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Contenido:
Arte en portada: Astronomía de la memoria (140 x 120 cm. Mixta/tela) de Rocío Caballero (México). Pintura: Rocío Caballero.
En entrevista: Alberto Chimal. Fotografía: Serie “Rostros” de Karla Solorio. Ensayo: “Letras bárbaras. De la llegada y conquista a la Nueva España” de Cristina Arreola Márquez. Serie La Lucha Diaria. Segunda entrega: “La lucha diaria II: Santo” por Alejandro Montaño. Reseña literaria “Muerte y vida de Catulo entre nosotros” de Agustín Abreu Cornelio.
Relatos: Marcia Ramos Lozoya, Rosana Ample, Mónica Paola Siabato, Eva María Medina Moreno. Minificciones: Sergio Astorga, Carlos Enrique Saldivar y Lola García de Luna. Poesía: Andrés Cisneros de la Cruz, Adriana Tafoya, Silvina Maiuli, Aleqs Garrigóz, Rosario G. Towns, Antonia María Carrascal, Betzabeth W. Pagán.
Editorial
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Lejos de la discusión acerca de la posible desaparición del libro como objeto, está un problema mayor que viene afectando a la literatura desde hace años: la falta de crítica literaria. La pérdida del libro en papel se minimizará gracias al tiempo, a la costumbre; para las generaciones subsiguientes no supondrá ningún problema el hecho de no tener el libro físicamente. No hay peligro para el arte el formato en el que llegue o sea presentado éste al individuo, sí el de la carencia o falta del ejercicio de la crítica. Después de todo, obras literarias siempre habrán, el problema radica en qué calidad de literatura será ésta presentada y exhibida en años venideros. Alí Chumacero es certero al afirmar: “El crítico conduce no sólo a la lectura de los libros que están apareciendo sino que contribuye a que el caos de la imaginación, o peor aún, de las imaginaciones, se perfile como una continuidad que al fin y al cabo creará lo que llamamos tradición de la literatura”, y sentencia al señalar que “el crítico debe ser el ordenador y el orientador y entre más críticos haya mejor”. Hoy, no los hay, no existen (y si los hay no han llegado al público en general). La importancia de críticos literarios es vital para el florecimiento de una literatura trabajada, concienzuda, fresca, pero sobre todo, crítica. Con ello el autor se verá beneficiado al igual que el receptor de tales obras que será el lector, así, y solamente de esa forma se construye la cultura (la cultura del arte, la seria, no la demagógica que han implantado antropólogos y demás gente). Toda alta literatura necesita sus críticos, como en los 30 lo tuvo México con Jorge Cuesta, por poner un ejemplo. En nada le ayuda a la literatura el que sus autores se sientan realizados por el aplauso continuo a sus obras, de amigos o de ciertos círculos que muchas veces se dan por quedar bien, o para evitar un enfrentamiento con cual o tal editor y con ello generarse una enemistad que desembocará en la no publicación de obras futuras o la obtención de algún premio o beca literaria. No beneficia ni ayuda la condescendencia a la generación de nuevos lectores. El lector casual no tiene el paladar suficientemente trabajado para discernir entre una gran obra y una simple, llana y cuadrada. Consumirá lo que se le dé, y muchas veces lo que encuentra, en vez de generarle un mayor acercamiento a la literatura, lo alejará. El crítico se encargará de dar una línea, marcar el camino, de separar la basura, de enterrar obras y hará imprescindibles a otras. La pregunta mayor es si hay un crítico actualmente que quiera hacerlo sin empacho, sin miedos, sin ligaduras, sin intereses creados. JUAN MIRELES http://wwwjuanmireles.blogspot.mx/
Blog: http://revistaliterariamonolito.blogspot.mx/ Canal en Youtube: https://www.youtube.com/user/MonolitoEdiciones?feature=watch Facebook: https://www.facebook.com/RevistaLiterariaMonolito Twitter: https://twitter.com/RevistaMonolito ¿Quieres colaborar? Manda tus obras a revistarusticamex@hotmail.com Cada uno de los textos e imágenes aquí presentados, son responsabilidad y propiedad de los autores. Registros en trámite.
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Letras bárbaras. De la llegada y conquista a la Nueva España Dejemos al menos flores dejemos al menos cantos (Nezahualcóyotl)
Por Cristina Arreola Márquez De cómo se dio la conquista y colonización del México prehispánico, muchos historiadores nos han hablado; sin embargo, en su afán de brindar explicaciones han logrado generar un juicio irrompible respecto a los hechos sucedidos, que si bien comparto, lucho también por contribuir al contexto previo en que los antiguos pobladores se conducían en su vida diaria, con un cosmos de respeto y amor a la naturaleza como centro de todo. Antes bien es necesario recordar que la mayoría de la literatura y los códices que hasta la actualidad han sido rescatados, responden a la interpretación e incluso al mandato de creación según los ideales cristianos de los frailes españoles, que a su vez agradaban a los intereses de los reyes y el resto de la población que permanecía expectante a lo sucedido en este nuevo continente, y en la rebautizada Nueva España.
EL DIOS QUE VINO DEL MAR
La historia no dista de la creencia que tuviera Moctezuma del regreso de Quetzalcoatl por el mar, aspecto que es bien retratado por Hernando de Alvarado Tezozomoc, un indígena que probablemente descendió del antepenúltimo huey tlatoani mexica (gobernante mexica): “llamó a Tlilancalqui y díjole: ya está acabado lo que habéis de llevar, y os habéis de partir á dar este presente á los que son ahora venido, que entiendo que es el dios que aguardamos Quetzalcoatl, porque los viejos de Tulan tienen por muy cierto que les dejó dicho su dios Quetzalcoatl que había de volver á reinar á Tulan y en toda la comarca de este mundo”1.
La crónica mexicana, escrita al parecer alrededor de 1598 por Alvarado Tezozomoc, realiza una reconstrucción de mitos, lenguaje y acciones entre la fundación de Tenochtitlan y la conquista; sin embargo, debido precisamente
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Crónica mexicana. (1975). 2da edición. México: Porrúa
al uso de lenguaje pensado en nahúatl, muchos historiadores no le han brindado el valor suficiente en su campo de estudio.
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También Fray Bernardino de Sahagún hace referencia a este momento con un apartado en el que describe a Moctezuma dando la bienvenida a Cortés: “señor nuestro: te has fatigado, te has dado cansancio: ya a la tierra tú has llegado. Has arribado a tu ciudad: México. Allí has venido a sentarte en tu solio, en tu trono. […] No, no es un sueño, no me levanto del sueño adormilado: no lo veo en sueños, no estoy soñando… ¡Es que ya te he visto, es que ya te he puesto mis ojos en tu rostro…!2”. Por su parte, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, un mestizo descendiente del señorío de Texcoco con La historia chichimeca, mantiene una redacción más pura, escrita antes de 1640, según se tiene registro y en la que se nota un sentimiento más equilibrado al respecto, ya que tal pareciera que sólo realiza el vaciado de los hechos según como le fueron narrados, sin mostrar apego directo al aspecto indígena. De este último podemos rescatar la narración de la gran matanza en el Templo Mayor, con Moctezuma ya preso y la población mexica desprevenida por la celebración de una de las ceremonias más importantes en el año, los españoles encontraron ventaja y acabaron con la vida de los indígenas que encontraron a su paso. “Fue una fiesta que llaman tóxcatl, que era casi por la pascua de la resurrección, y en aquel día empezaron los mexicanos a hacer sus fiestas como solían, la cual fiesta se hacía dentro de un patio grande que estaba delante del cu principal que ellos tenían, el cual tenía cuatro puertas”. 2
Historia general de las cosas de la Nueva España. (p. 775)
“Luego mandó armar toda su gente y fueron al patio donde hacían la fiesta, y tomáronle las puertas del patio, 6 ESCRIBA EL TÍTULO AQUÍ entrando algunos españoles matando casi cuantos estaban en el patio, porque como estaban descuidados de tal
rebate estaban sin armas, y a esta causa murieron muchos principales y otras muchas gentes que estaban en la fiesta”3. PREVIO A LA CONQUISTA
Los habitantes de las culturas prehispánicas, lejos de ser unos bárbaros y adoradores de los demonios, como lo concibieron los conquistadores, se regían como poblaciones bajo principios muy bien establecidos, con la obligación de respetar al resto de sus vecinos pero sobre todo a la naturaleza en general: los astros, los estados del tiempo, el paso de los meses, las plantas y por ende la comida; la fauna como lo vemos representado en muchos de sus dioses; la tierra misma, el agua, el fuego, el aire; la vida misma. Muestra de ello se encuentra reflejado en los códices de la antigua palabra llamados Huehuehtlatolli, los cuales fueron producto de los cantos a los dioses, las enseñanzas de padres a hijos, las preguntas filosóficas de la existencia, leyendas, registro de batallas, entre otros. De recabar estas situaciones, plasmarlas en códices y transmitirlas, se encargaban los “temachtianis” (maestros) también conocidos en náhuatl como “tlamatinis” (sabios).
