ASPU PRESENTE No 5 Boletín informativo de la Asociación Sindical de Profesores universitarios ASPU Seccional Tolima – Ibagué, febrero de 2016. Año 3. Volumen 5 - ISSN: 2422-2720
Dibujo: “Las visiones de la crisis”. Oscar Javier Ayala
Editorial
Ante la Universidad en ruinas: el coraje de la verdad
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la Universidad del Tolima la fueron estrangulando sin contemplaciones, la fueron esquilmando de manera sistemática, la fueron destruyendo por dentro. Dos ponderosas fuerzas la devoraron: el clientelismo y la corrupción. Nadie podía creerlo, la Universidad amaneció un día de noviembre con la mayor insolvencia financiera, no había dinero para pagar a los catedráticos y un valeroso movimiento de profesores emprendía acciones para exigir al rector toda la información y la verdad. Lo que durante tres (3) años ASPU había denunciado, empezaba a reconocer como una verdad de apuño: la universidad se encontraba al borde del abismo, en la mayor crisis presupuestal. El rector José Herman Muñoz y su equipo directivo siempre fueron evasivos, y recurrieron al engaño y la mentira. En las jornadas de finales de año, profesores y estudiantes marcharon hacia Los Ocobos para obligar al rector que diera la cara a la comunidad. Fueron días intensos de lucha por saber la verdad. Presionados por la comunidad y posteriormente por el CSU empezaron a circular varias versiones sobre la crisis financiera. El golpe a la humanidad de centenares de trabajadores, docentes y sus familias con el No pago de diciembre, de enero y de las prestaciones, puso en movimiento todas las fuerzas, y generó la mayor conmoción e indignación. Los trabajadores, organizados en Sintraunicol, declararón el paro indefinido que tuvo amplio apoyo y simpatía de la comunidad y que de manera valiente y coherente defendieron su dignidad y sus derechos. En el mismo sentido, el profesorado mediante un proceso de Asamblea Permanente vivenció la magnitud de la crisis y reconoció el valor de la participación para dirimir asuntos centrales del Alma Mater. Importantes iniciativas y propuestas surgieron para superar la crisis. La universidad en ruinas, derruida en sus hilos sociales, humanos, laborales y educativos, reclama un plan de salvamento en su condición universitaria, un proceso de recuperación de su humanidad humillada, una matriz de transparencia de sus finanzas y el ejercicio vigoroso de la autonomía como valor fundante de la razón
Jorge Octavio Gantiva Silva de ser universitario. En medio de las más disímiles circunstancias, la universidad se debate entre la incertidumbre y la fatalidad. ¿Cuál será su inmediato futuro? Amplios sectores universitarios consideran que sin las condiciones y garantías básicas resulta irresponsable dar inicio a un semestre académico en la mayor incertidumbre, sin cuentas claras, sin estados financieros transparentes. Se discute si el MEN es un actor “neutro”, y por lo tanto una “garantía” para el esclarecimiento de la verdad. Para quienes así lo piensan; olvidan que el MEN es “arte y parte” de la responsabilidad de la crisis, no solo porque hacen parte del Consejo Superior Universitario, CSU, sino porque ellos como voceros del Presidencia de la República y del MEN son directos responsables de las políticas y de las decisiones tomadas por parte de la administración de José Herman Muñoz. El rechazo por parte del CSU de no avalar la aplicación de la Ley 550 (ley de quiebra), fue una importante decisión para impedir que el rector manipule y descargue la crisis en la comunidad. Sin embargo, al haber aprobado el acompañamiento de una comisión del MEN, de hecho, dio paso a la intervención del MEN. En este sentido, la universidad se encuentra en un proceso de intervención por parte del MEN que interesa al rector promover para apuntalarse en el poder y salvaguardarse de las exigencias del movimiento universitario que reclaman su renuncia. Además, resulta claro que entre el gobernador Barreto y la ministra de educación Parody no se evidencia ninguna controversia de fondo, por el contrario, su acuerdo en lo fundamental es dar vía libre a la intervención. Así, los rumbos de la Universidad quedarán en manos de expertos externos, abogados y la tecno-burocracia del MEN. La autonomía universitaria una vez más lesionada y burlada su dignidad. El reloj de los neoliberales no contempla la participación y la autoregulación. Son meros colgandejos retóricos. En el marco de la ley de intervención la comunidad universitaria queda maniatada. Se trata de un “régimen de excepción” que tiene el Estado colombiano para “poner orden” en las instituciones de educación superior. En este escenario,
la comunidad universitaria deberá seguir en movimiento, mantener vivo el debate y la discusión. El imperio dictatorial de la ley del Estado no puede callar el alma viva de la comunidad. Será clave el papel que desempeñe el CSU porque este organismo deberá definirse: o se suma a la voz de la intervención y de la medianía rectoral, ó, se convierte en un contrapeso ético y académico? En este espacio de complejidades, el movimiento universitario tiene la fuerza y la dignidad de luchar, resistir y proponer. La universidad seguirá dando su batalla. La universidad no muere si hay pensamiento. Si defendamos su potencia creadora, saldrá del atolladero. Aunque en la Universidad del Tolima se carece de política, y así los truhanes la hayan arruinado, necesitamos que la política universitaria, educativa y social vuelva a ocupar la centralidad de nuestra apuesta y recupere el valor de la autonomía y de la participación. Las fuerzas que despedazaron la Universidad desprecian el pensamiento y la formación de la juventud. Para hacer posible el acto maravilloso de enseñar, aprender, desaprender, criticar, controvertir, crear, soñar e investigar, se requiere mantenerse en resistencia, siempre en condición de indignación y rebeldía. Para ser coherentes necesitamos persistir en la idea de la reforma profunda de la Universidad del Tolima. La Universidad muere si no la vivimos, si no la repensamos. A la propuesta de una universidad en resistencia, es preciso unir la idea de la solidaridad y del compromiso como proyecto de transformación profunda. Será arduo el camino. Porque a la política de desfinanciamiento del gobierno nacional y de la deuda histórica del departamento, se unen las pretensiones de la intervención del MEN y el apoltronamiento del rector José Herman Muñoz. En los momentos más difíciles de la vida se conoce realmente a la gente. En estos tiempos aciagos necesitamos el coraje de la verdad para abrir el camino de posibilidades y salir del atolladero. La verdad no es un objeto, ni la aplicación de unas reglas objetivas. Es un campo de batalla para dilucidar lo que somos, lo que deseamos, lo que encubrimos y lo que matamos. Para ello se necesita el coraje de la verdad.
