TEMA 10. El pensamiento de la Ilustración
La Ilustración fue un amplio movimiento ideológico, y no sólo de carácter estrictamente filosófico, sino cultural en el sentido más amplio del término. La ilustración constituyó un “estado del espíritu”, una forma de ser, de las élites cultivadas, y llegó a impregnar todas las actividades literarias, artísticas, históricas y religiosas. Se extiende y desarrolla aproximadamente durante el siglo XVIII, siglo que suele denominarse “siglo de las luces”, en función de que su rasgo ideológico dominante es precisamente el afán de iluminar, aclarar, clarificar, todos los aspectos y dimensiones de la vida humana. Tradición, fanatismo e intolerancia, casi como términos equivalentes, son los responsables de la oscuridad en que en ese siglo se encuentra la humanidad; ahora la razón humana, imbuida de un nuevo espíritu combativo, va a despejar toda esa niebla irracional. Quizá ese espíritu combativo, fundamentado en una confianza absoluta en la razón humana (en la que tuvo mucho que ver el éxito de la explicación newtoniana del cosmos) y en un optimismo histórico y una confianza en el progreso que no habían aparecido hasta entonces en la historia de la civilización, sea el rasgo más definitorio del “espíritu ilustrado”.
Ese “espíritu ilustrado”, como es bien sabido, no se limitó al ámbito cultural. Las consecuencias históricas del pensamiento ilustrado son bien conocidas: la Revolución Americana y la Revolución Francesa, que bien se puede decir que constituyeron su triunfo político (junto con las posteriores convulsiones del siglo XIX). De hecho, son los sucesos que marcan la entrada en la historia contemporánea, la subdivisión de la historia moderna que está dando sus últimos coletazos pero en la que aún vivimos.
10.1. El
contexto socio-histórico de la Ilustración y su espíritu cultural
El sentido del término “Ilustración”
Ilustración o Siglo de las Luces, Iluminismo, Siècle des Lumiéres, Aufklärung, Enlightenment… Son distintas expresiones que atraviesan toda Europa y reflejan el espíritu del siglo, el espíritu que comentamos en la introducción anterior. El siglo XVIII es el siglo en el que se toma conciencia del poder transformador de la razón; el siglo en el que las luces de la razón van a despejar todas las tinieblas del fanatismo, la superstición o la simple ignorancia. En este sentido, la influencia de la física newtoniana fue absolutamente espectacular, y podemos considerarla su punto de partida ideológico. Un simple ser humano, con la ayudad de su razón, aplicada de forma consecuente y desinhibida, lograba explicar absolutamente todos los movimientos del universo. El poeta inglés Pope, en unos versos que dan la vuelta, casi de forma blasfema, al Génesis bíblico, y que figuran en el epitafio de Newton, dijo: “Envueltas estaban en tinieblas/la Naturaleza y sus leyes./Y Dios dijo: ¡Que sea Newton!/Y todo fue luz”.
Año 2011/2012 Tema 10
La toma de posición ideológica de la Ilustración fue entonces la siguiente: lo que Newton ha conseguido para la física, ¿por qué no se puede conseguir para la religión, la política, la moral, la educación, la filosofía, la economía, el derecho, la organización social…? ¿Por qué no habremos de llevar la razón a todos los ámbitos de la vida humana, y especialmente a los ámbitos prácticos? La razón ya la tenemos; lo único que hace falta es un espíritu pragmático y un espíritu combativo; la toma de conciencia de las posibilidades de aplicación práctica de la razón y de su capacidad para transformar la realidad. Filosofía y pensamiento, sí, pero aplicados a la transformación racional de la sociedad: la felicidad y la mejora del bienestar humanos tiene que empezar a buscarse aquí y ahora, pues disponemos de herramientas para ello. Así pues, el ser humano ha de emanciparse y conquistar definitivamente su propio destino, en lo ideológico y en lo práctico.
La Ilustración, es pues, en buena medida, una “actitud”; la actitud del que “se atreve a pensar sin andaderas mentales”, en palabras de Kant que veremos a continuación. Para los ilustrados, en síntesis, la razón tiene un carácter transformador a la vez que teórico. Quedémonos con esta idea, pues será rescatada en otro contexto (el “fracaso” del proyecto emancipador de la Ilustración) por Karl Marx; aunque eso se verá en el Tema 13).
Aquí está el hermosísimo e inspirador texto de Kant en el que se define a la Ilustración como la conquista de la mayoría de edad, la independencia y la autonomía por la razón humana. Este es el texto que, probablemente, mejor refleja el espíritu de la libertad, de todos los que los humanos hayan escrito. Su inspiración es claramente revolucionaria:
“La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Atrévete a caminar sin andaderas [tacatá]¡ ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración.
La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de la conducción ajena (...), permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea. Como la mayoría de los hombres (y entre ellos la totalidad del bello sexo) tienen por muy peligroso el paso a la mayoría de edad, fuera de ser penoso, aquellos tutores ya se han cuidado muy amablemente de tomar sobre sí semejante superintendencia. Después de haber atontado sus reses domesticadas, de modo que estas pacíficas criaturas no osan dar un solo paso fuera de las andaderasen que están metidas, les mostraron el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas. Lo cierto es que ese riesgo no es tan grande, pues después de algunas caídas habrían aprendido a caminar; pero los ejemplos de esos accidentes por lo común producen timidez y espanto, y alejan todo ulterior intento de rehacer semejante experiencia”.
Immanuel Kant, ¿Qué es la Ilustración?
