III OCHO POSTALES DE SINGAPUR
EspErando al ElEfantE
1. El burócrata
Lo veo pasar a diario, camino de la rutina, y en sus ojos se adivina la navaja de un horario. ¿Fue un joven extraordinario, sueño, esperanza, futuro? No lo sé, pero el apuro de su paso entristecido, tiene de miedo, de olvido, de fracaso gris y oscuro.
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José Luis MeJía
2. Los pasajeros del metro
Son las seis de la mañana y el metro bulle de gente, ¿qué buscan?, ¿qué es tan urgente? ¿dónde va la caravana? La niña, la abuela anciana, los dormidos estudiantes, los deportistas pedantes, la secretaria indiscreta, y felices, sin careta, madrugadores amantes.
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EspErando al ElEfantE
3. El hombre en la silla de ruedas
Con una edad imprecisa pasa en la silla de ruedas, cruzamos nuestras veredas, cada mañana, sin prisa. Tiene el vaivén de una risa serena, vital y fuerte; no sé el nombre ni la suerte de aquel anciano elegante... ¡Tal vez regresa triunfante de otra cita con la muerte!
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José Luis MeJía
4. El que prepara el café
No le perturba la vida, lleva —sin pena y sin gloria— sus pasos por esa historia tantas veces repetida. No es héroe ni suicida, no se cuestiona la fe, no se pregunta por qué tiene aquella cicatriz mientras prepara, feliz, otra taza de café.
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EspErando al ElEfantE
Pasa a las seis, puntualmente, con cara de «ya-estoy-tarde», revela un gesto cobarde y una sensación de urgente. Desconozco lo que siente, su fe, su nombre, su edad, pero intuyo la ansiedad en la mirada perdida, de quien transita esta vida con miedo y sin libertad.
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José Luis MeJía
6. La abuela y la nieta
Lleva a su nieta a la escuela, como cumpliendo un ritual indispensable, especial, que la anima y la desvela. No es fácil hacerse abuela, sentir que duelen los huesos, cuando los músculos, presos del tiempo ruin y homicida, saben que en la despedida se van los últimos besos.
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EspErando al ElEfantE
7. La deportista
La veo, cada mañana, generosa deportista, corriendo, entusiasta y lista, diez vueltas a la manzana. No es joven, pero -lozanala piel engaña y resiste bajo la luz -poca y triste-; después, le entrega al espejo la verdad de un cuerpo viejo y gris, cuando se desviste.
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José Luis MeJía
8. La gente y los teléfonos
Nadie conversa en el tren, cada cual vive en su mundo, con un letargo profundo que es vergüenza y es desdén. Voy hasta el último andén, veo gente ensimismada tras un teléfono, aislada por «la comunicación»; solo somos un montón de polvo yendo a la nada.
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