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Denuncia Pública de los Profesores de la Universidad del Tolima Motivo: S.O.S por la salvación de la Universidad del Tolima. Queremos empezar este llamado a la defensa de la Universidad del Tolima, recordando la importancia de la educación en las sociedades, y más aún la formación a niveles universitarios, porque les ofrece a nuestros jóvenes las posibilidades de adquirir y generar conocimiento para las soluciones de los problemas que como región, país y planeta debemos resolver. En nuestro contexto, la Universidad del Tolima, con cerca de 70 años de existencia, se ha tornado en la posibilidad de formación de millones de jóvenes tolimenses y, en las últimas décadas, de jóvenes colombianos, pues hacemos presencia en muchos departamentos, a donde llevamos posibilidades de profesionalización que otras instituciones no. Sin embargo, hoy nos vemos sometidos a un gran desfinanciamiento generado por la pésima gestión del rector actual José Herman Muñoz y su equipo Directivo, el Consejo Académico y los Decanos, quienes han sido continuadores de una política de malos manejos, falta de planeación, crecimiento burocrático y malversación de recursos, que ha dejado la universidad en banca rota. Es de tal tamaño la responsabilidad del rector José Herman Muñoz que hoy es inocultable que manipuló a sus votantes para hacerse reelegir, negando una crisis que era evidente en todos los estamentos; de igual manera, el crecimiento burocrático de nóminas paralelas y creación de oficinas contribuyó a la malversación de los recursos de la Universidad; la falta de planeación presupuestal y la ineficiencia fueron características de su gestión y hoy se hacen evidentes, así como la ausencia de canales de comunicación y trabajo con la comunidad académica. En la misma línea, existen otros aspectos que contribuyen a la crisis de la Universidad del Tolima: la falta de claridad en las transferencias departamentales por parte de la Gobernación, lo cual ha sido reiterativo por cada una de las administraciones, por lo cual hoy tiene una deuda histórica alrededor de los 60 mil millones pesos, sin que hasta el momento exista una estrategia para realizar dicho pago; y la falta de más altas transferencias del gobierno nacional, que a través del Ministerio de Educación se ha negado a construir un sistema público que garantice la educación gratuita de nuestros hijos en todos los niveles. ¿Qué nos queda hoy? Solo un cosa: unirnos por la defensa de la Universidad del Tolima, la única pública en la región, en donde el valor de matrícula es más barato (debería ser gratis), la única que ofrece restaurante y residencias para sus hijos, la única que ofrece espacio para los sectores del pueblo, los trabajadores
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rasos, los campesinos y las madres cabeza de familia. La única a la que los hijos de la clase menos favorecida podrán acceder. Por eso los docentes les hacemos un llamado hoy a los padres de familia, a los trabajadores, al sector productivo, a los políticos comprometidos con la región, a los estudiantes de básica primaria que algún día sueñan con ingresar a la UT y a todos los que consideren que educarse es transitar los caminos de la igualdad y la paz, a que nos acompañen en este:
GRAN PACTO SOCIAL POR LA SALVACIÓN DE LA UNIVERSIDAD DEL TOLIMA.
(El) Estado de las cosas Oscar J. Ayala S. Docente Facultad de Ciencias Humanas y Artes
Naturalizar equivale siempre, o por lo menos poco falta, a neutralizar Jacques Derrida, Dónde comienza y cómo acaba un cuerpo docente Detalle de El modelo rojo (1935-1936) de René Magritte
Tristeza: esa es la palabra que acude una y otra vez cuando pienso, cuando trato de entender la situación “actual” de la Universidad del Tolima. Tristeza por los proyectos de vida que trabajadores, profesores y estudiantes decidimos tener en esta universidad; una universidad que al menos en los últimos años (ya no), se nos mostró como una alternativa en la cual podíamos estar para construirlos. (Tristeza) en algún momento tomamos la decisión de construir un proyecto de vida, del cual se espera (¿un proyecto de vida da espera?) que atraviese todo un conjunto de estructuras: vitales (esas que hablan de mantenerse en un mundo supliendo las llamadas necesidades básicas); sociales (esas que nos permiten el desarrollo de nuestro ser en el mundo); intelectuales (esas que hacen que los pensamientos se confundan y crezcan junto del con-junto de personas que confluyen en una institución y que nos permiten hacer el mundo, hacer mundo). Es en esa decisión que trabajadores, profesores y estudiantes hemos confiado para estar “aquí”, en este preciso momento, “ahora”, en esta Universidad que parece no poder más consigo misma. (Tristeza) esa confianza que hemos depositado en nuestro fuero más interno a este proyecto de vida, nos ha sido robada, traicionada: hemos sido engañados. Y este engaño no puede dejar de pensarse por fuera de la permanencia en el tiempo que cada uno de nosotros ha tenido con su proyecto. Es un engaño que se siente para los que aún no han acabado de llegar y para los que (aún) ya han estado. (Tristeza) ¿Qué es lo que discutimos? ¿Qué es lo que debemos debatir? Hablemos de lo importante: el engaño. Nuestra confianza ha sido horadada en lo más profundo y no podemos olvidar, dejar pasar, hacer como si no estuviéramos aquí, voltear el rostro y jugar a que estamos trabajando, insistiendo en un modelo que trata de caer. Debemos exigir que las cosas que han sido (mal) hechas, que nos han puesto por fuera del juego, no se queden en el estado de la ficción. Tristeza que por lo (mal) hecho se diluyan
los proyectos en los que hemos confiado. (Tristeza) no podemos dar espera a la exigencia. Debemos exigir que el modelo que ya fue puesto en juego sea revisado. Debemos evitar que lo (mal) hecho no vuelva a ocurrir con la terca recurrencia de la costumbre. Lo debemos ante esa idea de universidad en la que confiamos, por la que decidimos estar y por la cual estamos, aquí y ahora. Debemos estar comprometidos a defender, a no dejar pasar, respetando los compromisos éticos que sufragamos cuando decidimos ser parte de una universidad. Exijamos que los modelos sean modelados por nosotros, por cada uno de nosotros que hace universidad. (Tristeza) dejemos de naturalizar todo lo (mal) hecho, lo mal hecho que hacen otros, esos otros que somos nosotros. Nos-otros mismos hemos permitido lo (mal) hecho, porque no quisimos estar para tomar decisiones, porque dejamos que todo lo (mal) hecho pasara por delante. Olvidamos que nosotros (nosotros que somos los otros) construimos universidad. (Tristeza) ¿Qué quedará cuando ya todo se haya desvanecido, cuando haya que iniciar desde las ruinas? Quedará, quizás, una nueva rutina, de la cual y con la cual tendremos que volver a comenzar, evaluando (¿llorando?) el costo que nos ha dejado este laberinto de (auto) destrucción en el que nos encontramos. (Tristeza (¿impotencia?)) no saber qué hacer cuando el deseo, esa moneda con la cual negociamos nuestro estar en el mundo, se usa para disolver la poca paciencia que nos queda: todo se tramita en recursos vagos de querer tomar lo que ya hemos perdido. Ahora nos une la (falta de) remuneración, sin la cual nos sumimos en la des-esperanza y por la cual no dejamos de pensar en qué vamos a hacer. Podríamos mientras tanto, mientras esperamos a que la ficción se restituya, considerar la máxima de Hamlet: ser o no ser, que para el caso que nos ocupa sería: renunciar o no renunciar, esa es la cuestión. (Tristeza (¿des-esperanza?) sí, lo único que debemos hacer es seguir insistiendo
tercamente (algún día quizás nos escuchen) en que cualquier funcionario que hace pública su función, de esos que juegan con las necesidades de todos, que están aquí y allá, no sigan como si nada, haciendo de la tristeza nuestro mayor capital, nuestra mayor miseria. 1 (Tristeza) y la que pierde, siempre, es la apuesta por la educación, por la dignidad , por lo político.
