Aprendizaje y mente animal. El adiestramiento con clicker y lo que nos enseña sobre los animales

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Aprendizaje y mente animal

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Karen Pryor



Aprendizaje y mente animal

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Karen Pryor Traducción: Blanca Rodríguez Rodríguez


Título original: Reaching the Animal Mind. Clicker Training and What It Teaches Us about Animals Karen Pryor

© 2009, SCRIBNER, A Division of Simon & Schuster, Inc. 1230 Avenue of the Americas, New York, NY 10020. USA (versión inglesa) © 2011 Kns ediciones S. C. (versión en castellano) Pedrouso 42 15883 Cacheiras-Teo A Coruña Tlf: 981 519 281 www.knsediciones.com

Traducción: Blanca Rodríguez Rodríguez Corrección de estilo: Mensi Cortizas Bouza Corrección técnica: Benigno Paz Ramos Maquetación: Ana Loureiro Diseño cubierta: Alberto Mosquera Lorenzo

Depósito Legal: C 2384-2011 ISBN 978-84-937456-5-3 Impreso y encuadernado: Tórculo Artes Gráficas S. A.

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro en cualquier forma o medio sea electrónico o mecánico, incluida la fotocopia o grabación o a través de cualquier sistema de almacenamiento, sin permiso escrito de la editorial. (Diríjase al Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org, si necesita fotocopiar o escasear algún fragmento de esta obra)


Para Max, Gwen, Wylie, Ellie, Micaela, Nat y Maile. Con mucho cariño, La abuela Karen



Índice 1. El camino a las mentes 2. Moldeado

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3. Comunicación

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4. Sentimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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5. Creatividad

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6. Lazos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129 7. Miedo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159 8. Conversaciones 9. Preguntas

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10. Respuestas 11. Personas

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12. Intención . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 277 Más información . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 295 Glosario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 307 Hágalo usted mismo Agradecimientos

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1. El camino a las mentes ■ Las personas y sus animales Me encuentro al borde de una carretera polvorienta en un pueblo de Sudamérica y a mi lado pasa un niño descalzo y mugriento. Un niño muy pequeño, quizá de no más de tres o cuatro años, que va comiendo un bollo. Tras él camina un cachorro escuálido, también muy jovencito. El niño se vuelve, mira al perro y alza un puño amenazador ante el que el perro se encoge ostensiblemente, aplastándose contra el suelo. El niño alza la vista con una enorme sonrisa de triunfo: «¡Menudo susto le he dado! ¿A que sí?». Y continúa su camino carretera abajo. El cachorro se levanta y lo sigue, sigiloso. ¿Y saben qué? El niño se ha olvidado del bollo y lo deja caer: el cachorro lo atrapa y echa a correr. Así es como hemos lidiado con nuestros animales domésticos desde que empezamos a evolucionar juntos. Los tratamos como a seres humanos subordinados e idiotas. Los dominamos, los castigamos, les obligamos a cumplir nuestra voluntad. Y, aun así, ellos se las ingenian para hacer lo que les da la gana. Ambos lados sacan algún provecho de este sistema: en este caso, comida para el cachorrito escuálido y un infrecuente momento de superioridad para el niño. Por lo común, las personas que adiestran animales, dejando a un lado la práctica tradicional de amenazarlos y al minuto siguiente darles de comer, han resultado siempre seres especiales. A menudo se trata de personas con «buena mano para los animales» o «un don natural», un don que casi siempre consta de dos factores: un interés personal por algún tipo de animal en concreto (los adiestradores de perros adiestran perros, los –9–


