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Bienvenidos a vuestra nueva revista de terror, bienvenidos a FanZine, una revista que nace con la vocación de rellenar esos huecos que hay en vuestro tiempo libre, y quién sabe si robarle un pedacito de tiempo a la caja tonta, ese instrumento demoniaco que desde su posición privilegiada nos observa, nos controla, nos domina. Si sabes leer, esta es tu revista. Si no sabes leer, esta es tu revista. En FanZine podréis encontrar, a partes iguales, relatos literarios y comics, además de otras sorpresas e iniciativas que todavía ni hemos pensado, siquiera imaginado. La temática es el terror, el terror en toda su extensión, no solo el subgenero zombi. Y todo totalmente gratis, sin carnets, sin enchufes, sin indultos. Gracias a FanZine, las arcas del estado van a quedar tan exiguas como estaban, aunque suban el IVA de los libros. Eso sí, si queréis enviar un presente por Navidad, debéis saber que no tenemos oficina física.
El proyecto FanZine surge de la desamueblada cabeza de unos cuantos zombis, supervivientes, crápulas, criaturas de la noche y algún que otro psicópata con motosierra, para traeros un cachito de arte cada mes. Un proyecto nuestro y vuestro si tenéis algún tipo de inquietud artística que queráis sacar a la palestra. Sin mayor compromiso. Esperamos vuestras críticas, vuestros comentarios, vuestros improperios y vuestras colaboraciones, tanto en el blog como en la dirección de correo fanzinezombi@gmail.com ¡Mucha mierda para FanZine Zombi y para vosotros!
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BIZARRE BAR & COFFEE Juan Vicente Briega González La canción de Mumford & Sons llega a su fin en el iPod cuando el autobús realiza la parada obligatoria de cada viaje. El chico se levanta de su asiento agradeciendo dicha parada porque quería, perdón, necesitaba un cigarro. Nada más bajar del autobús, el frío se hace un hueco en sus huesos y el chico se encoge de hombros refugiándose en la cafetería. Se sienta en la barra y pide un café con leche, tras aceptar la negativa de la camarera a servirle un Machiatto, ya que ni siquiera conocía la palabra. El chico mira por la ventana mientras espera el café; observa al hombre de negocios, gordo como un león marino que se sienta a su lado en el autobús, bajar con dificultad del vehículo y apoyarse en una pared cercana para coger aire, luego saca el móvil y llama a alguien. Unos segundos después, bajan la madre y el niño que ocupan los asientos de atrás. El maldito niño que ha estado todo el camino dando pataditas en su asiento, y que le saca la lengua cuando pasa frente a él. El chico sonríe, casi sumiso. Cuando la camarera, tras tomarse su tiempo, llega con el café, el chico le da las gracias, y echa el azúcar suficiente como para asesinar aquel sabor a café rancio. Después, se queda mirando las noticias: mujeres maltratadas, deshaucios, un gol en el último minuto y lluvia para mañana. Nada nuevo. Mientras el chico apura las últimas caladas de su cigarrillo, la puerta de la cafetería se abre, y lo que tras ella entra, es digno de verse: un hombre con unas botas de piel de serpiente, con vaqueros negros de pitillo subidos hasta más allá de la cintura, con cinturón cuya hebilla es una guitarra, una camisa negra metida por dentro del pantalón, y tras las enormes gafas de pera, una delgadísima cara con unos ojos diminutos y un palillo en la boca para terminar de describir a la perfección lo extraño, hortera y adictivo 5
del personaje en cuestión. El tipo, que parece sacado de una película de Wim Wenders, se dirige con sus andares chulescos a la barra y pide una cerveza “bien fría”. La camarera se la pone de inmediato y el hombre le guiña un ojo, luego se da la vuelta, apoya los codos en la barra y mira sonriente al resto de gente en el local. Tras revisar una a una cada alma, fija su mirada en el chico que apaga su cigarro y termina su café, mientras mira las noticias. “Ese parece interesante”, piensa, y se dirige, cerveza en mano, a la mesa del chico. Cuando por fin llega a la mesa, se sienta sin preguntar, y mira al chico esperando una respuesta. El hombre suelta una carcajada, da un largo trago a su cerveza, la deja en la mesa de golpe, salpicando al chico, y tras esto suelta un enorme eructo, que hace que toda la cafetería se gire entre indignada y sorprendida. El hombre los mira orgulloso, y entonces empieza hablar: “Buenas noches”. No obtiene respuesta; “buenas noches” repite. Nada. Vuelve a sonreír y da un puñetazo en la mesa que hace que todos se giren de nuevo, “he dicho buenas noches”. El chico, que no tiene ganas de gresca, se dispone a levantarse de la silla, cuando el hombre lo agarra por el brazo y lo mira fijamente, “¿vas a algún sitio?” le pregunta; el chico por fin rompe el silencio: “mire, no tengo ganas de jaleo”, a lo que el hombre, sorprendido, y soltando una enorme carcajada, mucho mayor que la anterior, le contesta: “y ¿quién tiene ganas de jaleo? venga, siéntate muchacho, solo quiero largar un rato contigo, sobre la vida y esas cosas”. El chico, entre el miedo y la intriga, se sienta de nuevo. Al ver que el chico le hace caso, el hombre inicia su charla, o mejor dicho su monólogo: “Verás, llevo viajando muchas horas y necesito un descanso, como puedes ver ya estoy mayor; en fin, como te decía, necesito un descanso y una buena cerveza, y buena compañía. Son lo mejor para un hombre que solo quiere eso, ¿no crees muchacho?”. El chico asiente, mientras ofrece un cigarro al hombre, que se lo coge encantado. Este continua su charla: “Llevo tantas horas metido en mi Renault 19, con ese olor a tabaco y ambientador de pino, que casi había olvidado lo que es el calor humano. De hecho, hace años que dejé de sentir el calor humano, hace años que dejé de sentir nada; no te equivoques muchacho, no estoy muerto ni nada de eso. 6
No soy la chica de la curva (el hombre ríe con una risa bobalicona) me refiero a otro tipo de sentimiento, se podría decir, de una manera simple, que dejé de sentir amor por la gente y empecé a odiar el mundo y sus habitantes; no soy un mal tipo, no te creas, solo cumplo un mandato divino, algo que Dios o vete tú a saber qué o quién, me ha mandado desde vete tú a saber dónde”. El chico empieza a sentirse un poco incómodo con la conversación, y se reclina en el asiento, alejándose del hombre y su charla, que continua así: “No es que tuviera una aparición mariana ni nada de eso, solo que un día me levanté sabiendo, ojo sabiendo, que debía acabar con todas y cada una de las almas impuras del mundo, lo cual me llevaría trabajo, porque todas y cada una de las almas del mundo son tan impuras como la ramera más perra que puedas encontrarte en cualquier esquina. En fin, como te iba contando y resumiendo, yo mato gente”. Tras oír aquello, el chico se levanta de golpe, con la piel de gallina y blanco como el azúcar de su café, el hombre justo entonces saca un cuchillo y lo clava en la mesa, toda la gente en la cafetería se gira asustada al escuchar el golpe y sale corriendo a toda prisa.
Tras la estampida, solo quedan en el recinto el chico, el hombre y la camarera, cada uno en su lugar: el hombre sentado en la mesa con la cerveza en una mano y el cuchillo clavado en la mesa en la otra; el chico que mira asustado al hombre, de pie junto a la mesa, y la camarera, que contempla atónita la escena tras la barra.
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El hombre suelta el cuchillo, que sigue clavado en la mesa, y se levanta, apura la cerveza, y revienta la botella contra la pared, quedándose solo con un cristal afilado en la mano. Mira al chico, mira a la camarera, y se dirige hacia ella. Salta la barra con agilidad, y persigue a la camarera hasta la cocina, donde se ha resguardado cuando el hombre se dirigía a por ella. Mientras, el chico mira fijamente el cuchillo, y calcula las posibilidades: podría huir, que sería lo más sensato, y dejar a la camarera a su merced “se lo merece, por no tener Machiatto”, piensa el chico en un arrebato de ironía repentino. O podría coger el cuchillo, salvar a la camarera, y besarla apasionadamente al amanecer como un héroe con los huevos muy gordos. Por desgracia para él y por suerte para el transcurso de esta historia, el chico decide coger el cuchillo, y dirigirse lentamente a la cocina. A cada paso, el chico se pregunta porqué está noche en esta cafetería, lo cual le lleva a preguntarse porqué estaba volviendo a casa de sus padres en un cochambroso autobús, lo cual le hacía cuestionarse porqué su novia le dejó una semana antes, lo cual le lleva a la respuesta a todas esas preguntas: el miedo al compromiso, el miedo a dar el paso definitivo y madurar de una vez, “es hora de pasar de Machiattos, de iPods y de Mumford & Sons. Tal vez sea mi personalidad, pero es una mierda” piensa el chico mientras se acerca a la cocina, “pues es hora de poner los puntos sobre las íes, y hacer lo que debo hacer”. Justo en ese momento, y con la autoestima por las nubes, el chico entra de golpe en la cocina, y lo que allí encuentra es un espectáculo dantesco: el hombre tiene el cristal afilado clavado en el cuello y la cabeza metida en la freidora. De la herida no cesa de brotar sangre que mancha su camisa, la hebilla del cinturón en forma de guitarra, los vaqueros y las botas de piel de serpiente; lo siguiente que alcanza a ver, es aún peor que lo anterior, de rodillas, a los pies del hombre está la camarera, o lo que queda de ella. Ahora es una especie de criatura del infierno con la cara desencajada, los ojos vacíos, y una enorme boca repleta de afilados dientes. La criatura ha vaciado el abdomen del hombre, y mientras sus tripas, sus riñones y su hígado cuelgan del cadáver, el mons8
truo zampa orgulloso a su presa. Asustado, el chico deja caer el cuchillo, y el ruido hace que la criatura se gire y lo vea; el sudor recorre la frente y las mejillas del muchacho hasta llegar al cuello y más allá, la criatura se acerca a él con un andar patizambo, como si hubiese aprendido aquella misma noche, y cuando lo tiene a escasos centímetros, lo olisquea, y una asquerosa lengua atraviesa su cara, dejándole el rostro lleno de un líquido viscoso. Tras esto, la criatura suelta un aullido y sale corriendo. El chico la sigue por toda la cocina, y la ve lanzarse al interior de la nevera. Cuando por fin el joven llega a la nevera y la abre, lo que ve le aterroriza: un oscuro y ardiente mundo paralelo, unos monstruos surcando el cielo sobre dragones de gigantes alas que escupen fuego, cuerpos humanos que se arrastran sin piernas por aquel infierno, mientras otras criaturas, tan desagradables como la “antes conocida” camarera, les escupen o se los comen vivos. El muchacho, asustado, cierra de golpe la puerta de la nevera, y se aleja lentamente del electrodoméstico, de espaldas, mientras continúa mirándolo aterrorizado. Cuando se encuentra en la otra punta de la cocina, la puerta de la nevera se abre de repente, surgiendo de ella la camarera. A toda velocidad, se aproxima a él, lo atrapa entre sus garras, y se lo lleva volando, agitando con potencia sus enormes y membranosas, casi transparentes, alas negras, que han surgido de lo alto de su espalda tras un molesto crujir de huesos. Antes de cerrarse la puerta de la nevera, para siempre, solo se escucha el aterrador grito del chico.