Se tiene mayor conocimiento de dos tipos de códices, los Huehuehtlatolli que contenían la antigua palabra y el buen actuar que se compartía de padres a hijos, de sociedad a gobernantes, a médicos y a los señores de alto rango (por nombrarlos de una manera). El otro tipo son los Cuicamatl que corresponden a los papeles de canto, en los que podemos ubicar la poesía. Como ya lo menciono en estos párrafos anteriores, entre padres e hijos se realizaban rituales para infundir el buen comportamiento ante la sociedad y hacia la propia familia, lo que hace constar un 3
Obras históricas I. (1985). México: UNAM. (p. 389)
nivel de civilización bastante elevado, situación que entre tribus “bárbaras” no se habría logrado bajo ningún motivo.
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Gracias a Fray Andrés de Olmos, principal personaje que habría de recabar los Huehuehtlatolli, es que ahora podemos tener un acercamiento más personal al estudio de la vida entre los pobladores del México antiguo y apreciamos la maestranza con que se conducían oralmente, como lo es en la instrucción que hace una madre a su hija: “Ahora mi niñita, tortolita, mujercita, tienes vida, has nacido, has salido, has caído de mi seno, de mi pecho. […]No vayas buscando discusión, no sin consideración la ofrezcas; sólo con calma, poco a poco expondrás y no irás como tonta”4. A grandes rasgos mencionaré algunos títulos que se encuentran entre lo más conocido, tal como el libro del consejo Popol Vuh de la cultura Maya Quiché; el Rabinal Achí que se trata de una representación teatral; los libros del Chilam Balam y los poetas más recordados son Nezahualcóyotl y Axayacatl, este último en realidad era un guerrero y su canto funge como las aventuras plasmadas para ser recordadas en leyenda, durante su paso y conquista de los pueblos.
Son textos plagados de metáforas debido a la manera de nombrar las situaciones y las cosas, utilizando los animales para describir cierto tipo de personas o de estratos en la sociedad. También los colores están muy presentes en ellos, siendo en algunos casos grandes descripciones a la naturaleza y a la propia vida. Generalmente lo escrito es la transmisión de la buena conducta, haciendo siempre hincapié al respeto a los ancianos, a las plantas y animales, a los dioses para no ser maldecidos, a los semejantes y sobre todo a la propia existencia. NARRACIONES “DE INDIAS”
Afortunadamente para la historia de nuestros antepasados, hubo algunos frailes conscientes de la grandeza de material interesante por rescatar en las costumbres de aquellos pueblos y otros que simplemente utilizaron la tinta como una ruta de escape de la realidad, pero gracias a todos ellos es que ahora podemos recrear con distintas fuentes las situaciones de los ritos, forma de vida, gustos y temores de aquellos tiempos. 4
Fragmento de las Palabras de exhortación con que la madre así habla, instruye a su hija. dentro de: León-portilla, Miguel. (1991). Huehuehtlatolli. Testimonios de la antigua palabra. Ed. Fondo de Cultura Económica.
Bernardino de Sahagún demuestra en sus líneas el inmenso culto a sus dioses, pues dice que “todos los días, antes EL TÍTULO AQUÍ que 8obraESCRIBA alguna comienzan, queman en las dichas mezquitas incienso, y algunas veces sacrifican sus mismas
personas, cortándose unos las lenguas, otros las orejas, y otros acuchillándose el cuerpo con unas navajas, y toda la sangre que dellos corre la ofrecen a aquellos ídolos, echándola por todas partes de aquellas mezquitas, y otras veces echándola hacia el cielo, y haciendo otras muchas maneras de ceremonias; por manera que ninguna obra comienzan sin que primero hagan allí un sacrificio”5. Descripción que también Bernal Díaz del Castillo hiciera: “tenían por costumbre que se sacrificaban las frentes y las orejas, lenguas y labios, los pechos y brazos y molledos, y las piernas y aun sus naturas, y en algunas provincias eran retajados y tenían pedernales de navajas con que se retajaban”6. (578) Todo esto lo hacían por las creencias de agradar a los dioses y no hacer enfadar a la naturaleza, temiendo siempre a los fenómenos naturales como los eclipses, las sequías y las grandes tormentas, tal como lo vuelve a explicar Sahagún: “cuando se eclipsa el Sol párase colorado […]. Cuando esto ve la gente, luego se alborota y tómales gran temor. Y luego las mujeres lloran a voces, y los hombres dan grita, hiriendo las bocas con la mano”7.
Un cronista que también habría de dar buena señal de aceptación hacia los indígenas de este continente es Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien en su testimonio de Naufragios pone evidencia de la ayuda obtenida por ellos ante la catástrofe. “Los indios, de ver el desastre que nos había venido y el desastre en el que estábamos, con tanta desventura y miseria se sentaron entre nosotros, y con el gran dolor y lástima que hubieron de vernos en tanta fortuna, comenzaron todos a llorar recio, y tan de verdad, que lejos de allí se podía oír, y esto les duró más de media hora”8. Sin embargo, y como ya lo mencioné al principio, a pesar de conocer el lado humano y débil de los antiguos pobladores o “naturales”, como eran nombrados por los cronistas o narradores de indias, no hubo quien hiciera a un lado la situación de los sacrificios humanos y las ceremonias de mutilaciones, aspecto que tampoco podemos dejar de mencionar en este pequeño estudio, comenzando con Bernardino de Sahagún: “Tienen otra cosa horrible y abominable y digna de ser punida, que hasta hoy no habíamos visto en ninguna parte, y es que todas las veces que alguna cosa quieren pedir a sus ídolos, para que más aceptación tenga su petición, toman muchas niñas y niños y aun hombres y mujeres de mayor edad, y en presencia de aquellos ídolos los abren 5 6 7 8
Bernardino de Sahagún. Historia general de las cosas de la Nueva España. (p. 64) Bernal Díaz del Castillo. Historia verdadera. (p. 578) (p. 693) Núñez Cabeza de Vaca, Alvar. (1988). Naufragios. México: Porrúa. (p. 25)
vivos por los pechos y les sacan el corazón y las entrañas, y queman las dichas entrañas y corazones delante de sus
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ídolos, ofreciéndoles en sacrificio aquel humo”9. Y por último en Bernal Díaz del Castillo: “Hallóse allí en aquel pueblo mucha sangre de los españoles que mataron, por las paredes, con que habían rociado con ella a sus ídolos, y también se halló dos caras que habían desollado y adobado los cueros, como pellejos de guantes, y las tenían con sus barbas puestas y ofrecidas en uno de sus altares. Y asimismo se halló cuatro cueros de caballos, curtidos muy bien aderezados, que tenían sus pelos y con sus herraduras, y colgados y ofrecidos a los mismos ídolos.10”
CIVILIZACIÓN VERDADERA
A pesar del magno daño a la historia antigua que se dio con la destrucción de esculturas, códices y de la propia vida de los antiguos pobladores, personalmente defiendo la postura de que hasta nuestros días y en mayor medida en los pueblos –indígenas o no–, aún podemos encontrar bastante de la cosmogonía prehispánica: los ritos diarios, los remedios herbolarios, el amor a la naturaleza y el respeto a la figura del anciano aún perduran; el problema principal radica, según mi experiencia, en que las nuevas generaciones se alejan –y no por su propia culpa, sino de los propios educadores diarios– de todos estos valores.
Si abordáramos el tema de raíz y la educación en nuestro país diera un acercamiento más plausible a las culturas fundadoras de nuestro pasado real, habría personas con mayores valores y sobre todo con la información certera al cotejo de las fuentes que nos demuestran la realidad de esas culturas indígenas y no la tradición bárbara que a través de los años se nos ha infundido.
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(p.64) (p. 296)
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La Lucha Diaria II: Santo, El Enmascarado de Plata Por Alejandro Montaño
El nombre de Rodolfo Guzmán Huerta quizás no le diga nada a mucha gente, pero cuando hablamos de Santo, El Enmascarado de Plata, la cosa cambia.
Como personaje de los encordados, Rodolfo debuta en 1934, y antes de ponerse la máscara plateada (que según su hijo, confecciona él mismo, de piel de cerdo), lucha con los nombres de: el Hombre Rojo, Murciélago II, Demonio Negro o simplemente como Enmascarado; mucho tiempo combate del lado de los rudos, e incluso como técnico, siempre supo estar en el límite de lo deportivamente legal.
Más que a un luchador, Santo encarna todo un mito. El 26 de julio de 1942, en la Arena México, nace la identidad que lo inmortaliza.
Pero el nacimiento de la leyenda cinematográfica, que lo convierte en verdadero ídolo y figura mítica en todo el mundo, tarda en surgir otros 16 años, aunque el género del cine de luchas aparece en 1952, mismo año en el cual debuta el Huracán Ramírez, con quien comparte incontables aventuras y luchas dentro y fuera del cuadrilátero. En efecto, quien primero recibe el mote de Enmascarado de Plata, no es él, sino el Médico Asesino, quien protagoniza la serie de cintas homónimas de René Cardona (1952), a pesar que todo mundo sabe que la máscara del galeno de la Muerte es blanca, y no argentina. Hay quien sostiene (como mi amigo Edgar Lomelí), que “no le llegaron al precio” al Santísimo, razón por la cual, el Médico entra al quite para encarnar al personaje en la cinta. El Hijo de Santo afirma que su padre pospone su debut en cine hasta el ’58, debido a que no se considera a sí mismo actor, y además, porque cuando recibe la oferta, se encuentra en dura preparación para una importante lucha con su acérrimo enemigo, Black Shadow.
