Bertozzi

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Julio Carreras (h)

Bertozzi Novela

Quipu Editorial Santiago del Estero Argentina

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© 1996. Julio Carreras (h) Varios de los personajes son reales. Las historias narradas son una combinación de ficciones y realidad. Imagen de portada: cuadro inista de Angelo Merante. Cuarta edición, primera edición española en formato pdf: octubre de 2007.

Primera edición impresa, en español: Patricia Iezzi - François Pröia - Quipu Pescara – Italia, 1997. Edición impresa, en Italiano: Edizioni Scientifiche Italiane Roma-Milan-Napoles, 1999. http://www.edizioniesi.it/

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A Sir Michael Tippett

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…Yo soy el pájaro bennu que está en Annu, y soy el guardián del libro de las cosas que son y de las cosas que no son. Libro Egipcio de los Muertos (El papiro de Ani)

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La comparación lingüística no es, pues, una operación mecánica; la comparación implica el enfrentamiento de todos los datos capaces de proporcionar una explicación. Pero siempre tendrá que ir a parar a una conjetura que quepa en una fórmula cualquiera y que se proponga restablecer algo anterior: la comparación resultará siempre una reconstrucción de formas. Ferdinand de Saussure Cours de linguistique générale

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¿Quién eres? Bien puedes ser lo que imagino, Tal vez eres un fantasma, Un ente que inspira terror. ¡Oh, si me fuera dado conocerte! ¡Oh, si quisieras revelárteme! Tú que me sacaste de la tierra Y que me hiciste de barro, ¡Oh, mírame! ¿Quién eres, oh Creador? Himno Quechua (Fragmento) Recopilación de 1613, por Salcamaygua Traducción del Pbro. Mossi

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Las ciencias, que siguen sus caminos propios, no han causado mucho daño hasta ahora, pero algún día la unión de esos disociados conocimientos nos abrirá a la realidad, y a la endeble posición que en ella ocupamos, perspectivas tan terribles que enloqueceremos ante la revelación, o huiremos de esa funesta luminiscencia, refugiándonos en la seguridad y la paz de una nueva edad de las tinieblas. H. P. Lovecraft Los mitos de Cthulú

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Toda una cosmogonía y toda una psicología pueden transmitirse en un jeroglífico, que nada significa para quien no está iniciado. Dion Fortune The Mystical Qabalah

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Prólogo El 25 de junio de 1945, el capitán B. fue convocado de urgencia a Roma, por el Comando en Jefe. Acompañaba a una delegación en El Cairo y le sorprendió aquél llamado. Eran momentos muy difíciles para Italia. La guerra prácticamente había terminado, pero no había optimismo en los signos que se percibían. Una fuerza de ocupación poderosísima se derramaba sobre la dulce Madre Patria. Y la pobreza del pueblo parecía haber hecho erupción, en obsceno contraste con la prodigalidad de los vencedores. El avión que lo transportaba pasó a las siete y media de la mañana por sobre el Mediterráneo, y una vez más Cesare Filippo se estremeció de goce ante aquella magnífica planicie de acero destellando bajo el sol. En Roma fue recibido por el mismísimo Comandante en Jefe, quien lo citó para esa - 10 -


tarde, a las 15.00, en un domicilio de la Via di Porta Lavernate, donde le sería encomendada una misión muy importante. El Comandante en Jefe puso especial énfasis en que debía vestirse de civil, sin ningún detalle extravagante. Esto último fastidió íntimamente a B., pues nunca tuvo inclinaciones al exhibicionismo indumentario; mas permaneció en silencio. Se le indicó además que porte consigo el liviano equipaje, pues de allí mismo reiniciaría un itinerario que lo debía llevar de regreso al África. A las tres de la tarde en punto, el marqués da Milano le presentó al doctor Massimo Toddi, arqueólogo, con quien debería partir nuevamente hacia el Adriático. En un automóvil particular emprendieron el extenso viaje, que los llevaría al Convento de Castilenti, donde llegaron al anochecer. El Prior les había hecho aparejar sendas habitaciones. Luego de cenar frugalmente, el Dr. Massimo Toddi dijo al capitán B. que a las cinco debían estar levantados, pues a las 6 en punto le sería indicado el objeto de su misión. Esto sucedió tal como se había planeado. A las seis menos cuarto, estaban reunidos el capitán B., el Dr. Massimo Toddi y un monje - 11 -


benedictino de avanzada edad, en una habitación circular, situada en cierto sitio de los subsuelos del Convento. Allí, bajo un extraño claror que se difundía desde algún lugar indeterminable, el doctor Massimo Toddi explicó a B. los puntos básicos de la misión. Debería trasladar hasta Etiopía, bajo la máxima reserva y con la mayor seguridad, una caja de plomo, que le sería entregada acto seguido. La caja contenía un trozo de pergamino, el cual llevaba inscripta sobre sí una leyenda. Esta piel de ninguna manera debía caer en manos de otra persona que no fuese aquel a quien iba destinada. Para su discernimiento, pues había sido elegido precisamente a causa de su alta responsabilidad, el capitán B. conocería por boca del Dr. Massimo Toddi el valor de aquella pieza arqueológica. Tendría en sus manos un objeto único, cuyo poder era inmenso. Aquella hoja de piel de cabra, contenía encima de su tersura La Palabra, capaz de transformar y recrear el Orden del Universo. Había sido descubierta por sabios de la antigüedad, y asentada con - 12 -


tinta indeleble por los esenios, para su uso práctico. En el periodo de la expansión italiana de los años 30, había llegado a manos del Dr. Toddi durante un viaje de estudios por Libia. Un ladrón se la había entregado, antes de morir baleado por la policía. Tuvo tiempo de indicarle las propiedades del objeto y el nombre y dirección de su verdadero dueño, a quien rogaba que se lo devolvieran, para librar a su alma de aquel peso. El doctor Massimo Toddi pensó que esta piel podría ser un formidable instrumento para ayudar a la concreción de la Nueva Italia que se soñaba. Providencialmente había caído en sus manos, así que se sintió con el deber de ponerla inmediatamente a disposición del Duce. Mas en el último suspiro, aquel ladrón le había dicho también que el trozo de piel de cabra no produciría la menor reacción, a menos que se la uniera y utilizara junta con su otra mitad, la cual estaba en poder de “una mujer adriática”. Diez años de su vida y de un numeroso grupo de oficiales de Inteligencia se habían ido tras el único afán de encontrar a la mujer y la - 13 -


otra parte del pergamino. Pero no habían tenido éxito. Ahora, se tornaba imperioso evitar que los invasores obtuvieran esta reliquia, y aun siquiera que se enterasen de su existencia. Debía ser devuelta prestamente a su propietario – o a sus sucesores. Esta sería la misión secreta del capitán Cesare Filippo Bertozzi, por la cual debía partir esa misma tarde, en barco, hacia la antigua Etiopía. ***

El capitán Bertozzi llegó con muchas dificultades al lugar mencionado en el planito, que le había entregado Massimo Toddi, y también le había recomendado destruir luego de culminada la misión. Era una callejuela atestada de viajantes, en el centro comercial de Mái Edagá. De hecho, el lugar era un comercio más, donde un par de muchachos ofrecían esencias de todo tipo, junto a delicadas artesanías de cerámica y telas con muy variada estampación. Ellos parecieron sorprenderse mucho cuando el italiano preguntó por el “dottore Abdul al Alhazred”. Antes de - 14 -


contestar debatieron largamente – aunque a media voz – en su idioma impenetrable. Por fin le hicieron pasar a una salita recoleta, adornada con ricos tapices de la Persia, en la trastienda. Allí tuvo que aguardar cerca de media hora, hasta que una mujer, con reboso cubriéndole el rostro, le indicó pasar más adentro de la casa aún. Un hombre muy anciano, vestido con un rugoso traje occidental – aunque sin corbata – le esperaba en un espacioso salón. Cuando se presentó – hablando perfecto italiano – como Abdul Ib´n al Alhazred, el capitán Bertozzi le pidió cortésmente que le mostrara alguna identificación. Entonces el hombre hizo algo muy extraordinario. Se convirtió en una pantera, negra y lustrosa, que saltando desde el sofá donde estuviera sentado el anciano, comenzó a rondar circularmente al oficial, mientras lo miraba amenazadoramente. Con mano temblorosa el capitán Bertozzi extrajo de su maletín la caja de plomo que traía, y en el acto volvió a presentarse el anciano, con rostro pálido, sobre el sofá. Antes de despedirlo, le dijo unas palabras que el capitán anotaría luego en su Cuaderno de Campaña, para no olvidar: - 15 -


“Tú no eres el indicado, pero en estos días, nacerá de tu simiente aquél a quien le será dado encontrar y entender La Palabra”. *** Unos meses después, por razones al parecer fortuitas, fue destinado a cumplir su servicio, una vez más, en Mái Edagá. Debió trasladarse esta vez con su esposa Lydia, quien estaba embarazada. Allí – una mañana caliente y ventosa –, nació el hijo de sus entrañas. Era rubio y luciente, como un pequeño sol.

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Primera parte

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1. Roma, agosto de 1995. – Ese hombre – dijo Laura – es el mismo que vimos al salir de la recepción en Pescara. Un individuo alto, muy rubio, sumamente prolijo en su traje oscuro, acababa de bajar de un Lancia metalizado, que siguió su camino. Aparentemente iba a comprar algo, en un pequeño negocio de la Via Ostiense, justo enfrente y debajo de la casa de los Bertozzi. – Bueno, casi todo lo que hacemos podría conocerlo, preguntándonos o a través de los diarios – respondió Bertozzi, tratando de restar importancia al asunto –. No veo para qué necesitaría de acecharnos. – Tú no sabes – dudó Laura. El café humeaba formando un delicuescente arco-iris al transparentar el sol de la mañana. Desde su lugar junto a la ventana alta observó salir al hombre – con probabilidad, un extranjero – y, luego de mirar hacia donde ellos estaban, abordar el mismo auto, que con puntualidad - 18 -


cronométrica había pasado a buscarlo. – Tal vez tengas algo que él busca y tú no lo sabes. – Lo más valioso que tenemos suele estar en nuestro corazón – dijo Bertozzi –. Y generalmente no lo conocemos. – No me refería a eso – replicó haciendo un gesto de graciosa impaciencia Laura –: Esta clase de gentes no corren tras de cosas espirituales. En efecto, los rasgos afilados de aquel hombre, sus movimientos felinos, hacían pensar enseguida en un combatiente o un “cazador”. Su corte de pelo y la mirada azul, helada, traían en un ramalazo la imagen de ciertos oficiales de los Servicios Secretos nazis. – ¿No será ésto lo que busca? – exclamó Laura. Había tomado de entre los anaqueles, atestados de libros, una especie de agenda forrada en cuero marrón. – El Cuaderno de Campaña de mi padre – musitó Bertozzi. ¿Para qué habrían de buscarlo? Sin responder directamente, Laura buscó un momento entre las innumerables anotaciones, y luego de observar atentamente el número de página leyó un párrafo, como al azar: - 19 -


– … “el marqués da Milano, me dijo que de haber encontrado la otra parte del pergamino, muy distinto hubiera sido, seguramente, el resultado de esta guerra…” Bertozzi pareció cavilar, silencioso. Luego de un rato, contestó: – Sí. Posiblemente sea eso lo que busquen. El pergamino de Mái Edagá. Pero mi padre no dejó ni en el Cuaderno, ni en ninguna otra parte, la más mínima referencia de cómo llegar a ese Abdul al Alhazred que menciona, o alguien que nos lo pudiera indicar… (Además, en cincuenta años, las cosas deben de haber cambiado bastante, ¿no?) El marqués da Milano murió sin dejar descendencia; del doctor Massimo Toddi, nadie sabe cómo desapareció… Y muy probablemente aquel árabe, Abdul Alhazred, que ya era un anciano cuando mi padre le conoció, tampoco debe estar. Laura leyó, otra vez: “…en estos días nacerá de tu simiente aquel a quien le será dado encontrar y entender La Palabra”… – Qué quieres decir con ello… – murmuró Bertozzi. - 20 -


– Que tal vez… te buscan a ti – articuló Laura lentamente –. Que tal vez, la clave está en ti. Bertozzi no pudo evitar que un estremecimiento recorriera su cuerpo. Y por primera vez sintió el reflejo de un oscuro, lejano temor.

2. Lausanne, agosto de 1995. El banquero Peter Hymet se sintió cada vez más interesado por la narración del antropólogo español que habían contratado. – Al parecer esa pieza verdaderamente ha existido… o existe… – prosiguió este. – Según la leyenda, fue creada por los esenios. – ¿Quiénes son los esenios? – preguntó la secretaria de Peter Hymet. – Eran – dijo el antropólogo –. Eran una secta israelita, nacida al parecer durante el exilio del pueblo hebreo, en Persia, unos cuatrocientos años antes de Cristo. La muchacha lanzó una exclamación: – ¡Tantos años! – Alrededor de ciento cincuenta años antes de Cristo – continuó el antropólogo, sin - 21 -


prestarle atención –, los esenios decidieron regresar a Israel. Al parecer tenían muchas esperanzas en un movimiento fundamentalista, que había surgido en esos tiempos (los Macabeos), quienes comenzaron a luchar para librarse de los griegos, que aún los sometían, y obligaban al pueblo a hacer todas las cosas de que abominaban. Por ejemplo, practicar deportes desnudos… Eso, que para los griegos (varones o mujeres) era algo natural, pues lo habían hecho desde sus orígenes como civilización, para estos judíos era un verdadero horror… – Pues los judíos han sido siempre muy atrasados, por lo visto – reflexionó la secretaria. Sin el menor ánimo de perder el hilo de su narración, el joven de oscura barba prosiguió: – Los Macabeos (que eran originalmente una familia, pero luego, con el apoyo de gran parte del pueblo hebreo se convirtieron en un ejército), atacaron a los soldados de Antíoco Epífanes IV y les propinaron derrota tras derrota. Fue una lucha muy dura y larga, en realidad. Durante ella, se fueron cimentando las bases de una nueva organización estatal israelí. Cuando lograron la expulsión definitiva - 22 -


de los griegos, la familia Macabea quedó dueña del poder, a través de su líder de entonces, Juan Hircano. – Por favor, ¿puedes hablarnos del pergamino? – suplicó Peter Hymet. – Es necesario narrar lo anterior para comprender su sentido – afirmó el antropólogo. “Bien. Juan Hircano hizo todo lo contrario de lo que los esenios esperaban. Ellos querían la restauración de Israel, especialmente en su aspecto cultural. Es decir, la observancia a rajatabla de las leyes y todas las prescripciones sagradas, obligatorias para una raza que ellos creían, con fanatismo, elegida por Dios. Pero los Macabeos, que habían recibido el apoyo político de los romanos, a través del proceso independentista, se habían ido volviendo paulatinamente más sensuales, en grado directamente proporcional a su cada vez mayor acumulación de riqueza y poder. Además, en el maridaje con Roma se habían occidentalizado, y estaban convirtiendo al culto en un mero formalismo. “Entonces, guiados por alguien que en sus escritos llaman el Maestro de Justicia – posiblemente un Sumo Sacerdote despechado, - 23 -


pues los esenios creían que luego del triunfo iban a entregarles la administración del templo… “¿Qué decía? ¡Ah!, guiados por el Maestro de Justicia, los esenios decidieron abandonar en bloque al corrupto pueblo de Israel, para fundar una Ciudad Santa en el desierto. – ¿Lo consiguieron? – preguntó la secretaria. – Sí – dijo el antropólogo –. Construyeron casas sólidas y espaciosas, sobre la roca, y formaron una sociedad religiosa-comunista, compuesta por hombres castos, que producían todo lo que necesitaban, evitando de esa forma cualquier dependencia del pecaminoso mundo exterior. “Allí, en esas rocas, se abroquelaron entonces, para orar y esperar al Mesías. “Fue en aquel período de gran decepción temporal e intensa vida espiritual que se creó el pergamino. – Al fin – suspiró en voz baja Peter Hymet. – Lo elaboró un anciano filósofo esenio, Qohelet, quien pensó que si el Mesías debía dominar la tierra para los verdaderos israelitas, necesitaría de un arma poderosa que disolviera tanta maldad y abominación - 24 -


acumulada por los hombres… Y él, Qohelet, en sus investigaciones ocultas, la había descubierto, aunque nunca se atrevió a usarla. “Era – según la leyenda – una sencilla conjunción de letras (más precisamente nueve), escritas en un idioma desconocido para el mundo de entonces, sobrenatural. Dispersas, aquellas letras no servirían para nada, pero al unirlas y pronunciarlas de cierta manera, darían a quien las poseyera el poder de descomponer y reorganizar la materia, toda la materia, desde una pequeña flor hasta una gigantesca montaña, incluyendo la materia cósmica, aquella que se compone de energías invisibles pero cuya potencia es aún mayor que la de la fisión nuclear. Durante un largo momento se quedaron todos en silencio. Luego, con expectación, el banquero suizo Peter Hymet preguntó: – ¿Bertozzi tiene la mitad de ese pergamino? – No, pero le profetizaron a su padre que encontrará el camino para conseguirlo… – Secuestrémoslo, entonces – sugirió la secretaria – seguramente lo convenceremos para que nos indique la manera de llegar a él… - 25 -


– Mejor sería esperar a que lo encuentre él mismo – replicó el antropólogo –. Y luego, recién “invitarlo” a venir con nosotros. – Coincido con eso – dijo el banquero –. Pero después que encuentre el pergamino, Bertozzi ya no nos servirá de nada. Así que en vez de traerlo con nosotros, creo que más bien deberíamos librarlo definitivamente de habitar en este contaminado planeta…

3. Roma, 1995. Angelo Merante estaba preocupado por la derivación que podría tener la hipótesis sugerida por Bertozzi, a partir de esa teoría del pergamino. Mientras manejaba por entre el pesado tránsito de Viale Aventino se decía que no era posible la existencia de una ecuación de ese tipo. Según ella – según esa hipótesis – la existencia material dependía de un sistema de relaciones metafísicas. De ahí, a sostener que todo lo perceptible con los sentidos era una ilusión – como sostienen los budistas – había un solo paso. - 26 -


¿Dónde quedaría entonces la laboriosa y seria investigación de los científicos occidentales, que durante siglos había ido acumulando, pieza tras pieza, partícula tras partícula, un formidable bagaje de evidencias, que proporcionaba una explicación racional – y por cierto material – de la existencia? ¿Qué sería de los finos instrumentos de observación y medición creados por el hombre, como el microscopio o las reacciones químicas, si todo se podía modificar con un antojo de la voluntad, a través de las meras ideas? Pues no otra cosa significaba la hipótesis del pergamino. La pretensión de que con una combinación de alusiones abstractas, generadas sobre la base de unos ciertos signos, se podía modificar la composición molecular de la materia. Ni más ni menos que lo sostenido por ciertos magos de la Edad Media o el Renacimiento – como Paracelso – que por cierto había sido sepultado por la verdadera ciencia. Pero Bertozzi era su mejor amigo, y un hombre honesto a carta cabal. Sus afanes investigativos, además, habían sido siempre medulosos y prolijamente organizados. ¿Y si aquella hipótesis legada por su padre resultaba - 27 -


ser verdad? Angelo Merante no quiso pensar más en eso, y aprovechando la detención ante un semáforo, encendió un largo cigarrillo turco, extrayéndolo de una cajita de madera, con dibujos inistas, que hacía poco le habían regalado.

