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L’OSSERVATORE ROMANO EDICIÓN SEMANAL
EN LENGUA ESPAÑOLA
Unicuique suum Año XLVI, número 40 (2.384)
Non praevalebunt
Ciudad del Vaticano
3 de octubre de 2014
El Papa Francisco para la jornada dedicada a la tercera edad
Ángelus del 28 de septiembre
Memoria y futuro
En oración por el Sínodo Al final de la misa con los ancianos y abuelos el 28 de septiembre, en la plaza de San Pedro, el Papa rezó el Ángelus.
Entre las generaciones GIOVANNI MARIA VIAN En las más antiguas y diversas tradiciones culturales y religiosas la vejez ha tenido siempre un papel importante y digno, aun oscilando entre declinación natural y sabiduría, como aparece con evidencia en las sagradas Escrituras judías y cristianas. No se puede decir lo mismo de las sociedades occidentales de hoy, donde cada vez más prevalece un difundido materialismo, que depende exclusivamente de crueles y miopes lógicas de provecho. Los ancianos, en consecuencia, son a menudo infamemente marginados, y la misma vejez es ocultada. Significativo —y dirigido mucho más allá de la Iglesia— se presenta el encuentro con los ancianos querido por el Papa Francisco, al que el obispo de Roma, con gesto afectuoso y amable, quiso invitar a su predecesor. Constante en la predicación del Pontífice es la insistencia sobre las dos alas de la sociedad —los ancianos y los jóvenes— que no deben ser dejadas a un lado. Cuando, efectivamente, se privilegia de modo utilitarista sólo el presente, se pone en riesgo a la misma sociedad, privada de las raíces del pasado, contenida en la memoria de los ancianos, y de la apertura al futuro, ínsita en los jóvenes. A las abuelas y abuelos —madres y padres «dos veces» como los definió Francisco— El Papa les dirigió un fuerte mensaje de estímulo. Incluso en situaciones difíciles y trágicas, como las de la SIGUE EN LA PÁGINA 7
Antonio de Pereda y Salgado, «La visitación» (1650) PÁGINAS 6
La Iglesia no debe ser autorreferencial
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Con un grupo de supervivientes al naufragio de Lampedusa
Puertas abiertas
Para salir de sí misma VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
Y
Antes de concluir esta celebración, deseo saludar a todos los peregrinos, especialmente a vosotros, ancianos, que habéis venido de tantos países. ¡Gracias de corazón! Saludo cordialmente a los participantes en la asamblea-peregrinación «Cantar la fe», organizada con ocasión del trigésimo aniversario del coro de la diócesis de Roma. Gracias por vuestra presencia, y por animar con el canto esta celebración, acompañando a la Capilla Sixtina. Seguid prestando con alegría y generosidad el servicio litúrgico en vuestras comunidades. Ayer, en Madrid, fue proclamado beato el obispo Álvaro del Portillo; que su ejemplar testimonio cristiano y sacerdotal suscite en muchos el deseo de abrazar cada vez más a Cristo y el Evangelio. El próximo domingo iniciará la Asamblea sinodal sobre el tema de la familia. Está presente aquí su principal responsable, el cardenal Baldisseri: rezad por él. Invito a todos, personas y comunidades, a rezar por este importante acontecimiento, y encomiendo esta intención a la intercesión de María, Salus populi romani. Ahora recemos juntos el Ángelus. Con esta oración invocamos la protección de María para los ancianos de todo el mundo, especialmente los que viven situaciones de mayor dificultad.
EN PÁGINA
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En el segundo centenario de la reconstitución de los jesuitas
La fatiga de los remeros PÁGINA 5
Al movimiento de los Focolares
Salir y hacer escuela «Salir como Jesús salió del seno del Padre para anunciar la palabra del amor a todos» fue una de las tres recomendaciones que el Papa Francisco pidió a los participantes en la asamblea general del Movimiento de los Focolares, a quienes recibió en audiencia el viernes 26 de septiembre. «Debemos aprender de Él —dijo el Pontífice—, de Jesús, esta dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá». PÁGINA 3
«¡Pido a todos los hombres y mujeres de Europa que abran las puertas del corazón». Visiblemente conmovido por las historias de los supervivientes al naufragio del año pasado ante las costas de Lampedusa, el Papa Francisco lanzó un nuevo llamamiento a acoger a los inmigrantes. El llamamiento ocurrió el miércoles 1 de octubre, por la tarde, en la sala contigua al aula Pablo VI, durante el conmovedor encuentro con una delegación de supervivientes y familiares del estrago ocurrido en el Mediterráneo el 3 de octubre de 2013, en la que murieron 368 personas. Tras la visita del 8 de julio de 2013 a Lampedusa, elegido simbólicamente como el primer viaje del pontificado, el obispo de Roma volvió idealmente a la isla siciliana recibiendo durante casi media hora a cuarenta personas, entre mujeres y hombres, todos eritreos —en los que se contaban veinte sobrevivientes— llegados a Roma de los diversos países europeos donde encontraron acogida. En el curso de la audiencia, en efecto, uno de los refugiados pidió al Papa ayuda y sostén en las prác-
ticas para el reconocimiento de los cadáveres aún no identificados. Otro le dirigió algunas palabras en su propio idioma y una joven le agradeció por las varias formas de ayuda ofrecidas a los inmigrantes. Al finalizar el obispo de Roma saludó a todos y aseguró su cercanía: «Quiero decirles que estoy cercano a vosotros, oro por vosotros y oro por las puertas cerradas para que se abran».
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El cardenal secretario de Estado a la Asamblea general de la
ONU
Tema de la Jornada mundial de las comunicaciones sociales
Responsabilidad de proteger
La paz no es el fruto de un equilibrio de poderes, sino más bien, el resultado de una verdadera justicia en todos los niveles y, sobre todo, es responsabilidad compartida de personas, instituciones civiles y Gobiernos. Sobre este principio —afirmado por el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado, en su intervención del lunes 29 de septiembre en la Asamblea general de las Naciones Unidas— es necesario construir las respuestas internacionales a las crisis de esta época, partiendo de los desafíos que presentan los terroristas del así llamado Estado Islámico (EI) hoy activo en Irak y en Siria. Desafío al que se necesita responder de modo multilateral en el marco de la legalidad internacional. El purpurado subrayó en primer lugar que la Santa Sede valora los esfuerzos de las Naciones Unidas por garantizar la paz mundial y el respeto de la dignidad humana, especialmente con los más pobres y vulnerables, buscando un desarrollo económico y social armonioso. En segundo lugar habló de la dramática situación en Siria y en Irak y, renovando los llamamientos del Pontífice en distintas ocasiones, invitó a los diversos organismos de la ONU a profundizar la comprensión «del momento difícil y complejo que estamos viviendo». Por lo tanto, «¿qué caminos podemos se-
Para narrar la familia
guir?», se cuestionó el cardenal. Ante todo está el camino del diálogo y de la comprensión entre culturas, pero no sólo, «disponemos también del derecho internacional» La situación actual nos exige comprender aún más este derecho prestando atención a la «responsabilidad de proteger». Por ello, la Santa Sede «espera seriamente que la comunidad internacional asuma la responsabilidad de profundizar los mejores medios para detener cualquier agresión». Posteriormente haciendo referencia al Programa de Transformación y Desarrollo, confirmó que «la Santa Sede ve con agrado los diecisiete “Objetivos de Desarrollo Sostenible” propuestos por el Grupo de Trabajo Abierto que tratan de abordar las causas estructurales de la pobreza mediante la promoción de un trabajo digno para todos». «Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos de las Naciones Unidas y de muchas personas de buena voluntad —observó— el número de pobres y excluidos es cada vez mayor, no sólo en los países en desarrollo sino también en los desarrollados». Finalmente deseó que los trabajos de la sesión no escatimen esfuerzos «por poner fin al fragor de las armas» y que continúen promoviendo «el desarrollo de toda la raza humana, y en especial de los más pobres entre nosotros».
En el mes de octubre
Calendario de las celebraciones del Papa SÁBAD O 4 Vigilia de oración en preparación al Sínodo sobre la familia, en la plaza de San Pedro, a las 18.00. D OMINGO 5 Santa misa con ocasión de la apertura del Sínodo extraordinario sobre la familia, en la basílica vaticana, a las 10.00. D OMINGO 12 Santa misa de acción de gracias por la canonización equivalente de dos
santos canadienses, en la basílica vaticana, a las 10.00. D OMINGO 19 Santa misa por la conclusión del Sínodo extraordinario sobre la familia y beatificación del siervo de Dios el Pontífice Pablo VI, en la plaza de San Pedro, a las 10.30. LUNES 20 Consistorio para algunas causas de canonización, en la sala del Consistorio, a las 10.00.
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00120 Ciudad del Vaticano ed.espanola@ossrom.va http://www.osservatoreromano.va TIPO GRAFIA VATICANA EDITRICE «L’OSSERVATORE ROMANO»
GIOVANNI MARIA VIAN director Carlo Di Cicco subdirector
Marta Lago redactor jefe de la edición
don Sergio Pellini S.D.B. director general
viernes 3 de octubre de 2014, número 40
«Comunicar la familia: ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor». El Tema de la Jornada mundial de las comunicaciones cociales de este año continúa en la línea del tema del año pasado y, «al mismo tiempo —explica una nota del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales— entra en el ámbito de lo que será la materia central de los dos próximos Sínodos: la familia». La crónica cotidiana narra las dificultades por las que atraviesa actualmente la familia. Asimismo, a menudo los cambios culturales no ayudan a entender el gran bien que es la familia. Escribió a propósito san Juan Pablo II en la Familiaris Consortio, «Las relaciones entre los miembros de la comunidad familiar están inspiradas y guiadas por la ley de la “gratuidad” que, respetando y favoreciendo en todos y cada uno la dignidad personal como único título de valor, se hace acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso y solidaridad profunda» (n. 43). ¿Cómo podemos decir hoy, al hombre herido y desilusionado, que el amor entre un hombre y una mujer es algo muy bueno? ¿Cómo hacer que los hijos experimenten que son el don más preciado? ¿Cómo llevar calor al corazón de la sociedad herida y cansada a causa de
tantas desilusiones amorosas, y decirles: ánimo, recomencemos? ¿Cómo explicar que la familia es el primer y más significativo ambiente en el que se experimenta la belleza de la vida, la alegría del amor, la donación gratuita, el consuelo del perdón dado y recibido, y donde se comienza a encontrar al otro? La Iglesia debe aprender de nuevo a explicar que la familia es un gran don, bueno y hermoso. Está llamada a encontrar el modo de decir que la gratuidad del amor, que se ofrecen los esposos, acerca a todos los hombres a Dios, y es una tarea entusiasmante. ¿Por qué? Porque lleva a mirar la verdadera realidad del hombre y abre las puertas al futuro, a la vida. La nota concluye recordando que la Jornada mundial de las comunicaciones sociales —única jornada mundial establecida por el Concilio Vaticano II (Inter Mirifica, 1963)—, se celebra en muchos países, por recomendación de los obispos del mundo, el domingo anterior a la fiesta de Pentecostés (el 17 de mayo de 2015). El Mensaje del Santo Padre para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales se publica tradicionalmente con ocasión de la festividad de san Francisco de Sales, patrono de los periodistas (24 de enero).
En Madrid ha sido beatificado Álvaro del Portillo
Entre un gracias y un perdón «Gracias, perdón, ayúdame más». En la jaculatoria más querida por Álvaro del Portillo, beatificado en Madrid el sábado 27 de septiembre, por la mañana, se reconoce «la tensión de una vida centrada en Dios» y «que puede ayudarnos a dar un nuevo impulso a nuestra vida cristiana». Con estas palabras el Papa Francisco quiso unirse espiritualmente a la celebración por la beatificación presidida por el arzobispo Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las causas de los santos. Para la ocasión, el Pontífice envió una carta al obispo Javier Echevarría Rodríguez, prelado del Opus Dei. Al proponer la actualidad del testimonio del beato, el Papa afirmó que, en el fondo, es el mismo «camino de santidad que debe seguir todo cristiano: dejarse amar por el Señor, abrir el corazón a su amor y permitir que sea Él quien guíe nuestra vida». Y así precisamente, las tres palabras de la jaculatoria «nos acercan a la realidad de su vida interior y de su relación con el Señor». En la homilía de la celebración de beatificación, el cardenal Amato
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recordó que hoy más que nunca el mundo tiene necesidad de «una ecología de la santidad para contrarrestar la contaminación de los hábitos deshonestos y la corrupción». Y, trazando el perfil espiritual del nuevo beato, el cardenal evidenció sobre todo la humildad vivida «de modo extraordinario», porque era considerada para él «un instrumento indispensable de santidad y de apostolado».
