11 minute read

El frío

es decir, fuerza, que dilatará el água de la caldera y la convertirá en vapor y empujará los émbolos motores.

Pues nada de esto sucede en el dinamo, y por eso el dinamo no engendra fuerza, es decir, no la engendra por sí ni por su propia virtud.

El dinamo no aprovecha los desniveles eléctricos de la Naturaleza.

En la Naturaleza existen desniveles eléctricos, ¡quién lo duda!, á veces formidables, y si no, que lo diga el rayo. Pero existen accidentalmente, son pasajeros, y no valen como fuerza lo que aparentan valer.

Por otra parte, los desniveles ordinarios que nosotros conocemos son harto mezquinos, ó si no son mezquinos en sí, lo son todavía para las aplicaciones prácticas.

En la industria eléctrica, en las grandes instalaciones, en los dinamos mismos, existen estos desni - veles eléctricos. Precisamente, cuando se habla del voltaje, ó de diferencias de potenciales, de estos desniveles eléctricos se habla. Pero estos no son desniveles naturales; no los hemos encontrado en la Naturaleza, como hemos encontrado en ella la catarata en lo alto, el carbono separado del oxígeno.

Si representamos la electricidad por el éter más ó menos condensado, sea esta representación real, sea puramente simbólica, podemos asegurar que no

— 378 —

existen en la Naturaleza regiones en que el éter está á la alta tensión, próximas á otras regiones en que el éter está más dilatado; de suerte que, por natural tendencia, se precipite de las primeras regiones hacia las segundas como viento etéreo, como gas que sale del gasómetro y corre por una cañería:

Estos desniveles eléctricos, esta diferencia de potenciales, ó si se quiere, esta diferencia de voltaje, ó no existen en la Naturaleza en condiciones utiliza - bles, ó no hemos dado con la catarata ó c.on el viento etéreo; es decir, con el éter fuertemente diferencial.

Existen, sí, en los dinamos estos desniveles eléctricos, representados por 500 wolts, ópor 1.000 wolts, ó por 2 ó 3.000 acaso;- pero no como producto espontáneo de la Naturaleza, sino como producto artificial de la industria humana.

Estos desniveles el hombre los ha creado consumiendo fuerzas; mejor dicho—porque es la palabra propia—, consumiendo trabajo.

Por eso el dinamo nunca está solo: solo sería un hacinamiento de metal, una masa inerte, incapaz de crear ni un kilográmetro de fuerza. El dinamo va siempre acompañado de una máquina motriz, que es la que engendra y de la que brota la energía que por el dinamo circula en forma de corriente eléctrica.

Todo dinamo — según hemos explicado tantas veces—, no es otra cosa que un ovillejo de alambre, que gira con rapidez suma en presencia de un imán

— 379 —

ó de un electroimán, en cuyo alambre, sólo por el hecho de moverse entre los polos magnéticos, brota la corriente.

Pero esta energía eléctrica la engendra por el movimiento del inducido, que es el ovillejo, la máquina á que el dinamo va acoplado.

Y esta máquina, esta fuerza motriz, puede ser cualquiera: una máquina de vapor, una máquina de gas, ó de aire caliente, ó de vapores complicados, una turbina que recogiese las energías de cualquier catarata, una rueda de paletas que recibiese el impulso de un río, un molino de viento, un receptor del agua almacenada de las mareas ó del calor solar ó de una reacción química, y basta podría ser el esfuerzo muscular de muchos caballos ó de muchos hombres.

En esto consiste precisamente el carácter prodigioso del dinamo.

No crea la fu erza, pero las unifica todas y á todas las convierte en corriente eléctrica.

Es una máquina que realiza la unidad de cuantas fuerzas existen ó puedan existir.

Todas ellas se convierten en desnivel eléctrico, es decir, en cierto número de voltios y corriente eléctrica, ó sea un determinado número de amperios; y en último análisis, en trabajo eléctrico representado por el producto de los amperios por los voltios.

Pero no sólo da unidad á la diversidad infinita de

— 380 —

laS fuerzas, sino que las moviliza de una manera prodigiosa.

La máquina de vapor es una masa"enorme, que se puede transportar de un lado á otro con facilidad; y el carbón que consume anualmente representa centenares de toneladas.

