Tiempo de Híbridos

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HÍBRIDOS TIEMPO DE


Textos: Brenda Raya Fotografía: Brenda Raya Fotografía Página 18: Colectivo Peyote



BRENDA RAYA Tiempo de Híbridos 1. Crónica Kikuyo Editorial promueve ardientemente la circulación y democratización tanto de la teoría como de las artes escritas. Todos los izquierdos están reservados, sino observemos la cantidad de manuscritos censurados o bloqueados por gobiernos o por grandes editoriales, por lo que limitar la difusión de las mismas, es promover la desaparición de lectores, cerrar el acceso al pensamiento, a la belleza, a la realidad. Diagramación: Sixto Machado Diseño Gráfico: Sixto Machado + JÍBARO / @jibaro.xyz Prólogo: Sixto Machado

IMPRESO en Quito-Ecuador Cooperativa Imprentera Clandestina Gracias al LABORATORIO DE ACTIVISMO SOCIAL

PRIMER TIRAJE


El Kikuyo, planta de origen africano, vino al continente con la misma intención que el eucalipto. Borrar las plantaciones originarias y cubrir las edificaciones andino/ milenarias con sus raíces. Fueron una más de las armas de colonización utilizadas. Hoy en día, re utilizamos la fuerza del Kikuyo, resignificamos el arma y la usamos a nuestro favor. Lo que alguna vez sirvió para ocultar, hoy está para descubrir. Lo que alguna vez sirvió para matar, hoy está para gestar. Lo que una vez sirvió para bloquear, hoy está para expandir. Tambor de África y viento de América soplan un nuevo sur para el Kikuyo: Romper cemento y armar redes a nuestro paso. Nos organizamos cooperativamente, utilizamos material reciclado y técnicas manualespara hacer de las ideas, de la fuerza, de la belleza, materia; libro. Somos una editorial al servicio de las luchas sociales, de los afectos disidentes, la literatura poco difundida y de las pedagogías críticas, alternativas y populares.



“Me van a morir, jamás nos matarán” -León Chavez Teixeiro

Kikuyo Editorial presenta con orgullo estas crónicas, estas realidades que al leerlas, nos invade el smog, palpamos asfalto, respiramos calle. La capitales latinoamericanas tienen un denominador común, pero también sus particularidades; los relatos presentados aquí reflexionan, hincan y extraen lo más profundo del D.F y sus habitantes. Aquellos/as/es habitantes que les fue negado el derecho al techo, al alimento, a las instituciones sanitarias, a la mirada y a pesar de ello, rascan con uñas y piel lo más hondo de la vida, mascan lo más frágil de la humanidad, sufren lo más vulnerable del cuerpo y lo hacen con furia, aire y dignidad. Con esa dignidad que sigue en lucha, con esa fuerza que no puede ser otra que la de romper desde la raíz las estructuras políticas que sostienen la desigualdad, la miseria. Tienes en tus manos una radiografía de las calles capitalino-mexicanas que nos lleva a la pregunta; cuando hablamos de igualdad ¿de qué hablamos?, cuando decimos justicia social ¿cuál?, cuando se dice calle ¿realmente la sentimos? Brenda Raya nos invita a desacomodarnos, a mover todo, y a dejar de mirar la calle como una problemática a solucionar, sino mas bien como un habitat moldeado por su gente, sus personajes, sus códigos, su magia. Un espacio lleno de personas que día a día viven, luchan, aman. Donde niñas y niños juegan, trabajan, sueñan. Donde no podemos hablar de revolución sin entramarnos en estos corazones. Lector/a/e, estás frente a letras que destilan realidad. ¿Te adentras? Sixto Machado Quito, Abril, 2019



Brenda Raya

Hija del sismo del 85, nació y creció en el centro de la ciudad del smog y la piratería. Cronista en desarrollo, Geógrafa con interés en las problemáticas urbanas y educadora de calle desde el año 2002. Ha colaborado en proyectos de cartografía participativa en entornos rurales y urbanos. Su relación afectiva mas larga es con su bicicleta, amante de la buena cerveza y el maíz en todas sus presentaciones, en sus tiempos libres es domadora de leones.



Para mi lo divino es lo real -Clarise Lispector




Devorados “Me desprecio a mi mismo -suspiró- pero no en mi propio ser, a salvo de toda censura, sino en la imagen del espejo, en la imagen de los demás; en el ser de mis horribles, sucios y asquerosos semejantes.” -José Revueltas

Son las 2:30 de la tarde, empiezan a llegar los primeros, los que vienen de otros puntos. El resto siempre esta ahí, ahí vive. Si hay sol bajo su luz, sino, bajo las lonas echando un trago, un toque, una monita, unos para hacer y otros para olvidar el hambre. La fila se empieza a formar y como no se sabe con exactitud a que hora llegará la comida, vale cualquier cosa para apartar el lugar, un suéter, una mochila, un peluche, un cuadro, bolsas de plástico llenas de quien sabe qué, revistas, zapatos, botellas. Cada quien sabe lo que es suyo y nadie moverá nada del otro, no se robaran nada, los lugares se respetan. Es el ritual del comedor que cada año se instala ahí, en el patio del que alguna vez fuera el más importante centro de espectáculos de la ciudad, el teatro Blanquita, recientemente cerrado y más desolado que nunca, ha sido desde hace mucho el hogar de decenas de indigentes, desechos humanos, sobrevivientes de los experimentos sociales mas adictivos como la piedra y el activo, el Tonayan es lo mas suave que se consume ahí, lo más parecido al agua. Son muchos. Hay familias completas, algunos ahí han crecido. Son sobre todo muchos jóvenes, migrantes, talentos de todo tipo, ex músicos, ex boxeadores, ex bailarinas,poetas, ex médicos, uno de los mejores alpinistas en sus buenos tiempos, y en ocasiones algunos son auténticos disidentes sociales, gente que optó por esa forma de vida, por cualquiera que sea el motivo. 14