Otros dicen que no acepta, simplemente porque no le ve a su carrera cinematográfica, ni al cine de luchas, un 11 gran futuro; pero el hecho es que mote queda indisolublemente ligado al nombre de batalla del luchador, para
no separarse de él jamás.
Esto resulta por lo menos extraño, porque Santo siempre tiene una magnífica visión para autopromocionarse; ejemplo de ello es el cómic-fotonovela con su nombre, el cual es editado por su compadre José G. Cruz con gran éxito por más de 20 años, y llega a tener un tiraje superior al millón de ejemplares semanales, menuda cifra, hasta que los compadres se pelean, y Cruz sigue editando su revista con un musculoso personaje, que ostenta una letra “S” en la frente. Todo esto es contado –bastante bien escrito, por cierto- por el mismísimo Hijo de Santo, en su columna semanal en el diario Récord.
Los rumores pueden ser ciertos, total o parcialmente, aunque son poco creíbles, dado el eteno romance entre el luchador y la lente.
Sin embargo, no es sino hasta 1958 cuando por fin actúa el Santo interpretándose a sí mismo en la coproducción México-Cuba: “Santo contra Cerebro del Mal”.
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Otros de sus compañeros inseparables son Mil Máscaras; su compadre, el Huracán Ramírez, y Blue Demon, con quien lo unía una gran rivalidad luchística, aunque también fueron aliados en mil batallas.
Pero como se ha dicho, el Santo se convierte en leyenda gracias al cine, no sólo en nuestro país, sino en otros lugares del mundo, donde llegan a pensar en él no sólo como figura de los encordados, ni como actor, sino como auténtico súper agente y luchador incansable contra el crimen, genios del mal y terroristas internacionales, así como momias, vampiros, extraterrestres y otras fuerzas sobrenaturales.
En países lejanos, como Líbano, Egipto, Marruecos, y Turquía, se le considera como un verdadero superhéroe, y hay quien afirma con toda seriedad que es de origen árabe. Digno de verse este segmento, en el cual un Santo Árabe (verbigracia) interpretado por el actor turco Yavuz Selekman, combate junto con un flacucho Capitán América, a un Hombre Araña que es malo, remalo, requetemalo, en la cinta 3 Deb Adam (los tres poderosos) (Turquía, 1973), cinta que deja a todas las películas mexicanas del Santo, aún las más inverosímiles, como documentales fidedignos del National Geographic.
Por el contrario, en Europa, particularmente en Francia, sus cintas más descabelladas, se consideran obras de arte surrealista. Ahí ocurre el fenómeno contrario, porque simplemente, nadie cree que el Santo sea real, y luche cada semana en las arenas de México y el extranjero; durante mucho tiempo, la gente no cree que se trate de un ser de carne, hueso y un pedazo de pescuezo, sino de un personaje tan ficticio como los monstruos que combate en las pantallas... para ellos, era un personaje de ficción, como Batman y Superman.
13 Mucha tinta ha corrido, y seguirá corriendo en torno a Santo, pero más allá de las películas, Santo es, y será, el
máximo ídolo de la lucha libre mexicana.
Hasta el final conservó el aura mítica; la máscara plateada, que nunca perdió en los encordados, de los cuales se retiró en 1982, se la
quitó
frente
al
periodista
Jacobo
Zabludowsky en su programa Contrapunto, como
presintiendo
su
muerte,
que
sobrevendría unos días después: el 5 de febrero de 1984, a causa de un infarto sufrido poco después de una actuación en el Teatro Blanquita.
Era de nogal... era de nogal el Santo. Un gran campeón; por eso luchaba tanto.
Fuentes:
http://cinemexicano.mty.itesm.mx/estrellas/el_santo.html http://www.record.com.mx/blog/santo-el-enmascarado-de-plata-vs-jose-guadalupe-cruz http://www.record.com.mx/blog/historia-de-las-mascaras-y-sus-fabricantes http://www.youtube.com/watch?v=Q6h8WntefD0
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Muerte y vida de Catulo entre nosotros Por Agustín Abreu Cornelio
Pareciera que algunos poetas han estado siempre allí, que la historia se hubiese echado a andar por el peso de sus palabras. ¿Qué hubo antes de Homero en ese mar que hoy llamamos Mediterráneo? Indudablemente mujeres y hombres que vivieron, odiaron y amaron, pero que hoy ceden su lugar al de los pies veloces, al domador de caballos, al fecundo en ardides. Todo el universo arde y renace constantemente, y los poemas no pueden sino dar testimonio de que algo debió recordarse. Ponen una marca en la trayectoria del olvido: lo hacen interponiendo signos, palabras, metáforas, ante lo que no puede recuperarse. “Se canta lo que se pierde”, escribió Antonio Machado con razón plena. La obra de Cayo Valerio Catulo, lo mismo que la de autores más recientes o más antiguos, persiste como un monumento a lo que el tiempo nos ha arrancado de las manos. Sin embargo, las palabras del poeta latino, tan llenas de nada, sólo indicios de lo que fue su atormentada vida, lucen ante nosotros como una invitación a la pasión propia. Es decir, el poder de la poesía reside en invertir la pérdida, en hacer del olvido una acción creativa. Marco Antonio Murillo, en Muerte de Catulo, describe de gran manera la naturaleza del fenómeno poético:
Pero algo oculto, cierta cosa olvidada, acaso pueda recordar que alguien habitó lo que ahora es inhabitable. (31)
El mencionado libro de Murillo no es únicamente un homenaje al gran poeta latino, también es una exploración de la poesía desde los dos elementos que le conceden existencia: el del poeta y el del lector, siendo que la más fecunda relación de ambos elementos es aquella en la cual el lector se ve urgido de volverse creador. Síntoma de esto es que Murillo decidiera finalizar cada poema con dos puntos, en vez del punto final; ello podría interpretarse de dos maneras: como una indicación del estrecho vínculo que une un poema con otro, pero también como una oportunidad para que el lector imagine aquella consecuencia de lo que el poema plantea. Dos puntos que abren el texto.
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Pero no me refiero solamente a la lectura creativa en la que el lector va poniendo de sí, de su experiencia vital para actualizar las imágenes y metáforas que el texto le concede; sino primordialmente a aquella la ocasión en la cual el acto de leer obliga al lector a enfrentarse a una hoja en blanco para dar constancia de las propias pérdidas. Desde el segundo poema de la primera sección del libro, el cual se abre con una famosa línea de Virgilio: “Oscuros en la solitaria noche” (12), hasta aquel “soneto en prosa hecho mediante la combinación de 13 versos de distintos autores” (28), Muerte de Catulo se convierte en una defensa de la apropiación lectora:
¿Qué diría el César si supiera que tus poemas son plagio de otro poeta más antiguo que las antologías? ¿Qué diría si supiera que mientras Lesbia transcribía cada uno de sus versos, tú sentenciabas al fuego cualquier rastro de tu anónimo colega? (29) De esta manera, el poema que Marco Murillo nos concede, se presenta ante nosotros, lectores del siglo XXI, como un espacio de la “ahoridad” que Haroldo de Campos exigía para la poesía contemporánea. Si bien el libro se
encuentra lejos de los poemas concretos, sí atiende a aquel postulado de Campos que exige romper la orientación 17 lineal de la tradición para que el poema sea un eterno presente en el cual conviven poemas de distintas épocas,
pretendiendo romper de esta manera con el determinismo histórico (De Campos 47). Ya el primer poema de la serie “Pobre Valerio Catulo” describía el brindis en el cual se han de mezclar los licores con la sangre al romper las copas que los contenían. En el caso de Murillo hablamos no sólo de la poesía de Catulo y Virgilio, sino también de Quevedo, Sor Juana y, sobre todo, Rilke.
Podría sorprender el hermanamiento en Muerte de Catulo del poeta germano con el latino, del poeta purista con el exaltado autor de epigramas. Mérito de Murillo es hacernos recordar que ambos coinciden en el trabajo de la palabra, en la búsqueda de la belleza, en el conocimiento de que la belleza, como la felicidad, es inalcanzable y, por ello, terrible. Pero sobre todo, en la plena conciencia de saber que es la pérdida lo que persiste en el canto. “Aprende a olvidar que tú cantaste”, recomienda Rainer María Rilke a un muchacho enamorado, en el tercero de sus sonetos a Orfeo, “esto no es tu amor” (Rilke 25).
