Año 1 - Número 1, Julio 2013. PVP: 7 €
“El historiador de hoy utiliza la erudición para forjar el mundo de mañana” (Gregorio Marañón) Circo Romano, 8 - 45004 TOLEDO - (Spain) - Tel.: 34 925 28 00 27
Edita: Editorial TendenciART Director: Miguel Larriba Director de arte: José Luis Merchán Subdirectores: Santiago Gómez y Santiago Sastre Consejo de redacción: Rafael González Casero, Bienvenido Maquedano, Manuel Palencia ISBN: 978- 84-612-0406-9 DL: TO-1013-2013 Queda prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos, sin la debida autorización. tendencias@tendenciasdyc.es
Sobre un peñón de siete colinas Presentamos a los amantes de Toledo una publicación con la que pretendemos acercar, tanto al gran público como al erudito, la riqueza de esta ciudad milenaria envuelta en la bruma del misterio, revestida de la grandiosidad de sus piedras y adornada de la belleza que excita el deleite espiritual. Esta iniciativa editorial es continuadora de la revista Tendencias, de grata memoria entre los toledanos, pero con un planteamiento diferente. Su principal objetivo es contar Toledo de forma divulgativa, abordando tanto la historia que nos remite al pasado más lejano, como la que nos acerca al momento más reciente. La historia de Toledo es un pozo inagotable, de ahí la necesidad de seguir sacando agua para entender lo que fue y lo que es nuestra ciudad, sobre todo pensando en las generaciones más jóvenes. Por estas páginas irán desfilando los hacedores de Toledo en las más variadas especialidades; los monumentos que fueron pero ya no son, y los que pudieron ser pero nunca fueron; los relatos que aún siendo dudosa su veracidad no dejan de ser maravillosos; los personajes que han callejeado por el casco histórico… y cuantos aconteceres forjaron en el pasado esta joya erguida sobre un peñón de siete colinas. En definitiva, las infinitas bellezas y curiosidades de todo género que encierra esta antigua y nobilísima ciudad, sin olvidar una mirada también sobre su provincia y los territorios que conformaron su ámbito de influencia histórico. Todo ello en una sucesión de textos convenientemente aderezados con amenidad y rigor, junto a ilustraciones de máxima calidad e impacto visual. El conocimiento de la historia nos ayuda a indagar en el código genético de nuestras sociedades. Pero no con el ánimo de recrearse en nuestro pasado, sino para saber lo que fuimos, para entender lo que somos y para tratar de dar un sentido a lo que seremos. Por eso la historia estará siempre de actualidad.
Sucedió en Toledo EL PASEO DEL CARMEN Y LA HISTORIA DE LA FUGA DE JUAN DE LA CRUZ
Santiago Sastre Ya iba siendo hora de que se tomara la decisión de arreglar el paseo del Carmen de Toledo. En 1865 el Ayuntamiento urbanizó y plantó árboles en esta zona que fue de ruinas y escombros durante muchos años. Era una explanada invadida por los coches y los gorrillas, que se enfangaba cuando llovía y que había provocado ya algún peligro por derrumbe. Por lo que sé van a hacer allí una zona verde y eso me alegra. Desaparecerán los aparcamientos, pero es un sitio pequeño y no se puede tener todo. Han talado algunos árboles que, según dicen, estaban en mal estado, pero si es para plantar más árboles o para diseñar mejor la zona ajardinada
merecerá la pena este sacrificio, porque será algo así como un mal menor. Pero lo que quería señalar ahora es que allí estuvo el convento Nuestra Señora del Carmen, donde sufrió su célebre presidio san Juan de la Cruz. El calvario particular de fray Juan comenzó en Ávila el 2 de diciembre de 1577. Varios frailes y seglares descerrajan la puerta de su casa, que estaba cerca de la clausura del convento de la Encarnación, y se lo llevan maniatado junto a su compañero Germán de San Matías. A fray Juan lo montan en un mulo con destino a Toledo, aunque él no sabe a dónde lo llevan. Tiene que atravesar la paramera abulense, la sierra de Gredos y los riscos del
Tiemblo a comienzos de diciembre, en días de frío y nieve. Cuentan que llega a Toledo de noche y con los ojos tapados con un pañuelo. Lo conducen al imponente convento calzado de Nuestra Señora del Carmen de la Observancia de Toledo, que se encontraba al lado de la ribera del Tajo, entre el artificio de Juanelo y el puente de Alcántara. En la iglesia de este convento tenían su sede las cofradías de la Vera Cruz, la del Cristo de la Sangre, la de San Eloy (que es la de los plateros), y la de la Consolación (del gremio de ganapanes y trabajadores de las plazas, es decir, de aquellos que se ganaban la vida llevando recados o transportando bultos de un sitio a otro). Ahora del convento sólo queda el nombre del paseo que hay en aquel lugar: el paseo del Carmen, donde no hace muchos años se ubicaba el conocido mercadillo del Martes. El convento fue saqueado por los invasores franceses en 1809, incendiado en 1812 en casi su totalidad, desamortizado en 1835 y sus ruinas fueron compradas por José Safont, que
terminó de demolerlo para vender sus materiales. Pero no me resisto a citar dos elementos de este convento que se pusieron a salvo y que están en la iglesia de San Pedro Mártir: el retablo del Monte Carmelo de la iglesia y los sepulcros de los condes de Fuensalida, que fueron la fuente de inspiración del célebre relato “El beso” de Gustavo Adolfo Bécquer. Miguel de Cervantes en su obra “La ilustre fregona” alude al sonido de unas chirimías que, según el personaje Carriazo, deben de proceder de “alguna fiesta en un monasterio de Nuestra Señora del Carmen, que está aquí cerca”. Y una curiosidad más: después del incendio del convento del Carmen los carmelitas calzados se alojaron en la Casa de Mesa, donde permanecieron algunos años mientras iban reconstruyendo su morada. Después, los frailes calzados regresaron a una parte del convento antiguo que lograron
reconstruir, aunque sería incautada en la primera desamortización. Desde entonces no ha vuelto a haber carmelitas calzados en Toledo. Pues bien, hacia 1576, un año antes de la llegada de San Juan de la Cruz, había 23 frailes en este convento, que era el mejor que tenía la provincia carmelitana de Castilla. En el convento comparece en juicio ante el visitador general de la Orden, fray Jerónimo Tostado; el prior del convento, el padre Maldonado; y otros religiosos de la comunidad. Intentan que dé marcha atrás a la Reforma, que cumpla las directrices establecidas por el vicario general y vuelva a vestir el hábito de calzado, que, por cierto, ya lo lleva puesto por la fuerza. Primero recurren a las amenazas y luego pretenden camelarle con el poder (le ofrecerían un priorato), la comodidad (una buena celda con librería) y la riqueza (hasta una cruz de oro).
Juan de la Cruz se mantiene firme y, ante un tribunal ilegítimo que, además se apoya en una acusación falsa, es declarado rebelde. Él sabe de antemano que el castigo consiste en el encarcelamiento. Primero le llevan a la cárcel conventual. Pero su situación cambia radicalmente a los dos meses. Para evitar que se escape (como había hecho fray German de San Matías de la cárcel de San Pablo de la Moraleja en Ávila) lo trasladan a una minúscula rinconera, pensada para poner el retrete de una sala contigua destinada a los huéspedes. Los testigos que la vieron cuentan que tenía seis pies de ancho y hasta diez de largo, y que sólo disfrutaba de un minúsculo rayo de luz que entraba por una saetera de tres dedos de ancho que estaba arriba. Para poder leer debía subirse a un banquillo y eso si la luz del sol, después de atravesar el corredor y la sala de al
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tendencias S U C E D I Ó E N T O L E D O lado, tenía suficientes fuerzas para llegar al agujerillo de su ventana. Un carmelita que tiempo después dijo misa en esa minicárcel cuenta que era tan pequeña que apenas se podía mover. Pero esto es sólo la cuestión física del sitio donde está encerrado. A ello hay que añadir muchas otras circunstancias que incrementaron la terribilidad de aquel lugar. ¿Qué cosas tiene consigo? Sólo un breviario y un libro de devoción. ¿Qué ropa lleva? La puesta, incluso le quitan la capucha y el escapulario como castigo. ¿Cómo es su alimentación? Sólo comía pan y sardinas y, algunas veces, el carcelero le obsequia las sobras de
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la comunidad. Tres días a la semana, lunes, miércoles y viernes, come de rodillas, en medio del refectorio, un sobreayuno que consiste en tomar solamente pan y agua. Cuando termina de comer le toca sufrir una práctica humillante, la de la disciplina circular: fray Juan se pone de rodillas, deja su espalda desnuda y todos los frailes forman alrededor de él un círculo y de uno en uno se acercan para golpearle con unas varas. Esta flagelación colectiva solía durar el recitado de un miserere. A todo ello hay que añadir la presión psicológica a la que fue sometido bombardeándole con frases hirientes y amenazadoras sobre el fracaso de la reforma y
sobre lo que le esperaría en caso de no desistir. Todo esto lo dicen cerca de la puerta de la celda con la intención de que las palabras se conviertan en dardos envenenados. Pero no consiguen hundirle la moral. Es muy complicado poder resumir cuáles fueron las razones que llevaron a esta situación. Por dar tan sólo unas pinceladas, se podrían mencionar las dificultades inherentes a la reforma de la Orden; los conflictos de jurisdicción; muchas pequeñeces humanas y la aplicación de algunos decretos del capítulo general. En el fondo es un conflicto entre dos espiritualidades, algo, por cierto, que no sólo sucedió en esta orden. Desde luego que es difícil que alguien pueda ser profeta en su tierra cuando propone reformas con las que pretende una mayor exigencia para regresar a la pureza del Evangelio. Fray Juan se mantuvo firme en sus creencias. Hay que señalar que en el convento del Carmen había religiosos que, ya sea porque fray Juan no se retractaba, o porque quizá le conocían de antes o porque les parecía inhumano cómo se le estaba tratando, no compartían este maltrato tan severo con el preso. Este distinto parecer tuvo su reflejo en el cambio del carcelero que le vigilaba. A partir de mayo ponen de centinela a un religioso joven, de unos 27 años, que acaba de llegar de Valladolid llamado fray Juan de Santa María y que estará con él dos meses escasos. Curiosamente este joven es toledano, del cercano pueblo de Fuensalida. Se muestra muy benevolente con él hasta el punto de que intenta que no baje al comedor para evitarle la disciplina circular, la da una túnica limpia, tijeras, aguja e hilo, le lleva tinta y papel, le presta un candil, le deja salir para verter el cubo con sus necesidades y, además, le permite de vez en cuando dar un paseo por el corredor mientras los frailes duermen la siesta. En uno de esos paseos empieza a dar forma a la posibilidad de fugarse. Calcula la distancia desde el balcón del pasillo hasta el suelo, con un hilo al que ata una piedra en el extremo, y se pone manos a la obra para
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aflojar los tornillos que sujetan el candado de su puerta. Fray Juan quiere corresponder a los detalles que ha tenido con él el carcelero bondadoso y, como prueba de su agradecimiento, le regala una cruz de madera con un Cristo de bronce, que no se conserva. Todo apunta a que ya ha tomado la decisión de fugarse, porque acaso esta fuga sea la única posibilidad de sobrevivir. Ahora queda pendiente otra decisión: cuándo. La gota que colma el vaso y que precipitó la decisión de huir llega el 14 de agosto. Es sabida la importancia que tiene la Virgen María en la espiritualidad del Carmelo. Fray Juan pide al padre prior que le permita celebrar la eucaristía el 15 de agosto, festividad consagrada a la Asunción de la Virgen. Y recibe la negativa por respuesta. Quizá la celebración de la Virgen de Agosto, junto con la del Corpus Christi, sean las dos celebraciones religiosas más seguidas o con más participación de los toledanos. Ya fue muy duro que el día del Corpus lo pasara solo, sin decir misa, pero que tampoco pudiera hacerlo en esta festividad mariana tan señalada ya
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era demasiado. Entonces, algún día después del 15 de agosto, al filo de la medianoche, fray Juan fuerza la puerta de su celda y se encuentra en la sala contigua, donde están acostados dos frailes enfermos. Estos huéspedes se despiertan pero vuelven a dormirse enseguida. Fray Juan pasa con sigilo entre las dos camas y sale de esa sala al corredor y va derecho al mirador. Coge dos mantas que hay en la habitación de al lado y construye una especie de colgadura con los trozos. En un extremo ata la manta a una especie de garfio construido con el candil que le había regalado el carcelero. El gancho resiste su peso pero la cuerda no llega hasta el suelo y tiene que dar un salto como de un metro y medio. Un esguince o una fractura hubieran dado al traste la aventura. Pero supo amortiguar bien la caída. ¿Está ya en la calle? No, ha ido a parar al corral del convento de las concepcionistas franciscanas, donde viven unas monjas que honran a María en su Concepción Inmaculada. Fue la lusitana Beatriz de Silva la fundadora de un beaterio y un convento, aunque la creación de la Orden de la Concepción,
