LA INFLUENCIA DE HIDALGO EN MORELOS JOSÉ HERRERA PEÑA Licenciado en Derecho por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Doctor en Ciencias Históricas por la Universidad de La Habana, Catedrático de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Derecho de la UMSNH y autor de varios libros sobre el tema, entre ellos, Hidalgo, una nación, un pueblo, un hombre (Cuba, Ed. Ciencias Sociales, Ministerio de Cultura, 2010); Soberanía, representación nacional e independencia en 1808 (México, Senado de la República-Congreso del Estado de Michoacán de Ocampo-Gobierno del Distrito Federal/Secretaría de Cultura, 2009); Maestro y discípulo (México, UMSNH, 1996); Morelos ante sus jueces (México, Ed. Porrúa-UNAM/Facultad de Derecho, 1987); Polémica sobre una causa célebre (México, Casa Natal de Morelos, 2009), y otras.
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1. LOS SENTIMIENTOS DE LA NACIÓN Agradezco como siempre a la doctora Patricia Galeana su muy fina invitación para participar en estas jornadas organizadas por el Instituto Nacional de Estudios Históricos sobre las Revoluciones de México (INEHRM) sobre cuestiones ya casi olvidadas, como lo son las referentes al nacimiento de nuestra nación Fue una gran época de transición entre el antiguo y el nuevo régimen, entre el reino de la Nueva España y la nación independiente, que duró once años, de 1808 a 1821; etapa larga y dolorosa que se inició como proyecto pacífico de reino independiente —aunque sujeto a la soberanía del monarca español—, previsto por las leyes vigentes, y concluyó como imperio mexicano independiente, al tenor del Plan de Iguala. Su comienzo dividió a la nación y a partir de 1810 la enfrentó con violencia a sí misma. Su conclusión conjugó las dos partes que siempre se habían opuesto entre sí, y aunque ambas perdieron mucho, ganaron más: ganaron una nación. Pues bien, el tema es la influencia de Miguel Hidalgo y Costilla en José María Morelos y Pavón. Hidalgo fue el hombre que, según Morelos, hizo que la Nación desplegara sus labios “para reclamar sus derechos con espada en mano para ser oída”.1 El propio Morelos fue su sucesor. Los dos se conocieron en los claustros académicos. Hidalgo fue el Maestro y Morelos el discípulo. Estrecharon sus relaciones gracias a las generosas enseñanzas extra cátedra que aquél impartió a éste. Conservarían su amistad toda la vida. Al morir el Maestro, el discípulo le rendiría perenne homenaje. Luego entonces, es necesario hacer una breve semblanza del Maestro Hidalgo. ¿Quién fue ese hombre?
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José María Morelos y Pavón, Sentimientos de la Nación, Art. 23, Chilpancingo, 14 de septiembre de 1813.
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Hablar de Hidalgo es hablar de ilustración y de cultura así como de los más sentidos intereses y los más altos valores de la nación.2 Él mismo dejó expuesta su biografía profesional en su Curriculum Vitae. Después de cursar sus estudios medios en el Colegio de los jesuitas, en Valladolid —del cual era catedrático Francisco Javier Clavijero—, hizo en el Colegio de San Nicolás su bachillerato en Filosofía y luego el bachillerato, la maestría y el doctorado en Teología.3 Convivió durante veintisiete años (1767-1792) con sus colegas estudiantes, profesores y alumnos del Colegio de San Nicolás de la antigua Valladolid; siete como alumno y veinte como catedrático —de los cuales los últimos cinco fue rector—, dedicado al estudio, a la lectura, a tomar nota, a dar clase y a escribir ensayos, traducciones y disertaciones, es decir, a la enseñanza, a la investigación y a la difusión de la cultura. Los dieciocho años siguientes, a pesar de vivir alejado de las aulas, continuó con sus estudios, investigaciones y traducciones; emprendió y diversificó sus actividades productivas, y definió con precisión los intereses, objetivos y sentimientos de la nación.4
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Vicente Lombardo Toledano, Actualidad viva de los ideales del Padre Hidalgo, México, UMSNH, 1943. “Es el primer intelectual de México y de América. En él se dan estas dos condiciones excepcionales: teoría, doctrina lúcida, bien adquirida, bien promulgada y expresada, y realización de pensamiento, la vida entera entregada a una causa suprema, que siempre es causa impersonal e histórica. Es el primer intelectual de la Patria porque es el primer revolucionario de la verdad en México. La Patria mexicana nació bajo la inspiración de un intelectual preclaro”. 3