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número 40, viernes 3 de octubre de 2014
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Al Comité pontificio para los Congresos eucarísticos internacionales
Necesidad de esperanza «Hoy existe una falta de esperanza en el mundo, por eso la humanidad tiene necesidad de escuchar el mensaje de nuestra esperanza en Jesucristo». Lo recordó el Papa Francisco a los participantes en la plenaria del Comité pontificio para los Congresos eucarísticos internacionales, a quienes recibió en audiencia el sábado 27 de septiembre, por la mañana, en la Sala Clementina. Señores cardenales, queridos hermanos obispos y sacerdotes, hermanos y hermanas, Me complace encontraros al final de los trabajos de vuestra asamblea; y agradezco a monseñor Piero Marini las corteses palabras que me ha dirigido en nombre de todos al inicio de este encuentro. Saludo a los delegados nacionales designados por las Conferencias episcopales y, de modo especial, a la delegación del comité filipino guiada por monseñor Jose Palma, arzobispo de Cebú, ciudad en la que tendrá lugar el próximo Congreso eucarístico internacional, en enero de 2016. Durante esos días, el mundo católico tendrá fijos los ojos del corazón en el sumo misterio de la Eucaristía para sacar de él un renovado impulso apostólico y misionero. He aquí por qué es importante prepararse bien, y os doy las gracias, queridos hermanos y hermanas, por el trabajo que estáis desempeñando con el fin de ayudar a los fieles de cada continente a comprender cada vez más y mejor el valor y la importancia de la Eucaristía en nuestra vida. La Eucaristía tiene el lugar central en la Iglesia porque es ella quien «hace la Iglesia». Como afirma el Concilio Vaticano II, recordando las palabras del gran Agustín, ella es «sacramentum pietatis, signum unitatis, vinculum caritatis» (Sacrosanctum Concilium, 47).
El tema escogido para el próximo Congreso eucarístico internacional es muy significativo: «Cristo en vosotros, esperanza de la gloria» (Col 1, 27). Esto da plena luz al vínculo entre la Eucaristía, la misión y la esperanza cristiana. Hoy existe una falta de esperanza en el mundo, por eso la humanidad tiene necesidad de escuchar el mensaje de nuestra esperanza en Jesucristo. La Iglesia proclama este mensaje con ardor renovado, utilizando nuevos métodos y nuevas expresiones. Con el espíritu de la «nueva evangelización», la Iglesia lleva este mensaje a todos y, de modo especial, a los que, incluso estando bautizados, se han alejado de la
Iglesia y viven sin hacer referencia a la vida cristiana. El 51° Congreso eucarístico internacional ofrece la oportunidad de experimentar y comprender la Euca-
Los objetivos del próximo encuentro según monseñor Marini
Hacia Cebú 2016 Ha sido el arzobispo Piero Marini, presidente del comité pontificio, quien aclaró los puntos fundamentales sobre la preparación del 51º congreso eucarístico que tendrá lugar en Cebú (Filipinas), del 24 al 31 de enero de 2016. «Cristo en vosotros, esperanza de la gloria» es el versículo de la Carta de san Pablo a los colosenses (1, 27) esco-
gido como tema del congreso «que se celebrará en el corazón del continente asiático». Cristo resucitado, dijo al explicar las razones de la elección, «vive ya en la historia con su misterio pascual y la Iglesia, edificada por la Eucaristía como sacramento de comunión y de paz, manifiesta el proyecto de salvación de Dios a través del anuncio misionero del Evangelio de la misericordia». Así, continuó, «en el centro del Congreso de Cebú estará la relación entre Eucaristía y misión: misión evangelizadora desarrollada en Asia, sobre todo, a través del diálogo con las culturas, las religiones, los pobres y los jóvenes». Y «todo esto para llegar a las periferias geográficas y a las marginalidades sociales en donde la presencia del Señor Jesús es igualmente visible como en la celebración de los sacramentos».
ristía como un encuentro transformador con el Señor en su palabra y en su sacrificio de amor, a fin de que todos puedan tener vida, y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). El Congreso es la ocasión propicia para redescubrir la fe como fuente de Gracia que trae alegría y esperanza en la vida personal, familiar y social. El encuentro con Jesús en la Eucaristía será fuente de esperanza para el mundo si, transformados por el poder del Espíritu Santo a imagen de aquel que encontramos, aceptamos la misión de transformar el mundo donando la plenitud de vida que nosotros mismos hemos recibido y experimentado, llevando esperanza, perdón, sanación y amor a quienes tienen necesidad, especialmente a los pobres, los desheredados y los oprimidos, compartiendo con ellos la vida y las aspiraciones y caminando con ellos en la búsqueda de una auténtica vida humana en Cristo Jesús. Queridos hermanos y hermanas, encomiendo desde ahora el próximo Congreso eucarístico internacional a la Virgen María. Que la Virgen proteja y acompañe a cada uno de vosotros, a vuestras comunidades, y haga fecundo el trabajo que estáis realizando con vistas al importante evento eclesial en Cebú. Os pido por favor que recéis por mí y a todos os bendigo de corazón.
El Papa Francisco al movimiento de los Focolares
Contemplar para salir y hacer escuela «Contemplar, salir, hacer escuela»: son los tres verbos que encierran la consigna dada por el Papa Francisco a los participantes en la asamblea general del Movimiento de los Focolares, a quienes recibió en audiencia el viernes 26 de septiembre, por la mañana, en la sala Clementina. Queridos hermanos y hermanas: Os saludo a todos vosotros, que formáis la asamblea general de la Obra de María y queréis vivirla plenamente integrados en el «hoy» de la Iglesia. De modo especial, saludo a Maria Voce, que ha sido confirmada presidenta por otro sexenio. Al agradecerle las palabras que me ha dirigido también en vuestro nombre, le expreso a ella y a sus más estrechos colaboradores mi deseo cordial de un trabajo proficuo al servicio del Movimiento, que durante estos años ha ido creciendo y se ha enriquecido con nuevas obras y actividades, incluso en la Curia romana.
A cincuenta años del concilio Vaticano II, la Iglesia está llamada a recorrer una nueva etapa de la evangelización, testimoniando el amor de Dios por cada persona humana, comenzando por los más pobres y excluidos, y a hacer crecer con la esperanza, la fraternidad y la alegría el camino de la humanidad hacia la unidad. La Obra de María —conocida por todos con el nombre de Movimiento de los Focolares— nació en el seno de la Iglesia católica de una semillita que a lo largo de los años ha dado vida a un árbol, que ahora extiende sus ramas en todas las expresiones de la familia cristiana y también entre los miembros de diversas religiones y entre muchos que cultivan la justicia y la solidaridad juntamente con la búsqueda de la verdad. Esta Obra brotó de un don del Espíritu Santo —no cabe duda—, el carisma de unidad que el Padre quiere dar a la Iglesia y al mundo para contribuir a realizar con fuerza
y profecía la oración de Jesús: «Para que todos sean uno» (Jn 17, 21). Nuestro pensamiento se dirige con gran afecto y gratitud a Clara Lubich, extraordinaria testigo de este don, que en su fecunda existencia llevó el perfume de Jesús a tantas realidades humanas y a tantas partes del mundo. Fiel al carisma del que nació y se alimenta, el Movimiento de los Focolares se encuentra hoy ante la misma tarea que le espera a toda la Iglesia: ofrecer con responsabilidad y creatividad su contribución peculiar a esta nueva etapa de la evangelización. La creatividad es importante, no se puede ir adelante sin ella. Es importante. Y en este contexto, quiero deciros tres palabras a vosotros que pertenecéis al Movimiento de los Focolares y a quienes, de diferentes modos, comparten su espíritu y sus ideales: contemplar, salir, hacer escuela. Ante todo, contemplar. Hoy, más que nunca, tenemos necesidad de contemplar a Dios y las maravillas
de su amor, de vivir en Él, que en Jesús vino a poner su tienda entre nosotros (cf. Jn 1, 14). Contemplar significa, además, vivir en compañía de los hermanos y las hermanas, partir con ellos el Pan de la comunión y de la fraternidad, entrar juntos por la misma puerta (cf. Jn 10, 9) que nos introduce en el seno del Padre (cf. Jn 1, 18), porque «la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 281). Es narcisismo. Inspirada por Dios, en respuesta a los signos de los tiempos, Clara Lubich escribió: «He aquí el gran atractivo del tiempo moderno: sumirse en la más alta contemplación y permanecer mezclado con todos, hombre entre hombre» (Escritos espirituales 1, 27). Para realizar esto, es necesario ampliar la propia interioridad a la medida de Jesús y del don de su Espíritu, hacer de la contemSIGUE EN LA PÁGINA 4
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La Iglesia no debe ser autorreferencial
Instituida para salir de sí misma VÍCTOR MANUEL FERNÁNDEZ En mayo de 2009, los obispos de la Conferencia episcopal argentina me pidieron que preparara una reflexión que los motivara a dialogar sobre la «conversión pastoral», inspirándonos en el documento de los Obispos latinoamericanos de Aparecida. Dado que el entonces cardenal Bergoglio participó activamente en aquel debate, creo que es importante recogerlo para entender el trasfondo de la propuesta de la Evangelii Gaudium. La clave de la conversión permanente, en todos sus aspectos, tanto para cada individuo como para la Iglesia toda, es la autotrascendencia. «Salir de sí mismo» es una categoría clave para entender el pensamiento y la propuesta del Papa Francisco, porque, como él mismo dice, el Evangelio «siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí» (Evangelii Gaudium, 21). Es lo contrario de la «autorreferencialidad» que él tanto critica. Se trata de una categoría antropológica, teológica, espiritual y pastoral, que tiene su raíz en la misma Trinidad. Porque las tres Personas están referidas la una a la otra y son una constante relación, pero además han querido entrar en alianza con nosotros. De esa vida divina se deriva un dinamismo de salida de sí que la gracia imprime en nuestros corazones. Cuando decimos que la Iglesia es misionera por naturaleza estamos expresando eso mismo: que fue instituida para que salga constantemente de sí misma en el servicio, el diálogo, la entrega, la misión. La metafísica, que busca comprender lo profundo de la realidad, nos enseña que el bien es difusivo de sí, lo bueno tiende siempre a difundirse. Si la realidad creada por Dios funciona así, y si el dinamismo de la gracia es un dinamismo de salida, entonces la única manera de mantenernos vivos y de crecer es salir de nosotros mismos en la misión, y la única manera de que una comunidad se mantenga viva y crezca es que salga de sí misma. Si una persona comprende esto, entonces deja de vivir a la defensiva, deja de obsesionarse por el bienestar y por sus propios intereses, y descubre que la mejor manera de vivir bien es salir de sí buscando el bien de los demás, comunicando el bien, abriéndose, donándose, acogiendo, entrando en diálogo y comunión. En el fondo, el Papa le está indicando a la Iglesia una estrategia de sobrevivencia y de fidelidad a sí misma. Ser fiel a su propia naturaleza, para la Iglesia, no es primordialmente custodiar un depósito de doctrina, sino salir de sí misma evangelizando, sirviendo, comunicando vida, haciendo presente el amor misericordioso de Dios que nos lanza hacia adelante, y exige someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de vida. Es una renovación de todas las estructuras y hábitos eclesiales para que sean más misioneros, incluyendo el abandono de las estructuras que no favorezcan decididamente la misión. En el marco de una conversión estructural, esto se expresa en una estructuración comunitaria de la pastoral diocesana, en una comunión pas-
toral que encuentra su mejor manifestación en la pastoral orgánica. Pero más concretamente todavía, como estructura de comunión misionera, se expresa en un plan pastoral participativo, elaborado, ejecutado y evaluado con participación de todos (Documento de Aparecida, 371), y a la vez flexible, adaptable según los constantes desafíos del pueblo de Dios. La conversión «estructural» de cada diócesis, se plasma particularmente en una estructura: el plan comunitario, orientado a llegar a todos, donde todos se sienten reflejados, convocados e incorporados, y que a su vez es una estructura viva, siempre abierta a las novedades del Espíritu. No hay que engañarse, ¡estamos en la posmodernidad privatizadora, no en la modernidad con sus certezas y utopías! Por lo tanto, nuestros viejos discursos contra el activismo de los agentes pastorales quedan
fuera de lugar. En los últimos años la tendencia a la privatización del estilo de vida se ha ido acentuando en la mayoría de nosotros. No me refiero a los discursos y palabras, que pueden ser muy sociales y ciudadanos, sino a los hábitos, a las opciones concretas, al uso del tiempo, a la forma de vivir. Nunca hay que olvidar la constante necesidad de desarrollar y alimentar un determinado «espíritu» sin el cual los cambios estructurales nacen muertos, nacen caducos. Cuando digo «espíritu» no me refiero sólo a un profundo amor a Jesucristo, o a la confianza en el Espíritu Santo, o al fervor evangelizador en general. Ese es ciertamente el primer presupuesto. Pero ahora quiero decir, como explica el Papa en el último capítulo de la Evangelii Gaudium, que detrás de cada tarea hay un determinado «espíritu» que moviliza y llena de fervor esa tarea, detrás de cada proyecto pastoral debe haber un espíritu Conversión que mueva a aplicarlo, y detrás de cada «La conversión pastoral» es el tema de la etapa pastoral nueva relación —de la que publicamos breves o de cada reforma de pasajes— que monseñor Víctor M. Fernández, estructuras se necesirector de la Pontificia Universidad Católica ta el desarrollo de un Argentina, pronunció en el encuentro sobre la determinado espíritu, Evangelii gaudium, organizado por el Consejo una «mística» que pontificio para la promoción de la nueva despierte el atractivo, evangelización que tuvo lugar del 18 al 20 de el gusto, la pasión por lo que se quiere septiembre en el Vaticano.
hacer. Las estructuras son cauces de vida que suponen comunidades vivas, cargadas de convicciones movilizadoras. Bien dijo Benedicto XVI que «las mejores estructuras funcionan únicamente cuando en una comunidad existen unas convicciones vivas, capaces de motivar a los hombres» (Spe Salvi, 24). Porque de las estructuras puede decirse lo mismo que de las leyes: que si hace falta crear muchas leyes y estructuras para asegurar que algo sea vivido, eso es muy mala señal y no augura buenos resultados. Cuando hace falta crear demasiadas normas, documentos y estructuras para que algo pueda vivirse, esto es indicio de un mal funcionamiento en la raíz. En ese caso, las supuestas nuevas estructuras no obrarán mágicamente y se sumarán a las incontables exigencias que ya pesan sobre los agentes pastorales. Por lo dicho, queda claro que la reforma de estructuras debería consistir más bien en una simplificación que nos libere de lastres caducos que obstaculizan un dinamismo misionero y no tanto en una multiplicación de nuevas estructuras. Dice Francisco que «las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima». De otro modo, «cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo» (Evangelii Gaudium, 26).
