PEOR ES NADA Un nuevo libro en SoopBook
ELBA GERTRUDIS MAZZEO
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Autor: ELBA GERTRUDIS MAZZEO ESCRITORA POESIA Y NOVELAS,PROFESORA DE PIANO,MAESTRA JARDIN DE INFANTES,COMERCIANTE,JUBILADA.
PRÓLOGO Un nuevo cuento infantil nace para el mundo. En mi inspiración, los niños ocupan un lugar para los que hay que trabajar. Esta novela corta o cuento largo, no tiene semejanza con la vida real, como tampoco los nombres de sus personajes son de seres conocidos por mí. Esta es una historia fantasiosa que pretende atrapar el interés de los niños por la lectura y, también a los adultos, ¿por qué no? Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia, suelo escribir en mis libros, así como tampoco me inspiran otros cuentos o películas. Todo lo asimilado de lecturas en mi vida, cultivó mi amor por la escritura hasta que resolví aplicarla desde largo tiempo atrás. En este cuento encontrarán que, los personajes de: “PEOR ES NADA”, tienen nombres extraños, creo que casi desconocidos. Lo tomé de una lengua no indoeuropea hablada en España y Francia llamada EUSKERA. Todos ellos tienen significado en castellano y son nombres conocidos, pero no logro descubrir que misterio me impulsó a recurrir a esos nombres, tal vez, para que el relato tenga un sabor diferente. La historia comienza en un tiempo remoto, para saltar a la época actual. Los principales protagonistas son siete niños
amigos. Sus nombres son: Patirki = (Patricio) Ander = (Andrés) Kistobal = (Cristobal) Didaka = (Diego) Nekane = (Dolores) Usoa = (Paloma) y Edurne = (Nieves). Surgirán otros nombres ocasionales y mi deseo es que el contenido de este libro les llegue al corazón. ELBA MAZZEO
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UN PUEBLO LLAMADO: "PEOR ES NADA"
Vamos a viajar en el tiempo para conocer algo de un pueblo desconocido, se llama: “Peor es nada”. Tiene de cabecera altas montañas y, a sus pies, un mar inmenso… está perdido en el planeta… Surge entre una zona selvática. En sus interminables playas se elevan multitud de palmeras, mientras el ancho lecho de
aguas turbulentas, muere en plácidas olas sobre la arena blanquecina. Este pueblo vive ignorado por el mundo, pero su gente supone que existen otros lugares habitados. No tienen gobernantes, ejércitos, armas ni médicos. Aprendieron de lo que les fueron legando generaciones anteriores, y sus guías resguardan celósamente, en un cúmulo de libros y objetos rescatados de un remoto naufragio. Sucedió qué… hacen muchos pero muchos años… un navío con su tripulación y algunos pasajeros, fueron sorprendidos por un maremoto, todo se hundió en alta mar, y sólo algunos hombres y mujeres pudieron alcanzar la orilla de esas playas. Con la esperanza de ser rescatados trataron de sobrevivir, atesorando aquello que había arrastrado el oleaje desde el barco hundido. Así emergió ese pueblo, que alguno de sus náufragos bautizó con el nombre: “PEOR ES NADA.” Nadie supo como construyeron un letrero con el nombre del pueblo, pero este perduró a través del tiempo. Desde entonces, los más ancianos custodiaban lo que consideraban sus reliquias y a los que nadie tenía acceso. Un gran baúl lleno de libros. Con desconocida habilidad armaron sus cabañas en una espera infructuosa de ser rescatados.
Algunas de sus penurias quedaron para el recuerdo. Como anécdotas, eran transmitidas de padres a hijos, así como sus costumbres, en un mundo natural donde toda la experiencia era limitada.
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ALGO MÁS...
Y pasó el tiempo… De aquellos pocos náufragos, hombres y mujeres, se produjo la descendencia. Así, el pueblo primitivo fue creciendo en habitantes. Unos a otros contaron la historia del naufragio, esperando en vano ser encontrados por algún barco y menos
pensar en aviones. El mundo civilizado con sus progresos estaba muy lejano para ese pueblo. Sin llegar a ser indígenas llevaban una vida rudimentaria. Muchas de sus costumbres habían sido heredadas de sus antepasados, provenientes de países europeos con formas de vida imposibles de repetir en medio de la nada. Así había dicho alguno de aquellos primeros habitantes, “peor es nada”, pensando que podían haber muerto como los otros navegantes y, al menos ellos, pisaban tierra firme. Aquel páramo desconocido por el mundo se fue transformando en un pueblo tranquilo. Practicaban métodos naturales para cuidar sus vidas y de algún modo impreciso, se habían ilustrado para construir sus cabañas, utensillos y vestimentas. La base de sus alimentos era la pesca y la misma naturaleza de la isla los proveyó de frutas y verduras. La supervivencia no había sido un problema para ellos más, cuando desde las montañas, descendían manantiales de aguas dulces, tan necesarias para la vida. Los medios de combustión eran la leña y el carbón. Nunca se supo quien había descubierto una mina de ese mineral en una de las montañas, que algunos hombres se encargaban de explotar. “Peor es nada” se había convertido en un pintoresco pueblo montañez. De aquellos náufragos, después
de un par de siglos tal vez, ya que desconocían el calendario, podían sumarse unas veinte familias con numerosos hijos. Eran los niños quienes menos sobrevivían por falta de medicamentos. Todos sus recursos para alguna dolencia, eran plantas selváticas o yuyos que alguno reconoció como curativo, muy lejanos a la ciencia moderna.
