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PASEO POR EUROPA. Verano de 1990 Juan Lizárraga Tisnado. Sexo: M. Carte D’Etudiant (CIEF) No.855 INUAS Nationalité : Mexicana. Age: 34 años Passeport A-28872 Pavillon Autun – Chambre 319 Avenida de las Torres 406 G INFONAVIT-Playas Teléfono 4-60-77 Mazatlán, Sinaloa, México.

I. PREÁMBULO DEL DESCUBRIMIENTO DE EUROPA Dijon, Francia, lunes 30 de julio de 1990 a las 23:00 horas. Al fin, las malpasadas y desveladas, provocadas por la diferencia de horario (en Dijon son 9 horas adelante de Mazatlán), pude tomar pluma y libreta para escribir mis impresiones sobre este viaje a Europa. Se requiere una especie de introducción que a mi parecer es lo mismo que hablar del origen de esta agotadora pero también grata, gratísima, experiencia. Allá por principio de los ochentas empecé a estudiar el idioma francés en la Alianza Francesa de Mazatlán, pues podía ofrecerse, cualquier momento, la posibilidad de ir a Francia. Entonces trabajaba como reportero en Noroeste, en el programa de televisión Actualidades de Clarisa Ramírez; impartía clases en el CONALEP-Mazatlán II y en el Colegio El Pacífico a la vez, aunque en este último sólo estuve unos meses, y recibía clases por la noche, ya que terminaba mi carrera de Comunicación en la Escuela de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Este exceso de trabajo y problemas internos de la Alianza Francesa me obligaron a desertar de sus cursos los cuales llevé por poco más de un año. Al tiempo, en septiembre de 1987, Pedro Brito me sugirió con insistencia que me inscribiera en el curso de francés del Centro de Idiomas de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) en Mazatlán. De principio no me interesé. Antes había tratado de inscribirme en francés, pero el caos propio de la institución me hizo declinar en este propósito. Me convenció la insistencia de Brito y fui a inscribirme. Había pasado el periodo de inscripciones, sin embargo, el maestro Luis Ramírez me recibió en su clase, Yo me cambié de turno, de la mañana a la tarde, y de maestros a la vez, primero me dio clases la maestra canadiense Luisa Reagh. Brito renunció al curso para ocuparse de un puesto sindical. En nuestro grupo, a pesar de que día a día se reducía en número, se fortalecía la idea de viajar a Francia en el verano siguiente al término del curso. En


1988 alimentábamos el propósito, pero debido la suspensión inexplicable de clases el grupo casi desapareció. Aun así, la idea del viaje persistía. Al inicio del ciclo 1989-1990, llegó como bendición al Centro de Idiomas de la UAS la profesora Sabrina Priego, quien reintegró al grupo al reanudar las clases. La idea era hacer el viaje en el verano de 1991, una vez que hubiéramos ahorrado, más la compañera del grupo Alma Vázquez retomó la idea de este viaje proponiendo decididamente que se hiciera en el verano de 1990… y se puso manos a la obra. La profesora Sabrina Priego, allá por noviembre del año pasado, nos mostró diversos folletos sobre cursos de verano en diferentes sitios de Francia. Nos inclinamos por la Universidad de Bourgogne, en Dijon. El 8 de junio de 1989 fui designado coordinador de Información y Relaciones, zona sur, de la UAS y utilizamos el télex para obtener la información necesaria de la universidad en Dijon y particularmente de los cursos. En diciembre del mismo 1989 me casé con Dolores Pineda, quien me había manifestado su deseo de viajar a Francia, deseo remoto. Ella había estudiado francés en la Alianza Francesa donde esporádicamente alguna vez impartió clases. En síntesis: mis primeros contactos con el idioma francés en la Alianza Francesa, la insistencia de Pedro Brito para que años después reanudara mis estudios en el Centro de Idiomas de la UAS, la idea del grupo de viajar a Francia al final del curso, el arribo de la profesora Sabrina Priego y sus folletos actualizados, la decisión de Alma Vázquez de que el viaje se programara para el verano de 1990 y no para el año siguiente, mi relación con Dolores Pineda, fueron las motivaciones de esta gran aventura. El grupo empezó a hacer actividades: kermeses, fiestas, para crear un fondo común, pero al final se fracasó en este propósito recaudatorio. Nuestro grupo escolar, entonces de apenas seis personas, siete con la maestra, podía haber tenido descuentos si hubiéramos hecho un número de más de 15 personas para el viaje, sin importar la escuela a la cual pertenecieran, incluso aun cuando no hubieran estudiado francés. El tiempo transcurrió inflexible. De nuestro grupo escolar sólo salimos avante Alma y yo (la maestra, recién llegada de México a Mazatlán, no tenía recursos económicos y para colmo de males, su esposo tuvo un accidente en el cual gastó cinco millones de pesos. La profesora tuvo oportunidad de asistir con los costos de inscripción y el curso regalado en su calidad de jefa del grupo). Las hermanas y maestras Isabel y Esther Meza Salas se unieron a nuestro proyecto.


El grupo lo integramos hoy Isabel y Esther Meza, Alma Vázquez, Dolores Pineda y Juan Lizárraga. ¿Cómo mi esposa y yo completamos para este viaje doble? Ella primero recibió un préstamo del banco en el cual trabaja; recibió tres millones y medio de utilidades y fue ayudada con préstamos por sus hermanos. Yo ahorraba 500 mil pesos quincenales de mi sueldo en la UAS; trabajaba los fines de semana haciendo reportajes para NOROESTE; recibí 800 mil pesos de utilidades inesperadas en El Sol del Pacífico y vendí un aire acondicionado nuevo que nunca instalé en mi casa. Los dos últimos 600 mil pesos de nuestras tarjetas de crédito, a pagarlos a nuestro arribo a Mazatlán en septiembre próximo. En mayo iniciamos todas las gestiones: compra de los boletos de avión a través de la Agencia de Viajes Koral, que nos tramitó la visa a Francia, luego el boleto Eurail flexi pass para viajar por Europa; nosotros, cada quien, tramitó la visa de tránsito de Estados Unidos; nos inscribimos, vía correo, en los cursos, y recibimos a los 12 días los certificados de inscripción, también cambiamos nuestra moneda nacional a cheques de viajero en dólares. Cada uno de nosotros partió con 1,500 dólares en cheques de viajero.

Miércoles 25 de julio de 1990. El sueño, que parecía lejano, se hizo realidad al llegar el día esperado: el 25 de julio, día de la partida de Mazatlán rumbo a París. Alma Vázquez, Dolores y yo tomamos el autobús a las 9 de la noche. “Isselle” y “Hernán”, dos tormentas que durante varios días deambularon por las costas del Pacífico dejaron de significar peligro para la región y la luz del sol y el cielo despejado terminaron con nuestra angustia de que pudiéramos perder el avión que salía de Monterrey el 27 de julio, si los vados de Concordia se llenaban de agua y llegaran a interrumpir el paso de vehículos. Hacía calor en Mazatlán y me fui con ropa ligera, calzado con mis chanclas de hule. Los conductores eran precavidos: se detenían en las curvas serranas para dar el paso a los carros grandes. Rebasaban con mucha precaución. Tal parece ninguno de los tres podíamos dormir a bordo del camión y aquí empezó nuestro martirio. Al llegar a los límites Sinaloa-Durango empezó a refrescar y este fresco me produjo un resfriado del cual apenas me repongo. Descansamos antes de Torreón y luego iniciamos la travesía de esa zona gris y árida de Coahuila sin detenernos a comer, hasta llegar a Monterrey a las 4:00 de la tarde (3:00 de Mazatlán), después de 18 horas de viaje. Jueves 26 de julio. En Monterrey nos hospedamos en el Hotel Amado Nervo, situado por la calle del mismo nombre, cerca de la central de autobuses. Comimos, cenamos, caminamos por las calles, dormimos bien, compramos algunas cosas y nos fuimos en taxi (40 mil pesos) al aeropuerto donde ya estaban


las hermanas Meza, pues llegaron como a las 10 de la mañana de ese 27 de julio procedentes de Mazatlán. El taxista nos habló de varias cosas en el camino, como que construían un metro en Monterrey. Viernes 27 de junio. Pasamos a documentación en American Airlines, luego revisión de maletas en Migración y esperar en la sala internacional el vuelo que nos llevaría a Dallas. Tiempo de abordaje. El frío de la sierra se me convirtió en resfriado. Con todo, no estaba nervioso a pesar de que por primera vez viajaría en avión, como Alma. Yo viajé acompañado en el asiento de mi esposa, las dos hermanas iban también juntas. El avión salió puntual en la medio día. Fue la primera cosa maravillosa que me ocurrió. Comprendí entonces por qué Pedro Infante cantaba con frenesí: “tú y las nubes me tienen loco, tú y las nubes me van a matar”, porque conforme se elevaba el avión se nos imponía un panorama de ensoñación, nunca visto, y una sensación nunca sentida. Las nubes desde lo alto parecían ciudades de algodón o hielo-nieve, construidas de manera caprichosa sobre un océano azul cielo. Reconfortante en demasía el trato de mujeres y hombres de a bordo, ofreciendo bebidas pero nunca de comer y tuvimos así la segunda malpasada, pero el avión aterrizó en Dallas, luego de una travesía aproximada a las dos horas y media. Bajamos en Dallas, para transbordar a otro avión que nos llevaría a París. Al pasar al corredor nos confundieron unos señalamientos que decían “pasajeros en tránsito” y un empleado negro nos invitó a pasar, cuando en el avión se nos había dicho que nos dirigiéramos a la sala 17. Nos llevaron con empleados de Francia, pero luego un norteamericano llegó enojado a preguntarnos quién nos había llevado ahí. Llamó a una señora, quien nos condujo por varias puertas y escalones, cargados con el equipaje y hambreados, hasta llegar a la sala 17, donde esperamos nuestro próximo avión. El aparato era enorme, con dos pasillos en su interior, dotado de un circuito cerrado de radio con doce “estaciones” para escuchar con audífonos. Salió puntual poco después de las cuatro de la tarde. Vivimos el mismo momento del despegue en Monterrey. Desde las alturas se alcanzaban a percibir las carreteras y puentes de los norteamericanos. Subimos a las nubes y apenas, desde la ventanilla, se veían configurados los caminos y los lagos. El trato del personal fue más amable. Todo era mejor en este nuevo avión, a pesar de lo cual no pudimos pegar los ojos y cuando en Mazatlán y Monterrey era poco después de medianoche, al vislumbrar tierra europea ya había luz de sol. De pronto el cielo se oscureció. En varias ocasiones sonó un timbre y se prendió el anuncio de que


