CAPÍTULO UNO
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Una época es un repertorio de tendencias positivas y negativas, es un sistema de agudezas y clarividencias unidas a un sistema de torpezas y cegueras. José Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo
...En la ínsula que os doy, tanto son menester las armas como las letras, y las letras como las armas. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Segunda Parte, cap. XLII, Diálogo del Duque con Sancho Panza
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La minoría poderosa está compuesta de hombres cuyas posiciones les permiten trascender los ambientes habituales de los hombres y las mujeres corrientes; ocupan posiciones desde las cuales sus decisiones tienen consecuencias importantes. El que tomen o no esas decisiones importa menos que el hecho de que ocupen esas posiciones centrales: el que se abstengan de actuar y de tomar decisiones es en sí mismo un acto que muchas veces tienen consecuencias más importantes que las decisiones que adoptan, porque tiene el mando de las jerarquías y organizaciones más importantes de la sociedad moderna: gobiernan las grandes empresas, gobiernan la maquinaria del Estado y exigen sus prerrogativas, dirigen la organización militar, ocupan los puestos de mando de la estructura social en los cuales están centrados ahora los medios efectivos del poder y la riqueza y la celebridad de que gozan. “Los individuos de la minoría poderosa no son gobernantes solitarios. Consejeros y consultores, portavoces y creadores de opinión pública son, con frecuencia, quienes capitanean sus altas ideas y decisiones. C. Wright Mills, La Elite del Poder
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Si bien nuestra historia como país lleva la marca de la pluma y de la espada desde sus orígenes, los antecedentes históricos de la bifurcación entre las constelaciones civil y militar pueden remontarse a las controversias de las últimas décadas del siglo XIX, durante el proceso de constitución del Estado nacional sobre la matriz de la república conservadora y oligárquica de la generación del ‘80. En la esfera de poder donde se elaboraban las decisiones y las percepciones de la política exterior argentina existió desde el principio una controversia básica acerca de cuál debía considerarse como el factor clave para la organización del país como nación.1 La discusión se resumía en una primer dicotomía: mercado o fronteras. Por un lado, quienes hacían hincapié en los imperativos
1. Sobre la formación del estado nacional y el papel de la elite dirigente que forjó la república conservadora ver, entre otros textos fundamentales, Natalio Botana, El orden conservador, Ed.Sudamericana, Bs.As.,1977; Jorge F. Sábato, La clase dominante en la Argentina moderna. Formación y características, CISEA-GEL, Bs.As., 1988; Tulio Halperin Donghi, Proyecto y construcción de una nación (1846-1880), Biblioteca del Pensamiento Argentino II. Ariel Historia, 1995 y José Paradiso, Debates y trayectoria de la política exterior argentina, GEL, 1993.
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comerciales; por el otro, quienes privilegiaban los imperativos territoriales. En la línea del paradigma del mercado se incluían tanto el perfil exportador e importador como la disposición y organización del mercado interno. En la línea de la preocupación por las fronteras se abarcaban los litigios juridiccionales de límites, las competencias por áreas de influencia y las búsquedas de un equilibrio de poder en la región. De un lado se ubican quienes ven las oportunidades de expansión e integración de la Argentina en el mercado mundial como exportador de productos de zonas templadas y los dividendos sociales de dicha inserción económica externa. Del otro lado, quienes observan en primer lugar la configuración territorial del país, su extensión y potencial de recursos, su organización como estado nacional y sus relaciones con los países vecinos. Los dos íconos del país imaginado: la Argentina “fortín” o “bastión” y la Argentina “granero del mundo”. Y los dos ámbitos naturales en los que esos íconos se representaban: el cuartel y la estancia. Aquella primera divergencia se termina de plasmar sobre los tres grandes hechos político-militares de las tres últimas décadas del siglo XIX —la guerra de la Triple Alianza (1865-1870), la Conquista del Desierto (1875-1883) y la incorporación de la ciudad de Buenos Aires como capital de la República (1880). A partir de entonces se perfilarán dos grandes enfoques dentro de los grupos dirigentes: uno que entenderá que un “territorio chico y feraz” equivaldría a una gobernabilidad más asegurada y que observa a la dimensión territorial como un problema; el otro, que entenderá la extensión territorial como oportunidad y a la disponibilidad de los recursos como principal atributo de poder soberano. La organización nacional y la inserción en el mundo que la Argentina logra de manera exitosa a partir de 1880 contiene así, en una misma alianza de poder, esta tensión latente originaria que fomentará un conflicto de intereses, a veces encubierto, a veces explícito, entre visiones “comercialistas/ pacifistas” y “territorialistas/
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realistas”. Se podrá leer, también, este conflicto de percepciones e intereses como una discusión ideológica entre “liberales” y “conservadores” y sin dudas estas dos grandes cosmovisiones ideológicas estarán presentes y superpuestas en las miradas de aquellos hombres. Se entenderá esta primera distinción entre liberales y conservadores tomando en cuenta, principalmente, la influencia de las ideas y la situación europea de aquel entonces; los “territorialistas” piensan en términos de la “Pax Británica”, el equilibrio de poder derivado del Congreso de Viena (1815) y el Sistema Metternich; sus contrincantes están imbuidos del positivismo, el liberalismo económico y el entusiasmo por la expansión comercial. Estas dos grandes familias ideológicas entroncan, por su parte, con las primeras luchas políticas de la etapa de la independencia, herencia de las respectivas luchas en la España de los Austrias y los Borbones y de las influencias respectivas de la Ilustración y la Revolución Francesa sobre el liberalismo, y de la Contrarreforma, las Cruzadas y la conquista de América con la cruz y con la espada, sobre el conservadorismo. Esta disyuntiva en el seno de la clase dirigente acompañará el paso de un siglo a otro: privilegiar el paradigma del mercado, es decir la estabilidad y el crecimiento económico, lo que supondría para ellos “menos Estado”, o privilegiar las fronteras y el territorio, las políticas de poder y la realidad de la litigiosidad limítrofe, lo cual implicaría “más Estado”. Asimismo, la forma de entender la relación Estado-territorio genera dos perspectivas polares contrapuestas: una que apuntará a la ausencia de conciencia territorial en los grupos dirigentes frente a otra que señalará la existencia de una exagerada mística nacionalista sobre el territorio que, con frecuencia, será la causante de pérdidas y desventajas para la inserción externa del país. Con sus distintas vertientes, de uno u otro modo, podemos incluir la proyección de estas dos grandes corrientes que dominarán los enfoques de política exterior dentro de una misma gran
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concepción dominante, asociada al modelo agro-exportador. Una vertiente más liberal y próxima a los vínculos económico-comerciales del país con el exterior; otra más nacionalista, cercana a los centros neurálgicos de la esfera estatal —el diplomático y el militar— y la preocupación geopolítica por la ocupación de los espacios territoriales y el cuidado de las fronteras. Entre ambas, una tercer corriente, más pragmática, buscará integrar las percepciones e intereses de las dos anteriores desde una perspectiva estatal. Y como trasfondo, otra presencia insoslayable oficiará como fuente de inspiración, aprobación o desaprobación y proveedora de consejos y consejeros del “buen gobierno”: la Iglesia y los núcleos más influyentes del pensamiento católico. Los grupos sociales oligárquicos que conformaron esa primer clase dirigente de la Argentina moderna, vinculados con la producción agropecuaria y ganadera, abrevaron alternativamente en una y otra cantera ideológica y fluctuarán así entre la apertura cosmopolita y el librecambismo por un lado, y la protección estatal y el autoritarismo paternalista, por el otro. Estas características en la cultura política se reflejarán en las familias pertenecientes a la elite tradicional pero permearán también en los sectores medios-altos con inserción en ámbitos de poder. Será común observar en esas familias rasgos característicos por parte paterna y materna que confluyen en distintas combinaciones de laicismo y catolicismo, liberalismo y conservadorismo, admiración por Francia e Inglaterra o por la tradición hispánica y católica, la matriz cultural universalista en coexistencia con el cultivo de valores autoritarios y cierta admiración por las ideas reaccionarias del pensamiento europeo de la contrarrevolución y la contrarreforma.2
2. El tema es tratado en David Rock y otros, La derecha argentina. Nacionalistas, neoliberales, militares y clericales, Javier Vergara, 2001; Fernando Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna, Siglo XXI, 2002.
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Se produce, al mismo tiempo, una suerte de división social del trabajo al interior de estos grupos sociales, herederos de aquel patriciado criollo e hijos de la generación fundadora. Esta elite social formada por los descendientes de las antiguas familias que trazaron los contornos de la Argentina moderna, estaba compuesta por tres grandes subgrupos: aquellos herederos de los “guerreros de la Independencia” y los grupos políticos de las luchas por la emancipación, cuyos linajes se remontan a la época colonial, los edificadores de la economía agropastoril y los administradores del proyecto civilizador. Se trataría, según Alain Rouquié, de una oligarquía en términos sociológicos: su reclutamiento restringido, su impermeabilidad y la importancia de los vínculos personales y de las relaciones familiares en su seno, son los rasgos que distinguen a este grupo social prominente de una elite abierta.3 En la misma familia podrá verse una rama de hijos con vocación militar, formación prusiana y mentalidad más proclive al nacionalismo territorial, y otra de productores y empresarios —influida por las culturas anglosajona y francesa— más volcada hacia la economía y los negocios. Entre ambos, los hombres con vocación pública o pertenecientes a familias con mayor protagonismo político se inclinarán naturalmente hacia la formación jurídica o humanística (escritores, historiadores). Se configurarán de tal modo patrones culturales y disposiciones vocacionales fuertes que serán referenciales también para sectores medios de la burguesía urbana ascendente, tanto capitalina como provinciana. Por otra parte, el fortalecimiento del Estado nacional, con la consolidación de una clase dominante relativamente homogénea desde el punto de vista de su extracción socioeconómica, permitirá una compenetración natural entre clase política y clase económica, cuyo resultado será el progresivo aumento de una autonomía política por parte del poder estatal. 3. Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, Emecé, 1981, p. 46-47.
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Esta vertiente estatalista, que se asienta como ámbito natural de los “hombres de Estado” que pretenden permanecer al margen de las luchas políticas de partido, abrirá el curso de una tradición diplomática de arbitraje, resolución de conflictos y estudio del derecho internacional, que funcionará como equilibradora entre las otras dos —territorialista/militar y liberal/comercialista— y dará los principales aportes teóricos y argumentales a la política exterior argentina hasta entrados los años ‘30. Una personalidad paradigmática de esta clase dirigente con visión de Estado, un hemisferio en el brazo diplomático y otro en el militar, es Estanislao Severo Zeballos; escritor, estanciero, abogado, legislador, político y periodista del “orden conservador”. Nacido en 1854, hijo de un teniente coronel del mismo nombre, fundador de la Sociedad Científica Argentina y del Instituto Geográfico Argentino, director del diario La Prensa a los veinte años, secretario del general Mitre de quien luego sería su más vehemente crítico, y autor de numerosas crónicas de viaje por el país en las que se dibuja una sociología de la nación argentina construida por la toma de la tierra a los indios: Estudio geológico sobre la Provincia de Buenos Aires, Una excursión orillando el río de la Matanza (en colaboración con Francisco P. Moreno y Walter Reid), La conquista de las 15.000 leguas, Descripción amena de la República Argentina. Diputado conservador, canciller de Juárez Celman y Pellegrini entre 1889 y 1991, luego enviado como Ministro plenipotenciario a Washington, le tocará presenciar allí in situ, entre 1892 y 1897, las presidencias de Harrison, Cleveland y Mc Kinley durante las que se gestó la política del Big stick que implementaría luego Theodore Roosevelt. A su regreso nuevamente diputado nacional y prolífico ensayista, puede ser al mismo tiempo presidente de la Sociedad Rural Argentina y fundador en 1898 de la Revista de Derecho, Historia y Letras, que dirigirá y en la que escribirá hasta su muerte.