Obtuvo todos sus grados académicos en la Real y Pontificia Universidad de México, previos los exámenes respectivos, excepto el de Doctor en Teología; según Hidalgo, porque en esos momentos se lo impidió el fallecimiento de su padre y porque después no ambicionó cargo alguno para el cual este grado fuera necesario, y según sus detractores, porque se jugó en los naipes el dinero para pagar el examen respectivo y por el gran desprecio que sentía hacia los catedráticos de la Universidad, de los parece que llegó a decir que no eran más que “una cuadrilla de ignorantes”. 4
Miguel Hidalgo y Costilla a Juan Antonio Riaño, Intendente de Guanajuato, Se intima rendición, Cuartel General de la ciudad de Celaya, a 21 de septiembre de 1810. “El paso dado lo tendrá usted por inmaduro y aislado, pero esto es un error. Verdad es que ha sido antes del tiempo prefijado, pero esto no quita que mucha parte de la Nación no abrigue los mismos Sentimientos”.
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2. PROFESOR DE IDIOMAS, DE CIENCIAS Y DE TEOLOGÍA El profesor Hidalgo enseñó primero idiomas, luego Filosofía y por último Teología en el Colegio de San Nicolás. Al enseñar idiomas durante cinco años, terminó aprendiéndolos con rigor, porque eso es lo que ocurre con algunos maestros: al enseñar, aprenden y perfeccionan sus conocimientos. Los idiomas que dominaba, hablaba, leía y traducía, además del latín —que era el idioma obligado en las aulas—, eran el griego y el hebreo y, desde luego, las lenguas romances. Sin incluir su lengua maternal, dominaba el italiano, el francés y el portugués, así como algunas lenguas indígenas, entre ellas, el purépecha, el otomí y el náhuatl. Por lo que se refiere a las lenguas clásicas, sobre todo el latín y el griego, poseerlas era el único medio para saber lo que se había meditado y escrito en el curso de las edades anteriores. Conocer estos idiomas, pues, hacía posible entrar en contacto con los grandes espíritus del pasado y con la historia de las tres grandes civilizaciones dignas de ese nombre —en ese mundo y en esa época—: la griega, la romana y la cristiana. El sistema de enseñanza se basaba en el estudio de los clásicos en su lengua original. Se aprendía latín y griego leyendo los textos de los grandes autores en su propio idioma. San Jerónimo —uno de los teólogos admirados por Hidalgo— señalaba que en la lengua griega se había de imitar a Demóstenes, y en la latina, a Cicerón. Por otra parte, Quintiliano sostenía que los clásicos griegos y romanos son autores perfectos en sí mismos, de tal suerte que es difícil que escriba, hable o piense incorrectamente el que los tenga siempre a la vista. Además de los clásicos paganos, se leían los clásicos cristianos; entre ellos, los Padres de la Iglesia, que escribieron, unos, en un griego elegante y riquísimo, y otros, en un latín de excelencia. Estudiar a los clásicos en su propia lengua: tal era el método. Y "en la enseñanza —advertía Quintiliano—, lo importante es el método". 4
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Consecuentemente, se evitaban lecturas mediocres, superficiales o inútiles —de autores cristianos o paganos—, que no elevaban el espíritu ni formaban la palabra, para no perder el tiempo ni aprender cosas insulsas; es decir, para no caer en la categoría de aquellos a los que compasivamente se refería Séneca cuando decía: "Ignoraron las cosas necesarias, porque aprendieron las inútiles". O, en sus propias palabras, nesciunt necessaria quia supervacua didicerunt, como gustaba de citarlo textualmente el profesor Hidalgo.5 Por otra parte, entre las lenguas romances, el francés brillaba con luz propia, por encima del castellano y del portugués. Ya se había convertido en el lenguaje de la Ilustración, la Filosofía, la Teología, las ciencias, el arte y la diplomacia. Por cierto, en francés se realizaban las tertulias que organizaba Juan Antonio Riaño, intendente de Valladolid —que luego lo fue de Guanajuato—, casado con una francesa de Nueva Orleans, la