había que abrocharse los cinturones. El avión se cimbraba. Yo miraba las alas tambalearse, pero todo mundo iba tranquilo. Nadie manifestaba temor. Una voz anunció por el alto parlante que aterrizaríamos en 40 minutos. El cielo estaba más cerrado, llovía, aun así nos acercábamos a París y al descender el avión pudimos ver desde lo alto los limpios y coloridos techos de las viviendas hermosas, la anchura de sus calles. Seguimos descendiendo y por algunos minutos perdimos de nuevo toda visibilidad, hasta que de súbito se oyó el ruido que hacen las llantas al salir, y tiempo después apareció la ancha pista del aeropuerto donde el avión ensartó sus gruesas llantas sobre las aguas que había dejado la lluvia. Yo había estado muy asustado, pero me tranquilizaba el observar la calma del personal y la indiferencia de los pasajeros ante el mal tiempo. Cuando el avión se detuvo, eché un fuerte suspiro al tiempo en que los pasajeros premiaban a los pilotos con un aplauso, acompañado de un alarido, por este aterrizaje perfecto en condiciones tan desfavorables. Fue la segunda noche de desvelos y en París eran las 10:30 de la mañana del 28 de julio (en Mazatlán sería la 1:30 de la madrugada del mismo día). Sábado 28 de julio. Hubo que recoger el equipaje que venía en el departamento exprofeso del avión y caminamos un trecho larguísimo. Alma había dejado en el avión de Monterrey a Dallas una carpeta en la cual traía el comprobante de su equipaje. Llegamos a un sitio donde las maletas giraban ante la vista de los pasajeros. Cada quien recogía la suya sin que nadie inspeccionara, de tal forma que si uno llega primero al lugar, se podría haber llevado las maletas que quisiera. Luego supimos que había huelga en el aeropuerto. Ahí mismo, en el aeropuerto, cambiamos 100 dólares de cheques de viajero a francos, previo pago de comisión y porcentaje, para dirigirnos a la Gare de Lyon (estación del tren) en el centro de París, para de ahí viajar a Dijon. En el aeropuerto nos vendieron y reservaron los boletos para salir a las 14:20 horas. Eran ya las 12 y debíamos tomar un taxi (si no, un autobús y dos veces el metro). Había un sitio con una larga fila de personas. Un taxi que no estaba en el sitio nos cobraba 500 francos por trasladarnos a los cinco. Hicimos cola y abordamos dos taxis (solo llevan a tres pasajeros: dos atrás y uno adelante), los cuales nos cobraron 85 francos cada uno, aproximadamente, y nuestro taxi lo conducía una mujer. París es impresionante. Sentimos que nos tragaba a la pasada. Llegamos a la Gare de Lyon. Ahí había gente de todo el mundo. Una muchedumbre entraba y salía. Las fuerzas se nos agotaban y comimos panes grandes rellenos de comida: huevos, carnes, etcétera, y un refresco. Hasta que la pizarra nos indicó dónde debíamos tomar el tren, en cuál andén y así lo hicimos. El tren de gran velocidad (TGV=Train à Grande Vitesse)


parecía flotar por su alta velocidad. Agotado y hambreado, veía el paisaje, pero al voltear a ver a mis compañeras, las cuatro iban dormidas, muertas del cansancio. Me las entendí como pude con el oficial que recogía los boletos, porque nos equivocamos de coche y por tanto de asientos, más nadie de los pasajeros protestó y no hubo problemas. A las 15:56, puntualmente (como salió exactamente de Dijon a las 14:20 horas), llegó el tren a su destino. Se respiraba aire fresco en Dijon. Todo ahí, desde la terminal, es bonito, impecable. Hay orden para agradar, no para impresionar. Indiscutiblemente estábamos en la Francia que conocimos a través de los libros durante el aprendizaje del idioma. Frente a la terminal de Dijon está el centro y todo está atiborrado de hoteles. Preguntamos precio y nos decidimos por el Hotel Climat, perteneciente a una cadena extendida por todo el país. Nos tocó el cuarto piso y estábamos fatigados casi hasta desfallecer. El cuarto 401, como todos los demás, estaba adornado al estilo francés, con impecable buen gusto. Tenía el cuarto teléfono y televisión, y más costo. Se derrumbó en nuestra percepción el mito de que en Europa no se bañan por falta de agua: salía como catarata, fría o caliente, de las llaves del lavamanos y de las regaderas del baño. Descansamos, nos bañamos, paseamos sin rumbo por el centro, comimos de nuevo lo mismo: panes con Coca Cola. Sentimos la vida francesa y descubrimos que en estos días en Francia oscurece entre las 9 y las 10 de la noche. Domingo 29 de julio. En el hotel dormimos tranquilamente y despertamos, aunque aporreados, descansados de 18 horas de autobús, 13 horas de avión, media hora de taxi, una hora 36 minutos de tren, varias malpasadas y un desequilibrio completo en el dormir y el comer. Frente al hotel, en la terminal del tren, nos esperaba un autobús para llevarnos a la universidad donde nos inscribimos al curso y nos dieron nuestro alojamiento: me acordé de las casas del estudiante de la UAS y me dio compasión hacer la comparación. Nos dieron hospedaje en la residencia Manzart del campo universitario, recámara 319 del Pavillon Autun, uno de los seis edificios de cinco pisos con 43 cuartos individuales en cada piso; otros se asilaron en el Foyer Internacional, unos más con familias de Dijon y hubo quienes llegaron a hoteles. Habíamos desayunado en el hotel (tomado el petit déjeuner), pan con mermelada, mantequilla, jugo de naranja, café, leche, un buffet, pues, Dolores y yo, pero continuó el desequilibrio en la comida. Yo me sentí mal de la gripa, que no aminoraba. Al final, quién sabe a qué horas, comimos en uno de los restaurantes de ciudad universitaria: un steak frite, que es un pequeño filete de carne, casi


cocido, con muchísimas papas. No nos llenamos, pero pudimos mantenernos en pie. Por la tarde dormí un rato, luego nos dio hambre, más por ser domingo, todo estaba cerrado. Dolores y yo caminamos bastante por la ciudad hasta que encontramos un restaurant donde nos vendieron comida para llevar por 45 francos más refresco a 12 francos (valen 3 francos en el súper). Eran tres pinchurrientas salchichas con multitud de papas. Total, que no comimos. A eso de las 12 de la noche traté de dormir, pero me fue imposible, y lo mismo les pasó a todos los compañeros. Estamos desequilibrados. Era el dépaysement, desorientación por el cambio de escenario y de horario. (Durante la inscripción se nos acercó un joven español que nos preguntó si éramos mexicanos. Al responderle afirmativamente nos dijo: “Se les nota”. La chica que nos atendió amable y con simpatía, también nos preguntó si éramos mexicanos. Nos quedamos intrigados). Lunes 30 de julio. Maldormidos y hambrientos, fuimos a hacer nuestro examen de ubicación, después de cambiar algunos cheques de viajero. En la espera para el examen, una muchacha con típico acento del Distrito Federal (México), nos hizo algunas preguntas; luego, otra que hablaba español y era originario de Paraguay. Dijo que se notaba que éramos mexicanos por la entonación de la voz, muy diferente a la de los españoles. Se nos ve con simpatía. Hecho el examen, a las 12 del día fuimos a comer, o a desayunar, esta vez sí en forma, mediante un boleto que nos costó 27 francos por comida, en el restaurante de la universidad. La comida fue exquisita, por primera ocasión en Francia. Descansamos un rato. Yo escuché mis casetes de José Alfredo Jiménez con la Banda de Cruz Lizárraga (también traigo música norteña y dos casetes de Plácido Domingo cantando música mexicana y tangos y a Linda Ronstadt con música mexicana. Los traje para regalarlos, al igual que libros de escritores mazatlecos como Juan José Rodríguez, Nino Gallegos y José Luis Franco. A las cuatro de la tarde, M. Carminatti, el director del Centro Internacional de Estudios Franceses nos dio la bienvenida y múltiples explicaciones. Nos dijo que estábamos registrados para los cursos de las cuatro semanas de agosto más de 900 estudiantes de 60 nacionalidades. Una auténtica torre de Babel con el denominador común del afán de aprender o perfeccionar el idioma francés. Luego presentó a cada uno de sus colaboradores, en el terreno pedagógico, deportivo, artístico, etcétera. El terminar el acto localizamos un supermercado atestado ya de estudiantes, para aprovisionarnos. Parece que mañana ya lograremos el equilibrio, sin embargo, cuando estoy por terminar este escrito, el sueño me ha abandonado.


En resumen: Desde ya, los desvelos, malpasadas y las fatigas que hemos pasado, valen la pena. La experiencia del avión es única, placentera, si no se sugestiona uno con la posibilidad del accidente. Encontramos a un París y a un Dijon perfectamente ordenados, a pesar de su cosmopolitismo. Es también única la experiencia de convivir con personas de diferentes idiomas, tamaños, edades, color de piel, nacionalidad y prácticamente apenas mañana empezamos a gozar, ya reposados, de las maravillas de este país.