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desvinculada de la Regla del Císter y de la Regla de Santa Clara, tuvo lugar después de su muerte. El convento del Carmen cerraba por entonces la plaza por el este y a este paraje se le denominaba “corral de la Concepción”. Fray Juan no logra encontrar la salida y comienza a inquietarse, pero encuentra una zona de la tapia algo más baja y, quizá ayudado por una enorme piedra de granito (que, según la tradición, se conserva aún en el jardín del convento), se sube a lo alto. Camina unos metros y ahora ya sí, de un salto, se planta en la calle. Juan de la Cruz, por tanto, está ya libre en las calles de Toledo. El Padre Federico Ruiz ha tratado de reconstruir sus pasos a partir del dibujo de Portocarrero y del plano de Arroyo Palomeque. Existen en esta fuga dos tramos: el trayecto hasta Zocodover y el otro tramo hasta el convento de San José. Cuentan que desde una bodega que estaba al lado unos mozos quieren ofrecerle ayuda, pero él lo desecha dada la proximidad del convento del que se ha escapado. Subiría hasta Zocodover. ¿Qué se encontraría de madrugada en una noche agosteña
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tendencias S U C E D I Ó E N T O L E D O y calurosa en el Zocodover de 1578? Algunos testimonios comentan que unas verduleras dormían al pie de sus puestos y le increparían pensando que vendría de una correría nocturna y le dirían palabras soeces. El dramaturgo José María Rodríguez Méndez fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura Dramática en 1994 por la obra “El pájaro solitario”, donde recrea la estancia toledana y la fuga de fray Juan. En el segundo acto tiene un gran protagonismo esta plaza donde se reúnen verduleras, compadres de la picardía e incluso prostitutas como la Maldegollada, la Coscolina y la Palomita torcaz. Aunque el dramaturgo quiere simbolizar con ellas la tentación, sin embargo son ellas las que le ayudan al pobre fraile, igual que el carcelero compasivo, salvándole de los monjes calzados que le buscan. De esta manera su ayuda pone de relieve el dictum bíblico de que las prostitutas nos precederán en el reino de los cielos. A partir de Zocodover ya se sabe poco del recorrido que hizo fray Juan. Preguntaría por el convento de las carmelitas descalzas, que estaba en la actual calle Núñez de Arce, y trataría de acercarse, pero ya era demasiado tarde y pensó que a esas horas ya no abrirían a nadie en el convento. Entonces se cuenta que
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se encontró con un caballero con la espada desenvainada junto con un criado que sostiene una antorcha encendida, a quien el prófugo pide permiso para pasar la noche en el zaguán de esa casa. ¿Quién es ese caballero toledano? No lo sabemos. ¿En qué parte de Toledo está ese zaguán en el que se refugió el Santo esperando la llegada de una hora prudente para acercarse al convento? Tampoco lo sabemos a ciencia cierta. Según el testimonio de Fray Inocencio de San Andrés, en ese amplio zaguán había una puerta que daba a la calle y dentro otra que había a la izquierda para subir una escalera. José Carlos Gómez-Menor, a mi juicio con una hipótesis sólida, piensa que este portal estaría justo enfrente del convento, donde ahora está la sede del Consejo Consultivo de Castilla-La Mancha, en Núnez de Arce nº 12. En sus orígenes esta casa perteneció a “Los Cota”, una familia de judíos conversos, entre ellos el Mercader Rodrigo Alonso Cota, cuyo hijo fue el padre del poeta Rodrigo de Cota. Esta tesis, que sitúa a fray Juan en el zaguán de esta casa, resulta plausible por dos razones: La primera es que parece lógico que si fray Juan quisiera que no le atraparan, entonces lo razonable sería no ir en dirección opuesta al convento sino todo lo contrario, acercarse lo más posible
para no andar mucho tiempo por la calle. La segunda es que ese zaguán encaja al dedillo con la descripción que hace Fray Inocencio del sitio en el que pasó la noche. Al amanecer fray Juan se acercaría al convento de las carmelitas descalzas. La primera hermana que ve a fray Juan es la tornera Leonor de Jesús. El prófugo pediría ayuda ante la posibilidad de que los calzados pudieran localizarle. La tornera acude a comentar la extraña visita a la madre priora, Ana de los Ángeles. El convento era de clausura y por eso hay que extremar muchas cautelas, pero pudieron dejarle pasar porque había una monja enferma, Ana de la Madre de Dios, cuya enfermedad se había agravado y quería confesar. Fray Juan tendría una pinta penosa: estaría sucio, con barba, con el hábito roto y sobre todo muy débil, tanto que apenas se podía mantener en pie. La madres priora, previendo que los frailes calzados no tardarán en llegar al convento preguntando por él, decide poner en la portería a otra hermana más experimentada, a Isabel de San Jerónimo, capaz de guardar el secreto con alguna mentira piadosa. Cuando llegan los calzados, no entran en la zona de clausura, registran el locutorio y la iglesia y se marchan sin decir nada. Mientras tanto fray Juan recibe todo tipo de atenciones. Le ponen una sotana vieja que tienen del capellán del convento. Y la hermana enfermera le sirve un detalle culinario: unas peras con canela. El poeta José Luis Martín Descalzo tiene un magnífico soneto recreando esta escena. Así es, Fray Juan cuenta a las descalzas sus fatigas durante los ocho meses y medio que ha pasado en la cárcel toledana (una especie de vientre de ballena como le pasó a Jonás) y la peripecia de la fuga. Ayudado por la Beata María de Jesús, la Santita, sale a la iglesia y pegado a la reja del coro (que las monjas en la actualidad conservan en el huerto del convento) empieza a recitar poemas. No hace falta que lleve los poemas escritos, pues se los sabe de memoria. Esta impaciencia por recitarlos cuando
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estaba exhausto, que apenas podía sostenerse en pie, es una prueba de la gran relevancia que les concedía. Desde un punto de vista psicológico, posiblemente la recitación de poemas místicos y de oraciones constituyó una tabla para mantenerse a flote y evitar el desequilibrio mental en la tempestad oscura de la cárcel. Mientras el poeta maltrecho recita sus composiciones, una religiosa los iba copiando. No son poemas que se hayan escrito como evasión, ni que expresen ningún tipo de resentimiento. La oscuridad de la noche toledana le ha servido para componer algunos de los poemas místicos más importantes de la historia de la literatura. Son poemas difíciles de interpretar y, además, expresan una experiencia emocional de vaciamiento y de unión con Dios que a la mayoría de los mortales nos resulta difícil de comprender. Las composiciones poéticas que escribe en prisión
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son: la mayor parte del Cántico espiritual, los romances, incluido el del salmo Super flumina Babylonis, el poemita de la fonte que mana e corre aunque es de noche, y, probablemente, las canciones de la Noche oscura. La priora de las carmelitas descalzas, Ana de los Ángeles, piensa que fray Juan no puede quedarse allí toda la noche y envía un recado a don Pedro González de Mendoza, bienhechor de la comunidad, canónigo de la catedral de Toledo y administrador del Hospital de Santa Cruz. Allí se presenta con un coche de caballos y lo sube para llevarlo a su casa del hospital. Unas horas antes, en su escapada, había pasado delante de la portada plateresca de este hospital y los biógrafos sanjuanistas apuntan que, durante su convalecencia, se asomaría para contemplar a lo lejos, desde la casa del canónigo, el convento donde había padecido su particular calvario. A la entrada
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del actual Museo de Santa Cruz hay una placa del escultor Julio López Hernández que se puso el 14 de diciembre de 1991 con motivo de su IV Centenario de su muerte y que recuerda su estancia en este Hospital. En ella figura la siguiente estrofa del Cántico espiritual: “Mi alma se ha empleado/y todo mi caudal en su servicio;/ya no guardo ganado,/ni ya tengo otro oficio,/que ya solo en amar es mi ejercicio.” Curiosamente esta vivencia carcelaria sucede, por decirlo con Dante, en la mitad del camino de su vida religiosa, pues 14 años antes había entrado en el Carmelo y 14 años después de la experiencia toledana moriría en Úbeda, Tal vez este episodio de la prisión de Juan de la Cruz se ha mitificado en la historia por parte de los descalzos con el fin de justificar la separación de los calzados. Cuando a Fray Juan le preguntaban que contara su experiencia de la cárcel huyó de la tentación de convertirse en
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un héroe o en una víctima y solía decir que quienes le maltrataban obraban así porque pensaban que castigaban a un rebelde, de modo que los exculpaba. Además, consideraba que lo que vivió en la carcelilla, como la llamaba, podía considerarse un don de Dios inmenso e inmerecido, pues las gracias que recibió en la prisión superaban con creces los sufrimientos que padeció. ¿Qué queda de este episodio en nuestro Toledo? Pues muy poco. El 22 de noviembre de 1968, celebrando el IV Centenario de la Reforma del Carmen Descalzo, se coloca un recuerdo cerámico en una parte del muro que hay un poco más arriba del puente de Alcántara en la que figura la primera estrofa de la composición poética Noche oscura. A mi no me gusta su ubicación por dos razones. La primera es porque induce a pensar que fue por allí por donde se escapó fray Juan y eso no es cierto. Si al fugarse fue a parar al corral que había en la fachada norte del edificio, junto a otro de las concepcionistas, no pudo haber salido hacia la calle donde estaba el Artificio de Juanelo. Sobre esto llamaba la atención Julio Porres
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Martín-Cleto en su célebre Historia de las calles de Toledo. La segunda es que está en una zona por donde suelen pasar pocos peatones y además figura en la parte elevada del muro, por lo que pasa casi desapercibida. Ahora, como decía al principio, se quiere arreglar esta zona. Yo creo que es todavía una parte de Toledo que está por resolver. Quizá sería interesante realizar alguna excavación para encontrar restos de aquella edificación y, más tarde, colocar una estatua de San Juan de la Cruz evocando así la estancia de quien tuvo aquí su monte Tabor toledano, donde se produjo la transfiguración del primer descalzo y de su ideal contemplativo. Precisamente hace algunos años, en 1995, el escultor Francisco García, Kalato, recibió el encargo de realizar una escultura de San Juan de la Cruz, proyecto que contaba con el respaldo del gobierno municipal de entonces. Después, algunos avatares políticos y económicos hicieron que esta propuesta durmiera el sueño de los justos, de modo que se podría decir que este proyecto fue enterrado en la misma oscuridad que padeció
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el Doctor Místico en la celda toledana. Quince años después esta magnífica escultura, en escayola, ha sido donada por su viuda, Julia Gómez Barroso, y preside desde primeros de noviembre de 2010 el espléndido claustro del convento de los carmelitas descalzos de Toledo. Desde luego que instalar una escultura en el paseo del Carmen sería, en primer lugar, una manera de evocar aquel episodio de la vida de Juan de la Cruz, y, en segundo lugar, rememorar la composición de algunos de los poemas más importantes de la historia de la literatura. No se trata de hacer una escultura a una tumba, sino un homenaje a una resurrección. Ese jardín que se realizará ahora será ideal para la reflexión mística, para el paseo, para la práctica del deporte, para la degustación de las sabrosas vistas (no estaría mal, por cierto, poner en un extremo algún kiosco para tomar algo). Sin duda se trata de una zona de Toledo que conviene recuperar y potenciar para todos. Allí, donde fray Juan escuchó la fonte que mana y corre, y también el rumor del río Tajo, que prepara su meandro para abrazar a Toledo…
El Toledo que vio... Hans Christian Andersen
Miguel Larriba
Hace 150 años, el escritor danés Hans Christian Andersen (1805-1875) vio cumplido uno de sus más perseguidos sueños: viajar a España. En el itinerario que realizó por nuestro país incluyó Toledo, una ciudad que le cautivó y de la que nos dejó testimonio escrito del singular recorrido que por ella llevó a cabo. Pese a haber cultivado y alcanzado éxito en prácticamente todos los géneros literarios, Ándersen ha pasado a la historia de la literatura como autor de algunos de los más famosos cuentos que aprendimos en nuestra infancia (La sirenita, El traje nuevo del emperador, El soldadito de plomo, El patito feo…). En la cumbre de su fama, cuando era uno de los escritores más populares y queridos de Europa y Estados Unidos, visitó España, cumpliendo así un deseo que le había perseguido durante toda su vida. Tenía 57 años y un extraordinario interés por adentrarse en un país distinto al resto de las naciones de su entorno, al igual que muchos viajeros de la época, principalmente ingleses y franceses, que a lo largo de todo el siglo XIX van a viajar a España en busca del exotismo, lo pintoresco y los contrastes con una cultura que se percibe lejana no tanto por la distancia física como por el desconocimiento que de ella se tiene. Con este mismo interés, Andersen realiza un largo itinerario por nuestro país entre el 4 de septiembre y el 23 de diciembre de 1862, en el que incluye la ciudad de Toledo, y que dará lugar a un libro, “Viaje por España”, que alcanzó gran éxito nada más ser publicado, al año siguiente.
