RENACIMIENTO

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2º de Bachillerato Año 2011/2012

Historia de la Filosofía Tema 7

TEMA 7. El Renacimiento y la Revolución Científica El nombre de Renacimiento surge primero en un marco artístico. Se trata del período histórico en el que el arte se renueva tomando inspiración en las formas del arte clásico. No obstante, la idea pasa a ser aplicada a casi todas las otras características culturales del período, y muy especialmente, a la filosofía, a la ciencia y a una nueva actitud crítica y racionalista. Esta actitud surge del definitivo conocimiento del riquísimo saber griego, y de insertarlo en un nuevo marco económico, el capitalismo, donde este conocimiento se aliará con la tecnología y sacará a Europa definitivamente de la Edad Media encauzándola por la senda del progreso. Se trata, por tanto, de un renacer de la cultura y la civilización occidental sobre sus viejas bases. Aunque con matices, no es una interpretación incorrecta, pero a partir de la lectura del tema anterior debemos ser conscientes que el Renacimiento no es tanto un proceso revolucionario, sino la culminación de los cambios que se venían gestando desde la crisis del modelo teórico escolástico de los siglos XIII y XIV. El momento en el que estos cambios ideológicos culminarán en transformaciones sociales definitivas e irreversibles será el siglo XV; la fecha podemos situarla en el descubrimiento de América (1492), la Reforma protestante(1517), la invención de la imprenta (1449) o la caída de Constantinopla (1453); el lugar, Italia, desde dónde irradiará con gran fuerza por toda Europa. Como consecuencia de las transformaciones renacentistas, una nueva imagen científica del mundo sustituirá a las cosmovisiones medievales y, sobre todo, un nuevo modelo de racionalidad despojada de tutelas teológicas será el fundamento del desarrollo europeo de entonces en adelante. Estas serán las cuestiones que desarrollaremos a continuación. Pero antes debemos realizar una aclaración: aunque el Renacimiento sea irreversible en la historia de Europa, las pervivencias medievales no desaparecerán por ensalmo, y se arrastrarán hasta su definitiva crisis con la caída del Antiguo Régimen. Pero esa es una historia que contaremos cuando toque tratar el pensamiento de la Ilustración, en el tema 10.

7.1. Las transformaciones socioculturales del Renacimiento La crisis del sistema económico feudal A lo largo de los siglos XIII y XIV ya se dejaba ver el fenómeno económico que eclosionaría en el siglo XV: la desaparición del sistema económico feudal y su progresiva sustitución por un sistema económico diferente, el capitalismo. Evidentemente, lo más interesante son las consecuencias sociales involucradas en esta 1


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transformación económica: crecimiento de la ciudades; urbanización cada vez mayor de la cultura (los monasterios pierden su influencia); aparición de una nueva clase social, la burguesía, laica y menos ceñida a los dogmas eclesiásticos; aumento del comercio, de la propagación de la información, de los contactos sociales entre personas diferentes; aumento de las posibilidades para enseñar y aprender; aumento de los saberes técnicos en las universidades; revalorización del trabajo y de las actividades productivas; competencia; instauración de criterios de eficacia en la gestión de los asuntos públicos… Todos estos aspectos y muchos otros similares que podríamos agregar son factores imprescindibles para entender los cambios ideológicos del Renacimiento; pero nuestra explicación no puede ser sólo materialista: también las transformaciones ideológicas del Renacimiento son las que posibilitan estas transformaciones sociales. Existe, pues, una interdependencia.

La Reforma Protestante Un fenómeno histórico en el que cristalizaron muchos de las anteriores circunstancias fue la Reforma Protestante. En 1517, el monje agustino Lutero clava en la puerta de la Iglesia de Wittemberg sus famosas 95 tesis, en las que se encuentran las afirmaciones fundamentales del pensamiento protestante: salvación por la fe, lectura e interpretación individual de la Biblia, democratización de las estructuras de poder de la iglesia, vuelta a la vida sencilla de los primitivos cristianos, vínculo directo entre el cristiano y Dios sin mediación de la jerarquía, crítica feroz de las indulgencias… Aunque sólo fuera por la crítica a la venta de indulgencias (compra del perdón de los pecados), mecanismo de financiación del lujo y la riqueza escandalosa en que vivía el alto clero, el catolicismo no hubiera tolerado las reformas doctrinales de Lutero. Pero Lutero tenía el apoyo de buena parte de la burguesía urbana y de la baja nobleza, así como de los trabajadores de los gremios. Y ante la división política de las ciudades­ estado alemanas, pudo llevar adelante su proyecto sin que sus enemigos pudieran acabar con él, puesto que siempre hubo estados dispuestos a ayudarle, aunque sólo fuera para limitar el poder del Emperador y de los Habsburgo. La Reforma es todo un síntoma, y efecto, más bien que causa, de las transformaciones sociales de su tiempo. Sus consecuencias ideológicas más importantes son la defensa de la libertad y la conciencia individuales, y la necesidad de razonar de forma autónoma. Esto estimulará la lectura y la reflexión privada enormemente. Aclaremos este punto de la reflexión personal: para los católicos, el dogma ha de venir interpretado por la iglesia; todos los que dicen que son católicos pero que, por ejemplo, en cuestiones de contracepción “no siguen los mandatos de la iglesia”, estableciendo una interpretación personal del mensaje evangélico, en realidad son protestantes. No obstante, el catolicismo intenta no insistir mucho sobre este punto para no perder cuota de mercado.

La aparición de la imprenta La invención de la imprenta, de muy discutida paternidad, se suele atribuir a Gutemberg, ante un hecho indudable: en 1449 imprimió el Misal de Constanza, primer 2


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libro del mundo realizado a base de tipos móviles. Sin embargo, el libro impreso por él en mayor medida fue la famosa Biblia de 42 líneas. Una Biblia traducida al alemán por el propio Lutero. Para los católicos, eso era un gran escándalo, puesto que la Biblia era leída e interpretada (en latín) por los curas en misa; es lógico que sea así si el católico corriente debe aceptar la versión del mensaje evangélico que le proporciona la “Santa Madre Iglesia”. Las consecuencias de la imprenta están muy claras: difusión del saber, aumento del conocimiento, creación de una clase intelectual independiente y esparcida por toda Europa, rotura del monopolio eclesiástico del conocimiento… La lectura es a la vez una actividad privada, reflexiva y racional. No ha de resultar extraño que el cristianismo (y no sólo el católico) se dedicar a perseguir con ahínco todos los libros cuyas teorías chocaban con sus intereses. Estrictamente hablando, la censura nace con la imprenta y no antes. Además, y aunque resulte paradójico, los libros fabrican lectores, puesto que cuando los libros debían ser copiados a mano, su posesión era un lujo y su difusión escasísima, por lo que la habilidad de la lectura no resulta especialmente necesaria para quien no sea un eclesiástico (el mismo Carlomagno era analfabeto, sin ir más lejos). Al abaratarse y generalizarse el libro, la alfabetización también se generaliza (exactamente igual que las destrezas informáticas tras la invención del PC).

