TOPÓNIMOS Y APELLIDOS ANCESTRALES DE LOS PAÍSES DE LA HISPANIDAD
Gonzalo Mateo SanzJaca, 2020
Topónimos y apellidos ancestrales de los países de la hispanidad Monografías de Toponimia Ibérica, nº 3
© Textos: Gonzalo Mateo Sanz
© Edición: José Luis Benito Alonso (Jolube Consultor Botánico y Editor, Jaca, Huesca) — www.jolube.es
Mapa de portada modificado a partir de la cartografía publicada en d-maps.com Ilustración del interior: Juanjo Tornero, transcripción del grupo escultórico de Porcuna
Primera edición: junio de 2020
ISBN: 978-84-121656-2-3 — eISBN: 978-84-121656-4-7
Depósito Legal: HU-091-2020
Edita: José Luis Benito Alonso (Jolube Consultor Botánico y Editor, Jaca, Huesca) www.jolube.es
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6.3.1. Topónimos compartidos a dos por continentes ..............................................................................................288 6.3.2. Topónimos compartidos a tres o a cuatro ................ ..........................291 6.4. Topónimos que aparecen en cinco países o más ............. .........................292 6.5. Topónimos aparentemente fuera de lugar .................................................................................................................292 6.6. Efecto tropical o chacachaca ................293 6.7. Efecto argentino o vaca perdida .........294 6.8. Efecto español o de santoral forzado 295 6.9. Efecto humorístico o chicachata .....................................................................................................................................295
1. INTRODUCCIÓN
1.1. Reflexiones previas
Tras un doctorado en Biología (especialidad de Botánica, ver MATEO, 1983) y una larga trayectoria dedicada al estudio de la flora ibérica, particularmente de la Cordillera Ibérica (véase MATEO, 1990; SEGURA, MATEO & BENITO (2000), MATEO, 2008; MATEO, CRESPO & LAGUNA, 2011-2015 o MATEO, 2013), no es tan raro pasar a dedicarse a la toponimia y lengua ibéricas. Bien es verdad que la faceta científica la hemos compaginado con algunos guiños humanísticos, en obras de cariz histórico (MATEO, 1996), linguísitico (MATEO, 2016) e incluso de ensayo socio-político (MATEO, PARRA & MENDOZA, 2012).
La presente obra es una continuación en cuanto a objetivos y metodología de trabajo, de nuestras dos reciente obras anteriores Topónimos y apellidos españoles de origen ibérico o pre-latino (2019) y Toponimia comparada española e internacional interpretable sobre raíces ibéricas (2020), por lo que mucho de lo que quisiéramos comentar en esta introducción está en ellas escrito y no creemos necesario repetirlo.
Sí queremos detenernos de nuevo en las fuentes empleadas. El trabajo que aquí presentamos no podría haberse llevado a cabo sin un apoyo esencial: la publicación del ADN del euskera (GOITIA, 2018) y el Diccionario ibérico-euskera-castellano (ARNÁIZ & ALONSO, 2012), junto con los que ofrece la interesante obra enciclopédica de GOITIA (2017-2018) y los datos que se presentan en otros trabajos sobre el lenguaje y toponimia ibéricos (ARNÁIZ, MARTÍNEZ & ALONSO, 2002; MASCARAY, 2002, 2004 y 2019; MIRA, 2007; ARNÁIZ, 2013 y 2015; JIMÉNEZ HUERTAS, 2013; etc.) y del euskera (ELEIZALDE, 1922-33; GOIKOETXEA, 1984; M.C. & J.M. ETXEBARRÍA, 1986; GARCÍA-BERLAGOA, 1988; GOITIA, 2014; etc.).
Nuestra idea es completar con ésta una primera trilogía que relacione nuestro presente con nuestro pasado e intente rescatar todo lo que de éste se pueda aplicar a aquél. Por eso seguimos recordando la apostilla con la que comenzamos, y que no vamos a dejar de repetir, de que (con los matices que se quiera): los iberos seguimos aquí.
1.2. La toponimia como vía para conocer a nuestros antepasados
En la introducción de la obra De Ribagorza a Tartesos (MASCARAY, 2002), se cita a diversas autoridades lingüísticas del ámbito académico que aseguran que los topónimos y antropónimos no tienen ningún significado, carecen de intención, solo podemos fijarnos en los sonidos, no es posible intentar llegar a descubrir lo que se esconde tras ellos. Afirmación de extraordinaria gravedad a la hora de enfocar estos asuntos. Queremos señalar que nos unimos a la idea que propone este autor, de que los topónimos y antropónimos tienen siempre un significado en su lengua originaria (en todas), y además en la de que no es muy complicado hallar el hilo conductor para ir encontrándolo.
Saber el significado nos habla de muchas cosas. Son muchos los aspectos del medio natural, de sus actividades laborales, de su organización social, etc. (ver los términos de diccionario que figuran en negrita en el listado general de esta obra) que intervienen en estos topónimos. No se dedican a repetir una docena de términos base (ciudad, casa, río, montaña, etc.) sino que en cada país se pueden rastrear más de mil elementos raíz (unos comunes a casi todos los países y otros sólo presentes en grupos de países cercanos), con los que se puede entrever que nuestros remotos antepasados disponían de una gran riqueza de matices en sus lenguas, que ya se rastrea por todo el período Neolítico, siendo inevitable pensar que la cosa ya venía de mucho más atrás.
No podemos por menos que traer de nuevo a colación la contundente cita de J. GOITIA (2014), que en su trabajo Toponimia ibérica defiende varias tesis muy importantes (cuya esencia subrayamos), que suscribimos totalmente y que nos estimuló a abordar los arduos trabajos necesarios para preparar esta obra: Esta comunicación es un resumen de unos cuantos hechos cada vez más evidentes; uno, que la toponimia es muy reacia a los cambios fonológicos; que los nombres de lugares cambian muy poco. Otro, que una gran cantidad de los topónimos de España y Portugal, nombres aparentemente absurdos que se repiten aquí y allá, fueron establecidos por unos habitantes que comprendían su significado, que el idioma en que se bautizaron era parecido al Euskera y que se han hecho muchos avances en la recuperación de raíces de esta lengua, con lo que algunos nombres están siendo descifrados […] las élites decidieron la edificación de la futura ciencia sobre unos
principios tan arbitrarios como clasistas y obsesivos (se partía de que todo avance en civilización arrancaba únicamente del mundo helenístico y del imperio romano) y consiguieron condicionar a los estudiosos de los casi dos milenios posteriores, de tal manera que para generaciones enteras de eruditos, no había habido mundo civilizado, organización humana ni abstracción e ingenio en el mundo anterior. De nuevo tenemos que señalar lo acertado y oportuno de esas reflexiones, pues como se deduce de su reciente Diccionario etimológico crítico del castellano, “con hechos se prueba su sabio razonar”, como diría el Arcipreste de Hita.
1.3. ¿Por qué ancestrales?
En la obra primera titulábamos Topónimos y apellidos españoles de de origen ibérico o prelatino, queriendo aludir a eso mismo que esta obra, de modo más simple, preferimos llamar ancestrales. Lo ancestral en España y Portugal es lo ibérico o vasco-ibérico, que los expertos suelen aludir indirectamente como “pre-latino” o “pre-indoeuropeo”. Naturalmente al pasar a otros continentes la utilización de estos términos resulta inconveniente o fuera de lugar y tenemos que utilizar un epíteto genérico que sugiera la misma idea de antigüedad sin alusiones a los ámbitos vasco o ibérico. Pero el diccionario de partida sigue siendo el mismo, por lo que de algún modo podríamos seguir hablando de topónimos y apellidos vasco-ibéricos, o mejor interpretables sobre raíces ibéricas o vasco-ibéricas (fórmula empleada en el título la obra segunda). Eso quiere decir que fuera del ámbito ibérico (España y Portugal) no vamos a analizar la toponimia ancestral en general, sino sólo la que tiene sentido sobre estas raíces. Si aplicándolas no saliera nada tangible, o sólo algunas meras coincidencias casuales, habríamos dejado de lado esta línea de investigación. Pero, como ya señalábamos en la citada segunda obra, constatamos que no es así. Tanto en el ámbito hispano (aquí seleccionado), como en Extremo Oriente, países árabes, América, Europa, Oceanía, etc.; se detectan muchos elementos fácilmente interpretables sobre estas raíces, naturalmente junto a muchos otros que no, dadas otras influencias “ancestrales” en esas zonas ausentes en el ámbito ibérico.
En resumen, que el uso aquí del calificativo de ancestrales, no supone necesariamente que se hayan originado en tiempos remotos, sino que se basan en raíces remotas, algunas persistentes en las lenguas modernas y otras no; también supone una referencia aparentemente eurocéntrica, ya que no hemos usado los diccionarios de las lenguas nativas de otros pueblos para obtener el sentido de sus topónimos sino solamente el vasco-ibérico. Pero, si ‒al final‒ con este diccionario podemos interpretar miles de topónimos de los cinco continentes, en teoría se podría abordar el camino inverso: desde las lenguas ancestrales americanas, asiáticas o africanas tratar de interpretar igualmente la toponimia de los restantes continentes. Cada uno parte de lo que conoce y tiene a mano. Lejos de nosotros la tan manida “prepotencia” europea, pues entendemos que Europa no es más que una península del gran continente asiático y no el centro del Universo.
1.4. ¿Por qué involucrar aquí a la hispanidad?