Una catarata, allá en el monte está entre peñascos y riscos y soledades. ¿Quién la lleva á una fábrica ? ¿ Quién la transporta á un centro industrial?

Todas estas son fuerzas dispersas, inútiles, perezosas, que perezosamente se consumen.

Son fuerzas que llevan una impedimenta colosal; son fuerzas demasiado apegadas á la materia.

Pero cuando todas estas fuerzas se convierten en energía eléctrica, bien puede decirse que ban espiritualizado cuanto la fuerza material puede espiritualizarse.

Convertida la catarata ó convertida la energía química del carbón de piedra en energía eléctrica, por un hilo se llevan á 200 ó 300 kilómetros de distancia centenares de caballos: prodigio de la ciencia moderna que es asombro de la razón y que apenas la imaginación puede concebir.

Y cuando la corriente eléctrica llega al punto de su destino, para que se transforme en fuerza industrial, es decir, en fuerza aplicable en todos los usos de la industria, sólo hace falta otro dinamo.

Porque el dinamo es reversible, según la palabra consagrada; cuando el ovillejo se mueve en presencia del imán, por la acción de una fuerza exterior, la corriente nace en el Mío metálico. Pero, á la inversa, cuando á un ovillejo metálico llega una corriente, el ovillejo se mueve.

El movimiento engendra la corriente; pero des-' pués la corriente engendra el movimiento, y le engendra con gran energía, si grande íué la de la fuerza origen de esta evolución.

De suerte que todo este invento prodigioso del transporte eléctrico de fuerzas depende de tres elementos. En el punto de partida, la fuerza ó la energía que ha de transportarse y un dinamo que se transforme en corriente eléctrica; después, un hilo ó 'conductor para salvar la distancia y por la cual la corriente eléctrica marche. Y al fin, en el punto de llegada, otro dinamo para recibir la corriente y para convertirla en fuerza utilizable con sólo el movimiento de rotación del dinamo.

Dos dinamos y un hilo metálico.

Ó, si se quiere, dos imanes, dos ovillejos y un conductor.

Dijimos antes, que el dinamo no creaba fuerza; que no hacía otra cosa que dar uniformidad á todas las fuerzas naturales. Y decimos ahora, que las transporta con facilidad admirable: de suerte que por medio de hilos ó conductores pueden reconcentrarse en

— 382 —

los centros de la industria fuerzas inmensas esparcidas por el globo terráqueo.

Así, pues, el dinamo ejerce todas estas acciones sobre las energías de nuestro globo: la electricidad las moviliza, las transporta, las centraliza donde conviene que estén centralizadas. Y así, después de centralizadas, conviene subdividirlas para el consumo y hasta llevarlas á domicilio. También esto se consigue con el dinamo y por nuevo sistema de conductores, como sucede con la luz eléctrica.

He aquí, pues, cómo el dinamo, sin constituir una nueva fuerza, ejerce funciones de transcendental importancia, como son todas las de la distribución en los organismos, sean org-anismos naturales, sean creaciones de la moderna industria.

Por medio del dinamo se utilizan fuerzas que de otro modo serían perdidas por completo. Y desde el punto de vista práctico, utilizar energías que antes no se utilizaban, vale tanto como crear nuevas energías, y aun para la vida de las sociedades, el dinamo es un mecanismo creador de fuerzas; pues si no las saca de la nada, la arranca del seno de la Naturaleza, la desamortiza, le presta alas etéreas y la lanza por una corriente nerviosa de hilos metálicos.

Así el siglo XIX, en lo que tiene de grande desde el punto de vista industrial, puede decirse que es el siglo de la máquina de vapor y del dinamo.

EL TIEMPO AL REYES

En el orden de la ciencia y de las invenciones, es decir, de la ciencia pura y de sus aplicaciones útiles, el carácter de nuestro siglo es la fecundidad.

También en otros siglos se realizaron grandes descubrimientos; pero muchos de ellos resultaron estériles, al menos en un largo período.

Eran aparentemente como una raza que se agota; como la ascensión por una ladera: se asciende por ella cien metros, pero no se ha llegado á la cima, en la misma ladera se continua y el horizonte es el mismo de antes, visto de mayor altura.

Pero en nuestro siglo XIX sucede lo contrario.