4. 1995, Francavilla al Mare y Roma. Entonces fue que sucedió aquel incidente tan extraño, en la calle principal de Francavilla al Mare. Bertozzi regresaba en su motocicleta de la Universidad, cuando fue encerrado contra el cordón por un auto con cuatro hombres. El roce contra el borde de una de sus cubiertas, lo hizo caer sobre la vereda. El automóvil frenó con estridencia y los hombres bajaron corriendo para dirigirse hacia él. Bertozzi creyó que se trataba de un accidente, y que los hombres bajaban para ayudarle. Por suerte no se había lastimado en absoluto, e iba a decirles esto pero los hombres, sin abrir la boca, lo rodearon amenazantes y uno de ellos, tomándolo - 28 -


brutalmente del cuello de su campera le espetó, en mal italiano: – Todo lo que hagas contra Israel te costará muy caro… – y volvió a derribarlo, de un empujón. Del mismo modo como habían venido, desaparecieron. Algunas personas se acercaron a ofrecerle colaboración, y mientras les agradecía, Bertozzi se preguntaba mentalmente: – ¿Por qué dijeron esto, sobre Israel? Jamás he tenido nada en contra de ellos… ¿o será una broma? (por cierto, de muy mal gusto, pues casi me cuesta un hueso roto). El suceso impresionó tanto a su amigo François Pröia, que no quiso dejarlo regresar solo a Roma. Él mismo lo llevó, tomando el volante de la coupé de Bertozzi. Cuando llegaron allá se encontraron con que habían dejado una carta de Etiopía. Laura no quiso darle mucha importancia al asunto, antes de que terminaran de contarle lo sucedido en Francavilla al Mare. Pero Bertozzi ya había despegado la lengüeta del ancho sobre con vapor, y desplegaba asombrado ante sus ojos, una hoja, - 29 -


de papel dorado, escrita en grandes caracteres asentados a pincel. La carta estaba en griego antiguo, pero Bertozzi conocía este idioma, así que – no sin algunas vacilaciones – enseguida hizo la traducción. La carta, más o menos textualmente, decía esto: Tú que estuviste entre los elegidos de la cohorte que siguió las órdenes de Joab para la custodia de nuestro bendito rey Salomón. Tú que albergaste en tu vientre la divina luz de nuestro bienamado Quenhaz. Tú que fuiste privilegiado con la efusión del nêfed, para cumplir con lo que estaba prometido. Hoy ha llegado ese día. Debes acudir al llamado del Destino, inscripto desde los milenios en tu ser inmortal. En Mái Edagá se te espera, el anciano guardián de nuestro templo te dará las instrucciones para que glorifiques tu predestinación. Bajo de ella venía, dibujado, un sencillo mapita, que indicaba un lugar entre las - 30 -


callejuelas céntricas de esa ciudad. Y un nombre, por el cual debían preguntar. Luego de un rato de meditación, Bertozzi dijo: – Creo que deberemos viajar hacia allá. François y Laura protestaron. El francés dijo: – Cuidado, Gabriele, puede ser una peligrosa “broma”, del tipo de la que te hicieron en Francavilla al Mare… – No – contestó Bertozzi –. Tengo la intuición profunda de que se trata de una extraordinaria verdad.

5. ¿Who is Bertozzi? – Y ¿quién es este Bertozzi? – preguntó el banquero Peter Hymet. – Un artista, un intelectual… el inventor del Inismo… – Nada de eso me aclara algo – afirmó Hymet – : ¿puedes darme datos concretos sobre su vida? – Bien. Se dice que lleva en sus venas sangre etrusca y está emparentado con familias señoriles de Toscana, como los marqueses de - 31 -


Malaspina y los condes Rosselmini. Un bisabuelo, de quien gusta mencionar que se le parece más que su padre y su abuelo, combatió como oficial en las más importantes batallas para la independencia de Italia: Montebello, Palestro, Magenta, San Martino, Solferino, y la conquista de Roma – con la Breccia de Puerta Pia –, por lo cual fue excomulgado (aunque el mismo Papa levantó esa excomunión, al poco tiempo). “Su abuelo Aldo – que era abogado –, actuó como oficial y combatiente en la Primera Guerra Mundial. Recibió una condecoración por su valor en África, y fue convocado – ya de civil – para presidir los procesos judiciales de posguerra. “De su padre ya sabemos que fue oficial italiano en Mái Edagá (donde recibe aquella profecía de la cual ya hablamos). En la batalla de Amba Alagi fue hecho prisionero de los ingleses y enviado a un campo de concentración en el Himalaya. Allí permaneció seis años, y estuvo en contacto frecuente con monjes budistas e hindúes – un dato que no debemos desdeñar. “Bertozzi propiamente – nuestro Bertozzi – es desde joven un intelectual muy destacado, - 32 -


que también actúa como oficial paracaidista en el ejército de su patria. Fue uno de los adherentes al Letrismo, un movimiento artístico de vanguardia, surgido con mayor fuerza en la posguerra, pero pronto mostró su criterio independiente, al cuestionar algunos de sus principales fundamentos y posteriormente apartarse, para fundar el INIsmo. – ¿Qué cosa es el inismo? – interrumpió Hymet. – Buena pregunta. Es la que se hace mucha gente: pero no es fácil de contestar. Tiene muchas explicaciones, mejor dicho… “Nacido en 1980 en París, a partir de un grupo de artistas – especialmente escritores y cineastas –, se expandió rápidamente por el mundo, aunque no por la superficie, sino por las médulas de las acciones artísticas en diferentes países, tan distantes uno de otro como Finlandia o Argentina. “Ellos poseen una voluntad extraordinaria tras el objetivo de crear un nuevo lenguaje, que permita a la humanidad avanzar en la comprensión de los planos superiores del conocimiento y la percepción, según dicen…” – No lo entiendo – dijo el banquero. - 33 -


– Sí, no es fácil entenderlo… – caviló en voz queda el antropólogo que hasta el momento explicaba – especialmente si uno ha dedicado su vida a ocupaciones muy diferentes – agregó, con cautelosa cortesía –. Pero precisamente, porque manejan un conocimiento no muy accesible al vulgo, es que ellos constituyen lo que en jerga artística se denomina una vanguardia. Y esos conocimientos difíciles de entender, frutos de sus investigaciones y sus búsquedas creativas, nos son absolutamente necesarios para poder dilucidar el contenido secreto del pergamino.

6. 5 de octubre de 1995. Mái Edagá Laura y Bertozzi llegaron a Mái Edagá a las dos de la madrugada. Hacía frío, y por suerte el chofer encontró rápidamente el pequeño hotel donde se alojarían mientras estuvieran allí. Antes de entrar, Bertozzi besó el suelo del lugar que sintiera sus primeros vagidos. Durmieron hasta muy entrado el día y recién cerca de las dos de la tarde salieron a recorrer el pueblo. Caminaron durante horas por entre las callejuelas polvorientas, entre - 34 -


centenares de pequeños puestos de venta, que ofrecían todo tipo de productos, entre la profusión apabullante de objetos japoneses, chinos, o norteamericanos. Cerca de las nueve de la noche cayeron en cuenta de que se habían olvidado de comer. Y lo hicieron en una pequeña fonda, alumbrada con lamparitas de petróleo desde las paredes, lo cual fue también una puerta a las sorpresas, cada vez que jugaban a descubrir los ingredientes de la deliciosa comida – elegida al azar, pues no conocían el idioma – que se habían arriesgado a pedir. De tal modo pasaron dos días, investigando esa cultura deliciosa y los recovecos de aquel lugar. Recién al tercero, se decidieron al intento de cumplir aquella misión que al parecer les había sido encomendada desde los siglos. Todo el tiempo Bertozzi se había sentido de un modo que jamás antes experimentara. Una especie de transposición de su cuerpo a un plano sutilmente extraterreno, en donde le parecía volar en vez de apoyar sus pies en los suelos, y su emotividad vibraba a flor de piel, colocándolo casi todo el tiempo y sin razón aparente al borde de las lágrimas. - 35 -


Esta sensación se fue intensificando a medida que se acercaban al lugar indicado en el mapita, hasta volverse una aguda opresión en el pecho, que por un momento llevó a Laura a preguntarle, alarmada, si se sentía enfermo; y a punto estuvo él de pedirle que volvieran, renunciando a esa extraña aventura que de repente le provocaba un profundo sentimiento de inestabilidad interna. Sin embargo se calló, y sólo después de un rato dijo: – Sí, confieso que estoy un poco emocionado. Pero es comprensible, ¿no? Por fin llegaron al lugar indicado. Era una pequeña tienda, donde se exhibían toda clase de ropas, desde preciosos vestidos árabes para mujer, hasta muy bien cortados trajes masculinos de tipo occidental. Una muchacha particularmente bella los atendió, sin entenderles casi nada, pero sus ojos se iluminaron al decirle que buscaban al doctor Al Alhazred. Un hombre oscuro de bigotazos negros, que había permanecido silencioso detrás de la caja registradora, se dirigió entonces a ellos en aceptable italiano, y les preguntó sus nombres. Luego de que se los dijeron, habló un poco a la muchacha en el - 36 -


idioma del país, y enseguida se introdujo en la trastienda, atravesando una espesa cortina. Bertozzi y Laura se entretuvieron mirando las ricas telas que se exhibían, colgadas con tino desde pequeñas perchas de madera, que a su vez habían sido suspendidas en el techo. Como a los veinte minutos – veinticuatro exactamente, observó Bertozzi –, la muchacha volvió, diciendo que el doctor Alhazred los recibiría en su sala personal. El hombre que hablaba italiano les dijo que ella los iba a guiar. De un pasillo muy iluminado con tubos fluorescentes, donde se veían retratos de hombres y mujeres, colgados en las blancas paredes, con sólo cruzar una añosa puerta transcurrieron a otro, que, aunque exactamente de la misma anchura física que el anterior, parecía más angosto. Esta impresión la infundían las pequeñas lámparas de aceite, que más o menos dejando entre ellas unos tres metros de distancia, consistían la única iluminación del pasadizo. Bajo este resplandor mortecino, la rugosidad del estucado quedaba dramáticamente manifiesta; los europeos observaron que no había ningún ornamento en ellas, a no ser unos pequeños signos, que - 37 -


parecían pintados a pincel, exactamente en el centro del espacio que separaba a una lámpara de otra, es decir, precisamente en el lugar donde la luz ya no alcanzaba como para mirarlos con claridad. Llegaron a una puerta angosta que culminaba en arco, y luego de atravesar unas cortinas se hallaron en un despacho inmenso, atestado de libros y muchos objetos antiguos, a través de cuyas ventanas abiertas y las transparentes cortinas que la brisa mecía rítmicamente, podían verse una hermosas palmeras que al parecer eran la única compañía de un antiguo edificio, de un estilo anterior al musulmán, luego del cual aparentemente sólo seguía el desierto. El hombre que les esperaba sonriente tras el ancho escritorio parecía muy joven, y sus rasgos físicos perfectamente podrían haber pertenecido a un francés, un español o un italiano. La impresión se acentuaba por el ropaje: llevaba un liviano sweater bordeaux, sobre una camisa de un celeste muy pálido, y cuando en un momento de la conversación posterior saliera de tras el escritorio para caminar un poco, podrían comprobar que además calzaba unos prolijos jeans y - 38 -


mocasines de cuero natural. Luego de saludarlos en perfecto italiano se presentó como “Abdul Al Alhazred, doctor en Ciencias Económicas…” – Su profesión es… – inquirió Bertozzi, sorprendido, pues había esperado encontrarse con un egiptólogo, un esoterista o algo parecido. – Economista – dijo el hombre–. Trabajo para el gobierno, en el área de planificación. Habitualmente no resido en Mái Edagá, sino en Addis Abeba. He venido, ahora, sólo para esperarlos… – Entonces, usted sabía de nuestra llegada… – dijo Bertozzi. – Lo sabíamos – contestó el hombre. – Por lo tanto, sabe también la historia del pergamino de su abuelo… – discurrió Bertozzi, en voz medianamente alta. – Sé lo del pergamino… de mi pergamino, no el de mi abuelo… – contestó con una sonrisa, el etíope –: Yo soy Abdul Alhazred… no su nieto. – Pero mi padre lo vio en 1945… y era un anciano de cerca de setenta años, según su descripción… y usted no debe tener más de treinta… - 39 -


El hombre permaneció en silencio, unos segundos, como sopesando lo que iba a decir. – No es sencillo explicar lo que somos, porque sólo es expresable en referencias a las cuales no alcanza nuestra razón – afirmó al fin –. Ustedes y yo somos, en realidad, muy ancianos… Sólo que en el caso personal, me ha sido dada la no muy fácil responsabilidad de la conciencia permanente en el plano físico… Pero precisamente ustedes son quienes, con toda fortuna, deberán liberarme de esta tarea, con la alegría, además, de la misión cumplida. Volviendo a mi aspecto: puedo presentarme del modo en que lo desee, anciano o joven, endriago o animal, con la única limitación del sexo, pues me fue concedida sólo una energía masculina. Esos pequeños trucos los he aprendido a lo largo de los dos mil años de existencia aquí, que llevo ya… – ¿Usted ha vivido dos mil años? – preguntó Laura. – He existido, durante ese lapso, en la Tierra, por causa de esta delicada misión… pero, por favor, siéntense… ¿desean tomar café? - 40 -


Luego de que se hubieron acomodado, y una muchacha sigilosa, con shador, les hubiese servido primorosas tacitas con un café denso y exquisito, escucharon la historia verdadera y completa del pergamino… al cual erróneamente se llamaba “de Mái Edagá”, pero que deberían llamar, a partir de ahora, “de Qumrán”. He aquí la narración de Alhazred: “Durante los últimos años del reinado de Juan Hircano, el santo peregrino Menahem vio que Herodes sería un gran rey, y su gobierno acrecentaría a Israel. “Su corazón gemelo, nuestro hermano y sacerdote Qohelet, consideró entonces llegado el momento de la acción para los esenios. De acuerdo a lo que parecía un serio abordaje a las Escrituras, los esperados tiempos del Mesías grande y portentoso, habían llegado… para el criterio de nuestro sacerdote, el hijo de Antípatro era claramente el llamado a devolver la gloria al pueblo de Israel. “Era obvio que para ello, tarde o temprano se vería obligado a expulsar a los romanos, los griegos y otros pueblos impíos y degenerados, como los que desde la Siria y el Noroeste desplegaban sus influencias perversas sobre la - 41 -


raza superior de los verdaderos semitas de Israel. “No importó que Herodes, apenas entronizado, se sometiera a Marco Antonio, quien lo hizo proclamar rex amicus et socius populi romani por el senado. Tampoco su matrimonio con Marianne, la hija del Sumo Sacerdote fariseo, traidor a la causa de Israel, ni la horrenda matanza de cuarenta y cinco miembros del Sanedrín que el joven rey ordenara para consolidarse. Por el contrario, a Qohelet – que estaba obsesionado con su ilusión – estas aberraciones le parecieron prueba de la astucia y firmeza convenientes a un buen conductor. “Así es que, por primera vez, se decidió a gestar un objeto extraordinario, cuya secreta fórmula había permanecido en su mente – hasta ahora en abstracto – legada por un antepasado recabita, y a este a su vez por un Ebdemélec Etíope – con lo cual como se ve, el círculo inicial se cierra – , pero no sin innumerables recomendaciones. “Qohelet se decidió a reconstruir la secreta Palabra, descubierta al parecer durante la dominación de Nabucodonosor, por Ebdemélec y los recabitas. - 42 -


