Cuando uno recuerda la Laboral de Córdoba, la mayoría de las personas hablarían del Rectorado y su mosaico mural, de las vidrieras de la Capilla, o del Teatro griego y las actividades allí realizadas, de las muchas historias vividas en los Colegios, Aulas, Comedores… o de la foto hecha en el Ciervo …pero todos los lugares son algo más… siempre hay estancias en ellos, ocultas a la mayoría de las personas, y que o suelen quedar en el olvido o siempre queda la curiosidad de saber lo que habría tras aquella puerta, que se encontraba al final, del pasillo en la que estaba la escalera, que conducía a los sótanos. Lugares apartados a la vista, pero perfectamente organizados y comunicados entre sí, mas son muy pocos los que conocen que allí, se albergaba la otra Universidad, la que en su Ala Norte, comenzaba en los Colegios Mayores, bajo el Paraninfo, y tras pasar por San Álvaro, se convertían en el hogar de los Padres Dominicos. Además, bajo San Alberto y el Luis De Góngora, se encontraban los vestuarios, los aseos y las duchas de los Chicos, que habitaban en la parte exterior, y entre ambos Colegios, el cuarto donde iba a parar la basura que se generaba por la actividad diaria. Un ajetreo constante, lo que hizo que el costurero y el planchador que se encontraban al final de esta galería, se transformaran a finales del curso de 1962, en un almacén de colchones. Mientras que el distribuidor de ropa, logro sobrevivir a la reforma, junto con las habitaciones, en las que se guardaba la ropa de deporte de los alumnos. Los sótanos del Sur empezaban en Gran Capitán, donde se alojaba el mantenimiento, que permitía que todo lo de la superficie funcionara, allí se encontraba los lugares que acogían a los profesionales de la albañilería, fontanería, carpintería, zapatería…así como todos los útiles que necesitaban para desempeñar su trabajo de cada día. Los arquitectos cuidaron la simetría, por eso en parte inferior , del ya mencionado, de Gran Capitán, y los edificios que le seguían , Juan de Mena y San Rafael, y al igual que los edificios que estaban en frente se podían encontrar vestuarios, duchas y aseos, aunque algunos se diferenciaran por ser la casa de la comunidad de las monjas, como era el de Juan de Mena, o el de las trabajadoras internas que se encontraba en San Rafael, incluso en éste último, su pasillos servía, a modo de armario, para colocar la ropa de deporte. Al final de este gran túnel, que recorría todos los sótanos de este lado se encontraba el costurero, el planchador y el almacén en el que se encontraba la ropa, que se distribuía entre los alumnos, al comienzo de cada curso. La parte Norte y Sur, buscaban una excusa para salir al exterior y la encontraban en sus tendederos, y en torno a la caldera se encontraban, quizás porque de allí partía la energía, en forma de vapor, que hacía que todo funcionara…alguien debió de ponerles el nombre de las “Calderas de Pedro Botero”, porque existía el rumor de que allí se quemó de todo… Aún quedaba espacio, para la panadería y el vestuario de las mujeres, antes de llegar a la salida, que unía las dos Laborales, y en la cual se encontraba la parada del autobús. Mas en todas partes, siempre hay un rincón especial, aquel que consideramos el corazón, quizás porque es donde más hemos vivido, y en los sótanos, ese lugar privilegiado era el lavadero…que como un lugar sacrosanto, brillaba por su limpieza y pulcritud. Puede que allí, alguien también gestara la organización de lo que sucedía arriba, el como debía establecerse todo, para que funcionara y cumpliera la misión de educar aquellos chavales, eso sería muy largo de relatar ahora, así que nos quedaremos con un ejemplo curioso, el como cada uno de ellos tenía un número que los identificaba, que marcaba sus
ropas y su pertenencias, ese mismo dígito se encontraba en el casillero que le correspondía en el distribuidor de la ropa, y junto a él, una chincheta de color. El mismo color del que era la bolsa de la ropa, la toalla y el albornoz, la servilleta y el paño de la merienda, o la franja de la chaqueta que se usaba para servir la comida…esto permitía saber a que Colegio pertenecía, había uno para cada lugar: el marrón era para San Álvaro y San Alberto, el amarillo de Luis de Góngora, el verde para Gran Capitán, el naranja para Juan de Mena, el azul para San Rafael…y el blanco, para los Religiosos y Religiosas. A veces, evocamos los lugares por los olores, se impregnan en nosotros, nunca pueden olvidarse: el que se desprendía de las bolsas de la ropa, cuando la amontonaban en el suelo para clasificarla, antes de lavarla, o el olorcillo a lejía que partía del pequeño cuarto en el que se elaboraba artesanalmente, en el lavadero, o el de pan recién hecho, que se filtraba por las rendijas de la panadería… Sin embargo, lo que los hace realmente importantes y los llenan de vida y significado, son las personas…los chavales, que cuando hacía frío o llovía, inundaban con sus canciones, los túneles que les permitían llegar a la gimnasia; o la de aquellos más curiosos que se apostaban en la ventana del vestuario de las mujeres, y que mientras su cara se ruborizaba, creían ver algo más; o aquel chaval de la tuna, que con sus mejores galas, bajaba al lavadero a deleitar con sus canciones, los pocos ratos libres, de aquellas mujeres jóvenes trabajadoras, que en agradecimiento le bordaron una moña con cintas de colores, que lucía orgulloso en su capa, mas no era el único que se atrevió a bajar a conocerlas… Fray Atilano, una gran persona, cada año, le llevaba un paquete de caramelos a una de las chicas, porque se llamaba igual que su madre…pequeños detalles, que hacen toda una vida. Y esas jovencitas, eran las encargadas, no sólo de que todo allá abajo funcionara, sino que aquellos muchachos pudieran recibir la formación, que les convirtió en los hombres que hoy recogen los frutos, de lo mucho trabajado en sus vidas adultas, para los que se les preparo en la Laboral de Córdoba. Por eso, aún cuando hoy la puerta que baja a los sótanos está cerrada y se ha perdido la llave que la abre, cuando sería casi imposible transitar por la galería Norte y la del Sur, cuando el paso del tiempo lo ha cubierto todo con su pátina…allí, siempre quedaran las risas, las canciones y las anécdotas de los chavales, las vivencias de las trabajadoras, los recuerdos emocionados imborrables…que serán para siempre las raíces del Campus de Rabanales. “Un ratón”