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adiestradores de caballos adiestran caballos) y la capacidad de entender mejor que la mayoría las sutilezas del uso del miedo y la fuerza. El sistema tradicional de adiestramiento de animales, tal y como se ha llevado a cabo durante milenios, se basa sobre todo en la fuerza, la intimidación y el dolor. Y aunque los adiestradores tradicionales también pueden usar el halago y las recompensas, los principales objetivos del proceso son dominar al animal y conseguir controlar su comportamiento, objetivos que se consiguen mediante el miedo y el dolor. Estamos rodeados de adiestradores tradicionales. Por supuesto, hoy en día justifican sus prácticas con explicaciones pseudocientíficas sobre los líderes de la manada y la importancia de la dominación y de ser el macho alfa. Pero el método básico, pese a ese revestimiento, sigue siendo el castigo y la gente continúa aceptando ese enfoque. Casi todos los propietarios de caballos todavía tienen fustas y espuelas en el establo, las paredes de las tiendas de animales están empapeladas con collares de castigo y las estanterías rebosan de collares electrónicos, que la gente compra. Quizá usted mismo los utilice y yo no voy a discutir con usted. La fuerza y la intimidación llevan funcionando desde que los primeros perros se acercaron a las primeras hogueras (o, con más probabilidad, a los primeros vertederos). Pero ahora todo eso se ha quedado obsoleto. Ahora disponemos de nuevos métodos para tratar con los animales. Un auténtico enfoque científico nos ha permitido desarrollar una tecnología de adiestramiento que, como cualquier otra tecnología, es un sistema que puede utilizar todo el mundo. Los principios fundamentales son sencillos de aprender, funciona con todos los animales (personas incluidas) y es rápido. Lo que el método tradicional tardaba meses en conseguir ahora se produce en minutos. Es completamente benigno porque la fuerza y el castigo están totalmente excluidos del sistema y, además, produce auténtica comunicación entre dos especies. – 10 –


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■ El lobo D’Artagnan Erich Klinghammer, profesor de la Universidad de Purdue, es un conocido etólogo, fundador de un centro de investigación llamado Wolf Park (el parque de los lobos) en Indiana, Estados Unidos. El Dr. Klinghammer se topó con mi libro Lads Before the Wind (Los amigos del viento), que describe los años en los que trabajé como adiestradora jefa de delfines en un innovador oceanario, el Sea Life Park, en Hawai. Klinghammer observó que la tecnología que utilizábamos para adiestrar a los delfines se podría aplicar también con los lobos y me invitó al Wolf Park para que le enseñase a su equipo cómo hacerlo. A los adiestradores modernos nos encanta cualquier oportunidad de trabajar con nuevas especies, no solo con un perro o un caballo o un delfín nuevos, sino con un tipo de animal al que no hayamos adiestrado nunca. Siempre empezamos con curiosidad: «¿Quién eres? ¿Qué sabes hacer? Enséñamelo». Nunca había trabajado con lobos, así que, claro está, acepté. Unas semanas después tomé un avión hasta Indiana. Erich Klinghammer me espera en el Wolf Park, ansioso por llevarme a los cubiles para que conozca personalmente a algunos lobos y para que «viva en mis carnes lo bulliciosos que son». Esto ya no me hace tanta gracia. Klinghammer, con su grave voz germánica y su 1,95 m, cruza las puertas del recinto principal del parque y brama: «¡Buenos días, lobos!». Los lobos lo rodean meneando la cola y saltando para saludarlo: «¡Buenos días, Dr. Klinghammer!». En mi opinión, a mí me dirían: «¡Buenos días, desayuno!». Además, no necesito acercarme a un lobo para que funcione la magia del adiestramiento, es más: ambos estaremos más seguros y nos sentiremos mejor con una cerca de por medio. Esta maravilla de tecnología no depende de si somos capaces o no de dominar o impresionar al lobo, ni tampoco de que nos hagamos amigos ni de que tengamos una «buena relación». Esto último, – 11 –


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por suerte, suele ocurrir pero no es imprescindible: las leyes del refuerzo positivo harán el trabajo por sí solas. Klinghammer ha elegido un macho grande, D’Artagnan, para que le enseñe. Un nombre típico de lobo, porque nadie le pone a un lobo Chiqui, ni Coco, ni Toby. D’Artagnan se crió entre humanos, así que no sabe comportarse con otros lobos y tiene que vivir solo en un cubil de la parte más alejada del parque. Klinghammer y yo subimos al camión con un par de estudiantes y una gran lata de comida seca para perros y nos dirigimos al cubil de D’Artagnan. Yo saco mi silbato de adiestradora de delfines, agarró la lata de pienso y me acerco a la alambrada. En los dibujos e incluso en las fotografías, los lobos se parecen mucho a los perros, pero en la vida real son muy diferentes. Para empezar, no tienen las orejas largas y en punta, como el Pastor Alemán, sino pequeñas y redondas, como los osos. Además, no huelen a perro: huelen a alfombra de pieles. D’Artagnan me recibe con un espectacular despliegue de amenazas, gruñendo, lanzando dentelladas al aire y embistiendo a la alambrada que nos separa. Tiene el tamaño aproximado de un San Bernardo, pero con las mandíbulas mucho más anchas y los dientes más grandes, sobre todo los molares posteriores, con los que trituran el hueso, y de los que obtengo una excelente panorámica. Estoy convencida de que este espectáculo de agresividad es un comportamiento aprendido: no tiene el pelo del cuello erizado y no muestra el blanco de los ojos. En realidad no está tan enfadado, pero seguramente ha descubierto que a veces consigue que la gente se estremezca o incluso se escape si se muestra así de temible. Y, sin duda, le debe resultar muy divertido. El primer paso hacia el cambio consiste en explicarle al lobo que cuando escuche el silbato recibirá comida. Toco el silbato y le lanzo un poco de pienso. D’Artagnan no deja de gruñir, saltar y lanzar dentelladas frente a mi cara y, de pronto, la alambrada que nos separa me parece un tanto endeble. No quiero reforzar su – 12 –


