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El poder de las emociones en la empresa

Por: Aldro Álvarez Cruz, Consultor Empresarial y Conferencista. Director de Capacitación y Competitividad Empresarial en la empresa Mi Gasolinera. Past President de Competencia Gerencial Internacional. www.aldroalvarez.com

Aldro Alvarez Consultor Aldro Alvarez Cruz

¿Qué nos hace perder los estribos dentro del trabajo? ¿Cómo podemos encontrar un equilibrio entre las emociones y la mente racional, que juegue a nuestro favor? ¿Por qué podemos perder todo ante una emoción desbordada, mal manejada sin darnos cuenta?

Hoy, una habilidad que hemos dejado de lado por impulsar otras como el manejo de la presión y el estrés, la capacidad innovadora, la facultad para hablar frente a público y demás, es la de la inteligencia emocional, o mejor traducido como la administración de nuestras emociones.

Imagine la siguiente escena (muy parecida a la realidad o lo que puede decirse, del anecdotario): “un joven ejecutivo titular de una dirección dentro de una empresa, entra a una reunión con su superior y sus pares, donde tiene que negociar el presupuesto que le será asignado para este año. Cabe señalar que los pares de este joven ejecutivo son personas que tienen muchos más años que él de experiencia en la empresa, por lo que saben la estrategia para lograr obtener el recurso para sus direcciones.

Durante la reunión, los otros directores exponen sus motivos y logran ir obteniendo de a poco, la cantidad de presupuesto que requieren para sus áreas y hasta un poco más, dejando un poco molesto y desesperado al joven ejecutivo, quien de repente, y cansado de ser ignorado y no tomado en cuenta en la reunión, explota, señalando que él no va a estar en reuniones donde no haya equidad para la toma de decisiones y por lo tanto, se levanta de la reunión, sale de la sala de juntas y azota la puerta, dejando a todos atónitos por su reacción”.

Esta anécdota da mucho material para poder entender como un mal manejo de las emociones nos puede hacer perder en los negocios: una toma de decisiones, una negociación, la queja de un cliente, el retraso en la entrega de algún insumo de nuestros procesos e infinidad de momentos clave dentro de la empresa.

¿Fue la reacción adecuada por parte de nuestro joven ejecutivo ante la presión que estaba recibiendo de sus compañeros y del entorno? Probablemente diríamos con seguridad que no. Que fue la reacción menos aconsejada, ya que él debía mantener una postura neutral y no dejarse llevar ni enganchar por las cosas que no se le estaban acomodando dentro de la reunión.

Red Flags

¿Pudo haberlo hecho de una mejor forma? Si, totalmente. Cuando nos sentimos desbordados por una emoción (sea positiva o en este caso, negativa) existen varios puntos (red flags) que nosotros mismos conocemos que son previas a explotar.

Si en este caso, el joven ejecutivo empezó a darse cuenta que su molestia iba incrementándose a medida que la junta iba avanzando y que notó ciertos cambios en su estado de ánimo y en algunas ocasiones hasta cambios corporales (sudoración, enojo, la “cabeza caliente” como dicen algunos) eran indicadores claros de que algo no estaba funcionando bien y que iba a detonar en algo peor. Quizás el consejo general sería: ¡aléjate lo más que puedas y regresa cuando estés más tranquilo!

Infortunadamente, nadie nos indica que hacer en estos momentos y como no “explotar” de la nada y asumir las consecuencias que pueda traer eso. Las emociones representan una respuesta intensa y breve para estímulos agradables o desagradables que experimentamos en nuestras vidas. Y en nuestro trabajo del día a día, estamos expuestos a ellas de forma impresionante por todo lo que nos rodea en nuestro entorno:

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