2º de Bachillerato Historia de la Filosofía
Año 2011/2012 Tema 10
Y para conseguirlo, había que derribar todo el mundo de superstición, de ignorancia, de fanatismo que constituía la realidad social. Por eso el combate ilustrado será doble: contra la religión positiva (es decir: las distintas religiones concretas: catolicismo, protestantismo; pero no la religiosidad en sí misma); contra la ideología tradicional (representada en buena medida por el clero y la nobleza); contra el peso de la tradición como fundamento de toda acción histórica (resabio que todavía existe entre nosotros: la “tradición” legitima tirar cabras de campanarios, o la tortura pública de bovinos); pero también, como una parte del mismo proceso, contra la ausencia de buenas comunicaciones, contra la ausencia de una verdadera burocracia meritocrática que gestionara los asuntos públicos, contra la ausencia de higiene y de educación… Todos estos esfuerzos se aprecian perfectamente en la actividad del más característico ilustrado español, como fue el gijonés Jovellanos. Por eso, la Ilustración trae consigo, al margen de las ideas, realidades tan concretas como puertos, carreteras, iluminación pública, principios sanitarios, creación de escuelas, transformaciones tecnológicas… Ya dijimos que las revoluciones que abren paso al mundo contemporáneo son producto suyo; pero también lo es la Revolución Industrial (que en Inglaterra ya empezaba a caminar en la segunda mitad de este siglo), la máquina de vapor o la química moderna.
Absolutismo, despotismo ilustrado y monarquía parlamentaria
¿Cómo pudo conseguir –o al menos intentar- todo ese gigantesco proyecto la Ilustración? En Inglaterra, desde donde arrancó de la mano de Locke y Hume, con relativa facilidad. El triunfo de la burguesía es también el triunfo de la racionalidad práctica de su modo de vida, frente a la nobleza tradicional, y supone abrir las puertas a la racionalidad ilustrada. Ya dijimos que la economía política, desarrollada por Adam Smith, era una expresión de ese triunfo de la burguesía: la riqueza no depende de las tierras (clásica posición de los terratenientes, como la nobleza y el clero), sino del trabajo. Evidentemente eso fue posible gracias a la conquista de un marco político que favorecía sus pretensiones, como era la monarquía sometida al control parlamentario. En este sentido, en Inglaterra el Antiguo Régimen ya estaba liquidado.
La Ilustración se desplazó desde Inglaterra a Francia (dónde veremos que sus cristalizaron sus principales características), y desde ésta, a su vez, irradió en dos direcciones: hacia el norte y el este (Alemania, Prusia, Austria, Suecia, Rusia) y hacia el sur (España –pensemos en Carlos III- e Italia), aunque cada vez con menos fuerza. En estos países no habían tenido lugar las transformaciones políticas burguesas de Inglaterra (es decir: pervivía el Antiguo Régimen), pero la evolución del absolutismo monárquico (un rey con todo el poder, y sin ningún control ni contrapeso por parte de la nobleza ni el clero) forzó a esta monarquía a crear una burocracia “profesional”, que administrara su poder de acuerdo a criterios prácticos y definidos y que por lo tanto estuviera basado en el mérito y no en el nacimiento. Y así, desde arriba, la monarquía absoluta se fue convirtiendo en un despotismo ilustrado, en el que el rey intenta conseguir el bienestar del pueblo pasando por encima de los intereses de la nobleza y el clero si fuera menester (“todo para el pueblo pero sin el pueblo”). Déspotas ilustrados fueron el ya mencionado Carlos III, pero también Federico II de Prusia, Catalina la Grande de Rusia, María Teresa I y José II de Austria.
Estos procesos de reforma no serán fáciles, y traerán consigo continuas oscilaciones políticas y alternativas en los focos de poder, con períodos más abiertos y tolerantes, y períodos más represores. Precisamente en Francia, donde la situación era
2º de Bachillerato Historia de la Filosofía
Año 2011/2012
Tema 10
socialmente más tensa y problemática, donde todas las fuerzas sociales se encontraban en una situación de larvada guerra civil, es donde los ilustrados deben dar las batallas más firmes; y es por eso también en Francia donde la ilustración adquiere su auténtico carácter combativo y crítico.
Los filósofos y “les philosophes”
Hablemos, ahora de los principales personajes de este movimiento. Conviene, en primer lugar, dejar una cosa clara: los principales filósofos ilustrados no serán vistos en este tema, porque tienen el suyo propio y separado. Uno de ellos, David Hume, porque ya ha sido visto en el tema anterior, en conexión con el marco general de pensamiento empirista, en oposición al racionalismo, en el que no podemos dejar de situarlo (o situarlos, si incluimos igualmente a Locke). El segundo de ellos, probablemente el filósofo más grande de la historia de la humanidad, Immanuel Kant, en el que se sistematizan y ordenan de forma absolutamente rigurosa todos los problemas filosóficos de la Ilustración, y de la Edad Moderna, porque ocupará por sí solo un tema en exclusiva, el Tema 11. El resto de los pensadores que habitualmente se asocian a este movimiento, como Voltaire, Diderot, Rousseau, D´Alembert, Lessing, Montesquieu, el Marqués de Sade, Condorcet o La Mettrie serán los que sucintamente trataremos en estas páginas.
Lo característico de todos estos pensadores (con la excepción de Rousseau) es que ninguno de ellos es un filósofo en el sentido estricto del término. Son ensayistas, polemistas, periodistas, dramaturgos, poetas…; pero no son catedráticos ni profesores de filosofía. Son, lo que entonces se dio en llamar “philosophes”, expresión que debe ser traducida más bien como “hombres de letras” o, mejor todavía, porque es cuando realmente nace su función, como “intelectuales”. En Inglaterra se les denominaba con una expresión hermosísima: “librepensadores”. ¿Puede haber mayor elogio? Yo, de mayor, quiero ser librepensador; es por ello por lo que apenas leo los periódicos o veo la televisión.
Pues bien, estos philosophes no escriben libros de filosofía (¿para qué, si todos sabemos que nadie los lee?), sino que escriben ensayos, diccionarios, artículos para enciclopedias, cartas, poesías, obras de teatro, novelas y cuentos “filosóficos”. De hecho, los Cuentos filosóficos, y especialmente Cándido, de Voltaire, son excelente literatura, que se siguen leyendo con gusto, al igual que Jacques el fatalista, de Diderot, o las novelas pornográfico-filosóficas (sí, así como suena) del Marqués de Sade, como La filosofía en el tocador. Con ello consiguen difundir su ideología por todos los estratos medianamente cultos de la sociedad (y de paso, convierten al francés en la lengua de cultura europea).