El Blanquita sigue siendo un sitio que exhibe a los mejores en su ramo, en este caso: los más destruidos, los más olvidados, los más violentos y también los más amorosos. Ninguno de ellos quiere morir, aunque sus actos digan lo contrario, aunque cada día libren una pelea con la muerte. La fila de cosas continua creciendo, los minutos pasan, las primeras personas que deciden incorporarse empiezan la platica del día, el preámbulo a lo que será quizá su único alimento, ¿cómo estas? ¿a dónde vas a dormir hoy? ¿ que dice el frio?, los fuereños (como les llamo yo) son casi todos ancianos, la gran mayoría hombres, algunos tienen empleo, incluso familia y casa, pero tienen que salir de ella para no quedarse a estorbar, ellos a diferencia de los que ahí viven, no se drogan ni piden dinero en la calles, ellos y también ellas las abuelas viven en el límite de la indigencia, han sido despojados de todo. Nunca pelean, siempre saludan, siempre levantan su basura, se buscan, se acompañan, se ayudan, son pura humanidad, todo lo agradecen. A las tres de la tarde ya se empieza a sentir la tensión, ya no hay cosas en la fila, solo hay gente, los rotos llegan al último momento, saben que tienen preferencia y nadie la discute, en esta temporada hay dos que solo tienen una pierna, una mujer transexual que también tiene una mano rota en forma de l mayúscula se llama Mishel y no acepta que le digan de otra forma, como de 90 kilos siempre maquillada, le gusta verse bien, y aunque su semblante es tranquilo y su aspecto de invalidez, es una mujer de carácter fuerte, muy respetada. Del otro hombre que no tiene un pie no se sabe nada. Es un hombre como de 40 años, muy moreno, completamente esquizofrenico, gritando siempre, mentando madres, él se niega a que alguien lo ayude, tampoco quiere usar las muletas, se traslada a brincos en su único pie, en la fila parece un resorte en el mismo lugar, es capaz de mantener el equilibrio por minutos en su sitio, cuando al fin obtiene su ración de comida, se aleja brincando y en cada salto tira un poco, cuando ha cruzado la plaza el plato esta casi vació, casi siempre se enoja y lo que queda lo avienta al piso, él es uno de esos casos que afirman que la gente en la ciudad no se muere por hambre, se muere por olvido, él no come de esa comida, pero hace el ritual cada día porque es necesario, dentro de su mundo es parte de una comunidad, por eso esta ahí, por eso llega, hace fila y aunque no comparte con nadie, ahí está, es parte de esa masa, de esa basura. Supongo que sabe que provoca horror y que también necesita que alguien le tema, pero eso es solo una suposición, la mente humana es un abismo difícil de entender. Cada día llegan al menos más de cien, hemos contado hasta 200, cuando es así no alcanza la comida, la ración que “nos dan” es para 200, nunca se llenan, aunque hubiera cinco veces esa cantidad, es algo que va mas allá del hambre, una especie de 15


miedo por no tener que comer mañana y la necesidad de obtener más que los demás, la necesidad de ganar aunque sea una vez. No son más de 50 los que ahí habitan permanentemente. Todos adictos, todos muy jóvenes. El resto o sea los más de cien, son personas de otros lugares, los viejos que se han quedado sin nada, los desempleados, algunos con vida estable una humilde casa y un sueldo que apenas les permite pagarla, madres solteras que llegan con los hijos, llevan recipientes y bolsas para llevarse lo que puedan. Durante los 7 inviernos que hemos estado en ese lugar hemos visto ir y venir a mucha gente, algunos no regresan, otros han muerto, otros han nacido para continuar la cadena. Desde el 2002 hasta la fecha, el comedor –que no es más que unas ollas y unas cucharas- ha recorrido varios puntos de la delegación Cuauhtemoc, que según datos oficiales junto con Venustiano Carranza, concentran el 52% de la poblacion callejera del DF. No será casualidad que sea también la delegación Cuauhtemoc la que concentre puntos estratégicos de poder, de consumo, de turismo. En la misma proporción están ellos, que viven o sobreviven de la mendicidad o el robo, pero también del trabajo informal, de los servicios que puedan ofrecer en las calles: bolear zapatos, vender chicles, limpiar parabrisas, franelear, cantar, faquirear, palabrear,y aunque es un servicio o un producto, la sociedad siempre pensara que es limosna y que “darles” algo ya sea dinero o comida, es una forma de arraigarlos a la calle y fomentar que se sigan multiplicando, como si algo tan simple como una moneda o un taco te amarrara a esa vida. “El bolillo” hombre de entre 40 o 45 años, permanece tendido al lado de un árbol que adorna la plaza del teatro, lleva mucho tiempo así, su color de piel es amarillo. El piso donde vive, duerme, come, también se ha pintado de ese color, da la impresión de ser un desecho toxico que se va derramando en la banqueta, hiede como solo los humanos pueden llegar a hacerlo, se está muriendo cada día y aunque le queda algún momento de alegría, pide que se respete su decisión de seguir ahí. Los médicos le dijeron que era urgente que se trasladara a un hospital, todos aseguran que ese color es porque tiene hepatitis, los médicos sugieren que puede ser algo aun peor, él se niega a ir, dice que ahí lo van a dejar unos días y luego lo van a sacar otra vez a la calle y que como se va a regresar caminando hasta ahí, hasta su cama, con sus amigos. Los demás que habitan la plaza viven preocupados, y lo mejor que se les ocurre es quemar su ropa, piensan que con eso “matan” la enfermedad. La única certeza que tenemos de él es que desconfía de las autoridades. Es posible que para estas fechas ya haya muerto. A lo largo de estos años lo único que he comprobado es que cada día hay más y más gente en las calles, una amiga me preguntaba si aun había gente que viviera en 16


las coladeras, unos días antes, paseando en un parque, me encontré con la escena de un hombre saliendo de una coladera a plena luz del día, no me hubiera sorprendido de no ser porque era un ranchero con una canasta de quesos, su aspecto era el de un hombre perfectamente aseado y con toda la actitud de ir a trabajar, ese señor -que además era muy guapo- remató la escena cerrando la coladera con candado y guardando la llave. Como quien sale de su casa, en un día normal de trabajo, seguramente uno de tantos migrantes que ha conquistado la ciudad y ha logrado hacerse de un espacio, de una pequeña propiedad aunque esta sea un laberinto en el subsuelo de la ciudad. El 15 de marzo de este año, la contraportada del periódico La Prensa exhibía una belleza de fotografía; un viejo con la cara comida por ratas y perros, el título expresaba ¡DEVORADO! la noticia iniciaba diciendo: macabro hallazgo … Así, tal como si fuera resultado del azar y las fuerzas malignas. Las vidas de las personas que habitan o pernoctan en las calles terminan sus días siendo el alimento de la fauna de la gran ciudad, y ocasionalmente alcanzan a ser noticia, las cuales, todas tienen relación con la violencia, con el olvido, con la negligencia, no es que el gobierno no sepa que hacer con ellos, es que precisamente esa es la estrategia. Vivir en las calles es una manera de acudir rápidamente a la muerte. Entre adicciones, riñas, abusos, enfermedades; se vive poco, llegar a los 35 es todo triunfo. Los editores de La Prensa acertaron en el título, tantas vidas son devoradas cada día, pero no por ratas o perros, si no por otros seres humanos.