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comportamiento apartándome, pero la verdad es que me resulta muy difícil quedarme donde estoy. Se acerca un jeep lleno de voluntarios y estudiantes. El lobo permanece tranquilo durante un instante, estudiando el jeep. Toco el silbato y echo más pienso a través de la verja, justo delante de sus narices. «Oh», dice, y absorbe la comida como una aspiradora. Toco el silbato y vuelvo a echarle más pienso. Y otra vez, él se lo come. Entonces me mira. Yo no hago nada y él se va. ¡Madre mía, qué alivio da verle la espalda a ese lobo! Hasta ahora, lo único que he hecho es asociar el silbato con la comida para convertirlo en un «refuerzo condicionado», un sonido que significa «¡A comer!». Ahora voy a empezar a usar el silbato para que el lobo pueda identificar qué acciones merecerán recompensa y, de este modo, el sonido se convertirá en un marcador de evento (o marcador, como se le llama normalmente). Así que toco el silbato mientras se aleja y le arrojo más premios. El lobo regresa y vuelve a comer. Ahora que cuando escucha el silbato vuelve por más comida y ha recibido un refuerzo por alejarse, puedo empezar a «moldear» su comportamiento. Moldear es el término técnico que se utiliza para denominar el proceso de transformación de un comportamiento mediante el refuerzo de cualquier paso que se dé en la dirección adecuada, haciendo caso omiso de todo lo demás. En medio del gran recinto de D’Artagnan, a unos diez metros de donde estamos, crece un arbolito perenne. Le digo a mi público: «Voy a enseñarle a marcharse, dar la vuelta alrededor del árbol y volver». Es un farol, claro está. Hubiera sido más inteligente prometer que lo voy a intentar, pero incluso aunque funcione solo en parte, resultará una demostración útil. Utilizar un marcador para moldear el comportamiento de alejarse de la comida para conseguir comida ayuda a acallar a los escépticos. Cada vez que el lobo se aleja de mí, marco el momento, ajustando el silbido al movimiento de su pata anterior derecha. Cada – 13 –


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vez que escucha el silbato, le lanzo un puñado o dos de pienso, que él engulle para luego, cada vez con más confianza, darse la vuelta y comenzar a alejarse de mí otra vez. Espero a que dé tres pasos antes de tocar el silbato. Luego cinco, luego diez. Ahora D’Artagnan se siente tan confiado que toma el pienso y se aleja al trote con la boca todavía llena. Cada vez espero a que esté un poco más lejos que la anterior para tocar el silbato. A estas alturas ya recorre más de la mitad del camino hasta el arbolito. Entonces, al siguiente intento, se para antes de que toque el silbato. ¡Oh, oh! Es la primera vez que juega a esto y no tiene suficiente experiencia para saber que la ausencia de marcador no significa que se haya acabado la partida, sino que tiene que volver a intentarlo. Si tocase el silbato mientras está quieto, podría desarrollar el comportamiento de alejarse solo hasta allí y detenerse, pero si no escucha ningún silbido, podría darse por vencido. Lo observo, rogando que dé otro paso que me permita reforzar el movimiento, no el quedarse quieto. En lugar de eso, se da la vuelta y establece contacto visual conmigo. Sus ojos amarillos me miran con tal intensidad que me siento como si me leyese el cerebro, cosa que, en cierto modo, está haciendo. Esa mirada tan penetrante te deja, literalmente, sin respiración: contengo el aliento y sostengo la mirada. Decidiendo, o eso creo, que la partida continúa, D’Artagnan me da la espalda y vuelve a dirigirse hacia el árbol apurando un poco el paso por primera vez. Toco el silbato con fuerza para marcar su emprendedora determinación. Las rápidas zancadas del lobo lo han llevado a la altura del arbolito, que rodea para volver al galope por el otro lado, parándose en seco frente a mí y haciendo que mi farol se convierta en realidad. Hay que retirarse cuando vas ganando, así que le lanzo una ración doble de pienso a través de la tela metálica de la valla y lo dejo disfrutando de haber hecho saltar la banca. ¡Gracias, lobo, me has salvado el cuello! – 14 –


