Monolito (edición especial de aniversario)

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Contenido: Arte en portada: Rayuela II de Graciela Bello. Obra plástica Monolito primer aniversario por Sergio Astorga. Dos fragmentos sobre el amor por María Zambrano. Reseña literaria: “Lenguaje que fluye, del sol al cielo” por David Guillermo Soules. Cuentos: “Nos vemos en México” por Miguel de Loyola. “Un buen viaje” por Alberto Bellido Esteban. Relatos: “Hotel California (Eagles, 1976)” por Frans Gris. “Marinero que se fue a la mar” por Rebil-Coret. Microficciones: Atilano Sevillano, Cristina Arreola Márquez y Jorge Dávila Vázquez. Pinturas de Graciela Bello. Poesía: Luis Armenta Malpica, Jeremías Marquines, Félix Suárez, Lucía Rivadeneyra, Jair Cortés, Dana Gelinas y Marco Antonio Murillo. Preludio a Armenta: “Saludos para Luis Armenta” por Marco Antonio Murillo. Entrevista con Luis Armenta Malpica (textos invitados de Lizeth Sevilla, Gabriel Martín y Mar Pérez). Galería fotográfica por Alejandro Breck.


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La revista literaria siempre será una construcción inacabada: búsqueda de más, entre lo inédito y no, tratar de llegar a la mayor cantidad de lectores; de igual manera es mística: en su contenido radica la transformación y convulsión de ideas, mejor, sacude el polvo que hay sobre lo intangible que nos habita. La literatura se presta del lenguaje, éste se deja seducir conmovido por la expresión de tantos que al escribir se deshacen de sus cánceres, mismos que son producidos por sociedades muertas, yertas, que no saben que lo están; allí, en esa acción, habita la cura y salvación tanto para el que expresa como para el que deja que lo dicho lo recoja-el lector-: suerte de resucitación individual y colectiva. Con ello, el aporte que da la revista literaria al saneamiento de las sociedades es tácito. En ella todo es significación, desde la pintura, fotografía, escultura hasta sus textos. Su consagración ya es un pedazo de eternidad para el que se acerca, lee, siente y absorbe las obras contenidas en cual o tal número. Espacio atemporal que reúne tradiciones, sentimientos, querellas, anhelos, deseos, sueños; lanzadora de denuncias, consignas, llamamientos: reunión, en este caso, de lo Hispanoamericano. También, es guardadora de estilos, formas, fondos y significados tanto de lo nuevo que se está haciendo como de lo que ya está, por eso mismo también funge como termómetro. A un año de la salida del primer número del Monolito, con el apoyo de colaboradores y lectores, ésta ha querido buscarse un espacio en esa definición. ¿Lo habrá conseguido? No lo sé, pero de que el Monolito es terco y seguirá intentándolo, ni duda cabe.

JUAN MIRELES http://wwwjuanmireles.blogspot.mx/

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*DOS FRAGMENTOS SOBRE EL AMOR POR MARÍA ZAMBRANO

(Textos inéditos)

"María Zambrano ha escrito cosas magníficas y es necesario que ahí conozcan algunas”. Luís Cernuda Enero 28,1952. A Julia Castillo y Javier Ruíz

PRIMER FRAGMENTO Una de las indigencias de nuestros días es la que al amor se refiere. No es que no exista, sino que su existencia no halla lugar, acogida en la propia mente y aun en la propia alma de quien es visitado por él. En el ilimitado espacio que en apariencia la mente de hoy abre a toda realidad, el amor tropieza con barreras infinitas. Y ha de justificarse y dar razones y ha de resignarse por fina ser confundido por la multitud de los sentimientos o de los instintos, si no quiere ese lugar oscuro de la libido" o ser tratado como una enfermedad secreta, de la que habría de liberarse. La libertad, todas las libertades, no parece haberle servido de nada; la libertad de conciencia menos que ninguna, pues a medida que el hombre ha creído que su ser consistía en la conciencia y nada más , el amor se ha ido encontrando sin espacio vital donde alentar como pájaro asfixiado en el vacío de una libertad negativa. Pues la libertad ha ido adquiriendo un sentido negativo, se ha ido convirtiendo-ella también -en negatividad, como si al haber hecho de la libertad a priori de la vida, el amor, lo primero lo hubiera abandonado. Y así quedaría el hombre con una libertad vacía, el hueco de su ser posible. Como si la libertad no fuese sino la posibilidad al ser posible que no puede realizarse falto del amor que engendra. "En el principio era el verbo" quería decir también era el amor, la luz y la vida, el futuro realizándose. Bajo esa luz la vida humana descubría el espacio infinito de una libertad real, la libertad que el amor otorga a los esclavos.


Vivir el lado negativo de la libertad parece ser el destino que ha de apurar el hombre de nuestra época. Y nada ESCRIBA EL TÍTULO AQUÍ más 6difícil que descifrar que lo que sucede en la negación, en la sombra, en la oquedad. Vida en la negación es

la que se vive en la ausencia del amor .Cuando el amor-inspiración, soplo divino en el hombre - se retira, no parece perderse nada de momento, y aún parecen emerger con más fuerza y claridad cosas, como los derechos del hombre independizado. Todas las energías que integraban el amor sueltas y vagando por su cuenta Como siempre que se produce una desintegración, hay una repentina libertad, en verdad, seudo libertad, que bien pronto se agota. A partir del Romanticismo, en que el amor ascendió arrebatadoramente a la superficie de la vida, el amor no ha dejado e tener sus sirvientes, sus mantenedores. Son más que otros los poetas, rememorando su situación antigua cuando sólo los poetas lo sostenían al margen de la ciudad y casi de la ley, alguna contra él; ninguna ciudad le cierra sus puertas; antes al contrario, todo parece estarlo franqueado, leyes inclusive...Más en realidad las puertas están francas para sus sucedáneos para todo lo que lo suplante. La rebeldía de los poetas, sus irreductibles servidores, cae en una especie de vacío; a sus delirios no se opone ninguna resistencia forma la más clara de las seudo libertades que gozamos. Y es que todas las fuerzas contrarias a lo que un día respondiera el nombre de "humanismo", han tomado hoy su rostro, su figura, su mismo nombre. El humanismo de hoy suele ser la exaltación de una cierta idea de hombre que ni siquiera se presenta como idea, sino como una simple realidad la realidad del hombre, sin más que renuncia a su ilimitación de sí, como escueta realidad psicología biológica, su afianzamiento en cosa, una cosa que tiene unas necesidades justificadas justificables. De nuevo el hombre se ha encadenado a la necesidad, mas ahora por decisión propia y en nombre de la libertad. Ha renunciado al amor en provecho del ejercicio de una función orgánica; ha cambiado sus pasiones por complejos, porque no quiere aceptar la herencia divina creyendo librase por ello del sufrimiento, de la pasión que todo lo divino sufre entre nosotros y en nosotros. De dos formas el hombre moderno ha intentado librase de lo divino: en el intento que marca el Idealismo que quiere penetrar dentro de la esencia divina de la creación llevándola a la historia, y que ve al individuo como ese momento de divino acaecer. Es librarse de lo divino porque en la vida de cada hombre lo divino no sería anda y lo sería todo. En cuanto sujeto del conocimiento del hombre, sujeto es divino, y más si tiene ante el horizonte total el "saber absoluto". Y en cuanto agente de la historia es divino, porque ejecuta un proceso divino el mismo por el que no tiene derecho alguno a reclamar. Ni cuando conoce ni cuando actúa el "idealista" tiene derecho ni posibilidad de queja idealista al dirigirse a "alguien".No tiene a nadie más allá de sí, lo divino ya no es una forma de incógnita. Es la pretensión de acabar con el Dios desconocido, con lo desconocido de Dios, pues todo, la historia en el centro de ese todo, es revelación. Mas aceptar lo divino de verdad es aceptar el


misterio último, lo inaccesible de Dios el " Deus absconditus", subsistente el seno del Dios revelado. El hombre no padece ya a Dios ni a lo divino que en sí lleva.

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Del otro modo en que se ha concentrado el ansia de liberarse de lo divino es, naturalmente, el contrario al idealismo: el creer que la realidad toda, viada humana inclusive, está compuesta de hechos sometidos a causas en las que llaman razones, volviendo así al sentido inicial de la "ratio" latina. Para este hombre positivista a veces sin saberlo buscar y dar razones es echar cuentas. Mas lo divino es lo incalculable, lo que puede destruir todo cálculo y cualquier cuenta por bien hecha que esté. Pues trasciende los hechos en un eterno proceso. Y este incansable juego de las razones de los hechos incluye dentro de sí, los hechos del amor. Del amor convertido en hecho, decaído en acontecimiento y sometido a juicio, es decir desvirtuado en su esencia, que todo lo trasciende, desposeído de su fuerza y su virtud. Al amor de nada le sirve aparecer bajo forma de una arrebatadora pasión, es como si cuidadosamente alguien hubiera operado un análisis y extrajera lo divino y avasallador de él para dejarlo convertido en un suceso, en el ejercicio de un humano derecho y nada más. En un episodio de la necesidad y de la justicia. El amor, cuando no es aceptado, se convierte en Némesis, en justicia, es implacable necesidad de la que no hay escape .Como la mujer nunca adorada se convierte en Parca que corta la vida de los hombres. Y así es la retirada de lo divino bajo la forma del amor humano la que nos mantiene condenados, encerrados en esta cárcel de la fatalidad histórica de una historia convertida en pesadilla del eterno retorno. La ausencia del amor consiste en que efectivamente no aparezca en episodios, en pasiones, sino en su confinamiento en estos estrechos límites de la pasión individual -personal- queda también confinada en forma trágica, porque queda sometida a la justicia. El amor vive y alienta, pero sometido a proceso delante de una justicia que es implacable fatalidad. El amor está siendo juzgado por una conciencia donde no hay lugar para él, ante una razón que se le ha negado. Está como enterado vivo, viviente, pero sin fuerza creadora. Más que nunca una Némesis parece presidir el destino de los hombres. Es el signo que aparece en el horizonte cuando el amor no tiene espacio para trascender y cuando no informa la vida humana que la ha rechazado en ese movimiento de querer librarse de lo divino al mismo tiempo que quiere absorberlo dentro de sí. Absorber totalmente a lo divino es una forma de querer librarse de ello y entonces no queda espacio para el trascender del amor, que no tienen nada que ligar, puente sin orillas en el que tenderse. No tiene nada en qué mediar, realidad e irrealidad; ser y no ser, lo que ya es con el futuro sin término pues todo pretende ser real de la misma manera. La pretendida divinización total del hombre y de la historia produce la misma asfixia que debió haber cuando, en tiempos remotos el hombre no lograba su lugar bajo el espacio lleno de Dioses, de semidioses, de demonios. Tampoco entonces existía el amor. Extrañamente el amor nació como el conocimiento filosófico, en Grecia, en un momento en que los Dioses, sin dejar de actuar, permiten al hombre buscar su ser. Pues diríase que siendo el


amor el "eros" griego avidez y hambre, era también creador de distancias, de límites, de frontera entre lo 8 ESCRIBA EL TÍTULO AQUÍ humano y lo divino que unía y mantenía la distancia. Daba sentido al padecer de la vida humana, a la pasión,

trasformándola en un acto. Un extraño Dios, humanizadora pesar de su delirio; una divinidad ordenada del delirio inicial que es toda vida humana, toda historia que comienza. 2º FRAGMENTO El amor trasciende siempre, es el agente de toda trascendencia. Abre el futuro; no el porvenir, que es el mañana que se presupone cierto, repetición con variaciones del hoy y réplica del ayer. El futuro, esa apertura sin límite que se nos aparece como la vida de verdad. El futuro que atrae también a la Historia. Mas el amor nos lanza hacia el futuro obligándonos a trascender todo lo que otorga. Su promesa indescifrable descalifica todo logro, toda realización. El amor es el agente de destrucción más poderoso, porque al descubrir la inanidad de su objeto deja libre un vacío, una nada una nada aterradora al principio de ser percibida. Es el abismo en que se hunde no sólo lo amado, sino la propia vida, la realidad misma del que ama. Es el amor el que descubre la realidad y la inanidad de las cosas, el que descubre el no-ser y aun la nada. El Dios creador creó el mundo de la nada por amor. Y todo el que lleva en sí una brizna de ese amor descubre algún día el vacío de las cosas y en ellas, porque toda cosa y todo ser que conocemos aspira a más de lo que realmente es. Y el que ama queda prendido en esta aspiración, en esta realidad no lograda, en esta entelequia aún no sida, y al amarla, la arrastra desde el no-ser a un género de realidad que parece total y que luego se oculta y aun se desvanece ya sí hace transitar, ir y venir entre las zonas antagónicas de la realidad, se adentra en ella y descubre su no-ser, sus infiernos. Descubre el ser y el no-ser, porque aspira ir más allá del ser; de todo proyecto y deshace toda consistencia. Destruye, por eso da nacimiento a la conciencia, siendo como es la vida plena del alma. Eleva el oscuro ímpetu de la vida; esa avidez que es la vida en su forma elemental, la lleva en el alma. Más al mostrar la inanidad de todo aquello en que se fija, revela el alma también sus límites y la abre a la conciencia. La conciencia se agranda tras un desengaño de amor, como el alma misma se había dilatado con el engaño. Mas no existe engaño alguno en el amor, que, de haberlo, obedece a la necesidad de su esencia. Porque al descubrir la realidad en el doble sentido del objeto amado y del que ama, la conciencia de quien ama, no sabe situar esa realidad que le trasciende. Si no hubiera engaño no habría trascendencia, porque permaneceríamos siempre encerrados dentro de los mismos límites. Y el engaño es por otra parte, ilusorio, pues aquello que se ha amado lo que en verdad se amaba, cuando se amaba de verdad. Es la verdad, aunque no esté enteramente realizada y a salvo; la verdad que espera en el futuro.