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Una visita con la dealer de los cuetes Cinco niñas y dos niños se organizan para ir a comprar cuetes, son pequeños y aunque ninguno ha terminado la primaria, todos trabajan por las tardes después de la escuela. Casi todos traen dinero. Atenea solo trae dos pesos, pero el Yovas trae cuarenta y cinco, cada quien comprara “lo que le alcance”, caminamos solo dos cuadras desde su casa a la tiendita de cuetes, el lenguaje para llegar a ella es tan parecido a la adquisición de drogas, que parecieran unos adultos de camino por su dosis de cocaína. Vienen también sus dos perros, un blanco con manchas negras y otro de color café. -¿vamos a ir con la señora güera? -no, esa da bien caro -vamos a otro lugar, más adelante -ah, ya sé donde ... donde esta el san juditas -si, ahí Hemos llegado, es una vieja vecindad frente al gran puente vial de la avenida Flores Magón, es 25 de diciembre, día festivo las calles están vacías de autos y gente. -chin, esta cerrado - tócale, orita salen Leslie se emociona y avienta al frente de todos, es ella quien se atreve a tocar la puerta. En menos de un minuto sale una mujer en ropa deportiva, cabello pintado de rojo, cuarenta años mas o menos, no dice nada, ni ellos. Es claro por qué estamos ahí, solo un cruce de miradas y listo, estamos adentro. Es el primer departamento, del lado izquierdo la mujer que nos abrió la puerta de la vecindad, abre la del departamento y grita: ¡mamá le hablan! -pásense, ahorita sale La mesa de la pirotecnia esta en la entrada, acomodados en cajitas de cartón hay una variedad de cuetes organizados por precios, desde los de un peso hasta los de veinte. La euforia infantil comienza. Cuando sale la mujer dueña de tan singular negocio, los niños ya no pueden más, 19


brincan, se empujan entre si, hablan y otros gritan al mismo tiempo. Realmente parecen unos adictos, no hay manera de controlarlos. -A ver se callan y van pasando uno por uno, para no hacernos bolas ¿traen bolsa? ¿O en que se los van a llevar? -no traemos -bueno, no importa, orita les doy una. La mujer es vieja, gorda, trae un delantal de cuadritos y usa un bastón, le cuesta trabajo moverse, pero se ve alegre por la gran venta que supone que hará. En el ambiente se escucha el televisor prendido. Pasa el Yovas -deme unas brujitas, diez palomas de a peso, diez R15, dos bombas de humo, un huevo de codorniz, tres buscapiés, cinco chifladores …. Ya, nomas eso. La señora se apura a surtir el pedido dentro de una bolsa de plástico usada que tenía por ahí, hace la cuenta y le cobra. Pasa Ashley - a mi nomas diez R15 y cinco palomas Pasa Atenea -dos palomas de a peso El turno de Itzel -dos bombas de humo y cinco palomas. Y así cada uno hasta terminar, adquieren lo que más les gusta o para lo que les alcanza. Dan las gracias con un grito y salen corriendo, solo dos traen encendedor y empiezan a prender primero las brujitas y luego las palomas, empieza el tronadero y no hemos avanzado ni media cuadra. Los perros corren con ellos. De la ventana de un edificio, se asoma un señor a insultar a “los pinches chamacos”. A ellos ni les preocupa, ni les molesta, la felicidad efímera de hacer explotar un pequeño paquete de papel, vale cualquier insulto o agresión. Se van alejando y escondiéndose detrás de carros y esquinas, son felices fugazmente, como una fumada de crack. Mañana volverán a trabajar en las calles, para dividir su dinero entre adultos, quienes los mandan a trabajar y quienes venden la pirotecnia, volverán a molestar ruidosamente a algún otro adulto que ha olvidado la diversión de tronar un cuete en la calle como único momento de autentica libertad. 20


Preguntas en tiempo presente En la entrada del edificio sobre las largas escaleras, están sentados unos jóvenes muy pulcros, comen galletas, tortas envueltas en servilletas, revisan el celular, una chica retoca su maquillaje. Se ven contentos, relajados, nadie diría que van saliendo de una práctica forense. El edificio tampoco da pista de su función, parece un hotel de lujo. No se si ha sido remodelado hace poco, pero el piso es tan brillante que sirve de espejo a las mujeres policías del lugar, que matan el aburrimiento caminando de un lado a otro mirando su reflejo. Al centro del lobby una enorme escalera de caracol es el camino a cualquier trámite que busques hacer. Desde el piso al techo un gran vitral se ilumina al caer la tarde, como si asistieras a un estreno teatral. No representa precisamente la muerte, es una lucha contra ella. Tanto vidrio de colores cortado y armado con paciencia para adornar el proceso mas inhóspito que cualquiera pueda pasar, ir a buscar un cuerpo a un almacén de cuerpos, que alguna vez tuvieron vida y que por algún motivo mueren en soledad en un hospital o de manera violenta en las calles. Las situaciones son infinitas, pero cuando un cuerpo llega a la morgue significa que al momento de morir no había nadie que lo conociera y diera fé de su existencia. Una vez ahí, el cuerpo tiene varias opciones: aguardar a que alguien lo reconozca y “lo reclame”; si no es así, podrá ir a alguna escuela de medicina, o también, en caso de tener una averiguación previa en el Ministerio Publico, permanecerá el tiempo que sea necesario en las cámaras frías. Por último si nadie acude a reconocerlo y solicitarlo, su camino será la fosa común. Después de un breve registro en una libreta de control, los guardias te indican por 21


donde subir, el proceso es simple, llegar al primer piso acercarse a una ventanilla y esperar a que algún joven en turno te pregunte ¿Es la primera vez que nos visita? Si tu respuesta es afirmativa, te piden que pases al área de entrevistas y que aguardes en una silla, ya viene alguien para atenderte. Se presenta Una mujer de mas o menos 40 años, usa ropa deportiva bajo su bata blanca, muy amable, tranquila. -Bienvenidas pasen adentro, siéntense, díganme - mmm... venimos a buscar a alguien que creemos que esta aquí -¿cómo fue? -la recogió una ambulancia y la llevo al hospital, al día siguiente murió -¿son sus familiares? -no -¿qué era de ustedes? -Era mi paciente (contesta la doctora), tenia VIH, yo la atendía. -¿De dónde la recogió la ambulancia? -Vivía afuera del museo de San Carlos -¿En la calle? -Si -¿No tiene algún familiar ella? -No -Muy bien, les explico: podemos investigar si efectivamente la persona esta aquí, pero no podemos darles el cuerpo, se tiene que hacer bajo proceso y observación judicial, o sea, tendrán que hacer algunos tramites en la PGR ¿esta bien? -Si ¿cómo es eso? -Les voy a hacer un cuestionario para empezar, y luego les doy mas detalles ¿esta bien? -Sí, esta bien -Voy por los formatos y regreso Acostumbrada a los malos tratos de los servidores públicos, estoy asombrada, no termino de entender si fue suerte o simplemente han cambiado los protocolos, re22