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El viaje a Toledo tuvo lugar a mediados del mes de diciembre, y no debió de durar más de tres o cuatro días. Lo realizó desde Madrid, aprovechando la facilidad y rapidez de desplazamiento que ofrecía la línea de ferrocarril inaugurada sólo dos años antes. La ciudad que encuentra, como la mayoría de las que ha visitado en su viaje por España, refleja las consecuencias del empobrecimiento, de la guerra, de la miseria, pero Toledo podemos interpretar que impacta de una forma especial sobre el escritor. Una singularidad que llama la atención de la visita de Andersen a Toledo es el itinerario que realiza por la ciudad, poco usual en la mayoría de los viajeros de la época que, como parece más lógico, se limitan a visitar los lugares y monumentos que mayor interés despiertan, siguiendo rutas urbanas. Por el contrario, Andersen inicia su visita con un recorrido exterior, habitual hoy entre los turistas para contemplar la panorámica del casco antiguo desde la carretera del Valle, pero poco recomendable hace 150 años pues entonces no sólo no había carretera, sino apenas caminos, y estos parecían más aptos para el ganado que para paseantes curiosos.
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Tras aposentarse en una fonda en el entorno de Zocodover, comienza visitando el Alcázar, destruido tras la Guerra de la Independencia, y desde allí, desciende al puente de Alcántara, sube hasta el Castillo de San Servando e inicia una caminata por la margen izquierda del río, contemplando la impresionante panorámica de la vieja ciudad, bien diferente de la que hoy disfrutamos y que Andersen describe de manera casi fotográfica con estas palabras: “Una angosta vereda se dibujaba ajustándose a la margen del río, ofreciendo una nota pintoresca y variada (…) Tornando a subir por entre las desnudas masas de roca, no se ve ni un árbol, ni un matorral; era como andar por una cantera abandonada. De súbito desaparecieron camino y vereda, no había ni una casa, ni una persona, era un desierto de piedra; no obstante, al otro lado del río se erguía Toledo graciosa y pintoresca, cual gigantesca ruina coronada por el Alcázar. Todo el camino desde el puente de Alcántara hasta el de San Martín transcurre entre la mayor soledad y abandono, y al mismo tiempo sumido en una grandiosidad que embarga y
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fascina. Ni un alma nos salió al paso durante la larga caminata; ni un pájaro se oyó cantar o pasó volando. Hasta que no llegamos al puente de San Martín no vimos a nadie” Esta imagen de soledad y abandono a la que contribuye a reforzar la ausencia prácticamente total de vegetación, está perfectamente documentada en fotografías de la época que demuestran la fidelidad de la descripción del escritor. Por San Martín entra de nuevo en la ciudad para visitar San Juan de los Reyes y el barrio de la judería. Andersen no es un entendido en arte y por ello omite cualquier descripción en este sentido. Le interesan más los ambientes, las imágenes que van quedando impresas en su retina y almacenadas en sus recuerdos. Y esas imágenes de dentro no son muy diferentes de las de fuera. De nuevo, soledad y abandono. El inmenso templo muestra también en sus piedras las heridas que la Guerra de la Independencia le ha causado y las dos sinagogas, convertidas en iglesias cristianas, son el único recuerdo del que fue uno de los barrios judíos más ricos de España. En medio de este desolado paisaje, Andersen fija su atención en la figura de un viejo mendigo, ciego, sentado sobre una columna y que, según confiesa, trae a su memoria un cuadro del profeta Jeremías sobre las ruinas de Jerusalén. Sus pasos se dirigen de nuevo al exterior de la muralla y, saliendo por la Puerta del Cambrón, camina hasta la de Bisagra en medio, nuevamente, de un panorama desértico. “No conozco— escribe— nada más solitario que la vieja y ancha carretera que bordea el pie de la muralla de Toledo, ni panorama más desolado que el que desde aquí se contempla”.
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El tañido de las campanas llama su atención y de parecen “latidos del corazón, pulso y voz de la ciudad”. Es así que la visita a la Catedral, en un día de ceremonia solemne, sea el perfecto contrapunto de su breve relato de la estancia en Toledo. Asciende a la torre para ver la famosa “campana gorda” y, luego, en el interior del templo encuentra el único lugar donde se puede ver gente en la ciudad, ya que las calles están desiertas. Hay que entender que el viaje se desarrolla en diciembre y con una meteorología bastante adversa, por lo que no es de extrañar que no hubiera gente por las calles y menos todavía por los alrededores, pero estas razones no parecen importar a nuestro viajero, que de pronto se muestra absorto contemplando la magnificencia del templo primado del que se limita a hacer una descripción somera, como si le resultara fatigoso pararse en tantos detalles, tal vez por no alcanzar a comprender muchos de ellos dada su condición de protestante. La visita toca a su fin y, pese a la imagen melancólica que se advierte en la descripción de su recorrido por la ciudad, Andersen siente abandonar Toledo. Las últimas palabras de su relato advierten ya el próximo final de su viaje por España, un viaje que sin duda debió de causarle un fuerte impacto por las grandes diferencias culturales, paisajísticas y costumbristas con respecto a su propio país, y en consecuencia una experiencia inolvidable. Las últimas líneas de su relato así parecen atestiguarlo: “Toledo se deja de mala gana. Es triste marcharse pensando que jamás se va a regresar, que no volverá uno a ver el lugar que de extraño modo despertó nuestra simpatía. ¿Acaso volveré a España”.
El Toledo de Papel
La Torre del Reloj de la Catedral Santiago Gómez
Considerada como la segunda Roma, Toledo ha acumulado durante siglos un ingente patrimonio arquitectónico fruto de la rica variedad multicultural de que ha disfrutado a lo largo de los tiempos. Por fortuna hoy la ciudad sigue siendo una de las más bellas del mundo al conservar la mayor parte del legado de sus antepasados. Pero el paso del tiempo a veces ha cobrado su tributo y se ha llevado maravillas que sólo perviven en el recuerdo. También hay otras obras que se idearon pero que sólo quedaron plasmadas en proyectos que nunca llegaron a acometerse. Es lo que llamamos el “Toledo de papel“, aquel que a día de hoy sólo podemos contemplar en grabados, fotografías o simplemente en los trazos de un arquitecto.
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A ese Toledo de papel, al Toledo desaparecido, pertenece la que se conoció como Torre del reloj. Precisamente el nombre lo toma de la que fue su ubicación, junto a la Puerta del Reloj de la catedral, entre los años 1424 y 1888. Se levantó bajo la dirección del maestro constructor Alvar Martínez, quien por las mismas fechas dirigía también la construcción de la torre principal. En el siglo XVIII le fue añadido un cuerpo con campanas y un remate en forma de afilada aguja, alcanzando casi los 80 metros de altura. No es mucha la información que se conserva sobre esta torre, a la que quizás no se le ha dado la importancia merecida. Vicente Cutanda la califica de “elegantísima construcción“, y Sixto Ramón Parro, en su Toledo en la mano, la describe de la siguiente forma al hablar de la Puerta del Reloj: “A la izquierda
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La Torre del Reloj
de la fachada se alza la elegante torre en que están á conveniente altura las dos campanas con que el reloj dá ó toca las horas y los cuartos, cuya mitad inferior (…) es todavía de la primitiva obra que hizo hácia 1425 Albar Gonzalez, ó Gómez; (...)pero la parte alta es renovada á fines del pasado siglo [el XVIII] cuando se colocó el reloj nuevo y se restrauró esta fachada, y entonces la hicieron el chapitel de pizarras que le sirve de muy bonita coronación, con unos antepechos y demas adornos de hierro dorado, como lo están también las campanas y la armadura en que descansan, igualmente que los globos que rematan la aguja del chapitel, y la veleta y cruz que tienen encima: es de piedra blanca, cuadrada y bastante alta, sencillamente labrada, con cuatro arcos sumamente esbeltos en su último cuerpo, en cuyo centro están las dos campanas“.
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Pese a que cien años antes se había restaurado en su totalidad y posteriormente reparado su chapitel, en 1588 la torre del reloj fue demolida, decisión no exenta de polémica y controversia en la época, pues se hicieron especulaciones diversas sobre los motivos que estaban tras la decisión de demolición, y que no eran precisamente su estado de ruina: la grave crisis económica que se arrastraba desde 1866, o la unidad de estilos arquitectónicos, que no admitía la convivencia del gótico con el barroco. En abril de 1885 comienza el fin de la Torre del reloj: el arquitecto municipal denuncia que los chapados de cantería que forman paramentos exteriores en la mencionada torre no se encuentran en buenas condiciones, y recomienda cerrar temporalmente la puerta de la Feria, así llamada también la puerta del Reloj, y aislar la parte necesaria en el interior del templo por la mucha concurrencia de fieles. Pocos días después ya se habla de “estado de ruina“ de la torre. Según puede leerse en el libro de actas del Cabildo de la catedral, el 17 de abril de 1885 “Se leyó una carta del Sr. Capellán Mayor de
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Reyes fechada ayer en Madrid en la cual participa que ha invitado al Sr. Ministro de Gracia y Justicia acompañado de los señores Diputados y habiéndole hecho presente el estado de ruina de la Torre del Reloj, expontaneamente ha ofrecido cinco mil duros para su reparación“. Sin embargo, la decisión de demoler la torre parecía contar con todas las bazas. En el citado libro de actas del Cabildo, en el apunte del 9 de julio de 1885 se hace referencia a la Real Orden de la Junta de Reparación de Templos “por la que se manda que el arquitecto diocesano proceda a formar con urgencia el proyecto y presupuesto para el derribo de la Torre del Reloj de esta Santa Yglesia teniendo en cuenta que los gastos con que para ello ha de contribuir el Estado no excedan de veinte y cinco mil pesetas“. En el acta de la misma sesión se dice que se leyó la copia de un informe “sobre el estado ruinoso de la Torre del Reloj elevado por la comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de esta Ciudad a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando“. Lógicamente no existía en la ciudad unanimidad
l sobre el destino de la torre, y hubo quien trabajó hasta el último momento para evitar su demolición. Es digno de reseñar aquí la narración que hace Vicente Cutanda en su obra La derribada torre del reloj: “Los técnicos sentenciaron la torre a irremisible derribo y el canónigo Obrero, hombre verdaderamente entusiasta de la Catedral y el que esto escribe, en calidad de entrometido, tratamos de detener el golpe de la picota. Recuerdo varias tardes pasadas en el ruidoso monumento, echando plomadas y redactando una memoria, seguramente mala, como labor de dos ingenios. Era un anochecer, víspera del día en que la sesión académica debía decidir la suerte de la bellísma
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torre. El cura y yo, sentados en el último escalón del caracol a su salida a los andenes, dábamos los últimos toques a nuestro trabajo para llevarlo sin demora al correo y que llegase a tiempo a las manos que debían presentarlo a la prestigiosa Academia de San Fernando. Nuestra mala suerte trastornó todos los planes. Dio el reloj, y una verdadera tromba de pájaros asustados del estrépito de las campanas, salío huyendo por el caracol, me arrancó el sombrero de la cabeza, cogiéndolo yo por milagro, y las cuartillas del informe volaron diseminadas hasta perderse en lejanos tejados. No hubo tiempo de rehacerlas, ni modo de recobrarlas. La Academia decidió la demolición de la torre“.