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¡TÚ LA LLEVAS! Francisco Valverde (Valverdikon) Cuando uno se va haciendo mayor va olvidando paulatinamente detalles de su infancia, detalles vitales de tiempos pretéritos que quedan relegados, apartados por la vorágine de nuestra insana y antinatural vida diaria, enterrados entre el estrés laboral y las obligaciones familiares. Este también es mi caso, no soy especial en ese sentido. Muy lejos está ya el colegio público Amadeo Vives, treinta años atrás. De todo lo vivido, solo queda aquello que más te ha marcado. Recuerdo las aburridas clases de historia de Don Alberto, y la mala leche que tenía. El muy cabrón dónde ponía el ojo, ponía la tiza y, a veces, hasta el borrador, lo que tuviera a mano. Siempre daba en el blanco, salvo una vez cuando le atizó a Teresa en toda la frente. Era una de las empollonas de la clase, y acabó cubierta de polvo. Pululando por mis recuerdos, también están las clases de música de Don Aurelio que, pese a ser el director del colegio, estaba muy verde. Al comienzo de cada clase, nos pedía que afináramos la flauta. ¡Se lo pedía a una turba de cuarenta mocosos de diez años! La flauta no era más que un bloque homogéneo de plástico endurecido, de esos que venden ahora en las tiendas de chinos por tres euros. Imposible de afinar, y menos aun en nuestras traviesas manos. Aquello siempre terminaba como el rosario de la aurora. El ruido iba en crescendo, cada uno compitiendo por elevar el tono para sobresalir de entre la amalgama de estridencias, como una manada de venados en celo berreando al amanecer para demostrarle a las hembras su superioridad, hasta que Don Aurelio echaba el telón con un berrido estremecedor que helaba el alma y dejaba bien a las claras quién era el macho dominante. Entre mis compañeros estaban Beatriz y otra chica de cuyo nombre no me acuerdo. Ellas me defendieron en mi primer día de cole del acoso de unos matones. Eran grandes amigas hasta que se enfadaron y pasaron a ser terribles enemigas. Ya se sabe que los amores reñidos son los más queridos, o eso
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dicen. También Mariano que fue amigo dentro y fuera del colegio. ¡Cuántas horas pasamos hablando de los clicks de Famobil! Creo que incluso llegamos a jurar no dejar de jugar con ellos cuando fuéramos mayores y tuviéramos chamacos. O cuando soñábamos con ser pilotos de combate o policías o… tantas cosas que se han ido al traste. Recuerdo historias con El More, David y las castañas de su abuelo, Jorge (al pobre le bajé los pantalones en clase delante de dos chicas, y ni siquiera pudo salir corriendo detrás de mí), Gustavo, Jaime, Fran alias el Espa por ser tan largo y delgado como un espárrago,... Y se me olvidaba José Ignacio, que siempre estaba contándonos como su padre, que manejaba excavadoras, había removido tierras en un antiguo cementerio. Entre la tierra extraída en cada palada, se veían cráneos, fémures y otras osamentas envueltas en ajados ropajes. Eso siempre nos ponía los pelos de punta. El patio del colegio estaba a dos alturas. Abajo había una pista de futbol sala y otra de baloncesto donde jugaban los mayores. Arriba estaba el soportal de arena bajo el gimnasio, el edificio de prescolar erigido sobre columnas rojas, y la zona de atracciones con columpios, arcos, y todas esas cosas diseñadas en puro acero para los niños de antes.
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Cualquier sitio era bueno para jugar, cualquiera salvo las pistas de abajo. En una ocasión, se nos escapó una pelota que fue a parar a la pista de baloncesto. Uno de los mayores la cogió, y con la autoridad que le confería su altura y musculatura, le pegó tal patadón que la puso en órbita geoestacionaria. El estampido fue tremendo. La pelota roja ascendió a una velocidad endiablada haciéndose cada vez más pequeña. Todos nosotros la seguimos con la mirada, primero subir hasta perderse en el azul infinito y luego, bajar poco a poco, aumentando su tamaño hasta retornar al original. Aterrizó en el descampado que existía frente al colegio más allá de la calle. El peor de todos los sitios posibles, plagado de drogadictos, violadores y monstruos de los que acechan en la oscuridad para arrancarte el corazón con sus afiladas garras. Nadie volvió a ver aquella pelotita, nadie se ofreció a rescatarla, y nadie pidió explicaciones al que la pateó. Esa era la ley del colegio. Antes de que comenzará la moda de jugar al Todicho, jugábamos mucho al Tú la llevas. ¿Cuál era mejor? Pues miré usted, depende, como diría un gallego. En ambos hay una víctima, y en ambos estaban “los demás” que lo pasaban bastante mejor. Desde el punto de vista de la víctima, el Todicho era muchísimo peor. Entrabas por la puerta de chiqueros en un callejón de niños ansiosos por desollarte en el más absoluto anonimato. La víctima avanzaba lentamente, arrastrándose entre paredes vivientes, fijando la mirada allá donde podía, intentando adivinar por donde le iba a caer el siguiente golpe, sintiendo la punzada de dolor del anterior y temiendo las de los futuros, moviendo espasmódicamente la cabeza de un lado a otro para evitar lo inevitable. El Tú la llevas se jugaba en la pista de arena donde estaban anclados los columpios, torres y demás artefactos, que hacían de bases en las que uno estaba a salvo del contagio de la enfermedad que portaba la víctima, una enfermedad demoniaca que te volvía una bestia implacable y vengativa. El juego consistía en pasar de una base a otra, evitando el contacto salvaje de la bestia. Horas y horas, día tras día, estuvimos jugando hasta que ocurrió lo que ahora os narraré, algo que no he podido borrar de 20
mi mente pese al trascurso de los años, los intentos de varios psicólogos, psicoanalistas (que todo lo achacaban al sexo y al amor hacia mi madre) y demás fauna que dice comprender y hasta controlar los circuitos que rigen los pensamientos. Recuerdo que era un día otoñal. Las hojas marchitas de los árboles cubrían parcialmente la arena de la pista, guiadas por las ráfagas de viento que las llevaban de acá para allá sin mucho orden y sentido. La arena estaba mojada por las lluvias del día anterior, igual que los hierros de los aparatos. A nuestro alrededor, flotaba en el aire ese aroma único de la tierra mojada. Éramos seis, yo me la pochaba y el resto estaba a salvo en las bases estancas. Yo les provocaba para que abandonaran la protección de las bases, saltaran al ruedo y se enfrentaran en lucha simpar a la bestia inmunda venida del averno. −¡Vamos! Salid de vuestras madrigueras, ratillas. ¡Qué os voy a devorar! −No he visto en mi vida un monstruo más torpe y feo que tú –se burlaba David con su gordo trasero a resguardo. −Si solo sabes arrastrar los pies –soltó El More antes de abandonar la base para retornar a la misma ante un amago de ataque por mi parte. −No me digáis que tenéis miedo de una bestia estúpida y tonta –seguí picándoles. −No te tenemos miedo, como mucho de lo feo que eres. −Yo es que aquí estoy muy cómodo. No arriesgaban nada. Es un juego en el que si no arriesgas, toda la diversión se limita a la verborrea, a lanzar y recibir improperios, pullas contras la autoestima. Así, el diálogo se prolongó un buen rato hasta que aprovechando la monotonía reinante, José Ignacio se lanzó a la carrera de una base a la opuesta. La bestia, evaluó la situación en milésimas de segundo, y percibiendo la oportunidad, arrancó en carrera para interceptar a su presa. Podía percibir el miedo a través del sudor que emitía, escuchar los alterados latidos de su corazón dándolo todo para sobrevivir, su agitada respiración, la adrenalina flotando en el ambiente. No hacía falta mirarle a los ojos. La distancia entre uno y otro se acortaba, igual que la distancia a la seguridad de la base. De fon21
do, los gritos de terror de la manada, tristes por la víctima pero, en realidad, contentos por no ser ellos los elegidos. Todo transcurría en décimas de segundo. La presa, en un último esfuerzo, brincó por el aire mientras una potente garra volaba hacia su dorso impactando contra ella, desgarrándola, provocando la irrupción de sangre brillante, roja y viscosa. Saber que has vencido a través del olor de esa sangre en ebullición, sentir cómo su aroma se entremezcla en tu interior con el de su miedo, alterando todos tus sentidos, dilatando tus pupilas, elevándote a un plano superior de dominio. −¡Tú la llevas! −Ya había tocado la base. No me has pillado, pero me has hecho una herida, ¡idiota! «Sé que mientes. Te he atrapado y ahora eres mio. Estás a mi merced. Te devoraré lentamente y solo compartiré tus despojos con aves carroñeras» −¡Pero qué dices! Estabas en el aire cuando te he dado. −No seas mentiroso. «Siento tu miedo. Siento como tu fuerza vital se escapa. Mis colmillos están clavados en tu cuello y mis garras en tu espalda» −Cuando te he tocado, no estabas agarrado porque te he desestabilizado. −¡Tú la llevas! ¡Te la sigues ligando! – es el veredicto de la manada, prácticamente una orden para la bestia cazadora. «Os mataré a todos, uno a uno. Os devoraré hasta que no quede ni rastro de lo que fuisteis» −Pues me la seguiré ligando, pero le he dado antes de que tocara base. «Lo vais a pagar muy caro» Aprovechando el alboroto, y como para cubrir su expediente, Jorge cambió de base. La bestia desatada en mí, supo inmediatamente que no tenía ninguna opción de atraparle, y no malgastó sus energías.