cuerdo que leí en algún lado que los métodos de reconocimiento en el INCIFO (Instituto de Ciencias Forenses) habían cambiado por otros de corte más humanitario. Las vulgares escenas del deslizamiento de camas de metal promovidas por el cine mexicano, han quedado atrás, por primera vez la burocracia tiene una pertinencia ética. La oficina es amplia y muy iluminada, limpia, silenciosa. El lugar es casi puro metal y azulejo, precisamente la estética de un gran refrigerador, la Dra. Alejandra y yo tenemos frio y no solo por el ambiente del lugar, es también la incertidumbre de la situación. Entra la forense con un paquete de hojas -Ya regresé ¿quién me va a responder? -yo (contesta la Dra. Alejandra) -muy bien, es un poco largo … Después de casi dos hojas de datos personales de el (la) solicitante, empiezan las preguntas sobre el cuerpo. -¿Nombre completo? ¿edad? ¿sexo? ¿lugar de origen? ¿domicilio? ¿parentesco? ¿adicciones? ¿enfermedades? … Continúa un largo etcétera (con preguntas tan absurdas en ese momento para mi) como ¿Qué grado de escolaridad tenía? Me pregunto si eso importa para identificar a una persona ¿Acaso son distintas las muertes de un licenciado que de un analfabeta? No entiendo nada en ese momento, los días posteriores me harán reflexionar en cada uno de los puntos. Después de preguntar sobre sus datos generales como ciudadana, viene la parte mas difícil, describir a la persona físicamente desde lo general hasta los detalles más minuciosos e imperceptibles. Las preguntas vienen por bloques: complexión, cabello, manos, pies, dientes, uñas. -¿Tiene resequedad en el cuero cabelludo? ¿Se le cae el cabello? ¿Tiene alopecia? 23


¿Usa tinte? ¿Se muerde las uñas? ¿Las trae pintadas? ¿Le faltan dientes? ¿Tiene alguna muela tapada? ¿Tiene tatuajes? ¿Tiene golpes, contusiones, fracturas, operaciones? Las preguntas son siempre en tiempo presente, nosotras buscamos una persona que ya no vive, los forenses buscan un posible cuerpo que corresponda, no están equivocados, la búsqueda es en tiempo presente, aunque no deja de ser confuso hablar en ese tiempo de un muerto. Hemos terminado el cuestionario, más de una hora, quizá dos. He perdido la noción del tiempo pero me doy una idea por el numero de hojas que se han llenado. - Muy bien, ahora regreso voy a hacer la búsqueda (sale de la oficina con el cuestionario en la mano) Tenemos dos puntos a nuestro favor: el cuerpo que buscamos es de una mujer transexual (lo que lo hace un poco mas reconocible) y los tatuajes que traía, particularidades que se vuelven pistas. El primer filtro es la fecha en que llegan los cuerpos. De ahí parte la búsqueda, solo han pasado dos días, tenemos suficiente esperanza. Pasan largos minutos y aprovechamos para hablar tonterías, distraernos, hacer tiempo, “La Forense” entra con un folder amarillo en las manos, cubrebocas puesto y un nuevo semblante en el rostro. Para ella es satisfactorio decirnos que nuestra búsqueda ha terminado, que ella esta ahí. Sin embargo, también se percibe su angustia por tener que notificarlo, enseguida viene una nueva noticia más: ella ha sido buscada antes por su madre y un tío, son oaxaqueños, han venido anoche y ahora están haciendo los tramites correspondientes para trasladarla hasta allá. De nuevo un sabor agridulce en el ambiente. -que alegría saber que esta acá su familia, sí, ella era de Oaxaca y así se hacia llamar, incluso así firmaba sus documentos, como si fuera su apellido. El estigma que la persiguió toda la vida por ser mujer transexual, morena, pobre y Oaxaqueña ella lo volvió un discurso de orgullo y dignidad. Decía que se iba morir ahí, afuera del museo “nomás para molestar a los guardias que siempre la estaban chingando”. 24


Era una persona sensible y muy inteligente, tenía una licenciatura en teatro por la UNAM, los hilos de la vida la llevaron a terminar sus días malviviendo de la prostitución (y luego ya ni de eso), pero su carisma era tan grande, que nunca falto quien le llevara comida, cobijas, ropa, medicamento. Todas las mañanas se levantaba a barrer la calle, como quien barre el patio de su casa, ponía una ofrenda el día de muertos en ese intrascendente parque, cuyo mayor atractivo es un precario busto del Che Guevara, testigo permanente del perverso mundo de la prostitución. Este año, un cuerpo menos llegará a la fosa común y fugazmente una veladora dará vida a este fúnebre parque de la colonia Tabacalera.

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Artefacto intergalactico No sé desde cuando estaba fallando este artefacto, pero sin duda su deterioro ocurrió lentamente y nunca estuve tan lúcida para percibirlo. El viejo destapador que solía tener un intenso morado tornasoleado y que cargué durante años en el llavero, no es ahora más que un fierro viejo con todos sus dientes destapadores destruidos y corroídos de tantas corcholatas que desprendió. Anoche que pretendía destapar una pequeña cerveza para degustar después de un largo día de trabajo, me he dado cuenta que ha dejado de servir para siempre. Que ráfaga de sensaciones. Primero el orgullo ¡pero si me he tomado miles de cervezas, lógicamente tenía que acabármelo de puritito uso! Luego la búsqueda en los archivos del recuerdo ¿cuándo? ¿cómo? ¿dónde? Pero sobre todo ¿con quién, con quienes habría tomado tantísimas cervezas todos estos años? La memoria lo ha vuelto a hacer, desecha lo innecesario, lo estorboso, lo incómodo Increíble No recuerdo nada Luego al darme cuenta que no tengo nitidez de las historias, vuelvo a buscar en el –ya de por si deteriorado- archivo. Aparece otra cualidad de la memoria, los recuerdos intermitentes, el engaño, la transposición de personas, lugares y situaciones que quizá nunca ocurrieron. Empieza la confusión, no sé si lo viví o solo lo estoy inventando para no perderme o más bien no sentir que he perdido lo que en su momento debió ser importante. Algo que recuerdo muy claramente es cuando entendí que era una gran estupidez destapar las cervezas con los dientes, actividad suicida que lejos de impresionar a alguien pone en evidencia lo frágil que eres, lo poco que sabes de la vida en general. Trato de forzar la situación: ¡claro! ese debió ser el momento en que el destapador debutó y se presentaba en cualquier borrachera callejera o donde se necesitara, siempre para demostrar que –lógicamente- una ya sabía mucho de la vida. 27