Las lenguas y los estados nacionales Decíamos líneas atrás que uno de los empeños más sistemáticos de Lutero fue la traducción de la Biblia al alemán; esto es lógico, ya que pretendía que los alemanes la leyeran, y por aquel tiempo, el conocimiento del latín era un exotismo para la burguesía ciudadana y las clases medias ascendentes. Ya Dante, a finales del siglo XIV había escrito la Divina Comedia en toscano (origen del italiano normalizado hoy en día; la lengua que se hablaba en la Toscana: Florencia, Pisa, Siena…), a fin de que llegara a un “público” más amplio. En todo el Renacimiento hay un gran crecimiento de las publicaciones y las lecturas posibles en las diferentes lenguas nacionales, y la posibilidad de acceder al conocimiento sin pasar por el latín, lo que también supone una ruptura del monopolio ecesiástico del saber. El libro que le costó a Galileo su condena estaba escrito en toscano y a modo de diálogo entre un geocentrista estúpido y un paciente y sabio heliocentrista; su impacto hubiera sido mucho menor de estar escrito en latín, y el latín no le permitiría tampoco el desenfado con el que Simplicio (el geocentrista) hace honor a su nombre con sus continuas simplezas. El auge de las lenguas nacionales corre parejo con la aparición de un nuevo equilibrio político en Europa, construido en torno a un nuevo modelo administrativo: el Estado­Nación. El sueño agustiniano de una cristiandad con dos cabezas, una secular (el Emperador) y otra espiritual (el Papa), sometida la primera a la segunda, desaparece ya definitivamente. De hecho, el poder a Carlos V le venía dado más por ser Rey de España que por ser el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

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El Humanismo Si la Escolástica es el movimiento cultural característico de la Edad Media, el Humanismo cumple la misma función en el Renacimiento. El Humanismo es un movimiento de total renovación cultural, filológico, artístico, antropológico… Su propósito es el de recuperar el ideal antropocéntrico griego, del ciudadano ilustrado, sabio y autónomo a la vez que con sentido práctico y político. Para ello es preciso volver directamente a los autores clásicos y leerlos, preparar buenas ediciones y buenas traducciones, y adquirir directamente, sin mediación, el saber de los antiguos. Y es necesario hacerlo porque la cultura en Occidente se había convertido en un rígido corsé de preceptos y conceptos filosófico­teológicos, comprendidos sin ton ni son; la cultura se encontraba en un estado totalmente esclerótico. Un solo ejemplo: los humanistas, muchos de ellos impresores y editores, sustituyeron la casi ilegible letra gótica medieval por la redondilla moderna (esta otra, por ejemplo, la Bodoni, impresor y editor veneciano, derivada de la de un humanista, Manucio) Así pues, una cultura renovada sobre las bases siempre fértiles de los griegos y los romanos, libres del peso insoportable con que los escolásticos los habían cargado; a partir de ahí, una educación, una “paideia”, una formación global del ser humano para crear un nuevo tipo de persona para los nuevos tiempos, no sometida a los dogmas ni a la irracionalidad de los argumentos de autoridad. Derivado del humanismo, va a haber un fuerte movimiento aristotélico y platónico no escolástico que intenta recuperar el espíritu original de estos pensadores; lo desarrollaremos cuando hablemos de Galileo. Humanista fue Elio Antonio de Nebrija, quien escribió la primera gramática de una lengua romance (castellano, obviamente); también Juan Luis Vives, que realizó traducciones modernas de Aristóteles, y un manual para su estudio. Humanistas fueron Petrarca (Sonetos), Dante (La divina Comedia) y Boccaccio (El Decamerón). Humanista fue Erasmo de Rotterdam (Elogio de la locura –o de la “estupidez”, según traducciones), primer gran europeísta, y cuyo nombre está asociado a unas famosas becas de estudio, y Michel de Montaigne (Ensayos), inventor del género ensayístico moderno. Y la prueba de que el humanismo revitalizó la cultura europea es el hecho de que nadie (casi) lee hoy en día a Santo Tomás, y la distancia respecto de lo que plantea nos resulta abismal. Pero no hay más que acercarse a las poesías de amor de Petrarca, a los cuentos eróticos de Boccaccio, a las feroces críticas que realiza Michel de Montaigne a la tortura y a la intransigencia religiosa, o a la crítica a los pedantes y a los vocingleros de Erasmo para sentir una íntima afinidad y disfrutar con su lectura. Hay algunos textos de referencia en los que este nuevo humanismo toma forma. Este famosísimo fragmento del humanista italiano Giovanni Pico della Mirandola lo plasma de manera ejemplar. Es un texto plenamente moderno en el que se nos habla de una nueva dignidad humana basada en su libertad y su responsabilidad y en el uso de sus capacidades para alcanzar el tipo de vía que desee:

“Finalmente, me parece haber comprendido por qué es el hombre el más

afortunado de todos los seres animados y digno, por lo tanto, de toda admiración. 4


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Y comprendí en qué consiste la suerte que le ha tocado en el orden universal, no sólo envidiable para las bestias, sino para los astros y los espíritus ultramundanos. ¡Cosa increíble y estupenda! ¿Y por qué no, desde el momento que precisamente en razón de ella el hombre es llamado y considerado justamente un gran milagro y un ser animado maravilloso? […] Estableció por lo tanto el óptimo artífice que aquél a quien no podía dotar de nada propio le fuese común todo cuanto le había sido dado separadamente a los otros. Tomó por consiguiente al hombre que así fue construido, obra de naturaleza indefinida y, habiéndolo puesto en el centro del mundo, le habló de esta manera: “­ Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con tu intención obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros seres está constreñida por las precisas leyes por mí prescritas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechez alguna, te la determinarás según el arbitrio a cuyo poder te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo para que más cómodamente observes cuanto en él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que Son divinas.” ¡Oh suma libertad de Dios padre, oh suma y admirable suerte del hombre al cual le ha sido concedido el obtener lo que desee, ser lo que quiera! Las bestias en el momento mismo en que nacen, sacan consigo del vientre materno, como dice Lucilio, todo lo que tendrán después. Los espíritus superiores, desde un principio o poco después, fueron lo que serán eternamente. Al hombre, desde su nacimiento, el padre le confirió gérmenes de toda especie y gérmenes de toda vida. Y según como cada hombre los haya cultivado, madurarán en él y le darán sus frutos. Y si fueran vegetales, será planta; si sensibles, será bestia; si racionales, se elevará a animal celeste; si intelectuales, será ángel o hijo de Dios, y, si no contento con la suerte de ninguna criatura, se repliega en el centro de su unidad, transformando en un espíritu a solas con Dios en la solitaria oscuridad del Padre, él, que fue colocado sobre todas las cosas, las sobrepujará a todas.” Giovanni Pico della Mirandola, Oración sobre la dignidad del hombre.