Coda Cuando todo estaba consumado y la “crisis” de la Universidad del Tolima ya no permitía ser ocultada, leí una columna de Ricardo Silva Romero publicada en periódico El Tiempo el día 26 de noviembre de 2015, que refleja el estado de las cosas con las cuales nos enfrentamos en estas empresas (sí, las universidades ya son empresas) públicas a “tempo todo”. La columna se llama Chequera (Leer en http://goo.gl/pFVMBB). Y este estado de las cosas lo pude corroborar –como la costumbre que nos hace colombianos- en su columna del día 26 de enero de 2016 Puesta en escena (Avenida Pepe Sierra, Bogotá) (Leer en http://goo.gl/jqSkQz) publicada en la edición internacional del periódico español El País. Ya ni la indignación nos alcanza para darle esperanza a la ética.
1. El día que finalizaban las vacaciones colecti-
vas de fin de año, a eso de las 9.30 p.m. recibimos en nuestros correos institucionales un “Comunicado” por parte de la “Administración” de la Universidad, en donde se intenta explicar la “situación que atraviesa la universidad pública del departamento”. En ese “Comunicado” a la vez que se informa que: “se espera que a más tardar en el mes de marzo la universidad se ponga al día con los compromisos de nómina y demás”, hace un “llamado respetuoso a la unión y al trabajo en equipo, porque tenemos claro que estamos pasando por una etapa difícil, la cual demanda nuestros mejores esfuerzos y trabajar de manera articulada en la búsqueda del bien institucional. Entre todos seguiremos brindando educación superior de calidad en la universidad regional con proyección nacional que el Tolima y Colombia merecen”. Si eso no es una ataque profundo a la dignidad, no sé qué otra cosa puede ser.
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La Universidad del Tolima no tiene quien le pague
Carlos Fernando Parra Moreno Docente IDEAD-UT Gabriel García Márquez, en su obra El coronel no tiene quien le escriba, muestra con un alto contenido macondiano y psicología nostálgica el paso a la vejez de un personaje que espera tímida, soñador y esperanzadamente una pensión salvadora que nunca le llegó, situación que enfrenta con su aire y físico quijotesco. Releyendo esta obra a mediados del año pasado, en pleno jolgorio de campañas, me llamó la atención un apartado que deseo compartir y que sentí muy propio a la hora de comprender la situación de la Universidad del Tolima, sentimiento que experimenté al llegar a laborar. Regresar a mi tierra, o venir de afuera, da pautas para comprender los problemas que atañen a la Universidad del Tolima, ya que muchos de los propios no los ven, o no quieren ver. El contexto de la cita en mención se presenta cuando el Coronel se acerca a su amigo el médico cada viernes, desde donde espera con ansias la embarcación que trae el correo con la carta autorizando su pensión, mientras que su amigo el médico recibe sus periódicos. En un momento de estos el médico lee los titulares y dice "Todavía el problema de Suez... el occidente pierde terreno"... al cual reacciona el Coronel con el siguiente comentario: "Desde que hay censura los periódicos no hablan sino de Europa. Lo mejor será que los europeos se vengan para acá y que nosotros nos vayamos para Europa. Así sabrá todo el mundo lo que pasa en su respectivo país". Llegado a la Universidad en 2014, y adscrito al Departamento de Estudios Interdisciplinarios del IDEAD, comencé a notar que
el dinero fluía por montones, y eso mismo me llevó a preguntar algo básico como economista: ¿y de dónde sale todo esto?, la respuesta general fue: estamos en bonanzas por recursos de la nación, del departamento, excedentes anteriores, entre otros. Más adelante vi que se comenzaba con procesos de acreditación y pregunté de nuevo ¿Si hay dinero para esto?; la respuesta general fue, que no solo había dinero, sino que además había "condiciones suficientes". En otro momento vi que el gasto en investigación se encontraba por encima de los $1,000 millones y de nuevo pregunté: ¿Qué tan alta y tan buena es la producción intelectual de los docentes de la UT?; la respuesta era de suponerse, me dijeron que excelente. En conclusión me sentí en una universidad de “otro mundo". Pasado un tiempo, comencé a notar que algunas cosas eran incoherentes: procesos lentos, burocracia a montón, estructuras organizacionales muy obsoletas, recursos congelados o desaparecidos, la famosa producción intelectual que apenas llegaba a 115 artículos indexados al año, la norma (sea cual sea) que no se cumplía a la letra y, fuera de eso, con más de 20 más años de atraso, reuniones largas y desgastantes que no llegaban a un punto, una campaña de decanos y rector que la verdad se me parecía a los pregoneros de una plaza de mercado, promesas venían e iban, pero nada de planeación y propuestas concretas y reales, una posición académica que se caía por su propio peso gracias a los resultados del MIDE, en fin, un sin número de asuntos que en estos días salen a flote
y que veía venir y de alguna forma advertí ante las personas encargadas de ello, pero solo quedó como comentario, la acción fue nula. Dado lo anterior, entramos en la crisis, que no es solo financiera y académica, esta aborda una mayor dimensión y escala como la conceptual, valores, academia y todo aquello que rodea la formación de las generaciones presentes y futuras de este departamento y de los foráneos que laboran o estudian aquí. Como tolimense me duele ver que cada día vamos hacia atrás en todo, y da mucha tristeza y poca esperanza, contraria a la del Coronel, que nos estancamos y vamos al fondo. Hoy duele ver el desgaste institucional, político, económico, financiero, social y ante todo de estatus o goodwill de la UT, del cual en este momento carecemos como tolimenses, que para nada nos deja bien plantados. Estamos ad portas de dar solución o por lo menos regresar a nivelar la bañera keynesiana de la universidad, estamos a un paso de comprender que ingresamos al siglo XXI y que el mundo nos ve, y que el mundo nos rodea, que sí necesitamos solucionar problemas locales o regionales (discusión que aún se hace en la Universidad y no se avanza) o como se denomine, pero comprendiendo y entendiendo que el conocimiento avanza al igual que la sociedad, y que no podemos enfrascarnos en discursos nacionalistas y patriotas mirando al pasado, esta es la oportunidad queridos miembros de la comunidad universitaria, de dar solución, porque no solo nosotros vivimos en la UT, futuras generaciones nos premiarán o nos juzgarán.
