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p’urhépecha

UN SISTEMA DE ESCRITURA PREHISPÁNICO ENTRE LOS P’URHÉPECHA

Alejandro Olmos Curiel ENAH

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El presente artículo plantea, desde la arqueo-semiótica, y a partir de un corpus de imágenes representativo, la presencia y la articulación de signos y convenciones mesoamericanas al interior de un sistema de escritura prehispánico en el Occidente entre los p’urhépecha, durante el periodo Posclásico.

Para contextualizar el caso de un sistema particular en esta región multicultural, expongo las principales propuestas en torno a los llamados sistemas de escritura en Mesoamérica. Resalto sus convenciones y, posteriormente, evidencio la presencia de éstas en el sistema de signos prehispánico p’urhépecha, buscando avances para su desciframiento.

Contexto mesoamericano

De manera inicial, debo señalar que como parte de mis estudios de maestría planteé la tesis un sistema de comunicación gráfico a partir de los petrograbados encontrados en Tzintzuntzan, Michoacán1. Durante el doctorado, amplié el corpus de datos y fuentes, y propuse el análisis arqueo-semiótico de los elementos gráficos, o unidades mínimas de significación (UMS), al interior de un evidente sistema de escritura prehispánico en Michoacán durante el período Posclásico Tardío (fase Tariácuri (1350-1522 d.C.)2 .

El primer desarrollo de un sistema común de escritura mesoamericano fue el Olmeca, durante el periodo Preclásico. Posteriormente, surgieron sistemas en Teotihuacan, durante el Clásico; o bien, en los valles de Oaxaca y Puebla desde el Preclásico hasta el periodo colonial. Los sistemas más complejos o elaborados son el sistema maya (Clásico) y el náhuatl (Posclásico Tardío). En el contexto mesoamericano durante el periodo Posclásico, es evidente la enorme difusión de convenciones o significados compartidos; así como la diversidad de estilos y casos locales o regionales. Bajo estas condiciones culturales, los uacúsecha como grupo dominante en el Occidente al arribo de los españoles, se encontraban ante una región multiétnica sujeta a diversas influencias desde épocas muy remotas. Estas influencias y convenciones quedan de manifiesto tanto en documentos coloniales como documentos y fuentes prehispánicas.

La mayoría de las investigaciones sobre epigrafía mesoamericana sugieren que el origen de una serie de sistemas de escritura o sistema de representación gráfico-fonético tiene sus raíces en el período Preclásico, en los albores de la cultura Olmeca en el Golfo de México. A este primer horizonte cultural Román Piña Chan lo llama “horizonte iconográfico olmeca aldeano” y comprende del 1500 al 1000 a.C. (Piña Chan 1993: 9)3. En los albores de estas convenciones considera que: “los símbolos son ya un sistema de anotaciones codificadas que vienen a constituir una forma de proto-escritura” (ídem).

En este primer gran desarrollo las imágenes representan el concepto de la tierra como un enorme jaguar (constituido por ríos, montañas, milpas, vegetación, cuevas y los fenómenos naturales como el agua, el aire, el fuego y el sol, etc.) (Piña Chan 1993: 10). También se representa las direcciones del cosmos, el cielo, la tierra, el inframundo, el eje y el centro del universo, así como, donde nace y muere el sol; la siembra de la semilla, su germinación gracias a la fecundación del agua sobre la

1 Olmos, Curiel Alejandro. 2010. Los petrograbados de Tzintzuntzan Michoacán: un sistema de comunicación gráfica. Tesis de maestría en arqueología. La Piedad, Michoacán. El Colegio de Michoacán. 2 Olmos, Curiel Alejandro. 2017. Formantes plásticos para un sistema prehispánico de escritura en Michoacán. tesis de doctorado en arqueología, CDMX, ENAH. 38

Yácatas de Tzintzuntzan, foto Olmos 2010.

tierra; el maíz y la vegetación, el nacimiento, la muerte y muchos otros temas (ídem). Se ha propuesto la lectura epi-olmeca de una oración en la escultura de jadeíta encontrada en Tuxtla, Veracruz que supuestamente representa a un “chamán-pato” (con 75 glifos) y en la Estela de la Mojarra en Tres Zapotes, Veracruz (con casi 500 glifos).

En el valle de México durante el periodo Clásico, el sistema de escritura teotihuacano se distingue por una gran variedad de evidencias, y al parecer, una enorme diversidad discursiva. Los elementos principales de este sistema (o sistemas) han sido llamado glifos. Los de estilo “emblemático”, por sus dimensiones, al parecer representan nombres propios, fechas (o eventos) y lugares. Incluso se ha propuesto la verdadera representación de acciones, verbos e historias completas que “podían leerse” a distintos niveles. Las propuestas más estandarizadas son la del calendario (solar y ritual, entre otros que pudieron haber existido) y el llamado sistema notacional. en la que pone especial énfasis, son los topónimos o lugares (Taube 2001: 59). En relación con ellos, cita una serie de glifos en el patio 2 de Tepantitla donde: “muchos son los nombres de sitios con forma de cerros y plantas, señalados con signos que confieren atributos” (ídem). Para este autor, las características de los topónimos teotihuacanos son las raíces torcidas, que tienen una función locativa, como una referencia natural a un lugar fijo y permanente (ídem). Existía al parecer una costumbre de representar series de individuos aparentemente iguales de distintos nombres y topónimos que continuaron en los sistemas de escritura posteriores del altiplano central. Como en Teotihuacan, la mayoría de los textos se escribían en libros de piel de venado o sobre papel, por lo que supone Taube, que muchas de estas genealogías y topónimos, entre otros textos no lograron conservarse.

