OSCAR JAIRO GONZALEZ HERNANDEZ COORDINADOR
PRESENTACION TALLER LOS CAMPOS MAGNÉTICOS GRUPO DE INTERÉS. FACULTAD DE COMUNICACIÓN. COMUNICACIÓN Y LENGUAJES AUDIOVISUALES
Cada quién -y es muy poco decirlo- cuando se decide a escribir, lo hace porque siente una necesidad en él, que lo excede. No se tiene medida de sí mismo (a) y por eso escribe. Nadie escribe cuando no tiene ni necesidad ni deseo de excederse a sí mismo. Es lo que hay que decirse desde lo que Emanuel Levinas, llama: La sinceridad del decir. Desde esa tensión es desde donde se escribe. ¿Y qué se escribe? Pues aquello que no se tiene en cada uno y que no se sostiene, porque entre el tenerse y sostenerse, esta incrustado, sin duda, lo que se escribe, como en la relación del hierro con el imán. No hay entonces Manual de la Escritura, para nadie aquí, sino movimientos de sus necesidades y de sus intensidades, es lo que buscamos, en su ya iniciado deseo de escribir. Quién no haya escrito nada, ni sentido eclosionar en él o ella esa necesidad del exceso, entonces no le será esencial estar y participar e intervenir en el Taller.
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Estar: Con lo que se es desnudamente. Participar: Con la mediación de lo insaciable de su deseo sensitivo y crítico. Intervenir: Con él mismo o ella misma, entre los otros y en la Comunidad Académica en la que hace esta tarea y que lo proyecta en su imantación hacia la ciudad tentacular de la escritura. Tarea en el sentido de lo interminable e irresistible, es como la concebimos nosotros aquí. Por lo mismo, quién está en el Taller, ha de construir para sí mismo, si lo requiere, su Manual, o sea, sus Metódicas. Tampoco es necesario tenerlas, ya que para cada momento del escribir (se), se dará o se instalará en una determinada o indeterminada forma o teoría ecléctica, que le indique como extraer lo más poderoso para sí. Cada quién escribe desde el tema que le interesa o los temas que le provocan incrementar en otra dimensión su mayor intencionalidad. Y esto que vamos a leer aquí, en Puente Levadizo, es el resultado de esa concentración de la tarea y del proyecto en su otra dimensión estética: La que cada uno (a) le da y tiene para sí y para su naturaleza y su mundo. Concentración indeleble. Óscar Jairo González Hernández Profesor Facultad de Comunicación Comunicación y Lenguajes Audiovisuales Coordinador: Taller / Los Campos Magnénticos (Observar, leer, escribir).
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GREECCE PATRICIA VALENCIA GARCIA
LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
DE SUENOS AZULES
Fotografía y Edición: Greecce Patricia Valencia García
Hay dos cosas que realmente me asustan a la hora de soñar, la primera es el hecho de que no me puedo ver el rostro, la segunda es soñar contigo. Soñar contigo me atormenta dulcemente porque te sueño en azul, y la sinestesia me persigue, me carcome los huesos, me lame los dedos, me hiere los ojos y es así como me recuerda que me importás y que me importés me impide sentir el miedo de sentir, ¿hasta donde hemos llegado cariño? Nadie me controla los sentidos. Mi amor, soñarte en azul me impide verte como doxa, te me vuelves episteme, la dialéctica de tu vida se me vuelve dinámica y no me dejas sentir miedo. ¿te mencioné que me nutro del miedo?.
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LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
PUENTE LEVADIZO
Nací fiera y nunca fui inocente, me atormenta un poco ahora que comprendo mejor el valor de la inocencia, yo solo acumulé malicia, nunca la gané, nunca la hice mía, yo nací mala. Yo nací azul. En mi vida yo soy el bien y el mal, pero, ¿cómo hago si tu presencia me hala los sentimientos fuera del útero? Y es que en mis sueños, cuando sangro frente a ti, sangro en azul, y nuevamente, no tengo miedo. Cuando comienzo a dormitar me mordisqueo los nudillos hasta sangrar, me concentro en el rojo, porque le temo a la sangre, porque el miedo es dulce, luego me acuesto y te sueño, sigues azul, sentir no debería ser tan plácido, es que, ¡no eres eterno mi vida!, te me vas a escurrir entre los dedos, y ya no abrá azul. El manifiesto de mis sueños se doblega ante tu presencia, nada es gratuito cuando te amo en mi inconsciente, la realidad no me asusta tanto como soñarte en azul, ¿lo comprendes mi amor?.
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LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
NUTRIENTE,CRECIENTE
Fotografía y Edición: Greecce Patricia Valencia García
Me senté en la hierba a llorar, las lágrimas se me iban horizontales, la tierra me integraba a ella. Me senté en la hierba a llorar y las raices del cabello me crecieron, y los frutos florecieron. Me senté en la hierba a llorar y un niño mordisqueó mi cabello, era hortaliza, era tubérculo. Me senté en la hierba a llorar, me sangraban los pechos, me brillaban las rodillas, me dolían los sesos. Me senté en la hierba a llorar, y me sentí pájaro, me sentí conejo, me sentí víbora, me sentí perro. Me senté en la hierba a llorar y alimenté a un viejo, desnutrí mi cuerpo Me senté en la hierba a llorar, porque ya no me pertenecía, porque era parte de la tierra, porque era dueña del cielo. Me incorporé a la tierra y la hierba me abrazó, ya no tenía que llorar, ya yo era vida, era alimento.
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SANTIAGO TORRES
LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
PASAJE DE ESPERANZA He visitado las tinieblas para sentir los ojos del amanecer, que desgracia, han muerto cientos de oscuridades y aún no ha abierto su luz. Pon en esta daga mi soplo y atraviésalo sin encontrar fin, vende o destroza mis ojos y que sepa, no la esperaré. Solo un tiro necesita ese blasfemo recuerdo, dispara de una vez. Esparce cenizas por mis ojos fragmentados, has de mí un susurro al olvido, y dáselo al último de los vientos, a ese agobiado que nunca llegará. Rasga a pedazos la sonrisa de mi sombra, niega mi sangre y vuélvela vinagre. Dile a la muerte que me mate al infinito y ruégale que en el seno de la nada repose la infalible esperanza de volverla a ver.
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LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
PUENTE LEVADIZO
PASAJE DE INTRIGA Como podrían las palabras no elevarse, para acercarse aunque sea medio paso. Como podría no arrojar mi corazón a los abismos, los tugurios y la embriaguez, para inundar mi memoria de retazos y distorsionar ese denso recuerdo. La multitud? Si, conozco algo de su eco, su voz, pero sus ojos no hacen parte de ese lugar. Allí mis palabras en teorías que buscan como brújulas perdidas rozar sus ojos, aunque signifique tomar distancia incomparable sin llegar al olvido. En días y noches, ojos de desdicha, voces desesperadas, juegos de azar con la vida, y apuestas por la resurrección de la muerte para no estar más en el recuerdo. Arrastrar el cuerpo vacío sin ser capaz de esfumarlo con tierra. Ahora entiendo el nacimiento de las rosas en el inframundo, en las calles y en el polvo; es la ilusión de los muertos caminantes por ver un solo segundo y aunque este muera al instante, sus ojos. Sus ojos, capaces de abrazar y darle muerte al olvido. Sus ojos, creadoras de imaginación y latidos. Sus ojos, diosas que resucitan. Sus ojos, puertas al camino infinito del enigma y la utopía alcanzada con su mirada.
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LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
PASAJE DE CORAZON Si el corazón entendiera de su arrogancia, jugaría como niño dispuesto en algunas alas, de cualquier paloma. Si entendiera el corazón de amores, las palabras serían mudas. Y si mi pecho alojara una verdadera virtud, no daría morada a este corazón quebradizo y soñador. Corazón vicioso y cobarde, no añores más, dile a tu imaginación que se aleje y vuelva teñida de momentos más sensatos que el degollarte lentamente y por detrás.
PASAJE DE ANGUSTIAS Y aunque digas que la vida erguida espera a otro hombre, yo miro tu fantasía y pregunto. ¿Qué pasaría si fuésemos ilusión, si fuésemos solo sueño y si fuésemos arcoíris? ¿Y si tus palabras fueran inalcanzables por el cuerpo y por eso suenan fantasía que veo? ¿Y si el sentimiento de tus ojos fuera más que estrellas, que me dirías? ¿Y si en el cajón oscuro se encendiera una llama de luz del tamaño de una hormiga, que representaría para tu corazón? Dime, calma mi angustia, porque yo si tengo miedo de mi corazón.
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PUENTE LEVADIZO
PASAJE DE AMARGURA Y ahora, alejado de la sonrisa, interrumpe el fatigado sueño, ese corazón mal oliente y pordiosero, que arrastrado por sus fantasías y deidades, y con una lágrima en el pecho, golpea nauseabundo a esta tierra que liberó sus juguetes, y estos eligieron sin misericordia, sin cantos y sin sueño.
PASAJE DE VERDAD Acaso pensaste que cuando el sol dejó de vivir, hubo un príncipe que lloró por serlo? Escuchaste de algún poeta que ar rancara su voz de las entrañas para no amar el dibujo de los labios? No vendrá mi conciencia encadenada, ni el suspiro de un gorrión, ningún demonio, ningún sol. Sé que el bien culpo al mal de traición y tres perros se comieron lo que hallaron en mi corazón. Ya miraste aquella nube que pecó por perdón, ahora entiende que mis huesos no lloran por arrodillarse ante tu voz.
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LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
PASAJE DE CALLES Caminé a su lado y percibí que su sombra la había abandonado. La luz pesada, abyecta, infame; la señalaba, la juzgaba, la recordaba, la engañaba. Busqué en su pupila su dolor, pero al escuchar sus pasos arrastrados y desnudos, comprendí que este había escapado con su angustia, con su sombra e ilusión. Sabia, con la mirada al suelo, a la tierra, al infierno; al lugar donde el pecado es la nada, el silencio, el abrazo, el polvo, el frío y el regocijo. Y el sol tirano persiguió su cuerpo hinchado intentando humillar a la más terrenal de las señoras, LA VAGABUNDA.
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PUENTE LEVADIZO
PASAJE DE ILUSION Que te ha pasado insensato amigo? Por qué yaces postrado y moribundo al lado de esa flor? Es que no te sientes pálido y envenenado? Necesito al tirano, que me ayude a reconstruir tu voz. Necesito un buitre, para que se lleve entre sus garras tu mirada y tu dolor. ¡Hagamos silencio!, que enterrarán el cadáver que hallaron en el pecho. ¡Donde estás Lucifer!, tu poeta que no canta de amores y aborrece la mentirosa fe, Ven de una vez poeta maldito, agarra mi alma, devora mi aliento y has por fin que mi cuerpo sea lágrimas para el firmamento.
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OSCAR JAVIER PALOMINO
LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
UN PASEO Y POCOS SOMBREROS.
TRANSFORMACION Había decidido desvanecerse en letras de derecha a izquierda, al igual que el ojo tocado por la tecla... desvanecerse en hojas nacientes que destejieran su cuerpo de pies a cabeza. Una simple sábana blanca, templada, bastaba para diluirse en color y vestirse de presencia con negro sombrero de cinta rutilante, sí, rutilante en iris de pupila no contraída. En la habitación no acostumbrada, en la que la vida se esconde en murmullos y gestos imprevistos, en la que el espejo fluye, vive, cizalla lo vivido. La blanca y tensa duna, desmoronada en el orden de lo no-tocado, esperaba la comba... la del gesto mudo en la caída del sombrero negro en blanca sábana, el golpe del anuncio. La delicada araña en pliegues del desierto vestido de cal, intacta, en filamentos de patas quebradas, de miradas salamandricas pintadas desde la cumbre de las nubes inmóviles del cielo marrón. La irrupción volcánica en hebras avanzadas de rojo, olas inmaculadas de quietud, descienden en surcos del mar flequeteado en líneas discontinuas de albores seguidos... imaginación telátil del fragmento, colores de partes guardadas en acciones vibrantes de piernas cruzadas y cadera pendular sin tronco, servilletas guiadas por el viento sin el gesto de unos labios ausentes envueltos en el carmesí del recuerdo. Mano trenzada de arrojo y valentía, ¡no agites el viento dentro de la frágil servilleta!, déjala en la inocencia del roce.
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PUENTE LEVADIZO
Consérvala en el movimiento de los ojos, el parpadeo, en el tiempo de tus brazos mientras ella se arroja a ti. Mariposa blanca con caparazón negro vuelas en el piano de la inquietud, al igual que la simple sábana y el sombrero.
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LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
CALLE DE MI CIUDAD-CAMINO. Nada de desvanecerme en hojas, ni servilletas, ni teclas de pigmentos complementarios, y mucho menos en sombreros arropados de luces blancas en noches inciertas... ¡nada de eso!, solo soy camino, nada de destinos no escogidos, ¡no, y mil veces no!. Nada de incertidumbres fugaces, vestiduras de arco iris, de concavidades brillantes que nos impidan sentir, de dialectos incomprendidos. Solo soy la rama que cae, sin la existencia del sonido... A veces soy espera, surcado en marrones franjas alineadas y pintadas de luces en parques. Soy la disposición congelada a la atención de luces blancas y amarillas, ¡naturales!, aunque el toque de la artificial bombilla me atrae para verme en el espejo de mi sombra en movimiento. Soy la montaña de la vida, ¡lo sé!, y ustedes seres humanos, si, ustedes son pasajeros como las nubes, soy la chispa del mundo, combustible, la templanza del fuego no me atemoriza porque el vive de mi y para mi celebración en cenizas de amor, ¡soy la permanencia!. La verdadera melancolía se encuentran en las raíces sedentarias de mi cuerpo, nada de nómadas, se cansan y terminan siguiendo mi ejemplo, en vano, pero lo hacen. No sueño con ustedes...no me imagino verlos a ustedes rodeando los caminos explayados en manos y dedos de carne. No me sueño vestido de blanco y sombrero entrando a la cita celestial yttocando sus frágiles dedos llevados por el viento, mis hojas danzan, jamás se daría el contacto, ¡soy movimiento!
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PUENTE LEVADIZO
De eterno celestino y galán he vivido, de marcaduras y signos inventados por mí, líneas iniciales de nombres unidos a otros, soy el respaldo, ¡soy sacerdote! No olvido fácilmente las estrechaduras, lo que llaman amor. Tejido estoy de pasos, de horas, colores, secretos, promesas y despojos sin más. De misterio está vestido mi cuerpo, heridas naturales, caminitos para las hormigas. Encuentros y desencuentros de rostros sedientos de búsqueda del otro. “A que te encuentro”, eso dicen, borracho en círculos de encuentros de manos me han dejado. Y sigo sin ponerme el sombrero y vestirme de blanco.
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SUENO El golpe siempre une los mundos. Lo paralelo es tocado por el punto explayado de luz, flujo infinito. Esta vez no había soñado con el sombrero, era presa fácil de un cocotazo, no había escapatoria. Mi cuer po encar nado en luces de ropajes cotidianos y rostros difuminados, la voz es la única inmutable, sin ella no podríamos identificar con quien soñamos. Estaba allí, pedaleando con brazos prestados a la real, a la carnal, la barca y el mar en la espera, el horizonte de negros ojos difusos, mirándola con ojos dibujados y restregados en carboncillo, diluidos, golpe de fundar el mar. El sueño dirige sin ojos, fluye... así fue como me entere que nos habíamos besado, me entere por un hombre sin rostro, solo escuche, y lo imaginé dentro del sueño. Una caja de cartón tropecé, bajé a otro sueño, en este espacio la coherencia y lo arbitrario no se darían las manos. En el umbral de lo desconocido, caída, vacío, patalea la pierna, la de carne, y la del sueño la sigue, frágil intento de tener conciencia, se sigue soñando sin caída. Sé que no caí porque mi cama estaba vestida de blanco, ¿dónde quedarán las imágenes soñadas? Tal vez se reproducen en voces de sonidos no acostumbrados. Me levanto y sigo mi camino, esta vez con sombrero en mano, no vaya yo a ser presa fácil de un cocotazo y en búsqueda para completar lo inconcluso el beso no dado, el escuchado, voy por él.