Y si el amor descubre el lado negativo de lo viviente de la vida -de acuerdo con su condición intermediaria de 9 realizar lo contradictorio-es él quien torna la muerte viviente, cambiándola de sentido. Más aquí se encuentra la

esperanza y la sirve: en el punto más difícil, en aquel que la esperanza se encuentra detenida cuando no tiene argumento. El argumento de la esperanza no prendería en el alma si el amor no preparase el terreno, justamente con ese abatimiento, con esa ofrenda de la persona que el amor alcanza en el instante de su cumplimiento. Pues el amor que integra la persona, agente de su unidad, la conduce a su entrega hacer del propio ser una ofrenda, eso es tan difícil de nombrar hoy: un sacrificio .Y ese abatimiento que hay en el centro mismo del sacrificio anticipa la muerte. El que de veras ama aprende a morir. Es un verdadero aprendizaje para la muerte. Y si la filosofía, una determinada tradición de filosofía, ha podido hacer de sus seguidores hombres " maduros para la muerte”, era por el amor que comporta, por un amor específico, que está en la raíz de la actitud humana que hace elegir esa filosofía, y sin el cual, dialéctica alguna habría sido nunca convincente. Pues el ser humano no cambiará nunca en virtud de las ideas si no son la cifra de su anhelo; sino corresponden a la situación en que se encuentra se le tornarán, por el contrario, en letra muerta o en simples manías obsesivas. El amor aparecerá ante la mirada del mundo en la época moderna como amor-pasión. Pero esa pasión, esas pasiones, cuando se dan realmente, serán, han sido siempre, los episodios de su gran historia semiescondida. Estaciones necesarias para que pueda dar el amor su fruto último, para que pueda actuar como instrumento de consunción, como fuego que depura y como conocimiento. Un conocimiento inexpresable casi siempre de modelo directo y que por ello se halla oculto bajo el pensamiento más objetivo, bajo las obras de arte de apariencia más fría. No es el valedero del amor que se expresa directamente, el que se arrebata en un episodio. La acción del amor, su carácter de gente de lo divino que el hombre, se conoce sobre todo en ese afinamiento del ser que lo sufre y lo soporta. Y aún en un desplazamiento del centro es gravedad. Pues ser hombre es estar fijo; es pesar y pesar sobre algo. El amor consigue una disminución, si no una desaparición de esa gravedad, que cuando él no existe es sustento de la moral, condición de los que viven moralmente, sólo moralmente. El centro de gravedad de la persona se ha trasladado a la persona amada primero, y cuando la pasión desaparece, quedará ese movimiento, el más difícil de estar "fuera de sí"... "Vivo ya fuera de mí" decía Santa Teresa. Vivir fuera de sí, por estar más allá de sí mismo. Vivir dispuesto al vuelo, presto a cualquier partida. Es el futuro inimaginable, el inalcanzable futuro de esa promesa de vida verdadera que el amor insinúa en quien lo siente. El futuro que inspira, que consuela del presente haciendo descreer de él, de donde brota la creación, lo no previsto. El que atrae el devenir de la historia que corre en su busca. Lo que no conocemos y nos llama a conocer. Ese fuego sin fin que alienta el secreto de toda vida. Lo que unifica con el vuelo de su trascender vida y muerte, como simples


momentos de un amor que renace siempre de sí mismo. Lo más escondido del abismo de la divinidad. Lo 10 ESCRIBA EL TÍTULO AQUÍ inaccesible que desciende a toda hora.

*Se respetó en su totalidad el contenido de los fragmentos debido a la importancia de mantener el texto inédito.


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Lenguaje que fluye, del sol al cielo David Guillermo Soules ARMENTA MALPICA, LUIS. El cielo más líquido. Edición bilingüe (O céu mais líquido, Traducción al portugués de Paulo Ferraz). Co-edición: Mantis Editores, Selo Sebastião Grifo, Universidad Autónoma de Nuevo León. México: 2008. Sin alusión alguna a Carpentier, pero tal vez usurpando su pensamiento, debemos decir que a menudo recurso y método se vuelven voces sinónimas. Se alternan o se compaginan en el proceso de la escritura para terminar unidas en virtud del quehacer poético. Esto sucede justamente con y en el poemario de Luis Armenta Malpica, quien, con una estructura vertiginosa, de encabalgamientos, rupturas y quebrantos, evoca las palabras a diluirse en la armonía del metro clásico, erigido también como engranaje de la libre combinación del verso y el sonido. Antes que nada, debemos considerar que El cielo más líquido no es un libro, sino varios libros engullidos en un solo cuerpo textual. Recoge al paso de sus ciento cincuenta y nueve páginas los diferentes rostros del ente creativo ––máscaras y milagros de la memoria y el olvido, que sin embargo buscan explorar (o explotar) hasta lo más profundo de su esencia puramente humana. Hemos dejado atrás al poeta cosmogónico, ese que huía en las pleamares de Acuarimántima1 o esgrimía para nosotros el génesis de Malagua y su principio estabilizador del universo2, para encontrarnos ahora con el poeta del logos ––palabra y razón–– que vuelve indefectible hasta su propia sacralidad. Tenemos, pues, una realidad adversativa, que no es efecto sino efectividad de los contrarios. El hombre que mira a Dios y esquiva su omnisciencia, convirtiéndolo en catedral de sí mismo. Ya María Zambrano acusaba esta postura3 al decir que el poeta, consagrado a la palabra, refiere al mundo / al yo / a los otros a través del vehículo de su propio ser. Condenado, se confina al resarcimiento obtenido del “otro” y del resto (de “los otros”), de manera que en la medida que alcanza a acercarse a él o a ellos a través del ejercicio creativo, el poeta ya no es otro, sino que es el otro renacido en el poeta. Llega entonces “al resto” como a sí mismo, como en medio de una epifanía fantástica. Esto es, simplemente, una desmitificación corresponsiva entre lo que son la verdad y el poeta mismo.


Es el poeta quien escinde al mundo en su verdad, pero su verdad sólo es capaz de trascender cuando encuentra dentro de ella un mundo al cual asirse, aun y cuando en ocasiones le considere prescindible. Veamos 13 pues, cómo desde estas miras se confiesa: “Hágase su voluntad (no aquí no ahora) como en la luz el día.”4 1 “[una Jerusalén de poesía] a lo lejos – según Barba-Jacob.” Armenta Malpica, Luis. Luz de los otros, pág. 22 2 Armenta Malpica, Luis. Voluntad de la luz. Hablamos en sentido cronológico de su primera edición, datada en 1996. 3 Zambrano, María. Filosofía y poesía. 4 El cielo más líquido, pág. 27.

Se trata de un ejercicio de manipulación, mas no tergiversación, del sentido, que deconstruye –dijera Derridá– esa verdad, y la conjuga en novedosos referentes, anclados al origen de lo puramente real, y que en cada poema le dedica a esto un movimiento de análisis distinto. Como objeto estético, todos y cada uno de los poemas de El cielo más líquido pretenden alterar su autonomía y desembarazarse del lirismo básico. Sin embargo, esconden un fastuoso devenir de las pasiones humanas. Así corren “[a espaldas de dios]”, pero vuelven a aposentarse en el trono del hombre, ser humano por definición, revestidos con el manto del poeta, entidad metahumana por antonomasia5. Ahora bien, dichas pasiones se estilan en la afirmación descriptiva de la lógica del pathos; o sea que configuran su propia competencia. Son competentes mediante la palabra, mientras ésta modela el trasfondo definitivo de donde habrán de provenir. Por ello el germen fundamental de El cielo más líquido se encuentra en la reiteración del hombre como divinidad, que tiende a la inmediatez, pero se redescubre en la perpetuidad de su yo hecho tiempo. Es amor a la identidad, pero nunca egoísmo. Un misticismo que, no obstante, sirve de fórmula para entender la poética de Luis Armenta6. Pero volvamos al hecho, al hecho que es en sí este libro, ya que éste nos muestra en su haber diversos modos de apersonarnos frente al verso y el ahora. Y ya que se encuentra constituido por múltiples escritos independientes, premiados, hay que decirlo, y asimismo concebidos en etapas distintas, nos ofrece una infinidad de orbes de lectura.


Si primeramente rompemos el orden del paginado, vayamos directo a [malegría] (“Cae / que no cae / la vida”), 14 ESCRIBA EL TÍTULO AQUÍ donde la afinidad del hombre con su efusividad de ánimo desecha el principio agiotal7 de Dios como institución

judeocristiana, para revelarlo en una nueva evocación alusiva al ser. Es aquí un dios que es hombre, o un Dios que no puede dejar de ser hombre, pero que sólo responde al pacto ofrecido por su naturaleza humana, por el “ama a tu prójimo como a ti mismo” presa de la melancolía (“Con un amado ausente. / El corazón sin suela”). De ahí, entonces, brincamos a [minimaluz], que ahonda en la pureza de lo íntimo, y llega en un llamado a la memoria absoluta, para verla hija del hartazgo o del olvido. Mente acíclica o mentalidad perpetua, busca acentuar las remembranzas de lo equívoco, pues en esta visión confiere divergencias entre lo que adquieren los sentidos, al ver, escuchar o sentir, y su falta de objetualidad en el tiempo. Por ello la sinestesia, vuelta muletilla, del desistimiento. Sin embargo, a pesar de lo anterior, sería difícil librarnos del Eros, la base primigenia del [vier letzte lieder], y el genotipo fundamental de la poesía de Armenta Malpica, cuando su poiesis data la verosimilitud del cuerpo: cuerpo que es arpegio, que es un vuelo presentido en la libación del canto amatorio; cuerpo espacio en la unidad del cuerpo poético, y que nos refiere la humildad del honesto creador, incapaz de escapar de su sentido sentimiento (“mi 5 Para esto consideremos otro de los títulos ofrecidos por Armenta Malpica: “[setenta y nueve y una veces nadie]”, que atañe claramente a un texto del chileno Gonzalo Rojas (“Ochenta veces nadie”), y demuestra su afán de ir “a la poesía” en pos de la misma poesía que llena los estantes de antaño. 6 Venga a la memoria un imperativo del poeta, en forma de verso, cuando nos dice: “…y andamos por el mundo / creyéndonos que Dios / hizo el milagro”. Tomado de “Terramar" (pág. 29), en 3er. Premio Nacional de Poesía y Cuento. Benemérito de América 1999, editado ese mismo año. 7 De “agiotaje”: Especulación abusiva y sin riesgo para obtener un lucro inmoderado, con perjuicio de terceros.

corazón no cabe en un volkswagen”). Aquí el dolo se estima como el inicial yugo de lo verdadero. Recrea la seducción como argumento de lo que designa, pero no seduce en el sentido romántico del término, sino que allana su pulcritud y termina por ser desahucio. Se proyecta en un verso apetecible, que es fruto del hondo rasguño que nos deja el poeta: “(lo ves: también estoy enfermo / de una sangre amorosa y contagiante)”. Finalmente, debemos volver al inicio, a un ascético [nagekidori] que vierte desde el principio la dialéctica más distintiva de Armenta: “Mi corazón es la ciudad más grande que conozco”. Un concepto de pensamiento, lo asequible que empapa de espiritualidad las páginas, es un recuento directo de lo podíamos leer tiempo atrás en este autor, desde Calendario de palabras, pero que se matiza en otro albedrío. Es letanía, muleta del hombre acaecido ante la superioridad del yo, libre de arquetipos. Deja de lado a los héroes y sus inaccesibles montañas: prefiere la nebulosidad de la sombra, e incluso se niega a ser sabio:


“Será que, a pan y circo, los tiranos olvidan la memoria y la imaginería. Será que a la ciudad terrestre le estorban los marinos, porque son más amantes, amados y son hombres.”8