II. CAMINITO DE LA ESCUELA Dijon, Francia, martes 31 de julio de 1990, 22:00 horas.

Martes 3 de julio. Hoy recibimos los resultados de los exámenes de ubicación: Dolores y yo quedamos en el segundo nivel, clase cuarta; Alma en el tercer nivel, clase quinta; Esther e Isabel no hicieron examen, son principiantes. Lunes, martes y miércoles tenemos traducción y me sorprendió ver en una antología de la clase un texto de Puig y otro de Octavio Paz. Hay una sesión diaria de Lengua, a la que se suman talleres lingüísticos y conferencias. Hoy por la tarde nos citaron a todos los del nivel para hacer un grupo de siete personas que participarían en lo que se llamó “juego de pistas”. En mi equipo había una española, una italiana, un alemán, una japonesa, etcétera, con quienes tenía que hablar en francés. El juego consistía en trasladarse al centro de la ciudad, localizar ciertas calles y lugares públicos y contestar varias preguntas relacionadas con dichos sitios. Obligadamente teníamos que consultar a los franceses de la calle y así lo hicimos. Invariablemente, los franceses que consultamos fueron amables. Eso de que los franceses son secos y cortantes con los extranjeros es una versión que los franceses mismos dejan correr para que los visitantes no les destruyan su tranquilidad si vienen en exceso y si no conocen el idioma o la vida en el país. No hemos visto ningún acto de discriminación ni de rechazo. Yo sí recibí una regañada porque aproveché el momento, en la fila de un restaurant, en que una dama sacaba su dinero para pagar, para ordenar lo que yo quería, más la empleada, una francesa guapa, me ordenó que esperara mi turno. Eso sí, en lo que se refiere a orden y puntualidad, los franceses son muy estrictos… lo cual me agradó en demasía. Encontramos el equilibrio. Hoy comimos de nuevo en uno de los restaurantes de la residencia universitaria, comida rica y abundante a sólo 21 francos, comida que en cualquier restaurant fácilmente costaría el triple. Además, por la tarde nos surtimos en un supermercado y empezamos a abrir latas de atún


que trajimos de Mazatlán. Así, ahora comemos cuando tenemos hambre y ya nos vamos acercando, acostumbrando, al horario en que aquí se hacen las comidas. Compramos, mi esposa y yo, algunas tarjetas postales de Dijon, para informar a familiares y amigos que andamos por aquí, sanos y salvos, cuando la diversión apenas comienza.

III. CRISOL DE NACIONALIDADES EN TORNO AL IDIOMA Dijon, Francia, jueves 2 de agosto, 22: horas.

Miércoles 01 de agosto de 1990. Las clases se normalizaron este día. Empezamos a las 8:30 con traducción, del español al francés. La maestra se admiró porque llegamos temprano. Tenemos fama de impuntuales. Noto que diariamente, cuando la clase empieza a cansar, está previsto algún acto que disipa el aburrimiento de los alumnos. Este día, por ejemplo, se presentaron súbitamente dos tipos al salón, uno de ellos con un gorro de pico y guitarra y cantaron haciéndonos reír. Los miércoles por la tarde no hay clases programadas y esta primera vez aprovechamos el tiempo libre para visitar la ciudad conforme con una guía que tenemos: en el museo arqueológico estuvimos mayor tiempo, luego, en las catacumbas de la iglesia de San Benigno y casas y monumentos históricos también visitamos los cinco. Por la noche (tarde, podría decirse y hasta el anochecer), desde las 8:30, hubo un picnic (piquenique). En el pasto de la universidad, a campo abierto, se instalaron todos los estudiantes provistos de comida y bebida. Ahí se cantó y se platicó, sobre todo en francés, ya que los estudiantes fueron instalados con los mismos de su clase y nivel en el que estudian. M. Carminatti, como lo ha hecho desde que llegamos, está ahí siempre, en el lugar de los hechos, deleitándose también, orgulloso de la convivencia de tantos colores de piel, nacionalidades y pensamientos. Hubo guitarra y acordeón. Los maestros son también artistas. Por ahí se aventaron “La Bamba”. Aquí conocimos a una puertorriqueña que vive en Italia. El picnic se terminó para nosotros como a las 12 de la noche, pero continuó para muchos, no sé hasta qué horas.


Jueves 2 de agosto. Definitivamente, ya alcanzamos el equilibrio en el sueño y la comida. En mi caso, ya duermo la jornada completa. Tomo mi petit dejeuner a las 7:30, la comida a las 12 y a las 7, a más tardar, la cena. Jueves y viernes entramos más temprano en la mañana (8:30) para tener clases de gramática con Ives Racine, maestro de 30 años, simpático. Entre risas y bromas nos enseña a todos. Luego, 11:30 a 12:30 tuvimos por primera vez Civilización. Otro profesor nos ubicó geográficamente y proporcionó datos muy importantes sobre los países europeos y sobre Francia. La clase fue excelente, aunque se vinieron varios porque era tarde, había cansancio, ya que la salida ordinaria era un hora antes, había desvelados por el picnic del día anterior y a algunos no les interesaba ni la historia ni la política. Al salir, una joven con claro acento español nos preguntó si éramos de México y luego nos platicó que un tío suyo había vivido en nuestro país durante cinco años y gracias a que el tío llevaba mexicanos a España, conoció a varios de ellos. La muchacha me preguntó si nos había gustado la clase. Le dije que sí, pero luego la agarró contra el exponente porque dijo que Francia era el país más viejo de Europa y que España era una excepción. Hay rivalidad entre España y Francia, sin embargo, luego de italianos, japoneses y alemanes, muchísimos estudiantes son españoles. Son más escandalosos que los italianos. Esta muchachita nos preguntó cómo era la comida en el Restaurant Mansart (ella toma sus alimentos en el Montmuzard), le dijimos que buena, igual que en el Montmuzard, y ella nos dijo: “allá la comida está muy mala”. En fin, no se quieren españoles y franceses, insisto. Comimos. Dolores tomó una siesta, cosa que presumía no hacer o no poder hacer jamás en México, y a las 2:15 de la tarde estábamos de nuevo en el área 218, tomando la clase de gramática que en la mañana se llama Langue y en la tarde Atelier linguistique. Veremos un tema en cada semana. Estamos en la comida y vienen los ingredientes de una receta de cocina así como los pasos para su preparación. Se hicieron grupos para elaborar una receta imaginaria y nos tocó trabajar con las japonesitas, pero otros no tienen nada de imaginación. Durante la clase se presentó un profesor de aspecto respetable. Ofreció disculpas por interrumpir la clase y dijo que hacía una encuesta sobre algo muy serio: la conducta del profesor en la clase. Repartió rápido las hojas y para sorpresa de los alumnos, la hoja traía seis preguntas, cada una con sus respuestas opcionales, todas ellas negativas para el maestro. Que si era: malo, muy malo, execrable; que si era somnoliento, abotagado, flojo hasta morir; que si tenía 50, 60 o 70 años; si le ponía un dos o medio punto de calificación. Era una broma.


Están programadas, diariamente de 10:30 a 17:30, una serie de conferencias, más no se han realizado. La de ayer se suspendió, lo cual aprovechamos, Dolores y yo, para continuar con nuestros recorridos por el centro. El folleto marca 25 puntos de interés turístico y ayer sólo visitamos ocho. Tomamos el camión, ya lo hacemos con toda confianza, el cual nos dejó en el mismo punto en que nos quedamos ayer, y continuamos viendo plazas, casas antiguas, iglesias, etcétera. Ya cansados de caminar, cuando íbamos a tomar de nuevo el autobús, tuvimos una gran sorpresa. Checábamos en el mapa nuestra ubicación cuando un francés, de entre 40 y 50 años se nos acercó para preguntarnos si nos podía ayudar en algo. Nos pareció algo insólito debido a que teníamos la idea de que en Francia tal cosa no sucedía ¡jamás! En el camión nos encontramos a un paraguayo, con quien ya habíamos conversado y en la plática salió que él está ahí por ser religioso. Este paraguayo vive en Italia y lo mandó la Santa Sede, consiguiéndole una tarifa reducida a la mitad en comparación con la nuestra. Terminado el curso, Hernández, como se apellida el paraguayo, toma su retiro, creo que en España. Él es jesuita y viene con un buen grupo de italianos de diferentes órdenes religiosas. Comimos él y yo, mientras Dolores hacía su siesta. Hernández se retiró al foyer donde se aloja y yo me fui a estudiar un rato, hasta que terminé por hacer esta relación de hechos, mientras Dolores, Isabel, Esther y Alma se tendían en el pasto que hay frente al pavillón Autun donde nos alojamos, haciendo un picnic como lo hace la mayoría de los estudiantes, tal cual si estuvieran en una playa de veraneo, pero sin playa.

IV. LA VIDA EN DIJON Dijon, Francia, domingo 5 de agosto. 22:00 horas. Viernes 3 de agosto. El día estuvo tranquilo. Los viernes, como los jueves, no tenemos traducción, por lo cual entramos a clases una hora más tarde, a las 9:30, para tener nuestra clase de lengua (gramática), en cambio, salimos más tarde por la clase de civilización. Por la tarde tuvimos nuestra clase normal a las 14:15. Luego, ahora sí, asistimos a una conferencia (están programadas cuatro en la semana) en la cual el expositor habla bastante rápido y se nos hacía difícil la comprensión. Salimos a las 17:30. Quedamos de ir el viernes por la noche a un concierto de trompeta y órgano que se realizaría en la Iglesia de San Benigno a las 8:30 de la noche. Se nos olvidó que los camiones pasan hasta las ocho y mejor hicimos un picnic frente a nuestros alojamientos, sentados en el pasto.


