidad, la etnicidad, la religión, la edad, el género o la p re­ ferencia sexual»22. Tan sólo con la inclusión de los derechos de se­ g unda generación se hace posible esta clase de propuesta radical para la integración am pliada, sin salimos del m arco de los derechos hum anos23. Estas nuevas inclusiones en los derechos hum anos, sin em bargo, han estado sujetas a una controversia más especializada, y el razona­ m iento detrás de tal cuestionam iento ha sido vigorosam ente presen­ tado por varios teóricos y filósofos políticos. Las objeciones no están confinadas al uso de los derechos económ icos y sociales alrededor del m undo, y se pro p o n en para ser aplicadas a la viabilidad de tales derechos incluso den tro de los límites de cualquier nación. Dos de las objeciones más fuertes proceden de M aurice C ranston y O nora O ’Neill24. Debo apresurarm e a explicar que los argum entos contra la inclusión de estas libertades en los derechos hum anos no suelen ig­ n o rar su im portancia. En efecto, el análisis de O ’Neill sobre las cues­ tiones filosóficas —basado en Kant y dedicado a la pobreza y el ham ­ bre en el m undo— constituye una ambiciosa investigación sobre la im portancia vital de estos problem as2’. En su lugar, las exclusiones propuestas del dom inio de los derechos hum anos se relacionan con la interpretación del contenido y el alcance de la idea de derechos que críticos com o O ’Neill favorecen. Hay, en efecto, dos principales reproches, que llamaré la «crítica de la institucionalización» y la «crítica de la factibilidad». La prim era crítica, que se orienta en particular a los derechos económ icos y so­ ciales, se refiere a la creencia según la cual los derechos reales tienen que corresponder de m anera exacta a deberes correlativos precisa­ m ente form ulados. Se alega que tal correspondencia existiría sólo cuando u n derecho se institucionaliza. O nora O ’Neill ha presentado esta crítica con claridad y energía: Desafortunadamente, mucha literatura v retórica sobre los derechos humanos proclama de manera imprudente derechos universales a bie­ nes o servicios, y en particular «derechos de bienestar», así como otros derechos económicos, sociales y culturales muy prominentes en las cartas y declaraciones internacionales, sin mostrar qué vincula a cada presunto titular de un derecho con un determinado titular de una obligación, lo cual deja en completa oscuridad el contenido de estos supuestos dere­

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D erechos

h u m a n o s l; i m p e r a t i v o s g l o b a l e s

chos... Algunos abogados de los derechos económicos, sociales y cultura­ les universales no van más allá de enfatizar que pueden ser institucionali­ zados, lo cual es cierto. Pero la diferencia clave consiste en que tienen que ser institucionalizados: si no lo son, tales derechos no existen2'1.

Para responder a esta crítica, tenem os que invocar la idea ya dis­ cutida de las obligaciones perfectas e imperfectas. Puede considerar­ se que incluso los clásicos derechos de «prim era generación», como la libertad frente a la agresión, im ponen obligaciones im perfectas a terceros, como en el caso del asalto a Kittv Genovese en Nueva York, a plena luz del día. Los derechos económ icos y sociales tam bién pue­ den dar pie a obligaciones perfectas e imperfectas. Hay un am plio espacio de fructífera discusión pública, y posiblem ente de presión efectiva, en torno a la cuestión de lo que una sociedad o un Estado —incluso un Estado em pobrecido— puede hacer para evitar las vio­ laciones de ciertos derechos económ icos y sociales básicos (relacio­ nadas con la prevalencia de ham brunas, desnutrición crónica o falta de atención m édica). En verdad, las actividades de apoyo de las organizaciones sociales están orientadas con frecuencia al cam bio institucional, v se ven como parte de obligaciones im perfectas que los individuos v grupos tienen en u na sociedad en la cual se violan los derechos hum anos. O nora O ’Neill tiene razón, p o r supuesto, al advertir la im portancia de las instituciones para la realización de los «derechos de bienestar» (e incluso para los derechos económ icos y sociales en general), pero la significación ética de estos derechos ofrece u n a buena sustentación para buscar su realización a través de la presión o el aporte para el cam bio de las instituciones y las actitudes sociales. Esto puede hacer­ se, por ejemplo, a través de la agitación en favor de nueva legislación o de la generación de conciencia sobre la seriedad del problema*. N egar el estatuto ético de estas reivindicaciones sería ignorar el razo­ nam iento que incita estas actividades constructivas, incluido el traba­ jo para el cam bio institucional que a O ’Neill le gustaría, con buena razón, prom over para la realización de lo que los activistas consideran derechos hum anos.

* El p a p e l de la d iscu sió n p ú b lic a y d e los m e d io s p a ra a y u d a r a p la n te a r la re ­ d u c c ió n o s u p e ra c ió n d e las p riv acio n es sociales y e c o n ó m ic a s se vio e n los c a p í­ tulos 15 y 16.

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L a id e a

d e i .a j u s t i c i a

La crítica de la factibilidad, que no está desconectada de la crítica de la institucionalización, argum enta que aun con el m ejor de los es­ fuerzos puede no ser factible realizar m uchos de los presuntos dere­ chos económ icos y sociales para todos. Esta es u n a observación em pí­ rica de cierto interés en sí misma, pero se convierte en u n a crítica de la aceptación de estos supuestos derechos con base en la presunción, que no se defiende bastante, de que para ser coherentes los derechos tienen que ser realizables para todos. Si esta presunción fuera acep­ tada, ello tendría el efecto inm ediato de p o n er m uchos de los llama­ dos derechos económ icos y sociales fuera del dom inio de los dere­ chos hum anos posibles, especialm ente en las sociedades más pobres. M aurice Cranston form ula así la cuestión: Los tradicionales derechos civiles y políticos no son difíciles de insti­ tucionalizar. En su mayoría, requieren que el gobierno, y las demás per­ sonas en general, dejen solo al individuo... El problema planteado por las exigencias de derechos económicos y sociales, sin embargo, es por com­ pleto de otro orden. ¿Cómo pueden los gobiernos de esas regiones de Asia, Africa y Sudamérica, donde la industrialización apenas se ha ini­ ciado, ser llamados con razón a proveer seguridad social y descanso re­ munerado a millones de personas que habitan esos lugares y se multi­ plican tan rápidamente?27. ¿Resulta persuasiva esta crítica aparentem ente plausible? Yo diría que se basa en una confusión sobre el contenido de lo que u n dere­ cho éticam ente reconocido tiene que exigir. Mientras el utilitarismo quiere buscar la maximización de las utilidades y la viabilidad de tal enfoque no se ve com prom etida p o r el hecho de que siempre queda espacio para mejoras adicionales en el logro de la utilidad, los aboga­ dos de los derechos hum anos quieren que los derechos hum anos re­ conocidos sean realizados al máximo28. La viabilidad de este enfoque no se derrum ba sólo porque puedan necesitarse cambios sociales adi­ cionales en cualquier m om ento para hacer que estos derechos reco­ nocidos sean com pletam ente realizables y efectivamente realizados*.

* La afirm ació n d e los d e re c h o s h u m a n o s es u n a llam ad a a la acció n , u n a llam a­ d a al cam bio social, y n o d e p e n d e d e su factib ilid ad p ree x iste n te . S o b re esto, véase m i «Rights as Goals», e n S. G u est y A. M ilne (ed s.), Equality and Discrimination: Essays in Freedom and Justice, F ran z Steiner, S tu ttg art, 1985.

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D e r e c h o s h u m a n o s e i m p e r a t i v o s g i o b a i .e s

En efecto, si la factibilidad fuera u n a condición necesaria para que las personas tuvieran derechos, entonces no sólo los derechos económ icos y sociales, sino todos los derechos, incluso el d erech o a la libertad, serían absurdos, dad a la no factibilidad de asegurar la vida y la libertad de todos co n tra las violaciones. G arantizar que cada p erso n a es «dejada sola» n u n ca ha sido p articu larm en te fácil, al contrario de lo que afirm a C ranston. No podem os evitar la ocu­ rrencia del asesinato en u n lugar co ncreto o cada tercer día. Ni, con el m ejor de los esfuerzos, podem os d e te n e r todos los asesina­ tos en masa, com o los de R uanda en 1994, en Nueva York el 11 de septiem bre de 2001, o en L ondres, M adrid, Bali y Bombay más re­ cientem ente. R echazar las exigencias de derech o s hu m an o s p o r su factibilidad incom pleta significa ig n o rar que u n d erech o no reali­ zado del todo es todavía un d erech o que exige reparación. La no realización no hace p o r sí mism a que u n d erech o reclam ado sea u n no derecho. En su lugar, m ueve a más acción social. Excluir to­ dos los derechos económ icos y sociales del sanctasanctórum de los derechos hum anos, y reservar ese espacio sólo p ara la libertad v otros derechos de p rim era generación, supone trazar u n a rava en la aren a muy difícil de m antener.

E s c r u t in io , v ia b il id a d y u s o

Me ocupo enseguida de la aplazada cuestión de la viabilidad de los derech o s hu m anos. ¿Cómo p o dem os ju z g a r la acep tab ilid ad de las exigencias de derechos hum anos y evaluar los desafíos a los que se enfrentan? ;C óm o p ro ced ería tal discusión o defensa? Has­ ta cierto p u n to , de cierta m anera, ya he resp o n d id o in d irectam en ­ te a la cuestión, a través de la definición de los derechos hum anos (o, más exactam ente, m ed ian te la articulación de la definición im­ plícita en el uso de los derechos hu m an o s). Com o otras proposi­ ciones éticas que d em an d an aceptabilidad bajo escrutinio im par­ cial, hay u n a p resu n ció n im plícita de que al h acer p ro n u n ciam ien to s sobre los derech o s hu m an o s la co h eren cia de las afirm aciones éti­ cas subyacentes sobreviviría al escrutinio abierto e inform ado. Esto im plica la invocación de u n proceso interactivo de escrutinio críti­ co con im parcialidad abierta (incluida la a p ertu ra a la inform a­ ción p ro ced e n te inter alia de otras sociedades y a los argum entos


I.a

id e a

d e l a ju s t ic ia

provenientes de cerca y de lejos), lo cual p erm ite debates sobre el alcance y el con ten id o de los presuntos derechos humanos*. La reivindicación de que u n a cierta libertad es lo suficientem ente im portante para ser tenida com o un derecho hum ano es tam bién u na reivindicación de que el escrutinio razonado sustentaría ese ju i­ cio. Tal sustentación, en efecto, puede ten er lugar en m uchos casos, pero no cuando quiera que dichas reivindicaciones se hagan. Algu­ nas veces podem os estar muy cerca de un acuerdo general sin lograr aceptación universal. Los abogados de derechos hum anos particula­ res p u eden estar com prom etidos en la acción directa para conseguir que sus ideas básicas sean aceptadas lo más am pliam ente posible. Na­ die espera, por supuesto, que habrá com pleta unanim idad en lo que todos en el m undo realm ente quieren, v existe muy poca esperanza de que un racista o sexista convencido sea reform ado p o r la fuerza de la discusión pública. Lo que exige la sostenibilidad de u n juicio es una apreciación general del alcance del razonam iento en favor de esos derechos, si v cuando otros traten de evaluar las reivindicaciones so­ bre u na base imparcial. En la práctica, p o r supuesto, no tenem os ningún esfuerzo m un­ dial real de escrutinio público de los derechos hum anos putativos. Se actúa sobre la base de u n a creencia general en que si dicho escruti­ nio im parcial ocurriera, las reivindicaciones hechas serían sustenta­ das. En ausencia de poderosos argum entos contrarios procedentes de críticos reflexivos y bien inform ados, tiende a form ularse u n a pre­ sunción de sostenibilidad29. Es sobre esta base que m uchas socieda­ des han introducido nueva legislación sobre derechos hum anos y han dado po d er y voz a los defensores de derechos a ciertas libertades, incluida la no discrim inación entre m iem bros de diferentes razas o entre m ujeres y hom bres, o la libertad básica al derecho de expre­ sión razonable. Los abogados del reconocim iento de u n a clase más am plia de derechos hum anos tenderán, p o r supuesto, a exigir más, y la búsqueda de los derechos hum anos es, com prensiblem ente, un proceso continuo e interactivo"“. * V éase la discusión previa sobre ra z o n a m ie n to p ú b lico e im p a rc ia lid a d a b ierta e n los capítulos 1, 5 y 6. ** La D eclaración U niversal d e los D erech o s H u m a n o s de las N aciones U n id as ha sido clave e n p ro m o v e r la discusión v el d e b a te so b re u n tem a m uy im p o rta n te , y su im p acto ta n to en la razó n c o m o en la acción en el ám b ito m u n d ia l h a sido m uy n o ta ­ ble. H e e x a m in ad o los logros d e este m ov im ien to visionario en m i ensayo «The

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D e r e c h o s h u m a n o s e im p e r a t iv o s

globales

Tiene que reconocerse, sin em bargo, que incluso con un acuerdo sobre la afirm ación de los derechos hum anos, puede h ab er aún serio debate, particularm ente en el caso de las obligaciones imperfectas, sobre los mejores medios para orientar la atención debida a los d ere­ chos hum anos. Puede h ab er tam bién debate sobre cóm o los diferen­ tes tipos de derech o s hum anos d eb en ser p o n d erad o s en tre sí e integradas sus respectivas exigencias, y cómo las reivindicaciones de derechos hum anos deben consolidarse con otras preocupaciones evaluativas que tam bién m erecen atención ética30. La aceptación de una categoría de derechos hum anos, no obstante, dejará espacio para más discusión, debate y argum ento, lo que constituye la naturaleza de la disciplina. La viabilidad de las exigencias éticas en la form a de una declara­ ción de derechos depende en definitiva de la presunción sobre la ca­ pacidad de las propias exigencias para sobrevivir al escrutinio sin obs­ trucción. En efecto, es extrem adam ente im portante en ten d er esta conexión entre derechos hum anos y razonam iento público, en espe­ cial con respecto a las dem andas de objetividad que se han discutido antes en un contexto más general en este libro (en los capítulos 1 y 4 a 9). Se puede sostener de m anera razonable que cualquier credibili­ dad general que tengan estas exigencias éticas — o su rechazo— de­ pende de su supervivencia cuando en cu en tren discusión y escrutinio sin obstrucción, ju n to con disponibilidad inform ativa adecuadam en­ te amplia. La fuerza de la reivindicación de un derecho hum ano quedaría seriam ente socavada si fuera posible m ostrar que es imposible que sobreviva al abierto escrutinio público. Sin em bargo, en contra de un argum ento com únm ente esgrim ido en favor del escepticismo y del rechazo de la idea de derechos hum anos, ésta no puede ser descarta­ da sim plem ente con señalar el hecho de que en m uchos regím enes represivos en todo el m undo, que no perm iten la discusión pública abierta o el libre acceso a la inform ación sobre el m undo exterior, m uchos derechos no adquieren posición pública seria. El hecho de que la vigilancia de las violaciones de los derechos hum anos y el pro­ cedim iento de «movilización de la vergüenza» sean tan efectivos (al m enos para p o n er a los violadores a la defensiva) es u n a indicación Pow er o f a D e c la ra tio n : M ak in g H u m a n R ights Real», The New Republic, n u m . 240, 4 de fe b re ro d e 2009.


L a ID E A DE ¡ A J U S T I C I A

del alcance del razonam iento público cuando la inform ación está disponible y los argum entos éticos se perm iten en lugar de suprim ir­ se. El escrutinio crítico sin cortapisas es esencial tanto para el rep u ­ dio cuanto para la justificación.

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18. La JUSTICIA Y EL MUNDO

E n el difícil verano inglés de 1816, el filósofo utilitaristajam es Mili escribió a David Ricardo, el gran econom ista político de su tiem po, acerca de los efectos de la sequía en la producción agrícola. Mili es­ taba preocupado p o r la m iseria que resultaría de la sequía, «cuya sola idea produce escalofríos: u n tercio de la población morirá». Si el fatalismo de Mili p o r la h am b ru n a y la sequía era sorprendente, tam bién lo era su fe en las exigencias de u n a versión más bien sim­ ple de lajusticia utilitarista, o rientada tan sólo a reducir el sufrim ien­ to. «Sería u na bendición», escribía Mili, «llevarlos [a los afectados p o r el ham bre] a las calles y a los cam inos y degollarlos com o hace­ mos con los cerdos». Ricardo expresaba considerable sim patía con la exasperación de Mili, y com o Mili (James Mili, no J o h n Stuart Mili, me apresuro a aclarar) m anifestaba su desdén p o r los agitado­ res sociales que trataban de sem brar el descontento con el o rden establecido y decían a la gente, equivocadam ente, que el gobierno podía ayudarla. Ricardo escribió a Mili que lam entaba «ver u n a dis­ posición de inflam ar las m entes de las clases bajas al tratar de per­ suadirlas de que la legislación p u ed e financiar alguna ayuda»1. La denuncia de las protestas incendiarias p o r parte de David Ricardo es com prensible dada su creencia —y la de Mili— en que el pueblo am enazado p o r la h am b ru n a resultante del fracaso de la co­ secha de 1816 no se podía salvar de n in g u n a m anera. El enfoque general de este libro es, sin em bargo, adverso a tal reproche. Im porta e n ten d er las razones de esta divergencia. Prim ero, lo que tiende a «inflamar las mentes» de la hum anidad sufriente no puede ser sino de interés inm ediato para la form ulación


I .A I D E A D K L A JL S T I C I A

de políticas y para el diagnóstico de la injusticia. Hay que exam inar el sentim iento de injusticia incluso si resulta estar equivocado, y hay que atenderlo de m anera concienzuda si está bien fundado. Y no podem os estar seguros de si está equivocado o bien fundado sin la debida investigación*. Sin em bargo, puesto que las injusticias se re­ fieren con suficiente frecuencia a fuertes fracturas sociales, vincula­ das a divisiones de clase, g énero, rango, posición, religión, com u­ nidad y otras barreras establecidas, resulta difícil rem ontar esas barreras para realizar un análisis objetivo del contraste entre lo que sucede y lo que podría suceder, que es esencial para el avance de la justicia. Tenemos que atravesar dudas, preguntas, argum entos y escrutinios para alcanzar conclusiones sobre si la justicia puede avanzar y cómo. U n enfoque de la justicia que está particularm ente com prom etido con el diagnóstico de la justicia, com o el de este trabajo, tiene que perm itir que se tom e atenta nota de las m entes inflamadas com o pre­ ludio del escrutinio crítico. La indignación puede em plearse para motivar el razonam iento y no para reem plazarlo. Segundo, aun cuando David Ricardo fue tal vez el más distinguido econom ista británico de su época, los argum entos de quienes él con­ sideraba com o simples instigadores de la protesta no m erecían tan pronto rechazo. Q uienes instaban al pueblo am enazado p o r el ham ­ bre a creer que la legislación v la política del gobierno podían miti­ gar su sufrim iento tenían más razón que Ricardo en su pesimismo sobre la posibilidad de la avuda social efectiva. En efecto, la buena política pública puede elim inar p o r com pleto la ocurrencia del ham ­ bre. La investigación rigurosa de las ham brunas ha puesto de relieve su carácter fácilm ente previsible v los resultados avalan la querella de los inconform es, en lugar de sustentar el rechazo formalista —y a ve­ ces perezoso— de la posibilidad de ayuda p o r los pilares del estable­ cim iento. U na adecuada valoración económ ica de la causalidad y la previsibilidad de las ham brunas, con la deb id a consideración p o r la diversidad de factores económ icos y políticos implicados, pone en evidencia la ingenuidad de una visión m ecánica del ham bre, basada

* S o b re la rela c ió n e n tr e teo rías in a d e c u a d a m e n te e stu d iad as y sus posibles co n secu en cias fatales, e n lo q u e con stitu y e u n a c u e stió n c e n tra l e n el análisis del d e sarro llo , véase S ab ina A lkire, « D evelopm ent: A M isconceived T h e o ry C an Kill», e n C h is to p h e r W. M o rris (e d .), Am artya Sen, C a m b rid g e U niv ersity P ress, C am ­ b rid g e , 2009.

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I N J U S T I C I A Y ET. M U N D O

en la alim entación, com o ha dem ostrado la reciente investigación económica*. U na ham brun a es el resultado de que m ucha gente no tenga sufi­ ciente com ida para comer, y en sí misma no es ninguna prueba de que no hay suficiente com ida para com er2. A la gente que lo pierde todo en u na ham bruna, p o r u n a u otra razón, se le p u ed e d ar p oder adquisitivo en el m ercado con la suficiente rapidez, a través de varias medidas de generación de ingresos, com o em pleo en el sector públi­ co, con lo cual se logra una distribución m enos inequitativa de los alim entos en la econom ía (un m edio de prevención del ham bre que se em plea hoy con frecuencia, desde la India hasta A frica). La cues­ tión aquí no es tan sólo si el pesimismo de David Ricardo no estaba justificado, sino tam bién si los argum entos contrarios no p u ed en ser razonablem ente rechazados sin un com prom iso serio**. Hay u n a exi­ gencia en favor del razonam iento público, en lugar del p ronto re­ chazo de las creencias contrarias, sin im portar cuán increíbles parez­ can esas creencias inicialm ente y cuán volubles las protestas pu ed an parecer. El com prom iso con la m ente abierta en favor del razona­ m iento público es crucial para la búsqueda de lajusticia.

Ir a y r a z o n a m ie n t o

La resistencia a la injusticia surge de m anera típica tanto de la in­ dignación cuanto del argum ento. La frustración y la ira pu ed en ayu­ dar a motivamos, y sin embargo, en definitiva, tenemos que apoyarnos, tanto para la evaluación cuanto para la efectividad, en el razonado * La conexión e n tre las h am b ru n as y la falta d e garantías p ara el acceso a la alim enta­ ción (en lugar de la escasez de alim entos per se) es analizada en mi Poverly and'Famincs: An Essay on Entitlement and Deprivalion, C laren d o n Press, O xford, 1981. Los m edios y m éto­ dos p ara restablecer las garantías de acceso a los alim entos, com o los planes d e em pleo en las obras públicas, tam bién se exploran en m i libro co n ju n to con je a n D réze, Hunger and Public Action, C larendon Press, O xford, 1989. Hay m uchos casos recientes p o r do­ q u ier en los cuales se ha evitado q u e la dism inución de la oferta d e alim entos provoque h a m b ru n a a través de políticas públicas q u e dan garantías m ínim as de acceso a la alim en­ tación básica a los más vulnerables. Las m entes inflam adas d e las clases bíyas estaban m ucho más cerca de la razón que los refinados intelectos de Ricardo y Mili. ** C on base en estudios em píricos d e experiencias reales e n to d o el m u n d o , la efec­ tividad de las políticas públicas b ien pensadas p a ra ab o lir servidum bres d e varias clases, incluida la servidu m bre del h am b re, se discute en mi Desenrollo y libertad. Véase tam b ién D an Banik, Starvation and In d ia ’s Democracy, R outledge, L ondres, 2007.


La id e a d e l a j u s t i c i a

escrutinio a fin de ob ten er una com prensión plausible y sostenible de la base de esas quejas (si acaso) y de lo que p u ed e hacerse para afrontar los problem as subyacentes. Las funciones duales de la indignación y el razonam iento están bien ilustradas en los intentos de Mary W ollstonecraft, la pensadora pionera del feminismo, para alcanzar u n a «reivindicación de los de­ rechos de la mujer»*. Hay u n a am plia expresión de rabia y exaspera­ ción en la reflexión de W ollstonecraft sobre la necesidad de u n re­ chazo radical del som etim iento de las mujeres: Dejemos que la mujer comparta los derechos y ella emulará las virtu­ des del hombre; pues ella tiene que crecer de m anera más perfecta cuando esté emancipada o, de lo contrario, justificar la autoridad que encadena un ser tan débil a su deber. Si sucediere esto último, será con­ veniente abrir el m ercado de látigos con Rusia, pues éste es un regalo que un suegro debería hacer a su yerno el día de su boda o con el cual un m arido puede m antener a su familia en orden, sin violar el reino de lajusticia, ya que este cetro lo hace el único señor de su casa, donde es el único que tiene razón3.

En sus dos libros sobre los derechos del hom bre y de la mujer, la ira de W ollstonecraft no está dirigida sólo a las iniquidades sufridas p o r las mujeres, sino tam bién al trato de otros grupos de personas desposeídas, por ejem plo los esclavos en Estados U nidos y en otras partes**. Y sin em bargo, sus escritos clásicos están basados, en últim a instancia, en una poderosa apelación a la razón. La retórica colérica está siem pre seguida de argum entos de razón que W ollstonecraft de­ sea que sus oponentes tom en en consideración. En su carta a Talleyrand-Périgord, a quien está dedicado su libro Vindicación de los dere­ chos de la mujer, ella concluye con u n a reafirm ación de su fuerte confianza en la razón:

* H e d iscutido y e m p le a d o d e m a n e ra co n sid e rab le las o bras d e M ary W ollstone­ craft al co m ien zo de este libro. V éase ta m b ié n m i «Mary, Mary, Q u ite C ontrary: M ary W ollstonecraft a n d C o n te m p o ra ry Social Sciences», Feminist Economics, n ú m . 11, 2005. ** L a co lérica crítica d e M ary W ollstonecraft c o n tra E d m u n d B urke p o r ig n o ra r la su erte de los esclavos n e g ro s al ap o y ar la lu c h a d e los am eric a n o s b lan co s p o r la in d e p e n d e n c ia h a sido d iscu tid a e n el c a p ítu lo 5.

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L a JU S T IC IA Y EL M U N D O

Deseo, Señor, hacer algunas investigaciones de este tipo en Francia. Y si ellas confirman mis principios, cuando su constitución [francesa] sea revisada, los derechos de la m ujer pueden ser respetados si resulta completamente probado que la razón dem anda tal respeto y exige j u s ­ t i c i a para la mitad de la raza hum ana4.

El papel y el alcance de la razón no se ven socavados p o r la indig­ nación que nos conduce a u n a investigación de las ideas que subyacen a la naturaleza y el fu n d am en to de las persistentes iniquidades que caracterizaban el m undo en que W ollstonecraft vivía en el si­ glo x v m , com o sucede tam bién en el m undo en que vivimos hoy. M ientras que la pensadora fem inista resulta notable p o r su com bi­ nación de rabia y razonam iento en la misma obra, incluso las expre­ siones más puras del descontento y del desencanto p u ed en contri­ b u ir al razonam iento público si vienen seguidas de investigación (quizá em prendid a p o r otros) de cualquier base razonable que pue­ da h ab er para la indignación. La apelación a la razón en público, en la cual insiste Mary Wolls­ tonecraft, es u n a im p o rtan te característica del enfoque de la ju sti­ cia que he venido tratan d o de p resen ta r en este libro. E n ten d er las exigencias de la ju sticia no es u n ejercicio más solitario que cual­ q u ier o tra disciplina del en ten d im ien to humano*. C uando trata­ m os de d e te rm in a r cóm o p u e d e avanzar la ju sticia , hay u n a n e ­ cesidad básica de razonam iento público que implica argum entos diferentes y perspectivas divergentes. U n com prom iso con argu­ m entos contrarios, sin em bargo, no im plica esp erar que seamos capaces de ajustar las razones en p u g n a y llegar a posiciones de consenso en cada tem a. La resolución com pleta no es un req u eri­ m iento de la p ro p ia racionalidad de la persona, ni u n a condición de la elección social razonable, incluida u n a teoría de la justicia basada en la razón**.