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LA VIDA ENTRE SELVA Y MONTAÑAS Los ancianos se habían convertido en hombres sabios y “doctores” o curanderos de la salud. Su sapiencia era limitada, ya que poco entendían de los libros encontrados en aquel prehistórico baúl. Fue la naturaleza misma, la vida sana y natural, quien los hizo más fuertes que toda lógica. El pueblo “Peor es nada” tenía un templo que también hacía de museo. En él se guardaba celósamente, todo lo que conservaran del lejano naufragio, incluído el baúl con sus numerosos libros. A través de los años, siempre hubo un guía anciano que orientaba al pueblo, reuniéndolos cada tantos días para brindarles algunas enseñanzas, como leer y escribir. Entre los habitantes se elegían a los más capaces para acceder a las escrituras, no así al resto, que debía escuchar y respetar las leyes de convivencia. En medio de una vida primitiva, tenían costumbres, muy distantes de los progresos del mundo actual. Entendían que era formar una familia y las demostraciones de amor o amistad. A su modo, vivían felices en reuniones donde con su lengua confusa, entonaban bellas canciones y compartían la risa junto a sus bromas.
La familia de Anskar (Oscar), era la más pequeña del pueblo. Anskar era un montañez rudo y vigoroso tostado por el sol, al igual que su esposa e hijo. Ella era muy bella con sus ojos celestes como el mismo cielo y sus cabellos color miel. Su nombre era Gentzane (Paz), y el hijo de ambos se llamaba Patirki (Patricio), que no tendría más de diez años, dato que ignoraban por carecer de calendarios. A Patirki los del pueblo lo habían apodado”Pincho”, porque desde pequeño acostumbraba a correr con el pinche de una planta tras los demás, buscando molestar con sus insólitos pinchazos. Siendo travieso y divertido, a pesar de sus arranque de siempre querer pinchar al que encontraba cerca, conquistaba a todos con sus ocurrencias. Él era un niño feliz junto a sus padres y amigos. Con su crecimiento dejó de molestar con su mala costumbre, pero no perdió el apodo entre los niños con quienes compartía sus juegos. Entre la cantidad de criaturas que habitaban el pueblo, Patirki tenía su propia pandilla, compuesta por tres varones y tres niñas. De los siete, sólo Ander aparentaba ser algo mayor.
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PATIRKI
Patirki era un niño muy especial. Travieso, aventurero, inquieto, divertido… Siempre se las ingeniaba para ser centro de atención, logrando hacer reir a carcajadas a sus amigos y también a sus padres que lo amaban mucho, así no pudieran dominar su espíritu payasesco. Para todos Patirki seguía siendo Pincho, ya sin los pinches que usaba siendo más chico para correr a los pequeños del pueblo. Era un niño feliz. No sabía que era llorar ni tener rabietas, la risa y los juegos eran su principal
modo de ser y en sus correrías, todos querían ser los primeros en jugar con él a viajar con su carrito de madera. Tristemente, su inocente alegría no duró mucho. Para Patirki la algaravía, sus travesuras, sus picardías… sucumbieron frente a una terrible noticia. Había estado ausente de su hogar visitando por varios días a sus abuelos, cuando, al regresar, los vecinos le impidieron entrar a su hogar. Sus padres habían contraído una extraña enfermedad… -¿Por qué me llevan a vuestra cabaña? – les preguntó a los padres de Ander y Kistobal, sus más íntimos amigos. -Mira pequeño… pasó algo mientras estuviste ausente… sentimos mucho tener que decirte qué… tus padres… murieron… – dijo la mujer. -¡Qué! ¿Mis padres murieron? – exclamó desconcertado. -Sí Patirki… les atacó una extraña enfermedad y por temor al contagio… los ancianos guías ordenaron prenderle fuego a la casa con ellos dentro cuando murieron… un vecino advirtió lo que pasaba y avisó que los vio por una ventana, estaban muertos pobrecitos… – le explicó Prantxes, padre de los niños Ander y Kistobal, que lloraban apretujados en un rincón. -¡No, no! ¡No quiero, es mentira! ¡Llévenme a mi cabaña!
¡Quiero abrazar a mis padres, quiero mis cosas!!! Prantxes tuvo que sujetarlo muy fuerte entre sus brazos ante el ataque de furia del niño. Su corta edad no le había dado tiempo a entender que la gente moría alguna vez… y menos sus padres…
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¿POR QUÉ HICIERON ESO? Después de muchos gritos, pataleos y llanto, Patirki fue cayendo en un profundo sueño. Los padres de sus amigos Ander y Kistobal, lo llevaron hasta uno de los cuartos de su casa, dejándolo descansar. -Mejor si no vio el incendio de su cabaña… – dijo Prantxes a su esposa, Errut, que abrazaba a sus hijos tan asustados como ella. -¿Por qué hicieron eso? – preguntó ofuscado Ander, el hermano mayor. -Hijo… esperemos que Pincho no se haya contagiado de sus padres… puede pasarle lo mismo y también a nosotros por asistirlo… – dijo el padre. -¡No por favor! – Exclamó Errut llorando. -¡Yo no quiero morir y que nos prendan fuego mami…! – Suplicó Kistobal. -¡No tenías que hablar delante de los niños Prantxes! – Le
reprochó su mujer. -Tranquilos todos… – continuó diciendo el hombre mirándolos a uno por uno, -no sabemos que enfermó a los padres de Patirki… veremos que pasa… -Por suerte Pincho no estaba en la casa… – agregó Errut, – esperemos que él no enferme… ¿qué dijo el anciano Marka? -Iba a revisar en los libros para ver si descubría que pudo matarlos… yo digo que tal vez algún bicho venenoso… – agregó sentándose junto a la mesa mientras sostenía su barbilla entre las manos pensativo. – Mientras tanto ordenó mucha limpieza en las cabañas y que todos vayamos a darnos un baño en el mar, dice que esas aguas curan todo. Los cuatro juntos hicieron aquello que el guía ordenara, para luego, con sus cestas cargadas de ropa limpia, dirigirse a la orilla del mar. Cada prenda que se quitaban iba directo a una hoguera que los lugareños habían encendido sobre la playa, mientras el pueblo entero se sumergía entre las olas para lavar alguna impureza, según sus costumbres. Fue repentino que alguno recordase a Patirki. -¿Qué hicieron con Pincho… dónde está?