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La torre, levantada inicialmente con la finalidad expresa de albergar las campanas que dieran las horas del reloj, contó inicialmente con una, que ya no existe, fundida en 1424 y un peso de 2.760 kilos. Años más tarde, en 1791, se subieron las dos campanas que pervivieron hasta la demolición de la torre en 1888. Sobre estas campanas, Sixto Ramón Parro escribe en su Toledo en la mano: “Las dos hermosas y sonoras campanas que hay colocadas una por encima de la otra en el centro del último cuerpo de la torre sobre una armadura fuerte de hierro dorado, se escogieron en 1790 de entre los centenares de ellas que había entonces en Toledo, buscando las de mejor timbre y más claro sonido; la que toca las horas era del convento del Carmen
La Torre del Reloj
Descalzo, y la de los cuartos pertenecía a la parroquia de San Justo“. Ambas campanas cuelgan en la actualidad en la segunda planta de la torre de la catedral. La de las horas, fundida en 1677, está dedicada a María, Madre de Cristo del Monte Carmelo, según reza la inscripción en latín que puede leerse en la propia campana. Tiene un diámetro de 120 cms y pesar alrededor de 1.265 kgs. La campana de los cuartos, por su parte, está muy deficientemente documentada. Se desconoce su nombre, aunque por sus inscripciones se sabe que fue fundida por Bernardino del Solar. Tiene un diámetro de 70 cm. y un peso aproximado de 200 kg. Su fecha de fundición se estima en los primeros años del siglo XVIII.
Las campanas de la Torre del Reloj cuelgan en la actualidad en la segunda planta de la torre de la catedral.
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Yo soy … La Puerta de Bisagra S. Sánchez-Cabrera
El emperador Carlos I de España y V de Alemania dio gloria a la ciudad de Toledo, y diósela a sí mismo, mandándome construir para admiración de viajeros y visitantes, aparte de que la ciudad imperial merecía de un pórtico acorde con su monumentalidad y abolengo.
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La traslación de San Eugenio Llegada de los restos del célebre santo a Toledo en una bella caja o urna que despide resplandores de gloria. En hombros los introducen por la Puerta de Bisagra el rey Felipe II, sus dos sobrinos Rodolfo y Ernesto y otro noble magnate, todos ellos fielmente retratados, así como el príncipe don Carlos, hijo de Felipe II, niño que porta una vela al lado de su padre. También se observa la presencia de varios obispos (todo ello tal como sucedió históricamente)
CATEDRAL. FRESCO DEL CLAUSTRO (FRANCISCO BAYEU)
Casi seis siglos dando la bienvenida al mundo He sido durante siglos, y lo sigo siendo hoy, recepción de los más altos dignatarios y personajes, así como de cuantos transeúntes llegan provenientes del norte. Y principalmente de La Sagra, comarca toledana de la que, según algunos, tomo mi nombre. Claro que el correr de los tiempos ha traspapelado los orígenes de mi denominación y son varios los que se atribuyen a mi nombre. Si el original fue Bib-xacra, como atestiguarían documentos del siglo XII, mi nombre significaría Puerta de la Sagra. Siguiendo a los que apuestan por la etimología árabe, Bisagra derivaría de Bab, que significa puerta, y Shara, que significa campo, lo que debiera traducirse como Puerta del Campo Cultivado y que se justificaría en las enormes extensiones de mieses de los aledaños. Pero si el término Shara se sustituye por Chacra, que puede traducirse por rojo, estaríamos ante la referencia al color rojizo de las tierras vecinas del Tajo. Sea como fuere, la actual puerta nueva de Bisagra se construyó bajo los reinados de Carlos V y Felipe II, a mediados del siglo XVI, y se inició cuando el primero fijó su residencia en Toledo, en sustitución de la puerta originaria, posiblemente erigida bajo dominación musulmana en el siglo IX, que resultaba poco practicable para el paso de personas y mercancías.
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Mi origen queda certificado en la inscripción que puede leerse en el tímpano de la portada externa: «Bajo el imperio del augusto César Carlos V, Rey Católico de las Españas, el Ayuntamiento de Toledo restauró la puerta de Bisagra, arruinada por su antigüedad, siendo Corregidor de la Ciudad, el ilustre D. Pedro de Córdoba. Año 1550» También delatan su origen la traza, planta y paramentos, no quedando duda de su origen árabe y de su construcción primera en los mismos tiempos que la hoy conocida como puerta de Alfonso VI, de la que puede incluso que fuera gemela. La nueva Puerta de Bisagra fue encargada por Carlos V a Alonso de Covarrubias, arquitecto real natural de la localidad toledana de Torrijos, que también intervino en obras del Alcázar, San Juan de los Reyes, Santa María la Blanca, y los hospitales de Santa Cruz
y de Tavera. Y las obras debieron completarse hacia 1576 por Nicolás Vergara el Mozo. Durante muchos años este acceso se empleó para el control del tránsito de personas y mercancías y el correspondiente cobro de impuestos. Aunque había exenciones en el pago de tributos, según un aviso que puede leerse en sus muros, similar al que hay en la puerta del Cambrón: “Son libres de portazgo los vecinos de Toledo y de sus montes y de los lugares de la jurisdicción”.
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Tal control del trasiego era tan exahustivo que, según cuenta la leyenda, cuando la Peste quiso entrar en la ciudad fue interceptada por el Ángel Custodio que, espada en mano, se levanta en el frontispicio triangular que corona mi fachada exterior. Sólo le franqueó el paso cuando supo que se trataba de un mandato divino para acabar con la vida de siete vecinos. En la práctica fueron 7.000 los que murieron, lo que el Ángel Custodio recriminó a la Peste cuando retornaba. Pero esta aclaró que, efectivamente, sólo había matado a siete: “El resto murieron por miedo y aprensión“ En 1934 se practicaron las dos entradas laterales en la muralla para evitar el paso del tráfico rodado por el interior de la puerta.
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Volviendo a los orígenes de mi nueva factura, he de señalar que Covarrubias aprovechó parte de la vieja construcción musulmana. Así, los dos arcos interiores de la puerta, según se entra desde la ciudad, se adivinan mutilados para pasarlos de semicirculares a medio punto, lo que no consiguieron por completo ya que de lo contrario hubieran hecho peligrar la estabilidad del conjunto. Manuel Castaños y Montijano resalta que en el segundo de los arcos interiores “aparecen todavía en el intradós de las correderas de la puerta de peine, guardando todo perfecta armonía con el cuerpo interior de la puerta vieja”. La traza de Covarrubias me dotó de dos cuerpos separados por un patio de armas de forma rectangular, de muros con almenas y arcos de medio punto de acceso a ambos frentes, donde se levanta una estatua de Carlos V colocada en 1958. La fachada que da a la ciudad es de sillería, con un gran arco de medio punto que luce el escudo de armas de España, con el águila bicéfala del emperador, que fue mandado colocar por su hijo, Felipe II. Le escoltan dos ventanas rematadas con frontones triangulares. Por el lado del patio este cuerpo de la edificación sostiene dos torres cuadradas que culminan en cha-
piteles piramidales recubiertos de azulejos verdes y blancos. Entre ambas, una portada en arco de piedra almohadillada sobre la que vuelven a aparecer las armas imperiales. El cuerpo que da al exterior, construido a partir de 1559, cuenta en su parte interior con una fachada abierta por un gran arco de medio punto sobre el que luce en una hornacina una estatua en mármol blanco de San Eugenio, primer arzobispo de Toledo. No se sabe si es obra de Berruguete o de Monegro pues estos dos escultores cincelaron las estatuas de Santa Leocadia, San Julián, San Eugenio y San Ildefonso, patronos de la ciudad, que fueron colocadas en las puertas de Bisagra y el Cambrón y en los puentes de Alcántara y San Martín en 1575. La fachada está rematada por esbeltas torres a cuatro aguas y cubiertas con azulejos. Estas torres las terminó Nicolás de Vergara el Mozo en 1576. También en ellas aparecen las armas imperiales y una mención al que entonces era corregidor de la ciudad, don Pedro de Córdoba. La puerta exterior, enmarcada por dos torreones cilíndricos, está realizada en sillares almohadillados, al igual que su arco de triunfo, y no son meros motivos ornamentales, sino verdaderos tambores para resistir
y disparar armas de fuego, según Manuel Castaños y Montijano. También un enorme escudo imperial con su inconfundible águila bicéfala, tallado en piedra tosca, se erige en el frontón triangular sobre el que se levanta el Ángel Custodio de tamaño natural al que he hecho referencia con anterioridad. Tanto la estatua del Ángel Custodio como los escudos de ambos cuerpos del edificio estaban recubiertos de una pátina dorada, que desapareció con el paso del tiempo. En los dos grandes torreones semicirculares aparecen las figuras de dos reyes sedentes, símbolo del buen gobierno, del escudo medieval. El mismo erudito señala como anacronismo, que califica de “pegote de muy mal gusto que desfigura y desnaturaliza al monumento”, las almenas fusileras que coronan las dos torres a las que nos estamos refiriendo: “En el siglo XVI no se conocía el fusil, sino el arcabuz de mano y el de parapeto, y sería un gran beneficio el hacer desaparecer aquellos postizos merlones sobrepuestos a las almenas arcabuceras, pues la estética y la fortificación de la época así lo imponen. Ese aditamento debió haberse hecho a principios del pasado siglo (el XIX), bien cuando la guerra de la independencia o la primera civil; lo mismo que las cañoneras que se le abrieron a la famosa torre de los Abades”.
Para finalizar, he de referir el percance que sufrí hace poco más de medio siglo, en 1946. El 12 de abril de ese año se producía el derrumbe de uno de mis torreones como consecuencia de las lluvias que venían prolongándose durante días. Percance del que fui debidamente restablecida, y hoy sigo aquí para dar la bienvenida a cuantos se sienten atraídos por esta magnífica e imperial ciudad.
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La Puerta vieja de Bisagra El esplendor de la nueva puerta de Bisagra, mandada construir por Carlos V, tuvo como consecuencia inmediata el declive de la antigua puerta de Bisagra, que entonces pasó a denominarse de Alfonso VI por ser creencia general que por ella entró el rey junto con sus tropas el 25 de mayo de 1085 cuando reconquistó Toledo. La vieja puerta se encuentra de la nueva a pocos lienzos de la muralla que rodea la ciudad. La levantaron los musulmanes en el siglo IX y es el último resto que se conserva de la muralla árabe. La apertura de la nueva puerta de Bisagra cubrió de desidia la que fuera entrada principal a la ciudad, hasta el punto de ser tapiada en el siglo XVI y quedar al borde de la desaparición. Y lo cierto es que se trata de una joya de la arquitectura árabe militar. De planta rectangular, dispone de un arco de ingreso enfilado por cuatro arcos de resalto. La fachada exterior muestra un arco de herradura, posiblemente procedente de algún resto visigótico. Está rodeado de un alfiz o moldura y atravesado por un dintel monolítico que evoca influencias bizantinas. La parte superior corresponde a la reforma que se llevó a cabo en el siglo XIII con aparejos mudéjares.
Durante siglos durmió en el olvido y el abandono, hasta que en 1905 el Marqués de Fuensanta de Palma pusiera todo su empeño en la recuperación del monumento, lo que consiguió pese a las reticencias de los miembros de la Academia de la Historia, con el apoyo de la Comisión de Monumentos de Toledo y del pintor Ricardo Arredondo, que se encargó de la dirección de las obras de restauración. Hasta la fecha nadie se ha planteado volver a cambiar de nombre esta antigua Puerta de Bisagra, cuando muchos dan ya por sentado que Alfonso VI no entró por ella en la ciudad aquel día de mayo de 1085, sino que lo habría hecho por el Puente de Alcántara.
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Leyendario “La Cava” En noches de luna llena...