* C om o se vio en el cap ítu lo 5, la co m u n ic a c ió n y el d iscurso tie n e n p ap ele s sig­ nificativos q u e c u m p lir e n el e n te n d im ie n to y la evaluación d e las reivindicaciones m orales y políticas. S o b re esto, véase tam b ién Jü rg en H ab erm as, Verdad y justificación: ensayos filosóficos, T rotta, M adrid, 2002. ** Las exigencias d e la ra cio n a lid ad y la ra zo n a b ilid a d h an sido ex am in ad as en los capítulos 8 y 9.


l.A ID E A D E LA J U S T IC IA

D e b e v e r s e q u e se h a c e ju s t ic ia

Hay que h acer u n a p reg u n ta p relim inar: ¿por qué u n acu erd o pú b licam en te razonado d eb e te n e r u n estatuto especial en la soli­ dez de u n a teo ría de la justicia? C uando Mary W ollstonecraft ex­ presaba a Talleyrand-Périgord la esperanza de que, con la debida consideración y el razo n am ien to público abierto, h ab ría u n acuer­ do g eneral sobre la im p o rtan cia de reco n o cer «los d erech o s de la m ujer», ella tratab a dicho acu erd o com o u n proceso decisivo p ara d e te rm in a r si ése realm en te sería u n m ejo ram ien to de la ju sticia social (y p o d ría te n erse com o el o to rg a m ie n to de d e re c h o s leg í­ tim os a «la m itad de la raza h u m an a» ). P or supuesto, es m uy fácil e n te n d e r que un acu erd o p ara h acer algo facilita la consecución de tal fin. Este es un reco n o cim ien to de relevancia práctica, pero más allá de su im p o rta n c ia in stru m e n ta l cabe p re g u n ta r tam ­ b ié n p o r qué u n acu erd o o u n e n ten d im ien to debe te n e r u n esta­ tu to especial en la evaluación de la viabilidad de u n a teo ría de la justicia. C onsiderem os u n a prop o sició n frecu en tem e n te rep etid a en u n te rre n o cercano: la p ráctica del d erech o . Se afirm a muy a m e­ n u d o que no sólo debe hacerse justicia, sino que tam b ién debe verse que se ha h ech o justicia. ¿Por qué? ¿Por qué d eb e im p o rtar que la gente realm en te co n cu erd e en que se h a h ech o justicia, si en efecto se ha h ech o justicia? ¿Por qué cualificar o restrin g ir o co m p lem e n tar u n req u erim ie n to estrictam en te ju ríd ic o (que se haga justicia) con u n a exigencia populista (que la g ente en g en e­ ral observe que se ha h ech o justicia)? ¿Existe aq u í u n a confusión en tre corrección legal y apoyo popular, u n a confusión e n tre ju ris ­ p ru d en cia y dem ocracia? No resulta difícil, en efecto, adivinar algunas de las razones ins­ tru m en tales para atrib u ir im p o rtan cia a la necesidad de que una decisión se vea com o ju sta. De u n a parte, la ad m in istració n de ju s ­ ticia p u ed e ser en g en eral más efectiva si se ve que los ju e ces ha­ cen un buen trabajo, en lu g ar de co m eter torpezas. Si u n a deci­ sión ju d icial inspira confianza y apoyo general, en to n ces es muy pro b ab le que sea fácilm ente ejecutada. Así, no existe gran dificul­ tad en explicar p o r qué esa frase acerca de la necesidad de «ver que se hace justicia» h a recibido tan reso n an te apoyo y reiterad a ap ro b ació n desde la p rim era vez que fue fo rm u lad a p o r L ord


L a JU S T IC IA Y E L M U N D O

H ew art en 1923, en el caso Rex v. Sussex Justices Ex parte McCarthy, con su advertencia de que «de m an era m anifiesta e in d u d ab le, deb e verse que se hace justicia». Y sin em bargo, es difícil persuadirse de que tan sólo esta clase de m érito administrativo confiere tan decisiva im portancia a la observabilidad de la justicia. Desde luego, las ventajas ejecutivas de recibir la aprobación general no están en duda, pero sería extraño pensar que el principio fundacional de Hewart no está basado más que en la conveniencia y la oportunidad. Más allá de este punto, se puede ar­ gum entar de m anera plausible que si los otros no p u ed en ver, con su m ejor esfuerzo, que u n a decisión es ju sta en un sentido com prensi­ ble y razonable, entonces no sólo su aplicabilidad queda muy afecta­ da, sino que tam bién su solidez resulta profundam ente problem áti­ ca. Hay una clara conexión entre la objetividad de u n juicio y su capacidad de soportar el escrutinio público, que ya he explorado desde diferentes perspectivas en este libro’.

P l u r a l id a d d e r a z o n e s

Si la im portancia del razonam iento público ha sido una de las ma­ yores preocupaciones de este libro, lo propio puede predicarse de la necesidad de aceptar la pluralidad de razones que p u ed en ser razo­ nablem ente ajustadas en un ejercicio de evaluación. En ocasiones, las razones pueden com petir entre sí para tratar de persuadirnos en uno u otro sentido d entro de u n a evaluación concreta, y cuando pro­ d ucen juicios enfrentados se plantea u n im portante desafío p ara de­ term inar qué conclusiones creíbles se pu ed en extraer tras considerar todos los argum entos. Adam Smith se quejaba hace más de doscientos años de la ten­ dencia de ciertos teóricos a buscar u n a sola virtud hom ogénea según la cual todos los valores dignos de defensa podrían ser explicados: Al reducir todas las diferentes virtudes a esta especie de propiedad, Epicuro se complace en una propensión natural a todos los hombres pero que los filósofos cultivan con peculiar devoción como principal medio para

* V éanse los capítu lo s 1, 5 y 9.

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La id e a d e l a ju s tic ia

desplegar su ingenio: la propensión a dar cuenta de todas las apariencias a partir de tan pocos principios como sea posible. Y él sin duda se complace aún más en esa propensión cuando refiere todos los objetos primarios de deseo y aversión a los placeres y dolores del cuerpo*.

Hay muchas escuelas de pensam iento que insisten, explícitamente o por implicación, en que todos los valores tienen que ser reducidos en último análisis a una sola fuente de importancia. Hasta cierto pu n ­ to, esa búsqueda se alim enta de m iedo y pánico ante lo que se llama «incomensurabilidad», es decir, la diversidad irreductible entre distin­ tos objetos de valor. Esta ansiedad, basada en la presunción de ciertas supuestas barreras para juzgar la relativa im portancia de los distintos objetos, pasa p or alto el hecho de que casi todas las evaluaciones reali­ zadas en la vida cotidiana implican la fijación de prioridades y de pesos para las diferentes preocupaciones, y que no hay nada especial en el reconocim iento de que la evaluación tiene que tratar con prioridades rivales**. El hecho de que entendam os perfectam ente bien que las m an­ zanas no son naranjas, y que sus virtudes alimenticias varían en dife­ rentes dimensiones —del placer a la nutrición— no nos m antiene pa­ ralizados p or la indecisión cada vez que nos enfrentam os a la elección entre unas y otras al decidir qué comer. Quienes insisten en que los se­ res hum anos no pueden hacer frente a la decisión de qué hacer a me­ nos que todos los valores sean reducidos de alguna m anera a uno solo se sienten evidentem ente cómodos con la contabilidad («¿es más o menos?») pero no con el juicio («¿es más im portante que el otro?»). La pluralidad de razones que una teoría de la justicia tiene que ar­ ticular se refiere no sólo a la diversidad de objetos de valor que la teo­ ría reconoce com o significativos, sino tam bién al tipo de preocupa­ ciones a las cuales la teoría puede dar cabida, p o r ejemplo sobre la im portancia de las diferentes clases de igualdad o libertad***. Los ju i­

* A. Sm ith, Teoría de los sentimientos morales [ed. cit. The Theory..., C la re n d o n Press, O x fo rd , 1976, VII, ii, 2, 14]. A un c u a n d o a q u í sólo se a lu d e a E picu ro , es posible q u e Sm ith tam b ién tuviera en m e n te a su am igo David H u m e , d e b id o a sus in clin acio n es utilitaristas. B en th am c o rre sp o n d e ría , p o r su p u esto , m u c h o m e jo r a la d escrip ció n q u e H u m e. ** Esta cuestión se h a e x a m in a d o en el cap ítu lo 11, en el c o n te x to específico de evaluar la im p o rtan cia relativa d e las d istintas capacidades. *** Las in elu d ib les p lu ra lid ad e s d e n tro d e las am plias ideas d e ig u ald ad y lib ertad h a n sido ex am in ad as en el cap ítu lo 14.

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L a ju s t ic ia

y e i. m u n d o

cios sobre la justicia tienen que asumir la tarea de acom odar diferen­ tes clases de razones y preocupaciones evaluativas. El reconocim iento de que jerarquizam os y ordenam os según su im portancia relativa las consideraciones en ju eg o no indica, sin em bargo, que todos los esce­ narios alternativos pueden ser siempre ordenados del todo, incluso p or la misma persona. U na persona puede tener opiniones claras so­ bre ciertas ordenaciones y sin em bargo no estar segura de otras com­ paraciones. El hecho de que u n a persona p u ed a razonar su rechazo de la esclavitud o del som etim iento de las m ujeres no indica que la misma persona pueda ser capaz de decidir con certeza si una tasa del 40 p o r ciento para el im puesto sobre la renta sería m e jo r— o más ju sta— que una tasa del 39 p o r ciento. Las conclusiones razonadas pueden adoptar fácilm ente la form a de ordenaciones parciales y, como se ha visto antes, no hay nada derrotista en este reconocim iento.

R a z o n a m ie n t o im p a r c ia l y o r d e n a c io n e s p a r c ia l e s

Si la resolución incom pleta puede ser parte de la disciplina de eva­ luación de un individuo, desem peña un papel aún más im portante en lo que cabe esperar que el razonam iento público produzca. Cuando se trata de un grupo, hay u n a necesidad de acom odación no sólo de las respectivas ordenaciones parciales de los diferentes individuos, sino tam bién del alcance de lo incom pleto que p u ed a existir en u n a orde­ nación parcial com partida sobre la cual diferentes individuos puedan razonablem ente coincidir*. Mary W ollstonecraft planteaba que si v cuando las personas exam inan con im parcialidad las razones para las respectivas libertades básicas de las mujeres, estarán de acuerdo en que «la razón dem anda tal respeto». Los desacuerdos efectivos pue­ den ser eliminados a través del razonam iento, p o r medio del cuestion am iento de los prejuicios establecidos, los intereses creados y las preconcepciones indiscutidas. Muchos de tales acuerdos de gran sig­ nificación p ueden alcanzarse, pero esto no quiere decir que cada pro­ blem a de elección social puede ser arreglado de esta forma. En ocasiones, la pluralidad de razones no plantea problem a para una decisión definitiva, m ientras que en otros casos plantea un serio

* Este tem a fue e x a m in a d o en el cap ítu lo 4.

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Í.A ID E A D E LA JU S T IC IA

desafío. El caso de los tres niños que se disputan u n a flauta, discutido en la Introducción, ilustraba la posibilidad de un callejón sin salida al tratar de decidir qué sería lo más justo. Pero la aceptación de una diversidad de consideraciones no en trañ a que surja necesariam ente u n callejón sin salida. Incluso en el caso de los tres niños, puede re­ sultar que la niña que hizo la flauta, Carla, sea tam bién la más pobre o la única que sabe tocar el instrum ento. O bien p u ed e ocurrir que la indigencia del niño más pobre, Bob, sea tan extrem a, y que su de­ pendencia de algo con qué tocar sea tan im portante para u n a vida digna, que los argum entos basados en la pobreza lleguen a dom inar el juicio de la justicia. Puede haber una congruencia de diferentes razones en m uchos casos particulares. Al parecer, la idea de la justi­ cia incluye casos de diferentes tipos, con fácil resolución en algunas instancias y con problem as decisionales muy arduos en otras. U na im plicación de esta línea de razonam iento es el reconoci­ m iento de que un a teoría am plia de la justicia que acoge en su seno consideraciones no congruentes no tiene que convertirse p o r ello en incoherente, inm anejable o inútil. A pesar de la pluralidad, pu ed en surgir conclusiones definitivas*. C uando las preocupaciones e n ju e ­ go, reflejadas en esa pluralidad, tienen méritos de am plio alcance, sobre cuya fuerza relativa perm anecem os relativam ente indecisos, entonces tendría sentido tratar de ver cuán lejos podem os ir incluso sin h aber resuelto p o r com pleto los problem as de los pesos relativos“ . Y a veces podem os ir lo suficientem ente lejos para que la teoría sea muy útil, sin sacrificar ninguna de las rigurosas dem andas de cada lí­ nea de argum entación en conflicto. * Esta cuestión se relacio n a niuv de cerca co n la te n d e n c ia d e «los particip an tes en controversias legales a tra ta r de p ro d u c ir acu erd o s n o co m p le ta m en te teorizados so­ bre resultados particulares», com o Cass S unstein ha p la n te a d o b rillan tem en te e n su am bicioso ensayo «Incom pletelv T h eo riz ed A greem ents», Harvard Law Review, n ú m e ­ ros 108,1995. M ientras S unstein se c o n c en tra e n la posibilidad d e un a c u e rd o práctico sin consenso sobre la teo ría q u e está tras esa elección (y ésta es en v erd ad u n a im p o r­ tan te cuestión en las decisiones legales v n o leg ales), yo trato d e esclarecer u n a cues­ tión relacionada p e ro diferen te. Se alega a q u fq u e la con sid erab le h e te ro g e n e id a d de las perspectivas p u e d e ajustarse d e n tro de u n a teo ría am plia, q u e g e n ere o rd en acio n es parcialm en te com pletas q u e a n id e n a sep arar las o p cio n es plausibles (si n o «la m ejor» decisión) de las propu estas claram en te rechazables. ** La aceptación de u n a insoluble diversidad de op in io n es es, sin em b arg o , u n últi­ m o recurso, en lug ar d e u n a p rim era o pción, p u esto q u e todos los desacu erd o s tien en q u e ser exam inados críticam en te y evaluados en p rim e r lugar, co m o se discutió e n el capítulo 1.

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L a J U S I IC IA Y E l. M U N D O

Los criterios rivales producirán diferentes ordenaciones de alterna­ tivas, con algunos elementos compartidos y algunos elementos diver­ gentes. La intersección —o los elementos com partidos de las ordena­ ciones— de las diversas ordenaciones generadas p o r las diferentes prioridades producirán u n a ordenación parcial que jerarquiza unas alternativas contra otras con gran claridad y consistencia interna, m ien­ tras fracasa por com pleto en clasificar otros pares de alternativas*. La com unalidad de la ordenación parcial com partida puede ser enton­ ces considerada com o el resultado definitivo de esa teoría amplia. Las conclusiones definitivas son útiles si y cuando surgen, sin que haya ninguna necesidad de buscar algo com o una garantía de que una elec­ ción «mejor» o «correcta» tenga que surgir invariablemente en cada caso en el cual estamos tentados a invocar la idea de lajusticia. La cuestión básica aquí, que es lo suficientem ente simple cuando está desprovista de las formalidades analíticas, es la necesidad de re­ conocer que una teoría com pleta de lajusticia bien puede producir u n a ordenación incom pleta de cursos alternativos de decisión, y que una ordenación parcial com partida hablará sin am bigüedades en algunos casos y guardará silencio en otros. Cuando C ondorcet y Smith alegaban que la abolición de la esclavitud haría el m undo m ucho me­ nos injusto, afirm aban la posibilidad de o rd en ar el m undo con y sin esclavitud, en favor de lo último, esto es, tom aban partido por la supe­ rioridad —y mayor justicia— de un m undo sin esclavitud. Al afirm ar dicha conclusión, ellos no hacían tam bién la afirmación adicional de que todas las alternativas generadas p o r las variaciones de las institu­ ciones y las políticas pu ed en ser jerarquizadas p o r com pleto unas con­ tra otras. La esclavitud como institución puede ser evaluada sin eva­ luar —con el mismo carácter definitivo— todas las otras opciones institucionales que el m undo afronta. No vivimos en un m undo de «todo o nada». Es im portante enfatizar, particularm ente para evitar un m alenten­ dido, que la acordada aceptación buscada no es exactam ente lo mis­ mo que la com pleta unanim idad de las ordenaciones de preferencias

* Hay resoluciones m atem áticas b ien definidas e n la identificación d el d o m in io de las decisiones claras y distintas, c u a n d o la in tersecció n q u e em erg e d e los criterios p lu ­ rales sobrevivientes es in co m p le ta. Sobre esto, véanse m i Elección colectiva y bienestar social; «Interpersonal A ggregation a n d Partial C om parability», Economelrica, n ú m . 38, 1970, y «M axim ization a n d th e A ct o f C hoice», Economelrica, n ú m . 65, 1997.

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L a IDF.A D E I.A J U S T I C I A

reales de las diferentes personas sobre el dom inio de la ordenación parcial razonada. Aquí no se supone que cada esclavista tiene que op­ tar por renunciar a sus derechos sobre otros seres hum anos, derechos que le han sido otorgados p o r las leyes vigentes en su país. La reivindi­ cación de Smith o C ondorcet o Wollstonecraft consistía más bien en que los argum entos en favor de la esclavitud fueran derrotados por los argum entos en favor de su abolición, habida cuenta de los reque­ rim ientos del razonam iento público y de las exigencias de la im par­ cialidad. Los elem entos de congruencia de los razonam ientos parcia­ les sobrevivientes form an la base de u n a ordenación parcial que subyace a las reivindicaciones de manifiesto m ejoram iento de la justi­ cia (como se han discutido ya). La base de una ordenación parcial orientada a las com paraciones de la justicia es la congruencia de las conclusiones de los razonam ientos imparciales, que no son lo mismo que el requerim iento de com pleto acuerdo sobre las preferencias personales de los diferentes individuos*.

E l a l c a n c e d e las r e so l u c io n e s pa r c ia l e s

Para ser útil, u n a ordenación social ha de tener alguna cobertura sustantiva, pero no tiene que ser completa. U na teoría de lajusticia tie­ ne que descansar fundam entalm ente en ordenaciones parciales basa­ das en la intersección o com unalidad de las distintas ordenaciones ex­ traídas de diferentes razones de justicia que puedan todas sobrevivir al escrutinio del razonamiento público. En el ejemplo de los tres enfo­ ques para la adjudicación de la flauta, es muy posible que no haya una­ nim idad alguna en las ordenaciones entre esas tres alternativas. Si es­ tamos especialmente preocupados con una elección entre esas tres alternativas, no seremos capaces de encontrar ayuda en una ordena­ ción que resulta incompleta para esa opción. De otra parte, hay gran cantidad de opciones en las cuales u n a ordenación parcial con carencias específicas p o d ría ofrecernos m u­

* H ay aq u í u n a clara co n e x ió n con la d istin ció n e n tre las exigencias d e «racio n a­ lidad» y las exigencias d e «razonabilidad» discutidas e n los c ap ítu lo s 8 y 9. Esta distin ­ ción tien e raíces en Rawls, p e ro e n su em p le o a q u í hay m ás acep ta ció n d e la p lu ra li­ d a d sobreviviente d e las razo n es im p arciales q u e la q u e existe e n los p rin cip io s de ju sticia d el filósofo, co m o se h a visto en el c a p ítu lo 2.

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L a J U S T IC IA Y E L M U N D O

cha orientación. Si, p o r ejem plo, a través del escrutinio crítico de las razones de justicia podem os p o n e r la alternativa X p o r encim a de Y y Z, sin ser capaces de en fren tar a Y y Z entre sí, podem os optar cóm odam ente p o r X, sin ten er que resolver la disputa entre Y y Z. Si somos m enos afortunados, y el escrutinio de las razones de justicia no establece u na diferencia en tre X e Y, pero coloca a X e Y p o r enci­ m a de Z, entonces no tenem os u n a opción específica que provenga sólo de las consideraciones de justicia. Y sin em bargo, las razones de justicia nos conducirían todavía a rechazar y eludir p o r com pleto la alternativa Z, que es claram ente inferior a X e Y Las ordenaciones parciales de este tipo p u ed en te n er u n alcance significativo. Por ejem plo, si se acuerda que el statu quo en Estados Unidos, que no se aproxim a para nada a la cobertura universal en m ateria de seguridad social, es m ucho m enos ju sto que u n núm ero de alternativas específicas que ofrecen diferentes esquem as de co­ b ertu ra universal, entonces p o r razones de justicia podem os recha­ zar el statu quo de la cobertura no universal, incluso si las razones de justicia no jerarq u izan p o r com pleto las alternativas que son todas superiores al statu quo. Tenem os excelente razón para escrutar y exa­ m inar críticam ente los argum entos basados en consideraciones de justicia para ver cuán lejos podem os llevar la ordenación parcial que em ana de esa perspectiva. No tenem os razón especial para rechazar la ayuda que nos brin d a la ordenación parcial a nuestra disposición, incluso si ello deja algunas opciones fuera de nuestro alcance. En el caso de la atención médica, tendríam os razón suficiente para p re­ sionar en favor de la cobertura universal a través de u n a de las vías indicadas, incluso si somos incapaces de coincidir en otras cuestio­ nes de elección social*.

* La elección racional exigiría escoger u n a de las alternativas superiores, p ero m u­ tu am en te excluidas d e to d a ordenación, en lugar de seguir ad h erid o s al statu quo ostensi­ b lem ente inferior com o resultado de la indecisión sobre q u é alternativa su p erio r h a de adoptarse. Hay aquí u n a lección to m ad a d e la antigua fábula del asno de B uridán que fracasó en d eterm in ar cuál de los dos m o nto n es d e h e n o q u e tenía al fren te era el m ejor y m urió de h am b re m erced a la indefinición indefinida. Las exigencias d e la razonabilid ad y la racionalidad co n orden acio n es incom pletas se estudian e n m i «Maximization an d the Act o f Choice», Econometrica, núm . 65, 1997, y Rationality andFreedom, H arvard University Press, C am bridge, 2002.


L a i d f .a

d e la ju s t ic ia

U n m a r c o c o m p a r a t iv o

Los debates sobre la justicia, si van a ocuparse de asuntos prácti­ cos, no pueden ser sino sobre com paraciones. No nos abstenem os de las com paraciones incluso si somos incapaces de identificar lo per­ fectam ente justo. Por ejemplo, bien puede suceder que la introduc­ ción de políticas sociales que elim inen el ham bre generalizada o el analfabetism o ram pante pueda ser avalada p o r un acuerdo razonado de que tal cosa sería un avance de lajusticia. Pero la ejecución de ta­ les políticas podría excluir todavía muchas mejoras que podem os p ro p o n er de m anera individual e incluso aceptar en form a colectiva. La identificación de los requerim ientos trascendentales de u n a so­ ciedad com pletam ente justa, si fuera posible hacer dicha identifica­ ción, tendría por supuesto m uchas otras exigencias sobre cóm o idea­ lizar una sociedad real, sea que tales cambios p u edan llevarse a cabo o no. Los cambios o las reformas para la m ejora de lajusticia exigen evaluaciones comparativas y no sólo una identificación inm aculada de «lajusta sociedad» o «lasjustas instituciones». Si este razonam iento es correcto, un enfoque de lajusticia puede ser tanto aceptable en la teoría cuanto utilizable en la práctica, inclu­ so sin ser posible identificar las exigencias de las sociedades perfecta­ m ente justas (o la naturaleza exacta de las «instituciones justas»). El enfoque puede incluir el entendim iento de que diferentes jueces ra­ zonables e imparciales podrían diferir sobre la identificación —e in­ cluso sobre la existencia— de una alternativa trascendental. Aún más, el enfoque puede reconocer v perm itir la posibilidad de que in­ cluso un individuo determ inado puede no estar com pletam ente de­ cidido sobre las com paraciones entre diferentes alternativas, si resulta incapaz de desechar, m ediante el escrutinio crítico, todas las consi­ deraciones en ju eg o salvo una. Lajusticia es una idea inm ensam ente im portante que ha motivado a la gente en el pasado y continuará motivando a la gente en el futuro. Y el razonam iento y el escrutinio crítico pueden ofrecer m ucho para extender el alcance y refinar el contenido de este concepto crucial. Y sin embargo, sería un error esperar que cada decisión problem ática para la cual la idea de lajusticia pueda ser relevante fuera efectivamen­ te resuelta a través del escrutinio razonado. Y tam bién sería u n error asumir, como se ha \isto antes, que puesto que no todas las disputas pueden ser resueltas m ediante escrutinio crítico, no tenemos funda­

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L a JU S T IC IA v EL M U N D O

mentos suficientem ente seguros para em plear la idea de la justicia en aquellos casos en los cuales el escrutinio razonado produce un juicio concluyente. Avanzamos tanto como razonablem ente podemos.

J u s t ic ia e im p a r c ia l id a d a b ie r t a

U na cuestión pendiente concierne al alcance y a la cobertura de las evaluaciones razonables que vienen de diferentes lugares y pers­ pectivas. ¿El ejercicio de im parcialidad o equidad tiene que confinar­ se dentro de las fronteras de un país con u n a soberanía com partida o dentro de una cultura con unas actitudes y prioridades compartidas? Esta cuestión, considerada atrás (en los capítulos 5 a 9), puede ser recapitulada con provecho, habida cuenta de su im portancia para el enfoque de la justicia que se presenta en este libro. Existen dos principales razones para exigir que el encuentro del razonam iento público con la justicia debe ir más allá de las fronteras de un Estado o u n a región, y están basadas respectivam ente en la re­ levancia de los intereses de otras personas para evitar prejuicios y preservar la equidad hacia los demás, y en la pertinencia de las pers­ pectivas de otras personas que ensanchen nuestra propia investiga­ ción de los principios relevantes para evitar el parroquialism o acrítico de valores y suposiciones en la com unidad local*. La prim era razón, relacionada con la interdependencia de los inte­ reses, es fácilmente apreciable en el m undo en que vivimos. La forma en que Estados Unidos ha respondido a la barbarie del 11 de septiem­ bre en Nueva York afecta a las vidas de millones de personas en todo el m undo, en Afganistán e Irak, por supuesto, pero también m ucho más allá de los territorios donde hay presencia estadounidense directa’*. De igual m anera, la form a en que Estados Unidos logre superar su actual crisis económ ica (la crisis de 2008 y 2009 que se despliega mientras

* Estos tem as h a n sido e x p lo rad o s e n los c ap ítu lo s 5 y 6. ** Vivimos hoy u n a fase de la historia m undial especialm ente interco n ectad a a través de la gu erra y la paz. En efecto, com o h a observado Eric H obsbawm , «sería más fácil es­ cribir acerca del tem a de la gu erra y la paz en el siglo x x si la diferencia e n tre ellas fuera tan nítida com o supuestam ente era a principios del siglo» (Globalizalion, Democracy and Temnism, Little Brown, L o n d o n , 2007, p. 19). Veáse tam bién G eir L undestad y Olav Njolstacl (eds.), WarandPeacein the20th-Cenlvry andfíeyond,W orldScientifie, Londres, 2002; v Chris Patten, What N exl? Surviving the Twenty-frrsl Century, Alien la ñ e , Londres, 2008.

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I-A ID E A D E LA J U S T IC IA

concluía la redacción de este texto) tendrá u n profundo efecto en otros países que tienen relaciones comerciales y financieras con Esta­ dos Unidos y otros más que tienen negocios con los socios de los nor­ teamericanos. Además, el sida y otras epidemias se mueven de un país a otro y de u n continente a otro, y los m edicam entos desarrollados y producidos en unas regiones son im portantes para las vidas y liberta­ des de gentes muy lejanas. Muchas otras avenidas de interdependen­ cia pueden ser fácilmente identificadas. La interd ep en d en cia tam bién com porta el im pacto de u n senti­ m iento de injusticia de un país en las vidas y libertades de otros. «La injusticia en un lugar es u n a am enaza para la justicia en todas par­ tes», decía M artin L uther King en abril de 1963, en u n a carta desde la cárcel de B irm ingham \ El descontento basado en la injusticia de u n país puede extenderse de m anera rápida a otras tierras: nuestros «vecindarios» se extienden hoy a todo el planeta**. N uestro com pro­ miso con otros a través del com ercio y las com unicaciones resulta notablem ente am plio en el m undo contem poráneo, y más aún, nuestros contactos globales en m ateria literaria, artística y científica hacen muy difícil esperar que u n a adecuada consideración de dife­ rentes intereses o preocupaciones p u ed a ser confinada de m anera plausible a la ciudadanía de un país determ inado, con ignorancia de todos los demás.