7.2. Aportaciones filosóficas del Renacimiento La crítica a la tradición y la autoridad (I): Erasmo de Rotterdam El más famoso de los humanistas fue Erasmo de Rotterdam (1466­1536). Su obra más importante, deliciosa y de divertidísima lectura, es, como ya dijimos, el Elogio de la estupidez. Su modernidad se aprecia en que se trata de la propia estupidez, 5


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agradeciendo irónicamente, el interés con la que la utilizan curas, obispos, filósofos, teólogos, científicos. Se trata, en realidad, de un ataque en toda regla a las formas culturales de la escolástica, basadas en los argumentos de autoridad. En toda la Edad Media, apenas se podía realizar una afirmación sin apoyarla, no en su valor racional, sino en el de aquellos que la realizaron (hay un fragmento delicioso de la película El nombre de la rosa en el que Guillermo de Baskerville y Jorge de Burgos discuten sobre si Jesucristo reía o no en que se aprecia esto perfectamente). Razonar, sería pues, buscar citas y encajarlas; razonar se convierte en un ejercicio fosilizado de pedantería y memoria, y eso es la muerte de la cultura. Más aún, porque, en realidad, a última hora, el desconocimiento y la incomprensión de las fuentes que se citaban, llegaba al extremo de ofuscar tanto las inteligencias, que se realizaban afirmaciones de memoria sin ton ni son (como cuando los alumnos empollan algo que no entienden y lo suelta al estilo “ahí te va que te preste”). La autoridad no puede ser la base de la razón: esta es la novedad por la que Erasmo lucha y combate. Veamos sólo un pequeño fragmento del Elogio de la locura , en el que se aprecia el feroz humorismo de nuestro hombre (gran amigo de Lutero, por cierto, pero siempre católico). En él, la estupidez o locura, hablando en primera persona, en un totum revolutum, carga contra frailes, abogados, filósofos, científico y teólogos (como el todo indiferenciado de carácter escolástico que eran en su época): “A aquellos que son los más cercanos de estos (los teólogos) en felicidad se les llama generalmente los “religiosos o monjes”, nombres ambos engañosos pues en su mayor parte se mantiene tan apartados de la religión como les es posible y frecuentan toda clase de lugares. No puedo, sin embrago, ver cómo vida alguna podría ser más sombría que la de estos monjes si yo (la locura) no les ayudara en muchas formas. Aunque la mayoría de la gente detesta tanto a estos hombres que se toma por cosa de mala suerte toparse con uno de ellos, los propios monjes creen que son magnificas criaturas. Una de sus principales creencias es la de que ser iletrado es ser de alta santidad, por lo que se aseguran de no aprender a leer, otra es la de que cuando están sacando de sus seseras sus evangelios en la iglesia se están haciendo muy gratos y satisfacientes a Dios, cuando en realidad están recitando estos salmos como una cuestión de repetición, más que de sus corazones. Más aun, es divertido ver que insisten en que todo se haga al más fastidioso detalle, como si, empleando el orden de las matemáticas, un pequeño error en él fuera un gran crimen. Cuantos nudos exactamente han de hacerse en cada sandalia y si las correas han de ser de un color especifico, y cuanto encaje se permite en cada habito, y que si el cinto tiene que ser del debido ancho y material, la capucha de cierta forma y capacidad, el pelo cuantos dedos de largo, y por fin que solo puedan dormir un numero especifico de horas por día. ¿No pueden entender que, por la variedad de cuerpos y temperamentos toda esta igualdad de restricciones es de hecho muy desigual? No obstante, por todo este detalle que observan, piensan que son superiores a toda otra persona. (…) Muchos de ellos trabajan tan arduamente en el protocolo y la fastidiosidad tradicional que piensan que un cielo apenas haa de ser recompensa suficiente por sus afanes; con todo, sin recordar jamás que el día vendrá en que Cristo pedirá la toma de cuentas de lo que él ha prescrito, es decir, la caridad, y que juzgará de 6


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poca cuenta sus hechos. Un monje exhibirá entonces su vientre lleno de toda clase de pescados; otro se ufanara del conocimiento de más de cien himnos; otro más revelara ayunos sin cuento y de su gran barriga dará cuenta explicando que los ayunos siempre han terminado con una sola gran comida; y otro mostrara la lista de ceremonias de iglesia en las que habrá oficiado, una lista como para llevar siete navíos. (…) Los jurisconsultos reclaman entre los doctos el primer lugar, y cierto es que ningún otro se muestra tan satisfecho de sí mismo cuando, al modo de nuevos Sísifos, suben eternamente la piedra urdiendo en su cabeza un cúmulo de leyes, sin importarles un comino que vengan, o no vengan a pelo, amontonando comentario sobre comentario, opinión sobre opinión y haciendo creer que sus estudios son los más difíciles de todos, por reputar que lo más penoso es por lo mismo lo más excelente. Aseméjanse a ellos los dialécticos y los sofistas, hombres locuaces, que adondequiera que estén meten más ruido que los bronces de Dodona, pues uno solo podría habérselas con veinte rabaneras escogidas. Serían, sin embargo, más felices si, en la misma medida que son charlatanes, no fuesen también tan terribles camorristas, que, por un quítame allá esas pajas, arman feroces peloteras, si bien las más veces, a fuerza de porfiar, la verdad se les escapa de las manos; pero, a pesar de ello, el Amor propio les hace dichosos, y pertrechados con dos o tres silogismos, no vacilan en atreverse a hablar de todo ni en discutir con cualquiera, porque su misma pertinacia los hace invencibles, aunque les pusierais enfrente al propio Estentor. Vienen después de éstos, los filósofos, hombres de barba y capa reverendas, que dicen ser los únicos que saben, pues están persuadidos de que el resto de los mortales no son más que las sombras errantes de que habla Homero. ¡Oh, cuán dulcemente deliran cuando forjan los mundos a su antojo; cuando miden como por pulgadas y concuerda el sol, la luna, las estrellas y los orbes; cuando, sin vacilar un punto, explican las causas del rayo, de los vientos, de los eclipses y de todos los demás fenómenos inexplicables, del mismo modo que si estuviesen en el secreto de la Naturaleza, artífice del Universo, o como si para ello sólo hubieran venido a la tierra procedentes del Consejo de los dioses! Inútil es decir que la Naturaleza se ríe en grande de ellos y de sus hipótesis, porque nada saben con certeza, como lo demuestran palmariamente las magnas polémicas que mantienen entre sí acerca de las cosas cuyo fundamento nos es desconocido; pero, si bien es innegable que no saben absolutamente una palabra, esto no es obstáculo para que digan que lo saben todo; y el que no se conozcan a sí mismos, ni vean el precipicio en que pueden caer, o la piedra en que pueden tropezar, sea porque de ordinario son casi ciegos, sea por tener la cabeza a pájaros, no les impide tampoco ufanarse de percibir las ideas, los universales, las formas abstractas, las quidditates, las ecceitates, las formalidades, conceptos, en verdad, tan extremadamente sutiles, que, a mi juicio, no alcanzaría a descubrirlos ni el mismo Linceo. Sienten por el profano vulgo un desdén olímpico, sólo porque han aprendido a trazar unos cuantos triángulos, cuadrados, círculos y demás figuras matemáticas, inscritas unas en otras e intrincadas a modo de laberinto, y, como si esto fuera poco, a escribir unas letras dispuestas en forma de ejército, cuya colocación, muchas veces repetida, ofusca a los ignorantes. No faltan entre ellos algunos que predicen el porvenir consultando a los astros y prometiendo mayores 7