Los textos lineales se conocieron gracias a Rubén Cabrera y sus trabajos de excavación en la Ventilla5 . Lugar donde se localizó un singular conjunto de glifos

Para Karl Taube, existen muchas evidencias de contactos entre Teotihuacán y otras culturas de Mesoamérica4. Una característica de este contacto, y

48, Pp. 58-63, México. 5 Cabrera Castro, Rubén 2005, “Recientes hallazgos de figuras pintadas sobre pisos en el conjunto de los glifos de la Ventilla, Teotihuacan”, en Anales, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, Boletín informativo número 23, México, pp. 7-17.

pintados en el suelo, y cuyo significado permanece oculto. Cabrera identificó tres unidades de interés pictórico en este sitio; los edificios de bordes rojos, el patio de los jaguares y la plaza de los glifos (Cabrera 1996: 7). Sobre los posibles verbos e historias plasmadas en Teotihuacán, Jorge Angulo considera, por su parte, que el contenido de los murales teotihuacanos constituye un verdadero lenguaje plástico de “múltiples lecturas”, muchas no descifradas (Angulo 1995: 24)6. Él propone que la escritura pictográfica o pre-alfabética teotihuacana trata de acontecimientos, relatos, pasajes históricos o hechos míticos (ídem). Para Angulo, el lenguaje pictórico de los artistas teotihuacanos contenía una carga de conceptos mítico-simbólico que regían su vida diaria: “La intención era crear una memoria visual para que la antigua tradición oral continuara por generaciones; aunque existen símbolos o diseños no-convencionales asociados a elementos representativos” (ibídem: 25).

Mientras tanto, autores como James Langley, registra en Teotihuacán doscientos cuarenta signos invariantes con “valor notacional”7. Considera que no se había hecho una adecuada distinción en las tres categorías de uso: notacional, códigos atributivos y de decoración (Langley 2002: 227). Langley cree que existen algunas implicaciones en la configuración y uso de varios signos notacionales comunes para Teotihuacán y otras culturas de Mesoamérica. Para él existe un sistema notacional donde “más del 85% de los signos anexados tiene alguna forma de equivalencia de otros sitios en Mesoamérica” (Traducción del autor) (ídem).

Debido a esta gran variedad en el contenido y en el estilo de los imaginarios producidos en diferentes tiempos y lugares en Mesoamérica, el sistema notacional guarda similitudes en las formas y el uso de los símbolos con otros sistemas. Ello provee una fuente rica de material para analogías. El tema del calendario teotihuacano es de trascendencia para las convenciones que prevalecerán en el altiplano central y otras regiones de Mesoamérica. Hay evidencia de dos calendarios, uno civil o agrícola (365 días) y otro ritual (260 días). El primero se divide en 18 meses de 20 días (más cinco días aciagos) y el segundo en 20 trecenas. 6 Angulo, V, Jorge. 1995, “La pictografía en Teotihuacan”, En Arqueología Mexicana, Pintura mural. Vol. III. Núm. 16, pp. 24-29, México. 7 Langley, James, C. 2002, “Teotihuacan notation in a Mesoamerican context: likeness, concept and metaphor” En Ideología y política a través de materiales, imágenes y símbolos. Memoria de la primera mesa redonda de Teotihuacan, editado por María Elena Ruiz Gallut, INAH/ UNAM, CDMX, Pp. 275-301. 41 Alfonso Caso fue el primer arqueólogo en registrar la presencia en Teotihuacán de un calendario de 260 días; comenzando con la identificación de dos glifos o días que tienen sus referentes en el posterior calendario azteca: el jaguar y el viento8. Pero, finalmente reconoce que en ese momento no existían, y aún no existen, elementos suficientes para completar el calendario de la ciudad.

Para Taube, cuando se tiene la unión de nombres y números se puede entonces hablar en Teotihuacán de la existencia de este calendario, y ser ya propiamente un sistema de comunicación. Él por su parte, propone que existen suficientes pruebas de la existencia de un calendario, y que algunos signos son fácilmente identificables en el Epiclásico, principalmente en Xochicalco. Rubén Morante propuso, por primera vez, el uso de un ábaco en los llamados “marcadores”, ya que considera el uso del calendario de 260 y 365 días en Teotihuacán, referentes a dos sistemas de cómputo de los días: el civil y el agrícola (Morante 1996: 215 y 1999)9 .

En Monte Albán, Oaxaca, hacia el 500 a.C. se comenzaron a grabar piedras en lo que Michel Oudijk llama textos glíficos y pictográficos10. Durante el período Clásico este centro controlaba ya todo el valle de Oaxaca y otras regiones, por lo que su sistema estaba bastante arraigado y difundido. Él llama “sistema glífico” y “programas pictográficos” a las imágenes del período Clásico, los cuales muestran comunidades conquistadas, señores sacrificados, e incluso un señor de Monte Albán delante de un grupo de señores atados (Oudijk 2004: 32 y 33).

A finales del Clásico y principios del Posclásico (900-1200 d.C.) se modificó el sistema. De acuerdo con Oudjik ya no se utilizaban textos glíficos sino solamente pictografías, y los textos ahora se elaboran en sitios fuera de Monte Albán (ídem). Sugiere dos razones para este cambio. Bien como indicio de heterogeneidad en la población, por lo que buscaron un sistema que no estuviera basado en una sola lengua como ocurre con el sistema glífico; o como indicio de

8 Caso, Alfonso 1959. Glifos Teotihuacanos. RMEA XV, pp. 51-70, México. 9 Morante, Rubén 1996, Evidencias del Conocimiento Astronómico en Teotihuacan. Tesis de doctorado, IIAUNAM. 1999, “¿El ábaco teotihuacano?”. Estudios de Cultura Náhuatl 27:419-433. México, D.F.,UNAM. 10 Oudijk, Michel. 2004, “La escritura zapoteca”. En Arqueología Mexicana, Lenguas y escrituras en Mesoamérica. Vol. XII., Número 70, Pp. 32-35, México, CDMX.

la disminución del poder del Estado, lo que permitió que los señores locales construyeras sus propias esferas de poder (ídem). Esta tradición continuó durante la época colonial, muestra de ello son la Genealogía de Macuilxóchitl y de Quiaviní, el Lienzo de Guevea y el de Huilotepec; así como los documentos notariales del siglo XVII y los títulos primordiales del siglo XVIII (ibídem: 34 y 35). La procedencia de los títulos primordiales ha demostrado que los documentos elaborados alfabéticamente son de la sierra zapoteca, en tanto que en el Valle de Oaxaca y en la Sierra sur hay preferencia por la pictografía; así como, comunicación entre los escribanos y los pintores (ídem).