El no

pa r r o q u ia l ism o c o m o r e q u e r im ie n t o d e la ju s t ic ia

Además de las características globales de los intereses interdependientes, hay una segunda razón, que consiste en eludir la tram pa del parroquialism o, para aceptar la necesidad de adoptar u n enfoque «abierto» en el exam en de las exigencias de la im parcialidad. Si la discusión de las exigencias de la justicia se confina a u n a localidad particular —un país o incluso una región mayor— hay un peligro posible de ignorar o desatender m uchos contraargum entos desafian­ tes que p ueden no surgir en los debates políticos locales o no hallar

* S obre los a n te c e d e n te s d el juicio d e M artin L u th e r K ing so b re la relevancia d e la ju s tic ia global p a ra la ju stic ia local, véase The Autobiography o f M artin Luther K ing Jr., W ern er B ooks, N ueva York, 2001. ** Esto se h a d iscu tid o e n el c a p ítu lo 7.

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cabida en los discursos confinados a la cultura local, pero que son dignos de toda consideración en u n a perspectiva imparcial. Es esta lim itación de la confianza en el razonam iento parroquial, vinculado a las tradiciones nacionales y a las concepciones regionales, la que Adam Smith quería resistir. El recurrió al dispositivo del espectador imparcial, en la form a de un experim ento intelectual que inquiría p o r la reacción de una persona desinteresada, cercana o lejana, fren­ te a u na práctica o a un procedim iento particular*. Smith estaba particularm ente preocupado p o r evitar la fuerza de atracción del parroquialism o en la jurisprudencia y en la filosofía po­ lítica y moral. En un capítulo titulado «Sobre la influencia de la cos­ tum bre y la m oda en los sentim ientos de aprobación y desaprobación moral», ofrece varios ejemplos acerca de cóm o las discusiones confi­ nadas dentro de u n a sociedad determ inada p u ed en ser apresadas dentro de u na concepción muy estrecha: El asesinato de los recién nacidos fue una práctica perm itida en casi todas las ciudades griegas, incluso entre los corteses y civilizados atenienses. Y cuando quiera que las circunstancias del padre hacían inconveniente el nacim iento del hijo, exponerlo al ham bre o a los animales salvajes no se trataba con reproche o censura... La costum­ bre inveterada había autorizado la práctica durante tanto tiempo que esta bárbara prerrogativa estaba tolerada no sólo por las máximas de conveniencia m undana sino tam bién por la doctrina de los filósofos, que debía ser más justa y más exacta pero que cedió ante la costumbre dom inante y en lugar de censurarlo respaldó el horrible abuso me­ diante argum entos improbables de utilidad pública. Aristóteles habla de ello como de lo que el magistrado debería estimular en muchas ocasiones. El hum ano Platón es de la misma opinión y con todo ese am or de la hum anidad que parece inspirar todos sus escritos no des­ aprueba esta práctica en ningún lugar5.

* El e n fo q u e sm ith ian o del e sp e c ta d o r im p arcial h a sido e x a m in a d o e n el capí­ tulo 6. Es im p o rta n te re c o n o c e r q u e el rec u rso d el e sp e c ta d o r im p arcial es e m p lea ­ d o p o r S m ith p a ra a b rir el c u e stio n am ie n to y n o p a ra c e rra r el d e b a te co n u n a res­ pu esta form alista su p u e sta m e n te d eriv ad a d el esp e c ta d o r im p arcial visto com o á rb itro . P ara S m ith, el e sp e c ta d o r im p arcial, q u e p la n te a m u ch as p re g u n ta s relevan­ tes, es u n a p a rte d e la d isciplina d el ra z o n a m ie n to im p arcial y e n tal se n tid o tien e cab id a e n este libro.


L a i d f .a d e l a

ju s t ic ia

La insistencia de Adam Smith en que tenemos que ver nuestros sen­ tim ientos «desde cierta distancia» está motivada entonces p o r el pro­ pósito de escrutar no sólo la influencia de los intereses creados, sino tam bién el hechizo de las tradiciones y costum bres arraigadas. M ientras el ejem plo de Smith sobre el infanticidio sigue siendo tristem ente oportuno, si bien sólo en unas pocas sociedades, algu­ nos de sus otros ejemplos tienen relevancia p ara m uchos países con­ tem poráneos. Esto se aplica, p o r ejem plo, a su insistencia de que hay que apelar a «los ojos del resto de la hum anidad» para determ i­ n ar si «un castigo parece apropiado»6. Supongo que incluso la prác­ tica del lincham iento de «maleantes» reconocidos parecía perfecta­ m ente justa y equitativa a los defensores arm ados de la ley y el o rd en en el sur de Estados Unidos hasta no hace m ucho tiempo*. Aún hoy, el escrutinio desde cierta distancia p u ed e ser útil para prácticas tan distintas com o la lapidación de m ujeres adúlteras en el Afganistán de los talibanes, el aborto selectivo de fetos fem eninos en China, Corea y partes de la India**, y el am plio uso de la p en a capital en Chi­ na o en Estados U nidos (con o sin las jubilosas celebraciones públi­ cas que no son en teram en te desconocidas en ciertas partes del país)'**. La im parcialidad cerrada carece en parte de la cualidad que hace de la im parcialidad —y de la equidad— un elem ento central de la idea de lajusticia. La relevancia de las perspectivas distantes tiene u n a clara influen­ cia en algunos debates actuales en Estados Unidos, p o r ejem plo en la Corte Suprem a de Justicia en 2005, acerca de la legitim idad de la pena de m uerte para crím enes com etidos p o r una persona cuando es m enor de edad. Las exigencias de que se vea hacer justicia, incluso en u n país com o Estados Unidos, no pu ed en desentenderse p o r com pleto de la preg u n ta sobre cóm o enfrentarse a este problem a en

* Véase, p o r ejem p lo , el e stu d io d e W alter Jo h n so n so b re las ideas en to rn o a los m ercad o s d e esclavos e n el su r d e Estados U nidos: Soul by Soul: Life Inside the Antebe­ llum Slave Market, H arv ard U niversity Press, C am b rid g e, 1999. ** S obre esto, véase m i «The M any Faces o f G e n d e r Inequality», The Neiu Republic, n u m . 522, 17 d e se p tiem b re d e 2001, y Frontline, n ú m . 18, 2001. *** A m nistía In te rn a c io n a l in fo rm a q u e d e las 2.390 p e rso n as ejecu tad as p o r go­ b ie rn o s en 2008, 1.718 lo fu e ro n en C hin a, 346 e n Irá n , 102 en A rabia S audita, 37 en E stados U nidos y 36 en Pakistán. E n to d o el h em isferio o ccid e n ta l (A m érica del N o r­ te, A m érica C en tral y el C aribe, y A m érica d el S u r), hay sólo u n E stado — Estados U n id o s— q u e aplica la p e n a d e m u e rte (« R ep o rt Says E xecu tio n s D o u b le d W orldwi­ de», The New York Times, 25 d e m arzo d e 2009).

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otros países, de E uropa a Brasil, la India y jap ó n . Da la casualidad de que la decisión mayoritaria de la C orte fue contra la aplicación de la p en a de m uerte para un crim en com etido cuando la persona era me­ n o r de edad, incluso si la ejecución tuviera lugar cuando el reo alcan­ ce la mayoría de edad*. Con el cam bio en la com posición de la C orte Suprema, esta deci­ sión puede no ser fácil de sostener. En una declaración explícita he­ cha durante su audiencia de confirm ación ante el Senado, el actual presidente de la C orte Jo h n G. Roberts ha expresado su coincidencia con la opinión m inoritaria, que habría autorizado la ejecución por un asesinato com etido p o r u n m en o r de edad u n a vez que hubiera alcanzado la condición de adulto: «Si nos apoyáramos en la decisión de un ju ez alem án acerca de lo que significa nuestra Constitución, ningún presidente responsable ante el pueblo nom inaría a ese juez... Y sin em bargo, él desem peña u n papel en la definición del derecho que obliga al pueblo en este país»7. Frente a esto, la ju ez Ruth Bader Ginsburg, que votó con la mayoría de la Corte, ha respondido: «¿Por qué no deberíam os consultar la sabiduría de un juez extranjero al m enos con tanta naturalidad com o leeríam os un artículo de revista ju ríd ica de un profesor?»8. La sabiduría general, incluida su conexión con el derecho, cierta­ m ente constituye un problem a público, y Ginsburg tiene razón al pen­ sar que puede venir del exterior tanto como del interior’'*. Hay una cuestión de relevancia más específica en este debate, que hacía Adam Smith al referirse a la im portancia de tener en cuenta los juicios distan­ tes para no caer en la tram pa del parroquialismo local o nacional. Por tal razón, Smith sostenía que hay que tom ar atenta nota de lo que ven «los ojos del resto de la hum anidad». Al negar la legitimidad de la pena capital en el caso de crímenes cometidos por m enores de edad, la ma­ yoría de la Corte Suprem a no m uestra simple «deferencia p o r extran­

* Roperv. Simmons, 543 US 551, 2005. ** En c o n tra d e la o p in ió n d e alg u n o s ju e c e s d e la C o rte S u p rem a d e Estados U nidos, p ara q u ien es sería u n e rr o r p re sta r a te n c ió n a ex tra n jero s y a sus o bras al h a c e r análisis jurídicos en Estados U nid o s, la so cied ad civil e sta d o u n id e n se n o insis­ te e n ig n o ra r las ideas d e los e x tran jero s, d esd e Jesu cristo a M o h an d as G an d h i y Xelson M andela, q ue tie n e n in flu en cia en las exigencias del d e re c h o v d e la ju stic ia hoy. R esulta m uy especializada la tesis según la cual estab a b ien q u e Jefferso n recib iera la in flu en cia de los arg u m e n to s e x tran jero s, p e ro a h o ra hay q u e h a c e r o ídos so rd o s a los arg u m e n to s p ro c e d e n te s del e x te rio r d e Estados U nidos.

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L a ID E A I)E LA J U S T IC IA

jeros que piensan igual» (como sugiere el juez A ntonin Scalia en su voto disidente). El escrutinio desde cierta distancia puede ser muy útil para alcanzar juicios sólidos pero abiertos, que tom en atenta nota de cuestiones que la consideración de perspectivas no locales pueda ayu­ dar a generar (como Smith discutió en algún detalle). En efecto, la coherencia aparente de los valores parroquiales radi­ ca con frecuencia en la falta de conocim iento de lo que ha probado ser factible en las experiencias de otras gentes. La defensa p o r iner­ cia del infanticidio en la antigua Grecia, sobre la cual escribió Smith, estaba claram ente influida p o r la falta de conocim iento de otras so­ ciedades en las cuales el infanticidio estaba proscrito y que sin em ­ bargo no cayeron p o r ello en la crisis y en el caos. A pesar de la indu­ dable im portancia del «conocim iento local», el conocim iento global tiene tam bién algún valor y puede contribuir a los debates sobre los valores y las prácticas locales. Escuchar las voces distantes, que es parte del ejercicio de invoca­ ción del «espectador imparcial» de Adam Smith, no nos exige respe­ tar todos los argum entos que puedan venir del exterior. La disponibi­ lidad de considerar un argum ento propuesto en otra parte está muy lejos de la predisposición de aceptar todas las propuestas de ese tipo. Podemos rechazar muchos de los argum entos propuestos —a veces incluso todos ellos— y sin em bargo quedarían casos de razonam iento que podrían hacernos reconsiderar nuestras concepciones y opinio­ nes, asociadas a las experiencias y a las convenciones arraigadas en un país o en u na cultura. Los argum entos que a prim era vista pueden parecer «exóticos» (especialmente cuando vienen de otras tierras) pueden ayudar a enriquecer nuestro pensam iento si tratamos de com prom eternos con la razón más allá de estas disputas localm ente atípicas. Muchas gentes en Estados L’nidos o China pueden no im pre­ sionarse por el m ero hecho de que muchos otros países —la mayor parte de Europa, por ejem plo— no perm iten la pena de m uerte. Y sin em bargo, si las razones son im portantes, habría en general muy bue­ nas razones para exam inar los argum entos contra la pen a de m uerte que se esgrim en en el m undo exterior*.

* H abría, p o r supuesto, b u en as razones p a ra ex am in ar los a rg u m en to s en favor de la p e n a d e m u erte q u e p u e d e n escucharse en Estados U n id o s o C hina, o cu alq u ier o tro país qu e haga uso sustancial d e ese sistem a de castigo.

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L a JU S T IC IA Y EL M U N D O

J u s t ic ia , d e m o c r a c ia y r a z o n a m ie n t o

global

O torgar seria consideración a los argum entos y análisis distintos y contrarios procedentes de diferentes sectores es un proceso participativo que tiene m ucho en com ún con el trabajo de la dem ocracia a través del razonam iento público, com o se ha visto ya*. Desde luego, no son la misma cosa puesto que la dem ocracia se ocupa de u n a eva­ luación política, que nos conduce, en esta interpretación, al «gobier­ no por discusión», m ientras que la realización de un escrutinio no centrado en el yo y no parroquial, m ediante la atención a las perspec­ tivas distantes, puede obedecer en gran m edida a las exigencias de la objetividad. Y sin em bargo, existen características com unes, y en efecto incluso las exigencias de la dem ocracia p u ed en ser (al m enos en cierta interpretación) vistas com o formas de m ejoram iento de la objetividad del proceso político**. En este contexto, podría p regun­ tarse cuáles son las implicaciones de estos reconocim ientos para las exigencias de la justicia global, así com o para la naturaleza y los re­ querim ientos de la dem ocracia global. A m enudo se afirma, con evidente plausibilidad, que en el futuro previsible resulta realm ente imposible ten er u n Estado global y, en consecuencia, un Estado dem ocrático global. Esto es ciertam ente así, y sin em bargo si la dem ocracia es vista desde el p u n to de vista del razonam iento público, entonces la práctica de la dem ocracia global no tiene que ser aplazada de m anera indefinida. Las voces que p u e­ d en representar la diferencia vienen de varias fuentes, incluidas las instituciones globales, así com o intercam bios y com unicaciones m e­ nos formales. Estas articulaciones no son, p o r supuesto, perfectas para los argum entos globales, pero existen y funcionan realm ente con cierta efectividad, y p u ed en hacerse más efectivas a través del apoyo a las instituciones que ayudan a divulgar la inform ación y a m ejorar las oportunidades para las discusiones que trascienden las fronteras. La pluralidad de las fuentes enriquece el alcance de la dem ocracia global a la luz de esta perspectiva***. * V eánse los cap ítu lo s 15, 16 y 17. ** Veáse el cap ítu lo 15. *** Al igual q u e en la ev alu ació n d e laju sticia, en la cual el a rg u m e n to c o m p a ra ti­ vo resu lta m uy fu e rte (co m o se h a visto a lo larg o d e to d o este tra b a jo ), tam b ié n p a ra la d e m o cracia la c u estió n c e n tra l n o es ta n to la caracte riza c ió n d e u n a p e rfe c ta d e m o c ra c ia im ag in a ria (in clu so si p u d ie re h a b e r a c u e rd o e n có m o sería) c u a n to


l.A ID E A DK T.A J U S T IC IA

Muchas instituciones tienen un papel aquí, incluidas las Naciones Unidas y sus agencias, pero tam bién cabe m encionar el trabajo com­ prom etido de las organizaciones ciudadanas, de m uchas ONGs y de algunos sectores de los medios de com unicación. Tam bién existe un im portante espacio para las iniciativas de m uchos activistas indivi­ duales cuando trabajan juntos. Londres y W ashington pu ed en ha­ berse irritado por el am plio rechazo a la estrategia de la coalición en Irak, tanto com o París o Tokio p u ed en estar abrum ados p o r la espec­ tacular difam ación de las em presas transnacionales p o r parte del movimiento antiglobalización, uno de los más globalizados del m un­ do actual. Las reivindicaciones de los antiglobales no son siem pre sensatas (a veces ninguna de ellas) , pero m uchas plantean cuestio­ nes muy relevantes y contribuyen así de m anera constructiva al razo­ nam iento público. La distribución de los beneficios de las relaciones globales depende no sólo de las políticas domésticas, sino tam bién de u n a variedad de arreglos sociales internacionales, com o los acuerdos comerciales, las norm as de propiedad industrial, las iniciativas sanitarias globales, los convenios educativos internacionales, las facilidades para la difu­ sión de la tecnología, el tratam iento de las deudas acum uladas (fre­ cuentem ente provocadas p o r gobernantes militares irresponsables en el pasado) y el control de los conflictos y las guerras locales. Todas estas son cuestiones em inentem ente discutibles que p u ed en ser ma­ teria propicia para el diálogo global, incluidas las críticas que vienen de cerca y de lejos”.

có m o el alcance y el vigor d e la d em o c ra c ia p u e d e n ser in c re m e n ta d o s. V eánse los cap ítu lo s 15 y 16. * El alcance global d e las voces p ro c e d e n te s d e n acio n es ig n o ra d as h asta hoy es tam b ién m u c h o m ayor a h o ra en lo q u e F areed Z akaria llam a «el m u n d o p o stam e ri­ cano», c u a n d o «una g ran tra n sió rm a ció n tie n e lu g ar a lre d e d o r del m u n d o » (F. Z akaria, The\ Post-American World, \ \ . \V. N o rto n , New York, 2008, p. 1). Este es cierta­ m e n te u n cam bio im p o rta n te , p e ro ta m b ién hay q u e c o n sid e ra r la n e ce sid ad d e ir m ás allá de las voces p ro c e d e n te s d e los países co n éxitos eco n ó m ico s recien tes (in ­ cluidos, p o r d iferen tes razones, C hin a, Brasil, In d ia y o tro s), q u e h a b la n co n más fuerza, p e ro q u e con fre cu e n c ia n o re p re se n ta n las p reo c u p a c io n e s y o p in io n e s de las g en tes e n países con m e n o r éx ito ec o n ó m ic o (inclu id o s casi todos los países afri­ canos y m u ch o s la tin o a m e ric a n o s). Existe ta m b ién la n ecesid ad , e n c u a lq u ie r país, de ir m ás allá d e las voces d e los g o b iern o s, los m a n d o s m ilitares, los d irig en tes em ­ presariales y otros e n posicio n es d e in flu en cia, q u e tie n d e n a ser escu ch ad o s co n fa­ cilidad a través d e las fro n teras, p a ra p re sta r a ten c ió n a las so cied ad es civiles v a las g en tes m ás débiles en d iferen tes países d el m u n d o .

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L a J U S T IC IA Y t i . M U N D O

La agitación pública activa, los inform es periodísticos v las discu­ siones abiertas se cuentan entre los medios de prom oción de la de­ m ocracia global, incluso sin contem plar el Estado global. El desafío de hoy consiste en el fortalecim iento de este proceso de participa­ ción en curso, del cual d ep en d e en gran m edida la búsqueda de la justicia global. Se trata de una causa nada desdeñable.

C o n t r a t o s o c ia l c o n t r a e l e c c ió n so c ia l

Si la confianza en el razonam iento público es un aspecto im por­ tante del enfoque de la justicia que se presenta en este libro, lo pro­ pio puede predicarse de la form a en que se form ulan las preguntas p o r la justicia. He sostenido que hay un sólido argum ento en favor de reem plazar lo que he llam ado el institucionalism o trascendental — que subyace la m ayor p arte de los enfoques d o m in an tes sobre la justicia en la filosofía política contem poránea, incluida la teoría de la justicia como equidad de Jo h n Rawls— para centrarse más bien, en prim er lugar, en las evaluaciones de las realizaciones sociales, es de­ cir, en lo que realm ente sucede (en lugar de quedarse tan sólo en la evaluación de las instituciones y los acuerdos); y en segundo lugar, en las cuestiones comparativas relacionadas con el fom ento de lajusticia (en lugar de tratar de identificar esquemas perfectam ente ju sto s). Este program a, que fue bosquejado en la Introducción, ha sido se­ guido a lo largo de todo el libro m ediante el em pleo de las exigencias de la im parcialidad en el razonam iento público abierto. El enfoque desarrollado en este libro está bajo la influencia de la tradición de la teoría de la elección social (iniciada p o r C ondorcet en el siglo x v i i i y firm em ente establecida por K enneth Arrow en nuestro tiem po), y se concentra, como hace la disciplina de la elección social, en efectuar com paraciones evaluativas sobre distintas realizaciones sociales*. En tal sentido, este enfoque tiene tam bién im portantes simi­

* La co n trib u c ió n p io n e ra a la m o d e rn a teo ría d e la elección social fue sin d u d a el libro p re c u rso r d e K en n e th Arrow. Social C.hoice and Individual Valúes (John W’ilev. XewYork, 1951). P e ro la eleg an cia v el alcance del aso m b ro so « teo rem a de im posibi­ lidad» d e A rrow p re s e n ta d o en ese libro hizo q u e m u ch o s lecto res su p u sieran q u e la teo ría d e la elecció n social tie n e q u e o cu p arse p a ra siem p re d el estu d io d e las - im p o ­ sibilidades» relacio n ad as con la elección social racio n al. D e h e c h o , el e n fo q u e de Arrow, co n algunas ex ten sio n es m e n o res p e ro efectivas, p u e d e ser la base de u n a n á ­

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L a ID E A D E LA J U S T IC IA

litudes con las obras de Adam Smith, Jerem y Bentham, Jo h n Stuart Mili y Karl Marx, entre otros*. M ientras las raíces del enfoque se rem ontan a la Ilustración, existe un significativo contraste con otra tradición cultivada en ese período: la disciplina de razonam iento sobre la justicia desde el p u nto de vista de la idea de un contrato social. La tradición contractualista se re­ m onta al m enos a Thom as Hobbes, pero tam bién recibió aportes sus­ tanciales de Locke, Rousseau y Kant, y en nuestro tiem po de teóricos destacados como Rawls, Nozick, Gauthier, Dworkin y otros. Al optar por el enfoque de la elección social en lugar del enfoque del contrato social, mi intención no ha sido, p o r supuesto, negar la com prensión y la ilustración generadas p o r esta últim a tradición. Sin em bargo, a pe­ sar de las luces que aporta, he sostenido que la tradición contractua­ lista entraña limitaciones tan serias en la sustentación de u n a teoría de la justicia con el alcance suficiente que en últimas se convierte en una barrera para la razón práctica en el cam po de la justicia. La teoría de la justicia más socorrida hoy y que sirve com o p u nto de partida de este trabajo es, p o r supuesto, la de lajusticia com o equi­ dad de Jo h n Rawls. Aun cuando el am plio análisis político de Rawls contiene m uchos otros elem entos, su justicia com o equidad se carac­ teriza p or ocuparse sólo de m anera directa de la identificación de las instituciones justas. Hay aquí un trascendentalism o, aun cuando (como se com entó atrás) Rawls hizo observaciones profundam ente ilustrativas sobre cuestiones comparativas e in tentó tam bién tom ar nota de los posibles desacuerdos sobre la naturaleza de u n a sociedad perfectam ente justa*. Rawls se concentró en las instituciones com o la m ateria de sus principios de justicia. Esta concentración en la elección institucional no refleja, sin em bargo, su falta de interés en las realizaciones socia­ les, las cuales, en su enfoque, vienen determ inadas p o r u n a com bina­ ción de instituciones justas y com portam iento correcto p o r parte de

lisis social constructivo (veáse m i Collective Choice and Social Welfare, H olden-D ay, San F rancisco, 1970). La u tilid ad y el a p o rte d e la te o ría d e la elec ció n social p a ra el a n á ­ lisis d e laju stic ia se h a estu d ia d o en el cap ítu lo 4. * H e d iscu tid o an tes la sim iltu d e n tre este e n fo q u e y la a n tig u a trad ició n in d ia d e la ju s tic ia co m o nyaya (relac io n a d a c o n resu ltad o s co m p reh en siv o s) y n o co m o niti (relacio n ad a con esq u em as e in stitu cio n es). S o b re esto, veánse la In tro d u c c ió n y el cap ítu lo 3. ** Veáse la discusión al re sp e cto en la In tro d u c c ió n y el c a p ítu lo 2.

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todos a fin de hacer u n a transición predecible de las instituciones a los estados de cosas. Esto guarda relación con el intento de Rawls de p ro p o n er u na sociedad perfectam ente ju sta a partir de u n a combi­ nación de instituciones ideales y conductas ideales correlativas*. En u n m undo en el cual carecen de asidero esas suposiciones extrem a­ dam ente exigentes en m ateria de com portam iento, las opciones ins­ titucionales realizadas tenderán a no propiciar la clase de sociedad que tendría poderosas razones para ser considerada com o perfecta­ m ente justa.

D if e r e n c ia s y c o m u n a l id a d e s

En u na m em orable observación en el Leviatán, Thom as H obbes decía que las vidas de las gentes eran «desagradables, brutales y bre­ ves». Este era un buen p u n to de partida para una teoría de lajusticia en i 651, y me tem o que aún es un buen pu n to de partida para una teoría de la justicia hoy puesto que las vidas de tantas personas en todo el m undo tienen exactam ente esas terribles características, a pesar del progreso m aterial sustancial de otras. En efecto, u n a buena parte de la teoría presentada aquí está directam ente relacionada con las vidas y capacidades de la gente, y con la privación y la afectación que sufre“ . Aun cuando H obbes pasó de esta trem enda visión de la precariedad hum ana al enfoque idealista de un contrato social (cu­ yas limitaciones he tratado de plantear), poca duda cabe de la m oti­ vación en favor del m ejoram iento de la vida que lo inspiraba. Lo pro­ pio puede decirse hoy de las teorías de lajusticia de Rawls, Dworkin o Nagel, p o r ejem plo, aunque form alm ente ellos han anclado sus prin­

* Existe aquí, sin em b a rg o , u n a la g u n a (co m o se discutió antes) p u esto q u e Rawls n o exige u n a c o n d u c ta su fic ien tem e n te altru ista q u e haga re d u n d a n te la aco­ m o d ació n d e las d esig u aldad es provocadas p o r los incentivos. Así es a p e sa r del evi­ d e n te igualitarism o raw lsiano, q u e nos h a ría p e n sa r q u e él h a b ría e n c o n tra d o u n a so cied ad sin d esig u ald ad re la cio n a d a con los incentivos v con m ejo res títulos p ara ser te n id a co m o p e rfe c ta m e n te ju sta . Al re strin g ir sus exigencias e n m ate ria d e c o n ­ d u c ta y al p e rm itir las d esig u ald ad es basadas e n incentivos (d e lo cual se q u eja G. A. C o h é n co n ra zó n ), Rawls to m a p a rtid o p o r u n co m p ro m iso p rag m ático al p recio de u n ideal im aginario . P e ro la c u estió n del realism o su rg e con las o tras suposiciones q u e hace Rawls a p ro p ó sito d e las exigencias en m a teria d e c o m p o rta m ie n to . El p u n ­ to se c o m e n tó en el c a p ítu lo 2. ** Veáse el cap ítu lo 11, p e ro tam b ién los c ap ítu lo s 10, 12, 13 y 14.