cual se había llevado con ella a su hermanita. Los cuatro, Riaño, su esposa, su cuñada e Hidalgo se reunían frecuentemente a cenar, a convivir y a conversar en francés. Después de enseñar idiomas, el Maestro Hidalgo dio clase de Filosofía durante ocho años. ¿Qué era la Filosofía en aquel tiempo? Sí, el amor a la sabiduría, por supuesto, según su sentido etimológico, o si se prefiere, el conjunto de principios, fines, categorías, leyes, propiedades, causas y efectos de los fenómenos del universo, de la sociedad y del pensamiento; pero también el compendio de todas las ciencias, las naturales y las humanas. En efecto, el estudio de la Filosofía englobaba el estudio de las Matemáticas, la Astronomía, la Geografía, la Física, etc., así como lo que en el positivismo serían llamadas ciencias sociales, entre ellas, la Lógica, la Ética, la Estética, la Historia, el Derecho y la propia Teología, “reina de las ciencias” Y al concluir su etapa de profesor de Filosofía, Hidalgo enseñó Teología durante los siete años siguientes. 5
Miguel Hidalgo y Costilla, Disertación sobre el verdadero método de estudiar Teología Escolástica, en latín y castellano, Valladolid de Michoacán, Nueva España, 1784. http://www.cie.umich.mx/disertacion_m_costilla.htm
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3. INVESTIGACIÓN Y DIFUSIÓN DE LA CULTURA Además de leer mucho, al grado que siempre era sorprendido con un libro en las manos, Hidalgo escribía. Siendo profesor de lenguas, por ejemplo, escribió las Cartas de San Jerónimo a Nepociano, traducidas del latín al castellano "con notas para su mejor inteligencia", y que se distribuyeron entre aquellos clérigos alejados de las grandes ciudades y, sobre todo, entre los que no habían hecho o concluido sus estudios en el Seminario; obra que probablemente leyó Morelos siendo estudiante del Colegio de San Nicolás, y seguramente después, al ejercer sus actividades pastoriles en Churumuco, Carácuaro y Nocupétaro. Como es bien sabido, al dejar la cátedra, Hidalgo no sólo tradujo al español las obras del teatro francés de su época —las tragedias de Racine y las comedias de Moliere—, sino también las hizo representar por los jóvenes aristócratas de Guanajuato, específicamente de San Felipe Torresmochas; para entretener a sus habitantes, por supuesto, pero también para ampliar sus horizontes culturales y políticos. Pero antes, siendo todavía catedrático del Colegio de San Nicolás, escribió su famosa Disertación sobre el verdadero método de estudiar Teología Escolástica, en la cual plantea el método para estudiar las ciencias humanas; distingue el método verdadero del falso; señala los elementos fundamentales de su estudio; define la Teología; dice cuántas clases de Teología hay, y propone que se enseñe en las escuelas una Teología moderna, de nuevo tipo, la Teología Positiva, que en lugar de cuestionar el avance de las ciencias, como la Teología tradicional o la medieval, les dé sentido y dirección. Es famosa esta Disertación, porque reduce a escombros algunas obras teológicas —entre ellas la de Gonet— que se apoyaban en Tomás de Aquino, autor de quien, por otra parte, Hidalgo era admirador. Estas obras constituían la “fingida Teología” que se enseñaba en las escuelas, en la Universidad y en el
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Colegio de San Nicolás. Su crítica fue tan implacable, contundente y demoledora, que despojó a dichas obras de toda su autoridad.6
Colegio de San Nicolás
La breve obra de Hidalgo, redactada en dos idiomas —latín y castellano—, se levanta sobre un sólido aparato crítico formado por sesenta notas al pie de página, a lo largo de las cuales se citan autores clásicos y modernos, cristianos
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La Gaceta de México, 9 de agosto de 1785, reseña un acto académico celebrado en Valladolid, en presencia del Obispo fray Antonio de San Miguel, en la que el Maestro Hidalgo hizo defender por sus discípulos su tesis teológica así como los textos teológicos que había recomendado, rechazando al mismo tiempo el calificativo de “jansenista” que le habían imputado sus detractores. “Fue su presidente el Bachiller don Miguel Hidalgo y Costilla, colegial real de oposición y catedrático de prima de Sangrada de Teología”.