Mientras preparábamos la obra anterior ya citada, sobre toponimia internacional relacionable con la ibérica, nos aparecieron infinidad de términos iguales o muy semejantes a los que conocíamos en España, pero en los más variados países del mundo. Entre ellos vimos que los países hispanoamericanos ocupaban un destacado lugar, pero ante el inabordable reto de incluir la toponimia de todos los países hicimos una selección de unos cuantos por cada una de las grandes regiones mundiales, lo que significó el incluir solamente España y Portugal por Europa, Angola por África y por América, Argentina, Bolivia, Perú, Costa Rica y Guatemala.
Quizás lo hubiéramos dejado así para tener la visión de conjunto que ‒sin duda‒ puede sacarse, pero la participación en la Semana de la hispanidad de 2019 nos llevó a donar copia en pdf del libro que para entonces habíamos sacado (el refererido a apellidos y topónimos españoles) y que desde entonces figura en la página web de esta iniciativa, que vino para quedarse de modo permanente y no agotarse en unos eventos temporales (véase www.semanadelahispanidad.com).
A partir de ahí pensamos que sería de gran utilidad, tanto en el aspecto cultural como identitario, tan castigados de modo secular, promover una obra que muestre una síntesis sobre la toponimia de los países hispanos (en su conjunto) y sus semejanzas.
Nos resultó muy sugestiva la idea, no sólo por lo que a esta modesta aportación concreta se refiere sino en lo que pueda servir de sugerencia a todos los que se sienten parte de esta hispanidad y deseen colaborar en su despertar cultural e identitario, para promover obras que utilicen este marco de referencia en sus trabajos.
Topónimos y apellidos ancestrales de los países de la hispanidad
Nuestra propuesta se basa en los principios que en la citada página se exponen, a cargo de numerosos expertos de ámbitos muy diferentes, basados en el hecho de que España formaba un estado unitario durante los siglos XVI, XVII y XVIII que incluía los territorios de gran parte de Sudamérica, de Centroamérica e incluso de Norteamérica.
Acontecimientos penosos llevaron al comienzo del siglo XIX a una separación traumática, que supuso un rápido y drástico empobrecimiento para la parte europea como para las numerosas repúblicas que fueron declaradas como independientes. Término eufemístico con el que se refieren a una dependencia casi total del mundo anglosajón, cuyos intereses nunca han sido el bienestar o desarrollo de nuestros pueblos sino los más opuestos a ello.
Tras casi dos siglos de separación debemos parafrasear a algunos (cuando hablan del aniversario de 1949) señalando que no hay nada que celebrar en los aniversarios de hechos desgraciados, por lamentables en su desarrollo y en las consecuencias tan negativas y prolongadas, como los que supusieron la pérdida de la secular independencia de España y Portugal junto con sus territorios de ultramar. Hechos lamentablemente tratados por las líneas dominantes de la Historia (tanto por parte de nuestros adversarios ‒lo que es entendible‒ como por nuestros propios paisanos) como gestas de héroes contra la opresión. Si hay algo que celebrar ‒y creemos que mucho‒ es precisamente lo contrario: habernos encontrado (en su día) y haber creado (posteriormente) una nueva civilización y una nueva estirpe, básicamente mestizas, que no serán las mejores del mundo pero que nos interesan ante todo porque son las nuestras. Como a todos los humanos, nos interesan todos los asuntos de la humanidad, pero prioritariamente los nuestros, no por chauvinismo ni por insolidaridad sino porque cada uno es hijo de sus padres, nieto de sus abuelos, etc., y forma una comunidad de invisibles lazos con ellos, con sus compadres y los nuestros; comunidad de vivos y difuntos, con lazos transversales entre lo que hoy día son países separados, pero sin olvidar que tenemos ancestros comunes, unos apellidos comunes, una Historia común (durante esos siglos), etc.; y tenemos el deber de mantener encendida esa llama por respeto a nuestros antepasados, a nuestros descendientes y a nosotros mismos.
Con ello queremos unirnos a tantos otros que en los tiempos recientes vienen defendiendo con tanta contundencia y rigor (a destacar las aportaciones de ROCA BAREA, 2016 y 2019; IBÁÑEZ, 2016; INSUA, 2018; MOA, 2018; BUENO, 2019; etc.), muchos aglutinados en el entorno de la página indicada y cuyos argumentos están muy al alcance del gran público en infinidad de libros o de conferencias, entrevistas y reportajes accesibles en internet. El que busque, hallará.
En este contexto, decíamos, que se nos ocurre sugerir a los escritores, científicos e intelectuales que compartan estas ideas, el abrirse a la posibilidad de publicar obras que afecten al ámbito hispano utilizando un término como el de hispanidad ‒al modo como se emplea en esta obra‒ dándole un sentido geográfico, además del histórico-cultural que todos tienden a sobreentender.
Perdimos en su día nuestra independencia y nuestros adversarios procuran mantenernos desunidos aprovechando su situación de poder y ventaja. La única defensa posible de nuestra identidad pasa por estrechar cada vez más los vínculos entre nuestros pueblos e instituciones. Los mandatarios de cada país tendrán que hacer sus deberes al respecto. Las personas del ámbito cultural tenemos también nuestros deberes y saber que la batalla cultural es decisiva hoy día si no queremos sucumbir para siempre en una globalización descafeinada.
1.5. ¿Qué es la hispanidad?
A diferencia del mundo mediático y político, tendente a ambigüedad y a las peticiones de principio, en el ámbito de los investigadores estamos acostumbrados a manejar términos claros o precisos y si no lo son, ofrecer argumentos para aclararlos. Entre los usuarios ‒cada vez menos‒ de este término observamos que una mayoría parece aludir al conjunto de países americanos cuya lengua oficial es actualmente la española, desde México a Chile y Argentina. Naturalmente este núcleo es incontestable. Pero ¿caben más en este colectivo? Opinamos que sí.
Portugal: Hispania ‒de donde viene hispanidad/hispanidade‒ es el nombre que emplearon los romanos para aludir a la Península Ibérica en su organigrama de administración de la República y luego el Imperio. Tal Hispania se dividió en entidades administrativas menores, una de las cuales fue Lusitania, que incluía Portugal (aunque su capital fuera Mérida). La posterior invasión de los godos supuso la creación de un primer estado unificado e independiente que se llamó Hispania e incluía toda la Península (con Portugal).
Es decir: Portugal no es un país extranjero en España ni España un país extranjero en Portugal, por historia, por costumbres, por lengua (la lengua portuguesa es inseparable de la de sus ancestros gallegos, que siguen hablándola, enriqueciendo con ello el amplio patrimonio cultural hispano).
También queremos justificar con este texto que decir Hispania no es aludir a España (al estado que actualmente lleva este nombre) sino al territorio entero de la Península Ibérica, tal como la geografía y la historia corroboran, y ‒por extensión‒ al conjunto de países en que los hispanos se han asentado, han construido ciudades e infraestructuras y han transmitido su lengua (española o portuguesa) y su cultura en los demás continentes. Dicho de otro modo: tan hispano es un cubano o panameño como un brasileño, y así se reconoce cuando se habla de música, de literatura, etc.
Opinamos que sería deseable tratar a los hablantes de la lengua portuguesa como miembros de pleno derecho de la futura renacida hispanidad. Una hispanidad bilingüe a nivel internacional y plurilingüe en los muchos países que tienen otras lenguas diferenciales. Es evidente que habrá quienes prefieran una hispanidad monolingüe, lo que puede tener algunas ventajas prácticas, pero creemos que eso sería ir contra la Historia, la cultura y casi contra natura
Estados de Norteamérica: Tema más espinoso es el de los estados en origen tan hispanos como los demás (componentes por siglos de la Nueva España), como es el caso de California, Nuevo México, Texas, Arizona, etc.; partes actuales de los Estados Unidos de Norteamérica. Sería bueno tener una relación fraternal con tales territorios, aunque territorialmente no los incluiríamos como parte de la hispanidad, ya que ello sería tomado desde los EE UU como signo de hostilidad; aparte de que nadie podría señalar en el mapa unos límites precisos de esta posible hispanidad norteamericana, pues la hispanización fue breve y superficial en las zonas más al norte.
Sureste asiático: Tema particularmente sangrante es el de Filipinas, la parte de la hispanidad ‒en este caso nadie puede negarles ese calificativo‒ que sufrió no una ni dos, sino tres genocidios sucesivos (dos en origen por los Estados Unidos y un tercero por Japón) para erradicar por la fuerza toda posible vinculación hispana. Resulta paradójico que los que pocas décadas antes exterminaban a los nativos de su país (en un genocidio mucho más grave aún) acudieran a Filipinas a exterminar a los hispano-hablantes y “respetar” (no exterminar al menos) a los nativos no hispanizados. El resultado obvio es que la población de este país se siente lejanamente vinculada a España, pero tienen mucha arquitectura, mucha toponimia, mucha cultura hispano-católica, una historia largamente compartida, archivos y documentos, etc. No lejos de ellas habría que añadir el pequeño territorio ‒oficialmente lusófono en la actualidad‒ de Timor Oriental e incluso otras zonas diferentes que tuvieron vinculación secular con el reino de Portugal.
Territorios africanos: El norte de África ha tenido vinculaciones con el ámbito hispánico, de donde quedan las plazas españolas de Ceuta y Melilla, pero la lengua árabe y la religión islámica suponen una enorme barrera que nos separa de ellos en el ámbito , incluso en el caso de los saharauis, en que se mantiene cierto uso de la lengua. En todo caso el total abandono de estas gentes por parte de la ONU las ha llevado al borde de su extinción y a la pérdida de sus territorios, por lo que no existe un país que los incluya y viven a caballo de Marruecos y Argelia. Otra cosa es la Guinea Ecuatorial, donde son cooficiales la lengua española y portuguesa, y donde hay menos distancias en los planteamientos religiosos. Es un país a tener en cuenta en el mapa de la hispanidad. Lo mismo decir de los dos grandes países lusófonos del África negra (Angola y Mozambique) más otros tres menores, como Cabo Verde, Guinea-Bisáu y Santo Tomé, donde se conserva la lengua portuguesa y una sociedad cristianizada.