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Designado canciller por tercera vez, por el presidente José Figueroa Alcorta en 1906 y posteriormente delegado rectoral de la Universidad de Buenos Aires en la Facultad de Derecho en donde lo encuentra la reforma universitaria del ’18. En 1920 publica en París La diplomatie des Etats Unis dans l’Amerique du Sud y muere en Liverpool, el 4 de octubre de 1923, después de dictar conferencias en los Estados Unidos y mientras se dirigía a Londres para asumir la presidencia de la International Law Association, que él mismo había fundado años antes. Pese a ostentar semejante foja de servicios, Zeballos fue una figura “en la penumbra de la historia argentina” ,4 y la razón principal de ello estriba en sus lapidarias críticas al curso que tomó la política exterior del país, luego de la Guerra de la Triple Alianza, una batalla política perdida a manos de Mitre. Sus ideas eran las de un nacionalista “realista” al estilo europeo. “La vida de las naciones modernas no es una Arcadia —sostendrá—. Es de choques de intereses, de peligro, de sabias previsiones. Los países que por cobardía del espíritu público o por lirismo de sus estadistas hayan soñado que les es posible vivir fuera de la regla universal, es decir sin armamentos proporcionados, harían bien en abdicar de una vez su soberanía, ingresando como colonias inermes de las grandes potencias. Pero los pueblos viriles, por más mercantiles que sean —Estados Unidos, Alemania e Inglaterra lo enseñan— deben aceptar resueltamente las cargas pecuniarias y la labor que la militarización de los tiempos les imponen, sin más limitaciones que las del ejercicio nacional, aconsejadas por sus recursos y por sus necesidades”.5
4. Estanislao Zeballos, Diplomacia desarmada , Eudeba, 1974. Nota introductoria de Gustavo Ferrari. 5. Zeballos, E., Revista de Derecho, Historia y Letras, 1904, Tomo XX, p.297. Citado en Paradiso, 1993, p.32.
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En Diplomacia desarmada, un texto que data de 1908 y se convertirá en referencia principal de la corriente territorialista, se expone precísamente la tesis de que una diplomacia armada tendría grandes probabilidades de imponer sus designios, mientras que una diplomacia desarmada dejaría sometido al país que la ejerce a la voluntad de sus adversarios, de sus presuntos aliados y hasta de sus vecinos más débiles. Ejemplo de la primera sería Brasil y ejemplo de la segunda, la Argentina. “No es, en efecto, una política —escribirá— dejarse sorprender por la guerra y por sus complicaciones sin plan, sin armas, sin tropas, sin dinero y sin crédito, y continuar después, pacientemente y en plena debilidad, a remolque de los acontecimientos y a merced de influencias más fuertes y ricas, como la del Brasil armado”. En otro alegato armamentista del mismo año, “Las fuerzas armadas y la posición internacional de la República”, señala lo siguiente: No existe en la actualidad preocupación más urgente ni más interesante, para nuestras llamadas ‘clases conservadoras’, que la reorganización de la marina y del ejército, sobre la triple base de estos puntos cardinales: a) la justicia, como fuente de estímulo y de bienestar de dirigentes y de dirigidos, b) la disciplina, que excluye las influencias banderizas en las armas, pues ellas no pertenecen a los caudillos, ni a los círculos personales, sino a la patria, c) la dotación de naves y de materiales de guerra modernos, necesarios para asegurar el éxito de aquellas organizaciones tutelares de la paz, o generadoras de la victoria, en un caso extremo”.6 El itinerario ideológico se confunde aquí con el político y personal. Cuando Zeballos escribió aquellas líneas acababa de ocupar por tercera vez la Cancillería, desde donde llevó a cabo una política de confrontación con Brasil, cuya Cancillería conducía entonces su célebre contrincante, el Barón de Río Branco. Pero
6. Zeballos, 1974, op.cit., cap. 1.
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esa política carecía de apoyo interno. La caída de Zeballos fue provocada por los sectores mitristas y roquistas del Congreso, que exigieron su renuncia a cambio de aprobar fondos requeridos por el gobierno. “Las situaciones políticas se reproducen a menudo en la historia”, escribirá Zeballos luego, comparando a ambos generales-presidentes: Roca tenía la oportunidad de terminar como Mitre, perdiendo en la mesa de negociaciones lo ganado en el terreno, o de “hacer oir la voz potente e internacional de los cañones”. Una sentencia sencilla y obvia que, sin embargo, estaba dejando un legado de profecía autocumplida a sus sucesores. Discusiones principistas entre grandes personajes sobre cómo debían conducirse los asuntos principales del país ya se habían vivido en los grandes duelos entre Sarmiento y Alberdi. Apasionadas disputas personales por el reconocimiento y ambiciones encontradas por ocupar el centro de la escena pública: con esa materia se amasaba la política argentina de esa época, restringida a las zonas transitadas por su clase dirigente. Pero incidían también, por supuesto, los grandes y pequeños intereses económicos en juego; los locales y los internacionales. Desde el mismo momento en que la Argentina se conformó como estado unificado, con un poder administrativo territorial centralizado y un ejército nacional permanente, los antagonismos y rivalidades internas se alimentaban o determinaban por los negocios así como las disputas y competencias entre los países del Cono Sur llevaban consigo las conexiones económicas con terceras potencias y sus empresas, las que disputaban a su vez los mercados emergentes de América latina. En el caso de la renovada competencia argentino-brasileña de comienzos del siglo XX, se detectan también estos intereses capitalistas contradictorios. Por un lado, los banqueros financiaban la compra de armamentos, haciendo grandes negocios y posibilitando que las industrias bélicas obtuvieran ganancias sustantivas. Por otro lado, no les convenía que se desataran
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conflictos bélicos perjudiciales para esos negocios. Los exportadores de cereales y carnes presionaban a favor de condiciones de “paz y administración” que les permitieran garantizar el intercambio comercial pero ello no quitaba que aplaudieran o criticaran acuerdos preferenciales y alianzas estratégicas que podían incrementar o perjudicar esos intercambios. En este doble juego de incentivar la rivalidad regional y apostar a un equilibrio de fuerzas para sacar el máximo provecho se renueva la competencia argentino-brasileña a comienzos del siglo XX. El entonces ministro embajador de Francia en Buenos Aires, M. Thibaut, observaba esa rivalidad más táctica que real, puesto que los dos países estaban por demás absorbidos por sus problemas internos y no demostraban la necesidad de extenderse más allá de sus fronteras. Por detrás, encontraba la presión de la poderosa empresa alemana Krupp, interesada en desplazar a la francesa Creusot, y de la propia Alemania, que ofrecía armamento y adiestramiento a ambos países a la vez. La rivalidad argentino-brasileña dio a los asesores alemanes la oportunidad de ganar influencia entre los mandos militares argentinos. Por cierto, los primeros recibieron repetidamente invitaciones para colaborar con un cuerpo militar que en 1905 fue organizado bajo el modelo prusiano. Estas proposiciones fueron tomadas con cautela por los alemanes. Un informe de uno de estos asesores consigna la sorpresa que causaba la falta de preparación y de información de un cuerpo militar, que “planeaba fantásticamente campañas irreales para un ejército que sufría de una grave escasez de líderes militares entrenados en todos los niveles”.7 En 1907, estimulada por el enfrentamiento argentino-brasileño que fogoneaba el canciller Zeballos, comenzó una campaña
7. Luiz Alberto Moniz Bandeira, Argentina, Brasil y Estados Unidos. De la Triple Alianza al MERCOSUR, Norma, 2004. Cap. 3
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alemana de venta de barcos de guerra. A fines de junio, el propio emperador Guillermo II recibe a Indalecio Gómez, entonces ministro argentino en Alemania y otro de los conspicuos miembros de la corriente armamentista, en ocasión de la revista anual de la flota germana, e insta a los argentinos a equiparse y comprar barcos de guerra alemanes. Pero al mismo tiempo, desde Berlín, el secretario de Estado de asuntos exteriores mostraba su preocupación respecto de las negativas consecuencias de una eventual guerra argentino-brasileña en el comercio con Alemania. Partiendo de esta percepción, el gobierno alemán decidió seguir una política equidistante de ambos antagonistas. Mientras tanto, el ministro Zeballos, a través de los encendidos editoriales de La Prensa, continuaba cebando la tensión argentino-brasileña. Tras la sonada salida de Zeballos del gobierno, reemplazado por Victorino de la Plaza, tenido éste por más cercano a los intereses británicos, el Congreso aprobó finalmente el proyecto de rearme con un costo de 150 millones de pesos, equivalentes a 10 millones de libras y abrió la licitación entre las industrias europeas para el suministro de material bélico. La empresa Krupp terminó ganando el contrato sobre la francesa Creusot y este triunfo fue celebrado por el propio Zeballos con una cena agasajo a los jefes de las Fuerzas Armadas en su residencia. La embajada francesa envía despachos reservados a París describiendo con disgusto lo que ocurría en Buenos Aires. Mientras tanto, el ex ministro de guerra, general Pablo Riccheri, viajaba a Essen, sede de la Krupp en Alemania, con la misión de estudiar las condiciones para la compra de cañones y regresaba con propuestas ventajosas para quienes se negaban a aceptar ese material de guerra. Años antes, siendo todavía ministro, Riccheri había tenido ya un encontronazo con la política proteccionista de Carlos Pellegrini, al proponer la compra de borceguíes estadounidenses para el ejército, interesado por los exportadores norteamericanos. Pellegrini promovió entonces un debate parlamentario
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donde expuso con ardor la necesidad de defender a la naciente industria nacional frente a la competencia extranjera.8 Como de costumbre, razones animadas por intereses y negocios personales. Según el ministro Thibaut, Zeballos, que acababa de amueblar “lujosamente” su residencia, estaba en una situación financiera desesperada después de su renuncia y repentinamente había visto resueltos sus problemas. Del mismo modo, extrañaba al diplomático francés cómo Figueroa Alcorta, que había entrado a la Casa Rosada sin fortuna, había mandado construir una amplia residencia donde ya estaba instalada toda su familia. Los diarios publicaban una carta del presidente de la Banque Hypotecaire Nationale según la cual el presidente Figueroa Alcorta, su esposa y los demás miembros de su familia habían contraído una importante deuda que no había sido saldada. El canciller brasileño, el Barón de Río Branco le escribía al embajador brasileño en Buenos Aires que “la compra de armamentos contra Chile enriqueció ahí a bastante gente, y muchos de los agitadores de hoy esperan obtener lucros más abultados todavía de los encargos que se proyectan para conjurar al ‘peligro brasileño’. La agitación sólo comenzará a decaer después que el Senado apruebe los créditos que vote la Cámara de Diputados”. Y el embajador Domício da Gama le responde comentando que “ya los hombres de la administración pasada se atreven a decirme que en toda la agitación, Brasil es un pretexto para el gasto de millones, muchos de los cuales tienen que quedar en manos de agentes y promotores de la campaña” .9 Hablamos de los años, entre 1906 y 1910, en los que el país experimentaba un espectacular crecimiento, como resultado de
la creciente demanda de cereales y carnes argentinas en el exterior. El intercambio comercial aumentaba más del 28 por ciento, con un saldo favorable de veinte millones de pesos oro y Figueroa Alcorta se jactaba de que “en ninguna época de nuestra historia ha alcanzado el país una suma mayor de prosperidad y progreso que en la actual, en la acepción múltiple de tales conceptos”.10 Sin embargo, el aumento del gasto estatal, debido a la expansión de obras públicas, provocó fuertes déficit y un aumento de la deuda contraida por el Estado. De esos años datan la expansión de la red de ferrocarriles, la construcción de canales, puentes, caminos, diques, obras de riego en todo el territorio nacional, la inauguración del Palacio del Congreso (mayo de 1906) y la modernización de la Marina de guerra. También, el crecimiento demográfico, la llegada de nuevos contingentes de inmigrantes, la urbanización y las pequeñas actividades industriales, la aparición de los primeros conflictos sociales serios, la actuación de las organizaciones sindicales anarquistas y socialistas y la sanción de las Leyes de Residencia, primeras normas restrictivas para la inmigración utilizadas como instrumento de represión estatal. Las propuestas de reforma liberal e incorporación de legislación social más avanzada de Joaquín V. González caían en saco roto y se perdía la oportunidad de que el modelo socioeconómico de la Generación del ’80 tuviera una evolución progresista prestando oídos a la “cuestión social”. Enfrentado a los reclamos obreros, las protestas y la represión policial que tiene como epicentro la llamada “Semana Roja”, Figueroa Alcorta identifica el cuadro de situación en su
8. Rogelio García Lupo, La Argentina en la selva mundial, Corregidor, 1973, p.77-78. 9. Moniz Bandeira, 1994, op.cit., cap.3;. También en García Lupo, 1973, op.cit. y Andrés Cisneros, Carlos Escudé et. al., Historia General de las Relaciones Exteriores de la República Argentina, GEL, 1998, Parte II.
10. Pablo Gerchunoff y Lucas Llach, El ciclo de la ilusión y el desencanto.Un siglo de políticas económicas argentinas, Ariel, 1998; Mónica Deleis, Ricardo de Titto y Diego Arguindeguy, El libro de los presidentes argentinos del siglo XX. La historia de los que dirigieron el país, Aguilar, 2000; Juan Archibaldo Lanús, Aquel apogeo. Política internacional argentina 1910-1939, Emecé, 2001.