Contemplar para salir y hacer escuela VIENE DE LA PÁGINA 3
plación la condición indispensable de una presencia solidaria y de una acción eficaz, verdaderamente libre y pura. Os animo a permanecer fieles a este ideal de contemplación, a perseverar en la búsqueda de la unión con Dios y en el amor recíproco con los hermanos y las hermanas, recurriendo a la riqueza de la Palabra de Dios y de la Tradición de la Iglesia, a este anhelo de comunión y de unidad que el Espíritu Santo ha suscitado en nuestro tiempo. Y ofreced a todos este tesoro. La segunda palabra, muy importante porque expresa el movimiento de evangelización, es salir. Salir como Jesús salió del seno del Padre para anunciar la palabra del amor a todos, hasta entregarse totalmente a sí mismo en el madero de la cruz. Debemos aprender de Él, de Jesús, esta «dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá» (Evangelii gaudium, 21), para comunicar generosamente a todos el amor de Dios con respeto, y como nos enseña el Evangelio: «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis» (Mt 10, 8). Este es el sentido de la gratuidad: porque la Redención se realizó gratuitamente. El perdón de los pecados no se puede «pagar». Lo «pagó» Cristo una vez, por todos. Debemos actuar la gratuidad de la Redención con los hermanos y las hermanas. Dar con gratuidad, gratuitamente, lo que hemos recibido. Y la gratuidad va de la mano de la creatividad: las dos van juntas. Para hacer esto, es preciso convertirse en expertos en ese arte que se llama «diálogo» y que no se aprende fácilmente. No podemos contentarnos con medidas incompletas, no podemos diferir, sino más bien, con la ayuda de Dios, tender hacia lo alto y ensanchar la mirada. Y para hacerlo, debemos salir con valentía «hacia él, fuera del campamento, cargados con su oprobio» (Hb 13, 13). Él nos espera en las pruebas y en los gemidos de nuestros hermanos, en las plagas de la sociedad y en los interrogantes de la cultura de nuestro tiempo. Se nos parte el corazón al ver delante de una iglesia a una humanidad con tantas heridas, heridas morales, heridas existenciales, heridas de guerra, que sentimos todos los días, ver cómo los cristianos comienzan a per-
derse en «bizantinismos» filosóficos, teológicos, espirituales, pero en cambio sirve una espiritualidad del salir. Salir con esta espiritualidad: no quedarse dentro, cerrado con cuatro vueltas de llave. Esto no está bien. Esto es «bizantinismo». Hoy no tenemos derecho a la reflexión bizantina. Debemos salir. Porque —lo dije muchas veces— la Iglesia parece un hospital de campaña. Y cuando se va a un hospital de campaña, el primer trabajo es curar las heridas, no hacer el análisis del colesterol…, esto se hará después… ¿Está claro? Y, en fin, la tercera palabra: hacer escuela. San Juan Pablo II, en la carta apostólica Novo millennio ineunte, invitó a toda la Iglesia a convertirse en «la casa y la escuela de la comunión» (cf. n. 43), y vosotros habéis tomado en serio esta consigna. Es preciso formar, como exige el Evangelio, a hombres y mujeres nuevos, y para ello es necesaria una escuela de humanidad a medida de la humanidad de Jesús. En efecto, Él es el hombre nuevo al que los jóvenes pueden mirar en todos los tiempos, del que pueden enamorarse, cuyo camino pueden seguir para afrontar los desafíos que tenemos delante. Sin un trabajo adecuado de formación de las nuevas generaciones es ilusorio pensar en la realización de un proyecto serio y duradero al servicio de una nueva humanidad. Clara Lubich había acuñado en su tiempo una expresión que sigue siendo de gran actualidad: hoy —decía— hace falta formar «hombres-mundo», hombres y mujeres con el alma, el corazón y la mente de Jesús, y por eso capaces de reconocer e interpretar las necesidades, las preocupaciones y las esperanzas que anidan en el corazón de cada hombre. Queridas hermanas y queridos hermanos, os deseo que vuestra asamblea dé abundantes frutos; y os agradezco vuestro compromiso generoso. Que María, nuestra Madre, os ayude a caminar siempre con confianza, con valentía, con perseverancia, con creatividad, gratuitamente y en comunión con toda la Iglesia por senderos de luz y de vida trazados por el Espíritu Santo. Os bendigo, y por favor, os pido que recéis por mí, porque tengo necesidad. Gracias.
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«Remad, sed fuertes, incluso con el viento en contra. Rememos al servicio de la Iglesia. Rememos juntos». Es la invitación del Papa Francisco a los jesuitas durante la liturgia de acción de gracias —que presidió el sábado 27 de septiembre por la tarde en la iglesia romana del Gesù— por el segundo centenario de la reconstitución de la Compañía fundada por san Ignacio de Loyola. Queridos hermanos y amigos en el Señor: La Compañía distinguida con el nombre de Jesús vivió tiempos difíciles, de persecución. Durante el generalato del padre Lorenzo Ricci «los enemigos de la Iglesia lograron obtener la supresión de la Compañía» (Juan Pablo II, Mensaje al padre Kolvenbach, 31 de julio de 1990) por parte de mi predecesor Clemente XIV. Hoy, recordando su reconstitución, estamos llamados a recuperar nuestra memoria, a hacer memoria, teniendo presentes los beneficios recibidos y los dones particulares (cf. Ejercicios Espirituales, 234). Y hoy quiero hacerlo con vosotros aquí. En tiempos de tribulación y desconcierto se levanta siempre una polvareda de dudas y sufrimientos, y no es fácil ir adelante, proseguir el camino. Sobre todo en los tiempos difíciles y de crisis se dan tantas tentaciones: detenerse para discutir sobre ideas, dejarse llevar por la desolación, concentrarse en el hecho de ser perseguidos, y no ver otra cosa. Leyendo las cartas del padre Ricci, me ha impresionado mucho un aspecto: su capacidad de no caer en la trampa de estas tentaciones y proponer a los jesuitas, en tiempo de tribulación, una visión de las cosas que los arraigaba aún más en la espiritualidad de la Compañía. El padre general Ricci, que escribía a los jesuitas de entonces viendo las nubes que ensombrecían el horizonte, fortalecía su pertenecía al cuerpo de la Compañía y su misión. Por tanto, hizo discernimiento en un tiempo de confusión y desconcierto. No perdió tiempo en discutir sobre ideas y en quejarse, sino que se hizo cargo de la vocación de la Compañía. Debía protegerla, y se hizo cargo de ella. Y esta actitud llevó a los jesuitas a experimentar la muerte y la resurrección del Señor. Ante la pérdida de todo, incluso de su identidad pública, no se resistieron a la voluntad de Dios, no se resistieron al conflicto, tratando de salvarse a sí mismos. La Compañía —y esto es hermoso— vivió el conflicto hasta sus últimas consecuencias, sin reducirlo: vivió la humillación con Cristo humillado, obedeció. Jamás uno se salva del conflicto con la astucia y las estratagemas para resistir. En la confusión y ante la humillación, la Compañía prefirió vivir el discernimiento de la voluntad de Dios, sin buscar un modo de salir del conflicto en una condición aparentemente tranquila. O, al menos, elegante: no lo hizo. Jamás la aparente tranquilidad colma nuestro corazón, sino la verdadera paz que es don de Dios. No se debe buscar nunca la «componenda» fácil ni poner en práctica fáciles «irenismos». Solo el discernimiento nos salva del verdadero desarraigo, de la verdadera «supresión»
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El Papa recuerda la reconstitución de la Compañía de Jesús en 1814
La fatiga de los remeros del corazón, que es el egoísmo, la mundanidad, la pérdida de nuestro horizonte, de nuestra esperanza, que es Jesús, que es solo Jesús. Y así el padre Ricci y la Compañía, en fase de supresión, prefirieron la historia a una posible «historieta» gris, sabiendo que el amor juzga a la historia, y que la esperanza —incluso en la oscuridad— es más grande que nuestras expectativas. El discernimiento debe hacerse con recta intención, con mirada sencilla. Por eso el padre Ricci, precisamente en aquella ocasión de confusión y extravío, habla de los pecados de los jesuitas. Parece hacer publicidad en contra. No se defiende sintiéndose víctima de la historia, sino que se reconoce pecador. Mirarse a sí mismo, reconociéndose pecador, evita la actitud de considerarse víctima ante un verdugo. Reconocerse pecador, reconocerse verdaderamente pecador, significa asumir la actitud justa para recibir el consuelo. Podemos repasar brevemente este camino de discernimiento y de servicio que el padre general indicó a la Compañía. Cuando en 1759 los decretos de Pombal destruyeron las provincias portuguesas de la Compañía, el padre Ricci vivió el conflicto sin quejarse y sin abandonarse a la desolación; al contrario, invitó a rezar para pedir el espíritu bueno, el verdadero espíritu sobrenatural de la vocación, la docilidad perfecta a la gracia de Dios. Cuando en 1761 la tormenta avanzaba en Francia, el padre general pidió poner toda la confianza en Dios. Quería que se aprovecharan las pruebas soportadas para una mayor purificación interior: ellas nos conducen a Dios y pueden
servir para su mayor gloria; además, recomienda la oración, la santidad de la vida, la humildad y el espíritu de obediencia. En 1767, después de la expulsión de los jesuitas españoles, sigue invitando a rezar. Y en fin, el 21 de febrero de 1773, apenas seis meses antes de la firma del Breve Dominus ac Redemptor, ante la falta total de ayuda humana, ve la mano de la misericordia de Dios que, a quienes pone a prueba, invita a no confiar en otros sino sólo en Él. La confianza debe aumentar precisamente cuando las circunstancias nos tiran por el suelo. Lo importante para el padre Ricci es que la Compañía sea fiel hasta las últimas consecuencias al espíritu de su vocación, que es la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas. La Compañía, incluso ante su mismo fin, permaneció fiel al fin por el cual había sido fundada. Por eso Ricci concluye con una exhortación a mantener vivo el espíritu de caridad, de unión, de obediencia, de paciencia, de sencillez evangélica, de verdadera amistad con Dios. Todo lo demás es mundanidad. Que el fuego de la mayor gloria de Dios nos atraviese también hoy, quemando toda complacencia y envolviéndonos en una llama que tenemos dentro, que nos concentra y nos expande, nos engrandece y nos empequeñece. Así, la Compañía vivió la prueba suprema del sacrificio que injustamente se le pedía haciendo suya la oración de Tobit, quien abatido por el dolor suspira, llora e implora: «Eres justo, Señor, y justas son tus obras; siempre actúas con misericordia y fidelidad, tú eres juez del universo. Acuérdate, Señor, de mí y mírame; no me castigues por los pecados y errores que yo y mis padres hemos cometido. Hemos pecado en tu presencia, hemos transgredido tus mandatos y tú nos has entregado al saqueo, al cautiverio y a la muerte, hasta convertirnos en burla y chismorreo, en irrisión para todas las naciones entre las que nos has dispersado». Y concluye con la petición más importante: «Señor, no me retires tu rostro» (Tb 3, 1-4.6d). Y el Señor respondió mandando a Rafael a quitar las manchas blancas de los ojos de Tobit, para que volviera a ver la luz de Dios. Dios es misericordioso, Dios corona de misericordia. Dios nos quiere y nos salva. A veces el camino que conduce a la vida es estrecho, pero la tribulación, si la vivimos a la luz de la misericordia, nos purifica como el fuego, nos da tanto consuelo e inflama nuestro corazón, aficionándolo a la oración. Durante la supresión, nuestros hermanos jesuitas fueron fervorosos en el espíritu y en el servicio al Señor,
gozosos en la esperanza, constantes en la tribulación, perseverantes en la oración (cf. Rm 12, 12). Y esto honró a la Compañía, no ciertamente el encomio de sus méritos. Así será siempre. Recordemos nuestra historia: a la Compañía se le ha concedido, «gracias a Cristo, no sólo el don de creer en Él, sino también el de sufrir por Él» (Flp 1, 29). Nos hace bien recordar esto. La nave de la Compañía fue sacudida por las olas, y esto no debe maravillarnos. También la barca de Pedro puede ser sacudida hoy. La noche y el poder de las tinieblas están siempre cerca. Es fatigoso remar. Los jesuitas deben ser «remeros expertos y valerosos» (Pío VII, Sollicitudo omnium ecclesiarum): ¡remad, pues! Remad, sed fuertes, incluso con el viento en contra. Rememos al servicio de la Iglesia. Rememos juntos. Pero, mientras remamos —todos remamos, también el Papa rema en la barca de Pedro—, debemos rezar mucho: «Señor, ¡sálvanos!», «Señor, ¡salva a tu pueblo!». El Señor, aunque somos hombres de poca fe y pecadores, nos salvará. Esperemos en el Señor. Esperemos siempre en el Señor. La Compañía reconstituida por mi predecesor Pío VII estaba formada por hombres valientes y humildes en su testimonio de esperanza, de amor y de creatividad apostólica, la del Espíritu. Pío VII escribió que quería reconstituir la Compañía para «proveer de manera adecuada a las necesidades espirituales del mundo cristiano sin diferencia de pueblos ni de naciones» (ibid.). Por eso dio la autorización a los jesuitas que aun existían, acá y allá, gracias a un soberano luterano y a una soberana ortodoxa, «para que permanecieran unidos en un solo cuerpo». Que la Compañía permanezca unida en un solo cuerpo. Y la Compañía fue inmediatamente misionera y se puso a disposición de la Sede apostólica, comprometiéndose generosamente «bajo el estandarte de la cruz por el Señor y su Vicario en la tierra» (Formula Instituti, 1). La Compañía retomó su actividad apostólica con la predicación y la enseñanza, los ministerios espirituales, la investigación científica y la acción social, las misiones y el cuidado de los pobres, de los que sufren y de los marginados. Hoy la Compañía afronta con inteligencia y laboriosidad también el trágico problema de los refugiados y los prófugos; y se esfuerza con discernimiento por integrar el servicio de la fe y la promoción de la justiSIGUE EN LA PÁGINA 11
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La homilía en la misa con las personas de la tercera edad en la plaza de San Pedro
Relaciones familiares La importancia del encuentro entre jóvenes y ancianos —«No hay futuro para el pueblo sin este encuentro entre las generaciones»— fue el punto central de la homilía que pronunció el Papa Francisco durante la misa celebrada en la plaza de San Pedro tras el encuentro con los ancianos.
El Papa Francisco para la Jornada dedicada a la tercera edad
Entre memoria y futuro La violencia contra los ancianos es inhumana como la de los niños «Un pueblo que no protege a los abuelos y no los trata bien es un pueblo que no tiene futuro. ¿Por qué no tiene futuro? Porque pierde la memoria, y se arranca de sus propias raíces»: lo recordó el Papa Francisco en el discurso que pronunció el domingo 28 de septiembre en la plaza de San Pedro con ocasión del encuentro con los ancianos y abuelos llegados a Roma de numerosos países para la jornada organizada por el Consejo pontificio para la familia y dedicada a la tercera edad. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡Os agradezco haber venido en tan grande número! Y gracias por vuestra acogida festiva: hoy es vuestra fiesta, ¡nuestra fiesta! Doy las gracias a monseñor Paglia y a todos los que la prepararon. Agradezco especialmente al Papa emérito Benedicto XVI por su presencia. Tantas veces he dicho que me gusta tanto que viva aquí en el Vaticano, porque es como tener al abuelo sabio en casa. ¡Gracias! He escuchado los testimonios de algunos de vosotros, que presentan experiencias comunes a muchos ancianos y abuelos. Pero uno era diferente: el de los hermanos que vinieron de Kara Qosh, escapando de una violenta persecución. ¡A ellos todos juntos demos un «gracias» especial! Es muy hermoso que habéis venido hoy aquí: es un don para la Iglesia. Y nosotros os ofrecemos nuestra cercanía, nuestra oración y la ayuda concreta. La violencia contra los ancianos es inhumana, como la realizada en los niños. Pero Dios no os abandona, ¡está con vosotros! Con su ayuda
vosotros sois y seguiréis siendo memoria para vuestro pueblo; y también para nosotros, para la gran familia de la Iglesia. ¡Gracias! Estos hermanos nos dan testimonio de que aun en las pruebas más difíciles, los ancianos, que tienen fe son como árboles que siguen dando fruto. Y esto vale también en las situaciones más ordinarias, donde, sin embargo, puede haber otras tentaciones, y otras formas de discriminación. Hemos escuchado algunas en los demás testimonios. La vejez, de modo particular, es un tiempo de gracia, en el que el Señor nos renueva su llamado: nos llama a custodiar y transmitir la fe, nos llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de quien tiene necesidad... Los ancianos, los abuelos tienen una capacidad para comprender las situaciones más difíciles: ¡una gran capacidad! Y cuando rezan por estas situaciones, su oración es fuerte, es poderosa. A los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus hijos (cf. Sal 128, 6), se les ha confiado una gran tarea: transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo; compartir con sencillez una sabiduría, y la misma fe: ¡el legado más precioso! Dichosas esas familias que tienen a los abuelos cerca. El abuelo es padre dos veces y la abuela es madre dos veces en esos países donde la persecución religiosa ha sido cruel, pienso por ejemplo en Albania, donde estuve el domingo pasado; en esos países fueron los abuelos quienes llevaban a los niños a bau-
tizarles a escondidas, quienes le dieron la fe. ¡Bien! ¡Fueron buenos en la persecución y salvaron la fe en esos países! Pero no siempre el anciano, el abuelo, la abuela, tiene una familia que puede acogerlo. Y entonces bienvenidos los hogares para los ancianos... con tal de que sean verdaderos hogares, y ¡no prisiones! ¡Y que sean para los ancianos, y no para los intereses de otro! No deben de haber institutos donde los ancianos vivan olvidados, como escondidos, descuidados. Me siento cercano a los numerosos ancianos que viven en estos Institutos, y pienso con gratitud en quienes les visitan y se preocupan por ellos. Las casas para ancianos deberían ser los «pulmones» de humanidad en un país, en un barrio, en una parroquia; deberían ser los «santuarios» de humanidad donde el viejo y el débil es cuidado y protegido como un hermano o hermana mayor. ¡Hace tanto bien ir a visitar a un anciano! Mirad
a nuestros chicos: a veces les vemos desganados y tristes; van a visitar a un anciano, y ¡se vuelven alegres! Pero existe también la realidad del abandono de los ancianos: ¡cuántas veces se descartan a los ancianos con actitudes de abandono que son una auténtica eutanasia a escondidas! Es el efecto de esa cultura del descarte que hace mucho mal a nuestro mundo. Se descartan a los niños, se descartan a los jóvenes, porque no tienen trabajo, y se descartan a los ancianos con el pretexto de mantener un sistema económico «equilibrado», en cuyo centro no está la persona humana, sino el dinero. ¡Todos estamos llamados a contrarrestar esta venenosa cultura del descarte! Nosotros los cristianos, junto con todos los hombres de buena voluntad, estamos llamados a construir con paciencia una sociedad diversa, más acogedora, más humana, más inclusiva, que no tiene necesidad de descartar al débil de
Ese largo abrazo Ráfaga de fresca ancianidad el domingo 28 de septiembre, por la mañana, en la plaza de San Pedro. El Papa Francisco reunió a los pies del altar a los abuelos de Italia y del mundo para la «bendición de la larga vida», anticipación de la fiesta que, el jueves 2 de octubre, las Naciones Unidas dedican cada año a la persona anciana. Excepcional la asamblea organizada por el Consejo pontificio para la familia; pero aún más excepcional el sentimiento de empatía y de afecto que reflejaba el rostro del Santo Padre cuando —al inicio y al final de la fiesta llevada a cabo en dos momentos distintos— se mezcló entre sus huéspedes, cuyas vidas se entretejieron con la historia de gran parte de este siglo. Y no podía faltar a quien el Papa ha definido muchas veces como «el abuelo sabio» que vive en el Vaticano, Benedicto XVI. Y así, como «el abuelo sabio que nos hace mucho bien», lo saludó igualmente el domingo por la mañana, cuando, llegado a la plaza, se dirigió directamente a la esquina del atrio donde, calurosamente aplaudido por la gente, había tomado ya su lugar el Papa emérito. Largo y afectuoso fue el abrazo que ambos se intercambiaron. Abrazo nuevamente renovado al término del encuentro, antes de la misa. En su discurso el obispo de Roma invitó a los numerosos presentes, llegados de todas partes, a decir «todos juntos un “gracias” especial a la pareja de iraquíes casados desde hace cincuenta años, padres de diez hijos y abuelos de doce nietos, que ofrecieron su testimonio de cristianos en fuga por violentas persecuciones. Es muy hermoso que hayáis venido aquí hoy: es un don para la Iglesia. Y nosotros os ofrecemos nuestra cercanía, nuestra oración y la ayuda concreta» añadió, destacando que «la violencia en los ancianos es inhumana, como la de los niños. Pero Dios no os abandona, está con vosotros. Con su ayuda sois y seguiréis siendo memoria para vuestro pueblo; y también para nosotros, para la gran familia de la Iglesia».
cuerpo y de mente, es más, una sociedad que mide su «paso» precisamente en estas personas. Como cristianos y como ciudadanos, estamos llamados a imaginar, con fantasía y sabiduría, los caminos para afrontar este desafío. Un pueblo que no custodia a los abuelos y no los trata bien es un pueblo que ¡no tiene futuro! ¿Por qué no tiene futuro? Porque pierde la memoria y se arranca de sus propias raíces. Pero cuidado: ¡vosotros tenéis la responsabilidad de tener vivas estas raíces en vosotros mismos! Con la oración, la lectura del Evangelio, las obras de misericordia. Así permanecemos como árboles vivos, que también en la vejez no dejan de dar fruto. Una de las cosas más bellas de la vida de familia, de nuestra vida humana de familia, es acariciar a un niño y dejarse acariciar por un abuelo y una abuela. ¡Gracias!
El Evangelio que hemos escuchado hoy, lo acogemos como el Evangelio del encuentro entre los jóvenes y los ancianos: un encuentro lleno de gozo, lleno de fe y lleno de esperanza. María es joven, muy joven. Isabel es anciana, pero en ella se ha manifestado la misericordia de Dios y desde hace seis meses, con su marido Zacarías, está en espera de un hijo. María, también en esta circunstancia, nos muestra el camino: ir al encuentro de su pariente anciana, estar con ella, ciertamente para ayudarla, pero también y, sobre todo, para aprender de ella, que es anciana, una sabiduría de vida. La primera Lectura, con diversas expresiones, evoca el cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar» (Ex 20, 12). No hay futuro para el pueblo sin este encuentro entre las generaciones, sin que los hijos reciban con reconocimiento el testigo de la vida de las manos de sus padres. Y dentro de este reconocimiento de quien te ha transmitido la vida, existe también el reconocimiento por el Padre que está en los cielos. Existen a veces generaciones de jóvenes que, por complejas razones históricas y culturales, viven de modo más fuerte la necesidad de independizarse de sus padres, casi de «liberarse» del legado de la generación precedente. Es como un momento de adolescencia rebelde. Pero, si luego no se recupera el encuentro, si no se encuentra un equilibrio nuevo, fecundo entre las generaciones, lo que deriva de ello es un grave empobrecimiento por el pueblo, y la libertad que predomina en la sociedad es una libertad falsa, que casi siempre se transforma en autoritarismo. El mismo mensaje nos llega de la exhortación del apóstol Pablo dirigida a Timoteo y, a través de él, a la comunidad cristiana. Jesús no abolió la ley de la familia y el paso entre generaciones, sino que la llevó a su cumplimiento. El Señor formó una nueva familia, en la que por encima de los vínculos de sangre prevalece la relación con Él y el cumplimiento de la voluntad de Dios Padre. Pero el amor por Jesús y por el Padre lleva a cumplimiento el amor por los padres, por los hermanos, por los abuelos, renueva las relaciones familiares con la savia del Evangelio y del Espíritu Santo. Y así, san Pablo recomienda a Timoteo, que es pastor y por lo tanto, padre de la comunidad, tener respeto por los ancianos y los familiares, y exhorta a hacerlo con actitud filial: el anciano «como si fuera tu padre», «las mujeres ancianas como madres» (cf. 1Tm 5, 1). El jefe de la comunidad no está exento de esta voluntad de Dios, más bien, la caridad de Cristo lo apremia a ha-
cerlo con un amor más grande. Como la Virgen María, que aun llegando a ser la Madre del Mesías, se siente impulsada por el amor de Dios, que se está encarnando en ella, a ir de prisa con su anciana pariente. Y volvamos entonces a este «icono» lleno de alegría y esperanza, lleno de fe, lleno de caridad. Podemos pensar que la Virgen María, estando en casa de Isabel, habrá escuchado a ella y al marido Zacarías rezar con las palabras del Salmo responsorial de hoy: «Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud... No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones... Ahora en la vejez y las canas, no me abandones, Dios mío, hasta que describa tu poder, tus hazañas a la nueva generación» (Sal 71, 5.9.18). La joven María escuchaba, y guardaba todo en su corazón. La sabiduría de Isabel y Zacarías enriqueció su ánimo joven; no eran expertos en maternidad y paternidad, porque también para ellos era el primer embarazo, pero eran expertos en la fe, expertos de Dios, expertos de esa esperanza que viene de Él: es de esto lo que el mundo tiene necesidad, en todos los tiempos. María ha sabido escuchar a esos padres ancianos y llenos de estupor, tomó en cuenta su sabiduría, y es-
ta fue preciosa para ella, en su camino de mujer, de esposa, de madre. Así, la Virgen María nos muestra el camino: el camino del encuentro entre los jóvenes y los ancianos. El futuro de un pueblo supone necesariamente este encuentro: los jóvenes dan la fuerza para hacer caminar al pueblo y los ancianos robustecen esta fuerza con la memoria y la sabiduría popular.
Entre las generaciones VIENE DE LA PÁGINA 1
persecución, hoy en Oriente Medio o ayer en países como Albania, «los ancianos que tienen fe son como árboles que siguen dando fruto», siempre y de cualquier manera. La vejez es entonces «un tiempo de gracia» para la transmisión de la fe, como canta el salmista citado por el Pontífice en la homilía: «Ahora en la vejez y las canas, no me abandones, Dios mío, hasta que describa tu poder, tus hazañas a la nueva generación». Meditando en el episodio evangélico del encuentro de María, «joven, muy joven», con Isabel y Zacarías, el obispo de Roma ha descrito ese encuentro entre generaciones como algo que debe ser salvaguardado en el corazón de la familia. Es una reflexión que el Papa Francisco ofrece exacta-
mente una semana antes del inicio del largo itinerario que, en el curso de dos años, el Sínodo de los obispos afrontará sobre este tema. Para subrayar sobre todo la importancia y la belleza, sin olvidar los vínculos de situaciones difíciles y dolorosas. Grande es la atención de los medios de comunicación, pero estos tienen que vencer la solución fácil de permanecer en la superficie, cautivados quizás por polémicas no raramente interesadas, si quieren dar cuenta de las reales intenciones del debate y de las contribuciones sinodales sobre la familia queridas por el Pontífice. El objetivo principal, en efecto, es lo que a Bergoglio le interesa desde siempre: el testimonio y el anuncio del Evangelio, sobre todo a quien, en apariencia, está más alejado.
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Misa del Pontífice en Santa Marta COMUNICACIONES
Dos condiciones
Colegio episcopal Monseñor José A. Fernández Hurtado, arzobispo de Durango (México) RENUNCIA:
NÁNDEZ HURTAD O, obispo de Tuxtepec.
El Papa ha aceptado la renuncia al gobierno pastoral de la arquidiócesis de Durango (México) que monseñor HÉCTOR GONZÁLEZ MARTÍNEZ, le había presentado en conformidad con el canon 401 § 1 del Código de derecho canónico. Héctor González Martínez nació en Miguel Auza, arquidiócesis de Durango, el 28 de marzo de 1939. Recibió la ordenación sacerdotal el 1 de diciembre de 1963. Juan Pablo II le nombró obispo de Campeche el 9 de febrero de 1982; recibió la ordenación episcopal el 24 de marzo del mismo año. El Santo Padre le promovió a arzobispo coadjutor de Antequera, Oaxaca, el 4 de febrero de 1988; pasó a ser arzobispo metropolitano de dicha sede el 4 de octubre de 1993; y le trasladó a la arquidiócesis de Durango el 11 de febrero de 2003. EL PAPA
HA NOMBRAD O:
—Arzobispo de Durango (México) a monseñor JOSÉ ANTONIO FER-
hasta
ahora
José Antonio Fernández Hurtado nació en Morelia el 2 de diciembre de 1952. Recibió la ordenación sacerdotal el 14 de octubre de 1978, incardinado en la diócesis de Tula. Juan Pablo II le nombró obispo de Tuxtepec el 11 de febrero de 2005; recibió la ordenación episcopal el 11 de mayo del mismo año. —Obispo de Leeds (Inglaterra) a monseñor MARCUS STO CK. Marcus Stock nació en Londres, el 27 de agosto de 1961. Recibió la ordenación sacerdotal el 13 de agosto de 1988, incardinado en la archidiócsis de Birmingham. Obtuvo el doctorado en teología en Oxford y en teología dogmática en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Ha desempeñado su ministerio como asistente parroquial; párroco en diversas parroquias; director de las escuelas católicas de Birmingham y del servicio educativo católico; consejero de una facultad teológica y secretario general de la Conferencia episcopal de Inglaterra y Gales.
Audiencias pontificias EL SANTO PADRE HA RECIBID O EN AUDIENCIA:
Viernes 26 de septiembre —Al Profesor Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial (WEF), con su esposa y el séquito. —Al secretario general de la Organización internacional de la Francofonía (OIF), con su esposa y el séquito. —A monseñor Joseph Chennoth, arzobispo titular de Milevi, nuncio apostólico en Japón. —Al director ejecutivo de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES) (Argentina), el señor Diego Bossio. Sábado, día 27 —Al cardenal Marc Ouellet, P.S.S., prefecto de la Congregación para los obispos. —A monseñor Christophe Pierre, arzobispo titular de Gunela, nuncio apostólico en México.
—A la presidenta de la República de Malta, Marie-Louise Coleiro Preca, con su esposo y el séquito. —Al ex cónsul honorario de la Confederación Helvética en Rosario (Argentina), el señor Marcelo Julio Martin, con su familia. —Al ministro presidente de Land Baja Sajonia, Stephan Weil, con el séquito. —Al cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo de los obispos. —Al sacerdote Carlos María Nannei de la Prelatura del Opus Dei. Martes, día 30 —Al cardenal Raymundo Damasceno Assis, arzobispo de Aparecida (Brasil), presidente de la Conferencia episcopal de Brasil, con monseñor José Belisario da Silva, O.F.M., arzobispo de São Luís do Maranhão, vicepresidente; y con monseñor Leonardo Ulrich Steiner, O.F.M., obispo titular de Tisiduo, auxiliar de Brasilia, secretario general. Miércoles 1 de octubre
—A monseñor Giuseppe Pinto, arzobispo titular de Anglona, nuncio apostólico en Filipinas.
—Al delegado regional de la prelatura del Opus Dei, Mariano Fassio.
—A monseñor Francisco Montecillo Padilla, arzobispo titular de Nebbio y nuncio apostólico en Tanzania.
—A monseñor Lévon Boghos Zékiyan, arzobispo titular de Amida de los armenios y administrador apostólico «sede plena» de la archieparquía de Estambul de los armenios (Turquía)
Lunes, día 29
La palabra de Dios no es «una historieta» para leer, sino una enseñanza que hay que escuchar con el corazón y poner en práctica en la vida diaria. Un compromiso accesible a todos, porque aunque «nosotros la hemos hecho algo difícil», la vida cristiana es «sencilla, sencilla». En efecto, «escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica» son las únicas dos «condiciones» que Jesús pide a quien quiere seguirlo. En síntesis, para el Papa Francisco este es el significado de las lecturas propuestas por la liturgia del martes 23 de septiembre. Celebrando la misa en Santa Marta, el Pontífice meditó en particular sobre el pasaje de san Lucas (8, 19-21) que narra cuando la madre y los hermanos de Jesús no logran «acercarse a Él a causa de la multitud». Partiendo de la constatación de que Él pasaba la mayor parte de su tiempo «en la calle, con la gente», el obispo de Roma notó que entre los tantos que lo seguían había personas que percibían «en Él una autoridad nueva, un modo de hablar nuevo», percibían «la fuerza de la salvación» que ofrecía. «El Espíritu Santo —comentó al respecto— tocaba sus corazones para ello». Pero confundida entre la multitud, observó el Papa, también había gente que seguía a Jesús con otra finalidad. Algunos, «por conveniencia», otros, quizá, por el «deseo de ser más buenos». Un poco «como nosotros», dijo actualizando el discurso, que «tantas veces buscamos a Jesús porque tenemos necesidad de algo, y después lo olvidamos allí, solo». Una historia que se repite, visto que ya entonces Jesús reprochaba a veces a quien lo seguía. Es lo que sucede, por ejemplo, después de la multiplicación de los panes, cuando dice a la gente: «Venís a mí no para escuchar la palabra de Dios, sino porque el otro día os di de comer»; o con los diez leprosos, de los cuales solamente uno vuelve para darle gracias, mientras que «los otros nueve eran felices por su salud y se olvidaron de Jesús». No obstante todo, afirmó el Papa, «Jesús seguía hablando a la gente» y amándola, hasta tal punto que define a «esa multitud inmensa “mi madre y mis hermanos”». Los familiares de Jesús son, pues, «los que escuchan la palabra de Dios» y «la ponen en práctica». Por eso hemos rezado en el salmo: “Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos”, de tu palabra, de tus mandamientos, para practicarlos». Pero si sólo echamos un vistazo al Evangelio —aclaró el Pontífice—, entonces «esto no es escuchar la palabra de Dios: esto es leer la palabra de Dios como se puede leer una historieta». Mientras que escuchar la palabra de Dios «es leer» y preguntarse: «¿Qué dice esto a mi corazón? ¿Qué me está diciendo Dios con esta palabra». En efecto, sólo así «nuestra vida cambia». Y esto se produce «cada vez que abrimos el Evangelio y leemos un pasaje y nos
preguntamos: “¿Dios me habla con esto, me dice algo a mí? Y si me dice algo, ¿qué me dice?”». Esto significa «escuchar la palabra de Dios, escucharla con los oídos y escucharla con el corazón, abrir el corazón a la palabra de Dios». Al contrario, «los enemigos de Jesús escuchaban la palabra de Jesús, pero estaban cerca de Él para encontrar un error, para hacerlo tropezar» y hacerle perder «autoridad. Pero no se preguntaban nunca: “¿Qué me dice Dios a mí con esta palabra?”». Además, añadió el Pontífice, «Dios no sólo habla a todos, sino también a cada uno de nosotros. El Evangelio se escribió para cada uno de nosotros. Y cuando tomo la Biblia, tomo el Evangelio y leo, debo preguntarme qué me dice el Señor a mí». Por otra parte, «esto es lo que Jesús dice que hacen sus verdaderos parientes, sus verdaderos hermanos: escuchar con el corazón la palabra de Dios. Y luego, dice, “la ponen en práctica”». Ciertamente, reconoció el Papa Francisco, «es más fácil vivir tranquilamente, sin preocuparse por las exigencias de la palabra de Dios». Pero «también este trabajo lo hizo el Padre por nosotros». En efecto, los mandamientos son precisamente «un modo de poner en práctica» la palabra del Señor. Y lo mismo vale para las bienaventuranzas. En ese pasaje, observó el Papa, «están todas las cosas que debemos hacer para poner en práctica la palabra de Dios». En fin, «están las obras de misericordia», también ellas indicadas en san Mateo, en el capítulo 25. Estos son ejemplos «de lo que quiere Jesús cuando nos pide “poner en práctica” la palabra». En conclusión, el Pontífice recapituló su reflexión recordando que «mucha gente seguía a Jesús»: algunos «por la novedad», otros «porque tenían necesidad de oír una palabra de consuelo»; pero, en realidad, no eran tantos los que después ponían efectivamente «en práctica la palabra de Dios». Sin embargo, «el Señor hacía su obra porque es misericordioso y perdona a todos, llama a todos, espera a todos, porque es paciente». También hoy, destacó el Papa, «mucha gente va a la iglesia para escuchar la palabra de Dios, pero quizá no comprenda al predicador cuando predica un poco difícil, o no quiere comprender. Porque también esto es verdad: muchas veces nuestro corazón no quiere comprender». Pero Jesús sigue acogiendo a todos, «incluso a los que van a escuchar la palabra de Dios y después lo traicionan», como Judas, que lo llamaba «amigo». El Señor, reafirmó el Papa, «siembra siempre su palabra», y a cambio «pide solamente un corazón abierto para escucharla y buena voluntad para ponerla en práctica. Por eso, entonces, que la oración de hoy sea la del salmo: “Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos”, es decir, por la senda de tu palabra, para que aprenda con tu guía a ponerla en práctica».