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El Baño de l a C ava
S. Fernández-Horneros Cuenta la leyenda que en las noches de luna llena se vislumbra en las profundidades del Tajo, a su paso por Toledo, una silueta femenil. La creencia popular sitúa el fenómeno a la altura de un torreón mudéjar que se levanta aguas abajo del puente de San Martín. Y dice la leyenda también que ese espectro corresponde a Florinda, por ominoso nombre la Cava -ramera-, quien acostumbraba a bañarse desnuda en las tórridas tardes del verano junto a un puente de barcas donde el agua se amansaba, cerca del palacio del rey Don Rodrigo, entre lo que es hoy la puerta del Cambrón y el monasterio de San Juan de los Reyes. La extraordinaria belleza de Florinda tenía nublado el sentido a don Rodrigo, quien desde su palacio espiaba a la bella y acrecentaba su ansiedad de hacerla suya; hasta el punto que finalmente logró yacer con
ella. Los relatores no coinciden en si el suceso se produjo con el consentimiento de la visigoda, si fue seducida con falsas promesas, o, incluso, sometida por la fuerza. Lo cierto es que la honra de la hija del conde don Julián quedó mancillada. Y en cuanto la tropelía llegó a conocimiento del padre, la venganza comenzó a fraguarse. Este noble visigodo, jefe de las tribus de Gomara, afincado en el norte de África, tenía el encargo de vigilar el estrecho de Gibraltar e impedir el paso de los musulmanes a la península. De inmediato se confabula con su cuñado el obispo don Oppas y con los hijos del anterior rey Witiza, a quienes propone recuperar el trono ayudados por tropas musulmanas del norte africano. Las intrigas dieron como resultado la victoria de los musulmanes en la Batalla de Guadalete y la consiguiente caída del reino visigodo. El final de los personajes de este drama queda sumido en la oscuridad de la historia. Nada se sabe del destino del rey don Rodrigo, del conde don Julián, del obispo don Oppas ni de los hijos de Witiza. De don Rodrigo se dice que pudo morir en la Batalla de Guadalete o que tal vez lo hizo haciendo penitencia como ermitaño. Y el destino de la Cava ha dado alas a la más febril imaginación popular. Se cuenta que, años después de consumada la traición de su padre, comenzó a aparecer, en las proximidades del puente de San Martín, cuando caía la noche, una mujer de aspecto vesánico que causaba pavor entre el vecindario del arrabal, mientras deambulaba por la ribera del Tajo emitiendo tenebrosos alaridos al tiempo que, con ojos extraviados, indagaba en sus profundidades. Si algún osado intentaba acercársele para inquirir su identidad, huía despavorida hacia lo más oscuro de la noche.
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De improviso, los vecinos empezaron a echar en falta aquella lúgubre presencia, si bien poco después comenzaron a producirse fenómenos extraordinarios: con la llegada del crepúsculo aparecía una figura espectral en lo alto del torreón del baño de la Cava. Escrutaba lo que fuera el palacio de don Rodrigo al tiempo que emitía gritos terroríficos y se desataban vientos huracanados que precedían a la aparición de un caballero ataviado como tal en la torre del palacio. Al cruzar ambos sus miradas, la naturaleza se desbordaba en sus elementos y el propio río esparcía sus aguas por la vega en indeseada abundancia.
Un santo ermitaño que vivía penitente en los montes aledaños fue requerido por los vecinos para que intercediera ante el cielo y cesaran aquellos portentosos prodigios que tanto les amedrentaban. Esa misma noche la propia Florinda entró en los sueños del ermitaño para hacerle partícipe de sus cuitas y rogar su mediación para acabar con su tétrico deambular: había regresado a Toledo tiempo atrás en busca de su honor perdido, cuando supo que, por su culpa, España había pasado a manos musulmanas. La vergüenza y el dolor acabaron con su vida justo en el lugar donde se materializara su deshonra, y allí su cuerpo permanecía
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insepulto. También el ánima de don Rodrigo vagaba pesaroso entre las almenas de su palacio. Al día siguiente el ermitaño acudió en procesión de antorchas al torreón. De inmediato, el cuerpo putrefacto de Florinda recobró su antigua belleza y, ante el asombro de todos, se sumergió en las aguas del río. Nunca más volvieron a producirse apariciones ni fenómenos extraordinarios como los acaecidos hasta entonces en aquel punto. Aunque en la imaginación popular sigue apareciendo la Cava en los fondos de las aguas las noches de luna llena.
Retrato del arquitecto realizado por Francisco de Goya y Lucientes
Toledo Y SUS CREADORES
El arquitecto de la magnificencia F. Gómez Moreno
El Cardenal Lorenzana, arzobispo de Toledo nombró al insigne arquitecto Ventura Rodríguez, en 1772, Maestro Mayor de la Catedral, con un salario anual de 500 ducados, encargándose de dirigir las obras impulsadas por el predecesor de Lorenzana, el arzobispo Luis Antonio Fernández de Córdoba. Se ponía fin así a un periodo de transición en el que se echaba en falta la presencia de un arquitecto director. La actuación más afamada del arquitecto en el templo toledano fue la reforma de la fachada principal de la catedral de Santa María. Para ello proyectó un pórtico entre la torre y la capilla mozárabe, siguiendo como ejemplo los pórticos barrocos que se levantaron, con la anuencia de los cardenales correspondientes, en las reformas de las basílicas romanas de San Juan de Letrán, Santa María la Mayor o Santa Cruz de Jerusalén.
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Propuesta de reforma de la fachada principal de la catedral de Toledo, que fue rechazada por el Cabildo.
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Sin embargo, el Cabildo de la catedral de Toledo rechazó la propuesta clásico-barroca de Ventura Rodríguez en la célebre sesión del 6 de marzo de 1773, en cuya votación se impusieron doce habas negras sobre ocho blancas, dando al traste con las intenciones reformistas del cardenal Lorenzana, que apoyaba decididamente la propuesta de Ventura Rodríguez. El revés no supuso en absoluto desmerecimiento para que Ventura Rodríguez sea considerado como
Retablo de la Capilla de San Indelfonso.
uno de los grandes hacedores de Toledo. Tan grande en la arquitectura del siglo XVIII que Melchor Gaspar de Jovellanos le consideró como el restaurador de la arquitectura, que “la levantó desde la mayor decadencia al más alto grado de esplendor”, y fijó en él la época más brillante de la arquitectura española: “Grande en la invención, por la sublimidad de su genio; grande en la disposición, por la profundidad de su sabiduría; grande en el ornato, por la amenidad de su imaginación y por la exactitud
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de su gusto”. También Chueca Goitia dijo de él que fue “un hombre de sensibilidad extrema, de una capacidad de asimilación prodigiosa que, unidos a una mano feliz, le hicieron ser un proyectista inigualable”. El interés de Ventura Rodríguez por Toledo es muy anterior a su llegada de la mano del cardenal Lorenzana. Ya en 1765 se encuentra en su biblioteca un ejemplar de la Historia de la imperial, nobilissima, ínclita y esclarecida ciudad de Toledo, de Pedro de Rojas.
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Ventura Rodríguez nació en Madrid en 1717, hijo del maestro de obras Manuel Rodríguez y de Jerónima Tizón. Se inició en la arquitectura y el dibujo al lado de su padre, que cultivaba el estilo barroco castizo, como puede apreciarse en la ermita de Nuestra Señora de la Salud que construyó en la localidad toledana de Borox. Con catorce años entró al servicio de E. Merchand, que dirigía las obras de la reforma
del palacio de Aranjuez por encargo de Felipe V, realizando dibujos de ornamentación. Cuando murió su mentor en 1733, pasó a ser ayudante de J. B. Galluzzi, un virtuoso de la decoración de interiores Con 18 años estaba al servicio del arquitecto más importante de la época en Italia, Fillippo Juvara, insigne representante del esplendoroso barroco romano, quien se encontraba en Madrid llamado por Felipe
V para construir el Palacio Nuevo -hoy conocido como Palacio Real-, en sustitución del Alcázar que ardió la Nochebuena de 1734. Juvara tuvo una influencia definitiva en el joven Ventura, como así lo asegura Jovellanos cuando escribe que “debía a Juvara lo mejor que había de su arte”. En el reinado de Fernando VI, trabajando a las órdenes Juan B. Sacchetti –discípulo del ya entonces desaparecido Juvara, tuvo la opor-
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tunidad de trabajar en estrecha colaboración con él en la Capilla Real del nuevo palacio hacia 1746. Previamente Rodríguez había ido afianzando su carrera. Como primer dibujante, en 1737, y como aparejador segundo de las Obras Reales y del Palacio Real, en 1741. Un año después pasa a ser lugarteniente de Sacchetti y arquitecto delineador mayor en 1748. Aunque en aquellos tiempos la
Palacio de Aranjuez.
mayor parte de su obra la desarrolla de manera anónima bajo la supervisión de sus maestros, sí lleva a cabo algunos trabajos relevantes, como el túmulo funerario del cardenal Molina y la iglesia de San Marcos de Madrid, que levanta en 1749 y que se considera como el inicio de su etapa de madurez. Contó con el reconocimiento de la Academia de San Fernando, de la que llegó a ser director de Arquitectura en 1752.
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Fue precisamente bajo el reinado de Fernando VI cuando Ventura Rodríguez alcanzó su mayor esplendor profesional, con un estilo barroco clasicista romano, en contraposición con el barroco castizo español de Churriguera, Narciso Tomé y Ribera. De aquella época datan obras como la capilla del Pilar de Zaragoza, la capilla de San Julián de la catedral de Cuenca, la iglesia de la abadía de Silos, la ca-
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pilla de San Pedro de Alcántara en Arenas de San Pedro, el hospicio de Oviedo y el palacio de Boadilla del Monte que le encargara su amigo el infante don Luís, hermano de Carlos III, con el que llegó a tener una estrecha amistad. Tan estrecha que el príncipe encargó a Goya el retrato de Ventura Rodríguez que se conserva en el Museo Nacional de Estocolmo. Del final de la década de 1760 destacan el Pórtico de San Sebastián de Azpeitia y la colegiata de Santa Fe. En la década siguiente se reveló como arquitecto preferido de la aristocracia madrileña, proyectando tres grandes palacios para los duques de Alba, el conde de Altamira y el duque de Berwick y Liria. Fue en esa época ya de madurez cuando el cardenal Lorenzana,
en 1772, le nombra Maestro Mayor de la catedral de Toledo y le encarga la fallida reforma de su fachada principal. No obstante, Ventura Rodríguez realiza en la ciudad imperial obras tan notables como la capilla del Palacio Arzobispal, la reforma del Alcázar, los retablos de la capilla de los Reyes Nuevos, el retablo de la sacristía de la catedral y el patio del Colegio de Doncellas Nobles, asi como el retablo de Colegial de Talavera. La llegada de Carlos III a España y la presencia en la Corte del italiano Sabatini supuso para Ventura Rodríguez el final del favor real de que había gozado con Fernando VI, cerrándosele la posibilidad de participar en las grandes obras reales. Cuando murió Sacchetti, Ventura Rodríguez solicitó ocupar su
puesto como maestro mayor de las obras y fuentes de Madrid, lo que le fue concedido en 1764. Dos años después fue nombrado por el Consejo de Castilla arquitecto supervisor de las obras que, con fondos públicos, se realizaban en todo el país. Si a ello se suma que Ventura Rodríguez fue por dos veces Director General de la Academia de San Fernando, así como su intervención en las obras eclesiásticas de protección real desde 1773, se concluye fácilmente en que fue el arquitecto de mayor influencia de todo el siglo XVIII. Durante el reinado de Carlos III se decidió, por iniciativa del Conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla, acometer la reordenación de la vía madrileña que hoy conocemos como Paseo del Pra-
Sacristía de la catedral de Toledo. Al fondo, el retablo realizado por Ventura Rodríguez, que enmarca El Expolio de El Greco.
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Conjunto excult贸rico que corona el retablo de la sacrist铆a de la catedral primada.
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do y que entonces era un espacio extramuros conocido como los Prados de San Jerónimo y Atocha. Aquella iniciativa se conoció como Salón del Prado y fue diseñada inicialmente por José de Hermosilla con una planta longitudinal y tres grandes fuentes. Pero fue Ventura Rodríguez, que se hizo cargo de las obras en 1775, quien configuró definitivamente esta arteria madrileña, aunque en la realidad dista mucho de la que proyectara el insigne arquitecto. Concibió el Paseo del Prado como un hipódromo a la griega, con sendos carros en los extremos en los que estarían Cibeles y Neptuno, y entre ambos Apolo. De aquel extraordinario proyecto sólo quedan estas fuentes. Pero nunca llegó a construirse la formidable
columna toscana “donde puedan defenderse de las lluvias y temporales dos o tres mil personas con una fonda botillería y otras comodidades”. Las tres fuentes fueron diseñadas por Ventura Rodríguez, además de otras conocidas como Cuatro Fuentes, la Fuente de la Alcachofa, la Fuente de las Conchas, la Fuente de los Delfines y la llamada Fuente de Ventura Rodríguez o de los Tres Caños, ubicadas en Madrid o sus alrededores y ejecutadas cada una de ellas por diferentes escultores. En la cabecera del Paseo del Prado se levanta la fuente de La Cibeles, cuya ubicación estaba prevista inicialmente en la Granja de San Ildefonso de Segovia. Pero se instaló en Madrid, en 1782 –aunque
no funcionó hasta 1792-, siendo su primera ubicación junto al Cuartel General del Ejército, antiguo Palacio de Buenavista, al principio del Paseo de Recoletos mirando hacia la Fuente de Neptuno. Unos años después, en 1895, se trasladó a su ubicación actual, en el centro de la plaza, quedando delimitada, además de por el Palacio de Buenavista, por el Palacio de Linares, donde hoy se ubica la Casa de América; El Palacio de Comunicaciones, antes sede de Correos y ahora del Ayuntamiento de Madrid; y el Banco de España. Ventura Rodríguez realizó el proyecto de la fuente de la Cibeles entre 1777 y 1782 mediante unos dibujos a lápiz y papel, siendo ya Maestro Mayor de laVilla y de sus Fuentes y Viajes de Agua. En su
La de la Alcachofa es una de las muchas fuentes que salieron del ingenio de Ventura Rodríguez
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construcción se emplearon unos 10.000 kilos de piedra de las canteras de Monstesclaros (Toledo) y de la sierra madrileña de la Cabrera. El conjunto escultórico representa a la diosa Cibeles, símbolo de la Tierra, la agricultura y la fecundidad, sobre un carro, que simboliza la superioridad de la madre Naturaleza, tirado por dos leones, que representan a dos personajes mitológicos, Hipómenes y Atalanta, que compitieron en una carrera de velocidad en la que el premio era la mano de Atalanta. Hipómenes empleó la argucia de arrojar al suelo unas manzanas de oro que distrajeron a su contrincante. Luego ambos cometieron el sacrilegio de unirse en un templo de la diosa Cibeles, en castigo de lo cual Zeus les convirtió en leones. La diosa lleva en sus manos un cetro y unas llaves, símbolo de la vida en la mitología griega. En el pedestal se esculpieron una culebra, una rana y un mascarón que lanza agua al pilón por encima de los leones.