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prodigios que los de la magia, ni tampoco dejan de encontrar papanatas que se traguen sus simbolismos. Añadid a esto [a las sutilezas de filósofos y teólogos] sentencias tan extravagantes que a su lado los oráculos de los estoicos, a los que llamaban paradojas, parecen lugares comunes y banalidades. Por ejemplo: “es más leve delito degollar mil hombres que coser en domingo los zapatos de un pobre”. “Es preferible dejar que perezca el universo entero antes que decir una mentira, por pequeña que sea”. Y estas sutilezas sutilísimas las convierten en archisutiles las vías escolásticas, ya que antes se saldría de un laberinto que de esa maraña de realistas, nominalistas, tomistas, albertistas, occamistas, escotistas, y no he nombrado sino las principales escuelas. En todas ellas es tanta la erudición y tantas las dificultades, que los mismos apóstoles juzgarían necesaria una nueva venida del Espíritu Santo si tuvieran que disputar de tales temas con este nuevo género de teólogos. Erasmo de Rotterdamm, Elogio de la locura.

La crítica a la tradición y la autoridad (II): Francis Bacon y la lógica y la metafísica aristotélicas Francis Bacon (1561­1626), en su obra Novum Organum, realiza la misma tarea crítica y destructora de la tradición. Sin embargo, lo hace de forma metódica, sistemática y filosófica, y no ensayística como Erasmo. No debe ser confundido con Roger Bacon, del que hablamos en el tema anterior, si bien existe entre ambos una conexión y continuidad ideológica. Francis Bacon comienza por críticar la lógica y la metafísica aristotélicas, que según él “sirve más para fijar y consolidar errores fundados en nociones vulgares, que para buscar la verdad”. Es una lógica basada en nociones confusas, imprecisas, indefinidas e indemostrables, como “substancia”, “cualidad”, “generación y corrupción”, “elemento”, etc. (Probablemente muchos alumnos considerarán estas críticas con simpatía). En realidad, toda la lógica aristotélica falla en su fundamento: sus nociones básicas carecen de todo valor científico, puesto que han sido obtenidas deductivamente para que la experiencia encaje en ella. Pero las nociones fundamentales tienen que surgir de forma inductiva, a partir de las “anticipaciones” (percepciones) que nuestra mente tiene sobre la realidad. Como vemos, Bacon es todo un avanzado del empirismo; de hecho, reflexionó abundantemente de los modos por los que la observación empírica inductiva puede ayudarnos a establecer relaciones causales de tipo general.

La crítica a la tradición y la autoridad (y III): los “ídolos” de la mente Las percepciones son mucho más poderosas que las interpretaciones a la hora de conquistar el entendimiento humano. Sin embargo, vivimos rodeados de la ignorancia, reflexiona Bacon. ¿Cómo puede ser eso posible? Porque nuestra mente está llena de nociones e imágenes falsas con las que se acostumbra a pensar, y de las que ni siquiera es consciente; por lo tanto, malamente se puede defender de ellas. 8


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A dichas nociones Bacon las denomina con el nombre de “ídolos” (expresión que significa, en griego, “falsa imagen”), y según él son de cuatro tipos (sus nombres tienen un significado alegórico): Ídolos de la tribu. Son comunes a todos los hombres, y se basan en las debilidades de la naturaleza humana. Por ejemplo: la tendencia metafísica a pensar que la naturaleza es más perfecta y ordenada de lo que realmente es, o la tendencia a generalizar inductivamente sin cuidado ni precaución, o la tendencia a imponer a la naturaleza finalidades y propósitos… Ejemplo moderno para justificar la ciega avaricia consustancial a nuestra imperfecta humanidad: “los pisos siempre suben”; “compra ahora que esto va p 'arriba y si no lo puede pagar lo vendes y ganas dinero”. 2. Ídolos de la caverna. Son propios de cada individuo, y ante ellos se estrella la luz de la razón natural, porque dependen de su carácter, educación, lecturas, familia, formación… Los hay que prefieren todo lo nuevo sin reflexión; los hay que sin reflexión sólo dan crédito a lo antiguo; los hay tolerantes y los hay intolerantes; los hay relativistas y hay quien no lo es… Y estas tendencias afectan continuamente la posibilidad de nuestra comprensión objetiva de la realidad. Muchas personas, por ejemplo, sueltan este mantra en cualquier conversación: “los funcionarios son todos unos vagos”. ¿Quiénes suelen hacerlos? Los incapaces de sacrificarse por unas oposiciones, los que nunca quisieron estudiar...; los que desearían serlo y no fueron capaces de conseguirlo. 3. Ídolos del foro. Proceden de la relación entre los hombres, y radican en aquello que nos une, el lenguaje, que mediante sus palabras trasmite a menudo nociones fantásticas y perturbadoras de la mente. Veámoslo con un ejemplo moderno, que no disgustaría al propio Bacon: denominar “lucha armada” al terrorismo de forma continuada en los medios de comunicación nacionalista y en las ikastolas, genera de forma inconsciente una forma de pensar que se insensibiliza ante el crimen y el asesinato. Para Bacon, son los ídolos más peligrosos. 4. Ídolos del teatro. Proceden de los sistemas filosóficos o de pensamiento anteriores, con todos sus métodos y su lógica propia. Para Bacon, los más peligrosos son los que provienen del aristotelismo, pues impiden la concepción científica adecuada de la realidad. El mismo Galileo sucumbió a ellos, pues dio un paso atrás respecto a Kepler, negando que las órbitas fueran elípticas y volviendo a afirmar su circularidad (si bien desde presupuestos heliocéntricos). O el mismo Einstein, frente a Bohr: “la naturaleza debe tener carácter causal”. 1.