número 40, viernes 3 de octubre de 2014
He deshojado la cebolla Por ahí hay muchos «cristianos que se pavonean», enfermos de vanidad, que «viven para ostentar y hacerse ver». Así, terminan transformando su vida en «una pompa de jabón», hermosa pero efímera, paseándose con mucho maquillaje y quizá también tratando de darse aires, agitando «cheques para las obras de la Iglesia» o recordando que son «parientes de tal obispo». Pero al comportarse así, viven una vida mentirosa, engañándose también a sí mismos. Al contrario, lo que cuenta es «la verdad, la realidad concreta del Evangelio». El Papa Francisco instó a los cristianos a considerar solamente su «vida con el Señor» y «sin anunciarlo a los cuatro vientos». Durante la misa del 25 de septiembre en Santa Marta, comentó el pasaje del libro de Qohélet —«vanidad de vanidades» (1, 2-11)— propuesto por la liturgia del día, observando que no es «pesimista», como podría parecer, sino que nos dice «la verdad», o sea, que «todo pasa y si no tienes algo consistente, también tú pasarás, como todas las cosas». El pasaje de la Escritura, explicó el Papa Francisco, «comienza con esa palabra clave: vanidad». En efecto, «la vida de una persona puede ser una vida fuerte, que hace muchas cosas buenas». Pero, por otra parte, «también existe la tentación» de convertirla en «una vida de vanidad, de vivir para las cosas que no tienen consistencia, que pasan». En esencia, la tentación es «vivir para ostentar, para hacerse ver: y esto no sólo entre los paganos, sino también entre las personas de fe, entre los cristianos». En cambio, Jesús, afirmó el Pontífice, «reprochaba mucho a los vanidosos, a los que se jactaban». Así, «a los doctores de la Ley les decía que no debían pasearse por la plazas con vestidos lujosos: parecían príncipes». Y les reprochaba: «A vosotros os gusta esto, no la verdad». Y el Señor, que «reprochaba con fuerza», decía también a los vanidosos: «Cuando reces, por favor, no te hagas ver. No reces para que te vean rezar». Y también recomendaba no usar quién sabe que vestidos para rezar. Pero, afirmó el Papa, el vanidoso se preocupa por pensar: «Doy este cheque para las obras de la Iglesia», y así muestra el cheque. Y quizá «también engañe, por otra parte, a la Iglesia». A estas personas el Señor les dice expresamente: «Cuando ayunes, por favor, no te muestres melancólico, triste, para que todos se den cuenta de que estás ayunando. Ayuna con alegría. Haz penitencia con alegría», de manera «que nadie se dé cuenta». Lo esencial es solo «tu vida con el Señor». A propósito de esto, Francisco sugirió algunas preguntas que hay que hacerse a sí mismos: «¿Cómo rezas? ¿Cómo es tu vida respecto a las obras de misericordia? ¿Visitas a los enfermos?». En resumen, hay que ir al grano, ver «la realidad». Y «por eso Jesús nos dice que debemos construir nuestra casa, o sea, nuestra vida cristiana, sobre roca, sobre la verdad». En cambio, «los vanidosos construyen su casa sobre arena, y esa casa se
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Misa en Santa Marta cae, esa vida cristiana se cae, se derrumba, porque no es capaz de resistir a las tentaciones». Hoy, recordó el Papa, «muchos cristianos viven para ostentar». Y «su vida parece una pompa de jabón», que «es hermosa, tiene todos los colores, pero dura un segundo y después» se termina. «Incluso cuando contemplamos algunos monumentos fúnebres —prosiguió—, pensamos que es vanidad, porque la verdad es volver a la tierra desnuda, como decía el siervo de Dios Pablo VI». Por lo demás, «nos espera la tierra desnuda, esta es nuestra verdad final». Pero, añadió el Pontífice, «mientras tanto, ¿alardeo o hago algo? ¿Hago el bien? ¿Busco a Dios? ¿Rezo?». Porque hay que tender a las «cosas consistentes». En cambio, «la vanidad es mentirosa, es fantasiosa, se engaña a sí misma, engaña al vanidoso: primero simula ser, pero al final cree que es lo que dice ser. Lo cree, ¡pobrecillo!». Es precisamente lo que le sucedió al tetrarca Herodes (Lc 9, 7-9), explicó el Papa: «Cuando apareció Jesús, él se sintió conmovido. En su fantasía, pensaba: “Pero este, ¿será Juan, al que decapité? ¿Será otro?”». La reacción de Herodes nos demuestra que «la vanidad siembra una inquietud negativa, quita la paz». En síntesis, la vanidad «es como esas personas que se maquillan mucho y después tienen miedo de mojarse con la lluvia y que desaparezca todo el maquillaje». Por eso, «la vanidad no nos da paz: solamente la verdad nos da la paz». Por tanto, recomendó, «pensemos hoy en los consejos de Jesús de edificar nuestra vida sobre roca. Él es la roca. La única roca es Jesús». Pero «pensemos en esta propuesta del diablo, del demonio, que también tentó a Jesús con la vanidad en el desierto», proponiéndole «ven conmigo, vayamos al pináculo del templo, organicemos el espectáculo: tú te arrojas y todos creerán en ti». En verdad, el diablo había servido a Jesús «la vanidad en bandeja». Por todas estas razones, afirmó el Pontífice, la vanidad «es una enfermedad espiritual muy grave». Es significativo, añadió, que «los Padres egipcios del desierto afirmaran que la vanidad es una tentación contra la que debemos luchar durante toda la vida, porque siempre vuelve para quitarnos la verdad». Y «para que se comprendiera, decían: es como la cebolla, la tomas y comienzas a deshojarla. Y deshojas un poco de vanidad hoy, un poco de vanidad mañana», y se va adelante «toda la vida deshojando la vanidad para vencerla». Así, «al final estás contento: he quitado la vanidad, he deshojado la cebolla. Pero te queda el olor en la mano». Francisco concluyó la meditación implorando «al Señor la gracia de no ser vanidoso», sino «de ser auténtico, con la verdad de la realidad y del Evangelio».
La verdadera identidad El carné de identidad del cristiano debe coincidir en todo y para todo con la de Jesús. Y es la cruz lo que nos une y nos salva. Porque «si cada uno de nosotros no está dispuesto a morir con Jesús, para resucitar con Él, todavía no tiene una verdadera identidad cristiana». Es este el perfil esencial de todo creyente que trazó el Papa Francisco en la misa celebrada el viernes 26 de septiembre, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta. Una reflexión, que surge de la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», referida así por san Lucas en el pasaje del Evangelio (9, 18-22) propuesto por la liturgia. Jesús, observó enseguida
el Papa Francisco, «protegía de una manera especial su verdadera identidad». Y dejaba que la gente dijera de Él: «Es un grande, nadie habla como Él, es un gran maestro, nos sana». Pero «cuando alguien se acerca a su verdadera identidad, lo detiene». Y es importante entender el por qué de esta actitud. El obispo de Roma recordó que «ya desde el inicio, en las tentaciones del desierto, el diablo buscaba que Jesús confesara su verdadera identidad» diciéndole: «Si tú eres el justo, si tú eres el Hijo de Dios, ¡haz esto! ¡Múestrame que eres tú!». Y luego «después de algunas curaciones o en algunos encuentros, los demonios que habían sido expulsados le gritaban» con las mismas palabras: «¡Tú eres el justo! ¡Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él, notó el Papa, «les hacía callar». «El diablo —comentó al respecto— es inteligente, sabe más teología que todos los teólogos juntos». Y por lo tanto quería que Jesús confesara: «Yo soy el Mesías, yo vine a salvaros». Esta confesión, explicó, hubiera suscitado una «gran confusión en el pueblo», que habría pensado: «Este viene a salvarnos. Ahora formemos un ejército, expulsemos a los romanos: este nos dará la libertad, la felicidad».
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En cambio, precisamente para que «la gente no se equivocara, Jesús protegía ese punto sobre su identidad». Él quería «proteger su identidad». Y luego «explica, comienza a dar la catequesis sobre la verdadera identidad». Y dice que «el Hijo del hombre, es decir, el Mesías, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y los escribas; y ser matado y resucitar». Pero «ellos —puso en evidencia el Pontífice— no quieren entender y en san Mateo se ve cómo Pedro rechaza esto: No, ¡no, Señor!». Por eso con los discípulos el Señor «comienza a abrir el misterio de su propia identidad» confiándoles: «Sí, yo soy el Hijo de Dios. Pero este es el camino: debo ir por este camino de sufrimiento». Solamente «el Domingo de Ramos —afirmó el Papa— permite que la gente diga, más o menos, su identidad». Lo hace «sólo ahí, porque era el inicio del camino final». Y «Jesús hace esto para preparar los corazones de los discípulos, los corazones de la gente a entender este misterio de Dios: es tanto el amor de Dios, es tan feo el pecado que Él nos salva así, con esta identidad en la cruz». Por lo demás, prosiguió el Papa Francisco, «no se puede entender a Jesucristo redentor sin la cruz». Y «podemos llegar hasta pensar que es un gran profeta, hace cosas buenas, es un santo. Pero el Cristo redentor sin la cruz no se le puede entender». Pero, explicó, «los corazones de los discípulos, los corazones de la gente no estaban preparados para entenderlo: no habían entendido las profecías, no habían entendido que Él precisamente era el cordero para el sacrificio». Sólo «ese día de Ramos» deja que la gente grite: «¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!». Y «si esta gente no grita —dice— gritarán las piedras!». «La primera confesión de su identidad», afirmó el Pontífice, «fue hecha al final, después de la muerte». Ya «antes de la muerte, indirectamente, la hizo el buen ladrón»; pero «después de la muerte fue hecha la primera confesión: “¡verdaderamente este era el justo! ¡El díkaios!”». Y quien dijo estas palabras, destacó, es «un pagano, el centurión». El Papa observó que «la pedagogía de Jesús, también con nosotros, es así: paso a paso nos prepara para entenderlo bien». Y «también nos prepara para acompañarle con nuestras cruces en su camino hacia la redención». En la práctica «nos prepara a ser los cirineos para ayudarle a llevar la cruz». De modo que «nuestra vida cristiana sin esto no es cristiana». Es solamente «una vida espiritual, buena». Y Jesús mismo se convierte sólo en «el gran profeta». La realidad es otra: Jesús nos salvó a todos haciéndonos seguir «el mismo camino» escogido por Él. Así «también debe ser protegida nuestra identidad de cristianos». Y no se debe caer en la tentación de «creer que ser cristianos es un mérito, es un camino espiritual de perfección: no es un mérito, es pura gracia». Es también «un camino de perfección», pero «que por sí solo no es suficiente». Porque, concluyó el Pontífice, «ser cristiano es la parte de Jesús en su propia identidad, en ese misterio de la muerte y de la resurrección».