Es llegar á la cima; es descubrir nuevos horizontes; es ver á lo lejos nuevas cúspides, que nos están, por decirlo así, llamando.

— 384 -

La mayor parte de nuestros descubrimientos, con ser importantísimos por sí, son aún más importantes por la fecundidad que entrañan. No son el último término de una serie, sino el punto de partida de nuevas y numerosas series.

A cada invención, como si fuere encrucijada de infinitos caminos, nuevas vías se extienden ante el explorador.

Y esto sucede con los grandes inventos y sucede con los inventos de menor importancia.

Hablábamos en otro artículo del cinematógrafo, ese maravilloso juguete que perpetúa el movimiento, que graba los instantes como se graban las letras en un libro, que materializa y conserva lo pasado como si lo pasado no pasase ó como si estuviera siempre dispuesto á pasar ante nuestra vista.

Hace bastantes años leíamos un libro curiosísimo de un sabio francés, libro cuyo título era Les entretiens de l'infini, y en que el insigne escritor, dando rienda suelta á sus imaginaciones y suponiendo realizado lo que parecía imposible, fabricaba una especie de cinematógrafo astronómico.

Suponía el autor, que su espíritu viajaba por eí espacio y que iba encontrando en él las varias imágenes de la tierra ordenadas á modo de fotografías. Porque, es indudable: en cada momento, cada región de la tierra manda su imagen al espacio en rayos vibrantes de éter; y si la atmósfera no debilitase los

— 385 -

rayos luminosos; y si además éstos no fueran perdiendo en intensidad con su creciente divergencia; y si además el espíritu viajero estuviera dotado de extraños, sutilísimos y trascendentales sentidos: si todas estas circunstancias, repetimos, pudieran realizarse, y el novelista ó el poeta ó el soñador están en su derecho al suponerlas realizadas, en caso tal, es evidente que iríamos encontrando por el espacio algo así como fotografías etéreas de nuestro globo; hojas superpuestas del inmenso libro de nuestra historia humana; álbum estupendo y esférico viajando por el espacio hacia lo infinito.

Y así el sabio á que vengo refiriéndome, cuenta, en estilo poético y lleno de interés, cómo fué encontrando fotografías de la Historia de Francia, que es la que naturalmente escoge, desde la época geológica hasta la Francia de la Revolución.

Estos serán sueños, delirios, imaginaciones fantásticas, y, sin embargo, estas imaginaciones y estes sueños, aunque en esfera más modesta, se han realizado en ese ingeniosísimo aparato que hoy recorre todas las capitales de Europa.

Y, aunque en círculo más limitado, reproduce el sueño del poeta, porque en este sueño parece como si no se atreviera más que á ver cada imagen en sí, y el nuevo mecanismo las enlaza todas y reproduce el movimiento.

Pero he dicho antes, que cada invención es el

25

- 386 —

punto de partida de otras nuevas invenciones, como germen fecundo que arroja de sí nuevos seres. Y esta idea la vemos ya confirmada en el invento particular de que nos ocupamos, realizándose en él lo que jamás ha podido realizarse, lo que la naturaleza no realizará nunca.

Vamos á explicar esta proposición, al parecer absurda. «Hacer nosotros lo que la naturaleza no puede hacer.» Ó, si la fórmula parece sobradamente ambiciosa, «fingir que hacemos lo que no puede hacerse».

Precisemos las ideas.

El espacio es homogéneo en todas direcciones; es el mismo en un sentido que en el sentido opuesto.

Podemos recorrer una línea, y cuando bien nos plazca, recorrerla en sentido contrario. Ir, por ejemplo, de Madrid á París; y en llegando á París, volver á Madrid otra vez.

En el espacio cabe avance y retroceso, y en uno y otro sentido el camino no tiene fin. Y, además, el avance y el retroceso dependen de nuestra voluntad y está en nuestros medios, con ser nuestros medios de acción tan mezquinos.

Pero lo que podemos hacer en el espacio no podemos hacerlo en el tiempo. Ni el tiempo retrocede ja más, ni en el tiempo podemos retroceder. Tiempo que se recorre, ya no se recorrerá nunca; es un río en el cual no se puede navegar hacia el origen. Jamás descubriremos la fuente de donde brota. Eío abajo se na-

This article is from: