Edgar Bailey

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Biografía: UNA DIFÍCIL ESPERANZA por Rodolfo Alonso A la memoria de Edgar Bayley, que llegó a ser ejemplar sin proponérselo.

A la memoria de Edgar Bayley, que llegó a ser ejemplar sin proponérselo. ¡Viva la inteligencia! ¡Muera la muerte! Esto significativa inversión de aquel siniestro apotegma ("¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!",) con que el (no menos siniestro) general Millán astral, allá a comienzos de la sublevación franquista contra la legítima República española, llegó a provocar en Salamanca la justificada y saludable reacción de todo un Unamuno, que me hallé silabeando un día casi por azar, llegó a parecerme luego, además, y sin perder por supuesto aquellas otras resonancias, casi la más cercana definición, el más claro linaje de esa vida y esa obra que podemos seguir llamando Edgar Bayley (1919-1990). Porque si algo lo caracterizó, como intelectual y como artista, fue el ejercicio de una meridiana capacidad de raciocinio, de una luminosa claridad de pensamiento que, casi desde un comienzo, y de una forma quizás orgánica, constitucional, innata, siempre estuvo vigilada en sus posibles desbordes, en el entrevisto, imaginado o temido riesgo de sus posibles carencias y excesos, por un hondo y fundamental apego con la vida, por una fecunda riqueza existencial. Claro que a ello deberíamos añadir, si es que quisiéramos ir precisando su retrato para quienes no lo conocieron en persona, una no menos orgánica aversión por la solemnidad y la grandilocuencia, por la autosuficiencia y la falta de sentido del humor, que lo llevaron a manifestarse siempre y no pocas veces hasta con exceso, pero con dignidad indeclinable, pagando su precio, como ajeno a toda componenda, a toda manipulación, a todo conciliábulo. Por eso, ahora, cuando la muerte, como suele ocurrir, va dejando a las obras cada vez más distantes de la existencia concreta del autor, va colocando a los textos directamente en primer plano, alejándolos cada vez más de las anécdotas que pudieron darles sustento o cauce, espero que se presente para nuestra cultura una inmejorable oportunidad de acceder, sin prejuicios ni malentendidos, a la luminosa y fecunda fuente de rigor y candor que representa, en la historia de la literatura argentina, la personalidad y la palabra de Edgar Bayley. Cuando el destino tuvo a bien colocarme, allá en mi primera adolescencia, a fines de 1951, en contacto con "Poesía Buenos Aires", aquella legendaria revista argentina de vanguardia que sin su fundador y principal mentor, Raúl Gustavo Aguirre, nunca hubiera llegado a cubrir con sus treinta números trimestrales la entera década de los años cincuenta, la presencia de Edgar Bayley se presentaba ya en aquella constelación, en el grupo más o menos estable que se había ido conformando, como un astro a la vez central pero con órbita propia. Si por un lado se aceptaba abiertamente que la aparición, en 1944, del primer número de la revista "Arturo" y, al año siguiente, 1945, la constitución de la Asociación Arte Concreto-Invención, donde confluyeron los más despojados y rigurosos exponentes de las artes visuales y del lirismo, los pintores concretos y los poetas invencionistas, resultaban de algún modo las fuentes de nuestra genealogía, también es verdad que, al mismo tiempo, la evolución personal de Bayley y de la gran mayoría de los más asiduos participantes de "Poesía Buenos Aires", iba a irse alejando por propia

090811(A la memoria de Edgar Bayley)

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