Marcos Lopez
Marcos Lopez
Elemental dossier de su obra
Debut & despedida
A
mí lo que más me gusta es ir al Ejército de Salvación. El que está en Nueva Pompeya, en la avenida Sáenz. Una avenida ancha, empedrada, hermosa. No sé si será por el entusiasmo que tengo cuando voy –en general los sábados a la mañana, que hay poco tránsito, y desde mi casa de Barracas se llega en quince minutos– pero Nueva Pompeya me resulta uno de los lugares más hermosos de Buenos Aires. El espacio. Las casitas. La sensación de barrio. También me gusta —me encanta— ir al Cotolengo Don Orione que está en la calle Cachi. Digamos a la vuelta. Más o menos a diez cuadras. Cuando voy, paso por los dos lugares. Me provoca una excitación parecida a la que tengo viendo una muestra de arte que me gusta, o una película, que valga la aclaración, veo muy pocas. Buscando en el recuerdo en la arena de las artes plásticas, quedará en mi alma y en mi corazón la gran exhibición de David Hockney que vi el año pasado en el Guggenheim de Bilbao, y la película Post Tenebras Lux de Carlos Reigadas que vi en el Festival de Mar del Plata.
Después de ver la película del mexicano, salí mudo del cine. No lo podía creer. Quedé tan impresionado que no quise ver ninguna película más (salvo la mía sobre Ramón Ayala, que estaba obligado a ver porque tengo que terminar de hacer la corrección de color, que aunque si es por mí, le diría al técnico operador de video: “Arreglá el color como te parezca. Con sentido común”). La muestra de Hockney me partió la cabeza. Es mi artista favorito. Más que Berni. Creo que después de ver esa muestra y sus videos me puse a pintar con más entusiasmo. Yo diría desborde emocional. Sobre todo cuando pinté sobre los collages de posters de museos. En formato grande. Me acostaba a las diez y media, después de cenar con los niños y ver algo de televisión con mi esposa, como un padre de familia normal, digamos. Me despertaba a las cuatro de la mañana y me iba a pintar a la sala como un lobo estepario desenfrenado/empastillado. En el piso. Muchas veces pintando en calzoncillos.
Luego me volvía a acostar a las seis, para despertarme a las siete y media, cuando los niños van al colegio, como si nada hubiese pasado. El secreto es aprender a aceptar las dualidades. Bipolaridades: yo puedo hacer un muñequito con plastilina con mi hija siguiendo las instrucciones del programa Art Attack, con absoluta ternura, placer, y agradeciendo al cielo y a la virgen de Guadalupe ese momento, y después hacer una foto de una carnicera envuelta en morcillas como si fuera una bufanda, con un cuchillo de 40 centímetros en la mano. En el Ejército de Salvación siento algo parecido: la vibración constante de estar ante un hecho creativo, algo viviente… mirando los objetos, las acciones de la gente: una mujer sentada en el piso probándose chancletas, un padre comprando un juguete viejo para su hijo, la dinámica que tienen los empleados para llevar y traer los muebles, colchones, computadoras y apilarlas según algún criterio… Últimamente fui muchas veces a comprar zapatos de cuero, para colgarlos
de un alambre, y pinturas al óleo. Paisajitos. Para hacer un obra en relación a la pintura, al pop art, y al Nicolino Locche de Martha Peluffo, que desde que lo ví hace varios años, no me lo puedo sacar de la cabeza. Las ofrendas del Ekeko también las compré allí. Perritos de porcelana. Trajes… Creo que ese recorrido comprando y eligiendo objetos es esencial en lo que se da por llamar “el momento creativo”. Después de comprar, me vuelvo tan contento a mi casa que me la paso conversando con el chofer del taxi flete. Sin parar. Hay algo raro con los olores de segunda mano. Sinceramente, no me terminan de gustar. Me da placer lo visual, lo táctil, la obsesión de la gente por comprar… pero el olor no me termina de gustar. Me gusta mucho más el olor que hay en el EASY de Barracas. Otro lugar que para mí es un templo de la creación. Me puedo quedar media hora eligiendo cintas, cables, clavos, maderas, regaderas… Más que inspirarme, en el EASY es el lu-
gar donde converso con los duendes internos que guían en la creación de imágenes. En realidad lo que hago es esperar a que bajen los duendes. Que vengan las imágenes. Sin que nadie me hable, ni me pregunte nada. Además, en el verano está fresquito. Miro los colores del plástico nuevo, las mangueras color naranja fluo, los enchapados en madera, y trato de situarme en el equilibrio exacto entre el EASY, la suciedad, pobreza y basurales que hay en Constitución, Barracas y San Telmo, y el glamour estético del Ejercito de Salvación y del Cotolengo Don Orione. Busco la la sutileza. Lo mismo que me dijo una maestra de yoga: “Traten de quedarse en el instante que hay entre un pensamiento y otro”. Algo parecido a lo que –me parece– se dice en el Budismo: para encontrar la felicidad hay que transitar, sentir, aceptar, tomar conciencia de que somos esa nada. Marcos Lopez
D
dale
nov iembre 20 14