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Un punto que conviene aclarar (telegrafía sin hilosi

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aparatillo menos complicado que cualquier caja de música! ¿No es esto asombroso?

Para creer en estas cosas, es preciso verlas y oirías. Que de otro modo, la prudencia más elemental y hasta el sentido común se ríe de ellas.

Pues bien, algo de este género, algo tan inverosímil y aun tan imposible, se ha realizado.

Recoger la palabra y poder reproducirl, esa realmente triunfo verdaderamente asombroso. ¿Pero es menos asombroso ver la palabra?

Pues de eso se trata, y en parte se ha log’rado por el americano Wood.

No diremos que hoy por hoy se vea la palabra, pero se puede ver un sonido, y por algo se ha de empezar. Que viendo uno y viendo muchos y viendo su combinación, al fin y al cabo por ver las letras y las sílabas y las palabras se concluiría.

Medite el lector en lo estupendo del problema que el profesor americano pretende resolver. ¡Ver los sonidos!

Andando el tiempo, no iremos á los conciertos tan sólo á oir las sinfonías ó las óperas de los g-randes maestros, sino que al mismo tiempo que las oigamos, las veremos. \ \ qué dibujos! ¡Qué rosetones! ¡Qué cruzamiento de ondas! ¡Qué cuadros disolventes de armonías llenarán el espacio!

Un nuevo sentido habrá brotado entre nosotros

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con los nuevos aparatos que se inventen para seguir en el espacio las creaciones, por ejemplo, de Mozart ó de Wagner.

Ver y oir serán dos fenómenos que marcharán á la par, resolviéndose en una gran sínteáis de superiores armonías.

Pero vamos muy á prisa; porque todavía no se llega á tanto.

La imaginación vuela: es su derecho. ¡Si no volase, para qué servía! ¡Ave sin alas ó con las alas rotas, se arrastra torpemente por el suelo, cuando no por el fango!

Pero si la imaginación está en suelemento cuando baña en el éter su plumaje y se tiñe de colores, siquiera duren tan poco y en algunos casos menos que los del arco iris, á su lado va la realidad, conteniéndola á vecés, y á veces haciéndola caer de golpe bajo el peso del desengaño.

No: todavía no podemos ver en el espacio, ni la palabra humana, ni las armonías musicales. Hemos de contentarnos con oirlas, y, cuando más, hemos de almacenarlas—y no es poco—en el fonógrafo.

Por el pronto, sólo podemos ver un sonido aislado, y en rigor ni aun podemos verlo como él es en sí, cruzando el espacio en onda esférica, aunque de esto no nos hallamos muy lejos.

Por el pronto, nos daremos por satisfechos con f o tografiarlo.

Es decir, que no vemos el sonido todavía, sino su retrato.

Es un personaje invisisible que se deja fotografiar.

La fotografía del sonido se titula, pues, el nuevo invento. 1 así, poco á poco, todos los fenómenos de la Naturaleza, el sonido, la luz, la electricidad, el magme- tismo, las reacciones químicas, las vibraciones físicas, se mezclan, se confunden, se entrelazan, se transforman como oleaje misterioso de un mar inmenso, del cual no vemos las riberas, pero cuyas ondas nos bañan y cuya espuma nos salpica.

Mas vengamos á nuestro objeto: la fotografía del sonido.

La idea parece sencilla.

La parte técnica no está descrita con muchos pormenores en las revistas donde tomamos esta noticia, y por lo tanto, no podemos ofrecer á nuestros lectores una aplicación completa y circunstancial.

Que la idea es sencilla, no cabe duda. En efecto, el sonido sg transmite por ondas de vibración longitudinal, y, en general, de forma esférica.

Toda onda presenta dos partes: una en que el aire está condensado; otra en que el aire está dilatado; porque sabido es, que el sonido se propaga por condensaciones y dilataciones del aire.

Así es, que toda onda sonora destruye la unifor-

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midad del medio ambiente, creando en él—por decirlo de este modo—una diferenciación esférica.

Más claro. En vez de una masa uniforme y homogénea de aire tendremos la masa general como antes; pero diferenciándola en toda la extensión de una esfera una capa de aire condensado, y tocando con ella otra capa de aire dilatado.

Estas dos capas, que son físicamente el sonido, ó mejor dicho, el sonido objetivo, y que cuando llegan al tímpano y se transforman en movimiento nervioso engendran la sensación, ó si se quiere el sonido subjetivo, estas dos capas—repetimos—de aire más denso y menos denso que el aire ambiente, son para nosotros invisibles y por eso no podemos ver el sonido.

Pero hay mecanismos que aprecian estas vibraciones y esta diferenciación de la atmósfera.

En la descripción de este instrumento no podemos entrar; pero se comprende que, iluminando fuertemente el campo en que la onda sonora se dilata, la luz, al atravesarla, no podrá menos de sufrir la influencia de estas dilataciones y condensaciones.

