Año 1 - Número 1, Julio 2013. PVP: 7 €
“El historiador de hoy utiliza la erudición para forjar el mundo de mañana” (Gregorio Marañón) Circo Romano, 8 - 45004 TOLEDO - (Spain) - Tel.: 34 925 28 00 27
Talavera de la Reina Puente, murallas y alcázar. José María Gómez Gómez
Sin duda, los símbolos más antiguos de Talavera son el puente viejo, las murallas con sus torres albarranas, la alcazaba y las atalayas que enseñorean sus montes. Se trata, desde luego, de las reliquias monumentales más antiguas de cuantas adornan su menoscabado patrimonio artístico. Tan simbólicos han sido estos elementos a lo largo de toda la historia de Talavera que las torres han venido a constituir, ya desde la Edad Media, el elemento fundamental de su escudo de armas.
El Puente Viejo Desde la fundación de Talavera, uno de los más importantes problemas que tuvo que afrontar la población fue el paso del río Tajo. Esta circunstancia llegó a ser una necesidad perentoria y cotidiana en la Edad Media, dado que buena parte del Alfoz o Antigua Tierra, es decir, la jurisdicción territorial de la villa talaverana, estaba al otro lado del río. Hay que pensar, pues, que desde el primer momento de su existencia Talavera debió construir un puente sobre el Tajo. Lo que desde luego parece irrefutable para todos los investigadores y arqueólogos que lo han estudiado es que los frogones o pilas en que se asienta el actual puente, y que se descubren en temporadas de sequía, y los sillares inferiores de los tajamares y del arranque de los arcos muestran un tipo de construcción de clara tipología romana. Así los estimaron también unánimes cuantos humanistas e historiadores locales escribieron en los siglos pasados. Pero el puente romano, original y primitivo, sufrió constantes asedios. Su historia, como la de las murallas y la alcazaba, es una larga serie de destrucciones y reconstrucciones. Prácticamente cada pueblo o cultura que ha ocupado Talavera se ha visto obligada a afrontar la ruina y la reparación del puente, de suerte que en nuestro tiempo ha llegado tan ajetreado y recosido que los talaveranos lo han apodado, no sin cierta triste ironía, el “puente de los remiendos”... No sabemos en qué fecha se cambió la dirección del puente, pero parece que fueron los árabes quienes lo hicieron. Originariamente su trayecto era recto y, debido probablemente a la derivación del cauce por efecto de la sedimentación acumulada, debió optarse por el trazado truncado que presenta en la actualidad. La razón fue, sin duda, para que los remates de los tajamares (unos redondeados y otros en punta) recibieran frontalmente el choque del agua, pues de lo contrario, si el agua incidiera en ellos oblicuamente, la erosión sería mayor.
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Entre las reconstrucciones más importantes hay que citar las que se le hicieron en la segunda mitad del siglo XV. Siendo señor de Talavera el Arzobispo Alonso Carrillo, se inició una decidida reconstrucción: las “armas” o escudo heráldico de dicho personaje campean en el gran arco central, que por eso es llamado el “arco de las armas”. Pero esta reconstrucción no se terminó y fue su sucesor en la mitra toledana y en el Señorío de Talavera, el cardenal Mendoza, quien en 1483, en pleno reinado de los Reyes Católicos, encargó la finalización de la obra a Fray Pedro de los Molinos (al parecer, familiar de Fray Hernando de Talavera). De entonces data la espléndida fábrica de los primeros arcos del puente, los que van a dar a la orilla norte del río, que se han mantenido tal cual hasta el día de hoy. En el siglo XVIII se encuentra ya en estado amenazante de ruina, pero sigue siendo paso obligado de rebaños, carretas, arrieros y transeúntes en general. A mediados de ese siglo, Antonio Ponz, en su “Viaje por España”, señala con asombro que no tiene menos de treinta y cinco ojos, “algunos de ellos bastante arruinados”, y añade que el paso por algún tramo se suple con tablas... De manera semejante escribe otro visitante, Cornide: “es muy largo pero no recto, antes sí con varias curvaturas de forma irregular, pero esto no es aún lo peor sino que como la materia principal es el ladrillo, a pesar de varias reparaciones que se conoce haberles hecho en diversos tiempos, en el día se han suplido con madera y que le tienen expuesto a que cuando menos se piense cargue el río con todo este armatoste.” Otro tanto leemos en el informe que los ingenieros Briz y Simó redactaron a mediados de ese siglo XVIII, en el reconocimiento que llevaron a cabo de las condiciones del río Tajo para la navegación: “La puente de Talavera pide reparo pronto porque es larguísima y débil; forma ángulos aunque muy obtusos, está casi arruinada, mas que la mitad con tramos de madera, y su piso tabloncillos...”. En este lamentable estado, con reparaciones de urgencia para que pudiera ser utilizado, llegó hasta comienzos del siglo XX en que, al construirse el nuevo Puente de Hierro, el Puente Viejo prácticamente dejó de utilizarse y hasta fue cerrado por el peligro de ruina. Por fin, finalizando el siglo tuvo lugar la interesante reconstrucción que, de momento, ha recuperado el puente como paso peatonal y lugar de recreo para la población, manteniendo reforzados todos su materiales ruinosos y su estructura y aspecto de siglos. De momento podemos decir que el Puente Viejo se ha salvado, una vez más, de la destrucción.