¿Y para que querría demostrar esa sabiduría si hoy no recuerdo nada? ¿A donde se fueron tantas historias, tantas noches –porque la única certeza que tengo es de la noche-, tanta música, tiendas, calles? La calle es otra de mis grandes certezas porque una nunca saca su destapador más que en la calle. Bueno tampoco es que no recuerde nada, solo que no recuerdo nada con claridad. Los rostros van y vienen como en una fiesta tecno chafa – como las de la cerrada de cinco de mayo- donde percibes solo rasgos y ademanes de la gente. Así oscura y ruidosamente se presentan los recuerdos, los sucesos, la amistad. No tirare ese objeto metálico, al menos no ahora, que he descubierto que los destapadores transmutan en auténticas naves intergalácticas y yo quiero estar de nuevo en aquellas galaxias aunque sea borrosamente.

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El Chilindrino Se ganó su apodo gracias a sus ademanes involuntarios de su cabeza, resultado de años de adicción a la cocaína en su peor versión: la piedra. Desde muy niño la consumía y a sus once años su sistema nervioso y motriz estaba destrozado. Cuando hablaba su cabeza giraba hacia a la izquierda y al mismo tiempo su ojo se cerraba, tal como el berrinche de aquel popular personaje televisivo. Su familia de calle le llamaba “el Chili” de cariño, de oficio vendedor y faquir, de pronto vio llegar los años que –como siempre- pasan volando. En poco tiempo era ya todo un adolescente hermoso, sus ojos negrísimos bajo unas cejas tupidas en ese pequeño rostro simétrico lo estaban volviendo el joven mas apuesto del inframundo urbano. Las jóvenes lo empezaban a buscar, había un pequeño detalle: el tic producto de las secuelas de la droga le impedía concluir cualquier proceso de seducción. -Le gusto a la América, pero no le gusta que se me mueva la cabeza … Chili hacia ese movimiento involuntario unas cuatro veces por minuto, en cualquier estado de ánimo y a cualquier hora del día. Pasaron mas años. La bien llegada juventud, empezó a instalarse también en su cuerpo, en su voz, en su andar. En las jardineras afuera de la iglesia de circuito interior, Chili florecía como cualquier otro joven de su edad. Iba y venia por los barrios, creciendo, descubriéndose. Un día Chili sin más, rompió con su fatal destino -Me tengo que dejar de drogar porque las chavas no me quieren así como estoy. Después de mas de una década de adicción permanente y varias instituciones, educadores y programas que quisieron ayudarlo, nadie pudo hacer lo que su momento biológico logro. 30


Chili no solo dejó la más adictiva de las drogas, dejó también la calle y se dedicó a tonificar sus brazos en la barra. Lo que no pudo cambiar fue su corta estatura, pero fue eso lo que quizá le terminó de dar el toque tan singular de galán callejero. El famoso fotógrafo Francisco Mata le dedicó un retrato en su libro Tepito ¡Bravo el barrio! donde naturalmente el Chili no se asume como tal, ni Francisco indaga su historia -o al menos eso parece- es evidente la genuina fascinación que el fotógrafo siente por el joven pavorreal, que por cierto no es Tepiteño. En su nueva vida Chili se pasea con playera sin mangas acompañado por guapas mujeres, sin rastro alguno de aquel insistente movimiento de cabeza, sus labios lucen sanos, lleva años sin quemárselos con la pipa. Pide por favor que no lo llame mas así, y tiene razón, es un nombre horrible para un narciso de tan tremenda vanidad.

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La huella del crédito Había pagado la renta, comprado un nuevo ventilador, y la comida de sus gatos. Un pollo rostizado y una Coca-Cola grande para ella y su hija. Recibía su pago y permanecería íntegro por primera vez, sin más abonos semanales a la tanda y aquel préstamo de la vecina. Tenía una nueva pequeña ilusión: pedir un crédito en la tienda departamental que le había estado llamando el último mes, para comunicarle que era una clienta considerada y que podía acceder a un “préstamo” en la tienda para adquirir lo que quisiera. La idea le dio vueltas en la cabeza por varios días, porque temía a una deuda, muchos años había vivido esa sensación y no quería repetirla de nuevo. Los préstamos que había solicitado en su vida provenían de personas cercanas y eran mínimos. Ahora la tienda le ofrecía una posibilidad que eventualmente la haría feliz. Una nueva pantalla, una litera para ya no compartir la cama con su hija, que ya empezaba a ser adolescente. Y hasta quizá una regadera eléctrica para dejar de bañarse a jicarazos. -yo creo que una regadera es lo que mas falta nos hace -pues si, pero ya ves que nunca hay agua ¿qué caso tiene? -¿mejor una litera no? ¿o un colchón? Cual novios recién casados madre e hija pasaron más de dos horas, admirando y comparando los electrodomésticos, muebles y zapatos que la tienda ofrecía. Lo discutieron serenamente y decidieron la adquisición de su primer crédito: un colchón individual para empezar. Por fin dormir en camas separadas. Entusiastas subieron al piso donde se hacían los tramites para obtener el crédito. 32


