Laberinto
David Toscana La squadra azzurra página 2 Rita Dove Poesía página 3 Roberto Pliego Cincuenta años de los Rolling Stones página 5 José Antonio Lugo Las correcciones deJonathan Franzen página 8
N.o 473
sábado 7 de julio de 2012
El nuevo navío de Patti Smith
Adriana Díaz Enciso Página 4 ESPECIAL
Una mañana con Tolstói Página 6
MILENIO
02 b sábado 7 de julio de 2012
MILENIO
antesala DE CULTO
ESPECIAL
La squadra azzurra
Raymond Roussel
Pasear por la imaginación
TOSCANADAS IMAGENESFOTOS.COM
Selección española celebrando su triunfo en la Eurocopa
David Toscana dtoscana@gmail.com
H
ubo una época en que el futbol me fascinaba, y entonces quería ser futbolista. Practicaba con tenacidad en el jardín de mi casa sin evolucionar gran cosa. Acabé por sentir rabia contra todos esos predicadores de la motivación que aseguran que “querer es poder”. Luego de mi fracaso me refugié en la literatura y ahora el futbol me parece poquita cosa. Es más, acabé por no entender cuál es la fascinación que tanta gente siente por veintidós iletrados corriendo tras un balón. El futbol es un poco como las religiones. Se puede sentir intensamente, pero no aguanta un cuestionamiento racional, y siempre habrá predicadores que nos empujen a creer en él. Además me maravilla lo poco que los futbolistas dominan su oficio. Lo normal en ellos es la mala puntería y mesarse los cabellos. Un pianista que cometiera tantos errores sería abucheado. Un médico perdería la licencia. Un piloto estaría muerto. Algo tiene que haber mal en la manera en que se aprende, se entrena y se planea el futbol. No es posible que tras años de profesionalismo, los jugadores tengan tan poco acierto en el cobro de tiros libres. Si adoptaran los modos, la disciplina y la mentalidad de los artistas del circo de Pekín, otro gallo cantaría. Conozco a muchos intelectuales apasionados por el balompié, pero de seguro se aburrirían si tuvieran que conversar más de media hora con algún goleador; pues es obvio que en cualquier encuentro de ese tipo no se puede hablar de poesía ni filosofía ni historia; no, señor, se tiene que hablar de
Penélope Córdova b fegari13@gmail.com
pelotazos. Así suele ocurrir: la mente semivacía marca la pauta. Supongo que en Uruguay están más orgullosos del Maracanazo que de Onetti; en Brasil, la fama de Machado de Asís va muy a la zaga que la de cualquier zaguero; ni siquiera en Argentina Borges puede compartir la palestra con Maradona. Despotrico contra el futbol porque al fin este domingo se jugó la final de la Eurocopa. Luego de años de preparación, de tantas conversaciones casuales sobre este deporte que aquí en Polonia se pronuncia algo así como “piwka noshna”, luego de una burda campaña de desprestigio de la BBC contra los amigabilísimos polacos, de helicópteros que traqueteaban todo el día cuando había partido, de gente de más en las calles, de explicarle a muchas personas que ser mexicano no me obliga a irle a España; luego de tanta expectativa por ese juego ratonero en el que cada patadita duele como un balazo, en el que los jugadores se acusan como niños ante el árbitro y en el que el árbitro ve lo que quiere ver, finalmente se metieron cuatro goles y colorín colorado. Despotrico contra el futbol porque el domingo sucedió en México algo mucho más importante que esa escaramuza entre españoles e italianos. También en México hubo partidos, patadas, árbitros y bufones e intereses que van mucho más allá de los goles o de los votos. Despotrico contra el futbol porque no sabría sumar una palabra a las millones de millones que se dijeron y escribieron y leyeron y tuitearon sobre las elecciones. Despotrico porque mi estado de ánimo se parece mucho más al de la squadra azzurra que al de la furia roja. L
H
ay libros que son un desierto; otros, un viaje en tren con muchas paradas. Hay libros que son una ciudad, un laberinto, y otros que son un museo de cosas imposibles. El lenguaje se presta para hacer lugares inhóspitos con ellos o sembrar criaturas anacrónicas y máquinas de otro mundo. Los Ejercicios de estilo de Raymond Queneau se publicaron en 1947. Décadas después, se fundaba el Oulipo, en el que científicos se recreaban trasladando algoritmos a la escritura literaria. Pero antes, mucho antes de ellos, Raymond Roussel (1877-1933) ya se había puesto a jugar con las solemnidades poéticas. Entre los libros técnicamente intraducibles, los que sólo aceptan equivalencias, se encuentran los de Raymond Roussel, un exaltado viajero francés que estudió piano en el Conservatorio de París, un millonario heredero que pudo costear la publicación de sus escritos. Impresiones de África (1910) y Locus solus (1914) fueron un estrepitoso fracaso ante la crítica literaria, aunque causaron admiración, por evidentes razones, entre los surrealistas. Impresiones de África no es, como el título induce a pensar, un libro de viajes por el gran continente, sino una serie de episodios relatados a manera de mise en abîme entre los pasajeros de un barco que naufraga en las costas africanas y los pobladores, sus carceleros. Locus solus es un recorrido por el lugar que lleva el nombre del título, la residencia de Martial Canterel,
EX LIBRIS
BITÁCORA PSICOTRÓPICA
una finca apartada de la ciudad, llena de prodigios tecnológicos y científicos que el anfitrión va mostrando a sus visitantes mientras cuenta la historia de cada uno de los objetos que integran su colección, que van desde leyendas de países remotos hasta anécdotas inventadas de la historia reciente. La obra de Roussel “se articula alrededor del lenguaje, clichés, producción de mitos, concisión y transparencia de estilo”. En la obra de Roussel, gran admirador de Verne, se manifiesta la convicción de que la imaginación es el lugar donde se intersectan el arte y la ciencia. “De todos mis viajes no he sacado absolutamente nada para mis libros. Me parece que debía señalarlo, pues esto demuestra que, en mi caso, la imaginación es todo”, dice Roussel en Cómo escribí algunos de mis libros, donde también revela los procedimientos estilísticos de los que se sirvió para componer sus obras. Entre éstos se encuentran los relatos parentéticos, semejantes a dos espejos encontrados, y la experimentación fonética con homofonías y sinonimias. Roussel murió en el cuarto de un hotel en Palermo —después de haber gastado toda su fortuna y hundirse en padecimientos mentales— por una sobredosis de barbitúricos. José Vasconcelos distinguía entre los libros que se leían de pie y los que se leían sentado. Aquí cabe otra distinción: los que se leen en silencio y los que no. Locus solus e Impresiones de África se leen en voz alta. L Samuel Auguste Tissot bEKO
Xavier Velasco
El fan justifica las mierdas.
MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Roberto Pliego Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía
sábado 7 de julio de 2012 b03
LABERINTO
antesala
Dos mujeres
Crítica y pirotecnia
Los trazos sobre Billie Holiday y Perséfone son una reflexión acerca del misterio como pócima contra la ruina moral y la constatación del triunfo de la muerte POESÍA
ESCOLIOS SIENTEMAG.COM
Rita Dove A Michael S. Harper
Canario
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n la quemada voz de Billie Holiday había tantas sombras como luces, un candelabro fúnebre contra un piano elegante, la gardenia como su distintivo bajo ese rostro en ruinas. (Eso sí pone, baterista al bajo, cuchara mágica, aguja mágica. Tómate todo el día si es preciso, con tu espejo y, también, tu pulsera de canto.) En realidad, la creación de mujeres asediadas fue para dar viveza al amor en servicio de los mitos. Si no puedes ser libre, sé un misterio.
