ARTURITO ESTEFANCANY Y LAS HADAS - 4ยบ VOL. Un nuevo libro en SoopBook
ELBA GERTRUDIS MAZZEO
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Autor: ELBA GERTRUDIS MAZZEO ESCRITORA POESIA Y NOVELAS,PROFESORA DE PIANO,MAESTRA JARDIN DE INFANTES,COMERCIANTE,JUBILADA.
Presentación EL JOVEN REY DE LOS GENIOS BUENOS VISITA EL PARAISO DE LAS HADAS - MÁS AVENTURAS
ARTURITO ESTEFANCANY Y LAS HADAS - 4ยบ VOL.
ESCALANDO LA MONTAÑA HACIA EL PARAÍSO DE LAS HADAS. ¿Existen las palabras adecuadas para describir el Paraíso de las hadas? Tal vez sí…tal vez no… Mejor será dejar volar la imaginación para recrear un mundo de ensueño, recorriendo la planicie en la cima de una montaña, de cualquier país de este planeta. Un ave gigantesca qué, por controversia era llamada Paloma Blanca, protegía desde una caverna escondida detrás de un despeñadero, al Reyno de las Hadas. Brujos y hechiceras pretendieron invadirlas sin éxito, para apropiarse de las riquezas de esa montaña y… también… del poder de las hadas y hacerlas sus esclavas. Aquella montaña era una poderosa fortaleza, tanto como fuertes eran ellas y todos los duendes amigos que la habitaban desde la base, hasta la cima del cerro. Ellos poseían todos los dones que impedían el paso de cualquier malicioso y así las hadas, vivían tranquilas y felices. El Paraíso de las Hadas tenía su reyna, llamada: Hada Bondadosa. Estaba rodeada de muchas hadas pequeñas, tan bellas, dulces y graciosas como ella. Sus vestidos eran de sutiles gasas de tenues colores… el Paraíso todo era una armoniosa paleta de color. Sobre sus verdes prados nacían las flores más diversas, con ojos y sonrisas. Bajo sus grandes pétalos, las hadas hallaban descanso después de revolotear
jugando con las mariposas, en sus eternos días sin tiempo. Para ellas no existía la noche, tampoco el frío, el calor o las lluvias… A ninguna le faltaba su varita mágica. Todas obedecían al Hada Bondadosa, porque sólo ella les otorgaba el poder de la magia. El trono de la reyna era un cúmulo de nubes blancas bordadas con estrellas de oro y plata. Pequeñas flores llamadas “nomeolvides”, tan celestes como el mismo cielo que la cobijaba, descendían a su paso dejando el mensaje a quienes tuviesen la dicha de conocerla. Ese era entonces, “El Reyno de las Hadas”, donde nuestro paladín de la justicia, Arturito Estefancany, quería llegar trepando por las laderas de la montaña, hasta encontrarse con la Paloma Blanca. 1
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LOS ENCUENTROS Arturito Estefancany había sido el elegido por el Hada Bondadosa cuando, después de asistir durante cinco años al pueblo Matete, de un sueño inducido por la malvada hechicera Carlota, descubrió que tan sólo él, despertaba gracias a la esfera de cristal que llevaba dentro de uno de los bolsillos de su ropa. Así el hada se enteró que dicha esfera, había sido un legado del abuelo de Arturito, el primer Rey Arturo de los Genios Buenos. Ese niño era entonces, su único heredero. Por el poder de la esfera, la transformación de Arturito logró que en él, no se detuviese el tiempo en sus diez años, sinó que creció de forma asombrosa al despertar. Mientras el pueblo continuaba en un sueño indeseado, el niño se convertía en un joven gallardo, Rey del pueblo Matete y Rey de los Genios Buenos. Sin pérdidas de tiempo, el Hada Bondadosa le explicó el alcance de sus dones mágicos, brindándole un extra de poderes, botas aladas, el lazo dorado, y la pulsera para llamar al duende Piolín, su sastre personal. La misión de Arturito sería la de proteger a su pueblo, sin el uso de armas destructivas hacia nadie. El derecho a la vida era su ley. Despertando al pueblo, corriendo algunas aventuras, incansable en su vigilancia por calles y los alrededores, Arturito sufría su soledad. No podía dejar de recordar a su