La figura de Cibeles fue esculpida por Francisco Gutiérrez Arribas, mientras que el francés Roberto Michel esculpió los leones y Miguel Jiménez labró las cenefas decorativas del carro. Ventura Rodríguez concibió la fuente con una doble función ornamental y práctica, por lo que la dotó de una figura infantil con una jarra que vertía agua potable de la que se surtían los madrileños y donde también bebían las caballerías. El agua tenía fama de poseer propiedades curativas de cualquier mal. Su figura central es la diosa Cibeles, símbolo de la Tierra, la agricultura y la fecundidad, sobre un carro tirado por dos leones. Esta fuente es uno de los símbolos más carismáticos de Madrid, y en torno a ella hay multitud de anécdotas y curiosidades. Así, durante la Guerra Civil española el bando republicano cubrió el grupo escultórico con ladrillos y sacos terreros en forma de pirámide para
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protegerlo de los bombardeos, que ya habían causado daños en un brazo de la diosa, la nariz y en el morro de uno de los leones. También fruto del vandalismo la diosa perdió una mano en los años 1994 y 2002. En una de las ocasiones la mano fue recuperada pero en otra debió colocársele una de nueva factura. Otra curiosidad es que, según se cuenta, la fuente está conectada con la Cámara de Oro del Banco de España. En caso de que se dispararan las alarmas, toda la cámara, que guarda los lingotes de oro y las monedas a 35 metros de profundidad, se inundaría con agua de la fuente en cuestión de segundos. En el centro de lo que se llamó Salón del Prado se levanta la fuente de Apolo, también conocida como de las Cuatro Estaciones. Se comenzó a construir en 1780 por Manuel Álvares, el Griego, que realizó las figuras de las estaciones. El conjunto se compone de un cuerpo central escalonado con dos masca-
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rones que vierten agua sobre tres conchas superpuestas de tamaños diferentes. Las esculturas del pedestal representan las cuatro estaciones mediante figuras alegóricas, y la fuente se corona con la estatua de Apolo, con los rasgos del rey Carlos III, esculpida por Alonso Giraldo Bergaz Se inauguró en 1783 para celebrar el casamiento del príncipe heredero Fernando, hijo de Carlos IV, que reinaría con el nombre de Fernando VII. En el otro extremo del hipódromo a la griega imaginado por Ventura Rodríguez se levanta la fuente de Neptuno, que diseñó en 1782 y que fue realizada por Pascual de Mena, aunque su muerte en 1784 sólo le permitió terminar la figura de Neptuno. El resto de la
obra fue realizada por su discípulo José Arias, y por José Rodríguez, Pablo de la Cerda y José Guerra. Mena no siguió el diseño de Ventura Rodríguez sino que se guió por el Hércules de Farnesio, de comienzos del siglo III, que toma su nombre del cardenal Alejandro Farnesio, hijo del Papa Pablo III, de cuya colección de escultura clásica formaba parte. La fuente de Neptuno, una de las doce divinidades del Olimpo, se sitúa en el centro de la plaza Cánovas del Castillo, a donde fue trasladada en 1898 desde su emplazamiento original, en el Paseo de Recoletos mirando a la Cibeles. Se realizó en mármol blanco de las canteras de Montesclaros. Consta de un gran pilón circular
que acoge la figura de Neptuno sobre un carro en forma de concha tirado por dos caballos de mar con cola de pez y rodeado de delfines que arrojan agua. En la mano derecha tiene enroscada una culebra y un tridente en la izquierda. Neptuno es un dios romano que tiene su equivalencia en el griego Poseidón. Es el dios del mar que vivía con su mujer, Anfítrite, y con sus hijos en un palacio de oro debajo del mar. Solía clavar su tridente en las piedras para que brotara el agua y se creía que el ruido producido por los terremotos venía del carruaje de Neptuno. Esta fuente también tiene algunas curiosidades. Se cuenta que durante la Guerra Civil, cuando en Madrid imperaba el hambre, alguien colgó un cartel en el cuello
El conjunto escultórico representa a la diosa Cibeles, símbolo de la Tierra.
EL ARQUITECTO DE LA MAGNIFICENCIA
de Neptuno que decía: “Dadme de comer o quitadme el tenedor”. Y en el entorno de esta fuente se celebran los triunfos del Atlético de Madrid. De la prolífica obra de Ventura Rodríguez algunos de sus edificios ya no se conservan. Es el caso de la iglesia del convento de los padres Mostenses, en Madrid, cuya reconstrucción le fue encargada en 1754. Años después fue víctima de la voracidad del rey José Bonaparte, obsesionado por la apertura de plazas, que en 1810 ordenó derruirla. El arquitecto real Silvestre Pérez y el también arquitecto Juan Antonio Cuervo se negaron a llevar a cabo la demolición, lo que no impidió que un año después una orden real
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hiciera desaparecer la iglesia. Otra de las obras desaparecidas de Ventura Rodríguez es la Puerta de Atocha, también en Madrid, derribada en 1851 para construir la estación de ferrocarril. La brillante carrera de Ventura Rodríguez culmina con una de sus obras más interesantes: la fachada de la catedral de Pamplona, que realiza en 1783. Ventura Rodríguez falleció en Madrid el 26 de agosto de 1785, después de desarrollar más de 50 años de actividad durante los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III. Sus restos reposan en la capilla de los arquitectos de la iglesia de San Sebastián de la capital de España.
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Talavera de la Reina Puente, murallas y alcázar. José María Gómez Gómez
Sin duda, los símbolos más antiguos de Talavera son el puente viejo, las murallas con sus torres albarranas, la alcazaba y las atalayas que enseñorean sus montes. Se trata, desde luego, de las reliquias monumentales más antiguas de cuantas adornan su menoscabado patrimonio artístico. Tan simbólicos han sido estos elementos a lo largo de toda la historia de Talavera que las torres han venido a constituir, ya desde la Edad Media, el elemento fundamental de su escudo de armas.
El Puente Viejo Desde la fundación de Talavera, uno de los más importantes problemas que tuvo que afrontar la población fue el paso del río Tajo. Esta circunstancia llegó a ser una necesidad perentoria y cotidiana en la Edad Media, dado que buena parte del Alfoz o Antigua Tierra, es decir, la jurisdicción territorial de la villa talaverana, estaba al otro lado del río. Hay que pensar, pues, que desde el primer momento de su existencia Talavera debió construir un puente sobre el Tajo. Lo que desde luego parece irrefutable para todos los investigadores y arqueólogos que lo han estudiado es que los frogones o pilas en que se asienta el actual puente, y que se descubren en temporadas de sequía, y los sillares inferiores de los tajamares y del arranque de los arcos muestran un tipo de construcción de clara tipología romana. Así los estimaron también unánimes cuantos humanistas e historiadores locales escribieron en los siglos pasados. Pero el puente romano, original y primitivo, sufrió constantes asedios. Su historia, como la de las murallas y la alcazaba, es una larga serie de destrucciones y reconstrucciones. Prácticamente cada pueblo o cultura que ha ocupado Talavera se ha visto obligada a afrontar la ruina y la reparación del puente, de suerte que en nuestro tiempo ha llegado tan ajetreado y recosido que los talaveranos lo han apodado, no sin cierta triste ironía, el “puente de los remiendos”... No sabemos en qué fecha se cambió la dirección del puente, pero parece que fueron los árabes quienes lo hicieron. Originariamente su trayecto era recto y, debido probablemente a la derivación del cauce por efecto de la sedimentación acumulada, debió optarse por el trazado truncado que presenta en la actualidad. La razón fue, sin duda, para que los remates de los tajamares (unos redondeados y otros en punta) recibieran frontalmente el choque del agua, pues de lo contrario, si el agua incidiera en ellos oblicuamente, la erosión sería mayor.
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Entre las reconstrucciones más importantes hay que citar las que se le hicieron en la segunda mitad del siglo XV. Siendo señor de Talavera el Arzobispo Alonso Carrillo, se inició una decidida reconstrucción: las “armas” o escudo heráldico de dicho personaje campean en el gran arco central, que por eso es llamado el “arco de las armas”. Pero esta reconstrucción no se terminó y fue su sucesor en la mitra toledana y en el Señorío de Talavera, el cardenal Mendoza, quien en 1483, en pleno reinado de los Reyes Católicos, encargó la finalización de la obra a Fray Pedro de los Molinos (al parecer, familiar de Fray Hernando de Talavera). De entonces data la espléndida fábrica de los primeros arcos del puente, los que van a dar a la orilla norte del río, que se han mantenido tal cual hasta el día de hoy. En el siglo XVIII se encuentra ya en estado amenazante de ruina, pero sigue siendo paso obligado de rebaños, carretas, arrieros y transeúntes en general. A mediados de ese siglo, Antonio Ponz, en su “Viaje por España”, señala con asombro que no tiene menos de treinta y cinco ojos, “algunos de ellos bastante arruinados”, y añade que el paso por algún tramo se suple con tablas... De manera semejante escribe otro visitante, Cornide: “es muy largo pero no recto, antes sí con varias curvaturas de forma irregular, pero esto no es aún lo peor sino que como la materia principal es el ladrillo, a pesar de varias reparaciones que se conoce haberles hecho en diversos tiempos, en el día se han suplido con madera y que le tienen expuesto a que cuando menos se piense cargue el río con todo este armatoste.” Otro tanto leemos en el informe que los ingenieros Briz y Simó redactaron a mediados de ese siglo XVIII, en el reconocimiento que llevaron a cabo de las condiciones del río Tajo para la navegación: “La puente de Talavera pide reparo pronto porque es larguísima y débil; forma ángulos aunque muy obtusos, está casi arruinada, mas que la mitad con tramos de madera, y su piso tabloncillos...”. En este lamentable estado, con reparaciones de urgencia para que pudiera ser utilizado, llegó hasta comienzos del siglo XX en que, al construirse el nuevo Puente de Hierro, el Puente Viejo prácticamente dejó de utilizarse y hasta fue cerrado por el peligro de ruina. Por fin, finalizando el siglo tuvo lugar la interesante reconstrucción que, de momento, ha recuperado el puente como paso peatonal y lugar de recreo para la población, manteniendo reforzados todos su materiales ruinosos y su estructura y aspecto de siglos. De momento podemos decir que el Puente Viejo se ha salvado, una vez más, de la destrucción.
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Hasta tres cercas o recintos amurallados llegó a tener la ciudad de Talavera de la Reina.
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Las Murallas Construidas, destruidas y reconstruidas en numerosas ocasiones, como el puente viejo, las murallas han venido a ser, como él, símbolo del devenir de Talavera. Su elemento más firme y majestuoso, las torres albarranas, han quedado como motivo fundamental del escudo de Talavera de la Reina. Hasta tres cercas o recintos amurallados llegó a tener la ciudad, construidos en diferentes épocas, circunstancia que matiza el progresivo desarrollo y engrandecimiento del casco urbano. También el origen fue romano, aunque sólo de las que cierran con sillares y sillarejos el llamado primer recinto o la “villa”. En la etapa musulmana estas murallas del primer recinto se reconstruyeron y reforzaron añadiéndose las torres albarranas. Finalmente, los cristianos reconquistadores volvieron a reforzar estos muros y añadieron dos cercas más de murallas, las llamadas de los arrabales o segundo y tercer recinto amurallado.
