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Con su sobrino nieto Gonzalo
VI. Con su sobrino-nieto Gonzalo.
El tío Rodolfo luchó por su Galicia natal toda la vida, tanto como cualquier galeguista de los más afamados y recordados. Y lo curioso, es que no vivió en su tierra nada más que en la niñez -hasta los nueve años-, y más tarde, en una estancia breve de menos de dos años, cuando a la edad de dieciocho vino a Ourense con el fin de estudiar. Su exultante galeguidade tuvo necesariamente que ser grabada a fuego en el alma desde que nació en Os Peares, porque el tiempo vivido en “a Terra” resulta muy poco bagaje para tanto amor. Es verdad que en su camino bonaerense, encontraría bien pronto los ideales en los que sustentar los suyos propios. Y también es bien cierto que no pudo tener mejores maestros en su andadura en pro de Galicia, que los que en efecto dispuso a su lado a lo largo de los tiempos. Una decena de años, del cuarenta al cincuenta, coincidente con la inigualable presencia del mejor pensador que ha dado el galeguismo, Alfonso Daniel Rodríguez Castelao. Él fue su padre político, y Rodolfo, seu benquerido fillo, el fiel heredero de su doctrina, albacea de sus pertenencias intelectuales… y ahora, a principios del siglo XXI, considerados ambos como “irmáns” por los políticos que mandan “na Nosa Terra” en la última década. Rodolfo Prada Chamochín, tan galeguista como el que más, ha sido el gran ignorado en Galicia a lo largo de más de medio siglo, y es ahora, desde
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2015, cuando al fin le va llegando miento. su reconoci-
Cartel de los actos de homenaje celebrados en 2018 en Ourense.
Sin embargo, hubo algo en la vida que para el tío Rodolfo tuvo una trascendencia similar a su galeguidade. Ni mejor ni peor, distinta; ni más ni menos importante; con independencia total una de la otra… Pero de una enorme significación afectiva para él. No era otra cosa que aquel sentimiento íntimo imposible de controlar, de compartir con nadie, y menos desde la distancia. Se trataba de aquella morriñenta sensación que lo asolaría día a día, sin pausa, a lo largo de su vida en Argentina. Le faltaba “a Terra” y los suyos.
Tras el retorno a Galicia de Mamá Felisa con sus hijos pequeños, y años después, en 1916, de su hermana Daría con la familia -vinieron de visita a Barra de Miño… y ya no volverían, Rodolfo se encontraría en Buenos Aires, casi de repente, en la más completa soledad. Ni la madre, ni un hermano, ni un tío, ni un primo, ni un pariente… ningún familiar. A Mamá Felisa, tan recta y enérgica con sus hijos, la echó de menos desde el primer día que regresó a Galicia. Se llevó con ella a sus hermanos pequeños, pero a él, con su acostumbrada autoridad, le impuso quedarse en Mendoza y no abandonar el buen empleo que había conseguido en el banco. No le dio opción. Decisión acertada en lo material, tal como se demostraría a la larga, pero que también llevó emparejada la condición de emigrante para siempre, como así resultaría en el futuro. Se sentía bien en Argentina, tuvieron una acogida afectuosa, llena de oportunidades de trabajo, con el cariño de las otras familias gallegas, el buen trato que los argentinos solían dispensar a los gallegos… Se encontraba, en definitiva, perfectamente adaptado… Pero le faltaba la familia y “a Terra”. A Mamá Felisa le escribía cada semana, y ella le contestaba poniéndole al tanto de todo cuanto sucedía en la familia y en la aldea. Ambos, madre e hijo, aguardaban sus respectivas cartas con ansiedad. También con su hermana Daría mantuvo correspondencia toda la vida. Cuando vino a Galicia en 1948, sabía de los hijos de su hermana, de sus esposas, de sus nietos, de sus trabajos… de la marcha de la tienda, de los estudios de los chicos… Lo sabía todo… “Tu debes ser Luis Alberto, el hijo de Darita”, me dijo al verme. Tenía siete años.
Con Gonzalo, mi hermano mayor, tuvo el tío Rodolfo una conexión muy especial. Se conocieron personalmente en el viaje que hicieron los tíos a Galicia en los años cuarenta, siendo su sobrino-nieto un rapaciño de algo más de doce años. Por algunos días, les sirvió a Rodolfo y a su esposa Manolita, de tierna compañía en su andaina galega. Quince años después, en 1968, volvería a repetir viaje siendo ya un mozo de más de veinte. Pasaron casi sesenta años desde entonces, y aún recordaba mi hermano con todo detalle una buena cantidad de anécdotas de su paso por Os Peares, por Barra de Miño, por Eiradela, por San Lorenzo… escenarios de sentimientos muy profundos para él, la mayoría con incontenibles arrepios de tristeza.*
Santiago de Compostela, 1970. Gonzalo Rey Lama, sobrino nieto de Rodolfo Prada Chamochín.
* . El contenido de este capítulo está recogido casi por completo del libro “Tiempos de Mamá Felisa”.