Universidad del Tolima: ¡académica, pública, autónoma! Diego Camilo Riaño Acosta. Docente Facultad de Ciencias Humanas y Artes
La razón de ser de la Universidad del Tolima, como universidad pública regional, es materializar el deber de formar en los niveles de la educación superior a los ciudadanos de Ibagué y el Tolima, desde una perspectiva integral, es decir, académica, científica, ética, humanista y ambiental. Al ser una universidad pública, también tiene el deber de brindar las garantías necesarias para el acceso y permanencia de los sectores de la población de estratos bajos. No solo se trata de formación académica, sino también de ciudadanos críticos y sensibles, capaces de comprender y aportar a unas mejores condiciones de vida, mediante la creación de conocimientos en un diálogo abierto y constructivo con la sociedad. No pueden existir universidades sin estudiantes, como no pueden existir universidades sin profesores. Las actividades docentes se complementan con la investigación y la proyección social, conformando una tridimensionalidad necesaria para el crecimiento cultural e integral de toda la comunidad local y regional. La investigación es fundamental, pues la universidad no puede ser tan solo reproductora de conocimientos y prácticas prestadas o apropiadas, sino espacio y plataforma de creación de nuevos conocimientos, ideas y prácticas, pensados desde el contexto espacial y temporal que nos corresponde. Y lo que se denomina proyección social, debería ser el espacio facilitador de diálogos de saberes y de soluciones participativas para los múltiples conflictos latentes y manifiestos de nuestra compleja realidad social. La participación de la universidad en procesos globales de intercambio de saberes, diálogo, trabajo en equipo, es un factor importante en el desarrollo integral de la misma, como también de la región y el país. Las fronteras político administrativas se desdibujan en el escenario de la globalización económica y cultural de nuestra era. La era del conocimiento y la información, de la cual hacemos parte de manera ineludible, no necesariamente tiene que asumirse alineándose con la visión neoliberal y su manera hegemónica de concebir la globalización, en donde todo se vuelve mercado y se somete a sus leyes, desde la salud hasta la educación. Disminución constante de lo público, recorte de los
aportes del Estado para la educación, recarga de los altos costos de la formación académica a la población, creación de un sistema de crédito excluyente y perverso, privatización disfrazada. Por otro lado, la presión creciente generada desde el gobierno nacional para someter a las universidades a unos estándares de calidad de la educación superior, orientada a la creación de conocimiento técnico y científico y a la cualificación de capital humano al servicio del crecimiento económico y productivo del país, en concordancia con las orientaciones neoliberales, ha llevado a una sobrevalorada competencia por lograr acreditaciones. Esta política llevó a la Universidad del Tolima a destinar de manera desfasada sus recursos, porque privilegió la conformación de una robusta nómina burocrática y tecnocrática en detrimento de los procesos académicos. Y en este sentido, su fracaso fue rotundo: la UT quedó entre las diez peores en el reciente estudio del Ministerio de Educación sobre universidades en Colombia MIDE, posición que dejó en evidencia la torpeza con que se manejó el proceso de acreditación institucional. A lo anterior se suma el hecho de que el rector José Herman Muñoz y su equipo han demostrado una constante improvisación en los temas académicos y administrativos, marcada por una actitud ajena al diálogo y a la construcción colectiva y democrática del devenir de la Universidad, lo que también evidencia su ineptitud y su incapacidad para trabajar por una universidad transparente y viable en términos financieros. Es preciso anotar que los Decanos y los cuerpos colegiados como los Consejos Académico y Superior también tienen responsabilidad en esta crisis. Las medidas propuestas por el rector en su plan de austeridad afectarían de modo grave las condiciones necesarias para un buen desarrollo de los procesos académicos, y no afectan de manera significativa el altísimo costo de la nómina administrativa. Por ejemplo, la limitación impuesta a los grupos de investigación respecto a la contratación de asistentes y de apoyo financiero solo para grupos reconocidos por Colciencias es un golpe a la autonomía universitaria, y a las posibilidades de acceso a
los escasos recursos a los nuevos grupos y jóvenes investigadores, o a aquellos que no se quieren alinear con las cuestionables políticas de investigación oficiales de Colciencias. Es preocupante también la suspensión de las comisiones de estudio para los docentes, ya que incluso está consagrado en el Estatuto Docente el derecho a la promoción y cualificación de los profesores, pero sobre todo porque esta cualificación es necesaria para el mejoramiento y crecimiento académico de la Universidad, por los aportes que estos profesores traen al ámbito de la vida académica, y por ende a la ciudad y la región. A estos factores relativos a la administración actual, hay que sumar otros que se remiten a currículos ocultos y prácticas naturalizadas en el pasado que determinan y condicionan el estado actual de la Universidad del Tolima. Preminencia y privilegio de una visión agropecuaria de la academia acorde con la vocación agropecuaria promovida por las élites de la región, perpetuación de políticas tradicionalistas y clientelistas en cargos académico-administrativos disfrazados de una débil democracia, visión feudal parcelaria del campus y del conocimiento mismo, reflejado en una ausencia de comunidad académica y de espacios investigativos interdisciplinarios, concepción de los estudiantes como menores edad en términos de la mayoría de edad kantiana, incapaces de investigar, caóticos, débiles como interlocutores políticos. Pese a este oscuro panorama, o gracias a él, se empieza a percibir un movimiento de conciencia y transformación. Por ello considero urgente y necesario asumir la fundamental consigna de la autonomía universitaria, el deber y el derecho a definir nuestro ethos universitario. Es necesario dignificar y fortalecer nuestra universidad pública regional, como también es necesario defender la premisa de una mejor academia como eje central de la existencia de la Universidad del Tolima.
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La Política, otra dimensión de la crisis en la Universidad del Tolima Carlos Arturo Gamboa Bobadilla Docente IDEAD-UT Vicepresidente ASPU-Tolima
Es al filósofo Platón a quien se le atribuye la siguiente frase: “El precio de desentenderse de la política es el de ser gobernado por los peores hombres”, enunciado que contiene una verdad aterradora. Sobre la Universidad del Tolima se han dicho muchas cosas durante el último semestre, casi todas relacionadas con la crisis financiera y presupuestal por la que atraviesa, pero pocos de los análisis y propuestas de salida planteadas retoman el tema del gobierno, del ethos universitario y de la política. Como entidad regional, la Universidad del Tolima ha estado instalada y permeada por una clase dirigente inferior a su compromiso. No hablamos hoy de esos insignes liberales radicales del siglo XIX que tanto renombre le dieron al departamento; hablamos de un grupúsculo de personajes, cuya distinción de colores y partidos no los hace diferente en sus actuaciones, casi todos permeados por la corrupción, el clientelismo y la voracidad por lo público. Enormes guetos de electores que igual que sus patrones solo buscan el beneficio propio, las evidencias de sus desastrosas actuaciones se ven en la escasa infraestructura regional, la decadencia de las ciudades y pueblos, los atrasos en los mínimos vitales de bienestar de los habitantes y el deterioro de las finanzas del Estado. Ellos también han devorado la Universidad del Tolima, infiltrándose en la academia y poniendo el sagrado ejercicio de la educación superior en manos ineptas y langostas del erario. Pero, ¿y los actores universitarios qué han hecho para evitarlo? Lamentablemente muy poco. Los Directivos que se turnan el poder de mano en mano, son parte o se constituyen en parte de la burocracia regional, debido a la conformación del Consejo Superior Universitario, en donde la correlación de fuerzas hace casi imposible que una opción alternativa, con ideas universitarias y sin antojos depredadores, pueda acceder al gobierno y establecer un pacto colectivo académico. Como resultado se eligen rectores comprometidos con las burocracias locales, quienes pasan factura al posesionarse. Por su parte, los docentes, en su mayoría formados en regímenes educativos del mercado, ingresan con una idea de universidad basada en la productividad, acumulación de puntos y estándares de investigación, olvidando o restándole importancia a sus actuaciones políticas en defensa de lo público, desconectando el saber con la realidad de la transformación social, oficio que le compete por misión a los
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universitarios. De otro lado, los estudiantes, en su mayoría desentendidos de la desprestigiada política, se refugian en las redes buscando acortar el tiempo de su periodo de formación de pregrado, y van y vienen por el campus, ingresan presurosos a las aulas y miran con recelo todo tipo de expresiones de lucha y defensa de lo público, las que califican de “mamertadas”. Algunos pocos, más conscientes de los problemas, se refugian en organizaciones obsoletas que terminan sumidas en ejercicios electoreros, casi siempre dinamizadas desde el centro del poder político, es decir, desde Bogotá. Un número menor considera que fumar, beber, pintar paredes y armar un tropel cada seis meses, es suficiente para transformar la universidad pública; por eso muchos de ellos terminan al servicio del poder de turno, que cambia prebendas por gobernabilidad. Los trabajadores, quienes no tienen representación en el CSU, se limitan a ir a la deriva de las decisiones institucionales. Muchos de ellos no son conscientes de sus funciones dentro de lo público y algunos hacen parte de las redes politiqueras que han infiltrado el Alma Máter, recalcando que allí no importa la ideología, derechas, izquierdas y centros negocian por igual los silencios y cobran sus cuotas cumplidamente. No son todos, pero con los existentes es suficiente para poner en jaque la institución, porque como en la ciudad o el país, las mayorías sufren de apatía, la cómplice número uno del deterioro de lo público. Estas formas apolíticas de actuar son el abono para que germinen las crisis; y eso es exactamente lo que el panorama nos muestra en la Universidad del Tolima. Los últimos años fueron de silencios cómplices, salvo la voz reiterada y perseguida de la Asociación Sindical de Profesores y uno que otro actor aislado, lo que conllevó a la construcción de un gran telón que impidió ver el iceberg que se acercaba amenazante. Hoy, cuando el agua llega al cuello, no queda más que recordar la importancia de la acción política, de la consciencia del ethos universitario, de la función política e intelectual del docente, del compromiso institucional de los trabajadores y la rebeldía implícita de los jóvenes estudiantes. La crisis de hoy es también producto de haberlo olvidado o haberlo tranzado.