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En [nagekidori] encontramos una de las características más relevantes de El cielo más líquido: su paridad. Un ejemplo de vida que inclusive sobrepasa al símil. Hurga, en verdad, en las órbitas que delimitan el claustro de la poesía viva, para destinarse a una ruptura de lo inmanente. Es decir, raya los límites de lo inefable y traspasa sus proporciones físicas. Se desencadena. Se desentrampa de la facilidad mundana para horadar el orden de lo especulativo: “Humo que deja el paso de las aves / que migran debajo del arcoíris y por fuera del iris / hasta formar su nido en la pupila”. Y considera la metáfora una extensión de su no-existencia, siendo todos entidades amorfas, imposibles a menos de ser innombrables, cuando acaso una simple nominación carece de eficacia al definirnos9. Otro rasgo particular del libro que hay que destacar es que, al tratarse de una edición bilingüe, la traducción al portugués trajo consigo diversas aportaciones que enriquecen su entendimiento en la lengua lusitana. En primer lugar, porque dada la utilización de algunos préstamos de uso específicamente botánico en la versión castellana, desconocidos en buena parte por el lector común, las notas al pie permiten adentrarse mejor en su significado contextual. En segundo, ya que en ocasiones este tipo de trabajos deben escoger entre tenderse por una adecuación del sentido, o bien, por la musicalidad en la construcción del verso, O céu mais líquido, traslado de Paulo Ferraz, no desmerece ninguno de estos dos puntos respecto al texto original. Es cierto que algunos paralelismos etimológicos permiten una mayor conciliación entre ambos idiomas, sin embargo, la tarea realizada por Ferraz dista mucho de ser un simple acomodo de palabras. Por el contrario, aun sin ser expertos en gramática portuguesa, es posible notar aquellos trazos donde echa mano de su habilidad como versificador: “Se a farinha crescesse até formar um lábio que é / um madeiro quando nos beija o homem / – unicamente esse homem – que reparte o pão / dia a dia jazeriam na mesa umas migalhas surdas / do que não se disse”. 8 Armenta Malpica, Luis. “Cartas de navegación para una ciudad terrestre.”, en A contraluz. 2005 9 “en verdad el clavel es una rosa es una rosa / es una rosa el mundo / no parece jardín hasta que los colores contemplan / el trazo”. En este ejemplo es posible blandir, cual en un juego de armas, la aseveración del sentido, la manera como el poeta niega la efectividad de lo nombrado, si esto no llega a la esencia pura de lo que realmente se oculta en el fondo.

Tanto en la versión original del poemario, misceláneo en su edificación como hemos visto, como en el extracto lusitano, sucede una deliberación compareciente acerca de cómo la razón (el logos) debe trascender más allá del mero sofisma y escudriñar en la abstracción causal que pretende una poesía de arte mayor. Es decir, que la convivencia con el pathos en este caso enriquece, de manera justificada, la connotación sígnica de los elementos formales (cortes de verso y de palabras en forma arbitraria, o una puntuación que rompe las normas de la gramática convencional), además de fortalecer su planteamiento semántico en un hecho performativo ––el yo poético actuante, que asimila al yo poeta en la configuración del lenguaje, y consigue escarificarlo: el hombre


como Dios convive con el dios que es hombre y con el poeta en su divinidad, y así los tres se sustantivan uno 16 ESCRIBA EL TÍTULO AQUÍ frente al otro.

Por lo demás, el sentido correlacional del poemario ––un libro compuesto de varios libros–– consigue para sí diferentes presupuestos, desde el poeta cosmogónico que se replantea en un poeta logos, o bien, que se replantea dentro de una emotividad de la expresión que robustece al objeto poético desde su origen natural, hasta lo cognitivo frente a lo emocional, para que ambas posturas funjan como evidencias de una intención. Digamos en este caso, que el elemento sensibilidad no se dicotomiza, no es sentido y sentimiento, sino un complemento asertivo de la emoción.

BIBLIOGRAFÍA ARISTÓTELES. Arte poética. Arte retórica. Colección: Sepan cuántos. Nº 715. Editorial Porrúa, México: 2002. ISBN 9700715779 ARMENTA MALPICA, LUIS. “Cartas de navegación para una ciudad terrestre”. A contraluz. Compiladores Jair Cortés y Rogelio Guedea. Fondo Editorial Tierra Adentro, México: 2005. pp. 160-177 ARMENTA MALPICA, LUIS. El cielo más líquido. Edición bilingüe (O céu mais líquido, Traducción al portugués de Paulo Ferraz). Co-edición: Mantis Editores, Selo Sebastião Grifo, Universidad Autónoma de Nuevo León. México: 2008. ARMENTA MALPICA, LUIS. Luz de los otros. Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, México: 2002. ISBN 9687991836 ARMENTA MALPICA, LUIS. “Terramar”. 3er. Premio Nacional de Poesía y Cuento. Benemérito de América 1999. Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, México: 1999. ARMENTA MALPICA, LUIS. Voluntad de la luz. Colección: La centena, poesía. Editorial Verdehalago – Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México: 2006. ISBN 9689103008 FROMM, ERICH. El arte de amar. Editorial Paidós, México: 1996. ISBN 9688530891 MUKAROVSKY, JAN. “El arte como hecho semiológico”.Textos de teorías y crítica literarias. (Del formalismo a los estudios postcoloniales). Selección y apuntes introductorios: Nara Araújo y Teresa Delgado. Universidad Autónoma Metropolitana – Universidad de La Habana, México D.F.: 2003. pp. 101-110. ISBN 9706549161 PARRET, HERMAN. De la semiótica a la estética. Enunciación, sensación, pasiones. Edición a cargo de María Valeria Battista. Editorial Edicial, Buenos Aires: 1995. ISBN: 9505062443 ZAMBRANO, MARÍA. Filosofía y Poesía. Fondo de Cultura Económica, México: 2005. ISBN 9681676793


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Nos vemos en México Miguel de Loyola Nos vemos en México, era la consigna en aquellos años, las palabras de despedida después de cualquier reunión. Nos vemos en México, compadre, le decías a tus amigos al momento de despedirte, como quien dice chao, adiós, hasta la próxima. Supongo ahora que debió haber sido parte de un slogan publicitario, relativo al Mundial de fútbol de 1970, donde Brasil con Pelé a la cabeza del equipo se adjudicó la codiciada copa Jules Rimet, después de vencer a Italia por cuatro goles a uno, en una final en el Estadio Jalisco que todavía ronda por mi memoria como uno de los mejores partidos de la historia. Esa fue acaso la mayor ventana al mundo para México, abierta por un torneo deportivo que por primera vez llegaría a todos los rincones a través de la TV y que los jóvenes de entonces tendríamos la oportunidad de disfrutar y atesorar como recuerdo imborrable. Por esa razón quizás, tras el recuento final de lo que hice y no hice en mi vida en el que estoy empeñado en estos últimos tiempos, cuando muchos años después tuve la oportunidad de viajar al extranjero, mi primer destino turístico sería México. Volamos un mes de Octubre con mi mujer en la línea aérea mexicana, en un vuelo que hacía escala en Lima y Bogotá, pero a causa de una peligrosa turbulencia cuando cruzábamos el Caribe, el avión se vio forzado a aterrizar también en San José de Costa Rica, donde caía una lluvia torrencial, diluviana, pensamos al momento de bajar del avión, temiendo no poder reanudar el viaje, y creyendo que poco menos llegaba el fin del mundo para los viajeros de aquel vuelo. Pero no hubo tal, la lluvia cesó después de unas horas de espera en el aeropuerto en calidad de pasajeros en tránsito, y pudimos ese mismo día continuar el trayecto, aunque bastante intranquilos después de aquel aterrizaje de emergencia. Tal vez no deberíamos haber venido, comentaría mi mujer, después de apretarme la mano cuando el avión aceleraba por la pista mojada buscando despegar hacia la infinitud de la bóveda celeste. Son naturales estas turbulencias en esta zona, aclararía el comandante de la nave, cuando el avión había alcanzado altura. Algunos pasajeros después de oír sus palabras se durmieron confiadamente. Esas palabras alentadoras del comandante, tuvieron el efecto de un verdadero somnífero también para mi mujer, a quien vería dormir plácidamente durante el resto del viaje. Después de algunas horas, sobrevolamos los cielos mexicanos en una tarde dominada por aquel sol espléndido que la cultura azteca supo ensalzar como dios. El avión comenzó el descenso muy lentamente sobre el área de la gigantesca ciudad, emplazada en el llamado DF, enseñando desde el aire a los viajeros la magnificencia de su tamaño y arquitectura, tras pasar por encima de sus edificios, pareciéndonos por momentos increíble volar casi


al ras de algunas construcciones, y temiendo la posibilidad de chocar en cualquier momento contra ellas. La 19 ciudad desde el aire podía verse nítida, surcada de calles y amplias avenidas, por donde los autos desfilaban

diminutos, semejando regueros de hormigas desbocadas por incendio o insecticida. Algunos pasajeros podían reconocer desde el aire el Zócalo, la Catedral, el Paseo de la Reforma, el imponente palacio de Bellas Artes, donde días más tardes veríamos por primera vez en vivo los famosos murales de Diego Rivera. El controvertido pintor mexicano, cuyas obras se conocían y codiciaban en todos los rincones del mundo. El avión aterrizó finalmente en el aeropuerto Benito Juárez, ubicado en medio de la formidable ciudad de los llanos, casi incrustado entre sus edificios. Por fin estábamos en México, aquel viejo santo y seña tantas veces repetido en mi juventud a modo de despedida, cobraba ahora las dimensiones de una premonición, de un sueño auto cumplido. Nos vemos en México, compadre. Sí señor, nos vemos por fin en México. Estábamos bajando del avión al calor tórrido de la tarde azteca, cargando luego las maletas, saliendo del aeropuerto climatizado a ese calor denso y espeso, buscando un taxi para trasladarnos a un hotel previamente reservado desde Santiago, ubicado en la llamada Zona Rosa, muy alegres, muy contentos, por cierto, liberados de las tensiones del vuelo y de aquel aterrizaje forzoso vivido horas antes, en medio de la tormenta caribeña. Cuando estuvimos instalados en el taxi, y mientras el auto se abría paso entre los cientos de miles que corrían desaforados por la avenida, el chofer sorpresivamente dijo mande, luego de hacerle un comentario referido a esos innumerables automóviles que iban y venían sin descanso por la avenida. Una aglomeración de vehículos que por primera vez vivíamos, pero acerca de las cuales habíamos oído hablar en reiteradas ocasiones a otros viajeros y las que décadas más tarde también sufriríamos diariamente en nuestro propio país, tras la llegada de la modernidad, de la invasión de automóviles japoneses, coreanos, chinos… Ese vocablo pronunciado por el chofer, con aquel clásico acento local, dio un rebote en mi cerebro buscando su sentido y significado. Aquel mande, al principio, mi mujer y yo lo entendimos en su sentido más literal, como respuesta de quien está a la espera de una orden por cumplir. No pensamos, como concluiríamos después, tras volver a oír la misma palabra en reiteradas ocasiones y diferentes situaciones, que se trataba de una muletilla para los mexicanos. Una palabra que reemplazaba al clásico qué, o al qué dijo usted, luego de no haber oído la pregunta del interlocutor. Sin embargo, en ese momento, allí en el interior del taxi y observando los rasgos étnicos del conductor, que daban cuenta inequívoca de sus orígenes ancestrales ligados a las razas nativas, dicha palabra me llevaría a reflexiones y divagaciones múltiples, tendientes a rastrear su significado primitivo y su sorprendente metamorfosis a través del tiempo. Mande, sin duda la palabra estaba construida sobre la base del verbo mandar. Y es probable que tras la conquista y el largo período colonial establecido en América por España, el significado sufriera los cambios de su sentido originario, luego de un uso excesivo. Lo interesante estaba en plantearse cómo se habían producido esos cambios lingüísticos durante el cruce de culturas. Se sabe del valor temerario de los guerreros aztecas, también de sus prácticas sanguinarias, de los sacrificios humanos que hacían diariamente a sus dioses, de la crueldad de sus ritos, del poder militar que conformaba su imperio, y,


sin embargo, habían terminado sometiéndose a los invasores al extremo de, sin duda, llegar a responder con una 20 ESCRIBA EL TÍTULO AQUÍ mande ante cualquier orden impuesta por sus superiores. Cabía preguntarse, ¿Cuantos aztecas habían muerto

