Tras la hueyas

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Año 1 - Número 3, Noviembre 2013. PVP: 7 €

“Madrid tiene casi a sus puertas un soberbio arrabal artístico que se llama Toledo”. Félix Urabayen Circo Romano, 8 - 45004 TOLEDO - Tel.: 34 925 28 00 27



Paseando por Toledo

TRAS LAS HUELLAS DE BÉCQUER Santiago Sastre / Rafael González Casero

No sabemos a ciencia cierta cuándo vino Gustavo Adolfo Bécquer a Toledo por primera vez y aunque está probado que en la primera quincena de agosto de 1857 estaba en nuestra ciudad documentándose para llevar a cabo, nada menos, que una Historia de los templos de España, de la que sólo aparecería la de los templos de Toledo (él se ocupó de san Juan de los Reyes y de la basílica de santa Leocadia), es probable, según el testimonio de Adolfo de Sandoval, que llegase por primera vez el 31 de marzo de 1855, con 19 años, y se hospedase en la calle de Nuncio Viejo. Después, en los primeros días de noviembre de 1856 se alojaría en una casa de la calle de los Alfileritos. Y fue en la primavera del año siguiente, en 1857, cuando vivió con su hermano en la calle de la Lechuga.


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Hoy esta calle se llama de los Bécquer. Parece ser que los hermanos vivieron una brevísima temporada en la casa ubicada en el rincón de esta calle, en el actual número 3, que por entonces era una pensión (o la casa de un tío de los Bécquer). Aquí llegaron los dos hermanos con sus hijos, en torno a 1857. El profesor Ventura Reyes Prósper, que vivió en el número 8 de la misma calle, se enteró que allí se hospedaron los hermanos Bécquer y por eso propuso cambiar el nombre de la calle al concejal Victoriano Medina y Ruiz, que presentó con tal motivo una moción al pleno municipal el 10 de mayo de 1911. Como requisito, era necesario que hubieran pasado diez años desde el fallecimiento de los homenajeados y recabar el consentimiento de los propietarios y vecinos de la calle. Se ocupó también el profesor Ventura

Calle de San Ildefonso, donde vivió Bécquer.

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Reyes de recoger, de casa en casa, las firmas necesarias y, finalmente, el 17 de mayo de 1911 se decide llamar a la calle Los Bécquer, en plural (a diferencia de lo que mantenía Victoriano Medina) pensando así en hacer un reconocimiento conjunto a Valeriano y Gustavo Adolfo. Donde sí vivieron ambos durante un buen período de tiempo (un poco más de un año: desde el otoño de 1868 hasta el de 1869) es en la travesía San Ildefonso nº 8, en la conocida como la Casa del Laurel. Aquí estuvieron junto con sus cuatro hijos (dos de Valeriano, que llevaba años separado de su mujer, y dos de Gustavo).Y aquí llega el poeta después de separarse de su esposa, Casta Esteban, que era la hija de su médico, especializado en enfermedades venéreas, con la que se había casado el 19 de mayo de 1861 (y con la que tuvo tres hijos:

Gregorio Gustavo, Jorge y Emilio Eusebio, nacidos en 1862, 1865 y 1868 respectivamente). ¿Qué les llevó a pasar una larga temporada en Toledo? Anteriormente habían realizado visitas esporádicas y si decidieron afincarse un importante período de tiempo fue porque llegan como desterrados o huyendo de la situación política que se había producido como consecuencia de la revolución de septiembre de 1868, que propició la caída de Isabel II, entre cuyos partidarios se encontraba el poeta. Toledo se convertirá así en una especie de sanatorio o refugio espiritual. En esta casa, Bécquer tuvo que hacer un gran ejercicio de memoria, pues entregó el manuscrito de sus rimas al ministro conservador González Bravo (que le iba a financiar la edición) con el fin de que le hiciera un prólogo y el político lo extravió. Por eso aquí tuvo que recordar y volver a escribir sus rimas. Las reunió bajo el título de Libro de los gorriones (que incorpora la Introducción sinfónica, el trabajo inacabado La mujer de piedra y las Rimas). Gustavo Adolfo fue un escritor de periódicos, de modo que fue publicando muchos artículos, comentarios y leyendas en diferentes periódicos del momento (como El contemporáneo –donde publicó la mayoría de las leyendas– , La Gaceta Literaria, La ilustración de Madrid y Entreacto). Trabajó, además, como censor de novelas entre 1865 y 1868. La Casa del Laurel, como se la llamaba, fue identificada por la sobrina de Valeriano Bécquer, Julia Bécquer, que regresó a Toledo cuando tenía alrededor de 55 años y se propuso reconocer la casa en la que había vivido de pequeña, cuando tenía sólo 9. En ese paseo de reconocimiento fue acompañada por el profesor Ventura Reyes. Había cambiado mucho la fisonomía de la calle, sí,