Hicieron fila, y esperaron pacientes, aun comparando entre el ortopédico o el más simple que tenía como gran ventaja tener 15 pagos menos. Cuarenta y cinco minutos en la fila y por fin toca su turno. Expone su deseo: me han estado hablando para que sacar un crédito y pues ya me animé, ya sé lo que me voy a llevar, acá traigo mis documentos ¿incluye el servicio de flete? ¿o se cobra aparte? -Si señora, se cobra aparte. Présteme sus documentos, en solo cinco minutos esta llena su solicitud, unas firmas, la toma de huellas y listo. Socorro -aunque no tiene los dientes de enfrente- sonríe plenamente. No teme hacerlo, por fin su trabajo dará frutos. Nuevo colchón y después nueva tele. -¡Nada que el trabajo no pueda darnos! -Señora, pone por favor su dedo índice donde esta la luz roja para registrar su huella -Si -Otra vez. -Si -Una vez mas -Si -Otra vez -Si -La otra mano, Otra vez. Otra vez. Otra. Una más. La otra mano de nuevo… -No pasa su huella, vamos a esperar cinco minutos. Socorro se mira las manos, las toca. Las revisa con calma. Cierra los puños con fuerza, como si ese acto acelerara el proceso del crédito. Piensa que hay que esperar a la máquina. Lo intentan por casi diez minutos más –que en tiempo de registro de huellas es 33


larguísimo- no responde la máquina, incluso “se traba”, simplemente ya no da respuesta. -Señora Socorro ¿me permite su mano? -Si, pero no agarré nada raro antes de venir -¿A que se dedica señora? ¿de que trabaja? -Soy cocinera -Señora la máquina no reconoce sus huellas por que están difusas, es común en la gente que usa mucho cloro, pero usted dice que es cocinera.. - Bueno, a veces también me toca lavar las ollas -Es por eso señora, el agua y el cloro han desvanecido su huella digital, lo siento mucho pero si no se registra su huella no podemos darle el crédito. - Pero… soy yo, acá están mis documentos ¿no me creen? Llevo todo el día aquí. - Si le creemos pero si no se llena ese requisito simplemente no avanza el trámite, ya sabe señora, son cosas del sistema. - ¿Y que hago ahora? ¿ya no tengo huellas en los dedos? -mire, le recomendamos que deje de trabajar unos días, o sea deje el agua unos días y si puede conseguir glicerina se aplique en las manos, con los días las huellas se restablecen, hemos tenido casos similares, no se preocupe le daremos el crédito una vez que sus huellas se marquen en sus dedos. Atónita, Socorro mira primero a su hija y luego sus manos otra vez con detenimiento. La joven que la atiende la mira con desgano . La frustración y una vergonzosa molestia llegan al mismo tiempo a ese vil escritorio. Desorbitada por tan simple argumento, Socorro tiene que abandonar de tajo la imagen del colchón y la pantalla. Es imposible dejar de trabajar “unos días” si lo hiciera nuevas deudas surgirían y de nada serviría obtener el crédito.

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Hambriados Cuando yo era pequeña siempre encontraba a Pedro por mi camino, él era apenas un poco más grande que yo, lo veía durmiendo en la banqueta o a veces despierto pero inconsciente, yo buscaba en casa algo para llevarle de comer, no entendía como un chavito casi de mi edad vivía así. Pedro la aceptaba, pero un día me di cuenta que no se la comía, le pregunte por qué y me respondió que no le gustaba comer ahí solo, que lo acompañara, que él no era un perro para dejarle así la comida. Lo hice y esa gran lección que Pedro me dió me ha servido toda la vida: el hambre no te mata, te mata el desprecio, Pedro me había enseñado que aunque vivas en la calle, aunque no tengas nada tienes derecho a escoger lo que te comes, que te gusta y que no. Una vez en la fila del comedor invernal, unos hombres empezaron a discutir por ver a quien le servían primero, y aunque era evidente que los dos alcanzarían ración, la discusión creció tanto que llegaron a los golpes y al final ninguno de los dos comió. Pienso que tenían tanta hambre que la furia de los golpes los sació, como cuando por tanto tiempo de no comer, con un pedacito de pan te sientes satisfecho. Otro día recuerdo ver a Ale de 8 años comiendo directamente de la lata de atún, no se quiso esperar a que la preparamos, y no se detuvo hasta que la vació, no hizo caso, se alejó del lugar. No era una lata simple, era una lata de un kilo, un kilo de atún sin sal ni ningún condimento, hay gatos tan consentidos y soberbios que desprecian eso. Ale no, Ale tenía mucha hambre, especialmente aquella tarde. Otro caso muy particular era el del señor Marcos quien se formaba hasta cinco o seis veces en la fila de la comida, fingiendo que era otra persona, colocándose un suéter en la cabeza o quitándose la playera “para confundirnos” él se llevaba las raciones en su plato pero las juntaba todas en la misma bolsa, al final todo se hacia un revoltijo asqueroso que el comía por las noches, él es un ser solitario, no se junta con nadie y evidentemente su mayor miedo es tener hambre, no tener nada que comer. La señora de ojos azules a quien llamaban buitrona un día se aventó de frente al parabrisas de la camioneta que llevaba los alimentos al comedor, estaban tardando 36


mucho en dejarnos las raciones, hacían falta recipientes, pero ella en su locura enfureció y con el golpe se lastimó la cara. El cristalazo le abrió la cara y enseguida se manchó todo el sitio de sangre, el chofer de la camioneta estaba aterrado y no supo que hacer, nadie sabia que hacer. Luego cuando la comida estuvo lista tomó su ración y se comió unos bocaditos apenas, siguió discutiendo con sus enemigos imaginarios y se fue, la gente decía : pues si ni tenía tanta hambre ¿para que hizo ese desmadre? No lo sé, pienso que simplemente le molestaba que la hicieran esperar. Tener hambre es una humillación tan grande que es posible pasar de la tristeza a la furia, de la paciente espera a los golpes. O te lleva desesperadamente a un basurero a recoger lo que otros mas tiran, como Leo que terminó en el hospital por comer un plato de carnitas echadas a perder que encontró en un bote en La Alameda. Pero tener hambre es también un insulto, por ejemplo -en México- si te pasas un Alto te gritan “pinche hambriado” si quieres un poco de algo más (lo que sea) te dicen que no seas muerto de hambre. Hoy una imagen de una mujer con una pancarta expresando su temor a los “hambriados” ha ofendido a muchas personas, pero la ofensa viene porque la que insulta es una persona obesa, que evidentemente no conoce el hambre (al menos la propia). Todo el odio contenido en su mensaje pasa de largo y se vuelve contra ella en forma de burlas. Y es que el hambre es algo que esta presente en nuestra realidad, pero de una manera extraña, como una postal de algún niño en los huesos, en la “lejana” África o como una multitud de personas que salen a pie de su tierra rumbo a otro continente, pero siempre será algo que no querremos ver, o sí, siempre y cuando sea a través de una pantalla.