antes de aceptar la imposición de aquel mande como respuesta solícita? Porque de seguro al principio la palabra debió responder a su sentido original. Es decir, mande usted, señor, aquí estoy para servirle. Y ahora se hallaba reducida a un vocablo del habla cotidiana sin ninguna importancia, desgastado y torcido su origen. El taxi cruzó raudo calles y avenidas cortando el calor de la tarde, mientras inducido por la magia de aquel simple vocablo, comenzaría a viajar mentalmente hacia las raíces mexicanas, imaginando el inicio del encuentro y cruce de dos imperios que se fundieron en América dando origen a nuevas etnias y nuevas formas culturales. Me sorprendería desde los primeros días en la ciudad, la Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe, donde se podía leer aquel fervor religioso pagano del pueblo mexicano, fundido con las prácticas y ritos del catolicismo. La plaza Garibaldi, donde tras la caída del crepúsculo se notaba aquel humor voluble de los Mariachis, la aguerrida combinación de dos razas temerarias en un solo espíritu, quienes ahora premunidos de guitarrones y pistolones de grueso calibre se amanecían cantando a sus amadas y amenazando al mundo. La música de sus canciones despertaría aquellas noches después del correspondiente tequila, y de uno que otro golpeadito exclusivo para turistas, sin la gradación alcohólica genuina, muchos recuerdos dormidos de una infancia vivida en un pueblo recóndito de Chile, donde la música de las clásicas rancheras mexicanas las propalaba el viento hacia todas las latitudes, impregnando la atmósfera con aquel humor festivo y a ratos también tristón y lastimero impreso en su letras y en su música. Un mediodía de visita a Teotihuacán, un paseo por sus presuntas avenidas y edificios, el ascenso por esas estrechas gradas que escalan la cumbre de las pirámides, enseñando desde las alturas la más grandiosa panorámica de la ciudad extinguida, nos hundirían todavía más al fondo de la historia mexicana. Allí los vestigios arquitectónicos daban cuenta inequívoca de una civilización misteriosamente desaparecida, y por cuyas ruinas Moctezuma II, se dice, solía pasear haciéndose acaso la misma interrogante respecto a la inexplicable caída de un imperio que había levantado semejantes estructuras. Y esa constante inquietud del emperador de los aztecas por aquel mundo extinguido, sería su talón de Aquiles. Lo llevaría a confundir a los conquistadores, y concretamente al propio Hernán Cortés, con la figura de aquel dios desaparecido de esa cultura admirada por Moctezuma. Su nexo esotérico hacia el pasado, sus supersticiones ancestrales, y la coincidencia del paso de un cometa por el cielo por esos mismos días de llegada de las huestes españolas, ayudaría al proceso y consolidación de la conquista. De lo contario, para Cortés habría sido imposible dominar un imperio que superaba en número y ferocidad a los suyos. Saldríamos esa tarde de Teotihuacán muy conmovidos por sus ruinas, llevándonos algo de aquel ambiente místico y legendario impreso en cada una de sus piedras, y sobre todo la visión de un dios sol que se derramaba por sobre la pirámide como una cascada de rayos refulgentes y mágicos, envolviendo a la masa de turistas en las tinieblas de un pasado multicolor e incomprensible.


Un matrimonio mexicano procedente de Chiapas con quien nos detuvimos a conversar mientras andábamos 21 sugestionados entre las ruinas por los posibles espíritus, nos sorprendería por su interés en enseñar a su hijo de

diez años, aquellos vestigios de civilizaciones más antiguas. Así aprende de pequeño la historia de su país, nos comentaría el padre orgulloso de ser un eslabón en la cadena de sucesiones extendidas en la infinita línea del tiempo. Es costumbre, en México, sabríamos después, llevar a los hijos a lugares históricos. Hay mucho turismo local en el país, señal inequívoca de bienestar económico de un pueblo. El niño corría a ratos por entre las piedras, liberando su energía natural, de alguna manera retenida por esa atmósfera mística impuesta por la presencia de esas pirámides dormidas en medio del llano silente. En sus ojos negros también estaba impreso aquel enigma milenario que arrastra el pueblo mexicano desde sus orígenes hasta nuestros días. Recordé la novela La serpiente emplumada, de D.H. Lawrence, que tan bien describe la dimensión esotérica de los mexicanos, sus enigmáticos nexos con las culturas primitivas, sus nudos ancestrales, incomprensibles, pertenecientes a los mundos del inconsciente. Al día siguiente, temprano en la mañana, una larga caminata por el Paseo de la Reforma hasta el Zócalo, nos pondría al corriente de otra historia dentro de la novelesca historia mexicana, como había comenzado a parecernos desde nuestro arribo. Ahora la de un rey, de un emperador impuesto en 1864 a los mexicanos por Napoleón III para resarcirse de las deudas contraídas con los franceses. Pero lejos de gobernar para los intereses de Francia, Maximiliano terminaría enamorado de esas nuevas tierras, onduladas y fértiles, de cielos celestes y puros, concediendo y cediendo al pueblo mexicano beneficios que los franceses no estarían dispuestos a apoyar, tampoco los republicanos, quienes terminarían derrocando el régimen y fusilando al complaciente emperador. Maximiliano había alcanzado a planificar la construcción de aquella hermosa avenida llamándola inicialmente Paseo de la Emperatriz, la misma por donde nos encaminábamos deteniéndonos de tanto en tanto frente a cada monumento, frente a cada escultura erigida bajo la supervisión de una de las almas más refinadas del imperio austro-úngaro. Un paseo que conectaba la casa de gobierno con el Palacio de Chapultepec, lugar de residencia del soberano, y donde quedaría grabada la evidencia del arte de los pueblos más depurados de la Europa Imperial. Regresamos otra vez al hotel exhaustos esa tarde, agotados después de esa larga caminata por un paseo que se abría también hacia el corazón de la historia en cada uno de los monumentos expuestos a los paseantes, erigidos y aumentados después de la Revolución. Quisimos comer algo de paso, pero nos intimidó esta vez la variedad de platos posibles de elegir, sin contar con la asesoría correspondiente. Ya no podíamos más con el chile, un ají tan picante que nos hacía arder la boca y el estómago. Aquel poderoso condimento era un ingrediente infaltable en la comida mexicana, y comenzaba a darnos una idea acerca del origen del carácter explosivo de los aztecas. El chile estaba en la base de sus comidas y de su temperamento, al punto que podría haber sido el gatillo de todos esos feroces procesos históricos vividos por el pueblo mexicano, desde la conquista hasta nuestros días. Sugestionado por esa idea, comenzaría a mirar a los grandes caudillos de la Revolución envalentonados por la fuerza de aquel furioso condimento.


Y tequila, agregó mi mujer después de comentarle mis divagaciones relativas a esa delirante conclusión 22 ESCRIBA EL TÍTULO AQUÍ respecto a las propiedades del ají. Pero Pancho Villa jamás tomaba alcohol, expliqué. Dicen que cuando entraba

a una cantina, y esto parece una cantinflada, el bandolero cargado de pistolas y cinturones repletos de balas, pedía una leche malteada. Sí señor, una leche malteada, cabrón. Más de algún cantinero se sorprendería al principio, creyendo que se trataba de una broma del general, pero esa risa debió costarle cara a los incrédulos. Pancho Villa, Doroteo Arango su real nombre, no bebía ni una gota de aquel tequila extraído del maguey, se mantenía siempre sobrio, pero de seguro comía chile, y en cantidades, para mantenerse fiero sobre la silla del caballo durante días enteros, al igual que sus tropas. Lo mismo debió ocurrir con Emiliano Zapata, el guerrillero de las fuerzas del sur, quien, sabemos, terminaría sus días arteramente asesinado en una emboscada, al igual que Villa. Al día siguiente nos fuimos al Zócalo en el tren subterráneo, desobedeciendo las advertencias de los funcionarios del hotel, quienes insistían en que no era un medio de movilización seguro para los turistas. Una advertencia que oiríamos no sólo en México, sino en todos los sitios por donde alguna vez anduvimos, sospechando que se trataba más bien de una estrategia de las agencias para sacarle todos los dólares posibles a los turistas. ¿Por qué no iba a ser seguro el medio de transporte colectivo de los mexicanos? Fuimos y volvimos aquel día al centro histórico usando las redes subterráneas sin problema alguno. Salvo el de las clásicas aglomeraciones a las horas de mayor tránsito existentes también en Chile y en cualquier lugar del mundo. Y eso nos ayudaría también a tomar contacto con los ciudadanos, a observar sus rostros y ademanes, su lenguaje y sus costumbres, y a establecer relaciones históricas imaginarias, viendo en sus rostros fundida la estirpe guerrera de sus antepasados aztecas, ahora presa por la camisa de fuerza impuesta por la cultura occidental que había llevado a esos pueblos y a todos los pueblos de América a la llamada civilización y modernidad. Allí viajaban ahora los altaneros guerreros aztecas, envueltos en trajes de lino y trevira, corbatas italianas, zapatos de cuero, en dirección a sus respectivos hogares o lugares de trabajo. Así había pasado la historia y seguiría pasando a través de los siglos. En un continuo ir y venir de civilizaciones que se van entrecruzando y sucediendo unas a otras, dejando pequeños vestigios de su existencia a las venideras que el tiempo va disolviendo poco a poco… ¡Ay mamacita mi vida! Oiríamos exclamar espontáneamente a una mujer en el tren subterráneo, y la frase balbuceada quizá por algún motivo en ese momento concreto, quedaría en mi mente girando hasta hoy día como forma de explicación de nuestro efímero paso por el mundo. Nos vemos en México. Sí, mi amigo. Así nos vimos finalmente en México.

Cuento incluido en el libro De Moctezuma a los Andes. Antología de cuento (2012). Ed. Memoria de la voz, Amaya ediciones y Ed. Edhalca.


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Un buen viaje Alberto Bellido Esteban

Nada más al ocupar mi sitio junto a la ventanilla del autocar, recliné ligeramente el asiento y apoyé la cabeza en el respaldo con la esperanza de pasarme la mayor parte del viaje durmiendo. Me había levantado temprano para desplazarme hasta la estación de autobuses, y tenía por delante un largo viaje de seis horas que me llevaría desde Madrid hasta el apartamento que tengo en la playa, donde me aguardaba una semana de descanso. Empezaba el viaje con esa alegre expectación que precede a las vacaciones, y en mi imaginación visualizaba claramente la imagen de un magnífico paisaje inundado de sol frente a un mar de aguas azules y suave oleaje. Con esta agradable evocación me quedé dormido antes de que el autocar se pusiera en marcha. Cuando algunos minutos más tarde me desperté, estábamos en la autovía y Madrid era ya un lejano rumor de tráfico y voces malhumoradas que se apagaba dentro de mi cabeza. A mi lado se había sentado un hombre de unos cuarenta años, menudo y de aspecto pacífico, que leía un libro. Aparté rápidamente la mirada cuando el hombre levantó la vista del libro, ya que no quería pasarme las siguientes horas enfrascado en una interminable conversación que ninguno desearía, pero que seríamos incapaces de interrumpir sin parecer maleducados. Atrás quedaba una agotadora época de trabajo en la oficina. Como las ventas durante el último trimestre habían disminuido significativamente –ese, al menos, fue el argumento utilizado por el Director General-, media docena de empleados habían sido despedidos, y los que quedábamos trabajábamos con la insufrible tensión de saber que cualquiera de nosotros podría ser el siguiente. Nadie podía estar seguro y el clima en la oficina resultaba irrespirable. Al llegar las seis, la hora de la salida, nadie se movía de su puesto de trabajo. Unos y otros intercambiábamos miradas recelosas por encima de la pantalla del ordenador, esperando que fuera otro el primero en levantarse, convencidos de que sobre él recaería la maldición de la llamada telefónica de Recursos Humanos y la cola del paro, y así el resto podríamos respirar aliviados aunque únicamente fuera durante una semana más. La circulación era fluida y en poco más de una hora nos encontrábamos recorriendo a buena velocidad la monótona llanura manchega, abrasada por el violento sol de julio. A pesar de estar agotado, no conseguía dormirme. Cerraba los ojos para intentar conciliar el sueño, el ligero movimiento del autobús en marcha me


mecía durante algunos minutos, pero enseguida volvía a abrirlos. Después de intentarlo durante varios minutos, 25 decidí desistir y saqué de la mochila que llevaba entre mis piernas el libro que estaba leyendo en aquellos

momentos. Me quedaban poco más de cien páginas para terminarlo, y si lo había dejado en el momento más interesante era para saborear el final durante las vacaciones. Un buen libro, una cerveza fresca, mujeres en bañador, el mar y el cielo uniéndose en el horizonte, ¿acaso se puede pedir algo más para ser feliz? Pero tenía muchas horas por delante sin nada que hacer y no pude esperar más. No sé cuánto tiempo pasé enfrascado en la lectura, pasando una página tras otra con avidez. Después de leer la última página, percibí esa punzada de nostalgia anticipada que te queda al despedirte de unos buenos amigos con los que has pasado una época inolvidable y a los que sabes que no volverás a ver en mucho tiempo. Cerré el volumen, lo dejé caer sobre mi regazo y me volví para mirar por la ventanilla y contemplar el paisaje. Una nítida luz dorada descendía sobre la amplia llanura de campos de cereales y vid que atravesábamos, y cada cierto tiempo aparecía en la lejanía un grupo de casas blancas alrededor de un campanario, o arboledas y huertos que añadían una agradable nota de inesperado verdor. Por increíble que pueda parecer, la contemplación de aquel mundo anclado en un pasado remoto en el que no existían ni expedientes de regulación de empleo ni psicoterapeutas ni diazepan, un mundo en calma consigo mismo a pesar de estar condenado a la extinción, me producía una agradable sensación de bienestar. Algunos kilómetros más adelante hicimos una parada en un área de descanso de la autovía. Veinte minutos para estirar las piernas, visitar los baños, tomar un café o un bocadillo en la cafetería, y reponer fuerzas para el último tramo del camino. Fui a pedir una Coca-Cola al mostrador, y mientras esperaba a que me la sirvieran llegaron dos chicas extranjeras, norteamericanas o inglesas, que viajaban en el mismo autobús que yo. No había podido evitar fijarme en ellas cuando subieron, imposible no mirar a aquellas dos preciosas chicas rubias de piel muy blanca que por la edad parecían dos universitarias recorriendo España en viaje de fin de estudios. La chica más alta me sonrió al situarse a mi lado, y yo le devolví la sonrisa con una ligera inclinación de cabeza. Lamenté, como hago siempre, no tener la aguda inteligencia y el descaro suficiente para acercarme a ellas, y mientras lanzaba ocasionales miradas furtivas tuve que esforzarme para alejar de mis pensamientos la escena de un imposible final de jornada bañándonos los tres desnudos en las templadas aguas del Mediterráneo. Regresé al autobús y ocupé mi asiento animado con la idea de continuar el viaje. Nada parecía amenazador en aquellos momentos, y no me importaba pensar que todavía quedaban más de dos horas por delante. No había nada urgente que hacer, ninguna llamada que atender, ninguna reunión inaplazable. Simplemente tenía que dejarme llevar por aquel autobús sin prisas ni preocupaciones hasta mi destino. El viaje de regreso era una leve amenaza que aparecía a un millón de años luz de distancia. De repente, el recuerdo de la última época en la oficina parecía algo lejano, insignificante, ajeno a mí. Costaba creer que hacía apenas un par de días me echara a temblar al encender el ordenador y abrir el correo electrónico.