l pero el elemento que propició el aquí es de la identificación fue el laurel, que crecía en el patio y se alzaba por encima de la tapia. En esta casa actualmente hay una placa de cerámica, que se puso a raíz de una petición de Rafael Balbín y de Vidal Benito al Ayuntamiento de Toledo, en la que figura la siguiente leyenda: “Los hermanos Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer vivieron en esta calle de san Ildefonso de octubre de 1868 a diciembre de 1869”. De esta casa se conservan dos elementos importantes: el primero, por ser elocuentemente visible, es el laurel que se asoma por encima de la tapia de la casa, que

Pozo de la casa del laurel, según plumilla de Valeriano Bécquer

dicen que lo plantó el poeta (así se sugiere en cartas Desde mi celda). Es un laurel que se ha mantenido al pie del cañón frente a los problemas del paso del tiempo, aguantando podas, sequías e incluso incendios. Y lo segundo es el brocal el pozo que habría en el patio y que ahora, según parece, se encuentra, ay, lejos de Toledo, entre los fondos de un museo de Londres. De todas formas, los Bécquer hicieron más visitas a Toledo. En la primavera o verano de 1870 estuvieron acompañados de Narciso Campillo y Luis Rodríguez Miguel. Y Gustavo pasó unos días en diciembre de ese mismo año, cuando contaba

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34 de edad, poco antes de morir. Lo relevante, con independencia de la documentación de las estancias toledanas de Gustavo Adolfo Bécquer, es que frecuentó las calles toledanas durante sus últimos 15 años. LA PINTA Y EL GRAFITO Hay dos curiosidades de la estancia toledana de los hermanos Bécquer. La primera es que pasaron unos días en la cárcel. Parece ser que los hermanos fueron detenidos por la Guardia Civil de madrugada. ¿Por qué razón? Pues no se sabe a ciencia cierta. Quizá por la pinta que

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tendrían, por estar de palique a altas horas de la madrugada, o porque la Benemérita habría recibido algunas instrucciones previas a la hora de toparse con determinados sujetos (quizá pensando que tendrían que ver con algunos bandoleros o asaltantes que operaban en el camino de Madrid o por la zona de los Montes de Toledo). Sea lo que fuere, el caso es que los vieron como sospechosos y acabaron en el trullo. Gracias a una carta que envió el director del periódico El Contemporáneo, insistiendo en la identidad de los detenidos, pudieron salir en libertad. Estuvieron en los calabozos ubicados por entonces en el Refugio

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de los Pobres Desamparados, en la calle del Refugio (hoy Alfileritos). Pero esta aventura carcelaria, que relata Ramón Rodríguez Correa en el prólogo de la primera edición de las Obras de Bécquer en 1871, resulta extraña, como pone de relieve Vidal Benito. ¿Por qué acudir a la redacción madrileña del periódico El Contemporáneo para que les rescataran de la cárcel? Decantarse por esta opción supondría un enorme retraso, pues habría que enviar la carta a Madrid y que el periódico contestara después. ¿No habría personas – amigos y autoridades– en Toledo a las que recurrir y que conocieran ya a Gustavo Adolfo Bécquer y

a su hermano? Es por eso por lo que Vidal Benito apunta que “tal aventura es bastante aventurada”. La segunda curiosidad es que Gustavo estampó su firma en la portada plateresca de uno de los conventos más antiguos de Toledo: el de San Clemente. Podría ser que llevaran una escalera o que alguien la estuviera utilizando cerca de este sitio y ni corto ni perezoso el poeta se subió para estampar su firma en la célebre portada de estilo plateresco, obra de Alonso de Covarrubias. No sólo lo hizo él, por cierto, pues algunos amigos que le acompañaban también firmaron. ¿Por qué firmaría ahí? ¿Estaría un poco bebido? ¿Sería una apuesta o

Convento de San Clemente. Portada de la Iglesia.