“Esta Palabra era la concentración cardinal de energía, la quintaesencia de la materia, uno de los cuatro átomos elementales del Universo y contenía, en sí, la partícula infinitesimal de la humedad y el fuego, de la sonoridad y el silencio, de lo sensible y lo invisible, capaz de suscitar, con su alquimia, todas las formas de la materia, de transformarlas, o desintegrarlas. “Qohelet se decidió a llevar al plano práctico ese conocimiento, para ponerlo al servicio de su rey, pues confiaba en que él iba a dar cumplimiento a lo que anunciara Abdías: Los desterrados, este ejército de los Hijos de Israel, heredarán lo que pertenecía a los cananeos… y las ciudades del Negueb… subirán victoriosos, hasta el monte de Sión, para gobernar desde allí… “Durante cuarenta días con sus noches Qohelet ayunó, hizo penitencia, se vistió de sayal y espolvoreó con ceniza su ya grisácea cabellera, pues no sabía si era digno de la inmensa responsabilidad que le había tocado. Recién luego de larguísimas invocaciones, en que se vio rodeado de toda clase de seres indescriptibles, y en un estado en que casi no pisaba el suelo, tomó en sus manos el cuero purificado. Este había sido guardado en una - 43 -


caja de oro durante muchísimos años, mas se conservaba absolutamente incorrupto. El espíritu guió su trazo con mano firme y pincel seguro, para dibujar las nueve letras que conocía al detalle, pero hasta ese momento no se había atrevido nunca a suscitar. Luego, con labios trémulos, las cantó, articulando en la forma indicada y con la melodía necesaria su pronunciación. “Pero no sucedió nada. La experiencia había fracasado. “Desesperado, durante largos días Qohelet hurgó y rehurgó en los rollos buscando las explicaciones que de antemano sabía que no iba a encontrar: este era un conocimiento secreto; ningún sabio, si lo vislumbró, lo habría consignado por escrito. Hasta que por fin se atrevió a efectuar algo abominable. “Trazando con tiza negra una estrella invertida en el suelo, invocó al maldito demonio Asmodeo, instructor de todas las ciencias prohibidas para los humanos. “Con una carcajada interminable el demonio lo calificó de tonto… ¿Acaso no sabía él que todas las cosas en el Universo tenían un polo positivo y otro negativo? Ebdemélec y los recabitas habían engañado a - 44 -


sus antecesores, legándoles sólo una parte del conocimiento, para que su presencia fuese simbólica, con el objeto nada más de que no se perdiera su memoria entre los hombres. Era imposible que el pergamino funcione, sin la participación de una mujer. “Esta enseñanza le costó a Qohelet el compromiso de servir a Asmodeo durante cinco mil años. Pero se consoló diciéndose – artificios del intelecto – que seguramente iría a ser liberado de él por su Mesías, cuando se hiciera dueño del verdadero Poder. “Qohelet debía buscar ahora a la mujer; y sin pérdida de tiempo, se puso en dicho afán. Unas crípticas sugerencias de Asmodeo lo llevaron a Partia, donde luego de escrupulosas averiguaciones creyó haber dado con ella. “Pero antes de que golpeara a su puerta, sin importarle haber llegado a medianoche, mi padre – sí, mi padre, que había sido su mejor amigo y le acompañaba –, allí mismo lo mató. “Mi padre, que también era un santo, se había dado cuenta de la tremenda contradicción que estaba cometiendo Qohelet. ¿Cómo era posible confiarle a un terrible dictador y asesino como Herodes las facultades de un dios, y pensar que las usaría - 45 -


para bien? ¿Cómo se podía invocar a uno de los peores demonios y creer que aún así se estaba sirviendo al Señor? “De una sola vez mi padre hundió su estilete en la nuca de Qohelet, para enviarlo junto a su actual jefe Asmodeo, y recuperó el pergamino, con la voluntad de purificarse y destruirlo. “Pero al llegar de regreso a su cueva de Qumrán, una terrible enfermedad lo postró, e inmovilizó sus miembros hasta el punto de que apenas podía manejar sus manos para los movimientos más rudimentarios. “Fue entonces que me llamó, pues yo vivía por esos tiempos con mi madre, en Jerusalém. Tenía 14 años y había empezado mis ejercicios purificadores con el propósito de iniciarme en el Servicio del Templo. “Mas mi padre me dijo que un ángel se le había presentado y le había entregado un frasquito con una pócima, que yo debía tomar para extender la permanencia de mi cuerpo aquí. “Debería conservar mi cuerpo y la conciencia de él durante algunos cientos de años, tal vez, para cumplir la misión que se me iba a encomendar. - 46 -


“Se había cometido una inaudita profanación, y únicamente se podía restañarla restituyendo la poderosa pieza que se había gestado, inoportunamente, al único que podría disolverla o conferirle sentido: el Venerable, Bondadoso Ingeniero de toda la Creación. “El pergamino era indestructible por medios humanos. Aún más, cualquier intento en ese sentido desencadenaría imprevisibles catástrofes en el ámbito de lo cósmico y lo terrenal, si se lo efectuaba. “Por ello, lo único que podía hacerse era preservarlo hasta el momento oportuno, cuando llegaría aquél que sabría cómo actuar respecto de él. “Mientras tanto, la misión que se me encomendaba, era: “1) Partirlo en dos, exactamente luego de la quinta letra. “2) Encontrar a la mujer que, a la par de mi existencia, debía convertirse a la vez en inmortal y conservar el aspecto negativo del pergamino hasta que llegara la oportunidad de entregarlo a quien vendría a finalizar la misión. “Ambos, la mujer y yo, podríamos – eventualmente – intentar con éxito poner en - 47 -


funcionamiento el Poder consignado en la piel de cabra. Pero el castigo que atraeríamos con tal conducta sobre nuestras almas, sería tan horrendo, que hasta el ángel enmudecía estremecido con sólo imaginarlo”. Bertozzi se movió por primera vez en su silla y cruzó las piernas. Pero rápidamente abandonó esa posición, pues recordó que los árabes consideran una ofensa a esta actitud. Ello hizo sonreír a Abdul Alhazred, quien le dijo: – ¡No, póngase cómodo si lo desea, esta nimiedad no podría molestarme a mí!... –¡Disculpe, disculpe! – exclamó Bertozzi –. ¡He interrumpido su relato! – Bien – pronunció suavemente Alhazred –. Estamos llegando a la culminación. “Me llevó veintidós años y seis meses encontrar a la mujer – que no era la que había descubierto Qohelet. Vivía en Ctesifón, se llamaba Hillen Fraates, tenía 23 años (o sea que apenas había empezado su vida cuando se me encomendó este trabajo) y era descendiente de un rey. “Ella comprendió maravillosamente su papel – había sido instruida para ello – y con prontitud aceptó. - 48 -


“Le entregué su parte, la caja de oro con las cinco letras. Y después de entonces, nunca más la vi”. – ¿No se encontró jamás con ella luego? – preguntó Laura. – Quizás – contestó Abdul al Alhazred –. Quiero decir que no la reconocí. Ya saben que nosotros, tanto ella como yo, estamos facultados para tomar aspectos diversos, para hacer más eficiente nuestra tarea y menos agobiante la espera del momento de nuestra liberación.

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Segunda Parte

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7. Luzern, 8 de octubre de 1995

– Luego de su fundación en París, en 1980, el Inismo se expandió con rapidez por otros países… – leyó la secretaria en el monitor de la computadora. Se quitó los zapatos y, levantando una de las piernas para pisar sobre la silla, refregó distraídamente los dedos de uno de sus pies con el ánimo de infundirles calor. – Casi desde su origen, Bertozzi y Laura Aga-Rossi se cartean con argentinos, y un profesor universitario impulsa el inismo en Estados Unidos desde 1982… Caminando descalza sobre la alfombra la linda muchacha fue a prender la radio. Sintonizó un recital de Skorpions y regresó a su trabajo. - 51 -


– Un grupo de españoles se incorpora, alrededor de 1985; pronto, por su gran actividad, se convierten en los más importantes mentores de este movimiento en lengua castellana… En los años siguientes, se conforman grupos inistas en Portugal, Cuba, Brasil y Finlandia… Cada tanto efectúan un Encuentro Internacional – el más reciente fue La idea del visionario, en la Universidad de Pescara –, y editan una revista importante, llamada Berenice… – No más datos – pensó en voz alta Mariette, haciendo un mohín –. Esto no va a conformar a Peter Hymet. Él quiere datos acerca del modo como alquimizan sus fonemas y sus códigos secretos, y no la historia del movimiento… Tal vez deba hacerme amiga de alguno de ellos para conseguirlos… ¡eso! ¿por qué no? ¡Puede ser divertido!... 8. Riad, 17 de octubre de 1995. – En el año 656, un grupo de nobles pertenecientes al ejército musulmán de Egipto, llegaron a Medina con el propósito de asesinar al rey – dijo Bertozzi. Desde la radio sonaba - 52 -


una grabación bastante aceptable, en árabe, de El día que me quieras, de Carlos Gardel. – Reinaba Utmán, cuñado de Mahoma y miembro de la influyente familia coraichita de la Meca. Por estos tiempos, el imperio islámico había crecido ya demasiado: sus generales gobernaban gran parte de Asia Menor y Bizancio, hasta Bactria, Kabul y Ghazni. “Mas el peligro que se cernía sobre el gobierno provenía de sus propios nobles, que habían adquirido demasiado refinamiento y poder. Estaba formándose una segunda generación urbana, que surgía entre las diversiones y el lujo de Alejandría, Damasco y Ctesifón, y las ciudades-cuartel de Bassa y Kufa. Eran jóvenes que habían crecido en el lujo y el poder absoluto, y ningún límite los frenaba. “La política, el poder y el prestigio, se habían convertido en fines en sí mismos, y Utmán – hombre de modales suaves, piadoso, que había sido íntimo amigo del Profeta – parecía poco indicado para someter tantas pasiones, como las que bullían entre los nobles”. - 53 -


En ese momento sonó el teléfono. Laura atendió. – Patricia – dijo. – He hablado con nuestro amigo argentino – contó Patricia cuando Bertozzi tomó el tubo –. Está trabajando muy fuerte en su parte –. Ella estaba muy entusiasmada: – Me parece que nuestra tesis va a ser un éxito fenomenal. Los inistas preparaban una tesis colectiva sobre El Lenguaje Contemporáneo, para presentar en el XXVIII Congreso Internacional de Lingüística que, en julio de 1997, se iba a realizar en Carisbard, California. – Bien – dijo Bertozzi, luego de comentar un momento más las novedades que había traído Patricia –, ¿te interesa que continuemos con Utmán? – Evidentemente, para ti es muy importante – contestó Laura. – Lo es. Pronto verás por qué. “Los jóvenes generales rebeldes, luego de presentarse ante el rey y agraviarlo con acusaciones sobre su mal gobierno, decidieron derrocarlo. Para ello, sitiaron sus cuarteles con poderosas fuerzas. Una filtración les permitió descubrir que Utmán – que ya parecía dispuesto a abdicar – en realidad estaba - 54 -


ganando tiempo para permitir la llegada a Medina de Muawiya, gobernador de Siria, quien iba a defenderle. Los regicidas, entonces, tomaron por asalto el palacio. Encontraron al califa resignado a su suerte, leyendo El Corán. Abdallah, hijo de Abu Bakr – quien fuera el primer califa – fue quien asestó el primer golpe… Luego de esto, Bertozzi se quedó en silencio. –Y bien – silabeó suavemente Bertozzi. Escucha lo que narra Shapur Mukdiseh, historiados del siglo XI sobre este hecho: “Cuando el rey vio entrar a los nobles armados, con el mal pintado en los ojos, quiso huir, espantado. Mas a su vera tenía a Hillén, la bella sacerdotisa extranjera, quien parándose ante los asesinos, los detuvo con su autoridad, y ordenó que se les permitiera orar a solas antes de cometer su fatal designio. Se dice que cuando Abdallah y sus amigos al fin entraron, la sacerdotisa, convertida en pájaro, voló a través de la ventana; el rey, al parecer dormitaba, y al hundir los puñales en su cuerpo, sus asesinos sintieron que ningún alma habitaba en esa apariencia, ya. El regicidio fue entonces, al parecer, un mero acto simbólico, - 55 -


pues el alma de Utmár ya se elevaba al cielo. Se dice, también, que esa misma noche se la vio volar, tomada de la mano de Hillén, por sobre las cúpulas de la Meca, como si fuesen un par de graciosos y transparentes fantasmas”. – Hillén Fraates – dijo Laura. – Sí –, contestó Bertozzi, dubitativo –. Son leyendas, es cierto. Pero fijate qué sugestiva coincidencia. 9. París, noviembre de 1995. Flavio Donnini salió del edificio de improviso, sumido en sus pensamientos, pero tuvo que retroceder. Llovía; las luces del boulevard parpadeaban con un resplandor azulino, formando tejidos irisados en el aire, sobre los múltiples brillos de los autos y los paraguas en el crepúsculo. Flavio tenía la mente llena de figuras, colores, sonidos, fragmentos de palabras. Salía de una sesión de cine y conversación con Lemaître, que como siempre había sido una experiencia muy intensa. Vio un taxi, le hizo señas y corrió hacia el cordón cuando se detuvo. En el momento de entrar sintió el - 56 -


choque de una cadera en su costado y se retiró un poco, sorprendido. Una bonita rubia, como de veintitrés años, había intentado subir al mismo automóvil que él… ¿de dónde había salido? – Disculpa – dijo Flavio. – Yo lo llamé primera – afirmó seriamente la muchacha. – Está bien – contestó él –. No hay problema, esperaré otro… – Bueno, podemos compartirlo – concilió ella mientras subía mostrando sus hermosas piernas – ¿Adónde vas? En realidad Flavio no tenía aún decidido adónde iría… mecánicamente, dijo la dirección de Giovanni Agresti. – ¡Yo también voy para ese lado! – exclamó la rubia –. Pero, ¡por favor sube, te estás mojando!...

10. Pescara, noviembre de 1995. – ¿Cree usted en la reencarnación, profesor? – preguntó una de las alumnas del curso de Literatura Francesa. - 57 -


Habían estado hablando del testimonio de un amigo de Marcel Schwab, quien durante una conversación había quedado sorprendido por el modo como el escritor describía un episodio egipcio, sucedido alrededor de 1200 años antes de Cristo, como si lo hubiese vivido él mismo. Schwab había hablado de la batalla de 1229, que ganara Mernepta a los israelíes, describiendo la estela colocada en el lugar con tal lujo de detalles, que su amigo – quien era un egiptólogo, por lo cual sabía que todos esos detalles no figuraban en ningún libro – había quedado mudo de asombro. François Pröia pensó mucho antes de contestar. – No lo sé… – dijo por fin –. Es decir, no podría afirmarlo con seguridad… Bertozzi dice que él y Maurice Lemaître eran amigos también en el antiguo Egipto, durante la XX Dinastía… “No sólo pintarrajeamos papiros y tablillas, sino que también decoramos sarcófagos, templos y pirámides… Dejamos nuestras marcas en todas partes, pero, igual que en la actualidad, sólo algunos elegidos sabían leer nuestra escritura-dibujo… por lo tanto, ¡puedes imaginarte lo que sucedió cuando - 58 -


fuimos destinados (yo al menos) a la música, a la simultaneidad y a otros oficios canónicos!” – Esto lo dice Bertozzi, en un reportaje. Al parecer lo dice seriamente, y más adelante agrega: “Sin embargo, la religión nos separaba (con Lemaître); él creía en un dios extraño del Este, que se llamaba, creo, Isid Ison (pese a la sonoridad del nombre, no tenía nada que ver con Isis), y yo era devoto de Ini-a ef, que llevaba de un modo parejo la ética con la estética. Estábamos todavía juntos cuando, cerca de Tarquinia, un dios niño, que apareció en el surco de un campo, nos concedió el don de una nueva escritura, que luego nosotros enriquecimos y empleamos de manera sistemática. Sin embargo, incluso estas obras siguieron siendo también misteriosas hasta el presente…” – De acuerdo con eso, Bertozzi habría vivido hace… ¿unos cuatro mil años? – preguntó la muchacha de anteojos que había iniciado el diálogo. – Precisamente – respondió François Pröia –. Por cierto, hay una teoría que sostiene, acerca de la frecuencia de nuestras reencarnaciones, que se suscitan cada mil años… una vez como mujer, otra vez como - 59 -