Cae Perséfone
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Un narciso entre flores hermosas y corrientes, como ninguna otra! Ella quiso arrancarlo y se agachó para tirar más fuerte cuando él, que brotaba de la tierra en su fastuoso y aterrador carruaje, vino a cobrar su adeudo. Se acabó. Nadie pudo ya escucharla. ¡Nadie! Se había salido del rebaño. (Acuérdate de ir derechito a la escuela. ¡Pon atención, no andes baboseando! No hables con extraños. No te separes de tus amiguitos. Agacha la mirada.) Así de fácil es como se abre el hoyo. Así es como se hunde un pie en el suelo. Versión del inglés de Hernán Bravo Varela
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a poeta estadunidense Rita Dove nació en Akron, Ohio, en 1952. Ha escrito novela, cuento, teatro, ensayo y ocho libros de poemas, entre ellos Apoyaturas (1989), volumen del que se desprende “Canario”, y Madre amor (1995), donde se incluye “Cae Perséfone”. Obtuvo en 1987 el Premio Pulitzer de Poesía y fue la primera autora de origen afroamericano en ser distinguida como Poeta Laureada por la Biblioteca del Congreso en 1993 y 1995. “Canario”, quizás el poema mejor conocido de Dove, constituye una curiosa elegía a la cantante Billie Holiday (1915-1959): lo mismo hace un retrato hablado de su adicción a las drogas que critica, con irónica sutileza, el morbo generado por su trágica biografía. “Cae Perséfone” es, claro está, una reelaboración del rapto de Perséfone por parte del dios Hades, quien la hizo reina del inframundo. (HBV)
Mario Vargas Llosa
Armando González Torres agonzale19@yahoo.com.mx
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ara cualquier espectador con sentido común debe ser familiar ese sentimiento, entre la irritación y la conmiseración, que surge ante la impostura y efectismo de ciertas manifestaciones del arte y el pensamiento. Por eso, el reciente título de Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo, genera tanta expectativa, pues en muchos de sus artículos el autor ha abordado esos fenómenos con irreverente lucidez. El libro, de hecho, entremezcla esos artículos dentro de capítulos más largos que buscan darles alguna sistematicidad y espesor histórico y proyecta una perspectiva muy amplia (y sombría) de la actividad creativa e intelectual contemporánea. Vargas Llosa habla de la confusión entre cultura y espectáculo y entre precio y valor estético; deplora la degradación de los criterios de exigencia creativa; advierte sobre la retracción del intelectual de la vida pública y su efecto empobrecedor en las ideas y el civismo; condena el cinismo y ambición trepadora de las nuevas élites intelectuales capaces de cualquier concesión o provocación por un minuto de fama; reprueba la moda hermética, banal e irresponsable de muchos filósofos; lamenta la erosión de la autoridad intelectual y sus efectos sobre la práctica educativa e incluso condena la propensión a despojar a los actos más íntimos, como el erotismo, de su individualidad y misterio. En fin, Vargas Llosa aborda muchas taras culturales
(aunque se extraña alguna consideración sobre la mercantilización en la narrativa donde se fraguan algunos de los más graves fraudes y ofensas a la inteligencia) y de la cultura salta a la política, pues sostiene que, sin abandonar su independencia, ambas esferas pueden retroalimentarse, y dice que el desprestigio de la democracia ha llevado a muchos de los jóvenes mayormente dotados a alejarse de la política o abrazar radicalismos. Igualmente, habla del declive de las religiones históricas y analiza las modalidades constructivas del laicismo capaces de fomentar reforzamientos mutuos y sanos entre vida cívica y espiritual. Algunos de estos señalamientos son irrefutables pero superficiales, otros son fecundamente provocativos, pero el problema surge al intentar vincularlos en una visión general, pues es donde la contundencia y brillantez de los artículos contrasta con la escritura deshilvanada del resto del libro y donde afloran la liviandad del análisis, las conexiones forzadas y la causalidad fácil. Es como si en una novela aparecieran personajes aislados sumamente atractivos, pero incapaces de integrarse, por falta de pericia o tiempo, en una trama convincente. Así, oscilante entre el espíritu de síntesis y la simplificación, la preocupación moral y el moralismo, la intuición valiente y el lugar común, este prometedor ensayo decepciona, pues incurre penosamente en lo que deplora: la opinión herética pero pirotécnica que, al estar basada en el apresuramiento y conformismo argumentativo, dilapida su valor crítico. L
MILENIO bLABERINTO b http://www.milenio.com/suplementos/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter: SCLaberinto
04 b sábado 7 de julio de 2012
MILENIO
música
El nuevo navío
de Patti Smith
Banga, el más reciente trabajo musical de la cantante-poeta estadunidense, puede escucharse como un canto a la inocencia perdida y felizmente recobrada. Las formas espirituales del viaje no han concluido RESEÑA
PHILSHARP-PHOTO.COM
Adriana Díaz Enciso
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mpieza un viaje. Una carta narra sus venturas y desventuras. Un bautismo. El descubrimiento de un nuevo mundo, el asombro en la mirada virgen. América como visión, promesa. Palabras habladas y una melodía dulce reconstruyen la utopía y la traen al presente en un renacimiento infinito: “Y el cielo se abrió y dejamos a un lado nuestras armaduras, y bailamos desnudos como criaturas, bautizados en la lluvia del nuevo mundo”. “Amerigo” es la canción con que abre Banga, el álbum más reciente de Patti Smith. “Abrir” es el término exacto, porque inicia no sólo como hondura, sino como expansión. En el recuerdo imaginado del viaje de Américo Vespuccio el mundo es de nuevo infinito, y su humanidad libre y digna se abre a él. Quizá la obra de Smith podría definirse como un canto continuo a la libertad: la perdida y la aún posible. ¿Qué es nuevo en Banga? Regresan los temas, aliento y atmósferas con que Smith nos ha seducido desde Horses: nostalgia de un Edén perdido; la inocencia restablecida continuamente en nuestra mirada; el poeta como héroe y paria; desafío e himnos libertarios; rabia por la destrucción del mundo; amor y gozo, restitución aquí y ahora de lo sagrado. Sus músicos son también fieles acompañantes de muchos años: Lenny Kaye en la guitarra, Jay Dee Daugherty en la batería, y en el bajo y teclados, Tony Shanahan. Es decir: todo es nuevo. Patti Smith, una poeta a la altura de sus figuras tutelares, sabe cuáles son los temas inagotables y en ésos se concentra. Banga es actual. “Fuji-san” —rock de impecable factura clásica (aun con el grave canto de monjes budistas fundido en una nota electrónica)— es vehículo de profecías y una oración por Japón tras el tsunami de 2011. Por su parte, “This is the girl”, un valsecito que podría haber nacido en los años cincuenta, es un tributo sombrío pero cargado de ternura a Amy Winehouse. Smith ha rendido tributo antes a los muertos. En Banga, “This is the girl” va de la mano de “Maria”, un homenaje conmovedor a la actriz Maria Schneider. Pero éste no sería un álbum de Patti Smith si fuera todo dulzura. Su fiera urgencia de incendiar el mundo arde con vigor en el tema título del álbum. Smith, criatura literaria, rinde un tributo de muy distinta índole a Banga, el perro fiel de Poncio Pilatos en la novela El maestro y Margarita, de Bulgakov. La pieza es breve y tan insumisa como la novela misma. Rock duro, incontenible y filoso, con su dosis de humor. Una delicia. El viaje fluctúa con naturalidad entre esta violencia y la inmaculada serenidad de temas como “Mosaic”, definido por Smith como “una canción de amor universal”. Smith creció en un entorno profundamente religioso. Como era de esperarse en alguien con su temperamento, renegó de toda religión institucionalizada. Pero el vuelco en ella no es el de la pérdida de la fe, sino todo lo contrario; su profunda convicción de que la manifestación de lo divino está siempre a nuestro alrededor la ha llevado a indagar en otras vías espirituales y encontrar en todas ellas el hilo que conduce a la misma fuente, aquella donde se consagra el mundo. Desde muy joven eligió la voz del poeta (que en la tradición de su admirado Blake es voz profética también), el trance chamánico para cantar esa consagración.
Patti Smith Banga Columbia Estados Unidos, 2012
“Mosaic” es además muestra de versatilidad musical. El mandocello de Daugherty le da una atmósfera de rock-folk a las imágenes elusivas de la letra, al borde de la revelación. En una vena similar se sitúa “Nine”, poblada de enigmas que reflejan la influencia simbolista en Smith. Letras y música se entretejen en perfecto equilibrio y constituyen el poema, el trance —estado privilegiado de percepción al que Smith nos lleva una y otra vez—. Ese es sin duda el espacio de “Tarkovsky (The second stop is Jupiter)”: encantación, revelaciones y bendición de la belleza a la orilla de su disolución, con la fuerza de los temas icónicos de Horses, Radio Ethiopia o Easter; una letanía, tensión de imágenes y música alucinadas que alcanza un crescendo y luego se desvanece en un misterio nunca develado.
El viaje de Banga inició literalmente en un barco, en Italia. El primer tema de la travesía fue una canción de cuna, “Séneca”, dedicada al ahijado de Smith. Guitarra, la voz un susurro apenas y un sutil arreglo de cuerdas al final, es una amorosa exaltación de la inocencia. Siendo Smith quien es, no hay sentimentalismo alguno. En la pureza hay también un aliento salvaje, la fuerza indomable de la libertad. Toda inocencia es traicionada; el viaje es de retorno, en un complejo periplo que une momentos cruciales de la historia en un solo sueño simultáneo. Sobre una guitarra acústica y percusiones que anticipan el drama por desenvolverse, la voz empieza a narrar el final de una noche insomne, el amanecer frente a la basílica de San Francisco. Con el mundo limpio en ese despertar, imagina la oración compasiva del santo por las creaturas de la tierra, su gratitud por la belleza generosa del mundo. Cree que oye su llamado y la mañana clara es en sí misma una oración. “Pero”, afirma sobre el fondo de otra voz que reza, “no pude entregarme a él. Tenía otro llamado; el llamado del arte, el llamado del hombre, y la belleza de lo material me apartó”. Abre los ojos y se encuentra con el cuadro “El sueño de Constantino”, de Piero della Francesca. Constantino, el primer emperador romano que autorizó el culto cristiano, ve aparecer en sueños la cruz y a un ángel que le dice: “Bajo este signo vencerás”. Bajo ese signo organizaría a sus ejércitos y los llevaría al triunfo de Puente Milvio. Della Francesca pinta, absorto en su propio sueño; ve el esplendor de los ejércitos y el de su propia creación, antes de que se enreden las volutas del tiempo y se quede ciego, levantando su propia oración desesperada desde su lecho de muerte. Y con su muerte, el 12 de octubre de 1492, justo cuando al otro lado del mar los navíos de Cristóbal Colón arriban al mundo nuevo, le es concedido un último sueño: ver la magnificencia de ese mundo, su belleza aún intacta. El tema (una larga improvisación) continúa con el sueño de Colón, su visión enlazada de manera inextricable con el futuro, el siglo XXI que avanza con el ritmo feroz del ángel de Constantino: “Este es tu regalo a la humanidad. Esta es tu cruz”. Los ejércitos se abren paso sobre la tierra, todo es destrucción, profanación, el futuro de la humanidad abolido. Luego el sueño “se disuelve en la luz”. Ha terminado el viaje que empezara con “Amerigo” y la belleza aún incólume de un mundo recién nacido. Laberinto un poco denso para cerrar un disco de rock. Pero Patti Smith nunca se ha arredrado ante las profundidades. A medida que van entrando los instrumentos, guitarra distorsionada como un grito, arreglo de cuerdas dislocadas, se va construyendo una sinfonía para dar sostén a las palabras de Smith, que fluyen en uno de esos trances que la caracterizan hasta caer en el abismo de la tierra anegada en sangre. “Constantine’s dream” es un portento, que abre las preguntas (sin respuesta) de la propia Smith con respecto al llamado del artista en este apaleado mundo nuestro. Smith sabe que pasado y presente son un solo tiempo, que la historia se repite cíclicamente porque el hombre no escapa a su naturaleza. En este salto prodigioso que une varios siglos encontramos el mismo sentido de urgencia y desesperación con que en “Radio Bagdad” evocaba la Guerra del Golfo en Trampin’, en 2004. Cuando escuchó la grabación de “Constantine’s dream”, Smith pensó que no quería que el álbum terminara con tanta desolación y rabia. Debía haber un último puerto que devolviera aunque fuera un oblicuo rayo de esperanza. Y se dio cuenta de que dicho puerto ya existía en “After the gold rush”, de Neil Young. Banga cierra con dos estrofas de esta canción, la voz de Smith, ahora dulce, acompañada en el piano por su hija Jesse y un coro infantil. Hemos regresado al punto de origen: la inocencia. Ésta ha sido la ruta elegida por Smith en su ya muy largo viaje creativo, aun en sus momentos más violentos (pues en toda poesía hay violencia, desgarradura del mundo para recrear el mundo): la búsqueda de la pureza y de la gracia. Patti Smith lleva casi cuarenta años bendiciendo el mundo sin perder actualidad ni contundencia, ni siquiera en estos tiempos ahogados de cinismo y falta de fe. Banga es prueba magnífica de que, con artistas de tal integridad y fuerza creadora, este mismo mundo es un lugar mucho más rico. L