Supongamos,para fijar las ideas y poner un ejemplo, que una parte de la onda sonora estuviera tan condensada que no permitiera el paso de la luz; ó que disminuyera en gran modo su intensidad. Pues al proyectar esta parte de la onda sobre la plancha fotográfica, en ella grabaría su imagen.

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Repetimos que esto no es más que un ejemplo, ó mejor dicho, un símbolo.

De todas maneras, algo le sucede á la luz al atravesar la onda sonora, y este algo se traduce por una mayor ó menor impresión de la luz en la plancha fotográfica.

Por eso, y por razones geométricas que no podemos esplayar, la imagen de la onda sonora aparece en el centro de la placa con un círculo claro y un círculo oscuro. Es, en rigor, la sección de la onda esférica, por un plano perpendicular al eje del sistema.

Tal es, en rigor, la teoría del nuevo invento y aun la teoría incompleta: porque para completarla en algún modo, sería preciso que estudiásemos la reflexión y la refracción de la luz al atravesar los rayos luminosos, la parte condensada y la parte dilatada de la onda sonora.

Pero volvamos á las condiciones prácticas de1 experimento.

Es preciso producir un sonido ó una vibración en el aire, engendrando, de este modo, una onda sonora.

Es necesario iluminarla fuertemente.

T es indispensable, por último, que esto se verifique en cortísimo tiempo, en diez milésimas ó cien milésimas de segundo, para que en un momento dado, y hasta si se quiere en un lugar determinado del espacio, coincidan ambos fenómenos: la onda so-

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ñora que diferencia el aire, y el destello de luz que la ilumina.

Esto lo consigue el profesor americano, por un procedimiento tan sencillo como ingenioso.

Una bobina engendra una chispa eléctrica, que salta entre las bolas metálicas de dos varillas, y el chasquido de la chispa es el que engendra la onda sonora.

Pero la masa eléctrica sigue por un conductor, carga una botella de Leyden, y esta botella se descarga en el acto entre dos cintas de magnesio que producen un fuerte destello luminoso. Y todo esto en un tiempo inapreciable.

La misma chispa eléctrica engendra la onda sonora y el haz luminoso que la ilumina.

Como, á pesar de todo, la coincidencia pudiera no verificarse, en vez de una chispa eléctrica se utilizan unas cuantas: pero estos son pormenores en los que no podemos entrar.

Agregando al sistema que acabamos de describir una lente condensadora, una cámara oscura y una plancha fotográfica, tendremos los elementos principales para obtener la fotografía de las ondas acústicas, ó, dicho en forma más sugestiva, para fotografiar el sonido. 1 Y aquí tenemos el primer problema elemental que ha de resolverse antes de acometer el gran problema: el de ver directamente el sonido en el aire.

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Al pronto, parece esto último imposible; pero, ¿por qué ha de serlo? Otros problemas que parecían imposibles se han resuelto al fin.

ISTo se puede ver el sonido todavía; pero se puede fotografiar con el método del profesor americano.

Y antes de fotografiarlo se ha podido g-rabar en el fonógrafo, y más tarde reproducirlo, que es mucho más todavía.

Después de todo, el sonido produce una alteración en la atmósfera; no le deja al aire como estaba, sino que, por decirlo así, lo diversifica y diferencia; pues todo está reducido á crear aparatos capaces de apreciar estas diferenciaciones de las ondas condensadas .y de las ondas dilatadas.

Pero no olvidemos que la luz, al pasar de medios más densos á medios menos densos, y recíprocamente, se refracta, según leyes conocidas; es decir, que la luz se diferencia también en su marcha. Luego, en último análisis, todo se reduce á inventar un aparato que recoja y aprecie estas diferencias en la marcha de los rayos de luz.

Mas aún: ¿no es el ojo una cámara oscura? ¿No es la retina una especie de plancha fotográfica? Pues/ ¿por qué no ha de inventarse una especie de lente condensadora—y cuando decimos lente, decimos aparato—que, aplicado á los ojos como maravillosos gemelos, nos permita ver el espacio convenientemente iluminado con el mismo ritmo que cualquier

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composición musical, las ondas engendradas por los diversos sonidos? ¡Espectáculo maravilloso sería éste! ¡Una melodía suspensa en el aire! ¡Una armonía cuajando la atmósfera de prodigiosos dibujos! ¡Ver el contrapunto en rosetones, ojivas y círculos! ¡Fantástico edificio de la armonía!

Hoy por hoy, hay que reconocerlo, todo esto que decimos no es otra cosa que un sueño del deseo; pero soñando ha vivido nuestro siglo y realizado más tarde no pocos de sus sueños anhelosos. ¿Por qué no ha de realizarse uno más?

No de una vez, claro está. Que las ideas á veces de una vez brotan y lentamente se realizan.

La creación ideal es la chispa eléctrica, es la inspiración.

Mas para que la idea descienda á la realidad, hay que resignarse á trabajar mucho. Al trabajo constante, penoso, prosaico, desabrido, cuajado de desengaños, estéril unas veces, burlón otras; infecundo al parecer; caminando por entre impurezas, lleno de fatigas, y á veces rondando con el desaliento y la desesperación.