padre, el que fuera el Rey Gustavo al morir su abuelo. Los había abandonado a él y a su madre, seducido por la hechicera Carlota qué, para evitar la persecución del pueblo en rebeldía, los sumió en las brumas de un oscuro sueño que los convirtió en mutantes. Al despertar de Arturito Estefancany, este lo hizo con su pueblo, que retomó su ritmo habitual felices y agradecidos. Con tristeza se supo que quien no estaba, era Isabel, la mamá de Arturito. La ausencia de su madre perturbaba al joven rey. Caminando sin descanso, o sobrevolando con sus botas aladas los alrededores del pueblo buscándola, no hallarla le producía un terrible desconsuelo. Así fue que resolvió ir a visitar a las hadas. Ellas tenían que ayudarlo a encontrar a Isabel, su mamá. Sin pensarlo dos veces, trepó la montaña vestido con ropas que olvidara llevar su padre en el hogar y le quedaban de medida. Fue así como al anochecer, se enfrentaría con una monstruosa ave de rapiña, fea y gigante, qué, al amanecer, se había convertido en la hermosa Paloma Blanca que iba a transladarlo sobre su lomo de suaves plumas, hasta el buscado Paraíso de las Hadas.
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¿ZAPARRASTROSO...?
Los tres graznidos de Paloma Blanca, alertaron al Hada Bondadosa y todo su séquito de pequeñas hadas. Alborotadas y felices recibieron al ave, desconociendo en un principio al Rey Arturito Estefancany. Su apariencia no era la que ellas recordaban. -¡Adiós Arturito! – saludó Paloma Blanca retomando el vuelo. – ¡Cuando las Hadas me avisen regreso por ti! ¡Debo cuidar a
mis pichones y la montaña…! ¡Hasta la vista haditas…! -¡Adiós! ¡Adiós! – respondieron todas agitando sus alitas, sin dejar de observar al visitante. -¿No me reconoceis? – Preguntó Arturito mirando a los ojos al Hada Bondadosa. -¡Pero claro que sí! ¡Eres Arturito Estefancany! ¡Mi querido Rey de los Genios Buenos! ¿Cómo se te ocurre presentarte así vestido? ¡Y ese pelo…! ¡Yo te dejé hecho una preciosura y tú te me apareces como un zaparrastroso!!! -¡Ehhhhhh! ¡Eso sí que no! Llevo puestas las ropas que una vez usó mi padre, me resultó cómoda y práctica para escalar la montaña. -Mmmmm… bueno… pero, ¿qué me dices de tu pelo? Lo tienes largo y sin tu corona. -No te enojes Bondadosa… si me revisas, verás que la tengo pegada a mi cráneo… el cabello creció y la tapa… ¿no me ves mejor así? -¡Es que no te destacas como Rey Arturo! -Mi abuelo solía decir, que el hábito no hace al monje… -De acuerdo, está bien… al menos veo que llevas las botas aladas, el lazo dorado y la pulsera… debo informarte que el
duende Piolín vino con quejas sobre ti… -No le hagas caso… dile que si es mi sastre, quiero que me vista a mi gusto… cómodo… -Si quieres estar cómodo, ¡ven a mis brazos muchacho! Ven, nos sentaremos en mi trono y me contarás como sigue tu pueblo, ¿se encuentra bien tu mamá? Los ojos de Arturito se llenaron de lágrimas… y el hada comprendió.