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«Os mataré a todos, uno a uno. Os devoraré» Tras este último movimiento, se produjeron otros de los que no se podía sacar provecho alguno, y que no hacían más que aumentar mi ansia. Todo continuó igual, hasta que una criatura comenzó a moverse a mi espalda. Escuché los rítmicos latidos de su corazón, cada vez más fuertes, más cercanos. El olor del miedo reinaba en el patio, pero flotaba alrededor de las criaturas encaramadas a las bases, no alrededor de aquella otra que continuaba aproximándose lentamente. Sin mover un solo músculo, permanecí en guardia, esperando el momento preciso, dejando que la criatura se confiara, impaciente. Llegado el momento, lancé mi derecha hacia atrás con potencia, impactando en su zona inguinal y provocando un alarido quejumbroso que rompió el ruido dominante, dejando tras de sí un silencio abrumador. Las garras no consiguieron penetrar en la carne, como si la criatura no participase en el juego de la supervivencia, como si no se sometiera a sus predadores sino todo lo contrario. Preocupado, miré mis miembros. No eran más que manos que finalizaban en redondeadas uñas, incapaces de desgarrar. Las que habían sido garras afiladas como cuchillos eran ahora miembros prensiles aptos para la huida, para la supervivencia. Ya no era la bestia sino la presa. −¡Tú eres gilipollas o qué! – las palabras impactaron en mis tímpanos como afilados estiletes de plata, pero no fue su significado lo que me perturbó, sino el tono en el que fueron pronunciadas, un tono desconocido. «Uyuyui. Esa voz no la conozco» −Perdona tío, me he equivocado, pensé… − el bofetón llegó como el rayo, con un rugido, con potencia desbordante y sin avisar. Caí al suelo malherido, sangrando, aturdido. El sabor de mí sangre no era tan diferente del sabor de la sangre de las que fueron mis presas. La criatura se abalanzó sobre mí, colocándose a horcajadas sobre mi pecho. Al primer golpe le siguieron muchos otros, bien colocados, golpes expertos pero sin garras, como si fueran mazas. −¡Déjale, abusón! – de fondo se escuchaban las voces de la manada, voces que no sirvieron da nada pues la criatura con23
tinuaba lanzando golpes que a duras penas conseguía parar. De pronto, un hilo de esperanza cruzó ante mí a la velocidad del rayo. Tomando impulso desde una posición alcanzada con sigilo, José Ignacio se lanzó contra la criatura con un grácil salto, un brinco felino que consiguió quitarme a la criatura de encima. Rápidamente, aproveché la oportunidad para escapar hacia la seguridad de las bases, a una altura suficiente para que nadie pudiera atraparme, donde pudiera lamer mis heridas. La criatura quedó a merced de José Ignacio que lanzaba sus garras una y otra vez contra ella, sin descanso. Ahora sí pudimos percibir su miedo, su angustia. Todos sus movimientos estaban orientados a la defensa, a la huida, algo que solo consiguió cuando la bestia se lo permitió. Miré a todos mis compañeros de juegos desde la seguridad de las alturas, y grité −¡Ya os dije que él la llevaba!
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LA CRIATURA DEL MES... 25
DENTRO DE POCO, SE SIRVE LA CENA Macabea 47, 48, 49 No puede ser. No me puede estar pasando esto. Seguro que me he quedado dormido y no es más que una horrible pesadilla. 53, 54, 55 Me falta el aire. ¡Dios!, este baño es demasiado pequeño. ¡Qué calor! ¡y qué peste!. Esto es asqueroso. 80, 89, 90 − ¡Cállate ya! ¡No existes! ¡Desaparece! Por mucho que me tape los oídos, sigo escuchándole. ¡Para! ¡Para! ¡Para!. No existes. Esto no está pasando. Es un sueño. Me he dormido en el autobús al salir del restaurante. Seguro. Puf, no recuerdo haber salido del restaurante. ¿Y si me ha dado una embolia o algo y estoy en un mundo paralelo? Lo mismo estoy muerto… 123, 124, 125 Hace unas horas estaba tomándome un café. De pronto, se oyó una algarabía en la calle. Desde mi sitio se podía ver, a través de una gran cristalera, la puerta de la entrada. El chico que me recibió al llegar al restaurante se asomaba a ella. A los pocos minutos, se metió precipitadamente dentro, con la cara desencajada. Como un autómata esquizofrénico, cogió el perchero, la pequeña mesita del recibidor, el sillón Luis XVI y lo fue apilando todo en la puerta. El metre intentó detenerle y solo obtuvo varios empellones e insultos. Empezaron a oírse choques de coche, pitidos, gritos… a estas alturas, la mitad de los clientes estábamos pegados a las cristaleras sin dar crédito a lo que veían nuestros ojos. Este ruido es insoportable: rítmico, demasiado claro en medio del resto del silencio… 165, 166, 167 En la calle, un autobús de la EMT se había empotrado contra el escaparate de la tienda de enfrente. El coche que venía detrás no pudo frenar a tiempo y se estampó contra él, dejando aplastado a su único ocupante. Detrás de este accidente había otros tantos. Una anciana había sido atropellada en la acera y solo se veía de ella unos hinchados pies y las panto26
rrillas por debajo del maletero de una furgoneta; una mujer pedía auxilio por la ventanilla de su coche, aprisionada por el airbag, viendo cómo el fuego se le acercaba cada vez más desde la parte trasera; un hombre sentado en el suelo, apoyado contra una farola, lloraba desesperado mientras sujetaba a su mujer cubierta de sangre y gritaba “Sin ella no”,… Y mientras, desde la quietud y el silencio del restaurante, diez pares de ojos mirábamos de un lado a otro, soltando suspiros de horror, buscando la causa del caos. 212, 213, 214 En la calle se había retorcido tanto la realidad que aquello no podía estar sucediendo. De pronto, un ser chocó contra el cristal. 220, 221, 222 Su cara se apretujó contra nuestro escudo cristalino. Lo chupó. Lo lamió. Dejó una densa saliva, y se quedó mirándonos, deseándonos. Tras él vinieron otros muchos. En pocos minutos, la cristalera se había vuelto opaca de tantos cuerpos pegados a ella. Por supuesto, para entonces, estábamos en la punta opuesta del restaurante. 250, 251, 252 ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!… ¡maldita sea! − ¡CABRÓN! ¡Déjame en paz! ¡Vete! Le chillo, le insulto. Golpeo la puerta con el puño más fuerte que él. No siento el dolor, solo la rabia y la ira que me invaden poco a poco. 278, 279, 280 − ¡HIJO DE PUTA! ¡Vete a la mierda! ¡Lárgate! 360, 361, 362 Han pasado ya varias horas. − Hablemos. Esto no tiene sentido ni para ti, ni para mí. Mira, vete a la calle. Allí tienes más opciones. Yo solo 27
soy uno. Llevo el abrigo puesto. Vas a comer más plumas que na. 372, 373, 374 Algunos nos subimos en las mesas del restaurante para ver por encima de la muralla de cuerpos que forraba la parte de fuera de la cristalera. Las piernas de la anciana ya no se veían. En su lugar, había un reguero de sangre que salía de debajo de la furgoneta dibujando un camino que serpenteaba durante un par de metros. Terminaba en tres seres acomodados en el suelo, algo encorvados. Parecía que estaban comiendo… ¿comiendo? Me pregunté. ¿Comiendo qué? Uno se giró y… allí estaban los zapatitos de la anciana. Mugrientos, sucios por la sangre, entre… ¿trozos de carne y huesos? Las arcadas llenaron mi cuerpo de espasmos. Como pude, me bajé de la mesa y salí disparado hacia el cuarto de baño. Vomité durante lo que me parecieron horas. Se me aflojaron las piernas y el esfínter. Caí al suelo agarrado a la taza del water. 388, 389, 390 − Venga hombre, si yo no te voy a gustar. Mira, me dejas salir de aquí y te llevo a un supermercado que hay cerca y donde seguro que encuentras algo que te gustará mucho más que yo. 407, 408, 409 Estaba irónicamente recreándome en mis sudores fríos y en lo que había visto, cuando oí que la puerta del servicio se abría. Giré la cabeza y, entonces, fue cuando vi al ser. Una sobredosis de adrenalina me ayudó a cerrar la puerta del retrete. Aquí estoy. Ahí fuera está él. Golpeando la puerta desde hace horas. 423, 424, 425 No puedo más con esto. No tengo ganas de seguir. − ¿Por qué no paras ya? ¡Por favor! ¡Por favor!… − oigo mi voz suplicando… no es más que un hilillo. Las lágrimas comienzan a caer por mi cara. Despacio, lenta y silenciosamente. Es culpa mía. Tenía que haber ido a clase. Pero no, tenía que mentir a mis padres, tenía que mentirme a mí mismo, dándome absurdas esperanzas. Tomarme un café, dejar pasar diez o quince minutos y salir a la calle a coger el autobús. Ella siempre coge el de las cuatro. Perdería una 28