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LA SENTENCIA
El alboroto fue descomunal. Toda la gente se volvió contra Prantxes y Errut pidiendo explicaciones. ¡Qué habían hecho
con Pincho! ¿Cómo no lo habían traído para su desinfección? -¡Hay que desterrar a ese niño! – Gritó uno. -¿Echarlo del pueblo…? ¿dejarlo abandonado en la selva montañesa…? – preguntó acongojada Errut. -¡Qué pretendes tú! – Intervino furioso otro. – ¡Quieres acaso que nos contagie la peste por la que murieron sus padres! ¡Largo con el Pincho ese! -Comprendan… no creo que esté enfermo… lo dejamos durmiendo rendido de tanto llorar por sus padres… es pequeño aún… -Por favor escuchen, – interrumpió Prantxes alterado más que su gente, – si lo desterramos en la selva Patirki morirá sin ayuda nuestra. -Es preferible… – ahora era el anciano guía quien tomaba la palabra. – Sería una muerte piadosa, ¿o prefieres que lo arrojemos a la hoguera? -¡Qué espanto! ¿Cómo se le ocurre? – preguntó todo el mundo azorado. -No tengo otra respuesta, no puede convivir entre nosotros con semejante antecedente. Tú y Errut se encargarán de darle una bolsa con alimentos y lo empujarán a seguir por el
sendero de la montaña prohibida, luego quemaremos vuestra cabaña y les haremos otra. Por supuesto tendrán que volver a purificarse en este mar para seguir con sus vidad. Está todo dicho. -¡Eso es muy cruel…! – protestó Errut. -¡Calla mujer! Si sobrevive regresará solito contigo… si no es así, morirá lejos y pasará el peligro a que nos exponemos. Esto es una fatalidad. -¿Fatalidad? ¿Qué significa esa palabra anciano? -Algo que sucedió sin poderlo evitar… ¡y basta de objeciones! ¡Todos a sus cabañas y ustedes dejen a sus hijos Ander y Kistobal en casa de Didaka! ¡Sus padres los cuidarán hasta que hallan cumplido con mis órdenes! ¡Hombres! ¡Todos a construir otra cabaña para ellos! – Consternados, cada cual obedeció al anciano guía con marcada pesadumbre.
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LAS VOCES DEL SUEÑO Mientras todo el pueblo debatía sobre el destino de Patirki, el niño dormía sumergido en intrincadas pesadillas. -”¡Hijo! ¡Hijo!” – Escuchó decir en sus sueños a sus padres, que parecían rondarle. – “No vuelvas a llorar hijo…” -Ma… mamá… – balbuceó queriendo despertar para abrazarla. -”Tranquilo pequeño… escucha…” – dijo su padre que parecía flotar junto a su mamá. – “No tengas miedo Patirki… ellos querrán desterrarte por temor al contagio de nuestra enfermedad… tú no estás enfermo hijito… vivirás… que no te asusten los bosques… camina… sigue… sigue… hallarás una caverna y un secreto… algo que yo sé…” -¿Qué…? ¿qué se… creto… pa… pá…? Fue inmediato que despertara como sofocado, confuso… estaba acostado en una pequeña cama que no era la suya y había escuchado hablar a sus padres… saltó del lecho y se encontró con los padres de sus amigos Ander y Kistobal que lo observaban con tristeza.
-¿Qué… qué me está pasando…? – les preguntó Patirki al ver sus rostros compungidos. Sin lograr evitarlo, Errut se echó a llorar. Prantxes la tomó en sus brazos controlando su propia angustia, aquello era demasiado para ellos. -Aléjate Errut… yo hablaré con él… deja a mano lo que llevará en su destierro… trataré de explicarle y luego le mostraré el camino, como ordenó el anciano guía. Patirki escuchó las palabras del padre de sus queridos amigos sin pestañar. Si no podía terminar de asumir lo sucedido a sus padres, menos entendía que quisieran dejarlo a la deriva en aquella selva, de la que sólo había escuchado relatos tenebrosos, teniendo prohibído internarse en aquellos lugares de la montaña. -Lo siento hijo… – dijo Prantxes. -¡No soy su hijo! ¡Si lo fuera no permitiría esto! ¡Yo no estoy enfermo! -No hables así… quédate varias lunas en el bosque y luego regresa, llevarás suficientes alimentos y agua… vamos yendo…
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SIN HOGAR Recordando las palabras de sus padres cuando dormía, Patirki se armó de coraje saliendo detrás del hombre. -Mis padres me hablaron mientras dormía… pero no voy a contarle qué me dijeron… -Está bien… tampoco me importa que soñaste… apresúrate antes que el anciano guía te arroje a la hoguera… -Malvados… – murmuró Patirki entristecido. Salió de la casa con su frente en alto. Un par de metros adelante caminaba Prantxes con gesto adusto, mientras el pueblo observaba desde lejos. El hombre cargó la bolsa con alimentos hasta llegar al sendero del bosque, pesaba demasiado para ese niño, preguntándose como se las arreglaría para subir entre la espesura la cuesta de la montaña prohibida. -Hasta acá llegó mi viaje… debes continuar solo… toma tu bolsa y trata de resistir, espero verte regresar entero… si yo no tuviese una familia te acompañaría, lo juro… -No jure y váyase…
Frente a la fría respuesta del niño, Prantxes giró sobre sus pasos alejándose con dolor. No entendía como pudieron ser tan inclementes con él, pero tampoco tuvieron piedad en dejarlo sin su propio hogar. Una nueva cabaña sería como volver a empezar, pero el mal no era tan grande como el que debería sufrir el pobre Patirki. Caminó unos metros y no pudo contener el deseo de volverse a mirar al pequeño. Extrañado, advirtió que ya había desaparecido. Se encogió de hombros pensando en consolar a Errut y sus hijos cuando llegara al pueblo. Hacia el lado opuesto, Patirki caminaba entre la espesura del bosque sin saber que hacer. Miró la bolsa repleta de alimentos y un jarro con agua, pensando para cuantos días tendría con que subsistir. Se sintió oprimido entre aquellos árboles inmensos que parecían querer aplastarlo. Estaba en un mundo desconocido… ¿Qué camino seguir si no había ninguno…? Un nuevo sollozo brotó de su pecho… – Mamá… papá… ¿por qué…?