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mensaje ante al Congreso del 1º de mayo de 1909: “Preparada y dirigida por agitadores profesionales que en su mayor parte entran al país y se radican, y aun prosperan, al amparo de la liberalidad generosa de nuestras leyes, la última conmoción sectaria ha llegado en la propaganda y en el hecho a límites extremos que es urgente prevenir en lo sucesivo, como exigencia no ya del orden social sino de la estabilidad misma del país”.11 Meses después, en noviembre de 1909, el activista anarquista Simón Radowitsky asesinaba al jefe de Policía de la Capital, el coronel Ramón Falcón. En las vísperas del Centenario de la Revolución de Mayo, las fastuosas celebraciones mostraban ya la imágen de un país disociado. Ilustres visitantes de todo el mundo, desde la infanta Isabel de Borbón hasta Jean Jaurès y George Clemenceau, el presidente chileno Pedro Montt, los escritores Anatole France y Ramón del Valle Inclán, acudían a los festejos de una jóven y pujante República que se lucía en todo su esplendor. Veinte mil soldados argentinos desfilarían junto a las delegaciones de Francia, España, Italia, Estados Unidos, Holanda, Uruguay, Chile y Japón. Detrás de esa portentosa fachada, el gérmen de la intoleracia política estaba también en las calles, las huelgas de la FORA y fogonazos de anarquismo violento encontraban como respuesta el estado de sitio y la censura y empezaban a actuar los primeros grupos de choque de ultraderecha, integrados por jóvenes de familias adineradas de Buenos Aires. Entre disputas ideológicas, luchas de poder y colusiones de intereses económicos y crematísticos, el universo de la diplomacia argentina se ampliaba al compás de las transformaciones sociales internas y la inserción externa del país. Hacia 1880 estaba circunscripto a 9 delegaciones y 20 diplomáticos, entre jefes
11. Deleis, de Titto y Arguindeguy, 2000, op.cit. Ver también Julio Godio, El movimiento obrero argentino. Socialismo, anarquismo y sindicalismo, Legasa, 1997.
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de misión y secretarios. Existían, además, 171 consulados y viceconsulados, de los cuales 14 estaban en Brasil, 11 en Uruguay, 9 en Bolivia, 8 en Chile y 8 en Perú. La red consular era también importante en la Europa latina: 32 consulados en España y 25 en Italia. En 1926 había 26 embajadas y legaciones y 79 diplomáticos. En 1933, la cifra se elevaba a 24 representaciones diplomáticas, 110 diplomáticos y 330 consulados y viceconsulados, con 434 agentes consulares.12 La política interna se proyectaba en la política externa, que se manifestaba a través de lo más granado de su dirigencia. Figuras como Zeballos, Bernardo de Irigoyen, Vicente Quesada, Carlos Calvo, Luis María Drago, Ernesto Bosch, Angel Gallardo, Diego Luis Molinari, postulaban principios que eran tomados como referencia por otras naciones: no intervención en los asuntos internos de otros países, neutralidad, oposición al cobro compulsivo de deudas públicas, mediación, respeto por el asilo diplomático, participación activa en los organismos y foros internacionales para la resolución pacífica de los conflictos. La crónica del viaje que realiza la familia Cárcano a Europa en mayo de 1928 retrata las contradicciones con las que aquella elite ilustrada se vinculaba con el mundo y moldeaba sus percepciones, convicciones —y contradicciones— mientras observaba de cerca los cambios que se producían a su alrededor. El jóven Miguel Angel Cárcano venía de acompañar a su padre don Ramón J., caudillo conservador, fallido candidato presidencial cuando la revolución radical de 1890, y gobernador de
12. Rouquié,1981, op.cit.. También, en Paradiso, 1993, op.cit, Lanús, 2001, op.cit; Miriam Colacrai de Trevisán,Persectivas teóricas en la bibliografía de política exterior argentina, en Russell, R. (ed.), Enfoques teóricos y metodológicos para el estudio de la política exterior, GEL, 1992.; Paulo Cavaleri, Diplomáticos de antaño, Todo es Historia, 1998; Beatríz Solveyra, La evolución del Servicio Exterior Argentino entre 1852 y 1930, Centro de Estudios Históricos de Córdoba, 1997.
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Córdoba frontalmente enfrentado en el plano nacional con Hipólito Yrigoyen. Había crecido entre Buenos Aires y el campo en aquella provincia, con una educación liberal y conocido ya de pequeño las principales capitales europeas y personajes famosos de la política, la diplomacia, la literatura y las artes; lo más selecto de la alta sociedad de su época, desde Roca y Juárez Celman a Lugones, Payró y Paul Groussac, desde Roque Sáenz Peña al Barón de Río Branco. Había sido ya secretario de la Sociedad Rural Argentina en su calidad de productor ganadero a cargo de su estancia San Miguel y anfitrión de Humberto de Saboya, el Príncipe de Gales; asistía a los banquetes y comidas del Jockey Club y del Círculo de Armas y era probable encontrarlo en los principales acontecimientos sociales que destacaban la crónicas de los diarios.13 Su actividad pública era la consecuencia inmediata de su apellido y su familia; la política, una prolongación natural de sus ocupaciones e intereses personales. Liberal, entonces, en su formación cultural y conservador en su adscripción política, conforma con un grupo de amigos la Confederación Nacional de las Derechas para apoyar en Córdoba al candidato del partido Demócrata, Julio A. Roca, que pierde frente al radicalismo yrigoyenista. Su padre había completado ya su mandato y es entonces cuando el matrimonio Cárcano emprende con sus hijos un largo periplo en barco a la Europa entre esplendorosa y decadente de fines de los años ’20. “Encontré a España poblada de ideas y a sus intelectuales haciendo profesión de fe republicana bajo el régimen monárquico”, recordará años después. Pero lo que resulta más peculiar de aquella
13. Datos recogidos por Fernández Lalanne, 1996. Miguel Angel Cárcano, al igual que su padre, escribirá varios libros con sus apuntes personales, de enorme valor historiográfico; entre ellos “Victoria sin alas” (1949), “La fortaleza de Europa” (1951), “Travesía española” (1954), “El azar y el tiempo” (1974).
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estancia es el encuentro con el dictador Miguel Primo de Rivera, vinculado a los Cárcano por un lejano parentesco pero también, como se verá, por alguna detectable simpatía ideológica. Primo de Rivera, quien además de general sostenía su título nobiliario de marqués de Estella, descendía —según se cuenta— del marqués de Sobremonte, de quien Sáenz de Zumarán, abuelo materno de Cárcano, fuera ni más ni menos que su apoderado en Montevideo y Buenos Aires y más tarde albacea de su sucesión.14 Miguel Angel Cárcano se encuentra con su lejano pariente hispano y mantiene una animada y prolongada conversación de la que sale muy bien impresionado.“No crea que soy un dictador” es una de las primeras cosas que le dice al recibirlo y pone como ejemplo que existía en España tanta libertad que “hasta Ortega y Gasset podía pasear tranquilo por la Puerta del Sol”. Primo de Rivera le explica que el estado de cosas en el que estaba sumida la madre patria, con la ineficacia del Parlamento, los frecuentes cambios de gobierno y las “farsas electorales”, lo habían llevado a encabezar un pronunciamiento militar que mereció la aprobación del rey Alfonso XIII para reordenar la vida del país y liberarlo “de la funesta actividad política que lo había llevado a la decadencia y la ruina” . 15 Cárcano miraba atento y, mentalmente, tomaba nota. Pronunciaría y escucharía palabras parecidas a lo largo de su vida. Esa conversación entre el connotado liberal argentino y el dictador español se internó luego por el arbol genealógico que los unía hasta llegar a la raíz originaria. Primo de Rivera se queja por lo mal que, a su juicio, habían tratado los historiadores al virrey Sobremonte, no obstante haber sido un excelente gobernador de Córdoba. Cárcano le responde que el virrey poco pudo
14. En Fernández Lalanne, 1996, p.414. 15. Fernández Lalanne, op.cit, p.416.
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hacer en medio de las difíciles circunstancias históricas que le tocaron, rodeado además, como estaba, “por mediocres consejeros”. En sus apuntes relata que la preocupación de Primo de Rivera era, finalmente, que las extensas parcelas que habían pertenecido a sus antepasados ya no podían ser reclamadas: “Alguna vez pensé —exclamó el marqués de Estella, heredero de Sobremonte— concluir mis días en la Argentina cuando me convenza que España es ingobernable. ¡Ahora, agregó, mi última ilusión se desvanece!”.16 Esta pequeña anécdota histórica retrata una escena que se repetiría en las relaciones cívico-militares en nuestro país y que refleja las continuidades que encubrirán bajo distintas formas aquella tensión originaria antes descripta entre un liberalismo “comercialista” y un nacionalismo “territorialista”. Son dos tendencias o constantes de la política exterior argentina que podrán verse desplegadas y plasmadas de distintas formas a lo largo de las siguientes décadas. Un ejemplo de ello será la combinación entre las políticas de regateo comercial y las percepciones y prácticas del equilibrio de poder (pragmatismo económico por un lado, principismo ideológico por el otro lado) que se plantea como patrón de actuación del país tanto en sus relaciones con las principales potencias y con sus vecinos en la Primera Guerra Mundial, y que impregnará, a partir de entonces, las opciones políticas de distintos gobiernos. Así también, la convergencia de factores políticos, económicos y culturales en una u otra inclinación —hacia la apertura comercial en busca de asociaciones y negocios ventajosos o hacia el aislamiento y la autonomía de poderes externos— se verá reflejada en las distintas formas de interpretar la neutralidad que sostendrán los gobiernos argentinos de diferentes orientaciones entre 1914 y 1945.
16. Cárcano, Travesía española, citado por Fernández Lalanne, op.cit., p.416
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Entre 1939 y 1945, en particular, esta política será mantenida por cuatro presidentes y gobiernos en todos los casos con un considerable grado de apoyo interno. Se ha podido analizar la neutralidad, así, según el enfoque y las variables que se estimen como más relevantes, como una postura “realista” vinculada a la búsqueda de un peso específico propio para el país en el balance de poder regional y frente a los conflictos entre las potencias; como una definición “liberal”, resultado de la relación privilegiada con Gran Bretaña y alentada por los sectores agro-exportadores; o como una posición de índole “principista” o “idealista”, atribuida a las influencias nacionalistas sobre las corrientes ideológicas dominantes. Estas líneas interpretativas de la neutralidad se continuarán luego en los distintos modos de entender las posiciones “terceristas” de no alineamiento, pero ya en un escenario mundial contemporáneo que será definidamente bipolar. Aunque para entonces, sus resultados ya no serían los mismos y otros serían los actores y el contexto en el que se desarrollarían sus acciones. Lo que interesa destacar, en este caso, son las raíces históricas e ideológicas de esta tensión constitutiva entre liberales y nacionalistas dentro de una gran concepción predominantemente conservadora. Una tensión que no termina de resolver el modelo estatal-nacional de la generación del ’80 basado en la inserción agroexportadora de una próspera y emergente república oligárquica. La crisis de este modo de inserción en el mundo, que estallará con el trasfondo de las dos guerras mundiales, mostrará la repetición periódica de aquella tensión básica irresuelta en la búsqueda de un modelo de recambio que no terminará de asentarse con el consenso suficiente entre sus actores fundamentales.
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La elite en el ruedo: Argentina en la vorágine mundial “Los diplomáticos no se improvisan. Pero cuando se trata de un país nuevo —como lo era la Argentina en el último tercio del siglo pasado— los recursos humanos escasean y hay que echar mano de cualquiera para desempeñar las más diversas funciones. Así ocurrió que nuestro pequeño cuerpo diplomático, en aquella época y en décadas posteriores, albergó a personajes de toda laya, incluyendo a algunos excelentes representantes en el exterior, pero también a inservibles, oportunistas y hasta sinvergüenzas...” Paulo Cavaleri, Diplomáticos de Antaño, Todo es Historia, Nº 369, abril 1998 “He buscado los rastros de mi lejana juventud, cuando volví después de más de veinte años de ausencia, y la ciudad ha cambiado tanto y tanto, que queda borrada la huella del tiempo en que me ausenté” Vicente Quesada, Mis Memorias diplomáticas, Bs. As., 1904, T.II, p.8 El período que transcurre entre fines de la década del ’30, principios de los años ‘40 y fines de 1945 tiene una importancia decisiva para la evolución económica, social y política de la Argentina contemporánea. Allí confluyen, se arremolinan y condensan en puntos de ruptura tradiciones que habían modelado los decursos del estado liberal en las primeras décadas del siglo XX, cuando el proyecto de la generación de 1880 daba muestras de agotamiento o de incapacidad para regenerarse en una nueva etapa modernizadora. Por un lado, las corrientes que surgieron con la ampliación de la ciudadanía y la llegada de la democracia de masas, representadas por el radicalismo, el socialismo, otros partidos políticos menores y el sindicalismo organizado, maduran como actores que
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comienzan a incidir como factores de presión sobre la esfera institucional. Por otro lado, las corrientes que se manifiestan tras el golpe militar de 1930, como resultado de las alianzas cambiantes entre sectores y grupos nacionalistas, conservadores y liberales, adquieren una identidad propia en los círculos dirigentes o allegados a éstos. Por debajo de esta reconfiguración del sistema político tradicional, nuevos actores sociales —un proletariado industrial incipiente y sectores medios urbanos— aparecen en la escena pública buscando su propia representación política.17 La Argentina era un país periférico de desarrollo intermedio que venía de un espectacular crecimiento. Poseía recursos de poder que se habían sostenido sobre tres pilares: una base económico-social y productiva sólida apoyada en la exportación, una relación especial con la potencia principal, Gran Bretaña, y una relativa estabilidad política interna. En esos tres aspectos, la Argentina de fines de la década del ’30 se encuentra ante encerronas de difícil resolución. Se restringía la demanda de productos primarios, carnes y cereales, declinaba Gran Bretaña como potencia dominante y el régimen cívico-militar instalado tras el golpe de septiembre de 1930 no encontraba una desembocadura democrática fuera de la proscripción y el fraude, mientras crecían las tendencias autoritarias al calor del ascenso de los totalitarismos europeos. Los diversos grupos nacionalistas, formados en su gran mayoría por jóvenes pertenecientes a la elite tradicional de origen conservador, encontraban además una buena acogida en los cuadros del Ejército formados en la tradición prusiana, y en
17. Ver, en particular, la reconstrucción histórico-política que hacen de esa etapa Tulio Halperin Donghi, La Argentina y la tormenta del mundo. 1930-1945, Siglo XXI, 2003 y Mario Rapoport, 1940-1945: Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes argentinas, Editorial De Belgrano, 1980; Alberto Ciria, Partidos y poder en la Argentina moderna (1930-1946), Jorge Alvarez ed., 1968.