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y no cristianos, teólogos y filósofos, literatos y científicos, etc. Dicha obra es un manifiesto de Teología Positiva y el programa para reformar los métodos de enseñanza en esta materia en los centros de estudios del reino, o por lo menos, en el Colegio de San Nicolás.7 Este trabajo académico, por cierto, señala los requisitos fundamentales de la Historia o, si se prefiere, los elementos mínimos que deben utilizarse para analizar el fenómeno histórico, sea cual fuere el objeto de estudio: naturaleza, imperios, naciones, individuos o ideas y conceptos. Dichos elementos son: primero, que se sitúen los hechos en el espacio en que ocurrieron, siendo la Geografía la principal ciencia de apoyo, y segundo, que se ubiquen en el tiempo en que acontecieron, siendo la Cronología la de más utilidad. La Geografía y la Cronología, por consiguiente, son las columnas de la Historia; sin una de ellas, dice Hidalgo —siguiendo a Vossio—, la Historia se vuelve tuerta, y sin las dos, ciega. Pero hay un tercer elemento, tan importante como los anteriores: que se analicen los hechos conforme a la Crítica, sin admitir a pie juntillas lo que se ve, se oye o se siente, sino sometiéndolo todo al ejercicio de la razón, para separar lo cierto de lo falso. ¿Qué es lo cierto? Lo cierto y la verdad son las dos caras de una misma moneda. ¿Y qué es la verdad? Adequatius intellectus et rei. Es la definición clásica de la verdad: la adecuación entre la realidad y la inteligencia, entre el 7
Los autores citados —hoy olvidados— son, entre otros, Tertuliano, quien decía que la Historia “debiera ser la diversión de los teólogos”; Bossuet, mentor del delfín de Francia; Charles Rollin, cuyas obras, según Juan Andrés, “llenan la mente y el corazón de los sentimientos, las máximas y el estilo de la Antigüedad”; Gerardo de Vossio, quien recomienda que la Historia se apoye en la Geografía y en la Cronología; Natal Alejandro, perseguido injustamente por la Inquisición; Claude Ferry, “no menos notable por sus virtudes que por su ciencia”, miembro de la Academia Francesa; Ignacio Jacinto Amat de Graveson, cuya obra fue propuesta por Hidalgo a sus alumnos; Santo Tomás, cuya obra fue elogiada y criticada al mismo tiempo por Hidalgo; Melchor Cano, cinco veces invocado por Hidalgo; Barbadiño, autor del Verdadero método de Estudiar; Agustín Calmet, gigante de la literatura teológica francesa; Santiago Jacinto Serry, cuya obra arrancó los elogios de Francisco Javier Alegre; Anetto, Dionisio Petavio y Louis Hebbert, acusados de “jansenistas”; Honorato de Tournelli, guía y maestro de los centros eclesiásticos de Francia; Berti, cuya obra también fue propuesta por Hidalgo como libro de texto; Francisco Amado Pouget, autor recomendado por José Pérez Calama, antiguo abad de Valladolid y actual obispo de Quito; Pedro de Marca, el cardenal Perronio, Esquelstrato, Francisco Pérez Pastor, Virgilio, Feijoo y otros.
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objeto y el sujeto; adecuación que ocurre cuando la cosa, el proceso o el fenómeno que se observa, es fielmente reflejado por el pensamiento. En estas condiciones, lo cierto debe admitirse, y lo falso, desecharse. En todo caso, frente a la Teología Apologética, que intentaba probar racionalmente la legitimidad de la fe, los teólogos españoles que, a juicio del Maestro Hidalgo, eran “los mejores teólogos”, consideraban improcedente defender a la fe con la razón.8 La fe y la razón debían avanzar y alcanzar su destino en forma independiente, por caminos distintos, separados, y complementarse la una a la otra, si acaso, únicamente en la medida en que se enriquecieran mutuamente. 4. ENSEÑANZAS EXTRACURRICULARES Esas eran las enseñanzas, grosso modo, del Maestro Hidalgo, en el Colegio de San Nicolás, que ejercieron influencia en sus discípulos, entre ellos Morelos, así no haya cursado clases con él. Y no las cursó, porque cuando Morelos ingresó a San Nicolás, en 1790 —en donde hizo su bachillerato de Filosofía en casi tres años—, Hidalgo era rector y profesor de Teología. Pero sin ser su Maestro en las aulas, siempre lo sería fuera de ellas. Por eso lo llamaría “querido discípulo y amigo”. Sin embargo, no hay duda de que al cursar sus estudios en el Seminario como “estudiante capense”, esto es, como estudiante externo, llamado así por la gran capa que estaba obligado a llevar en la calle para ser reconocido como tal, Morelos estudió a conciencia la Disertación de Hidalgo.