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EL BOSQUE
Árboles y más árboles… ese era el bosque de la montaña prohibida que divisaban a lo lejos desde el pueblo. ¿Qué hacer? ¿Hacia dónde ir…? Ya había caminado un largo trecho y todo era igual… murmullos extraños, cantos de pájaros escondidos a lo alto… silencios sospechosos… -¿Si me quedo aquí y espero…? – se dijo Patirki queriendo escucharse a sí mismo. -¿Por qué nos quemaron la cabaña papá… mamá…? ¿Por qué no me hablan ahora? ¿Qué caverna debo encontrar…? Un grito poderoso de rabia y soledad brotó de su garganta.
¡No podían haberle hecho eso! ¡Él no estaba enfermo y en ese mundo fantasmal del bosque seguro que moriría! -¡Pinchooooo!!! -¡Piiiiinchooooo!!! ¿De dónde salían esas voces gritando su nombre…? ¿Acaso estaba ya volviéndose loco de tanta soledad? Sus preguntas lo arrojaron contra la aspereza del suelo pataleando contra la tierra misma… y volvió a escuchar… él conocía esas voces… ¡no podía ser!¡Esas eran las voces de su pandilla! -¡Aquiiiiií! ¡Aquí estoy!!!! – Gritó saltando de alegría, sin poder creer que sus amigos le habían seguido. Sorprendido los vio aparecer entre los árboles, eran ellos, sus amigos de siempre, los hermanos Ander y Kistobal, su primo Didaka, ¡también las niñas!!! Nekane, Usoa y Edurne, que no se hicieron esperar para correr y abrazarlo. Los siete habían compartido juegos y correrías desde pequeños, sellando una amistad inamovible, contagiados de la gracia y picardías de Patirki, que les alegraba la vida. -¿Cómo me encontraron? – les preguntó feliz de verlos. -¿Qué te parece? ¿Sómos tontos nosotros? ¡jajajajá! Cuando escuchamos a los del pueblo no perdimos tiempo y armamos nuestros bolsos, ¿los ves? seguimos de cerca a mi papá, –
dijo Ander, – por suerte no nos vio pero también tú desapareciste. ¡Eres una liebre hermano! ¡Fue un milagro encontrarte cuando gritaste! ¡Nadie podrá separarnos! -¡Estaremos a tu lado hasta la muerte! – Exclamaron todos revolcándose junto a él sobre el suelo agreste…
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¿MONSTRUOS EN EL BOSQUE?
Por un momento los miró serio. ¿No temían que estuviese enfermo realmente? -¿Y si los contagio…? -¡Lo que vas a contagiarnos son las ganas de divertirnos Pincho! – Exclamó Edurne, una niña tan bonita como las otras dos, que volvieron a llenarle el rostro de besos.
-¡Bueno, basta! – Ordenó Ander el mayor de todos,- lo van a matar con tanto besuqueo, pongamos orden Pincho, ¿qué se te ocurre que hagamos? ¿una carpa? trajimos de todo… -Sí, sí… también ropa, mantas… lo pasaremos bien y vamos a divertirnos por varias lunas. – Agregó Nekane. -Seguro… y luego regresamos al pueblo para que nos muelan a palos, ¿verdad? a ustedes ya deben andar buscándolos, ¡qué lío armaron! -Y bueno… que sufran por lo que te hicieron a ti, ya verán que se siente, – dijo Didaka, un niño pecoso y pelo rojizo. -¿De verdad no tienen miedo a dormir en el bosque? yo escuché decir que hay monstruos… – comentó Pincho. -¿Moooonstruoooos? – preguntaron a coro las niñas apretujándose entre ellas. Al observar sus rostros desncajados, los cuatro varones se echaron a reír sin parar, olvidando por completo el motivo por el cual estaban ahí. Verlas enfadadas hizo que Didaka pusiera más suspenso a la oscuridad que se cernía sobre el bosque diciendo: -¡Bah! Tanto como monstruos no… algunos animales salvajes, osos, pumas, leones, víboras… -¡Peor! ¿Te parece menos peligroso? – preguntó Usoa
temblequeando. -Yo digo que acampemos acá, ya caminamos bastante. Encendemos una pequeña fogata, ahuyentamos a los animales si es que hay, y comemos algo, ¡tengo un hambre! Juntos pusieron manos a la obra hasta culminar con sus minutas por cena.