Sábado 4 de agosto. Fue éste el primer día del fin de semana demasiado tranquilo. No hubo clases y sólo salimos a comer y para aprovisionarnos para el domingo cuando cierran los restaurantes universitarios. Yo me aprovisioné con tres botellas de vino tinto que estaban en oferta y desde la tarde empecé a dar cuenta de la primera. Hicimos todos otro picnic y ahí di cuenta de la segunda botella. No me embriagué, pero sí, en cambio, me sentí un poco mal del estómago a causa del exceso, ya que prácticamente yo solo me tomé las dos botellas. Domingo 5 de agosto. Queríamos ir a Suiza pero hubo duda en si necesitábamos o no boleto y suspendimos el viaje. La mañana la pasamos encerrados. En cuanto empezaron a trabajar los camiones (lo hacen a la 1:30 de la tarde los domingos), fuimos al Lago Kir, acompañados por una italiana de Córcega llamada María Elena y la pasamos a gusto en el citado lago, donde nos cayó muy de sorpresa ver a muchas mujeres, jóvenes y ya mayores, sin la parte del bikini que tapa los senos y éstos los lucían al aire libre en presencia de muchos niños. El parque es literalmente paradisiaco y en el lago se practican varios deportes, como la vela, el remo, la pesca, etcétera. Fue un fin de semana tranquilo, dulcemente, agradablemente tranquilo.

V. UN RESFRIADO IMPORTUNO Dijon, Francia, miércoles 8 de agosto, 14:00 horas. Lunes 6 de agosto. Dormí profundamente, de una, pero al despertar me vi cubierto de todo el cuerpo más de la cara no. Amaneció bien nublado lloviendo, la temperatura bajísima y como dormí con la ventana totalmente abierta, pesqué un buen resfriado. No podía respirar: tenía las narices tapadas, me dolían las anginas y el pecho, los bronquio. De súbito, me subió la temperatura. Las dos botellas del sábado me habían debilitado el organismo, luego el baño calientísimo del domingo hizo lo propio y la baja temperatura del lunes fue el remate que quebrantó mi salud. Decidí no ir a clases, pero cuando tomaba el petit dejeuner, Esther me dijo que hoy tendríamos examen, lo cual fue efectivo, por lo que regresé por mis libros. Aquí me di un agarrón con la puerta, ya que mi llave no podía entrar, hasta que me di cuenta de que estaba en el segundo piso, cuarto 219, y no en el cuarto 319


del tercer piso. Al tiempo me di cuenta y me fui a la escuela, con mucha calentura. Por la tarde, de plano no fui a la escuela, pues el malestar se acrecentaba. Martes 7 de agosto. Enfermo y sin bañarme, acudí a clases: traducción, lengua, talleres y una conferencia sobre la Borgoña de 1477 a 1789. Por cierto, en el mediodía, Dolores me dijo que ya era hora de irse a la escuela. Que faltaban 15 minutos para el inicio de la clase. Al salir de nuestro pabellón vimos a un alemán de nuestro grupo tirado en el pasto, muy campechanamente. Llegamos a la escuela, que estaba desolada. Error de Dolores, llegamos una hora adelantados. Nos metimos al anfiteatro Roupnel. donde escuchamos jazz mientras se llegaba la hora de clases. Miércoles 8 de agosto. Anoche me subió muy alto la temperatura, pero pude bañarme. Tuve mucha expectoración, las anginas me dolían terriblemente. Por la noche me dio frío y me eché otra cobija, pues además de una sábana, a cada quien nos dieron dos cobijas. Voy en mejoría. Los miércoles por la tarde no hay clases. Tenemos programado ir hoy a una función de teatro. Esperemos.

VI. BEAUNE, EN LA RUTA DE LOS GRANDES VINOS Dijon, Francia, jueves 9 de agosto, 20:00 horas. Jueves 9 de agosto. Ayer por la tarde nos fuimos, Dolores y yo, al centro. En el Palacio de los Duques vimos una exposición fotográfica sobre la ciudad. Eran principalmente tomas aéreas, preciosísimas, pero luego sin querer empezamos a subir por una torre llamada Felipe El Bueno y después de 300 escalones llegamos a la cima. Era una maravilla la vista de toda la ciudad, todos los techos son bonitos… No asistimos a la obra de teatro. Hoy por la mañana llegamos a las 8:30 a la escuela, pero no hubo clases para ningún grupo del II nivel, ya que alumnos y maestros nos fuimos a Beaune, una ciudad más chica que Dijon. Por el camino fuimos viendo pueblos pequeños, de casas grandes, bien hechas, limpias, sus buenas iglesias y una inmensidad de viñedos. Vimos cómo se hacía antiguamente el vino con prensas y destiladoras gigantescas de madera. Luego, en el mismo castillo, nos proyectaron un audiovisual de tres “pantallas” sobre la historia del castillo y de una confraternidad nacida al calor del vino, que vivía o vive por y para el vino. Caminamos a Beaune y cada vez nos convencemos más de que los maestros están locos de remate: nos divertimos bastante con ellos en el camino,


pero también aprendemos mucho sobre Francia, sobre los franceses y claro que también del idioma. Llegamos a Beaune y comimos en un parque. Después nos fuimos al centro de la ciudad y entramos a un hospicio hermosísimo por dentro y por fuera. El edificio, cuya historia nos contaron, en sí es espléndido, imponente y de mucho colorido. Tenía intacta su sala, para los asilados, su antigua farmacia, una galería de pinturas, mil cosas. Después nos fuimos a la Casa del Patriarca, la más grande de Burgoña, y son 5 kilómetros de cavas, de vino en un área subterránea. Obviamente, probamos muchos vinos, frescos y de sabor, color y graduación varios. Algunos o algunas salieron muy alegres y todo el mundo contento con el “maldito” licor. Regresamos a Dijon, alegres, y cantamos una canción por cada nacionalidad (Japón, Italia, Alemania, Turquía, Dinamarca, Suecia, Holanda). Dolores, una mujer del Distrito Federal y yo, cantamos algo de La Bamba y del Cielito Lindo.

VII. BAJO EL CIELO DE PARÍS Dijon, Francia, martes 14 de agosto, 20:00 horas. Viernes 10 de agosto. A las 6:30 de la mañana salimos de Dijon, rumbo a París, en una excursión de tres días. Desayunamos en el camino y desde el principio del viaje notamos que un grupo de gringos (norteamericanos) iba en la parte trasera del autobús, haciendo escándalo. Con todo, el viaje fue tranquilo y a través del altoparlante, el guía organizador de la excursión, Sebastiano, nos daba las instrucciones necesarias. Arribamos a las orillas de París y conforme nos fuimos introduciendo a la ciudad, sentíamos el dinamismo de la misma. Llegamos al Sena, nos impresionó a primera vista la catedral Notre Dame, vimos la Plaza la Concordia, la Torre Eiffel, el arco del triunfo, todo esto a la pasada, para llegar al Centre International de Séjour de Paris (CISP) donde se alojaría la mayoría (las parejas, Dolores y yo, en un hotel) y ahí mismo, en el CISP, comimos a las 12:00, como estaba programado. A las 13:30 hicimos la primera visita, en el Museo de Orsay, grandioso e imponente museo, cercano al del Louvre (río Sena de por medio), que no hace mucho era estación del tren. No fuimos al Louvre porque había una exposición internacional y a los organizadores del paseo les interesaba que conociéramos del arte francés y por ello fuimos al D’Orsay, para que viéramos una exposición sobre los impresionistas franceses. El museo en sí era impresionante. Subimos a sus


terrazas desde donde vimos el Sena. Aquí se nos unió como guía una señora que nos acompañó casi en toda la excursión. Algunas veces se dividió el grupo en dos y la señora se hizo cargo de uno y Sebastiano del otro. Después, de las 16:00 a las 19:00 horas, hicimos un tour por todo París. Le dimos la vuelta a la ciudad luz, por aquí y por allá, haciendo paradas breves en algunos lugares, hasta que regresamos al CISP para cenar. Cabe decir que en este Centro Internacional de Alojamiento es mucho mejor la comida que en residencia universitaria de Dijon, aun cuando en Dijon la comida es bastante buena, de acuerdo a lo que se paga. Un detalle a mencionar: Junto o dentro del CISP hay una alberca, parece que pública y si nos quedamos asombrados en el Lago Kir de ver mujeres con los senos al aire, ya se imaginarán cómo nos sorprendimos aquí cuando casi en pleno centro, en la vía pública de París, en la piscina, casi todas las mujeres traían sólo la parte inferior de su bikini, entre ellas muchas señoras acompañadas de multitud de niños. A las 21:00 horas nos trasladamos a la Torre Eiffel. Nos extrañó que no nos dijeran el costo para usar el ascensor y que particularmente nos obligaron a subir a pie hasta el segundo piso, pero a pie subimos. En el primer piso íbamos todos cansadísimos. Yo, muy enfermo aún de mis vías respiratorias, tuve que tomarme un refresco helado. Admiramos París, de noche, desde esta altura y seguimos subiendo a pie hasta el segundo piso, donde vendían souvernirs relativos a la torre, a precios módicos. En el piso anterior había un restaurant y hasta un cine. La torre por dentro era un hormiguero y en las plataformas apenas se podía caminar. Quisimos llegar al ascensor para subir a la cumbre de la torre, pero no nos pareció conveniente porque había una fila enorme que casi no avanzaba y en cambio, ya no había tiempo porque el camión estaba por salir, estábamos muy cansados, además que cobraban 47 francos. Buscamos la bajada y la logramos en forma gratuita por el ascensor. La fatiga, el viento fresco y la falta de medicamentos acrecentaron mi malestar y prácticamente llegué muerto al Hotel Amadeus, donde al llegar empecé a explorar la televisión. Por la tarde había comprado unas pastillas llamadas Rhinofebral, las cuales ingería por la noche, y a dormir se ha dicho. Sábado 11 de agosto. En el hotel tomamos el desayuno las cinco parejas más Sebastiano y luego de recoger a los demás en el CISP, no fuimos al castillo de Versalles, donde llegamos a las 9:30. Había allá un mundo de gente, principalmente grupos humanos que esperaban turno en el zócalo, junto a la estatua ecuestre de Luis XIV. Acompañados por la guía, vimos la fastuosidad, la elegancia de cada una de las salas en la parte antigua del castillo. Aquellas cosas que sólo habíamos