No se trata de una filosofía académica de universidad, sino de una ideología que se encuentra en los teatros, en los salones de París, en las academias militares y en las academias literarias, en los “periódicos”, en las logias masónicas…; un saber que se difunde por todos los sitios y al que es prácticamente imposible poner freno. Hay que destacar, en este sentido, la influencia tan enorme que tuvieron las mujeres, a través de los salones ya citados, en la difusión del pensamiento ilustrado. Una de ellas, Olympia de Gouges, extendió los “derechos del hombre” a las mujeres (Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana), y fue, estrictamente, la primera feminista de la historia. Se trata, pues, de una filosofía poco rigurosa y sistemática (ya lo solucionará Kant con su precisión germánica, no hay que preocuparse), pero de un pensamiento verdaderamente vivo e influyente, además de divertido.
Los temas de la Ilustración
El concepto de “razón ilustrada” (I): razón empírica, analítica y práctica
Realicemos una pequeña aclaración, antes de comenzar. Puesto que los filósofos ilustrados más importantes se estudian por separado, y la propia naturaleza del pensamiento ilustrado de los philosophes no es sistemático ni se plasma en obras organizadas al estilo de Aristóteles, lo mejor es echar un vistazo general a los principales asuntos que desarrolló el pensamiento ilustrado sin centrarse en ningún pensador concreto, pero comentando a la vez aspectos del pensamiento de todos ellos. Como ya se dijo, el único pensador que se sale un poco de este esquema e intenta sistematizar su pensamiento, fue Jean-Jacques Rousseau.
¿Qué modelo de racionalidad humana asumirán los ilustrados como propia? La respuesta es fácil de obtener a partir de algunas de las alusiones de las páginas anteriores: el modelo de racionalidad del empirismo, reforzado por el éxito que Newton había tenido en su estudio de la naturaleza al aplicarlo de forma sistemática. El pensamiento ilustrado será pues plenamente empirista y procurará proceder siempre de forma analítica, pero intentando llegar siempre a soluciones prácticas, efectivas, que se plasmen en algo que se pueda llevar a cabo u observar realmente (del mismo modo que la física newtoniana es aplicable a la realidad y permite llevar a cabo a partir de ella transformaciones tecnológicas).
Así pues, la razón, tal y como la entienden los ilustrados, es tanto la capacidad de adquirir conocimientos en referencia a la experiencia y lo empírico, como la capacidad de analizar lo empírico, tratando siempre de comprender, la ley o la norma universal que esconde en esos datos de la experiencia.
Estas líneas anteriores, excesivamente abstractas, se entenderán de forma más fácil con un ejemplo comparativo. ¿Cómo habría de buscar Descartes la felicidad humana? Buscaría una evidencia “indudable” acerca de nuestra naturaleza, y partir de ahí deduciría de forma lógica e impecable, el contenido de la felicidad humana. ¿Cómo la busca Voltaire? Pues empíricamente observa y toma nota de las aportaciones de la antropología, que por aquel entonces empieza a tener conocimiento del modo de vida de muchos pueblos “primitivos” (en este sentido Canadá, donde los franceses estaban en continuo contacto con las tribus indias, y con las que solían tener buenas relaciones por aliarse con ellas contra los ingleses; véase de nuevo El último mohicano). Y a continuación, analiza y descompone los elementos de sus particulares sistemas morales: sobriedad, sentido de la justicia, igualdad, asamblearismo como contrapeso al poder del jefe, vida sencilla que no pretende crear deseos de imposible satisfacción…; y una vez que lo lleva a cabo intenta nuevamente analizar si pueden ser comunes a todos los seres humanos, ver si hay leyes generales que afecten a la moralidad humana y puedan, por tanto aplicarse a la sociedad occidental.
El concepto de “razón ilustrada” (y II): razón crítica, autónoma y secularizada
Sigamos con el ejemplo de Voltaire. ¿Qué hace nuestro autor, después de lo que acabamos de decir? Pues publica un divertidísimo cuento (filosófico, aunque no lo parece), El ingenuo, en el que un indio hurón es recogido por un cura (siempre hay curas, de los que hacer escarnio en los cuentos de Voltaire) y su hermana, educado, bautizado…; en fin, no se puede describir aquí la cantidad de situaciones hilarantes que se producen por el choque entre la ingenuidad sincera basada en auténticos valores morales del indio, y la hipocresía fanática que se esconde tras la gente “civilizada”. El libro se publica, se prohíbe, por tanto todo el mundo lo consigue; se lee en los salones, se discute, alcanza un enorme éxito, se vuelve a permitir su publicación, los curas quieren volver a prohibirla y consiguen que nadie se olvide de él… Estos son los mecanismos de difusión ideológica de la ilustración.
Lo más interesante, no obstante, es que podamos apreciar el resto de las características de la razón ilustrada. Cómo esta razón exige aplicación directa, necesariamente se convierte en una razón crítica con los valores y conocimientos establecidos, por lo tanto crítica con la tradición, la superstición, el fanatismo y el poder; es crítica también con los curas, con la iglesia, con los nobles, con las desigualdades, con la hipocresía, con la miseria consentida. Es una razón crítica contra cualquier peso externo que la quiera lastrar o menguar, debilitar y matizar sus conclusiones. Así, frente a quienes dicen que es muy triste, sí, pero que es la voluntad de Dios la que quiere que haya ricos y pobres, Voltaire replicará que no es la voluntad de Dios, sino la de los hombres, que por lo tanto, puede ser modificada. Y la razón es crítica porque es autónoma, es decir, opera por ella misma y no tiene más fundamento y límites que los internos a ella misma. En el célebre texto de Kant reproducido páginas atrás, se decía “¡aude sapere!”; es decir, “atrévete a pensar”
2º de Bachillerato Historia de la Filosofía
Año 2011/2012
Tema 10
por ti mismo; quítate el “tacatá” (es la expresión literal que él utiliza; nosotros diríamos: “¡apaga la televisión!”) de tu mente, no dejes que curas, teólogos, filósofos rancios y personas poderosas (o El País, Ana Rosa Quintana -puaj-, La Nueva España, Tele5, Benedicto XVII, Leire Pajín, Guardiola...; el poder hoy en día está más bien en el acceso a los mass-media; por eso el miedo que les despierta internet) te digan lo que tienes que pensar; y alcanza de una vez la mayoría de edad racional.