sabado 7 de julio de 2012 b05
LABERINTO
música PHILIP TOWNSEND
del blues. Sonaba, en efecto, a los Rolling Stones, liberados del influjo corruptor de la música pop. 360 días en jet En 1995 los Stones confirmaron que aún sabían hablarle al oído a una bestia de 75 mil cabezas. La gira mundial Voodoo Lounge, una de las más sencillas refutaciones a la acción corrosiva del tiempo, supuso un increíble derroche de parafernalia tecnológica, capacidad de organización y castigo físico. Había iniciado en agosto de 1994 y estaba por llegar a su fin en uno de los templos paganos de Londres. El largo itinerario había discurrido por Estados Unidos, Canadá y México; Centro y Sudamérica; Sudáfrica, Japón, Australia, Nueva Zelanda, y la mitad de Europa. Incluso la Gran Bretaña se inclinó ante sus antiguos héroes. Aquella noche el estadio de Wembley presenció más que un concierto: fue una ceremonia que rendía culto al fuego legendario del dragón. Una pantalla de video móvil Jumbotron se elevaba por detrás y por encima del escenario; generadores de 6 mil caballos de fuerza producían 3 millones 800 mil vatios, la energía necesaria para mantener con vida a la bestia. Aquellos fueron, según la opinión de algunos memoriosos, “los mejores Stones en directo de la historia”. Sólo el diario alemán Der Spiegel se atrevió a dudar de su estado divino. Dejó ir la sugerencia de que utilizaban pistas de base. “Llámame lo que quieras”, tronó Keith Richards: “yonqui, delincuente, contaminador cultural, pero no me digas que no toco en directo. Es el mayor insulto del mundo. Primero quiero una disculpa por su parte y, luego, todo el dinero que les saquemos se enviará a los niños de Bosnia”. Charlie Watts, Bill Wyman, Mick Jagger, Brian Jones, Keith Richards
Los Rolling Stones: bajo el signo del dragón El 12 de julio, la banda más vital de la historia del rock cumple 50 años de vida. Ya no escandaliza a ninguna familia decente pero sigue escupiendo fuego RETRATO Roberto Pliego
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2 de julio de 1962: el Marquee, un club blusero en el 165 de Oxford Street, en el corazón de Londres. 12 de julio de 1962: Mick Jagger, Keith Richards y Brian Jones, acompañados por Mick Avory en la batería y Dick Taylor en el bajo, toman el lugar de Alexis Korner y su grupo, invitados de última hora a una retransmisión de la BBC. Interpretan “Dusty my broom”, “Baby what’s wrong”, “Doing the crawdaddy”, “Confessin’ the blues” y “Got my mojo working”. Unos días antes, un reportero del Jazz News había preguntado al teléfono por el nombre del grupo. Cuenta Keith Richards que Mick, Brian y él mismo se miraron estúpidamente las caras. Sobre el suelo del hediondo departamento de Brian Jones yacía The best of Muddy Waters. Uno de ellos —¿quién?— volvió los ojos hacia abajo y leyó el título de la primera canción: “Rollin’ stone”. 12 de julio de 1962 —a qué hora puntual de la noche, ante cuántos espectadores—: los Rolling Stones entraban a trompicones en el mundo. Ya eran cínicos, sarcásticos y maleducados. Han pasado 50 años desde aquel primer concierto y los Rolling Stones pueden darse el lujo inédito de permanecer en el negocio de la música y tomar largos respiros mientras sus cuentas bancarias continúan engordando. Han dejado de atemorizar a las almas puras, de representar un peligro para las familias decentes, pero todavía saben cómo obligarlas a ponerse de rodillas. Siguen de pie, a pesar de los pactos de sangre con el ácido, la heroína y la cocaína; de las maratónicas ingestas
de alcohol; de los celos profesionales y del fantasma de la vejez. Y llevan tanto tiempo actuando que la memoria de su público incondicional ha comenzado a dar muestras de fatiga. ¿Cincuenta años? Jim Morrison, Jimi Hendricks, Kurt Cobain, Amy Winehouse no alcanzaron siquiera a cumplir 30 años de edad. Salman Rushdie ha escrito que hay dos maneras de abordar un quincuagésimo aniversario: es posible plantar un rostro desafiante, “dejando con un palmo de narices al padre Tiempo, organizando la madre de todas las fiestas”; y es posible también descolgar el teléfono, meter la cabeza bajo la almohada y ordenar una pizza a domicilio a la espera de que las manecillas del reloj tomen las cosas con prisa. Mientras aguardamos el anuncio de los Rolling Stones, pulsemos el botón de rewind y dejemos correr algunos momentos de la biografía del grupo en riguroso sentido contrario. Sir Mick En el año 2003, Mick Jagger recibió el nombramiento de caballero del Imperio Británico. Fue armado por el príncipe Carlos, en una ceremonia dulzona en el Palacio de Buckingham. No obstante el desparpajo —chaqueta de cuero negra, una larga bufanda roja y corbata, la antítesis del protocolo—, Jagger rendía tributo a su conciencia de clase. No era tanto el hijo de esa noble tradición inglesa que prescribe reírse de uno mismo como el alumno de la London School of Economics que aspiraba a seguir una carrera diplomática y recibía por correo los discos producidos por la Chess Records de Chicago. “¿Aceptarás un título honorífico —dice Keith Richards que dijo a Jagger— de un sistema que ha intentado mandarte a la cárcel sin que hubieras hecho nada para merecerlo”. Como sea, un año después, y tras dejar en el olvido un prolongado intercambio de insultos y descalificaciones, Jagger y Richards volvieron a reunirse con el propósito de preparar un nuevo disco. Los Stones cargaban un silencio de ocho años. Bigger Bang apareció en septiembre de 2005 —una vez que Charlie Watts había sobrevivido a un cáncer de garganta— y significó una vuelta a los caminos
1 + 4=2 Debe haber sido a principios de la década de 1980 cuando Mick Jagger experimentó su metamorfosis definitiva. El espíritu de grupo cedió el paso al cálculo empresarial, la libertad creativa fue engullida por mecanismos dictatoriales de control, los viejos amigos recibían el trato de empleados. Las sesiones de grabación de Undercover, en París, presagiaban la ruptura. Jagger no sólo desdeñaba el trabajo de Ron Wood; acudía al estudio entre las doce del día y las cinco de la tarde. Richards lo hacía de medianoche a cinco de la mañana. Bill Wyman aseguraba tener tratos con un desconocido. Ni siquiera Charlie Watts era capaz de conservar el estilo. La música nacía ahora con una trivialidad casi espectral. Actuaba como si se hallara sobre las sábanas roídas del matrimonio. Los Rolling Stones, sin embargo, se sobrepusieron a las veleidades de Jagger, recién convertido a la onda disco; a los agentes de relaciones públicas y, paradójicamente, a las buenas noticias: después de veinte años, las giras eran una fuente de dinero. Resultaba evidente que Mick y Keith podían concebir y grabar un disco pero apenas y cruzaban palabra. Desde entonces, los Rolling Stones adoptaron la forma de una criatura escindida: la cabeza —Richards, Watts, Wyman, Wood— procedía al margen del resto del cuerpo, disciplinadamente encarnado en Mick Jagger. Regreso a Marquee 12 de julio de 1962: por primera vez los Stones tenían al cielo bajo sus pies. Habrían de transcurrir doce años para que Ron Wood se integrara a la banda luego de que Mick Taylor soltó la noticia de que tomaba las cosas por su cuenta. Tendrían que pasar siete años para que Brian Jones muriera ahogado en la alberca de su palacete, atiborrado de Quaalude y Tuinal; tres más para el estallido de la primera bomba comercial, “Satisfaction”, y cinco meses para la inclusión de Bill Wyman y Charlie Watts. Por entonces, Mick, Keith y Brian compartían un agujero en el 102 de Edith Grove, en Fulham. Vivían a la manera de un mendigo, revendiendo botellas vacías y arrimándose a las fiestas de sus vecinos. Pasaban las noches en blanco, invocando a los espíritus del blues. Semejaban, recuerda Richards, “una banda de forajidos salidos de una novela de Dickens”. ¿Algo ha cambiado? Quizá tan sólo el monto de los ahorros. Como hace 50 años, continúan siendo capaces de escupir fuego. Quien asegure que son piezas de museo, no tenga duda alguna, se las verá conmigo. L
LABERINTO
Una mañana con
Tolstói
Conversaciones y entrevistas. Encuentros en Yásnaia Poliana reúne opiniones de Tolstói sobre literatura, música, ciencia, filosofía, vida cotidiana, etcétera, que publicadas en los periódicos rusos entre 1885 y 1910 aparecen por primera vez en español. Con autorización de la editorial Fórcola, ofrecemos uno de los textos que integran este libro, así como una nota del traductor y editor
Una conversación pasajera en Yásnaia Poliana¹ Fiodor Muskatblit
E
ste verano me vi obligado a visitar Yásnaia Poliana, una pequeña aldea trazada sobre una colina. No es grande, apenas cerca de 60 casas, pero produce una impresión muy agradable: las casitas, con raras excepciones, son de ladrillo rojo, limpias, cuidadas. El edificio de la escuela es hermoso. En todo se siente un bienestar relativo. Me detuve a la entrada de la alameda, que comienza con dos torres de piedra, absolutamente blancas. Es la famosa alameda de Yásnaia Poliana. A un lado de ella, como si fuera un cristal armado en un terciopelo verde, reluce un pequeño lago, rodeado de tilos y abedules. —¿Está en casa Lev Nikoláievich? —pregunto a un joven pescador del lugar. —Sí, sí está. —¿Estará bien de salud, me recibirá? —Supongo que sí, no está enfermo. Por eso la condesa salió hace unos días a Moscú. Se ha quedado solamente el patrón con su hija... Pedí informaran al dueño de casa de mi llegada. Después de unos minutos salió un criado, que me pidió esperar. Lev Nikoláievich estaba ocupado. Amarré al caballo fatigado bajo unos tilos y me puse a examinar la hacienda. Es un lugar que produce una impresión muy especial, una sensación de tranquilidad y de seguridad en uno mismo... La casa de dos pisos es completamente blanca, con el techo verde, y las casitas del servicio aledañas están situadas cerca del parque. En la entrada del porche hay un vergel que rodea una plazoleta cubierta de arena. Una cierta penumbra lo envuelve todo. No lejos, en la espesura de los árboles, se percibe un tenue movimiento. Reina una gran calma. No había pasado ni media hora cuando ante la puerta, muy cerca, apareció el médico del escritor, Nikitin, quien se detuvo señalando a alguien en mi dirección. Una fuerte agitación se apoderó de mí... Apenas podía sobreponerme... Todas las razones que persuadían mi sentir estaban completamente menguadas ante el pensamiento de que en unos momentos me encontraría cara a cara con una de las grandes figuras de nuestro siglo... De los arbustos salió un anciano caminando con paso lento, encorvado ligeramente y apoyado en un bastón... Iba vestido con un abrigo de lana sobre una blusa gris, ceñida por un cinturón, con botas altas, a pesar del calor sofocante que hacía... Muy parecido, en mi opinión, a como aparece en una fotografía reciente con Máximo Gorki. Al verme, Lev Nikoláievich se detuvo. Yo me le acerqué...