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COMPARANDO ALAS La tristeza de Arturito conmovió al Hada Bondadosa. Por instantes todo el reyno quedó inmutable al ver el rostro compungido del joven. La reyna de las hadas extendió su mano acariciando el rostro lloroso, tomando entre sus dedos una de sus lágrimas. Al observarla, todo lo vivido por Arturito Estefancany durante esas semanas, se hizo tan claro como el agua que descendía de los manantiales de la montaña encantada. -No hallaste a tu mamá, ¿verdad? – le preguntó Bondadosa. -Por eso estoy aquí… ya no sé donde buscarla… Nuevamente quedaron los dos reyes mirándose a los ojos. Todas las hadas comenzaron a revolotear por los alrededores moviendo sus preciosas alas, mientras dejaban estelas de pequeñas estrellas doradas. En ese momento Arturito se detuvo a observar a Bondadosa, en ningún momento se había percatado que era tan bella. Vio que sus alas eran inmensas, etéreas… sus cabellos como la seda enmarcaban un rostro perfecto… sus manos, blancas y tibias… Una aureola de luz dorada la distinguía como reyna de reynas… -¿Por qué no tengo alas como las tuyas, si al fin soy el Rey de los Genios Buenos?
-Las mías son propias de mujeres, tú las llevas en tus botas… yo te las dí. -Sí… pero son pequeñas comparadas a las tuyas… temo que pierdan su poder si las uso en demasía. -No… las que llevas puestas son de privilegio… ningún Genio tuvo botas con alas nunca. Es uno de los dones que yo te otorgué, porque sé que tendrás muchas luchas por delante. Úsalas cuanto quieras porque serán inagotables Arturito… -Tú tienes destellos de luz dorada Bondadosa, creo que me superas en poderes… -Me haces reir amigo mío, los dos tenemos el don de hacer y deshacer en pos del bien… Tú recién comienzas y no sabes de todo lo que eres capaz. ¿Acaso no advertiste la luz dorada que dejas a tu paso? Son las alas de tus botas, similares a las mías, además tienes el lazo y la esfera de cristal, son muy poderosas… -Mira… ahí nace mi duda… mi abuelo se apareció en mis sueños diciendo que no abuse de ella porque se agotará y, cuando alguna vez más la necesite, no me será útil… -Bueno… los sueños sueños son… nunca se sabe cuanto de realidad encierran, de todos modos no desoigas los consejos de tu abuelo y guarda celosamente tu esfera, mejor hablemos sobre tu visita. ¿Viniste a preguntarme si sé algo sobre Isabel,
verdad? -Sí Hada Bondadosa… quiero encontrar a mi madre…
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EL OBSERVATORIO DEL HADA Como un coro de ángeles, todas las hadas pequeñas entonaron una dulce canción que reanimó al joven Arturito Estefancany. Aquella visita debía ser una fiesta y sin demoras, las hadas mayores llegaron con bandejas de sabrosos manjares para compartir. El Paraíso de las Hadas brillaba de alegría con la presencia del joven rey. Pájarillos de preciosos colores, mariposas blancas, azules y rojas, miles de flores y hasta pequeños duendes, se sumaron a la fiesta. Sentado entre nubes en el trono junto al Hada Bondadosa, Arturo no podía creer estar viviendo tan grato momento. Cansadas de jugar, las pequeñas hadas quisieron retirarse para descansar y todo volvió a la calma. -Ven Arturito… te llevaré para que conozcas mi observatorio… nunca he permitido a nadie ingresar porque es como un lugar sagrado. Tú tendrás el privilegio de ser el primero en cruzar su puerta de oro. Dentro están encerrados los misterios del mundo y hasta hoy, sólo yo tengo el poder de observar lo que quiera. -¿Estás segura que nadie puede entrar…? -La puerta se abre sólo con un toque de mi varita mágica, así, ¿lo ves? – dijo dándole paso. – Pasan muchas cosas