1.6. Objetivos de esta obra
Volviendo al contenido básico de esta obra podemos señalar que, una vez presentadas las síntesis de los dos primeros libros de la trilogía, hay que destacar que tal contenido dista mucho de ser completo en: 1, número de topónimos a los que hemos podido acceder (podrían añadirse muchos más en todos los países); 2, de ellos en el número de los que deben poderse interpretar con las raíces euskoibéricas (algunos sobrarán de los listados que hemos publicado pero faltarán más de los que sobran); 3, de los presentados hay que corregir muchas etimologías (que se pueden atribuir a raíces fonéticamente cercanas pero que cambian su significado); y 4, de muchos también hay que corregir su interpretación en castellano (incluso cuando la etimología sea correcta, es inevitable que se deberá mejorar mucho esta traducción o interpretación). Somos conscientes de ello y tras el tiempo pasado desde
Topónimos y apellidos ancestrales de los países de la hispanidad
el cierre de la edición de las obras anteriores disponemos ya de muchas adiciones y enmiendas a los cuatro factores, que seguiremos ampliando para las futuras nuevas ediciones de estas obras.
Pero antes de dar ese paso, que naturalmente requiere unos años para madurar, hemos pensado en presentar una obra nueva que sirva como segunda edición de la primera (toponimia y antroponimia española corregida y aumentada) y segunda edición parcial de la segunda (toponimia y antropinimia de los países hispanos) ampliada en la lista de países de los que extraer datos, concretados a los del mundo hispano de cierta entidad (se añaden 15 países americanos y 3 africanos), pero eliminando las referencias a países terceros no hispanos. Ello covierte a esta nueva obra no en esa mera segunda edición de las anteriores sino en un proyecto nuevo con igual metodología, pero modificado en sus ámbitos territoriales y ampliamente corregido y aumentado en el número e interpretación de los elementos sobre los que se basa (ver estudio estadístico final).
No podemos dejar de aludir de nuevo a la obra de MASCARAY (2002), que citábamos en nuestras obras previas, donde muestra una postura muy exigente, cuando señala que para asegurar el origen de un topónimo hay que recorrer sus paisajes y obtener un conocimiento exhaustivo del mismo. Es evidente que así se van a poder eliminar bastante errores o desvíos en muchas interpretaciones, pero si ponemos el listón tan alto, una persona puede aportar unos cientos de datos en su vida, siendo difícil llegar lejos. Para hacer algo como lo que aquí abordamos ‒afectando a millones de términos‒ sería el ideal poder contar con un equipo de muchos expertos por país, que analicen con minuciosidad cada una de ellas, estudiándola sobre el terreno, preguntando a los autóctonos, etc. Por descontado, no tenemos tal equipo. Además, volcar tales datos en un solo libro, aunque se sacaran varios volúmenes, sería imposible. A tal efecto, acabamos de leer una interesante obra dedicada exclusivamente a un topónimo concreto de Mallorca (CORTÉS & MARTÍ, 2016), de 94 páginas, que ejemplifica la utilidad de las obras analíticas en este campo (como en todos los de la ciencia), sin que ello esté reñido con la necesidad de otras de síntesis, mucho más escuetas en sus datos
Por ello, nuestra opción es por la amplitud en el número de términos analizados, pero no en los detalles sobre cada uno; al menos como punto de partida, que luego podrá completarse entre muchos otros autores, matizando significados, rectificando errores y ampliando términos. Lo esencial es mostrar que los términos tienen sentido y que ese sentido se puede encontrar partiendo de las viejas lenguas ibero-euskéricas habladas por milenios en tierras hispanas, antes de nuestra Era actual. Durante esos largos períodos se establecieron muchos de los que seguimos usando, aunque después fueron apareciendo otros nuevos (o sustituyéndose algunos anteriores) por influencias debidas a la vida nómada de nuestros ancestos a través de miles de años y ‒tras una amplia sedentarización‒ a contactos comerciales, invasiones militares, etc.
2. CONSIDERACIONES PREVIAS
2.1. La toponimia actual: herencia milenaria y no capricho reciente
Nuestra cultura, nuestras raíces, son hondas. Nuestros valles y montes estuvieron poblados durante muchos miles de años por humanos civilizados de vida estable, y antes ‒decenas o cientos de miles de años‒ por humanos de vida más errante y cultura menos sofisticada, pero en modo alguno despreciable. Luego, fueron instalándose sobre el terreno a lo largo del período Neolítico. Esa instalación llevó consigo una convivencia constante con un entorno (arroyos, sierras, montañas, cuevas, cascadas, lagunas, bosques) al que se fueron aplicando nombres (cuando no existían de períodos anteriores) del mismo modo que hubo que nombrar los nuevos asentamientos, con lo que se fue generando una terminología geográfica física y humana cada vez más detallada: desde la “aldea de abajo” a la “cueva del lobo”, desde la “fuente de la zorra” hasta la “hondonada fría”, desde el “río cristalino” hasta el “alto de vigilancia”, etc. Intencionadamente los señalamos en minúscula, porque al principio sería así, una mera referencia a algún factor que a alguien había llamado la a atención y que otros transmitieron porque les sonó razonable. Con los años pasaría a ser un nombre más fijo y a tener el tratamiento que hoy día expresamos como topónimo, precedido de incial mayúscula.
No tenemos datos demográficos de esos milenios clave, ni mapas fiables de los asentamientos, pero no todo empezó uno o pocos siglos antes de nuestra era (como a veces parece sobreentenderse en estudios oficiales y datos museísticos). Tenemos restos ‒bastante deteriorados‒ de sus asentamientos y de sus utensilios, y muchos creen que no tenemos nada más. Así, piensan que aquellos antiguos pobladores son un lejano recuerdo que no ha dejado ninguna huella en los humanos contemporáneos.
Aquí nos adherimos a todos aquellos que han afirmado lo contrario. Que los nativos de cada país llevamos unos genes que estuvieron presenten en sus antepasados, que hablamos unas lenguas modificadas pero herederas de las que ellos hablaban, que llamamos a nuestros ríos, montañas y pueblos con nombres muchas veces reconociblemente derivados de los que ellos empleaban…; y ‒por supuesto‒ sentimos, pensamos, percibimos el mundo, nos relacionamos con los otros, de un modo semejante a ellos.
Este discurso no pretende seguir el de los forzados indigenismos que se azuzan desde quienes desean desestructurar aún más nuestros abatidos países. Pretende obtener todo lo positivo que permanece de las culturas originarias, que tuvieron unos siglos de vida independiente del mundo externo, pero que ‒como todas las demás de este mundo‒ llegó un momento en que hubo encuentros con otras culturas, lo que supuso pérdidas de aspectos previos y adquisiciones de otros nuevos. El resultado es que los pueblos actuales somos consecuencia de ello y no hijos exclusivos de los antepasados remotos ni de los llegados posteriormente. En el caso hispano hubo los obligados intercambios, resultando al final una cultura mixta en la que todos compartimos unas nuevas raíces, unas lenguas muy próximas (español y portugués) y muchos de esos rasgos que en todas partes asocian con lo “hispano”. Algunos de ellos son de origen ibérico y otros de los países extra-ibéricos. No podemos desprendernos de ellos como si de un abrigo se tratara. Forman parte de nuestra identidad. Bien es verdad que se ven sometidos a una constante evolución por influencias de otras culturas que nos rodean y que ‒en el caso del mundo actual‒ actúan desde un mundo globalizado, donde hay elementos de origen japonés, alemán, ruso, pero sobre todo anglo-americano. Esas influencias van empapando poco a poco nuestras sociedades y cada década somos diferentes a la anterior. Unos dirán que mejores y otros que peores, pero esa constante evolución es ley de vida y actúa; aunque sin olvidar que también es ley de vida que los genes tiendan a mantenerse en las poblaciones, igual que las lenguas, el carácter, los nombres y apellidos que nos identifican o los topónimos de nuestras poblaciones y nuestra geografía.
2.2. Estabilidad de los topónimos
Hay un axioma en determinados ámbitos filológicos según el cual las palabras son irreconocibles cuando pasan cientos o miles de años de uso por parte los pueblos que las emplean. Ello suele ser cierto en las palabras de uso cotidiano, empleadas por los usuarios como un pañuelo de usar y tirar, pero no así en su nombre propio, su apellido o el lugar donde nació. Nadie dice al envejecer que no se acuerda si se llama Alfonso o Ildefonso, se apellida Amenábar o Almodóvar y si nació en Tarragona o en Tarazona, si su madre se llamaba Marina o Martina, etc. Mantiene ese legado intangible toda su vida y lo transmite milimétricamente a sus suscesores. Esto no es una teoría aleatoria, sino una explicación lógica de un hecho llamativo, sobre el que no se suele poner mucho énfasis: la rápida evolución de muchas palabras ordinarias frente a la lenta de estas palabras con carga emocional en lo personal.
El que persista la toponimia no es un hecho aislado. Muchas fiestas y costumbres ancestrales se han mantenido hasta la actualidad (tauromaquia, hogueras de San Juan, Fallas de Valencia, etc.; ver RAMOS, 2019: 67-73).