Las joyas de la UT * Pierre E. Díaz Pomar Docente Facultad de Ciencias Humanas y Artes
El 29 de febrero de 2016, después de semanas de intenso trabajo junto con sus asesores y equipo de gobierno, el excelentísimo, ilustrísimo y renombradísimo rector de la Universidad del Tolima, José Herman Muñoz Ñungo, presentó ante el honorable Consejo Superior Universitario la que él consideró una solución efectiva a la crisis financiera del Alma Máter: “Una campaña de donativos”. La idea convocaba al pueblo ibaguereño a colaborar con dinero en efectivo y joyas para recuperar las arcas fiscales de la UT arrasadas por la farra burocrática, la politiquería y el clientelismo. A pesar de lo disparatado de la propuesta, los miembros del alto organismo le dieron el aval con tal de impedir que las propuestas insurrectas de salida a la crisis, presentadas por profesores y sindicalistas, tuvieran acogida en la comunidad universitaria y fueran implementadas, dando al traste con las prebendas de las que los mismos miembros del CSU habían sido beneficiarios. “La Universidad del Tolima debe seguir siendo bastión político partidista y de ninguna manera, centro académico de alto prestigio”, afirmó uno de ellos. Victoria Santofimio, vicerrectora de imagen y publicidad universitaria, quedó a cargo de la organización de tan loable evento. Ordinaria pero jurada de alcurnia, Vicky, como la llamaban sus allegados, era muy conocida en los altos estratos de la sociedad ibaguereña por ser la promotora más entusiasta de cuanto bazar, reunión, fiesta, sancocho, paseo, coctel y agasajo requiriera la clase política del Tolima para conseguir los votos y respeto de la plebe en tiempos electorales. Por esas notables cualidades, Muñoz Ñungo no dudó ni un instante en designarla como cabeza de la nueva dependencia de la UT, creada para lograr, a como diera lugar, una imagen intachable de su administración. Vicky reservó el salón Alfonso López Pumarejo de la Gobernación del Tolima, donde se llevaría a cabo la recepción de los donativos, eligió entre la crema y nata del Departamento a quienes fueran dignos del acontecimiento y les hizo llegar su respectiva invitación: un sobre con borde dorado, logo de la UT y escudo de conmemoración de los 50, 60 o 70 años de la universidad. Contactó a la prensa local, compró los canastos en los que se recogería el dinero y las joyas donadas, contrató la casa de banquetes y a una orquesta de música tropical que daría el toque populachero al encuentro. La noche del evento, Vicky recibió a Jorge Alfredo Vargas, maestro de ceremonia, como si se tratara de un amigo de antaño: “Jorge Alfredo, cómo estás querido, un gusto volverte a ver”. Él, que nunca
la había visto, no le dirigió palabra alguna, le dio un beso displicente en la mejilla sudada y regordeta y continuó su camino rumbo a la tarima del salón. Vicky se paró en la entrada del salón y con cámara fotográfica colgando sobre su pecho recibió a las personalidades más selectas y distinguidas de la región, solicitándoles se detuvieran un instante para poder tomar la imagen que reposaría en el archivo institucional de la universidad. El lente registró ex oficiales de la policía y del ejército, arroceros, ganaderos, empresarios, exsenadores, modelos ibaguereñas, representantes del jet-set criollo, jugadores del Deportes Tolima, ambientalistas y hasta el mismo Gobernador, todos muy preocupados por la difícil situación que atravesaba la Universidad. Ya ubicados en sus respectivas mesas, la vicerrectora de imagen y publicidad comenzó a abordar a los invitados, uno a uno, para recoger en un canasto los billetes y las joyas que a bien se dignasen obsequiar. El caminar de Vicky se convirtió en una danza arrítmica que intentaba seguirle el paso a los bailarines de la orquesta tropical que llevaba más de 20 minutos en escena: batía los hombros, tarareaba canciones y levantaba la copa de aguardiente para saludar y brindar con gente que la ignoraba. Abrazaba a uno, besaba a la otra y movía su grueso cuerpo burlado por las damas que la miraban de arriba abajo, apostando qué cirugía plástica era la más notoria y grotesca de la auto declarada anfitriona. Al percatarse de que era el hazme reír de un grupo de mujeres reunidas en la mesa principal, la señora Santofimio encontró servida su venganza y contoneándose al ritmo que retumbaba en el recinto se dirigió hacia las excelsas damas: “bueno, bueno, queridas, ha llegado la hora de que demuestren el apoyo incondicional al Doctor Herman”. Paloma Laserna, dama de la casta conservadora del Tolima, quien no perdía oportunidad alguna para desmedrar de las mujeres de los miembros del Partido Liberal, no dudó en tomarse la vocería de la mesa aduladora: “No, mija, los maridos ya pusieron por nosotras”. “No señora, ¡cuál marido!, en estos tiempos las mujeres ya no dependemos de los hombres, así que vayan regalando cualquier piedrita”, replicó Victoria mientras hacía señas al camarógrafo del canal local de televisión para que registrara el momento en el que la esposa del gobernador, la mujer del alcalde y la acompañante de un ex oficial del ejército se desprendían, de mala gana, de algunas de sus joyas. Victoria Santofimio no podía de la dicha. El placer de la venganza le permitió disfrutar al máximo del tamal con arepa que se engullía, así como del baño de caché que se daba al estar sentada al lado de Jorge Alfredo, quien disfrutaba
de la presentación musical de Luilson Méndez, emulador de Charlie Zaa y estudiante de la Universidad del Tolima, reconocido como uno de los cien logros de la gestión de Herman Muñoz, por haber llegado a la tercera ronda del programa de TV: Yo me llamo. Era tanta la dicha de Vicky que no dudó en llamar al periodista de la tv local para que la grabara cantando “un disco más que tú vas a escuchar, un disco más que te hará recordar lalalala…” abrazada a Jorge, como llamaba al presentador en ese momento. Paloma Laserna, ya con unos tragos encima, interrumpió la escena y reclamó: “Oye Vicky, no puedo creer que tú como organizadora de este acto tan divino, no te hayas despojado de ese anillo con semejante esmeralda que tanto ayudaría a la única universidad que tienen los pobres de la región”. Y Victoria, queriendo salir del apuro, respondió ante cámaras: “es que tú, amiga, no te diste de cuenta, pero hace rato yo dejé una de mis joyas más preciadas en este canasto”. “Ayyyy Vicky, no no no, mira que todos te están mirando… la Universidad del Tolima te lo agradecerá por siempre”, dijo Paloma, convocando a sus amigas al coro: “Que se lo quite, que se lo quite, que se lo quite”. Vicky, puteando en sus adentros, empezó a preguntarse: “¿quién es el responsable de todo esto?, ¿a qué cuenta bancaria irá lo recolectado?, ¿qué harán con las joyas?, si así como estos se robaron la universidad, también deciden tumbarse lo donado en esta noche, ¿quién pagará los 40 millones que cobró Jorge Alfredo?” Vicky Santofimio safó de su dedo el anillo con esmeralda incrustada, lo soltó en el canasto de donación y esperó quedar por fuera de cámara para empezar a beber de manera desesperada y así calmar lo que consideraba una gran pérdida. Tiempo después, en una fiesta privada organizada por el Ministerio de Educación en la capital colombiana, Victoria Santofimio y su esposo llegaron al salón rojo del hotel Tequendama. José Herman Muñoz Ñungo, nuevo ministro de Educación, se levantó de su mesa para recibir a la pareja de ibaguereños. “Ole paisanos”, les saludó. Victoria no podía dejar de mirar una piedra verde resplandeciente en el dedo de la esposa de Muñoz Ñungo: “Mi-a, mi-a-ni, mi-a-ni”, tartamudeaba. “¿Qué dices querida Vicky?” le preguntó el ministro. “Mi-a, mi-a-ni, Mi a-ni-llo”. “Nada Herman”, respondió el marido, “Vicky está encantada con el anillo de tu esposa”. “Ahhh sí, lindo, ¿no? Un obsequio que le compré a mi mujer cuando me hicieron renunciar a la rectoría de la Universidad”. * Adaptación de la crónica “Las joyas del golpe” de Pedro Lemebel.
