Pasión por la justicia (1) Todos conocemos la dramática situación en la que viven millones de hermanos nuestros (1.200 millones viven con menos de 1 dólar al día). No podemos hacer oídos sordos al grito de los oprimidos que claman por la justicia. La realidad social nos interpela. No podemos permanecer indiferentes ante el sufrimiento de los pueblos, más aún se nos tienen que “estremecer las entrañas” cuando vemos el sufrimiento de la gente. Los pobres, los pequeños constituyen la inmensa mayoría de la población del mundo. Sus problemas complejos están vinculados y, en gran medida, son causados por las relaciones internacionales actuales y, más directamente, por los sistemas económicos y políticos que gobiernan hoy nuestro mundo. La sensibilidad hacia los pobres es esencial a la fe cristiana y por eso siempre han existido en la Iglesia grandes obras de asistencia social. La Pasión por la Justicia es esencial a nuestra fe y a nuestra vocación pasionista. Dios mismo tiene una pasión por la justicia. Esto aparece en muchas partes de la Biblia. Él se preocupa profundamente por el sufrimiento de la gente pobre. Le preocupa profundamente la vida de cada persona. Incluso a Jesús mismo le definimos como “el hombre justo” por excelencia, porque carga sobre sí las injusticia de la historia. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de Justicia, porque serán saciados” (Mt. 5). Dios se compadece por misericordia de todos aquellos que sufren, y nosotros estamos llamados a responder del mismo modo: ser justos, misericordiosos y compasivos. Como cristianos debemos compartir esta pasión por la justicia. Dios “se compadece del pobre, derriba al poderoso y levanta al oprimido”(Lc. 1, 51-53). La Pasión por la Justicia resulta hoy absolutamente prioritaria para la acción pastoral de la Iglesia y para nuestra propia fe. Es contradictorio e incluso un escándalo proclamar la fe y vivir en la injusticia (Puebla nº 28). No se puede ser cristiano sin ser justo. “No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres”. (Octogesima adveniens, 17). No se trata de algo opcional y de buena voluntad (“si quieres puedes ser justo” o “sería bueno que seas justo”). No se trata de algo importado de modas recientes o de ideologías no cristianas, sino que surge de la entraña misma de la fe en el Dios bíblico, en el Dios de Jesús. Trabajar por la Justicia, por la paz y los Derechos Humanos forma parte de la misión de los cristianos, cualquiera que sea su estado de vida y su vocación. La Pasión por la Justicia significa solidaridad con el pobre, con el que sufre. Nuestro carisma pasionista nos pide mirar constantemente al Crucificado y nos llena de fuerza para luchar por la justicia y la paz. Hay cristianos capaces que están dispuestos a trabajar por la Iglesia pero no por los derechos humanos o por la justicia y la buena política, como si estas cosas no tuvieran nada que ver con el Reino de Dios y el Evangelio. “El espíritu nos lleva a descubrir más claramente que hoy la santidad no es posible sin un compromiso con la justicia, sin una solidaridad con los pobres y oprimidos. El modelo de santidad de los fieles laicos tiene que incorporar la dimensión social en la transformación del mundo según el plan de Dios”. (Sínodo de los Obispos sobre los laicos de 1987). El que no ama, no conoce a Dios. (1 Jn 4, 8). Debemos buscar justicia para los demás de manera que ellos puedan vivir la vida en plenitud, como es la voluntad de Dios. La pobreza y la opresión quitan la dignidad a
las personas. Solamente cuando las personas tienen acceso a los recursos naturales, económicos y políticos que necesitan, podrán vivir con dignidad, y empezar a establecer buenas relaciones los unos con los otros y con su ambiente natural. Nuestra Pasión por la Justicia pasa por la solidaridad, preocuparse por hacer el bien y amar; aceptar y compartir y tomar partido por los más necesitados. “Combatir la miseria y luchar contra la injusticia es promover el progreso humano y espiritual de todos, y, por consiguiente, el bien común de la humanidad”. (Populorum Progressio, 76) Gracias a Dios hay miles y miles de voluntarios, que movidos por su Pasión por la Justicia y por la compasión transformada en compromiso hacia los demás, aportan su granito de arena para hacer cada día un mundo más justo y fraterno. Jesús Mª Aristín Secretario General de la Solidaridad y Misión Pasionista