Así, aunque podríamos esperar que los topónimos actuales fueran muy diferentes de los que se aplicaron en origen, los hechos son muy machacones y muestran a cualquiera que se ponga a investigar en ello, que se enfrenta a la existencia de miles de términos conservados prácticamente en su forma original o con cambios de poco calado; que se pueden reconstruir sin llevar toda la vida especializado en ello, aunque va a ser muy útil una inmersión seria en el tema para familiarizarse con el modo como se construían los términos y cómo han ido variando posteriormente.
La persistencia de una antigua toponimia en el ámbito ibérico, que defendíamos en la primera obra de nuestra trilogía, no parece ser un caso aislado. Da la impresión de ser fenómeno global, al que podemos focalizar en el entorno mediterráneo, donde los especialistas (cf. ARNÁIZ, 2013, 2015; ARNÁIZ & ALONSO, 2001, 2011a, 2011b y la bibliografía de sus fuentes) hablan de las aludidas lenguas antiguas (eusko‒ o usko-mediterráneas), concretadas (fuera de la Península Ibérica y Baleares) a lenguas como las de los guanches, bereberes, etruscos, sardos, minoicos, anatolios, chechenos, ingusetios, sumerios o egipcios. Así, en los países circun-mediterráneos se fue asentando una toponimia antigua con base en estas lenguas emparentadas, lo que tiene como consecuencia el sorprendente parentesco que se puede observar en muchos topónimos comunes a todos ellos.
Topónimos y apellidos ancestrales de los países de la hispanidad
El parentesco de estas lenguas con otras ya más alejadas también se ha destacado en las fuentes señaladas, hablándose de la familia dene-caucásica, que incluye lenguas de amplios territorios asiáticos (chino-tahilandés, burusho, etc.) y norteamericanos (atabascos, apaches, navajos, etc.). Los datos que aquí presentamos sugieren que posiblemente haya que seguir ampliando estas relaciones y proponer un nombre para una lengua que fuera común a todos los pueblos en algún período pasado y que justifique las sorprendentes similitudes entre los topónimos. A tal efecto existen dos sugestivas propuestas, la de A. ELEZAR (1985) de “elengoa” y la de J. Goitia (www.eukele.com), de “eukele”. Ambas tiene en común la raíz de lengua o idioma “ele”, persistente en las “e”-lenguas modernas.
3. ASPECTOS PRÁCTICOS
3.1. Modo de selección de los términos
La mayoría de los elementos presentados son ciudades y pueblos, incluidas aldeas y despoblados de cierta antigüedad (que reunan las condiciones etimológicas para ello), a lo que se ha añadido algunas partidas, muchos nombres de geografía física (sierras, ríos, arroyos, etc.) y elementos artificiales o seminaturales (fuentes, santuarios, fortalezas, etc.). El aspecto antroponímico se concreta sólo a apellidos, que son autóctonamente hispanos en su gran mayoría, pero se dejan de lado los nombres propios, demasiado globalizados no sólo en la actualidad (nombres de influencia anglosajona) sino desde siempre, por motivos religioso‒ culturales (César, Alejandro, Abraham, Pedro, etc.).
Para esta nueva obra hemos vuelto a recuperar el elemento antroponímico (abandonado en la segunda obra), ya que los apellidos se comparten de modo general en el ámbito hispano, pues este concepto de apellido fue novedad introducida hace pocos siglos por los viajeros ibéricos en el resto de la hispanidad.
Para considerar si un apellido o topónimo tiene sentido en esta obra, hemos partido de los diccionarios empleados en nuestras obras anteriores. Primero porque no disponemos de la obra “perfecta” para ello: un compendio de las raíces lingüísticas comparadas de las culturas de los países hispanos, y segundo porque “sólo” con el “pequeño” punto de partida que empleamos (las raíces eusko-ibéricas) vemos que pueden entrar tantos miles de topónimos de nuestras tierras, que sobran por todos los lados para presentar una síntesis como la aquí abordada.
En la páctica, hemos usado como esqueleto los listados de la primera obra (para España) y los de la segunda para el resto de países, a los que hemos añadido nuevos topónimos (sobre todo de los países no incluidos antes) y apellidos, al tiempo que eliminábamos los que veíamos menos claros.
La fuente básica para la toponimia no española ha sido la de la página web GiografíaInfo.es, la cual presenta los términos desprovistos de tildes, que hemos añadido según nuestro entender o consultando otras fuentes, cuando no teníamos clara su escritura; por ello es inevitable que hayan quedado algunos –sobre todo de lengua portuguesa‒ desprovistos de dichas tildes, cuyo valor apreciamos y por lo que solicitamos disculpas desde aquí.
En la toponimia de España y Portugal, así como en los apellidos, el filtro de entrada es que sean antiguos, o al menos que se hayan elaborado sobre las raíces de las lenguas ibéricas anteriores a la romanización. Los topónimos de fuera de España y Portugal, los hemos filtrado sobre un sistema similar, excluyendo los que podamos dar por transladados en épocas recientes, como Medellín, Azpeitia o Valladolid; que sí se incluyen en el ámbito peninsular donde fueron puestos por hablantes de lenguas ibéricas.
Algunos, partiendo de ideas preconcebidas dirán que es imposible mezclar estos topónimos originados por lenguas que no tienen ni el más lejano parentesco entre sí. Que es imposible que haya ningún parentesco entre topónimos autóctonos ibéricos, filipinos, americanos o africanos. Que es ridículo intentar buscar relaciones entre pueblos que no han tenido ningún contacto previo a la elaboración de su toponimia ancestral, etc.
Todo eso a este autor no le dice nada. El investigador de campo está acostumbrado a salir a su terreno, a recolectar sus muestras, a estudiarlas y a ofrecer los resultados. No parte de una idea cerrada de lo que se va a encontrar. Si se encuentra plantas del bosque caducifolio en el Sahara o del desierto en Escocia, tendrá primero que constatar los hechos, comunicarlos y ‒si es capaz de ello‒ intentar explicarlos, lo que nunca debe hacer es ocultarlos o callarlos porque no se ajusten a sus prejuicios. Desgraciadamente estamos más acostumbrados a ver obrar a muchos desechando estos datos por no
sujetarse a sus tesis y concepciones apriorísticas, que sólo pueden deberse a unas investigaciones parciales, sesgadas o incompletas.
3.2. Países y provincias intervinientes
En la presente obra hemos incluido datos de tres países europeos, veinte americanos, cuatro africanos y uno asiático, concretados a los 27 siguientes (para las abreviaturas de los países hemos usado los códigos ISO-3166-1 de tres letras, excepto en Filipinas).
Europa: España, indicado mediante abreviaturas de 1-2 letras, correspondientes a sus provincias (véase a continuación el listado de tales abreviaturas), Portugal (PRT) y Andorra (AND).
América: todos los países hispano-parlantes grandes o pequeños, pero no minúsculos: Argentina (ARG), Bolivia (BOL), Brasil (BRA), Chile (CHL), Colombia (COL), Costa Rica (CRI), Cuba (CUB), Ecuador (ECU), Guatemala (GTM), Honduras (HND), México (MEX), Nicaragua (NIC), Panamá (PAN), Paraguay (PRY), Perú (PER), Puerto Rico (PRI) República Dominicana (DOM), El Salvador (SAL), Uruguay (URY) y Venezuela (VEN).
África tropical: igualmente excluidos los de dimensiones demasiado reducidas, que se concretan a: Angola (AGO), Guinea-Bisáu (GNB), Guinea Ecuatorial (GNQ) y Moçambique (MOZ).
Sureste asiático: Filipinas (FIL).
En el caso de España, que es el que hemos analizado con más detalle, pues fue objeto de una obra autónoma, aprovechamos el detalle de ese conocimiento para mostrarlo a través de las abreviaturas de las 50 provincias intervinientes: Álava [Araba, capital Vitoria] (Vi), Albacete (Ab), Alicante [Alacant] (A), Almería (Al), Ávila (Av), Asturias [capital Oviedo] (O), Barcelona (B), Badajoz (Ba), Burgos (Bu), Cáceres (Cc), Cádiz (Ca), Cantabria [capital Santander] (S), Castellón [Castelló] (Cs), Ciudad Real (CR), Córdoba (Co), Cuenca (Cu), Gerona [Girona] (Ge), Granada (Gr), Guadalajara (Gu), Guipúzcoa [Gipuzkoa, capital San Sebastián] (SS), Huelva (H), Huesca (Hu), Islas Baleares [Illes Balears, capital Palma de Mallorca] (PM), Jaén (J), La Coruña [A Coruña] (C), La Rioja [capital Logroño] (Lo), Las Palmas [capital Las Palmas de Gran Canaria] (GC), León (Le), Lérida [Lleida] (L), Lugo (Lu), Madrid (M), Málaga (Ma), Murcia (Mu), Navarra (Na), Orense [Ourense] (Or), Palencia (P), Pontevedra (Po), Salamanca (Sa), Santa Cruz de Tenerife (TF), Segovia (Sg), Sevilla (Se), Soria (So), Tarragona (T), Teruel (Te), Toledo (To), Valencia [València] (V), Valladolid (Va), Vizcaya [Biskaia, capital Bilbao] (Bi), Zamora (Za) y Zaragoza (Z).