En cuanto al poeta latino, famoso es aquel poema en el cual cantó la muerte del gorrión que tanto hizo sufrir a su amada Lesbia. Pero más interesante, en la ocasión de este escrito, es la particular visión que de la poesía de Catulo se presenta en el libro de Murillo, quien pone énfasis en la lucha agónica que sostiene el poeta con la escritura, cuyo instrumento llama con gran coherencia “lanza de doble filo”. Lucha que sostiene contra el morir y olvidar constante, como contra el ángel de Rilke:
lanza de doble filo, escribí para luchar por la vida, hoy renuncio a este combate, la victoria fue mi derrota frente al tiempo (Murillo 20)
Sea quizá esa expresión del tiempo, del ser en el tiempo, aproximación a la poética de Rilke, lo que mejor realizado está en Muerte de Catulo. No buscar la conservación, el honor propio, si hasta los imperios caen –como se señala en el poema “Roma, 476 d.C.”–; sino entregarse a la pérdida de la voz propia: “Más que esta ciudad arrasada, me conmueve que escribas en el aire” (18). El fluir, representado en el poemario por el aire lo mismo que por el río Tíber, es símbolo del tiempo cuyas aguas “intactas casi” (13) corren sin encontrar desembocadura; en el cual somos nada, aunque nuestras palabras sí puedan persistir cargadas con olvido con su irrevocable pérdida. Borges escribió en un breve poema “La meta es el olvido”. En esa entrega desinteresada es en la que Marco Murillo parece haber sido empujado por la poesía: en reconocer la valía de sus ruinas, en soplar la ceniza hasta
que todo lo que de carbón hay en ella arda. La poesía, y él lo ha escrito en el poema “Las palabras y el fuego”, no 18 ESCRIBA EL TÍTULO AQUÍ es una decisión de vida, es simplemente vida; espacio que habitamos aunque no nos brinde refugio, como lo ha
escrito él también en el último poema del volumen. “Se canta lo que se pierde”, escribió Machado, y habría que leer los versos de Muerte de Catulo al amparo de dicho pensamiento para comprender cuánto promete la poesía de Marco Antonio Murillo. Estos, por ejemplo:
Tuvo un castigo más terrible y más perenne que Prometeo: El olvido. (34)
Obras citadas:
De Campos, Haroldo. De la razón antropofágica y otros ensayos. Trans. Rodolfo Mata. México: Siglo XXI, 2000. Murillo, Marco Antonio. Muerte de Catulo. Puebla: Rojo Siena, 2013. Rilke, Rainer María. Sonetos a Orfeo. Trans. Otto Dörr Zegers. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 2002.
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Todo ocurre en un lugar llamado Centro
Por: Marcia Ramos Lozoya
En el Centro, a dos calles de mi desaparición, se hizo un callejón sin salida: dos cigarros sirvieron para recrear un corazón de vidrio que cayó en el pelo descompuesto de una mujer. Él le dijo: ¿Entonces no era yo todas las combinaciones de tus seres acariciados bajo la atmósfera de la muerte? Ella le contestó: No, mi ilusión se escucha a tres años de aquí, el único lugar donde podré ser libre, pero sígueme hablando del amor en la parte que dices no eres tú, en la parte que me acaricias con tus uñas coartadas en sangre y pronuncias en la oscuridad con una de tus caras que no crees en el amor porque dicen es algo bello y tú rechazas toda belleza que no esté podrida. Dime otra vez que sólo tus huesos de calavera podrán amar una vez, ya viejo, que tendrás todas las respuestas antes de morir. Con los ojos desgarrados me encontrarás aunque no sea exactamente yo. En el Centro, a dos calles de mi desaparición, se murió una anciana que contaba cuentos de terror dos manos fugitivas recorrían su cuerpo pálido. Un taxista contempló el asalto y se derretía en su propia boca antes de llegar a casa. Él dijo: lo siento, cielo, tenemos que hablar, en los próximos segundos querré contarte toda mi vida y lo que sucedió hoy, tú me dirás que anunciaron lluvias y no podré continuar. En los siguientes 10 años me acostaré con una mujer en el Hotel Rita sólo porque tú fuiste un fantasma. Ella le dijo: Es hora de marcharme, una anciana también murió aquí. En el Centro, a tres calles de mi desaparición, una pareja se recorrió la piel cantaron canciones por toda la Avenida Revolución y contemplaron sus tentáculos
envolviéndose con el abrigo de sus amigos 21
terminan en un motel. Él le dijo: Había una vez unos desahuciados... Ella le dijo: Había una vez una anciana... Él le dijo: Había una vez un vampiro... Antes de que él terminara de anunciar ella lo interrumpió y le contestó: Y hoy tiene mucha hambre. Se abalanzó sobre su cuello y lo dejó seco. En el Centro una niña cruzó la calle sin mirar y desapareció para siempre. Iba huyendo de su propia película en donde los monstruos si existían. Tres turistas residentes se dijeron: qué final tan malo para una película snuff.
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Un currículum para una cita Por: Rosana Ample
Hacía más de tres años que no tenía una relación estable, que no me enamoraba, que no jugueteaba con el arte del filtreo. Sentí que era el momento y comprobé a mi pesar que, a merced de ser una mujer atractiva, independiente e inteligente no iba a encontrarlo bajando a la biblioteca o museo de la ciudad. Esta disciplina, al igual que encontrar trabajo, queda relegada a la red de internet. Como cualquier aprendiz, no redacté un Currículum Vitae. Y en mi perfil, pasaron perros y gatos con o sin pedigree. No quise juzgar, lo que ves es lo que hay… Tras encontrarme con muchos de ellos en citas ridículas, no hallé la ecuación del amor. El ritmo empezaba a bajar. Pasé de ponerme súper sexy para los encuentros, a decidir ir con el chándal de salir a correr. Destripé todas las posibilidades habidas o por haber. Me siento como en una perfumería después de haber olido cuantiosos perfumes. Ando mareada, ya no identifico el olor a amor, el olor a erotismo… ¿Cómo era el perfume del fantasma? Me he confundido, he adquirido el Eau de fantoche pensando que era el AcqailAmore. Dije a todo el mundo, este perfume era AcqailAmore… cuando se trata de Eau de Le Fantoche. Ando perdida con tantos nombres, con tantos perfiles. Juego a dos bandas, tres bandas y a veces cinco bandas. Cada día mi hocico es más sabueso y olisquea las condiciones para formar parte de mi corazón. ¿Eres guapo?, mente vacía y superficial. ¿Eres inteligente?, pero tu rostro o cuerpo es imperfecto, o no se solapa con el mío. ¿No tienes trabajo?, pues no me interesa compartir una sola palabra contigo. Pero, ¿es así como se hacen las cosas?
Dentro de 10 años, los universitarios estudiarán el triste caso de las mujeres bellas e independientes, eternamente 24 ESCRIBA EL TÍTULO AQUÍ solteras que con la crisis del Siglo XXI vivieron otra crisis; la del amor.
He perdido el olfato y las ganas de seguir olfateando.
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Del libro de las revelaciones Por: Mónica Paola Siabato Benavides
El día llegó con la última lluvia. Por la ventana, veo las palomas inertes con apariencia tibia, resbalando por los paraguas. Van quedando, una tras otra, tiradas en la acera como si estuvieran dormidas. Los transeúntes caminan en puntas de pies para no pisarlas. Se forman montones de cadáveres de aves en el asfalto y los carros pasan por encima como si fueran charcos. Me cercioro de tener todas las puertas cerradas. Enciendo el televisor: ningún canal hace cubrimiento de la lluvia que presencio desde mi ventana; vivo en el piso 13. No hay noticias de último minuto, ni trasmisiones en vivo; tomo el computador para escribir a la emisora o al canal local para que alguien me explique lo que está sucediendo, pero no hay servicio de Internet, tampoco funciona la línea telefónica. Me encierro en mi habitación, agarro el rosario de mi madre y empiezo a rezar: esto no puede ser otra cosa que el anuncio del fin del mundo. Recuerdo las lecturas de la Hermana Zoila en las clases de religión: “y hubo granizo y fuego mezclados con sangre, que fueron lanzados sobre la tierra”, el ángel ha tocado la primera trompeta. Los pájaros caen como llamas del cielo y dejan su rastro de sangre por las calles. No hay otra explicación, es el fin del mundo. Estoy aterrada, acurrucada en la cama, cierro los ojos queriendo vendar el terror que siento, aprieto el rosario y sigo masticando salves. El sudor cae por la frente recorriendo mi cara desencajada por el miedo, tengo la ropa empapada pegada al cuerpo, estoy en la oscuridad que dan las cobijas al cubrirme toda; paso la mano por la frente, intentando encontrar el cordero grabado. “Los que tengan la señal del cordero serán salvados”, dice la Hermana Zoila en mi mente mientras yo sigo tallándome la piel. El cordero tiene que estar ahí, la señal debe aparecer antes de que el sexto ángel toque la trompeta y libere a los ejércitos con caballos y jinetes acorazados de fuego, de zafiro y azufre. Ya es mediodía, en la calle el rastro del mortífero aguacero es una albúmina de sangre, picos y plumas. Un olor nauseabundo se apodera del ambiente. Tengo la garganta seca, paso la lengua por la comisura de los labios, intento
tragar saliva, pero dunas de sal me laceran la boca. Me levanto de la cama y voy hasta el baño de mi habitación en busca de agua, abro la llave del lavabo y solo un rugido grave sale del tubo, la bañera tampoco responde27a mi necesidad urgente, solo queda el agua del sanitario, turbia, amarga como el agua de que habla el último libro. Con las entrañas ardiendo, regreso a la cama. Afuera está oscuro como el pelo de la bestia de siete cabezas, en medio de la desolación y la añoranza de estar en una situación distinta, recuerdo aquella tarde en el arroyo: el agua pura, la claridad, el aire, la felicidad que me daba la certeza de saberme única. La sed y el miedo ahora están en una dimensión distinta a la de mi recuerdo grato, he encontrado el sosiego dentro de mí. Mi remanso inconsciente se estremece con los gritos de la niña del arroyo, su voz quebrada me obliga mirarle la cara invadida de pánico, la mano estirada, el vestido roto, los zapatos en el borde del estanque. Con una mano agarro el rosario y con la otra me sigo frotando la frente para que aparezca el cordero y para despejar el recuerdo de la niña. Mientras rezo sus ojos se clavan en los míos como dagas. Sufre mientras muere y no deja de mirarme. Empiezo a gritar. El recuerdo macabro no escapa a los ojos abiertos, ni huye de las plegarias a la virgen. La niña está flotando, el vestido sobre el vientre, la cara azul mirando al cielo, los padres –los míos– corriendo impotentes, lanzando quejidos plañideros, cuestionando a Dios, y acusándome en silencio. Doy vueltas por toda la habitación, intento salir, pero la puerta está atorada. El fin de los tiempos ha llegado, el agua amarga, los pájaros muertos que caen del cielo, caudales de sangre en la calle, oscuridad eterna y la niña del arroyo que sale de mi cabeza y toma forma frente a mí: sus pies descalzos, el vestido blanco, la piel azul, los ojos tiernos y la marca del cordero en su frente. Es tarde, ella robó mi salvación el día que la empujé al arroyo. Abro la ventana, mis pies se balancean mientras está sonando la sexta trompeta.