En el sur de Mesoamérica resalta la complejidad, versatilidad y belleza de la llamada “escritura jeroglífica”11 maya. Su desciframiento De acuerdo con Maricela Ayala, se remonta al siglo XIX con los trabajos pioneros hechos por Constantina Rafinesque y el abad Brasseur de Bourborg, quien, además, publicó por primera vez los escritos de Diego de Landa, y con éste, el primer “alfabeto maya” (Ayala 2004: 36)12 . Ayala considera como la noción de jeroglífico en equivalencia de fonemas para cada signo maya era discutible, Ernst Förtemann y Joseph Goodman centraron su interés en el calendario y la relación astronómica contenida en códices (ibídem: 36 y 37). En seguida se adoptó la hipótesis de una escritura silábica; y Henrich Berlin identificó los llamados glifos emblema que representaban ciudades. Por su parte, Tatiana Proskouriakoff denotó que estas inscripciones eran relatos históricos significativos de los gobernantes de dichas ciudades.

Los epigrafistas mayas comenzaron entonces a hablar de la presencia de verbos, sujetos y topónimos. En este sentido, fueron fundamentales las contribuciones de Floyd Lounsbury y Yuri Knorosov para tratar de resolver dudas como las de si era o no fonética la escritura, o a cuál de las más de treinta lenguas mayas correspondía y, si además, se podía utilizar el alfabeto de Landa como Piedra de Roseta. Si bien no ha sido descifrada en su totalidad, ni comprendemos la evolución del sistema de forma integral, en los últimos veinte años los avances han sido sustanciales. Sabemos, por ejemplo, que el sistema surgió hacia el 260 d.C. y perduró hasta poco después del arribo de

11 De hieros, “sagrado”, y glifo, “surco”. En comparación con la escritura egipcia. 12 Ayala, Maricela. 2004. “Escritura Maya”. En Arqueología Mexicana, Lenguas y escrituras en Mesoamérica. Vol. XII., Número 70, pp. 36-39, México. los españoles a la región; siendo el monumento más temprano la Estela 29 de Tikal (Ayala 2004: 37). Ayala piensa que tanto el calendario como los sistemas de escritura fueron influencia de Oaxaca y de los grupos mixe-zoqueanos con quienes estaban en contacto. Los mayas desarrollaron entre el 250 y 600 d.C. una escritura que progresó hasta el Clásico Tardío (650900 d.C.).

De acuerdo con Hanns Prem al arribo de los españoles los sistemas de representación gráficos en el centro de México se encontraban en un proceso complejo de “notación fonética” que registraba cada vez con mayor exactitud sonidos y significados13. Los primeros esfuerzos por crear un proyecto de estudios en torno a la imagen y el lenguaje náhuatl comenzaron con Joaquín Galarza14. Este profundo investigador, a partir de su propia metodología y terminología (que combina varias corrientes) hizo una caracterización de la llamada “escritura náhuatl”. En ella identifica un sentido lineal o linealidad de lectura en textos cronológicos, toponímicos, históricos y genealógicos (Galarza 1996: 5). El autor reconoce que en la imagen de la tradición mesoamericana “todo es necesario e indispensable, sin adornos inútiles ni exceso icónico, o sea sin partes exclusivamente ‘decorativas’ ” (ídem).

En principio Galarza genera un primer vocabulario, ambiguo, en el que incluye las nociones de signo, glifo y elemento glífico. Explora funciones en el signo como la de duplicación, repetición, movimiento y fonética; en el glifo de recipiente/contenido, las variaciones y la plasticidad. En el caso del elemento glífico del portador/ elemento recipiente e indicadores de acción de lazos plásticos y lazos gráficos. Galarza reconoce diferencias entre glifos, personajes, “ligadores”, silabas, raíces y palabras. Afirma que, las “pictografías aztecas” son un escritura logográfica-silábica con su respectivo valor fonético epi-olmeca, maya, zapoteca, teotihuacano, mixteco y náhuatl. Pero, finalmente, parece apegarse a su propia definición: “llamamos escritura a un conjunto de unidades gráficas y plásticas mínimas, recurrentes, combinables, que transcriben unidades

13 Prem, Hanns. 2004. “La escritura de los mexicas”. En Arqueología Mexicana, Lenguas y escrituras en Mesoamérica. Vol. XII., Número 70, Pp. 40-43, México. 14 Galarza, Joaquín. 1980. Estudios de escritura indígena tradicional (Azteca-Náhuatl). Editan Archivo General de la Nación-México, Centre d’Études Mexicaines et Centramericaines (CEMCA), Ciudad de México. 1996 Tlacuiloa, escribir pintando. Algunas reflexiones sobre la escritura azteca. Glosario de elementos para una teoría. México: Editorial TAVA.