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menor medida también en la Marina, más cercana, en este caso, a la influencia británica. Estos factores y condiciones acompañarían el tránsito del modelo agro-exportador y la relación privilegiada con Gran Bretaña, que daba sus últimas señales de aliento a medida que aumentaban las tensiones en Europa, al modelo de sustitución de importaciones, en coincidencia con la dificultosa y conflictiva relación con los Estados Unidos, potencia emergente de la primera posguerra. Ambos modelos de inserción externa, aquel declinante atado a los intereses pro-británicos, y el emergente, orientado a sacar provecho de un vínculo especial con los Estados Unidos, cuyos sectores y grupos dirigentes representativos coexisten de manera inestable, coincidirán, sin embargo, en un aspecto. En los dos casos alientan una relación competitiva con los países vecinos de la región y tienden a activar políticas de equilibrio de poder, alimentadas por las percepciones de amenaza, sobre todo con Brasil. En este marco se suceden los hechos principales de una política exterior que intenta sostener la neutralidad ante el conflicto europeo de distintas maneras, no logra generar confianza en sus principales interlocutores externos y se maneja de manera errática o contradictoria frente a éstos. Paga por ello altos costos políticos, en líneas generales; lo que no excluye sino que, por el contrario, conlleva ventajas para sectores políticos e intereses económicos específicos, como se verá luego. Por otra parte, la acción externa del país cuenta con un recurso de poder adicional, que es la reputación ganada durante los años ‘30, particularmente durante la gestión de Carlos Saavedra Lamas en la Cancillería, entre 1932 y 1938, bajo la presidencia del general Agustín P. Justo. Las tratativas que concluyeron la guerra del Paraguay contra Bolivia por la posesión del Chaco, y la participación en las conferencias referidas a la “consolidación de la paz” que tuvieron lugar inmediatamente y que incorporan el sistema de “consulta interamericana” como mecanismo de
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solidaridad hemisférica frente a cualquier amenaza a la paz, habían otorgado reconocimiento a la actuación diplomática argentina. Diplomático y jurista que había ocupado distintos cargos públicos e internacionales, Saavedra Lamas llevó adelante una diplomacia activa y la reintegración de la Argentina a la Liga de las Naciones luego de la neutralidad sostenida durante la primera guerra mundial. Por su labor en la mediación y resolución de la Guerra del Chaco recibió, en 1936, el Premio Nóbel de la Paz. En la Conferencia realizada en Buenos Aires ese año, acompañan a Saavedra Lamas figuras políticas y diplomáticas de primera línea: el futuro presidente Roberto M. Ortiz, el joven ministro y embajador Miguel Angel Cárcano, el futuro canciller José María Cantilo y los embajadores Felipe A. Espil, Leopoldo Melo, Isidoro Ruiz Moreno y Daniel Antokoletz. De tal modo, el país mostraba una situación paradojal. Tenía una alta visibilidad externa, con un elenco de diplomáticos reconocidos por su prestigio pero limitados en su actuación por la falta de sustento interno y por las prevenciones que despertaban a cada paso en sus contrapartes de los Estados Unidos, ya instalados como potencia mundial. Los antecedentes históricos y las condiciones estructurales tampoco ayudaban a esa relación: desde la Primera Conferencia Panamericana celebrada en Washington en 1889, en la que los representantes argentinos Manuel Quintana y Roque Sáenz Peña, futuros presidentes, se habían opuesto a los proyectos norteamericanos, los desencuentros habían tenido siempre el mismo curso. Como lo sintetizan sus biógrafos, aquellos hombres “admiraban las instituciones estadounidenses, pero recelaban de su política” . 18 Además, claro, de la relación competitiva determinada por la condición de ambos como países agropecuarios. 18. En Isidoro Ruiz Moreno, La neutralidad argentina en la Segunda Guerra, Emecé, 1997, cap.1.
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En la VIII Conferencia Panamericana, realizada en Lima en 1938, y en la Iª y IIª Reunión de Consulta de Cancilleres, realizadas en Panamá en 1939 y en La Habana, en 1940, se manifiestan fuertes diferencias de enfoque entre las delegaciones argentinas y estadounidenses sobre cómo interpretar el principio de solidaridad continental. El jefe de las delegaciones norteamericanas a esas conferencias es Cordell Hull, personaje que resultaría decisivo para las relaciones bilaterales en los siguientes años. La estructura burocrática de la diplomacia argentina se había modificado en aquellos años con el fin de orientar su atención a las demandas económicas. El reglamento orgánico del Ministerio de Relaciones Exteriores establecía tres grandes áreas: el despacho del ministro, la subsecretaría y cinco direcciones. Estas últimas eran: de asuntos políticos, de asuntos económicos, de asuntos jurídicos, de administración y de personal. La Dirección de Asuntos Políticos se dividía en tres departamentos —estados americanos limítrofes, estados americanos no limítrofes y Europa, Asia y Africa— y la Dirección de Asuntos Económicos en cinco departamentos —Imperio Británico, estados americanos limítrofes, estados americanos no limítrofes, Europa y Asia, Africa y Oceanía—. En los considerandos de la ley del Servicio Exterior que el gobierno había enviado al Congreso en 1934 se explicaban de este modo los propósitos del nuevo diseño estructural:“Hacer de sus servicios una fuerza constante, movilizada en la acción de defensa del prestigio exterior de la Nación, coordinado con las necesidades de la economía del país en actividades proficuas que les permita representar con eficacia el amparo de nuestro comercio en los mercados mundiales, realizando obra de previsión tendiente a conjurar los peligros y obstáculos en los centros de competencia, a la vez que ganar otros para la producción nacional” .19 19. Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores, 1934, p.610. Citado en Paradiso, 1993, op.cit., p.84.
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En paralelo con esta modernización de la diplomacia civil, el desarrollo de un incipiente complejo estatal-industrial bajo la órbita del Ejército se transformará en un factor de creciente influencia en el proceso político y plataforma de promoción e inserción de la carrera militar en la conformación de la elite dirigente. Las máquinas de guerra mueven las economías y participan en la reconstrucción de las posguerras. Los hombres de armas se ven llamados a la tarea y viajan a los escenarios centrales de conflicto en busca de lecciones, tecnologías y equipamiento mientras se empiezan a percibir como factores dinamizadores de las economías y del Estado. Y cerca de ellos no faltarían los hombres de negocios encargados de sellar acuerdos y sacarles el máximo provecho. Mientras el aparato estatal crecía y adquiría la fisonomía característica de las burocracias contemporáneas, la política nacional mostraba la declinación de los liderazgos institucionales que habían ocupado un lugar dominante y habían contenido hasta entonces las tendencias y fuerzas contradictorias que disputaban espacios de poder y cargos gubernamentales. Saldrán del primer plano de la escena nacional, entre 1941 y 1943, los ex presidentes Alvear, Justo y Ortiz (Alvear muere en marzo del ’42, Ortiz el 15 de julio del ‘42 y Justo el 11 de enero del 43), así como otros referentes del país en el exterior como los propios ex cancilleres Saavedra Lamas, quien concluye su vida pública como rector de la Universidad de Buenos Aires, y José María Cantilo. De este modo, las principales fuerzas y sectores políticos —el conservadorismo, el radicalismo y el Ejército— quedaban huérfanos de sus referentes más visibles y carentes de figuras de recambio.
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Las relaciones cívico-militares y la formación de una matriz de comportamiento de la elite política Distintos estudios coinciden en ubicar en los inicios de la década del ’40 la gestación de definiciones que determinarían los rumbos de la política nacional y sus relaciones exteriores, al mismo tiempo que el tipo de relación que se establecería entre estas últimas y la política doméstica de nuestro país.20 La cuestión ineludible y omnipresente era la posición a tomar frente a la Segunda Guerra Mundial, que se había desencadenado tras la invasión de Alemania a Polonia, en septiembre de 1939 y que tendría en la Argentina una repercusión incomparable con la de otros países latinoamericanos. Un anticipo del túnel en el que ingresaría el país se sitúa en los episodios que rodean a la propuesta del presidente Roberto Ortiz y el canciller Cantilo al gobierno norteamericano, en abril de 1940. La iniciativa consistía en cambiar la equidistante neutralidad por una más comprometida fórmula de “no beligerancia”, que implicaba un grado mayor de involucramiento frente a la guerra europea sin por ello alinearse en alguno de los dos bandos. Esta propuesta pretendía para la Argentina un status similar al de la Italia de Mussolini, que aspiró a jugar inicialmente un rol de arbitraje entre la Alemania nazi y las potencias liberales occidentales, con el objetivo de maximizar el margen de maniobra político y económico del régimen fascista italiano. Pero la idea no encuentra un eco favorable en el gobierno de Franklin Delano Roosevelt, que sostenía hasta entonces una neutralidad hemisférica en línea con la tradición de la Doctrina
20. Ver, entre otros Carlos Escudé,Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina. 1942-1949, Ed. de Belgrano, 1983; Mario Rapoport,1940-1945. Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes argentinas, Ed. de Belgrano, 1980; Paradiso, 1993, op.cit; Rouquié, 1981, op.cit.; Potash,1994, op.cit.
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Monroe, y se encontraba en plena campaña electoral buscando su segunda reelección. Eran los tiempos del New Deal, con un clima de opinión reacio a participar en el conflicto europeo y más permeable a la prédica aislacionista frente al convulsionado escenario extra-continental. La iniciativa argentina tampoco había caído bien en el gobierno británico, que contaba con esa neutralidad como garantía para su aprovisionamiento de suministros en los tiempos difíciles que se vivían. La repercusión de aquella propuesta a destiempo es decidídamente adversa. La contundente negativa de Washington, reproducida con amplio despliegue por la prensa, estimulará una reacción antinorteamericana y perderá peso el ala liberal de la Concordancia, agrupación de los partidos radical antipersonalista, demócrata nacional (conservador) y socialista independiente que había llevado al general Justo a la presidencia en 1932, en favor del flanco nacionalista de esa alianza gobernante. Tampoco habían prosperado las ideas renovadoras esbozadas por el entonces ministro de Hacienda, Federico Pinedo en un ambicioso Plan de Reactivación Económica de noviembre de 1940, conocido como “Plan Pinedo”, al que se asignaría una visión anticipatoria de los cambios de poder en el escenario global y su repercusión nacional. Allí se proponía una relación más estrecha con los Estados Unidos vinculada a una industrialización sustitutiva selectiva con mayor intervención estatal y con un perfil exportador.21 Pero el cuadro de situación cambiaría por completo con la caída de Francia en poder de Alemania, en junio de 1940, y con el ingreso, al poco tiempo, de Italia en la contienda. En un histórico
21. Sobre el papel del frustrado Plan Pinedo, ver Alberto Conil Paz y Gustavo Ferrari, Política exterior argentina 1930-1962, Círculo Militar , 1964, cap. 3; Juan José Llach, El plan Pinedo de 1940, Desarrollo Económico nº92, 1984; Roberto Russell, Las relaciones argentino-norteamericanas ¿el fin del desencuentro?, ISEN Documento de trabajo 19, 1996.