Dada la previa investigación, mucho más detallada para España, los registros ibéricos de que partíamos representaban cerca del 60% del total. Para paliar esta asimetría, hemos incluido casi completos los datos de que disponemos de todos los países, menos de España, en que hemos hecho una depuración posterior (ya sobre el texto) para remachar más la faceta internacional, eliminando los registros ibéricos que parecían más inncesarios para el objetivo de esta obra, por ser más conflictivos, por ser más reiterativos, etc.; de modo que al final hemos dejado más equilibradas ambas facetas. En todo caso, el que salgan más elementos en proporción de España (y en menor medida de Portugal) que del resto, sirve de refuerzo del factor “hispano”, ya que los topónimos ibéricos van a resultar familiares al resto de hispanos por sus apellidos y por los miles de topónimos transplantados a sus países, los cuales no se señalan aquí por no ser tenidos como ancestrales en sus países.
3.3. Abreviaturas
Tras cada término concreto va un paréntesis con la abreviatura de su proceencia, concretada a “ap.” para los apellidos, una de 1-2 letras para las provincias españolas y para los demás países otra con tres letras mayúsculas, aludidas en el apartado anterior (con excepción de los que constan de dos palabras: Puerto Rico, Costa Rica y las Guineas, donde se intercala una minúscula para señalar el corte). En el caso español hay que añadir que en Galicia se ven bastantes topónimos que afectan a las 4 provincias, por lo que lo simplificaremos con “Gal”; y en los casos en que el topónimo esté presente en numerosas provincias dispersas, se indica simplemente “pro” (que significa: bastantes provincias, pues hemos decidido no a listar más de 5 diferentes). Los términos que no se siguen de abreviatura entre paréntesis, corresponden a palabras del diccionario base, el cual comentamos en el partado siguiente.
A: Alicante [Alacant]
Ab: Albacete
AGO: Angola
Al: Almería
AND: Andorra
ARG: Argentina
países de la hispanidad
Av: Ávila
B: Barcelona
Ba: Badajoz
Bi: Vizcaya [Biskaia, capital Bilbao]
BOL: Bolivia
BRA: Brasil
Bu: Burgos
C: La Coruña [A Coruña]
Ca: Cádiz
Cc: Cáceres
Co: Córdoba
COL: Colombia
CR: Ciudad Real
CRI: Costa Rica
Cs: Castellón [Castelló]
Cu: Cuenca
CUB: Cuba
CHL: Chile
DOM: República Dominicana
ECU: Ecuador
FIL: Filipinas
Gal: Galicia
GC: Las Palmas [capital Las Palmas de Gran Canaria]
Ge: Gerona [Girona]
GNB: Guinea-Bisáu
GNQ: Guinea Ecuatorial
Gr: Granada
GTM: Guatemala
Gu: Guadalajara
H: Huelva
HND: Honduras
Hu: Huesca
J: Jaén
L: Lérida [Lleida]
Le: León
Lo: La Rioja [capital Logroño]
Lu: Lugo
M: Madrid
Ma: Málaga
MEX: México
MOZ: Moçambique
Mu: Murcia
Na: Navarra
NIC: Nicaragua
O: Asturias [capital Oviedo]
Or: Orense [Ourense]
P: Palencia
PAN: Panamá
PER: Perú
PM: Islas Baleares [Illes Balears, capital Palma de Mallorca]
Po: Pontevedra
PRI: Puerto Rico
PRT: Portugal
PRY: Paraguay
S: Cantabria [capital Santander]
Sa: Salamanca
SAL: El Salvador
Se: Sevilla
Sg: Segovia
So: Soria
SS: Guipúzcoa [Gipuzkoa, capital San Sebastián]
T: Tarragona
Te: Teruel
TF: Santa Cruz de Tenerife
To: Toledo
URY: Uruguay
V: Valencia [València]
Va: Valladolid
VEN: Venezuela
Vi: Álava [Araba, capital Vitoria]
Z: Zaragoza
Za: Zamora.
3.4 Alternancia del diccionario con los términos considerados
Como este texto va dirigido a un gran público no habituado a las raíces del lenguaje ibérico, hemos preferido alternar los topónimos con las palabras básicas del diccionario vasco-ibérico que intervienen en dichos términos, para facilitar la comprensión y la crítica sobre nuestra interpretación de los mismos, a partir de los datos obtenidos en la bibliografía señalada. Tales términos van en negrita para distinguirse y no aparecen con un paréntesis etimológico al final (a diferencia del resto). Es de destacar que algunos términos imprescindibles para interpretar estos elementos antiguos (presentes en muchas lenguas europeas) no aparecen en los diccionarios, pero nos hemos tomado la libertad de añadirlos, como bak (presentado por coherencia con grafía euskérica, aunque a veces señalado como “bach” o “baj”, según situaciones) o una de las muchas raíces de los robles y árboles de bellota, en muchos contextos presentada como kuer, kark o kerk, que ha saltado a los nombres científicos latinos como Quercus, a partir de formas ancestrales.
Somos conscientes de que tales diccionarios, a los que hemos aludido anteriormente son la piedra angular de la obra. Si son erróneos, la obra debería serlo también. Por otro lado también somos conscientes de que la mayoría de los expertos en el tema los tienen por erróneos, por lo que muchos rechazarán a priori esta obra sin entrar en más consideraciones. Pero hay algo que no se puede obviar: si a uno le dan un diccionario de alemán para traducir el chino, el problema no es que “teóricamente” no debería llegar a nada sino que “prácticamente” no llegará a nada. Sin embargo, nuestra aplicación del diccionario para topónimos de países muy alejados entre sí ha tenido la machacona e insistente “desgracia” (para los que no quisieran que funcionara) de que sí funciona y que se obtienen resultados cualtitativa y cuantitativamente muy significativos. La obra se defiende sola en este sentido. En todo caso si alguien la quiere cuestionar sobre la base de los (inevitables) errores y imprecisiones en las etimologías y sus traducciones, les recomiendo que lean los apartados 6.3. y 6.5., y traten de darles explicación desde una perspectiva contraria a la aquí defendida.
3.5. Aspectos señalados para cada término
Siempre va a iniciarse con el nombre del topónimo en cuestión, seguido de un paréntesis con la o las abreviaturas de su procedencia geográfica (ver apartado 3.2.), de la posible interpretación de su significado y finalmente un nuevo parétesis con la raíz etimológica o la concatenación de raíces (en letra cursiva y separadas tales raíces por guiones) que justificarían dicha interpretación. Si se proponen varias posibles interpretaciones se justifica en forma de dos hipótesis en la s raíces, separadas por una barra (/). También usaremos esta barra cuando haya dos términos muy parecidos juntos, para añadir un matiz etimológico (el más usual es acabar con “/a” para separar un término que lleva artículo delante de otro que no).
En los casos en que el término sea el único al que atribuimos esa etimología concreta (caso A), aparece aislado, pero en los muchos casos en que se detectan dos o más elementos con unas mismas raíces (caso B) aparecen todos en un mismo párrafo, aplicándoseles una sola etimología y significado en castellano pero ‒aunque figuran en el mismo párrafo‒ están separadas como topónimos diferentes que son.
Estos casos afectan a términos que se suponen variantes de un mismo tema raíz, siendo las más habituales las formas masculina o neutra, femenina, singular y plural (ej.: Adrada, Adrado, Adradas, Adrados). En tales casos, sobre todo si salen muchos y ocupan varias líneas, se indica el primero completo y los siguientes abreviados con un guión, que representa la parte común de la palabra, seguido de la desinencia diferente (podrá aparecer como: Adrada, ‒do, ‒das, ‒dos) o ‒si la parte común de los términos es su inicio‒ al revés, empezando con un término concreto seguido por otro u otros abreviados terminados en un guion que representa la parte compartida (podría decir Berganza/Ver-).
Cuando se trata de términos bilingües (particularmente en la toponimia española) van señalados sobre la forma castellanizada de uso habitual internacional. En esto cambiamos el formato respecto a la obra de toponimia española, sólo para hacer más manejable el uso al público internacional no acostumbrado a las lenguas locales ibéricas, aunque por respeto a éstas y por el interés etimológico (normalmente se acercan más a las raíces originarias) se señalan al lado, separados por una barra y abreviados por delante o detrás, al modo explicado en el párrafo anterior.
Es frecuente que los términos con la misma etimología salgan juntos en el listado base, lo que aprovechamos para presentarlos unidos al modo que hemos indicado (con abreviaturas y en el mismo párrafo). El problema que muchas veces salen separados al listarlos en orden alfabético (por ejemplo Bamba y Pampa).
Al respecto hay dos posibles presentaciones. Una es que los términos a los que aplicamos idéntica etimología aparezcan unidos, que es lo que elegimos en la segunda obra (internacional) y que ayuda al usuario a ver mejor el parentesco entre los términos, aunque a cambio de perder a la hora de la búsqueda de elementos concretos (el listado sólo parcialmente era alfabético). La otra opción, que fue la elegida en nuestra primera obra (sobre España, que vamos a usar también en ésta), consiste en enumerar todos los términos de modo alfabético, para facilitar su búsqueda (aunque pierda la visión cómoda de sus semejanzas) saliendo juntos en la misma línea los que comparten etimología y ubicación alfabética (tras su listado va una etimología común), mientras que los términos que comparten esa misma etimología pero salen en otra situación alfabética, se comentan con un escueto “ver …”, que alude a otro elemento anterior o posterior donde explique la interpretación que le damos.
Sobre todo se va emplear este sistema cuando tal situación es cercana (suelen aparecen en la misma misma página y es de cómoda consulta), pero cuando envía a partes lejanas de la obra se va a elegir ‒según circunstancias‒ entre una presentación como la anterior o una presentación ordinaria (con su etimología autónoma), aunque mirando con cuidado la obra se vea que esa misma se repite en otros lugares. En definitiva, la idea es listar topónimos y apellidos alfabéticamente y ofrecer una sugerencia etimológica para cada uno. Otras alternativas de presentación podrían ser la de listar por etimologías, lo que favorece ver los parentescos entre los términos, pero dificulta mucho la búsqueda de uno concreto, que es seguramente lo más útil al usuario, amén de que los nombres son hechos (de ahí que les demos prioridad) y las etimologías son hipótesis.