James Lockhart por su parte, reconoce al menos tres técnicas o estrategias distintas al interior del llamado sistema de escritura náhuatl. Mediante una representación directa, el uso de ideogramas o logogramas; así como de la transcripción fonética (Lockhart 1999: 471)15. La primera técnica, implica la representación detallada de elementos en dioses o sacerdotes o en mapas (ídem). En la segunda el significado es convencional (por ejemplo: agua, oro o sol y otras voces); mientras que en la tercera se usan imágenes para representar las diferentes raíces de una palabra por el sonido, independientemente de que la idea o noción mental asociada con el “signo-palabra” (ídem). la “escritura azteca” el uso de logogramas directos, indirectos, la suma lógica, los signos geométricos, el rebus y los confirmadores de sonido16. En los logogramas directos, la representación de un objeto o de una acción transcribe la palabra o su raíz; mientras que los indirectos, el dibujo transcribe la palabra que corresponde a una idea asociada (Manrique 1989: 165). La suma lógica, se trata del conjunto de dos o más grafemas que transcribe una palabra que no corresponde a los grafemas sumados (ídem). Los signos geométricos eran usados como numerales (puntos y líneas); mientras que el rebus, son grafemas que transcriben palabras o raíces homófonas (ibídem: 166 y 167). En el caso de los confirmadores de sonido, refiere Manrique que son grafemas que ratifican otros grafemas y no se leen.

Sin duda, el caso náhuatl como el maya son ricos en fuentes y en investigaciones recientes, por lo que sería arbitrario llegar a conclusiones definitivas, es más interesante contrastar las distintas hipótesis y volver a las fuentes. Aún no existe una historia de la escritura mesoamericana que abarque todas las regiones, una todos los puentes y explique todas las variantes. En el caso del Norte y el Occidente mesoamericano, existen dudas y lagunas sobre el desarrollo e influencias de estos sistemas. En Occidente, al momento, tenemos un panorama más o menos claro de un horizonte iconográfico durante el Preclásico, evidenciado en las imágenes presentes en los materiales de El Opeño.

Sabemos de un enorme desarrollo de signos en distintos soportes durante el periodo Clásico y Epiclásico en el apogeo de la cultura Chupícuaro y durante la influencia de Teotihuacan o del estilo teotihuacano. Pero, para la última fase o periodo Posclásico nada se ha documentado o poco se sabe. Mejor dicho, sí se ha supuesto un sistema prehispánico de escritura, a partir de las convenciones presentes en documentos coloniales como analiza y apunta Hans Roskamp en sus investigaciones (Cfr. Roskamp 1998)17. El corpus que presento a continuación, exhibe convenciones mesoamericanas y en documentos coloniales encontrados en la región. Busco entonces completar con documentos prehispánicos el panorama de la escritura autóctona en el Occidente mesoamericano.

Hanns Prem resalta la enorme diversidad y flexibilidad del sistema mexica pues combina dos procedimientos de notación. El método pictográfico es una “trascripción gráfica”, la cual registraba objetos a partir de su representación gráfica, no naturalista pero aproximada y convencional asegurando la claridad y la precisión (Prem 2004: 40). Mediante una segunda estrategia de codificación se registraban palabras como nombres propios, lugares, fechas y “otro tipo de contenidos que no se podían transmitir mediante una representación figurativa” (ídem). Insiste Prem en que a pesar de la eficacia de ambos procedimientos (trascripción gráfica y codificación) o su combinación, los mexicas nunca lograron un texto continuo palabra por palabra (ídem).

Una limitante del sistema que resalta Prem es su carácter “cerrado”, ya que a pesar de la pervivencia histórica de los rasgos esenciales mediante convención “el inventario de signos no se fijaba en proporción ni estructura”; la codificación era entonces ambigua. A ello se le combina cierta libertad de movimiento y organización de los datos por parte del escriba; y la falta de rigor en las reglas para la composición y la secuencia de lectura de los signos (ibídem: 42). Entonces, si bien al interior del sistema mexica existen logo-gramas (por ejemplo calli, casa), no había un inventario determinado y se podía expresar un contenido mediante una acción o su resultado (ídem).

Cabe señalar finalmente las aportaciones de Leonardo Manrique, quien cita como rasgos fundamentales de 15 Lockhart, James. 1999. Los nahuas después de la conquista, Historia social y cultural de los indios del México central del siglo XVI al XVIII. Traducción, Reyes, Roberto, FCE, CDMX . 44 16 Manrique, Leonardo. 1989 “Ubicación de los documentos pictográficos de tradición náhuatl, en una tipología de sistemas de registro y de escritura”. En I Coloquio de documentos pictográficos de tradición náhuatl. Edición y presentación de Carlos Martínez, IIH-UNAM, pp.159-170. 17 Roskamp, Hans. 1998. Historiografía indígena en Michoacán: El lienzo de Jucutácato y los títulos de Carapan. Leiden: Research School CNWS, Leiden University

El corpus de ciento noventa y cuatro imágenes que he elegido son una muestra, en síntesis, de la variedad de vestigios arqueológicos pertenecientes a la cultura material en Michoacán durante el período Posclásico Tardío. Los criterios para la selección y agrupación de objetos representativos fueron la presencia de imágenes y su composición material o tipo de soporte. Entre estos objetos se encuentran ejemplares de la llamada ‘cerámica de elite’, lítica (xanamucha, afloramientos rocosos, esculturas, obsidiana y otras piedras preciosas), metalurgia, concha y hueso (cfr. Olmos 2017:141-165).

Xanamucha, exconvento franciscano, Tzintzuntzan. foto. Olmos 2010.

Busqué continuidades culturales, y como la escritura es un proceso histórico de larga duración en constante transformación, consideré fuentes coloniales como códices, lienzos, grabados y grafitos coloniales (ídem). Tomé en cuenta, además, imágenes extraídas o ubicadas en el contexto etnográfico (como en los juegos, el arte plumario, el maque o de la lengua y la tradición oral) (ídem). Los criterios para la elección de y entre imágenes fue la dimensión y la posición central, la unión, la cooperación y la concentricidad de los formantes plásticos o UMS gráficas en el soporte. Las formantes plásticos resultaron ser el punto, la línea, la espiral, el círculo y el rombo. Creé para describirlos, un metalenguaje y un orden de lectura (o cinco posibles) para la descripción de rasgos (cfr. Olmos 2017: 166179). Estos pares de rasgos y contrastes quedaron agrupados en: rasgos de forma, de orientación, de dimensión, de posición, de textura y de color (ídem). Mientras que los contrastes, fueron del tipo presencia o ausencia. Las cinco unidades mínimas de significación o formantes plásticos en el sistema de signos.