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discurso pronunciado en Charlottesville, Virginia, el ya reelecto presidente Roosevelt produce el vuelco de los Estados Unidos hacia la participación en la guerra e impulsa, a partir de entonces, una adhesión activa de los países latinoamericanos a través del Programa de “Préstamos y Arriendos”, que ofrecería abundante asistencia militar para los aliados. La Argentina quedaba, así, desubicada en el plano regional y los sectores de la elite dirigente que promovían evitar el aislamiento y reorientar la inserción externa del país perdían posiciones frente a las ideas nacionalistas en boga y frente a los intereses económicos locales vinculados con Gran Bretaña, empeñados en mantener la neutralidad para preservar los flujos de intercambio. El desplazamiento por enfermedad del presidente Ortiz y la asunción del vicepresidente Castillo como presidente en ejercicio, el 3 de julio del ’40, se parecía mucho a un golpe de palacio. Las modificaciones en la integración del gabinete, reflejaban un cambio de alianzas dentro de la elite gobernante: el sector conservador de la coalición de gobierno rompía con el sector liberal y se acercaba a su flanco más nacionalista. Los antecedentes de Enrique Ruiz Guiñazú, designado por Castillo al frente de la Cancillería, respondían perfectamente con el perfil que se buscaba. Jurista, historiador y ensayista, funcionario y catedrático, venía de cumplir funciones diplomáticas durante toda la década del ‘30 como embajador plenipotenciario en Suiza (1931-1938) y ante la Santa Sede (1938-1941), y había llegado a presidir el Consejo de la Sociedad de las Naciones en Ginebra durante los agitados años de entreguerras. Al mismo tiempo, la presencia de las jerarquías militares en la esfera política cobra una influencia notoria como campo de maniobras de los movimientos y alianzas entre los grupos dirigentes, con las Fuerzas Armadas como actor fortalecido por su creciente poder relativo frente al resto de los sectores, instituciones y grupos de influencia.
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Castillo y Ruíz Guiñazú encaran un giro inverso al norteamericano, desde aquella frustrada búsqueda de una aproximación “no beligerante” a las fuerzas aliadas hacia un neutralismo nacionalista que encubriría, en no pocos casos, dentro y fuera del gobierno, inequívocas simpatías por el Eje nazifascista que se manifestaban en reuniones dentro de los círculos de poder y también a través de los diarios. De regreso de sus funciones en el Vaticano, Ruiz Guiñazú pasa por Washington y escucha de boca del propio Roosevelt que en caso de agravarse la situación europea con un triunfo de Alemania, los Estados Unidos entrarían en la guerra y sería bueno, ante la eventualidad, contar con el respaldo hemisférico. Pero esas palabras no conmoverían las opiniones del flamante canciller argentino. El desentendimiento argentino-estadounidense conducirá a una creciente hostilidad diplomática y a la iniciación de un boicot económico que, con intensidad y características dispares, se extenderá desde febrero de 1942 hasta 1949.22 Habrá gestos de aproximación o búsquedas de recomposición durante esos años, sobre todo entre el ’43 y el ‘45, pero éstos tenderán, de una u otra forma, a potenciar la reactividad y alimentar a los sectores más duros e intransigentes frente a aquellos que, por filiación o como resultado de su posición coyuntural en la estructura de poder, buscaban líneas de entendimiento. Podían llamarse nacionalistas y liberales en la Argentina, “cruzados” o “intervencionistas” y “pragmáticos” realistas o aislacionistas en los Estados Unidos, y aunque era evidente la asimetría de consecuencias e impactos domésticos que tenían las disputas internas en ambos países, resultaba también ostensible la similitud de percepciones que se alimentaban entre los polos antagónicos.
22. Sobre el boicot norteamericano a la Argentina antes y después de la Segunda Guerra Mundial, ver Cisneros, Escudé et al.,1998, cap.60 y Rapoport, 1980, op.cit.
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La relevancia estratégica y simbólica que tenía la Argentina a los ojos del Departamento de Estado y los cursos de acción que se recomendaban seguir respecto de este país, motivan encendidos debates en los Estados Unidos. Por un lado, los “cruzados” representados emblemáticamente por el secretario de Estado Cordell Hull veían el riesgo de una amenaza militar en el Cono Sur. Por otro lado, los “pragmáticos” o moderados, entre los que se ubicaba al subsecretario Sumner Welles, se inclinaban por dejar abierta la puerta del comercio y la venta de armas para evitar que se empujara a este país hacia la provisión europea; y en tal caso, a los brazos de la Alemania hitleriana. En esa disputa entre duros y dialoguistas, participando en dos tableros simultáneos, se movieron ambas tendencias en la política argentina. Se establecerá a partir de entonces una peculiar dinámica de retroalimentación entre actores opuestos en las relaciones con los Estados Unidos, en la cual los sectores duros se fortalecen y sacan provecho de los intercambios fallidos entre los sectores dialoguistas. En un segundo plano, las relaciones con los países europeos (Gran Bretaña y Francia por un lado, Alemania, Italia, España y Portugal por el otro) y con los países vecinos de Sudamérica (particularmente, Brasil y Chile), acompañarán esta dinámica central de reforzamientos polares. Tras la fractura de la Concordancia entre conservadores y radicales antipersonalistas, el gobierno de Castillo se granjea la enemistad de su antigua apoyatura civil y empieza a respaldarse cada vez más en la camada de altos oficiales militares surgidos tras el golpe de Estado de 1930. Esta alianza entre civiles de vieja alcurnia y hombres de uniforme catapultados a la primera línea se corresponde con una activa política de incremento del potencial de las Fuerzas Armadas, la creación de Fabricaciones Militares y de la Flota Mercante y el progresivo
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aumento de la participación del gasto de defensa en el presupuesto nacional.23 En paralelo crecen la agitación, la deliberación interna y la politización dentro de las Fuerzas Armadas y las conspiraciones cívico-militares, todo lo cual ayuda a conformar una nueva composición y otro sistema de relaciones en la elite dirigente, algo que obviamente repercutiría sensiblemente en la imágen externa que el país ofrecía, sobre todo ante los observadores estadounidenses. Ruiz Guiñazú tenía la misión de seguir argumentando, sorteando crecientes dificultades, en favor de una neutralidad a la que pretendía equidistante respecto de las potencias en guerra. El embajador argentino en los Estados Unidos, Felipe Espil, escribe en carta confidencial al ministro fechada el 3 de agosto de 1941: La repercusión del conflicto entre los países neutrales de América sigue acentúandose, y hemos de tener que hacer esfuerzos inauditos para mantener nuestra neutralidad frente a los beligerantes (...) Difícil será mantener nuestra política de estricta neutralidad. Esperemos en todo caso salvar nuestra dignidad y nuestra independencia.24 La política nacional estaba dominada por esta polarización y la misma Cancillería se veía involucrada en frecuentes intercambios de notas con las representaciones extranjeras, relacionadas con denuncias sobre actos de espionaje o propaganda en medio de un clima público crispado ideológicamente por el conflicto bélico. Otro factor de fuerte desgaste lo aportan las pésimas relaciones entre un Ejecutivo dependiente de un respaldo político precario y el Congreso, con la Cámara de Diputados dominada por
23. Según las cifras que brinda Rouquié, los gastos de Defensa pasan del 16,9 por ciento en 1940, al 22,8 por ciento en el ’42 y 27 por ciento en el ’43 hasta llegar al 34,4 por ciento en 1944. Véase Rouquié, T.2, 1982, op.cit.,p.76. 24. En Ruiz Moreno, 1997, op.cit., p.105.
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la oposición y epicentro de denuncias sobre hechos de corrupción gubernamental pero también sobre actividades filonazis apañadas desde ámbitos oficiales. Es así que el 19 de septiembre del ‘41, en reunión de gabinete, el gobierno resuelve concentrar “en manos exclusivamente del Poder Ejecutivo la apreciación y el ejercicio de las relaciones exteriores”, rechazando así la injerencia del Congreso en dicha materia. En diciembre, Castillo dispone el estado de sitio, limitando las garantías constitucionales con la intención de aplacar la intensa movilización pública que generaba en el país la conflagración mundial. A partir de noviembre de 1941, Castillo multiplicará su presencia en desfiles, maniobras, recepciones y actos oficiales rodeado de jerarcas militares. En 1942, ofrece un banquete en honor de los jefes castrenses cada dos meses. En un primer plano irán apareciendo, así, en la escena pública las personalidades que jugarían los papeles más importantes poco tiempo después: los generales Pedro Pablo Ramírez, Edelmiro J. Farrell, Diego Mason, Ángel Zuloaga, Juan Pistarini, entre otros.25 A pesar de aquel giro autoritario, el gobierno estadounidense mantiene un diálogo “a dos bandas” con la Argentina durante ese segundo semestre del ‘41. Ejemplos de ello son el tratado comercial que se suscribe el 14 de octubre y que motiva un intercambio de conceptuosas misivas entre Roosevelt y Castillo, Ruiz Guiñazú y Cordell Hull, y las misiones de evaluación de militares de la Armada y el Ejército argentino en la búsqueda de equipamiento norteamericano. También con Gran Bretaña se ensayan gestos de acercamiento, como el envío del embajador Miguel Cárcano, un amigo ya conocido de sucesivos gobiernos británicos. Luego de pasar por la embajada en París, donde le tocará presenciar la ocupación
25. Rouquié, T1, 1982, op.cit., p. 312.
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alemana y representar a la Argentina ante el régimen fascista del mariscal Pétain en Vichy, Cárcano será enviado a Londres, donde Winston Churchill enfrentaba ya los bombardeos alemanes. Este relativo aflojamiento de tensiones externas para el gobierno argentino se frena el 7 de diciembre de 1941, con un acontecimiento que conmueve al mundo y provoca un vuelco en la política internacional. El ataque aéreo japonés a la flota norteamericana apostada en la base de Pearl Harbor, sobre el Pacífico, no dejaba ya lugar a más dudas: un país americano había sido atacado por una potencia extracontinental. Se ponían en funcionamiento los mecanismos de protección recíproca previstos para un caso de agresión en el marco del panamericanismo, concepción multilateral básica del sistema interamericano. La habitual charla radial que Roosevelt tenía los sábados fue lógicamente más vibrante ese 9 de diciembre: “En los últimos años, y de un modo más violento en estos tres últimos días, hemos aprendido una terrible lección”. El aislacionismo, afirmaba el presidente, había sido un error; no puede haber garantía de no sufrir ningún ataque cuando el mundo está gobernado por gangsters. “No nos gusta —no querríamos involucrarnos—, pero ahora estamos involucrados y vamos a pelear con toda nuestra fuerza.” Los norteamericanos, proclamaba Roosevelt, iban a pelear no sólo por la victoria, sino también para evitar el estallido de otras guerras en el futuro. “Los bastiones de la brutalidad internacional, estén donde estén, deberán ser absoluta y totalmente derrocados para siempre”. Y concluía enfáticamente: “Ganaremos la guerra, y ganaremos la paz que habrá de sucederla”.26 Estados Unidos queda definitivamente comprometido con el curso del conficto y acelera su despliegue diplomático en pos
26. John Lewis Gaddis, Estados Unidos y los orígenes de la Guerra Fría. 1941-1947, GEL, 1989, p.16.
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de la adhesión continental y la ruptura de relaciones con las potencias agresoras. La Conferencia Panamericana de enero de 1942 en Río de Janeiro será el escenario central donde se manifestarán la presión y las expectativas estadounidenses por lograr el apoyo hemisférico. Era mucho lo que se pondría en juego en esa reunión.
La Tercera Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de las Repúblicas Americanas, 15 al 29/1/42, Río de Janeiro. El gobierno argentino integra su delegación con el canciller Ruiz Guiñazú, el embajador en Brasil, Eduardo Labougle, el profesor Luis Podestá Costa, el gerente general del Banco Central, Raúl Prebisch, como asesor, y dos jóvenes abogados, Mario Amadeo y uno de los hijos del Canciller, de igual nombre, como secretarios adjuntos. Ruiz Guiñazú concurre a la reunión con una posición diferenciada —“neutralidad para Europa, solidaridad para América”, escribe en sus apuntes personales— invocando la línea seguida en los pasados años. La tesitura era que los acuerdos panamericanos de asistencia recíproca y cooperación defensiva alcanzados en las reuniones de Lima (1938), Panamá (1939) y La Habana (1940), resguardaban la autonomía de decisión soberana de cada país respecto de la ruptura de relaciones y proponían un sistema de consultas y acuerdos sobre cualquier decisión respecto a una declaración de guerra. En declaraciones a la prensa, antes de partir a Río, el Canciller señala que“la solidaridad americana, como expresión sincera de deseos y actos de asistencia recíproca y de cooperación defensiva, no implican automatismos, y menos se confunde con alianzas militares”. Y anticipa que “no es dable aceptar a la Argentina, sin intervención del H.Congreso, acuerdos militares ni adoptar eventuales actos de prebeligerancia que puedan disminuir su actuación de país independiente”.