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Al principio de la Edad Media se trató de explicar la fe por la razón, utilizando los medios filosóficos deducidos de los principios aristotélicos, pero el señor Gregorio IX lo prohibió —dice Hidalgo— “en la bula que dirigió a la Academia de París en 1228”. Entonces, ¿por qué Tomás de Aquino adoptó este método? Porque “la corrupción de los teólogos llegó al extremo de dar más crédito a un filósofo gentil que a los sagrados oráculos”. En tales condiciones, “¿qué otro medio más útil, ni más oportuno pudo hallar, que tomar sus mismas armas y oponerles doctrinas que admitían, para dirigirlos a las verdades que debían abrazar? Si como fue Aristóteles el que dominaba en Francia y servía de escudo a los herejes, hubiera sido Pitágoras, Leucipo o Anaxágoras, [Santo Tomás] hubiera abrazado igualmente los números, los átomos o la homoemería y la panspermia, porque así lo dictaba la prudencia”. Pero aquéllas eran épocas obscuras. Estos eran otros tiempos, tiempos del Iluminismo. ¿Por qué seguir entonces con el mismo método? ¿Por qué esa perversa obstinación de “mantenerse con bellotas después de descubiertas las frutas?”
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Se ha hablado de conocimientos académicos, curriculares, que eran los se impartían y obtenían en clase; pero extra cátedra, en los corredores, en los refectorios, en los dormitorios, en las tertulias, en la calle, se hablaba de otras cosas que estaban ocurriendo en el mundo, en el reino y en el obispado. Aunque de naturaleza política, dichas cosas se analizaban inevitablemente desde el punto de vista teológico; porque, ¿qué era la Teología? Etimológicamente, la Teología era el estudio de todo lo que se refiere a los dioses, y en el caso de la Teología cristiana —específicamente la católica—, lo que se refiere a un dios en su relación con el hombre; pero conceptualmente era también lo contrario, es decir, el estudio de las cosas humanas, en relación con su destino trascendente; luego entonces, implicaba el estudio de la Historia, el Derecho y las formas en que se organiza la sociedad. En este sentido, la Teología era una disciplina eminentemente histórica y predominantemente política. Por lo que se refiere a la Historia, desde el punto de vista tradicional, ésta era el relato de la penosa marcha de la humanidad desde sus orígenes hasta su destino final, desde el Génesis hasta al Apocalipsis; pero la Ilustración —y el Maestro Hidalgo era un ilustrado— había definido la Historia en relación con las cosas humanas, despojándola de cualquier significado trascendente; en este sentido, la Historia era la descripción del progreso del espíritu humano. En todo caso, extra cátedra, se recordaba que la Historia tenía tres dimensiones, pasado, presente y futuro; se discutía cuál había sido el origen y cómo había evolucionado el espíritu humano en América, específicamente, en la América septentrional; en qué condiciones se hallaba, y cuál era su destino. Se estudiaban las cosas de la Nueva España: qué era este reino, por qué y para qué existía, cómo se había desarrollado, por qué era así, cuáles eran los principios teológicos y políticos, naturales y sobrenaturales sobre los que se había fundado, por qué se habían estropeado, de suerte que muchos de ellos ya estaban totalmente desnaturalizados, y por qué esta degradación había alejado al reino de su destino trascendente. 11
El estudio de las cosas de la Nueva España implicaba el estudio de las obras que se habían escrito sobre ella y, de paso, el de los autores que las habían escrito.9 El interés de Morelos por la historia del hombre en general y por la historia de América en particular, fue resultado de la influencia originaria que Hidalgo ejerció sobre él y sus demás discípulos. ¿Y la Política? Era el estudio de las formas en las que se organiza la sociedad para convivir y desarrollarse en función de su destino trascendente. Formaba parte del estudio de las humanidades y de las divinidades, de la Filosofía y de la Teología. Es cierto que hacía pocos años, el marqués de la Croix había advertido claramente: "Sepan los habitantes de la Nueva España que nacieron para callar y obedecer, y no para discutir los altos designios del gobierno". Pero el mundo académico había sido creado para hablar de estos altos designios, y para discutirlos, sobre todo, cuando entraban en contradicción con los designios que el Altísimo le había reservado a esta Nación. El reino americano había madurado. Reino y nación eran dos términos para designar una y la misma cosa. El reino era un dilatado territorio sobre el cual se asentaba una escasa población, parte sedentaria, parte en movimiento, organizada políticamente conforme a ciertas reglas de Derecho. Eso mismo era la nación. Durante la Ilustración se utilizó el concepto de nación, con preferencia al de reino, porque éste enfatizaba el elemento monárquico, mientras que aquél incluía a la población, al territorio y a cualquier forma de gobierno, monarquía o república.