<<En una ocasión -me contaba Gonzalo, recién llegados a Barra de Miño, y en el primer día de estancia en el hogar paterno, se asomó de noche a la ”solaina” de casa que miraba cara al río Miño, se quedó silencioso un buen rato, hasta exclamar de repente: “Melias con luz”. Era la primera vez que veía a San Miguel de Melias, la comarca del otro lado del río, alumbrado con electricidad. Habían transcurrido más de treinta años, y aquella oscuridad de antaño estaba ahora salpìcada de abundantes puntos luminosos. Estos sentimientos tan sinceros e intensos que llevaba escondidos en su alma, los iba espallando a lo largo de todo el viaje con una emoción y recogimiento que, muchas veces, se hacían pegadizos, a pesar de que yo era por entonces un neniño. Los viajes del tío Rodolfo en el coche que le cedía su sobrino Camilo, se volvían una cousa de tolos, un ir y venir de un sitio para otro sin descanso. Tenía tal interés en recorrer Galicia, que no era capaz de detenerse en ningún lugar. Tan pronto se encontraba en medio de la serenidad de la aldea junto a sus parientes, con la felicidad de su compañía… como salía sin previo aviso para Santiago a oir la misa del Apóstol… como se personaba en Tui para entrevistarse con un portugués… No tenía parada. Las reuniones familiares a su llegada a la aldea -continuaba Gonzalo-, se convertían en unas festas rachadas en casa de sus parientes. En una de aquellas celebraciones, en Barra de Miño, con la presencia de la mayoría de sus primos, el clan Chamochín montó una esmorga de las que quedan para el recuerdo. Después de una suculenta y opípara
cena, bien mojada con vinos del país, llegaron las copas de aguardiente de hierbas, de licor-café, de orujo… y con los ánimos bien a punto, los chistes y anécdotas de los Chamochín -con fama de excepcionales juerguistas- llegaron a un momento sublime. El caso fue que en aquella casa del Cruceiro -como en tantas otras casas grandes de entonces-, el enorme salón tenía en los fondos dos señoriales habitaciones, separadas entre ellas por un pasillo que llevaba a la cocina. El cura don Nicandro Chamochín -párroco del Cementerio Municipal de Pereiró en Vigo-, presente en la cena familiar por supuesto, tenía que celebrar misa al día siguiente muy temprano, así que a una hora bien avanzada, decidió retirarse a una de estas habitaciones contiguas al salón donde cenaban. A su hermana Consuelo, mujer de una gran simpatía, no se le ocurre otra cosa que, pegando el ojo a la cerradura de la puerta, radiar el trabajoso acto del cura quitándose la sotana y poniéndose el pijama, con la diversidad de imágenes que se iban sucediendo entre una vestimenta y otra, y todo ello bien adornado con un expresivo conjunto de gestos con los que les informaba de lo que estaba mirando. La fiesta tuvo un remate inolvidable, porque los asistentes, que estaban obligados a contener la risa para evitar que Nicandro se percatase de lo que allí estaba sucediendo, no aguantaron más y tuvieron que escapar a la solaina para, ya allí, reir y reir a carcajadas hasta hartarse… >> El tío Rodolfo tenía un excelente humor; hombre de paz, reposado, de voz dulce y siempre en tono de hermanar; ir en su compañía era como un se-
dante. De su lado Chamochín heredó la inteligencia, la vivacidad, la determinación, la firmeza… y aquella chispa de encandilar de los de su saga. En cambio, no se repitió en él aquellos prontos de genio, de carácter fuerte e impetuoso, tan propio de los de su apellido. <<Sólo dos veces -recordaba Gonzalo- vi enojado de verdad al tío Rodolfo, y las dos fueron en su último viaje a Galicia, en 1963. Una de ellas fue un 25 de julio, cuando asistía a la misa de Rosalía de Castro en el templo de Santo Domingo de Bonaval, festejo al que no podía faltar, y en el que siempre se encontraba con muchas amistades afines y con las mismas inquietudes. Cuando llegó de vuelta a mi casa de Santiago, nos relató cómo la Policía Nacional se llevó a la comisaría a su amigop Xaime Isla sin que le explicasen ni el por qué de la detención. Estaba indignado y en un estado de desconsuelo que aún tardaría unas horas en sosegarse. La otra vez que se cabreó de verdad fue en Os Peares, cuando visitaba la Iglesia de Temes, donde había sido bautizado. Al estar allí, le gustó entrar en la casa del Padre Feijóo en Casdemiro -las familias Feijóo y Chamochín se guardaban mucha amistad desde siempre-, y al volver me comentó con acento enojado: “Este Blanco Amor… mira que será ruín… firmó en el libro de honor de la casa en castellano”. >>
<<En aquellos días mostró un interés especial en visitar la Casa de Rosalía de Castro en Padrón, que por entonces estaba hecha una ruina
-aún no comenzaran a restaurarla-. Cuando llegó a los pies de lecho donde se dice que murió Rosalía, permaneció quieto, y le manaron unas silenciosas lágrimas. En los treinta y cuatro años de trabajo en la Casa de Rosalía -Gonzalo pertenecía al Patronato cuando me contaba esto- no he vivido ningún momento de tanta emoción. Aún se me encoge el corazón cuando me acuerdo de aquel día: veo delante como si fuera hoy al tío Rodolfo, inmóvil, con hondo respeto, con una serena quietud, aún que desprendiendo un fuerte sentimiento, las lágrimas cayéndole por las mejillas… parecía unido al alma de Rosalía, que por allí anduviese presente. >>
La “Casa da Matanza”, en Padrón, donde vivió Rosalía de Castro los últimos años de su vida. En los setenta fue restaurada poe la “Fundación Casa-Museo Rosalía de Castro”.
Mi hermano Gonzalo, por el hecho de haberlo acompañado en aquellos dos viajes por Galicia -en el segundo, 1968, siendo ya un hombre y con su ingeniería rematada- afianzó con el tío Rodolfo una amistad y una benquerencia muy singulares. El tío, desde la lejanía, mostraba siempre un gran interés por su familia, la de antes y la de ahora, y en las cartas a Mamá Felisa y a su hermana Daría, deman-
daba con insitencia que le dieran a conocer todos los hechos y andares de los familiares, sin olvidar a ninguno. Tenía verdadera adoración por los suyos, y los echó en falta toda la vida.
<<Échale una ojeada a esta carta que me escribió el tío Rodolfo cuando terminé la carrera en 1964 -me dice Gonzalo uno de aquellos días, haciéndome entrega de tal escrito, por cierto muy largo y mecanografíado con renglones muy juntos y letra muy pequeña.