I.A TDF.A DK LA J U S T IC IA

cipios de justicia en ciertos esquemas y preceptos (lo cual supone moverse en la dirección de niti y no de nyaycí) y no en realizaciones sociales, vidas y libertades. Los vínculos entre las distintas teorías de la justicia tienen que ser subrayados con firmeza puesto que, en los debates entre unas y otras, el énfasis tiende a ponerse en las diferen­ cias más que en las similitudes'. Al cerrar este libro, me doy cuenta que tam bién yo he caído en la tentación analítica de concentrarse en las distinciones y subrayar los contrastes. Y sin em bargo, hay una im portante im plicación com par­ tida al preocuparse p o r lajustica en prim er lugar. No im porta dónde nos lleven nuestras teorías de la justicia, todos tenem os razones para estar agradecidos p o r la reciente agitación intelectual en torno a ellas, que ha sido, en gran m edida, iniciada e inspirada p o r la labor pionera ele Jo h n Rawls en este campo, a partir de su extraordinario ensayo La justicia como equidad, de 1958. La filosofía puede producir y produce u n a obra extraordinaria­ m ente interesante e im portante sobre una variedad de temas que no tienen nada que ver con las privaciones, iniquidades y servidum bres de las vidas hum anas. Así es porque así debe ser, y hay m ucho que celebrar en la expansión y consolidación del horizonte de nuestro entendim iento en todos los campos de la curiosidad hum ana. Sin em bargo, la filosofía tam bién puede ju g a r un papel en aportar más disciplina y mayor alcance a las reflexiones sobre los valores y las prio­ ridades tanto como sobre las frustraciones, opresiones y hum illacio­ nes que los seres hum anos sufren a lo largo y ancho del planeta. Un com prom iso com partido de las teorías de la justicia consiste en to­ m ar en serio estos problem as v ver qué pu ed en hacer desde el p u nto de vista del razonam iento práctico frente a la justicia y la injusticia en

* P o r ejem plo, si b ien e n c u e n tro e x tre m a d a m e n te lúcidos los ex celen tes a rg u ­ m en to s d e B arbara H e rm á n sobre el alcance v la im p o rta n c ia d e lo q u e ella d e n o m i­ na «alfabetism o m oral», 110 p u e d o d e ja r de resistirm e a su afirm a ció n d e q u e «la m a­ yor p a rte d e lo q u e se nos exige co m o individuos al a y u d ar a los ex tra ñ o s cae bajo la obligación g en eral d e re sp a ld a r las in stitu cio n es justas» (B. H e rm á n , Moral Literacy, H arv ard U niversity Press, C am b rid g e, 2007, p. 223). C ab ría e sp e ra r q u e los ex trañ o s urg id o s d e ayuda p u d ie ra n te n e r d e re c h o a la ju s ta c o n sid erac ió n d e los d em ás d e n ­ tro y fu era d e sus países, y n o sólo p o r la obligación d e resp ald ar las in stitucionesjustas, en p articu lar cu an d o éstas se derivan d e «una versión k an tian a o liberal ap ro x im ad a de la justicia social basada e n algo p are c id o a u n a nació n o a u n Estado» (p. 222). Las limi­ taciones d e u n a visión institucional d e la ju sticia aplicable tan sólo d e n tro u n a n ació n o u n E stado se d iscu tie ro n e n la In tro d u c c ió n y e n los c ap ítu lo s 2 a 7.

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L a J U S T IC IA Y F.I. M U N D O

el m undo. Si la curiosidad epistémica p o r el m undo constituye una tendencia que m ucha gente com parte, la preocupación p o r la bon­ dad, la corrección y la justeza tiene tam bién u n a poderosa presencia, latente o manifiesta, en nuestras mentes. Las distintas teorías de la justicia p u eden com petir en hallar el uso correcto de esa preocupa­ ción, pero ellas com parten la significativa característica de estar im­ plicadas en la misma búsqueda. Hace m uchos años, en un ensayo m erecidam ente famoso intitu­ lado «¿Qué es ser un murciélago?», Thomas Nagel presentó algunas ideas fundacionales sobre el problem a mente-cuerpo*. La búsqueda de una teoría de lajusticia tiene algo que ver con una cuestión similar: l Qué es ser un ser humano'? En su ensayo, Nagel también estaba realm en­ te interesado en los seres hum anos y sólo de m anera marginal en los murciélagos. Argum entaba con vigor contra la sensatez de entender la conciencia y los fenóm enos mentales tan sólo desde el punto de vista de los correspondientes fenóm enos físicos (como tratan de hacer m u­ chos científicos y algunos filósofos). En particular, él distinguía entre la naturaleza de la conciencia y las conexiones causales o asociativas que pueden vincularla a las operaciones corporales**. Estas distinciones se m antienen, y mi motivación para preguntar qué es ser un ser hum a­ no es diferente: se refiere a los sentimientos, las preocupaciones y las habilidades mentales que compartimos como seres humanos. Al afirm ar que la búsqueda de u n a teoría de lajusticia tiene algo que ver con la clase de criaturas que somos los seres hum anos, no es mi intención que los debates entre las teorías de lajusticia sean zanja­ dos m ediante la apelación a las características de la naturaleza hum a­ na, sino más bien observar que u n nú m ero de diferentes teorías de la justicia com parten algunas presunciones com unes acerca de lo que es ser u n ser hum ano. Podríam os hab er sido criaturas incapaces de simpatía, impasibles frente al dolor y la hum illación de los otros, des­ entendidos de la libertad y, lo que no resulta m enos significativo, in­

* T. N agel «W hat is it Like to Be a Bat?», ThePhilosophicalRevieio, N o. 83, 1974. ** Veáse el a rg u m e n to d e M ichael Polanyi seg ú n el cual u n a c o m p re n sió n d e las o p eracio n es d e «alto» nivel n o p u e d e ser ex p licad a p o r las leyes q u e g o b ie rn a n las o p eracio n es de «bajo» nivel, y su refu tació n d e «la o p in ió n p re d o m in a n te d e los bió ­ logos: q u e u n a explicació n m ecá n ica d e las fu n cio n e s vitales consiste en su explica­ ción d esd e el p u n to d e vista d e la física y la quím ica» (M. Polanyi, The Tacil Dimensión, R o u tled g e a n d K egan Paul, L o n d o n , 1967; se g u n d a e d ició n co n u n p ró lo g o de A m artya Sen, C hicago U niversity Press, C hicago, 2009, p p . 41-42).

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L a ID E A DF- LA J U S T IC IA

capaces de razonar, argum entar, discrepar y concurrir. La poderosa presencia de estos rasgos en las vidas hum anas no nos dice gran cosa acerca de cuál teoría de la justicia en particular deberíam os escoger, pero indica que la búsqueda general de lajusticia puede ser difícil de erradicar en la sociedad hum ana, aun cuando la llevemos a cabo de diferentes maneras. H e hecho considerable uso de la existencia de las facultades hu­ m anas recién m encionadas (por ejemplo, la habilidad de simpatizar y razonar) en el desarrollo de mi argum ento, al igual que han hecho otros en la presentación de sus teorías de lajusticia. No hay aquí arre­ glo autom ático de las diferencias en tre las distintas teorías, p ero resulta consolador pensar que los proponentes de los diferentes en­ foques no sólo com parten u n a búsqueda com ún, sino que tam bién em plean las características hum anas com unes que figuran en el razo­ nam iento subyacente en sus respectivas doctrinas. A causa de estas habilidades hum anas básicas —com prender, simpatizar, argum en­ tar—las personas no tienen que estar ineludiblem ente condenadas a vivir vidas aisladas sin com unicación ni colaboración. Es suficiente­ m ente malo que el m undo en que vivimos sufra tanta indigencia de u na clase u otra (del ham bre a la tiranía); sería aún más terrible si no fuéram os capaces de com unicación, respuesta y discusión. C uando H obbes se refería al terrible estado de los seres hum anos con sus vidas «desagradables, brutales y breves», tam bién señalaba en la misma frase la trem enda adversidad de ser un «solitario». Escapar del aislamiento puede ser no sólo im portante para la calidad de la vida hum ana, tam bién puede contribuir de m anera poderosa a com­ p ren d er y responder a las otras privaciones que sufren los seres hu­ manos. Existe aquí de seguro una fortaleza básica que es com ple­ m entaria del com prom iso en el cual están implicadas las teorías de la justicia.

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P r efa c io

1 Charles Dickens, Grandes esperanzas, Círculo de Lectores, Barcelo­ na, 2005, capítulo 8 [ed. cit. Great Expectations, Penguin, Londres. 203. p. 63], 2 La importante función crítica del sentimiento de injusticia ha sido muv bien planteada en Judith Shklar, The Faces of Injustice, Yale University Press. New Haven, 1992. !John Rawls, Teoría de la justicia, FCE, México, 1979. Rawls desarrolla v amplía su análisis de lajusticia en sus publicaciones posteriores, a partir de Liberalismo político, Crítica, Barcelona, 1996. 4John Rawls, «Justice as Fairness», Philosophical Review, num. 67. 1958. :j Christine Korsgaard, Creating the Kingdom ofEnds, Cambridge Universitv Press, Cambridge, 1996, p. 3. Véanse también Onora O ’Neill, Acting on Prin­ ciple: An Essay on Kantian Ethics, Columbia University Press, Nueva York. 1975. y A. Reath, C. Korsgaard y B. Herman (eds.), Reclaiming the History of Ethics. Cambridge University Press, Cambridge, 1997. 6 Kwame AnthonyAppiah, «Sen’s Identities», en Kaushik Basu v Ravi Kan­ pur (eds.), Arguments for a Better World: Essays in honor of Amartya Sen. Oxford University Press, Nueva York, 2009, vol. I, p. 488.

In t r o d u c c i ó n . U n e n f o q u e d e la j u s t i c i a

1 The Works of theRight Honourable Edmund Burke, John C. Nimmo. Londres. 1899, vol. X, pp. 144-145.


I .A ID E A D L I A J U S T IC IA

2 El comentario fue de William Murray, primer conde de Mansfield, y está citado en John Campbell, The Ufes of the ChiefJustices in England: From the Nor­ man Conquest to the Death of Lord Mansfield, John Murray, Londres, 1949-1957, vol. 2, cap. 40, p. 572. 3Véanse Thomas Hobbes, Leviatán, Alianza Editorial, Madrid, 1989; John Locke, Segundo tratado del gobierno civil, Alianza Editorial, Madrid, 2008; Jean-Jacques Rousseau, Del contrato social, Alianza Editorial, Madrid, 1996, e Immanuel Kant, Fun (lamentaciém para una metafísica de las costumbres, Alianza Editorial, Madrid, 2008. 4J. Rawls, El derecho de gentes, Paidós. Barcelona, 2001, pp. 161 y 165. ’’ Thomas Scanlon, What Owe Each Other, Harvard University Press, Cambridge, 1998. (>Estas cuestiones se discuten más ampliamente en mi ensayo «What Do We Want From a Theorv of Justice?». Journal of Philosophy, núm. 103, mayo de 2006. Sobre temas afines, véanse también Joshua Cohen v Charles Sabel, «Extra Rempublicam Xulla Justitia?». v A. L. Julius. «Nagel's Atlas», Philoso­ phy and Public Affairs, núm. 34. 2006. 7Véanse en particular J.-C. de Borda. Mémoire sur les élections au scrutin», Mémoires de VAcadémit Royale des Si ion es i 1781), v marqués de Condorcet, Essai sur / 'application de I 'anah m é b¡ './inhabilité des decisions rendues a lapluralité desvoix. L ’I m p i'im e r ie R o v a le . P a rís. 1785. 8 Kenneth J. Arrow. Social Cho/o ,;>:d Individual Values, Wiley, Nueva York, 1951. 9Am aina Sen. ••Maximization and the Act of Choice», Econometrica, núm. 65, 1997. 10 T. S. Eliot, Cuatro cuartetos. Cátedra. Madrid, 1990 [ed. cit. Four Quartets, Faber and Faber, Londres. 1944. pp. 29-31]. 11 Amartva Sen, La argumentación nidia. Gedisa, Barcelona, 2007. 12Volveré sobre este tema en el capítulo 10. ^ Véase Thomas Xagel. T he Problem of Global Justice», Philosofúiy and Public Affairs, núm. 33. 2005. p. 115. 14 Idem, pp. 130-133 v 146-147. I:>J. Rawls, El derecho de gentes, op. cit. 10 Seamus Heaney, The Cure at Troy: /I Version of Sophocles’Phihctetes, Faber and Faber, Londres, 1991.

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1. Razón y objetividad

' Véase Brian F. McGuinness (ed.), Lettersfrom Ludwig Wittgenstein. Blackwell. Oxford, 1967, pp. 4-5. Véanse, por ejemplo, Thomas Schelling, Choice and Conseqiono. Har­ vard University’Press, Cambridge, 1984; Matthew Rabin, «A Perspective on Psvchology and Economics», European Economic Review, num. 46. 2002: jean Tiróle. «Rational Irrationality: Some Economics of Self-Management . Euro­ pean Economic Rn'ieic, núm. 46, 2002; Ronald Benabou yjean Tiróle. -Intrin­ sic and Extrinsic Motivation», Review of Economic Studies, núm. 70. 2003. v E. Fehr v U. Fischbacher, «The Nature of Human Altruism», Nature, num. 423. 20n3. En los ensayos 1 a 6 de mi Rationality and Freedom, Harvard University Press. Cambridge, 2002, se consideran diferentes maneras de pensar acerca del comportamiento sensato. ’Sobre esta v otras cuestiones afines, véanse Thomas Nagel, The Possibility ,if . i/truism, Clarendon Press, Oxford, 1970; Amartya Sen, «Behaviour and the Concept of Preference», Economica, núm. 40, 1973 y «Rational Fools: A Critique of the Behavioral Foundations of Economic Theory», Philosophy and Public Affairs, núm. 6, 1977, ambos textos incluidos en Choice, Welfare and Measurement, Blackwell, Oxford, 1982; George Akerlof, An Economic Theorist \ Book of Tales, Cambridge University Press, Cambridge, 1984; Derek Parfit. Reasons and Persons, Clarendon Press, Oxford, 1984, y fon Elster, El cemento de la sociedad, Gedisa, Barcelona, 1991. ’ Thomas Scanlon, What We Owe to Each Other, Harvard University Press. Cambridge, 1998. " Véanse Isaiah Berlin, Against the Current: Essays in the History of Ideas. Hogarth Press, Londres, 1979; Arbol que crece torcido: capítulos de historia de las ideas, Editorial Vuelta, México, 1992; Freedom and ils Betrayed: Six Enemies of Human Liberty, Princeton University Press, Princeton, 2002, y Three Critics of the Enlightenment: Vico, Hamann, Herder, Pimlico, Londres, 2000. Jonathan Glover, Humanidad e inhumanidad: una. historia moral del siglo xx. Cátedra, Madrid, 2001, p. 24. ' Idem, p. 425. 9 Idem, p. 427. 10 Lo que sigue está basado en mi reseña bibliográfica del libro de Jona­ than Glover, «The Reach of Reason: East and West», en el New York Rei'ieic o¡ Books, núm. 47, 20 de julio de 2000, reeditado con algún retoque en el ensa­ yo 13 de mi libro La argumentación india, Gedisa, Barcelona, 2007.

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i . \ ID EA I>E LA Jl. S H U IA

11 Jonathan Glover, Humanidad e inhumanidad: una historia moral del siglo xx, op. at., p. 65. 12 Idem, p. 25. 13Vincent Smith, A kbar: The Great M ogul, Clarendon Press, Londres, 1917, p. 257. 14 Véase Irfan Habib (ed.). Akbar and his India, Oxford University Press, Nueva York, 1997, una colección cle excelentes ensayos de investigación so­ bre las creencias v las políticas de .Akbar. así como sobre las influencias que lo llevaron a su heterodoxa posición, incluida la prioridad de la razón sobre la tradición. 15Para esta v otras referencias a las decisiones de política basadas en los razonamientos de Akbar, véase el excelente estudio de Shireen Moosvi, Episodes in the Ufe of Akbar: Contemporary Records and Reminiscenses, National Book Trust, Nueva Delhi, 1994, de donde tomo las declaraciones del em­ perador. 16 M. Athar Ali, «The Perception of India in .Akbar and Abul Fazl», en Habib (ed.), Akbar and His India, 1997. p. 220. 17 H. Putnam, Ethics Without Ontology. Harvard University1 Press, Cam­ bridge, 2004 p. 75. 18 }. Rawls, El liberalismo politico. Crítica. Barcelona, 1996, pp. 142 v 151. Véase también su obra La justicia como equidad: una reformulación, Paidós, Bar­ celona, 2002. 1!lJürgen Habermas, «Reconciliation Through the Public Use of Reason: Remarks on John Rawls’ Political Liberalism \ la respuesta cle Rawls, «Reply to Habermas», ambos textos en J o u rn a l of Philosophy, mini. 92, 1995. 20 Véanse mis trabajos siguientes: «The Reach of Reason: East and West», en la New York Review of Books, num. 47. 20 de julio de 2000; «Open and Clo­ sed Impartiality», Journal of Philosophy, mini. 99. 2002, La argumentación india (Gedisa, Barcelona, 2007) e Identidad v violencia: la ilusión del destino (Katz Editores, Madrid, 2006). 21 Véase particularmente Nicholas Stern. The Economics of Climate Change: The Stern Review, Cambridge University Press. Cambridge, 2007. Hay una vas­ ta literatura, y algún debate, sobre este tema. La investigación de la culpabili­ dad humana en el deterioro ambiental se remonta muy atrás. Una lúcida evaluación de la literatura temprana sobre este tema puede hallarse en Mark Sagoff, TheEconomy of theEarth: Philosophy. Law and the Environment, Cambridge University Press, Cambridge, 1988. 22Véase también Martha C. Nussbaum. Paisajes del pensamiento: la inteligen­ cia de las emociones, Paidós, Barcelona, 2008.

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N otas

23 David Hume, Investigación sobre el conocimiento humano, Alianza Edito­ rial, Madrid, 2007. 24Adam Smith, Teoría de los sentimientos morales, Alianza Editorial, Madrid, 2009.

2. R a w l s y m á s a l l á

1Véase J. Rawls, «Outline of a Decision Procedure for Ethics», Philosophi­ cal Revieiü, núm. 60,1951; «Two Concepts of Rules», Philosophical Review, num. 64, 1955, y «Justice as Fairness», Philosophical Revieui, num. 67, 1958. Los tres están recogidos en Samuel Freedman (ed .), John Rawls Collected Papers, Har­ vard University Press, Cambridge, 1999. Véase también J. Rawls. La justicia como equidad: una, reformulación (Paidós, Barcelona, 2002). 2J. Rawls, Teoría de la justicia (FCE, México, 1979), El liberalismo político (Crítica, Barcelona, 1996) y La justicia como equidad: una reformulación (Paidós, Barcelona, 2002). 3 Las ideas de Rawls sobre lajusticia han ejercido a su vez honda influen­ cia en la economía del bienestar. Véanse E. S. Phelps, Economic Justice, Pen­ guin, Londres, 1973, y «Recent Developments in Welfare Economics, fustice et équité», en Michael Intriligator (ed.), Frontiers of Quantitative Economics, North Holland, Amsterdam, 1977, vol. III. 4El escepticismo acerca de la tesis de Rawls sobre el preciso resultado contractualista de la posición original se puede plantear sobre otras ba­ ses. Los economistas y los técn icos de la decisión en particular han tendi­ do a ser escépticos sobre la conclusión de Rawls acerca de la plausibilidad del resultado que él predice en la posición original, en concreto sobre la probabilidad de elección de la solución «máxima» en la cual está basado el «principio de diferencia» del filósofo. Sobre las razones particulares para el escepticismo acerca de la conclusión de Rawls, véase Kenneth Arrow, Social Choice and Justice: Collected Papers of Kenneth J. Arrow, Harvard University Press, Cambridge, 1983, vol. I. Edm und Phelps ha sido pione­ ro en el uso extensivo de las reglas de justicia de Rawls en el análisis eco­ nómico, si bien ha expresado tam bién considerable escepticismo sobre las derivaciones de Rawls. Véanse E. S. Phelps (ed .), Economic Justice, 1973, v su Studies in Macroeconomics, II: Redistribution and Growth, Academic Press, Nueva York, 1980. ’ I. Kant, Lund cimentación para una Metafísica de las Costumbres. Para las exigencias del razonamiento kantiano, \Téase, entre otros, Barbara Her-

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I .A ID EA T)F. I.A ) USTTCIA

man, Morality as Rationality: A Study of Kant’s Ethics, Garland Publishing, Nueva York, 1990. 6 J. Rawls, La justicia coma equidad: una reformulación, Paidós, Barcelona, 2002 .

'J. Rawls, Teoría de lajusticia, FCE, México, 1979, §11. 8 Véase L. Murphy y T. Nagel, The Myth of Ownership: Taxes and justice, Ox­ ford Universitv Press, Nueva York, 2002. 9 Véase G. A. Cohen, Rescuing Justice and Equality, Harvard University Press, Cambridge, 2008. Véase también Amartya Sen, «Merit andjustice», en Kenneth Arrow, Samuel Bowles y Steven Durlauf (eds.). Meritocracy and Eco­ nomic Inequality, Princeton University Press, Princeton, 2000. 10J. Rawls, El liberalismo político, Crítica, Barcelona, 1996, p. 142. 11 He discutido las limitaciones de las versiones principales de la «teoría de la elección racional» en mi Rationality and Freedom, Harvard University' Press, Cambridge, 2002, y en particular en la Introducción y en los ensayos 3 a 5. I2J. Rawls, El liberalismo político, Crítica. Barcelona, 1996, pp. 79 a 85. 13 La prioridad de la libertad desempeña un papel importante en el resul­ tado obtenido con mi «The Impossibility of a Paretian Liberal», Journal of Po­ litical Economy, núm. 78,1970. John Rawls ilumina esta conexión en su ensayo «Social Unity and Primary Goods», en Amartva Sen v Bernard Williams (eds.), Utilitarianism and beyond, Cambridge University Press, Cambridge, 1982. Dis­ cutiré esta cuestión más a fondo en el capítulo 16. 14 El criterio de asignación del «máximo lexicográfico» corresponde al «principio de diferencia» de Rawls. el cual implica dar prioridad a las personas más desaventajadas desde el punto de vista del índice de posesión de bienes primarios en cada comunidad. Cuando en dos comunidades diferentes estas personas ven mejorada su situación, entonces la atención se desplaza al grupo en la segunda peor situación, v así sucesivamente. Para quienes estén interesa­ dos en la estructura formal de este criterio, puede hallarse una versión accesi­ ble y una discusión estimulante en mi Ehrción colectiva y bienestar social, Alianza Editorial, Madrid, 2007. Véanse también Phelps. EconomicJustice, 1973, y An­ thony Atkinson, The Economics of Inequality, Clarendon Press, Oxford, 1975. 1:>Este tema se examina en mi ensavo «Justice: Means Versus Freedoms», Philosophy and Public Affairs, núm. 19. 1990. 1() H erbert Hart, «Rawls on Liberty and Its Priority», University of Chicago Law Review, núm. 40, 1973. 1 ' J. Rawls, El liberalismo político. Crítica, Barcelona, 1996, cap. 8. Pero ya se encontraban matizaciones sobre la prioridad de la libertad en la Teoría de la justicia, FCE, México, 1979, § 23 v § 35.

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No I A S

18J. Rawls, El liberalismo politico, op. cit., p. 54. 19 Samuel Freeman, «Introduction to jo h n Rawls: An Overview», en Sam­ uel Freeman (ed.), The Cambridge Companion to Rawls, Cambridge University Press, Cambridge, 2003, pp. 3-4. 20 I. Kant, Crítica de la Razón Práctica, Espasa-Calpe, Madrid, 1984. 21J. Rawls, Teoría de la justicia, FCE, México, 1979, p. viii. 22 J. Rawls, La justicia como equidad: una reformulación. Este fue, en efecto, el principal cambio de rumbo sobre el cual Rawls llamó la atención de ma­ nera explícita en su ensayo pionero «Justice as Fairness», Philosophical Review, núm. 67, 1958. 21T. Pogge (ed.), ClobalJustice, Blackwell, Oxford, 2001.

3. I n s t i t u c i o n e s y p e r s o n a s

1 La cursiva es mía. Las inscripciones de Ashoka aparecen en el Edicto XII sobre la tolerancia en Erragudi. Empleo aquí la traducción al inglés de Vincent A. Smith en Ashoka: The Buddhist Emperor of India, Clarendon Press, Oxford, 1909, pp. 170-171. 2 Sobre la vida de Ashoka, véanse Romila Thapar, Ashoka and the Decline of the Mauryas, Oxford University Press, Oxford, 1961, y Upindar Singh, A His­ tory of Ancient and Medieval India: From the Stone Age to the 12h century, Pearson Education, Nueva Delhi, 2008. ! Sobre el último aspecto, véase el excelente libro de Bruce Rich, To Uphold the World: The Message of Ashoka and Kautilya for the 21'' Century, Pen­ guin, Nueva Delhi, 2008, capítulo 8. 4 J. Rawls, La justicia como equidad: una reformulación, Paidós, Barcelona, 2002 .

■’Sobre esta cuestión, véase .Anthony Laden, «Games, Fairness and Rawls’ Theory of justice», Philosophy and Public Affairs, núm. 20,1991. (,J. Rawls, El liberalismo político, Crítica, Barcelona, 1996, p. 81. ' Idem, pp. 117-118. 8J. K. Galbraith, American Capitalism: The Concept of Countervailing Power, Houghton Mifflin, Boston, 1952. Véase también Richard Parker, fohn Kenne­ th Galbraith: His Life, His Politics, His Economics, Farrar, Strauss & Giroux, Nue­ va York, 2005. 9 Algunas de las razones de esta variación entre visiones institucionales rígidas y realizaciones efectivas se estudian en mi Desarrollo y libeiiad (Planeta, Barcelona, 2000).

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L a id e a

d e l a ju s t ic ia

10 David Gauthier, Morah by Agreement, Clarendon Press, Oxford, 1986, capítulo IV. 11 R. Nozick, Anarchy, State and Utopia, Blackwell, Oxford, 1974.

4. VOZ Y ELECCIÓN SOCIAL 1 Para la fuente material de esta y otras conversaciones relacionadas, véa­ se mi obra La argumentación india (Gedisa, Barcelona, 2007). 2 Peter Green, Alexander- of Macedón, 356-323 B.C.: A Historical Biography, University of California Press, Berkeley, 1992, p. 428. 3 J.-C. de Borda, «Mémoire sur les élections au scrutin», Mémoires de VAcadémie Royale des Sciences (1781); marqués de Condorcet, Essai sur

l’application de Vanalyse á la probability des decisions rendues á la pluralité des voix, LTmprimerie Royale, París, 1785. 4Véanse C. L. Dodgson, A Method of Taking Votes on More Than Two Issues, Clarendon Press, Oxford, 1876, y The Principles of Parliamentary Representation, Harrison, Londres, 1951. 5 La obra clásica sobre la teoría de la elección social es la notable mono­ grafía de Kenneth Arrow, basada en su tesis doctoral, Social Choice and Indivi­ dual Values, Wiley, Nueva York, 1951. 6 Idem. Sobre el teorema, véase también mi Elección colectiva y bienestar so­ cial, Alianza Editorial, Madrid, 2007. 7Hay muchos resultados de imposibilidad en relación con las variaciones de los axiomas de Arrow y con otros conflictos de demandas aparentemente sensibles sobre elección social racional. Véanse mi Elección colectiva y bienestar social, op. cit.; Peter C. Fishburn, The Theory of Social Choice, Princeton Univer­ sity Press, Princeton, 1973; Jerrv Kelly, Arrow Impossibility Theorems, Academic Press, Nueva York, 1978; Kotaro Suzumura, Rational Choice, Collective Decisions and Social Welfare, Cambridge University Press, Cambridge, 1983; Prasanta K. Pattanaik y Maurice Salles (eds.), Social Choice and Welfare, North-Holland, Amsterdam, 1983, v Thomas Schwartz, The Logic of Collective Choice, Columbia University Press, Nueva York, 1986, entre otras muchas contribuciones. Una excelente introducción se encuentra en Jerry Kelly, Social Choice Theory: An Introduction, Springer Verlag, Berlin, 1987, y Wolf Gaertner, A Primer in Social Choice, Oxford University Press, Oxford, 2006. 8 Este es uno de los principales temas discutidos en mi Conferencia Nobel. Véase también Marc Fleurbaey, «Social Choice and Just Institutions: New Perspectives», Economics and Philosophy, núm. 23, 2007.