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Los principales autores de la época eran Francisco López de Gómara, Historia General de las Indias; José de Acosta, Historia Natural y Moral de las Indias; Gregorio García, El origen de los indios del Nuevo Mundo; Diego Durán, Historia de las Indias; Bernardino de Sahagún, Historia General de las cosas de la Nueva España; Solórzano y Pereira, Política Indiana; Miguel Sánchez, Sermones sobre la Virgen de Guadalupe; etc.
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La nación americana tenía su forma de gobierno. Era un reino que, como otros reinos americanos, asiáticos y europeos, formaba parte de la Monarquía de las Españas y de las Indias. Ahora bien, ¿esta forma de gobierno era la adecuada? Si se toma en cuenta que el fin principal de cualquier forma de gobierno es la seguridad y la justicia, ¿era justa la forma en que se estaba gobernando? ¿Eran justas las medidas que se estaban aplicando? ¿Era justa la esclavitud de los cientos de miles de negros africanos? ¿Era justa la infamia jurídica que recaía sobre los millones de sus descendientes libres, engendrados con indios, asiáticos y españoles (europeos y americanos) y con las mezclas entre estos? ¿Era justa la oprobiosa desigualdad entre la minúscula minoría que nadaba en la opulencia y la gigantesca mayoría que se arrastraba en la indigencia? ¿Era justo que los más altos empleos del gobierno, la judicatura, la milicia y la iglesia fueran ocupados por peninsulares y que sólo se distribuyeran migajas a los americanos? Estas inquietudes se planteaban fuera de las aulas, pero con rigor académico, dado que eran ventiladas entre profesores y estudiantes, y se proponían las soluciones racionales más idóneas, porque la parte más importante de la Historia no era el pasado sino el futuro de la nación. Podría decirse que en estos foros extra cátedra se sembraron las semillas de este futuro. 5. LA INFLUENCIA DE HIDALGO EN EL REINO En 1792 el rector Hidalgo fue relevado de sus funciones académicas y nombrado cura de Colima, San Felipe Torresmochas y Dolores, sucesivamente, durante los cuales Morelos concluyó sus estudios de Filosofía en el Colegio de San Nicolás, y los de Teología en el Seminario, e inició sus actividades como cura interino de Churumuco y cura propietario de Caracuaro. Durante los dieciocho años que corrieron de 1792 a 1810, además de traducir, como ya se dijo, las obras dramáticas del francés al español, Hidalgo se dedicó a fomentar actividades productivas en materia agrícola y artesanal. 13
Actividades como el cultivo de la morera y de la vid, la cría de gallos de pelea y de toros de casta, los talleres de alfarería, carpintería, herrería, hilados y tejidos, etc. Era hacendado. Tenía tres haciendas. Le gustaba producir vino de sus propios viñedos y compartir su tiempo con sus amigos.10 Viajaban sus amigos desde muchas regiones del país para visitarlo: Michoacán, Zacatecas, San Luis, Durango, Jalisco, Colima, Guanajuato, Querétaro, México, Puebla, etc. Uno de ellos era Morelos, desde luego, que cabalgaba desde Nocupétaro. En 1800 Hidalgo fue denunciado por dos de sus amigos ante el tribunal de la Inquisición, la policía política de aquella época. Su expediente engrosó espectacularmente al paso de los años. En sus páginas se leen las descripciones y relatos de los oficiales que fueron comisionados para seguir sus pasos. Los comisionados interrogaban a las personas —hombres y mujeres— que visitaba y tomaban nota de los temas que había tratado y de las opiniones había expresado, sus ideas, sus afectos, sus gustos.11 La doctora Patricia Galeana ha escrito bellas páginas sobre el tema en su obra Charlas de café con Miguel Hidalgo, en la que reproduce algunos de estos pasajes. En todo caso, alrededor de su mesa se discutían no sólo las cuestiones teológicas, filosóficas y políticas del reino, sino también las que habían 10