Nuesto hombre, es, pues, absolutamente contemporáneo. Muchos de los que aparecen en los medios de comunicación, pese a usar teléfonos móviles y vehículos de combustión interna, no son más que hombres de las cavernas, y no me refiero a su cara (¡ese insinuado toro supraorbital de Cristiano Ronaldo, suprema burla de la biología!): “Distinguiremos seguidamente tres especies y como tres grados de ambición; la primera especie es la de los hombres que quieren acrecentar su poderío en su país; ésta es la más vulgar y la más baja de todas; en segundo lugar, la de los 9


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hombres que se esfuerzan en acrecentar la potencia y el imperio de su país sobre el género humano; ésta tiene más dignidad, pero aquellos que se esfuerzan por fundar y extender el imperio del género humano sobre la naturaleza tienen una ambición (si es que ése nombre puede aplicársele) incomparablemente más sabia y elevada que los otros. Porque el imperio del hombre sobre las cosas tiene su único fundamento en las artes y las ciencias, pues sólo se ejerce imperio en la naturaleza obedeciéndola.” Francis Bacon, Novum Organum. Así pues, viva la tecnología y el conocimiento como progreso. Vivan los saberes poiéticos, los únicos que muestran un verdadero conocimiento de la naturaleza: dominándola sólo porque obedecen sus verdaderas leyes. De hecho, predicó con el ejemplo y descubrió un método para conservar el tocino del cerdo mediante el ahumado; su nombre es un glorioso homenaje a su legado.

La nueva imagen de la naturaleza: Giordano Bruno Giordano Bruno (1548­1600) también intenta romper con la tradición filosófica y científica anterior de forma radical. Desde luego, lo consiguió, puesto que murió en la hoguera, negándose a retractarse de sus afirmaciones. Su obra más importante es Sobre el infinito universo y los mundos. Si Bacon y Erasmo atacaron a la escolástica y al aristotelismo no por sus afirmaciones concretas, sino por carencias metodológicas, Giordano Bruno ataca directamente su línea de flotación: las afirmaciones cosmológicas del aristotelismo y del cristianismo, en la medida en que éste las ha adoptado (y adaptado) son falsas. En un momento en el que Copérnico es prácticamente desconocido, Giordano Bruno lo lee con tención y saca todas las consecuencias que se derivan del geocentrismo. Se trataría de las siguientes afirmaciones: si la Tierra es un planeta más que gira en torno al Sol, no hay ningún motivo para no creer que no haya infinitos sistemas solares o similares; una vez que se demuestra que las esferas no existen, el universo no ha de tener límite ni contención y tendrá todo él el mismo carácter y estará regido por las mismas leyes, y lejos de ser finito, habrá de ser infinito; la Tierra no ocupa un lugar preponderante en el universo, ni tampoco los seres humanos; es más, ¿quién nos dice que no existe vida inteligente, sea similar a la nuestra o diferente, en algún lugar del cosmos?, ¿por qué se ha de limitar la acción creativa de Dios a un solo mundo…? A continuación, llega a sacar conclusiones de tipo panteísta: ante tal infinitud, se debe identificar el universo con Dios, puesto que si Éste es infinito, Él es el universo entero en su conjunto. El todo, tiene, pues, carácter divino… A menudo comentamos que panteísmo y ateísmo son cara y cruz de la misma moneda, así que Bruno fue quemado acusado de herejía y ateísmo. Sin llegar a sus extremos místicos, la ciencia moderna adoptará su visión del cosmos y desterrará definitivamente el modelo concéntrico, perfecto, esférico y limitado de Aristóteles. (También el heliocentrismo concéntrico de Galileo, dicho sea de paso). Además, desde el punto de vista ideológico, Giordano Bruno nos vuelve a hablar de una nueva concepción del ser humano, en la que se reivindican por igual las 10


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capacidades teóricas y las productivas. El aristocratismo aristotélico es, pues, socavado una y otra vez. Evidentemente, conecta con la línea ideológica que ya hemos visto perfilada tanto en Pico della Mirandola como en Francis Bacon: “Los dioses le han dado al hombre el entendimiento y las manos, y le han hecho semejante a ellos, dándole facultades sobre los otros animales: lo cual consiste no solamente en poder obrar de ordinario según la naturaleza, sino también fuera de las leyes de la misma; y así, formando o pudiendo formar otras naturalezas, otros cursos, otros órdenes con el ingenio, con aquella libertad sin la cual no habría dicha semejanza, vino a erigirse en dios en la tierra. Ha determinado la providencia que se ocupe en la acción por medio de las manos, y en la contemplación por medio del entendimiento, de manera que no contemple sin acción, ni actúe sin contemplación. Pero naciendo las dificultades y las necesidades de la emulación de los actos divinos, se aguzó el ingenio, se inventaron artificios, se descubrieron las artes; y siempre, día a día, gracias a la necesidad y a la profundidad del intelecto humano, fueron estimulándose nuevas y maravillosas invenciones.” Giordano Bruno, Dialoghi.

El realismo político: Niccolò Maquiavelo Una de las consecuencias del agustinismo político, pero también de la teoría del origen divino del poder, era la moralización de la política. La acción política se debía regir por criterios morales; quién tuviera el poder debía comportarse moralmente. Esa moral era, evidentemente, la moral cristiana; o si se quiere, la moral que la iglesia católica determinara (pongamos un nuevo ejemplo: los reyes de España eran “sus católicas majestades”; sin catolicismo, no hay majestad, o sea, poder). En la práctica eso supondrá que en política no se tendrá en cuenta el sentido práctico, autónomo o independiente de la propia acción política, y no se contemplará con realismo el ejercicio del poder. Esta postura ideológica abocaba a la hipocresía más absoluta a todo aquel que ejerciera el poder. Herencia de este punto de vista son las amenazas de excomunión de los curas a los diputados que votaron la ley del aborto. Muchos católicos estrictos y furibundos, cuando gobernaron, no modificaron o anularon esta ley. ¿Por qué? Por realismo político: ¿y qué hacemos con las mujeres que van a seguir abortando? ¿Las acusamos de homicidio? ¿Las encarcelamos, incluso a las que hayan sido violadas? ¿Las condenamos a realizar abortos clandestinos? ¿Dejamos que salgan de España, las embarazadas, sabiendo que podrían abortar en otro país? Este realismo político, que para nosotros es bien fácil de entender, surge de la mano del pensador florentino Niccolò Maquiavelo (1469­1527), y especialmente de su famosa obra El príncipe. Es el primero en tratar con total desenfado los mecanismos por los cuales se adquiere, se ejerce y se mantiene el poder político. Lo interesante de este libro es que contempla de forma puramente científica y naturalista la sociedad humana. Sus razonamientos vendrían a ser del tenor siguiente: los seres humanos son de tal forma, psicológicamente se comportan de tal manera, y cuando interactúan socialmente