desagradables en los pueblos… ayudo en lo posible, también tenemos límites… El mal es tan fuerte como el bien y en algunos casos, sería una batalla sin fin… Tú sabes que nuestro lema es “la no violencia”, lo triste es que hay demasiados agresivos y muchas veces preferimos ignorarlos. El odio y la maldad sucumben dentro de sus propios sentimientos… nosotras perduraremos en el tiempo ayudando a los necesitados… -Qué hermosas son tus palabras Bondadosa, lo que hiciste por mi pueblo y por mí, fue maravilloso… siempre te estaremos agradecidos… -No podía dejarlos en aquel estado, eran gente buena, laboriosa y tranquila… de no habernos ocupado estarían todos muertos… supongo que la hechicera Carlota supone eso, que ya están desaparecidos y no corre peligro de ser perseguida por haberse llevado a tu padre, el Rey Gustavo Estefancany. Sabe que ella es vulnerable. Tu esfera puede destruírla… -Lo ignoraba Bondadosa… bueno es enterarme, pero… hay algo que deseo más que recuperar a mi padre o destruir a esa bruja… ¿sábes por qué vine, verdad? -Lo leí en tu lágrima… no lograste encontrar a tu madre… -No… en el pueblo no está y ya no sé donde buscarla, sufro por ella…
-Ven… asómate a esta ventana…
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EL CASTILLO TENEBROSO
Caminando entre flores y estrellas doradas, Arturito Estefancany siguió al Hada Bondadosa. Un amplio ventanal flotaba entre nubes… cortinas de seda ocultaban el exterior. Con su varita mágica el Hada las corrió, invitando al joven para observar el espacio que se abriría frente a sus ojos.
-¡Qué horror! – Exclamó asombrado. – ¡Qué oscuro y tétrico paisaje veo! Castillos en medio de la nada… nubarrones tenebrosos… mares bravíos… cumbres que se pierden en un infierno desconocido… -Así es amigo mío… en esas cadenas de montañas se levantan otros reynos… los habitan brujos, genios del mal… Entre ellos se disputan el supremo poder, los castillos, destruir pueblos… también apoderarse de nosotras… -¿Qué dices Hada…? -¡Já! Nunca lo lograrán, somos invulnerables… -¡Qué alivio me das! ¿Qué sería de nosotros sin ustedes? -Mmmmm… es que tendrás que arreglarte sin nuestra ayuda Arturito. Sólo puedo decirte lo que veo ahora, tu madre está encerrada en una de las torres de esos castillos. -¿Aquel de aspecto tenebroso…? -Sí, ese mismo… no sé más. El ave rosada me advirtió que tienen a una mujer encerrada, escuchó su llanto desde lejos… en estos momentos estoy segura que se trata de Isabel… -Y dicha ave, ¿no puede ayudarme? ¿cual es su nombre? -Te lo diré luego… ella sabe donde está Isabel, pero dijo que
esa torre es imposible de alcanzar… la rodean mares turbulentos, vientos huracanados, lluvias de fuego… el ave rosada moriría si se acerca… tan sólo un ser humano podría lidiar con tantos problemas. -¡Ese soy yo, Arturito Estefancany! Si el ave rosada quiere acercarme en su vuelo hasta el castillo, lo convertiré en cenizas y salvaré a mi madre. -¡Bravo Arturito! Te daré otro poder, “la linterna que enceguece”. Cuando se te aparezca algún enemigo, con sólo alumbrarlo enceguecerá y no podrá volver a verte. ¿Podrás sortear los peligros que van a acecharte? -Llama al ave rosada… -Volvamos al prado, acá no puede entrar… pero estoy segura que te ayudará.