Sintetizando: una razón que admite que haya normas (nomoi) externas (heteroi) a ella y que la limiten, es una razón heterónoma; la razón ha de darse las normas a ella misma, y ha de ser autónoma. (Esto se desarrollará igualmente en el Tema 11, dedicado a Kant).
Evidentemente, una razón así es una razón plenamente secularizada, libre de cualquier tutela religiosa o teológica. Secularizado/a viene del latín “saeculum”, que significa siglo, época o tiempo presente, y de ahí pasó a significar, “el mundo”. Una razón secularizada es una razón que se sitúa en el mundo, y lo analiza con sus criterios; y no intenta pensar de forma escatológica ni desde el punto de vista de la “eternidad” divina. Una razón, pues, inmanente y no trascendente; si es trascendente ya no es razón, es fe, y la fe no puede emancipar al ser humano.
Naturaleza humana y religión natural
No se debe deducir de lo dicho anteriormente que los ilustrados fueran antirreligiosos; muy por el contrario fueron, en su inmensa mayoría, creyentes, si bien de un tipo especial que vamos a ver. (Ahora sí: casi todos fueron anticlericales y opuestos a las religiones positivas y la religión revelada).
De hecho la Ilustración se propone llevar a cabo una fundamentación filosófica del cristianismo y de la fe, para que ambos estén en consonancia con la razón y con la naturaleza. Religión sí, pero ajustada a lo que es razonable, y la sencillez de la naturaleza. Locke fue el primero en desarrollar estos puntos de vista:
“Habiendo sido imbuidos los hombres en la opinión de que no deben consultar la razón en materias religiosas… han dado rienda suelta a su fantasía y a sus naturales inclinaciones supersticiosas”, siendo así que “la religión es lo que más debería distinguirnos de las bestias, y lo que más peculiarmente debería elevarnos, como criaturas racionales, sobre los brutos”, porque “la razón es la revelación natural, por donde Dios les comunica a los hombres esa porción de verdad que ha puesto al alcance de sus facultades naturales”.
John Locke, Racionabilidad del cristianismo
La razón, esencial a la naturaleza humana, es el fundamento de esta religiosidad natural. Pero esta religiosidad natural debe ser racional, y por lo tanto, no debe aceptar supersticiones, ritos, milagros, contratos con Dios y profecías, hechos todos absolutamente irracionales.
En nuestra sociedad existen muchas personas que creen que el Dios de las distintas religiones en realidad es el mismo, y que siguen la religión socialmente mayoritaria, pero que en realidad no le dan a los ritos ninguna importancia, y sí a la sinceridad de su fe y a una serie de preceptos morales universales, están siguiendo las ideas de Locke; se dicen católicos, pero siguen la religión natural.
Teísmo y deísmo
La religión natural adquirió dos formas fundamentales de manifestación, conocidas habitualmente con los nombres de “teísmo” y “deísmo”.
El teísmo afirma que la existencia de Dios es algo que se desprende tanto de la naturaleza racional humana, como de la propia estructura armónica y racional de la naturaleza (demostrada por Newton), en la que todo parece responder a un fin; argumento este último que denominamos, al comentarlo en las explicaciones de Santo Tomás, “argumento teleológico”.
Ese Dios es bueno y providente; y la maldad es fruto únicamente de las acciones humanas. Pero ese Dios no le exige al ser humano ningún tipo de penitencia, ritual o comportamiento absurdo; y no se ha revelado en acciones milagrosas ni cuentos extraordinarios: Dios se ha revelado a través de la racionalidad de la naturaleza y del ser humano. La única forma de adorar a Dios es seguir una moralidad racional universal: promover la felicidad de los demás, ser tolerantes, procurar el bien ajeno, ayudar a los desfavorecidos… Dios, decimos, es bueno y providente y velará porque la existencia de todos los seres humanos sea cada vez más feliz, si bien esa felicidad la han de conquistar los seres humanos a través de sus esfuerzos racionales.
El deísmo matizará estos puntos de vista; veamos cómo y por qué. En 1755, el terremoto de Lisboa sacudió las conciencias europeas. No sólo por la enorme cantidad de sufrimiento y muertes que ocasionó, sino por haberse producido a la hora de misa, cuando los templos estaban atestados y así, al derrumbarse, aumentaron la magnitud de la tragedia. Y en ese momento, Voltaire, que hasta entonces había sido teísta, se preguntó si realmente un dios providente podría consentir algo así: los que humildemente le adoran, mueren, y los que no quieren saber nada con él, se salvan. Así que avanzó (como muchos otros) hacia posiciones deístas: Dios crea el mundo y lo pone en marcha, pero no se ocupa de él en absoluto porque no hay ningún tipo de providencia divina. La moral se basa en la racionalidad humana, pero no hay ninguna forma de que Dios ampare al ser humano en su comportamiento moral; la responsabilidad es únicamente suya (del ser humano); de ahí la persistencia del mal. (Postura, por cierto, muy cercana a la de Epicuro).
Veamos esta célebre entrada del Diccionario Filosófico volteriano en el que se explica en qué consiste la nueva religiosidad teísta, tan tremendamente crítica con toda religión positiva:
“El teísta es un hombre firmemente persuadido de la existencia de un Ser supremo tan bueno como poderoso, que ha formado todos los seres extensos, vegetales, sensibles, reflexivos; que perpetúa su especie, que castiga sin crueldad sus crímenes y recompensa con bondad las acciones virtuosas.