hombre… de acuerdo con esto, claro, Bertozzi bien podría haber sido también un hombre, hace unos cuatro mil años… – ¿Me permite? – dijo un joven rubio con acento extranjero, desde uno de los últimos asientos. – Sí – contestó François Pröia. – Deseo contar una anécdota sobre Shakespeare… – Pues hágalo… – aprobó el profesor. – Se dice que Shakespeare estuvo influido por un alto iniciado de las Ciencias Secretas, y el mismo habría sido quien infundiera su conocimiento a Roger Bacon y Jacob Boheme… – ¿Quién lo dice? – preguntó François Pröia. – Bueno… Gaetano Bianchi, un compilador del siglo XVIII… – contestó el muchacho. – ¿Y bien? – Pero lo que nos interesa, creo, es que algunos años después vivió en Alemania un poeta, que escribió ciertos poemas muy extraños… Quienes lo leyeron, afirman que esos poemas, leídos con sus claves, en muchos pasajes reproducían hechos de la vida más íntima de Shakespeare. Uno de ellos, por - 60 -


ejemplo, decía – al descifrarlo –, … ahora me llaman Jacobo Baldus, / pero mi nombre anterior, al otro lado del lago, fue Guillermo, / y me expresaba en la tragedia tanto como en la comedia y en el drama, / en tanto que ahora mi lenguaje es la poesía… pero tanto allí como aquí soy la chispa del mismo ser inmortal. 11. Florencia (Palacio Pitti), 23 de diciembre de 1995. – Esta exposición representa un reconocimiento importante para los Inistas – dijo el escritor Atilio Silvestrini. – No necesariamente – contestó con su tono suave pero siempre un poco ácido e irónico Poli Gracenza (periodista de Flash Art) –. Fíjate, en la historia se aprecia que cuando las vanguardias comienzan a llegar a los museos oficiales, por lo general ya están muertas. “Aunque, tú sabes – continuó con su tonito arrastrado – nunca creí que esto fuese una vanguardia, ni que lo exhibido aquí pueda calificarse como «arte». – Me parece que extremas tus posiciones ideológicas – afirmó Silvestrini. Conversaban - 61 -


con el joven periodista en la Galería de Arte Moderno, que había sido cedida para una exposición Inista. La sala bullía de gente. – Amigo mío, las últimas vanguardias murieron con los beatniks. A partir de entonces todo deseo de conducir alguna renovación en las artes, a través de cuadros colgados en las paredes, es un vano intento. Lo demás está muerto. O agoniza. – Perdón, tienes demasiada fijación con la muerte, caro Poli… la mencionaste tres veces ya, en lo poco que va de conversación – señaló el escritor. – Es que pertenece, señorialmente, a este mundo que vivimos, caro Atilio… La civilización industrial – luego tecnotrónica – ha ido matando paulatinamente las relaciones sociales, la producción de objetos y de arte; al sistematizarlas, incorporarlas a un proceso absolutamente previsible y convertir a sus materias primas esenciales en desechos o elementos químicos, han convertido al 80 por ciento del mundo civilizado en un inmenso cementerio. – Insisto en que miras las cosas con mucho pesimismo, amigo… – protestó Silvestrini –. Por el contrario, yo creo que esta exposición - 62 -


Inista es un testimonio de vida… Mira, mira este cuadro de Angelo Merante…

Poli lo cató con indiferencia. – ¿Y bien? – dijo. – Escucha… puedes reconocer una obra de arte en sus vibraciones intrínsecas… aquí hay armonía, ritmo, color y dramatismo, pero por sobre todo, esa conjunción de vibraciones internas, logradas por elementos que quizá sólo serían perceptibles con microscopios, esa - 63 -


unidad y movimiento interior que sugiere una multitud de sentimientos al espectador, llevándolo a participar activamente de la obra… ¡Precisamente la función del arte! – Creo excesivo tu entusiasmo… por mi parte no percibo más que una ingeniosa, artesanal combinación de letras, colores y sí, es cierto… hay armonía, pero no le otorgo el mismo nivel que tú… “Aún así – agregó, aparentemente conciliador –, suponiendo que individualmente Angelo Merante alcance estatura como pintor… ¿de qué manera se inscribe en este caos de manifestaciones distintas, como para que podamos llamarla, en primer lugar, «un movimiento», y luego «una vanguardia»? ¡Mira, mira! Allá, dibujos con influencia surrealista, allá, manuscritos, más allá figuritas manipuladas con la computadora… también muestran películas, obras de teatro, manifiestos contradictorios entre si… en definitiva… ¿Qué catzo es el Inismo?...

El Inismo es esencialmente conservador – dijo Penny Wallfisch, contenta de haber encontrado alguien de idioma inglés con quien - 64 -


conversar. Lex Loeb estaba un poco cansado – había llegado de los Estados Unidos esa misma mañana, justo a tiempo para participar de la inauguración. La profesora inglesa desgranó su teoría: – Si reflexionamos sobre la Opera Magna de Bertozzi en literatura, La Signora Proteo, y sobre los demás signos presentes en todas las obras del Inismo, veremos que, esencialmente, es un movimiento conservador. “¿Qué otra cosa propone La Signora Proteo si no es la restitución al mundo del significado de su existencia? A partir de la comprobación de que la humanidad ha perdido el sentido, La Signora Proteo indica, entonces, que la misión de los restauradores – una vanguardia iluminada– es devolver el sentido a la Historia, retomando el hilo allí mismo adonde ha sido deshilachado, y generando un lenguaje, nuevo, es cierto, pero basado realmente en una simbología muy antigua, como son los jeroglíficos, y esa vocación sumeria por recuperar un idioma universal. – Me gusta esa idea – contestó Lex Loeb – pero yo me siento “muy moderno”. – Es que la idea de “conservadorismo” no implica negación de la modernidad ni - 65 -


necesariamente “contrarrevolucionarismo” – insistió la bella profesora, quien debía contar con unos cuarenta y dos años, según calculó el norteamericano. En ese momento Paul Lambert – otro inista norteamericano – se acercó, portando su cámara fotográfica. – ¿Puedo hacer unas tomas? – preguntó. Le contestaron que sí, con lo cual activó el disparador automático que empezó a actuar con gran velocidad mientras el alto artista de Portland abanicaba el objetivo de la cámara. – Mira – dijo Penny Wallfisch – los Macabeos eran revolucionarios, pues se oponían a la dominación del imperialismo griego, que representaba el status quo político de ese momento… Pero a la vez, eran profundamente conservadores en su ideología… Ellos luchaban por restaurar las costumbres y la cultura de los israelitas, avasalladas por un “modernismo” insustancial… – Ya que mencionaste a los Macabeos – murmuró Lex Loeb – ¿Sabías que Bertozzi posee un pergamino antiguo, de aquella época, con signos muy raros, porque parecen inistas? (pero en el acto se arrepintió de haberlo dicho: - 66 -


se preguntó si no estaría revelando un secreto del Inismo, que además podría poner en peligro la integridad física de Bertozzi). – ¿Ah, sí? – contestó la inglesa –. Espero que lo haya hecho revisar por un arqueólogo responsable… Tú sabes que se han fraguado cientos de esas reliquias en los últimos siglos… Lex Loeb respiró aliviado. Al parecer la refinada especialista en Arte no había captado la importancia de la revelación que acababa de escuchar.

Pero ¿qué es el Inismo? – preguntó Marietta Korngold, mientras contemplaba el “Hombre de los ojos grises” de Tiziano. Flavio Donnini miró con paciencia a su amiga suiza y luego de un breve silencio le respondió. – No es muy fácil de definir… – Bueno, pero tiene que haber una definición… – insistió Marietta –: Todas las cosas la tienen… – Dices bien – replicó Flavio – “las cosas” la tienen, porque son elementos inmóviles. Pero el Inismo es algo vivo, en constante movimiento y transformación… y no se puede - 67 -


definir algo cuya característica esencial es que está en permanente renovación… – Mira Flavio, yo puedo decir con claridad algo del impresionismo, del cubismo, del surrealismo… puedo dar una definición… y creo que también fueron movimientos vivos – alegó Marietta. – “Fueron” dijiste. Porque ya no lo son. Ya no son movimientos “vivos”. Mientras que el Inismo consiste, como te decía recién, esencialmente en eso: vida, materia y espíritu en movimiento. Pero además de movimiento, energía y sustancia trascendental… – He leído en algunos de vuestros escritos que aspiran a crear formas tridimensionales… ¿eso tiene algo que ver con la alquimia?... – Ya lo creo. El proceso alquímico siempre tuvo una base esencialmente artística en sus operaciones. La creación de la piedra filosofal comienza en uno mismo con un proceso artístico, y se continúa luego a través de instrumentos externos. – ¿Es por eso, entonces, que Bertozzi da tanta importancia a ese pergamino etíope que tiene?... - 68 -


Flavio perdió el aliento. Al darse cuenta de que había hablado de más, la hermosa muchacha también se quedó cortada. Durante 10 largos segundos se generó entre ambos un silencio incómodo. – ¿Cómo es que tú sabes del pergamino? – preguntó por fin Flavio, tratando de disimular su alarma. – Bueno, todo el mundo sabe que Bertozzi colecciona pergaminos antiguos… ¿o no? Creo que lo leí en uno de los reportajes que tú mismo me diste ¿o no? – balbuceó la joven suiza. Pero Flavio se puso en guardia. Algo extraño estaba sucediendo con esta muchacha. ¿Qué buscaba, en realidad? Se vestía con estudiado descuido, mas era evidente que pertenecía a un sector frívolo de la sociedad. Trataba de aparecer como intelectual, pero sus innumerables baches culturales la denunciaban, a poco de iniciar el diálogo sobre cualquier tema con exigencias. Y ahora esta pregunta sobre el pergamino… ¿Quién era esta joven inquisidora? ¿A quién respondía? Una muchedumbre abigarrada se derramaba con pausado movimiento en el segundo piso - 69 -


del Palacio Pitti. Muchachas con minifalda o largas polleras gitanas, hombres canosos o jóvenes pelilargos, intelectuales de todo tipo y artistas alternaban mirando las obras inistas o simplemente dialogando en el amplio salón central. Un hombre joven aún, vestido con el traje negro y sombrero característico de los sefaradíes se abrió paso entre la multitud dirigiéndose hacia donde estaba Bertozzi. De la nuca le colgaban hacia los costados un par de trenzas, armadas con su pelo renegrido; la barba, también muy negra, le cubría casi por completo la cara, volcándose sobre el pecho hacia abajo. Cuando logró alcanzar a Bertozzi, que dialogaba en francés con un grupo de académicos, le tocó suavemente el hombro y se presentó: – Soy el rabino Ebdemélec Bar Thizbá… necesito hablar urgentemente con usted… ¿podemos hacer un aparte... por favor?

– ¿Qué es el Inismo? – preguntó la hermosa muchacha, clavando en François Pröia su mirada azul. Al lado de François su anciana - 70 -


madre, con ropaje oscuro, meditaba, mientras a su alrededor discurrían como un cauce de agua decenas de personajes, catando los cuadros, las esculturas, los libro-objeto. Sobre una pared lateral, una inmensa pantalla en 3D difundía un fascinante filme realizado por un norteamericano. – ¿Qué es el Inismo? – insistió ronroneante la muchacha. François contempló el color increíble de esos ojos, el cabello, lacio, color caoba antigua, cayendo sobre el cuello y la piel a lo Modigliani, las manos largas, posadas con inusual dulzura sobre el catálogo verde oscuro, para contestar: – ¿Y tú me lo preguntas?... Inismo… Inismo… ¡eres tú! *

* Aquí el autor ensaya un juego de palabras, que hace referencia al poema de Gustavo Adolfo Bécquer “¿Qué es poesía?” (Rimas). Francisco José Molero Prior se movía como pez en el agua entre la multitud. Estaba restallante, hablaba con los franceses un rato para pasar al grupo norteamericano; de allí alternaba con los italianos – como para - 71 -


recuperar energías – más luego se atrevía a dialogar con los finlandeses… ¡aunque siempre en español! Francisco era uno de los más simpáticos creadores inistas. Apreciado por todos, había logrado impulsar un gran movimiento en España, y había sido mérito de él y su inmensa capacidad organizativa la aparición de centros inistas en Brasil y en Cuba. Una serie de cuadros de diversa calidad pero de gran fuerza, cuadros-poesía, inigrafías, de origen hispano, cubano, portugués y brasileño se diseminaban por las paredes, atrayendo la atención de los circunstantes. Molero Prior estaba contento. El Inismo había tenido, con esta exposición, un reconocimiento público muy importante. – Creo en el arte – dijo Antonio Gasbarrini – ; creo, como te decía, que el arte ha de ser el vehículo para recuperar las dimensiones éticoespirituales (todavía comprimidas) en el cuerpo mutilado de un Bacon, por ejemplo… – Seguramente la representación más alta del paroxismo esquizofrénico de las ciencias y las filosofías del siglo XX… – interpoló Nicola D´Antuono. - 72 -


– La difícil relación entre arte y ciencia… – reflexionó Gasbarrini –… que no debe desembocar en el incesto… El arte no es un mero complemento, descomprometido, de la ciencia, sino una tensión crítica, respecto de sus problemas, que hacen a la vida misma de la humanidad… Furio de Mattia y Argentina Capriotti escuchaban en silencio. Angelo Merante dijo: – Por cierto, con mucha frecuencia las artes se adelantan a las ciencias… basta observar las extraordinarias coincidencias encontradas entre muchos de los cuadros de Joan Miró y algunas fotografías tomadas a través del microscopio nuclear, de partículas obtenidas en el fondo de los mares… Lo asombroso es que cuando los cuadros del catalán fueron pintados, el microscopio nuclear aún no existía… – La reja espacio-temporal, plasmada por la energía e los campos electromagnéticos, que reorganizan, particularmente, cada tema de imágenes icónicas o a-icónicas, destrozadas por las vanguardias históricas, futurismo, dadá y surrealismo en particular, y traídas ahora a nueva vida por la est-ética subatómica inista, - 73 -


es un ejemplo claro de lo que tú dices – afirmó Gasbarrini. “El genoma Bertozzi – continuó, aprovechando que sus palabras habían despertado expectativa en los participantes –, privilegiado heredero de Arthur Rimbaud y la vanguardia histórica, aún manteniendo íntegras las instrucciones creativas recibidas, se despega de ellas, como todo gene-genio que se respete, de manera radical. En otros pocos inistas como en él, su signo logra transformarse por completo en inia, en aquella orquestación de sentimientos y pensamientos, en aquella múltiple visión global que nos obsequia la realidad (orgánica e inorgánica, visible e invisible) que nos permite acercarnos a las raíces del misterio existencial y por ello a una verdad probable. “Primigenia arcaicidad y futurista modernidad, cortocircuitación simbólicoritual-vanguardista, sincretismo estilístico, contextual experimentabilidad de todos los géneros expresivos hasta hoy conocidos y de los que todavía se inventarán: éstas son las constantes poéticas (esotéricas, si queremos puntualizar a fondo) de la obra de Bertozzi, un artista explosivo en su multiforme, ecléctica, - 74 -


poliédrica, incansable actividad. El sabio visionario bertozziano, entonces, tiende a recomponer inísticamente (y por tanto en un orden sensible, superior e innovador) el dejà vu y el dejà pensé en el regazo, en el corazón y en el cerebro-mente de la vanguardia”. – Tuve un sueño abominable – exclamó el rabino a boca de jarro, cuando estuvo apartado junto a Bertozzi. – Un sueño aterrador… El líder del Inismo se preguntó a qué vendría esto, pero lo dejó continuar. – Yo no lo conocía a usted, antes de este sueño – dijo el rabino. – Pero al levantarme, luego de haberlo visto allí, comprobé asombrado, por el diario, que realmente existía, y que estaba conduciendo una exposición aquí. “En el sueño se abatía una catástrofe inmensa sobre la Tierra… Lenguas de fuego salían de las montañas, y una marea de agua hirviente inundaba todos los países de la Tierra… los edificios se resquebrajaban y caían, y los monumentos mayores de la humanidad se hundían en el suelo, que se había convertido en una gran ciénaga… - 75 -