Cuando hablamos de compartir etimologías podemos estar ante dos hechos distintos. En sentido estricto es que las raíces etimológicas sean las mismas (pongamos: bol-aiz, piedras de molino), pero de algún modo se comparte etimología con otras raíces diferentes que puedan significar lo mismo (arri-mil, mill-atx, etc.). En prinicipio trataremos estas situaciones por separado, aunque en casos muy similares (arri-mil, arri-mel) los podamos presentar unidos.
Topónimos y apellidos ancestrales de los países de la hispanidad
3.6. Reducción de los topónimos a sus palabras básicas
Los topónimos pueden estar formado por una palabra (Soria, Ayacucho, Guantánamo) o varias (Espinosa de los Monteros, Sierra de Mariola, Santiago del Estero, Serra do Gerês). No estamos interesados en destacar la individualidad de estos nombres como un todo sino los orígenes de los términos intervinientes, por lo que el presente listado los reducirá todos a palabras simples (aparecerán como Espinosa, Monteros, Mariola, Santiago, Estero, Gerês), eliminando los elementos genéricos o complementarios que puedan formar parte de cada topónimo completo (embalse, sierra, San, del, etc.), a excepción de los casos en que esta separación entendamos que haya sido corrupción de un significado anterior (Larrica pasado a La Rica). Ello, complementado con el factor de concentración señalado en el apartado anterior (cada uno de tales términos sólo va a salir una vez en el listado), va a reducir drásticamente la lista de términos presentados frente a los realmente existentes, que podrían alcanzar cientos de miles sin estos factores sintetizadores.
3.7. Exhaustividad
La recopilación aquí presentada no pretende ni puede ser exhaustiva al 100 %, ni en los términos listados ni en los posibles significados y etimologías, ya que en muchas ocasiones se ha debido llegar a ellos (cuando se repiten en diferentes países o provincias) por caminos diversos. Dado que los elementos raíz de estas lenguas son muchos, no son siempre unívocos, las diferencias entre ellos pueden ser mínimas y las metamorfosis posteriores llevar a situaciones muy confusas a la hora de establecer los orígenes. Por ello la abreviatura etimológica propuesta puede responder a muchas situaciones: 1) muy clara y evidente (cerca de 1/3), 2) bastante clara e interpretable (cerca de 1/3), 3) algo problemática o dudosa (cerca de 1/3). Además de estos casos, que son los aquí presentados, disponemos en archivo de un amplio paquete de términos que se generan sin duda con estas raíces, pero que no los presentamos por no poder darles una traducción que sea clara o se aplique bien a las circunstancias del lugar. Ante este problema nuclear de la obra, se ha optado por presentar una, o a veces dos, posibles etimologías, que tendrían sentido; aunque a veces se podrían poner muchas más, procurando además ‒por coherencia del texto‒ mantener especialmente significados similares en los términos que salen en forma de paquetes seguidos en el texto (marcados por la raíz inicial de las palabras). El que figure una y no otra de las posibles etimologías no quiere decir que nos aferremos a esa interpretación frente a terceros que tengan otra opinión, sino seleccionar una interpretación que sea lo suficientemente sencilla y plausible. Hay que insistir en que esta obra tiene un sentido más que nada de poner el tema a debate y estimular a que se trabaje en esta dirección modificando las muchas cosas que admiten mejora.
Si indicar una etimología cocreta es comprometido, otro tanto dar una traducción en lenguas modernas de la misma. Tenemos que seguir el mimo método expeditivo y sintético que antes y elegir una o dos interpretaciones más o menos plausibles. Sería muy beno explicar en cada caso los motivos por los que optamos por esa etimología y su traducción, pero no puede caber en una obra sintética como ésta incluir las explicaciones o justificaciones que convienen en los trabajos de los especialistas (donde a veces se presenta un artículo de unas 10 páginas para explicar un solo topónimo).
Muchas veces encontramos términos algo ambiguos, que pueden tener una raíz antigua, pero también hay explicaciones razonables sobre un origen más reciente. En estos casos los descartamos o los dejamos en una situación de dudosos (en estudio), por si surge algún elemento que nos aclare mejor ese origen, pero no han entrado en el listado aquí ofrecido. Otras veces tenemos términos que resultan obviamente emparentados con el resto, por su sonoridad, estructura, raíces posibles, etc., pero la traducción de sus elementos etimológicos ‒con los datos de que disponemos‒ no resulta coherente o la vemos forzada (gran amarillo, boca seca…). Mantendremos en archivo estos términos hasta encontrar un significado razonable, pero no salen en esta obra.
3.8. Esquematicidad y literalidad
Somos conscientes de que es éste un trabajo que no resulta muy ameno sino que es árido y telegráfico, pero es la única forma de compatibilizarlo con la necesaria abundancia de datos que den una idea aproximada de por dónde van los tiros. Evidentemente, un estudio científico detallado que quisiera abordar lo que aquí abordamos, daría lugar no a un modesto libro sino a una gran enciclopedia de muchos volúmenes. Estaríamos encantados de poder contar con una obra así en nuestra biblioteca,
que hubieran debido abordar los especialistas hace años; pero lo cierto es que tal obra no existe Lo que decimos necesitaría el concierto de muchos especialistas durante muchos años, siendo difícil que se den las circunstancias para que pueda llevarse a cabo, pero la presentación sencilla y sintética elegida es abordable por una persona en un plazo razonable y creemos que resulta suficiente para poner sobre el tema la mesa y ante el no especialista.
Algunos términos son muy concretos y en la actualidad tenderíamos a explicarlos más indirectamente o traducirlos menos literalmente. Hemos intentado dar algún sesgo en esta dirección, pero en la duda es preferible una literalidad algo brusca ante el desconocimiento del origen. Por ejemplo, cuando aparece aka o il (alusión a los muertos, algo muy frecuente) podemos interpretarlos al pie de la letra (Acana: alto de los muertos, aka-ana), aunque con esa referencia puede que se aludiera a algún enterramiento concreto, cementerio o simplemente batalla o matanza ocurrida en el pasado.
3.9. El problema de los diminutivos
Observamos muchos topónimos originados por diminutivos de otro anterior, lo cual no siempre resulta tan obvio como pudiera parecer. Cuando el término base aparece en esta lista podría pensarse que el diminutivo ‒que parte de las mismas raíces etimológicas‒ debería ir también, pero no lo hacemos por entender que suelen aludir a poblaciones relativamente modernas, ya que usan diminutivos de las lenguas actuales (-illo, ‒ete, ‒et, ‒uela, etc.). Sí se incluyen los topónimos con diminutivos ibéricos (-to, ‒txo, etc.). De todos modos, como hay situaciones ambiguas y esos términos tienen una etimología parcialmente ibérica, optamos en la presente obra por señalarlos, aunque con letra pequeña (y al margen de estadísticas), para que quienes los busquen no piensen que no habíamos reparado en ellos y para que la adecuada crítica posterior pueda señalar los casos que puedan faltar o sobrar al respecto.
3.10. El problema del género y número
Es frecuente que se puedan encontrar términos que agoten las cuatro formas posibles a este respecto (masculino, femenino, singular y plural). Digamos: Canedo, Caneda, Canedos, Canedas. Unas veces esas variantes han sido caprichosas y posteriores a un posible origen único sobre la etimología más razonable de las cuatro, pero otras muchas veces responden a cambios etimológicos que han quedado simplificados a esta situación. Dada la estructura alfabética de esta obra, presentaremos separados los términos si el orden lo pide, aunque habitualmente con llamada a uno base si entendemos que el significado es el mismo (o no tenemos elementos de juicio para negarlo), pero con una etimología diferente si vemos que ese es el caso.
Hacemos excepción a ello el caso incómodo de la desinencia “os”, generadora de muchos topónimos falsamente plurales, que en toponimia parece referirse sobre todo a una propiedad o pozo. No haremos alusión a esto en el texto y lo dejaremos como una mera variante. Así Berruecos lo damos como variante de Berrueco (berr-ue-ko), sin entrar a si debiera situarse aparte como berr-ue-ko-os, pues lo esencial de su procedencia estaría expresado, su aplicación exhaustiva como diferente es farragosa e insegura y no la vemos imprescindible. Lo mismo haríamos con Basteros frente a Bastera, pero no con Bastarós frente a Bastar o Bastara, que no puede ser tomado como un cambio de género o número. Otra cosa es cuando el topónio terminado en “os” sea único (no existan las otras tres variantes posibles), pues entonces es habitual que lo añadamos en la etimología.
Caso similar es la desinencia “es” que puede ser plural, aunque en muchas ocasiones para aludir a la casa o las casas (etxe, etx) de …, o bien las peñas (aiz) de …, lo que indiquen las restantes raíces. Se podrían atribuir estas desinencias a tal origen de modo explícito en el listado base, pero preferimos indicarlo aquí genéricamente y que quede señalado de modo implícito, por lo que haremos en el texto un tratamiento similar al del caso anterior.
