La liberación del mundo

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Kosmos = mundo Lo que nosotros llamaríamos el “universo”, en hebreo se expresa con la frase “el cielo y la tierra”; sólo en hebreo tardío se emplea olam “edad” para significar “mundo”. El griego, sin embargo, encontró en kosmos, “mundo”, un término adecuado para expresar el concepto helenístico del orden del universo. Si los LXX adoptaron este término, pudo ser por deseo de fidelidad al pensamiento hebreo, tal como se expresa en el Génesis, donde se dice que en el principio Dios puso orden en los cielos y en la tierra. En 1, 3. 10; 17, 5. 24, Juan se muestra legítimo heredero del pensamiento bíblico al reconocer que el mundo fue creado por Dios y, específicamente, por la palabra de Dios. Gn 1, 26 describe al hombre como culminación de la obra creadora de Dios; Gn 2 presenta a la creación animada como puesta al servicio del hombre; Eclo 17, 2 dice que Dios otorgó al hombre poder sobre las cosas que hay en la tierra. El mundo, por consiguiente, alcanza su pleno sentido en relación con el hombre, que fue creado a imagen y semejanza de Dios. Su sentido último le viene del hombre; alaba a Dios a través de él o se pervierte a causa de su pecado. El pensamiento bíblico no duda en atribuir las bendiciones materiales a la observancia de los mandamientos de Dios y las catástrofes naturales a los pecados del hombre (Dt 28, 39-40).


Hemos de tener en cuenta la idea bíblica de que el pecado de Adán tuvo repercusiones negativas sobre el mundo. Puede que las tinieblas no llegaran a vencer a la luz, pero antes de la venida de Jesús en el mundo predominaban las tinieblas (Jn 1, 5). En Rom 8, 22; Gál 4, 3, Pablo contempla la creación como con dolores de parto y ansiosa de ser liberada. Satanás es el Príncipe de este mundo (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11). Sin embargo, en el pensamiento joánico se advierte con claridad que el mundo no se ha vuelto malo en sí mismo, sino más bien que está dirigido y dominado por el mal. Jn 3, 16 dice que Dios amó al mundo y no quiere que perezca. Sobre todo en la primera mitad del evangelio (Caps 1-12) hay muchas referencias a la bondad de Dios y a sus planes salvíficos para con el mundo. Jesús fue enviado por el Padre para salvar al mundo (3, 17; 12, 47) y para dar la vida al mundo (6, 33.51). Jesús es el salvador del mundo y el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (1, 29). Ha venido como luz del mundo (8, 12; 9, 5) para dar testimonio de la verdad (18, 37). Ocultos en las tinieblas había algunos elegidos de Dios que salieron a la luz que brilla en Jesús. Para los que, por el contrario, prefirieron las tinieblas, la venida de Jesús, que es la luz al mundo sólo ha servido para endurecer su obcecación y su entrega al mal, con lo que se condenan a sí mismos (3, 19-20). La reacción de los que se apartaron de Jesús no se limitó a una repulsa, sino que degeneró en oposición abierta. En consecuencia, conforme avanza el ministerio, y sobre todo en la segunda mitad del evangelio, “el mundo” se identifica cada vez más con los que se han vuelto contra Jesús bajo la guía de Satanás, a partir de este momento, “el mundo” entraña una fuerte nota de hostilidad. La venida de Jesús ha sido como un juicio sobre el mundo (9, 39; 12, 31) y sobre los hijos de las tinieblas que en él viven (12, 35-36, 1 Jn 2, 9-10). Tan fuerte es la influencia del Príncipe de este mundo que 1 Jn 5, 19 exclama que todo el mundo está bajo el poder del Malo. Jesús y sus seguidores no pueden ser de este mundo, pues el mundo se ha hecho incompatible con la fe en Jesús y con el amor a Jesús (Jn 16, 20; 17, 14. 16; 18, 36; 1 Jn 2, 15). El Espíritu que Jesús envía es también incompatible con el mundo y hostil a él (Jn 14, 17, 16, 8-11). En pocas palabras, el mundo odia a Jesús y a sus seguidores (7,7; 15, 19; 1 Jn 3, 13).


En la lucha entre Jesús y el mundo, Jesús vence al mundo en la hora de su pasión, muerte y resurrección (16, 33) y expulsa al Príncipe de este mundo (12, 31). Sin embargo, el desarrollo de esta victoria contra el mundo continúa después de la partida de Jesús. Jesús envía a sus seguidores al mundo (17, 18) y la fe que ellos tienen en Jesús vencerá al mundo (1 Jn 5, 4-5). Su objetivo es conseguir que el mundo crea en Jesús y reconozca que ha sido enviado por el Padre (Jn 17, 21. 23). El mundo y sus atractivos pasarán ante el desafío de Jesús y los suyos (1 Jn 2, 17).

Leamos Juan 18, 33-37: “33Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: ‘¿Eres tú el Rey de los judíos?’ 34

Respondió Jesús: ‘¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?’

35

Pilato respondió: ‘¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?’

36

Respondió Jesús: ‘Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos:


pero mi Reino no es de aquí’. 37

Entonces Pilato le dijo: ‘¿Luego tú eres Rey?’