—¿Qué puedo hacer por usted? —me preguntó, respirando con dificultad, quitándose el sombrero y estrechándome la mano. —Sólo vine a saludarlo —respondí—, saber cómo se encuentra de salud... —¿De salud? Bueno, de salud estoy más o menos... Lo diré, como siempre he dicho: gracias a Dios, estoy más próximo a la muerte... Estoy contento... Para mí, usted sabe, una cosa es importante: que el aparato mental funcione, lo que pase con el estómago o los pulmones se nos puede escapar de las manos... Pero si funciona el cerebro, no necesito de nada más, es todo para mí... —Sí, Lev Nikoláievich, pero sin estómago, sin hígado, y muchas otras cosas más el aparato intelectual tampoco funciona... —Son situaciones que pueden rebasarnos —objetó sonriendo Lev Nikoláievich—, que los médicos se ocupen de eso... En Yalta me enfermé fuertemente... Pulmonía, fiebre tifoidea... sin embargo, soporté bien el camino de Sebastópol a casa... a pesar de que las incomodidades del viaje eran tremendas..., tremendas... Lo diré francamente, eran verdaderamente indignantes... Por alguno de sus allegados y por algunos informes de prensa yo había sabido hace un tiempo que Lev Nikoláievich está ocupado, escribiendo su autobiografía. Quise saber si eso era cierto o no. —Nada por el estilo —objetó el escritor—, es una mentira... ¡No he escrito, no escribo, ni escribiré nada semejante! Se trata de un rumor que surgió, probablemente, de que ahora se publican en el extranjero mis obras completas en francés. Mi buen amigo Biriukov elaboró para esta edición mi biografía y me pidió le comunicara algunos datos de mi vida.2 Una cosa con otra y se creó el rumor de una supuesta autobiografía. No reconozco el género autobiográfico y nunca lo haré. ¡Una autobiografía! ¿Pero qué es eso? Escribe una persona sobre sí mismo... dice lo bueno, y se calla todo lo malo... ¡Es apenas natural! “¡Quién, dígame, tendrá ganas de exponer sus faltas a la vista, vean, lean, admiren!... O al contrario: adrede algún avieso muestra, exagera más de lo que era: ¡miren lo pecador que soy! Eso es todavía peor... Dicen que la abyección puede más que el orgullo”. Salimos del patio hacia el camino arbolado aledaño, y caminando a través de él nos acercamos a una isba campesina medio inclinada. Ahí Tolstói bebió un poco de kumis. Una campesina, acostumbrada a estas visitas, acercó al visitante una silla tan vieja como el propio escritor, con una pata que parecía arrastrarse desesperadamente por el suelo. Le indiqué a Lev Nikoláievich del riesgo de sentarse en una silla así... —No se preocupe —respondió el escritor—, conozco bien esa silla y la colocan de tal manera contra la pared, que queda muy estable y puedo sentarme... El kumis, según dice Lev Nikoláievich, le produce un efecto benéfico. Se lo preparan especialmente, con el método original de los tártaros. Permanecimos ahí diez minutos, luego salimos para continuar el paseo y la conversación interrumpida. Hablamos, principalmente, de la vida en Rusia, la literatura y el periodismo. Yo me referí a Uspensky. Me interesaban, de manera especial, aquellos detalles y rasgos de la vida y obra del escritor fallecido, que pudieran ser conocidos por Tolstói, como uno de los veteranos de la literatura rusa. Yo no dudaba en absoluto del talento de Uspensky, no dudaba hasta que Lev Nikoláievich, refiriéndose a sus debilidades dijo a propósito, entre pausa y pausa: “A Gleb Uspensky siempre lo he leído con tensión” —a mí se me salió un involuntario: “No es para menos”. —Pero no crea —continuó, retomando el aliento, Lev Nikoláievich— que esto sea, por así decirlo, de naturaleza positiva... ¡No!... Es una
reputación forzada... Nunca he comprendido qué es lo que él quiere en realidad... Lees algún pasaje y parece un populista... Y eso no está mal, pero después ocurre que no hay nada de eso en absoluto... Reina una cierta vaguedad, una nubosidad, una ensoñación... ¡No entiendo nada! Sólo Dios sabe lo que él quiere —dijo Lev Nikoláievich, echándome una mirada penetrante con el hincapié y el tono del escéptico que de antemano se ha decidido por una respuesta negativa. Hice notar, a grandes rasgos, aquellos puntos en los que Uspensky hizo énfasis toda su vida, señalé las condiciones de su trabajo y la naturaleza de su talento como las causas de cierto carácter caleidoscópico de sus obras... —Aun así —dijo Lev Nikoláievich—, todo de lo que él habló, todo eso no es de él, no hay nada nuevo... ¡Y esto, en mi opinión, lo es todo! El escritor debe descubrir su peculiar y sustancial visión del mundo... que no exista en ninguna otra parte, ni le pertenezca a nadie más... Que haya madurado sólo en él... Yo tengo, mire usted, una regla netamente mecánica, un método para definir si un escritor, conocido o no, es realmente grande: la traducción. Me sorprendí un poco. —Sí... la traducción... Es decir, si a un escritor se le puede traducir a otras lenguas sin empobrecerlo, entonces significa que ese escritor es realmente grande... Sí... Hubiera querido señalar la indudable herencia —si no del todo próxima, al menos lejana— del modo de ver el mundo de escritores como SaltikovShchedrin, Gógol y alguno más, como ilustración
sábado 7 de julio de 2012 b07
de portada ESPECIAL
Resonancias: 25 años Jorge Bustamante García
L
as obras completas de Lev Tolstói fueron reunidas en Rusia entre 1928 y 1958, alcanzando 90 tomos. Contienen sus novelas, relatos, obras de teatro, cuentos para niños, artículos sobre ciencia, filosóficos y de opinión, sus diarios y correspondencia. Después, con el paso de los años, aparecieron volúmenes especiales con el hallazgo de materiales inéditos, pero cada vez era una rareza mayor el descubrimiento de nuevos manuscritos, originales o borradores del escritor. Por otro lado, tras su muerte, brotó un verdadero flujo de memorias, reminiscencias y documentos de personas que lo conocieron y que abordan diversos momentos de su vida y su obra. Tres veces se ha publicado en Rusia la colección Tolstói en los recuerdos de sus contemporáneos, permanentemente enriquecida y aumentada. Se podría pensar que desde hace algunas décadas ya todo estaba dicho sobre el autor de Guerra y paz, no había nada más que agregar. Sin embargo, existía todavía un género insólito con su palabra viva que había quedado en el olvido: la conversación, la entrevista y los reportajes periodísticos que dan cuenta de nuevas aristas del singular novelista de Yásnaia Poliana Esas entrevistas y conversaciones no fueron recogidas nunca en un volumen, sólo unas pocas se reimprimieron con motivo de algún aniversario, pero la mayor parte permaneció olvidada y perdida: “Enterradas en los archivos de periódicos amarillentos, no fueron advertidas ni siquiera por los bibliógrafos más escrupulosos, permanecieron desconocidas por años no sólo para el lector común sino también para los especialistas tolstoianos”, escribió casi cien años después Vladímir Lakshin, quien se dio a la monumental tarea de compilar ese material buscando en hemerotecas, archivos y bibliotecas, logrando reunir en un volumen más de 106 entrevistas con Tolstói aparecidas en revistas y periódicos rusos entre 1885 y 1910, año de su muerte. De esas 106 conversaciones, inicialmente seleccioné 38, que fui reduciendo paulatinamente a 24. Me interesaba que tocaran aspectos novedosos, pero también que mostraran a Tolstói como un ser de carne y hueso, con sus virtudes y sus defectos. Hubo conversaciones que empecé a traducir, pero que luego dejé, porque me parecían que se alejaban de ese propósito. Y así fue como fui encontrando una cierta y rara unidad que fue configurando el espíritu del libro. Desde la pianista polaca que va a visitarlo a su hacienda y le toca en las mañanas y en las tardes
de la imposibilidad de traducir sus obras y con todo ello el talento indudable de sus autores, pero recordé la severa actitud negativa de Tolstói hacia muchos corifeos de la literatura, la pintura y demás, en su tratado sobre el arte, y preferí eludir este tema un tanto delicado, para lo cual me ayudó el propio escritor. —¡Vea, por ejemplo, los casos de Chéjov o Gorki —continuó él, como confirmando lo correcto de su criterio de valoración, por el enorme éxito de estos escritores en el extranjero—, lo que significa la fuerza de la imaginación y, lo más importante, la originalidad! Hice notar que ese éxito estaba condicionado por la apuesta de estos novelistas por el genio del corazón universal, si es que se puede uno expresar así... —¡De eso es que se trata —objetó con vivacidad Lev Nikoláievich—, precisamente de eso se trata… De humanidad en general! Reconociendo en Chéjov el mayor talento como narrador, Tolstói niega en él por completo al dramaturgo y considera que de este “pecado” en la escritura de Chéjov es un poco culpable el Teatro de Arte, que en este caso juega el papel de “instigador”. —Leí Las tres hermanas y, lo reconozco, no logré terminar la lectura... El conjunto de ciertas frases, de ciertas palabras ocurre sin ton ni son... Lev Nikoláievich considera la efectividad de la acción en una pieza como una condición imprescindible y provechosa para el dramaturgo. Da la posibilidad de llevar a cabo mediante dos o tres situaciones escénicas el cometido del autor, que se reduce, en opinión de Tolstói, a la más relevante delineación del carácter de los personajes...