Bos Aires, 15 de Outubro de 1964 Señor D. Gonzalo Rey Lama Mazaricos, 33 –Baixo Sant Yago de Compostela ––––––––––––––––––––––––––--
Benquerido e lembrado Gonzalo: Galego tí e galego eu, lóxico é que che escriba en galego. A santo de qué temos de botar man de idioma alleo, posto que o temos propio; e ben ricaz i espresivo e de longo e brilante historial. Por elo, e tamén por aquelo que dixo Lamas Carvajal: “Fálame na nosa lingua/ si é que me queres ben...”. E eu quéroche sinxelamente ben. A máis, o que me move a che dirixir istas liñas é cousa leda e con reigame no corazón. Logo, ¡qué mellor, para espresalo, ca duzura e garimosidade da nosa fala! E vaiamos a elo. Pola tua aboa Daría e polo teu tío Rodolfo, tiven a grandísima notiza de que remataches brilantemente a tan rexa carreira de Inxeniero de Camiños. Chegue a tí, por elo,
miña mais enfervoada noraboa e meu quente anceio de que Deus che depare abondosos éisitos no desenrolo da mesma, para satisfación e proveito teu e para lexítima orgulleza de teus queridos pais e para todol–os que estamos xunguidos a tí pol–o sange e pol–o agarimo. Asimesmo, fólgome como patriota galego, porque as tuas aitividás profesionaes terán de seren proveitosas para Galicia, pois, pol–o caraute das mesmas, sempre se desenrolarán a prol do progreso da nosa sagra Terra. Para d–algún xeito testimuñarche a ledicia que sinto –que sentimos, pois Manolita me fai prena compaña n–elo–, pol–o teu trunfo, dispuxen que a Editorial Galaxia che faga chegar uns libros que che prego recibas como recordo noso. En longa e garimosa carta, teu tío Rodolfo, amáis de me dar a boa nova da culmiñación da tua carreira, fíxome chegar o informe teu encol dos concursos do S.E.U. e as follas de convocatoria dos mesmos para o ano 1964, nos que, ¡o fin!, se incruie o idioma galego. Todo ello intresóume moitísimo e prodúxome viva satisfación ollar a lóxica nova modadilade, a cal, sen dúvida, á sere proveitosa para unha mellor armonización da heteroxeneidade peninsular, heteroxeneidade que non é unha invención dos homes, senón un feito irreversibel de Natureza, val decir de Deus: xeografías, psicoloxías, culturas, linguas, etc., diferenciadas palmariamentes. Dos homes ten sido, –e en moitos aspeutos inda sigue sendo de xeito irritante–, a cegueira e a torpedade de pretender enmendarlle a Deus o seu feitío. Daí a lumiosa aititude de IIº Concilio Vaticán en defendemento das linguas vernáculas, pois todas elas son de orixe
diviño, dispondo que n–elas se digan as misas e se imparta o enseño evanxélico e doutriñal. Miñas felicitaciós pol-o devandito informe, no cal atopo agudas ouservaciós. Dende logo que o teatro galego non ten ainda a categoría e desenrolo do catalán. Claro que Galiza non ten unha cidade da grandía i empuxe de Barcelona, nin ten ainda a sorte de que suas crases cultas (aristócratas, capitalistas) teñen lealtade patriótica ao seu país como a tiveron ea teñen, a pesares de tudo, as catalás. En Cataluña, probes e ricos, patróns e obreiros, bailan xuntos a sardana collidos das mans, e falan a cotío na sua lingua. Elo esprica o auxe da literatura e do teatro catalás. Dos galegos depende –dos de enriba e dos de embaixo–, que en Galiza ocurra o mesmo. E Deus mediante ocurrirá. Xa se ollan craros síntomas a prol d–elo, asegun as informaciós que leo nos xornais dai. A elo axudará moito o acrecemento do potencial económico e industrial que se ven dando en Galiza. A crásica probeza do noso pobo, depauperaba o seu espritu ea sua persoalidade. O arrequecer que se ven operando en xeral na Galiza, á de ir ergendo e fortalecendo o espritu ea personalidade de seu pobo. O demáis virá, –como na frase bíblica–, por añadidura... Eu xa non terei a dita de o ver en prenitude, mais ti sí que chegarás a gozar d–elo. E velaí que me deixei levar pola miña teima patriótica galega, quizares máis da conta. Na tua inxénita bondade e na tua condición de galego me amparo para que me atures con xenerosidade. E ren máis pol-o de hoxe. Fólgome de che reiterar as miñas felicitaciós e bos agoi-
ros. Garimosos saudos e fortes apertas do teu tío–abó. Firmado: RODOLFO Y MANOLITA
Años setenta. Rodolfo y Manolita en su casa de Buenos Aires. Detrás se observa el retrato que el pintor gallego Manuel Colmeiro le hizo a Manolita en los años cuarenta.
VII. Con su sobrino Emilio*
También Emilio, el más pequeño de los sobrinos, le guardaba una honda devoción al tío Rodolfo, y siempre que se lo permitía el trabajo, lo acompañaba en sus andanzas por Galicia. Emilio había nacido en Barra de Miño -el único de los cinco hermanos nacido en Galicia; los demás en Mendoza-, y se convertiría desde que lo vio nacer en su casa, en el nieto favorito de Mamá Felisa. Contaba su nieta Darita que la abuela lo había cuidado con especial esmero, y que al dormirlo, lo dejaba en la cuna, y le cantaba: “Río Miño, río Miño, baixa caladiño, non espertes ó meu neniño”. Abuela y nieto se profesaban un intenso cariño. De ahí que Emilio fuese además un importante testimonio de los andares de Mamá Felisa por la aldea, en especial en aquellos años en los que ya no tenía ningún hijo en casa. Por eso que a menudo le reclamaba a su hija Daría que le enviase al pequeño a pasar unos día con ella. Durante veinte años estuvo Emilio viajando de Vigo a Barra de Miño para acompañarla, primero lo hizo de niño, luego de mozo, y después de la Guerra, de hombre curtido, al llegar de Madrid de vacaciones de sus estudios de ingeniería. De manera, que con sus habitual fantasía, y el abundante desparpajo que exhibía para adornar todos sus relatos, Emilio le iba contando al tío Rodolfo los últimos tiempos de Mamá Felisa por el pueblo.
*.- El contenido de este capítulo está recogido del libro “Tiempos de Mamá Felisa”.