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Juego de letras Por: Eva María Medina Moreno Tenía todo preparado. Los folios, a la izquierda. Bolígrafos, dos de cada color −rojo, azul y negro−, a mi derecha. El ordenador, en el centro. La silla, muy cerca de la mesa, con el cojín para los riñones, dos paquetes de cigarrillos y un vaso de whisky con hielos. Así me imaginaba la mesa de un escritor, aunque todo revuelto. Caótico. Mezclé los bolígrafos con las hojas. Se cayeron folios y bolígrafos. Les di una patada. Escritor maldito, me dije con sonrisa diabólica. Encendí un cigarrillo, que saqué de uno de los paquetes de Marlboro que había comprado esa mañana. Imaginé que me entrevistaban, para El País o El Mundo, y puse posturas de gran intelectual; ahora con la mano izquierda, en la frente, apretando las sienes, ahora con el cigarrillo en la boca intentando decir algo ingenioso tras la tos. Tiré la ceniza, que cayó dentro y fuera del cenicero. Cogí el vaso de whisky. Lo moví, circularmente, necesitaba oír el clic, clic de los hielos. Me lo llevé a la nariz y bebí. No me gustó el sabor, tampoco el del tabaco, pero daba un toque especial, de artista. Dejé que el cigarrillo se consumiese, que los hielos se deshicieran y me acerqué el portátil. Los dedos en el aire, como pianista al comienzo de un concierto. Estaba en tensión; demasiada tensión para una buena escritura. Le di dos sorbos al whisky. El nombre del personaje. Ricardo. Me gustaba, tenía fuerza. Ricardo Corazón de León. Ricardo III. Di a la «r»; una, dos, tres veces. Mantuve el dedo presionado. Las erres fueron uniéndose hasta llenar la pantalla. Las borré. Pensé en lo difícil que era escribir. Solo sentarse frente a una pantalla tan blanca atemorizaba; parecía que las palabras, las ideas, huyesen, como esas erres que ya había borrado. Antes de retirar el ordenador y probar con el papel, di a la «r» y la guardé como documento. Me hizo gracia mi hazaña, que celebré con caladas al cigarrillo y un buen trago de whisky. Cogí folios y el bolígrafo negro. «Espalda recta, ojos al frente», me dije acordándome de la mili, «al objetivo». El objetivo era escribir algo, lo que fuese, aunque estuviera mal escrito. Sentir que a un sujeto sigue un verbo, que los complementos se van arrimando a la frase, que a una frase sigue otra, que hay armonía entre ellas, que van casi de la mano. Encendí un cigarrillo y
contemplé el humo. Cuántas veces había soñado desaparecer de una manera tan elegante. Adquirir esa materia 30 volátil.
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Cómo empezar. Ricardo, a sus treintaicinco años. Horrible. Ricardo, hombre sincero y robusto. Hombre sincero y robusto. ¡Dios! Las taché. Los críticos lo reprobarían. Mientras pensaba en el argumento, dibujé erres; mayúsculas, minúsculas, alargadas. Cuando me cansé, arrugué la hoja y la tiré a la papelera. Hice una buena canasta. Apagué cigarrillo y portátil, y fui al baño. Mientras me subía los pantalones, me vi en el espejo. Tenía más ojeras. Lo blanco de los ojos con venas rojas. Me dolía la garganta. Saqué la lengua; amarillenta. No quise seguir indagando. Miré por la ventana del salón, mientras pensaba en la tontería que había hecho guardando un documento solo con la letra «r». Me reí. En el piso de enfrente, vi al viejo que hablaba dirigiéndose a un reloj de pared. Recordé que había imaginado que era viudo y que ese reloj antiguo sería un recuerdo de su mujer, como si ese objeto fuera la imagen personificada de ella. Me pregunté si hablaría todas las noches dirigiéndose a él. Quizá queden conversaciones pendientes, o le eche cosas en cara. Puede que le cuente lo que hace cada día, cómo va el país, algún cambio en el barrio, la ampliación del metro, la muerte de algún conocido. Si tienen hijos, le comentará cómo les va en el trabajo, con sus mujeres, cómo van creciendo los nietos. El reloj de pared, pensé. Una abuela que se llevase mal con su nieta podría dejárselo en herencia. Este podría llegar en una caja de contrachapado, pintada de negro, que le recordase el féretro de su abuela. Símbolo: reloj de pared−abuela. Como símbolo podría meterse en muchas historias, menos macabras. Desde que le dejaron la «caja» la nieta no sale de casa y, aunque sabe lo que es, no se atreve a abrirla. El desenlace: la nieta puede quedarse velando al reloj, contándole todo el daño que le ha hecho. Muy parecido a Cinco horas con Mario. Descartar. Se me ocurrió otra historia. Cogí mi cuaderno, me senté en el sillón y escribí: Un hombre está leyendo. Le molesta el ruido que hace el reloj de pared. Se le hace insoportable. Ese tictac repetitivo, monótono. Cuando no aguanta más lo tira al suelo, destrozándolo. Vuelve a leer. No puede concentrarse. Echa de menos ese ruido que antes le desesperaba. Levanta el reloj y coge los trozos, poniéndolos en su sitio. Las manillas marcan la hora en que se paró. Once menos cuarto. Se sienta frente a él y espera a que sea la hora. Fui a mi estudio. No quería perder tiempo, tenía que escribir. Estuve media hora escribiendo y borrando. Decidí dejarlo. Abrí el único archivo que tenía. La «r» parecía mirarme con altivez. Me surgió la idea para un relato. Un hombre escribe. Una hora, cuatro. En la pantalla, una «r». Sigue escribiendo. Las cinco, las siete. En la pantalla, una «r». Llega la noche. El cuello le duele, los músculos de los hombros tiran. Necesita un descanso pero sigue escribiendo. Mañana, mediodía, noche. Solo oye el ruido de sus
dedos en las teclas de plástico. «La historia fluye», piensa y sonríe. En la pantalla, una «r». La mira, desafiante. «Levantarme, huir». Pero el hombre sigue; sigue escribiendo.
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Recuerdos Rulfianos Por Sergio Astorga
Andamos volando bajo por los maizales, y la nopalera se queda mirando con esos ojos de tuna que espinan de tan dulces. El caporal me dijo que mi raya no alcanza p'a pagar la deuda y mira que le he dado duro al azadón. Nomás por el verde que miro por el campo me quedo, si no me iría a los estates, con la Juana, pero ya ves, aquí me quedo atarugado con esta aflicción de no saber p'a qué vino uno.
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Don Sigüenza
Por Sergio Astorga Su vida canturreaba en los teatros. Los hubo de lo más elegantes, parisinos, italianos, neoyorquinos, pero los que más tuvieron huella vivencial fueron esos teatros pueblerinos montados a pelo, con las bambalinas desechas y el foro con el piso cacarizo como esos empedrados donde se atora el tacón. En esos teatros su voz se engolaba y algo hacía resbalar por el oído medio del auditorio que lo dejaba hechizado por semanas. Durante 40 años la médula del aire tuvo una voz. ʺLa voz Sigüenzaʺ contaban las crónicas. Algunos apasionados seguidores afirmaban que su rostro se transformaba en violonchelo y que la alegría o algo parecido, se quedaba flotando por el teatro.
Un buen día, de sopetón, dejó de cantar. La monotonía comenzaba a perforar su voz.
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Los amores difĂciles Por Sergio Astorga
Vienen de Italo Calvino, de su libro de cuentos. Entrelazados los amantes quieren alcanzarse. Decirse algo. Se torturan a miradas y son obstinados, orgĂĄnicos y de sus cuerpos se vuelven ciudades, por eso se dibujan solos. Y se beben el rĂo por tanta sed antigua que los deforma.