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No se lleven a mi mamá Mari dio a luz el 9 de enero pasando las 11 de la noche afuera de una de las iglesias mas antiguas de la ciudad: La Santa Veracruz, en plena avenida Hidalgo en el centro de la ciudad. Ese lugar ha sido su casa los últimos años y es también casa de unas diez personas más. Esa noche, el parto la sorprendió de repente ya que solo tenía 7 meses de embarazo. De pronto se encontró alumbrando al pequeño que aun continúa en un hospital, no solo esperando mejorar su estado de salud, sino también esperando un dictamen jurídico, ese niño es ahora propiedad del Estado o al menos es lo que se pretende. Ella no quería llamar a la ambulancia esa noche, sus compañeros fueron quienes pidieron ayuda al personal que labora en el museo de alado, cuando los paramédicos llegaron ella ya tenía al bebé en sus brazos, dice que ellos cortaron el cordón, aunque lo más probable es que ella misma lo haya hecho con algún artefacto, porque el niño contrajo una infección precisamente en el ombligo. Ella no quería tener nada que ver con hospitales ni autoridades, sabía lo que podía ocurrir y que efectivamente está sucediendo. Había mandado a calentar una botella de agua al Oxxo y con esa pretendía lavar al bebé, decía que ya mañana lo llevaría a otro lado. Fue ante la insistencia de sus compañeros de calle que ella accedió de ir al hospital. Su otro hijo de 6 años, comprendía lo que estaba pasando y que tenía que irse, aun así no dejaba de tener miedo y enfrentaba a los paramédicos: ¡no se lleven a mi mamá putos!. Algo presentía el pequeño pues hasta la fecha no se han vuelto a ver. Mari ha parido 4 de sus 8 hijos en ese hospital en la calle del Carmen, eso lo supe días después, cuando la licenciada que atiende los casos graves del hospital me explicaba que era un caso muy particular, que ya la conocían perfectamente y habían decidido que con este bebé fuera diferente, que no hubiera la mínima posibilidad de que ella se “hiciera cargo” de él. Me explicaba también lo del derecho a la identidad, que ella no le puede otorgar porque no tiene ningún documento que acredite que existe y pueda simplemente nombrar a su hijo (aunque ella tiene un acta de naci39


miento esto no es suficiente según ellos).Me explicó muchas cosas y ciertamente tiene razón, ella no tiene nada que darle a ese nuevo ser, y ese bebé merece -como cualquier otro- vivir una vida digna y lejos de la miseria de la calle. Pero entonces ¿qué pasa con esos hijos de la calle que el Estado asume como suyos? La respuesta es simple: la madre nunca los vuelve a ver, ni siquiera a saber de ellos, se les asigna un hogar de cuidado o estancia, y se quedan ahí bajo atención medica al menos dos años, por el daño neurológico con el que nacen debido a la adicción y la malnutrición de la madre. En este caso la madre lleva mas o menos veinte años de adicción al solvente, tiene daños corporales severos, le cuesta enunciar una frase completa, tiembla cuando habla y su piel parece la de una anciana, aunque solo tiene 30 años. Aun así es muy sonriente y en los tres días que pasó en el hospital se mejoró notablemente. Cuesta creer la facilidad con la que se recupera su cuerpo, es sin duda una mutación de estos tiempos y de esta ciudad. Después de 8 partos, hambres, golpes, violaciones, miseria, ella continúa la vida y se recompone con facilidad. Esta ocasión, en el hospital también decidieron que ya era hora de ponerle un implante, para que dejara de “embarazarse” ella aceptó, aunque no niega que lo hizo para que la dejaran de molestar. Es un caso difícil, lo ideal es que los niños crezcan con su familia, pero también los niños tienen el derecho de crecer en ambientes sanos y amorosos –como la calle no lo es-, la gente que habita las calles es para el Estado y para la sociedad un subtipo de especie, sus hijos cuando se logra extraerlos de su entorno pasan a ser parte del inventario que le da trabajo a las instituciones, ellas hacen lo que pueden con quien “vale la pena” hacerlo, Mari -por ejemplo- es un caso perdido. Es un circulo inacabable, así como se mueren cada día, nacen más y lo único que hay para ellos es la desintoxicación y la “reinserción”, pero ¿a qué? reintegrarlos ¿a qué? Durante estos días alguna gente que conoció el caso, piensa que la chava está mal y que la responsabilidad es de ella por no cuidarse. La culpa siempre va dirigida hacia ella, no hay una comprensión, mucho menos una responsabilidad social o histórica de cómo y porqué vive tanta gente en las calles. Nadie tampoco pregunta por el padre (quien por cierto se ha llevado a otro de los niños y nadie sabe donde está, supuestamente las autoridades lo buscan desde hace más de medio año). ¿Por qué, si habría que culpar a alguien es siempre a la madre? 40


La situación de ella y sus hijos esta definiéndose, al ritmo de cómo son las cosas en este país con el plus de que no eres nadie, no tienes dinero, trabajo, ni nada. Ella ha tomado un actitud contundente y animada para resolver el volver a ver sus hijos, aunque a veces no soporta más y se pone a llorar en donde sea, mienta madres y jura que se las van a pagar. Lleva siempre consigo las fotos de sus otros hijos en un folder de plástico y sus documentos mas básicos de todas las veces que ha intentado dejar la calle. Otro pequeño detalle sobre quien es Mari lo dan sus apellidos, los dos de origen náhuatl y su triste historia de cómo salió huyendo cuando era una niña de su estado natal, parece venganza de la historia que ella ahora habite y se reproduzca en el lugar que alguna vez fuera arrebatado a los indígenas allá por el lejano siglo XVI, para construir una iglesia donde se les daba “asistencia espiritual” a los reos y condenados del virreinato. Toda una vida ocurre bajo los grandes monumentos de esta gran ciudad y casi siempre es invisible.