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La comedia de la Universidad del Tolima en la que la culpa es de la vaca Ricardo Andrés Pérez Docente Facultad de Ciencias Humanas y Artes
Desde la antigua Grecia, Aristóteles contempla la Universidad del Tolima con su visión de los géneros dramáticos y desde el análisis que hizo en su libro La poética1 , encuentra cómo en este campus mental y físico se desarrolla una comedia desde tres años antes del inicio de 2016. La comedia es aquel género en el que los humanos inferiores (inferiores en cuanto a que son como caricaturas, como remedos de las cualidades que debe tener un humano que tenga la vivencia de toda la 2 experiencia de la Paidea –educación, formación, integralidad del humanismo griego-) son los principales, son los protagonistas que tienen un poder que ejercen de manera innoble, como un raponero, un mentirosillo o un ladrón de partes de carros que aspira a convertirse en un Escobar (un patrón del mal) o en un gobernador de un departamento. Pero ahora solo tienen una Rectoría –léase Ratoría-, desde la cual ejercen sus designios como un Reyezuelo con sus Vicerreyezuelos, como un Ubu Rey 3 y su corte. Y en la comedia, su corte ha estado conformada por un Vicerreyezuelo Borrachín, cuya característica caricaturesca no es el beber en exceso, sino ejercer sus deberes desde su ebriedad irresoluta, peculadora e indolente con los recursos del pueblo, nunca con la ebriedad de la creación como lo haría Dionisio. Otro de sus Vicerreyezuelos con dos caras (porque la cambió en el tiempo), que hacía los presupuestos como un libidinoso Casanova que quería gastar sus recursos en el menor tiempo posible; y el otro Vice que era un ladino exsindicalista que quería llegar, sin objetar a su Rey, a una asegurada y pensionada vejez escritural. Después, el segundo período del Reyezuelo, trajo una nueva corte de Vices en la que claramente dos de ellos eran de su cofradía y el otro llegó como Mambrú, que no se enteró de cómo llegó a la guerra. Cuando se acerca el final, unos sátiros del
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pueblo reclaman al Reyezuelo y sus camarillas por los hechos cometidos; y dentro del mismo pueblo, saltan muchos que siguen en el espejismo de lo real, conducidos por los que suscitan el espejismo porque han comido de las dádivas del reyezuelo, todo reforzado con promesas y discursillos de la eterna rueda politiquera del país más feliz del mundo. Entonces en el reino de Altos de Santa Helena (más colonial el nombre, no se puede), en la hacienda de Altos de Santa Helena llega la hora de la definición y se hacen reuniones o asambleas del pueblo en las que se van volviendo irrefutables las pruebas que hacen desvanecer el espejismo, este ya no es el reino más feliz del mundo. Y la justicia ciega toca el rostro del Reyezuelo y los otros de su camarilla, pero no puede nombrarlos, porque la justicia además de ciega, se ha quedado muda del asombro y entonces el Reyezuelo, sus Vices y sus escuderos (que no dan la cara, sino que mandan mensajes desde la sombra, o desde el mismísimo fuego del Hades porque ellos sí son catoblepas –con pésimo aliento- y además ahogados –o abogados- en el fuego) defienden lo indefendible acusando a los rayos ultravioleta, a la contaminación ambiental o a los reyezuelos del país o del departamento de ser los únicos y exclusivos culpables de convertir el oro en bronce o la plata en mierda. Llegan emisarios de los reyezuelos del país, con poderes para revisar, e intenciones de intervenir. Intervenir para dejar al mismo reyezuelo tapando las plastas que ha dejado donde antes había plata. El reyezuelo es amigo de otras Vices o ministras que les interesa que el pueblo siga creyendo en espejismos, que no reaccione, que no se pronuncie, que no accione contra el remedo de monarquía disfrazado de democracia que mantiene a los mismos con las mismas. El pueblo está ahí, en el estado incipiente de ira mirando a ver qué hace. Ya algo hace pero lo quieren detener con la zanahoria delante del burro. Aferrado a su tronillo, el reyezuelo hará
muchas cosas por mantenerse. El pueblo y el coro claman su renuncia, pero se hace el que no escucha. En las tragedias analizadas por Aristóteles el personaje que actúa con altanería, egoísmo y comete hechos punibles, llega a la catarsis y reconoce lo que ha hecho; al verse en un espejo tiene la dignidad para actuar en consecuencia y asumir su culpa. Hay una expiación de lo cometido que no es religiosa, sino que es pragmática y ética, porque cuando se va el egoísmo se recupera la ética. En todo caso, todo hasta el momento en el reino de Altos de Santa Helena es una comedia. Entonces la culpa es de la vaca, no por lo que diga el libro de autoayuda, sino porque en el país más feliz del mundo (que se gana ese título a tiros y machete limpio), cuando se buscan los culpables estos son diluidos por la culpa de todos o la culpa del grupo. Llega el proverbial momento en que se dice “todos somos culpables” con la consecuente invitación a “ponerse la camiseta”; ¿será la de la reelección, o la camisa de fuerza de los manicomios? Hay otros géneros aparte de la tragedia, la comedia o la tragicomedia, pero para construirlos en Colombia hay que concientizarse, pensar y actuar con autonomía en el interés público, en lo común; que la semilla esté en la UT sin más reyezuelos, ni politiqueros y con lo que “ya se anuncia…”
1. Texto en el que se analizan principalmente las expresiones y componentes de la tragedia, la epopeya y con partes perdidas de la comedia y la poesía yámbica, uniendo también a las Artes en general. 2. Libro que estudia este concepto griego de Werner Jäger. 3. Obra de teatro satírica de Alfred Jarry.