No le gusta Leonid Andreiev, le irrita especialmente su Abismo. —¡Es un horror! ¡Qué lodazal... Qué suciedad!... ¡Que un joven que ama a una muchacha la encuentre en tal circunstancia y él mismo esté medio abrumado y llegue a tal infamia! ¡Puf! ¿Vale escribir de eso? ¿Para qué? Poco a poco dimos una vuelta completa a la enorme hacienda de Yásnaia Poliana. Durante toda la marcha, cerca de una hora, Lev Nikoláievich no se sentó ni una sola vez. Al contrario, como que del paso de un pradejón a otro él escogía premeditadamente tales lugares, que le exigían un mayor esfuerzo —cuestas, terraplenes—, de tal manera que tuve que ayudarlo varias veces... Durante nuestra caminata pude persuadirme que el escritor, a pesar de la breve estancia de ahora por su propiedad, alcanzó a ponerse al corriente de los sucesos de los aldeanos. Nos encontramos en el camino a una campesina. Tolstói la detuvo: —¿Hola, María, cómo estás? —Bien, señor... —¿Y qué, ya encontraste tus terneros? —Todavía no... —Pues búscalos, búscalos... La campesina se fue, sonriendo contenta, halagada, aparentemente, por la “fama” de su ganado... Los últimos minutos de mi estancia donde Tolstói fueron, por desgracia, un poco ensombrecidos: Alexandra Lvovna (una de sus hijas) le entregó un telegrama que le informaba de una seria enfermedad de su yerno Sujotin. La noticia lo afligió mucho. Lev Nikoláievich mandó llamar a su médico Mijail Nikitin
Lev Tolstói Conversaciones y entrevistas. Encuentros en Yásnaia Poliana Fórcola España, 2012 192 pp.
piezas de sus músicos favoritos, hasta aquella otra mujer que lo acusa ante la prensa de haberla plagiado. Hay también ahí una joya, la de un periodista que quiere entrevistarlo durante una visita de Tolstói a San Petersburgo, pero no logra hacerlo, y lo único que le queda es realizar una magistral crónica de la visita del ilustre visitante a esa ciudad. Estas entrevistas y conversaciones traen al lector la voz viva de Tolstói, muestran la forma en que era percibido por sus contemporáneos, el lugar que ocupaba en su conciencia. En ellas el escritor toca con inteligencia, humor, paciencia, ironía y serenidad a veces encendida un gran diapasón de temas: política, religión, filosofía, aspectos de la cultura rusa y universal, Goethe, Shakespeare, Herzen, Byron, Chéjov, Nietszche, su propia creación, la música y la ciencia, las novedades de la literatura, la pintura, todo lo que bullía en los círculos sociales. Pero también se interesaba por las cosas más inmediatas y cotidianas de la vida, la relación con sus amigos, las nimiedades diarias que rodeaban y agobiaban a sus vecinos, a los aldeanos y la gente sencilla que compartían con él y su familia un mismo destino vital, social, político y geográfico. Tolstói con gusto propiciaba la conversación libre, ya fuera en su estudio o en medio de paseos a pie por su hacienda de Yásnaia Poliana, y no se desviaba de la explicación de aquellas preguntas que interesaban al invitado: el escritor se explayaba y la conversación habitualmente se daba con gran soltura. Estos encuentros con Tolstói tienen una gran actualidad, aunque afirmación semejante suene a exageración. A medida que los iba transcribiendo, me convencía más de ello. Me parecía que al responder a sus interlocutores, el escritor me respondía también a mí. Y si así lo llegase a sentir al menos un lector con la reciente edición de Fórcola en España, me parecería la resonancia más maravillosa. L
para informarse acerca de la naturaleza y el carácter de la enfermedad... A pesar de esto, Tolstói fue muy amable y me invitó a desayunar, a lo que me negué por tener ya poco tiempo. Entonces se informó si mi caballo había comido, si le habían dado heno, etcétera. Estuve todavía como media hora en la casa de Tolstói. De las habitaciones que alcancé a visitar, una era la del médico, otra era aparentemente el estudio de Lev Nikoláievich, amueblado de un modo excepcionalmente austero. En las paredes colgaban retratos de escritores: Goncharov, Ostrovsky, Turguénev y el propio Lev Nikoláievich (en la juventud)... Un poco más allá una estatuilla de yeso de Stásov... En la estancia había al menos 20 libreros. Uno de ellos contiene la literatura crítica sobre la obra de Lev Nikoláievich. En otro se observan libros diversos en diferentes lenguas, manuscritos (cartas del escritor), revistas “voluminosas”... A propósito de esas revistas, Tolstói se queja de su futilidad: —No hay nada ahí... Las abro, las cierro... Puras intrascendencias... Me fui de casa de Tolstói lleno del encanto del gran anciano, pensando en que en realidad es la refutación viva de la tesis: “Mens sana in corpore sano”. Me empezaba a parecer que era todo lo contrario: entre más frágil el cuerpo, es más potente en él el espíritu, que se desgarra con todas sus fuerzas en una envoltura débil, allá, donde ya no hay regreso... —Gracias a Dios —recuerdo las palabras a este respecto de Lev Nikoláievich—, estoy mejor: más cerca de la muerte. L Versión de Jorge Bustamante García ¹ Texto aparecido en el periódico Noticias de Odessa, número 5736, el 2 de septiembre de 1902. El autor, Fiodor Muskatblit (¿1876-?), además de periodista fue crítico y uno de los primeros biógrafos de Anton Chéjov. Tolstói hizo algunos añadidos y observaciones a su “biografía”, escrita por su amigo P. I. Biriukov. 2
08 b sábado 7 de julio de 2012
MILENIO
en librerías ESPECIAL
El sexo como camino hacia la soledad La relación afectiva y pasional entre Enid y Alfred se resume en una imagen: durante todo su matrimonio, Alfred caminaba delante de ella, hasta que sufrió Parkinson y tuvo que caminar a su lado. Ella siempre esperó de él mucho más, en lo afectivo y en lo sexual. Por su parte, su hija Denise convierte su cama en el campo experimental de sus emociones y prepara un coctel explosivo hasta que las consecuencias de esa revelación terminan devastándola. Gary ha convertido tristemente la relación sexual con su esposa en el territorio de la negociación: se da o se recibe sexo en función de los acuerdos o los rechazos alcanzados. Chip comete el error de engancharse con una alumna resentida que le pone un cuatro y acaba con su carrera, para luego liarse con distintas mujeres sin ton ni son. En Las correcciones el sexo no es un camino de liberación sino un sendero de oclusión y desesperanza. Sólo Chip, al final, verá la luz del túnel con la doctora que atiende a su padre. Con esta nueva relación Franzen parece decirnos que, aun cuando todo parece estar destruido, cabe la posibilidad de empezar de nuevo si se entra a una nueva relación recuperando la humildad y la honestidad que da la conciencia de saberse experto en romper jarrones. El autor de Libertad; la nueva figura de la narrativa estadunidense
La vacuidad de nuestro tiempo Tras la aparición de Las correcciones en el año 2001, Jonathan Franzen fue celebrado como sucesor de Saul Bellow, John Updike y Philip Roth. ¿Hasta dónde llegan los méritos de esta agridulce novela, ahora reeditada? RESEÑA José Antonio Lugo jalugog@prodigy.net.mx
A Elma Celina
T
ambién ahora la tarde se alargaba más que ninguna otra. Empezaban a caer en gran cantidad copos un punto más oscuros que el cielo del color de la nieve. Su frío alcanzaba a colarse por las ventanas aislantes y, esquivando los flujos y las masas del aire recalentado, como de horno, procedente de los registros del acondicionador, llegaba directamente al cuello”. Esa doble sensación, la de que el tiempo se estira hasta volver aún más enrarecido el ambiente y la del frío que se cuela y llega hasta el lector, son las sensaciones que se experimentan al leer Las correcciones, la estupenda tercera novela de Jonathan Franzen —publicada originalmente en 2001—, que anticipaba el éxito y el reconocimiento que ganó años después con Libertad. Las correcciones es la descripción de cómo las corporaciones han acabado con las viejas carreras laborales; la crónica de cómo una familia socava su hogar hasta convertirlo en una pagoda de palillos; el relato del sexo como una vía hacia la violencia y la autodestrucción y un mapa detenido con alfileres, retrato de una sociedad que, más allá del placer consumista y de los días de Navidad y Acción de Gracias, está vacía. Un mundo sembrado de minas Aceptemos sin conceder que una faceta del capitalismo estadunidense se fundó en el valor del trabajo como parte de la ética protestante y que las corporaciones fueron un refugio y hasta una familia para millones de ciudadanos que se desarrollaban y crecían en ellas al tiempo que se desarrollaban y crecían sus familias. Ahora bien, ese mundo, en un presente en el que las grandes empresas ya no están presididas por familias tutelares sino por inversionistas que compran y venden sus acciones a tal velocidad que es imposible saber quién es el dueño el día de hoy, ha desaparecido y con él los valores que alguna vez le dieron sustento. Alfred Lambert es una víctima de este sistema, que lo condena a una pensión al borde de la dignidad. Alfred representa a quienes nunca dieron su brazo a torcer para “aprovecharse”. Su lealtad y su honradez no le reditúan; por el contrario, representan un costo. Por su parte, su hijo Gary sobrevive en el océano de tiburones porque ha aprendido a hacer lo que le conviene y por eso se opone a su padre, mientras que Denise, la hija chef, será contratada —y luego despedida— por razones independientes a su capacidad profesional. Chip hará trizas su vida laboral en una universidad, al mezclar lo privado con lo público. Mientras todo eso pasa, las corporaciones se preocupan sólo por sus intereses, bajo intenciones aparentemente nobles. Lo mismo se aprecia en la gran novela de Franzen, Libertad, donde la conservación
Jonathan Franzen Las correcciones Salamandra España, 2012 672 pp.
de un pájaro esconde los trabajos de una mina al aire libre, altamente contaminante. Hogares socavados Enid, la esposa de Alfred, la madre de familia, sueña con reunir a todos sus hijos en “las últimas navidades”. Para lograrlo, hará uso de todos los chantajes imaginables, con sus hijos y con su pareja, para mantener el cascarón en pie. A nadie le importa ya esa añeja reunión familiar porque nadie soporta la realidad que en ella se muestra: los hermanos no se aguantan entre sí y Enid y Alfred se han convertido en implacables jueces que no aceptan las conductas de sus hijos. Su respuesta ante esas conductas es criticarlos o, ante la imposibilidad de modificar lo que hacen y piensan, voltear hacia otro lado y evadir la realidad. El hogar de los Lambert ha sido socavado por una pobre relación amorosa entre Alfred y Enid; socavado por la vanidosa mezquindad de Gary, por la irresponsabilidad de Chip y por los vaivenes emocionales de Denise; socavado por la neurosis de Enid y el abandono depresivo de Alfred. Lo que queda de ese hogar son el aroma de los buenos guisos y los adornos de renos austriacos que para Enid representan estatus y una calidez navideña que sólo está allí, en los adornos y en algún guiso. El hogar es un templo que sólo espera un cerillo que lo incendie.