<< ¡Mucho paseé con Mamá Felisa por la aldea! -le contaba Emilio al tío en una sobremesa en Eiradela, con la familia del abuelo Camilo. Recorrí con ella todos los pueblos de la comarca: Coles, Pereiro de Aguiar, Velle, San Lorenzo, Belesar, Bamio de Fondo… No paraba quieta nin un instante, y por todos los caminos que pasábamos no había un sólo vecino al que no saludase, siempre efusiva y cariñosa, con respuesta de ellos respetuosa y servicial… “A mandar, doña Felisa”. Todas estas historias y anécdotas de su madre en la aldea, las escuchaba el tío Rodolfo sonríente y en silencio, prestándole una enorme atención. Gozaba mucho con ellas, como si los recuerdos y aventuras de Mamá Felisa, de sus familiares y de los amigos fueran las suyas propias… como cavilando lo que él también hubiera vivido de no quedarse en Argentina. Con las fantasías de Emilio añadidas a la realidad, su deleite llegaba a un momento álgido, y el sobrino seguía contando sin descanso. <<Mamá Felisa, desde la casa de Barra de Miño, un día visitaba a sus sobrinos del “Cruceiro”; otro, a las hijas de su hermano Augusto, caminando dos kilómetros monte arriba; y también iba junto a su amiga María de Lagariños, aún dos kilómetros más de subida… Y para ella, nada, como un paseíto. Se movía por aquellos caminos que cruzaban montes y campos con una facilidad pasmosa… A veces, al regreso, se hacía de noche, y yo hasta pasaba miedo. “Abuela, nos vamos a perder”, le decía. “Calla neno, como nos vamos a perder en nuestra propia casa”, me contestaba con genio, al ver mi cara de congoja. >>
<<Y en estas visitas, Mamá Felisa acostumbraba a llevar unas onzas de chocolate en la falticreira, para que sus sobrinas no gastasen en la merienda, y eso que en su familia tenían una fábrica de chocolate, allí, muy cerca de su casa. Para estas cosas la abuela era muy mirada, y no le gustaba abusar. Muchas veces cruzábamos el río con David, el barquero, para visitar a los Feijóo, que tenían su casa en la otra orilla, en Casdemiro. Eran familias muy amigas y allegadas, y en cuanto recibían una visita de un familiar, o de alguna amistad importante, se daban la noticia de un lado al otro del Miño, colocando una sábana en el balcón. Alguna mañana que otra, a Mamá Felisa le venía el antojo de repente de acudir a misa a San Miguel de Melias, también en la otra orilla del río, y entonces desde la ventana, le gritaba a David para que le diera el recado al párroco don Eleuterio, de que no comenzara la misa hasta que ella llegase. El cura la esperaba en el altar con toda la paciencia -lo mismo que el resto de los feligreses-, y hasta que doña Felisa se acomodase en el primer banco, el monaguillo no hacía sonar las campanas que anunciaban el comienzo de la misa. >> El tío Rodolfo no volvió a ver a su madre desde que, en la primera década de siglo, había abandonado Mendoza y regresado definitivamente a Galicia. Pero recordaba de sobra su carácter enérgico, los genios repentinos, y su forma de ser autoritaria. Sabía que eran características de los Chamochín, y Mamá Felisa no podía ser menos. Cuando su
sobrino relataba sus andanzas por la comarca, el tío se reía mucho porque la estaba viendo en su mente como si la tuviera delante. <<Pero a pesar de sus arrebatos de genio y de su dominante autoridad, Mamá Felisa era en cambio una mujer muy generosa, e irradiaba simpatía -como todos los Chamochín- cuando se encontraba de buenhumor. Además de muchas otras cosas, hacía un chocolate con el que toleaban todos sus familiares y vecinos de la aldea, a los que convidaba sin reparos ni distinción alguna. Así como los cogía a veces por sorpresa para que les hiciera encargos, también les empujaba para entrar en su casa y disfrutar de una chocolatada en condiciones. La cocinaba con mucho amor en la lareira de pedra, y remexía sin parar la deliciosa mezcla para que no se quemara. Luego, lo servía en una de aquellas chocolateras de madera, acompañado, por supuesto, de un buen roscón, bica, galletas… siempre con algo. De manera, que si te acercabas una tarde por la casa de la abuela, a eso de las seis, podías encontrarla merendando con media docenas de rapaces vecinos; otro día, en cambio, con las fuerzas vivas de la aldea, el señor cura, o el alcalde, o el juez comarcal…; y cuando se juntaban “O Talladas”, el carnicero -iba a llevarle los encargos, Modesto, el carpintero, y Bugarín, el oficial del Concello, las carcajadas se podrían oír al otro lado del río. A estos, además del chocolate, les daba unas copitas de licor-café -Mamá Felisa se las daba adrede para “inspirarlos”-, y entonces, las burlas y barbaridades acerca de los convecinos que salían
por aquellas bocas, no se acababan nunca. A veces, hasta se quedaban a cenar en casa convidados por Mamá Felisa. “Xa non falades vos, fala o licorcafé”, les decía, mirando la botella casi vacía. Pocos vecinos dejarían de probar alguna vez su chocolate, que ya gozaba de una gran fama por toda la aldea. >> Emilio le contaba al tío Rodolfo las mil y una andanza de Mamá Felisa, y por supuesto, con el engrandecimiento natural con el que un “Chamochín” acostumbraba a dar a sus relatos, tanto que a veces se podría dudar de que no fuera más que una simple invención… Pero el tío no paraba de reírse… y a veces a carcajadas. Que le hablasen de los últimos tiempos de su madre… fue para él la mejor conversación en aquella recordada sobremesa en Eiradela. <<Un día de verano, en pleno mes de agosto, estaba yo pasando una temporada en Barra de Miño, y a la hora de la siesta, con un calor axfisiante -seguía contando Emilio, y tal como era su costumbre, Mamá Felisa se asomó a una ventana y al primer paisano que pasó por allí -le era igual que fuese hombre, mujer o niño- le ordenó tan tranquila, con voz fuerte y decidida para que le oyese bien: “Oes tí, Modesto, vai onde Rodolfo Montes e dille que quero velo maña as doce”. El tal Modesto le respondía presuroso: “Si dona Felisa, o que vostede mande”, y al momento, dejaba lo que estuviese haciendo, para cumplir el recado encomendado, algo que no tendría demasiada importancia, si no fuese que Rodolfo Montes vivía en A Peroxa, a diez kilómetros de Barra de Miño, en pleno monte y
cuesta arriba. Mamá Felisa ni le daba las gracias al recadero de turno, y por supuesto, al día siguiente a las doce en punto, el tal Rodolfo Montes aparecía en casa sin rechistar. >> Emilio contaba en otra ocasión que aquellas hermosas y altas laderas alrededor de Barra de Miño, las conocía Mamá Felisa de arriba abajo. Caminaba por ellas de un lado a otro como si fuera un joven montañero, y por entonces, ya estaba a punto de cumplir setenta años. <<Cerca de la casa de Mamá Felisa -continuaba Emilio- vivía el carnicero del pueblo: feo, grande y medio calvo, con la nariz llamativamente torcida. Le llamaban “O Talladas”. Había sido portero de fútbol en Brasil, y decían que muy bueno, y contaba Mamá Felisa que a punto de acabar un partido muy importante, un delantero le chutó tal “chupinazo” desde tan solo tres metros, que el pobre de “O Talladas” tuvo que elegir en décimas de segundos: o agacharse y encajar el gol, o parar el balón con la nariz, porque no le daba tiempo de pararlo con las manos. Decidió hacerlo con la nariz, se convirtió en el héroe del encuentro, ganaron, y los hinchas lo sacaron en hombros del campo… y la nariz quedó torcida para el resto de su vida. >> El sobrino también le comentaba al tío, que Mamá Felisa era una extraordinaria conversadora, y que a veces, cuando se encontraba animada, mantenía a la gente embelesada escuchando sus historias. Su vena “Chamochín” salía a paseo, y tanto te podía hacer llorar un día, como al otro, reírte a carcajadas.
