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Marina Martín -- pág
“Una persona que reniega de su tierra no es digna de sus orígenes”.
Esta es una frase que suele decir mi abuela y es verdad, me di cuenta tarde pero es verdad. Tuve la suerte de crecer entre campos, animales y humildad, pero mis metas me llevaban a lugares de metal y cuando anidaba en las ciudades que presumen del turismo masivo del arte y del triunfo, empezaba a anhelar las luces cálidas que llenaba de vida a los campos, la frescura de la sombra de los árboles, la convivencia entre el ser y el animal, los juegos entre jornada y jornada, el olor a jazmín, los sonidos de los caballos… Anhelaba lo que para mí era el verdadero arte o mejor dicho, el origen de la percepción. Crecer así de cerca de la naturaleza, ha hecho que sea más humana y cada vez que me alejo de ella siento que pierdo ese poder, ese origen, pues me vuelvo presa del individualismo gris y patentado por un sistema capitalista y egoísta y me da coraje, me da mucho coraje, por eso siempre vuelvo, siempre recurro a la naturaleza para volver a sentir, para volver a ser fuerte, humana y ante todo, pura, jurando lealtad ante la verdad y su verdad, jurándole lealtad a mis emociones y a mis sentidos y respetando aunque se me falte al respeto. Y quizá sea por ella por la que siempre intento hablar a través de mis fotografías, pues todo ese escenario, también orquesta toda una vida, toda una carga de actos y consecuencias, físicas y emocionales.
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