Un mapa detenido con alfileres Mediante las historias de sus cinco protagonistas, Las correcciones nos muestra cuán vacía se ha vuelto la vida interior de la sociedad estadunidense. Alfred construye su identidad a través de su posición en la vieja compañía ferrocarrilera; al resquebrajarse su relación con ella y verse obligado a sacrificar su estabilidad financiera para no evidenciar las faltas de su hija, no tiene más remedio que abandonarse al mal de Parkinson. Enid se refugia en la casa de St. Jude, una casa majestuosa llena de muebles finos y maderas que pretenden sustituir la estabilidad familiar y la felicidad, con una terquedad que la lleva a ejercer una tiranía sobre los demás y sobre sí misma que pone por delante el qué dirán y el estatus por encima de lo que sienten ella y sus seres más amados, conduciéndola a encontrar en los fármacos la tranquilidad que le niega la falta de consideración ajena. Gary tiene el éxito y el reconocimiento que concede la sociedad a quienes han triunfado y sin embargo ha perdido el respeto de su familia. El más pequeño de sus hijos, Johan, lo sigue queriendo; los otros, incluida su mujer, apenas lo toleran. No logra convencerlos de que lo acompañen a pasar la Navidad con sus padres, de modo que va solo. Ya allí, compra una silla para baño y una barra, para que su padre pueda ducharse y levantarse —lo que le cuesta más trabajo por el Parkinson—. Pero no deja de cobrarle a su madre el importe de la barra y de la silla. Le dice que no es justo que él pague. Su concepto de justicia lo ha convertido en juez implacable. Se ha quedado solo. Chip, el hijo intelectual, el rebelde, que aspiraba a convertirse en un gran guionista, se vuelve un hombre amargado, presa fácil de una aventura comercial en Lituania que por poco le cuesta la vida. Denise pasa por dos matrimonios y una relación lésbica antes de recibir una oferta irresistible: Brian, un nuevo rico que adora el restaurante de Filadelfia donde ella es gerente de cocina, le ofrece pagarle dos meses en Europa para que visite los más célebres sitios gastronómicos. Todo va bien. Parece que Denise ha logrado la felicidad, hasta que se sabotea y dinamita todo lo que había alcanzado. Su futuro será, a partir de entonces, cuidar de sus padres. No hay compasión en la mirada de Franzen, sino un cuchillo bien afilado. Al final de la novela se encuentran los cinco en Navidad. Ese encuentro permite ver cuán frágiles son las ataduras que los sostienen unidos. Todos se derrumban. Ninguno soporta a los demás; ninguno se soporta a sí mismo. Después vendrá la muerte del padre. Su impotencia para terminar con su vida antes del deterioro final lo conduce de manera inexorable al camino del olvido de sí mismo. Su mujer aprovecha sus últimos días para hacerle sentir todo lo que no hizo por ella, para exprimirle en la jeta todo su odio acumulado. Las correcciones es una novela que está a punto de invitarnos a tomar antidepresivos. Y, sin embargo, no podemos abandonar la lectura. Quizá porque en el vacío de los personajes está reflejada alguna parte de nosotros; quizá porque en el sinsentido de una sociedad obsesionada por el éxito y por los objetos que simbolizan y reemplazan el valor de cada individuo se refleja la vacuidad de nuestro tiempo.L
sábado 7 de julio de 2012 b09
LABERINTO
en librerías
El cuaderno rojo
99 pasiones en la historia de México Paul Auster Booket México, 2012 106 pp.
H
ay dos formas de encontrar las razones de nuestra vida: la causalidad y la casualidad. La segunda es —al parecer— la que llevó a Paul Auster a convertirse en escritor. El cuaderno rojo. Historias verdaderas es una especie de álbum de estampas o recuento de vida del autor de Leviatán: sus lecturas y alucinaciones, las angustias, la pobreza, sus amigos y sus andanzas en Nueva York y en diversas ciudades francesas nos dan la llave para entender algunas de sus obras literarias. La relación entre la vida y los libros son directas y la ficción comienza cuando Auster intenta salir de un laberinto al que lo ha llevado el azar. Las descripciones hacen recordar el inicio de El palacio de la luna: su autor vive en un apartamento del que prefiere no salir pues no vale la pena bajar a un mundo glamoroso para volver por interminables escaleras al lugar, enmarcado por la sordidez, que lo acoge.
50 grandes mitos de la psicología popular Scott O. Lilienfield, et. al. Océano México, 2012 331 pp.
D
e las ciencias humanas, la psicología es la que más discusiones provoca. Algunos pensadores han señalado que estamos viviendo la “era psicológica”, y dadas las circunstancias poco favorecedoras que padecemos eso ha dado pie a que los escépticos digan “Por eso estamos como estamos”. Si realmente hubiera fórmulas psicológicas que hicieran más inteligente y bondadoso al ser humano, desde hace tiempo viviríamos en el llamado “paraíso”. Pero, en fin, el libro que comentamos no se involucra en cuestiones tan profundas y se centra en aspectos cotidianos como la creencia de que no usamos toda nuestra capacidad intelectual, de que nos sentimos atraídos a personas opuestas a nosotros, de que la letra refleja nuestra personalidad o de que hacerles escuchar la música de Mozart a los niños estimula su inteligencia. A pesar de la argumentación científica, es difícil que la gente cambie sus creencias.
Luvina Número 67/ Verano 2012 112 pp.
E
n este número —titulado “Inhumano”— destaca el homenaje al poeta tapatío Guillermo Fernández, asesinado en su casa de Toluca, Estado de México, el último día del pasado marzo. Francisco Hernández, Stefano Strazzabosco, Jorge Esquinca y Hernán Bravo Varela participan del tributo que comienza con algunos poemas de Fernández, quien en uno de ellos escribe: “Señora,/ arrulla a tu pequeño,/ aduérmelo en tus manos poderosas”. En la amplia oferta de Luvina, una de las mejores revistas del país, se encuentran también “Once poemas sobre el mal y sus alrededores” de Valerio Magrelli, “Evítame, por favor”, estremecedora historia de odio y venganza de Adolfo García Ortega, “Casi humano”, de Juan Nepote, quien repasa la historia del científico Alan Mathison Turing. Nacido el 21 de junio de 1912, Turing fue pionero de la computación y víctima de la homofobia, que lo llevó al suicidio en junio de 1954.
El mundo raro
Alejandro Rosas mr ediciones México, 2012 349 pp.
V
aya que han existido amores intensos entre los protagonistas políticos, artísticos y culturales de la historia mexicana. Por qué, entonces, no ceñirlos a una forma, luego de confirmar que no han sido suficientemente documentados. Estos relatos, dice Alejandro Rosas, “proceden de epistolarios, libros de memorias, archivos, notas periodísticas, referencias indirectas y una vasta bibliografía”. A pesar de que privilegian el punto de vista masculino, saben inclinarse ante los ardores femeninos. Y en vista de que desempolvan rincones ocultos, ninguno tiene desperdicio. Del brazo o a bofetones, iluminados o sombríos, hacen su aparición Hernán Cortés y Catalina Xuárez, Miguel Miramón y Concha Lombardo, Victoriano Huerta y Emilia Águila, José Vasconcelos y Elena Arizmendi, Esperanza Iris y Paco Sierra… “Extraños caminos los del amor”, escribe Rosas. Quien se ha extraviado en ellos, lo sabe.
Revista de la Universidad de México Nueva época/ Número 101/ Julio, 2012 112 pp.
N
úmero de homenajes y recuerdos, abre con dos capítulos de una novela inédita de Tomás Segovia: Los oídos del ángel, que será publicada en los próximos meses por Ediciones Sin Nombre, sello donde se encuentra buena parte de la obra del autor fallecido el 7 de noviembre de 2011. En otras propuestas, Vicente Quirarte escribe sobre su padre, el historiador Martín Quirarte, de su muerte pero también, y sobre todo, de su ejemplo. Humberto Musacchio explora el mundo y el trabajo del fotógrafo Héctor García, muerto el pasado 2 de junio, tres días antes de Ray Bradbury, de quien se ocupa Alberto Chimal. Alberto Gómez Robledo V. traza una “Breve semblanza” de Jorge Carpizo, cuya sorpresiva muerte ocurrió el 30 de marzo de este año. Beatriz Espejo apunta la mirada al universo de Marcel Proust y Enrique González Pedrero reflexiona sobre la relación entre el Estado y la cultura en nuestro tiempo.
La Otra Número 16/ Julio-septiembre, 2012 136 pp.
B
oris Dinerchtein nació en Bielorrusia, es músico profesional y fotógrafo aficionado. Con presentación de José Ángel Leyva, en esta edición se despliega un portafolio que muestra las preocupaciones estéticas y sociales de las fotografías de Dinerchtein, en las que “el juego y la armonía están presentes”. Juan Carlos Abril coordina un dossier dedicado a José Manuel Caballero Bonald, a quien hace una divertida entrevista en la que asoma el carácter y las manías de este poeta nacido en Jerez de la Frontera el 11 de noviembre de 1926. Álvaro Salvador, Antonio Jiménez Millán y Luis García Montero contribuyen con sus textos a ampliar el conocimiento sobre la obra y personalidad de Caballero Bonald, sobreviviente de la llamada Generación del 50. Un paseo por la obra del pintor Mario Londoño y poemas de John Kinsella, António Ramos Rosa y Salah Stetié son parte de las propuestas de este número.