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9 Las comparaciones interpersonales de varios tipos pueden ser axiomatizadas e incorporadas a los procedimientos de elección social, y varias posibili­ dades constructivas pueden ser diseñadas y usadas. Véanse mi Elección Colecti­ va y Bienestar Social, op. cit.; Choice, Welfare and Measurement, Blackwell, Oxford, 1997, y «Social Choice Theory», en Handbook on MathematicalEconomics (f 986). La bibliografía sobre este tema es muy extensa e incluye, entre otras contribu­ ciones, a Peter J. Hammond, «Equity, Arrow’s Conditions and Rawls' Differ­ ence Principle», Econometrica, núm. 44, 1976; Claude d ’Aspremont y Louis Gevers, «Equity and the Informational Basis of Collective Choice», Review of Economic Studies, num. 44,1977; K.J. Arrow, «Extended Simpathy and the Pos­ sibility of Social Choice», American EconomicReview, núm. 67,1977; Eric Maskin, «A Theorem on Utilitarianism», Review of Economic Studies, 45, 1978; Louis Gevers, «On Interpersonal Comparability and Social Welfare Orderings», Econometiica, núm. 47, 1979; Eric Maskin, «Decision-making under Ignorance with Implications for Social Choice», Theory andDecision, núm. 11,1979; Kevin W. S. Roberts, «Possibility Theorems with Interpersonally Comparable Welfare Levels» e «Interpersonal Comparability and Social Choice Theorv», Renieiv of Economic Studies, núm. 47, 1980; Kotaro Suzumura, Rational Choice, Collective Decisions and Social Welfare ( 1983) ; Charles Blackorby, David Donaldson vjohn Weymark, «Social Choice with Interpersonal Utility Comparisons: A Diagram­ matic Introduction», International Economic Review, núm. 25, 1984, y Claude d ’Aspremont, «Axioms for Social Welfare Orderings», en Leonid Hunricz, David Schmeidler y Hugo Sonnenschein (eds. ), Social Goals and Social Organi­ zation, Cambridge University Press, Cambridge, 1985. 10 K J. Arrow, «Extended Sympathy and the Possibility of Social Choice», American EconomicRevietv, 67 (1977). 11 Véase Marie-Jean-Antoine-Nicolas de Caritat, marqués de Condorcet, Esquise d’un tableau historique des progrès de l’esprit humain (1793), más tarde in­ cluido en Oeuvres de Condorcet, Firmin Didot Frères, Paris, 1847, vol. 6. 12 Véase mi Conferencia del Nobel de diciembre de 1998, y Marc Fleurbaey y Philippe Mongin, «The News of the Death of Welfare Economics is Greatly Exaggerated», Social Choice and Welfare, núm. 25, 2005. 13Algunas veces, las formulaciones de la teoría de la elección social espe­ cifican los resultados no como órdenes de preferencias sobre estados de co­ sas sino como «funciones de elección» que nos dicen cuáles son las alternati­ vas elegibles en cada conjunto posible. Mientras el formato de elección funcional puede parecer muy lejano de la formulación relacional, ellos es­ tán, de hecho, analíticamente vinculados el uno al otro, y podemos identifi­ car las jerarquías implícitas que subyacen a las respectivas funciones de elec­

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{.A IDF.A i ) h L A J U S T IC IA

ción. Véanse mi Choice, Welfare and Measurement, op. cit.y ensayos 1 y 8, y Rationality and Freedom, ensayos 3, 4 v 7. 14 R. Nozick, Anarchy, State and Utopia, p. 28. 1:>Véase mi Elección colectiva y bienestar social, op. cit., capítulo 9. 16 En efecto, incluso en la teoría de la elección social, en la cual el marco analítico es firmemente relacional y ajustado a los juicios comparativos, las investigaciones efectivas sobre la «justicia social» han estado estrechamente relacionadas con la identificación de la justicia trascendental (con frecuen­ cia en el molde de Rawls). El dominio del formato trascendental es casi ubi­ cuo en las investigaciones académicas sobre las exigencias de la justicia y, a pesar de tener una base analítica más amplia, la teoría de la elección social no ha escapado a la influencia del trascendentalismo en la elección de los problemas que han sido investigados en detalle. 11 Las características formales de los «órdenes parciales de intersección» se estudian en mi libro Sobre la desigualdad económica. 18Véase mi Elección colectiva y bienestar social, op. cit. 19 Véanse H. Simon, Models of Man, Wiley, Nueva York, 1957, y Models of Thought, Yale Universitv Press. New Haven, 1979. 20 Esta es parte de la tipología de los problemas de la elección social que se discuten en mi ensavo «Social Choice Theory: A Reexamination», Econometrica, núm. 45, 1977, reimpreso en mi Choice, Welfare and Measurement, op. cit. 21 La cuestión del derecho de pertenencia es el tema principal del impor­ tante análisis de la agregación del juicio de Christian List y Philip Petit, «Ag­ gregating Sets of judgements: An Impossibility Result», Economics and Philoso­ phy, núm. 18, 2002. 22Véanse las referencias citadas en la nota 13 supra. 23 El resultado fue incluido en mi Elección colectiva y bienestar social, op. ciL, capítulo 6, y también en «The Impossibility of a Paretian Liberal», Journal ofPo­ litical Economy, núm. 78,1970. Será brevemente comentado en el capítulo 14. 24 Las contribuciones incluven, entre muchas otras, Alian Gibbard, «A Pareto-Consistent Libertarian Claim »,Journal ofEconomic Theory, núm. 7,1974; Peter Bernholz, «Is a Paretian Liberal Really Impossible?», Public Choice, núm. 20,1974; Christian Seidl, «On Liberal Values», ZdtschriftfürNalionaldkonomie, núm. 35, 1975; Julian Blau, «Liberal Values and Independence», Review of Economic Studies, núm. 42, 1975; Donald E. Campbell, «Democratic Prefer­ ence Functions », Journal of Economic Theory, num. 12, 1976; Jerry S. Kelly, «Rights-Exercising and a Pareto-Consistent Libertarian Claim », Journal ofEco­ nomic Theory, núm. 13,1976; MichaelJ. Farrell, «Liberalism in the Theory of Social Choice», Revieiu ofEconomic Studies, núm. 43, 1976; John A. Ferejohn,

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N otas

«The Distribution of Rights in Society», en Hans W. Gottinger v W erner Leinfellner (eds.), Decision Theory and Social Ethics, Reidel, Boston, 1978; Jonathan Barnes, «Freedom, Rationality and Paradox», Canadian Journal of Philosophy, num. 10, 1980; Peter H am m ond, «Liberalism, Independent Rights and the Pareto Principie», en L. J. Cohen, H. Pfeiffer v K. Podewski (eds.), Logic, Methodology and the Philosophy of Science, IT, North-Holland, Amsterdam, 1982; Kotaro Suzumura, «On the Consistency of Libertarian Claims», Review of Economic Studies, num. 45, 1978; Wulf G aertner and L. Krüger, «Self-supporting Preferences and Individual Rights: The Possibili­ ty of Paretian libertarianism », Economica, núm. 48, 1981; Kotaro Suzu­ m ura, Rational Choice, Collective Decisions and, Social Welfare, 1983; Kaushik Basu, «The Right to Give up Rights», Economica, núm . 51, 1984; Jo h n L. Wriglesworth, Libertarian Conflicts in Social Choice, Cambridge University Press, Cambridge, 1985; Jonathan M. Riley, Liberal Utilitarianism, Cam­ bridge University Press, Cambridge, 1987, y Dennis Mueller, Public Choice IT, Cambridge University Press, Nueva York, 1989. Véase tam bién el nú­ mero especial de Analyse ¿f Kritik, núm. 18,1996, sobre la «paradoja libe­ ral», con contribuciones de muchos autores y una respuesta mía. 2,>He tratado de discutir esta conexión en «Minimal liberty», Economica, núm. 59,1992, y en «Rationality and Social Choice», alocución del presidente de la Asociación Económica Americana, publicada en American Economic Re­ view, núm. 85, 1995, y reimpresa en mi Rationality and Freedom (2002). Véase también Seidl, «On Liberal Valúes» (1975). 26 Véanse Philippe Mongin, «Value Judgements and Value Neutrality in Economics», Economica, núm. 73, 2006; Marc Fleurbaey, Maurice Salles y John Weymark (eds.) ,Justice, Political Liberalism and Utilitarianism, Cambridge University Press, Cambridge, 2008. Véanse mi «Fertility and Coertion», University of Chicago Law Review, núm. 63, 1996, y Desarrollo y libertad (Planeta, Barcelona, 2000).

5. I m p a r c i a l i d a d y o b j e t i v i d a d

1 M. Wollstonecraft, A Vindication of the Rights of Men and, A Vindication of the Rights of Woman, Cambridge University Press, Cambridge, 1995, p. 13. [Traducción parcial al español, Vindicación de los derechos de la mujer, Debate, Barcelona, 1977], 2 M. Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer, op. cit. s I. Kant, Fundamentación fiara una metafísica de las costumbres.

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La

id e a

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i .a j u s t i c i a

4 H. Sidgwick, The Methods ofEthics, Macmillan, Londres, 1907, p. xvii. 5 Vivían Walsh, «Sen aí'ter Putnam», Revietv of PoliticalEconomy, núra. 15, 2003, p. 331. 6 A. Gramsci, Letters from Prison, Jonathan Cape, Londres, 1975, p. 324. Véase también Quintín Hoare v GeofFrey Nowell Smith (eds.), Selections from the Prison Notebooks ofAntonio Gramsci, Lawrence and Wishart, Londres, 1971. 7A. Sen, «Sraffa, Wittgenstein and Gramsci», foumalofEconomicLiteratura, núm. 41, 2003. 8 L. Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, Crítica, Barcelona, 2008. 9 En su lúcido análisis de la influencia de Sraffa, junto con la de Freud, en el pensamiento tardío de Wittgenstein, Brian McGuinness señala el impacto en Wittgenstein de «la manera etnológica o antropológica de ver las cosas que le aportó el economista Sraffa». Véase B. McGuinness (ed.) , Wittgenstein and his Times, Blackwell, Oxford, 1982, pp. 36-39. 10J. Rawls, El liberalismopolítico, Crítica, Barcelona, 1996, p. 151. Aun cuan­ do el lenguaje de Rawls parece dividir a la gente en razonable y no razona­ ble, esto no restringe el alcance de su criterio para incluir a todas las perso­ nas en la medida en que estén dispuestas a comprometerse con la discusión pública, examinar los argumentos y las pruebas disponibles, y razonar sobre ellos con la mente abierta (sobre esto, véase el capítulo 1). 11 A. Smith, Teoría de los sentimientos morales, Alianza Editorial, Madrid, 2009.

6. I m p a r c i a l i d a d c e r r a d a y a b i e r t a

1 A. Smith, Temía de los sentimientos morales, Alianza Editorial, Madrid, 2009, III, i, 2. Sobre los puntos de énfasis, véase la discusión en D. D. Raphael, «The Impartial Spectator», en Andrew S. Skinner y Thomas Wilson (eds.), Essays on Adam Smith, Clarendon Press, Oxford, 1975, pp. 88-90. Sobre la centralidad de estas cuestiones en las perspectivas de la Ilustración, particu­ larmente en las obras de Smith v Condorcet, véase Emma Rothschild, Economic Sentiments: Smith, Condorcet and the Enlightenment, Harvard University Press, Cambridge, 2001. 2 Véase Raphael y Macfie, «Introducción», en la edición inglesa de A. Smith, The Theory of Moral Sentiments, Clarendon Press, Oxford, 1976, p. 31. 3A. Smith, Teoría de los sentmimentos morales, op. cit., III, i, 2. 4J. Rawls, Teoría de la justicia, FCE, México, 1979, § 78. ’[. Rawls, ídem.

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l’A. Smith, Teoría de los sentimientos morales, op. cit., Ill, 1, 2. ' Véase mi Identidady violencia: la ilusión del destino (Katz Editores. Madrid, 2006). s |. Rawls, El liberalismo político, Crítica, Barcelona, 1996, pp. 53-54. (JJ. Rawls, «Reply to Alexander and Musgrave», en Collected Papers, p. 249. Véase también Tony Laden, «Games, Fairness and Rawls’ A Theoiy ofJustice», Philosophy and Public Affairs, núm. 20, 1991. 10J. Rawls, Teoría de lajusticia, FCE, México, 1979, § 78, y El liberalismo polí­ tico, op. cit., pp. 141-147. 11 Idem, § 5, nota 9. 12A. Smith, Teoría de los sentimientos morales, op. cit., Vil, ii, 2,14. 13 En la argumentación siguiente me inspiro en un análisis anterior que presenté en «Open and closed impartiality», foumal of Philosophy, núm. 99, septiembre de 1992. 11 Esto no significa negar la posible existencia de lo que los topólogos llaman un «punto fijo» (con presunciones adecuadas relativas a la conti­ nuidad) de tal suerte que las decisiones de un grupo focal determinado conduzcan exactamente de vuelta a dicho grupo (sin im portar cuán im­ probable pueda ser esa congruencia). Pero el problema de la posible in­ consistencia no puede ser descartado, por decir lo menos, en general cuan­ do las decisiones que ha de tomar un grupo focal influyen en su propia composición. 1:1 He tratado de identificar estas cuestiones en «Global justice: Be­ yond International Equity», en Inga Kaul, I. G runberg v M. A. Stern (eds.), Global Public Goods: International Cooperation in the 21st Century, Oxford University Press, Oxford, 1999, y tam bién en Pablo de Greiff v Ciaran Cronin (eds.), Global Justice and Transnational Politics, MIT Press, Cambridge, 2002, originalm ente presentado como una conferencia en la celebración del centenario de la Universidad De Paul en Chicago en septiem bre de 1998. lf’J. Rawls, «El derecho de gentes», en Stephen Shute y Susan Hurley (eds.), De los derechos humanos: las conferencias Oxford Amnesty de 1993, traduc­ ción de Hernando Valencia Villa, Trotta, Madrid, 1998, y El derecho de gentes, traducción de Hernando Valencia Villa, Paidós, Barcelona, 2001. 1‘ Véase C. R. Beitz, Political Theory and, International Relations, Prince­ ton University Press, Princeton, 1979; B. Barry, Theories ofJustice, Univer­ sity of California Press, Berkeley, 1989; T. Pogge, Realizing. Razuls, Cornell University Press, Ithaca, 1989; T. Pogge (ed.), Global Justice, Blackwell. Oxford, 2001; Deen C hatteijee (ed.), The Ethics of Assistance: Morality and

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I.A IOF.A 1)1. 1A J U S T IC IA

the Distant Needy, Cambridge University Press, Cambridge, 2004, y T. Pogge y Sanjay Reddy, How Not to Count the Poor, Columbia University Press, Nueva York, 2005. 18Véanse R. Arrow, A. Sen v k . Suzumura (eds.), Social Choice Re-examined, Elsevier, Amsterdam, 1997, e Issac Levi, Hard Choices, Cambridge University Press, Cambridge, 1986. 19Véase Derek Parfit, Reasons and Persons, Clarendon Press, Oxford, 1984. El argumento general de Parfit guarda relación con la «incoherencia inclu­ yente», aunque no la comenta de manera explícita. 20 Véase David Hume, «On the Original Contract», en Selected Essays, Ox­ ford University Press, Oxford, 1996, p. 279. 21 J. Rawls, «Justice as Fairness: Political not Metaphysical», Collected Pa­ pers, p. 401. 22J. Rawls, «Replv to Alexander and Musgrave», Collected Papers,p. 249.

7. P o s i c i ó n , r e l e v a n c i a e i l u s i ó n

1W. Shakespeare, El rey Lear, VI, 6,150-154, en Obras completas, traducción de Luis Astrana Marín, Aguilar, Madrid, 1981, vol. II, p. 597. 2 Thomas Nagel, The Vieiv From Nowhere, Oxford University Press, Nueva York, 1986, p. 5. 3 Véase A. T. Embree (ed.), Alberuni’s India, W. W. Norton, Nueva York, 1971,p. 111. 4 G. A. Cohen, Karl Marx’s Theory of History: A Defence, Clarendon Press, Oxford. 1978, pp. 828-329. He discutido estas cuestiones en mi «Gender and Cooperative Conflict», en Irene Tinker (ed.), Persistent Inequalities, Oxford University Press, Nueva York, 1990. Véase también mi «Many Faces of Gender Inequality», New Repu­ blic y Frontline, 2001. b D. Hume, An Enquiry Concerning the Principles of Morals [1777], Open Court, La Salle, 1966, p. 25.

8 . La r a c i o n a l i d a d y l a s o t r a s p e r s o n a s

1J. Elster, Reason and Rationality, Princeton University Press, Princeton, 2008, p. 2. En este pequeño libro, Jon Elster ofrece una visión notablemente cautivadora de la conexión entre razonamiento y racionalidad, un tema en

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el cual Elster mismo ha hecho contribuciones extr aordinarias. Él también hace una revisión crítica de la bibliografía sobre el tema. 2 La racionalidad limitada ha sido estudiada por H. Simon, «A Behavioral Model of Rational Choice», Quarterly Journal of Economics, núm. 69, 1955, y Models of Thought, Yale University Press, New Haven, 1979. 3 Véase D. Kahneman, P. Slovik v A. Tversky, Judgement Under Uncertainty: Heuristics and Biases, Cambridge University Press, Cambridge, 1982. Véanse también B. P. Stigum y F. Wenstop (eds.), Foundations of Utility and Risk Theory with Applications, Reidel, Dordrecht, 1983; Isaac Levi, Hard choices, Cambridge University Press, Cambridge, 1986; L. Daboni, A. Montesano v M. Lines, Recent Developments in theFoundation of Utility and Risk Theory, Reidel, Dordrecht, 1986; Richard Thaler, Quasi-rational Economics, Russell Sage Foundation, Nueva York, 1991, v Daniel McFadden, «Rationality for Econo­ mists», Journal of Risk and, Uncertainty, núm. 19,1999. I Véanse A. Smith, Teoría de los sentimientos morales, Alianza Editorial, Ma­ drid, 2009, y T. Schelling, Choice and Consequence, Harvard University Press, Cambridge, 1982, capítulo 3 «The Intimate Contest of Self-Command» v 4 «Ethics, Law and the Exercise of Self-Command». ’ Muchas de estas desviaciones pueden corresponder a un patrón general de conducta que Richard Thaler llama «cuasi racional». Véase su Quasi-rational Economics, Russell Sage Foundation, Nueva York, 1991. () M. Friedman, Essays in Positive, Economics, University of Chicago Press, Chicago, 1953. ' A. Sen, «The Discipline of Economics», Economica,, núm. 75, 2008. 8 Donald Davidson, Essays on Actions and Events, Oxford University Press, Oxford, 2001. 9 Las exigencias de racionalidad y las desviaciones de la racionalidad pue­ den asumir muchas formas diferentes, que he tratado de considerar en va­ rios ensayos recogidos en Rationality and. Freedom, Harvard University Press, Cambridge, 2002. 10 A. Sen, R a tio n a lity a n d Freedom, Harvard University Press, Cambridge, 2002 .

II Véanse John Broome, «Choice and Value in Economics», Oxford Econo­ mic Papers, num. 30, 1978,yA. Sen, Choice, Welfare and Measurement, Blackwell, Oxford, 1982. 12 F. Y. Edgeworth, Mathematical Psychics: An Essay on the Application of Ma­ thematics to the Moral Sciences, C. K. Paul, Londres, 1881, pp. 16y 104. 13A. Smith, Teoría de los sentimientos morales [ed. cit. The Theory ofMoral Sen­ timents, Clarendon Press, Oxford, 1976, p. 191].

463


i .A ID E A D E LA J U S T IC IA

14Idem, pp. 190-192. Idem, p. 189. 10 Véanse G. Stigler, «Smith’s Travel on the Ship of State», en A. S. Skin­ ner y T. Wilson (eds.), Essays on Adam Smith, Clarendon Press, Oxford, 1975, p. 237, y «Economics or Ethics?», en S. McMurrin (ed.), Tanner Lectures on Human Values, Cambridge University Press, Cambridge, 1981, vol. II, p. 176. 17Véanse, sin embargo, Geoffrey Brennan y Loran Lomasky, «The Impar­ tial Spectator Goes to Washington: Towards a Smithian Model of Electoral Politics», Economics and Philosophy, núm. 1, 1985; Patricia H. Werhane, Adam Smith and His Legacy for Modern Capitalism, Oxford University Press, Nueva York, 1991, y Emma Rothschild, «Adam Smith and Conservative Economics» Economic History Revino, num. 45, 1992, y E. Rothschild, Economic Sentiments, Harvard University Press, Cambridge, 2001. 18 S. Leacock, Hellements of Hickonomics, Dodd, Mead & Co., Nueva York, 1936, p. 75. Véase también mi Sobre ética y economía, Alianza Editorial, Madrid, 1997, capítulo 1. 19 Esta cuestión de la mala interpretación se trata de m anera más amplia en mi «Adam Smith’s Prudence», en S. Lal y F. Stewart (eds.), Theory and Rea­ lity in Development, Macmillan, Londres, 1986, ym i Sobre ética y economía. 20A. Smith, La riqueza de las naciones, Alianza Editorial, Madrid, 2008 [ed. cit. An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, edición de 1976, pp. 26-27]. 21 Tecnia de los sentimientos morales [ed. cit. The Theory of Moral Sentiments, Clarendon Press, Oxford, 1976, p. 192]. 22 Idem, p. 162. 23 Choice, Welfare and Measurement, op. cit., pp. 7-8. 24 G. Becker, The Economic Approach to Human Behavior, University of Chi­ cago Press, Chicago, 1976, v Accounting for Tastes, Harvard University Press, Cambridge, 1996.

9. L a p l u r a l i d a d d e r a z o n e s i m p a r c i a l f . s

1J. Rawls, La justicia como equidad: una reformulación, Paidós, Barcelona, 2002, pp. 5-8. 2 T. Scanlon, What We Owe to Each Other, Harvard University Press, Cam­ bridge, 1998, p. 5. Véase también su «Contractualism and Utilitarianism», en A. Sen y Bernard Williams, Utilitarianism and Beyond, Cambridge University Press, Cambridge, 1982.

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N otas

3J. Rawls, Justicia como equidad: una reformulación, op. cit., p. 3. 4 Véanse, por ejemplo, M. Sagoff, The Economy of the Earth: Philosophy, Law, and the Environment, Cambridge University Press, Cambridge, 1988; Bruno S. Frey, «Does Monitoring Increase Work Effort? The Rivalry With Trust and Loyalty», Economic Inquiry, num. 31, 1993; David M. Gordon, «Bosses of Dif­ ferent Stripes: A Cross-sectional Perspective on Monitoring and Supervi­ sion», American Economic Review, num. 84, 1994; Elinor Ostrom, «Collective Action and the Evolution of Social Norms», Journal of Economic Perspectives, núm. 14, 2000; Andrew Dobson, Citizenship and the Environment, Oxford Uni­ versity' Press, Oxford, 2003, y Barr)7Holden, Democracy and Globed Warming, Continuum International, Londres, 2002. E. Ostrom, «Collective Action and the Evolution of Social Norms», art.

cit. *’ La clásica traducción inglesa del Sutta-Nipata puede hallarse en F. Max Muller (ed.), 'The Sacred Books of the East, Clarendon Press, Oxford, 1881, vol. X, parte II. ' Véanse mis ensayos «Elements of a Theory' of Human Rights», Philosophy and Public Affairs, núm. 32, 2004, y «Human Rights and the Limits of Law», Cardozo I a i w Journal, núm. 27, 2006.

10. R e a l i z a c i o n e s , c o n s e c u e n c i a s y a c c ió n

1En colaboración con Swami Prabhavananda , Sri Ramakrishna, Madras, 1989. 2 T. S. Eliot, «The Dry Salvages», en Cuatro Cuartetos, Cátedra, Madrid, 1990 [ed. cit. Four Quartets, Faber & Faber, Londres, 1944, pp. 29-31]. 3Véase Lee Giovannitti y Fred Freed, The Decision to Drop theBomb, Methuen, Londres, 1957. 4 Sobre la integración de los procedimientos en la evaluación de las con­ secuencias, véase el ilustrativo ensayo de Kotaro Suzumura, «Consequences, Opportunities and Procedure», Social Choice and Welfare, núm. 16,1999. :) Sobre estas y otras cuestiones relacionadas, véanse también mis ensavos «Rights and agency», Philosophy and Public Affairs, núm. 11, 1982, y «Evalua­ tor Relativity and Consequential Evaluation», Philosophy and Public Affairs, núm. 12,1983. Este último responde a una interesante crítica de Donald H. Regan, «Against Evaluator Relativity: A Response to Sen», en el mismo nú­ mero de la revista.