Metodología

Una vez constituido el corpus de imágenes que distinguen esta época y región, abordé el estudio de los escribas; además de las ambigüedades para denominar y caracterizar a esta cultura prehispánica y a su sistema de cosmovisión e ideología. Luego, partí de la noción de cultura material, para contrastar las distintas definiciones de escritura18. Comencé, por el listado de elementos básicos que propuso Paul Kirchhoff sobre un sistema común mesoamericano de “escritura jeroglífica”, y consideré que otros elementos que lo constituyen deberían integrarse19 .

Integro la propuesta de análisis plástico y figurativo de Jean Marie Floch20, las aportaciones metodológicas de Jacques Geninasca21 y de Roberto Flores22. La adecuación a estudio de imágenes mesoamericanas, por parte de Jesús Sánchez23 y Emmanuel Gómez24;

18 (cfr. Greimas y Courtés 1982, Jakobson 1973, Hjelmslev 1984, Sampson y Valle 2005, y Valle 2010 y 2013). 19 Kirchhoff, Paul. 1960. “Mesoamérica: sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales”. Suplemento de la revista Tlatoani 3 (I): 1-15 México, D.F.: SEP-INAH.

20 Floch, Jean-Marie 1985 Petites mythologies de l’oeil et de l’espirit, Pour une sémiotique plastique. Actes semiotiques, Editions Hadès-Bejamins. 21 Geninasca, Jaques. 2003. “El logos del formato”. En Semiótica y estética, tópicos del seminario 9. Traducción de Rita Imboden, pp. 61-81. 22 Flores Ortiz, Roberto. 2007. “De cuerpos, brillos y trasparencias, análisis semiótico de una imagen publicitaria”. En Escritos Revista del Centro de Ciencias del Lenguaje. Número 35-36, enero-diciembre, pp. 7-40. 23 Sánchez Sánchez, Jesús Evaristo. 2012. La almena de Tlahuizcantecuhtli, análisis arqueosemiótico de un elemento arquitectónico teotihuacano. Tesis para obtener el grado de maestro en Ciencias del Lenguaje, Escuela Nacional de Antropología e Historia. Director Roberto Flores Ortiz. México.

24 Gómez Ambríz, Emmanuel Alejandro. 2013. La iconografía cerámica chalchihuiteña: análisis iconográfico de las imágenes centrales en espiral. Tesis para optar el grado de Licenciado en Arqueología, Escuela Nacional de Antropo-

o bien, los esfuerzos paralelos realizados en torno a la llamada semiología de la imagen por Patrick Johansson25. Sintetizo un vocabulario pertinente para hablar y describir imágenes prehispánicas y coloniales, siguiendo criterios y términos propuestos por JeanClaude Gardin26, Donis Dondis27 y Wucius Wong, entre otros autores28 .

Describo en un primer momento los formantes plásticos de los cinco grupos, a partir de las cinco UMS. desarrollo cinco ejemplos de análisis, e identifiqué sus principales rasgos y contrastes; lo que evidenció relaciones sintagmáticas y paradigmáticas subyacentes al interior del sistema. En un segundo momento, buscado el funcionamiento de un sistema de escritura, presenté los espacios semánticos y/o elementos simbólicos referentes a la ideología, o, siguiendo a López Austin29, al conjunto de sistemas articulados de los llamados tarascos. Debo resaltar, que este núcleo duro del que habla Austin es el conjunto ideológico principal, del cual se nutre también el sistema de escritura prehispánico en Michoacán.

Posteriormente, organicé los sintagmas de tales formantes plásticos en orden sucesivo. Presenté en una tabla las relaciones paradigmáticas entre secuencias sintagmáticas, para evidenciar el sistema semiótico en la menor cantidad de ejemplos posibles (cinco casos).

logía e Historia (ENAH), Director José Luis Punzo Díaz, México, D.F. 25 Johansson, Patrick 2001 “la imagen en los códices nahuas: consideraciones semiológicas” en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNA, Instituto de Investigaciones Históricas, Vol. 32, pp. 69-124. 2004ª “La relación palabra/imagen en los códices nahuas”. En Arqueología Mexicana, Lenguas y escrituras en Mesoamérica 70 (XVII), México, pp. 44-49. 2004b La palabra, la imagen y el manuscrito. Lecturas indígenas de un texto pictórico en el siglo XVI. UNAM, México. 26 Gardin, Jean-Claude. 1958. “Four Codes for the Description of Artifacts: An Essay in Archeological Technique and Theory”. En American anthropologist, pp. 335-357. 27 Donis, Dondis. 1992. La sintaxis de la imagen, introducción al alfabeto visual. Colección GG Diseño. Ediciones G. Gili. México.

28 Wong, Wucius. 1992. Fundamentos del diseño bi- y tri-dimensional. Colección GG Diseño. Editorial Gustavo Gili. Barcelona.

29 López Austin, Alfredo. 1996. Cuerpo humano e ideología, las concepciones de los antiguos nahuas. Tomo I, Editorial UNAM, CDMX. Las imágenes pueden ser vistas o entendidas como formantes plásticos y formantes figurativos. Toda vez que el signo es un proceso o una experiencia que transita del plano de expresión al plano del contenido; debo precisar que desconozco todos los significados o contenidos para completarlo. De lo que resulta, un estado actual de signos sin significado y/o con significados probable, hipotético o ambiguo. Lo que considero evidente y de avance para el conocimiento y la discusión académica, es la existencia tanto de elementos geométricos (símbolos) como elementos figurativos (representación directa), integrando e interactuando al interior de un articulado sistema de escritura.

Configuración y reconfiguración entre elementos gráficos comunes en el sistema de escritura prehispánico: puntos, líneas, espirales y círculos (ejemplo con xanamucha).