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DAVID RESTREPO
LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
DE: LA CASUALIDAD El silbido se alargó por unos siete segundos, dejando inevitablemente un sabor a metal oxidado en la punta de mi lengua, ya no puedo hacer nada al respecto, comienzo a recoger todo lo que había dejado en la mesa hasta ahora, dos cuadernos llenos de olor a tinta roja, regados en el carmesí con bordes dorados de la superficie falta de palidez, un bolígrafo gastado que al cogerlo se sentía fácilmente la humedad que mis manos sudorosas habían impregnado, un vaso pequeño sin importancia y dos gotas de café debajo de él que aún conservaban su aroma fresco. Tomo el impulso de terminar recogiendo el reloj atascado que había dejado en la mesa, pero cambia de lugar rápidamente con el deseo de volverme a dormir, y si quiero hacerlo definitivamente tendré que regresar todo a su lugar; me gusta tener mi espacio ordenado antes de dormir, y verlo vacío claramente no es tenerlo ordenado, no, quiero dejarlo todo ahí por un rato más. Pero mi mirada se ve distraída justo cuando estaba dispuesto a reorganizar, no sé en qué momento alcanzó a girar y encontrarse con la de ella que apenas se despertaba, sus ojos ligeramente entrecerrados parecían una sonrisa ligeramente entreabierta, intentó emitir un sonido, pero su voz se perdió antes de llegar cerca de mí. La vi reincorporarse en el sofá en el que cayó dormida hace un par de horas durante la conversación, me gusta pensar que por cansancio y no por falta de interés. Tomó aliento nuevamente de manera suave y dijo:
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- ¿Acaso nunca duermes? – - Los que no soñamos no nos gusta hacerlo- ¿Por qué?-Porque solemos perder el tiempo intentando tentar la realidad de otra forma, y cuando no decimos la verdad. -Explícame eso-No, luego.Sonrió y se dirigió a la cocina, con un gesto que parecía provenir de una sirena descuidada, por mi parte la vi pasar con una mirada tan indiferente como la que podría llegar a tener un marinero antes de dejarse caer, la dejé perder, destruida en un momento, yo siempre tan cortante y ella siempre tan tranquila, y el “siempre” se resume a los últimos dos días desde que ocurrió el encuentro en el metro mientras estaba recién llegado a la ciudad que ahora desconocía, dando un paseo con el que buscaba evadir el deber de llegar a casa de mi hermana, quien era la única que sabía de mi viaje a esta urbe tan olvidadiza como yo. En el vagón de la mitad del tren que se dirigía al centro la vi, me atrajo y de manera que todos menos yo describirían como casual, me senté a su lado. Inicié la conversación por el libro que llevaba en sus manos, o tal vez fue ella la que me habló, intrigada por los mensajes cortos de mi libreta, que casualmente dejé caer con la completa intención de que ella la recogiera, o quizá hasta fueron las luces nocturnas de los edificios y las formas que creaban las que nos hicieron hablar, el caso fue que la conversación se alargó luego de ella notar que no tenía prisa y yo pensar que estaba intrigado por aquel ser, o al revés.
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Si la casualidad es aquello que se presenta como impredecible pero inevitable, ¿Cómo se escapa de ella luego de estar dentro? es como concebir el tiempo sin el espacio y al revés, no se puede, no puedo estar en otro espacio porque no estoy en otro tiempo, no puedo estar en otro tiempo porque no estoy en otro espacio. Entonces no hay escape, solo queda seguir lo inevitable de la casualidad, he ahí el “debía ser” tan orgulloso e irreprochable, me gustaría elegir qué sentir, pero hasta eso se me es impuesto, me es impuesto porque por el bien de mi felicidad es así. Parezco un niño que se siente orgulloso de ser niño porque le ha sido impuesto nacer así, lo único que queda fuera de la casualidad es la mentira, la necesaria negación, mentí porque el haber podido dormir significaba haber aceptado con comodidad la casualidad, una felicidad igualmente impuesta, pero el orgullo vale poco o nada si no hay quien lo presencie, quería dormir de nuevo, quería aceptar lo inevitable, al menos hasta que despertó, cuando despertó ya no quería, y eso es porque cuando un hombre quiere desvestir la identidad de una mujer, solo para comprobar que tan válida es la locura que causa, desprecia la felicidad por la libertad de conocer, por eso se busca, por eso se encuentra, el estar presente ante una persona que puede superar tus pensamientos también puede hacerte superar lo inevitable, puede superar la situación, tiempo y espacio, y por tanto puede superar la casualidad, esa es la metáfora que de la sensación de “nos conocimos en otra vida” -claro que esto es una mentira- , pero fue la mentira que nos hizo escapar de lo impredecible. - Al final tarde o temprano tendrás que dormir, no es suficiente con tirarte a mirar el techo como sueles hacer.-
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Ella no lo había notado, no había notado que mentí, así como mentí al decir mi nombre y mi procedencia, aun si fui sincero sobre mis razones para estar en este sitio, tal vez no mentí sobre mis diez años fuera por lo que cualquiera tomaría como capricho, del odio a mi padre y de Isabela, me hubiese gustado mentir sobre Isabela, es de las pocas partes de mi vida de la cual me arrepiento, pero la conversación me distrajo y termine hablando sin darme cuenta de la realidad que hace tiempo evite. Pero mentí desde que la conocí, desde que me senté al lado de ella mentí ante la casualidad, mentí al decir que no conocía el libro de Kundera que llevaba en sus manos, o tal vez tuve que mentir sobre las razones de mis notas, o de las figuras que veía en los edificios, mentí al decir que no me gustaba el centro de la ciudad y sobre mis preferencias cinematográficas y ahora miento al decirle que no había dormido, que no había despertado un minuto antes que ella, que no había soñado después de meses sin visitar el mundo onírico, que no estaba intentando volver a caer justo cuando despertó. -Me gusta pensar que no necesito dormir- Dije mintiendo de nuevo. Dejó la taza en la mesa con un café de color tan oscuro como su olor, esta vez ni se molestó en poner el azúcar cerca, luego se dirigió a la ventana, dejando nuevamente su estela de rocas donde podría morir ante el primer descuido; al correr las cortinas color ocre descubrí que estaba amaneciendo, que el sol entintaba de nuevo lo que siempre debió ser oscuro, y que había perdido completamente la noción del tiempo.
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Por obra del casual destino que había buscado, tanto el pequeño reloj que llevaba en mi mano, como el grande y rustico que colgaba de la pared, se encontraban detenidos, alternos en el tiempo, cantando a dueto un sonido que alguna vez intentó marcar un segundo, y otro, y otro. En ese momento sonó la puerta, una, dos, tres veces, eso me estremeció, algo me decía que tenía que escapar, que ya no era momento de que estuviese ahí, pero qué tenía por hacer, por dónde podría salir, mis habilidades de evadir desafinaban con los años, tal vez sea la madurez o el hecho de que poco a poco me he encontrado, cuál de las dos destinos más infames para mí, el caótico que nunca nada ha esperado. Que molesto se torna, no sabía ni por qué me encontraba en este lugar, y ya debía escapar para ser fiel a lo que hasta hace un par de noches consideraba la parte esencial de mi yo. Pero antes de que mi razón se percatara, una mujer llamada Ángela se paseaba por el lugar, ella y aquella chica compartían piso hace algunos meses, aun cuando ambas tenían hábitos y actitudes muy diferentes. Entró desordenando todo a su paso, haciendo ruido, el lugar ya era diferente, el ambiente ya era diferente, ya nada tenía misterio esa madrugada, como aquellos largos viajes en bus donde no hay nada que quieras mirar, o esas zonas de la ciudad que apagan las luces luego de las 11 de la noche. Pues cuando una persona está donde debe estar, es la muerte de la casualidad, ¿Por qué es así?, porque el único sentido real de lo impredecible es superar el tiempo, y aquello que le da magia a lo inevitable es que se convierte en la muerte del espacio, y aquella mujer que acaba de entrar fue un polo a
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tierra, la ruptura de la tensión, aquella cotidianidad que entró implacable, no porque no perteneciera a este lugar, sino por el contrario, porque éste era su lugar. Por primera vez en la noche sentí el cansancio de mi cuerpo, el palpitar de mis manos y ojos, y la melancolía que había olvidado. Antes de caer dormido (ya no tenía razones para evitarlo), simplemente pensé en el nombre de aquella mujer que había podido acabar con migo por una noche, en eso enmarco la inevitable necedad de sentirme dueño de lo nombrado, pues cuando la casualidad se ha perdido, solo queda negarla al sabor a metal oxidado del olvido, y dejar que la memoria se encargue de darle el sentido, antes de que el silbido se alargue por siete segundos y ya no pueda hacer nada.
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SEBASTIAN BETANCUR OCHOA
LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
ENCERRARSE EN LA LIBERTAD Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu. Aquella expresión tan utilizada por médicos, psicólogos, amantes, mamás o hasta incluso por asesinos: “cerrar los ojos”, me parece muy particular. Ese mecánico movimiento de dejar caer la obscuridad sobre los ojos es irrepetible e inconfundible. Ninguna otra parte del cuerpo se puede cerrar como se cierran los ojos. Las manos se empuñan, los oídos se taponan al igual que las narices y la boca, que también adopta el mismo verbo para anular el espacio que ella guarda, al “cerrarse” no produce las mismas catástrofes o consecuencias que sí suceden con los ojos. Al anularse la vista, al cubrir de negro toda imagen que pueda imponer su presencia explícita sobre nuestro imaginario, no sólo se potencializan los demás sentidos sino que la libertad emerge para crear sobre este lienzo negro todo lo que a ella, en su indomable juicio, le plazca. Esta obscura libertad también hace que el dueño de los ojos viaje insospechadamente a lugares imposibles abstraídos del cerco del aquí-y-el-ahora que nos calma ante cualquier incertidumbre. . Al derrumbar este cerco, al haber destruido esta reconfortante barrera que ilumina el camino como una autopista bien pavimentada y separada de la obscura e incómoda trocha, las posibilidades son infinitas.
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LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
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Al privarnos de la comodidad del mundo real, de esa certeza que tenemos cada vez que comprobamos que el cielo es azul, el pasto verde y las ciudades grises, la incertidumbre toma las riendas de nuestra consciencia para llevarnos a realidades inmunes al imparable y devastador devenir del tiempo. Sólo basta meterse dentro de las empantanadas botas y el caluroso uniforme del coronel Buendía para sentir cómo se desvanece su angustia y se evapora el sudor de la inminente muerte, cuando vuelve a ser pequeño para escapar del cadalso recordando los primeros años de Macondo. Cómo, sino cerrando los ojos, pudo Aureliano hacerle el quite a las balas por ese instante para recordar ese luminoso bloque de hielo que su padre lo había llevado a conocer. Y así como el coronel retarda el impacto de las escopetas cerrando sus ojos para viajar y encarnarse en ese niño que ya dejó de ser, para Gregorio Samsa, esa obscuridad debió haberse quedado mucho más tiempo en sus ojos para impedir que presenciara su triste transformación. El mayor golpe no fue verse así sino comprobar que esa figura que había tomado posesión de su cuerpo y yacía tumbada en su colchón, no era el producto de la indomable libertad que se divertía con atormentarlo en la obscuridad del lienzo, sino que era la luz de la certeza la que lo enceguecía con esta trágica e indudable verdad: era un insecto. O aquel anónimo dormilón que despierta no sabemos dónde, no sabemos cuándo, pero que ve ante sí a un dinosaurio y de ahí en adelante todo es y seguirá siendo historia. Para este personaje, el haber pausado la maquinaria creadora de la imparable libertad obscura (cuyos productos siguen siendo desconocidos para nosotros) fue lo que hizo que se inmortalizara su despertar en la mente de todos nosotros.
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Así funciona este acto de encerrarse en la obscuridad propia. A veces nos libera para viajar a la velocidad de la luz hacia una dimensión que sólo existe en nuestra realidad infinita y onírica y nos acoge en su seno para escapar de lo que no queremos enfrentar; en otras ocasiones nos empuja con crudeza y nos enceguece con esa verdad irremediable de una monótona existencia. Pero lo que sí sabemos con certeza es la incertidumbre que causa este enclaustramiento voluntario: una confusión que casi nunca nos preocupamos por resolver. Una duda perpetua que a diferencia de Hamlet, queremos ser y no ser al mismo tiempo, sin ninguna angustia, pues así como Chuang Tse acepta su propia paradoja de ser o no ser una mariposa y ésta, a su vez, hace la misma reflexión, nosotros cerramos nuestro telón para que la verdadera obra, o por lo menos la que con mayor intensidad queremos presenciar, comience y haga de ese despertar uno más real y de aquella libertina obscuridad el candil que ilumine el camino hacia lo trágico o lo cómico.
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PUENTE LEVADIZO
LAS LUCES QUE EMPIEZAN A APAGARSE Y se despertó de golpe mientras su cuello se movía hacia adelante y sus ojos se abrían. El frenazo del bus lo sorprendió y su frente sufrió un leve encuentro con el vidrio a su derecha. La calle estaba desierta, el semáforo en verde y el tráfico era inexistente. La fracción de segundo que se tomó el pasajero en subir, le fue suficiente para mirar de soslayo aquella acera que desde la noche anterior se había transformado en un nuevo espacio. Ya no sólo eran líneas de concreto, metros de asfalto esparcidos con mesura y ventanas que brillaban con indiferencia, sino que aquel espacio ya era un escenario macabro para él. Recordó cómo al salir del bar, con algunas cervezas encima y en dirección contraria a la de sus amistades, partió sin el más mínimo temor a la urbana oscuridad y al ver en ese instante en que el bus pasó por el semáforo, la titilante luz naranja de la esquina, se le vino a la memoria que aquella vez todo estaba sumido en las tinieblas; fue como si se encontrara entrando en un túnel o como si a medida que avanzara, el licor, junto con el poco equilibrio que impulsaba sus pies, le hicieran sumirse en completa oscuridad. La poca luna que se instalaba en las alturas se vio cubierta por una capa densa de nubes que hicieron que las ventanas en los edificios, que custodiaban su camino, se transformaran en las estrellas ya escondidas.
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Luces muertas que salían de rectángulos flotantes en las tinieblas: el titilar de un televisor, la constancia de una lámpara de lectura en una biblioteca o la tenue y romántica atmósfera de una pareja que cena a la compañía de una luz baja y escondida en una bombilla blanca; todos destellos alejados de su suerte e incapaces de impedir su fatal destino. Sus pisadas se perdían en la noche y el eco de sus zapatos se disolvía en las tinieblas. Sus uñas rechinaban contra la rugosidad de los edificios, mientras el crispar de sus dedos trataba de impedir que se desplomara su intoxicado cuerpo. No pasaba nada, era una sombra que caminaba hipnóticamente hacia una estrella recién muerta y el agujero negro, evidencia de su cadáver, lo chupaba con violencia para devorarlo entre sus tétricas fauces. Llegó a una esquina, se aferró a un poste con la fuerza de un agotado atleta y se dejó caer con sus brazos alrededor de éste y su cabeza inclinada sobre su pecho. Disparo. Las luces se empiezan a apagar. Disparo. Las artificiales estrellas que lo vigilaban empiezan a morir en la noche, una por una. Caen como un dominó esparciendo una impenetrable ceguera en la calle. Disparo. La pesadez de su adormecido cuerpo y sus perezosos párpados se desvanece, sus rodillas reaccionan como un resorte y lo elevan rápidamente. Su cuello se mueve frenéticamente. Ahora se encuentra entre la oscuridad que habría de recordar mañana a través de la ventana del bus. Se escucha un grito que, como todo lo demás, es consumido por la noche rápidamente.