Me asombré al pensar en las cosas que ocupaban la mayor parte del tiempo de mi vida: tristes preocupaciones, 26 ESCRIBA EL TÍTULO AQUÍ batallas inútiles, ansiedad y aburrimiento.

- Parece que vamos a tener suerte con el tiempo –escuché decir a mi compañero de viaje. Había guardado su libro en alguna parte y me estaba mirando con una expresión afable y relajada en su rostro. Parecía un buen tipo, alguien a quien le acabarías contando tus problemas más íntimos si te detenías a charlar con él el tiempo suficiente-. ¿Va a pasar unos días a la playa? - Tengo una semana de vacaciones–dije-. Hace más de un año que no veo el mar, así que no pienso hacer otra cosa que pasarme las horas tumbado al sol y refrescándome en el agua. Solo eso. No tengo ganas de hacer nada más. - Bien hecho. No se me ocurre un plan mejor. Nada como contemplar el mar y escuchar las olas, ¿verdad? Es imposible no sentirse optimista viendo ese espectáculo. Incluso en las peores circunstancias. Puede parecer ridículo, pero cada vez que voy a la playa vuelvo a sentirme un poco como un niño. Asentí con la cabeza. - No me parece nada ridículo. Es curioso, jamás lo hubiera expresado de esa forma. Pero creo que así es más o menos como me siento. Durante lo que quedaba de viaje mantuvimos una larga conversación. Aparecieron los temas insustanciales habituales entre dos desconocidos que no tienen nada en común, pero no me resultó molesto ni embarazoso como me temía al iniciar el viaje. Me pareció que no había nada malo en hablar por hablar con un desconocido. También hubo tiempo para que aparecieran los temas serios de la vida. Hablamos de baches económicos, proyectos y esperanzas. También de la velocidad con la que pasa el tiempo y las ilusiones perdidas. Cuando faltaban pocos kilómetros para llegar a nuestro destino me confesó que acababa de separarse de su mujer y que era la primera vez que viajaba sin ella. Su voz sonó triste al decírmelo, pero enseguida se sobrepuso. Ya se sabe, las mujeres son así, fue lo que dijo. Claro, las mujeres, asentí. Se notaba que no deseaba hablar más de ese asunto, y yo agradecí que quisiera evitarlo. Esa fue la única vez en todo el viaje en la que pensé en Mónica. Me pregunté si me habría curado sin darme cuenta, aunque sabía que aún era demasiado pronto para estar seguro. Volvimos a hablar de fútbol y política, música y cine, y así, charlando y esforzándonos por mantener alejados nuestros demonios íntimos, llegamos a la nuestro destino pasadas las dos del mediodía. Bajamos juntos al andén de la estación de autobuses, donde recibimos un sofocante golpe de aire cargado de humedad y aroma a brisa marítima. Tuvimos que esperar a que se disolviera el revuelo que se había organizado


en torno a la bodega del autobús para recoger los equipajes, y cuando los demás viajeros empezaron a dispersarse nos acercamos nosotros a retirar tranquilamente nuestras maletas.

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- Muy bien –dijo mi compañero de viaje con una entonación optimista en la voz después de hacerse con la suya. –Espero que disfrute de su semana de vacaciones. - Igualmente –dije yo. Nos dimos un rápido apretón de manos y nos dijimos adiós. Le vi alejarse en dirección al edificio de ladrillo de la estación arrastrando su maleta roja con ruedas. También vi pasar a mi lado a las dos chicas extranjeras, con las melenas rubias agitándose con su paso ligero y sus maravillosas piernas embutidas en ajustados pantalones vaqueros azules. Me entristeció pensar que no volvería a ver a ninguno de ellos. Noté de repente que la fatiga empezaba a apoderarse de mí. De pie en el andén, con la mochila cargada al hombro y la maleta apoyada en el suelo, balanceándome ligeramente sobre los talones, como indeciso de hacia qué dirección dirigir mis pasos, esperé a que se vaciara con una nueva sensación de aprensión aleteando en mis tripas. Una vez en tierra, volvían a asaltarme mis viejos y familiares temores. Pero fue solo un momento, un instante de debilidad, una nube pasajera que oculta durante unos segundos el sol en una espléndida tarde de primavera. Lancé una última mirada al autobús y eché a andar en la misma dirección que habían tomado todos los demás con una renovada confianza en mí mismo. Solo tenía que preocuparme por el momento presente, vivir exclusivamente para hoy mismo, para ese instante fugaz, y no depositar ninguna esperanza ni temor en el inexistente futuro. Ese era mi único plan para los próximos siete días. Y, por una vez, estaba convencido de que me saldría bien.


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Hotel California (Eagles, 1976) Frans Gris No hay mucho que ver, escuchar o decir. Más bien a estas alturas ya no tengo nada de nada. Un viejo sombrero blanco ¿blanco? alguna vez lo fue. Al igual que estos pantalones…y la camisa, que hoy luce grandes manchas de sudor y kétchup, en los faldones y bajo los brazos. ¿Y qué…?no iré… estai más loca… no sé nada de ese guitarrista que decís… ese de nombre como de personaje de historietas y de apellido hispano… ¿ese de Black magicwomen…? ¿lo conocís o no? Es pa la risa, me hace reír… como este pitillo… un poco de hierba… papel… Ándate a la cresta oh… vocreís que es pa ponerse serio me conseguí un poco de pasto con el flaco de la esquina, y el papel se lo saque a mi agüela, de una biblia, p´tas que se enojó la vieja, oh. No éramos muchos: una batería, guitarra, bajo, clarinete y saxo… algo simple… poca cosa… algo como una mezcla de jazz y rock, tirando hacia el folclore de las Antillas. Ritmos negros ¿negros…?Nada…. creo que con suerte era una mercolanza de un montón de ritmos y na que ver, ni parecida a lo que tocaban esos otros medios jipis de Viña, Los Jaivas… esos le hacían al fusión folc… o como le llamaran, a lo que los hermanos Parra, y el Gato, tocaran. “Mira niñita te voy a llevar a ver la luna…” No éramos más que unos campesinos trasplantados, obreros, no más de eso… le robábamos tiempo al sueño, y plata a la bolsa del pan... para instrumentos y discos. ¿Músicos? Noooo. Hooooola músicos… como decíamos por esos días. Conseguí que mi hermana, la que estudió en las monjas de la Divina Providencia, me hiciera una camisa sin botones y bordada, y un pantalón igual, de osnaburgo. Mi camisa era toda blanca, de mangas de campana y flores blancas…y los pantalones patas de elefante y sandalias… collares y el pelo rozándome los hombros, y los pitos que me daban risa… y todavía… ¿Y qué? Éramos obreros, estudiantes, vagos… de pelo corto y zapatones de seguridad, overoles engrasados, de 8:00 de la mañana a 8:00 de la noche, invierno y verano, domingos libres. Textiles, zapateros, liceanos… y qué sé yo qué más. Y la niña blanca, de muslos de nieve, y piel de azucenas… esa misma que se quemó los brazos y los pies, tanto que se le marcaron las chalas, ese día en Piedra Roja. Ese Festival jipi que quiso emular a WOODSTOCK, en el 69, no pasó naa, es que era muy rasca, picante y chicoco. Ese mismo día fue que perdí, y perdió, la virginidad del cuerpo, la otra ya la habíamos perdido que tiempo...


Por esos días conseguí una tremenda pega, en una fábrica de tejidos… y me compré una Gilera de carreras EL TÍTULO AQUÍ 125 30 c/c.ESCRIBA roja, que me daba tremendo caché entre las lolas de mi barrio y los pendejos me seguían con la boca

abierta al pasar con mi chaqueta de cuero negra y blue jeans… no usábamos casco… y mi madre se horrorizaba de pensar que alguna vez le entregarían solo una bolsa vacía de vida. Todas las minas y lolas querían dar una vuelta en la Gili… a la vista de todos… total las viejas igual hablaban. Total… en una hoja de la biblia de la vieja me armé un pito…en esa que dice algo de los tiempos y qué sé yo qué más… esta es de la güena, paraguaya… me hace reír y reír… Y en la playa… odio la playa, me lo fumé hasta las uñas… bajo el frío de marzo y la humedad entrando bajo el poncho y una botella de pisco, amargo… el primero de otras miles y la última… y el aspirar estrellas total… puros gritos… y pateaduras y fue la mañana de los cohetes… esa mañana que nuestro mundo se dio vueltas y desde allí volvimos los ojos para no ver y nos tapamos los oídos y no escuchar y nos amordazamos a nosotros mismos… y nos hicimos cómplices… porque muchos no volvieron y otros, los más, no quisieron… así es que arrumbamos los sueños… Todos… todos cavamos fosas comunes en nuestras conciencias y cerramos los ojos, pues no quisimos ver que éramos culpables, responsables, cómplices de las parrilladas…de las violaciones…de los arrancadores de dientes y uñas... Todos… Nadie está libre de toda esa culpa… Un pito 2.0… recargado… algo nuevo “él que esté libre de culpa…” otra bota de pisco… amargo… llorón… y mi camisa… blanca o ¿gris? Manchada de alcohol bajo los brazos y en los faldones… ¿sangre…? un sombrero que alguna vez… y el pantalón con manchas de orín, y otras más sospechosas… tirado en este catre de hotel sucio con pequeños animalillos grises… serán alcohólicos… es que les gusta mucho chuparme… hace ya mucho, como treinta y nueve años … o algo así… que ya no volví… debe ser por la hebra rojinegra que esa mañana anotó en mi piel ese corvo militar. Un relámpago de acero me abrió desde debajo del esternón hasta el hombro derecho profundo río de guitarras fluyendo, largo y acompasado. Mil luces ardiendo tras los ojos que arden y las lenguas gritando… el tabletear de los casquillos en los suelos y un clarinete… y los largos días de dolor y muerte diaria y luego una botella y otra … y Alemania y Suecia… Y Pisagua o el frío Y desde esos lugares el largo camino al resto de mi vida y a este colchón sucio y a esta silla bajo mis pies y hasta este cordel que pende desde una viga sucia y veo, lo último, a mis pies sacudiéndose en el umbral del silencio.


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Marinero que se fue a la mar Rebil-Coret i Barco, tengo que contarte un secreto: tus velas son de piel de cordero. Hacia donde quiera que vayas no llegarás muy lejos. Este mar borbotea un olor sangriento. Sólo porque sus fosas nasales piden clemencia, inclemente sopla el viento. ¡Aborda! ¡Rápido! Es el huracán el que te domina el pecho. Ahora me pregunto por qué lo habré escuchado… ahora que me encuentro aquí ensopado y con este ridículo traje de marinero. Alguien ha agarrado este barco por los pelos, despertándome de uno y mil sueños. ii ¿Y los demás? Estoy sólo. Ya todos se fueron. Siempre yo tan lento, el caracol eterno. Subo las escaleras hacia cubierta. El contacto de mi mano en el barandal contrarresta la ensoñación y los embates del mareo. Ya en cubierta, nada huele a encuentro inesperado: de los botes y salvavidas dispuestos sólo quedan manchas en la pared. ¿Por qué cuando se yergue la ola, se encorva? Disperso, siempre tan disperso. Esta puta bruma me deja ciego. Todo lo demás fuera y yo adentro. Echaron sus vidas por la borda porque la calamitosa tormenta no dio cabida al pensamiento de un calmoso después. En cuanto a mí, regreso a mi camarote y me entrego al rezo. iii Transcurren tres días enteros a los cuales sobrevivo sin perder un ápice de sustancialidad. No era para tanto o fue muy buena mi fe. Le sentó bien a mi espíritu ir de aquí para allá y de allá para acá según se bamboleaba el barco. Ya no oigo nada. Creo que es momento de salir. iv Nunca el sol me había parecido tan núcleo de vida, tan ígneo a la vez que ignoto. Una brisa termidor viene a hacer nido en mi ombligo. ¿Pero qué veo? ¿Será? ¡Dónde dejé mi catalejo! Una lengua de tierra me hace aspavientos. Palpitan mis manos por el timón.