Alfonso Reyes, En torno al nicolaita Miguel Hidalgo y Costilla, Morelia, UMSNH, 1983, pp. 13-14. En Hidalgo “la Historia intencionadamente quiso condensar los rasgos de la mitología: libro y espada, arado y telar, sonrisa y sangre… La Historia, en una sonrisa, ha querido poner en lo más sagrado de nuestro culto nacional la imagen del hombre más simpático, más ágil de acción y de pensamiento, amigo de los buenos libros y de los buenos viñedos, valiente y galante, poeta y agricultor, sencillo vecino para todos los días y héroe incomparable a la hora de las batallas”. Su dulzura no debe engañarnos. Un fuego interior lo consume y habrá de incendiar la comarca entera. “Cierto. No podemos descansar aún, como aún no descansa Hidalgo. Todavía tiene mucho que hacer él entre nosotros. Aún no se ha quitado las botas de campaña…” 11
En San Luis Potosí hablaba de temas militares con Félix María Calleja y comía con Diego Bear; en Querétaro concurría a las tertulias que organizaban el Corregidor Domínguez y su esposa; en Valladolid jugaba billar con el conde de Sierra Gorda y comentaba lecturas prohibidas con Abad y Queipo; en Celaya compartía con Ramón Casaús; en Taximaroa visitaba a las hermanas María Ignacia y Josefa Lecuona; en México cruzaba opiniones con el marqués de Rayas, el marqués del Jaral, el conde de Guardiola y otros aristócratas; en Guanajuato, en Puebla, en sus propias haciendas El Jaripeo, Santa Rosa y San Nicolás, muy distantes una de otra, en todas partes dejaba huella. La Inquisición tenía dificultad para seguir sus pasos, entrevistar a sus interlocutores y verificar sus opiniones.
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conmovido al mundo; entre ellas, por supuesto, además de la independencia de los Estados Unidos, los relativos a la Revolución Francesa, la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, la caída de la monarquía francesa, el establecimiento de la república, el régimen del terror, la guerra de Europa contra la Francia revolucionaria, la expansión de la república francesa hacia Italia y el norte de África, por una parte, y hacia el imperio austrohúngaro, por otra; la guerra franco-británica, el avance de las tropas francesas sobre los Países Bajos, Dinamarca y Suecia hasta tocar las fronteras del imperio ruso, y su tránsito por el suelo español para someter a Portugal... En esos años, como se dijo antes, Morelos visitaba a Hidalgo con frecuencia. No hay muchos testimonios de ello, pero sí la profunda marca de las ideas políticas que el Maestro dejó en su pensamiento. 6. DERECHOS DE LA NACIÓN ¿Cuál fue la influencia de Hidalgo en esos años tan importantes para la formación de la conciencia política nacional? Hidalgo pensaba en los derechos de la nación, en los derechos del pueblo y en los derechos del hombre. Creía que la nación, el reino, al que no le llamaría Nueva España sino América —América septentrional—, debía gobernarse por sí misma y ser dueña de su propio destino. Podríamos decir que fue uno de los creadores de la teoría de la autodeterminación de las naciones. Más tarde la plantearía en forma clara y sencilla. Si entre las naciones cultas, el inglés quiere ser gobernado por inglés, el francés por francés, el italiano por italiano y el alemán por alemán, y entre las naciones bárbaras de América, el apache quiere ser gobernado por apache, el pima por pima y el tarahumara por tarahumara, ¿era difícil entender que el americano quisiera ser gobernado por americano?12
Miguel Hidalgo y Costilla, “Manifiesto (en borrador) sobre la autodeterminación de las naciones”, [Guadalajara], diciembre de 1810, en José Antonio Martínez A., Miguel Hidalgo. Documentos por la 12