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PINCHO CUENTA SU SUEÑO Sentados sobre sus mantas comieron algo de lo que tenían, alternando con recuerdos de sus travesuras vividas en el pueblo, “Peor es nada” Muchas de sus carcajadas poblaron el bosque, apenas iluminado por la pequeña hoguera encendida por los varones. Las niñas corretearon entre los árboles cercanos, jugando a ser los “monstruos” que hasta el momento, no habían aparecido. Fue Ander quien descubrió que Patirki andaba cabizbajo. -¿Qué te pasa Pincho? – le preguntó. -¿Qué me pasa…? Recuerdo a mis papás… me siento triste… -Sabes cuanto nos duele también… pero al fin vinimos para acompañarte… estamos contigo, ¿no? -Sí Ander… gracias… yo… voy a contarles algo y espero me crean… cuando dormí en tu cabaña soñé con ellos… me hablaron…
-¿Soñaste? todos soñamos casi siempre… ¿quieres contarnos tu sueño? – respondió el amigo, mientras los otros se disponían a escucharlo. -Estaban junto a la cama… parecían flotar… mamá dijo que yo no estaba enfermo y papá… que me echarían del pueblo…ya lo vieron, así fue… mi papá me aconsejaba no tener miedo al bosque… que siga y siga hasta encontrar la caverna con su secreto… -¿Lo dices de verdad? – preguntó Nekane con ojos desorbitados. -Yo no les mentiría… fue un sueño o tal vez quisieron avisarme sobre algo… -¡Listo! ¡Ya tenemos tarea para mañana cuando salga el sol! ¡A buscar la caverna de Pincho! ¡Jajajaja! ¡Jugaremos a eso, descubrir el secreto de la caverna encantada! ¡Jajajaja! La risa contagiosa de Ander se transmitió al resto de los niños qué, al fin, cayeron rendidos por la caminata y el sueño. Un farolito que le habían entregado a Patirki antes del destierro, iluminaba apenas sus cuerpos acurrucados entre mantas y pasto.
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LA EXTRAÑA LUZ
Muy juntos uno del otro, los siete niños dormían profundamente. No les inmutaba el lugar solitario y oscuro, muchas veces habían andado de correrías por otra montaña. A las perdidas, un aullido extraño hacía eco entre la espesura del bosque, acompañando el ulular del viento entre las copas de los pinos y otras especies. Dormían tapados hasta la cabeza entre sus mantas, que los aislaban del mundo que los rodeaba. Como una ráfaga, los amigos sintieron que una mano fría los destapaba, despertando sin entender. Todo era oscuridad… el fuego ya se había convertido en cenizas… el farol que le habían entregado a Patirki antes del destierro, apenas alumbraba…
-¿Qué… qué pasa…? – preguntaron los niños volviendo a la realidad. -No sé… yo sentí mucho frío de pronto… – dijo Ander, a lo que todos comentaron haber tenido la misma sensación. Así estaban, algo desorientados, cuando dos esferas luminosas surgieron entre la espesura del bosque. Paralizados por la sorpresa y el miedo, se quedaron viendo algo increíble. Un hombre y una mujer los observaban sonrientes entre la arboleda, sosteniendo en sus manos ambas esferas luminosas… -¡Miren… son mis padres! – Exclamó Patirki conmovido. -”No teman pequeños… quédense donde están y escuchen…” – dijo Anskar, padre de Patirki. – “Cuando amanezca sigan caminando hacia arriba y a la izquierda… con atención hallarán una caverna en la zona rocosa… es mi secreto… yo lo descubrí cierta vez, pero no quise comentarlo en el pueblo… ahora… con lo que sucedió… debo ayudarlos a ustedes porque… se encontrarán con otro mundo… tendrán que elegir entre quedarse en él o regresar al pueblo… sean prudentes porque hay muchos peligros…” Cuando los niños reaccionaron de su impavidez, no podían pronunciar palabra. Patirki quiso correr al encuentro con sus padres, cuando la mano de Ander lo retuvo. Aquellos fantasmas y la extraña luz habían desaparecido.
-¿Todos vieron lo mismo? – preguntó a sus amigos que, entre las sombras, apenas si murmuraron su asombro. – Tratemos de volver a dormir… cuando salga el sol veremos que hacer…
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DESAYUNO CON PESADILLAS Apenas despuntaba el sol cuando los amigos comenzaron a despertar. Con el farolito en su mano, Nekane corrió unos pasos junto a Patirki oradando el bosque. -No están… – dijo la niña. -¿Reconoces que los vimos anoche? -Bueno… tal vez fue una pesadilla general… el hechizo del bosque… ¿qué opinas tú? -Eran mis padres… nos dejaron un mensaje, el mismo que escuché en casa de Ander cuando yo dormía… mira, ellos nos están buscando. ¡Aquí estamos! – Fue la respuesta del niño corriendo con Nekane a su encuentro. -¿Qué estamos haciendo acá? – preguntó Edurne restregando sus lindos ojos azules. -¡Uaaaaa! – bostezó Usoa, la otra niña, – no sé… ¡uf! anoche tuve una pesadilla… ¡qué susto me di!