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LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
PUENTE LEVADIZO
Estos disparos, el grito, el movimiento frenético de su rostro tratando de encontrar la salida a estas tinieblas, parecen haberle devuelto la cordura. Camina entre la noche. Sus pasos son firmes y constantes. Se detiene de repente al sentir bajo sus suelas ya no la solidez del asfalto, sino la humedad de un líquido que chapotea mientras se mueve. Se bajaría del bus en su parada habitual, pasaría la calle y mientras caminaba, las luces se encenderían para darle la bienvenida a la noche. El manto de nubes de la noche anterior no se olvidaría de su presencia y lo acompañaría todo el camino hasta la puerta de su casa. Ninguno de sus amigos le creería. “Estabas borracho”, le dirían. La cadencia de sus pasos sobre la acera se fue acelerando paso a paso. Sólo pasar una calle y estaría en su hogar. Las luces de sus ventanas los alejarían de la oscuridad y lo sumirían en aquella tan anhelada indiferencia. Sumergirse en la luz para alejarse de las tinieblas. De repente, el titilar de la luz de la calle se detuvo y una vez más la oscuridad lo acompañó. Sus nerviosas manos sonaron con el tintineo incesante de las llaves. La puerta se abrió casi de un portazo y al cerrarla para apoyar con seguridad su espalda sobre la puerta, el eco retumbó entre la ciega calle y las estrellas rectangulares siguieron su brillante tránsito entre la despiadada noche.
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AZUCENA MECALCO
LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
EL MISTERIO DE LO COTIDIANO Aunque Schopenhauer sostiene que: “la forma de aparición de la voluntad es sólo el presente, no el pasado ni el provenir: éstos no existen más que para el concepto y por encadenamiento de la conciencia, sometida a principios de razón. Nadie ha vivido en el pasado, nadie vivirá en el futuro; el presente es la forma de toda vida”, lo cierto es que nosotros somos personas del pasado. Estamos acostumbrados a ver todo de manera retrospectiva a través de nominalizaciones, conceptos y ensoñaciones. No sólo vivimos en el pasado, sino que lo hacemos en el pasado de las ideas. Nuestro universo se compone siempre con representaciones subjetivas abstraídas de una realidad individual, que se concatena a contextos en los que nos desenvolvemos por medio de convenciones. Añoramos lo remoto y ajeno e ignoramos el presente palpable sometiéndolo a un escrutinio constante y comparativo con los tiempos anteriores. Irónicamente, aunque nos deslizamos de forma lineal en la era de la tecnología, la inmediatez y los grandes inventos científicos, que día a día facilitan más nuestra vida, quizá hasta grados absurdos, nos hemos transformado en seres incapaces de asimilar a la misma velocidad que los computadores que creamos y actualizamos, para procesar toda la carga de información que satura las redes y que no somos capaces de cotejar.
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La relativa proximidad de nuestra vida con la tecnología ha mermado la capacidad de asombro, la iniciativa y la individualidad, que de acuerdo con Albert Einstein, es necesaria para poder pensar. Son cientos y quizá miles los escritores, filósofos, pensadores, cineastas y artistas en general quienes han abordado desde una postura individual la capacidad de asombro, no únicamente como vía para obtener una satisfacción inmediata y personal; sino también para llegar al punto en el que surgen innovaciones y cambios de perspectiva, que revolucionan los paradigmas actuales y originan nuevas concepciones que, a su vez, generan formas del pensamiento que sobrepasan las fronteras del tiempo y se instalan como referentes de toda una época. Sin embargo, como bien lo señalaba Yukio Mishima en Nieve de Primavera, la historia es la historia de las generalidades, los pensamientos individuales no trascienden al menos que se incorporen a la mentalidad general. Mas, esta adaptación a las concepciones particulares que toman una orientación universal tiende a sacrificar el significado real de las ideas, conceptos y, mucho peor, de la entidades físicas que las originan. “Yo adoro tanto como usted ciertos símbolos. Pero sería absurdo sacrificar al símbolo la realidad que simboliza”, apuntaba Marcel Proust en el último volumen de su colección La recherche du temps perdu. Bajo esta perspectiva, nos damos cuenta de que nuestra idealización del tiempo anterior obedece a dos diferentes tendencias: la insatisfacción y la incapacidad de sorprendernos.
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Desde un punto de vista lógico, la insatisfacción podría no ser una vertiente; sino una consecuencia tácita de la incapacidad de sorpresa, que día a día se hace más evidente. La indiferencia corroe nuestras vidas ahogándolas en el vacío de lo cotidiano. Procesadores capaces de ejecutar programas matemáticos que controlan bases de datos de extensión prácticamente infinita, simuladores, telescopios que nos permiten observar el espacio exterior en toda su magnificencia, microscopios que facilitan la visualización de partículas ínfimas, la tercera dimensión como parte cotidiana de la presentación de una película y hasta el 4D, con el cual es posible no sólo ver y escuchar, sino incluso percibir las sensaciones en las cintas, son parte de nuestro entorno habitual. Inventos que hace dos siglos sólo parecían posibles en los libros de Verne y que todavía en 1932 Aldous Huxley satirizaba como parte de una realidad remota, forman nuestro contexto actual y se infiltran de forma paulatina sin causarnos ni un ápice de sorpresa. En cambio, volvemos la vista atrás y miramos con añoranza y deseo febril las épocas gloriosas en las que genios como Friedrich Nietzsche le daban al mundo obras de la literatura como Así habló Zaratustra. y menospreciamos a literatos de la talla de Haruki Murakami por considerarlos demasiado “pop”. ¿No es acaso ese concepto “pop” lo que puebla nuestro contexto suprarrealista actual? ¿y no es precisamente tarea de la literatura retratar la realidad desde la perspectiva de su autor?
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Nos sorprendemos al saber que Einstein desarrolló la Teoría de Relatividad pero apenas giramos la cabeza para darnos cuenta de los nuevos avances físicos y tecnológicos que se llevan a cabo. Respetamos a personajes como Edison que nos obsequió con el perfeccionamiento de la bombilla eléctrica, pero ni por asomo nos damos cuenta de todo aquello que nos brindan los científicos de nuestro tiempo. Y nada hay en nosotros de la sorpresa que experimentaban los pobladores de las ciudades post coloniales al recibir los servicios, que hoy en día, nosotros consideramos básicos para la vida diaria. En tanto ellos se detenían maravillados en las calles, para observar como la densidad de la noche se diluía bajo la influencia de las bombillas colgadas de los enormes postes; nosotros no soportamos pasar siquiera un día sin energía eléctrica, principal sustento de las máquinas que nos conectan con nuestros semejantes y que nos acercan únicamente en términos virtuales. Nuestra realidad actual se construye virtualmente, las emociones se simplifican con emoticones que nos reservan el uso del lenguaje para mejores ocasiones y seguimos preguntándonos por qué la literatura, la filosofía y materias a fines merman su calidad con el tiempo. Desde luego las redes sociales y avances tecnológicos no son, desde ningún punto de vista, los causantes del adormecimiento que sufrimos, finalmente somos nosotros mismos quienes decidimos cómo emplearlos, de plantearlo desde otro ángulo estaríamos hablando de nuestra incapacidad frente a las máquinas que fabricamos.
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Y al enfrentarnos con esa realidad creada por nosotros mismos, retornamos a la inconformidad, al hastío y sobre todo a la incongruencia de la añoranza. Marcel Proust hace referencia a esta tendencia de forma casi poética: “en el transcurso de mi vida la realidad me decepcionó muchas veces, porque en el momento de percibirla, mi imaginación, que era mi único órgano para gozar de la belleza, no podía aplicarse a ella en virtud de la ley inevitable que dispone que sólo puedes imaginar lo que está ausente”. Quizá como bien redactaba Deleuze, los vacíos son cada vez más necesarios para conseguir percatarnos de lo presente, pues al igual que en la música se necesitan silencios, de otra forma no captaríamos los cambios en la melodía. En otras épocas, los silencios eran por demás prolongados, es decir que las carencias eran sumamente evidentes, hoy en día ya no diferenciamos entre lo necesario y lo sobrado. De esta manera terminamos por recurrir a las viejas tendencias del romanticismo, lo gótico e incluso a lo barroco para satisfacer las necesidades estéticas que creemos insatisfechas por nuestro contexto. Sin embargo, incluso nuestro idealismo se encuentra descontextualizado, precisamente por la carencia de referentes que sirvan como base a nuestra nostalgia del pasado. Conocemos los “qué” pero no los “por qué”, y como enamorados que le dan más importancia al “quien” que al resto de las preguntas periodísticas, nos fabricamos nuestros propios pasados románticos y deslumbrantes que opacan el presente circundante. Caminamos en el tiempo subjuntivo “hubiera”,
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“amara”, “pensara”, y terminamos por rellenar los vacíos con hipótesis intangibles. Y así caminamos sobre el tiempo perdido del que hablaba Proust, sin darnos cuenta de que la pérdida real se encuentra en la falta de curiosidad que nos brinde un intercambio de tiempo por experiencia; en nuestra nula capacidad de sorpresa que ya no nos permite conocer sino a priori, virtualmente y sin lograr una asimilación del entorno que nos transmute en entes nuevos cada día. La solución al mal del letargo y la nostalgia que bloquea el asombro es sencilla y no requiere siquiera del beso del príncipe de La bella durmiente, basta con sorprendernos, pues como decía Einstein “el misterio es lo más hermoso que nos es dado sentir, es la sensación fundamental, la cuna del arte. Quien no la conoce, quien no puede asombrase ni maravillarse está muerto”.
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CAROLINA BOLIVAR
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DESCRIPCION DE UN ESPACIO VACIO Cuando usted entra lo primero que ve es el largo zaguán hasta el final de la casa y la silla de ruedas eléctrica de papá. Los lugares de la casa sólo están al lado derecho, dejando el solitario corredor a la izquierda. El primer sitio es la sala, un lugar amplio que aún conserva los detalles de mamá. Tres muebles en tonos tierra con tres cojines del mismo color y dos de color mandarina, la mesa de centro con un jarrón sin flores, un confitero sin confites y un cenicero de adorno pues nadie fuma, estos hacen parte de la colección de cristal de mamá, salvo un florero más moderno que anda de colado. Una mesita para el teléfono, con libreta de teléfonos, dos porcelanas y una lámpara. Hay otra mesita, mamá era obsesiva con ellas, sobre todo con las mesas redondas, donde hay fotos, un calendario con forma de caballete y una escultura de unos negros que le regalaron a papá. Bajo las escaleras de la casa del segundo piso, papá mandó construir un closet rectangular donde guardamos cubre lechos y cosas de navidad. Sobre éste hay un buda, el equipo de sonido de papá, un dvd, muchísimos CDs, la Biblia (cerrada por cierto, ya que mamá era la única que la leía), varias porcelanas, vírgenes, un reloj y un cofre de madera donde estaban las cenizas de mamá, pero no, no hay lio, está vacío y ella no está. La pared de la sala tiene que soportar un espejo, dos cuadros y los bafles que mandó a instalar papá, aparte de unos lindos ojos de buey que le dan una luz tenue muy bonita. Ventana a la calle y cortinas.
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Avanzando por el zaguán, hay un arco en el techo, detalle de fina coquetería para llegar a la cocina. La nevera y al frente de ésta, la estufa. Nevera antiquísima, estufa moderna. La cocina es amplia, y es la única que tiene piso de mármol negro, porque las demás baldosas de la casa son de mármol blanco. Todos los cajones o, mejor, todo lo que compone la alacena es de madera, y se puede encontrar tanto arriba como abajo, adentro sólo hay vajillas, ollas y cosas aburridas de ese tipo, salvo la máquina para hacer crispetas. En la mitad de los cajones de arriba y los de abajo, está el mesón donde se ubica, aparte del lavaplatos, un escurridor, un microondas, una licuadora, una cafetera que mamá no conoció, una olla de arroz y un minihorno. Cruz de madera y escapulario, reloj, llaves y calendario religioso del 2012. Dos butacas. Podría decirse que la cocina tiene dos entradas. Hay otra que da a un pequeño patio donde se ubica el comedor y el escritorio (me niego a llamarlo “biblioteca”), aunque también como es obvio, se accede por el zaguán. Acá está el comedor, ovalado con puestos para cuatro en una casa donde sólo hay dos y un solitario frutero en el medio. En frente está el escritorio, un mueble alto de madera con muchos libros de todo tipo, más CDs de papá, casetes, portarretratos, un reloj antiguo a escala, el computador de mesa, la impresora. Dos matas, una de agua otra de tierra y un pequeño nochero abandonado con muchos papeles. Ventana que da a la habitación de papá decorada con más maricaditas que le gustaba tener a mamá y mi bicicleta negra. Hay dos cuadros y lo peculiar es que no tiene techo, sino una rejilla de hierro, unas tejas ubicadas en zigzag y muy buena ventilación. La entrada del zaguán también tiene el mismo detalle aquel del arco.
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Contigua a la entrada de la habitación de papá está su silla de ruedas vieja, la convencional y, lo más particular, la que prefiere aun por encima de la eléctrica. Cajonera con ropa en su interior, en el primer cajón una cantidad exorbitante de pastillas y medicamentos. Sobre ella las cosas personales que usa papá. Cama doble para él solito, aunque Canela se la pase allí acostada, un closet de madera, otro nochero o mesa de noche y encima de éste o, mejor dicho, colgado de la pared: el televisor. Una cruz enorme de madera, un escapulario de Buga y una foto muy vieja de mamá y yo. Unos pasos más por el corredor (me cansé de ser diplomática y decirle zaguán) y está mi habitación. Maldita sea, son muchas cosas. Haciendo esta descripción me doy cuenta que acumulo mucha pendejadita color rosa y vainas que probablemente nunca use de nuevo. Una cajonera de madera negra, con ropa, papeles y libros. Sobre ella una grabadora que me trajo el niño Jesús y que fui a comprar con mis papás, y más vainas chiquitas y floriaditas que no detallaré. Un calendario, una camándula y un atrapasueños en el mismo clavo. Colgado de la pared, el televisor, pero ese viciecito es de papá, no mío. Una estantería de madera con peluches, lociones y más cosas personales que huelen rico, medicamentos, gafas, anillos… bajo la estantería está mi mesa de noche, con un reloj inútil, un cofre, cepillos y peines, bisutería, collares y otro montón de cosas. También libros, revistas, una sombrilla y una alcancía de The Beatles que no tiene ni una sola moneda. Al lado está mi cama, camatarima en realidad, cómoda, donde sólo quepo yo así Canela sea una atrevida y se me ponga de sombrero en las noches.
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Un closet donde guardo más ropa, bolsos, sombreros, bufandas, zapatos, juegos de mesa y a Douglas. Un espejo con dos fotos polaroid de mis amigos y yo en El Juninazo. Un cuadro mío de cuando era bebé y varias fotos tamaño documento de mamá en distintas edades. Mi ángel de la guarda y otra camándula de Buga. Una ventana que da al patio. Cortinas. Al final del corredor, el baño. Nada de “al fondo a la derecha”. No. El baño es distinto a muchos otros porque no tiene la ducha ahí mismo, sino que son separados. Sanitario, lavamanos y espejo. Brevedad. Ah, y mentí respecto a los colores del piso de la casa porque me acabo de dar cuenta que el piso es azul celeste. Más a la izquierda está el patio, con el calentador de agua, los implementos de aseo, la lavadora, el lavadero y jabones varios. Volví a mentir, porque el piso del patio es en granito y baldosín rojo. No tiene techo, y tal como sucede en el comedor tiene una rejilla de hierro, aunque las tejas no están en zigzag ni lo protegen de la intemperie, porque la única teja que tiene está recostada sobre la pared. Finalmente, y frente al patio está la ducha. Básica, también azul celeste. Shampoo, exfoliantes, acondicionadores, tratamientos para el cabello, guantes y esponja color rosado.
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DOS ALMAS EN VUELO Entonces tocaron mi puerta. Vi que estaba oscuro. Claro, era de noche. Papá dormía, Canela también. Caminé pegada a la pared del corredor hasta llegar a la puerta, eso sí, no encendí ninguna luz. Miré por la ventana, a través de la cortina, sin abrir, sin hacer ruido, como me enseñó mamá. Confieso que alcancé a sorprenderme, era ella: mamá. La sorpresa no duró mucho, ella estaba hermosa y me inspiró tranquilidad. Me pidió que abriera la puerta: - ¿Y sus llaves?- le pregunté. Me dijo que las había olvidado en un estante muy alto y no quiso devolverse por ellas. Yo rápidamente abrí la puerta y no supe qué hacer. Hace algún tiempo ya no la abrazaba ni la veía. Me impulsé entonces a acariciarle el cabello, negro, ondulado, hermoso. Ella con su mano agarró la mía y me pidió que nos fuéramos: - Vamos, no nos podemos demorar. Le pregunté hacia dónde quería que fuéramos, pero sentí un tirón y de inmediato alzamos vuelo las dos. Al principio me asusté mucho, porque le tenía miedo a las alturas y ni siquiera había montado en un avión. Lo más alto que había estado era en un piso 15 donde me habían operado las cordales. Pero luego, lo confieso, me sentí libre. No tenía por qué temer: ella agarraba mi mano.