3.11. Origen de las etimologías propuestas
Una faceta esencial para entender esta obra es que una gran parte de las etimologías e interpretaciones de los términos que presenta son propuestas propias, que no salen de los estudios y trabajos publicados por los especialistas, sino de aplicar el sentido común, el conocimiento disponible del terreno, la experiencia en diversas lenguas, etc., sobre el necesario estudio de obras como las señaladas en la bibliografía y de numerosas páginas web con aportaciones sugerentes. En lo que afecta al ámbito
extra-ibérico afecta a la totalidad de los casos. Una parte importante son interpretaciones tradicionales, a veces bastante consensuadas por los especialistas o a veces sujetas a polémica. Afecta sobre todo a pueblos y apellidos vascos. No podemos señalar para cada uno de los elementos presentados el camino por el que llegamos a su interpretación, y si se basa en reflexiones propias o en datos ajenos, pues eso desbordaría la necesaria esquematicidad de una obra de síntesis. En todo caso, para que no se piense que la interpretación señalada es arbitraria, siempre damos primero una interpretación del sentido (en castellano) y luego la etimología que entendemos más razonable. También señalar que se ha procurado no fantasear (como tantas veces hemos visto en la bibliografía, incluso a los autores más relevantes y respetados) con derivaciones que se alejan mucho de los términos iniciales. Si no encontramos unas posibles raíces etimológicas muy cercanas al término analizado, preferimos dejarlo en espera de una interpretación mejor, aunque estemos convencidos de que sea antiguo y quepa en este contexto. El filtro aplicado, pese a que habrá a quien le parezca laxo, ha sido muy fuerte, no dejando entrar nada que no suene muy parecido entre el término y su etimología y que la traducción de esta etimología tenga una lógica asumible (en el contexto geográfico en que se mueve).
Nuestro modo de trabajo ha sido recoger todo lo que es entendible ‒sin forzar las interpretaciones‒ de lo propuesto por los autores, que se ha concretado primero en los topónimos vascos, bien estudiados e interpretados en diferentes ámbitos; pero hemos tenido que hacer gran esfuerzo para interpretar los de otras zonas, dado que parece haber habido un prejuicio según el cual no deberían tener nada que ver con el euskera y se ha forzado demasiado hacia otros orígenes, lo que resulta poco serio, ya que aplicando el mismo método empleado en la toponimia vasca muchos pueden entenderse perfectamente. En todo caso nos importa más que nada el sonido, las palabras surgen como voces (todavía se alude así a ellas en los diccionarios) no como signos de escritura. Las voces tienen la prioridad.
Es de destacar que siempre se oye que esto es muy complejo, que hay muchos problemas, que nadie se mete en este asunto de la etimología porque tiene muchas incerdidumbres. No lo vemos así. Todo se basa en conocer bien la lengua en que se generaron los términos, o (como en este caso en que no es así) en estudiar bien unas obras, como las antes señaladas, que sitúen las raíces para su aplicación a cada término. Un chino puede venir a España y leer “Villanueva”, “Montblanc”, “Torquemada”, etc.; lo que no le dice nada, pero a cualquier nativo ‒sin conocimientos lingüísticos‒ le resulta obvio su significado. Tenemos que señalar que nuestro método de trabajo se basa en algo tan sencillo como ahondar en las raíces y ver si los nombres suenan. Si no hubiéramos encontrado nada o casi nada inteligible, habríamos dejado de lado esta línea de trabajo por inútil o poco rentable, pero el ver cómo los términos inteligibles salen a miles nos animó a su continuación
No queremos señalar los errores concretos observados en la bibliografía. Preferimos fijarnos en los aciertos y modificar lo que creemos errores sin señalar a nadie. A veces puede que no sean errores, pero si vemos que hay una explicación más sencilla y clara para términos que se han interpretado de modo muy retorcido, optamos por presentar la primera. Esperamos de la benevolencia del lector que, cuando no concuerde con nuestra interpretación, pueda optar por lo de que si non e vero e ben trovato.
3.12. Aspectos técnicos complementarios
Se ha procurado seguir las minuciosas indicaciones del Ministerio del Interior español (cf. ALCÁZAR & AZCÁRATE, 2017) a la hora de tratar la toponimia, que se concretan en:
‒ Aglutinaciones: En ocasiones se ven topónimos formando una sóla palabra que en otros contextos aparecen separadas (Valdecabriel o Val de Cabriel, Casasimarro o Casas Simarro). En la obra antes indicada sugiere optar por la tradicionalmente empleada, lo que intentamos seguir, pero a veces se observa un divorcio entre el ámbito culto, más dado a la separación y el popular, tendente a las fusiones.
‒ Artículos: La obra señalada sugiere mantenerlo siempre en topónimos con un solo nombre común (El Toro, La Coruña), pero evitarlos en los que tienen varios, como suele hacerse en castellano (Casas de Benítez, Campo de Calatrava), a diferencia del ámbito catalano-valenciano (Les Borjes Blanques, La Torre de les Maçanes), excepto cuando los primeros se ven implicados (Sierra de El Toro, Torralba de El Burgo). El ejemplo señalado también sirve para ilustrar que se debe evitar la contracción que se hace con frecuencia (Torralba del Burgo, Sierra del Toro) en los casos en que el artículo vaya inseparable del nombre anejo. En todo caso, este tema no nos afecta mucho, ya que en esta obra lo importante no son
los topónimos completos sino sus palabras constituyentes y sólo cuando éstas muestran un claro o sospechoso origen vasco-ibérico, por lo que eludimos artículos, conjunciones, preposiciones, etc., así como nombres comunes tan repetidos en la toponimia como río, casa, cuesta, etc.
‒ Nombres bilingües: Para separar nombres bilingües (no son dos topónimos) se usa la barra (/), sólo que en nuestro caso evitamos usar un nombre completo en el segundo término, ya que suele mantener la raíz del término base, que se sustituye por un guión siempre que se puede (mientras coincida en el inicio o final, casos de Ochotorena/Otxo-, Liria/Lli-, etc.).
‒ Acentuación: En las lenguas de partida no se acentúan las palabras en su forma escrita por lo que la interpretación etimología nunca lleva acentos ni tampoco los nombres surgidos en el ámbito lingüístico vascófono actual (País Vasco y Navarra), que se señalarán (al modo indicado) separadas por una barra (indicando que el término es el mismo y que sólo es una transcripción lingüística, ej.: Echávarri/Etxab-). Intentamos poner la acentuación correcta en todos los términos, aunque muchos se ven acentuados en un contexto y en otros no, por lo que a veces surjan dudas al respecto (Ardáliz o Ardaliz, Ardáiz o Ardaiz, etc.).
‒ Guionado: en el texto se utilizan guiones para cortar palabras largas al final de línea, pero los hemos evitado en el apartado etimológico, ya que se compone de elementos separados por guión y se prestaría a confusión.
3.13. Aviso final
Esta obra no pretende ser dogmática, no desea ni puede demostrar nada, pero con ella sí se puede y se desea mostrar unos hechos a los que se suele prestar poca atención. Se han recopilado muchos datos de partida y se ha aplicado a ellos una interpretación posible. Estamos convencidos de que para muchos de sus términos no va a ser nunca posible aseverar una interpretación unívoca indiscutible, pero sí un hilo conductor que nos lleve a un conjunto de interpretaciones basadas en unas lenguas antiguas, habladas durante milenios por nuestros antepasados, que llegaron a ocupar y nominar gran parte de nuestro territorio y que han ido pasando de generación en generación, sobre todo en los medios rurales, preponderantes hasta hace muy poco.
4. LISTADO ALFABÉTICO DE TÉRMINOS
Los elementos que van señalados en negrita corresponden al diccionario de base (palabras atribuibles a la lengua vasca, ibérica o como se desee denominar a las que se empleban en la Península Ibérica antes de su conquista por los romanos. Los que van en letra pequeña corresponden a términos que se interpretan como diminutivos de algún otro de los que aparecen en el listado.