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Soslayaba que tan solo cuatro meses atrás el propio gobierno había resuelto no participar al Congreso en materia de política exterior, amparado en el artículo 27 de la Constitución que señala que “el Gobierno federal está obligado a afianzar sus relaciones de paz y comercio con las potencias extranjeras” .27 La posición que sostendrá la Argentina en esa reunión estaría destinada a frustrar parcialmente la ofensiva diplomática de Estados Unidos y será tomada como factor desencadenante de la política de sanciones y la animadversión que demostrará ostensiblemente, a partir de entonces, Washington hacia Buenos Aires. El intercambio de percepciones adversas en la mesa de discusión parece definir el rumbo de la relación bilateral. Ruiz Guiñazú se sorprende del grado de hostilidad que despiertan los planteos argentinos en la delegación estadounidense presidida por el subsecretario de Estado Sumner Welles. El 14 de enero, en carta reservada a su reemplazante interino en Buenos Aires, Guillermo Rothe, confiesa haber podido comprobar en sus primeros contactos, “la forma insidiosa con que se presenta a la Argentina frente a Norteamérica, tergiversándose nuestra amistad de siempre y asignándonos propósitos absurdos de enconos que jamás se han tenido”. Atribuye esa percepción a los “informes malevolentes” procedentes de Buenos Aires, reconoce que “aquí la intriga aumenta” y sugiere que el gobierno contrarreste esa visión mostrando su adhesión a los valores republicanos: “Podría evidenciarse así que sin romper las relaciones diplomáticas con el Eje, contribuimos en gran medida al mayor éxito de Norteamérica, coincidiendo en sus planes esenciales”. La sugerencia es tomada de inmediato y el vicepresidente en ejercicio de la presidencia, el doctor Castillo, publica un artículo en el diario El Mundo, dos días después, con idéntico contenido al propuesto por el Canciller en su nota. En su tramo final, la nota
27. Ruiz Moreno, 1997, op.cit., p.64.
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del Presidente afirma que “nuestra posición de no beligerancia con respecto a los Estados Unidos puede ser a ese país de mucho mayor provecho que cualquier otra posición extrema” y que el gobierno nacional “tiene en el orden interno la responsabilidad de muchos intereses que debe conciliar. Acaso por eso nuestra actitud en el orden externo no sea tan espectacular como algunos lo quisieran”.28 Las declaraciones periodísticas de Castillo son incluidas en las Memorias de la Cancillería: “Hay una campaña tendenciosa —afirma el vicepresidente en ejercicio de la presidencia— para tergiversar nuestra actitud... no es imposible que los representantes de las naciones de América que se hallan ahora en Río estén bajo la sugestión de esa crítica sin control. En realidad, la actitud de la República Argentina es la misma, limpia, derecha, leal, que ha asumido siempre en sus relaciones internacionales”.29 La posición argentina queda en franca minoría en la reunión de Río: una mayoría de países se plegaba a la ruptura inmediata con los países del Eje y sólo acompaña Chile. Brasil, que dependía del mercado estadounidense para la salida de su producción de café, acababa de sellar un acuerdo que autorizaba la instalación de bases militares norteamericanas a lo largo del litoral brasileño, a cambio de un crédito de 20 millones de dólares para la construcción del complejo siderúrgico de Volta Redonda, el más grande de Sudamérica. De manera que su voto estaba cantado, pese a las ambivalencias y gestos del presidente Getulio Vargas, las presiones militares y las anteriores muestras de amistad hacia la Argentina.30 Pese a todo, Ruiz Guiñazú, con mandato explícito de Castillo, resiste
28. Archivo de Enrique Ruiz Guiñazú, citado por Ruiz Moreno I, 1997, op.cit. 29. En Tercera Reunión de Consulta de Ministros de RR.EE. de las Repúblicas Americanas. Río de Janeiro, 15 al 29 de enero de 1942, publicación oficial del Ministerio de Relaciones Exteriores, 1942. 30. Moniz Bandeira, 2004, op.cit., p.178.
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las distintas presiones y mantiene una postura que el subsecretario Welles califica de “trágica”. Para evitar una votación dividida, Welles sugiere al jefe de la delegación argentina que presente un proyecto de declaración alternativo mientras en Buenos Aires el embajador Norman Armour visita a Castillo buscando ablandar su postura. Ruiz Guiñazú elabora una contrapropuesta que recomienda la ruptura de relaciones con Alemania, Italia y Japón aunque, aclara, “según la modalidad institucional y constitucional de cada país en ejercicio de su soberanía”. La envía para su consulta a Buenos Aires, pero recibe una desautorización de Castillo, que insiste en la posición original. Hay un febril cruce de telegramas y conversaciones poco antes de la reunión plenaria que debía tratar la ruptura diplomática con el Eje.31 Halperin Donghi atribuye a la influencia y los consejos de Mario Amadeo la inflexibilidad de Castillo respecto de cualquier tipo de solución de compromiso con los EE.UU. que atenuara la postura neutralista llevada por Ruiz Guiñazú a Río de Janeiro. Marcelo Sánchez Sorondo confirma esta impresión: “Mario Amadeo gravitó en la definición de esa decisión internacional al ser el asesor más directo del ministro de Relaciones Exteriores Enrique Ruiz Guiñazú y asistiéndolo en la circunstancia. Por cierto que no fue la simpatía que pudiéramos abrigar por el ‘nuevo orden’, en contraste con la opaca realidad que mostraban las democracias europeas, el elemento más gravitante en nuestra defensa de la neutralidad, sino la persuasión de que esta política unía espontáneamente la tradición y los intereses de nuestro país”. Finalmente, el 23 de enero del ‘42, se termina llegando a una fórmula de acuerdo entre las veintiún repúblicas americanas: sentados alrededor de una mesa los cancilleres Ruiz Guiñazú y
31. En Tulio Halperin Donghi, T, La República imposible (1930-1945), Ariel, 2004, p.263; Marcelo Sánchez Sorondo, Memorias, Sudamericana, 2001, p.74.
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Aranha y el subsecretario Welles discuten palabra por palabra. Conforme a lo propuesto por la delegación argentina, se aprueba una “recomendación” de ruptura de relaciones con las potencias del Eje, casi con la misma fórmula sugerida por Ruiz Guiñazú, “siguiendo los procedimientos establecidos por sus propias leyes y dentro de la posición y circunstancias de cada país en el actual conflicto continental”. Otras resoluciones atienden a “la producción de materiales estratégicos para abastecer a las necesidades esenciales de la defensa del continente, mejoramiento de las comunicaciones marítimas y otras, con énfasis en los requisitos para la defensa” y“el control de actividades subversivas”.32 Por primera vez se encuentra esta terminología en un acuerdo hemisférico. Las 41 resoluciones de la Conferencia de Río que acompañan a la primera, de ruptura de relaciones diplomáticas con el Eje, definían un verdadero programa estratégico de acción destinado a influir decisivamente en la política interna de cada país. Desde la afirmación de que “en cada país debe existir un organismo especializado que en breve plazo comience a elaborar el respectivo plan de movilización económica”, incluyendo en el mismo a las actividades extractivas, agropecuarias, industriales y comerciales, hasta la citada persecución de “actividades subversivas” pasando por la recomendación de constituir una comisión permanente de la Junta Interamericana de Defensa. En su intervención principal, el canciller argentino desgrana la defensa de la interpretación que su gobierno había sostenido frente al conflicto europeo que se había transformado ya en una guerra mundial. Empieza hablando de una identidad americana definida por “el espíritu latino...prodigado como una gran cruzada” y una “fibra nacionalista, (que) al acrecentar el valor individual de cada Estado, nutre y multiplica las posibilidades continentales”.
32. En “Tercera Reunión...”, Memorias del Ministerio de RR.EE., op.cit., 1942.
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Continúa mencionando que “ante el peligro que corren la libertad y la independencia, no corresponde sustraerse al sacrificio”, que “los países americanos no son neutrales ante la lucha impuesta por la agresión extracontinental”, considera que “la defensa de cada territorio y cada soberanía es ya una forma de cooperación defensiva y asistencia recíproca” y propone “un vastísimo plan de colaboración material”; se entiende, con los Estados Unidos. Pero al mismo tiempo, Ruiz Guiñazú introduce conceptos más cercanos a otra —su propia— tradición ideológica: “la fibra nacionalista realiza un nuevo orden, coordinado y fuerte; nuevo orden que se asienta en principios y convicciones, y que se exterioriza reiteradamente con la inquebrantable vocación por el Derecho, cimentando nuestra conciencia política. Nuevo orden que sólo puede aplicarse bajo el proceso de consulta... poniendo a plena luz su mística y su finalidad”.33 La Reunión de Consulta concluye el 29 de enero del ’42 y los cables de la agencia United Press subrayan que “no obstante las dificultades, los desacuerdos y los malentendidos que surgieron entre los delegados de las 21 naciones, (la conferencia) estableció sólidas barreras económicas, militares y políticas ante los países del Eje” . 34 Los observadores coinciden en destacar que los 41 proyectos aprobados afectarán a la larga todos los aspectos de la vida del hemisferio: políticos, económicos y militares. Ruiz Guiñazú piensa en un regreso triunfal: la unidad y solidaridad continental se habían preservado, podía vérselo así, y cada país mantenía resguardada su soberanía nacional al no estar obligado por
33. Isidoro Ruiz Moreno, en su libro sobre el papel de Ruiz Guiñazú en la posición argentina durante la Segunda Guerra, describe su perfil ideológico como el de un nacionalista y convencido anticomunista, inclinado por un sistema de orden y jerarquía, amante de la tradición hispánica y simpatizante del “rumbo impreso a España por el general Franco al vencer a las fuerzas de izquierda tras la guerra civil”. Sin embargo, dice que “detestaba la filosofía y procedimientos nazis...y los excesos del régimen fascista, al que abominaba”. En Ruiz Moreno, 1997, op.cit, p.28. 34. La Razón, 29/1/42.
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la imposición colectiva de una ruptura con los países del Eje. Sin embargo, al clausurar las deliberaciones, el canciller brasileño Oswaldo Aranha anuncia esa ruptura por parte de su país, decisión que adoptaron igualmente Bolivia, Paraguay, Perú y Uruguay. Las aguas se bifurcaban en Sudamérica: la Argentina estaba en condiciones de soportar su neutralidad amparada por sus vínculos y conexiones económicas con Gran Bretaña y con Alemania. Brasil, en cambio, sacaba provecho de la alianza estratégica con los Estados Unidos. El presidente Roosevelt le envía a Getulio Vargas una conceptuosa carta, atribuyéndole gran parte del éxito de la conferencia y en la que le expresa “la deuda de gratitud que hemos contraído con vuestra preclara dirección (...) Las repúblicas americanas han logrado un triunfo magnífico sobre quienes trataron de sembrar la desunión entre ellas y de impedirles emprender su acción esencial para la preservación de sus libertades” . 35 Apenas dos meses habían pasado desde que Brasil y Argentina, representadas por los mismos ministros Aranha y Ruiz Guiñazú, habían firmado un Tratado de Libre Comercio e Intercambio que acordaba llegar a una Unión Aduanera sudamericana. Las circunstancias habían cambiado y ya nadie tomaba muy en serio la concreción de aquel propósito. Para Ruiz Guiñazú el logro inmediato era innegable. En el terreno de la política nacional, le aportaba un éxito diplomático al presidente Castillo y se convertía de hecho en su principal aliado. Pensaba en todo ello cuando embarcó en el avión que debía traerlo de regreso, aquella cálida mañana del jueves 29 de enero en el Aeropuerto Santos Dumont de Río de Janeiro. Lo acompañaban su hijo Enrique, los doctores Ricardo Marcó del Pont y Samuel Bosch, director de Aeronáutica civil y los secretarios Carlos Echaveguren Serna y Ceferino Alonso Irigoyen. Eran doce pasajeros en total con la tripulación. 35. La Razón, 29/1/42.