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Misa del Santo Padre Ángeles y demonios La lucha contra los planes astutos de destrucción y deshumanización perpetrados por el demonio —que «presenta las cosas como si fueran buenas» inventando hasta «explicaciones humanísticas»— es «una realidad cotidiana». Y si nos hacemos a un lado, «seremos derrotados». Pero tenemos la certeza de que no estamos solos en esta lucha, porque el Señor ha confiado a los arcángeles la tarea de defender al hombre. Y es precisamente el papel de Miguel, Gabriel y Rafael que el Papa Francisco recordó en la misa del lunes 29 de septiembre, en Santa Marta. El Pontífice observó inmediatamente que «las dos lecturas que hemos escuchado —ya sea la del profeta Daniel (7, 9-10.13-14) ya sea la del Evangelio de san Juan (1, 47-51)— nos hablan de gloria: la gloria del cielo, la corte celestial, la adoración en el cielo». Por lo tanto, explicó, «existe la gloria» y «en medio a esta gloria está Jesucristo». Dice, en efecto, Daniel: «Seguí mirando. Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron». Aquí está entonces, dijo el Papa, «Jesucristo, ante el Padre, en la gloria del cielo». Una realidad que la liturgia vuelve a proponer también en el Evangelio. Así, prosiguió el Papa, «a Natanael que se asombraba, Jesús le dice: Pero, has de ver cosas mayores. Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre». Y «toma la imagen de la escalinata de Jacob: Jesús está en el centro de la gloria, Jesús es la gloria del Padre». Una gloria que, aclaró el obispo de Roma, «es promesa en Daniel, es promesa en Jesús. Pero también es promesa hecha en la eternidad». El Pontífice hizo luego referencia a la «otra lectura» tomada del Apocalipsis (12, 7-12). También en ese texto, precisó, «se habla de gloria, pero como lucha». Es «la lucha entre el demonio y Dios», explicó. Pero «esta lucha tiene lugar después de que Satanás buscara destruir a la mujer que está a punto de dar a luz al hijo». Porque, afirmó el Papa, «Satanás siempre busca destruir al hombre: ese hombre que Daniel veía ahí, en gloria, y que Jesús decía a Natanael que vendría en gloria». Y «desde el inicio la Biblia nos habla de esto: esta seducción para destruir de Satanás. Quizás por envidia». Y al respecto el Papa Francisco, haciendo referencia al salmo 8, destacó que «esa in-
teligencia tan grande del ángel no podía soportar en sus hombros esta humillación, que una creatura inferior fuera hecha superior; y buscaba destruirla». «La tarea del pueblo de Dios —explicó el Pontífice— es custodiar en sí mismo al hombre: el hombre Jesús. Custodiarlo, porque es el hombre que da vida a todos los hombres, a toda la humanidad». Y por su parte, «los ángeles luchan para hacer que el hombre venza». En efecto, afirmó el Papa, «muchos proyectos, a excepción de los propios pecados, pero muchos, muchos proyectos de deshumanización del hombre son obra de él, simplemente porque odia al hombre». Satanás «es astuto: lo dice la primera página del Génesis. Es astuto, presenta las cosas como si fueran buenas. Pero su intención es la destrucción». Ante esta obra de Satanás «los ángeles nos defienden». Es por eso que «la Iglesia honra a los ángeles, porque son ellos los que estarán en la gloria de Dios —están en la gloria de Dios— porque defienden el gran misterio escondido de Dios, es decir, que el Verbo vino en la carne». Precisamente «a Él le quieren destruir; y cuando no pueden destruir a la persona de Jesús buscan destruir a su pueblo; y cuando no pueden destruir al pueblo de Dios, inventan explicaciones humanísticas que van precisamente en contra del hombre, en contra de la humanidad y en contra de Dios». He aquí por qué, dijo el Papa, «la lucha es una realidad cotidiana en la vida cristiana, en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro pueblo, en nuestras iglesias». Y también por eso, añadió, «el canto final del Apocalipsis, tras la lucha, es muy bello: “Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche”». El objetivo era por eso la destrucción y, por consiguiente, en el Apocalipsis está este «canto de victoria». Al recordar precisamente la fiesta de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, el Papa ratificó cómo este es un día particularmente apropiado para dirigirse a ellos. Y también «para recitar esa oración antigua pero tan hermosa del arcángel Miguel, para que siga luchando y defendiendo el misterio más grande de la humanidad: que el Verbo se hizo hombre, murió y resucitó». Porque «este es nuestro tesoro». Y al arcángel Miguel, concluyó el Papa, le pedimos que continúe «luchando para custodiarlo».
Orar en la oscuridad La «oración de la Iglesia» por los numerosos «Jesús sufrientes» que «están por doquier», incluso en el mundo actual. La pidió el Papa Francisco durante la misa del 30 de septiembre, por la mañana, en Santa Marta, elevándola sobre todo por «aquellos hermanos nuestros que, por ser cristianos, son echados de sus casas y se quedan sin nada», por los ancianos dejados a un lado y por los enfermos solos en los hospitales: en definitiva, por todas las personas que viven «momentos oscuros». El Pontífice partió del libro de Job (3, 1-3.11-17.20-23), que presenta «una oración algo especial. La misma Biblia dice que es una maldición», explicó. En efecto, «Job abrió por fin la boca y maldijo su día», quejándose «de lo le había sucedido» con estas palabras: «Muera el día que nací. ¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas? Ahora descansaría tranquilo, ahora, dormiría descansado. Como aborto enterrado no existiría, igual que criatura que no llega a ver la luz». Al respecto, el obispo de Roma observó que «Job, hombre rico, hombre justo, que adoraba verdaderamente a Dios y caminaba por la senda de los mandamientos», dijo esas cosas después de haber «perdido todo. Y fue puesto a prueba: perdió a toda la familia, todos los bienes, la salud, y todo su cuerpo se convirtió en una plaga». En resumen, «en ese momento se le termina la paciencia y dice esas cosas. Son feas. Pero él estaba acostumbrado a decir la verdad, y esta es la verdad que siente en aquel momento». Y lo mismo le sucede a Jeremías, en el capítulo 20: «Maldito el día en que nací». Palabras que nos llevan a preguntarnos: «¿Blasfema este hombre? Este hombre que está solo, así, ¿blasfema en esto? ¿Blasfema Jeremías? Jesús, cuando se queja —«Padre, ¿por qué me has abandonado?» —, ¿blasfema? El misterio es este». El Pontífice confesó que en su experiencia pastoral tantas veces él mismo escucha a «personas que están viviendo situaciones difíciles, dolorosas, que han perdido tanto o se sienten solas y abandonadas y van a quejarse y hacen estas preguntas: ¿Por qué? Se rebelan contra Dios». Y su respuesta es: «Sigue rezando así, porque también esta es una oración». Como lo era la de Jesús, cuando le dijo al Padre: «¿Por qué me has abandonado?», y como la de Job. Porque «rezar es ponerse verdaderamente ante Dios. Se reza con la realidad. La verdadera oración viene del corazón, del momento que uno está viviendo». Es precisamente «la
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oración en los momentos de oscuridad, en los momentos de la vida en los que no hay esperanza» y «no se ve el horizonte»; hasta tal punto que «tantas veces se pierde la memoria y no tenemos en qué anclar nuestra esperanza». De ahí la actualidad de la palabra de Dios, porque también hoy «mucha gente se encuentra en la situación de Job. Tanta gente buena, como Job, no comprende qué le ha ocurrido. Tantos hermanos y hermanas que no tienen esperanza». E inmediatamente el pensamiento del Pontífice se dirigió «a las grandes tragedias», como la de los cristianos echados de sus casas y privados de todo, que se preguntan: «Señor, ¿acaso no he creído en ti? ¿Por qué?». «¿Por qué creer en ti es una maldición?». Lo mismo vale para «los ancianos dejados a un lado», para los enfermos, para la gente sola en los hospitales. En efecto, «por toda esta gente, por estos hermanos y hermanas nuestros, y también por nosotros cuando caminamos en la oscuridad, la Iglesia reza». Y haciéndolo, «toma sobre sí este dolor». A estas personas se suman las que, aun «sin enfermedades, sin hambre, sin necesidades importantes», se encuentran con «un poco de oscuridad en el alma». Situaciones en las que «creemos ser mártires y dejamos de rezar», enojándonos con Dios, tanto que ya ni siquiera vamos a misa. Al contrario, el pasaje de la Escritura de hoy «nos enseña la sabiduría de la oración en la oscuridad, de la oración sin esperanza». Y el Papa citó el ejemplo de santa Teresita del Niño Jesús, que «en los últimos años de su vida trataba de pensar en el cielo» y «oía dentro de sí como una voz que le decía: No seas tonta, no fantasees. ¿Sabes qué te espera? La nada». Por lo demás, todos nosotros «muchas veces pasamos por esta situación. Y tanta gente piensa que terminará en la nada». Pero santa Teresita se defendía de esta insidia: «rezaba y pedía fuerza para ir adelante, en la oscuridad. Esto se llama “entrar en paciencia”». Una virtud que hay que cultivar con la oración, porque —advirtió el obispo de Roma— «nuestra vida es muy fácil, nuestras quejas son quejas de teatro» si las comparamos con las «quejas de tanta gente, de tantos hermanos y hermanas que están en la oscuridad, que casi han perdido la memoria, la esperanza, que son exiliados hasta de sí mismos». Al recordar que Jesús mismo recorrió «este camino: desde la tarde al monte de los Olivos, hasta las últimas palabras en la cruz: «Padre, ¿por qué me has abandonado?», el Papa elaboró dos pensamientos conclusivos «que pueden servirnos». El primero es una invitación a «prepararnos para cuando llegue la oscuridad: vendrá, quizá no como a Job, tan duramente, pero todos tendremos un tiempo de oscuridad». Por eso es preciso «preparar el corazón para ese momento». El segundo, en cambio, es una exhortación «a rezar, como reza la Iglesia, con la Iglesia, por tantos hermanos y hermanas que padecen el exilio en sí mismos, en la oscuridad y en el sufrimiento, sin una esperanza al alcance de la mano».
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El Papa recomienda a los obispos de Ghana en visita «ad limina» generosidad, apertura, humildad y paciencia
Al servicio de la unidad y del diálogo Y reza por las víctimas de la trágica epidemia del ébola en toda África occidental Con el pensamiento dirigido «a toda África occidental, que está sufriendo» por la epidemia del ébola, el Papa Francisco aseguró su oración por las víctimas de esta terrible enfermedad. La ocasión fue la visita «ad limina» de los obispos de Ghana, a los que el Pontífice recibió en audiencia el martes 23 de septiembre por la mañana. A continuación, una traducción nuestra del discurso en inglés entregado a los prelados con la invitación a ponerse al servicio de la unidad y del diálogo. Queridos hermanos obispos: Os doy mi bienvenida fraterna, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Quiera Dios que vuestra peregrinación a las tumbas de san Pedro y san Pablo os confirme en la fe y en la entrega a vuestro ministerio, y fortalezca los vínculos de comunión entre la Iglesia en Ghana y la Sede de Pedro. Doy las gracias al obispo Osei-Bonsu por haber expresado el amor y la devoción de vuestros sacerdotes, religiosos y laicos y, de hecho, de todo el pueblo ghanés. Os pido que les aseguréis mi recuerdo constante en mis oraciones. Ghana ha sido bendecido con una población que expresa con naturalidad y facilidad su fe en Dios y trata de honrarlo en la variedad de las tradiciones religiosas presentes en vuestro país. Como pastores de la Iglesia instituida por el Señor para que sea faro de las naciones, ofrecéis a vuestro país a Jesucristo, «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Lo hacéis dando testimonio de la fuerza transformadora de su gracia, predicando la buena nueva, celebrando los sacramentos y guiando con humildad y entrega al pueblo de Dios. De este modo, la comunidad católica en Ghana, fiel al mandamiento del Señor y bajo vuestra guía, enriquece a la sociedad proclamando la dignidad de toda persona humana y promoviendo su pleno desarrollo. En efecto, sólo en Jesucristo, crucificado y resucitado, se puede ver la plenitud de nuestra dignidad y de nuestro destino y, por tanto, abrazarla. El Sínodo para África de 2009, entre sus principales preocupaciones, destacó la necesidad de que los pastores de la Iglesia traten de «grabar en el corazón de los africanos discípulos de Cristo la voluntad de comprometerse efectivamente de vivir el Evangelio en su existencia. (…) Cristo llama constantemente a la metánoia, a la conversión» (Africae munus, 32). Queridos hermanos, esto exige, en primer lugar, nuestra conversión diaria, para que todos nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones estén inspirados y guiados por la palabra de Dios. Debemos ser hombres profundamente transformados por la gracia de ser cada vez más verdaderos hijos del Padre, hermanos del Hijo y padres de la comunidad guiada por el Espíritu Santo. Solo entonces podremos dar un testimonio creíble de la «extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes» (Ef 1, 19), viviendo con santidad, en uni-
dad y en paz. De la gracia de Cristo experimentada en nuestro corazón convertido nace la fuerza espiritual que nos ayuda a promover la virtud y la santidad en nuestros sacerdotes, en los religiosos, en las religiosas y en los laicos. La obra de conversión y de evangelización no es fácil, pero da frutos valiosos para la Iglesia y para el mundo. De la vitalidad espiritual de todos los fieles brotan las numerosas actividades caritativas, médicas y educativas de la Iglesia, así como sus obras de justicia y de igualdad. Los diversos servicios, prestados en nombre de Dios, especialmente en favor de los pobres y los débiles, son responsabilidad de toda la Iglesia local, bajo la supervisión orante de los obispos. De modo particular, pienso en la importancia del apostolado de la salud de la Iglesia, no sólo en Ghana sino en toda África occidental, que actualmente está sufriendo por la epidemia del ébola. Rezo por el descanso del alma de todos los que murieron por esta epidemia, entre los cuales también hay sacerdotes, religiosos y religiosas, así como agentes sanitarios que contrajeron esta terrible enfermedad mientras cuidaban a los enfermos. ¡Que Dios fortalezca a todos los agentes sanitarios y ponga fin a esta tragedia! De manera particular, os pido que estéis cerca de vuestros sacerdotes, apoyándolos como padres, aliviando su peso y guiándolos con ternura. Os pido que les transmitáis mi sincera gratitud por su sacrificio diario, a ellos y a todos los religiosos y las religiosas de Ghana, de quienes depende mucho el trabajo necesario de evangelización. Pido al Señor que los bendiga constantemente con entrega, celo y fidelidad. Queridos hermanos, la iglesia en Ghana es respetada con razón por la contribución que da al desarrollo integral de las personas y de toda la
nación. Al mismo tiempo, a menudo se encuentra privada de los recursos materiales necesarios para cumplir su misión en el mundo. Al respecto, deseo hacer dos reflexiones. Ante todo, es imprescindible que cualquier medio temporal que la Iglesia tenga a disposición siga siendo administrado con honradez y responsabilidad para dar un buen testimonio, especialmente allí donde la corrupción ha obstaculizado el justo progreso de la sociedad. Ciertamente, el Señor no dejará de bendecir y multiplicar las obras de quienes son fieles a él. En segundo lugar, la pobreza material puede ser una ocasión para prestar mayor atención a las necesidades espirituales de la persona humana (cf. Mt 5, 3), llevando, pues, a una confianza más profunda en el Señor, de quien provienen todas las cosas buenas. Mientras vuestras comunidades realizan justamente muchos esfuerzos para aliviar la pobreza extrema, también la Iglesia, a ejemplo de Cristo, está llamada a trabajar con humildad y honradez, usando los bienes a su disposición para abrir las mentes y los corazones a las riquezas de la misericordia y de la gracia, que brotan del Corazón de Cristo. Rezo también por vuestros catequistas laicos, sin los cuales la obra de evangelización sería muy reducida en Ghana. Os animo a mejorar y ampliar la educación y la preparación que se les ofrece, para que su esfuerzo pueda dar resultados concretos y duraderos. Han pasado casi tres años desde que el Papa Benedicto XVI exhortó a los obispos y a los sacerdotes de todo el continente africano a «cuidar de la formación hu-
La fatiga de los remeros VIENE DE LA PÁGINA 5
cia, en conformidad con el Evangelio. Confirmo hoy lo que nos dijo Pablo VI en nuestra trigésima segunda congregación general y que yo mismo escuché con mis oídos: «Dondequiera en la Iglesia, incluso en los campos más difíciles y en vanguardia, en las encrucijadas de las ideologías, en las trincheras sociales, donde ha habido y hay enfrentamiento entre las exigencias estimulantes del hombre y el mensaje perenne del Evangelio, allí han estado y están los jesuitas» (Enseñanzas al Pueblo de Dios XII [1974], 1881). Son palabras proféticas del futuro beato Pablo VI. En 1814, en el momento de la reconstitución, los jesuitas eran una pequeña grey, una «Compañía mínima» que, sin embargo, después de la prueba de la cruz, sabía que tenía la gran misión de llevar la luz del Evangelio hasta
los confines de la tierra. Por tanto, hoy debemos sentirnos así: en salida, en misión. La identidad del jesuita es la de un hombre que adora a Dios sólo y ama y sirve a sus hermanos, mostrando con el ejemplo no sólo en qué cree, sino también en qué espera y quién es Aquel en el que ha puesto su confianza (cf. 2 Tm 1, 12). El jesuita quiere ser un compañero de Jesús, uno que tiene los mismos sentimientos de Jesús. La bula de Pío VII que reconstituía la Compañía fue firmada el 7 de agosto de 1814 en la basílica de Santa María la Mayor, donde nuestro santo padre Ignacio celebró su primera Eucaristía la noche de Navidad de 1538. María, nuestra Señora, Madre de la Compañía, se sentirá conmovida por nuestros esfuerzos por estar al servicio de su Hijo. Que ella nos guarde y nos proteja siempre.