clase, pero quizás coincidiera con ella. Quizás nos sentaríamos juntos, quizás la invitara al cine, quizás me dijera que sí,… ¡qué mierda! ¡Pero si en lo que llevamos de año hemos coincidido solo dos veces! No sabe ni que existo. ¡Maldita esperanza! ¡Qué sin sentido! Y ahora, estoy aquí, encerrado, con este soniquete. Sin poder salir. Con las mangas llenas de vómito, mocos y lágrimas y los pantalones a rebosar de mierda… 577, 578, 579 ¡No para! ¡No parece cansarse! ¿Cuántos golpes soportará? Estoy cansado, muy cansado. Es el final. Mejor acabar cuanto antes. Se me han acabado las lágrimas. Ya no tengo miedo. Todo tiene un final. Una vez leí que la muerte es solo un cambio de estado. Los cambios siempre me han dado miedo. Pero, esta vez, es la única salida. Quizás vuelva por aquí, en otro tiempo, en otro estado, en otra vida. Quizás me vuelva a encontrar con ella y, esta vez sí, esta vez la llevaré al cine y cenaremos en un restaurante con unas copas de vino blanco. 713, 714, 715 Contaré hasta tres y abriré la puerta. − Prepárate precioso. Dentro de poco, se sirve la cena. 718 − Uno 719 − Dos 720 − Tres
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LA CARTA Carlos J. Benito Samuel entró en la pequeña tienda de comestibles. Dejó pasar a una anciana que iba muy cargada de bolsas, y se internó entre las estanterías. Cogió una botella de ron y un pack de cervezas. Cuando llegó a la caja, un hombre alto y delgado le sonrió. Marcó unas teclas y lo miró. - Veinte dólares. Samuel sacó el dinero y lo puso en el mostrador, guardó la botella en el bolsillo de su gabardina y cogió las cervezas mientras se despedía con una sonrisa. Aquel hombre se limitó a mirarlo fijamente. La calle estaba vacía, apenas algún coche se atrevía a circular. Se estaba nublando y la noche estaba al caer. Samuel se apresuró, no vivía lejos pero aun así no quería empaparse con la lluvia. Rebuscó en el bolsillo hasta dar con la llave del portal de su edificio. Entró y a punto estuvo de darse de bruces con el cartero. - ¡Perdone! - El anciano cartero le sonrió. No se preocupe joven. Por cierto, ¿no será usted Samuel Ferguson? - Sí. - ¡Genial! Aquí tiene, justo iba a echarla ahora mismo al buzón. El anciano pulsó el timbre de la puerta, salió a la calle y continúo con el reparto. Samuel metió la carta en el bolsillo y subió en el ascensor hasta su casa. Una vez allí, se quitó el reloj y los zapatos, tomó el mando de la televisión y se tumbó en el sillón. Para variar no había nada interesante en ningún canal. De repente, cayó en la cuenta de algo. «¿El cartero entregando cartas un sábado por la tarde?» Se levantó, cogió la botella de ron y la carta, y se sentó en una vieja silla de madera con reposa manos que tenía junto a la ventana. Pegó un buen trago de ron y dejó la botella en el plinto de la ventana. Rasgó el sobre y extrajo la carta. Dentro había un folio doblado. Estaba en blanco. Comprobó el remitente 30
pero estaba demasiado desdibujado como para entender algo. Iba a tirar la carta al suelo cuando un par de letras empezaron a dibujarse en el papel. «¡Qué demonios!» Soltó la carta pero esta se quedó flotando en el aire durante unos minutos, inmóvil. Luego se elevó hasta quedar frente a sus ojos. Samuel intentó levantarse, pero el reposa manos cobró vida transformándose en dos garras que lo agarraron por los brazos, mientras de las patas surgieron otras garras que se entrelazaron apretando con fuerza sus piernas, inmovilizándole. La silla estaba coronada con un adorno en forma de flor del que brotaron unas hojas de madera que sujetaron su cabeza, mientras otras dos ramitas pequeñas rodearon su nuca hasta transformarse en unas pequeñas manos que impedían que Samuel cerrara los ojos. La carta empezó entonces a escribirse lentamente. ¡Hola Samuel! Ha pasado tanto tiempo, varios años ya. ¿Recuerdas cuándo nos conocimos? Yo tenía quince años, era alta, rubia y de ojos azules. Mi madre decía que cuando fuera mayor sería modelo. La carta dejó de escribirse por unos instantes. Pasados unos minutos, volvieron a aparecer las palabras. Veo que la vida te ha ido bien, tienes un trabajo en una oficina, incluso sales con una chica. Yo nunca podré crecer, nunca saldré con un chico, ni me casaré. ¿Sabes ya quién soy? - ¡Maldita puta!, no sé quién eres, no te conozco de nada, pero si estuvieras aquí te mataría con mis propias manos. Las letras empezaron a convertirse en borrones de tinta que resbalaban por el folio y llenaban el suelo de gotas negras. Luego cambió de color, ahora era otra vez blanco. Las letras regresaron. 31
¡Soy Wendy! ¿Me recuerdas ahora? Esa niña tan bonita que te encontraste hace unos años en un centro comercial, a la que querías hacer fotos para una revista. La carta tomó la forma de rostro de niña, y se acercó a él. Samuel lloraba de miedo, no podía ser ella, estaba muerta, él la mató. ¡Veo en tu rostro que ya sabes quién soy! La voz se volvió más gutural. Perdona si no se entiende bien lo que digo. Si no me hubieras cortado el cuello, mutilado y arrojado al río, ahora podría hablar de una forma más correcta. Samuel se orinó encima, miró a la calle en busca de ayuda, pero el cristal se oscureció. Bien Samuel, fuiste un niño malo, y ahora yo he venido para hacer lo que no hizo el juez, ni el fiscal, ni mi abogado. Ahora voy a hacer justicia. La carta se estiró hasta convertirse en la figura espectral de una niña. Samuel intentó gritar pero las hojas de la silla le cerraron la boca. ¡Ha llegado el momento de que seas castigado! Adiós. Las ropas de Samuel comenzaron a humear, hasta estallar en llamas. En silencio, la niña lo miraba con seriedad. El fuego consumía el cuerpo de Samuel, y este no dejaba de retorcerse por el dolor, hasta que al cabo de un rato murió abrasado. Cuando el cuerpo quedó reducido a cenizas. La niña sin sonreír, miró a la acera de enfrente y desapareció. El cartero estaba justo allí, enfrente del edificio. Se colocó su sombrero y se alejó silbando calle abajo, mientras su ropas se transformaban en una túnica negra. Su cartera de correos era ahora una guadaña. 32
Os presentamos la sección CARA Y CRUZ, en la que Jesús Mártí y Juan Vicente Briega, diseccionarán con su crítica mordaz la misma película de terror. Unas veces estarán de acuerdo, otras no. Unas veces saldrán caras, otras cruces, y otras cara y cruz. Lo que sí os garantizamos es que tendréis la necesidad de visionar la película inmediatamente para satisfacer vuestra corrosiva curiosidad...
CABIN IN THE WOODS Año: 2011 Director: Drew Goddard Productor: Joss Whedon, Jason Clark, John Swallow Guion: Joss Whedon, Drew Goddard Fotografía: Peter Deming Música: David Julyan Dirección Artística: Michael Diner Diseño de Producción: Martin Whist País: USA Duración: 95m. Formato: 35mm Proporción: 2.35:1 Color Presupuesto: $ 30.000.000
Ficha Artística Chris Hemsworth, Kristen Connolly, Anna Hutchinson, Fran Kranz, Jesse Williams, Richard Jenkins, Bradley Whitford, Brian White, Amy Acker, Tim De Zarn, Tom Lenk, Dan Payne, Jodelle Ferland, Dan Shea, Maya Massar, Matt Drake, Nels Lennarson, Rukiya Bernard, Peter Kelamis, Adrian Holmes, Chelah Horsdal, Terry Chen, Heather Doerksen, Patrick Sabongui, Phillip Mitchell, Naomi Dane, Ellie Harvie, Patrick Gilmore, Brad Dryborough, Emili Kawashima, Aya Furukawa, Richard Cetrone, Phoebe Galvan, Simon Pidgeon, Matt Phillips, Lori Stewart, Greg Zach, Sigourney Weaver, Terri Notary.