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EL AVE ROSADA
Por un momento Arturito Estefancany se detuvo a observar el Paraíso de las Hadas. Todo era tan bello, que sintió pena de sólo pensar que tal vez, nunca más volvería a pisar aquel prado cubierto de flores multicolor. Junto a las mariposas, hadas y duendes graciosos, las nubes como de algodón, parecían acariciar a su paso. El perfume de los jazmines y las rosas, se esparcía en cada rincón del universo de sus queridas amigas… todo era armonía y paz… -¡Glicinaaaaa…! – Exclamó el Hada Bondadosa agitando su varita mágica, que desprendió miles de diminutas estrellas a su alrededor. Como brotando entre nubes, un ave maravillosa y tan grande como la Paloma Blanca, se incó frente a ella. Su plumaje era un degradé en tonos rosados, desde su cresta hasta el final de su extensa cola qué, como el Pavo Real, se abría en abanico exibiendo su deslumbrante belleza. -¡Mi querida reyna! ¡Qué gusto volver a verte! – Le dijo el ave a modo de saludo. -Gracias por responder a mi llamado Glicina… necesito que ayudes al Rey Arturito Estefancany. -Me arrodillo ante ti Rey Arturo de los Genios Buenos, ya estoy enterado de tus avatares, ¿en qué puedo ayudarte? -Debes llevarlo hasta las proximidades del castillo siniestro,
él quiere rescatar a Isabel, su madre… -¿Le hablaste sobre los peligros de sus mares, los rayos, los huracanes y los monstruos que impiden el paso? -Por supuesto Glicina, él sabrá como manejar todos los inconvenientes, además de Genio es un ser humano y lleva sus poderes… -¿Inconvanientes…? ¡Se trata de peligros atroces! No quiero destruir mi bello plumaje para dejarlo sobre dicha torre. ¡Llueven rayos, huracanes, y en la base… bueno mi Rey, el oleaje se lleva todo a su paso! -Si me dejas sobre alguna nube cercana será suficiente – dijo Arturo. -Sí… puedo… ¿pero cómo llegarás hasta la torre? -Tú acércame lo más que puedas, yo sabré que hacer. -Móntate sobre mi lomo y salgamos yá, hay buen tiempo afuera, ¡adiós amigas! -¡Adiós Glicina! ¡Cuídate y regresa con tu madre Arturito!
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CAYENDO AL VACÍO Un coro de saludos tan dulces como las uvas despidió a Glicina y Arturito. Sujeto de sus plumas rosadas, tal cual lo hiciera con la Paloma Blanca, el valeroso joven cabalgó entre nubes y un cielo celeste, que parecía no tener fin. Aquello hasta le pareció divertido… hasta que de pronto… todo cambió. -¿Qué pasa Glicina? Desaparecieron las nubes y el cielo se puso muy gris… – dijo a sus oídos mientras un viento helado le azotaba el rostro. -Esto no es nada mi Rey, espera a ver lo que se viene – respondió el ave. Mudo de asombro, Arturito advirtió que se oscurecía la cadena de montañas muy abajo, lejos de sus pies. Luego fueron llamaradas entre nubes borrascosas, rugió el viento… bramaron las olas en el mar… El castillo siniestro emergía en la oscura noche… -¿Qué haces Glicina? – Preguntó Arturito advirtiendo que el ave detenía su vuelo, para luego quedar como suspendida en el espacio. -No vamos a caer si es lo que temes mi Rey… yo puedo quedar suspendida en el espacio, lo que no puedo es seguir
avanzando… ya te expliqué en el Paraíso de las Hadas… -Es que yo no puedo flotar como tú en la oscuridad de este cielo Glicina… -Lo sé… eres humano… y también… ¡Rey de los Genios Buenos Arturito! ¡Tienes alas en tus botas! No serán tan grandes y hermosas como las mías, pero en algo te ayudarán. -¿Tú crees que lograré llegar hasta lo alto de aquellas torres? -No lo sé… inténtalo al menos… puede que te arrastren los vientos… o te ahogues en la furia del oleaje… o te devoren los monstruos… -¡No me animes más por favor Glicina! Esto es peor de lo que imaginaba… -Suéltate de mis plumas porque pego la vuelta Arturo. ¡Qué tengas suerte!!! -¡Noooo….! ¡Espeeeeraaaa…! Con un sacudón el ave rosada desprendió al pobre Arturito de entre sus plumas. La sensación de caer al vacío sin saber dónde, estremeció al joven qué, manteniendo activa su mente, recordó las alas de sus botas. ¿En qué lugar podría bajar sin lastimarse?