Una tarde de invierno, de aquel primer diciembre que pasó Mamá Felisa en casa de su hija Daría en Vigo, en un día de lluvia y frío, se juntó una buena tertulia alrededor de la mesa camilla. Con la ayuda del brasero, y un suculento chocolate de merienda, la tertulia se fue animando, y Emilio, que la conocía tan bien, le tiró de la lengua a Mamá Felisa -con más de ochenta años-, y ella comenzó a recordar con una amplia sonrisa…
Vigo, 1941. Felisa Chamochín, en casa de su hija Daría, ochenta y cuatro años, poco antes de fallecer. con
<<Un buen día, y sin avisar -reproducía Emilio el relato de Mamá Felisa de aquella tarde, mis seis sobrinos se escaparon para México huyendo de las férreas leyes y tremendo orden que imponía su padre, Augusto Chamochín, mi hermano como sabéis. Así que Nicandro, Alfonso, Manolo, Alfredo, Amador y Graciano, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, embarcaron de polizontes, no se sabe cómo, en un trastlántico y acabaron en América. No le quedó a mi hermano ni un solo hombre en casa, y poco después también se marcharía su hija Eva. Tampoco fue de extrañar, ya que mantenía a raya a los chiquillos: horarios inamovibles, fuertes trabajos con los jornaleros, órdenes tajantes… En casa no había más opinión que la del padre. Mientras fueron pequeños se fue llevando la situación, pero cuando crecieron, las relaciones con el padre se hicieron insostenibles. Y sabiendo de la “sangre caliente” de los Chamochín, las peleas se sucedían una tras otra. Como muestra de su forma de ser, mi hermano Augusto los hacía levantar a las seis de la mañana para asistir a la Novena de Ánimas, en el mes de noviembre, en pleno invierno… Y desde luego, el santo Rosario se rezaba todos los días, sin faltar uno, a las ocho de la tarde… y ¡cuidado!, que a veces se repetía por advertir que los rapaces no ponían la debida atención. >> Mamá Felisa se reía ella mismo al contarlo, y todas aquellos hechos que relataba con tanto hechizo, ahora, desde la serenidad de la vejez, le causaban unas incontenibles carcajadas, le hacía una enorme
gracia al recordarlo. Era como un reconocimiento de culpa de una manera de vivir muy peculiar, de las locuras y ocurrencias, tal vez disparatadas, de los Chamochín. Y sin querer por ello arrepentirse de nada en nombre de la familia, parecía al menos que el humor con el que lo explicaba no era más que una manera de lanzar al aire un amago de disculpa por las extravagancias del clan.
Barra de Miño, principios del sigloXX. La familia de Augusto Chamochín. Faltan en la foto los tres hijosmás pequeños.
<<¡Demasiados Chamochíns juntos!” -continuaba Emilio con el relato de Mamá Felisa. Después, en México, Nicandro acabó ordenándose sacerdote en una solemne ceremonia en la famosa Basílica de Guadalupe; Manolo se dedicó al comercio de la madera, sector que ya conocía de Galicia; Alfonso montó una tienda de sombreros y se casó con una clienta; Eva se casó dos años más tarde con un doctor de Yucatán -decían que descendiente de los indios mayas, de la realeza, con un nombre muy raro que quería decir “Pico de Aguila”, un hombre
muy guapo; y los otros fueron tirando como pudieron… Y lo que sí hicieron mis sobrinos en México fue mucho barullo, como era su costumbre, y no había fiesta en la capital y alrededores en las que no se notase su presencia. Los líos de faldas eran cuantiosos, y más de una paliza se llevaron de los hermanos y padres de sus “víctimas”. Contaba mi sobrina Eva, que había una villa que la apodaban “Chamochín”, por estar habitada por una buena cantidad de hijos de sus hermanos -Mamá Felisa no paraba de reir al contarlo-. Nunca se supo si era verdad, que algo habría, o se trataba de una acostumbrada broma de mi sobrina, al más puro estilo “Chamochín”, que además de un genio endemoniado, siempre tuvimos mucho sentido del humor. Mis sobrinos, desde luego, fueron toda la vida tan festeiros como de hacer follones, sin quedar fuera ni el mismo cura. Al “Padresito Nicandro”, que así le llamaban muy repetuosos los feligreses mexicanos con aquella dulce entonación, tuvo que volver a España huyendo de una de tantas revoluciones que allí acontecieron. Al parecer, desde el púlpito, con aquella autoridad acostumbrada de los de su estirpe, puede que hubiese manifestado cualquier barbaridad en contra de los revolucionarios del momento, y por lo tanto le andaban detrás con no muy buenas intenciones. En una de estas, se presentaron en casa de los “Chamochín” varios tipos con sus bigotazos y caras serias, preguntando por el cura. Los recibió mi sobrino Graciano, el más pequeño de los hermanos, que haciendo honor a su nombre era muy gracioso, hasta el punto que le llamaban “O Chilindrín”, por ser bajito, regordecho y muy inquieto.