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Finalmente llego. Echo el ancla y bajo en chanclas. Quién lo diría. La intensidad se ha ido. Cada día me convierto más en algo así como un aroma. Me desvanezco: por el momento no concibo otra forma de viajar. Está bien, pero… ¿morir aquí? vi Al sexto día veo flotar dos cuerpos. Mi gente. La marea los ha arrastrado hasta la costa para devolverme el peso.

vii Al caer la noche me veo rindiendo culto a las infaustas olas. Le soplo a la yesca mis reservas de menta siempre fresca. Con ello alimento la base de dos enormes fogatas para danzar a la luz de sus sombras. Luego de permanecer en cuclillas frente al mar, quiso apoderarse de mí un ciego impulso de garabatear sobre la arena. Pero antes de que pudiera leer nada, las olas decidieron llevárselo todo. ¡Maldita sea! Por un nuevo y rabioso impulso clavo ahora el dedo índice en la arena, impulso cuyo efecto es duplicar el brillo de varias estrellas. ¿Qué es esto? El desvarío está aquí a la vuelta para el que quiera, mi capitán. Las últimas palabras que salieron de su boca serán la tierna aurora del séptimo día: ¡Laven esas velas y sálvese quien pueda!


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Minificciones [de] Atilano Sevillano

Predestinado Cuentan que en tiempos antiguos vivía un ciego adivino que poseía el don de predecir el futuro. Durante el último año profetizó cuatro acontecimientos, a cada cual más pernicioso, y todos se hicieron realidad. El adivino tras entrar en trance vaticinó que el joven que tomara la sabia decisión de marchar al desierto a meditar ese sería el elegido para traer prosperidad a la aldea. Sólo uno de los moradores se aventuró a tan heroica acción. Al tercer día le cercó la idea de reconsiderar la decisión, pero siguió adelante. Cuando estaba a punto de desfallecer alcanzó por fin una aldea: era la suya propia.

Pecado original Lilith, esa mujer alta y silenciosa, de negro pelo suelto, la primera esposa de Adán sufría de unos celos patológicos, pues, antes de ser creada Eva ya la veía como competidora en el amor. Se alió con la estructura económica para provocar el pecado original.

Cainita El sol está tan abrasador que parece que se rompe en pedazos para dejar que llueva fuego sobre la tierra. Desde lejos veo a mi hermano bajando la colina entre el resplandor rojo. Viene hacia aquí, la luz se inyecta en la quijada que lleva en la mano, seguramente querrá que cacemos. El sudor se amontona en sus cejas y penetra en sus ojos de fiera.

Textos incluidos en Minificciones (libro inédito) de Atilano Sevillano.


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Minificciones [de] Cristina Arreola Márquez

*Beatriz Beatriz amaneció con sangre en las manos. Después de una noche de sueños turbios provocados por un primer insomnio. Pero despierta sacudiendo las pestañas con cubierta de lagañas. Enjuaga sus manos sin herida alguna, sin siquiera un rasguño. Tiende las camas, riega el jardín y barre al frente. Se acerca a la cocina, busca un cuchillo para rebanar las verduras, no lo encuentra, seguramente sus hijos lo utilizaron para algo, ya tendrá tiempo para regaños. El aceite caliente en el sartén, listo para la carne, será un delicioso desayuno sazonado con venganza. En la olla de agua hervida flotan los ojos, mientras un tenedor perfora el iris para comprobar su cocción, a la vez que un corazón se fríe entre zanahorias, cebolla y brócoli. Agua de diente molido, té con cabellos rubios, postre de piel con limón. Todo listo, la mesa servida, Beatriz y su marido almuerzan. Ha estado delicioso, un platillo fenomenal. Beatriz plancha su vestido negro. Hoy habrá un funeral de niños.

Despedida interrumpida Se volvía a mí: besaba estos marchitos labios con los suyos, los de siempre. Haré un mandado, no tardo; su sonrisa por décadas fue un premio inmerecido, pero para esta mañana fue mi regalo. Parecía eterno, me miraba con el amor que sólo de novios le conocí: lo sentí mío, despertó las células de mi piel. Lo vi partir. Aún sé que no tardará. Sé que me piensa, cada noche parece compartir mis sueños. Se volvía, como novio reciente y me decía adiós con la mano, de lejos, hasta que se nos terminó la vista. Por eso siempre vengo, le limpio y riego éste su nuevo hogar, en el que todos mis hijos creen haberlo enterrado. Yo sé que no debe tardar, aún le aguardo.

*Finales El destructor se avecina. Guerreros de rojo y púrpura van al combate. Una laguna de sangre abarca las calles, los niños huyen, han perdido su inocencia. Madres arrancan los fetos de su vientre. El himen de la ciudad se ha roto, los golpes en el pecho sofocan al respiro. La rapiña se ha muerto, el sol quemó los ojos de los que huyeron. Mientras el humo rojo asfixia los aires, una lanza atraviesa el corazón del único inocente. La morada del Rey de Asur quedó desolada, sus ciervos se han convertido en carnada de leones; el bateo de esperma baña a vírgenes sacrificadas en la piedra santa. Por desespero, las putas ofrendan días de sexo a sueldo en la caverna. Nada lo cambia, Nínive murió.

*Minificciones incluidos en la plaquette Ninive (2010). Colección Ouroboros. Ed. Universidad de Colima.


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Minificciones [de] Jorge Dávila Vázquez

Hojas

3 La hoja de acero se vanagloriaba orgullosa de las vigorosas y jóvenes carnes que había cortado a lo largo de su filuda existencia. -Todo para terminar enmohecida en la vitrina de un museo. Comentaba sentencioso un viejo casco de metal.

5 La hoja traspapelada de la Sinfonía Inconclusa, que hasta hoy anda entre manuscritos de composiciones no identificadas, sin que nadie haya reparado en ella, suspirando: “ah, si pudiese”, “ah, si alguien tuviera la paciencia suficiente”, “ah, si un musicólogo de esos que clasifican obras desconocidas…” Y mira con desconsuelo su superficie amarillenta, indescifrada.

6 La última hoja, que miraba desdeñosa a las demás que cayeron al soplo de los vientos invernales. “¡Débiles!” Y se envanecía, mientras los días eran cada vez más fríos. “¡Débiles!” Hasta que llegó el gran viento y la arrancó de cuajo de su rama seca y renegrida, que extendía sus tallos impotentes, como una madre que quisiera salvar a su hija de la implacable ruina.

10 La hoja de cuaderno que contenía la más hermosa carta de amor, violentamente arrancada de su sitio y lanzada como una pequeña bola al basurero. Horas después, todavía palpitaba ligeramente al recordar las frases que contenía y que ahora se contaminaban de todos los desechos del aula y del colegio, mientras quien escribiera la misiva miraba a través de la ventana los coqueteos de su adorada Gracia con un muchacho, hábil jugador de básquet de otro curso. Ellos caminaban ya tomados de la mano hacia la salida del establecimiento, mientras él recogía sus libros y cuadernos, con la profunda tristeza de sus desilusionados quince años.


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Luis Armenta Malpica Ascendencia –O de la unción de la serpiente MIL La historia empieza, desde la oscuridad, con el deseo: serpiente. Hay una gran serpiente en cada día del hombre que se agazapa y nos mira. La bestia está en nosotros. Y está en Dios. ¿Y no será mejor para los hombres creer en el deseo, que la condenación antigua: volverse árbol, serpiente, roca eterna (este Dios que no vemos ni escuchamos)?

El deseo no es un canto. El deseo se quebranta e inmola a la serpiente. En aquel tiempo del agua me disgustaban sus ojos –pensaba que no envilecían. Cuando vi a dos serpientes gozarse sobre el musgo, no pude reprimir darles un golpe. Fui condenado a padecer la locura del ciego.

Sobre mis ojos velan, de nuevo, las serpientes.


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Jeremías Marquines I Acapulco a mediodía. El mar cae de espaldas sobre espumas flamencas. El sol –milite vitalicio–, cabecea entre camisones hinchados que se callan de pronto despidiéndolo.

La sirena de un buque llora dolencias de artista. Las horas van soñando su dominio eterno. Atrás se queda la ola fascinada, azulándose.

El enredo limpio de tu pelo.

No pecaría de cartógrafo cenital, sin niebla para perdernos


donde ya nadie se conoce. 45

Subo a un taxi sin nombre en la esquina de un laberinto de callecitas anfibias, mientras cosas inminentes y grandes pasan y pasan... a la hora del tedio.

Acapulco a mediodĂ­a; sĂłlo en los tamarindos resplandece. AllĂĄ adentro, entre sus redes de rala urdimbre, yo te encuentro.


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Félix Suárez

Mira bien lo que hacemos los dos siempre peleando así... Gouveia Amorín, «Peleas» Bolero brasileño

Zanjados ya, el tren nos pasa encima, cruza la cama demorándose. Jadeando.

Y nos encuentra así la madrugada, uno en cada lado, enlutecidos. A solas.

De nada sirve entonces ya que me hagas señas, que yo te grite entumecido en la otra orilla, si se nos ha empezado a ir, muy lentamente, el último convoy de la mañana.


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Lucía Rivadeneyra ... un coito sin demonio es masaje con hielo. Elías Nandino

Dicen

Dicen que un buen baño lo borra todo.

Yo tengo años de bañarme frotarme enrojecerme y no he podido

arrancarme tus manos.


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Jair Cortés

Desconfianza

Me pregunto si aún soy el saco roto en donde mi madre colocó unas monedas y dos papas el día quince de marzo, si las monedas siguen siendo mis siete hermanas, adoloridas por el parto (mis hermanas ciegas, tropiezos, milagros), si las papas han dado ya de comer a mi padre, (Tubérculo, con sus manos artríticas dice No). Me pregunto en medio del enemigo que se apaga y ya no quiere darme guerra (mi último consuelo), me pregunto si todo esto es verdad, si tú me sigues todavía.


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Dana Gelinas

Aves del paraíso

El cielo se blinda. En la radio comienza la cuenta regresiva: las mil menos una noches. No es la cuenta que detiene un corazón para salvarlo. No es la cuenta que dispara la conquista de la luna. Faltan menos de mil días para que se geste el futuro, y afuera de mi casa ninguna espiga de luz. Desde la infancia cultivé un jardín de oxígeno: cada ser humano elevándose en trajes espaciales.

Locutores deportivos narran el nuevo milenio. Así es mi país: Perestroika,


Muro de Berlín, 50

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Bosnia, la estación del espacio Chiapas.

El futuro nos sorprendió a todos en harapos.

Yo deseaba al visitante, sin embargo, sólo pienso en mis aves del paraíso, mis pájaros fantásticos, la utopía, mis visiones.

Tengo que darles aspirina. No necesitan saber que allá afuera el mundo cuenta hacia atrás.


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Marco Antonio Murillo

Las palabras y el fuego Me arrepiento de haber escrito aquellas palabras sobre mi pueblo, incapaces de romper una cuerda o desnudar a una muchacha.

Mi único consuelo es que mi obra ardió al lado de la mujer del César, la misma noche en que mi barco zarpaba al exilio.

En lugar de escribir la hubiera amado con mayor fuerza: algo de mí en la hoguera tal vez sobreviviría.

Poema incluido en Muerte de Catulo (2011). Ed. El Drenaje.


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Saludo para Luis Armenta Marco Antonio Murillo Siempre he pensado que algo rige las almas de los mejores libros de poemas, puede ser una música, una balanza de palabras, una imagen, un signo. Si aquellas obras no tuvieran este plus difícilmente podrían sobresalir al tiempo y espacio donde fueron concebidas. En el caso de “Voluntad de la luz” (1996) de Luis Armenta Malpica, me atrevo a decir que está presente un signo doble que relaciona lo terrestre con lo marino. De este poemario, se ha dicho: narra la fundación de la vida por el pez. Pero también el origen del pez es el origen del hombre (…) en una cadena que atraviesa multitud de fundaciones (…) fruto de una voluntad férrea para alcanzar la otra orilla. (en Malpica, 2010, p. 87). Siguiendo este comentario, me llama la atención el poema titulado “Fundaciones del pez”. Con voluntad de verso, pero escrito en prosa, es uno de los poemas en donde lo terreno y lo marino se hacen presentes, y resume los motivos que irán guiando la lectura del poemario. El texto se divide en tres partes “Composición oscurantista”, “Composición medieval”, y “Composición renacentista”. Hay en estas escenas una progresión que pareciera artística, paleontológica, pero que en realidad trata de reflexionar sobre el sentido de la evolución de las especies hasta llegar al ser humano.