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CABIN IN THE WOODS Jesús Martí Bueno, llegó la hora de hablar sobre Cabin in the Woods, película que viene dando tumbos desde el año 2010 y a la que esa misma situación ha conferido un aire de culto y una fama realmente desmesurada; a estas alturas no es difícil encontrar información de la misma, un montón de críticas elogiosas, multitud de spoilers que desvelan su trama, y una gran cantidad de frases soltadas por ilustres críticos que ponen al film de obra maestra para arriba..., no soy muy dado a hacer caso de todas estas campañas que año sí, año también, descubren al público nuevas e “inteligentes” propuestas que vienen a renovar el maltrecho estado del cine fantástico y de terror actual (salvo honrosas excepciones). Que una película adquiera tan fácilmente la categoría de obra maestra es ya de por sí un despropósito, pero que encima se comente que el film en cuestión logra crear un antes y un después en el género, deconstruyendo (joder como odio esta palabreja) todos los rasgos y tics acumulados durante años y uniéndolos en un perfecto, nuevo e inteligente engranaje, es ya una soberana estupidez; una obra maestra o una película que marque el futuro devenir de algo, necesita ante todo de tiempo, sí de tiempo que le otorgue la oportunidad de envejecer, de soltar los lastres que acompañan a toda creación artística, lastres invariablemente unidos al momento tanto económico como social de su creación y, sobre todo, de tiempo para que el aficionado y la historia puedan, con ciertas garantías, comparar las diferentes propuestas contemporáneas a la obra y reconocer las posibles influencias que ésta haya logrado clavar en el subconsciente del género, vamos que haya marcado una época y un estilo y esto amigos/as hay muy pocas películas en la historia del cine que lo hayan logrado. Cabin in the Woods es un film que propone dos historias base que transcurren paralelamente, por un lado tenemos la típica historia de un grupo de chavales que
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van a pasar un fin de semana en una apartada cabaña en medio del bosque, por otro lado tenemos a una organización que parece que controla a su antojo todo lo que hacen o van a hacer el grupito de marras; de momento no hay más, situaciones y personajes típicos que hacen las cosas típicas con un elemento en medio algo distorsionador que provoca breves destellos de inquietud. Las influencias utilizadas en la primera hora de metraje por el director y el guionista son recurrentes y perfectamente reconocibles, algo de Carpenter, King y mucho de Raimi, pequeñas gotas de ‘El Experimento’, ‘Cube’, ‘Viernes 13’ y de ‘Posesión Infernal’, de esta manera tenemos una progresión de situaciones algo forzadas y bastante previsibles que sin embargo, por obra y gracia del montaje final, logran funcionar. En medio de estos casi sesenta minutos tenemos un poquito de todo: estereotipos totalmente clasificados en los personajes (macho alfa, muchacha alegre y desinhibida, muchacha algo más contenida, fumeta pasota y chico tímido) que curiosamente, gracias a la explicación que se hace de esos comportamientos y actitudes (no voy a explicarla), logran un ingenioso momento bastante brillante; también tenemos un sótano lleno de cosas raras, un libro extraño para invocar no se qué y por último la aparición de una especie de zombies que se dedicarán a masacrar al grupito; paralelamente cada pocos minutos la acción se corta (necesario para explicar de qué va la historia pero altamente anti climático para el desarrollo y ritmo del film) para enseñarnos las confabulaciones de los trabajadores de la ‘organización’ y de su objetivo final. Estas tres cuartas partes del film desvelan, por igual, las carencias y aciertos del director y del guionista (Drew Goddard, Joss Whedon), es indudable que han ‘estudiado’ con alegría, interés incluso afición, toda la historia del cine de terror y han salpicado todo su argumento con guiños hacia éste, pero no todos funcionan y el leve humor que destila el metraje tampoco ayuda mucho a consolidar la propuesta, es 35
indudable que el film no juega a ser una película de terror al uso pero el resultado final en esta ‘primera parte’ no consigue alejarse mucho de las coordenadas marcadas anteriormente en otras producciones. También se encuentra a faltar tensión y mala leche, decantándose más bien por una progresión y planteamiento de los acontecimientos fría y distante, que ni los ataques de los zombies logran calentar. Bueno ahora llegamos a la parte final, el delirio se hace aquí absolutamente demencial: dos de los jóvenes han logrado sobrevivir a la masacre (no se sabe muy bien cómo) y se introducen en las entrañas de la tierra para descubrir una especie de bunker (la sede de la organización) que esconde la mayor colección de horrores de la historia de la humanidad, allí apresados hay zombies, vampiros, psicópatas, un alter ego de Pinhead, fantasmas asesinos, hombres-lobo, serpientes gigantescas y demás bichos repugnantes y peligrosos. La pareja protagonista libera a todos ellos y el pandemonium que se lía es de los que hacen historia; una vez todos los trabajadores del bunker han sido eliminados, curiosamente a ellos dos no les pasa nada, descubren una cámara secreta y al presumible cerebro de la trama (cameo entrañable para todos los aficionados) que les explica qué demonios pasa, que no es otra cosa que unos seres llamados ‘los antiguos’ necesitan una vez al año un sacrificio ritual para olvidarse? de destrozar a la humanidad en su totalidad. Y llega el final, y yo me quedo igual. La inclusión de ‘los antiguos’ y parte de la mitología Lovecraftiana es obvia y recurrente, aparte de que el tratamiento dado a la misma hará que seguramente Lovecraft se levante de la tumba e invoque a alguna deidad de su panteón para enseñar a los dos responsables del film quiénes son verdaderamente ‘los antiguos’; dejando de lado lo del maestro de Providence esta parte final deja un regusto agridulce en la boca, me explico: a pesar de que la idea de los monstruos atrapados cual colección bizarra ya ha sido tratada de diferentes maneras y prismas, por ejemplo en las series televisivas Dr. Who, Sanctuary o Buffy (la cual comparte guionista con el film), no es motivo para negarle su interés, el problema es que el tratamiento dado a 36
la misma es insustancial, apresurado y sobretodo absolutamente insostenible en el desarrollo que han querido darle, aunque una cosa sí que tiene: es espectacular; pero esta espectacularidad no justifica para nada todo el aburrimiento de la primera parte. Poco más se puede decir, los actores están correctos dentro de la limitación de sus respectivos papeles; la parte técnica y de dirección está bien trabajada pero no plantea ningún recurso ni descubrimiento visual digno de mencionar, el ritmo y tempo es desigual lastrando buena parte del metraje y el guión deja demasiados huecos como para considerarlo un buen trabajo. ¿Qué queda pues?, nada menos y nada más que la sensación de que Cabin in the Woods probablemente podría haber sido mucho más de lo que es, no es una película mala (tampoco la joya que intentar vender por ahí), es más yo aconsejo visionarla sin reservas, pero tengo que advertir que debes dejar la mente libre de todo prejuicio y olvidarte de todo aquello que te hayan explicado, no es una película de terror, tampoco de horror, es un experimento fallido con algún momento brillante. Dicho lo dicho, me viene a la mente el pasado televisivo de sus dos principales responsables para justificar la poca destilación cinematográfica del invento, ya que si lo pienso bien ese ritmo tan brusco y con constantes interrupciones es propio de muchas series de los últimos años.
CABIN IN THE WOODS Juan Vicente Briega González Me ha costado mucho y creedme cuando lo digo que me ha costado mucho entrarle a matar a esta película, quizá sea porque no se me ocurría nada (hasta para pensar hay crisis) o quizá sea porque simplemente la amo, porque no veía nada tan espectacular en este subgénero de casas encantadas desde la obra antológica por excelencia “Terroríficamente muertos” y porque, si bien Josh Whedon no me cae muy, aunque esté detrás 37
de todo el asunto, se ha ganado al menos echar una ojeada de vez en cuando a su trabajo tras Los vengadores, por todo eso, ahora sí, me lanzo a hablaros de The cabin in the woods. El novato en la dirección Drew Godard, un tío ya curtido desde hace años en el mundo televisivo con Whedon se lanza con este film a la palestra y no solo homenajea a TODO el cine de terror que se ha hecho durante los últimos treinta años, sino que le da la vuelta, gira la tuerca un poco más, aunque la tuerca esté tan apretada como en un submarino, y consigue sorprendernos de un modo muy bizarro. El hombre se nos marca aquí un slasher al uso, por una parte; una de fantasmas, monstruicos y demás criaturas de las de siempre (nada nuevo bajo el sol en la creación de criaturas), por otra parte; y también es un desglose, una mirada al ombligo hacia el género dentro de una película del mismo género. Ni yo mismo sé muy bien lo que acabo de poner, el caso es que el tío no escatima en gastos a la hora de decirnos que le molan las pelis de miedo. El film, como idea para contar mientras tomas un café es una burrada como una casa: un grupo de amigos superestereotipados se van a una casa un fin de semana y pasan cosas rarunas. Hay zombies y toda la pesca, pero las criaturas y sustos de los dos primeros actos del film están totalmente dominados por una especie de organización que debe sacrificar un alma cada año para protegernos de unos dioses malvados que pretenden acabar con la humanidad; y ahora probad a decirlo todo seguidito sin respirar, veréis que risa. Como idea es una locura, como hecho es fantástico, porque los homenajes, de Craven a Raimi pasando por un Carpenter aún más hasta arriba de todo lo habitual, harán las delicias de los fans y los no fans; el slasher no decepciona, hay sangre, hay golpes de efectos perfectamente planificados y regustico antiguo en esas escenas de sexo en el bosque con matanza in38