Si la creación es la chispa eléctrica, el trabajo es la lima pesada y sucia que no marcha, que se embota, que se gasta, que avanza con lentitud premiosa.

No importa. Sólo con el trabajo se da forma á la idea.

TURBINAS DE VAPOR

Todo se gasta, todo pasa y todo muere ó se transforma. Ideas, costumbres, leyes, instituciones, imperios, dominan cierto tiempo con dominio absoluto; pero al fin decaen y ceden el puesto á otras ideas, á otras instituciones y á otros imperios.

Y esto sucede en la industria, como sucede en toda manifestación de la actividad humana.

La máquina de vapor, la venerable, la poderosa y admirable máquina de vapor, ha llenado todo un siglo, y ha entrado á todo vapor en el que ahora empezamos, pretendiendo dominarlo también.

Era una gran invención y una gran fuerza. Ha transformado la antigua industria, y hasta pudiéramos decir que ha transformado la vieja civilización,

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introduciendo en ella nueva vida, nueva actividad, todo el fuego de sus rojizos hogares, toda la ebullición de sus calderas.

La maquina de vapor ha sido durante muchos años la maravilla de las maravillas, y con los perfeccionamientos de la metalurgia y de la fabricación de metales es hoy el monstruo de acero de prodigioso organismo.

Pero la crítica no la ha respetado, y hace tiempo que viene cebándose en ella de tal modo, que, pasando de un extremo á otro, hoy afirman algunos que la máquina de vapor es la más absurda, la más monstruosa, la más imperfecta y la más funesta de todas las máquinas inventadas por el genio de la invención.

Por lo menos, si la crítica no dice esto, ni con esta crudeza, lo da á entender, y, lo que es más grave, lo demuestra.

Demuestra que es imperfecta y que ha causado daños inmensos é irreparables.

Ha deslumbrado á la raza humana, y por un siglo de increíble prosperidad, de tal manera ha derrochado las riquezas naturales del suelo, que prepara á nuestros nietos un porvenir de sufrimiento y de miseria.

La crítica es terrible en el arte, como en la ciencia, como en la industria, y cuando tiene razón, más terrible todavía. De todos modos, aunque sea moles-

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ta y hasta impertinente, amén de despiadada, es el ■^ífuijón insustituible del progreso.

Lo que hay que hacer es criticar con justicia.

Y esto ha sucedido con la máquina de vapor.

Por donde hemos venido á parar á consecuencias •contradictorias.

La máquina de vapor es admirable, y es tan defectuosa, que es absurda.

La máquina de vapor ha creado una industria, y por lo tanto una civilización, espléndidas ambas , y á la vez ha aniquilado, sin inutilizarlas, inmensas energías, que han quedado perdidas para siempre.

Expliquemos todo esto, y veamos qué papel representan, en la transformación de las máquinas de vapor, las nuevas turbinas en que tanto se ocupan hoy las revistas técnicas, y en que se fundan tantas esperanzas.

La máquina de vapor, la máquina de Watt, pudiéramos decir, trajo á la industria una masa inmensa de energías que dormitaban perezosas en el seno de la naturaleza.

Allá en el seno de la tierra, la hulla, el carbón mineral; y en el espacio, el aire con su oxigeno. Ella en el sueño g-eológico de las grandes formaciones carboníferas. E l vagando en plena holganza por la atmósfera.

Representaban y habían representado, durante siglos y siglos, una fuerza latente. La acción dire ti-

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■va de la inteligencia'humana las dirigió hacia el hogar de la máquina de vapor, y en él fué donde el carbón y el oxígeno se combinaron con llamaradas- de regocijo y con enorme desarrollo de energía; miles y miles y millones de caballos de vapor.

Pero la fuerza estaba allí, en el hogar, en la combustión, en las reacciones químicas de los dos cuerpos; en los infinitos choques de los átomos de oxígeno contra los átomos de la hulla, en una colosal suma de vibraciones, que es como decir-en un colosal desarrollo de calórico.

Y el vapor, ¿qué papel representaba? El de intermediario; no es otra cosa que un intermediario muy costoso y muy torpe. Y por injusta fortuna ha dado su nombre á las nuevas máquinas y á todo un siglo.

Porque el oficio del vapor, mejor dicho, del agua de la caldera, es esto; recoge el calórico creado por la combustión, pero que no creó, carece de volumen, se esponja, por decirlo así, se convierte en vaporr pasa á los cilindros y empuja los émbolos y transmite el trabajo, que se engendró en el hogar, á las- diferentes piezas del mecanismo.

Por eso decíamos que no era más que un intermediario.

Verdad es, que sin él no hubiera existido la máquina de vapor: hubiera sido máquina de fuego, como lo fué algunos años después, y sirvan de ejemplo las- máquinas de aire caliente; pero no hubiera llegado-

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