Tuvo que entretenerlos y sortearlos de alguna manera para evitar el peligroso encuentro con su hermano Nicandro, que a todas estas estaba a punto de llegar. Así que sacó unas botellas de licor-café de Barra de Miño -tan fuerte que decían que explotaba con una cerilla-, y copa a copa, chiste va chiste viene, remataron todos bebidos y amigos para siempre, claro… Por aquella vez salió del apuro, pero Nicandro escapó arreando para Galicia en cuanto tuvo oportunidad. >>
Pontevedra, años cincuenta. Don Nicandro Chamochín, casando a su sobrino Emilio Lama Prada y a Tatá Bellver, con la presencia a ambos lados de los padrinos, el juez Bellver, padre de la novia, y Darita Lama Prada, hermana del novio.
Las historias de Mamá Felisa cuando cogía la onda no tenían fin. Aquel día se hizo muy tarde para ella, y tuvieron que interrumpirle para que se fuese a acostar. Una vez acomodada en su habitación, la que siguió el hilo de la conversación fue Daría, la querida hermana de Rodolfo, que según su
hijo Emilio que lo contaba, tampoco se quedaba corta relatando cosas de su vida: las propias, las de la familia, las de los hijos, las de los vecinos… El ingenio de los “Chamochín” para el relato no podía faltarle a ella.
<<Cuando estalló la Guerra Civil -sigue Emilio transcribiendo las palabras de su madre Daría, el primo Graciano vivía en Ourense, y era “medio rojo”. Regresara de México tiempo atrás, y cuentan, que escapando de las gentes de Pancho Villa, que lo querían linchar por ciertas chanzas que les había gastado, cosa muy del primo cuando llevaba unos tequilas de más. En una noche de aquellas, en los comienzos del conflicto nacional, se salvó del temible “paseíllo” por muy poco. Lo fueron a buscar a casa, pero al ver que el salón estaba lleno de una buena cantidad de santos y de estampas de la Virgen -debían ser de Nicandro-, cambiaron de idea y tan sólo se lo llevaron detenido. Permaneció encerrado en el Monasterio de Osera durante dos meses. Para liberarlo, las buenas mañas del cura dieron su fruto, y eso que Nicandro no era “medio rojiño” como el hermano, si no que era “rojo total”, y siempre pensamos que fue la sotana la que lo salvó de algo más peligroso, porque tampoco, como buen Chamochín, no se puede decir que callara por demás a la hora de opinar lo que le parecía. Basta como ejemplo su salida de México. Las peleas que teníamos el abuelo Camilo y yo con el primo Nicandro en la tienda, con Francisco Franco por el medio, eran muy fuertes y sobradamente conocidas en la familia. Después,
pasaba tres o cuatro días incomodado con nosotros, y dejaba de hacernos su visita de todas las mañanas a eso de las doce y media, al terminar su trabajo en el cementerio. Tras la discusión, que trascendía enseguida, mis hijos se metían conmigo: “¡Qué mamá… Hubo choque de trenes… Chamochíns juntos, y saltan chispas! >> El tío Rodolfo se mantenía ensimismado, con su dulce sonrisa en la cara, escuchando las anácdotas de sus familiares. Estaba claro que los Chamochín no eran precisamente gente muy discreta, de ahí que su sonrisa se convirtiese a menudo en carcajadas. Al tío le hubiese encantado ser testigo de alguna de aquellas tremendas peleas entre Nicandro y el matrimonio. <<El fuerte carácter de los Chamochín -continuaba el relato- era bien conocido en su entorno, y menos mal que la gente que les rodeaba no tenía muy en cuenta aquellos genios airados con que a veces salían. Todo era porque detrás de esta apariencia violenta de gestos y gritos, se encontraban personas agradables, de enorme simpatía, y de mucha generosidad con la gente. Mamá Felisa nos contaba que esa forma de ser ya les venía de muchas generaciones atrás. Su abuelo Ernesto Chamochín, músico de profesión, desempeñó en una época el cargo de director de la Orquesta Municipal de Ourense, pero fue cesado por su alporizado y apasionado carácter. Por entonces -mitad del siglo XIX- la orquesta daba unos excelentes conciertos en algunas mañanas del domingo en la Alameda. Alrededor de
la banda, y siguiendo las costumbres de la época, se firmaban tres paseos: en el centro, donde se colocaban las gentes más destacadas de la ciudad; y dos laterales, reservados para los soldados y el pueblo. Las clases sociales no se mezclaban, y si algún osado incumplía el orden establecido, enseguida los guardias municipales le recordaban cuál era su sitio. En aquellos tiempos, los directores no usaban batuta, sino que lo hacían con un pequeño cornetín. El bisabuelo Ernesto, profesional muy competente… y también muy exigente, no admitía errores, y en unos de aquellos memorables conciertos, aconteció que uno de los músicos estaba desentonando por demás. El caso fue que el cornetín del director salió por el aire, y acabó estrellado en la cabeza del desafinado componente de la banda. Fue destituido al día siguiente como director. Pero la calidad profesional del bisabuelo era tanta, que sin haber pasado mucho tiempo, fue repuesto en el cargo. Y acabó su vida como tal vez hubiera deseado: muriendo un domingo mientras dirigía a la orquesta en uno de aquellos conciertos. De sus manos inertes, le sacaron el cornetín. Así que el temperamento endemoniado de los Chamochín viene de largo… y de lejos, porque el bisabuelo Ernesto era de Valladolid, y músico del ejército. Dejara el Regimiento de Infantería de Murcia nº 42, cuando cayó enamorado de la bisabuela Digna en las fiestas de Barra de Miño, a donde habían venido a tocar. >>
