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Una vez en…

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Recardios

Recardios

Hace veintiséis años ya, en un pequeño y lejano lugar, los astros se alinearon para que la justicia, el agua y el aire engendraran a un nuevo ser. La pusieron cerca del mar para que siempre tuviera un horizonte al cual mirar y con los pies en la tierra para que siempre tuviera dónde regresar.

Este ser creció y su mente de grandes ilusiones se llenó. “Una soñadora” decían algunos, “demasiado sensible” afirmaban otros. Había veces, donde hacía oídos sordos a estos comentarios, pero en ocasiones, le atravesaban el pensamiento y se quedaban ahí archivados, con algún apartado medio indefinido en el laberinto de sus memorias.

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No sabía bien de dónde venía el sentimiento, alguna vez creyó que era por haber escuchado a Bella cantar tantas veces en su niñez que deseaba “más que vida provincial”. En el fondo lo sabía, desde antes incluso, las fuerzas de la naturaleza se habían equivocado al dejarla ahí, apartada del mundo y lo odiaba. Se decía continuamente que no había escogido ese lugar y que soñaba con marcharse y dejarlo atrás.

Esto hacía que, en su interior, además del remolino de emociones, habitaran un conjunto de porqués: ¿por qué aquí? ¿por qué no allá? ¿por qué no en un lugar con más oportunidad? Porque no lograba ver cómo en este pequeño espacio cayera la posibilidad de vivir las aventuras que sentía le habían reservado.

Acostarse en las arenas infinitas como las estrellas tiene su encanto, las peleas con el barro que se forma entre la espuma del océano y la tierra también, pero no eran suficientes. Nunca le gustó que la arena se le pegara a los pies ni las manos, ni que el sol le quemara la piel a pesar de las infinitas capas de bloqueador y mucho menos, los días de clima cambiante porque le recordaban la inestabilidad de su interior. Nada en contra del aroma de la mañana, el que se siente al abrir la ventana justo después de que raya el alba, pero apenas podía soportar el del paseo al lado de la caleta, el mismo que durante el día penetraba cada rincón de la ciudad del puerto.

Con el odio que generó a su pueblo, no se quedó sentada esperando e intentó hacerse de oportunidades para huir. Las consiguió un par de veces, pero éstas siempre se le escapaban cada vez que parecía alcanzarlas y, entonces, de nuevo, venía la agonía de un corazón roto que no entendía el porqué.

La última vez la tuvo muy cerca, justo en la palma de la mano, casi cerrándose a su alrededor y entonces ¡zaz! Un giro desafortunado del destino que no podía controlar y se volvió a escapar como cuando intentas tomar una mariposa que se posa tranquila en un lugar. Creyó que esto la rompería en mil pedazos, que tendría que reconstruirse de nuevo como las otras veces, pero ahora, la madriguera del conejo estaba cerrada y las gaviotas al atardecer clamaron que no, no esta vez.

Ahora era diferente, un poco más madura supuso y decidió buscar respuesta a esos porqués que aún no se acomodaban en su realidad. Fue difícil debía admitir. Pueblo pequeño y pocas oportunidades, sentía que todas esas veces que salió a protestar poniendo los pies y gritos en la calle, saltando al ritmo de “el que no salta es paco” con el afán de mejorar este lugar no querido, no habían dado frutos y solo los pelícanos habían escuchado los cánticos que el viento había elevado. Meses sin descanso, de leer sin parar, de que el insomnio hiciera lo suyo convirtiendo las madrugadas en atardeceres, para al final concluir que esa fuerza que seguía trayéndola de vuelta una y otra vez en contra de su voluntad, quería que aquí, entre la arena y el mar, encontrara sus respuestas y comenzara a sanar. No sabía bien por donde partir y, en su camino se encontró con los recuerdos que había intentado guardar muy dentro de sí repitiéndose como un rollo de película. Supo que necesitaba más, y, que no podría sola como había intentado convencerse tantas veces, que pedir ayuda no la convertía en un ser débil y, con vergüenza comenzó, sin saber al principio que eso la volvería más fuerte.

Al rebuscar se encontró con los deseos de su alma guardados en un baúl bajo la cama, llenos de polvo y desgastados, pero aún vivos. Por años tapó con otras cosas sus deseos de escribir, creía que tendría que irse lejos para hacerlo, pero cuando los descubrió de nuevo se dio cuenta que precisamente acá estaban las vivencias, las experiencias, los traumas, los mismos recuerdos repitiéndose una y otra vez como un rollo de película, esperando ser contados y puestos en palabras. Reviviendo todo esto y teniéndolo frente a sus ojos, creyó que no podría más con la sensibilidad de su ser, la que le habían recriminado toda la vida hasta el punto de convencerse a sí misma que era equivocado sentir tanto, que de alguna forma había sido condenada a vivir con los sentimientos a flor de piel y a ver al mundo como una observadora y espectadora en primera línea, pero jamás parte de él.

Pero la ayuda ya estaba ahí y la preparó para ver más allá de la invalidación, le enseñó que podía ser protagonista, incluso en el lugar que veía sin gracia. Asique paseó, por donde había aprendido que le gustaba estar; las calles pequeñas y vacías bajo el sol de los atardeceres de verano y la vaguada del invierno, ver la luz colándose entre las hojas de los árboles de la plaza en otoño, tomar un chocolate caliente en su cafetería favorita donde siempre ocupaba el mismo asiento al lado de la ventana para sentir la brisa primaveral que le enfriaba las mejillas mientras el resto le calentaba el alma, siempre con los audífonos puestos y la música lo suficientemente fuerte para que la transportara, pero ahora, no demasiado lejos porque no quería perderse los detalles que apuntaba en la libreta que se acostumbró a llevar consigo. Y se encontró a si misma siendo la protagonista de su propio mundo, sin dejar de ser la observadora principal del resto. Ha pasado el tiempo y todavía no tiene todas las respuestas, porque todavía no se han hecho todas las preguntas, pero descubrió, que en este lugar donde se combinaban los elementos que la crearon: la justicia, el agua y el aire, podría descubrir mucho más de sí y que tal vez algún día, si el destino ponía sus velas donde el viento fuera más favorable, miraría al horizonte desde otro mar, pero sabrá que esta tierra que la vio comenzar siempre será un lugar menos odiado y un puerto seguro al cual regresar.

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