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Algo que termina cubriéndote Por Carlos Enrique Saldivar A Dennis Arias Chávez
Salgo de la habitación e ingreso a la cocina. Nada me impresiona, nada me lastima, nada me perturba. Mi memoria es endeble, mas siento que con cada día que se inicia también empieza mi vida, sin las manchas del ayer, máculas que dañaron mi existencia de un modo intolerable. Aún las recuerdo, pero ya no pueden lacerarme, por eso me siento feliz, los recuerdos pueden ser a veces dolorosos, aunque a menudo son también frágiles y pueden controlarse. Me preparo un poco de café y un pan con mantequilla, me ubico en una silla y tomo mi desayuno con tranquilidad. Cuando estoy a punto de acabar, tengo una sensación de malestar; como si un intruso se hubiera presentado en mi casa y me estuviera observando. No, únicamente es mi imaginación. Estoy solo, como lo he estado los últimos diez años. Hay una mancha grande en el piso. Qué raro. Parece crecer. No hago caso y sigo masticando. Veo en la pared, a mi costado, otra mácula. Es marrón. No tiene olor, sin embargo se ve horrible, viscosa, parece un trozo de excremento. Siento un poco de náuseas. Esa cosa comienza a agrandarse. Quiero salir de la cocina, pero resbalo y caigo de rodillas, todo el piso está sucio, el techo, los muros. Mis manos, mi ropa. Salgo de ahí, me dirijo hacia el baño y me miro en el espejo. Máculas. En toda mi cara. Se expanden. Me quito el polo. Manchas. En todo mi cuerpo. Comienzan a arder. Mis ojos se nublan. Alcanzo a ver cómo toda mi casa es invadida por ese repulsivo color marrón. Sé de qué se trata: las máculas del pasado acumuladas. La gran mancha del miedo se introduce en mis entrañas, destruye mi cerebro y mi corazón, y (felizmente) me conduce al olvido absoluto.
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El hombre sin brazos Por Lola García de Luna
Al hombre sin brazos lo verás en la calle. En cualquier calle de cualquier gran ciudad. Yo lo vi en París la última vez que fui. Y me dio miedo. Porque el hombre sin brazos va medio desnudo y es enero. Porque sujeta un vaso de plástico con los dientes. Y lo mueve. Lo zocotrea haciendo sonar las cuatro monedas que lleva dentro. Como una esquila cansina. Lo zocotrea mientras gruñe. No habla. No sé si habla. Sólo gruñe. Y se me acerca sin brazos, a mí, que me cruzo con él en esa calle. Y me da miedo su esquila de plástico y céntimos. Su boca grande hecha de gruñidos. Su cuerpo mutilado. Y aprieto el paso. No quiero sentir el frío de esos brazos que no existen. No quiero escuchar su voz ahogada por un vaso de limosnas. Y huyo.
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Rocío Caballero Artista visual (Azcapotzalco, México D.F. 1964) *Egresada de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, ha participado en exposiciones colectivas e individuales en México, Estados Unidos, Sudamérica y Europa. Actualmente exhibe su obra en las Galerías Oscar Román en la Ciudad de México y Corsica en Puerto Vallarta, Jalisco, donde ha presentado las series: La Búsqueda de la Ataraxia (2013), La Búsqueda del Paraíso (2012), El Código Gris (2011), Los Territorios del Vacío (2007), El Anecdotario de los Duendes Grises (2004) y De Ahogos y Susurros (2001). Obtuvo segundo lugar en la 1ª. Bienal de Pintura Latinoamericana y del Caribe, México DF (2002), así como menciones honoríficas en The 10th Annual MexAm/VSC Artist Fellowship, Vermont Studio Center, VT, EUA (2002) y en el XIII Encuentro Nacional de Arte Joven (1993). Con el apoyo de CONACULTA - INBA realizó la residencia en Vermont Studio Center, Johnson, VT, EUA. (2003); y la residencia de Intercambio en Art
Awareness,
Lexington,
NY,
EUA
(1994).
Su obra forma parte de la colección del National Museum of Mexican Art, Chicago, IL, USA. Su obra se encuentra en el libro 100 Pintores y Pintura Mexicana, 200 Artistas Mexicanos Siglos XIX, XX y XXI, Editado por Promoción de Arte Mexicano (2009) y en El desnudo femenino una visión de lo propio de Lorena Zamora, Editado
por
CONACULTA
(2000),
entre
otras
publicaciones.
Las series gráficas Historia de Hadas y Elfos; Crónicas porcinas y Gráfica erótica de bolsillo las realizó en coediciones con los talleres: Caracol Púrpura, Colectivo La Malagua y la Pinacoteca 2000. Actualmente Caballero se encuentra trabajando en diversos proyectos pertenecientes a la serie De crimen y sin castigo, donde ofrece una visión personal y fantástica de aquellos hombres que pueden prescindir de la moral en bien de un porvenir que justifica cualquiera de sus acciones. *Fragmento tomado de la página web del artista: http://www.rociocaballero.com/
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Andrés Cisneros de la Cruz
Del arte de construir lámparas oscuras De la magia que da brillo a cada cosa De cada radiación invisible al espejo cuántico detrás de los párpados del lenguaje que reúne las cosas y las engrana en un solo ritmo sin corromper su música Del color que se desprende de la boca cuando dices despierta del griterío sin proporción de las hojas cuando son aniquiladas por tus pies desnudos de niña:
del canto secreto en cada cosa quiero hablarte y componer esta dulce canción que te provoque a sentir las frecuencias que dilatan nuestras emociones: estructuras brillantes del más profundo néctar en el núcleo de los pensamientos. De una lámpara que abre el camino del sueño mientras la mirada oscurece para elevar el telón de la Noche que existe en la esfera humeante de los ojos cuando duermes.
La encontrarás en cada ruido, en cada gota de agua, cada pupila o duda en el pabilo de la velas muertas o en el hueco que deja la sombra cuando la luz se asienta sobre la cama.
Recuerda hija que las cosas no deslumbran porque rocen en ellas las pelusas del sol
sino por la sombra de los átomos
que cosquillea, tanto, su materia 49
que parecen distintas para quien las mira con ojos cerrados.
Encuentra esta lámpara que greca el limbo y el tálamo y cuando lo hagas verás la sustancia negra de la cual brota toda luz que cabe en un millón de años y entenderás al mar tejiendo el manto de la tierra con los dedos de su espuma.
Las materias hermosas yacen en la penumbra latiendo. Al amanecer pierden la forma que guardaron por la noche y brindan su apariencia a la reflexión sumisa de la luz. La luz borra los relieves que la verdad surca en ellas un laberinto de signos, trazos que forman el alfabeto de lo que se lee con las manos y no con el efímero corazón de la retina.
Embelésate Manon cuando abras la mirada y sientas a la nieve tocarte con mano fría No recuerdes la luz que ciega al recién nacido —sino el dolor hermoso del que pare— y ahí te encontrarás —sola con tu lámpara oscura. Cambiará la densidad del agua y llegará el mar pero tendrá otro nombre.
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Adriana Tafoya
El matamoscas de Lesbia Regreso agitada y burbujeante presionando con los dedos el cuello del cristal que envuelve al vino
Regreso redonda y satisfecha frondosa y perfumada con las carnes tambaleantes y envinados mis sabrosos frutos él dijo: me molesta tu perfil de gesto seguro y suficiente sólo eres una mosca gorda mosca negra peluchuda e inflamada de siniestros pelos
Ruedo por la inmensa cama Me desprendo de una tela entallada y descosida le confirmo que soy negra y sucia negra de carne dulce carbón de azúcar
mosca exótica con vientre acústico forrado de terciopelo una cajita pequeña de resonancias
Confirmo que soy negra y deliciosamente gorda y que en alguna parte olvidé las pantaletas él dijo: me enoja cuando bebes arrogante elevas el meñique de tu mano eres perra añeja que provoca carnívoros deseos dan ganas de hacerte tierra y cocer un jarrón de tu barro
Sonrío me acomodo y le reitero que soy negra y mala negra de labios gruesos, que la forma de la hembra madura se impone y concentra la elegancia de lo abundante, le da poder al cuerpo
que tengo los pezones zarzamora que estoy desnuda y se me dibujan grietas que adornan mis nalgas con la textura del satín él dijo: me haces falta
Adormilada
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abro las piernas ESCRIBA EL TÍTULO AQUÍ que 52 atesoran mi sexo oscuro
inflamados sus pequeños olanes magenta
en esta flor clava su lengua
no me molesto con él sé que tiene hambre
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Silvina Maiuli
Tierra firme (u otra historia más del náufrago) Yo era el náufrago y vos la foto sobreviviente en el bolsillo que, aunque no me rescatabas, eras la fuerza y el motivo. II Cuando llegué a tierra firme ya no estabas eras sólo una foto pero sin la foto no hubiese visto la orilla, sin la foto nunca hubiera llegado. Por cierto, seguís en mi bolsillo.
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Aleqs Garrigóz
Y nos habitan las mismas contradicciones
No por mucho madrugar nuestra muerte está más viva. Cada pequeño tropiezo es una gran batalla en la que sangramos para sentirnos a salvo, aliviados de este descenso que hemos decidido aceptar por gloria.
Si me preguntas por dónde empezar te diré que es mejor ser una estatua engalanada de besos y que tus manos me cubran la orfandad hasta reír.
Has nacido para sufrirme en silencio: llevas el lenguaje del amor encerrado en el pecho. ¿Qué mana de tus ojos sino el rayo que me aniquila, salvándome de la gracia del suicidio?
Pareces un vaso lleno a la mitad. 55
Tu hermosura es comparable a un amanecer en el infierno, a una rosa de escarcha, a un paraíso de escombros. Tu mano me anticipa su lejanía, pero mi corazón es ahora inhóspito como un continente de hielo. El roce de tu tacto es una sábana blanca que me abriga la desnudez para llevarme al más allá.
