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Aplicaciones de la electricidad
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vega, y tiempo abajo va corriendo la existencia hasta el mar «que es el morir». Pues bien, este imposible se puede vencer con el nuevo aparato, ó, por lo menos, «podemos hacernos la ilusión de que lo hemos vencido»; y, en este terreno, forjar apariencias que causen la ilusión de realidades, es un triunfo digno de aplauso y de admiración.
En la obra francesa á que antes nos referimos, se plantea este problema y se resuelve en el terreno de la imaginación, por manera tan sencilla como ingeniosa.
Si aquel observador, espíritu puro que vaga por el espacio, como decíamos hace poco, fuese penetrando por las regiones infinitas en persecución de las ondas de éter, que en sus vibraciones se llevan las móviles fotografías de las varias regiones de nuestro globo; si aquel observador, repetimos, caminase con más velocidad que las enormes cajeas fotográficas, es decir, con una velocidad superior á la de la luz, es claro que iría encontrando imágenes más y más antiguas y vería las escenas terrestres en orden inverso. Primero, las escenas del año 93, por ejemplo; después, las del año 92; después, el París del 91; y así, caminando siempre hacia atrás, el tiempo habría girado 180 grados; la historia habría dado la vuelta.
Si esta experiencia imaginaria pudiera realizarse, veríamos el tiempo invertido; el tiempo al revés, como dice el epígrafe de este artículo.
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Pero la experiencia puede realizarse, aunque en pequeña escala, con el cinematógrafo.
Sembremos, por ejemplo, un rosal, y en cuanto empiece á crecer el tallo, instalemos el aparato de Edison lí otro aparato análogo, convenientemente modificado, enfrente de la planta, y tomemos, no 15 fotografías por segundo, que no es necesario tanto, sino una fotografía por hora, ó cada doce horas, iluminando las sombras de la noche con luz eléctrica, y así durante dos ó tres meses.
Aplicando después esta cinta á un cinematógrafo, todas las imágenes se enlazarán en un movimiento continuo, y veremos crecer el tallo y brotar yemas, y brotar ramas y aparecer las hojas; y, á su vez, crecer y dibujarse el capullo y abrirse lentamente y convertirse en rosa, y coronarse de rosas el rosal.
La vida continua, el crecimiento incesante, e hermoso desarrollo de la planta, aunque crecimiento y desarrollo abreviados.
Pero si hacemos que esta misma cinta marche en el cinematógrafo en sentido contrario, habremos invertido el tiempo; quiero decir, quedo recorremos en sentido inverso, y veremos primero el rosal coronado de rosas; y por movimiento incesante y conthiuo, las rosas se irán encogiendo y cerrando, y se irán apretando sus pétalos, y cada rosa irá retrocediendo hacia su capullo, aunque apareciendo todavía los matices sonrosados de la flor. Y luego el capullo
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será todo verde, y'luego sejá cada vez más pequeño, y luego será yema, y al fin se embeberá en la rama; y las ramas se irán recogiendo, como se irán recogiendo las hojas, hasta que no quede más que el primer brote; hasta que, disminuyendo y disminuyendo, desaparezca en la tierra.
De suerte que, si no en realidad, en la apariencia podemos hacer lo que la Naturaleza ni aun en la apariencia ha podido realizar: «Hacer que el tiempo marche hacia atrás.»
Y es que la Naturaleza obedece á leyes fatales, y el hombre—aunque en esfera muy pequeña—siente y utiliza los aleteos de la libertad.
POR QUÉ DILATA EL CALOR
En la ciencia, buscar el por qué de los fenómenos no es buscar su fondo metafísico, ni es penetrar en sus misteriosos senos; es, pura y simplemente, reducir unos fenómenos á otros, es agruparlos y clasificarlos, formando de esta suerte grandes familias.
Y si la ciencia del mundo inorgánico pudiese reducir todos los becbos á uno solo, aunque ese fuese metafísicamente inexplicable, la ciencia positiva babía realizado su más alta misión y su más fecunda síntesis.