A
Aarmendi (Na): monte de carneros (aar-mendi)
Aba (C): río, arroyo, boca, entrada, abajo, inicio Ababide (ap.): camino de abajo o del río (aba-bide)
Ababuj (Te): río limítrofe (aba-buga)
Abaca (FIL) Abaco (ap.): paraje del río (aba-aga) o ver Abaka
Abacate (BRA): el río de la puerta de los muertos (aba-aka-ate)
Abaceta/Abats- (ap.): helechar (abats-eta) Abadal (ap.): valle de abajo o del río (aba-tal) Abadín (Lu): que tiene ríos (aba-di-n) Abadón (CUB): el señor de abajo (aba-don) Abaete (BRA): los ríos (aba-eta) Abaiceta/-zeta (ap.): los matorrales (abaiz-eta) Abaigar/Abái- (Na): río seco (aba-igar)
Abaina (Bi): la cima de abajo (aba-ain-a)
Abaira (Lu BRA): helechal de abajo/del río (aba-ira)
Abaitúa (ap.): el lugar de abajo o del río (aba-itu-a)
Abaiz/-áiz (Na): ramaje
Abaja, abaka, Abajas (Bu) Abajo (Gal CUB) -ajos (ap.): pastizal
Abal (ap.) Abala (MEX): (el) valle
Abalabide (ap.): ver Abalibide
Abalario (H): corderos del valle (abal-ari)
Abaláriz/-aritz (ap.): encinar del valle (abal-aritz)
Abalde (Na GNQ): junto al río (aba-alde)
Abali, Abalia (ap): quercíneas (encinas o robles) Abalibide (ap.): camino del encinar (abali-bide)
Aballa (ap.) Aballe (O): ver Abal/Abalia
Aballaria (ap.): ver Abalario
Abalo (Po) Ábalos (Lo): ver Abal
Abalon (ap.): junto al valle (abal-on)
Abama (TF GNQ) -amia (O): arroyo de abajo (abaama/ami-a)
Aban, Abán (ap. GNQ): fuerza, ímpetu o sobre el río/bajo la cima (aba-ana)
Abanaban (FIL): sobre el río impetuoso (aban-abaan)
Abánades (Gu): dehesa sobre el río o bajo la cima (aba-ana-deza)
Abanandi (ap.) Abanando (ap.): sobre el río grande o bajo la cima grande (aba-ana-andi)
Abanante (Lu): junto a la cima de abajo (aba-anaande)
Abanay (BOL): cuesta bajo la cima (aba-ana-ai)
Abancai (PER): puerto bajo la cima (aba-ana-kai)
Abanceña (O) -cens (ap.): molino sobre el río (abaana-zenia) Abanco (B So): debajo de la cima (aba-ana-ko) Abando (ap.): ver Abanto Abangay (FIL): ver Abancai Abango (O FIL): ver Abanco Abania (O): el llano de abajo (aba-ani-a) Abaniella (O) -nilla (Mu) Abanillas (S): dimin. de Abania Abano (Le MEX): ver Aban Abanqueiro (C): peñas sobre el río (aba-an-ger) Abanto (Bi Z) Abantos (M): alimoche Abantro (O): arroyo impetuoso (aban-tor) Abanza (Bu): el río grande (aba-anza) Abaño (S): ver Abania Abaqueta/-keta (SS): pastizales (abaka-eta) Abar (ap.) Abara (O BOL): (el) matorral o ramaje Abarain/-áin (ap.) Abarán (Mu): sobre el matorral o el encinar (abar/abara-ain) Abarande (ap.) Abarando (ap.): junto al encinar o matorral (abar/abara-ande) Abarbidea (Vi): el camino del ramaje (abar-bide-a) Abardena (ap.): dehesa, pastos (de abar-dena) Abarca (P): unión de ríos (aba-arka) Abaritz, Abáriz (ap.): carrasca, encina, coscoja Abarizqueta/-itzketa (SS) Abariceta (ap.): encinar (abaritz-eta) Abaro (SS) -roa (Bi): (el) ramaje o arboleda espesos Abarrategui/-gi (ap.): lugar de encinas (abara-tegi) Abarza (ap.) Abarzo (TF) Abárzua (ap.) Abárzuza (Na): el matorral o lugar frondoso (abar-tza/tzu-a) Abás (ap.): ver Abats Abasgoitia (ap.): el alto del helechal (abats-goiti-a) Abasolo/Abásolo (ap.): campo del helechal o bajo el campo (abats/aba-solo) Abastas (P): las peñas del helechal (abats-aiz) Abastillas (P): diminutivo de Abastas Abatan (FIL): en la puerta del río (aba-atan) Abate (BRA): puerta del río (aba-ate) Abats: helechos Abaúnza/-untza (Vi): lugares de abajo (aba-une-tza) Abaurre (ap.) -rrea (Na): delante del río (aba-aurre) Abavides (Or): ver Ababide Abay (Hu FIL PRY) Abayo (O) Abaya (ap.): bajo la cuesta o la cuesta de abajo (aba-ai/a) Abayeta (ap.): bajo las cuestas (aba-ai-eta) Abayuba (URY): vado bajo la cuesta (aba-ai-uba) Abe: árbol, viga, columna, panal, hondonada Abeades (Or): casas de las hondonadas (abe-ada-etx) Abeal (C Lu): hondonada potente (abe-al)
Abealla (Po): prado de la hondonada (abe-ala)
Abeana (ap.): sobre la hondonada (abe-ana)
Abeanca (C) -ancos (C): el río seco (abe-ang-a/os)
Abeás (Lu): peñas de la hondonada (abe-aiz)
Abechuco/-txuko (Vi): pequeño hondo (abe-txuko)
Abecia/-zia (Vi): el juncal del hondo (abe-zi-a)
Abeiar (PM): río seco (aba-eiar)
Abeigas (Or): cuesta del hondo (abe-iga)
Abeijón/-xón (C): junto al hondo quem. (abe-ixe-on)
Abejar (So) : ver Abeiar
Abel (FIL): ver Abele
Abela: abeja, peligro
Abelá (Lu): ver Abellán
Abeladoira (Lu): el río de las abejas (abela-dor-a)
Abelaído (Or Po): pozo de las abejas (abela-ido)
Abelaindo (Po): senda/pantano de abejas (abela-ind)
Abelán (Po): ver Abellán
Abelbide (ap.): camino de ganado (abele-bide)
Abeldi, Abele (ap.) Abelea (MEX): (el) ganado Abeleche/-letxe (Bi): corral (abele-etxe)
Abeleda (Lu Or) -edo (C Lu Or): rebaños (abele-eta)
Abelegi/-gui (ap.): establo (abele-egi)
Abeleigas (Or): alto del ganado (abele-iga)
Abelenda (Or Po) -endo (C Po): sendero del ganado (abele-enta)
Abelga (ap.): el campo del hondo (abe-elg-a)
Abelida (Or): pozo o charco del ganado (abele-ido) Abelina (C): la cima del ganado (abele-ain-a)
Abella (L Po Hu B Ge PRT): ver Abela
Abellada (Hu): abundante ganado o colmenas (abele /abela-ada)
Abellán (ap.) -llanes (L): llano del hondo (abe-llan) Abelló (ap.) Abellón (ap.): el señor de la hondonada (abe-jon)
Abelón (Za): buenas abejas o ganado (abele/abela-on)
Abeltegi/-gui (ap.): ver Abelegi
Abena (Hu): situado en un hondo (abe-ena) Abendaña (ap.) Abendaño (ap.): el llano del ganado (abeldi-ani-a)
Abendíbar (ap.): vega de ganado (abeldi-ibar) Abendón (Cu): buen ganado (abeldi-on) Abenfigo (Te): higueras en el hondo (abe-n-figo) Abengibre (Ab): ganado lanar en el hondo (abe-ngiberri)
Abenilla (Hu): diminutivo de Abena Abenuj (Ab): peñas en el hondo (abe-n-utx) Abeo (O): molino del hondo (abe-eo) Abeque (TF): hondonada brumosa (abe-eke)
Aberastegi/-egui (ap.): lugar del rico (aberats-tegi)
Aberasturi (Vi): ciudad del rico (aberats-uri)
Aberats: rico, ganadero
Abercobo (C): cueva de ganado (abere-kobe)
Abere: ganados, haberes, riquezas
Aberín (Na): alto del ganado (abere-ain)
Abertesga (Or): rebaños sueltos (abere-ti-ezka)
Abertura (Cc): la fuente del ganado (abere-tur-a)
Abete (ap.): arboleda Abetxo: arbusto Abezames (Za): robledal en las hond (abe-tza-ametz) Abezán (Lu): manantial del hondo (abe-zan) Abi (Hu) Abio (A) Abia (Cu Hu P): (el) río, nido, arándano, nicho Abiaga (Vi): paraje fluvial o de arándanos (abi-aga) Abialdea (ap.): la aldea del río (abi-alde-a) Abian (FIL): sobre el río (abi-an) Abianai (MOZ): cuesta sobre el río (abi-an-ai) Abiara (GNQ): llano del río (abi-ara) Abichaca (BOL): paraje fluvial (abi-tza-aga) Abiego (Hu) Abiega (ap.) -iegos (O) Abieco (So): que hay arándanos o río (abi-ego/ega) Abieta (ap.): abundantes ríos o arándanos (abi-eta) Abijo (FIL): río seco (abi-ijor) Abila: establo Abilay (FIL): cuesta del establo (abila-ai) Abilés (ap.): cueva del río (abi-leze) Abimarge (TF): río limítrofe (abi-martza) Abinzano/Abín- (Na): manantial del río (abi-n-zan) Abiña (Bi): el alto de arándanos o del río (abi-ain-a) Abiñón (ap.): junto al talud del río (abi-ni-on) Abioncillo (So): diminutivo de Abión Abión (Or So) -onzo (S): cerca del río (abi-on/ondo) Abira: ganado (ver Abere) Abiraneta (ap.): que tiene mucho gan. (abira-n-eta) Abiris (TF): peña o arroyo del ganado (abira-iz) Abitureira (PRT): molino de la fuente del río (abitur-eira) Abizanda (Hu): matorral del río (abi-zanda) Abla (Al): el valle (abal-a) Ablang (FIL) Ablanque (Gu): valle estéril (abal-ang) Ablaña (O): el llano del valle (abal-ani-a) Ables/Ablas (O): casas del valle (abal-etx) Ablitas (Na): diminutivo de Ablas Abo: boca, nicho, enterramiento Abó (Or): ver Abon Aboal (Po): gran boca o abertura (abo-al) Aboares (Lu): robledal de la boca o abert. (abo-ares) Abobada (PRT): el río del hoyo (abo-bad-a) Abocho (MEX): pequeño hoyo (abo-txo) Aboim (PRT): ver Abuín Abol (Lu): débil, flojo o lugar de la abertura (abo-ola) Abolafia (Co): el río escaso (abol-abi-a) Aboldrón (Po): junto al río escaso (abol-tor-on) Abon (GNQ) Abona (TF): (el) redondo Abonabon (FIL): en la boca redonda (abo-n-abon) Abonechime (TF): canal de la casa redonda (abonetxe-ima) Abongo (C): cima redonda (abon-go) Abono (O): ver Abon Aborbó (Lu): junto al lecho del río (aba-orb-on) Abornicano (Vi): cima que abastece al río (aba-ornigain) Abos, Abós (Or): herrero, hoz del río (aba-hotz)
7. FUENTES
7.1. Páginas web con información importante consultadas
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7.2. Libros y artículos
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