El teísta no sabe cómo castiga Dios, cómo favorece, cómo perdona; pues no es lo bastante temerario para lisonjearse de conocer cómo obra Dios; pero sabe que Dios obra y que es justo. Las dificultades contra la Providencia no lo conmueven en su fe, porque no son más que grandes dificultades, y no pruebas; está sometido a esa Providencia, aunque no vea más que algunos defectos y apariencias de ella; y, juzgando de las cosas que no ve por las que ve, piensa que esa Providencia se extiende a todos los lugares y a todos los siglos.
Unido en este principio con el resto del universo, no abraza ninguna de las sectas, que se contradicen todas. Su religión es la más antigua y la más extendida; pues la simple adoración de un Dios ha precedido a todos los sistemas del mundo.
2º de Bachillerato Historia de la Filosofía
Año 2011/2012 Tema 10
Habla una lengua que todos los pueblos entienden, mientras que no se entienden entre sí. Tiene hermanos desde Pequín hasta Cayena, y cuenta como hermanos suyos a todos los sabios. Cree que la religión no consiste en las opiniones de una metafísica inteligible, ni en vanos aparatos; sino en la adoración y en la justicia. Hacer el bien, éste es su culto; estar sometido a Dios, ésta es su doctrina. El mahometano le grita: “Ten cuidado si no haces la peregrinación a la Meca”. “Desgraciado de ti, le dice un recoleto, si no haces un viaje a Nuestra Señora de Loreto”. Él se ríe de Loreto y de la Meca; pero socorre al indigente y defiende al oprimido”.
Voltaire, “Teísmo” en Diccionario filosófico.
Ateísmo y materialismo
David Hume como ya sabemos, fue agnóstico y no ateo, pero por un motivo claro: su escepticismo le impedía hacer afirmaciones que no se derivaran de una impresión o no fueran demostrables. Que Dios no exista, aunque sea una afirmación enormemente probable, no es segura, y por eso él no la realizará. No obstante, Hume estaba en total desacuerdo con la tesis de la religión natural y la pretensión de construir una moral racional universal partiendo de la naturaleza humana (recordemos la falacia naturalista). Desde su punto de vista, la religión tenía un origen emocional y no racional: sentimientos humanos como el temor, la ignorancia y el miedo a lo desconocido. Por tanto, la religiosidad tiene una base psicológica e incluso patológica, pero una base real.
Otros ilustrados fueron estrictamente ateos: La Mettrie, Holbach y el Marqués de Sade se cuentan entre ellos. Lo interesante de su punto de vista, es que lo asocian a un punto de vista estrictamente materialista de la realidad y del ser humano (al igual que el ateísmo materialista de Leucipo y Demócrito entre los presocráticos).
Sade, por su parte, fue más allá en su crítica y realizó el siguiente razonamiento: la religión es la garante de la moralidad, y a través de ella, del control social; pero Dios no existe y la moral es la moral establecida por los poderosos; entonces el inmoralismo es revolucionario, porque trastoca el orden social. Dicho sea de paso, el inmoralismo del Marqués tiene un carácter marcadamente sexual, pero eso no es obstáculo para que esa trasmutación total de los valores morales ayudara a derrumbar la hipocresía social generalizada.
Leamos ahora un fragmento del marqués, la conversación entre un caballero, su amante y su joven esposa, en la que entre variadas actividades sexuales, van enseñando a esta última las verdades filosóficas que traen los tiempos ilustrados; en este caso, el ateísmo. La desinhibición y la libertad de los protagonistas sorprenden aun hoy en día:
EUGENIA [Tras haber disfrutado de las más variopintas prácticas sexuales]: Pero la virtud, ¿no se opone a semejantes extravíos, y no la estamos ofendiendo al comportarnos como lo hacemos?
CABALLERO DOLMANCÉ: ¡Ah, renuncia a las virtudes, Eugenia! ¿Hay ni uno sólo de los sacrificios que puedan hacerse a esas falsas divinidades que valgan por un minuto los placeres de que se disfruta ultrajándolas?
EUGENIA: Pero hay virtudes de diferentes clases. ¿Qué pensáis, por ejemplo, de la devoción?
CABALLERO DOLMANCÉ: ¿Qué puede ser la tal virtud para quien no cree en la religión? Y, ¿quién puede creer en la religión? Veamos, razonemos con orden, Eugenia: ¿no llamáis religión al pacto que liga al hombre con su Creador, y que le compromete a testimoniarle, por un culto, el reconocimiento que tiene por la existencia recibida de ese sublime autor?
EUGENIA: No se la puede definir mejor.
CABALLERO DOLMANCÉ: Pues bien: si está demostrado que el hombre no debe su existencia más que a los planes irresistibles de la naturaleza; si está probado que, al ser tan antiguo sobre este globo como el globo mismo, no es, lo mismo que la encina, que el león, que los minerales que se encuentran en las entrañas de dicho globo, sino una producción impuesta por la existencia del globo mismo y que no debe la suya [su existencia] a nadie ni ninguno (…); si está probado que la existencia de ese Dios es imposible y que la naturaleza, siempre en acción, siempre en movimiento, es causa por sí misma de aquello que a los necios le place concederle graciosamente a Dios [la existencia humana]; si es cierto que aun supuesto que ese ser inerte existiera, sería por cierto el más ridículo [y] el más detestable de los seres, puesto que permitiría el mal sobre la tierra, siendo así que su omnipotencia podría impedir el mal; si todo eso, digo, resultara probado, como lo está incontestablemente, ¿creéis entonces, Eugenia, que la devoción que ligara al hombre a ese Creador imbécil, insuficiente, feroz y despreciable, habría de ser una virtud muy necesaria?
EUGENIA: ¡Cómo! ¿Es de veras, mi dulce amiga, que la existencia de Dios no era más que una quimera?