No terminaba con su comentario, cuando todos se sumaron relatando lo mismo. No era una coinsidencia casual, era aquello que Pincho ya les había relatado, la aparición de sus padres y el mensaje sobre una caverna. -¿Vieron que yo no miento? – se apresuró en justificarse el niño, – ¿qué quieren hacer? -Primero volver a encender el fuego, todavía quedan brazas, nos preparamos el desayuno y de paso nos organizamos, – dijo Ander poniendo manos a la obra. Todos se prestaron a colaborar, mientras sus comentarios giraban siempre sobre lo mismo, la aparición de aquellos fantasmas en medio de la noche y si encontrarían al fin, la dichosa caverna. Terminado el desayuno apagaron el fuego, acomodaron sus enseres y resolvieron seguir camino. “Hacia arriba y a la izquierda…” les había indicado el padre de Pincho. Tomados de la mano emprendieron el viaje para encontrar la caverna y su secreto…
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TREPAR LA MONTAÑA Después de abrirse paso entre malezas y árboles compactos cambió el paisaje. Las quejas de las niñas por los raspones recibidos taladraban los oídos de los niños, que ya no podían volverse atrás. Al frente, el pico de la montaña se erguía llamándolos… a lo lejos, la otra montaña del pueblo se empequeñecía, tan lejana estaba… El bosque quedaba atrás… las rocas mostraban lo dificultoso del ascenso… no había un sendero, un camino marcado que seguir. Los siete amigos tendrían que trepar aferrándose a cada saliente con el peligro de rodar y quedar maltrechos al pie de la montaña. -¿Qué hacemos…? esto no me gusta nada y se viene la noche Pincho. -Tenemos que acampar… espero no estemos perdidos… caminamos todo el día Ander. Mira, las niñas están maltrechas pobrecitas… -Sí, sí, mejor acampemos, yo tengo hambre, – dijo Didaka, el pequeño pelirrojo. -Yo también, – agregó Usoa qué, haciéndole honor a su
nombre, no dejaba de agitar sus brazos como una paloma. -Bueno, creo que todos estamos cansados y tenemos hambre, preparemos un refugio antes que caigan las estrellas sobre nosotros. -Tienes razón Pincho, que las chicas preparen de comer… – dijo Ander. -¡Siempre dando órdenes tú! ¿Quién crees que eres? -¡Cállate Nekane! Si sigues quejosa vamos a dejarte abandonada entre estas rocas, ¿entendiste? -¡No, no… qué malo eres Ander! – Protestó lloriqueando la niña, mientras sus amigas la abrazaban. – ¡Siempre lo mismo con él, para qué habré venido! -No es para ponerse a pelear justo ahora… ya está y tendremos que aguantarnos. – Aconsejó Edurne, la más calladita, mientras Patirki observaba la montaña, buscando encontrar la ansiada caverna.
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LA CAVERNA
Mientras Ander se alteraba con las niñas, Patirki observaba la inmensa montaña. Nunca había estado en un lugar como ese. Rocas y maleza escalando hacia la cima, sin saber donde terminaría ni a qué los podía llevar. -¿Cual será el misterioso secreto? – le preguntó a su amigo Kistobal. -Ni se me ocurre… si no lo sabes tú… mira, mira Pincho…
aquello… ¿no te parece la entrada de una cueva? -Tienes razón Kistobal, tal vez sea la caverna que estamos buscando. ¡Ander! ¡Chicos! ¡Vengan y miren! ¿Ven aquel agujero? Creo que es una caverna… ¿lo ven…? ¡Vamos, junten todo y sigamos hasta ahí! Tenemos que llegar antes que caiga la noche… -Mientras no nos caigamos nosotros de esta maldita montaña… – protestó Nekane contrariada por tanto esfuerzo en trepar. Dejando la cena para después, cargaron todo más ramas secas juntadas para el fuego. La bruma del anochecer los vio llegar… -¡Sí, sí, es la caverna! – gritó jubiloso Didaka. -Me da miedo Pincho… – murmuró Usoa, – ¿acá se nos puede caer una estrella sobre la cabeza como dijiste antes? -No seas miedosa Usoa, las estrellas viven en el cielo… ven… siéntate a mi lado y mira que lindo vemos hacia arriba y hacia abajo… -Te escuché sabiondo – intervino Nekane, – afuera te parecerá muy lindo pero esto… ¡qué oscuridad! ¿Habrán fantasmas por aquí…?
-¿Como los del bosque? – preguntó Edurne temblorosa. -Si se aparecen mis padres van a cuidarnos… pero no hablen más sobre eso y armemos todo para pasar la noche, siempre seguiremos buscando cuando salga el día. Al menos estamos bajo techo. – Dijo Patirki mientras las tres niñas lo abrazaban. -¡Cómo lo quieren las tontitas! – Exclamó celoso Ander al ver a su amigo rodeado por las niñas. -¡Calla de una vez y enciende un poco de fuego protestón! – le gritaron sin parar de reir.
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CORRIENDO RIESGOS Aquella noche no hubo sueños ni pesadillas, tan grande era el cansancio de los niños… el amanecer los volvió a la realidad, estaban desconcertados… Usoa fue la primera en echarse a llorar con desconsuelo pidiendo regresar con su mamá. También lo hicieron Edurne y Didaka, mientras que Nekane se esforzaba en demostrar coraje. -¡Basta de llantos y querer hablar todos juntos a la vez! – Ordenó Ander, ya constituído en el jefe del grupo por sus modos autoritarios. – ¡Habla tú Pincho, al fin eres el que nos trajo hasta aquí! ¡Yo no veo nada raro más que roca! -Si mis padres dijeron que en la caverna encontraría un secreto, habrá que buscarlo… si no quieren seguirme vuélvanse a “Peor es nada”, seguro que en el pueblo los recibirán jubilosos… -O nos molerán a palos por escapar detrás de ti… – dijo Usoa volviendo a llorar desesperada, mientras las otras dos niñas trataban de calmarla. -Al fin mejor nos dicen qué haremos aquí… en algún
momento se acabará la comida y … tendremos que comer bichos… -¡Basta Nekane! ¡Niñas miedosas! -Yo no soy miedosa Ander, bien que lo sabes y termina con tus gritos. -Entonces hazme el favor de callarte, ustedes paren de llorar… ¿dónde se metió Pincho? ¡Pinchoooooo! – gritó Ander y su voz se repitió en un extraño eco por la caverna. -¡Aquí estoy! Carguen todo que encontré un tunel, miren… – con su farol en la mano Patirki alumbró un sendero subterráneo muy oscuro, que parecía no tener fin. A los costados, en el suelo y por techo, las rocosidades parecían monstruos dispuestos a devorarlos. Con Ander a su lado y el resto de los niños caminando muertos de miedo detrás, emprendieron un largo camino, hasta que el aire comenzó a faltarles.