“Mas en medio del terror y la histeria de los humanos, que corrían de aquí para allá, gritando de un modo atroz, vi un hombre que avanzaba impertérrito, con dos objetos en las manos… “Ese hombre era usted… Venía respaldado por un cielo rojizo, y sus ojos brillaban como si fuesen alguna extraña piedra, y su pelo revoloteaba, alentado por el humo sanguino de los incendios… “Me eché al suelo, aterrorizado, y lo único que recuerdo es que le pregunté, antes de desmayarme: “– ¿Quién es usted? “– Bertozzi – me contestó – y entonces vi, como una llamarada, que portaba dos inmensas letras de hierro, desconocidas para mí, una en cada mano. Patricia Iezzi conversaba animadamente con Lisiak-Lan Díaz, Giovanni Agresti y Marinisa Bove, cuando vieron entrar a Bertozzi reconcentrado. Le hicieron una broma al pasar pero él daba la impresión de estar en otro mundo. En ese momento se escucharon unos aplausos, y la voz del “maestro de ceremonias” - 76 -


invitó a los concurrentes a acercarse hacia el salón central. Iba a comenzar la sección musical de la muestra. Un violinista, una viola, una guitarra y un oboe comenzaron a desgranar melodías. Las voces, paulatinamente se fueron acallando. El público, plácidamente, se dispuso a escuchar. Como una hermosa serpiente etérica, la melodía de Gnossiene Nº 1, de Erik Satie, se introdujo en los espíritus con suave lentitud. 12. Roma, 26 de diciembre de 1996. – Mozart dijo luego que el piano que le tocó tenía tres teclas trabadas y que no estaba lo suficientemente afinado, pero lo cierto es que perdió la lidia con Clementi – afirmó Bertozzi. “A principios de enero de 1781 se encontraron, por primera y última vez en el palacio del emperador Joseph II de Austria. Clementi le contaría más tarde a uno de sus alumnos que antes de que le fuera presentado, tomó a Mozart por uno de esos petimetres excesivamente emperifollados que pululan en las cortes de los reyes. Pero esto lo decía con - 77 -


afecto, pues Clementi nunca habló mal de sus adversarios. “En cambio Mozart jamás digirió que en aquella confrontación la mayoría de las opiniones lo reputaron derrotado. Clementi es un charlatán, como todos los italianos. Escribe ‘presto’ en una sonata o más aún, ‘prestísimo y alla breve’, y él mismo lo toca ‘allegro’ en compás 4 \ 4. Lo único que hace bien son sus pasajes en terceras; pero sudó días y noches en Londres, trabajándolos. Aparte de esto, no puede hacer nada, absolutamente nada, porque no tiene ni la más mínima expresión, ni gusto, y mucho menos sentimiento: esto dice Mozart de Clementi, entre otras ironías y ofensas, aún cuando Clementi habló en toda oportunidad con gran respeto de él. “Mas esto es propio de una característica alemana; si observas la historia de la música, verás que los inventores de la Sinfonía (y los fundamentos de la música clásica) fueron italianos: Scarlatti, Corelli, Bononcini, Albinoni, Stradella, Vivaldi. Sin embargo, a Haydn, que abrevó constantemente en ellos, le llaman los alemanes ‘el Padre de la Sinfonía’. Pero volvamos a Clementi”. - 78 -


– ¿Puedo preguntar algo? – dijo Furio de Mattia. – Hazlo, amigo. – ¿Cuál es la relación entre este pianista y el pergamino? – Bueno, ya lo verás… ¿me permiten llegar a ese punto a través de una parte de su historia? – ¡Oh, sí, claro! – contestó Furio – para eso estamos aquí, ¿no? Laura se sirvió una pequeña medida de miel mezclada con partículas de nuez, tomándola con una larga cucharita de una cazuela depositada sobre una mesa de dibujo. – Clementi era un hombre íntegro y disciplinado. Tenía talento pero también capacidad de orden y planificación. En suma, era un hombre integral… a diferencia de Mozart, cuya educación artística había sido muy estricta, pero en su faz humana era desordenado y pasional. “¿Por qué destaco esto?... Pues por lo siguiente: en un Diario íntimo, exhumado en parte por los descendientes de Clementi y publicado en Londres en 1897, encontré un interesantísimo párrafo. Allí habla de algo que - 79 -


nadie menciona en sus biografías. Lo leeré, pues no tiene desperdicio” – aseguró Bertozzi. – Wiltshire, 7 de agosto de 1771 (entonces Clementi tenía 19 años), acotó Bertozzi: Ayer vivimos una velada extraordinaria en Kentish. Fue en la casa de Lord Craven, adonde habíamos sido invitados, como narré antes, con tres meses de anticipación. Luego de las presentaciones, tomamos un refrigerio, durante el cual departimos, para conocernos un poco. Había concurrido un grupo de vecinos destacados del lugar. Posteriormente, por cierto, fui solicitado a tocar. “Pero lo más importante de todo sucedió luego del concierto. Entonces fue el momento en que Lord Craven me presentó a esa mujer, Lady Lunara, de quien jamás me olvidaré. “Era alta y hermosa, de edad indefinible, aunque parecía al mismo tiempo muy joven, por su cuerpo, y anciana por la manera como hablaba. Si ella se desplazaba, con angelical gracilidad, hacia un lugar u otro del salón, no podía dejar de seguirla, como un perrillo, tan prendado de su particular irradiación me sentía. Me habló, en un discurso sapientísimo aunque con gran humildad, de la vida y la muerte; del trabajo, de la voluntad, del arte, la - 80 -


sabiduría y de los Grandes Seres que dirigen nuestra evolución desde los planos invisibles. Jamás había escuchado yo palabras tan profundas de mortal alguno, pero lo más importante era que yo sabía que esas ‘lecciones’ de aquel ángel con apariencia femenina, iban a ser trascendentales para toda mi vida y – lo cual es bueno también escribir – , también para cuando se terminara mi vida física”. Bertozzi detuvo su lectura. – Luego, Clementi intenta sintetizar en varias páginas lo que la mujer le dijo, ideas que a su vez el editor recorta, pues las considera tediosas para un lector común. Pero en esencia son consejos, relacionados (como él dice) con la forma en que se debe vivir para acceder a la felicidad posible para un ser humano sobre esta tierra. Y a fe que Clementi lo consiguió: de hijo adoptivo, pasó a ser el mejor pianista de Europa, ‘el único que derrotó a Mozart’, luego adinerado fabricante de pianos, para llegar a la ancianidad colmado de prestigio, afecto y posesiones, dando conciertos para sus amigos hasta los últimos años de su larga vida. - 81 -


“Pero bien; contestemos ahora la pregunta de Furio: ‘qué relación hay entre esto y el pergamino’. La respuesta podemos encontrarla, creo, en este otro texto (debo aclarar que es sólo una hipótesis). Leo: “Lunara Fluctibus, descendiente por línea directa de antiguas familias de Maidstone; se decía de ella que tenía poderes paranormales, y corría una leyenda según la cual era poseedora de un antiguo pergamino egipcio, encerrado en una cajita de oro, que la dotaba con la capacidad de transformar los objetos en sus contrarios si ella así lo deseaba.” Bertozzi se quedó en silencio, como si lo leído fuera suficiente ya para justificar toda su historia. – ¿Y bien? – dijo Furio de Mattia. – ¿Y bien? ¿No te parece sugestivo? Clementi joven se encuentra con esta mujer extraordinaria y ella le entrega al parecer la llave del éxito y la prosperidad. Nosotros estamos buscando una mujer así, ¿no? ¿Por qué no podría ser la misma? – Podría ser – musitó Furio de Mattia. Pero se veía que no estaba muy convencido.

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13. Zurich, 28 de diciembre de 1995. – El hombre ya tiene el pergamino – dijo el grandote. – Perfecto – susurró Peter Hymet –. Puedes retirarte. Pasa por la caja Nº 69, llamaré a Helga para indicarle que te de un adicional: te lo has ganado. – Gracias – dijo el grandote, y se fue. Peter Hymet quedó pensativo un momento. Sin proponérselo, se dejó llevar por sus figuraciones, hasta que el suave gong del intercomunicador lo interrumpió. Era Helga. – El señor Hock dice que usted le prometió una suma… – ¡Ah, sí! – contestó Peter Hymet –; entrégale seiscientos francos, por favor, y debítalos en la cuenta C/28 0976… ¡Gracias, Helga! Inmediatamente tomó el teléfono y discó el número de Marietta. Cuando ella atendió, le dijo: – Organiza una reunión con el antropólogo, para esta noche, después de las ocho. – Bien – dijo Marietta, y cortó. - 83 -


14. Roma, 3 de enero de 1996. – El sonido es la razón de toda la existencia – dijo Bertozzi –. Es el sonido que causa ondulaciones en el agua, e imprime en el aire círculos concéntricos, que se van extendiendo sucesivamente, de la misma forma como sucede en las aguas de un lago al tirar en ellas una piedra. “La vibración molecular es un movimiento que crea, sostiene y transforma la vida… “Para la física, el sonido tiene origen desde todo movimiento más o menos rápido de vaivén; el sonido será grave o agudo según la velocidad del movimiento y la calidad de la materia que le sirva de conductor.” La noche estaba muy silenciosa. Un granizo finísimo caía sobre la ciudad. Laura escuchaba en silencio, arrobada por el momento. Tenuemente, “allegro non presto”, el Concerto en do mayor para oboe y violines, de Albinoni, actuaba como envolvente cortina. – Pero mi padre me enseñó un conocimiento que trajo de Oriente, adquirido durante su prisión en el Tibet: - 84 -


“Según él, una energía esencial origina el sonido; los orientales la denominan Akaza. Esta vibración esencial se va modificando para producir los cuatro fundamentos de la naturaleza: Tierra, Aire, Agua y Fuego. “De aquella energía primaria en el sentido macrocósmico, se suscita el Tejas, como movimiento positivo hacia lo concreto y negativo hacia lo abstracto. De él emerge la potencia en movimiento o Vayú; luego esta sustancia se concreta, convirtiéndose en la naturaleza húmeda, para materializarse más tarde, densificándose en masas de materia objetiva. “Las diferenciaciones se caracterizan por la gravedad y la altitud del sonido. Entre el estado Akázico o sutil, y el concreto de las formas, existe como diferencia una escala gradual de sonidos, desde el agudo hasta el grave, del grave al medio, del medio al alto y del alto a lo superalto, no registrable ya por los sentidos humanos, como tampoco es audible el sonido infragrave que sostiene la sustancia molecular de los minerales y vegetales, el cual en progresiva gradación va elevándose para gestar a los organismos y seres de más alta evolución. - 85 -


“Ahora bien: es por ello que para nuestro pergamino funcione, se precisa de un sonido, o mejor dicho de una confluencia de ellos (Alhazred dijo: cantar el texto…).” – ¿Y cuáles serán aquellos sonidos? – No lo sé. Es otro aspecto de esta cuestión que debemos investigar. Con una repentina inspiración, Laura murmuró: – ¿Recuerdas aquel poema de Baudelaire… La vie entérieure… – Oh, sí… – exclamó Bertozzi –. Al que puso música luego Henri Duparc… hermoso ejemplo… Laura, te amo… – Está aquí… está aquí… – dijo Laura, buscando afanosamente entre los numerosos discos ordenados en el aparador – ¡Aquí está! Enseguida un piano melancólico preludió la hermosa voz de Rosamunde Illing, que lentamente comenzó a pronunciar: J´ai longtemps habité sous de vastes portiques Que le soleils marins teignaient de mille feux. Et que leurs grands piliers, droits et majestueux, - 86 -


Rendaient pareils, le soir, aux grottes basaltiques. Les houles, en roulant les images des cieux, Mêlaient d´une façon solennelle et mystique Les tout-puissants accords de leur riche musique Aux couleurs du couchant Reflété par mes yeux. Cést là que j’ ai vécu dans les voluptés calmes, Au milieu de l’azur, des Vagues, des splendeurs Et des esclaves nus, tour Imprégnés d´odeurs, Qui me rafraî chissaint le front avec des palmes. Et dont l’ unique sonin était d’ approfondir Le secret doluloreux qui me faisait languir.

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Su nombre es Azatoth, el dios ciego que explota sin fin, y de su muerte nacen los mundos manifiestos, planetas, estrellas, soles y sus habitantes, leyó Furio de Mattia, y no pudo evitar un estremecimiento. …Yog-Sothoth, la materia informe, la ilusión que ningún hombre de fuera del Naxyr podrá vencer jamás. Él está sobre el umbral, y es parte del umbral. Su rostro es un cúmulo de globos iridiscentes, que giran uno alrededor del otro. Y mata riendo; sus espirales son mortíferos para quienquiera sea tan imprudente como para dejarse engañar. Es la corrupción de la forma. A punto estuvo de dejar de leer. Había encontrado este extraño libro en la biblioteca de Santo Stefano Circolare. Un monje de piel reseca se lo había prestado sin ninguna recomendación, como si le importara muy poco deshacerse de él, aunque se notaba con sólo verlo que debía de ser un ejemplar único. Había algo de siniestro en aquel volumen. De hojas correosas y amarillas, estaba escrito íntegramente a mano, con letra ordinaria, a menudo difícil de entender. Los usos idiomáticos de aquel italiano hacían pensar - 88 -


que pertenecía a los siglos XI o XII, cuando aún esta lengua era muy nueva como escritura y no contaba con una ortografía definitiva. Había algo de tenebroso en ese objeto. La tapa estaba manufacturada en una piel excesivamente tersa, de color rojizo, que provocaba una inexplicable repugnancia al palparla. Hubo un tiempo en que los antiguos habitaron en el Norte, más allá del río de fuego, en el frío desierto en el cual se erguía la Montaña Desconocida – siguió leyendo Furio de Mattia. …Entonces, Nyarlathotep pronunció siete veces la Doble Palabra del poder secreto… Esta Palabra está oculta en el bosque encantado, en el reino más profundo del bosque encantado, en el reino más profundo del sueño, en el cual todo es y no es. De aquel mundo no hay escape. El único camino de salida es enfrentar al misterioso guardián que se oculta más allá del abismo, allende la estrella encendida… ¿Qué sugestión extraña poseía aquel texto, que sumía a la razón en una serie de movimientos contradictorios, alternativamente atrayentes o repulsivos? La mente de Furio de - 89 -


Mattia se llenó de imágenes, antiguos recuerdos, fulguraciones, ensalmos, y el rostro de Bertozzi danzando en el medio como una proyección en el aire. Y cuando llegues, encontrarás a Quien-notiene-forma y que se te oculta bajo la máscara de un caos informe. Y él te revelará el camino a través del cual podrás llegar a la puerta negra. Y, entre las dos columnas, gritarás el nombre de tu madre, y repetirás tres veces el nombre de tu padre. Pero, ¡atención! Porque si hicieras esto sin deber hacerlo, te volverás contra ti mismo. Al llegar aquí Furio de Mattia lanzó un grito, sin poder evitarlo. Cerró el libro de un golpe y tomó el teléfono, para llamar a Bertozzi. Pero al discar dio constantemente ocupado. 15. Luzern, 5 de enero. Hora 22.00. Marietta Korngold miró su imagen desnuda, en el espejo. Los pies eran pequeños, apenas proporcionales a las hermosas piernas, que con deliciosa curvatura alcanzaban un volumen undulante y terso en las deliciosas caderas, para volver a decrecer en la cintura - 90 -


grácil y culminar en delicados toques con los pezones rosados y los hombros erectos. Tiziano hubiera codiciado posiblemente con fervor este modelo. La curva del mentón, terminada en gracioso durazno, enmarcaba unos labios pulposos aunque suaves, de sutil dibujo. La nariz no era la que Tiziano hubiese aprobado: demasiado respingona, infería un toque infantil, algo cursi, a ese rostro de singular carácter femenino. Los ojos eran de un gris acerado, con salpicaduras, aquí y allá, de un azul-negro, que brillando como estrellas oscuras y húmedas los dotaban de una fosca sugestión. La frente, combada y alta, como una tinaja antigua, suscitaba el deseo de acariciarla y una impresión de serenidad. El cabello, por fin, suavemente ondulante, dorado y finísimo, se derramaba en guedejas alrededor, como una vid de luz. Con candorosa sinceridad, Mariette se admiraba a sí misma. Es decir: admiraba a su cuerpo. Nada parecía contradecir esa opinión. De hecho, él había sido el instrumento principal para el logro de todo lo que consiguiera en la - 91 -


vida. Hija de un sencillo trabajador de fábrica, había llegado a ser hoy, a los veintitrés años, la mano derecha de uno de los hombres más poderosos del mundo. Sus títulos universitarios, en Administración de Empresas, Computación e Idiomas Extranjeros habían ayudado, por cierto. Pero no se engañaba. El principal factor para llegar ahí había sido – como en la escuela secundaria, como en la universidad, como en Lufthansa (por donde había registrado un paso fugaz) –, este agraciado, magnífico cuerpo que poseía y esta manera tan suave de sonreír que había aprendido a efectuar desde la infancia. Pero al conocer a Flavio Doninni algo se había modificado en su interior. Esto, que comenzara como un trabajo más – y en parte una diversión – de pronto estaba generándole inquietudes y dudas, cada vez más profundas. De repente sentía una extraña insatisfacción. Se encontraba un poco vacía, y con ansias de algo superior, aunque no podía definir en aquel momento qué. Repentinamente, con algo de violencia, se calzó unos pantalones de lana basta y un largo pulover. Se sentó en loto junto al fuego, y puso a sonar la suite The Planets Op. 32, de Holst, - 92 -


que Flavio le había recomendado. Estuvo allí recogida, con los pies bajo de las pantorrillas durante un rato. De pronto levantó las dos manos hacia su cara. Parecía que iba a acomodarse el fino pelo, que debido a la posición inclinando su cabeza, había caído en gran parte sobre las sonrosadas mejillas. Pero se puso a llorar.