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manifiestan tal y cual comportamiento. Por lo tanto, para gobernarlos, hay que tener esto en cuenta, su psicología y su sociología, y no la moralina hipócrita. Por ejemplo: ¿debe abstenerse el gobernante de la violencia? No, si con ello evita violencias mayores; o sí, si demasiada violencia puede llegar a poner a sus súbditos contra él. ¿Debe ser amado o temido? Temido, puesto que los seres humanos son desagradecidos, y el amor pronto se convertiría en desprecio por su bondad, que se asimilaría a cobardía. Ahora bien, temido sí, pero no tanto como para que se le llegue a odiar. ¿Debe el gobernante mantener su palabra? No, porque tampoco sus súbditos la mantendrán. Zapatero prometió eliminar el peaje del Huerna si se le votaba, pero como nadie le garantiza que, tras quitarlo, le seguirían votando, no cumplió su palabra. E hizo, bien, porque los asturianos siguieron votándolo… “Son imbéciles; ya cuento con ello; si no me aprovechara de su estupidez, el imbécil pasaría a ser yo”. Todo este razonamiento, por cierto, en la lógica del comportamiento de alguien que pasará a la historia, probablemente, como el más estúpido de los gobernantes de España desde Fernando VII (aunque debemos, generosamente, dar un margen a quienes le sustituyen). En conclusión: Maquiavelo no es un simple inmoralista, o un cínico despiadado, sino una persona con una visión moderna de la política y que, en última instancia, considera que un estado ordenado y dirigido siempre se acercará más al bien común que el desorden y la anarquía. En este fragmento de nuestro autor se aprecia extraordinariamente bien su característico realismo político en la aplicación de criterios exclusivamente pragmáticos, alejados de la ética, a la gestión del poder. Quienquiera hacer carrera en empresas como la PSOE, la PP o similares, debería considerar su atenta lectura. Estas bienintencionadas reflexiones vienen a cuento porque todas las asignaturas de nuestro departamento, por decreto­ley, llevan la desconcertante muletilla de “ciudadanía”. Bien está, pues, que la ciudadanía sepa estas cosas.. El texto es el que sigue: “De la crueldad y de la clemencia, y de si vale más ser amado que temido. Continuando el examen de las condiciones antes referidas, digo que todos los príncipes deben desear reputación de clementes y no de crueles, pero sin hacer mal uso de la clemencia. Tenía César Borja fama de cruel, pero su crueldad dio a la Romaña unidad, paz y buen gobierno; de modo que, pensándolo bien, resulta César Borja mucho más clemente que el pueblo florentino, cuando, por no aparecer cruel, dejó destruir a Pistoia. El príncipe, en consecuencia, no debe cuidarse mucho de la reputación de cruel cuando le sea preciso imponer la obediencia y la fidelidad a sus súbditos, pues ordenando algunos poquísimos ejemplares castigos, resultará más humano que los que, por sobrado clementes, dejan propagarse el desorden, causante de numerosas muertes y robos, desmanes que dañan a todos los habitantes, mientras los castigos, oportunamente ordenados por el príncipe, sólo perjudican a algunos súbditos. De todos los príncipes son los nuevos quienes con mayor dificultad pueden evitar la fama de crueles, porque los Estados nuevos están llenos de peligros. Sin embargo, el príncipe nuevo debe proceder cautamente en cuanto haga, no dando crédito a todo lo que le digan, ni asustándose de su sombra, portándose con prudencia y humanidad, sin que la excesiva confianza le haga incauto, ni la sobrada suspicacia intolerable. 12


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De esta cuestión nace la discusión de si es mejor ser amado que temido o temido que amado, y se responde que convendría ser ambas cosas; pero, siendo difícil que estén juntas, mucho más seguro es ser temido que amado, en el caso de que falte uno de los dos afectos. Porque de los hombres puede decirse generalmente que son ingratos, volubles, dados al fingimiento, aficionados a esquivar los peligros, y codiciosos de ganancias: mientras les favoreces, son completamente tuyos y te ofrecen su sangre, sus haciendas, su vida y hasta sus hijos, como ya he dicho anteriormente, siempre que el peligro de aceptar sus ofertas esté lejano; pero si éste se acerca, se sublevan contra ti. El príncipe que fía únicamente en sus promesas y no cuenta con otros medios de defensa, está perdido, pues las amistades que se adquieren por precio y no por la nobleza del alma, subsisten hasta que los contratiempos de la fortuna las ponen a prueba, en cuyo caso no se puede contar con ellas. Los hombres temen menos ofender a quien se hace amar que al que inspira temor; porque la amistad es sólo un lazo moral, el cual que por ser los hombres malos rompen en muchas ocasiones, dando preferencia a sus intereses; pero el temor lo mantiene el miedo a un castigo que constantemente se quiere evitar. Debe, sin embargo, el príncipe hacerse temer de modo que el miedo no excluya el afecto y engendre el odio, porque cabe perfectamente ser temido y no odiado; así sucederá siempre que respete los bienes y la honra de las mujeres de sus conciudadanos y súbditos. Si necesitara derramar la sangre de alguno, hágalo con la justificación conveniente y por causa manifiesta. Sobre todo, absténgase de quedarse con sus bienes, porque los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio.” Niccolò Maquiavelo, El príncipe.

7.3. La Revolución Científica El heliocentrismo: Copérnico y Kepler Habitualmente el heliocentrismo es considerado el elemento ideológico más novedoso y revolucionario del Renacimiento. El heliocentrismo, o la tesis de que la Tierra gira en torno al Sol, y por lo tanto, es un planeta más, se opone directamente al geocentrismo, o la tesis aristotélica de que la Tierra está quieta en el centro de un cosmos finito, circular y concéntrico, con todos los planetas (Sol incluido) girando en órbitas circulares alrededor suyo. También se opondría a la propia existencia de esferas cristalinas, o a la separación del universo en dos partes cualitativamente diferenciadas. Aunque algunos pensadores y científicos anteriores ya habían esbozado la tesis heliocéntrica (uno de ellos, Nicolás de Oresme, fue citado en el tema anterior; pero hubo antecedentes en la Escuela de Alejandría, como Aristarco de Samos, ¡en el siglo III A.C.!), el primero en hacerlo suele ser considerado Nicolás Copérnico (1473­1543), un cura polaco que en 1543 publicó De revolutionibus orbium coelestium (o sea: “acerca de cómo giran los planetas en el cielo”). 13