MADAME DE SAINT ANGE: Y de las más despreciables, sin duda alguna.
CABALLERO DOLMANCÉ: Hace falta haber perdido el juicio para creer en Él. Fruto del miedo de los unos y de la flaqueza de los otros, ese fantasma abominable, Eugenia, es inútil al sistema de la tierra.
Marqués de Sade, Instruir deleitando (la filosofía en el tocador).
Un breve inciso: a menudo, en el siglo XVIII, las posturas más revolucionarias y radicales provenían de la nobleza (que preveía ya el final de su mundo) y las más moderadas, de la burguesía (que en su ascenso social, y en un futuro que se les presentaba a favor, tenía más que perder). El Marqués de Sade predicó con el ejemplo, y corrompió y prostituyó a su joven mujer de forma deliberada, obligándola a todo tipo de, digamos, excentricidades. El Marqués de La Fayette luchó a favor de la revolución, en América y en Francia, y muchísismos nobles votaron por cortarle la cabeza al rey Luis XVI.
Optimismo y progreso
La idea de progreso es otra de las características ideas ilustradas; quizá la que más presente se encuentre entre nosotros. Fijémonos en que todos los partidos políticos son, de una manera u otra, partidarios del progreso, aunque lo entiendan de diferentes maneras; la única excepción es el pensamiento ecologista (lógico, porque sus raíces se encuentran en el pensamiento romántico del siglo XIX, y no en las ideologías del siglo XVIII; sobre esta cuestión, no obstante, volveremos en el Tema 12).
2º de Bachillerato Historia de la Filosofía
Año 2011/2012 Tema 10
El libro donde aparece esta ideología de forma más explícita es el Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, de Condorcet, aunque, evidentemente, se muestre en casi todas las obras de la época (la excepción será Rousseau, y más adelante veremos sus motivos). Nos lo cuenta, por ejemplo, así: “Nuestra esperanza en el porvenir de la especie humana puede reducirse a tres puntos importantes: la destrucción de la desigualdad entre las naciones, los progresos de la igualdad dentro de un mismo pueblo, y, en fin, el perfeccionamiento real del hombre.
Llegará pues el día en que el sol no alumbrará en la tierra más que a hombres libres, que no reconozcan a otro señor que su propia razón (...).
Con una buena elección tanto de los conocimientos como de los métodos para enseñarlos, se puede instruir a todo un pueblo de todo lo que cada hombre necesita saber sobre la economía doméstica, la administración de sus negocios, el desarrollo de sus facultades, el conocimiento de sus derechos (...), para ser dueño de sí mismo.
La igualdad de la instrucción corregiría la desigualdad de las facultades, lo mismo que una legislación previsora disminuiría la desigualdad de riquezas. Aceleraría el progreso de las ciencias y de las artes creándole un medio favorable y multiplicando los artesanos (...). El efecto sería el crecimiento del bienestar para todos”.
Condorcet, Cuadro histórico del progreso humano.
Sin embargo, aunque nos parezca una idea “de sentido común”, y poco menos que connatural a la existencia humana, la idea de progreso es una idea relativamente nueva; y es una idea, además, que se debe entender asociada al optimismo histórico. Hasta el siglo XVIII, la noción general acerca de la historia es predominantemente pesimista. La historia humana es un declinar y un decaer. Este pesimismo, aparte de raíces históricas (la caída y decadencia del Imperio Romano) tiene un claro fundamento teológico: en el pasado el ser humano vivía en el paraíso terrenal, en la absoluta felicidad; su caída por culpa del pecado y su entrada en la historia, es la entrada en la miseria, el trabajo y el sufrimiento. La historia humana, pues, no tiene remedio ni solución, y será un continuo suceder de desgracias; la solución a los males está en el más allá tras el fin de los tiempos.
Como no podía ser menos, en el siglo XVIII se invierte ese pesimismo histórico La razón humana adquiere ánimos y bríos y se ve capaz de sacar a la humanidad del estado de atraso en que se encontraba. Cualquier tiempo humano fue peor; con la luz de la razón, mejoraremos, avanzaremos hacia adelante y no echaremos más de menos un incierto pasado. Progresar significa precisamente eso, avanzar; avanzar y no quedarse parados esperando el fin de la historia; la historia no es la contemplación de la providencia divina, sino la actuación de las fuerzas humanas. Por fin el ser humano va a ser el sujeto de su historia, y la historia consistirá en la conquista de una mayor felicidad para un mayor número de seres humanos. Se hace perfectamente claro, por tanto, que optimismo y progreso son dos conceptos complementarios; van de la mano y no se pueden comprender el uno sobre el otro.
Es fácil, igualmente, sacar la conclusión de que la valoración del progreso histórico del siglo ilustrado implicaba, desde el punto de vista crítico, una denuncia del pasado como atraso, superstición e ignorancia, y por lo tanto una minusvaloración de la historia (aspecto que ya tratamos) y una valoración positiva del papel de la educación como aceleradora de este progreso (aspecto sobre el que volveremos cuando hablemos de Rousseau).
2º de Bachillerato Historia de la Filosofía
Año 2011/2012 Tema 10
Y por último, no podemos olvidarnos de los aspectos materiales que refuerzan esta ideología del progreso: en el siglo XVIII, la sociedad europea había experimentado un progreso real, en la agricultura, en las tecnologías, en la alimentación, en la medicina, en la esperanza de vida. Un solo dato objetivo, bastante explícito: en este siglo, la población europea pasó de unos aproximadamente 110 millones a unos 190.
El contractualismo y la separación de poderes
Otra idea que en la Ilustración alcanzó una enorme fuerza fue el contractualismo. Como teoría ya se intuía en la Edad Media, y fue desarrollado por pensadores del Renacimiento como Hugo Grocio o Althusius, pero sin embargo es con Locke con quien alcanza una enorme influencia (y con el triunfo político y económico de esas ideas en el parlamentarismo inglés y en el sistema capitalista).