Respondió Jesús: ‘Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz’”.

El pasaje coloca frente a frente a dos reyes. Pilato, quien representa al emperador romano, es el hombre que detenta en Judea el máximo poder y es el único que puede aplicar la pena de muerte, él tiene derecho sobre la vida y sobre la muerte. Jesús, quien llega atado como un malhechor, se presenta a sí mismo como un Rey, pero de un tipo distinto al de Pilato. Jesús aparece sometido a la autoridad de Pilato (“Tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?”; 19,10), pero –como se concluirá de los interrogatorios- este poder no es decisivo (“No tendrías sobre mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba”; 19,11). La confrontación entre Pilato y Jesús es extensa en relato de la Pasión. Hoy nos vamos a detener solamente en uno de los interrogatorios (18,33-37), el cual se desarrolla básicamente a partir de tres preguntas que provocan un triple pronunciamiento de Jesús: - “¿Eres tú el Rey de los judíos?” (18,33)


- “¿Qué has hecho?” (18,35) - “¿Luego, tú eres Rey?” (18,37). El pasaje va alternando pausadamente en tres ocasiones el esquema preguntarespuesta. Las tres preguntas y respuestas, además, están concatenadas. La pregunta inicial coloca en primer plano el tema principal, el “reinado de Jesús”, tomando como base las acusaciones recibidas. Ésta lleva a que, en las sucesivas preguntas, Jesús asuma la responsabilidad de su misión (el “hacer” de Jesús) y que explique qué tipo de Rey es Él (nótese que en la tercera pregunta ya no se dice que es “Rey de los judíos” sino simplemente “Rey”). El énfasis de pasaje recae sobre la respuesta a la tercera pregunta. (1) La primera pregunta (18, 33-34) Jesús le responde con otra pregunta, confrontándolo así sobre su actitud. Pilato, como todo verdadero juez, debe estar seguro si lo que dice viene de su propio conocimiento o simplemente está repitiendo lo que otros sostienen (que es grave). El acusado interpela la conciencia del acusador. Un juez tiene la responsabilidad de verificar con exactitud las acusaciones. De esta manera, Jesús comienza poniendo en cuestión la autoridad de su juez. (2) La segunda pregunta (18,3 5-36) La segunda pregunta que Jesús debe responder está precedida por otra en la que está supuesta la repuesta (“¿Es que soy judío?”, 19,35; y es claro que no). Pilato demuestra que tiene conciencia de cuál es su deber, que no es responsable de las valoraciones de los otros, y le lanza a Jesús la pregunta que debía haber hecho desde el principio, para mostrar que no está haciendo un juicio sumario. Para emitir sentencia hay que dejar que el acusado haga su propia declaración. Por eso: “¿Qué has hecho?”. Jesús no le da a Pilato la lista de todas las actividades de su ministerio público, sino que le presenta globalmente su obra. En su respuesta repite tres veces “Mi Reino no es de este mundo” (18, 36 abc). Trata de


decirle que su reino no tiene nada que ver con territorios, ni con ejércitos, ni con hacienda pública, ni con nada de lo que caracteriza al imperio o cualquier otro tipo de reino terreno conocido. La prueba es que sus discípulos no han combatido para evitar la captura, oponiendo violencia a la violencia. (3) La tercera pregunta (18, 37) Jesús acaba de decir qué tipo de Rey no es. Esto provoca la pregunta siguiente de Pilato. Jesús responde con tres afirmaciones: (a) Primero confirma: “Soy Rey”. (b) Luego explica la naturaleza de su reino: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”. (c) Finalmente invita a acoger su reinado: “Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Subrayemos la segunda afirmación: la razón de ser de su nacimiento y su venida al mundo es el testimonio de la verdad, en esto consiste su obra como Rey. ¿Qué quiere decir Jesús? No toda persona puede dar testimonio, sino solamente quien tienen un conocimiento, una experiencia directa (con sus ojos, sus oídos, su presencia misma, etc.) de aquello que declara. Ahora bien, la “verdad” que Jesús testimonia no es cualquier verdad, es la verdad sobre Dios. Él lo puede hacer porque tiene acceso directo a Dios y con Él ha vivido desde la eternidad una íntima comunión (ver Juan 1,1-2). Por eso Jesús puede dar a conocer a Dios como nadie más lo puede hacer. ¿Y esto qué implica? Pues si, como muestra constantemente la Biblia, el rey es el pastor de su pueblo, es decir, aquel cuya función es hacer posible la vida de su pueblo, de preocuparse para que las condiciones de vida de su pueblo sean las mejores posibles, entonces la obra de Jesús “Rey”, quien da testimonio a favor de la verdad, es abrirle a todas las


personas de la tierra el camino hacia la plenitud de vida, más allá de toda humana posibilidad. Jesús ejerce su reinado desde la Cruz, allí desde donde nos atrae definitivamente hacia la vida de Dios que Él conoció desde la eternidad y nos sumerge en la eterna comunión con el Padre y el Espíritu. Al dar testimonio de la “verdad”, JesúsRey crucificado hace reales las palabras: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10,10).


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