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I.A IDEA 1)E I.A JU S T IC IA

11. V i d a s , l ib e r t a d e s y c a p a c id a d e s

1 He tratado de seguir este enfoque más directo en una serie de publica­ ciones posteriores a mi movimiento inicial hacia un enfoque basado en la capacidad, tal como se recoge en mi Conferencia Tanner de 1979, publicada como «Equality of What?» en S. McMurrin, Tenner Lectures on Human Valúes, Cambridge University Press, Cambridge, 1980, vol. 1. Véanse mi Commodities and Capabililies, North-Holland, Amsterdam, 1985; El nivel de vida, Editorial Complutense, Madrid, 2001, y Desarrollo y libertad, Planeta, Barcelona, 2000. Véase también la obra editada con Martha Nussbaum, The Quality of Eife, Clarendon Press, Oxford, 1993. 2 Véase William Pettv, Política! Arithmetick (1691) en C. H. Hull (ed.), The Economic Writings o/'Sir William Petíy. Cambridge University Press, Cambridge, 1899, vol. 1, p. 312. Yo he discutido la naturaleza de los debates en tom o a los primeros estudiosos del ingreso nacional v el nivel de vida en mis Conferen­ cias Tanner de 1985, publicadas con comentarios de Bernard Williams, John Muellbauer, Ravi Kanbur v Keith Hart en El nivel de vida, op. cit. 3 Estas y otras comparaciones afines se discuten en mi libro Desarrollo y li­ bertad (Planeta, Barcelona, 2000). capítulos 1 v 4. Véanse también mi «The Economics of Life and Death», Scientif/c American, núm. 266,1993; «Demography and Welfare Economics», Empírica, núm. 22, 1995, y «Mortality as an Indicator of Economic Success and Failure», EconomicJournal, núm. 108, 1998. 1 Uno de los análisis estadísticos pioneros de la relevancia política de esta distinción vino de Sudhir Anand v Martin Ravallion, «Human Development in Poor Countries: On the Role of Prívate Incomes and Public Services», Jour­ nal of Exonomic Peíspectives, núm. 108, 1998. r>Esta cuestión se examina en mis obras Desarrollo y libertad (Planeta, Bar­ celona, 2000), La argumentación india (Gedisa, Barcelona, 2007) e Identidad y violencia: la ilusión del destino (Katz Editores, Madrid, 2006). Véase mi ensayo «Human Rights and Asian Valúes», The New Republic, núm. 14, julio de 1997. b Esa visión estrecha de la oportunidad —enfocada sólo en el efecto de culminación— tiene alguna audiencia en la teoría económica tradicional del comportamiento y la opción, particularmente en el «enfoque de la pre­ ferencia revelada» (aun cuando esa teoría, propuesta por Paul Samuelson, no se emplea mucho para la evaluación de la libertad). Por ejemplo, en el enfoque de la preferencia revelada, la oportunidad de escoger frente al lla­ mado «conjunto del presupuesto» (esto es, escoger un paquete de mercan­ cías en el conjunto de paquetes de mercancías que están todos dentro del presupuesto total de la persona) sería valorada exactamente según el valor

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del elemento escogido de ese conjunto. Nada se perdería en esta visión «del­ gada» de la oportunidad, si el conjunto del presupuesto es reducido de al­ gún modo, siempre que el elemento previamente escogido permanezca dis­ ponible para elección. La relevancia del proceso de elección, en contraste, se estudia en mi ensayo «Maximization and the Act of Choice», kronometrica. núm. 65,1997. 7 Hay una cuestión similar de elección informativa incluso dentro de la idea de la libertad, que está asociada con muchas características distintas, como he tratado de plantear en mis Conferencias Kenneth Arrow incluidas en mi Rationality and Freedom, capítulos 20 a 22. En efecto, incluso al evaluar el aspecto de oportunidad de la libertad, las distintas maneras de hacer el balance pueden significar una diferencia sustancial. Mientras que mi propio enfoque, relacionado con el razonamiento en la teoría de la elección social, ha consistido en realizar la evaluación con fundamento en las preferencias exactas del individuo, existen otras interesantes exploraciones de la evalua­ ción desde el punto de vista del abanico de opciones disponibles, por ejem­ plo en algunas contribuciones, mediante el cómputo de las alternativas en­ tre las cuales puede una persona escoger. Sobre las varias cuestiones implicadas en este tema, véase también Patrick Suples, «Maximizing Free­ dom of Decision: An Axiomatic Approach», en G. Feiwel (ed.), Arroiv and the Foundations of Economic Policy, Macmillan, Londres, 1987; Prasanta Pattanaik y Yong-sheng Xu, «On Ranking Opportunity Sets in Terms of Choice», Recherches économiques de Louvain, núm. 56, 1990; Hillel Steiner, «Putting Rights in their Place», Re,cherches économiques de Louvain, núm. 56, 1990; Ian Carter, «International Comparison of Freedom», en Economics and Philosophy, num. 11, 1995, y A Measure of Freedom, Clarendon Press, Oxford, 1999, y Robert Sugden, «A Metric of Opportunity», Economics and Philosophy, núm. 14,1998. 8Véase M. Nussbaum, «Nature, Function and Capability: Aristotle on Po­ litical Distribution», Oxford Studies in Ancient Philosophy, 1988; «Human Func­ tioning and Social Justice», Political Theory, núm. 20, 1992, y M. Nussbaum y Jonathan Glover (eds.), Women, Culture and Development, Clarendon Press, Oxford, 1995. 9 Una esclarecedora y amplia introducción al enfoque puede hallarse en Sabina Alkire, Valuing Freedom: Sen’s Capability Approach, and Poverty Reduction, Oxford University Press, Oxford, 2002. 10 Véase la colección de ensayos en Flavio Comin, Mozaffar Qizilbash y Sabina ^Alkire (eds.), The Capability Approach: Concepts, Measures and Applica­ tions, Cambridge University Press, Cambridge, 2008; Reiko Gotoh y Paul Dumouchel (eds.), Against Injustice: The New Economics of Aniartya Sen, Cam­

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I A IDEA DE [.A JU S T IC IA

bridge University Press, Cambridge, 2009; Ingrid Roybens y Harr)' Brighouse (eds.), Measuring Justice: Primary Goods and capabilities, Cambridge University Press, Cambridge, 2009, y Kaushik Basu y Ravi Kanbur (eds.), Arguments for a Better World: In Honor of Amartya Sen, Oxford University Press, Oxford, 2009. Se trata de una larga colección, pero varios de los ensayos se ocupan directa­ mente del enfoque de la capacidad, como los estudios de Bina Agarwal, Paul Annad (y Cristina Santos y Ron Smith), Amiya Kumar Bagchi, Lincoln C. Chen, Ranchan Chopra, James Foster y Christopher Handy, Sakiko FukudaParr, Jocelyn Kynch, Enrica Chiappero-Martinetti, S. R. Osmani, Mozaffar Qizilbash, San jay G. Reddv (y Sujata Visaría y Muhammad Asali), Ingrid Roy­ bens y Rehman Sobhan. Algunos de los otros ensayos tienen relación indi­ recta con el tema. Véanse también, entre otros escritos en esta bibliografía que crece de manera asombrosamente rápida: Marko Ahtisaari, «Amartya Sen’s Capability Approach to the Standard of Living», mimeo, Columbia University Press, Nueva York, 1991; Sabina Alkire, Valuing Freedoms: Sen’s Ca­ pability Approach and Poverty Reduction, Clarendon Press, Oxford, 2002; «Why the Capability Approach?», Journal of Human Development and Capabilities, num. 6, 2005; «Choosing Dimensions: The Capability Approach and Multidi­ mensional Poverty?, en Nanak Kakwani (eds.), Fhe Many Dimensions ofPover­ ty, Palgrave Macmillan, Basingstoke, 2008; Anthony B. Atkinson, «Capabili­ ties, Exclusion and the Supply of Goods», en Kaushik Basu, Prasanta Pattanaik y Kotaro Suzumura (eds.), Choice, Welfare and Development, Oxford University Press, Oxford, 1995; Kaushik Basu, «Functioning and Capabili­ ties», en Kenneth Arrow, Amartya Sen y Kotaro Suzumura (eds.), Fhe Hand­ book of Social Choice Fheory, North-Holland, Amsterdam, 2009, vol. II; Enrica Chiappero-Martinetti, «A New Approach to Evaluation of Well-being and Poverty by Fuzzy Set Theory», Giomale degli Economisti, num. 53,1994; «A Mul­ tidimensional Assesment of Well-being Based on Sen’s Functioning Theory», Rixnsta Internationale di Scienze Sociale, núm. 2, 2002; «An Analitical Frame­ work for Conceptualizing Poverty and Re-examining the Capability Ap­ proach». Journal of Socio-Economics, num. 36, 2007; David Crocker, «Functioningand Capability: The Foundations ofSen’sandNussbaum’s Development Ethics», Political Fheory, num. 20, 1992; Ethics of Global Development: Agency, Capability and Deliberative Democracy, Cambridge University Press, Cambridge, 2008; Reiko Gotoh, «The Capability Theory and Welfare Reform», Pacific Economic Review, núm. 6, 2001; «Justice and Public Reciprocity», en Gotoh y Dumouchel, Against Injustice (2009); Kakwani y Silber (eds.), Fhe Many Di­ mensions of Poverty (2008); Mozaffar Qizilbash, «Capabilities, Well-being and Hum an Development: A Survey», Journal of Development Studies, núm. 33,

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1996; «Capability, Happiness and Adaptation in Sen a n d j. S. Mill», Utilitas, núm. 18, 2006; Ingrid Roybens, «The Capability Approach: A Theoretical Survey», Journal of Human Development, num. 6, 2005: «The Capability Ap­ proach in Practice», Journal of Political Philosophy, num. 17. 2006: Jennifer Prah Ruger, «Health and Social Justice», Lancet, núm. 364, 2004: «Health, Capability and Justice: Toward a New Paradigm of Health Ethics, Policv and Law», Cornell Journal of Law and Public Policy, núm. 15, 2006; Health and Social Justice, Oxford University Press, Oxford, 2009, y Robert Sugden, «Welfare, Resources and Capabilities: A Review of Inequality Reexamined bv Amartva Sen», Journal ofEconomic Literature, núm. 31, 1993. 11 Véase Richard S. Arneson, «Equality and Equality of Opportunity for Welfare», PhilosphicalStudies, núm. 56,1989,yG. A. Cohen, «Equality of What? On Welfare, Goods and Capabilities», en Martha Nussbaum y Amartva Sen (eds.), The Quality of Life, Oxford University Press, Oxford, 1993. Véanse tam­ bién Paul Streeten, Development Perspectives, Macmillan, Londres, 1981, y Frances Stewart, Planning to Meet Basic Needs, Macmillan, Londres, 1985. 12 Esto fue calificado de «evaluación elemental» en mi primer libro sobre el enfoque de la capacidad: Commodities and Capabilities (1985). 13Véase Isaiah Berlin, The Proper Study of Mankind, Chatto & Windus, Londres, 1997, y Liberty, Oxford University Press, Oxford, 2002, y Ber­ nard Williams, «A Critique of Utilitarianism», en J. J. Smart y Bernard Williams, Utilitarianism: For and Against, Cambridge University Press, Cam­ bridge, 1973. 14T. S. Eliot, Cuatro Cuartetos, op. cit., [ed. cit. Four Quartets, Faber & Faber, Londres, 1944, p. 8]. 15He discutido esta cuestión en «Incompleteness and Reasoned Choice», Synthese, núm. 140, 2004. lb Frances Stewart y Séverine Deneulin, «Amartya Sen’s Contribution to Development Thinking», Studies in Comparative International Development, núm. 37, 2002. 11 K. Marx, Manuscritos de economía y filosofía, Alianza Editorial, Madrid, 2003, p. 104. Véase también Jon Elster, Introducción a Karl Marx, Siglo XXI, Madrid, 1991. 18 K. Marx, Crítica del programa de Gotha [1875], Fundación de Estudios Socialistas Federico Engels, Madrid, 2003, pp. 21-23. 19El Informe Brundtland es el informe de la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, presidida por Gro Harlem Brundtland, antigua primera ministra de Noruega y más tarde directora general de la Organización Mun­ dial de la Salud: Nuestrofuturo común, Alianza Editorial, Madrid, 1992.

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L a I D E A D E I .A J U S T I C I A

20 Robert Solow, An Almost Practical Step Toward Sustainability, Resources for the Future, Washington, D. C., 1992.

12. C a p a c id a d e s y r e c u r s o s

1Aristóteles, Etica a Nicómaco, Credos, Madrid, 2000,1, 5, p. 29. 2Véase, entre otros escritos sobre este importante tema, Robert Putnam, Solo en la bolera: colapso v resurgimiento de la comunidad norteameri,cana, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2002. s Sobre esto, véase mi «Poor, Relatively Speaking», Oxford Economic Papers, num. 35,1983; Dorothy Wedderburn, TheAged in the Welfare State, Bell, Londres, 1961, yj. Palmer, T. Smeedingy B. Torrey, The Vulnerable: America’s Young and Old in the Industrial World, Urban Institute Press, Washington, D. C., 1988. 4 Sobre esto, véase mi Desarrollo y libertad, Planeta, Barcelona, 2000, capí­ tulos 8 v 9, y la bibliografía citada ahí. Dos de las contribuciones pioneras en esta área son Pranab Bardhan, «On Life and Death Questions», Economic and Political Weekly, núm. 9, 1974, y Lincoln Chen, E. Huq y S. D’Souza, «Sex Bias in the Family Allocation of Food and Health Care in Rural Bangladesh», Po­ pulation and Development Reviau, núm. 7, 1981. Véanse también mi ensayo conjunto con Jocelyn Kynch, «Indian Women: Well-Being and Survival», CambridgeJournal of Economics, núm. 7, 1983, y mis libros conjuntos con Jean Dréze, India: Economic Development and Social Opportunity, Oxford University Press, Nueva Delhi, 1995, e India: Development and Participation, Oxford Uni­ versity Press, Nueva Delhi, 2002. Estas estimaciones proceden del Banco Mundial. 0 Wiebke Ruklys, Amartya Sen’s Capability Approach: Theoretical Insights and Empirical Applications, Springer-Verlag, Nueva York, 2005. ' Thomas Pogge ha hecho importantes aportes en esta línea. Véase su obra La pobreza en el mundo y los derechos humanos, Paiclós, Barcelona, 2005. 8 Thomas Pogge, «A Critique of the Capability Approach», en Harry Brighouse e Ingrid Robevns (eds.), Measuring justice: Primary Goods and Capabili­ ties, Cambridge University Press, Cambridge, en prensa. 9 Elizabeth Anderson, «Justifying the Capabilities Approach to Justice», en H. Brighouse e I. Robevns (eds.), op. cit. Sobre asuntos relacionados, véase su «What is the Point of Equality?», Ethics, núm. 109, 1999. 10Véase K. Arrow y Frank Hahn, General Competitive Analysis, Holden-Day, San Francisco, 1971; George Akerlof, «The Market for Lemons: Quality Un­ certainty and the Market Mechanism», Quarterly Journal of Economics, num.

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84, 1970, yjoseph Stiglitz y M. E. Rothschild, «Equilibrium in Competitive Insurance Markets», QuarterlyJournal ofEconomics, núm. 90,1976, entre otras importantes contribuciones en esta área.

13. F e l i c i d a d , b i e n e s t a r y c a p a c i d a d e s

I Véase John E. Roemer, Theories of DistributiveJustice, Harvard University Press, Cambridge, 1996. En esta sólida crítica de las diferentes teorías de la justicia, Roemer presenta su razonada evaluación de algunos de los enfo­ ques principales de la justicia en la filosofía política y la economía del bienes­ tar de nuestro tiempo. Richard Easterlin, «Will Raising the Income of All Increase the Happi­ ness of All}», Journal of Economic Behaviour and Organization, núm. 27, 1995. Véase también el ambicioso análisis de Easterlin sobre la disonancia entre ingreso y felicidad, y sobre los medios v métodos de promover la felicidad, en ambos casos con la ayuda del incremento de los niveles de ingreso v otros medios: «Income and Happiness: Towards a Unified Theory», EconomicJour­ nal, núm. I l l , 2001. Véase también Bernard M. S. van Praag v Ada Ferrer-iCarbonell, Happiness Quantified: A Satisfaction Calculus Approach, Oxford Uni­ versity Press, Oxford, 2004. 3 Tibor Scitovsky, The Joyless Economy, Oxford University Press. Oxford, 1976. 4Richard Layard, La felicidad. Lecciones de una nueva ciencia, Taurus. Madrid, 2005 [ed. cit. Happiness: Lessons from a new Science, Penguin, Londres, p. 3]. ° Idem, p. 113 de la ed. inglesa. 0 Idem. 7Véase Robert Nozick,' Anarchy, State and Utopia, Basic Books, Xueva York, 1974, y Ronald Dworkin, Virtud soberana. 8 Uionel Robbins, «Interpersonal Comparisons of Utility: A Comment», Economic Journal, núm. 48,1938. 9 K.J. Arrow, Social Choice and Individual Values, Wiley, Nueva York, 1951. 10 Idem, p. 9. II Sobre esta cuestión, véase mi Choice, Welfare and Measurement, Blackwell, Oxford, 1982, y «Social Choice Theory», en K.J. Arrow v M. Intriligator (eds.), Handbook of Mathematical Economics, North-Holland, Amster­ dam, 1986. 12 R. Layard, La felicidad,.., op. cit. Véase también Daniel Kahneman, «Ob­ jective Happiness», en D. Kahneman y N. Schwartz (eds.), Well-being: TheEoun-

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I.A ID E A DE [ . A J U S T I C I A

dations of Hedonic Psychology, Russell Sage Foundation, Nueva York, 1999, y Alan Krueger y D. Kahneman, «Development in the Measurement of Subjec­ tive Well-being», Journal of Economic Perspectives, niim. 20, 2006. Sobre cues­ tiones relacionadas, véase Van Praag y Carbonell, Happiness Quantified: A Sa­ tisfaction Calculus Approach (2004). 13R. Layard, La felicidad..., op. cit., p. 4 de la ed. inglesa. 14 Fie discutido esta cuestión más ampliamente en otro lugar, en particu­ lar en «Economic Progress and Health», con Sudhir Anand, D. A. Leon y G. Walt (eds.), Poverty, Inequality and Health, Oxford University Press, Oxford, 2000, y «Health Achievement and Equity: External and Internal Perspec­ tives», en Sudhir Anand, Fabienne Peter y Amartya Sen (eds.), Public Health, Ethics and Equity, Oxford Universitv Press, Oxford, 2004. la Véase A. Kleinman, The Illness Narratives: Suffering, Healing and the Human Condition, Basic Books, Nueva York, 1988, v Writing at the Margin: Discourse Bet­ ween Anthropology and Medicine, University7of California Press, Berkeley, 1995. 1(> He examinado las distinciones entre estas cuatro categorías en mis Conferencias Dewey de 1984: «Well-being, Agencv and Freedom: The Dewey Lectures 1984», Journal of Philosophy, núm. 82, 1985. Las distinciones y su re­ levancia dispar han sido adicionalmente exploradas en mi libro Nuevo exa­ men de la desigualdad, Alianza Editorial, Madrid, 2004.

14. I g u a l d a d y l i b e r t a d 1Nuevo examen de la desigualdad, Alianza Editorial. Madrid, 2004. 2 R. Nozick, «Distributive Justice», Philosophy and Public Affairs, núm. 3, 1973, y Anarchy, State and Utopia, Blackwell, Oxford. 1974; James Buchanan, Liberty, Market and the Stale, Wheatsheaf Books. Brighton. 1986, v «The Ethical Limits of Taxation», Scandinavian Journal of Economics, num. 86, 1984. Véase también James Buchanan y Gordon Tullock, El cálculo del consenso. 3 Richard Hare, Moral Thinking: Its Level, Method and Point, Clarendon Press, Oxford, 1981, p. 26; John Harsanvi, «Moralitv and the Theory of Ra­ tional Behaviour», en Amartya Sen y Bernard Williams (eds.), Utilitarianism and Beyond, Cambridge University Press, Cambridge, 1982, p. 47. 4 William Letwin (ed.), Against Equality: Readings on Economic, and Social Policy, Macmillan, Londres, 1983. 5 Harry Frankfurt, «Equality as a Moral Ideal», en Letwin, op. cit., p. 21. b En su fascinante y vigoroso ataque contra la filosofía política dominan­ te, Raymond Geuss subraya el importante hecho de que en muchas teorías

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históricas de ia justicia la necesidad del trato desigual no se eludía sino que se consagraba: «El sistema legal romano establecía de manera firme e in­ equívoca la “intuición” casi universalmente compartida según la cual tratar a un esclavo como si tuviera derechos sería una grave violación de los princi­ pios básicos de la justicia» (R. Geuss, Philosophy and Real Politics, Princeton University Press, Princeton, 2008, p. 74). El argumento de Geuss es correcto (y su análisis de la relevancia de las disparidades de poder apunta a una cues­ tión significativa), pero también es de particular importancia distinguir en­ tre esa clase de rechazo de la igualdad como principio y el argumento de Frankfurt contra la igualdad en algún espacio estrechamente caracterizado por consideración a otros valores imparciales, incluida la igualdad en lo que él consideraría como un espacio más significativo. ' La perspectiva marxiana sobre este tema está bien desarrollada en los escritos clásicos de Maurice Dobb: Political Economy and Capitalism, Routledge, Londres, 1937, y Theories of Value and Distribution Since Adam Smith: Ideology and Economic Theory, Cambridge University Press, Cambridge, 1973. Véanse también G. A. Cohen, Karl, Marx’s Theory of History: A Defence, Clarendon Press, Oxford, 1978, y History, Labour and Freedom: Themesfrom Marx, Claren­ don Press, Oxford, 1988. Yo he intentado escrutar la teoría del valor del tra­ bajo desde el punto de vista de sus contenidos descriptivos y evaluativos en mi «On the Labour Theory of Value: Some Methodological Issues», Cambrid­ gefoumal ofEconomics, núm. 2, 1978. 8 Véanse mi «Liberty and Social Choice», Journal of Philosophy, núm. 80, 1983, y Nuevo examen de la desigualdad, op. cit. 9 Una discusión sobre esta clase de «efectividad» y su amplia relevancia en la sociedad m oderna puede hallarse en mi «Liberty and Social Choice: An Appraisal», Midwest Studies in Philosophy, núm. 7, 1982. 10J. S. Mill, Sobre la libertad, Tecnos, Madrid, 2004. Véase también Frie­ drich Hayek, Losfundamentos de la libertad, Ediciones Folio, Madrid, 1997. 11 Véanse Philip Pettit, «Liberalism and Republicanism», Australasian Jo­ urnal of Political Science, núm. 28, 1993; Republicanismo, Paidós, Barcelona, 2009, y A Theory ofFreedom, Polity Press, Cambridge, 2001, y Quentin Skinner, Liberty Before Liberalism, Cambridge University Press, Cambridge, 1998. 12 Esta pluralidad fue defendida en mis Conferencias Dewey de 1984, pu­ blicadas como «Well-being, Agency and Freedom: The Dewey Lectures 1984», foumal ofPhilosophy, núm. 82,1985. Véase en especial la tercera conferencia. 13 El teorema fue presentado en mi «The Impossibility of a Paretian Libe­ ral», Journal ofPolitical Economy, núm. 78,1970, y en Elección colectiva y bienestar social, Alianza Editorial, Madrid, 2007.

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L a I D E A DF. I .A J U S L I C I A

14 Véase particularmente Christian Seidl, «On Liberal Values». Zeitschrift für Nationalökonomie, núm. 35, 1975. 1:1Véanse Kotaro Suzumura, «On the Consistency of Libertarian Claims», Review of Economic Studies, núm. 45, 1978, y Peter Hammond. «Liberalism, Independent Rights and the Pareto Principie», en J. Cohen (ed.), Proceedings of the 6th International Congress of Logic, Methodology and Philosophy of Science, Reidel, Dordrecht, 1981, v «Utilitarianism, Uncertainty and Information», en Amartya Sen y Bernard Williams (eds.), Utilitarianism and Beyond, Cam­ bridge University Press, Cambridge, 1982. 16 Véanse Julian Blau, «Liberal Values and Independence», Revieiu of Eco­ nomic Studies, núm, 42. 1975: Michael ], Farrell, «Liberalism in the Theory of Social Choice». R n’irw of Economic Studies, núm. 43, 1976, y W'ulf Gaertner y Lorenz Kruger, «Self-supporting Preferences and Individual Rights: The Pos­ sibility of a Paretian Liberal-. Economica, mini. 48, 1981. 1( Para lo que sigue, he utilizado mi análisis de esta cuestión en «Minimal Liberty», Economica. núm. 59. 1992. 18 Véanse Rov Gardner. «The Strategie Inconsistency of Paretian Libera­ lism», Public Choice, núm. 35. 1980: Friedrich Brever v Rov Gardner, «Liberal Paradox, Game Equilibrium and Gibbard Optimun». Public Choice, núm. 35, 1980, y Kaushik Basu. «The Right to Give up Rights», Economica, núm. 51,1984. 19 Véanse Brian Barn. «I.ad\ Chatterlev's Lover and Doctor Fischer’s Bomb Party: Liberalism. Pareto Optimality and the Problem of Objectiona­ ble Preferences», en jo n Elster v A. Hvlland (eds.), Foundations of Social Choice Fheory, Cambridge University Press. Cambridge. 1986, v R. Hardin, Morality within the Limits of Reason, University of Chicago Press, Chicago, 1988. 20 Robert Nozick, Anarchy, State and Utopia, Basic Books, Nueva York, 1974, pp. 165-166. El resultado a que se alude aquí es la imposibilidad del liberal paredaño. 21 Véanse Peter Gardenfors. «Rights, Games and Social Choice», Nous, núm. 15, 1981; Robert Sugden. Fhe Political Economy of Public Choice, Martin Robertson, Oxford, 1981, v «Libern; Preference and Choice», Economics and Philosophy, núm. 1, 1985, v Wulf Gaertner, Prasanta Pattanaik y Kotaro Suzu­ mura, «Individual Rights Resisited», Economica, núm. 59,1992.

15. La d e m o c r a c i a c o m o r a z ó n p ú b l i c a

Aldous Huxley, Contrapunto, Debate, Barcelona, 1995 [ed. cit. Point Counter Point, Vintage, Londres, 2004, pp. 343-344], 1

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2J. Rawls, Teoría de la justicia, FCE, México, 1979, v El liberalismo político, Crítica, Barcelona, 1996. 3J. Habermas, 'Hie Structural Transformation of the Public Sphere, MIT Press, Cambridge, 1989; The Theory of Communicative Action, Beacon Press. Boston, 1984, y Conciencia moral y acción comunicativa, Península, Barcelona, 1998. 4 La llamada teoría liberal de la razón pública ha sido vigorosamente repre­ sentada por Bruce Ackerman en La justicia social en el Estado liberal, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 1993. Véase también su \ivaz v argumentoso ensayo «\Vhy Dialogue?», Journal ofPhilosophy, num. 86,1989. 3 Seyla Benhabib, Another Cosmopolitanism, Oxford University Press, Nue­ va York, 2006, incluidos sus intercambios con Bonnie Honig, Will Kymlicka v Jeremy Waldron. Véase también Seyla Benhabib (ed.), Democracy and Diffe­ rence, Princeton University’ Press, Princeton, 1996. Sobre asuntos relaciona­ dos, véase Elizabeth Anderson, Value in Ethics and Economics, Harvard Univer­ sity Press, Cambridge, 1993. bJoshua Cohen y jo el Rogers (eds.), On Democracy, Penguin, Londres, 1983, y Associations and Democracy, Verso, Londres, 1995. ' Ronald Dworkin, La democracia jjosible: principios para un nuevo debate poli­ tico, Paidós, Barcelona, 2008. 8James Buchanan, «Social Choice, Democracy and Free Markets», Jour­ nal ofPolitical Economy, núm. 62, 1954. Véase tambiénJames Buchanan v Gor­ don Tullock, El cálculo del consenso. 9J. Rawls, Collected Papers, Harvard University’Press, Cambridge, 1999, pp. 579-580. Del mismo autor, ver también su Teoría de In justicia (FCE, México, 1979), El liberalismo político (Crítica, Barcelona, 1996) v La justicia como equi­ dad: una reforniulación (Paidós, Barcelona, 2002). 10J. Rawls, «Reply to Habermas»,Journalof Philosophy, núm. 92, 1995. 11J. Habermas, «Reconciliation Through the Public Use of Reason: Re­ marks on John Rawls’ Political Liberalism», Journal of Philosophy, mini. 92. 1995, pp. 127-128. 12Fíe discutido estas conexiones generales en «Democracy As a Universal Value», Journal of Democracy, núm. 10, 1999; «Democracy and Its Global Roots», New Republic, 6 de octubre, 2003, e Identidad y violencia: la ilusión del destino, Katz Editores, Madrid, 2006. 13 El propio Aldous Huxley estaba evidentemente muy familiarizado con esta literatura sobre los antiguos experimentos indios en democracia urbana, como se pone de manifiesto en los libros que Sydney Quarles cita a su esposa como fuentes de investigación durante sus supuestas risitas a la biblioteca del Museo Británico.

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L a id e a i >f i .a j u s t ic ia

14 Esta cuestión está tratada más a fondo en mis libros La argumentación in­ dia (Gedisa, Barcelona, 2007) e Identidad y violencia: la ilusión del destino (Katz Editores, Madrid, 2006). 1;>Para una discusión más completa de estas tradiciones, con las referen­ cias a la fuente material, véase La argumentación india (Gedisa, Barcelona, 2007) e Identidad y violencia (Katz Editores, Madrid, 2006). I()Véase Nakamura Hajime, «Basic Features of the Legal, Political and Eco­ nomic Thought of Japan», en Charles A. Moore (ed.), TheJapanese, mind: Essen­ tials ofJapanese Philosophy and Culture, Tuttle, Tokio, 1973, p. 144. !/ Véanse Ramachandra Guha, «Arguments With Sen: Arguments About India», Economic and Political Weekly, num. 40, 2005, y Amartya Sen, «Our past and our present», Economic and Political Weekly, num. 41, 2006. 18 Nelson Mandela, El largo camino hada la libertad, Aguilar, Madrid, 1995 [ed. cit. Long Walk to Freedom,, Little Brown, Boston / Londres, 1994, p. 21]. 19 María Rosa Menocal, La joya del mundo: musulmanes, judíos y cristianos, y la cultura de, la tolerancia en A l Andalus, Plaza &Janés, Barcelona, 2003 [ed. cit.

The Ornament of the World: How Muslims, Jews and Christians Created a Culture of Tolerance in Medieval Spain, Nueva York, Little Brown, 2002, p. 86].

1 6. L a p r á c t i c a d e l a d e m o c r a c i a

1Para las fuentes de estas y otras citas sobre la hambruna de Bengala, véase mi Poverty and Famines: An Essay on Entitlement and Deprivation, Clarendon Press, Oxford, 1981, capítulo 9 y Apéndice D. 2 Sobre las hambrunas en Corea del Norte, incluida la conexión con el régimen autori tario, véanse Andrew S. Natsios, The Great North Korean Famine, Institute of Peace Press, Washington, 2002, v Stephan Haggard y Marcus No­ land, Famine in North Korea: Markets, aid and Reform, Columbia University Press, Nueva York, 2007. \ ease T. P. Bernstein, «Stalinism, Famine and Chinese Peasants», Fheory and Society, mini. 13, 1984, p. 13. Véase también Carl Riskin, China’s Political, Economy, Clarendon Press, Oxford, 1987. 4 Mao Tse-tung, Falks and Letters: 1956-1971, Penguin, Hammondsworth, .1974, pp. 277-278. Véanse, por ejemplo, Adam Przeworski et al, Sustainable Democracy, Cam­ bridge University Press, Cambridge, 1995, y Robert J. Barro, Getting it right: Markets and Choices in a Free, Society, MIT Press, Cambridge, 1996.