La teoría del contrato social dice que la constitución de la sociedad viene dada por un acuerdo o pacto (un contrato) entre las partes (los seres humanos) por los que se acuerda ceder una parte de sus prerrogativas y libertades individuales al conformarse como una sociedad, y ceder esas prerrogativas a quien detente el poder. Así pues, la legitimidad del estado y del poder no viene dado por un mandato divino, sino por un acuerdo entre ciudadanos. Lo que sucede es que según Locke, ese acuerdo viene empujado por una ley natural humana, que les empuja a la sociabilidad desde un estado de naturaleza previo. En ese contrato no se cede ni la vida, ni la libertad, ni la propiedad, obtenida por medio del trabajo. Estos derechos serían, de este modo, naturales. La sociedad civil surge como la mejor manera de garantizar a los individuos esos derechos; si el poder no respeta esos derechos fundamentales, el contrato es perfectamente reversible. Como vemos, son las ideas características de la democracia liberal burguesa, y se encuentran formuladas en sus Dos tratados sobre el gobierno civil
Como ya dijimos, la influencia de estas ideas fue enorme, especialmente en Francia (donde la monarquía absoluta no debía rendir ningún tipo de cuentas ni estaba sometida a ningún tipo de control). Dicha teoría fue modificada y desarrollada por Montesquieu en su famosa obra El espíritu de las leyes. Ya Locke había dicho que el poder debía estar limitado por otros contrapoderes, con el fin de evitar los abusos, y proporcionar seguridad jurídica a los ciudadanos, seguridad esencial para el desarrollo económico y la prosperidad. Esta será el punto de partida de la famosa teoría del francés, la de la separación de poderes en el estado: dichos poderes deben ser tres, independientes y separados, el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Propósito nunca fácil de conseguir, por la tendencia natural del poder por excelencia, el ejecutivo, a limitar el control que los otros dos puedan ejercer sobre él (polémica que sigue presente en la política contemporánea de todo el mundo civilizado). Es fácil ver que somos los herederos directos de todas estas ideas.
La voluntad general
A estas ideas les va a dar la vuelta otro filósofo francés, seguramente el más influyente de ellos: Jean Jacques Rousseau. Las obras en la que aparecen sus ideas serán las conocidas con los expresivos títulos del Contrato social (la más importante) y el Discurso sobre la desigualdad entre los hombres
La teoría de Rousseau parte de la idea de que la sociedad y la civilización no han traído el progreso a los seres humanos (al menos, tal y como hasta entonces se había desarrollado). Los salvajes muestran valores morales más sólidos y sencillo, menos avaricia y menos ambición. La propiedad privada ha traído un sinfín de desgracias a la especie humana, y la mayor de ellas es que ha favorecido un modelo de sociedad en el que el hombre, “que nacido naturalmente libre, por todas partes se encuentra encadenado” (mencionado páginas atrá en otro contexto). Se encuentra encadenado por la opresión de una moral hipócrita, por la desigualdad, por la injusticia, por la pobreza, por la ignorancia… Como vemos, ideas totalmente revolucionarias, que introducen muchos matices en el progresismo y el optimismo ilustrado, y que van a tener su reflejo directo en la insurrección de las masas que desencadenó la Revolución Francesa, como fue igualmente ya comentado. Rousseau continúa su razonamiento señalando que una vuelta a un estado de naturaleza puro e inmaculado, en la que el ser humano se comportaría como el buen salvaje que es en el fondo, dado el nivel de desarrollo histórico, se convierte en una tarea imposible (esta pureza y perfección del estado natural será un motivo recogido por el romanticismo y el nacionalismo, que retomaremos en el Tema 12). Este estado de naturaleza feliz e ideal, carente de conflictos, paso previo a todo contrato (las partes antes de firmar el contrato) es, probablemente, una hipótesis para ayudar a la reflexión, y seguramente nunca existió como tal; de hecho el mismo Rousseau así lo reconoce. Retomando el hilo de la argumentación, decíamos que no es posible volver al estado de naturaleza, pero sí es preciso y posible fundar un nuevo tipo de contrato social, en el que el ser humano pueda otorgar todas sus libertades y todos sus derechos, al dejarlos en mano de la voluntad general. Como la voluntad general es el reflejo de su propia voluntad y tiene un carácter democrático, al obedecerla, el ser humano se obedece a sí mismo, y su libertad no se ve comprometida. No queda muy claro qué debemos entender por voluntad general (pues no es la mera suma de las voluntades particulares), pero sí que esa voluntad general intenta ser algo así como la expresión de la voluntad popular, de la voluntad del pueblo, un pueblo unido en una democracia radical y de base. Esa, al menos fue la lectura histórica que tuvo su contractualismo y su concepto de la democracia: un contractualismo revolucionario y popular frente al contractualismo anterior, defensor de los intereses de la burguesía
Antropología optimista y antropología pesimista
Fijémonos en que el fundamento de la reflexión de Rousseau es una antropología totalmente optimista (el ser humano es bueno por naturaleza), que en este caso, es una idea común a toda la ilustración. En todo el movimiento hay una reivindicación ideológica de la bondad de la naturaleza, de su sencillez y de su verdad interna (la famosa idea antes citada del buen salvaje). Lo natural ha de ser, en sí mismo, bueno.
Pongamos ejemplos: los sentimiento religiosos sencillos y espontáneos, son buenos, porque son naturales; las religiones particulares, malas; el sentimiento espontáneo y sencillo de compasión humana, fundamento de la ley moral, es bueno, porque es natural; las envidias, la avaricia, el afán de poder, malos; y así, sucesivamente. Así que el ser humano no se escapará de este análisis, y su naturaleza será buena y por tanto perfectible y mejorable. Bastará con hacer racionales y razonables las instituciones políticas y sociales.
2º de Bachillerato Historia de la Filosofía
Año 2011/2012 Tema 10
Esta antropología optimista marca un enorme contraste con el otro gran contractualista, anterior a Locke, que fue Hobbes (producto del siglo anterior), para el que el ser humano es malo por naturaleza, de forma absolutamente pesimista (“homo homini lupus”, el hombre es un lobo para el hombre) y el estado de naturaleza, una feroz lucha por la subsistencia (“bellum omnium in omnes”, una guerra de todos contra todos).