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Para D’Artagnan fue suficiente con una experiencia. Ahora, cuando Klinghammer le enseña el Wolf Park a algún visitante, puede ir hasta el cubil de D’Artagnan y tocar el claxon para llamarlo. El lobo se acerca a la valla, analiza la situación (Klinghammer, jeep, silbato, pienso, lo pillo), se gira y echa a correr, da la vuelta al arbolito, escucha un fuerte silbido y regresa a por su premio. Esta nueva capacidad también ha puesto fin a su despliegue de agresividad. Adiestrar a la gente para que te dé pienso es muchísimo más satisfactorio que el antiguo juego llamado «¡A por las visitas!». Aquella única demostración con D’Artagnan era también lo que Klinghammer necesitaba para convertir el Wolf Park a la nueva tecnología. El personal y el voluntariado comenzaron a utilizar recompensas y marcadores acústicos, bien silbatos o clicker, para manejar y mover a los lobos y también para darles cuidados médicos. Pat Goodman, una etóloga que trabaja en el parque mitigó el irritante hábito de mirarla fijamente todo el tiempo de su Border Collie, enseñándole a girar la cabeza siempre que silbaba Dixie (la letra de la canción dice «Look away, look away», lo que se puede traducir como «aparta la vista»). Mientras tanto, Klinghammer se divirtió utilizando los mismos principios para entrenar a un equipo de voleibol juvenil femenino de Purdue. La demostración también tuvo sus recompensas para mí, porque aprendí que a los lobos, o al menos a aquel lobo, también les gusta jugar de vez en cuando: su juego de asustar a la gente era más bien brusco, pero no dejaba de ser un juego. Sin embargo, aquella mirada, poderosa e inolvidable me enseñó una cosa más: que comparados con los perros los lobos son adultos. No me estaba pidiendo ayuda, con la cabeza baja y la frente arrugada como haría un perro: «¿Lo estoy haciendo bien? ¿Qué quieres?». No. Con la cabeza alta y la mirada a mi altura, me estudiaba como un jugador de póquer: «¿Vas o no vas?». Juzgó que iba, apostó y los dos ganamos. – 15 –


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■ Dos científicos, dos ciencias Este tipo de adiestramiento se ha desarrollado bajo la influencia de dos científicos tremendamente innovadores: Konrad Lorenz y B. F. Skinner. Ambos comenzaron su trabajo en los años 30 del siglo XX y alcanzaron gran notoriedad en la década de los 60. Lorenz identificó patrones de comportamiento evolutivos innatos para todos los animales de las especies de sus estudios, un trabajo por el que, junto a otros dos etólogos, obtuvo el Premio Nobel. Skinner descubrió las leyes básicas de la naturaleza según las cuales los individuos, sin importar a qué especie pertenezcamos, aprendemos o adquirimos nuevos comportamientos. Además, ambos dieron origen a nuevas escuelas de la ciencia que estudia el comportamiento. El estudio del comportamiento innato, el campo de Lorenz, se llama etología o, simplemente, comportamiento animal. En cualquier universidad encontraréis este departamento en los edificios de biología. El estudio del comportamiento aprendido, el campo de Skinner, se llama conductismo o análisis del comportamiento. En la mayoría de los campus, este departamento lo encontraréis en psicología. Con frecuencia, quienes trabajan en esos edificios tienden a especializarse en su propia visión del comportamiento y a trivializar o desestimar las demás. No suelen hablar entre ellos, ni leer las publicaciones de los otros, ni asisten a las mismas reuniones. Esto nos resulta muy molesto a quienes utilizamos esta nueva tecnología, porque en nuestro trabajo se ven implicados ambos procesos: lo que la Madre Naturaleza le da al animal y lo que el individuo descubre por sí mismo. Y sin embargo, si le hiciésemos una pregunta a un científico de cualquiera de los dos campos que estudian el comportamiento, lo más seguro es que obtuviésemos solamente media respuesta.