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HORMIGAS GIGANTES
La noche más tenebrosa lo cubría todo, y todo… era una cadena montañosa desconocida por Arturito Estefancany. Relámpagos lejanos aparecían como rayos de tormenta, que le recordaron lo visto desde el observatorio del Hada Bondadosa. Pensó que sin dudas estaba cayendo bastante cerca del castillo de las brujas y hechiceros. ¿Tendrían ahí prisionera a su mamá? Su violenta caída lo obligó a tomar el control de su cuerpo para dominar las alas de las botas mágicas. Lo que menos deseaba era estrellarse contra las rocas y morir en el intento… Se enderezó dominando la fuerza de la gravedad terrestre y ya sentía que en vez de caer, flotaba. Entre tanta oscuridad recordó la linterna que le regalara el Hada. La extrajo de uno de sus bolsillos cerrados con abrojo… y la encendió iluminando hacia abajo. Faltaba un trecho para hacer pie, pero algo innusitado lo impresionó… algo que nunca imaginó pudiese existir… “No puedo creer lo que estoy viendo…” pensó alumbrando con su linterna mágica. Cientos de ojos como huevos de gallina lo miraron por breves segundos, para luego quedar nublados por la ceguera, tal cual le explicara Bondadosa al entregársela. Advirtiendo que se aproximaba a los altos peñascos, Arturito se dobló sobre sus rodillas para observar mejor de qué se trataba aquello. ¡Eran hormigas gigantes! Inmensas, negras y peludas, con patas como garfios dispuestas
a devorarlo, parecían brotar de algún enorme hormiguero. Cubrían por millares las laderas trepando por las rocas de aquella montaña, como oliendo su presencia hambrientas porque fuera su alimento de aquella turbia noche. Arturito se mantuvo flotando a corta distancia. Alcanzó a ver esos ojos horrendos y enormes que al ser alumbrados por su linterna, perdían la visión creando el caos entre ellas mismas. Dirigió la luz aquí o más allá produciendo una ecatombe entre los asquerosos insectos qué, a ciegas, chocaban unos con los otros desbarrancándose hacia los precipicios más profundos. Viendo despejado aquel espacio, sin dejar de alumbrar hacia diestra y siniestra, de modo que si alguna alimaña andaba rondando se perdiera en su ceguera y poder avanzar, notó que el castillo estaba distante aún. Sólo sus botas en vuelo podían acortar el camino, alumbrado con la maravillosa linterna que le obsequiara el Hada Bondadosa. El rescate recién comenzaba…
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HORMIGAS GIGANTES
EL DRAGร N DE LAS SIETE CABEZAS
Los relรกmpagos, rayos y centellas, iluminaban por momentos
un panorama fantasmagórico. Bosques incinerados despedían nubes de cenizas, que el viento huracanado arremolinaba cerrando toda posibilidad de avanzar. Arturito Estefancany sintió que sería muy difícl arribar al castillo, más, cuando surgió el mar con su oleaje bravío. -Por las laderas de la montaña me enceguece el viento… por este sendero presiento que quiere tragarme el mar… ¿qué hacer…? – dijo preocupado. -¡Botas aladas! ¿Os animais a sobrevolar este oleaje iracundo? Casi sin esfuerzo despegó del suelo fangoso sobre el que estaba parado. Más rápido que el corcel blanco de los cuentos de su abuelo, casi voló sobre sus botas hasta la otra orilla, donde ahora sí, se levantaba el castillo tenebroso. Olas de veinte metros de altura querían atraparlo con sus crestas erizadas como demonios, pero en su vuelo mágico, Arturito navegó sobre ellas… ¡Al fin estaba a las puertas de la siniestra torre! En silencio se detuvo… todo era negrura con resplandores de fuego desde lo alto. El ulular del viento quebraba el sordo silencio… Alzó sus ojos y divisó varias torres… ¿en cual estaría su madre…? Eran tan altas… quiso gritar su nombre diciendo, -¡Mamá, vine a salvarte! – Pero algo lo enmudeció… ¡Un dragón de siete cabezas venía hacia él entre llamaradas de fuego!!!