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7. LOS DERECHOS DEL PUEBLO En cuanto a los derechos del pueblo, estos estaban reconocidos por las leyes establecidas —las leyes de Indias y las leyes españolas—, pero las mismas leyes los habían desconocido; sin embargo, formaban parte de los derechos concedidos a los pueblos por “el Dios de la naturaleza”. No hablaba del Dios de los católicos, ni del de los protestantes, ni del de los judíos, sino del Dios de la naturaleza. En la naturaleza existía un derecho superior a cualquier derecho escrito, y el de Dios era superior al de los reyes: el Derecho Natural. El pueblo, en todo caso, tenía derechos. ¿Cuáles eran estos? El más importante de ellos era establecer, modificar, alterar o abolir su forma de gobierno. Este era un derecho natural, inalienable e imprescriptible. La monarquía actual, al desnaturalizar los objetivos de su fundación, había orientado las preferencias políticas de Hidalgo hacia la república. En todo caso, como lo sostenían los teólogos españoles, “los mejores teólogos”, al decir de Hidalgo, desde Domingo de Soto hasta Francisco Suárez, el pueblo era, había sido y siempre sería la fuente de la soberanía, del Derecho, de la norma jurídica, del gobierno, de la administración pública y de la justicia. Luego entonces, el pueblo tenía derecho a darse las leyes que protegieran sus usos, costumbres, intereses, libertades y valores; a gobernarse como mejor le pareciera; a reconocer o elegir a sus gobernantes, y a hacerse justicia a través de sus representantes. Al coincidir con esta doctrina, era evidente que Rousseau tenía razón, aunque hubiera sido condenado por la Inquisición. 8. LOS DERECHOS FUNDAMENTALES DEL INDIVIDUO Por último, el individuo también tenía derechos naturales, inalienables e imprescriptibles, y estos eran no sólo los derechos reconocidos por la ley, Independencia, México, Edición Conmemorativa de la H. Cámara de Diputados, LVIII Legislatura, H. Congreso de la Unión, 2003, pp. 131-132.
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porque la propia ley podía desconocérselos y, de hecho, se los había desconocido; por ejemplo, al autorizar que se compraran y vendieran los seres humanos como si fueran cosas —semovientes— en calidad de esclavos. Esa ley era contra natura. En palabras de Hidalgo, iba “contra los clamores de la naturaleza”. Era una ley que, al establecer derechos contra el Derecho, atentaba contra el Derecho Natural. Por otra parte, la injusticia en que vivían las castas, que eran las que descendían remota o recientemente de negros, aunque también corriera por sus venas sangre India, española o asiática, estaban condenadas ad perpetuam a la infamia jurídica o, como lo decía Hidalgo, "a la ejecutoria de su envilecimiento". Aunque formadas por individuos libres, las castas no tenían derechos, sino sólo la obligación de pagar tributo al rey. Vivían marginadas y discriminadas social y jurídicamente, sin propiedad, ni educación, ni dignidad. Su nacimiento, matrimonio y muerte se registraban por separado, en libros distintos a los de los españoles y de los indios. Los infames, según Hidalgo, eran los que habían dictado esas leyes. En todo caso, lo importante para el pensador y rector nicolaita era que todos los hombres nacen libres e iguales en derechos; luego entonces, era necesario abolir la esclavitud y el régimen de castas. En conclusión, la influencia de Hidalgo en Morelos, como se ve, fue no sólo académica y cultural, sino también ideológica y política. A la par que sencilla, fue trascendental, porque se derivó de la idea de establecer un orden jurídico y político que protegiera con eficacia los más altos intereses de la nación, de la sociedad y del individuo, en el marco de los principios de autodeterminación, no intervención, libertad, igualdad, justicia y dignidad, y conforme a los sentimientos de la nación. Ciudad de México, 4 de septiembre de 2013.
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