visto en libros, que se antojaban fantasías, existen, están ahí en Versalles. Salimos de las salas, atestadas de turistas de todas las nacionalidades, y nos fuimos, libres, a los jardines del castillo, no menos impresionantes. Había grupos de alemanes, japoneses, etcétera. El de nosotros era cosmopolita con abundancia de italianos, por primera vez no vimos japoneses y este grupo numeroso de gringos que fastidiaban por todo el camino sin importarles lo que veíamos, más bien burlándose, cuando algo les llamaba la atención. La comida fue libre, en el centro de París, para lo cual nos dieron 50 francos. Comimos hamburguesas con Coca Cola, era lo más barato y como estábamos cerca, nos fuimos al Arco del Triunfo, en la plaza Charles de Gaulle. Al intentar hacer una toma fotográfica del Arco, invadí la avenida de los Campos Eliseos y estuve a punto de ser atropellado por un automóvil que circulaba a gran velocidad. Había ascensor para subir a su cúspide, pero cobraban 17 francos y no había tiempo, además. Ya por la tarde nos fuimos a Montmarte, un barrio de artistas, comerciantes, barateros y donde se ubica la Iglesia del Sagrado Corazón, que se ve imponente desde la torre Eiffel, porque está ubicada en una colina cercana al legendario Molino Rojo. En este barrio, especie de Tepito, se encuentra todo tipo de baratijas, hay dibujantes, retratistas, músicos callejeros, etcétera. Bajamos luego al centro hasta llegar al Opera, un viejo teatro que estaba cerrado, llegamos tarde y nos fuimos a visitar los grandes comercios situados alrededor. Terminó el programa y nos dejaron en el hotel, a los demás en el CISP, pero nos recogieron al anochecer. Aunque la noche era libre, se nos ofreció el camión para recogernos a las 11 de la noches a espaldas de la Iglesia de Notre Dame. Comimos, luego quisimos saber dónde se abordaban los barcos que pasean en el Sena. Se hace en la torre Eiffel, de donde estábamos muy lejos, por lo cual mejor nos fuimos a caminar hasta que llegamos a Montparnasse, el barrio latino de la vida nocturna, de todo tipo de restaurante. La proximidad de la noche y la multitud nos obligaron a acercarnos al lugar donde estaría el autocar. Contra esquina de la iglesia Notre Dame, nos tomamos un chocolate que nos costó 23 francos, algo así como 12 mil pesos. Nos fuimos luego a esperar el camión. Yo seguía acalenturado. Necesitaba reposo y no lo encontraba por ningún lado. Domingo 12 de agosto. Los domingos son domingos en todos lados y, como Mazatlán, París está desértico hoy. Casi no había tráfico de carros en las calles


cuando salimos a esperar el autobús después de consumir el desayuno en el hotel. Amanecí más sano. Nos instalamos por la catedral de Notre Dame y entramos todo el grupo. La palabra impresionante es siempre pequeña para calificar esta obra. La guía entró con nosotros y nos explicaba. Por allá, en un cubículo interior, estaba la Virgen de Guadalupe. Fue una lástima que no visitáramos las criptas de esta iglesia. Acto seguido nos trasladamos al Museo Rodin donde vimos obras de este escultor, Rodin y escuchamos algo de su vida. Cerca de ahí se veía una cúpula dorada. Era el Parque Nacional de los Inválidos, que visitaríamos después de comer en el CISP. A las 13:30 llegamos a Les Invalides, un hospital que construyó Luis XIV para los inválidos de la guerra, luego Napoleón les hizo una iglesia donde está su tumba rodeada de estatuas alusivas a héroes militares de Francia. Los Inválidos es hoy un museo de la Armada Francesa. En este museo hay unos aparatos con teléfonos, sólo para escuchar, y luego de echarle las monedas correspondientes es posible oír la historia del museo a escoger en seis idiomas, el español entre ellos. Si no trae feria, unas máquinas le dan el cambio. Ya habíamos empacado todo y salimos rumbo a Dijon a eso de las 15:30 por una carretera que atravesó varios pueblos y algunos con características de ciudades. En uno de ellos, de nombre Sens, hicimos una parada frente a su iglesia, a uno de cuyos costados hay un museo en el cual estaba montada una exposición de Picasso. Los gringos estaban insoportables en la parte trasera del autobús. Los italianos se pusieron a hacerles competencia. Un grupo cantaba una canción y luego seguía el otro. Si de gritar se trataba, ganaron los gringos, porque aparte sumaban mayoría. Oscurecía pronto, porque estaba nublado, hasta que llegamos a un restaurant situado a la orilla de la carretera, junto a un lago. Nos introdujimos al restaurant, a una sala aparte y nos sorprendimos al ver una mesa arreglada en toda forma. De entrada nos pusieron varias botellas de vino tinto, luego nos sirvieron pato a la naranja (canard à l'orange), unos sopes, queso y pastel de postre. Salimos felices, algunos demasiado alegres y los gringos y los italianos completamente locos haciendo un infierno de aquel camión. Atrás iban también un sirio al que conocimos desde la salida de Dijon y a quien bautizamos como “Siriaco”, y un joven alto, delgado y exageradamente blanco, que al final resultó norteamericano y a quien bautizamos como Tribilín, por su parecido con el personaje de ficción creado por Walt Disney.


Llegamos satisfechos como a las 12 de la noche a los pavillones. Dormimos a gusto pensando que París sólo puede conocerse, desde una perspectiva turístico-cultural, en unos tres meses y que de todas maneras salimos literalmente debiendo bastante con los 1,100 francos que pagamos por la excursión. Personalmente agradecí las atenciones a Sebastiano, regalándole un catálogo de Antonio López Sáenz y un libro de José Luis Franco. Lunes 13 de agosto. Amaneció nublado y luego de la clase de traducción debimos tener el segundo examen de control. ¿Qué íbamos a hacer si no tuvimos clases ni el jueves, ni el viernes y yo había faltado el martes? El examen se hizo. El día fue tranquilo, las clases normales. Me inquietan unos aviones de guerra que durante toda la tarde sobrevolaron la ciudad. Dijon es un campo aéreo militar, supe, y sus aviones hacen prácticas. En Irak están como rehenes algunos franceses y puede haber conflicto bélico. Todos estamos atentos al conflicto IrakKuwait, pero nadie parece estar preocupado. Martes 14 de agosto. Hoy, Dolores cambió 200 dólares en cheques de viajero a francos, ya que se nos acabó el dinero francés y mañana miércoles descansa todo mundo. En las clases nos entregaron las calificaciones. Pienso que saqué un 6 (7 en el anterior), calificación baja que me tiene sin cuidado porque venimos sobre todo a vacacionar y aprendemos bastante francés con la lluvia de palabras que recibimos en la calle de los anuncios, de las gentes, en la radio, etcétera. Los aviones de guerra hicieron práctica todo el día. En el mediodía oímos un sonido de helicóptero cercano y de plano nos fuimos a las ventanas cuando aterrizó en el pasto casi frente a nosotros. Era una ambulancia aérea de un hospital. Alguien salió, le hizo una seña y se fue el helicóptero a otro lado. El lunes inició una serie de tres conferencias sobre las fuentes políticas de Francia. Ayer, y hoy también, el auditorio estuvo casi lleno. El expositor abordó primero la trayectoria de la izquierda en este país y hoy el de la derecha. Mañana, Día de la Asunción, no se trabaja ni hay clases en Francia, por ello tuvimos que proveernos de comida porque el restaurant no estará abierto y tenemos proyectado aprovechar el día conociendo Besançon.