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- Nos vamos a cumplir la promesa, vamos a México- me dijo. Enseguida lo recordé. Antes de que ella dejara este pedacito de universo, yo le prometí que algún día viajaría a México por las dos para recordarla, y llevarla, simbólicamente, al único lugar que siempre quiso conocer con tantas ansias. Y allí estábamos las dos. Volando en mitad de la noche, surcando el cielo, subiendo y bajando hasta casi acariciar los techos. Recuerdo que en un momento subimos tan alto que pudimos ver las capas de la Tierra y el brillo de su alrededor. La noche era amena. El viento era tan suave como la seda y nuestro pelo se movía a su ritmo. Madre e hija, dos almas flotando en el inmenso cielo. Pasó algún rato, cuando de pronto comenzó a amanecer. Debo decir que nunca había visto uno. Sí había tenido oportunidades, pero nunca me detuve a apreciarlo. Esa vez sí. Esa vez lo vi completo: cómo el sol iba naciendo de las entrañas de la Tierra hasta posicionarse en lo más alto del cielo. Hacía calor. Entonces mamá me enseñó un truco: - Exprímala- me dijo, mientras agarraba un pedazo de nube y la posaba en sus labios. Hice lo que me dijo y ¡claro! Mis labios se humedecieron con el agua que salía del pedazo de nube. Fue magnífico. Continuamos el viaje.
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Mirando a mi alrededor pude darme cuenta que hacía rato el terreno que surcábamos ya no me era conocido. - ¿Llegamos?- le pregunté. La respuesta sobraba. Vi sus ojos perderse en la inmensidad del terreno, vi cómo se exaltaba con cada detalle, la vi sonreír como solía hacerlo hace algún tiempo. La dejé, hubiese sido egoísta pensar siquiera en tocarla para que volviera en sí. Hicimos un pequeño vuelo por el rededor, ella cada vez más sobrecogida por la grandiosa visita, yo, compartiendo su alegría, me limitaba a dejar que mi mano tomara la suya. Ella era mi guía. No sé cuánto tiempo pasó mientras hicimos el viaje, pero era hora de volver. Regresamos entonces por el mismo cielo. Recorrimos el mismo trayecto, no sin ser igualmente divertido que al principio. Charlamos, jugueteamos, viajamos abrazadas, contentas. De repente vi mi casa desde lo alto y comenzamos a descender. Llegamos a la puerta. Yo abrí y la miré para que entrara: - Un momentico y se va- le dije. Pero ella con una sonrisa tierna y una dulce mirada me dio a entender que ya era tarde, y no podía quedarse. Comprendí. Sin embargo, cuando la besé en la mejilla y me disponía a cerrar la puerta, entró conmigo, me tomó una vez más de la mano y me llevó a mi habitación. ¡Casi me infarto!
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Mi cuerpo estaba intacto. Me vi dormida en mi propia cama, estando a la vez tomada de la mano de mi mamá. Ella, tratando de calmarme, me acostó y se sentó a mi lado. Podría decirse que encajé como una pieza de rompecabezas. La miré mientras se iba alejando de mi habitación hasta perderse en el corredor. Quise levantarme pero me fue imposible. Pasaron unos 10 segundos hasta que tomé el control de mi cuerpo y corrí a la puerta, al abrirla alcancé a verla mientras subía de nuevo por el inmenso cielo, quién sabe con destino a dónde. - Carolina, ¿quién es?- preguntó mi papá. - Los evangélicos, pero ya se fueron- le respondí.
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GABRIELA MEJIA RESTREPO
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EL CARRO FANTASMA Todos esos pies parecían estar sumidos en una coreografía tan simétrica que no se diferenciaba un movimiento distinto al de la continua marcha de los transeúntes, que cansados de visionar sus propios propósitos, habían descendido a la innegable linealidad de las funciones ajenas. Una marcha desviada en la que solo se reconocía la rabia de los hombres que habían permanecido largo tiempo, y continuarían por mucho más, desechos en la frustración. Algunos se negaban a seguir infectados por la desesperanza y se exigían furiosamente salir del profundo desengaño en el que habían permanecido durante años. Entre ellos, el mono y su amigo Gerardo, dos espíritus agotados de esa tragedia humana que soñaban ser poseídos por nuevos sentimientos y visiones. Ambos preferían estar suspendidos en el aire que andar atormentados en la continuidad de una vida sin direcciones. Y sin mencionarlo, los dos coincidieron con la idea de explorar el camino místico por el que nadie se atrevía a transitar, pues estaba lleno —eso decían— de oscuras atrocidades y sacrificios. “Que nuestras oraciones cesen y la gracia del difunto venga por nosotros” decía Gerardo en un tono burlón, para incitar al mono a recorrer ese otro camino: se alejaron de la muchedumbre abandonada en la impostura y el fraude y se adentraron en una callejuela fría y humedecida por la lluvia, en donde solo se escuchaba el sonido imperceptible de la creación del universo.
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Pasaron horas de jubilosa paz, no hubo nada que los perturbara: ni un pensamiento negativo, ni el alto relieve de la enloquecedora funcionalidad de la existencia humana. Estuvieron en silencio, contemplando la soledad de lo intransitable; vieron las nubes veraniegas acercarse, las vibraciones de sus sombras, las ventanas abiertas de casas antiguas, y todo en ese pasaje, les parecía estar bañado por el barniz dorado de lo inexplorado. Comenzaron a hablar sobre lo reconfortante de no poseer nada, de desprenderse de cuando en cuando de los engaños y quedar en libertad para ir a ninguna parte. Fue el momento preciso para que el mono abriera el libro que llevaba debajo del brazo y comenzara a leer: …“En ese instante, algo en mi interior fue rasgado en dos partes por una fuerza brutal. Fue como si de los cielos hubiera caído un rayo y partido un árbol vivo. Oí el sonido producido por aquella estructura que yo había construido pieza a pieza, con todas mis fuerzas, hasta el momento presente, al derrumbarse lamentablemente al suelo. Sentí lo mismo que hubiera sentido si hubiese sido testigo del instante en que mi existencia se transformara en un temible no ser. Cerré los ojos, y, a los pocos instantes, volvía a hallarme en plena posesión de mi helado sentido del deber”. El mono pronuncio el nombre del autor en un tono bajo, sin voz: Yukio Mishima. Luego ambos volvieron a quedar en silencio.
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El mono recobro el conocimiento en pleno andar, estaba caminando por una calle próxima a su casa cuando recupero la conciencia. Confundido, miro a su alrededor y vio a un hombre que le pasó por el lado con cara de espanto, haciendo muecas de dolor. El mono se llevó la mano a la frente y se dio cuenta que estaba recubierta de sangre. No podía saber qué acababa de suceder, lo único que recordaba era a su amigo Gerardo caminado a su lado por el pasaje prohibido. Había recorrido algunas cuadras sonámbulo, y lo único que llevaba con él, era “Confesiones de una máscara”, el libro del que había extraído, anteriormente, el fragmento que le compartió a su amigo. El mono revisó sus pantalones, estaban rotos en ambas rodillas y su camisa estaba raspada en la espalda; era obvio que había rodado por la calle, y que tal vez la advertencia de tomar el pasaje abandonado se había impuesto ante ellos. Aún no comprendía qué había sucedido, por qué llevaba el libro después de haber quedado inconsciente y recibido un empujón que lo hizo rodar. Sin hacerse más preguntas, decidió buscar a unos vecinos para que lo ayudaran a entender lo que había pasado, recobrar su fuerza y su concentración. Fueron al lugar del olvido, con la intención de encontrar a Gerardo y alguna pista. Vieron a Gerardo tumbado en una esquina, él también había perdido el conocimiento. En algún momento intentó levantarse, pero en el primer movimiento, recibió un jalón que le hizo reencarnar un dolor que nunca había sentido. Sonó un estruendo y su fémur se partió al instante.
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No se supo con exactitud qué fue lo que les provocó el accidente, sólo consiguieron hacer algunas conjeturas acerca de un carro fantasma. El mono y Gerardo ya no volverían a divagar por el camino prohibid. Se resistieron y tomaron la firme decisión de no perturbar el misterio de las calles olvidadas que existen, para cazar los espíritus que se niegan a transitar la marcha unidireccional del ser para no ser.
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LA PENITENCIA Pascual, en medio del desierto, sintió como el sol lo atravesaba. Sin decidirse a abrir los ojos, recordó el aroma de las flores recién cortadas, la humedad del rocío, el perfume de la lluvia despedido al chocarse contra el piso, invocó el recuerdo de las revoltosas goteras que se escudriñan por cualquier agujero para encontrar refugio, pero de nada le sirvió, todas sus evocaciones le fueron inútiles al querer incorporase nuevamente. Tenía la impresión física de haber sido tocado por el ardor de Lucifer. Y de él no podría escapar. Su tallo estático no se lo permitía. Adquiriendo una postura recta, empezó a buscar el hilo roto de sus oscilaciones, de su movilidad. La insoportable quietud de su cuerpo le desesperaba. “Justo en medio del desierto”, pensó. Posiblemente otro escenario sería menos lamentable para Pascual: los terrenos calurosos, eran sin duda su máxima representación de esterilidad y hostilidad. Pascual no supo en qué momento se convirtió en un cactus. La mayor parte de su conciencia se había transformado al igual que su cuerpo entero en una planta suculenta. Lo único humano que permaneció en él, fueron algunas visiones de origen desconocido, junto con su sensibilidad al frío y al calor. Se encontraba en una situación donde no era capaz de reconocer la forma pero sí la decadencia.
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Desde el amanecer hasta la puesta del sol, permaneció delirante: Imágenes de ondas en las riveras perturbadas, cabellos enrollados por la toalla, un lagrimal sollozando, un poco de saliva expulsada al modular se hicieron regulares. Imágenes del sol en su estado más resplandeciente, un horizonte eterno, imperturbable, invariable, homogéneo, detenido. Cuando el último rayo de sol se enterró en la lejanía, Pascual consiguió respirar, su sistema se renovó: Todo el vaho recogido durante el día fue expulsado en un soplo de fugacidad. Y en medio de su tortura, el soldado que creyó ser un cactus, hundió su cabeza por completo y de su boca seca y rota despidió débilmente su postrer aliento. — ¡Mira! El infeliz de Pascual no soportó. Murmuro uno de los guardias.
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LA REVISTICA DE POEMAS La juventud no se hacía existente por estar presente en sus rostros o en sus cuerpos; eran jóvenes porque caminaban sin certeza: el mono escribía poemitas sobre los versos resonantes de Alejandra Pizarnik. Caminaba y cruzaba los puentes peatonales —Cuidándose de algún descuido que amenazará con sacarlo de su ensoñación— como quien sabe hacia dónde va. Se detenía en algún lugar y sacaba su revistica de poemas, empezaba a rayar entre versos maestros sus propios versos, porque poemitas era lo que el mono escribía y de un poema como este, sacaba un poemita como el siguiente: Cuarto solo Si te atreves a sorprender la verdad de esta vieja pared, y sus fisuras, desgarraduras, formando rostros, esfinges, manos, clepsidras, seguramente vendrá una presencia para tu sed, probablemente partirá esta ausencia que te bebe. — Alejandra Pizarnik
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Daba vuelta a su bolígrafo de un lado a otro; miraba y pensaba; hacía un movimiento, buscando lo inmóvil escribía sus líneas: El muro congela en sí mismo todos los ecos de aquellas voces que nunca se atrevieron a saltar desde nuestra garganta Des-andar los silencios para evocar los símbolos que siempre han estado allí. Ser cómplice del silencio, palpar sus voces menudas para encontrarlo siempre latente. — El mono Cuéntame todas las cosas del mundo, le decía el mono a su revistica, pues tenía las ideas más extravagantes y absurdas sobre los poetas y la poesía, intentaba hacer tangible cada palabra que leía, pero el lenguaje todo lo distorsiona y transforma, dice lo que es y lo que no, una y mil cosas. Y junto sátiros y ninfas, el mono dibujaba aquellas palabras y desenterraba sus más profundas dudas. Pobre alma perdida, vagando y compartida se hace en la poesía. Era de la generación de 1980, “cuando el fin de siglo era algo tan distante e incierto como el juicio final”. Ignorante del devenir, el mono soñaba con una retirada a Italia que quedara tatuada en el
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recuerdo de sus conocidos, y desdeñando el peso de los deseos que se cumplen a medias, desconocía que en todo lo que restaba de su vida, hasta su jubilación, iba a estar condenado a un exilio perpetuo, a un distanciamiento superfluo. Él llevaba su revistica en lo más profundo de su bolso, acogida entre un libro de urbanismo y de vivienda que su facultad le exigía cargar, cuando de repente, unas conocidas de Vicky, la amiga con la que se encontraba tomando un café, pasaron a saludarlos. Una de ellas, apoyada sobre la barra donde servían las bebidas se dio la vuelta y se sentó junto al mono. Los movimientos de las manos de aquella chica delineaban una delicadeza tan fina, que provocaba que todos los artistas de la época, quisieran pintarlos como el mejor de los espasmos. Su cabello rubio, rizado y esponjado caía sobre su pecho como la insinuación de un secreto. Sin que nadie lo notara ya era media noche y aquella cafetería había pasado de ser un local silencioso y apartado para convertirse en un bar reanimado y concurrido por estudiantes universitarios. Y allí, en la mesa junto al mostrador de los precios, se veían aún contentos y gozosos los cuatro jóvenes que se habían encontrado juntos por una misteriosa casualidad. Hablaron de las nuevas firmas para la construcción del metro, de los volantes que aparecían colgados en las paredes cada semana, compartieron sus opiniones sobre las nuevas reseñas… hasta que en el cuarto brindis, llegaron al tema de la poesía; el mono no pudo evitar decir algunas palabras sobre Alejandra Piazarnik, y en contra de sus propias reglas, terminó sacando su revistica de poemas del escondite dónde la llevaba guardada.
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Empecé a escribir algunos fragmentos de Alejandra para un programa radial de su universidad”, empezó a contar el mono, “pero cada vez que abría la revista terminaba escribiendo un montón de líneas, y eso de leer y sacar mis propios versos se convirtió en un juego”. El mono sabía que después de lo dicho, le iban a pedir que leyera algo y así fue. Él no podría negarse. Leyó un poema de la escritora: “En la jaula del tiempo la dormida mira sus ojos solos el viento le trae la tenue respuesta de las hojas” Y luego uno de él: “Como el mendigo que espera atrapar a los colibríes en pleno vuelo para interrogarlos acerca de su belleza suspendida.” Mientras leía, sintió que alguien le rozaba la pierna, al principio pensó que era cualquier pie que se había tropezado, pero el movimiento continuo y el mono no pudo seguir leyendo; era la chica del cabello esponjado la responsable de que el mono perdiera el hilo de lo que leía y prefiriera devolver a su lugar su revistica de poemas. Al desocupar sus manos, tomó sorpresivamente la mano de aquella chica y sin que nadie lo notara comenzaron a enredar sus miradas.