LOS PAISAJES INVISIBLES WORDPRESS.COM
Iván Ríos Gascón thewhitesubway@yahoo.com
C
on una mirada parecida a la de ese Cosimo Piovasco que en El barón rampante decidió aislarse en su hermética floresta, Amerigo Ormea penetra en la ciudad dentro de la ciudad y contempla la irónica arquitectura concebida por el cura Giuseppe Benedetto Cottolengo en 1842, donde descuellan el pico de una iglesia, los ventanales del hospicio, el portón del sanatorio, las verjas del convento. De los muros escurren los carteles mojados por la lluvia. Amerigo piensa en los significados diluidos de las pancartas del Partido Demócrata-cristiano y del Partido Comunista, que invitan a votar con sus falsas promesas, tan distantes a la realidad hostil, a la discordia cotidiana que envenena a la nación. Amerigo Ormea avanza en ese recodo de Turín donde también murió el historiador Pietro Giannone, encarcelado por la Iglesia. El delito de Giannone fue denunciar en sus libros la nefasta hegemonía del Papa sobre el Estado italiano, la picota fue su cámara mortuoria el 7 de marzo de 1748. ¿Qué hace Amerigo Ormea en los vestigios aún en pie de la Piccola Casa della Divina Providenza? Su presencia ahí concierne a su investidura de escrutador electoral. Como miembro del Partido Comunista, a él le corresponde vigilar los comicios que incluyen a todas las voluntades italianas, la ley obliga a que el sufragio se extienda a hospitales, manicomios, asilos y conventos, nadie está eximido de las urnas. Y aunque Ormea recuerda con humor negro las anécdotas de ciertos electores que, una vez en la casilla, creían que estaban en el retrete y defecaban y se limpiaban con la papeleta, o las de aquellos que no sabían qué hacer con la boleta y el crayón y, entonces, decidían desayunarse ambos objetos, o las de los que, instruidos previamente por los funcionarios, entraban a la casilla coreando el nombre del candidato por el que les repitieron hasta el cansancio que debían votar, prosigue su encomienda, recorre los distritos con una vaga sensación de vacuidad. Como militante comunista y
simpatizante del laicismo, sabe que los operadores volverán a asestarle un golpe a la “democracia”, que los procesos electorales suelen parecerse a un casino donde la casa nunca pierde, la casa siempre puede echar mano de paleros, cartas marcadas, ruletas a control. El ciclo será largo. El ánimo de Amerigo Ormea se ensombrece cuando los practicantes entran en acción. Las monjas alistan a su ejército de votantes, a los idiotas, los paralíticos, las víctimas de malformaciones congénitas, los huérfanos y los enfermos terminales. En suma, la escoria de una sociedad cuyo gobierno suele olvidar a los desgraciados, la masa de indeseables que sólo sirven para sumar puntos a su nombre para después dejarlos en el inhumano destino del encierro. No obstante, Amerigo ocupará su puesto. Decidirá ser sólo un testigo, un convidado de piedra porque, al fin y al cabo, el sistema y su ley le imposibilitan actuar ante los abusos que se cometen en contra de los marginados, los desvalidos de conciencia. Sobre esa novela tan poco recordada, casi perdida, que se llama La jornada de un interventor electoral, Italo Calvino dijo que no salía de la sorpresa de que un texto tan breve le hubiera costado diez años de trabajo. La idea surgió en julio de 1953, cuando Calvino formó parte de la lista de candidatos del Partido Comunista y visitó los distritos electorales como vigilante del Partido. En el Cottolengo de Turín, el hospicio más célebre de Italia, presenció una discusión entre democristianos y comunistas, y de esa ríspida querella fue surgiendo lenta, paulatinamente, la figura de Amerigo Ormea. L
10 b sábado 7 de julio de 2012
MILENIO
teatro FERNANDO MONTES DE OCA
La última cena Shakespeare sigue ocupando la escena mexicana. Le ha llegado el turno a Macbeth, ese oscuro torrente que arrastra a nobles, dignatarios y poderosos CRÍTICA Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com
L
os 27 personajes que delinéo Shakespeare en Macbeth, además de nobles, caballeros, asesinos, soldados, criados, mensajeros, apariciones y el espectro de Banquo, son asimilados, en su mayoría, por Laura Almela y Daniel Giménez Cacho en un escenario desprovisto de madera y decorados, donde sólo hay dos filas paralelas de sillas, un par de largos cortinajes negros y todo un páramo oculto por habitar. El sobresalto causado por el brusco golpe al cerrarse la puerta por donde ingresan los espectadores nos ubica enseguida en una espiral de ruidos. Truenos, relámpagos, campanadas, choque de metales, chillidos de animales, pasos, voces, lamentos, el correr del viento y la voz, generan una atmósfera densa, entre oscuros prolongados, amplias descargas de luz blanca y algunas tímidas llamas, por virtud de Rodrigo Espinosa en el diseño de sonido y de Gabriel Pascal en el de iluminación. La audiencia funge como los invitados a la fatídica, última cena en la que Macbeth transgrede los valores sagrados de la hospitalidad, el parentesco y el vasallaje, contra Duncan, el rey de Escocia, a quien los actores construyen mediante diálogos y reacciones. El vértigo es parte del torrente de la acción que Laura Almela y Daniel Giménez Cacho generan en un juego súbito de transformación de personajes que aparecen cuando se requiere y se diluyen cuando es momento de que otro haga presencia. Cada actor se avoca a ser cada personaje, a poseer su esencia por un instante y a dejarlo ir sin ostentaciones, como si se tratara de una mutación natural de almas. A partir de una dramaturgia compleja que
La tragedia de Macbeth se presenta de jueves a domingo en el Teatro El Milagro, Milán 24, colonia Juárez
apuntala hechos y parlamentos clave, de modo que pueda intuirse la ruta del protagonista, los intérpretes se sumergen certeramente en esta historia de poder sobre la que actúan tanto fuerzas divinas como sobrenaturales.
En dos horas y media, Laura Almela y Daniel Giménez Cacho abarcan el universo que Shakespeare traslada al teatro, a partir de la Crónica de Holinshed sobre la historia de Escocia, en la que ser rebelde equivale al pecado de brujería, en un contexto en el que se cuestionaban la legitimidad de la sucesión y los principios religiosos. Los cortinajes a espaldas del espectador son los pliegues de la cueva, las ramas, el rumor del bosque agitado intensamente por el viento y por personajes que corren, se deslizan, mueven los pliegues que dejan escapar aleteos y alguna voz de las representantes de las fuerzas del mal, emisoras de la fatal profecía y hacedoras de maleficios. Despojados de dagas, armaduras, joyas, capas, anillos y terciopelo, los personajes visten pantalón oscuro —vaquero para él y de gabardina para ella—, con camisa de algodón, manga larga y botonadura al frente, en negro y gris, respectivamente. Este Macbeth y esta Lady Macbeth usan zapatos de piel con suela de goma y destejen su ambición sobre el mismo suelo que pisan quienes los miran, como si el deseo de poseer una corona tuviera igual significado para todos los allí presentes. En un montaje en el que no hay prácticamente nada artificial sobre el escenario, se abre la posibilidad de crear el todo mediante un arduo trabajo de reescritura sintética, de asimilación, de actuación, de sonidos y de luz. El espectador tiene la oportunidad de hacer su parte en la creación eficaz de lo que no está físicamente ahí y de involucrarse en un riguroso juego, en el que un jinete al galope puede ser un actor con sus piernas en movimiento y su torso erguido y también uno de los esposos Macbeth, o su mayor oponente, Macduff, o un humilde sirviente, sin menoscabo del anterior. La tragedia de Macbeth es una propuesta sin director que el dueto de intérpretes dedica a sus maestros Juan José Gurrola y Ludwik Margules. La puesta en escena —fuera de la utilización de un muñeco de látex, que se vuelve más un obstáculo que un apoyo— resulta un valioso homenaje a quienes, como Gurrola, apostaron por la confabulación, por la sustancia del sueño y, como Margules, partieron del rigor, el análisis, el dolor y el abismo propio. Laura Almela y Daniel Giménez Cacho entregan a un Macbeth humano, con sus pantalones raídos, preso de una profunda guerra interna, ansioso de títulos, poder y reconocimientos; dominado por su esposa-madre y envuelto en una atmósfera de incertidumbre acerca del rumbo y la integridad de su país, arrastrado —como él— hacia la destrucción. L
LA PUERTA ESTRECHA ESPECIAL
Mercier y Camier Alicia Quiñones aquinonescontacto@gmail.com
R
ecién asentado en París, un indigente lo apuñaló en la calle. Tras recuperarse, fue a preguntarle a su agresor por qué lo había atacado. “No tengo la menor idea”, le dijo. Cuando Samuel Beckett terminó de hablar con el hombre que lo hirió, su idea sobre la vida había cambiado. Este hecho aparentemente irracional nos habla de la concepción que el dramaturgo tuvo de sus personajes. Pocos años después, en 1946, Beckett escribió Mercier y Camier, libro “bastardo” que publicó 24 años más tarde, cuando ganó el Premio Nobel de Literatura; se dice, incluso, que de no haber recibido ese premio, no lo habría editado. Mercier y Camier son dos hombres de edad madura que deciden dejar atrás sus vidas para emprender un viaje. No sabemos adónde irán ni por cuánto tiempo. Los hombres han tenido que sopesar hasta el último momento cada beneficio que este viaje les dará, pero aquí lo más importante no es el destino sino lo que se reflexiona con el paso de los días. Especie de héroes vagabundos, se van topando con diversos personajes, entre ellos una prostituta; matan a un policía, pierden sus pertenencias y al final terminan por separarse. “Si no tenemos nada que decir —dice Camier—, no digamos nada”. La
esencia de este libro está en sus diálogos y, sobre todo, en los silencios, en aquello que no se hace patente con palabras y en lo que no sucede a simple vista; un rasgo de la obra beckettiana. Como las diversas parejas que el autor de La última cinta de Krapp construyó en sus obras, estos hombres no son elementos individuales en cada historia, sino que representan una doble realidad. Mercier y Camier es, de hecho, la antesala a una de sus obras más conocidas, Esperando a Godot, en la que dos tipos sólo tienen la esperanza de que Godot llegue, como les fue prometido. Mientras tanto, su miseria los lleva a nadar en lo más profundo del fango. En una escena, Vladimir le pregunta a Estragón si reconoce el paisaje en el que se encuentran: “¿Qué hay que reconocer? He arrastrado toda mi vida por el fango. ¡Y me hablas de paisaje! ¡Mira esta basura! Nunca me he levantado de ella”. Mientras estos diálogos se colocan directamente en la naturaleza humana y el conflicto se libra como espera, en Mercier y Camier el desahucio aparece cuando en este viaje-naufragio pierde sentido porque ya no hay nada qué decir sobre uno mismo. Este desahucio es lo que retomó la compañía Teatro H para realizar un experimento dramático sobre la vida. Inepcia, dirigida por Alejandro García, es una pieza que aprovecha los amplios parámetros que la dramaturgia tiene para jugar con cuatro actores que tienen la necesidad de contar la vida de seres devastados ante su suerte, sus tristezas, sus realidades, sus sueños, y una imaginación que podría, incluso, parecer locura cuando la lógica y la memoria se van perdiendo gradualmente. A través de la obra narrativa de Beckett, esta “investigación escénica” —como es llamada— nos invita a reflexionar sobre lo irónicas que resultan nuestras vidas con el paso de los años. Es, pues, una propuesta existencialista, tan absurda que de pronto nos convertimos en estos seres que simplemente callan, o nos vemos reflejados en ese indigente que apuñala a otro sin motivo aparente. Con las actuaciones de Valentina Martínez Gallardo, Daniel Meza, Marco Norzagaray, Adrián Román y Atza Hurrieta, la pieza se presenta en la Planta Técnica del Teatro El Milagro. La puerta estrecha se ha cerrado. L
Samuel Beckett
sábado 7 de julio de 2012 b 11
LABERINTO
cine Juan Antonio de la Riva
“No hay espacio para la producción nacional” Érase una vez en Durango es un filme que tiene su razón de ser en el culto al séptimo arte y, por qué no, a los creadores mexicanos que cultivaron el western CORTESÍA DE JUAN ANTONIO DE LA RIVA
espectador poco conocedor se le puede despertar la curiosidad por conocer el trabajo de Mariscal o del Indio Fernández. En resumen, es una película sobre la nostalgia de un cine que ya no existe. ¿En qué momento dejó de existir? En los años ochenta la consolidación del video y de las redes de televisión llevó al cine a una crisis. Antes, en los pueblos de provincia, la gente se acercaba al resto del mundo a través de las películas. Además, contábamos con un sistema de exhibición que permitía llevar las producciones mexicanas a todos los rincones del país. ¿En el personaje del niño, un cinéfilo en ciernes, hay una proyección personal? Desde luego que hay algo, sobre todo de la curiosidad infantil. Sin embargo, también hay una identificación con el viejo, quien es testigo de los cambios en la industria y utiliza la nostalgia como un mecanismo para recuperar ese pasado.