-¡Ay!!! ¿Cómo paralizo a esta bestia? – Nuevamente vino a su memoria la linterna mágica. Siete pares de ojos que destellaban su ira, buscaban devorarlo entre sus fauces… si no lograba enceguecerlo era hombre muerto… y se acercaba… más… más… levantaba sus zarpas preparado para aferrarlo… – ¡Enceguécelo linterna!!! – Gritó Arturito, ignorando que frente a tantas llamaradas que arrojaba el dragón de las siete cabezas, no llegaba el poder de la linterna. -”No me queda otra”.- Pensó Arturito viendo que ya el dragón estaba a pasos de él. Sin titubear, sacó su esfera de cristal, ella era toda su esperanza. -¿Buscas un duelo a muerte verdad? ¡Yo no mato a nadie! ¡Soy Arturito Estefancany, lider de la justicia y tengo EL PODER!!! ¡Esfera mágica! ¡Convierte a este horrible dragón en piedra!!! Una lluvia de hielo cayó sobre la bestia dejándolo petrificado. Ya nada quedaba de aquel dragón y sus siete cabezas… tan sólo… un montículo de oscuras piedras…
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votarlo o añadir un comentario EL DRAGÓN DE LAS SIETE CABEZAS
LA VENTANA EN LA TORRE Arturito Estefancany observó a su alrededor.Todo era oscuridad y misterio… Las torres del castillo siniestro se perdían entre los nubarrones tormentosos, desde donde numerosos relámpagos iluminaban por momentos un paisaje tétrico. El dragón de las siete cabezas no era un peligro por el momento. Le llevaría tiempo descongelarse de la piedra de hielo en que lo había convertido. Por segundos advirtió luz en la ventana a lo alto de una de las torres, seguro que ahí se encontraba su madre, pero… ¿cómo escalar aquellas alturas? Por lo que alcanzó a ver alumbrando con su linterna mágica, todo era rispidez e insectos sobre la superficie. ¿Llegaría con la ayuda de su lazo dorado? Guardó asegurando bien la linterna y su esfera de cristal, hablándole al lazo como se hace con un amigo. -¿Me ayudarás a llegar hasta aquella ventana? Estoy seguro que ahí se encuentra mi madre… – Fue entonces cuando lo sintió vibrar entre sus manos, mientras una voz ahogada le ordenaba:¡sujétate! y, en un despliegue de estrellas doradas, Arturito se sintió volar alcanzando su objetivo. Sentado sobre el alféizar de piedra de la ventana respiró hondo… había sufrido demasiadas aventuras y peligros en
cuestión de minutos. Observó el interior del cuarto y descubrió a una mujer llorando. ¡Esa anciana tan delgada y de cabellos blancos no podía ser su madre! Un lecho de heno, un plato de lata con un trozo de pan y un jarro con agua, era todo de lo que disponía y le pareció espantoso. ¡No, no podía ser su madre! Isabel era tan bella como sus amigas las hadas, ¡si sólo le faltaban sus alas! -¡Mamá! – Se atrevió a gritarle dudando que ella fuera. -¿Quién… quién eres tú…? – preguntó temblorosa levantándose de entre las pajas malolientes. – Al fin vienen a matarme… es lo mejor que puede pasarme… morir y no sufrir más en este infierno… -¿Eres Isabel…? – Le preguntó Arturito entristecido al verla en ese estado. – ¿No me reconoces, verdad?, no temas… yo… soy tu hijo… Arturito… -¿Qué dices? ¿Arturito…? No… mi hijo es pequeño aún… tú, tú… eres un hombre… sí que te conozco… ¡Gustavo! ¡Eres Gustavo y vienes arrepentido para salvarme…!!! -¡No, no mamá…! Estás frente a tú hijo y vengo a salvarte madre… – dijo el joven abrazándola con profunda emoción. Confundida y llorando ahora de alegría, Isabel escuchó el relato de su hijo. Le costaba creer la insospechada historia. De a poco descubrió en aquel gallardo joven, el rostro de su
pequeño hijo y no le alcanzaron sus besos y abrazos para bendecir su llegada.