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JORGE ALONSO ESPIRITU
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CALLE MEDELLIN YO, LA CALLE, EL BARRIO, LA CIUDAD Para Tatiana Serna Castrillón Y Tatiana Ocampo Silva Vivo en la calle Medellín.Una vía breve, de apenas unas cuadras, entre las miles que se tejen en la inmensa Ciudad. A decir verdad, se trata de una calle común y corriente, con una diferencia sustancial: esta es mi calle. Llegué a ella hace no muchos años, los suficientes para enredarme en las espirales de los sucedidos, y para ahondar en los misterios que yacen enterrados en las macetas que cuelgan de los balcones. Llegué al cuarto del fondo de la casa marcada con el número 036. Llegué con dos maletas medianas, llenas de ropa, cuadernos, y algunas fotografías que recordaban personas lejanas y con ellas, residencias viejas. A los pocos días de mi arribo a la Ciudad, conocí a doña Elena, la vieja del barrio. La bruja del barrio. La mujer de los relatos. La eterna soltera de los cuatrocientos amantes. La última de los habitantes fundacionales. Su historia recorre todas las casas de la calle, todos los parques, todos los establecimientos comerciales que son y han sido, las alegrías y las tristezas, las tragedias: la llegada del agua potable, la vida de Orestes San Juan –el delincuente más famoso de la cuadra-, las fiestas con chocolate y churros y pan de pueblo con nuez o nata y los algodones de azúcar y los esquites y el chileatole, el equipo de
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futbol de los hermanos Roa, la boxeadora Belén Figueroa, los años de la epidemia y el terremoto del 85, en el que la vieja mujer murió enterrada por el techo de su habitación. La muerte de la narradora fue un golpe que trastornó la vida en la Medellín, incluso muchos años después, cuando me trasladé a ella. Es que las palabras que doña Elena inoculó en los niños del barrio crecieron en vegetación exuberante. A partir de entonces la normalidad se volvió rara. Prosa poética. Sobre los escombros de la vieja casa se levantó una biblioteca pública, que con el tiempo fue clausurada por el gobierno, en los años en que todo era sospechoso. Parece ser que a los habitantes del barrio no les importó demasiado, aunque por esos años, en las librerías de la Ciudad se comenzó a reportar el hurto sistemático de libros. Por supuesto que llegó el momento en que la vorágine que representó la generación posterior al suceso trágico, terminó por estabilizarse. En ese momento la calle se sumió en el anonimato, desapareció de las guías de caminos y de la imaginación de los habitantes de la Ciudad. Pero fue justo entonces que florecieron los mejores misterios de la calle Medellín. Misterios que conocí, en un primer momento, de boca de doña Elena y luego a través de la vida que se me volvió cotidiana. Voces casi secretas que toman el té en mi habitación. Brujas, herederas de la mayor, que si se les mira de cerca petrifican al vidente y paralizan el corazón del oyente con sus manías. Escenarios oníricos que atrapan de vez en cuando a los pocos transeúntes extraviados que se animan a andar el par de cuadras.
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Vivo en la calle Medellín. Y seguramente moriré aquí, junto a Elenita. Incluso si me voy de la Ciudad antes.
Calle Medellín
Silvia I Silvia se sienta en un banco del parque. Mientras lee, extiende el paraguas violeta y así protege las hojas, a veces del sol, a veces del agua. Siempre busca en los libros la respuesta a una pregunta diferente. Y siempre se va sin haberla encontrado. II A veces el agua es tanta que inunda el parque. Silvia no se mueve del banco, pero sí cierra el paraguas y permite que el líquido baje por su cabello, hacia su cuerpo. Entonces el papel del libro se deshace entre sus manos y la tinta se mete por sus poros. No podrá leer y no hallará las respuestas que buscaba. Y además, no le importa.
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Ettel Ettel no puede verse las manos, ocultas en la oscuridad que dejó el apagón. Tampoco alcanza a ver sus pies, ni el color de sus piernas desnudas. Da igual: todos los gatos, piensa, son pardos. Gabriela Mientras respira el vapor del té que sale por el pico de la tetera, Gabriela guarda silencio. Una suave música se desenrolla del interior del recipiente. Antes de sorber el té, Gabriela ya está llena. Nelly Nelly busca una estrella, sentada en la orilla del lago. No conoce sus coordenadas, ni su posición con respecto al sol, a la tierra o a la luna. Sólo sabe que la escupió un pez, uno que brinco muy alto. Tatiana I Tatiana camina con un monstruo peludo que tiene azules las patas. “Pies, por favor”, dice Tatiana cuando alguien lo señala, y entonces uno tiene que pedir una disculpa y corregir. Tatiana camina con un monstruo peludo que tiene azules los pies. II Caminar con tan distinguido acompañante tiene sus ventajas. Si Tatiana se cansa, el monstruo la sube a sus espaldas y avanza un poco más despacio.
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III Pero a veces arranca a correr con ella en los hombros. Sus pies azules y enormes caen sobre el asfalto luego de zancadas enormes que hacen pensar que flota. Es una ilusión que no permite ver la realidad: que es Tatiana la que vuela y ni ella sabe cuándo va a parar.
Sara Sara piensa en el desierto. Deja a su cuerpo sentarse en el suelo y levanta con sus manos arena. Un ruido la saca de sus cavilaciones. Es un camello que se coloca a su lado para ver pasar los autos hasta que anochezca. Lorena Lorena tira al viento tres vocales y tres consonantes: las de su nombre. Pasado el aguacero ya no es Lorena: es ella con algún otro nombre, alguno que cayó con la lluvia y que ella atrapó juntando las manos y empapándose. Gina Nunca suman más de tres las hojas de los tréboles en los jardines público, pero Gina junta un manojo y siente que tiene más suerte que cualquiera. Aura Aura baila bajo un árbol de ramas largas que se extienden hasta penetrar en una nube que en cuestión de minutos será agua. Escondida del sol, sin sombra, lleva sus pasos a la corteza, se abre paso entre las hojas y al llegar arriba brinca, preparada para llover.
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Isabel Isabel mira la ventana. Afuera pasan dos perros arrastrando a dos niños, un viejo comiendo un helado, dos osos y una bruja cargando su escoba, pero Isabel no los ve; sólo le interesa mirar la ventana.
Banco del parque donde Silvia se sienta todas las tardes
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Sesiones de vuelo de Tatiana y el monstruo de pies azules
Casa de Don Erasmo Salvatore, el hombre más viejo de la Calle Medellín, quien desde hace años sólo tolera las visitas no tan cotidianas de Azucena
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Local de Don Abraham Ramírez, el vendedor de letras
Antiguo hotel de paso destruido el día del terremoto.
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Historia de Orestes San Juan El plan maestro de Orestes San Juan, que desquició por años a la policía fue el siguiente: fingir que robaba. Ya que no existía un botín, no había forma de dejar huellas que permitieran su captura. Un día desapareció de la Ciudad y no hubo un rastro que indicara a dónde se había ido. Fue la obra cúspide de su carrera delictiva. Historia de los hermanos Roa y su poderoso equipo de futbol Club Medellín, era el nombre del equipo de futbol que encabezaban los gemelos Agustín y Fernando Roa. Certero como pocos, el Club conquistó un buen número de trofeos durante el tiempo que se mantuvo activo. A punto de dar el salto definitivo que los llevaría a las ligas profesionales, los hermanos Roa se dieron cuenta de que su pasión era el nado sincronizado, y abandonaron el equipo que fue eliminado en las finales. No se puede decir que los hermanos Roa fueran muy buenos nadadores. Historia de Erasmo Salvatore Erasmo Salvatore siempre quiso viajar por el mundo. Y lo consiguió. Se dedicó a ver y viendo se convirtió en un hombre retraído, enojado, triste. Un buen día, o tal vez un mal día, regreso a su casa de la calle Medellín y nadie lo volvió a ver salir. Pero los niños lo descubren espiando por la ventana, sobre todo en los días de fiesta
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Historia de Marco y Viviana Uno de los misterios más simples de la calle Medellín, es el que representan las macetas que cuelgan de los balcones de todas sus casas. Por supuesto, no se trata de una costumbre generalizada, no todos los vecinos son floricultores. Se trata de una promesa de amor de Marco, para conquistar a Viviana: si aceptaba amarlo, él mantendría florados los balcones de toda la calle. Claro que era una promesa innecesaria. Ella ya lo amaba, pero la calle sería más linda. Historia de Doña Elena Se enamoró de casi todos los hombres que habitaron la calle. Entonces era Elena y no Doña Elena, pero algunas personas ya le decían bruja. Brujería nunca hizo, aunque algo en sus ojos embrujaba, dicen quienes la vieron. A la casa de Elena llegó El Escritor y vivió un par de meses pagando una pequeña renta por una de las habitaciones y la cena. Después de cenar subía al tejado y fumaba, mientras le contaba historias a Elena. Dice la gente que fueron amantes, pero no fue así. El Escritor se fue del barrio y le dejó a la joven el regalo más bonito que pudo: las palabras. Ella se dedicó entonces a repartirlas, así, habladitas, porque nunca aprendió a escribir. Y mientras más las regalaba, más palabras tenía y se sentía más cerca de él.
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Fiestas de la calle Medellín
Lugar donde nadaban los hermanos Roa
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Tumba de doña Elena
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DIANA SALAZAR SANCHEZ
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MI PEOR PARTIDA En un amanecer rojizo me decido a tomar mi maleta, abrirla y empacar lo que sé que me haría feliz para tomar un viaje que no olvidaría. Terminando de empacar, emprendo mi viaje. En el camino siento como la turbulencia del avión me estremece cada vez que miro por la ventana, siento terror y mareo al ver las nubes como se entrecortan con el pasar del avión, la gente a mí alrededor se ve emocionada, no entiendo porque soy el único que siente pánico al subir y bajar el avión, es como si fuera una montaña rusa pero con múltiples caídas al vacío, los de mi alrededor parecen estar divirtiéndose como niños, se les nota felices y complacidos con lo que lleva de vuelo, mi interior esta aterrorizado, quiero salirme de mi cuerpo para no sentir más esa sensación abrumadora que me tiene nervioso, sigo mirando a mi entorno y la silla de al lado sigue vacía, con la esperanza de que alguien se acercara a mí, tan siquiera la auxiliar de vuelo para explicarme lo que ocurre, pero todos están es su lugar, pues habían dado la orden de mantenerse sentados. Escucho voces con un tono de voz animador, otras cantando y una carcajada que me queda timbrando el tímpano, es de una mujer, la mujer más hermosa que he visto, me quedo sorprendido mirándola fijamente, como su cara cambia de expresiones cada vez que el avión entra en turbulencia, parece que disfrutara de la sensación que deja el bajar y subir de ese aparato que me está atormentando y consumiendo poco a poco, la mujer se da cuenta de cómo la miro y me hace señas de que se está
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divirtiendo y de que yo debería de hacer lo mismo, de disfrutar el viaje pero mi subconsciente no me deja, ese vacío que siento cuando el avión baja me deja viendo doble, la mujer al ver mis expresiones de terror decide sentarse en la silla de al lado y trata de calmarme, yo lo intento pero mi cuerpo se ladea solo, como una fuerza externa se invadiera de mí y me manejara a su estilo, quiero poder controlar mis nervios pero es tan fuerte la presión que hay sobre mí que no soy capaz de controlarme por mí mismo. Por un momento el avión sale de esa turbulencia y toma un rumbo pacífico y tranquilo, la mujer de mi lado al ver la calma que siento se dirige otra vez hacia su asiento y me lanza una sonrisa y una mirada penetrante que se queda grabada en mi mente, ladeo la cabeza para mirar por la ventana y observo que estamos encima de un rio, esta crecido y lleva oleadas grandes de agua, se ve oscuro. En un abrir y cerrar de ojos ya no lo veo, pues volvimos a entrar en una nube que bloquea todas las vistas de las ventanas del avión, se escucha tronar y de un momento a otro empieza a llover, se escucha como las gotas de lluvia golpean contra la lata de ese aparato que para mí desgracia todavía sigo en él y comienza una turbulencia más fuerte que la anterior, esta vez mis nervios se alteraron mucho más y el control de mi cuerpo no puedo manejar, más bien el me maneja a mí, me siento ahogado en agua que arde, que no me deja respirar, me siento encadenado por un trago que no me deja salir, que me tiene atado y enviciado a él, trato de transportar mi mente a otro lugar, el lugar donde verdaderamente quiero viajar, ese lugar que tanto anhelo, el cual suspiro por estar allí, tranquilo, brillante y pasivo, un lugar que
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me de la libertad, esa libertad a la que quiero salir, ya no quiero estar más envuelto en ese mundo lleno de turbulencias, de terror y de alucinación, quiero viajar con mis cinco sentidos, con el manejo de mi cuerpo estable, sin ríos ni lagunas, con gotas de lluvia, no de agua que arde por todo mi cuerpo. Aunque me encuentro todavía en ese viaje tormentoso puedo pensar en lo que realmente quiero y reflexiono sobre lo que empaque en mi maleta para tener un viaje inolvidable, y me di cuenta de que lo único que empaque fue una botella de licor, nunca hubo viaje, nunca hubo un avión, nunca hubo una hermosa mujer, todo eso lo hubo en mi interior, en mi embriaguez, en mi pasión al alcohol, yo mismo me genero mis turbulencias, mis temores y mis viajes. Mi peor partida es mi peor enemiga, mi viaje no es físico, es psicológico, las copas se apoderan de mí y me transportar a lugares a los que no quiero ir, pero por más que quiero mi liberación, quiero seguir viajando.
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CARLA DUQUE MONSALVE
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LAMENTOS Despertó un día y vio por fin ese patético ser en el que se había convertido, un ser que no podía ver más allá de lo que sus ojos veían, un ser desconocido y trágico que sólo sabía encerrarse en una jaula, invisible, intocable pero tan compacta como la cárcel más segura. Sólo escucha el sonido de sus celos, sus malditas comparaciones, no ve en realidad quien es, paró en medio del camino y allí dejo a lo que la hacía única. De repente descubrió que estaba sola, sola sin ella, no sabe cómo buscarse, se deja consumir por el silencio, la oscuridad, trae consigo la pesada carga del vacío. El espacio interminable es demasiado para ella, se desespera, no sabe que hacer, ¡entra en pánico!... busca y busca. Tan realista como extremista, se ve, sí, ve lo que hay, y peor aún, lo que había y ahora ya no. Sólo hay un empaque vacío rodeado de lo que solía ser. No es lo que era, no sabe qué es ni qué debería ser. Siente un fuerte peso, doloroso y momentáneamente irremediable. ¿cómo librarse de esto, cómo hacer que no duela, cómo convertirse en lo que desea si es demasiado mediocre, demasiado descuidada, demasiado débil para lograrlo?, quiere ver resultados grandes sin ningún esfuerzo, ¡qué rayos espera!, por qué no vuela en la dirección correcta, si sólo choca contra los vidrios cual pájaro distraído. Vive tanto en otros planetas que ha olvidado como hacerlo en el suyo. No sabe ser feliz, no sabe reír, ni sabe cómo disfrutar; cómo demonios piensa que otro pueda quererla como es si ahora es una bolsa arrugada y olvidada.
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Dejó de ser la brillante obra que era para pasar a ser la aburrida pared blanca en la que resaltan otras pinturas, esculturas que sí saben brillar, que sí se esfuerzan. Pero ella, ella se conforma con verlas a lo lejos, añorando lo imposible, rogando por un poco de color en su desabrido ser. ¿Por qué no puede salirse, dejar su estático mundo, volverse real, auténtica y sobresalir?. Siempre espera que alguien venga e ilumine su vida, su ser. Debe ser su propio pintor, ser el escultor que moldee su propio camino, debe hacer que valga la pena existir. Sino para qué está. Es tan normal que nadie la nota, y, si casualmente alguien lo hace no es capaz de hacer que se quede. Nunca es lo primordial para ninguno, y por qué tendría que serlo, si ni lo es para ella misma. Cualquier cosa es más importante, espera tanto de los demás… pero no hace nada; sólo quiere ser el centro de atención, y cuando lo es lo evita a toda costa. Siempre la víctima, miles de excusas, mentiras y estupideces, cada día es más patética. Ahora ha aprendido a llorar, no ha sido algo positivo, se convirtió en un mártir, sólo se lamenta, no actúa, se encierra completamente. ¿Es esta la solución? No, pero… ¿cuál es, dónde está la salida de este confuso e infinito laberinto? Cómo vivir consigo misma si se odia. Odia este ser “incomprendido”, este sombrío espectro en el que se convirtió, que ni siquiera sabe apreciar lo que tiene, lo peor es que se justifica, justifica sus torpes acciones en argumentos vacíos y sin sentido.