También le contaba Emilio al tío Rodolfo sus aventuras en la Guerra Civil. En su día, el tío intervino decisivamente desde Buenos Aires en la liberación de su sobrino, encerrado por los “rojos” en la cárcel del Castillo de Cardona. Había sido apresado por el general Lister en el Frente del Ebro. Es seguramente por este hecho, también porque se hacía acreedor a ello, que Emilio le guardaba aquella devoción tan sentida… desde luego correspondida por el tío. Le narraba con todo detalle aquellos divertidos partidos de futbol que jugaban contra los soldados “rojos” en tierra de nadie, durante los pasajeros momentos de paz… de cómo llegaron a repartirse una rata encontrada entre las lentejas… de la vez que comieron hierba… de la huida de los italianos a la primera de cambio, muertos de miedo por una pequeña lucha casi sin importancia con los enemigos… y eso que venían como refuerzo de los “nacionales”… o de cuando llegó a Vigo ya finalizada la guerra con la enfermedad de la sarna, y no le dejaron besar a nadie para evitar el contagio en la ciudad… Y se acordaba que cuando iba a visitar la tumba de Mamá Felisa en el cementerio de Pereiró, acostumbraba encontrar entre lágrimas, las lápidas “Don Fulano… Caido por Dios y por España” de algunos de sus compañeros en el ejercito. En estas narraciones de guerra, el tío Rodolfo se mantenía serio y callado, con un gesto lleno de tristeza: “Nunca debió acontecer, hermanos luchando contra sus propios hermanos. ¿Cómo fue posible?...” Y quedaba cavilando para si mismo, moviendo la cabeza de un lado a otro, sin encontrar la justificación… él que siempre fue un hombre
conciliador, luchador por la paz entre las gentes… Al final de su profunda reflexión, encogía los hombros, erguía las cejas… Y conocedor de que su sobrino Emilio había salido de la cárcel como soldado republicano -condición indispensable para ello-, y se pasó al bando franquista a la primera oportunidad que tuvo, le decía con su gesto lleno de cariño: “Meu sobriño, a pesares do que fiseches logo de liberarte da cárcere, eu por ti volveríallo a facer, non unha, sino un milleiro de veces”.
VIII. El maletín
<<Unos días antes de su regreso a Buenos Aires -me contaba mi hermano Gonzalo en otra ocasión, el tío Rodolfo me entregó un maletín, más bien pequeño, en mi casa de Santiago. Cuando lo cogí en mis manos, me di cuenta del peso excesivo que tenía, y seguramente debí de hacer algún gesto dubitativo… que enseguida me aclaró las dudas. - ¿Parece que pesa mucho, no? -me dice el tío. Es lógico que pese, mi bienquerido Gonzalo. Lleva dentro mucha historia reciente ”da Nosa Terra” . Tú que eres persona estudiosa y amante de Galiza, recoge esta maleta con mucho amor y haz con su contenido aquello que juzgues mejor. Aquí encontrarás cartas que me fueron escribiendo muchos gallegos ilustres, y también las copias de las que yo les envié a ellos. Además hay una buena cantidad de recortes de periódicos de gran interés. Una vez pongas todo en orden, me gustaría que lo guardases en la Casa de Rosalía en Padrón como testimonio histórico, y al mismo tiempo hicieras copias de lo más sobresaliente para remitirlas a los museos e instituciones gallegas que te parezcan merecedores de tan apreciable tesoro. >> <<Después de su marcha, cuando habían pasado siete u ocho días, me dispuse, lleno de curiosidad, a abrir la maleta del tío. Contenía cientos de cartas recibidas “da Terra”, del resto de España, de Francia, de Nueva York, de Portugal, Montevideo,
Kiel, Puerto Rico, La Habana, Brasil, México, Colombia, Perú, Chile… Quedé asombrado… abraiado… Conservaba cada uno de los sobres junto a las hojas escritas que le correspondían, y por el matasellos y la posdata, se conocía su procedencia y los nombres de los personajes con los que el tío Rodolfo se carteaba: Castelao, Otero Pedrayo, Xesús Carro, Ben-Cho-Shey, Valentín Paz Andrade, Fernández del Riego… También allí se encontraban las copias de todas las cartas que el tío les había dirigido a ellos. Además, guardaba muchísimos recortes de periódicos y de publicaciones literarias… La verdad es que aquello era una joya muy valiosa, como ya me lo hizo saber en el momento de entregarme el maletín. Me llevó varios meses acabar de leer la totalidad de las cartas y recortes de prensa, y alguno más en ponerlos en orden. Durante el montón de horas que eché en este trabajo, viví emociones muy hondas con las que llegué a introducirme de lleno en las vivencias del tío, y ser así capaz de recomponer muchos hechos desconocidos para mí, y llenarme de una época crucial de la reciente historia de Galicia. Me deshice de algunos papeles irrelevantes -muy pocos-, escogí los más importantes, y preparé las copias para entregarles a los museos e instituciones -cumpliendo sus deseos-. Luego junté todo, sin dejar nada, e hice su entrega en la Casa-Museo de Rosalia. >> <<Para que veas que no me olvidé -me dijo mi hermano Gonzalo, conocedor de mis escritos, te hago el regalo de estos sobres con las copias de
buena parte de las cartas y de los recortes de los diarios, que me parece te van a interesar mucho. >> La mayoría de las cartas del tío Rodolfo, entre 1936 y 1950, estaban escritas a máquina, y utilizando letras muy pequeñas y muy juntas. Cuando se lee el contenido de algunas de ellas, parececen simples comunicaciones comerciales, y se adivina una clara intencionalidad de salvar la rígida censura franquista. Se expresan como en clave.
“...Mucho estimaré me vaya teniendo al tanto del asunto jurídico relacionado con mis intereses... Precisamente hoy tuve carta de él
-refirese a Daniel Castelao- en la cual se muestra
optimista, pese a los contratiempos de su enfermedad y la incomprensión de sus socios, que discrepan de sus puntos de vista en la gerencia de los negocios... Es así que el capital del negocio se va acrecentando... Ningún otro gerente podría hacerlo mejor...”