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Hasta tres cercas o recintos amurallados llegó a tener la ciudad de Talavera de la Reina.
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Las Murallas Construidas, destruidas y reconstruidas en numerosas ocasiones, como el puente viejo, las murallas han venido a ser, como él, símbolo del devenir de Talavera. Su elemento más firme y majestuoso, las torres albarranas, han quedado como motivo fundamental del escudo de Talavera de la Reina. Hasta tres cercas o recintos amurallados llegó a tener la ciudad, construidos en diferentes épocas, circunstancia que matiza el progresivo desarrollo y engrandecimiento del casco urbano. También el origen fue romano, aunque sólo de las que cierran con sillares y sillarejos el llamado primer recinto o la “villa”. En la etapa musulmana estas murallas del primer recinto se reconstruyeron y reforzaron añadiéndose las torres albarranas. Finalmente, los cristianos reconquistadores volvieron a reforzar estos muros y añadieron dos cercas más de murallas, las llamadas de los arrabales o segundo y tercer recinto amurallado.
El primer recinto de las murallas, el que se defiende y adorna con las inigualables torres albarranas, comprende el espacio que los romanos llamaron la “villa”, es decir, la parte antigua de la población que queda comprendida por el muro que va desde el Alcázar por las calles de Sevilla, de Carnicerías, Plaza del Reloj (antes del Comercio), Corredera, Charcón, San Clemente, Entre Torres y siguiendo la ribera norte del río por la Rondilla y Ronda del Cañillo hasta el alcázar. El muro estaba todo él flanqueado por tres tipos de torres: semicirculares (tal vez las más antiguas y se conservan muy pocas, formadas por piedras labradas), poligonales (se cuentan hasta cuarenta y dos cubos almenados) y albarranas (diecisiete esbeltas, grandiosas y espectaculares torres, de las que dijo el Conde de Cedillo que venían a ser “el monumento más característico de Talavera, noble timbre de su ejecutoria”). En estas murallas del primer recinto se abrían,
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Construidas, destruidas y reconstruidas en numerosas ocasiones, las Murallas han venido a ser sĂmbolo del devenir de Talavera.
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l desde antiguo, las puertas de San Pedro (y su célebre arco), la de Mérida y la del Río. Más modernamente, en el siglo XVI, se abrieron la llamada Puerta Nueva o Puerta de las Cebollas y la de Pescaderías. La más grandiosa y espectacular de todas ellas era, sin duda, la Puerta de San Pedro, cuyo significado e importancia describe así Jiménez de Gregorio: “La más historiada de las puertas de la muralla fue, sin duda, la de San Pedro, mejor conocida como Arco de San Pedro, ennoblecido por un fragmento de epigrafía hispanorromana, en donde podía leerse el nombre N. Pompeyo. Sin duda se trata de una lápida de acarreo que lo mismo puede ser funeraria que honorífica. Ya en el siglo XV el cardenal Pedro González de Mendoza, IX Señor de Talavera, por ser la referida puerta baja y estrecha, la recreció. Se colocó sobre el arco que daba a la plaza el escudo de armas del arzobispo, la inscripción... y una imagen de la Virgen bajo un doselete o guardapolvo de traza gótica. Señala el P. Fita el aprecio que sienten los talaveranos por el arco, comparable con el de Madrid por su iglesia de San Jerónimo. Lo califica de pieza “monumental del arte del renacimiento”. En 1660 pintaban en sus muros con la técnica del fresco escenas bíblicas