El primer recinto de las murallas, el que se defiende y adorna con las inigualables torres albarranas, comprende el espacio que los romanos llamaron la “villa”, es decir, la parte antigua de la población que queda comprendida por el muro que va desde el Alcázar por las calles de Sevilla, de Carnicerías, Plaza del Reloj (antes del Comercio), Corredera, Charcón, San Clemente, Entre Torres y siguiendo la ribera norte del río por la Rondilla y Ronda del Cañillo hasta el alcázar. El muro estaba todo él flanqueado por tres tipos de torres: semicirculares (tal vez las más antiguas y se conservan muy pocas, formadas por piedras labradas), poligonales (se cuentan hasta cuarenta y dos cubos almenados) y albarranas (diecisiete esbeltas, grandiosas y espectaculares torres, de las que dijo el Conde de Cedillo que venían a ser “el monumento más característico de Talavera, noble timbre de su ejecutoria”). En estas murallas del primer recinto se abrían,
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Construidas, destruidas y reconstruidas en numerosas ocasiones, las Murallas han venido a ser sĂmbolo del devenir de Talavera.
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l desde antiguo, las puertas de San Pedro (y su célebre arco), la de Mérida y la del Río. Más modernamente, en el siglo XVI, se abrieron la llamada Puerta Nueva o Puerta de las Cebollas y la de Pescaderías. La más grandiosa y espectacular de todas ellas era, sin duda, la Puerta de San Pedro, cuyo significado e importancia describe así Jiménez de Gregorio: “La más historiada de las puertas de la muralla fue, sin duda, la de San Pedro, mejor conocida como Arco de San Pedro, ennoblecido por un fragmento de epigrafía hispanorromana, en donde podía leerse el nombre N. Pompeyo. Sin duda se trata de una lápida de acarreo que lo mismo puede ser funeraria que honorífica. Ya en el siglo XV el cardenal Pedro González de Mendoza, IX Señor de Talavera, por ser la referida puerta baja y estrecha, la recreció. Se colocó sobre el arco que daba a la plaza el escudo de armas del arzobispo, la inscripción... y una imagen de la Virgen bajo un doselete o guardapolvo de traza gótica. Señala el P. Fita el aprecio que sienten los talaveranos por el arco, comparable con el de Madrid por su iglesia de San Jerónimo. Lo califica de pieza “monumental del arte del renacimiento”. En 1660 pintaban en sus muros con la técnica del fresco escenas bíblicas
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y eucarísticas. Estas pinturas sobre la Eucaristía se debían a la proximidad de la puerta a la iglesia de San Pedro, en la cual el año 1540 se fundó la cofradía de la Minerva...” La Puerta y Arco de San Pedro no soportaron la voracidad destructiva de los gobiernos municipales de la segunda mitad del siglo XIX. Obsesionados por un concepto de progreso demoledor, aquellos desaprensivos munícipes iniciaron el proceso imparable de derribo de las viejas y entrañables puertas de las murallas. La primera que cayó fue la del Río, en 1862. Siguieron la de Mérida en 1881, cuyos materiales se aplicaron a la construcción del Campo Santo, y por fin la de San Pedro en 1885. La de Pescaderías ya no existía en 1676 y la Nueva o de las Cebollas era una ruina a finales del XIX, cuando los derribos. De nada sirvieron los ruegos y los informes de los hombres más egregios de Talavera en aquellos años (el académico Luis Jiménez de la Llave y el historiador Ildefonso Fernández). Las puertas desaparecieron para siempre. Sólo quedan sus huecos y sus nombres. Tras la reconquista de la villa y tierra por los cristianos, se establecieron en Talavera grandes contingentes de castellanos (entre los que no
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faltaban “gallecos” o francos, más tarde llamados “gallegos”, que no eran oriundos de Galicia sino de la Galia, Francia). Estas avenidas de gentes desbordaron definitivamente las murallas del primer recinto y obligaron a ensanchar la población en los arrabales (barrios extramuros). Pronto creció tanto el primer arrabal que se hizo necesario defenderlo también con una muralla. Ésta se construyó saliendo de la Alcazaba en dirección este hasta la llamada Torre del Polvorín, donde toma la dirección norte por Cabeza del Moro, cruza la Calle del Sol y la confluencia entre las actuales calles de San Francisco y Trinidad, dobla hacia el oeste por la Cañada de Alfares, Portiña de San Miguel y Puente del Pópulo, y busca la Puerta de Mérida donde se une con el primer recinto. El muro se construye en tapiería, cal y canto y sillería, y se defiende con torres semicirculares no muy altas. Se debió construir a lo largo del siglo XII y comienzos del XIII para defender a la población de artesanos y mercaderes (comerciantes) en él avecindados. Hasta siete puertas y dos postigos abrían este recinto al campo: las de Sevilla, Sol, Toledo, Zamora, Alcantarillas, Villa, Pópulo y Miel. La única que se conserva, desprendida del muro, como un hueco fantasmal y solitario, es la Puerta de Sevilla, abierta en 1579, previa autorización del Arzobispo de Toledo, Señor de Talavera, cardenal Gaspar de Quiroga: consta de un solo arco de medio punto en ladrillo, sobre el que campean las armas del señor cardenal, rematando en lo alto con merlones. Recientemente ha sido objeto de un minuciosa
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reconstrucción que la ha dejado como nueva, lo que ha generado cierta polémica. Pero la ciudad no paró ahí. Siguió ensanchándose. Por el oeste, al otro lado del arroyo de la Portiña, el arrabal viejo crecía y crecía. Es el tercer recinto que describió el Padre Juan de Mariana como poblado básicamente de labradores. Su muro arrancaba del segundo recinto por la parte de la Puerta de la Villa, seguía por San Ginés (Santo Domingo) hasta dar en el río Tajo dejando a la izquierda el arroyo de la Portiña y su desembocadura. Puede datar de comienzos del siglo XIII y ya estaba arruinada su cerca de finales del siglo XVII cuando hizo su descripción el Padre Juan de Mariana. Sólo la llamada Puerta de Cuartos comunicaba este arrabal con el exterior. Su nombre ha sido ajetreado y tergiversado por la leyenda y la fantasía popular, de que con frecuencia se han hecho eco historiadores de renombre. Así se ha interpretado como el lugar donde se colgaron hasta cuatrocientos caballeros descuartizados por Sancho IV en la guerra que sostuvo con su padre Alfonso X el Sabio... La filología y la historia demuestran que el nombre ya existía antes del conflicto entre Sancho y su padre. Además, se trata de un denominación que encontramos en otras ciudades (Quart, Cuarts, Cort, Cortes...) y en todos los casos viene a significar “huertos” o pequeñas suertes de tierra... La Puerta de Cuartos, como todas sus hermanas del primer y segundo recinto, sufrió también la voracidad destructora del progreso. El gobierno municipal ordenó su demolición a comienzos del siglo XX. Tras ser conquistada la ciudad por los cristianos, la Alcazaba fue de nuevo reconstruida por el rey Alfonso VII en el siglo XII.
La Alcazaba, que probablemente se construyó donde antes existió un castro romano, fue el principal baluarte defensivo de Talavera durante la Edad Media.
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La Alcazaba Se trata del principal baluarte defensivo de Talavera durante la Edad Media. Según el Conde de Cedillo, en su Catálogo Monumental, en su espacio debió existir con anterioridad un castro romano, posiblemente utilizado por los visigodos y reforzado posteriormente por los musulmanes. A principios del siglo X parece que fue destruida en las sucesivas incursiones que los reyes cristianos lanzaron contra Talavera. Pero la noticia más avalada por las Crónicas árabes es la que sostiene que fue el califa Abderramán III quien construyó y fortificó nuevamente la Alcazaba en el año 937. Fueron los siglo X y XI su época de esplendor. Las Crónicas árabes resaltan su aspecto imponente. Según su más detenido estudioso, Sergio Martínez Lillo, su superficie abarcaba un rectángulo de 86 x 64 metros aproximadamente. En una de sus torres se observa un rebajamiento en las piedras, como si en el hueco se hubiese dispuesto una inscripción. Parece que así fue y los investigadores sostiene que se trataba de la fecha de construcción y el nom-
bre del califa o gobernante. La leyenda transmitió, sin embargo, que lo que en dicho hueco se inscribió fue una frase árabe que venía a decir: “Cuando Tajo llegue aquí, Talavera ¡guay de ti!”. Tras ser conquistada por los cristianos, la Alcazaba fue de nuevo reconstruida por el rey Alfonso VII en el siglo XII. Para Juan de Mariana esta obra fue, en realidad, la primera construcción y fundación de la Alcazaba. Muy al contrario, las investigaciones arqueológicas y las noticias históricas que se conocen sobre ella permiten afirmar que lo que hizo Alfonso VII fue una importante reconstrucción y la conversión de la Alcazaba árabe en Alcázar cristiano. Pero de nuevo debió sufrir desperfectos en las sucesivas incursiones árabes de ese siglo (almorávides, almohades...) y Alfonso VIII reconstruyó una vez más sus abatidos muros para que sirviera de residencia de los alcaides cristianos y de los propios reyes a su paso por Talavera. En el siglo XIV fijó en el Alcázar su residencia doña María de Portugal, esposa de Alfonso XI, en calidad de Señora de la Villa y Tierra de Talavera, y
entre sus muros llevó a cabo el trágico designio de la venganza, al ordenar la prisión y muerte de su rival Leonor de Guzmán, que fue enterrada en la capilla. Poco después, cuando el hijo de ésta subió al trono de Castilla con el nombre de Enrique II, Talavera y su Tierra fueron donadas, en concepto de “merced”, al Arzobispo de Toledo don Gómez Manrique. Desde entonces el Alcázar fue residencia arzobispal. Con el tiempo, sin embargo, fue arruinándose, pues los Arzobispos apenas residían unos días al año. Las Relaciones de Felipe II, en 1576, describen el Alcázar ya en estado de abandono. Y a mediados del siglo XVII la ruina era ya inevitable. El Arzobispo don Pascual de Aragón hizo donación del Alcázar al Convento de los Agustinos, que se encontraba calle por medio. Desde entonces se llevó a cabo el definitivo expolio de los restos y el espacio fue convertido en Huerto de San Agustín, nombre y utilización con que se le ha conocido hasta nuestros días.
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Consuegra Porque su Cerro Calderico, coronado por el castillo medieval y una hilera de molinos, es una de las imágenes más bellas y sorprendentes de La Mancha. Además de su rico patrimonio monumental, la ciudad, que no pueblo, de Consuegra conmemora en torno al 15 de agosto de cada año, con múltiples actividades festivas, y una recreación parateatral, la batalla que en 1097 tuvo lugar en sus alrededores entre los ejércitos castellano-leonés y almorávide, y donde perdió la vida el único hijo varón del Cid Campeador. A finales de octubre celebra también su célebre Fiesta del Azafrán en homenaje a esta apreciada especia que aquí alcanza su mayor calidad y cada año tiñe sus campos de un impresionante color violeta.
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Oropesa Para conocer su extraordinario castillo, reconvertido en parador nacional de turismo, y que conforman dos construcciones: una de origen árabe, y otra de comienzos del siglo XV. Imprescindible recorrer pausadamente sus calles y monumentos, tapear en los numerosos bares existentes en todo el casco antiguo y dejarse caer, por el mes de abril, para disfrutar de sus Jornadas Medievales, llenas de animación, colorido y actos festivos de todo tipo que dotan al pueblo de una gran animación y lo transforman en la antigua villa medieval que fue, con recreaciones históricas en las que participan sus habitantes, vestidos con trajes de época, y cuantos visitantes deseen sumarse.
Navalmoralejo Para adentrarse en el yacimiento arqueológico conocido como “Ciudad de Vascos”, que corresponde a los restos de una antigua población musulmana que estuvo habitada entre los siglos IX y XII, y que, por razones que se ignoran, sus habitantes decidieron abandonarla. Esto, unido a su ubicación en un paraje apartado de las rutas más transitadas, ha permitido que haya llegado a nuestros días en un apreciable estado de conservación. La impresión que causan sus ruinas y murallas alcanza su punto máximo al contemplar las maravillosas vistas que se obtienen desde lo alto de su alcazaba. En el pueblo se ubica el centro de interpretación de este yacimiento donde el visitante puede conocer mejor cómo debió de ser la vida en esta población medieval, de acuerdo con los descubrimiento realizados en las sucesivas campañas de excavación que se llevan a cabo desde 1975.