Y odio. Odio querer esta fe de palomares sumisos. Te amo. ¡Estoy enamorado de la muerte contigo!
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Rosario G. Towns ¿Qué será? …antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín… Arthur Rimbaud
Cuando el tiempo fatigado lea la última palabra, el viento arrastrará huellas únicas, cumpliendo profecías.
Risas a doble turno melancólico vagar entre cenizas quejidos de añoranza
ELLA, levitará medrosa hacia el horizonte de acertijos, donde no habrá caídos mirando su reflejo demacrado ni el brillo de aquella hoz ansiosa de desgastarse.
Su séquito, hambriento, abdicará y todo será: nada (pese a sus ardides).
Siempre = ya jamás (causa sin rebote)
La ejecutante tornará en víctima: Exterminadora----abandonada-----inextinta
¿Qué será que la mate de esa muerte?
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Antonia María Carrascal
Hoy Soy vuelo de paloma a madia alzada, la acidez de la vena en angostura. el cimbre embaucador que va a la altura con mano ante los ojos colocada.
Soy, ¿qué soy?: calentura desbocada en el bocado que tira de la dura encía y en la cruenta mordedura, tras el grito feroz, se queda echada.
Por conocer quién soy, mi nombre grito tras un muro de puños lacerantes y el nombre, mudo, al muro no responde;
y mi ser, ya preñado de infinito, se calza con zapatos ambulantes para ir, sin que nunca sepa a dónde.
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Betzabeth W. Pagán Fruta madura
Tus labios me acechan, de mi boca se desprende un hilo que llega hasta mi vientre; revuelve mis entrañas cada veinticuatro horas. Mi pecho se abre al contacto de tus manos cual fruta madura; tu boca que me devora sin clamor, yo que caigo rendida. La mañana toca a la puerta de lo acaecido, encuentra a la mujer desparramada, esculpida por esa boca desnuda, plena, erguida... Tiemblo como mazo de espigas al viento en ese momento cuando tu risa escarlata se posa en mis caderas me inquieta. Usurpa la sombra de mi cuerpo abandonada al parpadeo de tus dedos cuando recorres mi columna.
Te instalas en mis huesos, me ardes en las noches, te alojas en los recintos de mi espalda y enmudeces sobre mis senos. Susurras, a travĂŠs del silencio, el relĂĄmpago de palabras que la luz naciente decapita.
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*Nacido en 1970, Alberto Chimal es un escritor mexicano. Autor de más de una docena de libros de narrativa, ensayo y dramaturgia; colaborador frecuente de revistas y suplementos, y profesor y coordinador de talleres con larga experiencia, ha sido considerado “uno de los escritores más originales y enérgicos” de su país (de acuerdo con CNN en español) y uno de los 100 mexicanos más destacados de su generación (según la revista Día Siete) desde principios de este siglo. A fines de 2012, Chimal publicó su segunda novela: La torre y el jardín, una novela extensa que ha sido en general muy bien recibida por el público y la crítica –ha aparecido ya en varias listas de “lo mejor del año”– y que, según ha escrito Edmundo Paz Soldán, “debería convertirse en uno de los primeros clásicos de la literatura latinoamericana de este siglo”. El libro fue finalista en 2013 del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, uno de los más importantes del idioma español. Además del Premio San Luis, Chimal ha recibido los premios nacionales de cuento “Nezahualcóyotl” (1996), “Benemérito de América” (1998) y “Kalpa” (1999), así como el premio de narrativa “Sizigias” (2001 y 2005) y la beca para Jóvenes Creadores (1997-98) del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. En 2002, Chimal fue artista residente en el Banff Centre for the Arts en Canadá; su estadía, durante la que trabajó en una novela (y en fragmentos de Grey y otros trabajos), fue patrocinada por el Programa de Intercambio de Residencias Artísticas México-Canadá del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Entre 2003 y 2005, fue coordinador y más tarde asesor editorial de la revista de cine 24xsegundo Magazine, que renovó el panorama de las publicaciones de su especialidad en México. En 2008 volvió a Canadá y participó en Wordfest, el festival literario internacional de la ciudad de Calgary. Al año siguiente viajó a París a impartir un curso en el Instituto Cervantes de esa ciudad. En 2012 participó en el Festival Eñe en la ciudad de Madrid. Desde 1993, Chimal imparte cursos y talleres literarios; entre sus alumnos se encuentran varios ganadores de premios nacionales e internacionales. Chimal ha colaborado también –con cuentos, reseñas, artículos, ensayos y traducciones de poesía– en Letras Libres, Nexos, Crítica, Quimera, Replicante, Laberinto, Guardagujas, El Ángel, La Jornada Semanal, Tierra Adentro y Luvina entre muchas otras publicaciones. Chimal es maestro en Literatura Comparada por la Universidad Nacional Autónoma de México e imparte cursos en la Universidad Iberoamericana y la Universidad del Claustro de Sor Juana. También fue miembro del jurado de Caza de Letras, concurso-taller por internet organizado por la UNAM, entre 2007 y 2010. Su trabajo ha sido traducido al inglés, el francés, el italiano, el húngaro y el esperanto (!), y actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, institución mexicana que patrocina el trabajo de artistas de diversas disciplinas. *Fragmento tomado de la página web del autor http://www.lashistorias.com.mx/
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¿Cómo y por qué empezaste a escribir?
Por curiosidad y por gusto de las historias: en un libro que leí cuando estaba por entrar a la primaria (La edad de oro de la ciencia ficción, una antología autobiográfica de Isaac Asimov) leí por primera vez la idea de que había escritores, gente que escribía cuentos y novelas (entonces, como ahora, eran mis géneros favoritos). Desde entonces pensé que sería algo hermoso dedicarse a algo así.
¿Cuál es tu proceso o ritual de creación? ¿Respondes al llamado de la musa o sales en busca de ella?
Creo que existe algo parecido a la musa (la inspiración, el inconsciente, qué se yo) pero que nunca es suficiente. La otra parte fundamental del proceso de escribir es el trabajo constante. Intento mantener la disciplina de escribir al menos una página diaria, sea de lo que sea, y en general siempre tengo tres o cuatro proyectos distintos en marcha. Trato de buscarme sitios tranquilos donde escribir y casi siempre puedo trabajar más rápido cuando estoy fuera de casa, pero no hacerlo varios días seguidos. Me gusta poner sonido de fondo cuando trabajo, y con frecuencia utilizo películas, más que música. Mi última novela tuvo de fondo durante muchos meses a El resplandor de Kubrick, por ejemplo, y por lo tanto puedo decir que la he visto muchas veces, pero la he oído (o he tenido su música y sus diálogos en el fondo de mis pensamientos) todavía más.
Tu escritura puede situarse en el terreno de lo fantástico (concepto tal como lo entendía y trabajaba Borges o Cortázar), ¿en qué momento de tu vida te encontraste con lo fantástico?
Fue desde el comienzo de mi vida de lector. Por casualidad, entre los libros que estaban a mi alcance cuando aprendí a leer (esto fue cuando tenía alrededor de 4 años) había varios con historias de imaginación fantástica. De hecho, por ese mismo azar varios de los autores mexicanos que más me llamaron la atención en un primer momento estaban representados, en aquella biblioteca, por obras fantásticas o al menos raras, ajenas al realismo. De Carlos Fuentes, por ejemplo, leí primero La cabeza de la hidra, su novela de espías, y Terra nostra, su libro más delirante. ¡Yo pensaba que todo lo que se escribía en México era así! Eso me hizo sentir confianza para empezar a contar las historias que quería contar. Desde entonces pago por ese error, claro…
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Apenas hace pocos años que los escritores se están acercando al género de la microficción o mini cuentos; cada vez es mayor la experimentación en este sentido. Cuéntanos, ¿qué o quién fue el causal de que te desempeñaras en esta materia?
También me encontré temprano con la minificción, tanto en la obra de autores como Juan José Arreola como en la revista El Cuento, de Edmundo Valadés, que yo devoraba siempre que aparecía un nuevo ejemplar y en un libro raro que para mí fue también crucial: Caza de conejos de Mario Levrero. Desde entonces he estado interesado no sólo en lo muy breve, sino en la que podría llamarse la narrativa seriada: las historias hechas de muchos fragmentos, aunque no formen una trama novelesca. Entre mis libros favoritos están, además del de Levrero, los Cuentos breves y extraordinarios de Borges y Bioy, Las ciudades invisibles de Italo Calvino, la serie de historias ilustradas (o cómics) Amphigorey de Edward Gorey…
Ilustración tomada de la web del autor
¿Consideras a la minificción como ejercicio de estilo literario o crees realmente que es un género que debe tomarse más en cuenta y por ende fomentar su desarrollo?
Yo creo que es un género tan válido como cualquier otro. Solamente es más joven. Pero mucho de lo más interesante que se escribe ahora podría encuadrarse dentro de la minificción (aunque mucho de eso resulta todavía
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difícil de asimilar para muchas personas, en especial por la experimentación que plantea y porque en muchos casos se difunde por canales inusitados, incluyendo la red internet).
Háblanos acerca de tu más reciente novela: La torre y el jardín.