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y eucarísticas. Estas pinturas sobre la Eucaristía se debían a la proximidad de la puerta a la iglesia de San Pedro, en la cual el año 1540 se fundó la cofradía de la Minerva...” La Puerta y Arco de San Pedro no soportaron la voracidad destructiva de los gobiernos municipales de la segunda mitad del siglo XIX. Obsesionados por un concepto de progreso demoledor, aquellos desaprensivos munícipes iniciaron el proceso imparable de derribo de las viejas y entrañables puertas de las murallas. La primera que cayó fue la del Río, en 1862. Siguieron la de Mérida en 1881, cuyos materiales se aplicaron a la construcción del Campo Santo, y por fin la de San Pedro en 1885. La de Pescaderías ya no existía en 1676 y la Nueva o de las Cebollas era una ruina a finales del XIX, cuando los derribos. De nada sirvieron los ruegos y los informes de los hombres más egregios de Talavera en aquellos años (el académico Luis Jiménez de la Llave y el historiador Ildefonso Fernández). Las puertas desaparecieron para siempre. Sólo quedan sus huecos y sus nombres. Tras la reconquista de la villa y tierra por los cristianos, se establecieron en Talavera grandes contingentes de castellanos (entre los que no
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faltaban “gallecos” o francos, más tarde llamados “gallegos”, que no eran oriundos de Galicia sino de la Galia, Francia). Estas avenidas de gentes desbordaron definitivamente las murallas del primer recinto y obligaron a ensanchar la población en los arrabales (barrios extramuros). Pronto creció tanto el primer arrabal que se hizo necesario defenderlo también con una muralla. Ésta se construyó saliendo de la Alcazaba en dirección este hasta la llamada Torre del Polvorín, donde toma la dirección norte por Cabeza del Moro, cruza la Calle del Sol y la confluencia entre las actuales calles de San Francisco y Trinidad, dobla hacia el oeste por la Cañada de Alfares, Portiña de San Miguel y Puente del Pópulo, y busca la Puerta de Mérida donde se une con el primer recinto. El muro se construye en tapiería, cal y canto y sillería, y se defiende con torres semicirculares no muy altas. Se debió construir a lo largo del siglo XII y comienzos del XIII para defender a la población de artesanos y mercaderes (comerciantes) en él avecindados. Hasta siete puertas y dos postigos abrían este recinto al campo: las de Sevilla, Sol, Toledo, Zamora, Alcantarillas, Villa, Pópulo y Miel. La única que se conserva, desprendida del muro, como un hueco fantasmal y solitario, es la Puerta de Sevilla, abierta en 1579, previa autorización del Arzobispo de Toledo, Señor de Talavera, cardenal Gaspar de Quiroga: consta de un solo arco de medio punto en ladrillo, sobre el que campean las armas del señor cardenal, rematando en lo alto con merlones. Recientemente ha sido objeto de un minuciosa
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reconstrucción que la ha dejado como nueva, lo que ha generado cierta polémica. Pero la ciudad no paró ahí. Siguió ensanchándose. Por el oeste, al otro lado del arroyo de la Portiña, el arrabal viejo crecía y crecía. Es el tercer recinto que describió el Padre Juan de Mariana como poblado básicamente de labradores. Su muro arrancaba del segundo recinto por la parte de la Puerta de la Villa, seguía por San Ginés (Santo Domingo) hasta dar en el río Tajo dejando a la izquierda el arroyo de la Portiña y su desembocadura. Puede datar de comienzos del siglo XIII y ya estaba arruinada su cerca de finales del siglo XVII cuando hizo su descripción el Padre Juan de Mariana. Sólo la llamada Puerta de Cuartos comunicaba este arrabal con el exterior. Su nombre ha sido ajetreado y tergiversado por la leyenda y la fantasía popular, de que con frecuencia se han hecho eco historiadores de renombre. Así se ha interpretado como el lugar donde se colgaron hasta cuatrocientos caballeros descuartizados por Sancho IV en la guerra que sostuvo con su padre Alfonso X el Sabio... La filología y la historia demuestran que el nombre ya existía antes del conflicto entre Sancho y su padre. Además, se trata de un denominación que encontramos en otras ciudades (Quart, Cuarts, Cort, Cortes...) y en todos los casos viene a significar “huertos” o pequeñas suertes de tierra... La Puerta de Cuartos, como todas sus hermanas del primer y segundo recinto, sufrió también la voracidad destructora del progreso. El gobierno municipal ordenó su demolición a comienzos del siglo XX. Tras ser conquistada la ciudad por los cristianos, la Alcazaba fue de nuevo reconstruida por el rey Alfonso VII en el siglo XII.
La Alcazaba, que probablemente se construyó donde antes existió un castro romano, fue el principal baluarte defensivo de Talavera durante la Edad Media.