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() Véase, por ejemplo, mi Desarrolloy libertad, Planeta, Barcelona, 2000. Véanse también Robin Jeffrey, Politics, Women and Well-being: How Kemla Became a -Model». Cambridge University Press, Cambridge, 1992, y V. R Ramachandran, «Kerala’s Development Achievements», enJean Dréze y Amartya Sen (eds.), Indian Deve­ lopment: SelectedRegional Perspectives, Oxford University Press, Oxford, 1996. ' Condorcet, Essai sur Vapplication de l’analyse a la probabilité des decisions /en­ dues a la pluralité des voix [1785], en Oeuvres de Condorcet, Firmin Didot, Pan's, 1847-1849, vol. 6, pp. 176-177. Véase también Emma Rothschild, Economic Sen­ timents: Smith, Condorcet and the Enlightenment, Harvard University Press, Cam­ bridge, 2001, capítulo 6. 8 Gandhi escribió sobre este tema. Véase The Collected Works of Mahatma Gandhi, Government of India, Nueva Delhi, 1960. Véase también mi Identidad Vviolencia, Katz Editores, Madrid, 2006 [ed. cit. Identity and Violence: The Illusion ofDestiny, Allen Lane, Londres, 2006, especialmente pp. 165-169]. 9Véase mi Identidad y violencia, op. cit.

17 . D e r e c h o s h u m a n o s f, i m p e r a t i v o s g l o b a l e s

1Jeremy Bentham, Anarchical Fallacies: Being an Examination of the Declara­ tion of Rights Issued During the French Revolution [1792], en j. Bowring (ed.), The Works ofJeremy Bentham, William Tait, Edimburgo, 1843, vol. II, p. 501. 2 La discusión v defensa de esta tesis puede hallarse en mi «Elements of a Theory of Human Rights», Philosophy and Public Affairs, núm. 32, 2004, v «Hu­ man Rights and the Limits of Law, Cardoza Law Journal, num. 27, 2006. Estos ensayos también presentan un marco general para el fundamento, el alcance y las implicaciones de una visión de los derechos como reivindicaciones éticas que satisfacen las exigencias básicas del razonamiento imparcial. :’J. Bentham, Anarchical Fallacies, op. cit., vol. II, p. 523. 1 Aceptar un contraste general entre las categorías respectivas de las afir­ maciones éticas v los pronunciamientos legales no niega, por supuesto, la posibilidad de que las opiniones éticas puedan contribuir a la interpretación y al contenido sustantivo de las leyes. El reconocimiento de esa posibilidad puede ir en contra de una teoría estrictamente positivista del derecho (sobre esto, véase Ronald Dworkin, A Matter of Principie, Harvard University Press, Cambridge, 1985). Pero esto no elimina la diferencia considerable existente entre reivindicaciones éticas y proclamaciones legales. ' T. Paine, The Rights of Man [1791-1792], Dent, Londres, 1906; Mary Wollstonecraft, A Vindication of the Rights of Men [1790] Cambridge University

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l . A i m - . A D K I.A J U S T I C I A

Press, Cambridge, 1995, y Vindicación délos derechos déla mujer [1792], Debate, Barcelona, 1977. 6 H. L. A. Hart, «Are There am’ Natural Rights?», The Philosophical Review, núm. 64, 1955. ' Véanse mi «Well-being, Agency and Freedom: The Dewey Lectures 1984», Journal of Philosophy, núm. 82, 1985; Nuevo examen de la desigualdad, Alianza Editorial, Madrid, 2004, v El desarrollo corno libertad. 8 Goodin v Jackson, «Freedom From Fear», Philosophy and Public Affairs, núm. 35, 2007, p. 250. 9 Para una exploración más completa de la distinción y de sus amplias implicaciones, véanse mis Conferencias Kenneth Arrow «Freedom and So­ cial Choice», en Rationality andFreedom, Harvard University Press, Cambridge, 2002, ensayos 20 a 22. 111Véase el capitulo 1]. 11 La relevancia de un esquema sensible a las consecuencias para este tipo de razonamiento ético es investigada en mis ensayos «Rights and Agencv», Philosophy and Public Affairs, num. 11, 1982; «Positional Objectivity», Philoso­ phy and Public Affairs, n vim. 22.1993, y «Consequential Evaluation and Practi­ cal Reason», Journal ofPhilosophy, núm. 97, 2000. 121. Kant, Fundamenlación para una metafísica de la moral y Crítica de la razón

práctica. 1:1 Aristóteles, Etica a Xicómaco, Biblioteca Clásica Credos, Madrid, 2000, p. 26. 14 Véanse Andrew Ashworth y Eva Steiner, «Criminal Omissions and Public Duties: The French experience», Legal Studies, núm. 10, 1990, y Glanville Wi­ lliams, «Criminal Omissions: The Conventional View», Law Quarterly Reuieir. núm. 107,1991. 1:>La conexión de los derechos con las obligaciones perfectas e imperfec­ tas fue brevemente explorada y evaluada en un ensavo temprano. •.Conse­ quential Evaluation and Practical Reason», journal of Philosoj/hy. num. 97. 2000, y en el capítulo introductorio del Informe de Desarrollo Humano ele la ONU en 2000, que se basaba en un artículo que escribí para esa edición especial: «Human Rights and Human Development». Joseph Raz, The Morality ofFreedom, Clarendon Press. Oxford. 1986. p. 1>(). 17 Véase Ivan Hare, «Social Rights as Fundamental Human Rights . en Bob Hepple (ed.), Social and Labour Rights in Global Context. Cambridge I niversity Press, Cambridge, 2002. 18 Cass R. Sunstein, After the Rights Revolution: Reconceiving the Regidatoiy State, Harvard University' Press, Cambridge, 1990.

478


N otas

19Véanse, por ejemplo, el análisis de Andrew Kuper en Demacran Be\,^íd Borders:Justice and Representation in GlobedInstitutions, Oxford Universitv Press, Oxford, 2004, y la colección de ensayos editada por él, Global Responsibility >: Who Must Deliver on Human Rights'?, Routledge, Nueva York, 2005, 20 Las obras de Thomas Pogge }' sus colaboradores han abierto muchas áreas al análisis de políticas con amplio fundam ento en la idea de dere­ chos hum anos y en las exigencias de la justicia. Véanse en especial Tho­ mas Pogge, World Poverty and Human Rights: Cosmopolitan Responsibilities and Reforms, Polity Press, Cambridge, 2002; Andreas Follesdal y Thomas Pogge (eds.), Real World Justice, Springer, Berlin, 2005; Thomas Pogge v Sanjav Reddy, How Not to Count the Poor, Columbia University Press, Nueva York, 2005; Robert Goodin, Philip Pettit y Thomas Pogge (eds.), .4 Com­ panion to Contemporary Political Philosophy, Blackwell, Oxford, 2007, y Like Mack, Thomas Pogge, Michael Schramm y Stephan Klasen (eds.), Absolu­ te Poverty and GlobedJustice: Empirical Data, Moral Theories, Realizations, Al­ dershot, Ashgate, 2009. 21 Deen Chatterjee, Democracy in a Global World: Human Rights and Political Penticipation in the 21'1Century, Rowman and Littlefield, Londres, 2008, p. 2. 22 David ("rocker. Ethics oj Global Development: Agency, Capability and Delibe­ rative Democracy, Cambridge University Press, Cambridge, 2008, pp. 389-390. 23 Véase también Christian Barry v Sanjay Reddy, International Trade and Tabor Standards, Columbia University Press, Nueva York, 2008. 21 Véanse Maurice Cranston, «.Ar e There any Human Rights?>%Daedalus. num. 112, 1983, y Onora O ’Neill, 'towardsJustice and Virtue, Cambridge Uni­ versity Press, Cambridge, 1996. 2:1 Onora O ’Neill. Faces of Hunger: An Essay on Poverty, Justice and Dnrlopinent, Allen & Unwin, Londres, 1986. 20 O. O ’Neill, 'Towards Justice and Virtue, pp. 131-132. Véase también su Bounds ofJustice, Cambridge Universitv Press, Cambridge, 2000. Maurice Cranston, «Are There anv Human Rights?», art. cit., p. 13. 28 Esta cuestión es vigorosamente estudiada por Bernardo Kliksberg. Towards an Intelligent State, IOS Press, Amsterdam, 2001. 29 Sobre esto, véase mi «Elements of a Theory' of Human Rights». Philoy:phy and Public Affairs, num. 32, 2004. 3UAlgunas de las cuestiones fundacionales son discutidas por John Mackie, «Can There Be a Rights-Based Moral Theory?», Midwest Studies in PhibAophy, núm. 3,1978.

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L a I D1 -A DF. L A J U S T I C I A

18. L a JUSTICIA Y EL MUNDO 1Véase J. C. Jacquemin, «Politique de stabilisation par les investissements publics», tesis doctoral inédita, Universidad de Namur, Bélgica, 1985. Jean Dréze y yo hemos discutido diferentes aspectos de esta correspondencia en Hunger and Public Action, Clarendon Press, Oxford, 1989, pp. 65-68. 2 Véase también «Famine, Poverty and Property Rights», en Chistopher W. Morris (ed,), Amartya Sen, Cambridge University Press, Cambridge, 2009. 3 M. Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer, Debate, Barcelo­ na, 1977 [ed. cit. A Vindication of the Rights of Woman, en Sylvana Tomaselly (ed.), A Vindication of the Rights ofMen and A Vindication of the Rights of Woman, Cambridge University Press, Cambridge, 1995, p. 294]. 4 Idem, p. 70. 5 A. Smith, Teoría de los sentimientos mondes, Alianza Editorial, Madrid, 2009, V, 2,15. 6 A. Smith, Lecciones defurisprudencia, Editorial Gomares, Granada, 1995 [ed. cit., Lectures on Jurisfrrudence, R. L. Meek, D. D. Raphael y P. G. Stein (eds.), Clarendon Press, Oxford, 1978, p. 104], ' Citado en «Ginsburg Shares View on Influence of Foreign Law on her Court, and Vice and Versa», The New York Times, 12 de abril de 2009, p. 14. 8 «Ginzburg Shares...», art. cit,

480


I n d ic e o n o m á s t ic o

Abadian, Sousan, 26 Abderramän III, 364 Abul Fazl, 68 Ackerman, Bruce, 29, 354 Agerwal, Bina, 28 Agustin de Hipona, san, 258 Ahluwalia, Isher, 30 Ahluwalia, Montek, 30 Akbar, em perador mogol de la India, 66-69, 72, 80, 334, 364 Akerlof, George, 29, 214 Akhtat, Javed, 66 Alberuni (matematico y astrònomo : 'ani), 189 Alejandro Magno, 117, 118 Alkire, Sabina, 28, 76, 265, 276, 422 Allen, Ronald, 29 Ambedkar, B. R., 360 Anand, Paul, 30, 125 Anand, Sudhir, 27, 28 Anderson, Elizabeth, 28, 293, 36 Apolonio de Pérgamo, 206 Appiah, Kwame Anthony, 21, 28, 172, 278, 405

Aristóteles, 27, 117, 121, 159, 215, 258, 269, 283, 284, 295, 353, 407, 437 Arneson, Richard, 265 Aronson, Michael, 31 Arriano, 118 Arrow, Kenneth, 20, 25, 27, 49, 81, 116, 122-125, 136, 140, 229, 259, 308-311,344, 443 Aryabhata (matemático y astrónomo indio), 189 Ashoka, em perador de la India, 98, 105-107, 110, 258, 361 Aspremont, Claude d ’, 30 Atkinson, Anthony B., 27, 287 Attlee, Clement, 354 Audard, Catherine, 102 Aung San Suu Kyi, 320, 362 Bagchi, Amiya Kumar, 29 Bagchi, Jasodhara, 29 Bagehot, Walter, 35, 354 Bailyn, Bernard, 388 Banerjee, Abhijit, 30 Banerjee, Dipak, 29 Baneijee, Nirmala, 29


I .A I D E A D E L A J U S T I C I A

Banik, Dan, 423 Bardhan, Pranab, 29 Barnard, Catharine, 28 Barnes, Jonathan, 341 Barry, Brian, 149, 412, 413 Barry, Christian, 28 Basu, Alaka, 30 Basu, Dilip, 30 Basu, Kaushik, 26, 213, 367, 381, 393, 409 Bauer, Peter, 30 Becker, Gary, 220, 221 Beitz, Charles R., 28, 169, 408 Beneria, Lourdes, 30 Benhabib, Seyla, 30, 73, 354, 355 Bentham, Jeremy, 20, 39, 41, 51, 91, 166, 261, 302, 307, 313, 388390, 393-395, 399, 428, 444 Bentley, Edm und Clerihew, 299 Berlin, Isaiah, 14, 28, 64, 101, 102, 269,312 Bernholz, Peter, 341 Besley, Timothy, 30 Besson, Samantha, 395 Bhadelia, Afsan, 31 Bhargava, Alok, 29 Bilgrami, Akeel, 28 Bin Laden, Osama, 179 Binmore, Ken, 30 Birch, Phillip, 32 Birdsall, Nancy, 30 Blackburn, Simon, 28, 74, 154 Blackorbv, Charles, 27 Blau, Judith, 390, 396 Bliss, Christopher, 29 Bobbitt, Philip, 407 Bohman, James, 356 Bok, Hilary, 28, 252 Bok, Sissela, 28

Borda, Jean-Charles de, 121, 122, 310 Bose, Sugata, 30 Bossert, Walter, 30, 213 Bourbaki, N., 135 Bourguignon, François, 30 Bowles, Samuel, 29 Brahmagupta (matematico indio), 189 Breyer, Stephen, 29, 113 Brison, Susan, 28 Brittan, Samuel, 29 Broad, C. D., 25 Broome, John, 28, 80, 229 Brundtland, Gro Harlem, 279, 280,282 Bruno, Giordano, 67, 364 Buchanan, James, 140, 321, 354 Buda, Gautama, 19, 107, 117, 236, 237, 255, 281, 301, 361 Burchardt, Tania, 28, 265 Burke, Edmund, 33, 34, 36, 61, 143-146, 151, 191, 330, 424 Bush, George W., 374 Buvinic, Myra, 30 Calabresi, Guido, 29 Carlyle, Thomas, 299 Carroll, Lewis [seudónimo de Charles L. Dodgson], 122 Carter, Ian, 28 Cartwright, Nancy, 28 Cassen, Robert, 29 Chakravarty, Satya, 30 Chakravarty, Sukhamoy, 29 Chandragupta Maurya, em perador de la India, 106 Chatterjee, Deen, 28, 413 Chen, Lincoln, 30, 195

482


ìn d i c i - o n o m a s t ic o

Chen, Martha, 30 Cheney, Dick, 401 Chiappero-Martinetti, Enrica, 28, 265, 273 Chopra, Kanchan, 30 Clive, Robert, 34 Cohen, C. A., 27, 46, 90, 91, 110, 193,265, 322, 341, 356, 445 Cohen, Jonathan, 26 Cohen, Joshua, 26, 73, 354, 356 Comim, Flavio, 28, 265 Condorcet [MarieJean-AntoineNicolas de Cari tat], marqués de, 20, 39, 41,49,53,58, 116, 121, 122, 124, 137, 140-142, 153, 310, 383, 431, 432, 443 Cornell, Drucilla, 28, 273, 398 Cowper, William, 339 Cranston, Maurice, 414, 416, 417 Crawford, Vincent, 30 Crocker, David A., 28, 30, 171, 265, 413 Dali, Salvador, 47, 48 Daniels, Norman, 28, 95 Dasgupta, Asim, 30 Dasgupta, Partila, 29, 286 Datta-Chaudhuri, Mrinal, 29 Davidson, Donald, 28, 308 Davis, John, 28, 214 De, Barun, 30 Deaton, Angus, 29 Deb, Rajat, 26 Deneulin, Séverine, 28, 274 Denyer, Nick, 28 Desai, Meghnad, 28, 29 Descartes, René, 205 De-Shalit, Avner, 287 Dhongde, Shatakshee, 213

Diamond, Peter, 30 Dickens, Charles, 11 Diderot, Denis, 79 Diogenes, 118 Dixit, Avinash, 30 Dobb, Maurice, 25 Dodgson, Charles L. Vease Carrol, Lewis Donaldson, David, 30 Doniger, Wendy, 52 D re z eje an , 29, 76, 195, 379, 381, 423 Duflo, Esther, 30 Duguid, Richard, 32 Dunn, John, 353, 359 Dutta, Bhaskar, 29 Dworkin, Ronald, 26, 27, 40, 83, 294-297, 304, 321, 354, 383, 393, 444, 445 Easterlin, Richard, 302 Eatwell,John, 390 Edgeworth, Francis, 215, 302, 307 Eliot, T. S., 55, 241, 270 Elster, Jon, 28, 206, 308, 356 Engelmann, Paul, 61 Epicuro, 427 Fernando I, em perador romanogermanico, 52 Fermat, Pierre de, 205 Fisher, Franklin, 30 Fiss, Owen, 29 Fitoussi, Jean-Paul, 29 Fleurbaey, Marc, 30, 311 Folbre, Nancy, 29 Foster, James E., 26, 27, 229, 276 Frank, Robert, 30 Frankfurt, Harry, 324


L a i d e a D E LA J U S T IC IA

Freeman, Samuel, 96, 161 Frenk, Julio, 30 Fried, Barbara, 28 Friedman, Benjamin, 30 Friedman, Milton, 208 Fukuda-Parr, Sakiko, 28, 30 Fukuyama, Francis, 31

Gupta, Geeta Rao, 30 Gutmann, Amy, 28, 172, 356 Habermas, Jürgen, 72-74, 163, 227, 354, 355, 425 Hacking, Ian, 28 Hahn, Frank, 30 Halal, Ayesha, 30 Halbertal, Moshe, 28 Hamilton, Lawrence, 26 Hamlin, Alan, 73, 356 Ham mond, Peter J., 27 Handy, Christopher, 276 Haq, Mahbub, 28, 256 Haque, Wahidul, 30 Hare, Richard, 28, 322 Harris, Christopher, 30 Harsany, John, 27, 30, 229, 230, 322 Hart, Herbert, 29, 94, 395-397, 409 Hasdai ibn Shaprut, 364 Hastings, Warren, 33, 34, 61 Hausman, Daniel, 28 Hawthorn, Geoffrey, 30 Hayek, Friedrich, 107 Heaney, Seamus, 58 Heckman, James J., 30, 264 Herman, Barbara, 446 Herz, Markus, 153 Hewart, Lord, 426, 427 Heyer, Judith, 30 Hicks, Douglas, 26 Hicks, John, 30 Hirschman, Albert, 29 Hitler, Adolf, 63, 64 Hobbes, Thomas, 20, 37, 38, 40, 48, 56, 57, 125, 126, 167, 231, 234, 235, 237, 338, 402, 411, 444, 445, 448 Hobsbawn, Eric, 30, 435

Gaertner, Wulf, 27 G albraith,John Kenneth, 111, 112 Gandhi, Mohandas, 11, 50, 241, 319, 320, 384, 439 Garegnani, Pierangelo, 30 Gauthier, David, 40, 113, 114, 116, 444 Genovese, Catherine, 406, 407, 415 Gevers, Louis, 30 Gibbard, Allan, 28, 308 Gilbert, Margaret, 276 Ginsburg, Ruth Bader, 439 Glendon, Mary Ann, 392 Glover, Jonathan, 28, 64-66, 78, 252 Gombrich, Richard, 117 Goodin, Robert E., 401 Gorman, W. M„ 30 Gotoh, Reiko, 28, 265 Graaff,Jan, 30 Gramsci, Antonio, 64, 148-150 Grandmont, Jean-Michel, 30 Gray, John, 44, 75, 114, 160 Green, Jerry, 30 Griffin, James, 28 Griffin, Keith, 28 Groves, Ted, 30 Guest, Stephen, 27, 416 Guha, Ramachandra, 30 Guillaume, Bertrand, 102

484


Í n d i c e o n o m á s t ic o

Hochschild.Jenneifer, 30 Hoffman, Stanley, 30 Holland, Alisha, 30 H onderich, Ted, 28, 252 Honoré, Tony, 29 Horton, Richard, 30 Humboldt, Wilhelm, 241 Hume, David, 74, 79, 166, 176, 203,428 Humphries, Jane, 30 Huntington, Samuel R, 120, 356 Hurley, Susan, 28 Hussein, Sadam, 35 Huxley, Aldous, 351, 352 Hylland, Aanund, 308 Intriligator, Michael, 49, 123, 229 Isherwood, Christopher, 241 Islam, Nurul, 30 Islam, Rizwanul, 30 Jackson, Frank, 401 Jahan, Selim, 28 Jain, Devaki, 29 Jain, Mahavira, 117 James, Susan, 28 Jefferson, Thomas, 388, 439 Jesucristo. VéaseJesús de Nazaret Jesús de Nazaret, 201, 202, 231, 439 Jevons, W. S., 307 Johnson, Walter, 31, 438 Jolls, Christine, 26, 221 Jolly, Richard, 28 Jorgenson, Dale, 30 Jourdain, M., 271 Kabir, Ananya, 28 Kahneman, Daniel, 30, 207

Kaldor, Mary, 30, 380 Kamm, Frances, 28 Kanbur, Ravi, 26, 213, 409 Kanger, Stig, 28 Kant, Immanuel, 20, 21, 38, 40, 48, 79, 86, 99, 125, 126, 146, 147, 153, 158, 166, 227, 234, 247, 406, 414,444, 446 Kautilya, 18, 98, 106, 107, 121, 215, 258 Kelly, Erin, 28, 31, 44, 161, 243 Kelly, Jerry', 27 Kelsey, David, 26 Khan, Azizur Rahman, 30 Khilnani, Sunil, 31 Khosla, Romi, 257 King, Gregory', 215 King, Martin Luther, 11, 50, 320, 362, 436 Kipphardt, Heinar, 242 Kirman, Alan, 30 Klasen, Stephan, 26 Kleinman, Arthur, 315 Knaul, Felicia, 26, 30 Kolm, Serge, 30 Kornai, Janos, 30 Korsgaard, Christine, 21 Kramer, Michael, 30 Kuklys, Wiebke, 288 Kymlicka, Will, 130 Kynch, Jocelyn, 197 Laden, Anthony, 26 Laffont, Jean-Jacques, 30 Lane, Melissa, 30 Lawrence, D. H., 340 Layard, Richard, 30, 303-305, 313 Le Breton, Michel, 30 Leacock, Stephen, 217


I ,A ID1.A

ni. L A J U S T I C I A

Mazumdar, Dipak, 29 Mazur, Barrv, 30 McEvillev, Thomas, 118 McMurrin, S., 95, 261, 295, 313, 323 Meade, James, 30, 321 Mehta, Pratap Bhanu, 30 Mehta, Uday, 30 Meillet, Antoine, 102 Menocal, Maria Rosa, 364 Michelman, Frank, 29 Miles, Joanna, 28 Milgate, Murrav, 390 Miliband, Ralph, 30, 376 Mill, James, 421, 423 Mill, John Stuart, 17, 20, 35, 39, 41, 231,269, 299, 302, 305, 335, 341, 354, 444 Miller, David, 28, 43 Milne, A., 416 Minow, Martha, 29 Mirrlees, James, 27, 229 Mitchener, John, 118 Mokal, Riz, 27 Molière, 271 Moncada, Alberto, 390, 396 Mongin, Philippe, 30 Monk, Ray, 64 Mookeijee, Dilip, 30 Mookerji, Radhakumud, 360 Morgenbesser, Sidney, 28 Morris, Christopher W., 76, 213, 422 Muellbauer, J o h n , 30 Mukherji, Anjan, 30 Murad, 68 Murphy, Liam, 89 Murray, Christopher, 30, 195 Mussolini, Benito, 149

Letsas, George, 27 Letwin, William, 324 Levi, Isaac, 28, 29, 133 Lewis, Anthony, 29, 357 Lewis, David Levering, 364 Lincoln, Abraham, 145, 412 List, Christian, 28, 163 Little, Ian, 30 Locke, John, 20, 38, 40, 99, 126, 444 Lovett, Frank, 31 Lucas, san, 201, 202 Ludovico, 251 Lukes, Steven, 274 Lundestad, Geir, 435 Luther, Anuradha, 30

O

Machan, Tibor, 63 Maffetone, Sebastiano, 28 Mahoma, el profeta, 67 Maimónides, 215, 363, 364 Majumdar, Leela, 70 Majumdar, Mukul, 29 Majumdar, Tapas, 27, 29 Malthus, Thomas Robert, 141, 142 Mandela, Nelson, 50, 320, 362, 363, 439 Mansbridge, Jane J., 30, 219 Manù (teòrico legai), 52 Mao Tse-tung, 376 Margalit, Avishai, 28 Marglin, Stephen, 29 Markan, Inga Huld, 31 Marmot, Michael, 30, 316 Marshall, Alfred, 302, 307 Marx, Karl, 14, 20, 39, 41, 46, 53, 193, 194, 275, 277, 388, 444 Maskin, Eric, 26 Matilal, Bimal, 199

486

/’


Í n d ic e o n o m á s t ic o

Nagel, Thomas, 28, 29, 56, 57, 79, 83, 89, 100, 170, 187, 220, 321, 358,445, 447 Naqvi, Khaleq, 30 Nash, John, 311 Nayyar, Deepak, 30 Nayyar, Rollini, 30 Nehru, Jawaharlal, 241, 362 Nelson, Eric, 28 Nelson, Robert, 29 Newman, Peter, 390 Nietzsche, Friedrich, 66 Njolstad, Olav, 435 Nozick, Robert, 26, 40, 48, 83, 114116, 125, 126, 137, 304, 305, 321, 344, 345, 356, 444 Nussbaum, Martha, 15, 27, 79, 95, 261, 262, 313 Nusseibeh, Sari, 29 0 Grada, Cormac, 76, 115 Obama, Barack, 93, 383 Ockham, Guillermo de, 215 Oé, Kenzaburo, 76 Ogata, Sadako, 380 Okin, Susan Moller, 29, 146, 172 O ’Neill, Onora, 414, 415 Oppenheimer, J. Robert, 242, 243 O ’Regan, Kate, 29 Osmani, Siddiqur R., 26, 409 Ostrom, Elinor, 30, 234, 235 Pablo, san, 202 Paine, Thomas, 237, 238, 393, 395, 396 Papandreou, Andreas, 26 Pareto, Vilfredo, 339-341, 343 Parfit, Derek, 27, 174 Parsons, Charles, 29

Pasinetti, Luigi, 29 Patel, I. G., 29, 30 Pattanaik, Prasanta K., 26, 27, 125, 213 Patten, Chris, 203, 435 Pauer-Struder, Herlinde, 29 Peter, Fabienne, 29, 222 Pettit, Philip, 29, 248, 249, 333-336, 338, 356, 402 Petty, William, 215, 256 Phelps, Edm und S., 30, 107 Philips, Anne, 266 Picasso, Pablo Ruiz, 47, 48, 131 Pierik, Roland, 296 Pigou, A. C., 302, 307 Piketty, Thomas, 30 Platon, 159, 437 Pogge, Thomas, 29, 83, 100, 169, 170, 175, 293, 413 Pol Pot, 65 Polanyi, Michael, 447 Poliak, Robert, 27, 30 Pollock, Sheldon, 117 Proffitt, Stuart, 32 Puppe, Clemens, 26, 125 Putnam, Hilary, 26, 70-72, 75, 148, 186, 308, 390, 392 Qizilbash, Mozaffar, 28, 265 Quesnay, François, 215 Quine, W. V. O., 26, 102, 390 Rahman, Anisur, 30 Railton, Peter, 70 Raj, K. N., 30 Ram, N., 381 Ramachandran, V. K., 30 Ramos Pintos, Pedro, 31 Ranis, Gustav, 28


