Las Comidas de la Uni

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Las comidas en la UNI El primer año de estancia en la UNI recuerdo que nos tocó hacer muchas colas. Para recoger la ropa, los libros, hacernos fotos y, todos los días, para ir al comedor. Yo creo que era la cola en la que formábamos más contentos. Y a mí me impresionó aquella sala tan grande, con las mesas metálicas para seis. Al entrar nos situábamos al lado de la mesa y, después de rezar o después que el dominico encargado diera la orden, nos sentábamos. Y a esperar que los compañeros encargados, con sus chaquetillas blancas, nos sirvieran la comida. No sería honrado, conmigo mismo, si hoy dijera que las comidas de la UNI no eran buenas. Eran mucho más de lo que teníamos en nuestra casa. Pero había días, eso sí, que los platos elegidos, por quien fuera, no eran de mi agrado. El desayuno era café con leche y pan con mantequilla. Y en la comida los macarrones, las judías, los garbanzos, las papas con carne o las lentejas, recuerdo que me gustaban y también los segundos, especialmente los bistec empanados, como si fueran hamburguesas. Para la cena lo que más me gustaba eran los huevos fritos con papas fritas.

Pero hubo un año que la calidad de la comida empeoró, o así lo consideraron los mayores de los colegios San Álvaro y San Alberto y, propusieron hacer huelga de comedor un día. No recuerdo ni el año, ni el colegio en el que yo estaba, aunque creo que sería el Gran Capitán, con el Padre Zabalza de director. Si recuerdo que, en el “sermón” de la noche, en el hall, antes de subir a los dormitorios, se lamentaba en voz alta de que no le hubiésemos avisado, el día anterior y así no haber tirado a la basura tanta comida. Las chocolatinas envueltas en papel rojo. Creo recordar que nos las daban con la merienda todas las tardes. A mí me gustaba guardarlas, tanto las mías como las que me daban los compañeros a los que no les gustaban y, en las ocasiones que me tocaba repartirlas, también las que sobraban. Las ponía en la maleta, que estaba vacía de ropa, para llevármelas a casa en las vacaciones. Al final del trimestre juntaba un buen número de ellas que, con alegría, se las mostraba a mi madre y hermanos más pequeños, al abrir la maleta en casa, para que ellos se las comieran. No hace muchas fechas uno de mis hermanos me lo recordaba.


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