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POR FAVOR NO CIERRE LA PUERTA De color amarillento que alguna vez fue blanco y con una herrería poco común, repleta de etiquetas censales la puerta del despacho 715 ya daba indicios de su antigüedad. En la pequeña estancia se encuentra un viejo sillón de piel y unas pilas enormes de carteles de un formato también extinto. Así te recibe esta particular oficina en el séptimo piso del edificio Kessel, en la zona de joyeros, de la que fue una de las calles más elegantes del centro de la ciudad y hoy es solo turbulencia de cuerpos apresurados en búsqueda de algún aparador que los contenga. Tras el umbral un hombre viejo frente a su escritorio lee el periódico, anota y escucha el programa de radio de turno en su pequeña grabadora con la antena muy firme para captar la señal de AM, tras de él un gran ventanal deja ver el norte de la ciudad, esta mañana particularmente esta soleada y despejada. Cuando le expreso que Tlatelolco se ve muy cerca, dice: desde acá pude ver cuando mataron a los muchachos el dos de octubre, vi todo, pero no me salí porque estaba esperando un cliente. El señor Guillermo Castañeda se ha dedicado toda la vida a la promoción de artistas y grupos musicales, en su época de oro -hace unos cincuenta años- cuenta que no se daba a basto. Famoso y bien conocido en el mundo de las orquestas era el promotor más solicitado de su tiempo. Y es que haber organizado las presentaciones del mismísimo Pérez Prado no es poca cosa. Ya no recuerda en qué año registró su empresa “Orquestas musicales de México” ante el SAT, pero sí recuerda con claridad cuándo fue a darse de baja: fue hace cinco años, me lo sugirió el contador porque dijo que eran muy pocas mis actividades y que era lo mejor. Habla pausado y con elegancia, solo una tosesita lo llega a interrumpir, dice que está enfermo pero que ya está llevando un tratamiento y que cuando recupere la salud es 43


posible que vuelva a registrarse como empresa. La última vez que alguien solicitó sus servicios fue hace más de quince años. Como él dice: Ahora los artistas se promocionan solos, bueno si es que eso se puede llamar artistas, porque mire, la juventud ahora se conforma con lo que sea, yo digo que si sale un perro a tocar con un bote eso bailan, lo que cantan es para desnudar a las mujeres, no hay respeto, no hay calidad, ese ruido es lo que les gusta, yo no entiendo a las juventudes. En la oficina hay una enorme consola, tocadiscos y muchos acetatos por todas partes, hay también otro escritorio y una silla vacía, encima una enorme máquina de escribir de color esmeralda da cuenta de que alguna vez no estuvo él solo en ese lugar.

-Llegué a tener hasta dos asistentes cuando el negocio estaba bueno, y así como la ve de vieja esa máquina todavía sirve, la uso de vez en cuando que tengo que elaborar algún escrito.

La renta la paga con dinero de músicos que por solidaridad lo ayudan. Es evidente que ese negocio está muerto hace mucho tiempo. Vine a hacer un censo, pero me he quedado más de una hora hablando con él sobre las minucias de su trabajo, fechas y nombres que detalla con claridad. El amor que desborda cuando habla de su trabajo no me permite encontrar el momento para hacerle la pregunta ¿ha pensado en dedicarse a otra cosa? Prefiero callar y escuchar sus recuerdos. Me despido y él se levanta de su silla para darme la mano, me agradece la visita y me dice una última frase: por favor no cierre la puerta, puede que llegue algún músico.

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Rock en vivo Subió al micro que iba a Tacuba sin pedir permiso al chofer. Entro rápido y forzado, golpeandose la cabeza, porque no cabía en ese espacio, al menos no de pie. No solo era su gran altura y corpulencia, era más su aroma a alcohol que ocupó de inmediato todo el ambiente. Tomó su guitarra con tres cuerdas y empezó a cantar. Cantaba muy bien sus cortas canciones que hablaban del universo. La gente cooperó más por verlo irse que por gusto. Se fue. Nos presentaron meses después, en esa ex-vecindad oscura y húmeda donde nos juntábamos a tomar cerveza. Héctor Sosa mejor conocido como el poeta. -¿Hola quieres un trago? -si, gracias Cuando las tomaba, las caguamas se hundían en sus manos de gigante. Siempre fue difícil hablar con él. Era mejor oírlo cantar o declamar alguna poesía. Pasaron 10 años. Noches, música, cerveza, y un par de amigos muertos. Lo encontré una tarde en Salto del Agua, me pidió diez pesos para ir a internarse. Le pedí que habláramos un rato, que no se fuera. Me dijo que sabia que iba a morir, llevaba tres madrizas en una semana. Efectivamente, la calle y el alcohol lo estaban matando, tomo los diez pesos, su vieja guitarra y se fue. Lo he visitado este mes en Villa Quietud, un sitio frio al sur de la ciudad, vertedero de extrañas especies que alguna vez fueron humanos. Vive ahí, entre otros 250 dementes, ex-adictos, mutilados, retrasados y agresivos. Ocasionalmente alguno escucha y entiende su poesía. No ha dejado de escribir ni un solo día. Ocupa solo una cara de la hoja, porque le molesta darle la vuelta a los cuadernos. Dibuja y pinta también. Su obra rebasa los 100 cuadros. 45


Ha empezado a encorvarse y ha perdido algunos dientes, sus manos sudan de la emociĂłn cuando nos vemos. HĂŠctor sigue siendo guapo. Pasa los dĂ­as entre locos, letras y colores, ha aprendido a convivir con la voz masculina que vive en su cabeza, es obediente a ella. La misma voz que le ha ordenado que no vuelva nunca a tocar su guitarra.

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Mediodía el día del fin del mundo Las mujeres de traje amarillo descansan sobre la jardinera después de barrer las calles. El pájaro negro azulado reconstruye su casa con chatarra en medio del camellón, después de desayunar galletas que le regalaron los trabajadores matutinos. La noche anterior sobre esa misma banqueta un hombre murió calcinado. Tuvo a bien morir lenta y dolorosamente porque sus ruidos molestaban a los vecinos. Los represores de siempre han vuelto montados a caballo y se pasean hipócritamente por la alameda vestidos de charro. La gente aún persigue la fortuna en escenarios improvisados en cajas de cartón donde actúan los magos de ocasión. Los periódicos anuncian de nuevo la muerte de una joven mujer, la cifra de este incipiente año ya contiene cuatro números. No se ha descubierto el hoyo negro donde todas desparecen. Un obrero camina feliz y apresurado con su herramienta en una mochila de mezclilla, camino a la construcción donde puede cantar y ser entendido en su lengua materna. Grandes asentamientos desayunan lo de siempre, curiosos guisos a base de salchichas. Ellos y no los científicos descubrieron el alimento del futuro. La palabra es el bien más preciado, se otorga ocasionalmente. El único joven dispuesto a dar la mano para saludar es el que ha perdido todos sus dedos en la caída del tren que lo llevaba a un mundo mejor. Los rolling stones ofrecen una nueva gira y los concheros descendientes de Moctezuma no paran de danzar. En el día del fin del mundo el negro saxofonista toca para nadie en su calle hostil y los eméritos del colegio nacional acuden puntualmente a cobrar su salario como ha sido siempre, desde el principio de los tiempos.

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Impreso en las faldas del Pichincha Cooperativa Imprentera Editora Abril 2019


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