Carcamusas Acueducto de vasos comunicantes Durante mucho tiempo se pensó que el famoso acueducto romano de Toledo, del que sólo se conservan en la actualidad el arranque de sus arcos a ambos lados del río, podría haber tenido una estructura similar al de Segovia. Sin embargo, estudios recientes han planteado que se trataría de una conducción de tipo sifón la cual permitía salvar la depresión del Tajo merced al principio de vasos comunicantes y elevar el agua, canalizada desde la presa de Alcantarilla, en el municipio de Mazarambroz, hasta un depósito situado en un punto elevado de la ciudad desde otro que se localizaría en el cerro del cigarral de Infantes, en terrenos próximos a la Academia de Infantería. El agua iría canalizada a través de tuberías de plomo, merced a una complejísima obra de ingeniería. El cardenal prim ado que se casó Se llamaba Luis Antonio de Borbón y era hermano del rey Carlos III. Fue cardenal arzobispo de Toledo entre 1736 y 1754, año en que renunció voluntariamente para casarse más tarde en Olías del Rey con una mujer natural de este municipio y de desigual condición social, lo cual provocó el disgusto de su hermano, el monarca, que le desterró a Arenas de San Pedro y prohibió que los tres hijos nacidos del matrimonio (un varón y dos mujeres) llevasen el apellido de Borbón, hasta que muchos años después se lo permitió el sucesor en la corona, Carlos IV. Estos tres hijos se educaron en Toledo bajo la supervisión del cardenal Lorenzana y el varón llegaría con el tiempo a ocupar la sede primada a la que renunció su padre, con el nombre de Luis María de Borbón. Los Toledos del mundo Con este título, el recordado cronista oficial de la provincia, Luis Moreno Nieto, publicó en 1992 un libro en el que descubre que, además del nuestro, existen en el mundo una docena más de municipios que llevan este mismo nombre, la mayoría localizados en países del continente americano. Sólo en Estados Unidos existen cuatro Toledos, radicados en los estados de Ohio, Iowa, Oregón y Washington. Pero además, es posible localizar en España siete “hermanos pequeños”, como los califica el mismo autor, en otros tantos municipios que llevan el nombre de Toledillo.
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Singularidades de Santa Cruz El actual Museo de Santa Cruz fue uno de los primeros edificios construidos en España en estilo plateresco (transición del gótico al renacimiento). El proyecto tardó diez años en hacerse realidad, según idea del cardenal Mendoza, para dedicarlo a albergue de niños expósitos. Pero no fue esto lo único en lo que este singular edificio resultó pionero. También las maderas empleadas en su construcción, que son de lo mejor de la serranía de Cuenca, tienen la particularidad de haber sido las primeras en transportarse desde allí, a través del cauce del Tajo, hasta Toledo. Durante la Guerra de la Independencia los franceses concibieron la idea de llevarse, piedra a piedra, la fachada del edificio, cosa que afortunadamente no sucedió. A la cárcel por fum ar en el teatro Aunque nos lo pueda parecer, la prohibición de fumar en locales públicos no es algo tan actual. Nada menos que en 1779, el alcalde de Toledo Pedro León García, dictaba un bando por el que se prohibía fumar en el interior del teatro bajo pena de quince días de cárcel y diez ducados de multa, la primera vez; el doble de esta pena la segunda y en caso de que el empedernido fumador reiterase en su comportamiento una tercera vez, cuatro años de destierro. El cipo m ás antiguo Entre los vestigios que conservamos del antiguo Toledo hispanomusulmán se encuentran los cipos funerarios, o columnas que se colocaban señalando las tumbas, muchas de ellas con datos del finado grabados sobre la piedra, como suele hacerse en las sepulturas cristianas. El más antiguo de estos cipos se encuentra en la iglesia de San Andrés, reaprovechado como fuste de un arco mudéjar, y en él todavía puede leerse, en caracteres árabes, parte de la inscripción por la cual sabemos que perteneció a la tumba de Muhammad b. Abd Allah b. Imran, fallecido “la noche del domingo pasadas doce noches de Rabi l-Awwal, Año 391”, lo que se correspondería, en el calendario cristiano, con el 8 de febrero del año 1001. Del m al, el menos Durante el primer viaje del emperador Carlos V a España, en 1517, una de las naves que formaban parte de la flota real, en la que viajaban caballerías, siervos y prostitutas, ardió por completo, pereciendo todos ellos por la acción de las llamas o por ahogamiento. El cronista Laurent Vital escribe sobre este suceso: “Y aunque fuese una gran desgracia no pudo haberse prendido el fuego, para perder menos gentes de bien, que allí donde se prendió”.
SOLO DOS HERIDAS HAY que trasciendan al hombre. La religión, ese turbio consuelo, y el arte, aguijón oscuro. No se confundan. Aunque en ocasiones las vean juntas andan a cuchilladas todas las noches. Manuel Palencia
RECETA PARA ESCUCHAR Ingredientes (para dos personas): Un par de orejas, una nuez moscada de silencio, ojos oyentes, tímpano bien flexible y el mundo. Primero: las orejas Empieza por poner las orejas en remojo, que pueden estar duras o ser licenciadas en como quien oye llover. Segundo: el silencio Apaga lo que quieres decir cuando incorpore su silencio. Reserva el runrún de tu memoria porque se te va el santo a tu cielo. Tercero: los ojos Mírale a los ojos. Mezcla el movimiento de sus labios con su forma de mirar, porque muchas frases hierven con el verbo de sus pupilas. Cuarto: el tímpano Deja que enmarque su Pantocrátor en tu tímpano. Que sus campanas digan a qué hora empieza la misa en todas tus iglesias. Quinto: el mundo El que sabe escuchar corta en juliana las fronteras y saca a los puentes de las jaulas. Por eso hace más amable el mundo. Sugerencia: Deja reposar las confidencias para que su eco ligue con las paredes finísimas de tu adentro. María Luisa González Ruiz y Santiago Sastre
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OSCURIDAD HERMOSA
“oscuridad, los ojos de mi noche” (A Gonzalo Rojas)
Anoche, pasado perfecto, no me limité a tocarte y a sentirte. Anoche te he tocado y te he sentido. Mi mano no ha necesitado no ser mi mano para viajar a mundos imaginarios, extraños, difusos o paralelos. Anoche mi mano ha sido de este mundo, plena en sí misma. Tu realidad ha sido la mía, mi realidad ha sido en ti tuya. Mi cuerpo y mis sentidos han sido conmigo. Todo en uno te he sentido, te he sido unidad en ambos. La perfección de tus sentidos se me ha revelado de un modo casi humano. Como un hombre al que le suman todas sus partes, he sido algo más que un hombre y casi un hombre. Anoche he mascado el valor de la eternidad que alimenta mi humo. Como un niño, te he descubierto a borbotones: latiendo, sintiendo, corriendo, fulgiendo, haciendo de mi cuerpo, de mi alma, de mi casa, mi realidad toda tuya. Anoche, dueña de tu oxímoron, sima profunda e insondable, has dado sentido a la noche de mi existencia: oscuridad tan hermosa. Carlos Rodrigo
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tendencias Z O C O L I T E R A R I O
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RENACER A sus cuarenta y ocho, había comenzado a redescubrir la ciudad que le vio nacer. Y es que, como a tantos otros toledanos –acaso a la inmensa mayoría- el trajín del día a día le absorbía del mismo modo que un remolino acaba por engullir todo cuanto se encuentra a su alrededor. Quizá fuese esa la paradoja que se da en las ciudades más bellas y admiradas; el que sus habitantes sean los que, por tener en ellas sus obligaciones, menos reparen en los monumentos y lugares que, sin embargo, son fotografiados con fruición por cientos de efímeros turistas. Pero ese contrasentido alcanzaba tintes de pecado en la Ciudad Imperial, algo que una especie de resorte interior elevaba a la cualidad de perceptible cuando uno daba la vuelta al Valle y sentía que la estampa del Casco se le venía literalmente encima. En el caso de Elena no fue su jubilación, la cual le quedaba aún bastante lejos, lo que provocó esa especie de toma de conciencia de su pequeña gran ciudad; tampoco el haberse matriculado en Historia del Arte o haber visto en uno de esos rankings que el número de visitantes que recibía Toledo crecía exponencialmente cada temporada. Había vuelto a nacer por encontrar, tras años de zozobra, alguien con quien pasear por la calle Ancha, con quién detenerse a tomar algo en cualquier terraza, con quien, en definitiva, disfrutar de todo aquello que se oscurece cuando la vida da uno de esos varapalos que parecen ser definitivos. Las angostas calles rezumaban ahora la misma cantidad de historia que en sus días grises, al igual que sus anocheceres rosados, que cautivaron del mismo modo al célebre pintor que al mero transeúnte, jamás dejaron de despedir su característico esplendor. Pero, el renacer de Elena lo era en todos los sentidos, por eso tenía tanta avidez por explorar una ciudad olvidada, se podría decir que casi desconocida, tras largo tiempo de letargo, Paseando un día por el Miradero se preguntó por cuantas de las personas con las que se cruzaba estarían a punto de experimentar, como ella, ese resurgir cuyo origen escapaba a datos científicos, a sesudos y plenamente racionales análisis que si bien podían dar respuesta a la mayoría de aspectos de la realidad, nunca lograrían escrutar el lugar más recóndito del ser humano, aquél que le había devuelto una pareja, una ciudad, una vida. Rafael González Casero
DECÍA MOS AYER “Toledo, la bella Toledo, la guardadora del arte en todas sus manifestaciones, la admirada en el mundo entero como única reliquia artística de exquisita y excelsa magnitud, es expoliada vergonzosamente por espíritus mercantilistas que exentos de toda cultura y ese amor que inspiran las cosas viejas, quieren convertirla en campo yermo donde campee, como única y miserable ejecutoria para desdoro nuestro, la más grande miseria y vergüenza. Ayer fueron Grecos, coronas de casas señoriales, tapices y pergaminos de gran valor; hoy es el barrio israelita, esculturas, sepulcros, puertas, cuadros, retablos, etc., y mañana será todo Toledo artístico que en veloz huracán volará a regiones que no son nuestras, y en las cuales acogerán con cariño este arte que nosotros expoliamos” Cándido Cabello Sánchez Artículo publicado en El Centinela el 30 de julio de 1913 “La intelectualidad toledana, impasible ante el excesivo número de analfabetos, hace muy poco o casi nada a favor de la cultura pública. Y ocurre, con detrimento de nuestra dignidad y menoscabo de nuestra vergüenza, que la mayoría de los toledanos ignoran la historia, las leyendas y las tradiciones de Toledo y contemplan sus monumentos con depresiva indiferencia, al punto de que, según decía el insigne Larra, tropiezan con ellos como tropieza el imbécil moscardón con el diáfano cristal, que no acierta a distinguir de la atmósfera que le rodea.” Gómez Camarero Publicado en el semanario Patria Chica, el 26 de enero de 1912 “Todos estos asertos documentales y lo que dicen esos sepultados restos de la Toledo prerromana, son indicios que nos hacen sospechar que allá en sus ignorados orígenes existieron arquitectos fenicios, etruscos o helénicos que levantaron murallas ciclópeas y tal vez soberbios templos a sus divinidades. De desear es que comisiones de arqueólogos con recursos pecuniarios y demás elementos necesarios procedieran, con protección oficial, a hacer exploraciones y estudios profundos sobre restos y ruinas dudosas, para determinar de una manera indubitable, lo que fue Toledo antes de la venida de los romanos.” Manuel Castaños y Montijano Informe publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia. Julio-agosto de 1916 “Hace falta asegurar firmemente la intangibilidad de Toledo, pero de todo absolutamente, ya que apenas ha quedado nada libre de la mano de los “modernistas” No han sido sólo los rincones bellísimos, ni las callejas, callejones y plazuelas románticas, absurdamente modernizadas. No han sido sólo las casas decoradas exteriormente con colorines absurdos y más absurdos adornos de confitería. La profanación ha llegado a todas partes, la ha dominado toda, dentro y fuera de la población, hasta los lugares más típicos.” Santiago Camarasa Artículo publicado en ABC el 25 de octubre de 1925 con el título “Cómo se destroza a Toledo haciéndole perder sus más pintorescos aspectos”
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