16. Roma, 14 de febrero de 1996. – ¿Una mujer Adriática? – preguntó como si lo hiciera para sí mismo Giorgio Mattioli –. Veamos – continuó, con su potente voz de barítono –: bien puede ser griega, o albanesa… puede ser también veneciana, o eslovaca, o austriaca… croata, bosnia o montenegrina… – Me inclino por una griega – dijo Laura. – Es lo mismo que pensaron los investigadores de Mussolini – caviló Bertozzi –. De acuerdo a lo que narra mi padre en su Cuaderno, rastrillaron, pueblo por pueblo, toda la costa desde el cabo Akritas hasta Tirana. Pero no encontraron nada. – Parece lo más lógico. Los griegos fueron la entrada de las culturas antiguas al “nuevo - 93 -


mundo” europeo, que se empezó a abrir recién con el reinado de Julio César, pero que antes sustentaba sólo una constelación de culturas regionales (por otra parte: muy primarias). – No lo creas – dijo Mattioli –. También el Tirreno fue una vía de influencias antiguas, así como el sur de Iberia… – Pero en menor medida… – dijo Bertozzi– . Ahora bien, lo que nos interesa a nosotros es encontrar a una mujer adriática… – ¡Es tan difícil! – exclamó Laura –. ¡No tenemos ningún otro dato! – Veamos – mocionó Mattioli – organicemos los datos (los pocos datos) de que disponemos: esta mujer, según lo que sabemos, tendría que ser, primero, una anciana, segundo, probablemente griega, tercero, muy inteligente y educada, cuarto, debería llamarse Hillén Fraates, o algo parecido… – En general parece muy lógico lo que dices… – reflexionó Bertozzi –. Hay dos puntos solamente en los que yo no estaría muy de acuerdo… – ¿Ah, si? – inquirió Mattioli. – Sí – continuó Bertozzi –. No me parece imprescindible que se presente como una - 94 -


anciana… lo digo, por nuestra experiencia con Alhazred, que se nos presentó con el aspecto de un hombre de 34 años… Estas personas son muy especiales… pueden asumir, por lo visto, la apariencia física que se les ocurra… Y lo otro es que, no sé por qué (es sólo una intuición), creo que la mujer buscada, no necesariamente debe ser griega.

17. Francavilla al Mare, 16 de febrero. 1996. – “El sábado 27 de agosto de 1427 –leyó Marinisa Bove – llegaron a los suburbios de París doce penintentes: un duque, un conde y diez hombres, diciendo que eran originarios de Egipto Inferior. Declararon que, en otros tiempos, habían sido vencidos y convertidos al cristianismo. Más tarde los invadieron los sarracenos, pero la región fue recuperada pronto por caballeros polacos, alemanes e italianos. Decidieron administrar ellos mismos aquel país, y determinaron que los antiguos propietarios de aquellas tierras únicamente las recuperarían si obtenían el consentimiento del Papa. Entonces ellos marcharon en gran - 95 -


número, jóvenes, ancianos y niños, con grandes privaciones, hacia Roma. Confesaron sus pecados ante el Sumo Pontífice, quien, luego de consultar a sus consejeros, les impuso como penitencia vagar durante siete años por el mundo, sin dormir en lecho.” Marinisa vio que eran las nueve de la noche, y recordó que la habían invitado a una fiesta de cumpleaños. Pero se dijo que leería un poco más antes de prepararse: el texto que había descubierto le parecía fascinante. “Unos días después, en la fecha del Martirio de San Juan Bautista, llegó toda la horda: eran unas 200 personas, incluidos mujeres y niños. Dijeron que al abandonar su país de Egipto sumaban mil o mil doscientas almas; los demás habían muerto en el camino, con su rey y su reina entre ellos… “En un bosque cercano al villorrio de Hamel, a unos ciento cincuenta metros de un monumento druida consistente en seis piedras, hay una fuente llamada La Cocina de la Hechicera, donde los inmigrantes se asentaron por un tiempo. La gente les comenzó a llamar Caras Maras, Rom-munis, Bohemios o Gitanos… - 96 -


“El señor de Vaillant narra que descendían de Mambres, cuyos milagros competían con los de Moisés… el rey de Egipto – según esta versión – los envió por todas partes para espiar a los hijos de Israel y tornar inaguantable su suerte; eran los asesinos que Herodes utilizara para exterminar a los primogénitos de Belén; eran en realidad paganos, para los demás, pero no entendían una sola palabra de egipcio; su lenguaje, por el contrario, incluía una buena porción de hebreo; se decía que eran los sobrevivientes de una raza abyecta, que dormía en las tumbas de Judea luego de devorar sus cadáveres, los mismos que en 1348 fueran cazados, torturados y quemados por haber echado veneno en pozos y cisternas de Italia… Fuesen judíos o egipcios, esenios o cusios, faraonios o caftorios, asirios balistaros o filisteos de Canaán, eran renegados, y en Sajonia, Francia y todas partes sólo eran aptos para ser quemados y ahorcados…” Marinisa sintió un escalofrío ante aquellas afirmaciones de intolerancia escritas con tanta soltura por el autor. Pero siguió leyendo: “Su proscripción recayó también sobre el raro libro con que acostumbraban oficiar sus ceremonias ocultas. Sus figuras de colores, - 97 -


incomprensibles para una mente racional, contenían el resumen monumental de revelaciones antiguas, la clave de jeroglíficos egipcios, las prístinas escrituras de Henoc y Hermes, las clavículas de Salomón. “Contenía alegorías filosóficas y religiosas deducidas de los arcaicos textos de Henochia, el Ot-tara de la India, que es la osa polar o Arc-tura del hemisferio norte y representa la fuerza mayor (tarie) sobre la cual reposa la solidez del mundo y el firmamento sideral sobre la Tierra. En consecuencia, cual la Osa Polar, considerada como el carro del Sol, el carro de David y Arturo, es la fortuna griega, el destino chino, el azar egipcio y la suerte de los bohemios, y que, en su giro incesante, las estrellas derraman sobre la tierra auspicios y fatalidades, luz y sombra, frío y calor, de donde fluyen el bien y el mal, el amor y el odio… “En la página central de este extraño libro, hay un diagrama chino, consistente en caracteres que forman grandes compartimientos oblongos, ordenados en seis columnas perpendiculares, divididos los cinco primeros compartimientos en catorce cada uno, con lo cual suman setenta en total, - 98 -


mientras que el sexto está semilleno y contiene siete compartimientos. Además, este diagrama está formado según la misma combinación del número siete; cada columna completa es dos veces siete o catorce compartimientos, mientras que la media columna contiene siete compartimientos. Este diagrama se remonta a la primera época del Imperio Chino, es decir cuando IAO secó las aguas del diluvio, hace unos seis mil seiscientos años…” Marinisa cerró el libro de un golpe y se fue a la ducha. Pero el recuerdo de lo leído se mantuvo por mucho rato en su mente y le sugirió numerosas reflexiones. 18. Madrid, 20 de febrero de 1996. – Los Inistas, al parecer, de vanguardistas pasásteis a ser arqueologistas – le dijo a Molero Prior el joven, mordaz y afeminado pintor español –. En la última exposición de Florencia, todo el mundo hablaba de Akhenathón, de Judas Macabeo, y que Platón, Pitágoras, etcétera: pero de arte moderno, “niente”. ¿Es la última moda en el movimiento? - 99 -


– Pues ve, toda vanguardia hunde sus raíces en corrientes arcaicas – ensayó Molero Prior como defensa. – Oye, mas no las hundáis tan lejos, pues… y yo no me trago mucho eso de las fuentes arcaicas… no recuerdo un artista de vanguardia que justifique lo que tú dices… Por el contrario, yo creo que todos han sido en verdad revolucionarios, han cambiado las pautas del arte, pero desde presupuestos modernos, más modernos aún que los anteriores, y precisamente por ello han gestado, pues, la sustitución… – Te equivocas – replicó Molero Prior. – A ver, entonces, mencióname un solo vanguardista de este siglo que se haya inspirado en modelos arcaicos… – desafió el joven pintor. – ¿Picasso? – repitió desconcertado el otro. – ¡Claro! – acentuó Molero –. ¿Es que no recuerdas acaso su famoso “estilo africano”? ¡Se pasó para ello varios años estudiando las antiguas máscaras, que los aborígenes usaron en sus rituales desde hace miles de años!... El pintorcillo de delicados modales se quedó en silencio, al parecer sin argumentos. - 100 -


Satisfecho, Molero Prior se excusó pues quería saludar al poeta Antonino Russo, que, desde Nápoles, acababa de llegar… 19. Laussane, 23 de febrero de 1996. – En concreto, ¿cómo funciona ese pergamino? – inquirió Peter Hymet. – Según los indicios que hemos hallado, se trata de un eje de aglutinación – contestó cauteloso el antropólogo español –. Es decir, no es que el pergamino en sí posea una reserva de energía capaz de actuar, como podría ser, por dar un ejemplo rústico, un automóvil eléctrico… Su función consiste en concentrar la energía de quien lo maneja, para proyectarla multiplicada sobre lo que se desea modificar… – Sí, pero cómo funciona… objetivamente, algún ejemplo… – ¿Puede materializar objetos? – Sí, puede materializar objetos… (no se olviden que lo conocido sobre este pergamino son, por ahora, solamente teorías, reconstrucciones históricas en base a textos en muchos casos sin certificación de autenticidad…) - 101 -


– ¿Qué objetos sería capaz de materializar, por ejemplo? – se impacientó Peter Hymet. – El que usted desee… o, mejor dicho, el que sea capaz de imaginar… supongo que un poeta podría crear jardines encantados… Usted, seguramente es capaz de imaginar mucho dinero; pues bien, en este caso, podría materializarlo en la cantidad que quisiera a través de la piel… – Dinero no me convendría, sería luego un problema por la numeración… más bien materializaría oro… – reflexionó en voz alta el banquero. – Pues bien, oro – dijo el antropólogo español –. El mecanismo sería más o menos así: usted toma el pergamino, une sus partes, canta las letras que hay escritas en él… – ¿Cantar? – se sorprendió Mariette. – En efecto – dijo el antropólogo–. Es necesario cantarlas. Este canto, a su vez, por reflejo, despierta las primeras notas de ciertos sonidos de transformación, y se pone en marcha luego una “interpretación” cósmica, de diversas armonizaciones, de acuerdo a los objetos a crear, y que en definitiva es la que sustenta la base de condensación etérica previa a la materialización del objeto. Así de simple. - 102 -


– ¿Simple? – exclamó Hymet–. A mí me parece de lo más complicado y raro. – El sonido es la base de toda experiencia: la radioactividad, por ejemplo, no es más que sonido en acción. Esto ya lo conocían los antiguos, como Pitágoras, aunque luego muchos de sus conocimientos fueron desechados por una errónea orientación dominante de la ciencia, especialmente de los siglos XVIII y XIX. Mas al parecer, y de acuerdo a los nuevos descubrimientos, todo el Sistema Solar es un enorme instrumento musical. Por ello la mitología griega lo llamaba “la lira de siete cuerdas” Un filósofo dijo: “déjenme escribir la música de una nación y no me preocuparía quien haga sus leyes”. Aclaro que el término música no debe aplicarse a ejecutantes sin concordia o ululantes vulgares, como podrían ser The Rolling Stones o Skorpions… Marietta se sonrojó. – No – prosiguió el antropólogo –. La música es la que acertaron a componer y difundir por ejemplo un Beethoven, un Vivaldi, un Fauré, Satie, Elgar o Tippett. Porque la música, al igual que todas las artes, no es como la gente vulgar cree, un invento del - 103 -


artista, sino un descubrimiento… Ya está en la naturaleza, sólo que en otros planos… los verdaderos artistas, nos acercan, pues a resortes ocultos que nos permiten avanzar en nuestro dominio del universo y la propia evolución… los chapuceros, en cambio, nos alejan, provocando retrocesos en nuestra condición mental… – ¿Quiere decir que la música es la clave de este pergamino? – preguntó Mariette. – Una de sus claves. Hay otras que no conocemos… – dijo el antropólogo. – Pero las conseguiremos. Una vez que Bertozzi encuentre a la mujer y obtenga la otra parte, lo presionaremos para que nos la entregue, junto a los secretos necesarios para su funcionamiento… – dijo Hymet. – No creo que Bertozzi los conozca aún – dudó el antropólogo. – Pero está trabajando para ello… y lo va a conseguir, según parece, a través de sus experimentos inistas. Incluso, una vez que encuentre el lado femenino del objeto, podemos persuadirlo para que trabaje con nosotros, en común… Bertozzi es un artista, no le interesa el poder… le ofreceríamos la difusión e incentivos ilimitados para el Inismo, - 104 -


hasta convertirlo en el movimiento artístico de moda, a través de intensas campañas en Europa y América, especialmente por televisión… Usted sabe, el dinero lo facilita todo, y estoy dispuesto a invertir lo que sea necesario en él, si se aviene a enseñarnos a usar el pergamino… Y por mi parte – articuló Hymet, con acento soñador –, me dedicaré a crear oro y tecnología en acción, con un solo objeto: crear la poderosa Confederación Helvético-Italiana… – ¿Confederación? – se asombró el antropólogo. – Sí – prosiguió Hymet –. Una poderosa nación, la más poderosa del mundo… que resucite las glorias del antiguo Imperio Romano-Germánico… pero esta vez bajo el dominio de nosotros, los suizos, que hoy constituimos, a no dudarlo, junto a los italianos del norte, la raza superior. El español lo miró con ciertas dudas. El otro había olvidado que estaba hablando con un latino neto, algo moro, al dar rienda suelta a sus veleidades racistas. ¿Olvidaba entonces que toda la parte conceptual de este asunto estaba siendo controlada por él? Esto era un - 105 -


tema que debería tener en cuenta, cuando se llegara al momento de las resoluciones. 20. París, 4 de marzo de 1996. La Encargada de la Videoteca de Artistas Contemporáneos del Museo “Georges Pompidou”, era una mujer como cuarenta y cinco años. Giovanni Agresti e Iniero Garesto la habían tratado antes, durante la organización de las conferencias de Bertozzi allí. Pero su actual interés se debía a que habían averiguado ciertos datos sobre ella que resultaban sugestivos. Se llamaba Elén Fraatzek, había nacido en un pequeño pueblo de la frontera entre Yugoslavia y Albania… a orillas del Mar Adriático. Pese a que era muy hermosa e inteligente, no se había casado. Su vida personal era un misterio para sus compañeros de trabajo, que solamente sabían de ella que vivía sola en un barrio apartado del centro de la ciudad. Al abordarla Giovanni e Iniero por primera vez, ella se sintió sorprendida y no los reconoció. Sus bellísimos ojos de color café chisporrotearon con un brillo irónico, pues creyó que los jóvenes sólo buscaban una - 106 -


excusa para cortejarla. Cuando mencionaron a Bertozzi cambió de actitud y los invitó a ingresar en su despacho. – No queremos hacerle perder mucho tiempo – dijo Giovanni – por ello le ruego que nos disculpe si vamos directamente al grano. – Bien, ¿de qué se trata? – dijo la hermosa licenciada en Artes. – Se trata del pergamino – contestó Giovanni. Se produjo un silencio embarazoso, pues Elén Fraatzek no pareció haber comprendido, y se quedó mirándolo con aire interrogante, como esperando que le explicaran algo más. Por fin, ante el mutismo de los otros, preguntó: – Perdón, no estoy segura de haber comprendido bien lo que usted dijo… ¿tal vez habló de un pergamino? – Por cierto – contestó Giovanni, quien creía que la mujer estaba actuando para resguardar la valiosa reliquia que poseía –. El pergamino de Mái Edagá… o, mejor dicho, de Qumram… – Por favor, explíquense un poco más – pidió la funcionaria del “Georges Pompidou”. – Bien – dijo Iniero, dispuesto a demostrar de una vez que podría confiar en ellos–. - 107 -


Nosotros venimos de parte del hombre que tiene la misión de hallar y unir las partes del pergamino… El pergamino que fue imaginado por primera vez en el tenebroso reino turanio; cuyo conocimiento pasó a los egipcios en el siglo IX antes de Cristo, pero debido al temor que inspiraba no fue usado jamás, y su secreto fue consignado simbólicamente y encerrado en vasijas de hierro, en los tiempos de Mernepta. El mismo pergamino que luego pasó a los sacerdotes recabitas de Israel, para su custodia; estos debían entregarlo a Ebdemélec el Etíope en tiempos de la invasión babilónica. Edbemélec tuvo la misión de custodiarlo hasta que se cumpliese el tiempo del exilio, pero al regreso de sus verdaderos destinatarios, los recabitas, debió devolverlo. El último de sus descendientes, Qohelet, un sabio esenio, fue quien se atrevió a darle forma física por primera vez, confundido por una interpretación errónea de las profecías. Pero un amigo suyo decidió impedir las temibles consecuencias que podía traer su posesión por parte del asesino Herodes, y se lo arrebató luego de matarlo. La mitad positiva del pergamino fue a parar a Etiopía y la otra mitad a Partia… a manos de una hermosa y refinada mujer, de - 108 -


quien se dice que hoy asume el aspecto de “una mujer adriática”… Al llegar a este punto los jóvenes se quedaron mirándola, expectantes. Pero la mujer parecía estar perpleja. – ¿Entiende ahora de lo que hablamos? – inquirió Giovanni. – No – contestó la bella especialista en Arte Contemporáneo del “Georges Pompidou”. – ¡Perdónenme, muchachos, pero no entiendo absolutamente nada de lo que me dicen! 21. Madrid, 9 de marzo de 1996. – Dos grupos peligrosos están buscando el pergamino de Bertozzi – dijo Molero Prior. Flavio Donnini lo escuchaba con expresión alarmada. Francisco había obtenido esa información casi por casualidad, de sus contactos amistosos con miembros del Centro Nacional de Inteligencia español. – Uno de ellos, el más peligroso – continuó Molero – es un grupo de fundamentalistas judíos, los “Guardianes de la Palabra”. – Parece un nombre canónico – musitó Flavio. - 109 -