Esta es la gran aspiración de la ciencia moderna, y trata de realizarla con las hipótesis llamadas mecánicas, en las que todo procura explicarse por la materia y el movimiento. Contra esta tendencia sintética y mecánica se nota en muchos sabios cierta enemiga
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y mal querencia, y hasta pretenden sustituir á las hipótesis mecánica,s las hipótesis físic a s, lo cual, á mi entender, es un g-ran error y un lamentable retroceso.
Pero sea de estas cuestiones lo que fuere, en lo que dijimos al principio todos están conformes: la ciencia aspira á unificar los hechos, á reunirlos en grupos, á prescindir de apariencias y á buscar en el fondo de los más desemejantes fenómenos, un fenómeno único y un hecho común.
Fijémonos bien las ideas por medio de algunos ejemplos.
Allá en el espacio, en los negros senos de nube tempestuosa, estalla el rayo: una línea angulosa de viva luz se destaca sobre el fondo sombrío, iluminándolo un instante con rojizo ó cárdeno resplandor. He aquí un hecho que hace centenares de siglos presencian los hombres. ¿Qué es eso y por qué será eso?, se habrán preguntado millones y millones de veces, millones y millones de seres humanos.
Allá, en el fondo de un gineceo, una belleza helénica se habrá entretenido, probablemente, en edades remotas, en frotar las cuentas de ámbar amarillo, que mercaderes fenicios le trajeron de las costas del Báltico; y recortando en seguida las puntas de las alas del ave predilecta de Venus, curiosa y risueña habrá pasado las horas de ocio viendo cómo los electrizados granillos atraían las ligeras recortaduras.
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En rigor, no hace falta el gineceo, ni aun la belleza helénica, que bien podría ser una tarasca; ni mucho menos la blanca paloma, puesto que recortaduras de papel sirven para el caso; pero, de todas maneras, es preferible imaginarse una jóven. bonita recortando alas, á plantarse ante los ojos á una vieja recogiendo hilachos. •De todas maneras, tenemos este segundo hecho: el ámbar frotado atrae los cuerpos ligeros.
Allá, en tiempos muy posteriores y muy próximos á los nuestros, el físico Galvani ó su señora mujer Lucía Galiacci, haciendo una operación anatómico culinaria con una rana sobre el hierro de un balconaje, observa que al contacto de los metales, el ya difunto animal se estremece. ' Otro hecho: otro tercer hecho el estremecimiento de una rana. ¿Qué inteligencia hay tan poderosa, tan penetrante, que á primera vista descubra, ni semejanza alguna, ni la más remota analogía entre éstos tres fenómenos?
Fuera, lejos, en lo alto, nubes tempestuosas que el aquilón arrastra, masas negras que chocan entre sí en los aires, como monstruo de las tinieblas empeñadas en fantástica batalla, y una línea angulosa de luz estallando con estampido prolongado.
En el fondo de un boudoir clásico unas plumas recortadas adhiriéndose á un grano de ámbar.
Una rana muerta, estremeciéndose en las ma-
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nos de una cocinera sobre los hierros de un balcón.
Elrayo de Jove, el electrón de los griegos, el batracio de Lacia Oaliacci: ¿en qué se parecen estas tres cosas?
En la magnitud: lo más grandioso; lo más mezquino; lo más prosáico.
Ni en el sitio: la nube tempestuosa; un entretenimiento casero; el balcón de una cocina.
Ni en la apariencia: luz angulosa y relámpago y trueno; atracción de dos cuerpecillos; estremecimiento de una rana muerta.
Extremos más disparatados, fenómenos mas distintos, cosas que menos se parezcan, no es posible que se los imagine el hombre más aguerrido en conflictos de contrastes y antítesis. Ni el mismo Victor Hugo podría hacer chocar allá, en las apocalípticas profundidades de su cerebro, el rayo, el ámbar y la ra7ia.
Y, sin embargo, la ciencia ha encontrado la unidad de esa variedad. Donde los sentidos sólo ven infranqueables abismos y disparatados despropósitos, ve la razón abrazos estrechísimos. El rayo es electricidad, la atracción del ambar es otro fenómeno eléctrico, la sacudida del renacuajo á la corriente eléctrica es debida.
Por eso la ciencia, en sus cúspides, en sus grandes leyes, en sus unidades supremas, no sólo es grandiosa, sino que es eminentemente bella, con suprema hermosura.