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Se le suele considerar el fundador del heliocentrismo porque todos los anteriores a él se limitaron a formularlo a modo de hipótesis, mientras que él realizó todos los cálculos matemáticos que explicaban su funcionamiento y los fundó en observaciones, Es decir: desarrolló, explicó y justificó su teoría. Sin embargo, mantuvo todavía la circularidad de las órbitas planetarias (cabe decir que la excentricidad de las órbitas elípticas del sistema solar es mínima; en otras palabras, que aunque se representen las órbitas de los planetas en los libros con elipse “muy elipsoidales”, en realidad, son “casi círculos”). Este error fue rápidamente subsanado por Johannes Kepler (1571­1630), quien en su libro Astronomia Nova explicó e introdujo las ecuaciones de su gran descubrimiento: las órbitas planetarias son elípticas. Y además lo llevó a cabo desde presupuestos ideológicos genuinamente pitagóricos (ya dijimos que el humanismo permitió recuperar el verdadero espíritu del pensamiento griego): dando por descontado que debía haber una razón matemática (una ecuación) que permitiera simplificar y resumir el sinfín de observaciones sobre la posición en el cielo de un planeta determinado. La rotura del hechizo de la circularidad fue tan importante como la rotura del hechizo de la inmovilidad de la Tierra, aunque a veces pase desapercibido ante la espectacularidad del descubrimiento copernicano. Paradójicamente, Copérnico, cuyo libro fue editado póstumamente, fue interpretado en su tiempo instrumentalmente. Es decir, que su teoría “no describía, ni pretendía hacerlo” la verdadera y real forma del cosmos, sino que era una herramienta, un instrumento para realizar los cálculos astronómicos (este podría ser un ejemplo de la “teoría de la doble verdad”, de Averroes). De hecho, originalmente el libro no fue prohibido, y el paso del calendario juliano al calendario gregoriano, en 1582, se calculó según sus ecuaciones.

La interpretación realista: Galileo Galilei Galileo Galilei (1564­1642), sin embargo, se planteó la pregunta fundamental: ¿cómo es posible que un sistema más preciso y exacto sea falso, y uno impreciso y que no se ajusta a las observaciones sea verdadero? El sistema heliocéntrico describe cómo es realmente el universo; no es un mero instrumento para calcular posiciones de planetas sin relación con la realidad empírica. La interpretación de Galileo, es pues, una interpretación realista del heliocentrismo; éste es la teoría verdadera, y el geocentrismo la teoría falsa. De todas las obras de Galileo, dónde más se dedicó a esta tarea fue en Il Saggiatore (el “ensayador”) y, sobre todo, en el famosísimo Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, escrito como un libro de divulgación científica, prohibido y perseguido, y por donde comenzaron sus problemas, como veremos más adelante. Galileo dedicó todo su empeño a defender la interpretación realista del heliocentrismo, y para ello, buscó pruebas empíricas directas (buscó realizar contrastaciones). Como buscar las implicaciones de la teoría obligaba a mirar los cuerpos celestes, y estos se encontraban demasiado lejos, inventó o reinventó el 14


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telescopio (si no fue su inventor, si fue el creador de su uso científico). Entre otros descubrimientos, vio que en la Luna había mares y montañas (y por tanto todo tipo de cambios) o los satélites de Júpiter (que eran una prueba directa de que el cosmos no era concéntrico ni estaba formado de esferas que giraban unas sobre otras) Y aquí tenemos llevado a la práctica el elemento ideológicamente revolucionario del Renacimiento: las teorías científicas se deben probar o descartar de acuerdo con los hechos, no de los argumentos de autoridad (sea Aristóteles, Santo Tomás o la Biblia) de quien se oponga a ellas. Supone considerar a la razón humana autónoma, autosuficiente y libre de tutelas externas. De hecho se atrevió a mirar donde Aristóteles y la iglesia decían que no había nada que ver (pues la esfera celeste era perfecta y cristalina, y en ella nada cambiaba). Además, Galileo se dio cuenta de que la teoría de Copérnico necesitaba un fundamento físico, puesto que si no, no sería posible argumentar su movimiento. Porque efectivamente, si la Tierra se mueve, ¿qué fuerza la empuja? Y en segundo lugar ¿cómo es posible que no seamos capaces de apreciar el movimiento de la Tierra? Para llevar esa tarea adelante, acabó de derribar la física de Aristóteles, desarrollando la teoría de la libre caída de los cuerpos en el vacío, lo que demostraba el error de la dinámica de los movimientos naturales y violentos; y desarrollando también la teoría de la relatividad Galileana (los cuerpos que se mueven inercialmente con velocidad constante, no cambian sus leyes físicas respecto a los que están quietos), que acababa con la idea de que en el universo los movimientos y los lugares eran absolutos y en referencia a un centro (la Tierra). Sintetizando: las observaciones prueban que la Tierra se mueve, lo hace inercialmente, y no lo apreciamos porque lo hace a una velocidad constante. La física y la cosmología de Aristóteles son falsas. Esto es ir mucho más allá de lo que fue Copérnico. Por ello Galileo fue acusado por la Inquisición, encarcelado y obligado a retractarse; el heliocentrismo fue prohibido y los que defendieron esa teoría, perseguidos.

El sentido de la condena a Galileo En la Biblia sólo hay un pasaje del Antiguo Testamento que apoya el geocentrismo ­de forma indirecta­, en el que se dice que Yahvé mandó parar el sol para que la batalla en que los israelitas de Josué estaban derrotando a los filisteos no se tuviera que detener por falta de luz. ¿Por tan poca cosa iba a iniciar la iglesia católica un proceso inquisitorial tan delicado y complejo, teniendo en cuenta además que Galileo había sido muy amigo del entonces Papa (Urbano VIII), y se consideraba a sí mismo un cristiano devoto? En realidad, la iglesia no persiguió a Galileo por defender el heliocentrismo (de hecho, lo toleró en el caso de Copérnico), sino por defender la autonomía de la razón humana, con sus mecanismos lógicos y matemáticos y sus observaciones empíricas, frente al dogma eclesiástico. Lo que se juzgaba era la capacidad del clero católico para determinar la verdad y qué era lícito investigar y de qué manera. La iglesia 15