– Lo es – dijo Molero Prior –. Son una secta ashkenazin; se dicen jasidistas, pero actúan bajo la consigna de la Geburah, el quinto Sephirah cabalístico. Se consideran una especie de policía secreta de la fe, cuyo deber es cuidar el respeto hacia la tradición de Israel. Por ello, toda persona que se interesa por los textos hebreos, tarde o temprano cae bajo sus sospechas. – ¿Y los otros? – Los otros, al parecer, no son más que delincuentes comunes, trabajando para un banquero suizo, que busca apropiarse del pergamino para satisfacer su desmedida ambición. Pero también son muy peligrosos. Se manejan con mucho dinero y poderosos contactos internacionales. Los descubrió la Brigade de Renseignement et de Guerre Electronique francesa, mientras procuraba datos sobre los separatistas corsos. Siguiéndole la huella a un antropólogo español, que les llamó la atención por sus frecuentes viajes a Suiza, llegaron a descubrir a estos conspiradores. Infiltraron la red computarizada del banco que maneja Hymet – así se llama el suizo – y encontraron algunos indicios extraños en las notas personales de este - 110 -


banquero. Tirando del hilo lograron acceder a la memoria de las computadoras que posee – también en red – Hymet en sus casas y oficinas. No hallaron nada referido a Córcega. Pero sí que tienen fichado a Bertozzi con más precisión y datos que cualquier archivo italiano… Les llamó la atención el asunto, pero como no han cometido ningún delito aún, les permiten que sigan, aunque bien observados… Uno de los jefes más jóvenes de los Cuerpos Especiales, que es amigo mío, como sabe que soy Inista me pasó estos datos. Flavio hizo la pregunta que golpeteaba en su corazón desde hacía rato. – ¿Marietta colabora con ellos? Molero Prior lo miró con un dejo de compasión en sus vivaces ojos. Luego, contestó con voz muy baja: – Marietta es el brazo derecho de Peter Hymet. 22. Pescara, 18 de marzo de 1996. Angelo Cichelli regresó esa tarde más temprano de la Universidad. Patricia Iezzi tomaba un té, mientras organizaba su trabajo sobre Literatura Francesa. Gaia, hija de ambos, - 111 -


jugaba con animales de madera sobre la alfombra. – Me sorprendió una muchacha de primer año – comentó Angelo mientras se preparaba un té. – ¿Era muy bella? – preguntó Patricia. – Por el contrario – contestó Angelo –. Bajita, regordeta, un poco bizca… – ¡Uhf!, ¡pobre chica! – se rió Patricia. Angelo era profesor Biología en la carrera de Ingeniería en Alimentación, de la Universidad de Pescara. Esa tarde había tenido una clase, en el laboratorio, con los que se iniciaban en esa materia. – ¿Y qué te sorprendió de la chica? – La magnitud de sus conocimientos – dijo Angelo–. En ciertos aspectos, parece saber más que yo… me dejó estupefacto. – Tal vez estudió la materia antes de ir a clase… – lo consoló Patricia. – No, no es el conocimiento de quien estudia eventualmente… sino el de quien maneja, con mucha práctica, una materia… Y no es que ella quisiera mostrar sus virtudes científicas, ¿eh? Por el contrario, parecía tan poco motivada, permaneciendo en absoluto silencio, mientras los otros me acosaban a - 112 -


preguntas que, para incentivarla un poco la invité a participar… Empezó preguntándome cosas de una manera muy inteligente; cuando, luego de mis explicaciones, acotó algo, yo la impulsé a ampliar el tema; terminó dándonos una lección de biología molecular… – ¿Y cómo se llama ese fenómeno? – preguntó casi retóricamente Patricia. – Hillén Fraates… – ¡Hillén Fraates! – exclamó Patricia, que al levantarse de un salto derribó la taza (por fortuna ya vacía) sobre sus apuntes. – ¿La conoces? – preguntó Angelo sorprendido. – ¡Y cómo! – se exaltó Patricia–. ¡La hemos estado buscando, con todos los inistas, desde hace cientos de años! – ¡Cientos! – repitió Angelo. Por su mirada, Patricia se dio cuenta de que había dicho algo muy extraño. Entonces aclaró: – Bueno… en realidad sólo hace algunos meses… es que han sido tan intensos, que a nosotros los inistas nos parecieron siglos… Pero aguarda: debo llamar a Bertozzi… ¡ahora mismo!

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23. Marina di Città Sant Angelo, 19 de marzo de 1996. Con urgencia se convocó a un miniconcilio Inista para tratar la importante novedad. Patricia Iezzi informó los detalles de lo que se había enterado, sobre Hillén Fraates. Pero no eran muchos. En resumen, se vio que hasta el momento lo único rescatable era una coincidencia en el nombre, y cierta erudición en temas científicos. Bertozzi estaba convencido de que la habían encontrado. ¿Pero cómo no la habían encontrado antes los cientos de agentes militares que la habían buscado, rastrillando palmo a palmo esa herradura de Europa? Y ¿cómo podía ser hoy una chica de sólo 18 o 19 años? – Ellos pueden mostrar el aspecto que deseen – indicó Laura. El hombre que nos recibió en Mái Edagá no parecía tener más de 35 años, y había vivido unos dos mil cien. Luego de mucha deliberación, se decidió que era prematuro un encuentro con Bertozzi aún, hasta tanto se tuvieran más seguridades. Lisiak Land-Díaz fue designada para recabar estos datos. - 114 -


24. Pescara, 20 de marzo de 1996. Lisiak Land-Díaz era una profesora de origen peruano, que vivía en el país desde hacían varios años, luego de haberse casado con un oficial de la Marina Mercante italiana. Inteligente y dúctil, aplicaba a su vida cotidiana de un modo creativo los recursos de la razón europea mixturados con los hondos conocimientos de la tradición ancestral americana, de donde provenía. Fue fácil para ella ubicar a la muchacha, y a través de un empleado administrativo, la invitó a su despacho. Hillén Fraates concurrió de inmediato. Lisiak la invitó a sentarse, y se presentó. Pero la muchacha la sorprendió al decirle: – Esperaba que me llamara… ¡nos conocemos de antes, incluso hemos tenido amistad, pero usted no lo recuerda! – Perdóname, ¿dónde nos hemos conocido? – preguntó Lisiak. – Fue en Sicilia, en tiempos de Gregorio III… Los árabes invadían Italia y por el Norte amenazaban los iconoclastas… Usted era un escribano muy devoto, que sufría grandes - 115 -


tribulaciones por los conflictos internos que agitaban el país por aquél entonces. Yo trabajaba para la delegación imperial de Harun al-Raschid… le salvé la vida aquella vez, puesto que, cuando las tropas árabes tomaron Palermo, la ciudad donde usted vivía, cayó prisionero junto a sus jefes, que eran generales del Imperio Romano de Occidente… – ¿Yo era un varón aquella vez? – quiso saber Lisiak. – Por cierto – dijo Hillén Fraates–. Iban a degollarla sumariamente. Pero yo indiqué al general árabe que conducía aquella expedición acerca de sus conocimientos de italiano, español y latín, que podían sernos muy útiles. – ¡Así que me salvaste la vida! – se maravilló Lisiak. – Sí. Pero no se preocupe. Me devolvió el favor, y quedó en aquel siglo nomás sin deuda conmigo. Veinte años después Miguel III arrasó con los árabes. Usted intercedió por mí, ya que en esa oportunidad me tocó sufrir la cárcel a manos de los vencedores europeos. – Esto me resulta asombroso – dijo Lisiak Land-Díaz – pero nunca se me hubiera ocurrido pensarlo. - 116 -


– Es natural – dijo la joven de dieciocho años –; el Creador ha dispuesto que no conozcamos nuestras experiencias anteriores hasta que alcancemos un desarrollo espiritual que nos permita soportarlo. Hay siempre en nuestras vidas pasadas (cuando éramos mucho más ignorantes que ahora) negras acciones, que exigen retribución. Y ese destino se va liquidando gradualmente; así que, si conociéramos nuestras vidas pasadas, podríamos saber cómo y cuándo la Ley de Causa y Efecto nos traería las consecuencias de nuestros malos actos. Veríamos la horrenda calamidad cerniéndose sobre nosotros, y el miedo podría quitarnos toda la fuerza necesaria para luchar esa batalla contra el destino… cuando la fatalidad cayera encima, podríamos estar inermes e indefensos ¡jamás podríamos vencerla! Y de ese modo, tampoco jamás podríamos avanzar. – ¡Sabes muchísimo, para tu edad! – exclamó Lisiak. – No lo crea. Por el contrario, creo que mi capacidad es más bien mediocre. Mi edad es de 2965 años… – Entonces tú eres… - 117 -


– Yo soy. La mujer que Bertozzi busca. Y la que lo espera, también, a él para poder liberarse al fin. 25. Loreto Aprutino, 27 de marzo de 1996. El encuentro con Bertozzi ocurrió a las seis de la tarde, en casa de Hillén. Era un departamento pequeño, de una antigua construcción amarillenta, en una callejuela con declive desde donde se divisaban las montañas. Bertozzi, solo, llegó caminando, quince minutos antes. Hillén le esperaba en la puerta. La muchacha, pequeña, cabellos de color castaño, regordeta, vestía con ropas muy tenues y sueltas. – ¿También me conoces de muchos siglos antes? – preguntó Bertozzi, cuando se hubieron acomodado en los sillones del prismático living. – No – contestó sencillamente la muchacha. – ¿Cómo sabes, entonces, que soy yo quien debía venir? – Existen muchos planos que los humanos “normales” no conocen – contestó - 118 -


pacientemente Hillén Fraates –. En ellos, alguien entrenado puede ver, como en un filme, una gran parte de lo que existe en el mundo. – Allí me viste… – dijo Bertozzi. – Así es… pero no porque me gustara andar curioseando las acciones de las gentes, sino por una razón muy importante: los Grandes Seres me habían enviado un mensajero (hace varios siglos ya) que nos mostró claramente cómo iba a ser quien debía venir. La ceremonia de entrega fue iniciada ritualmente por Hillén a las seis. Duró, exactamente, treintaiséis minutos. Cuando salió de allí, Bertozzi apretaba contra su pecho una valijita de cuero negro, curtida por los años, y adentro, envuelto en terciopelo rojo, el cofrecito de oro que contenía la preciosa parte final del pergamino. Había comenzado a lloviznar. Pequeños faroles amarillentos gestaban un halo semejante al átomo bombardeado por uranio, aquí y allá. Las callecitas angostas bajaban y subían, en la penumbra del cuervo. * Los cabellos de Bertozzi chorreaban sobre su frente; no había tomado la precaución de llevar - 119 -


impermeable, y su vestidura blanca, hecha en lino con una sola pieza, se estaba empapando. Esto no le importaba, apenas lo percibía. El objeto que llevaba, apretado con las dos manos, sobre el pecho, le transmitía una extraordinaria levedad y una sensación de serena alegría. No sentía casi a los pies afirmándose encima del empedrado: más bien creyó que flotaba. Desde la distancia, distinguió las luches de la Tabacheria Vicenzo Cavallone donde Laura – un poco preocupada ya – le esperaba. * Las tradiciones hebreas llaman penumbra del cuervo a la suave oscuridad de la tarde que los cristianos llamamos oración, y penumbra de la paloma a la del amanecer (J.L. Borges). – Ella me dijo que no puedo usarlo. En el camino de vuelta Bertozzi narró a su esposa lo esencial del encuentro. Laura manejaba. – ¿No puedes usarlo? – Nadie puede usarlo. Mejor dicho: nadie debe usarlo. El pergamino es algo que no debería existir. Una anomalía de la naturaleza. Algo monstruoso, como la bomba atómica, o el Fondo Monetario Internacional. Sólo que - 120 -


aún estos, son poderes controlables, pese a su magnitud. El pergamino posee un poder demasiado grande, inconveniente para la humanidad, en esta etapa de su evolución. – ¿Entonces qué debemos hacer con él? – Debemos entregarlo. – ¿A quién? – Al infinito Ser, al Innombrable, a una de cuyas esferas superiores fue arrebatado ilegítimamente por los humanos. – ¿No podían haberlo entregado ellos, Hillén y Abdul? – No podían. – ¿Por qué? – No lo sé. Tal vez porque no eran esposos, como nosotros. Porque no se amaban, como nosotros. Hillén sugirió esto. El amor es una condición imprescindible para suscitar la música. – ¿Qué música? – La música que pone en acción al pergamino. Sin esa música, no sirve para nada. En eso consiste el entender la Palabra: no en intentar alguna aplicación conceptual, sino en extraer de su sentido la música. Cada una de las nueve letras contiene una variedad de melodías. Que coinciden con melodías - 121 -


conocidas por nosotros, pues las obras de arte no son otra cosa que acertadas incursiones de un genio humano en los planos superiores: ya existían antes que él. Pero esas melodías del pergamino únicamente pueden ser tañidas por dos almas. Dos almas a las que el amor permita actuar como al violín y el arco. Laura, de un golpe, entendió. Y sus ojos se llenaron de lágrimas.

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Tercera parte

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26. Roma. Ocho días después, Gabriele-Aldo Bertozzi fue a dejar unas cartas al correo, y no volvió. Había dicho a Laura que aprovecharía el lapso para hacer una caminata, pero cuando llegaron las diez de la noche – había salido a las cinco de la tarde – y no regresaba, de común acuerdo con Furio de Mattia, Angelo Merante y Giorgio Mattioli decidieron avisar a la policía. El oficial de civil que concurrió presto, los encontró reunidos, pues Laura desde las siete había estado llamando a los Inistas. Al grupo se había agregado Flavio Donnini, Argentina Capriotti y Paolo Pellino. Molero Prior había telefoneado diciendo que tomaría el primer avión que saliera de España. Patricia Iezzi venía en camino desde Pescara. Luego de algunas deliberaciones, había decidido contar todo a la policía. El oficial y su ayudante no entendieron en absoluto lo del pergamino – como era de esperar –, pero se aplicaron de inmediato a buscar pistas para - 124 -


encontrar a Bertozzi. A todo esto, se habían hecho las tres de la mañana. 27. Luzern. Sábado 6 de abril de 1996. Le habían puesto una pantalla gigante en la habitación. Por allí podía ver el rostro de quien le hablaba. Aquel hombre le resultaba en absoluto desconocido e indiferente. Era en verdad una fisonomía que sólo podía provocar tal impresión en alguien sensitivo – pensó Bertozzi. Rubio, ojos verdosos, como de cincuenta años, traje gris. Apareció en la pantalla luego de que los individuos que lo raptaran y lo trajeran en un pequeño avión hasta aquí le indicaran que en ese lugar debería quedarse por “un corto tiempo”. El hombre de la pantalla le preguntó si tenía quejas sobre el trato recibido durante el rapto. Bertozzi dijo que no. En realidad lo habían tratado con mucha cortesía. Pero quería saber por qué, apuntándolo con pistolas, lo habían obligado a venir hasta aquí. No le habían ocultado hacia dónde venían, y tal vez si de haberlo invitado normalmente habría venido - 125 -


por su propia voluntad, si la causa lo justificaba. – No podíamos correr riesgos – contestó lacónicamente el hombre de la pantalla. – Por lo menos, permítanme hablar por teléfono con mi esposa. Prometo no decirle dónde estoy – pidió Bertozzi. – No podemos correr riesgos – repitió el otro. – No es justo – protestó Bertozzi –. Pero, ¿podrían explicarme al menos para qué estoy aquí? – Mañana hablaremos personalmente sobre ello, dottore Bertozzi – dijo el hombre rubio –. Usted debe de estar muy cansado por el viaje. Dedique, por favor, lo que resta del día a descansar. Le haremos saber a su esposa que está bien. Déjelo por nuestra cuenta. Pero usted descanse. Cualquier cosa que necesite puede ordenarla por teléfono. Será en el acto complacido. Luego de su descanso, por la mañana, irá una persona a buscarlo, para indicarle el sitio donde vamos a conversar.

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28. Roma. – Tenemos dos opciones – dijo Molero Prior. O son los fanáticos jasidim, o el banquero suizo. “Si son los primeros… – continuó, pero en el acto se detuvo, como sobresaltado–… será muy difícil… muy difícil… ellos manejan un aparato internacional poderosísimo… y peligrosísimo… no actúan por dinero, sino por fanatismo, y eso los hace casi invencibles. Pero si es la banda del suizo, no será muy complicado recuperarlo. Son un puñado de delincuentes de guante blanco, con poca experiencia en otra cosa que no sea apostar en la ruleta financiera o pergeñar fraudes con las computadoras de los bancos. No tienen agallas ni armamento suficiente como para resistir un asedio de la policía. “De cualquier manera va a ser peligroso. Uno nunca sabe qué puede hacer un individuo armado cuando se lo acosa. Como un gato encerrado ¿no? Espero que no actúen como el gato. – Ella me sedujo sólo para extraerme información sobre Bertozzi y yo, - 127 -


estúpidamente, se la di – musitó Flavio. Parecía consternado. – Olvida eso – lo consoló Laura–. Cualquiera puede conseguir información sobre Bertozzi: su vida es pública. Pero el hecho de que se te hayan acercado, nos favorece ahora. De otro modo no hubiéramos tenido la seguridad de que podían secuestrarlo. – ¿Ustedes creen que esos grupos arriesgarían tanto por un pedazo de cuero antiguo? – preguntó el policía. – Lo creemos – dijeron a dúo Molero y Patricia. – Pues bien. ¿Por cuál de ellos comenzaremos? – Propongo que busquemos en Suiza, en primer lugar – dijo Flavio Donnini.