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■ La nueva tecnología Tendemos a pensar en la «tecnología» como una cosa que implica un montón de máquinas. ¿Cómo va a ser este adiestramiento una tecnología si no hay maquinaria de por medio, aparte de un marcador de eventos como un silbato o un clicker? ¡Eh! Hay muchas tecnologías que no precisan equipos complicados. El alfabeto, cuando surgió, también fue una nueva tecnología y lo único que se necesitaba para usarlo era un palito y un poco de arcilla. La tecnología proporciona soluciones repetibles para un problema. Es un sistema repetible, transferible y fiable mediante el que muchísima gente puede hacer algo que antes resultaba difícil y arriesgado y requería grandes habilidades personales. La tecnología no se limita a un uso determinado —en perros, pero no en caballos; en gimnastas, pero no en pilotos— y puede tener tantas aplicaciones como personas piensen en sus posibles usos. Una vez que se sabe cómo se construye un puente se pueden cruzar muchos ríos diferentes. Como ocurre con todas las buenas tecnologías, las ventajas de este adiestramiento se hacen evidentes al minuto de ver su aplicación. «¡Guau! ¿Cómo haces eso? Déjame probar». Y como ocurre con todas las buenas tecnologías, es fácil empezar a usarla. Se pueden obtener resultados en los primeros minutos, se puede aprender y utilizar solo la parte que nos interese porque no es necesario dominar todo el sistema. Además, como cuando utilizamos un teléfono móvil o cualquier otro aparato electrónico, podemos aprender de nuestras amistades o comenzar (a veces) a partir de instrucciones escritas.

■ Una idea contagiosa En mi libro ¡No lo mates… enséñale!, de 1984, describía la mecánica del adiestramiento mediante el refuerzo en lugar del – 17 –


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castigo. En realidad, el libro trataba más sobre las personas que sobre los animales, pero el título (elegido por el editor pese a mis reiteradas objeciones) fue atrayendo gradualmente la atención de los adiestradores de perros. Aunque en el libro casi no se hablaba sobre perros específicamente, sí que explicaba el funcionamiento general de este nuevo tipo de adiestramiento. Muchos propietarios de perros, ofendidos por el sistema tradicional que utiliza collares de castigo y la dominación, se sintieron atraídos por el título y luego seducidos por la posibilidad de adiestrar a un perro sin el tradicional uso de la fuerza. El propio Skinner había sugerido que se podría utilizar un clicker de juguete como marcador de evento para perros. A principios de los noventa aparecieron en el mercado unos clicker baratos y resistentes y yo empecé a distribuirlos a cientos, al principio en encuentros científicos y luego en seminarios para adiestradores de perros. La tecnología se difundió por el mundo canino a través de las listas y grupos de Internet y luego empezaron a leer mi libro los adiestradores de caballos, que comenzaron a pasarse del adiestramiento equino tradicional al refuerzo positivo. El personal de los zoos también volvió su atención hacia esta nueva manera de tratar con sus animales. Antes, proporcionar atención médica a los grandes animales de los zoológicos resultaba dificultoso. Cuando había que dar puntos en un corte, extraer un diente infectado o vacunar a un tigre, un oso polar o un gorila, era necesario inmovilizar al animal por medios físicos o dispararle un dardo tranquilizante. Ambos procedimientos los asustan y pueden resultar peligrosos, tanto para ellos como para las personas, por lo que solo se utilizaban en emergencias. Hoy en día y gracias al adiestramiento mediante refuerzo positivo, sus cuidadores pueden enseñar a esos animales a que se acerquen cuando se les llama, que entren y salgan por una puerta cuando se les pide y que acepten su tratamiento médico voluntariamente, incluso a diario. Se salvan vidas, se reduce sensiblemente el nivel general de estrés de los animales y el adies– 18 –


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tramiento resulta divertido, tanto para los cuidadores como para los animales a los que cuidan.