VIII. EN BESANÇON Y MARCHA INTERNACIONAL Dijon, Francia, domingo 19 de agosto, 12:00 horas. Miércoles 15 de agosto. No hay camiones en Dijon las mañanas de los domingos y de los días festivos, así es que antes de las ocho, Dolores y yo nos


fuimos a pie a la central porque el tren (TGV) salía a las 9:12 de la mañana para llegar 48 minutos después, exactamente a las 10, a Besançon. Nos perdimos en el camino al seguir la ruta del camión y de pronto vimos que el sol estaba tras de nosotros cuando al principio se nos había puesto de frente. Al fin llegamos a una plaza que nos permitió orientarnos y llegamos a tiempo a la estación. Luego llegaron las muchachas, que habían tomado un taxi porque se les hizo tarde. El boleto nos costó 134 francos, algo así como 70 mil pesos, por persona ida y vuelta, precio en el que se incluía la reservación de asientos sólo por la venida. Llegamos a Besançon caminando sin ton ni son por las calles. Hacía frío y estaban abiertas las panaderías, las cafeterías y otros negocios. Algunas rutas de camiones funcionaron por la mañana, algo que no sucede en Dijon. Caminando fuimos a parar a un parque donde comimos algo de fruta y tomamos un poco de agua. Caminamos y llegamos a un panteón, bien cuidado. Los muertos eran muy visitados por sus familiares, quienes les llevaban flores. Aprovechamos los baños que ahí había para satisfacer cada quien sus necesidades. Buscamos el centro y vimos que estaba encerrado prácticamente por un río que hacía bolsa y se topaba con una montaña. Antes o justo al entrar al centro está la oficina de tren y un parque grande y bonito. Ahí cerca está el embarcadero para los barcos turísticos. El siguiente saldría pasadas las dos de la tarde y lo esperamos, a la vez que comíamos en dicho parque cercano a la oficina de turismo. Compramos el boleto en 40 francos. El barco se llenó con el autobús de ancianos que llegó justo a la hora. El barco “La vedette byzantine” subía por la corriente, para lo cual se metió en dos compuertas. Cerraron la posterior y abrieron la compuerta delantera para elevar la embarcación a la altura de la corriente. Luego abrieron el portón y ahí vamos, lentos, contra la corriente, río arriba, varios metros. Entre el conductor del barco y su ayudante nos explicaban las maniobras que realizaban y lo que veíamos en el viaje. Nos llamó la atención La Ciudadela, una fortaleza situada en un cerro altísimo, abajo del cual existe un túnel que lo atraviesa. Pensé que sería interesante atravesarlo en lancha. El barco siguió su ruta, río arriba, más de pronto el río se volvió innavegable y regresamos. Pensé que harían la misma operación con la compuerta, pero en sentido contrario, más nos llevamos una gran sorpresa cuando se introdujo al túnel, el cual tiene una longitud, no estoy seguro, como de 200 metros. Al final estaba otra compuerta, la cerraron y el barco empezó a bajar, varios metros, hasta que quedó a nivel del río, pero del otro brazo que hacía el círculo y ahí vamos. Alrededor del río había como


un muelle y parquecillos con pasto. Pues ahí había varios bañistas, las mujeres, obvio, sin brasier, con los pechos al aire, una de ellas de plano mostrándonoslos, mientras se untaba aceite precisamente en esos órganos, de pie y frente al barco, sin importarle que le tomaran fotografías. Y así se realizó el viaje hasta llegar al sitio del cual partimos para inmediatamente dirigirnos a la “gare”. Llegamos a tiempo a la estación del tren, pero como ya estaba ahí el nuestro, lo abordamos y tomamos nuestros respectivos asientos que estaban reservados. El tren salió puntual a las 17:42 y llegó a Dijon a las 18:30, la hora programada. Tanto de ida como de venida, el tren llevaba poco pasaje, lo cual nos extrañó, como nos extrañó que a la venida no nos hayan revisado los boletos. Jueves 16 de agosto. El jueves reanudamos las clases. No había muchos alumnos. Por lo visto, en Europa también se estilan los puentes. Este día entramos a las 9:30. Me fui solo a desayunar y en la escuela esperé a Dolores. Estuve un rato en la clase de civilización. Desde antes de entrar en la materia, el expositor habló de la situación internacional, obviamente, de Irak, esta vez de lo sorprendente que fue el hecho de que luego de dos años de guerra con Irán, de súbito haya solicitado la paz, y también habló del hecho de que Francia pudiera haber dicho a Estados Unidos la clase de armas que vendió a Irak, lo que en cierta forma es una traición, etcétera. Viernes 17 de agosto. Fernando el español y Pablo el italiano fraguaron una broma para los maestros del cuarto nivel este día. Citaron a los estudiantes de dicho nivel a las 7:15 en una aula determinada, luego llevaron a los maestros para que nos rogaran que regresáramos a sus clases, además de que tuvieron que cantar una cancioncita en la que hablan de un cocodrilo mientras con las manos hacen la figura de la boca del animal, también de un chango, de una cebra, de un unicornio y de un elefante. La canción acelera el ritmo, se hace más rápida y los movimientos son más cómicos. En fin, que perdimos una hora de la mañana en esa broma. Por la tarde se normalizaron las clases. Estuve en la conferencia del día, pero me aburrí y salí. Ese día nos inscribimos a la Marcha Internacional anunciada en miniposters y sobre la cual el profesor, igual que los organizadores, no nos dieron muchos detalles, sólo que lleváramos comida, unos tenis y que los camiones partirían de ciudad universitaria. Sábado 18 de agosto. A las 8:30 llegamos Dolores y yo al sitio donde esperaban los autobuses para la Marcha Internacional, luego llegaron Esther e Isabel. Alma descanso..., el día anterior había ido a Beaune. Seríamos 80 gentes entre estudiantes y algunos profesores, y salimos de Dijon por el lado de la terminal de trenes, viendo pueblito tras pueblito, hasta que nos bajamos en uno llamado Chamigny. Ahí había una escuela, ahora museo, creada en 1850. Nos sentamos en los mesabancos, nos platicaron su historia y cómo funcionaba y nos hicieron escribir.


Luego empezó la gran marcha. Hicimos ocho grupos de aproximadamente 10 personas cada uno, buscando balizas (boyas), en las cuales había pistas para encontrar cada una de las palabras para llenar dos crucigramas. Luego de ocho kilómetros de camino por parcelas, montes y bosques, y de atravesar algunos pueblitos solitarios, llenamos el primer crucigrama. Serían como las 12:30 y comimos en el parque de un pueblito. Siguió la marcha hasta después de las cuatro de la tarde. Estábamos cansadísimos por lo cual los cuatro dormimos muy exhaustos ese sábado. Recibimos nuestros diplomas.

IX. TARDE DE CINE. HORA DE EXÁMENES Y DESPEDIDAS Dijon, Francia, 24 de agosto, 20:00 horas. Domingo 19 de agosto. Primer día que no tenemos nada en la agenda. Tiempo de dormir hasta el cansancio y así fue todo el día hasta que me senté a escribir la relación de los últimos días. Por la tarde, nos fuimos, Dolores y yo, al centro y luego nos metimos al cine “La Grande Taverne” a ver una película de Eddie Murphy, titulada “48 horas más”, la cual se anunciaba con pósters grandes en los camellones de las principales avenidas de la ciudad. Nos sorprendimos bastante con el costo de la entrada que fue de 32 francos por persona (18 mil pesos), cuando cinco mil pesos nos parece carísimo en México. Al iniciar la película de inmediato notamos que estaba doblada y que el doblaje era muy bueno. La voz, el timbre de Murphy era idéntico. La sala muy bonita. Antes del comienzo del filme pasaron avances de otras cintas, todas norteamericanas. Esto para mí fue decepcionante, como el hecho de que en la radio tocaran tanta canción en inglés. En fin, que conocimos el cine en Francia, una sala que estaba bien solitaria, con apenas unas diez personas de espectadores. Nos salimos a rumiar nuestro desconcierto por el precio y nos fuimos a nuestra habitación, dizque a estudiar para el tercer examen de control. Lunes 21 de agosto. Reiniciamos las clases con la de traducción. La maestra le regaló un libro a Dolores en compensación por los que yo antes le había regalado y nos fuimos a hacer el tercer examen. Este día vi anunciado que quien quisiera de los estudiantes escribir un artículo, lo hiciera pidiendo información a determinado sitio. Fui ahí e hice el compromiso de escribir algo para el día siguiente. Por la tarde las clases estuvieron normales. Ya no quise ir a las conferencias.


Martes 21 de agosto. Por la mañana no fui a la clase de traducción ni a la primera de lenguas porque me puse a escribir en francés el artículo para el periódico Les Dépêches, y tampoco a la segunda clase matinal porque busqué quién me lo corrigiera, luego, a las 11:30 llevé el escrito como se había convenido y un fotógrafo me retrató. El periódico tiene una sección titulada “El invitado del día” que la cambia por tareas de vacaciones cuando sale un estudiante de los cursos. Hoy precisamente salió un español que participó con nosotros en la marcha. Por la tarde, Dolores y yo nos fuimos a validar el boleto flexi pass, luego a caminar un rato por el centro. En la mañana, el maestro había entregado los resultados del último examen. En ninguno me fue muy bien. En el primero saqué algo así como 7, en el segundo 5.80 y en el tercero algo cercano al 7. Tenía que irme mal, ya que no estudiaba nada y faltaba mucho a clases. Me alentaba, sin embargo, el hecho de que para recibir diploma bastaba con obtener el 50 por ciento de los puntos, lo cual yo sí tenía. Miércoles 22 de agosto. Último día de clases. Había buen ambiente. Ya el día anterior por la tarde las habíamos suspendido para hacernos una especie de despedida los de nuestro nivel. Deserté porque la cosa me parecía medio aburrida. A las 11:45 del miércoles, en una sala muy bien arreglada, se nos entregaron los diplomas de reconocimiento por la Marcha Internacional. Hubo una degustación y luego se entregaron los diplomas por equipo. A nuestro equipo lo consideraron el más caluroso y se abrió una gran simpatía por México. Por la tarde, los maestros nos citaron a una sala laboratorio donde vimos una película, regular, que decían, estaba divertida, pero por la hora (14:30), yo me moría de sueño. Después, en la noche hubo una recepción para nosotros de parte de los Cordones Azules, una orden de ancianos, todos buenos jefes de cocina, que nos ofrecieron un discurso a cerca de 200 estudiantes y nos organizaron una degustación de vino blanco y crepas con cassis. A estas alturas, ya las degustaciones me tenían harto. Una copita de vino blanco o rojo y ya. Nada serio. Como quiera que sea, el convivio fue agradable. Ahí estaban los reporteros y cuando yo sacaba una foto se me acercó a saludarme el fotógrafo de Les Dépêches y me dio un fuerte tufo a alcohol. Ni duda cabe que los periodistas son borrachos aquí y en México. Jueves 24 de agosto. Fue el día de la verdad, el día del examen final. Cada nivel a su sitio. A algún anfiteatro iba cada uno. La universidad tiene varios anfiteatros: Proudhon, Roupnel, Platón, Aristote y otros nomás en el edificio de Derecho y letras, especie de auditorios amplios con buena acústica. Nosotros estuvimos en el Roupnel.