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Ya ubicados en la aeronave, Ruiz Guiñazú y sus compañeros de viaje notaron que algo raro estaba ocurriendo al iniciar el avión su marcha de despegue. Sin lograr remontar vuelo, la máquina Potez a hélice de la Dirección de Aeronáutica Civil rozaba con las ruedas el muro de contención que había en el extremo del aeródromo, se precipitaba en picada sobre una rampa contigua y se sumergía en las aguas de la Bahía de Guanabara a escasos metros de la costa. Ruiz Guiñazú, que no llevaba abrochado el cinturón de seguridad, fue lanzado desde los últimos asientos a los primeros y recibió un fuerte golpe; los pilotos sufrieron contusiones mayores en tanto el secretario de Bosch, Echaveguren Serna, tuvo la peor suerte con la fractura de su columna vertebral. El rápido auxilio de cadetes de la marina brasileña que se encontraban realizando prácticas en las cercanías logró evitar que todos se hundieran en el mar. Las explicaciones que se dieron sobre las causas del accidente coincidieron en apuntar al exceso de peso y la rotura de un neumático. Bosch descartó luego que pudiera tratarse de un sabotaje —“la Providencia ha tenido consideración con nosotros”, expresó— y no se habló más de aquel episodio. ¿Habían querido asustar, o acaso asesinar, al canciller argentino? Si fue el sobrepeso la causa, ¿hubo impericia o inconciencia? ¿Qué llevaban las valijas de la comitiva? No se dieron ni se pidieron más detalles. En todo caso, era un anticipo de los contratiempos que encontraría el “canciller de la neutralidad” a partir de entonces. Pero también, un hecho que retrataba los destinos de una política exterior argentina a la que le costaría levantar vuelo, percudida por dentro y sometida a fuertes presiones internacionales. En Buenos Aires, ese mismo día moría en un accidente automovilístico el coronel Pedro Zanni, comandante de aviación del Ejército que había sido hasta poco tiempo antes agregado aeronáutico en los Estados Unidos y un precursor de la aviación argentina. Ruiz Guiñazú regresaría, finalmente, dos días más
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tarde en un avión Loockeed de la Armada sorteando nuevamente el mal tiempo. Y la mala suerte. En las Memorias de la Cancillería, Ruiz Guiñazú se ocupa de remarcar la participación argentina en la Junta Interamericana de Defensa que empezaba a funcionar en Washington. Reconoce que “nuestra cooperación en el plan de la defensa continental y en las negociaciones pendientes para obtener de los Estados Unidos los suministros militares y navales necesarios (no ha podido prosperar) debido a las condiciones a que se ha ajustado la aplicación de la Ley de Préstamos y Arriendos vinculada a la ruptura de relaciones diplomáticas con los países del Pacto Tripartito”. Insiste allí que “como es notorio, el Poder Ejecutivo no ha creído del caso llegar a ese extremo, respondiendo así al sentimiento unánime de la nación, la cual por otra parte, ni está preparada para la guerra ni la desea”.36 Mientras tanto, el eco que tienen los resultados de la Reunión de Río en Washington es el inverso al que el gobierno pretende capitalizar en Buenos Aires. El subsecretario Welles retorna sin el objetivo buscado y atribuirá esa derrota, años más tarde, a “esa calamitosa figura que era el ministro de Relaciones Exteriores de la Argentina”. Sumaba esa opinión a la de su superior, el secretario de Estado Cordell Hull, quien visiblemente molesto por lo que considerará “una rendición ante la Argentina”, estará dispuesto a tratar sin miramientos al país sudamericano.37 En Londres, en tanto, el embajador Cárcano apela a sus buenos vínculos para calmar las inquietudes del ministro Anthony Eden. En su correspondencia con Ruiz Guiñazú, Cárcano le manifiesta que si bien la neutralidad podía ser la política más acertada, no la consideraba una buena práctica si inspiraba estas desconfianzas. Transmite además la sorpresa de Eden por la postura
asumida por la Argentina en Río de Janeiro y el convencimiento de que el hombre de la calle inglés no podía entender que en “la lucha de vida o muerte” que empeñaba a ese país, su aliado preferido en América del Sur no le acompañara. En paralelo con las vicisitudes político-diplomáticas, se producen intercambios entre militares de la Argentina y Estados Unidos con el propósito de reanudar o establecer vínculos de cooperación y lograr acuerdos para la transferencia de armamentos y material bélico. A las misiones norteamericanas del capitán William Spears y el Tte. Cnel. R.L.Christian en setiembre y octubre del año ’40, recibidas con interés por los representantes de la Marina pero sin lograr respuestas concretas por parte del gobierno, le seguirá una carta de invitación del embajador norteamericano Norman Armour, en julio del ’41, para que una comisión naval argentina visitara los EE.UU. “y presentara las necesidades del gobierno argentino con respecto a equipo naval y militar”. Participan de las gestiones el subsecretario Sumner Welles y el embajador argentino en Washington, Felipe Espil. En un memorándum reservado, el mismo embajador Armour anticipa que el gobierno norteamericano tiene prevista la oferta de material bélico a América latina por valor de 400 millones de dólares, de los cuales 80 millones podrían destinarse a la Argentina.38 Sobre esta base, los ministros de Guerra y Marina, en consulta con la Cancillería, preparan un convenio que es aprobado por el vicepresidente Castillo en reunión de gabinete. Una delegación militar viaja entonces a Washington, en diciembre del ’41, para definir el acuerdo “sujeto a confirmación de los Estados Mayores y del Gobierno”. Esta misión, encabezada por el contralmirante Saba H. Sueyro y el general Eduardo T. Lápez,
36. En Memorias del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, 1942-1943, p.10. 37. Rapoport, 1998, op.cit.; Ruiz Moreno, 1997, op.cit.
38. Carta y memorándum del embajador Armour, citados en Ruiz Moreno, I, 1997. Sobre la Misión Lapez-Sueyro, véase también Ferrari y Conill Paz, 1971, p.95.
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no podía ser menos oportuna: iniciar sus conversaciones en los mismos días en que se produce el ataque japonés a Pearl Harbor y las desarrollará al mismo tiempo que se realiza en Río la Reunión de Cancilleres. Era imaginable que no cabría esperar de ella mayores resultados. El contralmirante Sueyro había tenido durante ese año una exposición pública significativa como presidente del Centro Naval. Al hablar en la Cena de Camaradería de las FF.AA., el 7 de julio, había advertido que “nuestro país...tiene necesariamente que...fomentar al máximo sus industrias, especialmente las que tengan conexión directa con la defensa nacional” y que “uno de los principales deberes de las fuerzas armadas es sostener la política diplomática que sigue el gobierno”.39 En cuanto al general Lápez, también venía de una activa participación en acontecimientos político-institucionales como comandante de la Segunda División de Infantería y hombre cercano al ministro de Defensa, general Juan Tonazzi, ubicado entre los militares afines al ex presidente Justo y leales al presidente Ortiz. De los informes enviados por Sueyro desde Washington se desprende la evidencia del doble carril de vinculaciones civiles y militares que se estaba transitando y que dicha disociación tendría importantes consecuencias obstructivas en la propia percepción recíproca de los actores involucrados. El testimonio del marino da cuenta de que “la Conferencia de Río de Janeiro no ha repercutido en nuestras conversaciones, las que se mantuvieron dentro de la misma cordialidad con que se iniciaron”. Explica que “la delegación naval norteamericana, tratando de
39. Citado en Rouquié, T1, op.cit, p.324. También, en Potash, 1971,op.cit., p.279. Veremos a Sueyro posteriormente en el movimiento militar del 4 de junio que desplaza a Castillo. Será, por pocas horas, vicepresidente de ese gobierno. Junto a su hermano, Benito, ministro de Marina de ese régimen que ocupará interinamente la Cancillería, los hermanos Sueyro participarán activamente de las distintas alternativas político-militares de esos años.
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evitar la intervención de la política en las tramitaciones que se realizaban hasta tanto no se hubieran firmado los acuerdos por ambas delegaciones, y con el fin de que las recomendaciones que el Departamento de Marina hiciera no fueran perturbadas por la intromisión de la política, no informaba a su Departamento de Estado sobre la marcha del asunto”. Al cabo de siete reuniones, Sueyro describe que “la gente de la Marina (de los Estados Unidos) con quien hemos tratado ve nuestra situación con un criterio realista, sin dejarse influenciar por los altos y bajos de la política internacional y de las personas que la dirigen”.40 El pre-acuerdo al que arriban el 12 de marzo de 1942, sin embargo, es bloqueado por el Departamento de Estado resultando infructuosas las gestiones del embajador Espil. En sus comunicaciones con Buenos Aires, expresa su decepción y desengaño respecto de “la incomprensión e intransigente animosidad” que encuentra en sus interlocutores oficiales del gobierno estadoundiense. Espil escribía con conocimiento de causa. Había cumplido una década al frente de la embajada en los Estados Unidos, había conocido a sus últimos presidentes, cultivado trato personal con Roosevelt, amistad con Summer Welles y cordiales relaciones con su interlocutor más duro, Cordell Hull. Los acontecimientos más importantes de la política exterior argentina desde 1930, lo habían tenido como actor protagónico. En estas cartas enviadas a Buenos Aires Espil enumera, como prueba del espíritu de colaboración del gobierno argentino hacia Washington, las medidas de alistamiento militar en previsión de un eventual ataque extra-continental de las potencias beligerantes: el aumento en el último año de 45 mil a 100 mil efectivos en el Ejército, con la incorporación de dos clases juntas al servicio activo, el despliegue de tropas en la Patagonia, el patrullaje marítimo y aéreo de las costas y la instalación de bases aéreas.
40. Informe del contralmirante Saba Sueyro, citado en Ruiz Moreno, 1997, op.cit.
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Advierte Espil que el regreso de la delegación naval-militar a Buenos Aires con las manos vacías podría tener dos graves consecuencias: “Una pésima impresión en nuestras instituciones armadas... fomentando resentimientos que conviene de todas maneras evitar”, y “las perspectivas no muy lejanas de que el Brasil y Chile aprovechen, sin nuestra concurrencia, los beneficios de este arsenal”. Reconoce que “la decisión última en todas estas incidencias ha estado en el Departamento de Estado” a pesar de la opinión favorable de los Departamentos de Guerra y Marina, aunque no deja de precisar un dato inadvertido: el informe del presidente Roosevelt al Congreso había excluído a la Argentina de los acuerdos previstos en el marco de la Ley de Préstamo y Arriendo que acababa de aprobarse. En otra comunicacion reservada fechada una semana después, el 28 de mayo de 1942, Espil es todavía más contundente:“Tengo que admitir que el ambiente de incomprensión y animosidad que predomina aquí con respecto a la posición internacional argentina se acentúa cada vez más. Todos mis esfuerzos para contener esa corriente han sido inútiles, y la gestión diplomática día a día más difícil”.41 De este modo, en medio de desconfianzas y reproches, fracasaron las gestiones de acercamiento argentino-norteamericano. Ese resultado incrementaba las distancias entre gobiernos al mismo tiempo que, dentro de los gobiernos respectivos, evidenciaba las diferencias entre civiles y militares. Las medidas adoptadas por el gobierno argentino generaban desagrado en el Departamento de Estado, convencido de que beneficiaban la actividad del Eje e introducían un factor distorsivo en su estrategia hemisférica. Por su parte, los memorándum provenientes de los expertos militares señalaban que los Estados Unidos no estaban en condiciones de defender América del Sur de un eventual ataque alemán
41. Citado en Ruiz Moreno, 1997, op.cit.
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hasta aproximadamente 1944, con lo que la exigencia a la Argentina de un cambio en su posición neutralista podría tener resultados contraproducentes provocando a las potencias enemigas. Al margen de las especulaciones, lo cierto es que la dureza de los pronunciamientos y presiones estadounidenses tenían el efecto inmediato de fortalecer a los sectores nacionalistas más antinorteamericanos. Al mismo tiempo, con la política “de Préstamo y Arriendo”, los Estados Unidos ponían en funcionamiento un flujo de incentivos selectivos, “palos y zanahorias”, que modificaban el equilibrio militar de la región y fomentaban el nacionalismo competitivo y el “dilema de seguridad” dentro de los núcleos diplomático-militares de los países sudamericanos. Por debajo de esa superficie tensada al borde de la ruptura existían, como se describió, vinculaciones inter-militares que, si en el caso estadounidense reflejaban los diferentes intereses y enfoques dentro del gobierno, en el caso argentino contenían además la disociación creciente y la gestación de una fractura entre una camada de militares en ascenso y en proceso de fortalecimiento y una dirigencia política sumida en una grave crisis de legitimidad. La conducción diplomática, en ese marco, se aferraba a principios tradicionales y defensivos que resultaban de difícil articulación con las fuerzas actuantes en el escenario externo. Un artículo editorial de la Revista Argentina de Aeronáutica de esos meses expresaba el clima de opinión y las ideas industrializadoras y modernizadoras imperantes entre muchos hombre de armas:“La actual contienda internacional nos ha puesto frente a una realidad innegable: la seguridad de que carecemos de independencia económico-industrial…A medida que la situación internacional se prolonga, con la consiguiente gravedad para nosotros, hasta el extremo de quedar así como ilusoria la existencia de las líneas marítimas de comunicación y transporte, fundamentales para la vida del país, va quedando lentamente al descubierto
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una realidad que, en medio de nuestra abundancia, no hemos querido presentir: nuestro vasallaje industrial. ”Reeditemos, pues, en forma decidida, la obra iniciada el 9 de julio de 1816, emprendiendo, con el apoyo del sentir nacional y del gobierno, la obra de nuestra independencia industrial, aunque para conseguirla tengamos que soportar penurias. ”Esperemos que a la par de la construcción de aviones y motores en el país, nuestros poderes públicos echen las bases de la industria minera para poder contar, a corto plazo, con metales básicos obtenidos de nuestra tierra. Debemos llegar a la industria metalúrgica total, como principios de nuestra independencia industrial y económica del futuro, ya que sabemos que nuestro suelo patrio nos ofrece riquezas incalculables en tal sentido, cuyo usufructuo sólo depende de nuestra mayor o menor decisión para ponerlas al descubierto.” 42 Como ejemplo del ingreso de la esfera militar al círculo concéntrico que rodea a la elite de poder gobernante, los agregados militares con destino en las principales capitales europeas, en Washington y en los países limítrofes empiezan a cumplir un rol político más activo. Se verá desempeñar esas funciones, entre fines de los ’30 y primeros años de la década del ’40, a jóvenes altos oficiales que pasarán a tener, a su regreso, un principal protagonismo público. Como casos más destacados se cuentan los de Juan Domingo Perón, Eduardo Lonardi y Franklin Lucero, que se suceden como agregados militares en Chile, y del propio Perón con similar destino como ayudante del agregado militar en la Italia de Mussolini, entre 1939 y 1941. Otra muestra de ello será la ya mencionada creación del primer órgano militar interamericano, la Junta Interamericana de
42. “Independencia política y vasallaje industrial”, Revista Argentina de Aeronáutica, junio 1942, Año VII, Núm.60., p.165.