Para Hobbes, los seres humanos se agrupan en sociedad para evitar la destrucción mutua, y le entregan todo el poder al estado para que éste ejerza el poder, y si hace falta la violencia, de forma exclusiva y sin limitaciones. El estado ha de ser así un enorme leviatán (un monstruo mitológico enormemente atemorizador), porque sólo la fuerza puede evitar la destrucción de la humanidad. El Leviatán, es, también, el título de su obra fundamental. Dicho sea de paso, esta visión tan pesimista y negativa del ser humano está muy en línea con el puritanismo calvinista (que entonces dominaba en Inglaterra de la mano de Oliver Cromwell).
La educación y los derechos humanos
Por eso la Ilustración será una firme defensora de la educación (la otra gran obra de Rousseau es El Emilio, o de la educación), de crear escuelas y fomentar la alfabetización, y de todo tipo de actuaciones políticas que permitan sacar lo mejor del ser humano e impidan la degradación de su naturaleza, abandonada a la pobreza y a la miseria y sin ningún tipo de estímulos (sin ir más lejos, estos fueron buena parte de los empeños de Jovellanos). En esto, como en tantas otras cosas, somos directos herederos del pensamiento de la ilustración (la pedagogía como disciplina, nace también en este mismo siglo XVIII).
Ese optimismo y ese deseo de reforma y mejora de la humanidad se refleja en otra gran obra del siglo, como la de Cesare Beccaria: Sobre los delitos y las penas, en la que se hace una firme denuncia de un sistema judicial basado en la tortura, los malos tratos y los abusos (no perdamos nunca la perspectiva histórica: ¡la tortura era, por aquel entonces, vista con absoluta normalidad como método de investigación judicial!), y se denuncia igualmente la crueldad e inhumanidad de las cárceles y los castigos, incapaces de redimir a nadie, pero sí de corromper y destruir a inocentes.
Cesare Beccaria entronca directamente con una de las mayores conquistas (aspiraciones, más bien), no solo de la Ilustración, sino de la historia de la humanidad: la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, proclamada por la Asamblea Nacional Constituyente francesa el año de 1789 junto con el hermoso lema de “libertad, igualdad, fraternidad” (recordemos: Olympia de Gouges fue quien los amplió a la mujer; la ilustración no se libró todavía del machismo). Fijémonos en el revolucionario cambio político: en la Francia de la monarquía absoluta se podían conseguir “lettres de charge” firmadas por el rey mediante las cuales un particular podía meter en la cárcel a quien quisiera sin juicio previo ni acusación.
El “proyecto de la modernidad”
Lo que queda por añadir para terminar este apartado, es que el ideal de emancipación, libertad y felicidad humanas amparado en la aplicación práctica de la razón a todos los asuntos humanos (democracia, derechos humanos, economía productiva y justa, hedonismo, seguridad jurídica, desarrollo científico y tecnológico al servicio de la humanidad…), este ideal, decíamos, recibió el nombre de “el proyecto
2º de Bachillerato Historia de la Filosofía
Año 2011/2012
Tema 10
de la modernidad”, o también “el proyecto de la Ilustración”. La modernidad histórica se cumplirá cuando todos los seres humanos puedan vivir bajo estos supuestos, tal y como en buena medida, vivimos nosotros aquí y ahora; pues se hace evidente que somos los afortunados herederos de las aspiraciones de los ilustrados, de las aspiraciones de la modernidad.
Sin embargo, ahora se nos dice que vivimos en la “posmodernidad” (todo lo que vamos a contar ahora, se verá en el Tema 14 con mayor detalles). ¿Quiere eso decir que la modernidad y las aspiraciones de la Ilustración ya están superadas? La respuesta posmoderna es que sí, que ya están superadas, pero por resultar imposible llevarlas a cabo. La posmodernidad, que se asocia al relativismo, y la pérdida de confianza en las capacidades objetivas de la razón, implica dar por imposible el cumplimiento de este proyecto, al haberlo demostrado la experiencia histórica (comunismo, nazismo, totalitarismo, capitalismo que deja a más de la mitad de la humanidad en la miseria, civilizaciones basadas en el integrismo religioso, colapso ecológico a la vuelta de la esquina…). La posmodernidad da por supuesto que la razón es débil e incapaz de satisfacer esas aspiraciones; de ahí que considere “relativos” muchos de los aspectos que la modernidad consideraba absolutos y fundados en la objetividad de la razón. Un ejemplo de pensamiento posmoderno es la llamada “alianza de civilizaciones”. Es posmoderno su nombre, pues supone considerar “civilizadas” a sociedad como la islámica, sin libertad política ni desarrollo científico; y es posmoderna, en fin, porque relativiza valores que para la modernidad eran absolutos, como la libertad de prensa (ante las caricaturas de Mahoma con una bomba, aparecidas en la prensa danesa, Zapatero escribió a medias con Ocalam, presidente de Turquía, un despreciable -incluso para su nivel- artículo en este sentido) o, incluso, los derechos humanos (el relativismo cultural; hay miles de casos). Buena parte de la crisis de la izquierda le viene de abrazar este relativismo cobarde en lugar de defender sus ideales transformadores clásicos. De hecho, lo que se llama a veces, con delectación, “izquierda plural”, no es más que una confusa amalgama de nazionalistas, ecologetas, feminazis, ideólogos de género, pedagogos libertarios “chachis” profesionales, etc.
Otros por el contrario piensan (pensamos) que lo que hace falta es más ilustración, y no menos, y que por eso no se ha podido desarrollar todavía el “proyecto de la modernidad”, por culpa de todas las fuerzas ideológicas, políticas y sociales, que han luchado con todas su fuerzas por impedirlo. Todas estas cuestiones también se verán en su momento.