En tanto, los elementos geométricos en este sistema aparecieron un total de 26 formas. Los formantes platicos al ser descompuestos en UMS y descritos, evidenciaron un total de cinco elementos geométricos básicos: el punto, el círculo, la línea, la espiral, el círculo y el rombo. Registré, además, veintiuna variantes de tales elementos geométricos (siete de la línea, ocho de la espiral y seis variantes de círculo y el rombo) (cfr. Olmos 2017: 176-179).

Siguiendo el criterio de unidad sintáctica, observé cómo aparecieron una y otra vez de manera repetitiva estos mismos elementos, pero en distinto orden. Como ya hice referencia, en tanto formantes plásticos, aunque hay cinco elementos geométricos, prevalecen dos formas base (punto y línea), que figuran y configuran o hacen devenir las demás. Prueba de una sintagmática o articulación coherente y de una paradigmática o de un sistema complejo de signos.

Dividí los elementos y fenómenos naturales con carga simbólica entre los p’urhépecha en ocho grandes grupos: las plantas, los animales, los elementos y fenómenos naturales, los astros y las constelaciones, el cromatismo, los personajes, sus atributos y objetos; así como las deidades. identificando más de doscientos elementos significativos culturalmente interactuando al interior de este sistema ideológico. Ello evidenció el probable significado cada vez más claro de algunas formas e imágenes.

Ahora bien, las convenciones mesoamericanas a las que he hago énfasis para destacar el sistema de escritura a partir de sus significados, son: los mitos de creación, los niveles del mundo, los rumbos cardinales, la antropometría indígena, el calendario solar, el ritual y el lunar, la toponimia, la antroponimia y las funciones de la voluta. Estos indicadores fuera y dentro de Michoacán durante el periodo Posclásico Tardío, me permiten hablar de convenciones mesoamericanas en un sistema de escritura real, aunque incompleto, de múltiples implicaciones.

Los tres primeros grupos de convenciones forman parte integral del sistema de la cosmovisión, pues abordan el origen mítico, la concepción indígena de los planos en los que dividen la realidad y los rumbos que la definen y delimitan. En otro grupo asociado a los sistemas de cuentas y medidas, abordé su sistema aritmético y su sistema métrico o antropométrico. Finalmente, presento al grupo de convenciones sobre su sistema para medir el tiempo; así como las convenciones sobre el sistema de escritura en relación con el uso de topónimos y posibles glifos toponímicos, los antropónimos o posibles glifos antroponímicos (un caso), además de ocho contextos sobre distintas funciones de la llamada vírgula o voluta.

Dos mitos de creación, más o menos completos en sus descripciones (RMPM 1985)31; así como una breve referencia en la Relación de Michoacán, hablan de un diluvio y varios procesos de creación y destrucción (Relación de Asuchitán y Relación de Pátzcuaro) (Olmos 2017: 250-252). Una primera convención mesoamericana presente en los mitos de creación entre los olmecas (Estelas de Izapa), los mayas (Popol Vuh), mixtecos y mexicas (a partir de diferentes códices y crónicas). En torno a los tres niveles del universo y a los nueve o trece cielos, también es posible afirmar paralelismos pan-mesoamericanos. La noción

Cinco ejemplos de ejercicios de descomposición de signos en UMS (petrograbados o xanamucha encontrados en Tzintzuntzan).

Lectura e interpretación

Continuando con mi estrategia metodológica, expongo ahora, la probable asociación de tales formantes plásticos o UMS a palabras, ideas, conceptos o significados concretos. Estas palabras, ideas, conceptos y significados pertenecen a elementos simbólicos comunes y a antiguas convenciones de escritura, pero con rasgos singulares locales. Muchos de estos elementos y convenciones continuaron vigentes entre los escribas p’urhépecha al arribo de los españoles durante la época colonial y continuaron las influencias, los cambios y las transformaciones. Destaco algunos códices y los importantísimos grafitos, muros que son textos inéditos, como los registrados por Igor Cerda en la región30 .

30 Cerda Farías, Igor 2006 Inventario de grafitos en monasterios michoacanos del siglo XVI. Informe final. México: Secretaria de Cultura de Michoacán (SECREA) y CONACULTA. 2009 Grafitos coloniales. Imágenes sacras y seculares en el exconvento de san Juan bautista Tiripetío, Michoacán, Morelia, Michoacán: UMSNH. 31 Ochoa, Álvaro. 1985. Relaciones y memorias de la provincia de Michoacán 1579-1581. UMSNH, Morelia, Michoacán.

de un centro y cuatro rumbos cardinales en fuentes prehispánicas y coloniales es clara y manifiesta. Considero, por tanto, que en el sistema de cosmovisión opera un esquema romboidal o cuadrangular básico con cuatro o cinco colores y deidades asociadas. También, aparece la espalda (cuadrangular) de la diosa como superficie terrestre, y la piel o espalda del venado, como indicador de rumbos y de un plano. A esta concepción, se suman las formas cuadrangulares de puntos (o marcadores de horizonte) y las piedras planas en las que se ubican. En el campo de la antropometría, hay muestras etnohistóricas y etnográficas del uso de sistemas para medir madera. Se usan dos o tres dedos, la mano cerrada, la mano extendida, de la mano al codo, del pecho al codo. Hay registro documental para el periodo colonial de distancias pequeñas (pulgada, pie, vara de medir) y grandes (cuerda). Hay registro etnográfico de un instrumento para medir la cantidad de maíz que se requiere por hectárea (cuarterón), o bien para medir hora del día (gnomon de palo).