mana, intelectual, doctrinal, moral, espiritual y pastoral de los catequistas» (Africae munus, 126). Así pues, es oportuno preguntarse si, y en qué medida, hemos respondido a la invitación de alentar y formar a la próxima generación de hombres y mujeres que transmitirán la fe y edificarán conforme a la herencia de nuestros antepasados. La solicitud por los catequistas también exige, por una cuestión de justicia natural, atención a la ayuda material y a la recompensa necesaria para que puedan desarrollar su tarea. Por último, queridos hermanos, como san Pablo, deseo que vayáis a las ciudades y a los campos, a los mercados y a las calles, dando testimonio de Cristo y mostrando a todos su amor y su misericordia. Estad cerca de los demás líderes cristianos y de los jefes de otras comunidades religiosas. La cooperación ecuménica e interreligiosa, cuando se realiza con respeto y corazón abierto, contribuye a la armonía social de vuestro país y permite que aumente la comprensión de la dignidad de cada persona y una mayor experiencia de vuestra humanidad común. Por suerte, Ghana pudo evitar muchas de las divisiones tribales, étnicas y religiosas que han afectado a tantas otras partes de África, continente cuya promesa, en parte a causa de estas divisiones, todavía debe cumplirse. Rezo para que seáis promotores cada vez más grandes de unidad y líderes en el servicio al diálogo. Sed firmes en apoyar la enseñanza y la disciplina de la Iglesia, e íntegros en vuestra caridad. Y que vuestra generosidad al ofrecer a Cristo sea igual a vuestra apertura humilde y paciente a los demás. Con estas reflexiones, queridos hermanos obispos, os encomiendo a todos vosotros a la intercesión de María, Madre del Verbo de Dios y Nuestra Señora de África, y con gran afecto os imparto mi bendición apostólica, que extiendo de buen grado a todos los amados sacerdotes, religiosos y fieles laicos de vuestro país.
L’OSSERVATORE ROMANO
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viernes 3 de octubre de 2014, número 40
En la audiencia general del miércoles 1 de octubre el Pontífice habla de los carismas en la Iglesia
Capaces de amar En la Iglesia hay muchos carismas, pero uno es común a todos: la capacidad de amar. Lo destacó el Papa Francisco el miércoles 1 de octubre, por la mañana, fiesta litúrgica de santa Teresa del Niño Jesús, en la audiencia general que tuvo lugar en dos momentos: primero en el aula Pablo VI, donde saludó a numerosos niños discapacitados, luego en la plaza de San Pedro, con la catequesis, retomando las reflexiones sobre la Iglesia. En el encuentro el obispo de Roma se centró especialmente en el significado de los carismas en la perspectiva cristiana. Queridos hermanos ¡buenos días!
y
hermanas,
Desde los inicios el Señor colmó a la Iglesia con los dones de su Espíritu, haciéndola así cada vez más viva y fecunda con los dones del Espíritu Santo. Entre estos dones se destacan algunos que resultan particularmente preciosos para la edificación y el camino de la comunidad cristiana: se trata de los carismas. En esta catequesis queremos preguntarnos: ¿qué es exactamente un carisma? ¿Cómo podemos reconocerlo y acogerlo? Y sobre todo: el hecho de que en la Iglesia exista una diversidad y una multiplicidad de carismas, ¿se debe mirar en sentido positivo, como algo hermoso, o bien como un problema? En el lenguaje común, cuando se habla de «carisma», se piensa a menudo en un talento, una habilidad natural. Se dice: «Esta persona tiene un carisma especial para enseñar. Es un talento que tiene». Así, ante una persona particularmente brillante y atrayente, se acostumbra decir: «Es una persona carismática». «¿Qué significa?». «No lo sé, pero es carismática». Y decimos así. No sabemos lo que decimos, pero lo decimos: «Es carismática». En la perspectiva
cristiana, sin embargo, el carisma es mucho más que una cualidad personal, que una predisposición de la cual se puede estar dotados: el carisma es una gracia, un don concedido por Dios Padre, a través de la acción del Espíritu Santo. Y es un don que se da a alguien no porque sea mejor que los demás o porque se lo haya merecido: es un regalo que Dios le hace para que con la misma gratuidad y el mismo amor lo ponga al servicio de toda la comunidad, para el bien de todos. Hablando de modo un poco humano, se dice así: «Dios da esta cualidad, este carisma a esta persona, pero no para sí, sino para que esté al servicio de toda la comunidad». Hoy, antes de llegar a la plaza me encontré con muchos niños discapacitados en el aula Pablo VI. Eran numerosos y estaban con una asociación que se dedica a la atención de estos niños. ¿Qué es? Esta asociación, estas personas, estos hombres y estas mujeres, tienen el carisma de atender a los niños discapacitados. ¡Esto es un carisma! Una cosa importante que se debe destacar inmediatamente es el hecho de que uno no puede comprender por
En el logo de la visita papal a Filipinas
Los brazos de la misericordia y la compasión Dos círculos concéntricos compuestos por dos brazos que se estrechan, y al centro una cruz blanca, símbolo de la fe, dentro un pequeño círculo: es este el logo oficial de la visita del Papa Francisco a Filipinas, en programa del 15 al 19 de enero de 2015. La imagen, publicada en el sitio web preparado con ocasión del viaje (papalvisit.ph), recuerda en la elección del los colores azul, rojo y amarillo la bandera del país, mientras que el estilo gráfico evoca la forma de una perla, que hace referencia al hecho de que Filipinas es conocida también como la perla de los mares orientales. La cruz quiere recordar que el centro de la historia y de la identidad del país es Jesucristo. El círculo rojo expresa la misericordia mientras que el azul la compasión, los temas de la visita papal. Los
dos círculos —estilizados en forma de brazos y realizados de modo que parecen increspados por ondas— rodean el círculo amarillo del centro: en la intención de los que idearon el logo los brazos representan la misericordia y la compasión del Papa.
sí solo si tiene un carisma, y cuál es. Muchas veces hemos escuchado a personas que dicen: «Yo tengo esta cualidad, yo sé cantar muy bien». Y nadie tiene el valor de decir: «Es mejor que te calles, porque nos atormentas a todos cuando cantas». Nadie puede decir: «Yo tengo este carisma». Es en el seno de la comunidad donde brotan y florecen los dones con los cuales nos colma el Padre; y es en el seno de la comunidad donde se aprende a reconocerlos como un signo de su amor por todos sus hijos. Cada uno de nosotros, entonces, puede preguntarse: «¿Hay algún carisma que el Señor hizo brotar en mí, en la gracia de su Espíritu, y que mis hermanos, en la comunidad cristiana, han reconocido y alentado? ¿Y cómo me comporto respecto a este don: lo vivo con generosidad, poniéndolo al servicio de todos, o lo descuido y termino olvidándome de él? ¿O tal vez se convierte en mí en motivo de orgullo, de modo que siempre me lamento de los demás y pretendo que en la comunidad se hagan las cosas a mi estilo?». Son preguntas que debemos hacernos: si hay un carisma en mí, si este carisma lo reconoce la Iglesia, si estoy contento con este carisma o tengo un poco de celos de los carismas de los demás, si quería o quiero tener ese carisma. El carisma es un don: sólo Dios lo da. La experiencia más hermosa, sin embargo, es descubrir con cuántos carismas distintos y con cuántos dones de su Espíritu el Padre colma a su Iglesia. Esto no se debe mirar como un motivo de confusión, de malestar: son todos regalos que Dios hace a la comunidad cristiana para que pueda crecer armoniosa, en la fe y en su amor, como un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. El mismo Espíritu que da esta diferencia de carismas, construye la unidad de la Iglesia. Es siempre el mismo Espíritu. Ante esta multiplicidad de carismas, por lo tanto, nuestro corazón debe abrirse a la alegría y debemos pensar: «¡Qué hermosa realidad! Muchos dones diversos, porque todos somos hijos de Dios y todos somos amados de modo único». Atención, entonces, si estos dones se convierten en motivo de envidia, de división, de celos. Como lo recuerda el apóstol Pablo en su Primera Carta a los Corintios, en el capítulo 12, to-
dos los carismas son importantes ante los ojos de Dios y, al mismo tiempo, ninguno es insustituible. Esto quiere decir que en la comunidad cristiana tenemos necesidad unos de otros, y cada don recibido se realiza plenamente cuando se comparte con los hermanos, para el bien de todos. ¡Esta es la Iglesia! Y cuando la Iglesia, en la variedad de sus carismas, se expresa en la comunión, no puede equivocarse: es la belleza y la fuerza del sensus fidei, de ese sentido sobrenatural de la fe, que da el Espíritu Santo a fin de que, juntos, podamos entrar todos en el corazón del Evangelio y aprender a seguir a Jesús en nuestra vida. Hoy la Iglesia festeja la conmemoración de santa Teresa del Niño Jesús. Esta santa, que murió a los 24 años y amaba mucho a la Iglesia, quería ser misionera, pero quería tener todos los carismas, y decía: «Yo quisiera hacer esto, esto y esto», quería todos los carismas. Y rezando descubrió que su carisma era el amor. Y dijo esta hermosa frase: «En
el corazón de la Iglesia yo seré el amor». Y este carisma lo tenemos todos: la capacidad de amar. Pidamos hoy a santa Teresa del Niño Jesús esta capacidad de amar mucho a la Iglesia, de amarla mucho, y aceptar todos los carismas con este amor de hijos de la Iglesia, de nuestra santa madre Iglesia jerárquica.
Los tuits en @pontifex_es 27 SEP [09.30 AM] La tendencia a estar centrados en nosotros mismos y en nuestras ambiciones personales, quizás sea muy humana, pero no es cristiana 30 SEP [10.00 AM] La división en una comunidad cristiana es un pecado gravísimo, es obra del diablo 2 O CT [11.30 AM] Sínodo quiere decir caminar juntos, y también orar juntos. Pido a todos los fieles que participen. #praywithus