cluida, o en ese sótano. Si eso no es pura trilogía Raimi que baje Dios y lo vea. Pero hay también, de una manera mucho más socarrona un buen tratamiento en la parte de la organización secreta, que, tal vez rompa el ritmo en algunos momentos de tensión en la parte de la casa. Pues mira sí, lo rompe muy a mi pesar, que desvela lo que quiere cuando quiere y como quiere y tú te encuentras embobado, viéndolas venir sin saber que va a pasar después, pues también. Y así, sin comerlo ni beberlo, con el disfrute en el cuerpo de cuando la estás gozando llega el final y esto merece una mención aparte. Porque si por algo esta película va a ser recordada por los siglos de los siglos, aparte de por un planteamiento lo bastante original como para no hacerte tirar la toalla sobre el mundo del terror, es por ese final. ¡Qué final madredediossantobendito! (todo junto). Aquí la locura se desborda del todo y llega en el momento justo. Cuando el film, comienza a ser un poco monótono empieza el despiporre y entonces te vuelves a dar cuenta que, como en los peores capítulos de Buffy, Whedon te la ha vuelto a colar y has picado encantado. La película realza el vuelo a lo grande con toda la casquería del mundo puesta al servicio de criaturas y estereotipos del cine de terror que llevaban años escondidos en la organización y acaban con ella en un santiamén. Una delicia para todos, de visión obligada en las escuelas de cine. Pero lo mejor está aún por llegar, porque si creías que los personajes eran vacíos y estúpidos de una manera gratuita o vaga, te das cuenta de que no, que Whedon y Godard no se han currado unos personajes con un arco argumental coherente simplemente para encajar con la desquiciada escena final, que incluye un cameo de los de guardar en el corazón. Hala, pues ya está, he sabido decirlo todo, sin salirme de la linea, gozando de la experiencia y cerrando con llave el lugar en mi corazón que he reservado para esta película hasta el fin de los días. 39
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En algún lugar de Varsovia, (Polonia) 02:00 de la madrugada. -Bien, eso es... abre los ojos. -Ya despierta, jefe; maldito hijo de perra, mírele, parece un crío. -Así... así. Eso está mejor... empieza a recobrar la consciencia... venga incorpórate. Comenzaba a dudar si me había pasado con la jodida droga. Necesité una buena cantidad para doblegarte. No veas, aquellos tipos del bar acabaron en el hospital. Menos mal que al final la botella de vodka hizo su trabajo. Digamos... que allí metí el dopaje. Te fiaste de mí y del camarero. Pobre ingenuo. -Mmn... -Minka, trae un poco de agua. -Sí, jefe. -Usted, Konrad, ni se le ocurra mover su asqueroso culo de la ventana. Atento a la entrada. -De acuerdo, señor Kozlov. Por ahora la calle está tranquila. -No creo que nuestro amigo se atreva a contrariarnos; ¿verdad, señorito Slater? Ya sabes de lo que soy capaz. -Mmm... -Por tu bien, espero que así sea. Ahora voy a quitarte la cinta de la boca. No quisiera dispararte en la otra pierna, así que ni se te ocurra alzar la voz; ¿estamos? -Señor, el vaso de agua que pidió. -Gracias Minka, Glup, glup, ahhh. Qué sed tenía. ¡Oh! vaya, pensabas que el agua era para ti. Bueno, quizá si me cuentas lo que quiero oír te traiga agua, puede que incluso te traiga algo de comida, ¿entiendes? -Mmm... -Supongo que eso es un sí. Bien; aguanta un poco... ahora te voy a... ¡Ras! -¡Ouch! -Sí señor, puedo haberlo hecho mil veces pero siempre con el mismo resultado; suele escocer un poco, ¿verdad? Vale vale, no me mires así fiera. Puesto que ya nos hemos conocido en el bar, no hacen falta presentaciones. Sabes que no me gusta 41
andar con mariconadas. Soy un hombre serio, y siempre consigo lo que quiero. La paliza que te hemos dado antes no ha sido nada comparado con lo que tenemos preparado si no hablas. A mis hombres se les van las manos a veces. Señor Konrad, acérquese. Mi último fichaje. Se ha incorporado hará un par de horas al grupo... Digamos que es mi guardaespaldas en esta fría ciudad. No le subestimes, este capullo es capaz de matar a su abuela con tal de cobrar por su trabajo. A ti te despellejaría con sumo gusto, te cortaría los huevos y después te metería por el culo el escroto si yo se lo pidiese. Así que... ya sabes. No se te ocurra abrir la puta boca a no ser que yo te lo pida. -... -Veo que lo has entendido. Si te comportas y pones de tu parte, puede que te suelte las manos. Puede incluso que te deje ir al baño. Sé que es algo incómodo pasar diez horas pegado a esa silla, atado de pies y manos, meándote encima, pero créeme, no quiero matar a nadie, no, todavía no. Pero si desobedeces mis órdenes e intentas huir o hacer alguna otra estupidez, lo lamentarás. No me conformaré con pegarte otro tiro en la otra pierna. Será mucho peor. Sé que eso te duele como a cualquier mortal. ¿Sabrás comportarte? -Chup... -¿Ohhh? Eso es justamente lo que no deberías hacer. Nunca podré acostumbrarme a los escupitajos, es algo que detesto. ¡Minka! -Jefe. -Ya sabe lo que debe hacer. -Sí. ¿Qué te ocurre, idiota? ¿es que no tuviste suficiente? ¡Plas! ¡Plas! ¡tap! -Hijo de perra, no es suficiente. Ni se inmuta. ¿Señor...? -Tráeme la sal. Ahora verá este capullo. -Ouch... oh... Jesús... -¿Te duele la pierna, cabrón? ¿te duele ahora? -... Hijo de... ohh, Dios... -¿Ves estos alicates? ¿los ves, paleto? ¿Adivinas que voy a hacer con ellos? -Ahg... la uña, puto cabrón.... la uña... -¿Vas a hablar? ¿vas a abrir tu jodida boca? ¿Quieres que te 42
dispare en la polla? -Maldito... oouh... ¿Qué...? ¿Qué coño quieres de mí? -Ya responde... Bien, en ese caso guardaré la compostura y la educación. Espero que ahora estés más receptivo... No podrás negar que perder las uñas de un tirón es tremendamente doloroso, por mucho que los de tu calaña digan que no sienten dolor. Estarás de acuerdo conmigo en que esas balas no te hacen demasiado, son como arañazos; ¿no es cierto, señor Slater? -No sé... no sé de que me hablas... Ouch... uf... -Je. ¿Habéis oído? ¿Escucháis chicos? Ha perdido dos litros de sangre y sigue en pie, como si nada, tan sólo unas magulladuras, ¿pretendes engañarnos? ¡Ahora va a resultar que nos hemos confundido de hombre! Vamos a ver, maldito hijo de puta; dame una sola razón para demostrarme que no he secuestrado al tipo equivocado. Dime que eres humano y te dejaré marchar, demuéstramelo. Házmelo creer. -¿Qué... qué quieres decir...? Chas. Chas... ¡Ras! -¡AAAGGGG! ¡Hijo de puta! Dios... aggg... -Dime cómo te llamas, cabronazo, o arrancaré de cuajo el pellejo de tu polla con los alicates y te lo haré tragar, ¿me entiendes? -Eso, dile cuál es tu nombre, maldita perra americana. -¿Mi nombre...? Ugg... -Slater; ¿no es así? -Sí. -Eugenio Slater... ¿sí? -... ¡Ras! -¡Joder! ¡Agg! -Me estás cansando, voy a meter el cañón de mi jodida automática por tu culo lleno de mierda y vaciaré el cargador entero si no me dices cómo cojones te llamas, ¿Está jodidamente claro? Se acabaron los buenos modales, cabronazo hijo de hiena. Minka, echa sal en las heridas de sus dedos y trae ese puto paraguas, vamos a meterle el hierro en el agujero de la rodilla. Vamos a dejarle cojo de por vida. -¡Eugenio!, soy Eugenio Slater, aunque ya nadie me llama así. 43
-¡Vaya! El maldito diablo ha decidido hablar. -Quien sabe de mí sabe cómo me llaman: Ugen, así me llamo ahora. Soy de Arizona. Hace tiempo que dejé aquel lugar... -Eso es, Ugen. Continúa. -Se pronuncia Ugen. Ugen con “y” latina. Ugen... Ouch... -Bien, mamonazo. Ahora que sabemos que eres el tal Ugen de Arizona, vas a contarnos qué cojones eres en realidad; ¿entiendes? Sabemos que no eres un simple humano. -¿Cómo...? ¿Qué soy? -No te hagas el tonto, Ugen. Te seguimos la pista desde que decidiste abandonar París. Hemos estado pegados a ti en todo momento. Huelo tu culo desde hace meses. No puedes engañarme. -¿Qué? ¿Entonces...? ¡Ras! -¡Oh, Dios! ¡Aaarrg! -Cuéntamelo todo. Dime... dime quién te hizo y te dejaré en paz. -¿Quién me hizo el qué, joder? -¡Responde al señor Kozlov, maldito cabrón! ¡Pam! Plas! -No hace falta que le pegues más, Minka. Por su bien nos contará lo que necesitamos saber. Por el bien de sus amigos... de sus familiares. ¿Verdad, Ugen? -Mi familia murió hace años, capullo... No tengo a nadie. Uff... Dudo que puedan hacer daño a alguien... ouch... me las vas a pagar hijo de puta... -¿Pagártelas? ¡Ja, ja, ja, pequeño bastardo! No me hagas reír. Tengo a la guarra de pelo negro atada en una silla como ésta al otro lado del Atlántico. Una llamada... solamente una llamada y mis pequeños ahijados norteamericanos la pegarán un tiro en la cabeza a tu putita. Y no sólo eso, enviaré su preciosa cabeza a sus padres con una nota clavada en su frente de tu parte, aclarando que decidiste cargártela porque era una puta que cambiaba mamadas por coca. ¿Te parece buena idea o quieres hablar con la señorita Dalena por teléfono? ¿Necesitas pruebas, Ugen? -No joder...no. Ni se te ocurra tocarla, capullo. -Bien. Pues cuéntame todo. Cuéntame tu historia, maldito de44
monio. Pero cuéntamela desde el mismo momento en el que naciste por segunda vez. Mejor aún... cuéntame qué ocurrió para que nacieras de nuevo. Habla y soltaré a la puta para que pueda volver a chupártela. Tienes mi palabra de ruso, diablo de mierda.
