El Nuevo Miliario, nº 6 (junio 2008)

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RECUERDOS DE GONZALO ARIAS1 Júbilo Matinal (un intercambio epistolar)2 Por los motivos que se explican en el propio artículo, quisiera publicar en mi blog personal, («Júbilo Matinal», http://javiercarrascon.blogspot.com/) un pequeño texto en el que doy sucinta cuenta de mi primera lectura, hace ya muchos años, de «Los Encartelados», la impresión que me produjo y por qué caminos imprevistos vine a enterarme, hace un par de años, de quién era su autor y de sus restantes actividades. El texto que, salvo que usted tenga inconveniente, me propongo publicar es el siguiente: «LOS ENCARTELADOS» A mis once o doce años – bueno, y antes también – tenía yo la santa costumbre, cuando me aburrían o se me acababan las lecturas previstas para mi edad, de llevar a cabo discretas incursiones de caza en los cuartos de mis hermanos mayores, a ver qué pillaba. Imagino que todos lo hemos hecho, el mundo se nos va ensanchando a base de estas cosas. (Por un medio muy parecido me enteré, a los siete años, de la verdad sobre los Reyes Magos. Me callé cuidadosamente el descubrimiento, fundamentalmente en honor a mi hermano pequeño y también con la esperanza de que, no haciéndolo público, la noche de Reyes conservara su magia, que en aquel momento vi tambalearse peligrosamente. Mi discreción fue premiada y aún hoy, cercano a la

1. Esta sección se ha confeccionado con los testimonios espontáneos de cuantos amigos de Gonzalo Arias o seguidores de las diferentes facetas de su obra han decidido dirigirse a El Nuevo Miliario atendiendo a la invitación formulada en el número 5 de nuestra revista. Agradecemos desde aquí todos los testimonios enviados, así como la colaboración prestada por la familia de Gonzalo. Algunos de ellos, como los de Alicia Canto, Marisa y Humberto García, Aventino Andrés, Henry Pinna u Olcade fueron escritos en las horas siguientes al fallecimiento de Gonzalo, y distribuidos en listas de Internet o enviados a su familia por correo electrónico. Otros, como los de Pablo Guerra, Giacomo Gillani o Jesús Sánchez, responden a la invitación cursada por nuestra revista en el número anterior. Finalmente, algunos, como el de Javier Carrascón —que abre esta sección— y el de Pepe Beúnza y Pedro Otaduy —que la cierra—, redactados en circunstancias diferentes, han sido también enviados por Mario Arias para su inclusión en este número. De igual modo, las fotografías de Gonzalo Arias que acompañan a varias secciones de esta revista se deben a la búsqueda realizada por la familia de Gonzalo, que recibe por este medio nuestra más sincera gratitud. 2. Bajo este título hemos agrupado un intercambio epistolar entre Javier Carrascón y Gonzalo Arias, previa autorización del primero y merced a los buenos oficios de la familia del segundo [N. del Ed.]

nº 6, Junio 2008

cincuentena, sigo disfrutándo esa noche casi con la misma maravillosa zozobra que entonces.) Bueno, a lo que iba: en una de estas razzias literarias cayó en mis manos un librillo delgado y raro cuya lectura me duró muy poco, aunque no así sus efectos. Estaba publicado en París, traído de allí por algún amigo viajero de mi hermano, y el autor ocultaba su nombre por motivos obvios. Se llamaba «Los encartelados. Novela-programa» y trataba de cómo un ciudadano de Trujiberia —trasunto evidente de la España tardo franquista, o sea, la de entonces mismo— salía un domingo a la calle con sendos carteles pegados en pecho y espalda en los que pedía, con letras bien gordas, que el Mariscalísimo Tranco, Jefe del Estado por la gracia de Dios, convocara elecciones libres para ser democráticamente sustituído en su puesto. Al peticionario lo detenían rápidamente, claro, pero su ejemplo cuajaba y en unos pocos meses la costumbre de correr los domingos por la mañana delante de la policía tranquista, con carteles pidiendo elecciones a la jefatura del Estado, arraigaba entre los trujibéricos. Se había puesto en marcha el movimiento de los encartelados, con tal pujanza que el libro acababa justo antes de un mensaje televisado de su Excelencia, en el que se dirigía a sus súbditos para comunicarles que... FIN. La historia estaba contada desde el punto de vista de un estudiante universitario de clase media, que iba iniciándose en los misterios de la vida adulta, concienciación política incluída, al mismo tiempo que en toda Trujiberia, gracias a los encartelados, se dibujaba poco a poco la esperanza, frágil pero real, de acabar con el tranquismo por medios pacíficos. Una nota a modo de epílogo comunicaba la intención del autor de llevar a cabo el experimento en el Madrid real en fecha inminente. Nunca hasta hace muy poco tuve noticia de si lo hizo efectivamente, ni de qué pasó después, aunque es evidente que la optimista apuesta de la novela no se cumplió. Era un libro ingenuo y simpático, escrito con buen humor y buena intención, y a pesar de su relativa ligereza —que me permitió digerirlo sin dificultad— sirvió para que en mi sesera preadolescente comenzaran a colocarse de un modo racional y útil los datos dispersos e intuitivos que hasta entonces tenía sobre política en general y sobre la de mi mi país en particular. Gracias a él, entre otras cosas, inicié el camino mental para encontrar mi propia opinión sobre el franquismo, la democracia y otros grandes conceptos políticos, cosa que para un doceañero de familia franquista de clase media madrileña y colegio de curas, a finales de los sesenta, no era tan fácil como ahora parece. No lo he vuelto a leer desde entonces, pero aún lo recuerdo, clara señal de que me impresionó. ***** Por el mismo tiempo o poco después mi hermana mayor, estudiante de Historia del Arte, manejaba asiduamente en sus estudios un útil instrumento llamado Historímetro. Por lo poco que recuerdo, era una especie cuadro sinóptico desplegable en el que venían colocados en líneas paralelas los principales acontecimientos de la historia de la Humanidad en las distintas civilizaciones, las distintas partes del mundo y los distintos campos de la cultura, de modo que de un solo vistazo podías colocarte en la cabeza qué pasaba en Rusia mientras en Francia mandaba Carlomagno, o en

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