El examen me pareció fácil y fui de los primeros en entregar las respuestas, seguro de obtener buena calificación. Tuve tiempo, entonces. Anduve por los otros auditorios. Tenía la idea de que por ser nosotros de un nivel medio, éramos el nivel más numeroso, pero me llevé una gran sorpresa cuando me asomé al anfiteatro donde estaban los del III nivel. Eran mucho más. Por la tarde nos fuimos a la estación del tren a validar los otros boletos flexi pass y a reservar literas para viajar el sábado de París a Roma, pero ya no había literas en el tren que queríamos, el de las 18:30 de la tarde. Cambiamos planes y reservamos dormitorios para un tren que sale a las 22:22 del sábado sólo hasta Turín, que está como a la mitad del camino a Roma. La reservación estaba hecha. Terminado el examen y hecha la reservación, nos sentíamos como más liberados y caminamos otro rato por el centro de Dijon. Por la noche se realizó una fiesta de despedida. Asistimos casi todos los estudiantes que quedábamos, pues algunos habían partido terminado el examen y debíamos sumar un número entre 2 mil y 2 mil 500. La fiesta era una especie de espectáculo presentado principalmente por estudiantes y por maestros, de distintas nacionalidades. Eran 21 eventos y había de todo. Inició un grupo de japoneses y japonesas mostrando la iniciación de la ceremonia del té, otros japoneses cantaron música tradicional de su país. Se mezclaban estudiantes de diferentes países para presentar números variados que aprendieron y ensayaron en el intervalo de los cursos. Así tuvimos canto, payasos, etcétera. Algo que me emocionó bastante fue la presentación de un grupo de música latinoamericana integrado por cuatro personas, dos hombres y dos mujeres, de los cuales uno solo me pareció latinoamericano. Nos encantó no sólo su primera melodía ejecutada con guitarra, charango, zampoñas y quenas, sino la reacción que tuvo el público, la aceptación que han tenido desde el principio y luego todo mundo se paró y aplaudió para que tocaran una tercera melodía. Se nos puso la piel de gallina de la emoción. Aquello terminó como a las 12:30 de la noche y fue la única ocasión en que nos acostamos tarde. Cansados, con sueño, pero contentos. Viernes 24 de agosto. Nos levantamos como si tuviéramos clases a las 9:30 de la mañana, luego tomamos el petit dejeuner y a la escuela. Vimos que se anunciaban los resultados de los exámenes. No había números, sólo una lista de los alumnos en orden meritorio. Iniciaba la lista con “demasiado bien”, luego solo “bien”, después “suficientemente bien” y luego de aquellos que apenas pasaron al final.


Nos fuimos al salón de clases. Llegaron algunos estudiantes, luego profesores y empezó la vacilada. Se hizo un concurso de canto por países. Sumábamos 10 en el grupo y al de México se sumó la salvadoreña, Rossi. Nosotros éramos los jueces que calificábamos a cada país. Los franceses (maestros) le ponían cero a todos. Los italianos y los japoneses llevaban mayor puntuación, pero al sacar los totales, los maestros dieron el segundo lugar a todos los equipos, con excepción del de ellos que, obviamente, quedó en primer lugar. Todo era pura broma. Después nos dieron una constancia del curso y un diploma demasiado sencillo; estaba mejor el de la Marcha, pero en fin, ¿que no íbamos de vacaciones? Hoy hubo muchas despedidas, sin embargo, mientras escribo, veo un grueso número de alemanes que habitaron en el mismo pavillón que yo. Por la tarde, los profesores invitaron a los alumnos que no partían hoy, a un parque y señalaron rumbo a un lugar boscoso, que puedo percibir desde mi ventana. Llegada la hora Alma, Dolores y yo, con la flojera y no, fuimos a las 14:15 como habíamos quedado, pero a eso de las seis de la tarde salimos a caminar por aquel rumbo. El parque era extenso, con árboles gigantescos y tenía un zoológico de animales domésticos. Había también diversiones para niños y para toda la familia. Una sorpresa agradable fue encontrarnos a la maestra de traducción con una venezolana y otra compañera en el parque. Retornamos al cuarto para esperar el sábado.

X. UNA SEMANA EN ITALIA. REGRESO A NUESTRA REALIDAD Mazatlán, Sinaloa, México, lunes 3 de septiembre de 1990. Sábado 25 de agosto. El restaurant universitario abrió hoy sábado. Desayunamos y enseguida preparamos maletas y tuvimos libre la mañana. Después de la comida llamamos un taxi para que nos llevara el equipaje a la gare. Luego, dos se fueron en el taxi y tres en camión. El tren a Dijon partió puntual. Mientras esperábamos nuestro tren de las 4:05, nos encontramos a la pareja de Turquía, amables, quienes nos dieron una serie de consejos para aplicarlos a nuestra llegada a Italia. Llegamos a la estación de Lyon, en París y dejamos nuestro equipaje con un costo de 12 francos diarios por maleta. A las 22:22 partimos rumbo a Turín, con muchos ánimos. Lo incómodo de las literas y el ruido del tren, sobre todo cuando se encontraba con otro, no dejaron


dormir lo suficiente. El compartimento que nos tocó tenía seis literas, de las cuales ocupamos cinco y la otra un italiano, joven, alto, serio. Por la noche nos recogieron nuestros boletos y pasaportes, los cuales nos entregaron poco antes de llegar a Turín, cerca de las 7 de la mañana. Domingo 26 de agosto. No habíamos pensado en que ninguno de nosotros hablaba italiano y a decir verdad, al principio teníamos problemas por ello. En la central no quisieron cambiar cheques de VISA a liras nomás porque traía el sello de BANCOMER. Ahí mismo preguntamos por una salida Roma, pero nos mandaron a otra terminal. Abordamos un camión que nos llevaría a esa central. El chofer nos dijo que no se podía pagar directamente, que compráramos boletos, pero no nos pidió que nos bajáramos. Varias señoras, escandalizando al estilo italiano, nos dijeron que nos bajáramos del camión porque si subía un inspector nos iba a poner una fuerte multa. Nos bajamos. Caminamos guiándonos por las paradas de los camiones para llegar a la terminal y como nos andaba de hambre, nos detuvimos en un restaurant donde constatamos que los italianos también hacen el petit dejeuner, café con pan y mantequilla, etcétera. Seguimos caminando y justo a dos cuadras estaba la otra central, mucho más lujosa, moderna y vimos que de momento no había salida directa hacia Roma, que la siguiente estaba programada hasta las tres de la tarde. Compramos algunos alimentos y vimos que había una salida, en segunda clase, a Roma, a la 1.15 de la tarde y ahí nos fuimos, muy lentos, con paradas en pueblo por pueblo. De principio, en nuestro compartimento iba una señora mayor, gruesa, que nos platicó toda la historia de su vida. Le entendíamos a su italiano. Tenía un hijo en Argentina, donde ella ya había estado. Llegaron dos jóvenes que habían tomado el tren equivocado, a quienes el oficial del tren aplicó una fuerte multa. Lugo que hicimos confianza con ellos nos dijeron que eran de Génova, donde está la estación final del tren y que eran militares en Torino. La señora bajó y empezamos a platicar con los jóvenes, a quienes les volvieron a llamar la atención porque fumaban en un vagón donde estaba prohibodo hacerlo. Al fin llegamos a Génova, a la hora convenida. Iba a preguntar a qué horas había tren a Roma, cuando vimos anunciado uno que partía de inmediato. Nos subimos y los trabajadores nos dejaron que lo hiciéramos, amablemente. Éste era un tren muy lento, Iba casi vacío. Subía gente en un pueblito y lo bajaba al siguiente. Desde la entrada a Italia vimos un paisaje diferente al de Francia. Se notaba más descuido y más pobreza. En la frontera hay grandes acantilados y túneles larguísimos para el tren. Luego, a partir de Génova, el tren bordeó la costa y el paisaje era el mismo, con la salvedad de que veíamos el mar, lo que nos llenó de mucho gozo. Así, de pronto, una parada. Llegamos a Roma al anochecer. Debo


decir que nos acompañó una señora, que nos entendía perfectamente en español y nos dijo que en Roma, donde trabajaba, había cuatro terminales y que no olvidáramos las maletas porque… Eran las ocho de la noche del domingo. Isabel Meza habló con una compañera de Roma, quien dijo que le conseguiría un lugar para que nos hospedáramos, se nos hizo caro y, luego había que tomar camión pero ya no había donde comprar los boletos, así es que pregunté a unos choferes de camiones sobre un hotel barato y nos mandaron a uno que parecía se llamaba “El Bichi”, pero al llegar vimos que era Albergue ABC. Lunes 27 de agosto. Dormimos sabroso, nos bañamos y desayunamos tranquilos en Roma, pensando en trasladarnos a la estación central para reservar literas y partir en la noche hacia Venecia, ya que definitivamente no iríamos a Florencia. Tomamos el camión y desde ahí empezamos a ver las ruinas del imperio romano, algo impresionante. Llegamos a la central y nos percatamos de que había un caos enorme. Primero, una gran fila para dejar las maletas, una para la ropa, ya que el grueso del equipaje estaba en París, luego fuimos a la oficina de Eurail pass porque nuestros pasajes, el de Dolores, de Alma y el mío, estaban mal marcados, y el tipo nos hizo unos tachones con pluma y dijo que todo estaba bien. Quedamos más desconcertados. Luego nos fuimos a reservar literas, pero había unas tremendas colas en las que nadie atendía. Se nos fue la mañana. A la 1:30 dejaron de atender y mejor nos fuimos a comer. Para entonces ya habíamos resuelto quedarnos para conocer algo de Roma. Con las “loncheras” en la mano, no hallábamos dónde comer, no había parques, hasta que se me ocurrió que si íbamos a agarrar cuarto de hotel, pues ahí comiéramos y así lo hicimos. Comimos en el hotel que nos recomendaron en una caseta de información y por la tarde nos dirigimos caminando al Coliseo y de ahí al centro a cenar porque el administrador del hotel nos había recomendado unos tours por la ciudad y nos suscribimos al nocturno. Un autobús nos recogió a las ocho de la noche en el hotel. En la estación, por la tarde, cuando volvimos a reservar literas para el día siguiente, conocimos dos mujeres de Monterrey que luego nos encontramos en el mismo hotel y que también iban en el tour. En el autobús ya venía una familia de seis personas de Aguascalientes. Entramos en confianza. Iba una guía que más que guía era entretenedor, quien nos hablaba en español y en inglés. Y empezamos a descubrir Italia, Roma de noche, sus esculturas, sus monumentos, sus paseos. Cerca de las 11 de la noche el autobús