El k’uilichi como un cosmograma espacial. En la aritmética, a partir de la lengua p’urhépecha, o de fuentes primarias coloniales contamos rastros del sistema vigesimal pan-mesoamericano32. Es evidente, de acuerdo con el sistema de la lengua, el uso de quintanas y el 20 como radical (Olmos 2017: 262270). Los números con base de esta potencia, Juan Baptista de Lagunas (2002) menciona por ejemplo 400 (20x20), 8,000377 (20x400) y 16,000 (20x8,000)33 . Cabe destacar las múltiples referencias simbólicas de numerales en la Relación de Michoacán34. Este sistema también está presente en la forma y cantidad específica de agrupar objetos en la cultura p’urhépecha. Gracias a la evidencia etnográfica, el uso de sistemas de valor posicional en juegos autóctonos de azar y destreza mental; así como en la presencia del sistema base 16 al interior del valor de los palillos (o dados). De acuerdo con las fuentes como los vocabularios y diccionarios coloniales, se hacen visibles nociones de un desarrollado sistema prehispánico aritmético y de medidas. Son claras las referencias a nociones como entero o mitad, o bien operaciones como contar, sumar, restar, multiplicar y dividir. estas evidencias nos hablan de varias convenciones mesoamericanas y sistemas articulados para generar valor, o para medir cantidades, objetos, tiempo, espacio y distancias.

32 Gilberti, Fr. Maturino. 1983. Vocabulario en lengua de Michoacán. Introducción de José Corona Núñez. Balsas, Editores. Morelia, Michoacán. y Basalenque, Diego fray. 1962. Arte de la lengua tarasca. Seguido de la toponimia tarasco-hispánico-nahoa por Cecilio Robelo. Editorial Erandi y Gobierno de Michoacán, Morelia. 33 Lagunas, Baptista de, Juan. 2002 Arte en lengua de michuacana. Titulo original Arte y diccionario: con otras obras, en lengua Michoacana, 1574. Editor Benedic Warren, Traducción Agustín Jacinto. COLMICH y Fideicomiso Teixidor, Zamora, México. 34 Alcalá, Jerónimo, de, fray. 2008 Relación de Michoacán. J. Le Cléizo (estudio introductorio). Zamora, Michoacán: El Colegio de Michoacán A.C.

Propuesta de ciclo sinódico al interior del diagrama de puntos conocido como juego k’uilichi y petrograbado encontrado en Tzintzuntzan.

Existen evidencias documentales y arqueológicas de un calendario prehispánico solar (cívico y/o agrícola), uno ritual y uno lunar entre los llamados tarascos (cfr. Olmos: 270-292). Si bien hay varios diagramas, considero que el cuadrangular, o denominado k’uilichi ch’anakua, operó en tiempos prehispánicos como un ábaco de cálculo o almanaque predictor a partir de series mánticas o adivinatorias basadas en intervalos sagrados del calendario solar, ritual y ritual.

El calendario festivo o solar (cuenta solar) existía al arribo de los españoles según las fuentes primarias como la Relación de Michoacán; aunque su reconstrucción aún es ambigua e incompleta. Tal calendario implicaba la división del año de 360 días en 18 intervalos o meses de 20 días. La orientación (EO) de las pirámides y estructuras cívico-ceremoniales que dividen el año en dos periodos, la Relación de Michoacán, así como el calendario festivo actual o pindecuario entre los p’urhépecha y matlatzinca son sus principales reminiscencias.

El calendario ritual de 260 días y las estrategias mánticas asociadas al clima de las que habla Stanislaw Iwaniszewki tiene como evidencias las series numéricas del 7, 9, 13 y 20, identificadas en la estructura del tablero del k’uilichi ch’anakua35. Entonces, además de ser un juego, operó en tiempos prehispánicos como un ábaco de cálculo o almanaque predictor a partir de series basadas en intervalos del calendario solar y ritual. En torno al calendario lunar de 364 días, es posible seguir la estructura de este diagrama o tablero con la serie de siete para conformar periodos de 28 días. Tal calendario, a manera de hipótesis, puede adecuarse al diagrama de la periferia del k’uilichi ch’anakua (punto con valor 7), y fungir como calendario de siembra y cosechas para el caso de hortalizas de flor y fruto.

Ahora bien, acorde a mi tesis doctoral, el punto en k’uilichi ch’anakua puede tener distintos valores o ser polivalente (Olmos 2017: 286-287). En principio el punto significa un díao ma juria (o juriatequa) como se infiere a partir de evidencias coloniales (series de puntos en grafitos o códices). Pero, su valor puede variar acorde a las series de 4, 5, 7, 13, 20, 52, 65 y 72. Las cuales evidencian, además la estructura y forma de este juego ancestral, con connotaciones arqueo-astronómicas. Operando entonces, como un verdadero sistema de cálculo y predicción climática. El punto puede significar intervalos o periodos cortos de tiempo de siete días, nueve días, 13 días, 20 días (o 28 días), 52 días (o 52 años), 65 o 72 días, incluso pueden suponerse periodos más largos. Como evidencia arqueológica del calendario; tal tablero es posible identificarlo in situ asociado a otros muchos elementos gráficos, escultóricos y monumentales del periodo Posclásico, con cierta orientación y preminencia en el espacio. También se registra su presencia en contexto colonial (ejemplar de la cruz atrial del templo de la Virgen de la Soledad) y en el contexto etnográfico (en Angahuan y Caltzontzin).

35 Iwaniszewki, Stanislaw. 2005 “Leer el tiempo. Un fenómeno de la sincronicidad en la práctica mántica teotihuacana”. En Perspectivas de investigación arqueológica, IV Coloquio de la maestría en arqueología. Editan Walburga Weisheu y Patricia Fournier. CONACULTA-ENAH, México, pp. 93-107.

Expongo el caso de nuevos posibles glifos toponímicos prehispánicos en bloques de xanamu como Tarekerio (tarhe-keri-o“donde habita el gran viento”), Sevina ( de siwinio o “remolino”), o bien en contextos coloniales como Ajuno (axunio “cerro del venado o donde habita el venado”) o Tzintzuntzan(tzintzunio o lugar donde habita el colibrí”) (cfr. Olmos 2017: 293-302).