Es un libro que me tomó ocho años de trabajo. Contiene muchas historias, trucos, misterios de la trama, pero que es básicamente una novela de aventuras: el relato de varios personajes que se adentran en un lugar desconocido (un edificio mágico que se protege con la tapadera de ser un burdel muy perverso: un espacio a la vez sórdido y sobrenatural) en busca de sus secretos, y en el que importa no sólo el final, sino el trayecto. Los temas centrales del libro son el poder y su abuso, los momentos en los que la realidad se fractura y “cae” a nuestro alrededor (es decir, los momentos traumáticos en los que se pierde toda seguridad) y el conflicto del ser humano contra la naturaleza (el burdel se especializa en la zoofilia, y a la vez en su interior se oculta el jardín del título: un espacio que podría representar algo como el edén perdido o como el futuro tras la extinción de la especie humana).
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¿La torre y el jardín es tu obra más ambiciosa (tanto en materia de estilo literario, construcción, género, manejo de personajes, etcétera)?
Hasta ahora, sí. Me gustaría pensar que algún día podré hacer algún libro más que sea igual de ambicioso, pero de momento tengo al menos la satisfacción de que ha sido el proyecto en el que he tenido más libertad para escribir. No me negué a nada: siempre que pude incorporar una nueva idea al proyecto, lo hice; las que no funcionaron las borré por entero, y las que sí se incorporaron al total del texto incluso aunque hiciera falta mucha revisión o reescritura para lograr agregarlas (por eso tardé tanto).
¿Qué viene para Horacio Kustos (personaje que ha sido utilizado por el autor en distintas obras)?
Hay varias historias todavía por contar de él. Si todo sale bien, la primera saldrá, en formato de novela gráfica, a fines de año. Ricardo García “Micro”, que es un gran dibujante e historietista mexicano, la ilustrará.
Das talleres a jóvenes escritores; en tu página web realizas concursos de minificción mensualmente, de alguna manera esta apertura es un apoyo a los creadores que quieren dar a conocer un poco de su trabajo. ¿De dónde te viene el brindar espacios para que se expresen las plumas jóvenes?
El primer impulso fue simplemente tratar de aprovechar las herramientas que tenía a mi alcance (que millones de personas teníamos a nuestro alcance) para algo que para mí fuera personalmente interesante. En el fondo, por otro lado, debe estar el hecho de que cuando comenzaba no conté con muchas posibilidades semejantes, y me habría gustado tenerlas.
¿Cuál es tu percepción sobre la narrativa actual mexicana (hacia a dónde va)?
En la actualidad, la corriente principal de la narrativa mexicana es la de narrativa de la violencia. Y es inevitable: la descomposición social que padecemos es un hecho traumático, podríamos decir, tan violento y devastador como la Revolución mexicana de hace un siglo, que también engendró una literatura enorme. La diferencia entre
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el siglo XX y el presente es, me parece, que las actitudes de la mayoría de los autores que se dedican a historiar la violencia no son las del pasado: se escribe o con cinismo, con una especie de resignación amarga, o con el deseo enorme de lograr algún efecto benéfico pero muy poca fe en los poderes de la literatura para lograr cambios sociales. Muy pocos se escapan de esto. Y todavía menos, otra minoría distinta, escribimos de otros temas. Debo decir (no debería hacer falta) que no estamos menos preocupados por lo que sucede en el país, aunque lo manifestemos de otra manera.
Los esclavos (Almadía, Oaxaca, 2009)
¿Podrías darnos tu decálogo para escribir minificción (o si lo prefieres de cuento)? Este es un “decálogo” que escribí hace tiempo, y que se publicó en un libro de ensayo titulado La generación Z. A estas alturas parece que hacer su lista de consejos es un ritual que todo cuentista debe hacer, y que muchos hacen sólo por broma o por pose; yo creo que ninguno, por agudo o revelador que resulte, puede ser visto como un conjunto de reglas infalibles, y más bien todos son resúmenes de la experiencia de quien los escribe. Con esta salvedad, aquí va:
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1. No hay excusas que le sirvan al cuento. Si te interesa, practícalo, y si no déjalo. No te dará dinero, no te volverá una mejor persona, no te servirá de práctica para escribir una novela.
2. Si lo vas a practicar, no te confundas: cualquier cosa en el universo sensible o en el interior puede ser el punto de partida de un cuento, de modo que te conviene hacer caso de las ideas que se te ocurran sin importar su procedencia. Tarde o temprano alguien te dirá que escribas de lo que sabes (es lo típico): haz caso, pero no pienses que “lo que sabes” se refiere sólo a tu casa, tu tía, lo que sale en tu tele. Tampoco pienses que debes ignorar invariablemente a tu casa, tu tía y lo que sale en tu tele. Tú sabes qué sabes (y si no, sólo tú podrás descubrirlo). [2a. Si lo que sabes —lo que quieres decir— no está de moda, resiste y escribe sobre ello de todas maneras. Hazlo al menos una vez en la vida.]
3. Lee. Lee antes de escribir, después, en las pausas durante la escritura. Lee de lo que te gusta y de lo que no te gusta. Los que escriben pero no leen no son audaces: se les ve el hilo de baba.
4. Toda historia propone un mundo y los personajes que lo habitan. El cuento también, pero como dispone de poco espacio –de poco tiempo–, da a veces la impresión de que sólo se ocupa de lo superficial, de los sucesos visibles. No es cierto: todo el trabajo adicional de creación, el de lo que no se dice, es para ti solamente, pero debes hacerlo. Mientras mejor conoces el mundo que estás inventando mejor puedes seleccionar lo imprescindible que debe contarse.
[4a. Habrá momentos en que el mundo, u otras historias, hagan parte del trabajo de creación por ti: cuando escribas de “la vida real” o dentro de tu subgénero favorito. Pero esos momentos serán mucho menos frecuentes de lo que tú desees.]
5. El cuento pide más imaginación de su lector: no tiene manera de darle todo ya masticado y digerido. Pero no esperes que el lector te dé todo a ti. Lo que no está en el texto no está en el texto: la buena voluntad de tus amigos lectores, los que explican las acciones inexplicables y teorizan por horas sobre lo que quiso decir ese párrafo mal
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redactado, no dura para siempre ni lleva necesariamente a que tus historias se entiendan como tú querías que se entendieran. Y más te vale asumir que los lectores desconocidos serán despiadados y no perdonarán errores ni omisiones.
[5a. Es cierto que existen los lectores estúpidos, los que se conforman con cualquier cosa. Pero escribir sólo para ellos, aunque puede llegar a ser muy provechoso económicamente, implica una dificultad adicional: hay demasiada competencia, siempre, y no son personas cuya compañía sea disfrutable.] 6. No sacrifiques todo al “avance” de la trama. Déjale eso a Hollywood. Contra lo que te enseñaron, el final no es necesariamente todo en un cuento: los finales de Hemingway y de Carver son muchas veces irrelevantes, por ejemplo, porque los cuentos de ellos se tratan de un desvelamiento –un descubrimiento gradual, una comprensión lenta y profunda– y no de una revelación sorpresiva.
7. Ampliación del anterior: cada cuento pide su propia forma. Esto significa que una parte crucial del trabajo de escribir es volver a leer lo ya escrito y percibir esa forma. No será, casi nunca, la que imaginabas al comenzar a trabajar. No hay nada mágico en esto: la escritura es una representación de tu pensamiento, y en ese pensamiento pueden aparecer el azar o lo inconsciente (o la musa, o Dios, si así prefieres decirlo)…, de modo que en tu cuento en bruto puede haber muchos errores pero también hallazgos inesperados. (Hazlos tuyos; de hecho, ya lo son.)
[7a. Sí: acepta que nada te saldrá bien a la primera. El genio, si es que lo tienes, no está allí. Por otro lado, trabajar profundamente en tus cuentos es leerte a ti mismo en ellos. Y si esto te da miedo, más urge que lo intentes.]
8. Deja de revisar un cuento cuando ya no recuerdes lo que querías decir con él. O, de preferencia, un poco antes. Si ya sólo estás moviendo palabras y signos de puntuación de un lado a otro, acepta que la idea se ha marchitado: guarda el cuento un par de años antes de volver siquiera a pensar en él o (mejor aún) tíralo y empieza otro. 9. Recuerda el punto 3 y lee a Poe, a Hawthorne, a Maupassant, a O’Connor, a Borges, a Chejov, a Ford. A todos los grandes maestros, y también a los más nuevos. Lee a los “locos”, los “raros” y los “remotos”: a Harvey, a
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Levrero, a Queneau, a Pu Songling. Lee también a todos los que no mencioné y en los que ya estás pensando. Necesitas conocerlos, para buscar su amistad o (más saludable) para pelear con ellos.
[9a. Dicho esto, no pierdas tu tiempo con los que sólo son famosos, o sólo tienen poder. Tú sabes quiénes son.]
10. Si las conoces bien, tú sabrás cuándo romper las reglas.
Gracias, Alberto Chimal, por aceptar la entrevista.
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Visiten la revista literaria española Los sábados, las prostitutas madrugan mucho para estar dispuestas. http://www.revistaliteraria.es/
http://puertaabiertachilemexico.wordpress.com/ Visita a la Agrupación Puerta Abierta Chile México
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Revista cultural (Colima) http://colimarte.blogspot.mx/
Editorial RĂo Negro (PerĂş) http://www.librosperuanos.com/editoriales/detalle/872/Rio-Negro
Revista Chile-Argentina http://revistalairademorfeo.net/index/
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http://revistaliterariamonolito.blogspot.mx/