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LUIS FERNANDO RODRIGUEZ
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LA CASA Mi casa está en la parte baja de mi barrio, después de una curvita, si la miras de lejos parece una vieja con dos ojos grandes que está gritando asustada, además es verde, como si fuera a vomitar, gas, que buena casa. Desde adentro de ella, se ve la luz de la calle por la puerta como llamándome, pero me salgo y no pasa mucho rato para querer entrar de nuevo, a veces me siento en la banca de madera que construyó mi papa a ver pasar la gente, pero la casa de vez en cuando me invita para que mire la cocina –debe ser que hay algo bueno para comer– pero no lo parece, casi siempre la comida apenas está cocinándose. En invierno cuando estoy por fuera, estoy casi seguro que mi casa me extraña, porque cuando llego mojado, inmediatamente siento, como si me arrojara una manta caliente y también –no sé cómo– me hace imaginar una bebida caliente y un buen plato de frijoles servidos en el comedor, ¿ya les dije que es redondo? es de madera y ya está malito. Después me hace prender el televisor para ver que están presentando. Yo sé que si mi casa hablara me diría –ah que te vas a ir por allá, a que– creo que ella me cuida; como no; eso tienen que hacer las casas que los papas sueñan para uno. Cuando llega la noche, a ella le gusta mirar más, sus ojos brillan y cuando voy bajando por mi barrio, esos ojos deslumbrantes me ven y se ponen más felices, me llaman como si estuviera de
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de afán, parece gritarme que entre rápido, que adentro están todos y solo falto yo, en ocasiones es mentira, pero yo la entiendo al fin y al cabo solo es una casa y así se comportan las casas normalmente. Las casas como la mía son muy imprudentes, a la media noche le gusta despertarme para que camine por ella –será que se siente muy oscura– pero yo no suelo usar la luz cuando duermo y entonces ella no me deja dormir de nuevo, para bajármela de encima lo que hago es simular que camino por ella prendo algunas luces y aprovecho para entrar al baño así ella se siente satisfecha, pobre, es que a esa hora todo está muy callado y a ella le gusta más cuando hacemos ruido. Siempre que llega la mañana, entre mi casa y yo hay una conexión tremenda, ni ella se quiere desprender de mi ni yo de ella, sin embargo con el paso de los minutos nos acostumbramos el uno al otro y ya nos da lo mismo si estamos juntos o no, cuando salgo se despide otra vez como si gritara –pero yo no le escucho nada y me voy, me gusta fingir que no me importa, pero en el fondo, la verdad es que anhelo regresar en la noche para ver sus ojos brillando así sea para que me diga mentiras.
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CITA A LAS SEIS Lo primero que apareció en el marco de la puerta marrón, fue un zapato deportivo de cuero blanco más bien amarillento por los pasos y el tiempo, conectada a él se movía una pierna desnuda hasta más abajo de la rodilla, poco poblada de pelos tiernos y negros. Junto al short de color negro y bolsillos carpinteros una mano pálida y débil empuñaba un revolver Smith & wesson calibre 38 con tres balas en el tambor. Una figura en plena adolescencia, acabo de cruzar aquel umbral, la radio emanaba sutilmente sus ondas en forma de “cita a las seis” de Ismael Miranda. Dentro del cuarto se podía ver el torso desnudo de un hombre corpulento dando la espalda y detrás de esa espalda, casi inescrutable; María, hermosa como siempre, también desnuda de la cintura para arriba. Mientras los músculos de la mano se tensionaban para poder levantar el arma, como un tenue soplido salieron de la boca de aquel párvulo con el arma en la mano y de mirada triste las palabras: “no más mama”… Un estallido seco, transformó para siempre el día de las personas que pasaban frente a la pensión de don Jacinto, que un minuto más tarde aparecía desde la oscuridad del corredor principal, que daba a la calle, corriendo torpemente, sin la camisa a cuadros de seda fina que se ponía todos los miércoles y con el pecho levemente salpicado de sangre. Su cara gritaba el daño que había hecho pero también reflejaba la inocencia de una persona que no sabía que tan lejos había llegado con sus actos.
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Un bolero seguía sonando en la habitación, María, a pesar, hermosa, con sus pechos al aire continuaba en la misma posición, pero esta vez se veía completa, ningún torso desnudo de ningún hombre de gran talla, limitaba a la vista su cara perpleja, los ojos vidriosos y su voz ahogada en el rio de sangre que llegaba casi hasta su dedo gordo del pie, cuyo origen era la cabeza de juan, su hijo, tirado en el piso y desde donde salía a borbotones con una fuerza tal que hacia innegable y le regalaba la vida al nuevo estado de quien años atrás corriera con su disfraz de linterna verde por esa misma sala. En una mesita de noche al lado de la puerta, permanecían intactas dos copas de aguardiente y una grabadora en la que dejo de sonar la canción hasta la última nota.
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BIS-HAN En una urna muy antigua, se encontró un antiguo manuscrito donde leía, que la sombra en los primero tiempos, era el cuerpo convertido en conciencia y que tenía la forma más sincera que podía tener cualquier forma existente en la faz de la tierra. Así los hombres que poblaban la primera tierra, caminaban por ella tranquilamente sin preocuparse por dejar atrás su sombra o tal vez de pisarla. Sin embargo en las noches era diferente pues nuestra conciencia se enterraba en el piso a sabiendas de que ya los hombres se disponían a descansar y no tenían que cuidar sus mentes, cuando la conciencia abandonaba los cuerpos y se enterraba los cuerpos de los hombres se ponían pálidos y salían ciertos tulundros muy extraños en la cabeza, eran raros adefesios abandonados por su alma que parecían zombis cuando se atrevían a divagar en la noche sin diferenciar lo bueno de lo malo y que tenían que ser controlados por un ente divino que solo se ocupada de eso para que en las mañanas cuando las almas de los hombres regresaran de su entierro no encontraran una masacre de despilfarro humano en los cuerpos que habitaban en el día. Bis-Han un viejo brujo que tenía la facultad de manipular su conciencia, observaba todas las noches y experimentaba con los cuerpos moribundos y divagantes que aquel ente divino descuidaba. Con el tiempo hallo la manera de enterrar la conciencia de manera permanente pues no estaba de acuerdo con que las personas vivieran resplandecientes de la franqueza y la belleza que les permitía tener conciencia.
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Tal belleza era en extremo aborrecida por Bis-han, pues con el tiempo de tantos experimentos con la conciencia había desarrollado deformidades como: la vista, que le permitía ver donde caminaba; una nariz, que le permitía olfatear por donde caminar; la boca que le permitía expresar con sonidos raros lo que quería; y unos oídos que recepcionaban cualquier sonido que emitiera por la boca, además de los pasos de los cuerpos sin alma (zombis) que por casualidad se salían de su descanso para divagar en la noche. Bis–Han creía que la deformidad que estaba sufriendo por aprender a controlar la conciencia era la mejor forma que podía adoptar el hombre y que abandonar la belleza era el precio para mejorar la raza humana. Con el tiempo, al viejo, con la deformidad le sobrevivieron los que el llamo sentimientos y que estuvo clasificando poniendo en cabeza de lista lo que él llamaba orgullo y ambición, estableció que el orgullo le iba a servir al hombre para destrozar cualquier idea que se opusiera a la ambición pues con todas esas deformidades también vino pegada al olfato y él le llamo “metas”. Finalmente el brujo Bis-Han encontró la manera de enterrar la conciencia para siempre, encerró una pócima que luego transformo en un gas que esparció por toda la tierra en una tarde en que el sol salo al revés, todo lo hizo en una tarde pues en ese entonces la tierra era tan pequeña que no necesito incluso preparar mucho de “la poción que entierra las conciencias de todos los hombres”.
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Después de enterrar las conciencias de los hombres, Bis-Han empezó a escribir “El Manual De Las Maneras Correctas”, pues ahora que los hombres no tenían conciencia surgía la necesidad de controlar a los hombres. Después de pasar mucho tiempo en la historia del hombre los hombres ya deformados como Bis-Han defendían el manual hasta la guerra y la muerte, si, la muerte porque con la deformidad a los hombres les llego un escozor raro que se sentía cuando los tocaba y también la facultad de morir, nunca nadie supo para qué. Los años pasaron y la historia de los hombres que ya no tienen conciencia se distorsiono, pues la deformidad también sobrevino con la facultad de olvidar, nadie sabe para qué; se les veía tan cómodos ahora, todavía defendiendo “El Manual De Las Maneras Correctas”, pero sin recordar su nombre ni su creador y tampoco saben para que, tampoco recuerdan como lucían en otros tiempos y mucho menos recuerdan la verdadera historia, por lo que tuvieron que inventar otras cien versiones, solo unos cuantos sabían de verdad que fue lo que ocurrió. Pero pasaron por locos pues a la deformidad se unió la facultad de que no te crean nadie sabe ahora para qué. Casi siempre ya de día o de noche se ve tirada lo que llamamos sombra que en realidad es la conciencia que se estalla contra el piso de un universo paralelo desde el abajo hacia el arriba queriendo surgir de nuevo cada vez que ve la luz.
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Hoy es normal ver a la conciencia ya llamada sombra corriendo detrás de su deformidad sin despegarse para no perderla como nunca se pierde la esperanza de los hombres y sus defectos de estos días. A partir del hechizo que enterró la conciencia de Bis-Han, los hombres empezaron a ampliar el espacio de la mente y ahora podían retener más pensamientos, a Bis-Han le pareció sospechoso ese comportamiento por lo que empezó a escribir en los anexos del manual de las maneras correctas, lo que era bueno y lo que era malo, todo según su propio criterio; se vislumbraba contento porque ni el mismo había podido identificar qué era lo bueno y que era lo malo para los hombres, al fin, pudo llenar los anexos del manual, sin embargo estas normas las había ideado según lo que él creía que hacía daño a los nuevos hombres. Bis-Han, que ahora tenía un gran castillo en lugar del pequeño toldo en el que solía vivir, se veía asqueado cada vez que se miraba al espejo pues la deformidad se iba desgastando y tomando una forma desagradable, lo que ahora se llamaba cara tenía unos tulundros realmente desagradables a los lados que se extendían fuera de lo que ahora se llama cabeza que parecían telas de carne, “todo un lenguaje nuevo necesario cada vez que una especie entierra su conciencia”, decía Bis-Han a través de las letras escritas en el manual de las maneras correctas. “lo mismo les paso a los lobos y a las ovejas hasta que ya no pudieron nombrarse”. Desde la cabeza, también salía una protuberancia en exceso denigrante a la que se le veían debajo unos huracos horribles que
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parecían mostrar a los hombre desde adentro, Bis-Han sin nada más que decir, le puso “nariz”, por ella se dieron cuenta que la tierra ahora más grande que en los primeros tiempos, estaba llena de un gas que se les metía por esos huracos de la nariz y les activaba una asquerosa menudencia que cuando funcionaba les daba facultades diferentes a las de los primeros tiempos, una de esas era la facultad de morir pues esa masa amorfa que deambulaba por la tierra nueva, no duraba mucho tiempo y con el tiempo se podría hasta que ya no se movía más. Ha pasado ya muchísimo más tiempo incluso más del que BisHan y los nuevos hombres puedan almacenar en su aumentado espacio mental después de la transformación, ya los hombres han inventado muchas historias de su origen, nadie sabe siquiera quien es Bis-Han, en su lugar han ideado una especie de monstruos que según ellos fueron quienes los crearon, las personas que así se llaman ahora caminan con dos túbulos largos que desarrollaron con el tiempo y se comunican entres si, el desgaste de sus menudencias ya no es raro y le llaman vejez y creen que los tulundros y los huracos son bonitos a la vista. El Manual De Las Maneras correctas de Bis-Han se quemó en una asonada que hizo un grupo que nunca supo, que dicho manual no tenía forma de libro.
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Hoy los hombres sin saber manejar el manual tienen la facultad de violentar los cuerpos de los otros, hasta acabar para siempre con su deformidad, otros logran luchar hasta el final con la podredumbre a la que se ven enfrentados sin embargo nunca han podido con la facultad de morir que heredaron de Bis-Han y las conciencias siguen estallando en forma de sombra cada que ven la luz, contra el piso, en una danza ahora hermosa que han desarrollado porque saben que a los hombres les gustan mĂĄs como sombra que como conciencia.
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DIEGO A. YEPES CAMANO
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VIAJANDO POR TU ROSTRO Un recorrido profundo por tu rostro, por los lugares que quedan en mi mente. Tienes una extraña y maravillosa virtud de soltar estrellas fugaces cada vez que sonríes. Son siete lunares que observo, En tu mejilla izquierda. Tres forman una constelación, Un cinturón de Orión. Un arte profundo dibujado por la naturaleza, ¡Qué gran marca afloja tu rostro! Encima de tus ojos, Dos cejas en forma puntiaguda, Acaudillan mi vista hacia una superficie; Un lunar en la parte derecha, Extraordinaria figura, Una silueta, Una flexura. Una hermosa sonrisa me atrae, Labios voluminosos, Sensualidad y erotismo, Sinuosa cintura de mujer
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Lento será mi viaje y profunda la llegada a los confines más lejanos. Iluminados ojos preciosos, Y la gran abundancia de luz en la ciudad. O quizás sus ojos sean la fuente de luz. Destello en un espejo, Un reflejo real del alma, Un brillo, ¿Ángel o Demonio? Un ángel con alas, Levantando un vuelo de cuerpo y alma. En sus mejillas la tierra y la luna, La inocencia pícara diurna. Tú rostro, Una maravillosa carta que fue escrita Y jamás llego al cielo…
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ELLA No soy un escritor ni tengo más mínimo interés en ser un tipo de esos. Soy alguien que escribe. Punto. Me gusta usar algunas palabras para crear un lenguaje y expresar lo inapropiado. Por eso plasmo estas líneas como regalo para algunos ojos. Al igual que Ella, no sé si alguien la posea, no sé si la puedan besar o hacerle el amor. Es una flor cortada con terneza, sin dolor, lento y placentero como sentir un algodón de azúcar desintegrándose en la boca. Me quedo con la inocencia de su mirada, la suavidad de su presencia y la luz centelleante de su sonrisa. Ella, la mujer que me tienta. Tan solo una mirada es suficiente para deslizarme en su piel con una caricia delicada. La arropo y desnudo su piel ardiente. Libre, atrevido, decidido a no ocultar nada.
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Ella, solo ella, sabe hacerme vibrar, Como si mi cuerpo fuera un instrumento musical. Solo Ella sabe cómo tocar, Sabe dónde poner en mí, Esas inquietas manos. Porque nadie como Ella, vistió de notas el silencio, Haciendo de algunas noches una sinfonía de recuerdos. Porque en nadie sino Ella, Se hacen melodía mis deseos En un pentagrama dibujado por mis labios En la oculta desnudez de su cuerpo.
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SERGIO GONZALEZ
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EL ESFUERZO INUTIL Tártaro cubrió su cabeza con un manto, se envolvió en sangre y dio a luz a la civilización enrojecida; ella, germinó en la tierra abrazada por las profundas caricias de su amor y vio nacer de su vientre, las lunas, las dunas y las espinas. Llegó incluso la noche en el páramo y delante de ella la luz enceguecida que cada tanto se asomaba en el alba y bendecía. Feliz , Tártaro, casi sin aliento miró a los suelos y allí dejó caer sus vacíos. Él, buscaba ver con sus ojos en fuego el silencio de sus dolores que se redimían. En breve, vio como aquellos vacíos que le acariciaban el corazón tomaron forma y segundo a segundo se transformaron en engendros vivos de piel seca y ojos entornados. Asombrado, Tártaro, vio aquellos como hijos y ellos conscientes de vida no dudaron ni por un instante en suplicar al padre los dones que según ellos merecían. Por esto, para agradarles, aferrado a su sombra, Tártaro les sonreía y bondadoso todo les concedía; día tras día, una y otra vez todo les entregaba, pero ellos hambrientos de más invariablemente pedían. Pasaron los siglos y mientras los cuervos volaban y los gusanos comían, los engendros nunca satisfechos a Tártaro enloquecían, por eso agotado él desfallecía y veía sin amor al engendro consumirle en el tiempo hasta el último día.