CRÓNICA PÚRPURA. Capítulo primero: Sangre en Arizona. Navidades del año 1963. San Tan Valley, Arizona. Estados Unidos. Las cosas estaban difíciles por aquella época. A decir verdad, estaban demasiado complicadas. No había mucho trabajo, la puta crisis del ‘62 acojonó a los americanos. La bolsa se resintió, y con ella, la economía. Fidel y el asunto de los misiles calaron hondo en la mente de los ciudadanos, en la solvencia del país, y aunque Kennedy hacía todo lo posible para sacar adelante a la madre patria y luchar por ganarse la confianza del resto de mandatarios, éste no lograba mucho, la verdad sea dicha. Tuvieron que pasar unos años para que la cosa se apaciguara... para que todo volviera a ser normal. Mientras tanto, mientras que muchos disfrutaban de privilegios, familias bien sobre todo e hijos de militares importantes y gente del estado, la mitad del país lo pasaba jodidamente mal. Pasaban hambre, joder. Yo era uno de éstos estos últimos de la lista. Menos mal que teníamos el campo... Teníamos la granja. Crecí en Casa Grande, no muy lejos de donde ahora nace la autovía 10. El rancho estaba a medio camino de San Tan Valley, en plena llanura. No recuerdo bien a mis padres, murieron cuando yo era un niño... tenía tres años si no me equivoco. Mis tíos cuidaron de mí, me adoptaron... Crecí comiendo mazorcas de maíz, trabajando en el campo, cuidando de mis pequeños primos y disfrutando de la amada Arizona. Oh, Dios... Arizona: tenemos el Gran Cañón de Colorado. Joder, es lo más bonito que he visto en mi vida. Tenía veintiocho años. Veintiocho; ¿comprendes? Un hombre joven, un tipo de pueblo. No había salido nunca del condado. 45
No conocía nada, tan sólo tierra árida, cactus, montañas y granjas. Un paleto, un jodido paleto... Un vaquero de la llanura. Eso es lo que era. ¿Quieres saber qué coño pasó para que ahora me encuentre en el viejo continente? ¿En serio deseas conocer mi historia y saber cómo he llegado hasta aquí...? ¿Cómo he llegado al año 2011 sin apenas envejecer? ¿es eso lo que deseas, verdad? ¿Deseas lo mismo para ti, para los tuyos, no es así? ¿Deseas mi eternidad? Sí... por eso me buscas, por eso me sigues. Quieres saber quién me convirtió para que lo haga contigo. Eternidad... Podemos llamarlo así. Podemos llamarlo con ese nombre. Un no muerto... ¡Ja! La verdad, esta puta maldición no tiene fecha de caducidad, al menos no en unos cuantos siglos. No es como el yogurt de frutas, el cual se corrompe a los pocos días de salir de fábrica. Yo no me caduco. No me estropeo. No... ¿me hago viejo? Eso no ocurre en mi caso. Pueden cortarme los miembros, dispararme, clavarme un hacha en la cabeza... pero jamás moriré mientras la puta maldición camine conmigo; no mientras la sangre del mismísimo diablo corra por mis venas. No mientras tome la sangre de los mortales. Contraje esta mierda allí, en mi propia casa. En la granja de tío Ackley. Aquella cosa entró en la jodida vivienda, aguardó a su presa escondida dentro del rancho. Veníamos del entierro de mi tía, la esposa de Ackley. Era de noche... joder; hacía un frío de un par de huevos. No suele llover en Arizona, pero casualmente, para dos o tres días que llueve al año en el estado, tuvo que suceder en esa marcada fecha. Puff... Aquel día cayeron chuzos de punta. Recuerdo que aparqué a la entrada, junto al establo. El lugar era una pocilga, estaba todo embarrado... Jesús, lo recuerdo como si fuera ayer. Tío Ack estaba como una cuba. Llevaba borracho todo el día. Desde que decidió delegar el puesto a su hijo y abandonar las tareas de capataz en la granja por una acusada dolencia de espalda, el viejo no volvió a ser lo mismo. Siempre tomaba cervezas pero, joder... ¡la virgen!, Ackley terminó bebiendo botellas enteras de Whisky en tan sólo una jornada. Estaba para el arrastre y para colmo la muerte de tía Rachel le había derrumbado por completo. Pobre... 46
Decidí quedarme con él dentro de la vieja Suburban del ‘59. Envié a mi primo al carajo, veníamos discutiendo todo el camino. Parkin me insultó y decidió entrar a casa primero, yo aproveché para decirle cuatro cosas a mi tío. Estaba harto de verle así. Necesitaba hacerle ver... necesitaba devolverle a su vida. Era un alcohólico y no soportaba verle así. Mal hecho. La jodí. Dejé que mi primo entrara solo a la casa. -¿Qué coño ha sido...? Escuché un grito. Dios... salí corriendo del vehículo y corrí hasta la vivienda. Me caí al suelo, me puse de barro hasta arriba. -¡Por Dios Santo! ¡Primo! La puerta estaba abierta, las luces dadas, la lluvia entraba por la ventana que estaba abierta de par en par. Llamé a Parkin y no respondió. Jesús... mi primo era un auténtico gilipollas, siempre me la jugaba. Era un puto bromista. Un estúpido. Pero; ¿Cómo me la iba a pegar en un día tan marcado? Estaba enfadado conmigo... No: Parkin no tenía cuerpo para bromas aquella maldita noche. -¡Parkin! ¡por el amor de dios! Estaba tumbado en su cama, allí, encima del colchón. Extendido y abierto de piernas. Su madre... tenía los pantalones bajados y... uf... y la pierna, la pierna repleta de sangre. Joder... todo el colchón, el suelo... la totalidad del antro estaba repleto de sangre. Se había desangrado. -¡Primo! ¡Dios! ¿Qué...? ¿Qué diablos ha pasado? No respondía. Estaba... estaba muerto. No respiraba. Le toqué la cara y la cabeza se giró. Se precipitó al suelo. Le habían decapitado. ¡La cabeza rodó por la tarima cómo si fuera una pelota! Dios Santo, alguien se la había arrancado. Un corte preciso, limpio. -Parkin... Su rostro amoratado parecía tener vida. Aquellos dos ojos azules, perdidos en la muerte daban la impresión de vigilar mis movimientos desde aquel rincón de la alcoba. -Primo... Tres minutos. Tres jodidos minutos desde que le escuché gritar. Maldita sea, no llegué a tiempo. Le habían desangrado en tres minutos de mierda. Le habían decapitado y yo... Yo 47
discutiendo con Akcley. Luego me di cuenta; aquella cosa le mordió en la entrepierna. Aquella monstruosidad se alimentó de su sangre. Lo supe porque ella lo intentó después conmigo. Ella era... era... -Af... af... af... La escuché respirar. Parecía un animal sofocado. -¿...? Estaba allí, aguardándome. Me esperaba. -Oh, mierda... Entonces me habló. Estaba en la habitación. No había huido. Se encontraba detrás de mí. Joder, no la vi al entrar, no sé cómo pude ignorar su presencia... -Hola -me dijo con voz trémula y entrecortada. -¿Qué...? ¿Qué diablos eres...? La verdad, me meé encima. Por poco no me cagué en los tejanos azules. Era una mujer. Una mujer bella. Alta, rubia... preciosa. Estaba desnuda. Dios... aquellos ojos grises de mirada radiante me entretuvieron lo suficiente como para no dirigir la vista a sus aptitudes... a sus voluminosos senos. Es como... no sé... debió hacer algo porque... uf... me sentí completamente perdido, confuso. Parecía un sueño, una maldita pesadilla. No me importó verla cubierta de sangre, de la misma que poco antes corría a través de las venas de mi pobre primo. Aquella mujer... aquella maldita bastarda le había chupado toda. Le había dejado seco y yo no era capaz de apartar la mirada de su sensual silueta femenina. Estaba anonadado, confuso... Hipnotizado. -¿Es...? -se colocó su larga melena, la dispuso tras la espalda, mostrando con ello la totalidad de su pecho. No me apartaba ojo; alcanzo a recordar que incluso me sonreía. Titubeó al preguntarme -¿Era familia tuya? -Sí -lloré-, era... es... es mi primo. Está muerto. ¿Por qué motivo lo has...? Creo que soltó una leve risotada. -Es una lotería -respondió, con aquel tono áspero y extraño. -Esto funciona así. Lo siento de verás. Estoy de paso y... tenía hambre. -Pero... ¿de qué diablos estás hablando? ¿Hambre...? ¡Estás loca! 48
-Ahora voy a marcharme -continuó, acercándose a mi posición. -No intentes nada. Te mataré si me tocas. He quedado saciada, así que perdonaré tu vida. Tienes suerte de que me resultes atractivo, mortal, no suelo toparme con chicos tan guapos. Recuerdo que me besó en la boca. Un húmedo y helado beso. -Hija de... ¡No voy a dejarte! Me retiré echándome para atrás unos pasos. Luego la extraña mujer salió corriendo. Se fue al igual que vino. Salió de la habitación y yo no pude ni moverme. Estaba allí, inmóvil, sin fuerza alguna para poder reaccionar. Me quedé contra la pared, llorando al igual que un niño. Aquella zorra no iba a ir muy lejos, al menos no sin antes encontrarse con el tío Ackley. Él subía por las escaleras y se cruzó con aquella cosa. Debió hartarse de esperar en el furgón. Fue en el encontronazo, y tras el insulto de Ack cuando yo pude despertar de aquel extraño aturdimiento. Entonces corrí. Salí al hall y me lancé escalones abajo, en ayuda del que fuera mi tutor. La mujer le sujetaba por el cuello, le zarandeaba al igual que un monigote. Ackley iba armado, siempre llevaba consigo aquel viejo revolver que mi abuelo le regaló en su lecho de muerte. -¡Suelta a mi tío, maldita zorra! Aquella extraña gritaba al igual que un cochino. Estaba loca y poseía una fuerza tremenda; incluso el rudo de mi tío no lograba reducirla. La agarré por la espalda, le tiré del pelo y conseguí que Ack se librara del abrazo de aquella enferma. El pobre, con el impulso, rodó escaleras abajo. Se cayó de espaldas y chocó contra el aparador de la entrada. Pensé que había muerto en el golpe. -¡Te dije que me dejaras marchar, endeble mortal! Consiguió darse la vuelta. No sé que ocurrió después... no consigo recordar bien aquel instante, aquellos minutos tras... tras el mordisco. -¡Agggg!!! ¿Pero qué cojones...? Me propinó un fuerte mordisco en el brazo, a la altura del radio. Pensé que me lo había arrancado de cuajo. Entonces me caí de culo contra el entarimado. Sangraba a rabiar, demasiado para una herida de tales características. Levanté la vista en un instante de lucidez soportando aquel tremendo y 49