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DERRUMBE
Patirki miró a sus amigos muy preocupado. Parecían estar muriéndose sin dar un paso más y él no quería que algo malo les sucediera. Nos falta el aire Pincho, – dijo Ander sintiendo que sus fuerzas flaqueaban. -Si están cansados mejor nos detenemos, ¡tengo que encontrar una salida!
Haciendo un esfuerzo desmedido Patirki intentó seguir, aun sintiendo que ya no podía respirar. Fue entonces que se produjo un terrible estruendo en la montaña. Aturdido abrió sus ojos. En medio de la polvareda y piedras que continuaban cayendo, un espacio enorme se abrió frente a él mostrando otro paisaje. No lo podía creer… a poca distancia otra vez el mar besaba las playas con sus olas… -¡Estamos salvados amigos! ¡Vengan! ¡Vengan a ver! Grande fue la sorpresa cuando se volvió para verlos, ¿dónde estaban? Una gran piedra proveniente del derrumbe había cerrado el paso a sus espaldas. Detrás habían quedado sus amigos Ander, Kistobal, Didaka, Nekane, Usoa y Edurne… Primero fue asombro… después angustia… Superando el asombro y su angustia volvió la calma natural en Patirki. Observó la gran piedra. Podía treparse para ver detrás. Jamás creería que sus amigos hubiesen sido aplastados por aquel derrumbe… Con fuerzas desconocidas por él mismo, trepó hasta alcanzar un espacio que surgía entre la roca. -¡Aaaaandeeer! – gritó una y otra vez, hasta que lo escuchó como en un susurro. -Pinchoooo… ¿dón… de… dónde estás…? No se ve nada… aquí… ¿qué pasó? -¡Mira hacia arriba Ander! ¡Arriba de esta piedra! – le
ordenó escuchando el llanto de todos los niños. ¡Al menos estaban vivos! -¿Cómo llegaste hasta allá? ¡Sácanos de aquí maldito! -¡Cálmate Ander, voy a alumbrarlos con mi farol y trata de trepar y que te sigan los otros! ¡Hubo un derrumbe y quedé afuera! ¿ves el cielo desde ahí? desde acá veo el mar… -¡Será mejor que nos mires a nosotros retonto! – Protestó el niño procurando que todos hicieran el último esfuerzo, para salir de la caverna.
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LIBERADOS
Alterado por los berrinches de sus amigos, Ander no paraba de gritar groserías. Su paciencia estaba al límite mientras el miedo de los niños aumentaba. -¡Dejen de gritar y suban! – Les pidió Patirki escuchando los lamentos y grescas entre sus amigos, que con grandes esfuerzos, fueron asomando por la grieta desde donde el niño los ayudaba a salir. Cuando todos estuvieron fuera de la montaña, el aspecto de los amigos era deplorable. Sucios, con sus ropas destrozadas, hambrientos… y sin comida. Ninguno se dirigía la palabra permaneciendo tirados sobre la playa como muñecos rotos. Fue Patirki quien los llamó a la realidad… -¡Está bien! ¡Todo fue por mi culpa pero ya está! ¡No se hagan los muertos y mejor conversemos en qué hacer! ¿Acaso preferían quedar dentro de la caverna? ¿No es mejor estar aquí bajo el cielo y cerca del mar…? -¿Esperas que bailemos de alegría? – le preguntó Ander afónico de tanto gritar. – ¿Te das cuenta que no tenemos qué comer? Mira como estamos… lastimados, sin mantas ni ropa para cambiarnos… perdimos nuestros bolsos en la maldita caverna hermano… -Deja de maldecir Ander, desde acá veo un monte y buscaremos como armar una carpa, tal vez frutas, y si nos
bañamos en el mar quedaremos como nuevos. Dejemos que las niñas descansen y vayamos los hombres… -¿Hombres…? – preguntó Didaka el pelirrojo más pequeño. -¡Está bien… somos niños! Con todo lo que pasamos se nos pasó el tiempo de jugar a los exploradores, vayamos para tratar al menos, salvarnos de esto. Haremos como los primeros que llegaron a nuestro pueblo hace siglos, ¿olvidaste lo que narraba el guía Marka? Este será el pueblo ¡Peor es nada dos! Si no quieres ayudarnos… ¡vete a bañar Didaka! Así comenzaron a movilizarse siete niños perdidos en algún lugar ignoto del mundo… pero algo más insólito estaba por suceder… algo que cambiaría sus vidas para siempre, porque…
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EL NAVEGANTE SOLITARIO
Igor llevaba meses recorriendo los mares del mundo en su pequeĂąo barco a vela. Era un marino experto en las lides del mar, sobrellevando con fortaleza todos los contratiempos que encontraba en su largo viaje. Sus desafĂos eran verdaderas proezas, festejadas por los pueblos de las
grandes ciudades, como el apodo con que lo trataban, “El marino sin miedo,” o, “El navegante solitario.” Acostumbraba narrar poco sobre sus aventuras en el mar, cuando lo hacía, solía decir que había nacido pez y un mago lo convirtió en hombre, por lo tanto, navegar solitario era lo más importante en su vida. Siempre llegaba donde poder abastecerse, tanto conocía al mundo. Aquella tarde, observando el horizonte con su catalejo, divisó la playa, la montaña y siete pequeñas figuras agitando sus brazos. Sin dudarlo ancló su nave y descendió en un bote para arribar a la orilla. Aquel lugar no figuraba en sus mapas y no lograba entender, como tantas criaturas se encontraban en aquel páramo desierto. Igor era un hombre fornido, curtido por los aires del mar, de ojos oscuros y barba algo larga. Remó con energía hasta la playa, donde realmente siete hermosos niños gritaban de alegría. -¿Qué hacen aquí? – les preguntó en varios idiomas, ya que los niños no parecían entenderlo. – ¿Están perdidos? ¿Qué pasa con sus familias? Toda conversación era inútil, Igor no entendía el idioma de los niños y ellos tampoco a él. Les señaló una carpa que estaban construyendo con ramas, y supuso que venían de algún naufragio… pero no había rastro alguno de que así