La primera composición es la más acuática de todas, para acceder a ella el lector debe sumergirse, sus metáforas llegan a ser de tonalidades oscuras, de ritmos pesados y alientos largos. Para Malpica la vida comienza con una voluntad de aire, que es también una promesa de expansión: La burbuja, no más una pecera microscópica de Plancton, ensancha su cristal y funda. (Ibídem, p. 25). La burbuja no sólo es vida, su aire, que está totalmente rodeado de mar, es la pauta para la transformación del pez, y la aparición de un animal nuevo, capaz de crecer a la embestida del relámpago (ídem), y reclamar su pequeña porción de tierra sobre las otras creaturas. Con el arribo a la superficie, el nuevo ser hereda la muerte y la vida, la leche agria y la luz. Su nueva casa no es un mar prohibido como el árbol de Adán, tampoco repite la historia del exilio. En ese sentido, este poema no representa la historia de una degradación, sino examina rasgos de la selección natural. Nos recuerda el autor: no hay manzanas del mar, ni existen, aunque alguno lo crea, las serpientes marinas. (Ibídem, p.26).


Encaminada con estas referencias bíblicas, se abre la segunda composición. De un diluvio ha sobrevivido una 54 ESCRIBA EL TÍTULO AQUÍ pequeña araña, familiar lejano del pez; el único parentesco que tienen estos dos seres es el agua y los sueños

que hay en este poema. Los peces, por naturaleza y por metáfora no pueden soñar: carecen de párpados, ya viven en un mundo de profundas imágenes; pero la araña, nacida de la tierra, sí. Ella, escribe Malpica sueña con un aguaje de leche tibia y mansa (ídem), un agua maternal, que no indica retorno a los orígenes del pez, sino el presentimiento de otro punto de evolución. Como el lector se habrá dado cuenta, el personaje central de esta segunda composición ya no es el pez, sino la araña; sin embargo, es importante recalcar la enseñanza que nos deja el último párrafo: no existe la migala sin su pez, que le arde en cada giro de agua. (ídem). Una especie no puede existir sin las adaptaciones naturales conquistadas anteriormente, las cuales están presentes en la especie nueva. La última composición es terrenal, las imágenes intentan ser debeladoras, menos oscuras; se podría decir, incluso, que estamos ante un fragmento de ensayo: La tierra toda, al fin una burbuja, tiene la forma exacta de una cabeza humana. En su caudal de ideas, laberinto de peces y migalas, el hombre ha edificado su universo. (Ibídem, p.27). Se vuelve a la imagen inicial, pero ahora la burbuja no es pequeña, contiene en sí misma toda la superficie conquistada por los animales terrestres, así como el mundo de las ideas, que pertenece a los seres humanos. El final es inesperado: el hombre es –por fundación del hombre– el tercer centinela del veneno. (ídem). Toda evolución invoca la muerte de la especie predecesora, y al mismo tiempo su persistencia. El hombre de este poema fue formado bajo un signo doble: de agua y de tierra. Al final comprendemos que tanto el pez, como la araña y el hombre son la historia de un personaje mismo, que verso tras verso, e incluso ya acabado el poema, mantiene cierta “Voluntad de (salir a) la luz”. Con ello quiero decir que los poemas de Luis Armenta invitan a romper nuestra burbuja, salir a la superficie y mirar aquella claridad que, como la poesía, es susceptible de dar comprensión a las profundidades de nosotros mismos. Es verdad, un hálito de prosperidad gobierna muchos poemas de “Voluntad de la luz”, pero también el que logra ser atrapado por la lectura, reflexiona y pregunta a su nostalgia sobre el pasado más remoto.

Referencias: Malpica, Luis Armenta (2010). Voluntad de la luz. Colección Muestrario de poesía, número 61, Aquiles Julián (editor). República Dominicana. Versión web: http://es.scribd.com/doc/33775265/VOLUNTAD-DE-LA-LUZPOR-LUIS-ARMENTA-MALPICA


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Para Luis Contigo creí, canté, crecí, quizá conocí unos doscientos verbos que sin el alma fugaz de tu voz carecerían de significado .

EL REGALO (O EL REFUGIO) DE LA POESÍA Llegar al lugar y darte cuenta de que no existe una mejor compañía. Esto sucede con el hombre y su letra. Se abre la puerta y un mundo te abraza, saluda, comparte de un modo totalmente irrepetible su alegría; una alegría de la que inevitablemente te contagias.

“La poesía, desde mi perspectiva, sería la pregunta o preguntas con que me encuentro en el mundo y mi manera de enfrentarlo.” –Luis Armenta Malpica.

(Era la tarde del primero de febrero cuando arribé a aquel sitio, con la intención únicamente de entrevistar a un poeta. Cuando lo que me vine a encontrar fue a un hombre desnudo: desnuda su alma y su palabra creando metáforas de sí mismo). Comencemos… M.- ¿En qué momento caíste en cuenta de que querías expresarte a través de la poesía?

L.- Empecé a escribir más tarde que muchos de mis colegas, y creo que algo tarde también entendí lo que quería emprender. Mi primer contacto con la poesía fue, sin embargo, en la escuela, y debo decir que no fue del todo una experiencia agradable. La poesía me inquietó, eso sí, y esto me hizo que gradualmente volviera a retomarla con el paso de los años. Es la manera como me explico el mundo, sobre todo la forma como me explico a mí mismo y explico a los demás. El hombre se sienta, transcurre… da paso a una alternativa distinta de lectura.


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M.- ¿Por qué escribes, cuál es tu motivación?

L.- Por placer y vocación, es una necesidad de comunicarme y manifestar cada elemento de la vida cotidiana; y sobre todo aquellos que por supuesto lo ameritan. Siempre busco el equilibrio entre los factores que más me importan: la honestidad, la intensidad, el riesgo; también la eufonía, el tono y el contexto. Busco tener cierto nivel de tesura en mis poemas. Desarrollar lo más posible la reflexión, poniendo un poco de distancia entre lo que sucede en el mundo y yo; así, al distanciarme, siento como si buceara en un enorme y complejo mar, teniendo como resultado la experiencia de escribir poesía. De pronto se emparenta con la palabra. Se sienta y sucede a partir de sí, de su discurso, que inevitablemente forma parte de lo que es él mismo.

M.- Varias de tus obras han sido traducidas a otras lenguas, como autor, ¿cómo te sientes respecto a este tipo de acercamientos a tu obra?

L.- La verdad, parecen muchas, pero por un par de poemas traducidos al neerlandés, ¿a cuánta gente crees que le diga algo? Cuando se trata de un autor conocido, sea leído o no sea leído, tiene un impacto. Pero incluso, por ejemplo, poetas mexicanos de primer nivel no han traspasado algunas fronteras a pesar de ser para nosotros fundacionales. ¿Entonces qué estamos haciendo? Nunca falta algún colega, más o menos avezado, en algún otro país, que te pudiera hablar de referencias cultas, sin llegar a conocer necesariamente a un autor o una obra como tal. Esto implica que no siempre llegará a trascender el fondo, que es la parte sensible de la obra.

M.- Tu discurso apunta a la parte sensible, el hecho de haber llegado a un público distinto a tu natural significa que alguien se acercó al texto, lo entendió, le dio la profundidad suficiente para hacer suyo el poema, ¿cómo convives con esto?

L.- Eso esperaríamos que sucediera con toda la poesía. Yo creo que hay redes un poco más misteriosas. Es curioso como hoy en día algunos poetas jóvenes, vivos, resultan ser muy conocidos gracias a los canales de transmisión actual que pueden dar a su obra. Son estas redes las que vuelven posible que suceda este tipo de difusión. Y no puede negar, de una u otra manera, su identidad cosmopolita, de poeta universal, con vida más allá de la propia vida, o vida que se expresa a partir de la escritura y viceversa..


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M.- ¿Considerarías que existe una identidad de la poesía mexicana hoy en día?

L.- Dijeran alguna vez, se entiende cuando un poeta es mexicano, no porque hable de la patria o algo así, sino porque hay una cierta corriente del lenguaje que es más afín a México. Aunque esto sucedía más con generaciones anteriores. El tema no necesariamente significa que un poema sea identitario ni mucho menos. Aún falta la esencia y la profundidad que como tal la mexicanidad implica. Te puedo poner el ejemplo de un poemario mío, situado en Brasil, en La Habana, pero el tomar elementos de estas culturas no implica que yo, de un momento a otro, me vuelva parte de ellas. No deja de ser un texto ajeno a mí, una ficción. Es una poética imaginaria porque yo no soy brasileño y por unos días que pasé ahí nunca terminaré de situarme bien. Una persona que sea brasileña lo notaría de inmediato. Lo mismo sucede con el resto del mundo.

M.- ¿Y por qué sientes que una persona así no podría sentirse identificada?

L.- Ahí voy a la parte de profundidad. Me parece que hay elementos que, como escritores, se nos van a escapar siempre. Es como si uno de nosotros de un momento a otro hablara en un discurso femenino, siempre habrá algo que desconozcas, proveniente de un sitio que resulta ajeno a ti.

M.- Dentro de tu obra generas mundos, personajes, casi una cosmogonía, ¿cómo una persona pudiera no sentirse parte de ello?

L.- Justamente ahí hablamos de la universalidad. Yo soy mucho de tipos mitológicos y estos son compartidos por todos, son arquetípicos. Ahí quizá es más fácil que mi apuesta poética sea universal porque de origen toma hechos muy generales: sagas, óperas, intertextualidad en sí, pintura. Hablemos, por ejemplo, de Rulfo, que es muy universal pero se encuentra habituado en territorios muy mexicanos, tanto del lenguaje como físicamente. La identificación es “esto es México”, esto podría ocurrir en Suecia, pero es México. Se trata de una microhistoria que de pronto se desenvuelve como parte de una historia general. En lo personal no sé cómo hacer microhistorias, siempre tengo que estar haciendo una historia general y a partir de ahí elaborar poco a poco los elementos que la componen. “Conocí a Luis Armenta en Guadalajara, a principios de los años noventa, ya desde entonces era considerado como uno de los poetas más talentosos de Jalisco, nadie dudaba que se consolidaría como una de las mejores plumas del país”. Mar Pérez.


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*Piedras para tu templo (fragmento) Uno es otro cuando ama. Y recién hecho el día toma un poco de pan antes de darse un baño se afeita la maleza y sale a repartirse en los periódicos segundos de vida. Uno es aquel que lleva su sueño bajo el brazo cuando todos lo dejan en la almohada. Y cuando aquel camina por las calles insomnes, perezosas uno siente en el pecho dos bocanadas de humo: el fuego de los otros. Aquel también es uno cuando piensa que la ciudad es una casa grande, con árboles y flores semáforos y esquinas. Pero los solos dicen que la ciudad es uno. El otro, el que ama, dice: la casa de uno es grande cuando los dos estamos. El trabajo de todos es andar por la vida. Herencia de unos cuantos el sueño es un papel que se desgasta y rompe con las lágrimas. Y se percude si lo tallamos mucho. Un sueño también nos quita el sueño. Uno halla en la vigilia la manera de conservar intactas sus palabras. La palabra que lo hizo y lo enmudece. Pulso de arena. Huellas que son raíces, que son cachorros blancos. Palabra Dios y Dios de la palabra (y de la cifra). Dios es más en cada flor que se abre y en cada flor que cierra. En la montaña que apila el horizonte y en el llano que extiende la mirada. Más Dios entre los grillos –duendecillos burlones– que al contar las estrellas también pulen el aire. Bajo el inmóvil pez que mueve al río que es el mismo y no es de Heráclito de Éfeso. Pero es más Dios en casa por Schubert y por Verdi (Dios inventó el silencio para que hubiera música).


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Y una noche se salva por Montserrat Caballé. Y mientras Pavarotti amaina la tempestad de Mozart –según Idomeneo– el mundo es más pacífico en tus ojos. Uno también es otro cuando escribe. También ama. Y no hace falta música. Hace más falta Dios. No hacen falta palabras. Pero hace falta el otro Uno y otro debían amarse mucho para quedarse en casa en esta única historia repetida.

M.- Pero tus obras tocan matices muy distintos ¿dónde encuentras esta generalidad?

L.- Debo aceptar que tengo dos o tres libros que no entran en esto. Es posible que haya lenguaje y cuestiones comunes. Si hurgamos hay fantasía, música, pero muy diferente a lo trabajado en todos los demás donde existe un eje común, una obra que pretende unificarse como poética.

M.- Cuando comenzaste a escribir, ¿te diste cuenta que ya querías generar este macromundo?