l un reto? ¿Le motivaría ver allí otro grafito? Hay que tener en cuenta un aspecto importante que destaca Manuel Palencia: “Hoy no debemos caer en el error de considerar el episodio referido, fruto de una actitud disipada y de menosprecio hacia las venerables piedras del monasterio; no. Durante el siglo XIX la realización de autógrafos sobre monumentos históricos fue una costumbre muy extendida y practicada en toda Europa y la cuenca mediterránea, y no precisamente por personas ajenas al Arte, sino por renombrados eruditos que con este gesto pretendían ofrecer a esas nobles reliquias su particular homenaje en un anhelo de permanencia y comunión con el objeto admirado.” Manuel Palencia ha comprobado y fotografiado la

Santo Domingo El Real. Fachada.

rúbrica de Gustavo Adolfo Bécquer en la portada de este convento y, según su descripción, se halla a más de 5 metros de altura y tiene unos 35 centímetros de longitud. ¿No sería conveniente autentificar este dato como se merece para que deje de estar en la nebulosa de la leyenda –que sí, que no– y para conservar esta rúbrica frente al paso del tiempo? Los biógrafos han sacado a la luz dos Bécquer: uno conservador, cercano al poder y bien colocado en ámbitos periodísticos gracias a sus influyentes amigos. Y otro más romántico, más desastroso para los cargos burocráticos y la vida práctica en general, por estar más pendiente sobre todo del arte, en especial de la escritura. Nosotros nos inclinamos a pensar que si se

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adscribió al bando conservador obedeció más a la necesidad de encontrar un sustento, gracias a las amistades, más que a un compromiso ideológico concreto o a una pasión política. Bécquer apostó claramente por la bohemia, por una vida inclinada al arte, al cultivo de las tertulias en los cafés, a la bebida y a los prostíbulos, a la escritura (además de periodista, fue dramaturgo, traductor, historiador, pintor, literato y músico, con especial predilección por la ópera y la zarzuela, pues con Luis García de Luna escribe, firmando con el pseudónimo de Adolfo García, algunos libretos de zarzuelas. Curiosamente acaba de aparecer el manuscrito de “El talismán”, una versión de Nuestra Señora de París de Víctor Hugo).

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LA FLECHA DEL ARCO Junto a un pequeño arco, que está en la Travesía del Arquillo y que pudo ser uno de los accesos a la zona de la judería, hay una placa en la que figura una cita del relato becqueriano de las Tres fechas, publicada en 1862. La cita es la siguiente: “En nombre de los poetas y de los artistas, en nombre de los que sueñan y de los que estudian, se prohíbe a la civilización que toque a uno solo de estos ladrillos con su mano demoledora y prosaica”. El mensaje es claro y tiene una actualidad impresionante: refleja el temor ante el avance de las reformas que terminan por alterar o, en el peor de los casos, destruir elementos arquitectónicos en los que están las huellas de la historia (no hay que olvidar que Bécquer conoció los efectos devastadores de la invasión francesa en Toledo).

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Precisamente el detalle cerámico se sitúa en una zona que sufrió muchas alteraciones urbanísticas. Es un arco que dispara una seria advertencia a modo de flecha. El caso es que esta cita hoy bien puede representar el esfuerzo de tantas personas, grupos, instituciones y asociaciones civiles que luchan para proteger o conservar el tesoro histórico y urbano de la Ciudad Imperial. Bécquer, el poeta de las golondrinas, murió joven (de tuberculosis a las 10 de la mañana del 22 de diciembre de 1870, a los 34 años, sin que apenas la noticia tuviera eco en la prensa) y acuciado por los problemas económicos. Por entonces pasaba por ser el autor de unos textos dispersos y fragmentarios y un poeta prácticamente inédito (sus amigos se encargaron de hacer una edición póstuma de su obra en dos tomos). Le tocó vivir una época convulsa, como fue el siglo XIX, en la que nuestro país se enzarzaba

una y otra vez en el luctuoso duelo a garrotazos que Goya reflejó de manera tan gráfica en su famoso cuadro. A pesar de esto, tuvo tiempo para poner letra a sus sentimientos en su poesía; o para fantasear con los mundos mitológicos y desconocidos que seguramente le susurraran las callejuelas y entresijos de Toledo. Pero no estaba el horno del solar patrio para bollos y quizá ese fuese uno de los motivos por los que Bécquer se fue sin poder imaginar que, muchos años después, se convertiría en un referente de la poesía española. El poeta se marchará y, como decía Juan Ramón Jiménez, se quedarán los pájaros cantando, y también sus versos se posarán como pájaros intemporales en las ramas de nuestros árboles, en los monumentos y en los cables por donde circula la electricidad. Aún sigue el eco de su voz paseando por las calles de Toledo, envuelto entre la historia y la leyenda.


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