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Tártaro, harto, decidió entregarlos al destino. Allí, desamparados ante su propia desgracia no escatimaron un momento y respondieron inventando la herejía que, entre estatuas y rezos, los falsos ídolos construía. Adolorido ante semejante desprecio y con el corazón en pedazos, Tártaro no tuvo más remedio que pedirle a la muerte que de tanto en tanto con el soplar del viento sus ojos hundiera; ya que aquellos que alguna vez fueron carne de su carne, en su nombre, sentenciaron con santa palabra: Soledad, soledad, soledad.
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EL HIPNOTIZADOR DE MOSCAS Se desplaza en un espacio abierto en forma de estuario y de vez en cuando toma bocanadas de aire, las cala y siente un silencio culpable, un hielo fuera de foco que le arroja a contemplarse ante el espejo. Se para delante de él y se mira fríamente, se ojea de arriba a abajo y nota detrás de sí un cofre. Lo toma con temblores y un corazón palpitante, lo abre y se escalona en sueños, descansa sus ojos y deja salir las moscas que allí se encontraban. Las moscas comienzan a volar en el cosmos; son moscas extrañas y de sus alas brota el magma, parecen autómatas. El hombre se aterra al observarlas pues cree que son fantasmas. Las mira fijamente y frío teme distraerse; en ese momento asume que no hay nada más vivo. Este pensamiento le clava en el suelo horrorizado y allí se toma la cabeza en crisis. Piensa y piensa en qué hacer y con furia decide no rendirse. Comienza entonces a hacer lo único que cree apropiado: Levanta un poco la cabeza, se apoya en sus dos manos, dobla sus rodillas y se pone de pie. Mira las moscas y lentamente comienza a abrir su boca, toma aire y comienza a cantar. Las moscas que volaban en círculos, al oír su canto, comienzan a agitarse y a confundirse. Revolotean delante del espejo y comienzan a volver a aquél cofrecillo. El hombre se queda inmóvil y ve como una a una comienzan a regresar. Él se queda quieto hasta que la última de ellas entre y a él tan sólo le reste quedarse solo en su hemisferio.
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PUENTE LEVADIZO
Cuando al fin todas entraron, el hombre sintió una sensación extraña, como si acabase de despertar. Se mira nuevamente al espejo y se entera con espanto que ahora lo único que queda es su reflejo, ya no hay ningún cofre. Confundido por lo que había visto y sin certeza alguna se pregunta: ¿Qué tan reales son los sueños?.
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AMOR NUESTRO Entendernos siempre adorables u ofendidos, entre demonios y fantasmas; nosotros siempre fuertes. Nosotros blanqueados por las nubes, frágiles entre palabras; nosotros palpitantes, causados, intensos e infinitos, miraremos nuestros papeles en lira queriendo tocar el fondo del corazón; y con miles de razones en un camino sin denuesto, escucharemos los latidos de nuestras emociones, que pioneras siempre dentro del viaje se llenan de ecos y campanillas en este reino imparable. Nuestro amor en tormentas, en empatías posibles, es siempre fuerte e incalculable, todo lo ve; todo en ti, todo en mí, susurrado desde la superficie y el alrededor, fluyendo con nitidez; incluso en la zozobra y en la duda, incluso en la ausencia. Nuestro abrazo incalculable será siempre hallado en esta vida con la ligereza de lo celestial, con la complicidad y con la innegable calidez de la belleza. Nuestro amor como ningún otro muerde la fruta, muerde la ausencia y la esencia de nuestro aire que no desaparece detrás de la estela. Nuestro amor fuerte, siempre precioso, impregna nuestros caminos de dulce malicia, de caricias y besos, de vida e ilusión; de sueños con resortes y de un sensual flujo que como música crece en sonrisas y en cada uno de tus hermosos movimientos al caer. Nuestro amor como el arte es fuente generosa que absorbe y absorbe todas las cosas con curiosidad y éxtasis. Nuestro amor de infinita bondad asume el riesgo de la dulzura dolorosa que
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PUENTE LEVADIZO
impregnada viene al compás, danzando indistinta detrás del pensamiento, detrás de nosotros encendiendo lo impensable. Nuestro amor como primavera en sonrisas siempre renace entre mil flores y caminos, entre el calor y su radial, entre la fuerza que rompe el mundo y la magia que se desliza y acaricia con serenidad lo puro e imaginativo de nuestro ser. Por eso mi amor, bailemos lo inexpresable con tu intoxicación y fragancia, con tu cadencia indolente, suave, con tu sutileza, con tu cuerpo entregado en embriagantes curvas, con tu soplo celeste, con tu sexo siempre cercano. Tú, hermosa lira en sombra, puedes convertirme en polvo si quieres, puedes llevarme antes que la misma muerte.
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ANA MERCEDES CARDONA MEJIA
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EL MEJOR ABUELO DEL MUNDO El primer libro que recuerdo haber leído, se llamaba “Don Inventor” o algo así y era de un señor que se inventaba cosas para hacer feliz a la gente, también leí muchos cuentos para niños, de esos que me regalaban por ahí en los cumpleaños…Pero lo mejor que pude haber leído desde que tengo memoria eran los ojos de mi abuelo, el mejor abuelo del mundo. Siempre quise ser como él, era como una cajita de sorpresas, llena de libros e historias. A mi abuelo, el mejor abuelo del mundo, es a quien le debo todo, o casi todo. Mi abuelo, el mejor abuelo del mundo, desde que era una niña y no sabía ni caminar, me sentaba en sus piernas todas las tardes de todos los días y se dedicaba a contarme mil historias diferentes, mi mejor pasatiempo se convirtió entonces en ese: ya podía caminar solita y podía hacer otras cosas como salir a jugar, pero no quería, buscaba a mi abuelo y le decía que me contara historias, y me sorprende porque nunca se le agotaron, siempre me salía con una historia diferente.
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PUENTE LEVADIZO
Cuando me terminaba de contar historias, se paraba y se iba para su máquina de escribir, yo lo perseguía y me quedaba con él mirándolo mientras escribía, lo admiraba por eso, porque así como las historias, nunca se le acababan las palabras. Cuando llegó a la casa el computador y yo lo aprendí a manejar, se sentaba conmigo y me dictaba cosas que quería escribir, poemas, cartas y más historias. Un día, en secreto le pidió el favor a mi hermanito de que lo ayudara, pues yo estaba a punto de cumplir mis quince años y él quería para es, escribir con sus propias manos una carta en el computador, efectivamente, el 14 de febrero de 2008 cuando me desperté para ir al colegio, estrenando mis quince años, lo primero que tenía frente a mí, era una carta escrita a computador, por mi abuelo, el mejor abuelo del mundo. Yo le pedí el favor de que me esperara hasta la graduación, porque él ya estaba cansado, tenía 100 años ya, todavía se levantaba a las 6 de la mañana, se bañaba y se vestía con camisa, corbata y saco, se ponía su reloj y salía a caminar, iba a misa a la Basílica Metropolitana y luego se quedaba con sus amigos en sus sagradas tertulias en el Astor, compraba el aceite de higuerilla para prenderle la vela al sagrado corazón que mantenía en la sala y se devolvía caminando hasta la casa para almorzar y hacer su siesta.
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Pero a esas alturas de octubre yo lo veía cansado, sus ojos pequeños cada vez más cerrados, algunos días ya no iba a misa, no iba a las tertulias, tanto así que se volvió común ver a sus amigos de tertulia yendo a la casa a visitarlo, el que no faltaba era “el médico”, a quien nunca le supe el nombre, él iba mucho a hacer crucigramas, tomaban tinto y se reían juntos, pero me entristecía no verlo salir a él, al mejor abuelo del mundo. Un día, me acosté al lado de él, me quedé mirándolo mucho rato y le pregunté que qué era lo que le estaba pasando, él me dijo que nada, que simplemente estaba “cansadito”. Y entendí ese término y supe a qué se refería, se me salieron las lágrimas y sólo le dije que me esperara, que esperara a verme graduar del colegio, él asintió y me pellizcó la nariz con los deditos que ya se mantenían helados. tYo me gradué del colegio, él no pudo ir a verme porque le dolía una rodilla, per cuándo llegué a la casa su abrazo me bastó. A los meses ya no estaba conmigo, yo entraba a la casa y sólo estaba su silla vacía, la del mejor abuelo del mundo.
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GLORIA ISABEL GOMEZ
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SOSIEGO La tranquilidad no está en el ruido ni en el silencio. No se encuentra en la conciencia, no se ve en el mar. Nada es calma. La vida es turbulencia. Id a la nada y encontrareis angustia. Ama y con el tiempo serás desdichado. Piensa, reflexiona, y te someterás al caos. Busca para que te aflijas Detente para que ansíes. Llora, siente, la tormenta no termina. Espera preocupado y descubre que sólo escribirse en un texto se acerca a lo tranquilo porque por un momento, tanta angustia y tanto tormento son ajenos, son del papel.
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PUENTE LEVADIZO
LA EDAD DE LA CIRUELA Soñé. Entre los abetos le vi caminar. Suspendido por las hojas color de mora y las ciruelas que llovían, en ese espacio monocromático. Había en su mirada una especie de opacidad. Esta era la forma de avisarme que ya sin mí volvía a estar solo pero que a pesar de ello, jamás volvería para decírmelo. Yo pensaba que estaba enamorada porque él había conocido a mis dos abuelas y porque tarareó mi melodía favorita en medio de una discusión sin que yo adivinara que sabía lo que en secreto, mis oídos necesitaban. Pero ni Bach, ni Dilia, ni Amalia eran el porqué. Yo seguía siendo la minúscula tranquilidad y la grandilocuente angustia. Seguía rumiando entre cada cabello las razones de su abandono sin ver los abetos y los autillos, más valiosos que su ausencia. La conciencia de mi ceguera lo elimina del espacio y ahora soy yo quien está entre las ciruelas y el sonido de la zarzuela. Me permito despertar.
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MANUELA HENAO
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MANANTIAL INFINITO No somos superficiales. La belleza que se lleva dentro es para darla como el más leve rocío, no se deja caer en tierra donde seque y muera…. la aurora es corta y silenciosa, sutil como la brisa que se enreda en el caluroso verano… y es que si yo fuera manantial infinito, desbordaría un universo entero para dar vida a quien tiene sed, mas el camino es largo y la corriente débil, superficial seria no poder aceptar que tan solo un respiro tuyo al alba me haría entrar en profundidad.
MIL ENGANOS Una cosa es escucharlo del viento, otra es ver como un huracán se acerca a ti, lo ves venir, y ahí, cuando llega, te destruye en un momento, arranca de raíz aquel sentimiento que te hacia volar al menos con la ilusión… solo queda el perdón, el perdón impulsado de saber que jamás se es dueño de nada. Un juego de amor; unos niños en el arenero. Es profunda amargura la que destruye la inocencia pero fortalece la razón. La paz que al comienzo te genera lo blanco se convierte en la tortura visual de sentirse dolorosamente ciego. Una lagrima destella luz en la oscuridad; no más, basta arrastrarse sobre el fango, basta llegar al último escalón al borde del abismo... y cuando lo vez, que difícil es retroceder, mirar la primera escala desde tan alto; quizá sea más fácil ceder, caer de cabeza, pero no lo haré, pues no tengo ya cabeza ni corazón para ti.
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EL ARTE DE AMAR ¿No has visto alguna vez en una senda abandonada, pero acariciada por la primavera, cómo de punta la hierbecilla y vuelve a florecer sin descanso la vida? A la humanidad que te rodea le sucede otro tanto si tú dejas de mirarla con ojos humanos y reconfortas con el rayo divino de la caridad. El amor sobrenatural en tu espíritu es un sol, que no admite pausa en el florecer de la vida. Es una vida que hace de piedra angular sosteniendo tu vida. Basta con eso para elevar el mundo. El hablar donoso, la experiencia de los años. son dotes que no se han de descuidar. Vale más quien tiene más vida. Es bueno y sabroso, bello y coloreado un aromático trozo de manzana, pero, si se entierra, muere y no queda ni rastro de él. En cambio en la pequeña semilla, que no agrada al paladar por insípida e insulsa si se entierra, produce más manzanas.
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RUMBO Rumbo infraganti, incoloro, espumeante y fugaz. Rumbo muerto, caído, tropezado sin retorno, sin atajos. Caminito estrecho, roto descuartizado y amargo. Pedacitos de nada, pedacitos de un padre y de un ex amor enlodado y alérgico. Rumbo abierto, rumbo perdido, trazas mi cintura y mis pupilas. Tropezando voy con tus calurosas raíces cayendo en mi cabeza, olvidando mi pasado y recordando que soy buena. Buena para encontrarte, buena para buscarte, buena para alegrarme con tu refinado destino. Buena para alejarme y recordarte rumbo mi delirio mi temor agobiante.
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LOS FANTASMAS DE LA CIUDAD No te confundas, no vengo para asustarte con vampiros, zombis o brujas. Sin embargo, agárrate fuerte, pues tan temibles son mis criaturas, que reúnen las terroríficas características con las que estos monstruos te pueden abrumar. No los verás chupando sangre, pero como buitres entre la podredumbre se pelean por beber toda la miseria humana, y concentrarla en sus cuerpos pálidos y fríos de tan insensible manera de actuar. No son zombis, pero su carne podrida está, de tanto tiempo esconderse bajo tierra y oscuridad. Ni mente, ni alma, ni nada que dar, pues como muertos caminan sin poder pensar, escuchar o amar. Y los mejores conjuros saben lanzar sobre si mismos para no enterarse de nada y por las calles ciegos pasar. ¿Quiénes son estas temibles criaturas te podrás preguntar? Sos vos, cuando sobre el cemento de tu pequeña ciudad, a mendigos, prostitutas, pobres, drogadictos y demás, con tan inhumana actitud logras ignorar.
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LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
UNA NOCHE DE MUERTE Y LOCURA Una noche de muerte y locura decidiste venir a tocarme con esa arrogante ternura con olor a vodka barato. Parecía sincero el juego entre tu pasión y mi quietud. Mi único deseo de soñar con otro perfume que me acariciaba la espalda. Me pides que me gire pues no te das cuenta que mi norte es mi rostro contra la pared fría como mi cuerpo dopado. Has decidido enredarte en mi pasado buscando compañía, buscando calor y no hay más soledad en esta cama ajena que la del mismo desierto de tus temores olvidados. Si, una noche de muerte y locura decidiste venir a besarme con labios tajados de tanto desear y de tanto perder, sabes que no será distinta esta noche donde necrófilamente te dispones a asecharme mientras mi alma danza entre viñeros y atardeceres.
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ESTEFANIA HERRERA
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ENCENDER UNA CERILLA. Lo siguiente, sobre una superficie carrasposa. Empuñe una cerilla en una de sus manos, agáchese. Hágalo despacio y flexionándolas rodillas; es necesario que le den algunos calambres. No se precipite al piso; sienta la caída de los muslos atendiendo a la gravedad. Tensione las rodillas y aguante. Baje la cabeza hasta tocar las rodillas, haga equilibrio con las manos y quédese así por unos 30 segundos. Si usted es de los utilitaristas que piden funcionalidad y hace un reclamo beligerante ante una petición como ésta, déjeme decirle que esta agachada de cabeza y, por ahí derecho, subida de humores al coco donde viven los usos y las utilidades, le será determinante para buscarle la funcionalidad futura a la cerilla que va a encender dentro de poco. Ahora, vaya desempuñando cautelosamente la mano que agarra la cerilla y consiga acomodar el mango de papel ceroso que la ayuda a la combustión entre el pulgar y el dedo que va en la mitad de su mano. Después, con el índice de la misma mano, tóquele la cabeza. Rócela. Levante su cabeza un poco -sin flexionar la cintura-, mire hacia el piso y ubique la mano con la cerilla justo en el punto donde usted está mirando. Ahora, toque el piso con ella de tal modo que quede así: índice tocando a cerilla por un lado y cerilla tocando a piso por el otro. Después de la comprobación, arrastre enérgicamente. Deje que la superficie del piso maltrate lo suficiente la cabeza de fósforo de la cerilla como para hacerla chispear. Permita que ambas potencias -piso y fósforo-se unan; mire la llama que surge. Retire el índice rápidamente.