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Defensa (JID), en la Reunión de Cancilleres de Río de enero del ‘42. El Departamento de Estado y las Secretarías de Guerra y Marina de los Estados Unidos habían llegado a un compromiso que sorteaba la oposición de estas últimas, contrarias a esa clase de organismos a los que achacaban ineficacia y perturbación de las gestiones bilaterales de las cuestiones militares con los ejércitos latinoamericanos. Desde 1938, el número de misiones militares norteamericanas en América latina había crecido de dos a doce, venía incrementándose el número de oficiales destinados y el general George Marshall, jefe de Estado Mayor, podía acreditar un aceitado circuito de vínculos con los jefes militares de la región, a los que invitaba a visitar Washington. En oposición a aquella preferencia por el bilateralismo, el Departamento de Estado, y en particular el subsecretario Welles, sostenía las ventajas de contar con un mecanismo militar multilateral bajo la esfera diplomática. Así fue como la creación del organismo militar interamericano provocó una fuerte polémica entre los Secretarios de Estado, de Guerra y de Marina, precisamente al mismo tiempo que la misión Lápez-Sueyro se encontraba negociando el acuerdo en Washington y creía estar avanzando en las gestiones con sus interlocutores militares. En una agitada reunión de gabinete ocurrida el 2 de enero del ‘42 el Secretario de Guerra norteamericano Henry Stimson, y el de Marina, Frank Knox, creyeron haber convencido al presidente Roosevelt e inclinado en su favor la balanza. Pero al abrirse la Conferencia de Río, tres días después, el subsecretario Welles mostraba que había hecho prevalecer la idea de crear un órgano multilateral interamericano de carácter consultivo. Los recelos que el nuevo organismo despierta en diplomáticos y militares argentinos encuentran asidero en dos tramos de la resolución: el primero crea la JID invocando los acuerdos de
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la Conferencia para la Consolidación de la Paz, en Buenos Aires (1936) y de la Conferencia Panamericana de Lima (1938), en los que la Argentina había cumplido un papel protagónico; el segundo recomienda “la reunión inmediata en Washington de una comisión compuesta de técnicos militares o navales nombrados por cada uno de los gobiernos para estudiar y sugerir a éstos las medidas necesarias a la defensa del continente”. La JID quedó formalmente establecida el 30 de marzo de 1942, en el Salón de las Américas en lo que luego sería el Edificio Principal de la Secretaría General de la OEA, con los representantes designados por los 21 países que formaban parte de la Unión Panamericana. La Junta inició su labor de inmediato, que consistía, según lo expresado en la sesión inaugural por el Secretario de Marina Knox, en “preparar gradualmente a las Repúblicas americanas para la defensa del Continente mediante la realización de estudios y la recomendación de las medidas destinadas a tal efecto”. Estigmatizada por su posición neutralista, la Argentina no participaría por un buen tiempo de esos planes y conversaciones, y los militares argentinos, por consiguiente, quedarían excluídos de esa partida.43 Aunque cada vez más aislado en los frentes externo e interno, Castillo resulta circunstancialmente fortalecido por su designación como Presidente el 27 de junio del ‘42, tras la renuncia definitiva de Ortiz. Desde ese lugar de relativa fortaleza, avanza en la búsqueda de una fórmula sucesoria para garantizar la continuidad de los conservadores en el gobierno. Al pronunciar su discurso de asunción enarbola como un éxito su política exterior neutralista y se dirige a los partidarios de las fuerzas aliadas como “los belicistas” a quienes invita a sumarse al combate “(en los frentes de lucha real) contra auténticos enemigos de la
democracia, en lugar de agitarse inútilmente aquí, donde esos enemigos podrían más bien ser señalados en sus propias filas” .44 La alusión estaba dirigida a los sectores de izquierda y descubría una lucha ideológica que, según la visión nacionalista, se encontraba mal barajada entre liberales y nazifascistas, cuando el enemigo al que identificaban más cerrilmente era el comunismo. No resultaba nítida, en ese contexto, la diferencia entre nacionalistas y simpatizantes nazifascistas, y los gestos del gobierno tampoco ayudaban a aclarar esa confusión. Más aún cuando, a instancias del propio Castillo y Ruiz Guiñazú, se realizan gestiones secretas ante el gobierno alemán en busca del abastecimiento de armas que Estados Unidos había denegado y trascienden actividades de espionaje de agentes nazis en Buenos Aires. Pero el eje del antagonismo ideológico encubría otra línea divisoria que tallaba con creciente fuerza en el campo de la disputa política decisiva: en momentos en que la problemática militar adquiría una enorme importancia, la posibilidad de que la región quedara involucrada en el conflicto bélico y que se produjeran choques armados con los países vecinos, la disputa entre “neutralistas”, “pro-aliados” o “pro-eje” era considerada un tema político secundario por los jefes militares que ganaban espacio día a día. Para ellos, el problema principal era el creciente desequilibrio militar que, según observaban, estaba relegando a la Argentina en la carrera por el predominio frente al adversario regional histórico, Brasil. En un documento distribuido por una logia militar de oficiales jóvenes que terminaría alzándose, al poco tiempo, con el control del Ejército podía leerse lo siguiente:“En Sudamérica existen sólo dos naciones lo suficientemente grandes y fuertes como para hacerse cargo de la hegemonía: la Argentina y Brasil. Es nuestra misión
43. Citado en Juan Archibaldo Lanús, De Chapultepec al Beagle, 1986, p.178.
44. En Ruiz Moreno, 1997, p.129.
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hacer que la hegemonía de la Argentina sea no sólo posible sino indispensable. Las alianzas serán nuestro próximo paso. Paraguay está con nosotros. Conseguiremos a Bolivia y Chile. Juntos y unidos con estos países, nos será fácil ejercer presión sobre el Uruguay. Estas cinco naciones pueden atraer fácilmente a Brasil, debido a su tipo de gobierno y a sus importantes grupos de alemanes. Una vez que Brasil haya caído, el continente será nuestro”.45 Los alineamientos al interior del Ejército podían explicarse por razones ideológicas y por las distintas influencias en la formación profesional. Pero había también una razón mucho más pragmática: la cuestión de cómo y dónde conseguir equipamiento bélico para no perder esa carrera armamentista. En el número de marzo del ’43 de la Revista Militar, el general Jorge Giovanelli, director de Materiales del Ejército, aboga por “organizar decidídamente nuestras fábricas de armamentos y materiales de guerra con vistas a las necesidades reales y completas de una guerra, cueste lo que cueste (...) y fomentar, provocar y estimular la exportación de materias primas indispensables a las fabricaciones de armamento y material de guerra hasta obtener una completa independencia del extranjero”.46 Arrastrado por las disputas intestinas, el 16 de noviembre de 1942, Castillo releva al ministro de Guerra, general Juan Tonazzi, cercano a la posición pro-aliada liderada por el ex presidente Justo, y designa en su lugar al general Pedro Pablo Ramírez,
45. Se trata de un manifiesto del GOU, reproducido por Edwin Liewen, en Armas y política en América Latina, Bs.As., Ed.Sur, 1960 , citado en Russell/Tokatlián, 2003. Sobre la influencia del GOU como logia militar secreta que desempeñó un papel fundamental en el derrocamiento de Castillo y el régimen militar que lo sucedió, véase Enrique Díaz Araujo, La conspiración del ’43. El GOU: una experiencia militarista en la Argentina, Ed. La Bastilla, 1971; Robert Potash, Perón y el GOU, Sudamericana, 1984; Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973), 2001. 46. Artículo editorial “Fábricas Militares en tiempos de guerra”, Revista Militar, año 43, Nº506, p.507.
Civiles y militares en la historia política Argentina
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referente de los sectores nacionalistas simpatizantes del Eje. Ruiz Guiñazú y el embajador Espil intentan, durante esos meses, recomponer la comunicación con el gobierno norteamericano, limar las mayores rispideces y responsabilizar a tergiversaciones e interpretaciones de los medios periodísticos nacionales y extranjeros por la hostilidad existente. Pero no obtienen resultados favorables, ni dentro de su gobierno ni de parte de Washington, que hacía sentir sus sanciones económicas y comerciales hacia el único país americano que, ya avanzada la guerra, seguía defendiendo la neutralidad. En febrero del ’43, los ministros de Guerra, general Ramírez y de Marina, contralmirante Mario Fincati, transmiten al canciller su inquietud por la indefensión militar y el desequilibrio de fuerzas en el que creen ver al país respecto de los países vecinos. Ruiz Guiñazú se hará cargo de esa preocupación y retribuirá, en comunicación reservada el 6 de mayo, las estimaciones castrenses: “Esta Cancillería no puede dejar de señalar que, por primera vez en la historia política y militar de Sudamérica, está en vías de romperse el equilibrio que resultaba de la paridad en los armamentos (...) No es posible continuar aplicando, al actual estado de cosas, el sentido económico de la neutralidad garantida. La posición cómoda de un tercer país que, ajeno al conflicto se encastillaba dentro de los límites de sus fronteras terrestres y políticas ... ha terminado”.47 Se hacía eco, de este modo, de un descontento militar y una impaciencia por los costos de la neutralidad que le habían restado al debilitado gobierno el único respaldo que le quedaba. Así es como cae, finalmente, el gobierno de Castillo en medio del descrédito público y la condena externa, abrazado a lo que habían sido sus dos persistentes obsesiones: la neutralidad frente a la guerra y la resistencia al avance de las ideas y movimientos de cambio social.
47. Archivo Ruiz Guiñazú, citado en Ruiz Moreno,1997, op.cit.
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GENERALES Y EMBAJADORES
Hubo distintas interpretaciones sobre la naturaleza de la neutralidad argentina bajo el gobierno de Castillo, sus verdaderos móviles y hasta dónde influyó el Ejército en esa orientación. La neutralidad entendida como un medio o como un fin, como una táctica o como una estrategia, como una opción estrictamente política y principista o como una elección pragmática conforme al interés nacional, tal como los grupos de la elite dirigente la percibían, no dejará de acompañar como obsesión los dilemas de los máximos decisores y líderes políticos. Estas explicaciones coinciden, sin embargo, en situar en la lucha política, a nivel de participación y de formas del Estado, la expresión de intereses sociales que lleva a la alianza entre los grupos políticos conservadores y la ascendente elite militar. En este sentido podrá verse que, desde el punto de vista del balance comercial y de las vinculaciones económicas y culturales, la neutralidad del gobierno de Castillo tendrá más influencias “pro-británicas” que “pro-alemanas” y se corresponde más con los intereses de los estancieros y exportadores argentinos a Gran Bretaña que con la ideología fascista o filo-nazi de varios de sus principales y ocasionales aliados. Dicho de otro modo, el mantenimiento de las relaciones diplomáticas con Alemania resultaba imprescindible para salvaguardar el intercambio económico con el Reino Unido. La intención de estos grupos de elegir al estanciero azucarero Robustiano Patrón Costas como sucesor, era demostrativa de ese sentimiento, aunque era más de lo que finalmente sus aliados militares, interesados en provocar un corte drástico con el pasado inmediato y ocupar un lugar central en la conducción del Estado, podrían aceptarle a Castillo, un presidente que carecía, a esa altura, de respaldos suficientes para mantenerse en el poder.