■ Funcionará con los animales, pero nosotros no somos animales

Tanto Skinner como Lorenz sufrieron ataques frontales y descalificaciones durante toda su vida, incluso continúan hoy en día. Skinner, en particular, sigue siendo la personificación del mal para algunos. En mi opinión, toda esa hostilidad se produce, sobre todo, porque la gente se resiste a aceptar la idea de que lo que descubrieron estos científicos no se aplica solo a los animales, sino también a las personas. Para algunos, incluso integrantes de la comunidad científica, la idea de que nosotros también estamos sujetos a los patrones de comportamiento instintivos y automáticos que estudian los etólogos resulta desconcertante. Y es todavía más perturbador el pensar que, igual que a ratas de laboratorio, se nos puede controlar mediante misteriosos sistemas de recompensa y castigo, contra nuestra voluntad y sin nuestro conocimiento, como parece dar a entender la psicología conductista. Creo que, en gran medida, se trata de un problema religioso, incluso aunque la persona que tanto se escandaliza no se considere religiosa. Sea como fuere, resulta ridículo. Si ya no nos oponemos al hecho de que compartimos con los animales los productos de la evolución como el sistema digestivo, el esqueleto, los ojos, la sangre que corre por las venas y todo lo demás, ¿por qué no mostrar el mismo entendimiento respetuoso cuando hablamos de comportamiento? Todos expresamos nuestras emociones mediante comportamientos, muchos de los cuales son innatos, como el sonrojarse, por ejemplo. Las leyes del aprendizaje también rigen para nosotros. Por supuesto, los seres humanos nos diferenciamos del resto de los animales por nuestra capacidad para pensar y hablar, – 19 –


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crear cosas y acumular aprendizaje a través de medios culturales. Está claro que llevamos cierta ventaja, pero creo que la ansiedad que parecemos sentir ante cualquier posibilidad de que nosotros también seamos «animales» es improcedente. El comportamiento de los animales es mucho más diverso de lo que gustaba creer en el pasado y los seres humanos estamos más programados de lo que creíamos. ¿Bueno y qué? Todas las especies tenemos comportamientos que vienen dictados por nuestros genes y otros que no. Todas las especies podemos descubrir y disfrutar nuevas maneras de sacarle partido al universo. La nueva tecnología, que combina las dos ciencias del comportamiento, es un modo muy agradable de explorar estas posibilidades.

■ Mi trabajo Como científica, escritora y empresaria, me he pasado unos 40 años de lo más ocupada desarrollando esta tecnología y explicándosela a otras personas. Sin embargo, mucha de la gente que me rodea y me conoce como escritora o empresaria se quedaría asombrada al escucharme llamándome científica a mí misma. Desde luego, no me ajusto a la imagen habitual de una científica. No soy profesora en una universidad, ni trabajo en un laboratorio ni se me puede identificar con facilidad como especialista de una clase o de otra. Tampoco tengo lo que se ha convertido en el principal activo en el campo científico: un doctorado. La verdad es que dispongo de una sólida formación científica, pero la he adquirido poco a poco y sin que se haya dado cuenta la gente que me rodea, incluidas mi familia y mis amistades. Tanto mi formación como mi carrera científicas se han producido de manera más o menos soterrada. En mi primer año en Cornell me di cuenta de que para especializarme en biología, mi inclinación natural, tendría que escoger muchas asignaturas de la rama sanitaria que sabía que no me servirían de nada y que solo – 20 –


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resultarían un desperdicio enorme de tiempo y esfuerzo. Así que me especialicé en inglés y escogí como optativas las asignaturas que en realidad me gustaban: un curso de ornitología, un curso de entomología, un poco de botánica y así sucesivamente. Mientras mis hijos iban creciendo, me las apañé para realizar más estudios universitarios cuando me lo permitían el tiempo y el dinero. Para mí era crucial formarme, pero obtener los títulos no lo era tanto. No podía permitirme desperdiciar una sola hora en los requisitos de los departamentos, como la química orgánica o el alemán, que no estaban relacionados con mis intereses ni con las investigaciones que ya estaba realizando y publicando. Y, desde luego, no quería ser profesora en la universidad, así que no necesitaba los títulos para conseguir el trabajo. A lo largo de los años, mis peculiares especialidades me han traído un flujo constante de contratos como consultora en campos que van desde la pesca comercial hasta el autismo y a mis clientes nunca les ha importado si yo era la Dra. Pryor o Karen a secas.