La normosis académica: la enfermedad de la “normalidad” en la universidad Renato Santos de Souza Traducción: UniNómada, Colombia www.uninomada.co
La enfermedad ha estado siempre asociada a la anormalidad, a la disfunción, a todo aquello que escapa al funcionamiento regular. En el campo médico, la enfermedad es identificada mediante síntomas específicos que afectan al ser vivo, alterando su estado normal de salud. A su vez, la salud se identifica como el estado de normalidad de funcionamiento del organismo. En analogía con los organismos biológicos, el sociólogo Émile Durkheim propuso identificar la salud y la enfermedad en términos de hechos sociales: la salud se reconoce por la perfecta adaptación del organismo a su medio, mientras que la enfermedad es todo lo que perturba dicha adaptación. Según esto, ser saludable es ser normal, estar adaptado, ¿cierto? Pero no necesariamente: a pesar de Durkheim, se puede considerar que, desde el punto de vista social, ser demasiado normal puede también ser patológico, o puede conducir a patologías letales. Los pensadores alternativos Pierre Weil, Jean-Yves Leloup y Roberto Crema han llamado a esto normosis, la enfermedad de la normalidad, algo bastante común en el medio académico en la actualidad. Para Weil, la normosis puede ser definida como un conjunto de normas, conceptos, valores, estereotipos, hábitos de pensar o de actuar, que son aprobados por consenso o por mayoría en una sociedad determinada y que provocan sufrimiento, enfermedad y muerte. Crema afirma que un normópata es aquella persona que se adapta a un contexto y a un sistema enfermo, y que actúa como la mayoría. Y para Leloup, la normosis es un sufrimiento, la búsqueda de la conformidad que impide orientar el deseo al interior de cada uno, interrumpiendo el flujo evolutivo y generando estancamiento. Aunque fundados en un propósito de análisis personal y existencial, estos conceptos son muy pertinentes respecto a lo que se vive actualmente en las academias. Allí, a causa de la normosis, no es
solo el individuo quien se enferma, quien se estanca, quien deja de realizar su potencial creador, sino el conocimiento mismo. Y no solo en Brasil; también en todas partes del mundo. Peter Higgs, Premio Nobel de Física de 2013, sostuvo recientemente que, en el medio académico actual, alguien como él no tendría lugar, que no sería considerado suficientemente productivo y que, si por eso fuera, probablemente no habría descubierto el Bosón de Higgs (la “partícula de Dios”), descrito por él en 1964, pero solamente comprobado en 2012, casi cincuenta años después. Con la entrada en funcionamiento de una de las mayores máquinas construidas por el hombre, el acelerador de partículas Large Hadron Collider. Higgs le contó al periódico The Guardian que en su Departamento él era considerado una “vergüenza” por su baja productividad académica en publicaciones y artículos, y que si no fue despedido fue por la inminente posibilidad de que ganara algún día el Premio Nobel en caso de que su teoría fuera comprobada. Él reconoció que, en tiempos como los nuestros, donde predomina la obsesión por las publicaciones al ritmo de “publica o muere”, no tendría ni tiempo ni espacio para desarrollar su teoría. En su época de investigador, no solo el ambiente académico era otro sino que él mismo era un desadaptado, un anormal, una especie de disidente que trabajaba solo en un área fuera de moda: la física especulativa. De modo que también su teoría es fruto de una saludable “anormalidad”. Aunque no me sorprenden, las declaraciones de Higgs me parecen en todo caso estremecedoras: es decir, con los sistemas meritocráticos actuales de evaluación y arbitrajes, que privilegian la producción de artículos y no de conocimiento o de pensamientos innovadores, uno de los mayores descubrimientos de la humanidad en las últimas décadas, que le representó a Higgs el Nobel en 2013, probablemente no habría ocurrido, como ciertamente muchos otros avances científicos e intelectuales están dejando de ocurrir a causa de los sistemas actuales de evaluación de la “productividad en investiga-
ción”. He ahí la normosis académica cobrando su mayor víctima: el conocimiento mismo. Por lo demás, nunca se usó tanto la autoridad del Nobel para señalar los desvíos enfermizos de nuestro sistema académico y científico como en 2013. Randy Schekman, uno de los ganadores del Nobel de Medicina de ese año, en un artículo reciente en El País, acusó a las revistas Nature, Science y Cell, tres de las mayores en su área, de representar un verdadero obstáculo para la ciencia al usar prácticas especulativas tendientes a garantizar sus mercados editoriales. Schekman menciona, por ejemplo, la artificial reducción en la cantidad de artículos aceptados, la adopción de criterios sensacionalistas en la selección de los mismos y una absoluta falta de compromiso con la cualificación del debate científico. Y afirmó que la presión para que los científicos lleguen a publicar en revistas “de lujo” como estas (consideradas de alto impacto) los induce a preferir campos científicos de moda, en vez de optar por trabajos más relevantes. Esto explica la afirmación de Higgs sobre la improbabilidad del descubrimiento que lo hizo merecedor del Nobel en el mundo académico actual. El propio Schekman publicó mucho en esas revistas, incluidas las investigaciones que lo llevaron al Nobel: a diferencia de Higgs, que era un disidente, Schekman sufrió ya de normosis. Sin embargo, ahora laureado, optó por su propia cura y prometió evitar estas revistas de ahora en adelante, sugiriendo no solo que todos hagan lo mismo, sino también que eviten evaluar el mérito académico de otros en la producción de artículos. Necesitó un Nobel para liberarse de la enfermedad. La normosis académica actual se debe a la meritocracia productivista implantada en las universidades, cuyos instrumentos diseñados para garantizar la disciplina y esa enfermiza normalidad son, en el caso de Brasil, los sistemas de evaluación de investigadores y de programas de posgrado, comandados principalmente por el CAPES y el CNPq. En las últimas décadas, estos sistemas han convertido a profesores
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y estudiantes en productores burocráticos de artículos, apartándolos de los problemas reales de la ciencia y de la sociedad, así como de la búsqueda de conocimientos y pensamientos realmente nuevos. La exigencia de productividad es un estímulo a favor del status quo, que obstruye la creatividad, la iniciativa, el sentido crítico y la innovación, pues innovar, crear, emprender, salirse de lo normal puede ser peligroso, arriesgado e incierto cuando se tienen metas productivas por cumplir; por tanto, no es deseable: es más seguro hacer “más de lo mismo”, que es a lo que la normosis académica condenó a las universidades y a sus integrantes en todo el mundo. En un artículo que escribí en 2013, afirmé que la meritocracia conduce a una ilusión de eficiencia y de progreso que no puede cumplirse, porque las meritocracias modernas son burocracias. Como bien lo enseñó Max Weber, la burocracia es una fuerza modeladora ineludible cuando se racionaliza y se reglamenta cualquier campo de actividad, como es el caso del sistema científico actual. El sistema fue creado supuestamente para discriminar por mérito a personas y organizaciones académicas, y sobre esta base se montó un sistema tal de reglas, criterios evaluativos, jerarquías de valor, indicadores, etc., que la burocratización de las actividades académicas se volvió inevitable. En la actualidad es este sistema el que orienta las actividades de los académicos, apartándolos de sus propios valores, deseos y convicciones, para que actúen en cambio en función de la conveniencia en relación con los procesos evaluativos, con el fin de mantener bajo control los beneficios o castigos que tales procesos les imponen. Bajo los regímenes de evaluación meritocráticos los académicos se convierten en burócratas comportamentales; y burócratas, como se sabe, por la primacía de la conformidad organizacional a la que se someten, volviéndose inexorablemente impersonalistas, formalistas, ritualistas y renuentes a los riesgos y a los cambios. Se vuelven normópatas, prefiriendo, en el caso de la academia, una producción sin significado, sin relevancia, sin sustancia innovadora pero segura, antes que aventurarse inciertamente en procura de lo nuevo. Ahora, después de haber escrito esto en