Ejemplos de topónimos : Tarekerio, Ajuno, Sevina y Tzintzuntzan. En nuevo acercamiento a la ‘cuerda de los glifos toponímicos’ del Escudo de Armas de Tzintzuntzan; y el glifo antroponímico de Huitziméngari (“rostro del semblante de perro de agua”) (cfr. Olmos 2010:302308).

Glifo antroponímico Huitziméngari

Las funciones de las volutas son muy importantes en este sistema de representación visual de la lengua hablada. La primera forma con significado es la espiral y los elementos simbólicos asociados son el agua, el aire, el fuego y la palabra (cfr. Olmos 2017: 308-312). El agua es un elemento con gran carga simbólica, y por extensión semántica los ojos de agua (como mojoneras), incluso el acto de adivinar mediante la lectura del agua (y los adivinos). Considero que, la representación del agua o itsï y en general todos los fluidos, es la espiral y la ondulación (hay ejemplos en cerámica, lítica y metalurgia); en el caso del agua su color es el azul y/o verde. Ejemplos de volutas de la palabra y el fuego, incluso asociados a fechas: grabados coloniales Angahuan, grafitos en Tzintzuntzan. Para el aire, su representación es la espiral doble divergente (hay ejemplos en cerámica, lítica y metalurgia). Es probable que sea también la representación local o regional de un día del calendario (posiblemente tarhiata o viento), por su enorme presencia y posición central (tal cual sucede con los glifos mayas o náhuatl) en distintos soportes; así como por su constante asociación a puntos y líneas, que operarían como numerales (por ejemplo, expongo el caso de tamu itsï o “4 agua”).

El fuego, es una deidad antigua y primordial. La antigua representación antropomorfa y el brasero podrían ser su representación. La voluta (o dos o tres de ellas), la cual aparece como multivalente, también podría representar al fuego en documentos prehispánicos. La tierra o el plano terrestre eran concebidos como una espalda y como un cuadrado cóncavo. Su representación evidente es el cuadrado y el rombo; los cuales se constituyen por cuatro rumbos y un centro. Esta disposición se encuentra en la cerámica, en los xanamucha y en objetos de orfebrería. El humo, y en tanto extensión semántica del fuego, la leña (como tributo simbólico), la pipa y el acto de fumar son elementos íntimamente vinculados a un profundo simbolismo cultural. Su representación, es la espiral ondulatoria o voluta en repetición. Las cuevas refieren la idea de origen, mientras que los cerros son la principal representación para referirse a la noción de lugar, y se asocian a la terminación toponímica hoata/hoato.

La voluta está presente en contextos prehispánicos y coloniales. Tal forma parece representar tanto el aliento, la palabra, la oración, el fuego, el aire como el agua, y es una clara convención mesoamericana presente en Michoacán. La espiral con extensión ondulatoria se encuentra en distintos contextos de uso (ocho casos). Puedo hablar de una voluta del rugido, de la palabra (u oración), del fuego, del humo y del agua. También el dedo índice (y su dimensión y dirección), opera como auxiliar semántico para indicar el acto de hablar, de mandar o simplemente expresarse verbalmente (como en la RM y otros documentos pictográficos coloniales). Siendo polisémica, la espiral ondulatoria unida a un óvalo representa también a la serpiente en general (¿o serpiente de agua?).

Ahora bien, sabemos que existen distintas funciones en las tres convenciones de escritura mesoamericana mencionadas por Roskamp (el pie, la casa y la flecha)

(Roskamp 2003: 11) . De acuerdo con la evidencia etnográfica en el k’uilichi ch’anakua, la huella del pie derecho representa un primer paso, pero en documentos coloniales la combinación derecha-izquierda expresa la acción de caminar, dos juntos, llegar, y dos juntos con una flecha, conquistar. Si las líneas ondulantes o rectas en los extremos se configuran, entonces se genera la idea de camino, cambio de dirección y cruce de caminos. La flecha enterrada sirve para indicar posesión de un lugar o territorio. Pero en la mano de los irecha es un reforzador semántico de la idea de conquistador, más que de cazador o chichimeca. Sirve también, para denotar linderos o mojonera (dos flechas en torno a un ojo de agua), como sucede con los árboles, los toritos o atado caña, las pirámides, las piedras y amontonamientos o cerros (cfr. Códice Plancarte) . En documentos tempranos, la casa como la pirámide y el cerro denotan la idea de hogar, sitio y lugar.

Comentarios finales

Como comentarios finales, quiero exponer las relaciones sintagmáticas y paradigmáticas son la principal prueba de un sistema de escritura prehispánico. Este sistema de representación gráfica y referencias verbales concretas, ideas y conceptos abstractos forma parte integral de la ideología y de la cosmovisión de los llamados tarascos. Esta conclusión es posible, gracias a que existen elementos simbólicos que además de estar agrupados como campos semánticos y lingüístico culturales muy concretos, se interrelacionan entre ellos. Dicho desde la arqueo-semiótica, además de las relaciones sintagmáticas al interior de los grupos de elementos comunes, hay relaciones paradigmáticas entre elementos de distintos grupos. Incluso, hay elementos simbólicos y con las llamadas convenciones que se relacionan de forma paradigmática entre elementos de otros grupos y de otros sistemas (de cuentas, medidas, tiempo o de valor posicional). Si bien, no existen o no se han descubierto lo que podría ser un texto prehispánico completo tipo códice, si puedo asegurar la presencia constante en este sistema de micro-textos en tanto ideaspalabras o combinación de ellas. Esta configuración y reconfiguración entre elementos comunes, denota un claro sistema de codificación y una semántica o conjunto de significados que apenas me atrevo a explorar. Pero, serán campo fértil para muchos otros estudiosos e investigadores con nuevas ideas, tesis y estrategias metodológicas para su análisis.

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