nos regresó a nuestros respectivos hoteles. Nosotros casi fuimos los últimos y tuvimos otra noche tranquila. Martes 28 de agosto. Cerca de las 11 de la mañana salimos rumbo al Vaticano. Guiados por un mapa, vimos uno y otro atractivo de Roma, a pie, hasta que el hambre nos obligó a que nos metiéramos a un restaurant Mc Donald, muy sobrio y solitario a la entrada, pero atestado por dentro. Comimos y descansamos en la Plaza España que está junto al restaurante mencionado. Roma me sorprende más cada día. Por la tarde cayó una lluvia molesta que nos obligó a acercarnos a la estación. Cerca de ahí, nos pusimos a descansar en un restaurant donde me tomé una cerveza. Luego nos fuimos temprano a la central. Aquí esperamos buen rato. Vimos varios personajes que llegaban. Una mujer joven, drogada, pedía dinero para comer; la policía la sacó al igual que a otro tipo que dormía bajo las sillas, interrogó bastante a unos que parecían marroquís. Nos dio hambre y caminamos rumbo a las instalaciones universitarias, bajo el supuesto de que habría pasto donde comer, pero parecía que ciudad universitaria estaba bajo estado de sitio. Comimos, cenamos, en la banca de un camellón central y regresamos a la terminal a esperar a la gente que llegó temprano. Sacamos las maletas y esperamos la llegada del tren en la Vía 6. La hora de partida estaba cerca y el tren no llegaba a la Vía 6 hasta que un oficial nos dijo que el tren partiría de la Vía 9. Corrimos y llegamos justo a tiempo. Las cuatro mujeres se fueron en un compartimento y yo en el otro. Como ya quedó anotado, no dormí lo suficiente porque las literas son incómodas y el ruido al encontrarse los trenes es demasiado fuerte. Miércoles 29 de agosto. Llegamos a Venecia poco después de las 7 de la mañana. Dolores y yo habíamos decidido no hacer escalas después de Venecia, o sea, llegar a Suiza, como teníamos programado, sino partir por la noche a París. Para un primer tren de primera a París, ya no había literas ni lugar, así que tomamos el segundo, que salía por la noche. Las otras compañeras hicieron lo propio y sucedió que nos tocó el mismo tren. Lo primero que hicimos en Venecia fue desayunar. Cruzamos por un puente el canal situado frente a la central y nos fuimos a un parquecito a comer. Tan pronto ingerimos los alimentos, nos dirigimos a la Plaza San Marcos. Nos metimos por infinidad de callejones y en uno de ellos, las muchachas se pusieron a comprar postales. Yo seguí en solitario. Vi, cerca de mí, por una callejuela, una serie de puestos donde se vendía pescado. Hacia allá me fui y luego que los vi todos, me regresé donde las mujeres. Me adelanté siguiendo la ruta de la Plaza San Marcos, hasta llegar a ella donde pude apreciar las bellezas de Venecia. Me senté en una banca junto a un gran canal o estero y tenía a mis espaldas unas joyas arquitectónicas que no sé si eran iglesias o castillo o ambas cosas.


Al tiempo, llegó Dolores y nos subimos a un barco, Línea 2, que hacía el servicio de transporte urbano. Casi le dimos la vuelta a Venecia hasta llegar a la parada final de donde nos trasladamos de nuevo a la plaza. Anduvimos por aquí y por allá. En el centro de la plaza hay patios enormes, zócalos llenos de pichones y en donde los restaurantes sacan gran cantidad de mesas y sillas. En un restaurante había música viva interpretada por seis músicos: piano, acordeón, clarinete, dos violines y bajo. Era una invocación a sentarnos y lo hicimos. Dolores se tomó su café, yo mi cerveza, pero nos sorprendimos cuando nos cobraron una buena suma por persona, dizque por el concierto. Valía la pena el concierto, pero no el engaño. Caminando llegamos a un parque, pequeño, con muchas bancas adaptadas como comedor, lo que nos movió el hambre y nos fuimos a comprar los alimentos. Comimos en ese parque y luego reposamos un buen rato. Por la tarde retomábamos el camino hacia la central cuando nos encontramos a las mujeres. Seguían su tour. En la central queríamos asegurar nuestra salida, pero nos metieron en una gran confusión porque nuestro tren iba a Alemania. Sucedía que ese tren de las 10:05 iba a Mestre una terminal cercana a Venecia, donde debíamos tomar el tren a París. O sea, que nada más tomaríamos un “raite” como traslado, más esto no lo informaron. Se llegó la hora, abordamos el tren a Alemania y ahí me encontré a una pareja que habían viajado por aquí y por allá. Llegamos a Mestre de donde el tren salía con retraso y nos sentamos donde pudimos, hasta que logramos un compartimento para mí y Dolores. Las otras mujeres que viajaban en seguida, se bajaron en Suiza. Nosotros seguimos. Ahora, al ruido y a lo incómodo se agregó el hecho de que tres veces nos checaron los boletos y piden los pasaportes porque pasamos por las fronteras de Suiza y de Francia. Jueves 30 de agosto. Pasamos por Dijon y yo sentía que ya estábamos en París, hasta que por fin arribamos casi al medio día. Comimos algo y nos fuimos a un hotel cercano a la terminal que nos pareció barato (290 francos por los dos). Dormimos buen rato de la tarde y al despertar, tranquilo, nos dimos un buen baño que nos alivianó bastante. Vimos mapas y caminamos rumbo al Sena, en dirección a Notre Dame y Sant Michel para comer sabroso en un restaurant, ella sopa de cebolla y yo de ostión, como platillo de entrada y luego un filete con vino rojo, obvio. La comida costó 200 francos. Quedamos satisfechos. Caminamos de vuelta al hotel y dormimos a gusto de nuevo. Nos esperaba una larga jornada.


Viernes 31 de agosto. A las 7:30 quedamos de juntarnos en la central de parís para recoger el equipaje. La hora fue pospuesta por las compañeras quienes incluso propusieron que nos reuniéramos a las 7:00. Habían regresado de Suiza el día anterior por la noche y durmieron en un hotel cerca de la central. Nos fuimos al aeropuerto donde tomamos puntual el avión a Dallas, Estados Unidos (10:30). El viaje en avión fue agradable. Ahí vimos una película en la que actuó Richard Gere (Hollywood). De Dallas cambiamos de avión, el cual salió con retraso, pero hizo menos del tiempo convenido a Monterrey, por lo cual llegamos con puntualidad a México. En Monterrey hacía un calor agobiante, señal de que iba a llover. Al salir del aeropuerto nos abordó un tipo que a todas luces era taxista pirata, nos cobraba 28 mil pesos por persona, le bajó a 20, pero apenas salía del estacionamiento cuando lo interceptó un taxi oficial del mismo aeropuerto y le ordeno que nos regresara. Tomamos una combi oficial y al fin salimos del aeropuerto. Empezó a llover fuerte, por lo que se hizo lento el trayecto a la Central de Autobuses. Cesó la lluvia por un momento en la entrada a la ciudad de Monterrey, pero luego volvió a llover justo al llegar a la central, como a las seis de la tarde. Compramos boletos para las 8:30 de la noche, en segunda clase, de Transportes Monterrey, y mientras se llegaba la hora de partida, dejamos el equipaje, separado, y Dolores y yo nos fuimos a comer algo, en el restaurant del hotel en que nos hospedamos de ida: caldo de pollo, frijoles, tortillas, etcétera. Comí, devoré y pensé que la comida me haría mal. Por fortuna no fue así. El autobús salió con retraso, repleto, y subía mucha gente por el camino. Se paraba en cada pueblo y no se diga en cada terminal, donde duraba su buen rato. Sábado 1° de septiembre. Este viaje se iba convirtiendo fatal, por lo lento, pero nos dio mucho gusto cuando llegamos a desayunar a Durango, como a las 8 de la mañana, en una terminal limpia y moderna, como la de Torreón. Se volvió a retacar el camión de gente serrana y así nos fuimos por toda la sierra, retrasados y lentos, hasta que atravesamos Durango y llegamos a Sinaloa para comer en Santa Lucía. Salimos. Pasamos Concordia, Villa Unión y por fin llegamos a Mazatlán, cansadísimos de la larga travesía, a eso de las 4:00 de la tarde, tras 13 horas de avión y 20 de autobús a cuestas. Con todo, el saldo a nuestro favor era inmenso, no medible en porcentajes porque los malos ratos están previstos en todo tipo de viaje, más en este, tan largo, que hicimos en la ruta Mazatlán-Monterrey-Dallas-París-Roma, con la obligada viceversa. La experiencia, pues, fue rica y sin vacilar la repetiríamos si tuviéramos recursos económicos.



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