aquel artículo, descubro que el Nobel de Medicina de 2002, el surafricano Sydney Brenner, en una entrevista de febrero de 2014 para la King’s Review, afirmó exactamente lo mismo . Entre otras cosas, sostiene que las nuevas ideas en la ciencia son obstruidas por los burócratas de la financiación de las investigaciones y por profesores que les impiden a los estudiantes de posgrado seguir sus propias propuestas de investigación. Al menos es alentador darse cuenta que esta realidad insólita no es tan solo una versión tercermundista de la búsqueda tardía y equivocada de un lugar al sol en el campo académico actual, sino una deformación que azota también a los “grandes” de la arena científica mundial. Y también lo es constatar que los laureados con el Nobel se hayan percatado de esto y lo hayan denunciado al mundo. De cierta forma, todos en la academia sabemos que estos sistemas de evaluación académicos han llevado a un productivismo estéril, pero eso no ha bastado para cambiar ni las conductas personales, ni las directrices del sistema, porque la normosis es una enfermedad colectiva, no individual: proviene de la necesidad de legitimación del individuo frente al sistema de reglas, normas, valores y significados que se le impone. Es por eso que el investigador australiano Stewart Clegg afirmó alguna vez que “los investigadores que buscan legitimación profesional pueden con mucha facilidad ser presionados para aprender más y más sobre problemas cada vez más anodinos e irrelevantes, y a investigar más y más sobre soluciones que no funcionan”. Pero ahora me asalta una pregunta curiosa: ¿por qué tantos galardonados con el Nobel han denunciado este sistema? Porque, según creo, debido a la altura de la distinción recibida, ya no tienen ningún compromiso con la meritocracia académica y pueden hablar libremente del daño que ella causa a ideas tan genuinamente innovadoras que pueden incluso ameritar los laureles. Pero también porque el Nobel escapa a la lógica de la meritocracia, no es un mecanismo meritocrático, por tanto, no es burocrático. ¡Es incluso más de tipo político que meritocrático y burocrático! Es un reconocimiento de “mérito” sin ser una “cracia”. O sea que no hay, a través suyo, un sistema de
gobierno de las actividades científicas, y por eso no conduce a una racionalidad formal, pues nadie que esté en sus cabales basaría su actividad académica cotidiana sobre la improbable meta de ganarse, tal vez ya en la vejez, el premio Nobel; y aún si tuviera este excéntrico propósito como pauta, tendría que escapar de la meritocracia que gobierna los sistemas científicos actuales para llegar a un lugar reconocidamente distinto, pues ser normal no conduce al Nobel. Pero no es ese el mundo de la vida de los seres académicos de hoy. En dicho mundo vivimos bajo una meritocracia burocrática, y en un contexto semejante poco sirven las advertencias de la editora en jefe de la revista Science, Marcia McNutt, publicadas en el periódico Estadão, cuando afirmaba que la ciencia brasilera debe ser más valiente y osada si quiere ganar en importancia en el escenario internacional. Según ella, para crear esa valentía es preciso aprender a correr riesgos y aceptar la posibilidad del fracaso como un elemento inherente al proceso científico. Pero cuando las personas son castigadas por el fracaso, o cuando están enseñadas a que fracasar no es un resultado aceptable, dejan de arriesgar; y quien no arriesga no produce grandes descubrimientos, solo produce ciencia incremental, de bajo impacto, que es según McNutt el perfil general de la ciencia brasilera en la actualidad. Tal es la normosis académica “a la brasilera” vista desde afuera. A fin de cuentas, somos todos normópatas en un sistema académico de formación de investigadores y de producción de conocimientos que está enfermo, y nuestra normosis académica ha hecho naufragar el pensamiento creativo y la iniciativa para lo nuevo en nuestras universidades. Sin ellos, empero, no hay ningún futuro significativo para la vida intelectual dentro de dichas instituciones, ya sea en el campo de las ciencias o en el de las artes.
Señor Rector José Herman Muñoz, si aprecia a la Universidad del Tolima: renuncie.
Profesor José Herman Muñoz, Rector Universidad del Tolima.
Cordial saludo:
Durante casi todo el año 2015, y lo que ha transcurrido del 2016, la Universidad del Tolima va de zozobra en zozobra debido a una crisis que se agudiza cada vez más, crisis que usted y su equipo Directivo se negaron a aceptar reiteradamente. Es necesario empezar por recordar que los profesores somos un estamento siempre dispuesto a la construcción y defensa de la Misión de la universidad pública, en este caso el Alma Máter de los tolimenses en donde decidimos construir un proyecto de vida para la sociedad y para nuestras familias. En ese sentido, no entendemos cómo no se construyeron alertas y alternativas a la desfinanciación que hoy lleva a la Universidad del Tolima a una sin salida, privando con ello la posibilidad de formación de miles de jóvenes colombianos, pues entendemos que nuestra universidad hace presencia no solo en la región, sino en muchos departamentos del país. Hoy es imposible aceptar que una crisis de tal magnitud no fuera posible de antecederse, que no se tomaran las acciones correspondientes para evitarla o aminorarla, y que su equipo de asesores y directivos no hubiese planificado y ajustado el gasto a las realidades institucionales. De igual manera, no podemos aceptar las afirmaciones en torno a que fuimos los docentes los causantes de tal desbarajuste fiscal y que se pretenda ahora, mediante planes desesperados de ajustes, hacer recaer la crisis en los trabajadores de base, los estudiantes, los docentes y la academia en general. No son aceptables las medidas que propone, como el desesperado intento por llevar a la Universidad del Tolima a concurrir en la Ley 550, la cual por experiencias como la Universidad del Atlántico resulta nefasta y a la larga no solucionan la crisis estructural; por el contrario, la ahondan en el tiempo. Igual situación se avizora en una posible aplicación de la Ley 1740, mediante la cual la Universidad del Tolima sería el conejillo de indias del Ministerio de Educación Nacional. Frente a este panorama adverso, y valorando que sus respuestas a la crisis no han sido concertadas con la comunidad, y menos diseñadas con un espíritu altamente universitario, los docentes reunidos en Asamblea Permanente habíamos manifestado no respaldar su gestión en días anteriores; pero hoy, viendo los nuevos escenarios planteados por usted y entendiendo su responsabilidad en todo este caos desatado, consideramos que no cuenta con nuestro respaldo, ni con la gobernabilidad en la comunidad académica, y que además es hora de que en un acto de dignidad dé un paso al costado. Señor rector José Herman Muñoz Ñungo, si usted aprecia la Universidad del Tolima: RENUNCIE, la mayoría profesoral se lo exige. Profesores Universidad del Tolima, Asamblea Permanente, febrero 1 de 2016.