L a i d e a d e la j u s t i c i a

Ravallion, Martin, 30 Rawls J o h n , 15, 20, 25, 26, 38-44, 47, 48, 57, 71-75, 81-103, 107110, 115, 119-121, 125-127, 129, 130, 133, 134, 137-139, 151, 152, 154-159, 161-170, 175-177, 179, 180, 214, 226, 227, 229-236, 261, 264, 284, 290-294, 321, 322, 327, 329-331, 334, 354-356, 358, 409, 432, 443-446 Ray, Debraj, 30, 286 Ray, Satyajit, 70 Raz, Joseph, 29, 83, 395, 409-411 Reddy, Sanjay G., 26 Rehg, William, 356 Reich, Rob, 146 Rhees, Rush, 149 Ricardo, David, 421-423 Ricardo Corazön de Leon, rey de Inglaterra, 363 Rieh, Bruce, 107 Richards, Carol, 30 Richards, David, 30 Richardson, Henry, 29 Riley, Jonathan, 30 Robbins, Lionel, 307 Roberts, Jo h n G., 439 Roberts, Kevin W. S., 27 Robertson, Dennis, 25 Robertson, Jane, 32 Robeyns, Ingrid, 120, 296 Robinson, Mary, 30 Roemer, John, 27, 86, 302 Roosevelt, Eleanor, 391, 392 Rose-Ackerman, Susan, 29 Roth, Alvin, 30 Rothschild, Emma, 26 Rousseau, Jean Jacques, 20, 37, 38, 40, 48, 99, 126, 156, 231, 444

Rovane, Carol, 29 Rowntree, B. Seebohm, 285 Rudenstine, David, 29 Ruger, Jennifer Prah, 26, 265, 316 Runciman, Garry (W. G.), 28, 86, 286 Russell, Bertrand, 148 Rutherford, sir T., 369 Ryan, Alan, 29, 43 Sachs, Jeffrey, 30 Saladino, emperador, 363 Salles, Maurice, 27 Samuels, Jane, 257 Samuelson, Paul, 208 Sandel, Michael, 14, 26 Satz, Debra, 29, 146 Scalia, Antonin, 440 Scanlon, Thomas, 26, 31, 47, 68, 83, 93, 156, 162, 167, 226, 228231, 321, 323, 336, 393, 409 Scarry, Elaine, 30 Scheffler, Samuel, 252 Schelling, Thomas, 208 Schmid, Hans Bernhard, 222 Scitovsky, Tibor, 302 Searle,John, 29 Seidl, Christian, 30 Sengupta, Aijun, 30, 398 Shakespeare, William, 227, 228 Shiva Kumar, A. K., 26 Shklar, Judith, 29 Shorrocks, Anthony, 27 Shotoku, principe, 361 Sidgwick, Henry, 147, 302 Silverthorne, M., 402 Simon, H erbert, 137, 207 Skinner, Quentin, 29, 338, 402 Slovik, P., 207 Smart, J. J. C., 190


Í n d ic e o n o m á s t i c o

Smith, Adam, 12, 15, 20, 39, 41, 50, 53, 58, 73-75, 79, 80, 98, 99, 116, 138, 152-155,157, 159, 160, 162, 163,165, 166, 169, 170, 178-181, 192, 200, 208, 215-220, 222, 228, 230, 238, 286, 296, 305, 405, 427, 428, 431, 432, 437-440, 444 Sobham, Rehman, 30 Solow, Barbara, 30 Solow, Robert, 30, 280-282 Sparrow, John, 202 Spence, Michael, 30 Sraffa, Piero, 25, 63, 64, 148-150 Srinivasan, T. N., 30 Stalin, Josef, 65 Starrett, David, 30 Stedman Jones, Gareth, 30, 396 Steiner, Franz, 416 Steiner, Hillel, 29 Stephens, Ian, 372 Stern, Nicholas, 30 Stewart, Frances, 28, 265, 274 Stigler, George, 216, 217 Stiglitz, Joseph, 30 Strassman, Diana, 28 Streeten, Paul, 28, 265 Striker, Gisela, 28 Subramanian, S., 30 Sugden, Robert, 27 Suiko, emperatriz del Japón, 361 Sun Yat-sen, 362 Sunstein, Cass R., 29, 214, 221, 412,430 Suppes, Patrick, 27 Suskind, Ron, 401 Suzumura, Kotaro, 27, 30, 125, 213,394 Swaminathan, Madhura, 30 Swift, Adam, 120

Tagore, Rabindranath, 362 Talbott, Bill, 32 Talleyrand-Perigord, Charles Maurice, 424, 426 Tandeja (jefe del gobierno de Niger), 374 Tasioulas, John, 395 Taylor, Charles, 14, 29 Tendler, Judith, 30 Thaler, Richard, 214, 221 Thompson, Dennis, 29, 355, 356 Thomson, Judith, 29 Thurber, James, 22 Tinker, Irene, 30 Tiróle, Jean, 30 Tocqueville, Alexis de, 353, 354 Tomás de Aquino, santo, 215 Tomaselli, Sylvana, 144 Townsend, Peter, 286 Trannoy, Alan, 30 Tuck, Richard, 26, 211, 402, 411 Tungodden, Bertil, 26 Tutu, Desmond, 50 Tversky, A., 207 Valentis, Laura, 27 Van Gogh, Vincent, 131 Van Orm an Quine, Willard, 390 Van Parijs, Philippe, 26, 94, 95 Vaughan, Megan, 30 Venkatapuram, Sridhar, 316 Vickers, John, 30 Vickrey, William, 30 Vizard, Polly, 28, 265 Waal, Alex, 77 Waldron, Jeremy, 29, 201 Walker, Kirsty, 31 Walsh, Vivian, 71, 148, 149, 390


L a ID EA D E LA JU ST IC IA

Walzer, Michael, 14 W edderburn, Dorothy, 80 Weibull, Jorgen, 30 Wells, H. G., 106 Weyl, Glen, 30 Weymark, John, 27 White, Barbara Harris, 30 Wieseltier, Leon, 30 William, Andrew, 296 Williams, Bernard, 14, 26, 46, 70, 75, 190, 250, 269, 331 Wittgenstein, Ludwig, 61-64, 105, 148-150, 202, 315 Wolfensohn, James, 30

Wolff, Jonathan, 27, 287 Wollstonecraft, M an, 20, 39, 41, 53, 58, 144-147, 151, 191, 237, 238, 330, 393, 395, 397, 424-426, 429, 432 Wordsworth, William, 82 Wright, Georg Henrik von, 149 Yaari, Menahem, 30 Yasuaki, Onuma, 76 Yeats, W. B., 66 Zakaria, Fareed, 442 Zamagni, Stefano, 30


In d ic e t e m á t ic o

Afganistán, 179, 223, 435, 438 África, 16, 77, 145, 196, 287, 365, 374,385, 416, 423, 442 Akbar, em perador de la India, 6669, 78, 80 Al Qaecla, 35 Alberimi (matemático iraní), 189 .Alemania, 37-40, 63, 64, 76. 146, 147, 158,173, 404-408, 414, 415. 419 América (latina), 365, 438, 442 Aristóteles: Etica a Nicómaco v la Política, 121, 283, 284, 407 Arrow: teorema de imposibilidad de, 122, 123, 140, 308-311, 344, 443 Aryabhata (matemático indio), 189 Ashoka, em perador indio, 98, 105107, 110, 258, 361 atención médica o sanitaria, 16, 77, 134, 194-196, 256, 257, 268, 289, 314-316 atrocidades, 64, 66, 78, 417 Austria, 63, 107

Bastilla, toma de la, 11, 33, 143 Bentham, Jeremv: derechos naturales y humanos, 388, 393-395 bienes primarios, 93-95, 129, 264, 284, 290-293 bienestar y libertad, 300, 312-320, 394 bienestar social, 302, 307, 311, 312 Bhagavadgita (Gita), 54, 55, 239-248 Brasil, 365, 439, 442 Brundtland: Comisión e Informe, 279-282 Buda y budismo, 19, 107, 117, 236, 237,255,281, 301, 361 Burke, Edmund: acusación de Warren Hastings, 33, 34, 61 sobre la fundam entación plural, 33, 34, 36 sobre la guerra de Independencia norteamericana, 143-145 sobre la libertad, 143, 145 sobre la Revolución Francesa, 143, 144


L a ID E A D E LA J U S T IC IA

comprehensivo, efecto, 54, 246248, 251, 260, 338, 339, 343 compromiso y fines, 219-224, 226 comunicación, importancia de la, 117-119, 147, 150, 151, 180, 181, 365-367, 416-420 Comunidad Británica de Naciones: Comisión sobre el Respeto y el Entendim iento (CivilPaths to Peacé), 181 Condorcet, marqués de: la teoría de la elección social y, 20, 49, 121, 122, 124, 137, 140142,310, 443 Condorcet, paradoja de, 122, 140 conglomerante, teoría, 126-136 consecuencialismo, 54-56, 241-252 consenso entrecruzado, 83 contractualismo, 155-157, 165, 166 contrato social, 15, 20, 38, 40, 86, 96, 98-100,156,161,162,165,167, 169,170, 231, 232, 235, 443-445 cooperación, 233-237 Corea, 438: del Norte, 357, 374 del Sur, 377, 380 Corte Europea de Derechos Humanos, 396 Corte Suprema estadounidense, 15, 113, 438, 439 crecimiento poblacional, 141, 142, 168, 170 creencias éticas: v derechos humanos, 389-393, 399-404, 407, 408, 413, 414, 419, 420 y objetividad, 12, 70, 71, 147, 186, 187, 191 y razón, 69-75, 80, 150, 151, 171

Wollstonecraft sobre, 144-146, 151,191, 330, 424 calendario musulmán Hijri, 66, 67 capacidad, enfoque de la, 15, 50, 51, 94, 95, 257, 261-278, 325-328: discapacidad y, 288-290, 336, 337 elementos inconmensurables y, 269-271 felicidad y, 300, 301, 303-306 de grupo, 274, 277 libertad y, 258-261, 329-339 limitaciones y, 325-328 logro y, 265-274 y obligación, 236-238, 301 pobreza y, 93, 94, 267, 268, 284287 ponderación y, 272 recursos y, 283-288 capacidad de acción, 51, 279, 301, 317-320, 328 «capital social», 285 Carta Magna, 102, 361 casta, 22, 65, 66, 89, 174, 381, 382, 387 China, 194, 196, 197, 257, 276, 277, 373-377, 381, 383, 438, 440, 442 choque de civilizaciones, 170, 277 civilidad, 398 Cohén, G. A.: crítica de John Rawls, 90, 91, 110, 322, 356, 445 comportamiento: asumido, 40, 62, 63, 96-98, 209216, 219-221, 234-236 debilidad de la voluntad, 207-209 real, 13, 15, 38, 39, 42, 96-98, 109, 207-209, 235, 298, 386

492


Í n d i c e t e m á t ic o

crisis económicas, 181, 380, 435 cuestión ambiental, 77, 95, 278282, 387 culminación, efecto de, 54, 246250, 260-262, 342, 343 culpa, sentimiento, 276 declaraciones de derechos humanos: de la Independencia estadounidense, 304, 387-390, 396,412 de la Revolución Francesa, 143, 387-389, 391-393, 412 Universal por Naciones Unidas (1948), 389, 391, 392, 398, 412, 413,418 democracia, 13, 17, 73, 102, 142, 351-386: como gobierno por discusión, 13, 17, 35, 354, 356, 358 como razón pública, 351-381 cuestiones de seguridad, 380, 381 elecciones y votaciones, 123, 124, 354, 356-359 en América, 112, 113, 353, 383 en la antigua Grecia, 358-361 en la antigua India, 118, 119, 351-354, 360, 361 en la m oderna India, 361, 380386 en Oriente Próximo, 363-365 libertad de los medios y, 365-368, 370, 372, 380, 381 derechos: económicos y sociales, 411-417 humanos, 13, 89, 93, 94, 144, 146, 237, 238, 326, 387-420

de las mujeres, 144, 146, 171, 192, 193, 238, 267, 268, 396, 397, 424-427 de propiedad, 89, 114, 355, 381 desacuerdo, 14, 46, 181, 429-433 desarrollo: global, 71, 256, 257, 278-282, 377-379, 413, 442 sostenible, 257, 278-282 desigualdad, 89-91, 93, 110, 262, 312-314, 322: de género, 16, 197, 199, 266, 272, 287, 382, 438 racial, 11, 65, 89, 93, 172, 277, 387 diálogo: global, 17, 412-420, 442 público, 69-75, 117-119, 147, 150, 151, 181, 364, 411-420, 442, 443 dignidad y humillación, 11, 145, 304, 446, 447 discapacidad: capacidad y, 288-290, 336, 337 pobreza y, 285, 288-290, 297, 298 Rawls sobre, 290, 291 distancias culturales, 170, 172, 181, 192, 193, 229, 352, 358, 361, 362, 367, 437, 440 divisiones de clase, 145, 171, 194, 276, 277, 387, 422 Dworkin, Ronald: crítica del enfoque de la capacidad, 294-298 sobre democracia y derechos, 383, 393 sobre igualdad de recursos, 294298, 304


i , A I D E A D i : i .a j u s t i c i a

economía del bienestar, 302, 307309,312 educación, 124, 141, 257, 337: de las mujeres, 124, 141 Egipto, 196, 360, 364 elección, libertad de, 50, 259, 260, 275 elección, teorías de la: social, 20, 40, 82, 121-125, 133140, 142, 173, 308-311, 339, 340,344,345,347, 443, 444 pública, 140, 322, 354 racional, 62, 63, 92, 209-214. 218221,225,233,433 elecciones. Véase votaciones v elecciones emociones y razón, 21, 65, 66, 68, 69,70,207 epistemología, 69, 105, 147, 150, 185,186, 190, 192, 200. 447 epopeyas indias, 54, 55, 117, 239248 equidad. Véanse imparcialidad y equidad; «justicia como equidad» equilibrio reflexivo, 14, 83, 155, 158 esclavitud, 16, 53, 107, 145, 151, 191, 412, 429, 431, 432 España, 363, 364 «espectador imparcial», 73, 74, 99, 138, 152-154, 159, 160, 163-167, 169, 173, 178, 180, 181, 216, 230. 437, 440 Estado soberano v justicia, 56, 57, 75, 100, 157-160, 170. 171. 174, 175, 181, 277 Estados Unidos, 34-36, 39, 53, 93, 111, 112, 143-145, 191, 256, 383, 388,389, 391, 401,435

ética cristiana, 200, 201, 231, 277, 385, 439 evaluaciones comparativas, 15, 16, 20, 41, 47-49, 99, 126-136, 331, 332,434 exigencias deontológicas, 51, 54-56, 171, 199-204, 236-241, 300, 301 expectativa de vida, 194-196, 256, 257, 315, 326 felicidad, 13, 45, 51, 78, 232, 249, 256, 261, 299-320, 388, 392, 412 feminismo, 144, 171, 181, 424, 425 Francia, 11, 33, 121, 143, 144, 304, 360, 388, 393, 408, 412, 425 Genovese, Catherine (Kitty): asalto a, 406, 407, 415 globalización, 170-173, 203, 204, 441-443 Grecia, 117-121, 159, 359, 360, 361 hambre, prevención del, 373-377, 380,423 hambrunas, 16, 36, 76, 77, 115, 134, 197, 369-376, 421-423 Hart, Herbert: sobre derechos humanos, 94, 395-397, 409 hijos y la responsabilidad de los padres, 190, 191, 199, 236, 237, 245 historia: árabe, 277, 363-365 musulmana, 66, 68, 78, 80, 100, 158. 196, 334, 352, 359, 363365. 410, 435, 438, 442 Hobbes, Thomas: sobre la libertad, 338, 402, 411

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Ín d ic e t ia iá t ic o

Hong Kong, 377 Hume, David: sobre el «contrato original», 176 sobre el «vecindario» global, 203

143, 194-198, 239-248, 272. 369373, 382, 385: constitución laica de la, 67, 360 individualismo metodológico, 274. 276 injusticia, diagnóstico de la, 11, 12. 34, 203, 204, 236, 273, 289, 297. 301, 422, 446: sentimiento de, 12, 34, 37, 422, 436 institucionalismo trascendental, 37-40, 43, 44, 53, 56-58, 75, 443 instituciones, 13, 16, 38-44, 56-58, 82, 85-87, 96-98, 107-116, 141, 142, 415, 446 interés propio, 50, 62, 63, 212, 213, 215-222, 225, 226 intolerancia, 22, 105, 157, 306 ira, papel de la, 226, 423-425 Irak, 34, 35, 100, 159, 223, 352, 410, 435, 442 Irán, 196, 359, 360, 364, 438 islamismo, 68, 179, 363, 364 Italia, 149, 287

identidad, 155, 171, 172, 277, 365, 385: de grupo, 157-159, 171, 172, 174178, 274, 276, 277, 285, 286 igualdad, 13, 93, 262, 304, 312-314, 321-328, 347: capacidades e, 325-328 imparcialidad e, 323-325 importancia e , 321-323, 327, 328 de recursos, 294-298 ilusiones objetivas y falsa conciencia, 192-194, 314-316 Ilustración, 17-20, 37, 39, 64, 65, 78, 79, 121, 123,153, 180, 313, 321, 444 imparcialidad y equidad, 42-44, 71, 73-75, 83, 84, 86, 93, 146, 147, 151-181, 192, 225-231, 437, 438 imposibilidad, teoremas de, 122, 123, 136, 140, 141, 309, 310, 339- jainismo, 67, 117, 118, 364 344, 443 J a p ó n ,76,361, 365, 370, 380, 439 incentivos, 46, 90, 91, 106, 110, juegos, teoría de, 62, 247, 345 322, 355, 373-376, 445 justicia: incoherencia incluyente del análisis con énfasis en el contrato social, 168, 174-178 esquema, 37, 39, 40, 53, 54. incompleto, admisibilidad de lo, 112-116, 134, 136, 330, 331 132-135', 137, 160 análisis con énfasis en la inconmensurabilidad, 269, 271 realización, 38-42, 50-56, 113Independencia estadounidense, 116, 243, 244, 246-252, 345Declaración de, 304, 330, 387347, 369, 386, 399-402. 404391,396 408, 415, 417 India, 16, 18, 19, 31, 33, 34, 51, 52, «justicia como equidad», 15. 20. 66, 67, 105-107, 117, 118. 121, 40, 43, 44, 47, 57, 71. 73. 81-91.

495


L a IDE. a

d e l a ju s t ic ia

96, 99-102, 107, 116, 138, 152156, 161, 162, 168, 175, 176, 179, 233, 435, 436, 443, 444, 446 justicia global, 17, 56-58, 100, 157159, 169-174, 181, 203, 358, 421448 legislación de derechos humanos, 396-399, 417-419 lenguaje, 101, 102, 147-151, 213, 308 libertad: de expresión, 17, 92, 93, 357, 366, 373, 382, 398 religiosa, 67, 333, 334, 385 libertades, 13, 88, 89, 92-95, 127, 133, 134, 140, 141, 304, 329-347, 401, 402: y derechos culturales, 262, 267, 268, 398, 414, 415 logros y oportunidad, 265-274, 317,318 L’Ordine Nuovo, 148, 149

Mahabharata, 54, 55, 117, 239-242 maximización y minimización, 205207, 212, 213 medios, libertad de los, 365-368, 370-373, 380 miedo, libertad frente al, 400-402 minorías, derechos de las, 367, 383-386 «mujeres desaparecidas», 197 mujeres y justicia, 16, 101, 192, 193, 196, 197, 275, 326, 406, 407 Nash: «el problem a de la negociación» de, 311

«negligencia excluyente», 168174 Níger, 374 niti, 19, 51-53, 96, 112, 116, 243, 244, 255, 345, 356, 381, 386, 444, 446 nyaya, 19, 51-53, 55, 96, 97, 112, 116,199, 244, 245, 252, 255, 345, 369, 381, 386, 444, 446 objetividad, 12, 61-80, 143-152, 153-181, 185-204, 227, 417-427, 441-443 obligaciones: imperfectas, 158, 173, 405-409, 415, 419 perfectas, 406, 415 ONG [organizaciones no gubernam entales], 172, 181, 397, 442 ontología, 70-72 ONU [Organización de las Naciones Unidas], 35, 181, 256, 287, 392, 398, 442 oportunidad y logro, 258-261, 265269 ordenación parcial, 132-135, 137, 164,173, 273, 293, 307, 328, 429, 431-433 Oriente Próximo, 35, 363-365 parroquialismo, 12, 15, 18, 157159, 168, 178-181, 435-440 pena capital, 438-440 «personas razonables»: Rawls sobre, 72, 73, 92, 97, 109, 151, 164, 167, 225-238 perspectivas posicionales y objetividad, 185-204


Í n d ic e t e m á t ic o

152-156, 161, 162. 165. 168. 175,176, 179, 231. 233. 236. 443, 444, 446 sobre Adam Smith, 165-157 sobre el contrato social. 40. 86. 96, 98-100, 109, 161, 162. 165. 167, 231, 232, 235 sobre El derecho de gentes, 43. 57. 84, 156, 157 sobre el equilibrio reflexivo. 83. 158 sobre el «principio de diferencia», 89, 92, 93, 95, 108. 127, 168, 174, 264, 284, 290292, 327, 329 El desplome de la dicotomía hechosobre la discapacidad, 290, 291 valor y otros ensayos, 71, 308, sobre la igualdad, 321, 322 390 sobre la justicia global, 57, 58, Ethics Without Ontology, 70, 72, 358 186, 392 sobre la libertad, 236, 329-331 sobre la objetividad, 71, 72, 151. Ramayana, 117 227 racionalidad y razonabilidad, 12, sobre la «posición original», 41. 138, 205-238, 247, 401 42, 47, 83, 84, 86, 91, 100, 134. razón y razonam iento público, 12, 135, 138, 139, 155-157, 161, 14, 16, 17, 21-23, 36-40, 61-80, 162, 164, 168-171, 174-180, sobre Liberalismo político, 40, 72, 91, 92, 97, 109, 110, 118, 119, 140, 150, 151, 156, 159, 160, 84, 88, 109, 139, 156, 163, 164. 167, 180 162, 167, 171, 198, 199, 206, 210, 211, 213, 214, 225-238, 241sobre los bienes primarios, 264. 284, 290-293 250, 257, 261-263, 323, 344-347, 351-448 sobre los poderes morales, 73 229, 232, 233, 235, 294 razones plurales, 14, 34, 44-47, 86, 164, 231, 232, 265, 269, 277, 331sobre Teoría de la justicia, 20. 39. 335, 385 40, 44, 81, 82, 84, 87, 94. 139. Rawls, John: 165, 166, 229, 355 realizaciones sociales, 15, 38-42. y «justicia como equidad», 15, 47, 49-56, 96, 97, 112-115. 120. 20, 43, 44,57,71,81-88,91, 124, 163, 239-252, 291, 339-347. 96, 99, 101, 102, 107, 134, 138, pobreza, 93, 284-292, 297, 298 poder, 51, 57, 65, 77, 111, 112, 236-238, 279, 282, 300, 301, 319, 331-335, 338, 353, 355, 371, 375, 405, 418 prejuicios, 20-23, 65, 93, 173, 197, 199, 266, 272, 382, 389, 429, 435 preocupaciones, 51, 54, 171, 245, 246-248, 251, 252, 260, 263, 280, 317-320, 327-330, 407, 409, 411 propiedad, derecho de, 89, 114, 355,381 Putnam, Hilary:

497


I.A ID E A D E LA J U S T IC IA

369, 386, 399-402, 404-408, 415, 443,444, 446 republicana o neorrom ana, teoría, 334-339, 402 responsabilidad, 51, 53-56, 190, 191, 199, 236, 239-252, 268, 300, 404-408, 412 resultados comprehensivos, 54, 246-249, 251, 260, 269 Revolución Francesa, 11, 33, 121, 123, 143, 304: Burke sobre, 144 Declaración de los Derechos del Hom bre y del Ciudadano, 143, 387-389, 391-393, 412 Ruanda, 385, 417

Temía de los sentimientos morales, 12, 15, 41, 50, 74, 79, 98, 152, 153, 166, 218, 222, 405, 428 Sudáfrica, 145, 365: y el apartheid, 16, 145, 363

salud y autopercepción, 194-196, 314-317 Scanlon, Thornas: su criterio sobre lo que ou os no pueden objetar razonablemente, 47, 226-231, 323 simpatía, 45, 66, 78, 143, 154, 216, 219-221, 290, 338, 405, 421,447 Singapur, 377 Smith, Adam: el «espectador imparcial», 73, 74, 99, 138, 152-154, 159, 160, 163-167, 169, 173, 178, 180, 181, 216, 230, 437, 440 Kantsobre, 153 La riqueza de las naciones, 166, 217, 286, 296 Lecciones sobrejurisprudencia, 15, 98 Rawls sobre, 165-167

498

Tailandia, 365 Taiwán, 377 terrorismo, 35, 100, 173, 174, 181, 204, 385, 401, 417, 435 tolerancia, 67, 68, 76, 105, 141, 193, 305, 306, 335, 363, 364, 384, 386 tortura, 16, 101, 126, 134, 173, 387, 390, 408, 409 trabajo: y derecho a los frutos del, 46 Marx y el, 46, 193 y reivindicación de las necesidades, 45, 46, 89 trascendental y la justicia perfecta, teoría, 11, 13, 15, 16, 38, 41-44, 47-49, 126-136, 164 Unión Soviética, 112, 374 utilitarismo, 38, 45-47, 51, 91, 99, 116, 126, 166, 167, 190, 215, 231, 249-251, 261, 269, 302, 307, 308, 311-313, 322, 392-394, 411, 416, 421

Valmiki Rama\ana, 117 vecinos v vecindarios, 201-204, 400, 436 votaciones v elecciones, 123, 354, 356-360 Wittgenstein. Ludwig, 61-64, 105, 148. 149:


Í n d ic e t e m á t ic o

sobre el dolor, 315

Wollstonecraft. Mary:

A Vindication of the Rights of Men, 144. 395 A Vindication of the Rights of Woman. 144. 395

Investigaciones filosóficas, 63, 149 Tractatus Logico-Philosophicus, 61, 63, 148, 149

499


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taurus

Amartya Sen LA IDEA DE LA JUSTICIA ¿ES LA JUSTICIA SOCIAL UN IDEAL FUERA DE NUESTRO ALCANCE O UNA POSIBILIDAD REAL?

Más allá del discurso intelectual, la idea de la jus­ ticia desempeña un importante papel en nuestras vidas. Amartya Sen ofrece una alternativa a las teorías convencionales de la justicia, que a pesar de sus muchos logros hace tiempo que dejaron atrás las realidades prácticas. Desde la Ilustración, las teorías dominantes han tendido a ocuparse de identificar las dispo­ siciones sociales perfectam ente justas y definir la naturaleza de la sociedad perfecta. Sen, en­ tregado a la reducción de la injusticia, centra su enfoque en los juicios comparativos de lo que es «más» o «menos» justo y en evaluar los méritos de ciertas instituciones e interacciones sociales. En el núcleo de su reflexión subyace el respe­ to por las diferentes percepciones de la «socie­ dad justa». Muy distintas convicciones pueden ofrecer soluciones claras, directas y defendibles. La perspectiva de Sen, uno de los pensadores más influyentes de nuestra era, hace uso de esa plura­ lidad con el fin de construir una teoría de la justi­ cia para el mundo moderno, capaz de absorber distintos puntos de vista y resolver las cuestiones de injusticia global.

ISBN: 978-607-11-0446-5

9

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