L.- No. Lo primero que hice como trabajo formal fue un libro completo, el cual debí fragmentar porque era un libro imposible, que compendiaba los cuatro elementos. En la primera entrega quedaron dos: el agua y el fuego, aguardando la tierra y el aire para uno segundo. A partir de ahí sentí que debía continuar. Mi gran ejemplo para escribir literatura es Wagner: en la saga de los Nibelungos él escribe su primera obra siendo la última del ciclo. Entendió que era muy compleja y debía explicar un poco más ciertas cosas y desarrollarlas. Como resultado escribe una versión diferente para explicar la anterior, y así continúa, hasta que al darse cuenta que faltan elementos, prosigue, en cronología, elaborando diferentes precuelas. Algo similar me sucedió en Voluntad de la luz, era tanta la información que tenía, que de pronto me vi en la necesidad de desarrollar personajes, elementos que hicieran falta en un principio y que los mismos fueran funcionales para explicar la obra más adelante –y que a la fecha me siguen dando posibilidades. Básicamente, se trata de una puesta en escena: está tan apretada la historia que necesito más escenarios, más espacio, explorar otros caminos.

*Poema extraído del libro Luz de otros. (2002). Colección Carlos Pellicer. Ed. Universidad Juárez Autónoma de Tabasco.


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Luis Armenta se demuestra no sólo como poeta, sino como ser humano, una persona integral. Para él el poema es; y emite indefectiblemente su propia sintonía.

M.- ¿Te consideras a ti mismo una persona autocrítica?

L.- En principio sí, pero debemos aceptar que nunca somos tan críticos con nosotros mismos. Lo que sí tengo, cuando reviso mi trabajo, es por ejemplo que si confío en alguien más y me dice “este poema está débil” lo anulo, ni siquiera lo cuestiono. Si fuese demasiado autocrítico, a un grado aprensivo, intentaría justificarlo con algún argumento. Claro que trato de ser crítico, reviso mucho el material, lo dejo reposar bastante tiempo, pero estoy muy atento a las lecturas que tienen los demás. De entrada sé que hay demasiada complejidad en mis textos, les pido mucha complicidad a mis lectores, por lo que busco la retroalimentación de otras personas para intentar aliviar el choque lo más posible.

M.- ¿Te interesa que la lectura fluya o generar esa tensión que lleve al lector a reflexionar?

L.- Ya que tengo el libro revisado, soy cuidadoso de dónde romper o no romper. Lo que sí me pasa mucho es que soy muy de ritmos clásicos. De pronto alguien me dice “es que la música me encantó, no sé qué pasa en el texto pero la música me encantó”. Esto me obliga a regresar, me obliga a realizar rompimientos rítmicos para invitar al lector a repensar, a no quedarse únicamente con la música. Soy muy atento a esto: en donde siento que hay demasiado confort armonioso, melódico, digamos, invoco algún rompimiento para volver a generar tensión. Además tonalmente un libro no puede quedarse siempre en lo alto.

Para el poeta la intención es fundamental. Emite intertextos, permite a su obra convivir con otras más, a veces ajenas, a veces muy propias, que le permitan evolucionar con el tiempo. M.- ¿Dónde sientes que está mayormente la influencia que lleva a Luis Armenta como poeta a generar?

L.- Principalmente la música, de hecho no puedo trabajar sin música. Ahorita que estoy trabajando textos nuevos lo primero que hago es empaparme de la música que quiero. Consumo música, películas, las influencias que me interesan. Pero después debo dejarlos reposar para no saturarme de información. (Y ya una vez digerido esto, comienzo a avanzar).


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Generalmente soy como cíclico, si hago un libro difícil o muy complicado luego hago un libro en donde yo me sienta una vez más más íntimo, más en tierra. Después me canso de lo anterior y me voy al extremo. No tengo mucho justo medio. Al terminar un libro que me parece muy ambicioso como fue Envés del agua quiero un texto así, de alivio, para exorcizarme de todas las obsesiones. Así funciono, es muy raro que vaya en secuelas. Ocupo mucho de eliminar todas las recurrencias, porque en ocasiones puedo ser muy insistente con los temas.

**Música para quedarse en casa (Fragmento) Yo provengo del agua. Semen que no pregunta y que sucede mientras sucede el árbol y los pájaros. No me tiendo a vivir, no me estoy quieto, porque estas mis palabras desmedidas me sacan de la cama y empujan a la calle con el rostro en lugar del corazón y estos dos ojos que laten con mis huellas acompasadamente. Con más de dos palabras en los ojos mi seriedad de siempre (la de hombre que poseo) he repasado tanto estas últimas horas –al igual que si fueran tu mirada– que la nostalgia maúlla (la crecida del celo) y siembro una sonrisa en despoblado. Aquí es hoy. La luz. Mi piel tan convencida de vivir no se accidenta de olores extranjeros. Y es que en casa hay inciensos poderosos, sazón en la cocina y almizcle del hombre que conoce mi rumbo y que me espera. Él es el agua entre la piel de mi camisa y el latido. Él es su consecuencia. Pero los gatos gimen (me dejaste preguntas en los dedos)… **Poema extraído del libro Luz de otros. (2002). Colección Carlos Pellicer. Ed. Universidad Juárez Autónoma de Tabasco.

M.- Las artes de veces requieren surgir de las crisis humanas, ¿qué sucede si una de estas crisis se presenta y te obliga a revalorar tu tema, qué sucede con el texto? L.- Fíjate que me pasa al revés. A partir de la crisis nace la creación. No necesito de una crisis para regenerar un proyecto. En cuanto empiezo a trabajar en uno se me da muy rápido, pero no lo armo, comienzo a hacer los textos secuenciales y llega un momento en el que, sin que yo mismo me dé cuenta, sale el poema que va a dar orden al libro: el poema eje. Incluso en el primero, en el primer libro me sucedió así. Es el momento en el que se aclara todo el panorama. No puedo esquematizar previamente lo que quiero, nunca lo he podido.


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Dejo que la paz fluya y siempre se me ordenan solos los textos. Pero únicamente dentro del proceso de creación. Al momento de la revisión es muy raro que reacomode algo, más bien saco o digo “aquí falta un puente, un enlace”, en caso de que lo considere necesario. Si no, únicamente dejo que el libro continúe.

M.- ¿Te resultaría difícil separar tu ser crítico al momento de crear o al ente creativo durante la revisión del texto? L.- No. No sé si tenga que ver con mi oficio de editor, pero estoy muy acostumbrado a trabajar el texto de otros de manera creativa y sugerir cambios y modificaciones. Entonces, cuando veo mis propios textos, lo puedo hacer con esa comodidad de sentirlos un tanto ajenos; meterles mano como editor en vez de como autor. No me caso mucho con ellos.

M.- Para ti ¿qué importancia tiene la poesía en el plano social, para que a partir del texto surjan historias de vida?

L.- No creo que tenga un papel preponderante, la poesía es más personal. Quizá como persona me llena, me da elementos para ser quien soy y conducirme, pero hasta ahí. Habría un papel por multiplicación a la larga, sí. Si nos transforma y nos modifica como seres humanos es obvio que algo podría hacer socialmente hablando, pero creo que su papel es un poco más humilde. Trabaja en lo pequeño de cada quien, de cada persona. ¿Hablar de que “por una lectura” o “porque se publique más o mejor poesía” fuésemos una mejor sociedad?, no creo. Seríamos mejores seres humanos y punto, y esto propiciaría una mejor sociedad.

Respira, suspira, el poeta se calma –aún con ímpetu– para ayudarnos a llegar. ¿Adónde? No sé, el poeta es el navegante y a su vera se guarda este cielo. Quizá, en sus palabras, un “cielo más líquido”.

M.- ¿Qué es más importante: la intención del autor, el texto en sí mismo, o el acercamiento que tiene el lector hacia él?


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L.- Más que como autor, yo como lector, te puedo decir que hay libros que inevitablemente me cautivan. Supongo que tiene que ver la curiosidad. Escribo y leo por curiosidad. Si hay algo que se me está revelando busco adentrarme cada vez más. Si un libro es muy claro difícilmente me intereso en volver. Me gusta que haya elementos con los que pueda participar, ser cómplice, donde la lectura dependa de mí y no del autor. Quizá por eso mi parte creativa es así, me interesa que los demás se involucren, que pongan de su parte para completar la historia.

M.- Finalmente ¿cuál sería el mensaje más importante que tú como poeta pudieras darle a la gente respecto a la literatura? L.- No sé, ni siquiera me considero un buen promotor de la lectura. Como dice Juan Domingo Argüelles, “el primer derecho del lector es el de no leer”. Lo que sí puedo decir es que para mí, leer es una pasión, como lo es escribir. De los mejores momentos que tengo en la vida diaria son los minutos que le dedico al hecho de leer y releer y releer. Podría ser algo así: que se procuraran ese tiempo, aunque fuesen unos minutos. Que procuraran la lectura por gozo, por curiosidad. Esto siempre te va a causar algo, te va a conmocionar; alguna palabra, alguna línea que te puede obligar a escribir o pensar o repensar y modificar tu esquema de vida. Después de todo, leer te da una mayor apertura y quizá en algún momento pudiera hacerte una mejor persona. En palabras de Patricia Medina, la literatura debe tener una función, que es personal, y es la de hacernos mejores seres humanos.

Agradecimiento especial a David Guillermo Soules por hacer posible esta entrevista.


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Diría yo arrebatadamente que conozco a Luis Armenta Malpica desde que tenía 21 años y me topé en la biblioteca de la Universidad con Ebriedad de Dios. Desde entonces procuré su compañía, lo releí unas quince veces porque no me era posible conseguir todos sus libros, y en cada momento en el que coincidía con él en un café, en la sala de mi casa, en el parque, lo encontraba diferente, a veces amable, a veces doloroso; nos fuimos conociendo paulatinamente. Cuando leí El cielo más líquido ya nos hablábamos de tú y el fenómeno se repitió ya que Luis es de los poetas a los que uno siempre regresa, es una voz que retumba incluso cuando solamente se dispone de dos libros y la imaginación. Cierto día, los estudiantes de Letras Hispánicas del Centro Universitario del Sur, organizaron una charla con él, yo me enteré por un cartel arrugado que quedaba entre los pasillos y acudí lo más pronto posible. Nuestro encuentro fue sumamente emocionante, estaba frente a mí el poseedor de aquél verso que me marcó durante semanas Apuro lo que bebo y no se acaba al contrario: es más lo que me culpa. Cada uno se despide del mundo como puede… Yo pretendo el sigilo, para no avergonzarme de no enfrentar los ojos de los tantos que me aman. La segunda vez que lo vi fue en un festival de poesía en Lagos de Moreno, yo ya lo conocía, él no. Pero siempre mis encuentros han sido silenciosos, inadvertidos para el que mira, revolucionarios para mí que guardo las palabras. Ahora que tengo Envés del Agua pienso en la cercanía que da el tiempo y en las pocas coincidencias que tenemos ahora, en las que también le aprendo.

Lizeth Sevilla


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Luis Armenta también pudo haber sido un extraordinario bailarín o un actor de talento. Lo he visto destacar en muchas disciplinas con estilo propio y no es que un grupo de serafines le haya cambiado su primer pañal y bendecido con mil dones. No, lo de Luis es pasión. Cualquier empresa suya surge del gusto por hacerla, y de igual forma ha ido llevando su vida. El enorme talento literario de Luis Armenta sólo es parte de su talento en la vida. Es un hermoso ser humano y quienes hemos coincidido con él, somos afortunados. Mientras escribo esto me mandó un mensaje anunciándome que ya recibió su casa nueva, y adivino su contento y soy un tanto feliz con él. Quiero tanto a este tipo que no se lo puedo decir con literatura. Espero pronto darle un abrazo.

Gabriel Martín


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Conocí a Luis Armenta en Guadalajara, a principios de los años noventa, ya desde entonces era considerado como uno de los poetas más talentosos de Jalisco; nadie dudaba que se consolidaría como una de las mejores plumas del país. Tuve la suerte y la inmensa fortuna de que fuera mi compañero de trabajo, es un hombre sencillo, educado, tolerante y que sabía defender sus puntos de vista y no se amedrentaba ante la autoridad. Durante mucho tiempo le perdí la pista, lo encontré por internet, me alegré por sus triunfos literarios, le escribí para felicitarlo, le recordé quien era yo, pues no esperaba que después de tanto tiempo me recordara, me llevé una grata sorpresa: Luis tiene una excelente memoria. Tiempo después fue posible reencontrarnos personalmente y me di cuenta que a pesar de su reconocidísima trayectoria, sigue teniendo la misma calidad humana; por él no pasan los años, salvo para reconocerle su calidad literaria.

Mar Pérez


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Visiten la revista literaria española Los sábados, las prostitutas madrugan mucho para estar dispuestas. http://www.revistaliteraria.es/

http://puertaabiertachilemexico.wordpress.com/ Visita a la Agrupación Puerta Abierta Chile México


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http://revistaliterariamonolito.blogspot.mx/


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