29. Domingo 7 de abril. Luzern. A Bertozzi le resultó vagamente familiar la muchacha que se sentaba al lado del hombrede-la-pantalla, con un block de notas sobre sus muslos, que emergían de la brevísima minifalda. Quizá hubiera sido su alumna en - 128 -


alguna universidad… Pero no tuvo tiempo de reflexionar sobre esto. – Usted sabe que lo hemos traído por el pergamino – dijo el banquero Peter Hymet luego de muy breves formalismos. Bertozzi no contestó. El hombre, tras del escritorio con forma de paleta – una estúpida cursilería, había pensado Bertozzi – insistió. – Bien, ¿lo sabe o no lo sabe? Bertozzi decidió contestar con toda franqueza. – No importa si lo sabía; ya me lo dijo. Ahora me pregunto: ¿usted cree que podría usar el pergamino, en caso de que se lo entregue? El suizo se quedó unos instantes como sorprendido. No había previsto que podrían llegar tan rápido al nudo de la cuestión. – Claro que creo – afirmó –. Usted, además de entregármelo, me enseñará a usarlo. No gratuitamente, por cierto. Yo le ofreceré una suma de dinero mensual para que pueda vivir tranquilo el resto de su vida. Y le daré apoyo luego (un gran apoyo), desde mis empresas, para que pueda difundir el Inismo a través del mundo entero… no quedará rincón del planeta donde no se conozcan las obras de arte del - 129 -


Inismo, con el impulso publicitario que les vamos a dar. Organizaremos exposiciones, happenings inistas, shows televisivos, remeras y gorros inistas, una galería permanente en Internet… Pero, como le decía, además de entregarme el pergamino, usted deberá enseñarme a usarlo… sabemos que ya conoce el método. Bertozzi esbozó una sonrisa triste, meneando la cabeza. – Oh, no, señor… ¿cómo dijo que era su nombre? – Hymet. – Oh, señor Hymet – se lamentó Bertozzi – ¿Tiene usted esposa? – Soy divorciado – contestó Hymet. – ¿Y no ha encontrado, luego, alguien a quien crea sinceramente amar? – Tengo amor cuando quiero – dijo el banquero – me basta pagar por ello. ¿Acaso necesito un fastidio permanente? – Usted sabe que eso no es amor – dijo Bertozzi. – ¿Pero qué catzo tiene que ver esto? ¿Intenta llevarme a un consultorio sentimental? Hábleme del pergamino, es lo que interesa. - 130 -


–Oh, lo siento señor Hymet… usted no podrá extraer ni un ápice de su poder al pergamino… – ¿Por qué? – No podría entenderlo… – Bertozzi, por favor, no produzca mi impaciencia… Me desagrada mencionar que puedo obligarlo a decirme lo que deseo saber… – Oh, señor Hymet… no se trata de algo que yo pueda decir –exclamó con acento compasivo Bertozzi. – ¿Qué quiere significar con esto? – se exaltó el suizo–. ¿Acaso únicamente usted puede hacer funcionar el pergamino? – Así es – contestó Bertozzi. Hymet lo miró unos instantes con furia. Por un momento pareció que iba a levantarse y golpearlo. Pero no hizo tal cosa. Por el contrario, recobró completamente la calma, y con tono parsimonioso afirmó: – Pues bien, dottore Bertozzi. Será mejor que se acostumbre a nosotros, pues si usted es la única llave que nos permitirá abrir los secretos del pergamino, la usaremos constantemente, para beneficio de todos. - 131 -


– No le serviré de nada… – murmuró, con lástima y repugnancia Bertozzi. –¡Cómo que no me servirá! ¡Lo induciremos a que haga funcionar el pergamino! ¿No me cree capaz de hacerlo? – Sí lo creo. La violencia es el recurso más fácil para cualquiera. Lo que sucede es que no puedo hacerlo funcionar yo solo… Inmediatamente después de haber dicho esto Bertozzi se arrepintió. La mirada de Hymet volvió a ponerse aguda y la cólera incipiente coloreó su pálido rostro. Pero antes de que dijera nada, entró de un modo abrupto el esbirro filonazi que vieran en Roma con Laura. Estada demudado, y tenía un revolver en la mano. – Disculpe, doctor – dijo: – Tenemos en la puerta a un policía, y dice que estamos rodeados… ¿Qué hacemos? ¿Vamos a resistir? Hymet se puso nuevamente pálido, ahora más de lo habitual. – Déjame a mí – contestó, incorporándose –. Yo los atenderé. Bertozzi quedó únicamente con la muchacha. – Perdóneme, excelencia – dijo ella, en italiano. - 132 -


– ¿Nos conocemos de alguna parte? – contestó Bertozzi. – Soy amiga de Flavio Donnini… ¡oh, él me odiará después de esto!... – ¿Usted conoce alguno de los sentidos de la palabra amistad? – dijo después. – ¡Oh, excelencia, cuánto me arrepiento! – Lo que estás haciendo es estúpido – exclamó Bertozzi. Ella no contestó palabra. Pero se sonrojó hasta quedar como un tomate. Luego de unos diez minutos volvió a aparecer Hymet. Venía con el rostro descompuesto. – No nos queda más remedio que entregarnos y entregar a Bertozzi – musitó, dirigiéndose a la secretaria. Sin decir nada, Marietta rompió a llorar. – Estos monstruos han rodeado la casa con un arsenal capaz de hacernos saltar por los aires en dos minutos – prosiguió Hymet, gritando –. ¡Soy un fracasado, Marietta! – clamó sorpresivamente. – Recién ahora comprendo que no he nacido para estas cosas… - 133 -


Poco después, sin gloria pero con mucha pena, los cinco hombres – incluyendo al español y la muchacha – eran introducidos en las celdillas del camión celular de la Policía Antiterrorista Suiza. Bertozzi, por su parte, luego de recibir los abrazos de Laura y sus compañeros inistas, abordó uno de los autos con que habían venido en comitiva a buscarlo.

30. Pescara, 8 de abril. Hora 22. Sencillamente ha desaparecido – dijo Angelo –. Como por arte de magia. – Ella manejaba la magia – le recordó Patricia. – Es algo increíble – insistió Angelo–. La busqué en la lista de estudiantes, para consignarle falta, pero me encontré con que ya no figuraba. “Me dije: debe ser un error de esta copia. Fui a la computadora, llamé a la lista completa de los estudiantes de primer año… ¡tampoco estaba! Luego llamé a la lista de todos los inscriptos en la Universidad en los últimos tres - 134 -


años, ¡no estaba! Sencillamente había desaparecido, como si yo la hubiese soñado. – ¿Preguntaste a los otros alumnos? – ¡Sí! ¡Y también a los profesores, y a los preceptores! ¡Nadie la recuerda, excepto yo! 31. 18 de mayo de 1996. Bertozzi y Laura habían dedicado cuarenta días a un retiro absoluto, en el castillo de Sant Apollinare, alejados de toda perturbación exterior, se aprestaban para poner en acción al pergamino, siguiendo estrictamente las instrucciones de Hillén Fraates. Cinco caballeros y cuatro damas inistas los acompañaban. Ellos habían sido seleccionados especialmente para esta misión. Debían custodiar el ritual del pergamino, sin permitir que ningún incidente perturbara la sesión. Sus nombres eran: Lisiak Land-Díaz Marinisa Bove Patricia Iezzi Argentina Capriotti Y también - 135 -


Giorgio Mattioli Furio de Mattia Angelo Merante Francisco José Molero Prior Flavio Donnini.

A la hora 18 del día 18 de mayo, se reunieron todos alrededor de la habitación circular donde Bertozzi y Laura se habían encerrado con las dos cajas que contenían el pergamino. Pocos minutos después de que ellos entraran, comenzó a escucharse una suave música, como de violines, emergiendo de la habitación. – ¿Ellos tienen algún instrumento allí? – preguntó Furio. – Es la música de sus almas – contestó Patricia – eso significa que están poniendo a funcionar el pergamino. Mas luego de un rato de música sublime, comenzó a sonar algo radicalmente distinto, unos sonidos semejantes a la composición del filme “United of Plutonium”, del japonés Tetsuji Kobayashi. - 136 -


Esto inquietó a los inistas que custodiaban el ritual. Durante unos extensos momentos estos sonidos persistieron. La situación pareció agravarse cuando, por segundos, se interrumpían las músicas, reanudándose bruscamente con sones semejantes a golpes de martillo sobre un tambor, o sierras agudas, hasta recordar por momentos las ejecuciones más violentas de Led Zeppelin o Deep Purple. Pero después de un lapso de incertidumbre, todo se calmó. Y empezó a sonar, desde dentro, el Concierto Nº 2 para piano y orquesta de Rachmaninov. Laura y Gabriele habían aprendido de memoria un esquema que les había provisto Hillén Fraates. En él se habían consignado las claves musicales de La Palabra. Helo aquí:

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Luego de un momento profundo de concentraciรณn, sentados ambos ante la mesa donde reposaban las dos partes del pergamino, - 139 -


emergió una línea de luz de los corazones de Gabriele y Laura, que tomando como vértice al pergamino, formaba un triángulo perfecto que los unía. Por el interior de esa línea circulaba una vibración luminosa, que de acuerdo a la pronunciación mental de cada letra que al unísono ellos hacían, se impregnaba de diferentes colores. Al producirse algún desajuste o desconcentración, los colores se ensuciaban, la línea se volvía aserrada, la música se interrumpía, dando lugar a los más variados ruidos. Poco a poco, sin embargo, los esposos fueron logrando la pronunciación perfecta, cuyo test era que al hacerlo, debería sonar la melodía indicada para cada paso de la construcción etérica de La Palabra. Cuando llegaron al Concierto de Rachmaninov sucedió lo más extraordinario. Cuatro seres gigantescos, superpuestos como si fuesen transparentes, se manifestaron ante los ojos asombrados de Laura y Bertozzi. Estaban llenos de ojos por delante y detrás, y cuatro pares de alas emergían por sus costados. El primero era semejante a un león; el segundo a un toro; el tercero tenía el rostro de un - 140 -


humano, y el cuarto era semejante a un águila en vuelo. Estos seres repetían solamente: Santo, Santo, Santo, el que era y el que es y el que viene. Digno eres de recibir la gloria y el honor y el poder, porque tú lo creaste todo, y por tu voluntad existió y se creó. Entonces vieron aparecer a un ángel, con el arco iris en torno de su cabeza, el rostro como un sol y sus pies como columnas de fuego, que en las manos tenía un libro abierto. El ángel habló con voz poderosa y dijo: – He aquí el momento en que debéis elegir entre el bien o el mal. “Podréis ordenar lo que deseéis, a partir de ahora, al pergamino. Pero este poder, que os durará mil años, luego de su extinción os hará retroceder 200 millones de años en la evolución, hasta convertiros otra vez en los más primitivos minerales que existen en el Universo. A partir de allí deberéis comenzar de nuevo, atravesando todo lo que habéis vivido para llegar hasta aquí. “Si decidís por el Bien, deberéis devolver esta pieza a su dueño, nuestro Creador. En ese caso, tendréis que llevar las cajas de plomo y de oro a un pequeño pueblo, denominado Garza, en la provincia de Santiago del Estero, - 141 -


en Argentina. Este es un punto que conforma un triángulo perfecto con Pescara y Mái Edagá. Allí hay una pequeña capilla, que pertenecía a la familia de los Revainera. Cuando lleguéis ahí, deberéis entregar, en el altar, la pieza divina”. Todo desapareció y la habitación se tornó penumbrosa por un momento. Solamente reverberaba el hilo de luz con forma triangular que unía a Laura con Bertozzi y el pergamino. Comenzaron a pasar ante los ojos de ambos, en imágenes semejantes a las holográficas, los mayores logros de la civilización en la Tierra. El Taj-Mahal, Versalles, la Plaza Roja, los inmensos parques mecánicos de los Estados Unidos, los ríos de dinero que salen de las máquinas impresoras de los bancos estatales alemanes, japoneses y norteamericanos... Aviones artillados con las más modernas armas atravesaban como pájaros de acero el cielo límpido; los cuerpos de baile de las más variadas razas emprendían por turnos extraordinarias danzas con millones de colores; pantallas de televisión, gigantescas, transmitían multiplicándolas una y otra vez las mejores maravillas de la técnica del siglo XX… - 142 -


De repente, Bertozzi se volvió como sobresaltado hacia Laura, cortando el flujo de luz y de imágenes. – ¿Qué sucede? – preguntó ella. – Debemos llevar el pergamino a Garza – dijo Bertozzi, con voz agitada. – Yo también creo lo mismo – contestó Laura. 32. Buenos Aires, 22 de junio de 1996. Laura y Bertozzi llegaron a la Argentina en un día de pleno sol. Enseguida fueron trasladados hasta el aeropuerto Jorge Newbery, donde debieron abordar el avión que los llevaría a Santiago del Estero. A las cuatro de la tarde llegaron a Huaico Hondo. Allí los esperaba el Inista Argentino, que estaba al tanto ya de los pasos que deberían dar los italianos. 33. Santiago del Estero, 24 de junio de 1996. El día anterior habían caminado un poco por el campo santiagueño. No se parecía a nada que hubiesen visto antes. Engañosamente - 143 -


rústico o desértico, por partes, en algunos matices recordaba a los más afortunados cuadros de Dalí. Los árboles – delgados, ascéticos – semejaban manos que gesticularan al cielo. La tierra, ocre, poseía un magnetismo extraordinario, que de sólo pisarla, parecía llenar el cuerpo de intensas vibraciones. Y una música extraña, constante, sonaba en el espíritu, apenas se alejaba uno un poco del ruido de la ciudad. – Esta capilla perteneció a mis abuelos – refirió el Inista Argentino. Eran las cuatro de la mañana y se trasladaban – Bertozzi y Laura, el argentino y su esposa, Gloria – en un colectivo muy confortable, que debía conducirlos hasta Garza. Sobre ese lugar existe una muy antigua leyenda. “Se dice que los aborígenes veneraban una antigua piedra, caída, según ellos, del cielo. Era una piedra azul, que tenía grabados varios signos en la superficie. Y coronándolos, una garza blanca. (Este era el signo de los antiguos Toltecas.) Al aproximarse los conquistadores españoles al lugar, la piedra desapareció. Algunos dijeron que había vuelto al cielo. Otros, que estaba enterrada, muy - 144 -


profundamente, en el mismo lugar donde antiguamente fuese venerada. La prueba de ello serían ciertas luces que, en las tardes de invierno se veían emerger de aquel sitio. “Los españoles, aunque nunca vieron nada, ante la persistencia de los indios en tomar cada noche como devocionario aquel lugar, decidieron construir allí una capilla. “Al poco tiempo fue destruida por un malón, que se apoderó de aquellos parajes durante cerca de cien años. Posteriormente, al adquirir uno de mis abuelos ese campo, cumplió con una promesa que tenía, y al mismo tiempo que la casa, reconstruyó la capillita”. A las cinco y media de la mañana llegaron al pueblo de Garza. Caminando por las callejuelas de tierra, en la penumbra rosada del amanecer, llegaron a la capilla de los Revainera. La puerta estaba entreabierta. Sobrecogidos por el momento, Bertozzi, Laura, Gloria y el Inista Argentino entraron en la nave de rústico estilo colonial y se dirigieron hacia el altar, detrás del cual, incrustado en la pared, estaba el cofre de quebracho colorado que guardaba el cáliz de la consagración. - 145 -


El argentino y su esposa se quedaron a mitad de camino, dejando avanzar a Bertozzi y Laura, que llevaron cada uno en sus manos las cajitas de oro y plomo que contenían las partes del pergamino. Al llegar al altar se detuvieron. Lentamente, depositaron encima del rústico mantel de lino las dos cajas. Luego se arrodillaron. El Inista Argentino y Gloria, en su lugar, los imitaron. Pasaron unos instantes. Una suave línea de sol comenzó a filtrar a través de la pieza rosada de un vitral. Como si fuese un rayo láser, se dirigió directamente a la mesa donde estaban las dos cajitas de metal. Apenas las alcanzó, se vio surgir un intenso y a la vez diáfano resplandor, que parpadeó en el aire, unos instantes. El fulgor se convirtió en una canastilla de flores, que se elevó, lentamente, hacia un círculo de luz, que había surgido, flotando cerca de la bóveda difuminada de la capillita. Después de esto, el resplandor desapareció. Todos miraron hacia el altar: no había nada. También las cajitas de plomo y de oro habían desaparecido, como si nunca hubiesen estado allí. - 146 -


Una música profunda se dejó oír, semejante al pasaje Quando corpus morietur del Stabat Mater, de Dvórak. Los Inistas se miraron, sin saber qué hacer. Laura y Gabriele fueron al encuentro del Inista Argentino y su esposa. Se sentían muy felices. Sin decir nada, se abrazaron.

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