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vio con claridad que el pensamiento filosófico y científico se estaba despojando de la autoridad teológica, y sin el poder ideológico sobre las conciencias de los cristianos, el poder de la iglesia se tambaleaba (en línea con lo que Jorge de Burgos le argumentaba a Guillermo de Baskerville en el último texto del tema anterior). Por el contrario, Galileo defendía que la verdad y el conocimiento no habían sido revelados por Dios, sino que, al crear Dios al ser humano con una serie de facultades racionales, habrían de ser estas las que le elevaran al conocimiento. ¿Si no, por qué lo habría creado Dios con facultades racionales? (Esta era la tesis defendida por Giovanni Pico della Mirandola en su Oración sobre la dignidad humana que hemos reproducido páginas atrás). Además Galileo sostuvo en su defensa ideas que le acercaban al protestantismo, porque afirmó que la Biblia no era un libro de ciencia, y que cuando hablaba de cuestiones científicas, las describía con el lenguaje sencillo e inocente de la gente corriente, un sentido que había que interpretar racionalmente y ajustar a los hechos empíricos. Como vemos, el espíritu de Galileo se muestra siempre plenamente moderno; y el juicio y la condena de Galileo son los últimos estertores de un mundo medieval que se resiste a morir. Insistamos en la idea: con Galileo la razón humana se hace autoconsciente de sus posibilidades, de su autonomía y de sus derechos intelectuales; esto supone el inicio de la pérdida del poder de la iglesia, y esta no podía permitirlo sin dar batalla (poco ayudó además a Galileo su carácter decidido, confiado y orgulloso, pues se trataba de un hombre que, en nuestras palabras, “tenía poca mano izquierda” y no rehuía jamás el enfrentamiento intelectual). Este es uno de los fragmentos de Galileo en el que mejor se aprecia esa crítica a los argumentos de autoridad, se defiende la idea de que la naturaleza “está escrita en caracteres matemáticos” y que la ciencia debe ocuparse de magnitudes y cualidades matematizables y cuantificables y no de cualidades subjetivas y cualitativas: “Me parece, por lo demás, que Sarsi tiene la firme convicción de que para filosofar es necesario apoyarse en la opinión de cualquier célebre autor, de manera que si nuestra mente no se esposara con el razonamiento de otra, debería quedar estéril e infecunda; tal vez piensa que la filosofía es como las novelas, producto de la fantasía de un hombre, como por ejemplo la Ilíada o el Orlando furioso, donde lo menos importante es que aquello que en ellas se narra sea cierto. Sr. Sarsi, las cosas no son así. La filosofía está escrita en ese grandísimo libro que tenemos abierto ante los ojos, quiero decir, el universo, pero no se puede entender si antes no se aprende a entender la lengua, a conocer los caracteres en los que está escrito. Está escrito en lengua matemática y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender ni una palabra; sin ellos es como girar vanamente en un oscuro laberinto. (…) Así pues, que en los cuerpos externos, para excitar en nosotros los sabores, los olores y los sonidos, se requiera algo más que magnitudes, figuras, cantidades y movimientos lentos o veloces, yo no lo creo; considero que 16


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eliminados los oídos, la lengua y las narices, sólo quedan las figuras, los números y los movimientos, pero no los olores, ni los sabores, ni los sonidos, los cuales, sin el animal viviente no creo que sean otra cosa sino nombres, como precisamente no son otra cosa que un nombre las cosquillas y el cosquilleo, eliminadas las axilas y la piel que está en torno a la nariz (…). Habiendo ya visto cómo muchas sensaciones que son consideradas como cualidades residentes en los sujetos externos no tienen realmente más existencia que en nosotros, ya que fuera de nosotros no son sino nombres, digo que me inclino a creer que el calor es una de estas sensaciones, y que esas materias que producen y nos hacen sentir calor, consisten en una multitud de partículas mínimas, configuradas de tal y cual manera, movidas con tal y cual velocidad, las cuales al chocar con nuestro cuerpo, lo penetran debido a su suma sutilidad, y su contacto, realizado en el paso a través de nuestra substancia, es sentido por nosotros en la sensación que llamamos calor ...” Galileo Galilei, Il saggiatore.

El método científico A partir de las influencias recibidas por la lectura de Aristóteles y Platón, despojadas de la carga escolástica, Galileo también reflexionó sobre el mejor mecanismo humano para obtener conocimiento científico. En nuestro autor, el conocimiento de los clásicos, en línea con el espíritu humanista, no se convierte en una serie de dogmas intocables, sino que, fiel al verdadero espíritu filosófico, le sirve para aprender de unos y otros y adquirir confianza en la razón. Y así, se convence de varios supuestos metafísicos, indispensables para la investigación científica: en primer lugar, que la autoridad literal de los antiguos, carece de valor. En segundo lugar, que la naturaleza ha de ser simple en su comportamiento, y sometida al principio de razón suficiente. En tercer lugar, en línea con el pitagorismo, que la naturaleza es matematizable y está “escrita en caracteres matemáticos”. Y por último, abandona todo esencialismo aristotélico: en la naturaleza hay que observar hechos cuantificables y regularidades en la sucesión de los fenómenos. Se empieza a separar, pues, de forma inconsciente, la ciencia de la metafísica. A partir de ahí, Galileo desarrolló el método científico de las ciencias experimentales, tal y como lo conocemos hoy en día y estudiamos con detalle el año pasado. Se trata, evidentemente, de método hipotético­deductivo, si bien nuestro autor lo describe con el nombre de método de resolución y composición: resolución de los fenómenos, es decir reducir la experiencia sus aspectos observables y cuantificables; y composición de esos fenómenos en leyes generales, es decir, establecimiento de hipótesis. El ejemplo más acabado de su método lo dio con sus experimentos sobre la caída libre de los cuerpos, usando planos inclinados.

La concepción mecanicista de la naturaleza 17


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Con la Revolución Científica triunfa, además, una nueva concepción de la naturaleza, la concepción mecanicista. Si la concepción de Aristóteles y la Escolástica era la de contemplar el mundo como un gigantesco organismo (concepción organicista), y usar como modelo de comprensión la realidad biológica y la causa final, con la ciencia moderna esto va a cambiar. Según la concepción mecanicista, el universo (y la realidad) se comporta como una máquina, formada por distintas piezas que actúan de forma causal, siguiendo determinadas leyes, sobre otras piezas. Para comprender la realidad sólo hace falta la materia, el espacio, el movimiento y la interacción física entre las distintas partes de la materia. Y todo ello es perfectamente cuantificable, medible y comprensible. La concepción mecanicista, de paso, permite el control futuro del comportamiento de la naturaleza, y por lo tanto, el desarrollo de la tecnología. Por eso será la concepción triunfante de la Edad Moderna y la que abrirá paso a la gigantesca capacidad transformadora de la ciencia y la tecnología, que en tiempos de Galileo aún no se empieza a vislumbrar. El sueño de Bacon comienza a hacerse real. Más adelante, volverá al terreno de los sueños, y más concretamente al de las pesadillas, pero eso ya será en el siglo XX.

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