Se trata de una muestra de la forma de escribir que utilizaban en su intento de salvar a la Policía Española, y evitar el quebrantamiento de las leyes del correo. Ésto se lo escribía el tío a Francisco Fernández del Riego en 1947, y él le respondía con las mismas claves. El 20 de febrero de 1950, Rodolfo le escribe a Otero Pedrayo una larguísima carta de seis folios, con motivo del fallecimiento de Castelao, el 8 de enero, en el Hospital del Centro Gallego de Buenos Aires. Le cuenta con todo detalle los momentos finales de su enfermedad, las últimas horas, su muerte, el dolor de la colonia galega, y las primeras honras fúnebres.
“...Minutos denantes das once da noite cravouse fondamente nos presentes seu derradeiro salaio... ¡Daniel se nos fora para entrar na inmortalidade! ¿Cómo podería eu relatarlle a door e o desespero que se apoderou de tudos? Imposibre... imposibre... A clarividencia de vosté o ten xa prenamente ollado, asegún se reflexa nas súas cartas...”
Además de cientos de cartas y telegramas, conservados con todo el esmero por el tío, había un buen número de recortes de periódicos y de revistas culturales publicados con motivo del fallecimiento de Daniel R. Castelao. En ellos se le rendía homenaje póstumo al más significativo exponente del galeguismo de aquel tiempo.
“Catro días denantes do pasamento de Daniel, chegou da Galiza un irmán benquerido, Perfecto López, traguendo sagro tesouro: unha caixa con terra da Patria galega, terriña recollida nas veiras do Miño, do pai Miño que é unha liña diagonal ó traveso do chan de Galiza. ¡Semella na xeografía da Terra a franxa azur da nosa bandeira! Terriña da Terra, ofrendada polos irmáns galegos, de alá, para ser espallada no cadaleito de Castelao, cando fose chegado o tristeiro intre que xa se sabía irremediabelmente preto... ¡Súa vitalidade sostívose anguriosamente até que chegase terra da súa Terra que había de agarimalo no sono de para sempre...!
(Nota firmada por A.P. en el jornal “A Nosa Terra”, 25 de julio de 1950)
Entre aquellos trozos de periódicos, encontré otro de “A Nosa Terra” (Buenos Aires, abril, 1952) en el que en “Carta Aberta”, Rodolfo Prada sale en una apasionada defensa de Daniel R. Castelao en contra de las fuertes críticas del pontevedrés Sánchez Cantón -por entonces catedrático de Historia del Arte, y exdirector del Museo del Prado-. Las líneas que transcribo ponen de manifiesto la categoría personal del tío, considerado como “irmán querido” por los más destacados galeguistas de la historia.
“... é ben de laiar que teña de sere a miña cativeza de emigrante galego calisquera -saído, fai moitísimo tempo, a edade de dezoito anos do colo da nosa sagra Terra-, a que, pola forza das circunstancias deba defrontar tan grave misión diante a grandía de unha personalidade catriacadémica. Mais, a verdade do meu decer terá de suprir a falla de categoría inteleitual que fora mester para alternare con vosté. ¡Por Daniel morto falaremos os discípulos vivos!, mais, ¡ai!, que o non podemos facelo ca súa maestría...”
El tío Rodolfo y Gonzalo no dejaron de estar en contacto de vez en cuando, cruzándose entre ellos sentidas y largas cartas. El tío comenzaba todas las suyas recordando los versos del poeta Valentín Lamas Carvajal: “Fálame na nosa lingua / si é que me queres ben”. Esta la escribía en julio de 1967.
Benquerido sobriño: Van alá casi tres meses de ter recibido a tua garimosa carta datada o 15 do derradeiro abril, e ainda latexa forte no meu esprito a fonda emozón que me produxo, xa por estar escrita no noso idioma galego e tamén polo que isto siñifica como boa proba do sinxelo afecto que me tés. … … … … … … Aledóunos moito a notiza de que a tua cativadora Marisa aitúa agora en Padrón, tan perto do voso fogar en Sant Yago. Por outra banda, aituar en Padrón é un privilexio: o de vivir inmerso no ambente xacobeo e rosalián. ¡Que é tanto como vivir a cotío en latexante patriótica galeguidade! E para finar, vaia o noso máis forte aturuxo de rebuldeira ledicia pola fermosa novedade que nos comunicou túa abóa Daría: a bendizón do ceo que chegou o voso fogar en forma de feiteiceira neniña. ¡Verdadeira peregriña do Apostolo, coma ti dis! ¡Que Deus lle depare as maores venturanzas!, son os desexos de Manolita e máis eu. E ogalla que creza con ben e prenamente saturada dos arrecendos da galeguidade desas terras do “noso” Sant Yago de Rosalía. Garimosos saúdos de Manolita, fortes apertas para ti, quentes felicitaciós para os
dous pola rayoliña que vos alumen e moitos soaves biquiños para ela, diste teu tío avó. Firmado: RODOLFO
Santiago de Compostela, 1970. Gonzalo Rey Lama, con su esposa Marisa López y su hija María. (Archivo familia Rey Lama).
Cuando falleció el tío Rodolfo en 1980, su hijo Alberto comunicó a la familia gallega la triste noticia en un corto, pero emotivo escrito. Unos años después, el hijo se trasladaría a Galicia para hacer entrega al Museo de Pontevedra del original de “Os vellos non deben de namorarse” de Daniel Rodríguez Castelao, y otros importantes documentos pertenecientes a distintos insignes intelectuales gallegos de la diáspora, cumpliendo con ello los deseos de su padre.
“Os vellos non deben de namorarse”, obra de teatro de Alfonso Daniel R. Castelao, escrita en 1941 en Nueva York. Editada por Editorial Galaxia en 1953.
Buenos Aires, 1941. Castelao, pintando las caretas de los personajes de su obra “Os vellos non deben de namorarse”, estrenada ese año en el Teatro Mayo de la capital argentina.
Como hijo de Rodolfo Prada Chamochín, Alberto fue acogido con todo cariño por la “Fundación e Casa-Museo Rosalía de Castro”, que le honró otorgándole a su padre a título póstumo, distinguidos nombramientos honoríficos.
Logo de la “Fundación e Casa-Museo de Rosalía de Castro”
Rodolfo Prada Chamochín, en la lejanía de Buenos Aires, jamás se olvidó de su patria galega, y por ella y por los galegos exiliados luchó con todas sus fuerzas y sin descanso a lo largo de su vida.