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La Alcazaba Se trata del principal baluarte defensivo de Talavera durante la Edad Media. Según el Conde de Cedillo, en su Catálogo Monumental, en su espacio debió existir con anterioridad un castro romano, posiblemente utilizado por los visigodos y reforzado posteriormente por los musulmanes. A principios del siglo X parece que fue destruida en las sucesivas incursiones que los reyes cristianos lanzaron contra Talavera. Pero la noticia más avalada por las Crónicas árabes es la que sostiene que fue el califa Abderramán III quien construyó y fortificó nuevamente la Alcazaba en el año 937. Fueron los siglo X y XI su época de esplendor. Las Crónicas árabes resaltan su aspecto imponente. Según su más detenido estudioso, Sergio Martínez Lillo, su superficie abarcaba un rectángulo de 86 x 64 metros aproximadamente. En una de sus torres se observa un rebajamiento en las piedras, como si en el hueco se hubiese dispuesto una inscripción. Parece que así fue y los investigadores sostiene que se trataba de la fecha de construcción y el nom-
bre del califa o gobernante. La leyenda transmitió, sin embargo, que lo que en dicho hueco se inscribió fue una frase árabe que venía a decir: “Cuando Tajo llegue aquí, Talavera ¡guay de ti!”. Tras ser conquistada por los cristianos, la Alcazaba fue de nuevo reconstruida por el rey Alfonso VII en el siglo XII. Para Juan de Mariana esta obra fue, en realidad, la primera construcción y fundación de la Alcazaba. Muy al contrario, las investigaciones arqueológicas y las noticias históricas que se conocen sobre ella permiten afirmar que lo que hizo Alfonso VII fue una importante reconstrucción y la conversión de la Alcazaba árabe en Alcázar cristiano. Pero de nuevo debió sufrir desperfectos en las sucesivas incursiones árabes de ese siglo (almorávides, almohades...) y Alfonso VIII reconstruyó una vez más sus abatidos muros para que sirviera de residencia de los alcaides cristianos y de los propios reyes a su paso por Talavera. En el siglo XIV fijó en el Alcázar su residencia doña María de Portugal, esposa de Alfonso XI, en calidad de Señora de la Villa y Tierra de Talavera, y
entre sus muros llevó a cabo el trágico designio de la venganza, al ordenar la prisión y muerte de su rival Leonor de Guzmán, que fue enterrada en la capilla. Poco después, cuando el hijo de ésta subió al trono de Castilla con el nombre de Enrique II, Talavera y su Tierra fueron donadas, en concepto de “merced”, al Arzobispo de Toledo don Gómez Manrique. Desde entonces el Alcázar fue residencia arzobispal. Con el tiempo, sin embargo, fue arruinándose, pues los Arzobispos apenas residían unos días al año. Las Relaciones de Felipe II, en 1576, describen el Alcázar ya en estado de abandono. Y a mediados del siglo XVII la ruina era ya inevitable. El Arzobispo don Pascual de Aragón hizo donación del Alcázar al Convento de los Agustinos, que se encontraba calle por medio. Desde entonces se llevó a cabo el definitivo expolio de los restos y el espacio fue convertido en Huerto de San Agustín, nombre y utilización con que se le ha conocido hasta nuestros días.
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Consuegra Porque su Cerro Calderico, coronado por el castillo medieval y una hilera de molinos, es una de las imágenes más bellas y sorprendentes de La Mancha. Además de su rico patrimonio monumental, la ciudad, que no pueblo, de Consuegra conmemora en torno al 15 de agosto de cada año, con múltiples actividades festivas, y una recreación parateatral, la batalla que en 1097 tuvo lugar en sus alrededores entre los ejércitos castellano-leonés y almorávide, y donde perdió la vida el único hijo varón del Cid Campeador. A finales de octubre celebra también su célebre Fiesta del Azafrán en homenaje a esta apreciada especia que aquí alcanza su mayor calidad y cada año tiñe sus campos de un impresionante color violeta.
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Oropesa Para conocer su extraordinario castillo, reconvertido en parador nacional de turismo, y que conforman dos construcciones: una de origen árabe, y otra de comienzos del siglo XV. Imprescindible recorrer pausadamente sus calles y monumentos, tapear en los numerosos bares existentes en todo el casco antiguo y dejarse caer, por el mes de abril, para disfrutar de sus Jornadas Medievales, llenas de animación, colorido y actos festivos de todo tipo que dotan al pueblo de una gran animación y lo transforman en la antigua villa medieval que fue, con recreaciones históricas en las que participan sus habitantes, vestidos con trajes de época, y cuantos visitantes deseen sumarse.
Navalmoralejo Para adentrarse en el yacimiento arqueológico conocido como “Ciudad de Vascos”, que corresponde a los restos de una antigua población musulmana que estuvo habitada entre los siglos IX y XII, y que, por razones que se ignoran, sus habitantes decidieron abandonarla. Esto, unido a su ubicación en un paraje apartado de las rutas más transitadas, ha permitido que haya llegado a nuestros días en un apreciable estado de conservación. La impresión que causan sus ruinas y murallas alcanza su punto máximo al contemplar las maravillosas vistas que se obtienen desde lo alto de su alcazaba. En el pueblo se ubica el centro de interpretación de este yacimiento donde el visitante puede conocer mejor cómo debió de ser la vida en esta población medieval, de acuerdo con los descubrimiento realizados en las sucesivas campañas de excavación que se llevan a cabo desde 1975.
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