punzante dolor, logrando ver cómo aquella mujer era alertada por la voz de Ack. Husmeó el aire, fijó la vista en mi tío y luego saltó los trece escalones que le separaban de la puerta para huir hacía la jodida libertad. Pasó por encima de Ackley veloz como un rayo. Alcancé a ver a mi tío, era un hombre fornido, más bien obeso con aquellos cincuenta y muchos años. Su mullido cuerpo le valió para soportar la caída. Aquejándose e insultando barbaridades por su boca, se puso en pie valiéndose de un estante. -Tío... tío Ack... -Tranquilo Eugenio, mataré a esa pirada. Escuché varios tiros. Supongo que disparó desde la puerta. El valiente de Ackley salió entonces en busca de aquella tiparraca. Gritaba como un poseso, le llamaba. Le decía: Zorra, maldita zorra. ¿Dónde andas, hija de Lucifer? Al poco se repitieron dos o tres disparos más. No sé... no sé cuánto tiempo transcurrió. No podía dejar que mi tío muriera a manos de aquella cosa, así que hice un esfuerzo sobrehumano en medio del delirio y conseguí ponerme en pie. Descendí los escalones a trompicones. Salí al porche y contemplé como Ack corría en pos de aquella bestia inmunda. Llovía y era de noche, pero aún así pude contemplar la silueta de mi tío deslizándose a través del embarrado. -Tío... No. No puede dar un paso más, estaba agotado. La herida no paraba de sangrar y me acusaba un mareo que nunca antes había padecido. Sí... era algo, como una droga. No había sufrido nada similar en el pasado. -¡Quieta, loca! -Ackley gritó en medio de la oscuridad. -¡Arriba las manos! Entonces, poco antes de caerme al suelo pude ver como Ack perdía la vida. Jesús... aquel ser, aquella mujer regresó a por él. Atravesó el sendero y llegó hasta Ackley en décimas de segundo. Treinta metros en un suspiro... Vi el fogonazo de otros dos disparos, deslumbraron en la oscuridad al igual que los relámpagos. Las balas volaron al aire. Aquella cosa... la mujer gritó de forma estridente. Actuó rápida. A mi tío no le dio tiempo ni a responder. No gritó tan siquiera. Aquella mierda le quitó el revolver de un manotazo, lo lanzó lejos y 50
luego... Luego agarró las manos de Ackley, y en un movimiento semejante a una brazada le arrancó de cuajo los brazos... Dios, se los sesgó a la altura de los hombros. La sangre voló hacia todos los lados. Joder, llovía sangre, llovía la sangre de mi pobre tío. Después aquella tipa me miró desde la lejanía, me dedicó una mirada fría clavando sus dos ojos rojos en los míos. Sulfuraban... eran dos pozos de fuego y odio. Aquellos brillaban en la oscuridad... ya no eran grises... eran los ojos del diablo. Apartó su vista de mí y luego mordió el cuello de Ack. Zarandeó su cabeza de lado a lado en un gorgoteo de sangre y berridos hasta que la loca sentenció su alma. Le destrozó... consiguió separar la cabeza del tronco. Aquella cosa desmembró a mi tío delante de mis jodidas narices. Luego salió corriendo de nuevo hasta perderse en la oscuridad de la noche. -Joder vaquero, menuda pesadilla. ¿Estáis al tanto, muchachos? Qué más... -Fue al amanecer. A la mañana siguiente descubrí que no había sufrido una maldita pesadilla. No lo fue. Fue real. -Vale, paleto. Sigue. Dime qué hiciste... Ilumina mi incredibilidad. -Descubrí que había cambiado... me di cuenta de que ya no era el mismo, que ya no era lo mismo. Enfermé. Tomé contacto con... con aquello que rondaba por mis venas. Estuve horas padeciendo unas terribles visiones. No sé de qué manera alcancé la cama. No lo recuerdo pero... sé que subí hasta la habitación. Devolví sangre. Me dolía el cuerpo. Me rompía por dentro. Jesús... sufría visiones mientras me desangraba. Veía a la mujer por todas partes. Tan pronto estaba a mi lado como fuera de la vivienda, al lado de la ventana. Soñé que yo mismo devoraba a mi primo... a mí tío. Joder, soñé con mi pobre tía. Abría la tumba y... ¡y comía de su cuerpo! Primero chupaba su sangre, luego le arrancaba la cabeza y metía la lengua en la herida. Aspiraba... aspiraba sangre y restos de pútrida carne. Estuve en aquel estado al menos una semana. Día y noche. Toda una jodida semana tumbado en la cama con fiebre. -Interesante, realmente interesante. Estabas convirtiéndote en un jodido chupasangre. 51
-Estamos confundidos... Joder que si lo estamos, siempre lo hemos estado. No os podéis imaginar lo que es esto. No sabéis lo que soy. El paso no es un camino de rosas. Esto no es un juego. -Continua, cerdo americano. Sigue con la historia. ¿Quién era aquella mujer? -Lo importante no es quién era, sino qué era. ¿Comprende, señor Kozlov? -Necesito cerciorarme de su procedencia. No deseo estar confundido contigo... ¿Entiendes, maldito capullo? He arriesgado mucho con todo esto. Te sigo la pista desde aquel suceso en el país galo. Dime, ¿qué ocurrió después? ¿Volviste a saber de ella? -No. Mierda... los días posteriores a la muerte de mi familia fueron realmente jodidos. No volví a ver a aquel maldito demonio, tan sólo en sueños, ¡joder! Estuve... estuve clínicamente muerto. El veterinario que trabajaba con tío Ackley lo confirmo; mi corazón se detuvo a las 23:00 horas de un martes de febrero del 63. Él me sacó de la casa y curó mi herida. -¿Y bien? ¿Entonces no mantuviste ningún tipo de vínculo con aquella cosa? ¿No regresó para morderte tres veces más? -Por todos los demonios; regresé a la vida cinco minutos después de morir en aquel estado febril. ¡Qué coño tres veces! ¿Quién te ha contado esas estupideces? Maldito seas Kozlov, eso sólo ocurre en las películas, ¿De dónde has sacado esa gilipollez? -Eso a ti no te importa, paleto. -¿Qué es lo que sacas de toda esta historia? ¿Qué pretendes? ¿Pretendes dar con esa mujer para que te convierta? ¿Es eso lo que...? -Eso no es de tu incumbencia, Ugen. Ella es vital para que salgas vivo de aquí, ese monstruo es la clave para que no me cobre la vida de tu muñeca pueblerina. Tú sigue con la historia y dime todo lo que sepas de esa maldición. Dime la verdad y tu putita de Colorado podrá contar a sus nietos que fue secuestrada a manos de unos mafiosos polacos cuando salía con un jodido chupasangre paleto y subnormal. Dame toda la información, joder. Dime dónde os soléis ocultar cuándo llega el día, cuántos sois... 52
-No lo sé, capullo. No lo sé. -Eres un vampiro, deberías saber esas cosas, vaquero. ¡Habla! -Tú eres un humano y no tienes ni puta idea de lo que está haciendo tu jodida mujer en este momento, gilipollas. Vampiros, chupasangres, íncubos... La televisión, el cine y la literatura se encargaron de engañar a los mortales. Mierda, estáis tan confundidos... estáis realmente confundidos, como lo estaba yo en su momento. Dejad de pensar en esa absurda serie de niñatos pijos y lobos enamoradizos. Dejad a un lado la historia de Stoker y de imaginar que un tipo como yo puede morir cuando se expone a la luz del sol. ¡Ja! ¡Qué absurdos sois a veces...! Pretendéis retener a un vampiro. Pretendéis regalar vuestra sangre a cambio de la inmortalidad. ¿Vampiro? ahora sí que me da la risa. ¡No! Aquella mujer era un demonio. Por Jesucristo, joder... vino desde el mismísimo infierno por mi sangre. Es un ser demoníaco, la hija del propio Satanás. Una humana hija del diablo. Otorga una larga existencia a cambio del alma. Te regala la vida eterna pero con ello te niegan las puertas al mismísimo cielo. ¿Escucháis lo que os digo? No hagáis caso a leyendas infantiles... la sangre que corre por mis venas es la de un diablo, la de un eterno inmortal. Yo sólo camino para arrebatar el bien de lo que queda de humanidad. Hago pecar a la mujer... la pervierto. Destruyo al hombre con los celos, le obligo a pelear... le llevo al borde del suicidio, a la locura. Asesina gracias a mi existencia. Estoy aquí para arrebataros las llaves del paraíso. -Eres una criatura de la noche. -No pertenezco a la noche, ni al día. No puede hacerme daño el sol porque tengo carne humana, piel humana, y mente humana. No pueden detenerme esos crucifijos que cuelgan de estas paredes ya que estoy bautizado e hice la comunión siendo un niño... Dios me aceptó en su seno, malditos gilipollas. Él no puede detenerme. Vago entre dos mundos. Arráncame las uñas de los dedos y de los pies; sí, duele, pero mañana estarán ahí de nuevo, maldito maricón ruso. Arráncame la polla como dices y métela por el culo si quieres, mañana al alba tendré una más grande en su sitio. ¿Y sabéis qué? ¿Sabéis lo que sí puedo hacer? ¿Sabéis lo que es cierto respecto a los jodidos 53
vampiros de los que me habláis? -¿Qué dices, estúpido pueblerino? ¿Habéis oído, muchachos? -Sí, este mamonazo no recuerda que tenemos a su chica, jefe. -¿Qué pretendes, subnormal? ¿Intentas decirme que no me tienes miedo? ¿Pretendes hacerme saber que por mucho que te haga, mañana serás un tipo nuevo, fresco, y jodidamente fuerte? No me das miedo con tanta palabrería arcaica, paleto. Verás capullo; aguardan mi llamada. No sólo para que dé la orden y se puedan cargar a tu muñequita, sino que si no les llamo en dos horas, la ejecutarán igualmente. Esperan una respuesta. Así que déjate de estupideces. Ahora no vale que pienses en ti y en tus poderes de mierda... no es sólo tu polla lo que te juegas. Hablo de tu novia, ella no puede reemplazarse si mis colegas americanos la disparan en la jodida sesera. ¿Pretendes asustarme con eso de que eres eterno y que no puedo liquidarte, mamonazo? ¿Es eso? Dime dónde están tus ancestros, maldito cabrón. Dime dónde se esconden. -No lo sé, gilipollas. Sólo sé que voy a soltarme de estas cuerdas, arrancar de cuajo tu jodida cabeza de cerdo y matar a tus dos mariconas antes de que levantes un dedo para ordenar la ejecución de mi chica, ¿entiendes? -Atrévete y en dos horas a tu zorra le harán un trasplante de cerebro. Pasará de su cabeza a nuestra pared. -Acuérdate de esto cuando me esté alimentando de ti, puto cerdo ruso. -Tienes mucha imaginación, Ugen... La historia, o tu putita cae.
Continuará en el próximo número...
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LAS HADAS DE PUNTA UMBRÍA GROMARG Nadie sabía bien cómo empezó todo, pero un día empezó a correr un rumor por todo el pueblo; básicamente era algo parecido a esto: “pues hay unos niños del Barrio Romano que dicen que han visto unas hadas por los pinares”.
La gente cuchicheaba por los rincones: “eso son cosas de niños, ya sabe usted...”, “pues yo cuando era chica vi una vez algo que..”, “esas cosas no pasan, estamos en el siglo XXI...”. Algunos, unos pocos, pensaron hablar con los niños, a ver si sacaban algo en claro. El Alcalde incluso pensó en convocar un pleno para tratar el caso. ¿Qué caso? Pero, nadie sabía entonces, que lo que habían visto esos niños -y sí que habían visto algo extraordinario- no eran precisamente esas hadas buenas de bonitos cuentos infantiles. Cuando todos vieron la verdad ya era tarde; no tuvieron tiempo de reaccionar; ni de correr, ni de apreciar la verdadera situación, ya que el final fue rápido y horrible. Tan horrible, que no puedo ni imaginarlo; tan rápido, que ninguno tuvo tiempo de contárselo a nadie...
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