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Es posible que en el acto el dedo se hiera un poco, pero tranquilo que eso no se nota; además, lo que pasa en la primerísima epidermis nunca nadie lo ve. Ahora, ¡levántese sin miedo!; ágil, rápido. Libérese de la posición que tenía pero aténgase a que se la apague la llama y le toque comenzar otra vez todo el proceso. Si no quiere que le pase esto, curve la palma de la mano que tiene libre y enfréntela a la llama; cúbrala, vuélvase el guardián del fuego, como si aún no le importara la utilidad del calor flameante; como si fuera el fuego por el fuego. Ahora, considere los lugares a su alcance y la dirección del viento, decídale el destino a la llama y libérese de ella. Haga lo que quiera con la cerilla; láncela a un campo verde y quémelo, métala en el tanque de gasolina de algún auto y explótelo, prenda las cortinas de la casa de su enemigo y procúrele la muerte, agáchese otra vez y acerque la llama a la tela que cubre sus piernas y destrúyase o, sóplela y póngala debajo de su barbilla y sienta el olor de una llama muerta.
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EL CINEFILO Yo salgo de mi casa; él de la suya. Yo me siento a comer un rollo de canela y él también se sienta a comerse uno. Yo lo veo y me le acerco y le pregunto que si todavía tiene la extraña costumbre de hablar de cine en las salas de espera. Me mira extrañado y la boca le estalla en sonrisas. Me siento al lado suyo, muy cerquita. Me dice que qué grata sorpresa que qué bonito verme y que acaba de salir del Pulp Movies y que quedó odiando al Lord Alfred Douglas después de una semblanza suya en la película que vio, que qué majadero más descarado cómo pone al Wilde que, además de artista, lame el piso por él. Dice también que maldita Nueva Ola, que todo es dramático y los amores que muestra son dramáticos, que todo en ella desgarra y que sabiendo que en la vida real (y con qué ingenuidad habla este tipo de la vida real) los amores son tan ligeros que no entiende por qué se empeñan en mostrarlos desgarradores. Dice que una tipa conoce al amor de su vida en una calle parisina, en un puesto de revistas o en una biblioteca pública y se enamora perdidamente porque ve que el tipo lee a Rimbaud. Que definitivamente no entiende porque la maldita Nueva Ola desgarra, que no hay más que imbéciles desgarrados. Yo lo miro y él sonríe profundamente. Yo le pregunto que si es familiar de algún Antonio, que es que se me parecen mucho, especialmente en la boca. Mira hacia arriba orbitando los ojos y me dice que no, que no cree; que quién es ese Antonio. Le digo con fijeza que es un gran amigo mío. Que era mi novio. Que ahora es mi amante. Se queda quieto, me apunta la mirada y la boca se le pone sería. Nos vamos a hacer el amor.
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LA ETERNA Llevo 35 minutos acá acostado abrazando a la eterna, la mujer afilada y fina que me trae por el piso. Un brazo mío le rodea el estómago y las piernas se encaraman sobre las suyas aprisionándola. Nunca quisiera dejar a la eterna. Quisiera desmenuzarla y deglutirla, pero la eterna nunca me deja. Le toco el pelo y le digo que tengo que contarle algo, me dice que le diga y le digo que es la pendejada de que si quiere ser mi novia. La eterna se voltea, me da la cara y se queda quieta, el vapor a madera que le sale de la boca se mete por la mía quela traigo abierta y nerviosa. La eterna se abalanza sobre mí, me agarra la cabeza y me mete la lengua a la boca. Yo me retuerzo de dicha y pienso que qué forma tan hermosa de decir que sí tiene la eterna. Me desnuda todo y me hace el amor como las eternas: en pasado. Ella se levanta de la cama y se pone las bragas. Le hablo bonito y ella se calla. Se va vistiendo de a poquitos mientras la miro. Sigue callada. Coge su bolso y abre la puerta, me mira a la cara y me lanza un no. La eterna se va, dejando un portazo.
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UN HECHO CIENTIFICO Esta historia es tan corta, tan ínfimamente corta, como la voluntad del espíritu de la ciencia verdadera para posarse sobre el cuerpo de Biret Arango, una no tan conocida cantante de tango de delgada figura o, como dirían los sádicos del cuerpo, una mujer de figura vulnerable. Ahora les confesaré algo sobre Biret; ella es una mujer a la que le gustan las reflexiones. Pero no esas reflexiones optimistas de avance personal que lo afilian a uno a diferentes órdenes del espíritu. No. A ella le gustan las reflexiones que ni siendo optimistas ni pesimistas las puede relacionar con su vida cuando está sola. Un día a Biret le dijeron que no podría cantar más. Fue ahí cuando se le vio más triste que nunca; tumbada en una camilla del Hospital General mirando el goteo regular de un líquido cristalino contenido en una bolsita de caucho que colgaba del soporte metálico adherido a su camilla. Biret pensaba en la transición de la naturaleza, le gustaba como esas gotas pasaban de diáfanas puras a turbias pecadoras por el sólo hecho de abandonar la bolsita donde reposaban para meterse dentro de su cuerpo y crear una mezcla extraña de fluido natural con fluido sintético. El cuarto de hospital de Biret tenía una blancura hostigante. También tenía un montón de inoxidables aparatos para el cuerpo que, junto con el olor a suero y guantes desechables, creaban un conjunto de excesos propios de la bondadosa pureza con la que se suele atender a los enfermos terminales.
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Ella también sabía que, por cuestiones del azar, su cuerpo podía ser el cuerpo de cualquiera que, corriendo un poquito de mala suerte, podría estar en esa mala situación en la que ella se encontraba. Biret sabía que el cuerpo de ella, no era el cuerpo de cualquiera. Biret, –como le decían sus amigos del bar para darle más estilo–estaba tirada en esa cama porque a su laringe le dio el capricho de poner a crecer sus células en forma exponencial. Ella esperaba un tratamiento, pero ella y su azar estaban en un país sin tiempo. La espera de tratamiento se le fue alargando y, por muchos días, la mantuvieron quitándole el dolor. En el bar la seguían esperando. Un día, al fin por azar, un hombrecito de bata blanca entró al cuarto de Biret y le dijo con una vocecita no se sabe si inexpresiva, aburrida o acostumbrada: - Buenos días señorita Arango, yo soy el médico encargado del manejo de su enfermedad y de los procedimientos requeridos en el transcurso de ella. Le informaré el procedimiento que, esta noche, mis colegas y yo, practicaremos en usted. Pero primero, déjeme decirle que estoy a su completa disposición y puede recurrir a mis servicios profesionales cuando los necesite, sin ninguna vergüenza. –Y entregándole una tarjetica de contacto, siguió diciéndole–Ahora sí, le contaré rápidamente y en palabras simples, la práctica que realizaremos en usted. Primero, la anestesiaremos, con ello sus sentidos se deprimirán y usted no sentirá ni una pizca de dolor.
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Después, le insertaremos unas pinzas por la boca hasta alcanzar su laringe, al llegar allí extraeremos las cuerdas vocales afectadas por la enfermedad y de esta manera terminaremos la operación. Le aseguro que con ello, su esperanza de vida se incrementará estimablemente y se frenará la propagación de la enfermedad hacia órganos y tejidos de importancia fundamental para su supervivencia. - ¿Podré cantar después de la intervención? –preguntó Biret un poquito impaciente. -Bueno señorita Arango, mi equipo y yo hemos calculado probabilísticamente las posibilidades de que usted no pierda la voz pero, lamento informarle que los cálculos nos arrojaron un resultado casi nulo para las posibilidades a favor de ella. Pero bueno, bueno, usted estese tranquila señorita que nosotros hemos sido sensatos y hemos reflexionado sobre la importancia que tiene para usted hablar; es por eso que enviaremos su caso a las autoridades competentes para que le asignen gratuitamente un novedoso y efectivo dispositivo alemán que se encargará de traducir sus pensamientos en voz, así usted va a poder comunicarse sin problema. -Ah, y para que su tranquilidad aumente, déjeme decirle que el personal de este hospital se encuentra altamente calificado, y haremos todo lo posible para que su operación sea todo un éxito –añadió el que estaba vestido de blanco. Mientras Biret escuchaba la apología del éxito infranqueable del médico jefe y su equipo, su espíritu se iba convirtiendo en madera inflamable que esperaba por chispa.
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-Señorita Arango, ¡somos los reyes de los quirófanos de esta culta ciudad, no tiene nada de que temer! Biret dijo que no quería la operación, que no iba a poner en riesgo su voz por un cáncer majadero. El médico la informó del comité donde discutirían su caso. No se sabe que más pasó con Biret pero si se sabe que el médico se dirigió al comité encargado de los asuntos éticos y expuso el caso de la Arango. Ahí dijeron: “paciente de 37 años que se rehúsa a la prodigiosa intervención de la ciencia”. Los auditores y el equipo encargado dictaminaron, por decisión coincidente y democrática, la situación futura de Biret: no se abortará la operación. –Si se hace, la mujer podría morir o podría no vivir dignamente, acordó el comité. Ahh, ¡pero hay que ver cómo fue que lo acordaron! Eso fue una cosa magistral. Casi parecía una decisión del gobierno. Los acuerdos importantes siempre se hacen democráticamente ya que es lógico que las mayorías aseguren un mayor acierto. Y bueno, si resulta que la mayoría falla y crea la derrota, entonces se tendrán los pocos reclamos de las minorías, y no hay tanto problema. Horas más tarde, el médico informa a Biret que se le administrará un medicamento que, probablemente, sirva para mitigar la enfermedad y así poder abortar la misión quirúrgica. La cantante estira el brazo y lo dispone para el pinchazo del aguijón de acero pero, por una desventura de poder, Biret no sabía las colosales intenciones de su médico: un somnífero titánico fue empujado por el émbolo y penetró las cavidades venosas de la mujer.
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Los médicos la montaron en una camilla y la llevaron por los pasillos del hospital hasta acomodarla en el interior del quirófano. El procedimiento que siguió fue exactamente igual al que le habían explicado a Biret esa misma mañana. La destreza médica fue heroica y esa mujer ya estaba libre de las células malas. El efecto de la anestesia se acabó y la cantante despertó. Se encontró en el interior de la sala de operaciones y quién sabe qué pasó con la voz que le salía del cuerpo…
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MARIA PAULINA BARRERA VILLA
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ESCAFANDRA
Noche, noche, despierto, te vas y entiendo que uno tiene sus fragmentos de tiempo y espacio, sus pedazos de vida y de muerte juntitos, suspendidos en la porosidad del azar que los abriga. Es que no son buenos tiempos para los soñadores, Shakespeare dice que estamos hechos de la misma sustancia que los sueños, yo creo que hay poco ya de ese polvo, que los y nos conforman. Llevo ocho meses durmiendo de día en la nieve, para no sentir la ausencia y estas punzadas del final que me espera con ansias. Me refugio en mis instantes duales de lucha y desesperanza, paseándome en un vaivén entre la tragedia y las situaciones más dulces, visualizando un futuro utópico, donde sé que nada es seguro y todo es posible, la vida entera o la nada, que quizá terminen siendo la misma cosa; en el momento mismo donde hablar y callar saben igual, a sal.
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LOS CAMPOS MAGNÉTICOS
PUENTE LEVADIZO
Decido callar, vestida, inmune, pidiéndote con la mirada que no te vayas, que te des vuelta y te quedes un rato más en el lindero de ese abismo que nos separa, mirándonos a lo lejos con la escafandra puesta, pero con el mismo aire y los mismos tubos que conectan los globos cristalizados que rodean nuestras ideas. Ven, sígueme pintando con letras, que yo sigo derramando los pigmentos en el aire que nos falta. Quédate, así sea en la distancia, pero caminando en dirección a mí, mientras yo te espero en cada sueño. Aquí , ahora, muero con Vos. Mañana seguiré al fénix en la noche, noche.
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SOMBRA EN-TIERRA Caminé descalza para dejar que la ciudad me mordiera los pies , mientras la humedad en el pavimento desataba múltiples pesadillas, una silueta alargada que medio se alcanzaba a ver en la penumbra, me seguía, producto quizás del polvo, la morfina y tu recuerdo . Colgué la ropa mojada en la lámpara de tugsteno que titilaba al lado derecho de la avenida; mi piel donde cuelgan las palabras lavadas y planchadas: entre el alba y un abismo. En frases que olían a sándalo mordido me acosté, levitando a unos cuantos centímetros del suelo. Mi pecho desnudo miraba las estrellas y bajo el aullido de la luz intermitente, entre impulsos celestes y telúricos fuí perdiéndome átomo por átomo, en la penumbra lenta que cabalgaba en la silueta del tiempo y me dibujaba paisajes en las venas heridas. Se me durmieron las tristezas, se fueron tras el soplo inocente del viento, como queriendo huir de la nostalgia, dejando solo sombras mudas, y un vacío tal, que el mismo silencio enloquecía y moría. Sin aviso, a mi lado se sentó una mujer, no le veía el rostro, tenía un manto escarlata que me impedía el paso a sus ojos, cargaba una niña cual Kiriotissa con extrema ternura, pasando sus manos por el rostro infantil e indefenso segundo tras segundo, hasta mezclar los dedos y las plumas en una sola caricia.
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Su reflejo se posó en mis pupilas y me sentí al instante: Vida! al reverso de una superficie AMORfa, me vi ahuyentando la sombra, vaciándola en tierra, como si esas caricias fueran mías y llamaran a surgir las plumas que habían huido también de la nostalgia. Después de luchar hasta el olvido, enterrando ausencias, las suaves olas me alzaron la conciencia hasta la almohada azul de la mañana. Despertó el astro, afuera el pavimento ya no estaba húmedo y mi pecho seguía desnudo. Tenía mis manos negras, sobre el cuerpo frío, una en semi-luna, y la otra en semi-sol.
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SUSPENSION La miseria se hizo multiforme, tras encontrar el cuerpo y darse cuenta que el pulso había cesado; encontró un cadáver devorado por la ausencia, protegido por el frio, al que aún le temblaban los labios. Estaba suspendido en una pequeña porción de aire a 45 cm del suelo, incapaz de posarse en tierra, condenado a levitar mientras plumas blancas caían constantemente a su alrededor y al tocar el suelo se convertían en palabra mutiladas. Tenía la piel seca, el mentón y el cuello morados, las uñas de los pies con tierra, los ojos con una aureola gris, las manos con tinta violeta como un mapa con ríos, y un perfume que olía a lluvia, pasto húmedo y silencios. “Alguien había matado algo”, en soplos celestes había tendido allí el cuerpo, aquel que se reusaba a descender, dejándose contemplar por el alba y el ocaso día tras día. Durante dos semanas mantuvo el cuerpo sin enterrar, solo se sentaba con el rostro inclinado a-zu-lado, casi inerte y ponía una mano en la rodilla derecha para sentir las heladas extremidades que le daban al cuerpo una rigidez de piedra. Fumaba sin modular, tenía la costumbre de servirse pequeñas cantidades de tabaco, exhalaba el humo cual incensario para el ritual, mientras leía la edición nocturna del periódico, que siempre traía la misma fecha y titulares que ya sabía de memoria.
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El día diecinueve, mientras las sombras daban su paseo habitual al medio día, como sustrayendo de la nada un hilo de vida, las manos petrificadas comenzaron a abrirse y de ellas cayeron dos peces rojos y dos bolitas de cascabel, esta vez no levitaron, golpearon el suelo con un sonido hipnótico que suspendió la pipa y lo obligaron aparecer con un libro para sumergir los peces. Las plumas dejaron de caer y las palabras que yacían abajo tapizadas por el polvo , las que había reflejado un ardor profundo que contemplaban su agonía, comenzaron a tomar forma y adherirse al libro, convirtiéndose en olas para los peces y desembocadura para los ríos. Mientras el agua fluía, el péndulo volvió a moverse y ellos se besaron, deteniéndose un poco en las comisuras de los labios, porque no se reconocían.
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Nota editorial: Los escritos presentados no han sido modificados ni ortográfica ni gramaticalmente por petición de los autores para no alterar el verdadero sentido que estos le querían otorgar a sus textos. Por tal motivo, cualquier error de redacción presente en este libro electrónico no hace referencia a una falla de edición, por el contrario se refiere a la materialización misma de solicitudes expresas de los escritores hacia la Editorial Digital Koobe Books.
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