■ ¿Pero qué hace ella aquí? Mi modesta carrera científica también me ha reportado algún honor ocasional, a veces para el desconcierto de los espectadores. Por ejemplo, soy integrante de la junta directiva de la Fundación B. F. Skinner, que desempeña una labor de archivo de su trabajo y como recurso para investigadores. He conocido a más de un distinguido profesor universitario que me dejó claro con su dolida expresión que se consideraba un candidato mucho más adecuado para esa junta directiva que una mujer que ni siquiera tiene la licenciatura de psicología. En la década de 1980, la Casa Blanca me invitó a participar durante un bienio en la Comisión para los Mamíferos Marinos, que se encarga de supervisar el bienestar de todos los mamíferos marinos del territorio y las aguas de los Estados Unidos y que ha – 21 –


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tenido un papel crucial en la conservación del mar en general. Estoy segura de que algunos especialistas en mamíferos marinos dieron por sentado que habían escogido a aquella adiestradora de delfines porque la Casa Blanca necesitaba candidatas femeninas (yo misma lo consideré posible). Sin embargo, además de mi trabajo científico, había obtenido considerable experiencia empresarial colaborando en el desarrollo del Sea Life Park y otros proyectos comerciales y también había construido mi propio negocio de tecnología de la información. La combinación de mi formación científica, mi experiencia con mamíferos marinos y mi experiencia empresarial me permitieron aportar algo de sentido común en muchas de las actividades de la comisión, desde la redacción de borradores de leyes hasta la evaluación de la financiación y los fines de las investigaciones. Y mientras tanto, cuando me preguntaban qué hacía yo en la comisión, les contaba lo que había conseguido en mi faceta como escritora: durante el tiempo que estuve en el cargo, los documentos y la correspondencia que generó la Comisión para los Mamíferos Marinos no estuvieron plagados de anacolutos.

■ Animales de pocas luces Cuando explico en qué consiste mi trabajo, lo hago en función de quién pregunte. Hoy en día, que parece que todo el mundo ha escuchado hablar del adiestramiento de perros con clicker, mucha gente me ve como una adiestradora de perros y yo nunca les contradigo, pero en realidad se trata de mucho más que eso. Uno de los aspectos más extraordinarios del adiestramiento mediante refuerzo es que permite establecer una conexión con cualquier animal, no solamente con los grandes e inteligentes, como los lobos. Cuando aún vivía en Hawai, les regalaron a mis hijos un cangrejo ermitaño como mascota. Era del tamaño de mi mano y – 22 –


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vivía en una caracola del tamaño de una pelota de béisbol, en un acuario de agua salada que teníamos en la sala de estar. Una tarde, mientras le echaba al ermitaño un poco de comida, me dio por preguntarme qué sería capaz de aprender. Richard Herrnstein, colega de Skinner, me dijo una vez que había conseguido enseñarle a una vieira a abrir y cerrar su concha a cambio de una recompensa de comida. No es que yo lo pusiese en duda, pero sí me pregunté cómo demonios se le da de comer a una vieira y, es más, de qué se alimenta. Bueno, pienso para mí misma, aquí tenemos otro invertebrado con un importante apetito por, ¡qué si no!, la carne de cangrejo. A lo mejor es capaz de hacer algo a propósito, a lo mejor puede tocar una campana. Busco una campanita de estaño en el cajón de la cocina, le ato una cuerda y la cuelgo de un palo atravesado sobre el tanque. Improviso un contrapeso que consiste en un dedal lleno de cera de una vela. Si se tira de un extremo de la cuerda se inclina la campanilla y el badajo golpea un lado, mientras que el dedal de contrapeso, fijado al otro extremo de la cuerda, tira de la campana para que recupere su posición inicial. ¡Din don! Diseñar el aparato ha sido lo más difícil, lo fácil resulta enseñar al cangrejo. En el cajón de la cocina también encuentro un par de fórceps para disección de 25 cm de largo, olvidado tras mis años de estudiante universitaria, que me permiten dejar caer un poco de comida directamente en la boca del cangrejo, que mueve sus minúsculas patas de una manera muy curiosa. El cangrejo se muestra receptivo a que lo alimente de esta manera y además come rápido. Cuelgo la cuerda en la pecera y mantengo el fórceps dentro del agua a unos 7 cm del cangrejo, sin moverlo en absoluto hasta que una de las pinzas toca la cuerda sin querer. Entonces dejo caer la comida. El cangrejo ve y, probablemente, nota por la presión del agua el rápido movimiento del fórceps. Espero y deseo que el movimiento del fórceps le sirva como marcador de evento – 23 –


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