fuera. Sentía sus manos tocando las suyas en un clamor desesperado. Vio sus ojos azules cuajados de lágrimas y no lo dudó más, los llevaría con él. Ya Ander y Patirki corrían hacia el bote, cuando animó al resto de los niños a que subieran. Con un envión de sus rudos brazos, la pequeña lancha comenzó a adentrarse en el mar. Igor remó con todas sus fuerzas…
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IGOR
Con las pocas fuerzas que les quedaban, los niños llegaron felices a la nave del rudo marino. El hombre los observó cuando al subirlos, se echaron sobre el piso haciendo señas que pudo comprender, tenían hambre. Amarrando el bote pequeño a la nave, fue directo a su alacena buscando cuanto alimento pudieran consumir los niños, que devoraron con ansiedad. Luego, ya satisfechos, le hicieron gestos de gratitud acompañados de palabras que Igor no entendía. Desanimado por no lograr información sobre qué les había
sucedido, los hizo pasar a uno de los camarotes ofreciéndoles mantas para abrigarse y descansar. Igor se dispuso a levar anclas para encarar al puerto más cercano. Por un segundo se volvió a observar la isla de donde rescatara a los niños… había desaparecido tragada por el mar… -No lo puedo creer… de no haber llegado yo y descubrirlos estarían muertos… ¿qué pudo suceder…? – murmuró como hablando con el mismo mar. Patirki y sus amigos despertaron con el vaivén del barquito. Apenas si entendían qué había sucedido. Cuando vieron a Igor parado en la entrada del camarote, con su figura adusta, de mirada penetrante y musculoso cuerpo, pensaron que sería un monstruo surgido del mar. El hombre les hablaba, hablaba y hablaba… no lograban entenderlo. Luego dijo: “Yo Igor”, señalándose el pecho, y entre ellos se preguntaron si ese sería su nombre. Cada uno lo imitó y así se presentaron, con señales y palabras que ya no eran necesarias. Igor continuó alimentándolos feliz de llegar a un puerto de los tantos que hay en el mundo. Para desembarcarlos tuvo que dar mil explicaciones, nadie entendía a los niños, hasta que se resolvió enviarlos a un instituto de menores en averiguación de datos.
Muy rápido para el gusto de los niños, fueron separados. Cada uno de ellos fue puesto a cargo de familias sustitutas entre terribles llantos. Eran pequeños aún, necesitaban una identidad y un hogar. Alimentarse y estudiar… A pesar de los primeros descosuelos, las familias conquistaron sus corazones, manteniendo un acercamiento reglamentario para aquellos desconocidos, que decían llamarse de forma extraña para ese país. Al aprender el nuevo idioma, los niños del pueblo “Peor es nada” pudieron relatar sus historias, poco creíbles para sus nuevos parientes. Y pasaron los años…
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Y PASARON LOS Aテ前S...
La vida de aquellos niños se volvió placentera en los encuentros. Habían logrado hacerse adultos educados y afectuosos entre sí y con las familias que les tocara en suerte. Hasta el adusto Igor solía reunirlos al regreso de sus correrías por el mar… Entre Patirki y Ander la amistad fue un ejemplo de cordialidad, de hecho, solían verse a diario, ya que compartían más cosas en común que con sus otros amigos. -¿Recuerdas nuestro pasado Ander…? – le preguntó Patirki a su amigo, cierto día en que descansaban en el patio de la casa donde vivían, respirando el aire denso de la gran ciudad. -¿Qué te parece…? Fuimos tan felices… tú no dejabas de hacernos matar de risa Pincho… teníamos tanto aire puro, aquella playa… nuestros queridos padres… ¿qué habrá sido de ellos? -Sí, sí… de los míos mejor no hablar pobrecitos… fíjate, mi padre me señaló la caverna y su gran secreto… ¿te das cuenta? de algún modo él sabía que cruzando aquella montaña a través de la caverna, encontraríamos un mundo civilizado… -Tal vez quiso salvarnos de la ecatombe, recuerda que Igor lo dijo hasta el cansancio, aquella isla fue tragada por el
mar… un misterio que nos descubriera en la playa cuando estábamos por morir, le debemos la vida… -Dicen que nunca existió un pueblo en una isla llamado “Peor es nada” Ander, mejor callar antes que nos tomen por locos… los otros están de acuerdo, será nuestro secreto para siempre. -Tenemos que prepararnos para la fiesta en casa de Didaka, creo que él y Usoa… andan en amores. Lástima que Nekane es tan protestona sinó… -¡Vámos hermano, anímate! Formarían una linda pareja. Bueno, Edurne eligió por su lado y quedamos vacantes Kistobal y yo… ¡jajajaja! ¡Al menos tengo amigos! ¡Peor es nada!
FIN 21
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