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RESCATANDO A MAMÁ Después de relatarse los conflictos vividos, los acució la prisa por salir lo antes posible de aquel espantoso lugar. Una nueva vida los esperaba, al menos, era lo que deseaban. Entonces surgió la duda… ¿cómo sacar a su madre de aquella torre inexpugnable? -¿Podemos bajar por las escaleras mamá? – preguntó Arturito suponiendo que Isabel algo debía conocer sobre el interior de la torre. -Lo dudo hijo… despertaríamos a miles de monstruos que habitan en los rincones… -No debo hacerte correr más riesgos estando tan débil… la única salida es por donde yo entré. Nos arrojaremos juntos por esa ventana… -¿Qué estás diciendo hijo? Ignoro como subiste, si fuera posible yo lo hubiese intentado, saltar desde esta altura es estrellarse contra las rocas, allá abajo… -¿Qué hacemos con mi padre? Quisiera rescatarlo también… -¡Ni lo pienses! ¡Deja que viva la vida que eligió! Jamás quisiera volver a tener un encuentro con ellos y… escucha hijo, nunca más la nombres, si te escucha es capaz de aparecer
y continuar haciéndonos daño. -Madre… nos urge salir de esta torre, los riesgos están… lo que te propongo será obra de magia y debes confiar en mí. ¿Ves este lazo? Es un regalo del Hada Bondadosa, tiene inmensos poderes… él se extendió para transportarme hasta esa ventana y si te abrazas fuerte a mí, creo que también podrá sacarnos… no debes temer mamá… -¡Cómo no voy a confiar en ti hijo! -¡Muy bien madre! ¡Abrázame fuerte que partimos! ¡Lazo dorado… llévanos lejos yá!!! De la más profunda oscuridad, Isabel, pegada a su hijo, pasaba a enceguecerse con la intensa claridad de un cielo asoleado. -¡Arturito, estamos parados sobre una nube! -No temas, no vamos a caer…mira, ¿ves el ave rosada que viene hacia nosotros? Ella es Glicina, una amiga y nos llevará hacia el Paraíso de las Hadas. -¿Viajaremos sobre sus plumas…? -¡Disfruta este maravilloso viaje mamá! -¡Bienvenidos amigos! ¡Trepen sobre mi lomo antes que se caigan de la nube! ¡Volemos!
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LLEGANDO AL PARAÍSO Glicina los transportó dulcemente navegando en un cielo diáfano que parecía no tener fin. Arturito Estefancany sujetaba seguro con una mano a su mamá, mientras con la otra se aferraba al rosado plumaje del ave. También Isabel se sostenía de las suaves plumas, sin advertir que poco a poco, su aspecto cambiaba como por milagro. Arturito fue advirtiendo la transformación de su madre y en su rostro, se dibujó una sonrisa. Esa era la mamá que él recordaba, tan hermosa como las mismas hadas. -¡Estoy poniendo linda a Isabel! – Le dijo Glicina volviéndose a mirarlo con picardía. – ¡Yo también tengo poderes!!! Como en un sueño, la entrada al Paraíso de las Hadas surgió frente a ellos. Glicina aterrizó suavemente, pidiéndoles usar su larga cola como alfombra, para acercarse a las hadas. Con Bondadosa al frente, un séquito de hadas, duendes, mariposas, pajarillos y miles de flores, los recibieron agitando estelas doradas, que embellecieron más a madre e hijo. Al lado de Isabel, Arturito Estefancany era el príncipe de reyes, tan bello estaba. Madre e hijo juntos, representaron la armonía que brinda la bondad…
Canciones de alegría rebalsaron la cima de aquella montaña, todo era felicidad… ¿Querrían ellos volver al pueblo Matete? ¿Y qué con aquel hogar que una vez fuera tan feliz…?
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