1 Franken Catto Elsa Rosenbaum Amador (2ºB) - IST-15 Existieron una vez dos gatos nacidos de una misma madre, tan queridos como diferentes. Uno estaba cubierto por un pelaje claro, puro y deseable, tan blanco como la nieve virgen que se extiende sobre las tierras nevadas de Groenlandia. Su nombre era Fran Cat. El otro era más negro que la tinta de una sutil pluma, y aunque su mala fama de gato negro le acompañase, era tan elegante como los cisnes que nadan en un lago de aguas puras. Le llamaban Kento. Los dos eran sinceramente, de una belleza incomparable. Cuando se ponían el uno al lado del otro el contraste era tal que resultaba hermosísimo. Y sus ojos eran del mismo color; un siena que recordaba a los campos de trigo en Junio. Como hermanos bien queridos, nunca peleaban. Lo compartían todo, incluso su camita en un sucio cubo de basura, en un callejón en cualquier calle. Un día soleado, Fran Cat y Kento iban caminando por las calles de un barrio modesto, disfrutando del aire fresco matutino. Iban el uno al lado del otro, sus movimientos siempre parecían estar coordinados. Pero, de repente, sintieron un temblor. Entonces, un coche pasó a una velocidad deslumbrante llevándose a los dos gatitos por delante. Fran Cat apenas resultó herido, pero Kento, que se puso en medio y se sacrificó por su hermano, había acabado casi despedazado. El gatito blanco maulló y maulló, sin embargo, nadie acudía a su llamada; nadie parecía notar la desgracia que estaba ocurriendo en esos instantes. A Kento se le acababa el pulso y no podía hacer nada para evitarlo. Fran Cat se acurrucó junto a su hermano y casi se quedó dormido, pero inmediatamente notó una presencia que se cernía sobre ellos. Los gatos no pudieron averiguar quién o qué era porque estaba a contraluz, sin embargo, tenía forma humana, y se preguntaban cómo esas manos que se manchaban de sangre al recogerlos podían ser tan suaves… Fran Cat abrió los ojos y notó algo extraño.
2 Su forma de respirar, su forma de mirar, su forma de moverse… todo ello parecía fuera de lugar. Se levantó de la camilla sobre la que estaba colocado, observando su entorno; un laboratorio lleno de dispositivos electrónicos y aparatos que no había visto en casas normales. Al andar dejaba un rastro de sangre, y resultaba incómodo, así que buscó una toalla donde secarse, la cual localizó rápidamente: debajo de un espejo, en un lavabo de porcelana. Y ahí es cuando lo vio. Se miró al espejo y espantado contempló que ya no era el gatito blanco de siempre, no. Su cuerpo estaba cuidadosamente unido por puntos al de otro de su especie… de color negro. Probablemente, en el peor de los casos, se tratara de— ―¡Hermano‖! – Escuchó Fran Cat – ―¡Soy yo, Kento!‖ Fran Cat se quedó petrificado, pensando que eran alucinaciones, pues la última vez que vio a su hermanito estaba en sus últimas. Pero esa voz era claramente la de Kento, y sonaba tan cerca… casi en el corazón, dentro de él mismo. Entonces, de repente, la puerta del laboratorio se abrió, dejando paso a una jovencita de unos 20 años, de pelo rubio, ojos azules y tez de porcelana. Se ajustó la bata, sonrió y se agachó a ofrecerle un plato de comida de gato. El felino se lanzó a por la comida hambriento; había pasado varios días sin comer. Y aquella comida estaba deliciosa, o lo hubiese estado, de no ser por la vocecita que le dijo: ―Fran Cat, soy yo, tu hermano, Kento.‖ A nuestro gatito se le erizaron los pelos de la cola. ¿Otra vez esa voz? ¿Podría ser su hermano que le hablaba realmente? ―Sí, soy yo. No es una alucinación.‖ – continuó, dejando claro a Fran Cat que le podía leer el pensamiento. – ―Nuestros cerebros han sido unidos y todavía no están sincronizados, pero somos uno.‖ Antes de que a Fran Cat le diese tiempo a reaccionar a aquella confesión, una melodía pegadiza sonó del bolsillo de la humana, y ella sacó un aparato que utilizaban los de aquella especie para comunicarse con sus iguales. Se escucharon las palabras ―experimento‖ y ―éxito‖ pero el gato no entendía aquel lenguaje, así que se limitó a maullar como cualquiera de su especie. La humana dejó el instrumento y se giró hacia él, repitiendo ―Franken Catto‖ una y otra vez, señalándole.
3 Otra vez, la voz habló. ―Ese‖ –comentó Kento- ―Es nuestro nuevo nombre. Franken Catto.‖ A partir de ese momento, el curioso Fran Cat no existió más. Tampoco el intuitivo Kento. Ahora eran uno, uno era todo y todo era uno. Este gato pasó a llamarse Franken Catto, y era la unión entre los dos hermanos felinos, que sacrificándose el uno por el otro, el amor fraternal quedó grabado en sus cuerpos, los cuales acabaron juntándose formando lo que era ahora. Franken Catto, o Catto como mote, se quedó a vivir con aquella humana, y le tuvo tanto aprecio como su propia vida; cuidaba de ella y nunca le arañó o mordió. Supo que la llamaban por el nombre ―Haruhi‖ y que tenía otras mascotas; un gorrión con gorra con electrodos por el cual estaba conectado su cerebro a un ordenador, un pez con mandíbulas de acero y un girasol que nunca se marchitaba. Nuestro gato se hizo amigo de todos ellos, descubriendo que habían sido rescatados por la joven y modificados para bien. Realmente Haruhi era, además de una inteligente científica, una bellísima persona con un gran corazón. Franken Catto, en agradecimiento, fue el compañero más fiel de Haruhi, y le sirvió fielmente hasta el fin de sus días. El gran misterio de la ciencia para algunos es pura magia, para otros es conocimiento y saber, pero para la mayoría de los científicos, además del saber y de la magia, es el espíritu del fuerte deseo de conocer los límites de lo posible.