Escena del filme de Juan Antonio de la Riva, que se exhibe en Cinemanía
ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com
V
illa del Oeste es un pueblo casi fantasma. Nadie lo habita, salvo un vigilante que se encarga de resguardar su mítica historia como legendaria locación de cintas de vaqueros. Ubicada en Durango, Villa del Oeste conserva un aura cinematográfica que seduce a Gabriel, un niño que día a día la visita para que el velador, antiguo doble de películas, le enseñe algunos trucos actorales. Inmerso en cualquier cantidad de referencias y homenajes, Juan Antonio de la Riva presenta una historia que rinde tributo al séptimo arte. ¿Érase una vez en Durango es su homenaje al cine? Sin duda, sobre todo al western y al cine mexicano. Mi vida ha estado rodeada de películas. Mi padre fue exhibidor en la sierra de Durango, de modo que primero lo conocí como espectador y más tarde como guionista y director.
¿Por qué rendir tributo al western? El argumento original es del actor Alejandro Parodi, quien ubicaba la historia en el Pueblo del Oeste de los Estudios Churubusco. A mí me tocó retrabajarlo y llevarlo a Durango, donde se filmaron muchas cintas del oeste. Asimismo, usé al western para hablar de otras cosas, como la vida en los pueblos. Tengo una familia de amigos que emigraron a San Luis Potosí y quise usarlos como referente para darle a la película un toque distinto. ¿Cuáles son los rasgos que distinguen al western mexicano en relación al estadunidense o al italiano? En general, creo que no es muy afortunado, aun cuando contamos con cintas importantes como El tunco Maclovio o Los indomables, pero que pretendían copiar elementos del cine de Estados Unidos. Desafortunadamente, nunca se siguieron los pasos de obras como Los hermanos de hierro de Ismael Rodríguez o Tiempo de morir de Arturo Ripstein, que estaban cercanas al género. A pesar de ello, fue un género al que los directores de mi generación admiramos. Hay guiños a directores como Alberto Mariscal o al Indio Fernández. Desde niño acumulé información en mi memoria. A la hora de escribir el guión creí que ciertos datos podían enriquecer a los personajes. A un
Habla de la crisis de los años ochenta, pero ahora el cine vive otro momento de transición. Hay quien incluso predice el fin de las salas… Es difícil hablar de ese tema porque lo veo con el sentimiento de por medio. El empuje del capitalismo norteamericano nos ha llevado a la situación en que vivimos. No es sólo que la gente ya no vaya a las salas, sino que no hay espacio para la producción nacional. Es triste pero el futuro del cine dependerá de la industria de Hollywood, que domina el mercado mundial. Los mecanismos de exhibición han obligado a que el público natural de las películas mexicanas se refugie en la televisión y la piratería. ¿Por qué se agotó el western? Porque correspondía a otra época y visión del mundo. Contaba historias sobre la amistad, el honor y la venganza. La mayoría eran producciones sencillas, de modo que fue desplazado cuando aparecieron recursos más complejos como la ciencia ficción. Aunque desarrolló un lenguaje visual propio… Por supuesto, el western es inherente al desarrollo del cine. Sus códigos se aplicaron a otros géneros. Un ejemplo es Star wars: tiene muchos de sus elementos pero en un entorno futurista. En otro sentido, para Estados Unidos fue un género fundacional. Al ser un país de migrantes, en el western encontró su propia mitología e incluso la exportó a lugares como Japón. No olvidemos que Kurosawa lo usó para sus películas de samuráis. Desafortunadamente, en México no aprendimos la lección y nos quedamos en la explotación inmediata.L
HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL
Dios y la finitud Fernando Zamora @fernandovzamora
E
l doctor Freud llega a Nueva York y, cuando mira pasar desde los barandales del barco la Estatua de la Libertad, exclama: “Espero que sepan que les estamos trayendo la peste”. El psicoanálisis tal vez no sea la peste, pero es una caja de Pandora según especula Dangerous method de David Cronenberg. Aquí están los temas básicos del siglo XX: el re-descubrimiento de la psique (esa vieja forma de llamar al alma), la relación entre sexualidad y muerte, entre libido y arte, método y esoterismo; todo macerado en esta nueva religión: Ciencia. La discusión de fondo atañe a todo lo humano; su sujeto es Amor. Cuatro tesis debaten en Dangerous method : el amor como reificación de un ego escindido entre el placer y la muerte (Freud), el amor como disolución del ego en el encuentro del otro (Spielrein), el amor como un puro placer sexual (Gross) y el amor como negociación entre civilización y libido (Jung). Herr doktor Freud es, en el retrato de Cronenberg, una suerte de demiurgo. Y algo hay de cierto: como Aristóteles, Freud ha sido superado por toda clase de nuevas evidencias científicas, pero en el terreno de la interpretación artística poco se
ha dicho tan importante desde que su “método peligroso” irrumpió en el panorama del arte. La “cura por el habla” se conoce desde tiempos griegos; los medievales le llamaban “dirección espiritual” y comenzó a olvidarse durante la primera revolución científica. No es casual que con el retorno de una técnica ancestral, cuestiones que la ciencia creyó superadas se volviesen ancestrales: ¿existe Dios o es sólo la proyección de un deseo patriarcal? Durante la discusión sobre las razones de Akenatón para borrar de la historia el nombre de su padre y fundar las bases de la primera religión monoteísta, Freud sufre un desvanecimiento y murmura: “Debe ser placentero morir”. Ni siquiera los más ácidos enemigos de Freud niegan el valor de sus letras. Era un poeta. Y es aquí donde se juntan sincrónicamente (diría Jung) el arte de Freud y la ciencia de Cronenberg; forma y fondo se enlazan en Dangerous method para llevar hasta sus últimas consecuencias las obsesiones de su autor. Esta es una de las mejores películas de un artista ya clásico. Reconocemos aquí los temas de The brood (1979), The fly (1986), Crash (1996), Eastern promises (2007); todo aglutinado en torno al interés por la ciencia como religión y la sexualidad como fuente del intenso deseo de trascender. Resulta interesante que la obsesión de Cronenberg por la desnudez y el fetichismo se resuelva en forma casi victoriana. El deseo es soterrado pero explota en una escena particularmente erótica en la cual el analista golpea el trasero de su paciente mirándose en el espejo de un armario. Una joyita freudiana.
Dangerous method (Un método peligroso). Dirección David Cronenberg. Guión Christopher Hampton basado en un libro de John Kerr y su propia obra de teatro. Fotografía Peter Suschitzky. Música Howard Shore. Con Keira Knightley, Viggo Mortensen y Michael Fassbender. Estados Unidos, 2011 Sale uno de esta película preguntándose cómo conectó Dios los cables de la existencia con el deseo sexual. Más que nunca Cronenberg ha hecho un filme en el que medita la relación entre amor, muerte, Dios y sexo. L
12 b sábado 7 de julio de 2012
MILENIO
varia JOHAN FALKMAN
ARCHIVO MILENIO
Retrato de Cecilia Gyllenkrok, 2011. Óleo sobre tela (detalle)
La prole sin cabeza
Johan Falkman, constructor de personas
ARCHIVO HACHE
CASTA DIVA
Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com
E
ste 2012 se cumplen —sin que a muchos importe— 50 años del libro marxista más interesante hecho en México: Ensayo sobre un proletariado sin cabeza de José Revueltas. “Proletariado sin cabeza” significa “proletariado sin su partido” realmente representativo. Revueltas creía que la izquierda fue secuestrada por la burguesía nacional. Pedía un partido de clara tendencia marxista-leninista. Pero hay una segunda (más sutil) explicación del título. La expresión “proletariado sin cabeza” significa una clase trabajadora que no ha podido hacer de la filosofía su “arma espiritual”, idea que Revueltas tomó de Marx a propósito de la Filosofía del derecho de Hegel. “Proletariado sin cabeza” es la “prole” —al decir de la familia Peña Nieto— sin “conciencia de clase”, que Revueltas define como una fusión de la clase trabajadora con “el pensamiento teórico”. Una clase trabajadora que no sabe que debe luchar por derrocar al capitalismo. La vida del proletariado sin cabeza, entonces, es controlada en México por un régimen sin necesidad de “una dictadura férrea”. Pero sí, según Revueltas, mediante una “dictadura de clase”. Gobernantes, empresarios y sus ideólogos dirigen la nación para mantener sus beneficios de clase, dice Revueltas. En México, esa dictadura de clase se ha auxiliado del “demo-marxismo”. El demo-marxismo es una izquierda pragmatista y reformista: “oficial de la ideología democrática-
burguesa ‘más avanzada’, de los economistas del capitalismo de Estado, de los consejeros de ‘izquierda’ de la presidencia de la República”. El demo-marxismo se caracteriza por su desdén a los textos marxistas, el socialismo científico y por su idea de “adaptar” el marxismo a México, como si en el país no aplicara el materialismo histórico. (El demo-marxismo, además, es nacionalista.) En la práctica, apunta Revueltas, el “demomarxismo” se traduce en políticas en que el problema de la clase trabajadora es manejado “como algo que debe estar sujeto a la acción protectora del Estado”. (Al modo del PRI o PRD actuales.) Su clave consiste en predicar que como el “proletariado sin cabeza” no puede encabezar una lucha de transformación social en el país, una supuesta izquierda moderada burguesa debe, entonces, tomar las riendas siguiendo la lógica “queramos o no, es la que está al frente del proceso, es la que lo dirige”. El “demo-marxismo”, dice Revueltas, “es el estado de enajenación ideológica esencial en que se encuentra la clase obrera mexicana desde la toma del poder por la burguesía en 1917”. Las ideas de Revueltas no han perdido vigencia. Sólo habría que hacerle un reparo. Cincuenta años después, la izquierda oficial mexicana perdió todo rastro marxista. Hoy es sólo demo-izquierda: “moderna”, “moderada”. Un combo de hamburguesía demo-política: PRI Bueno, Marcelo, PAN y vino. L
Avelina Lésper avelinalesper.com
E
volucionar es parte del trabajo de un pintor. Una obra que se estanca en sus propios hallazgos degenera en la facilidad de los hábitos y la comodidad. La exposición de Johan Falkman describe la evolución en la trayectoria de un pintor y enseña puntos fundamentales del trabajo creador. Un pintor, por talentoso que sea, debe encontrar su lenguaje y su estilo, que se resumen en cuál es su asunto en el arte, qué quiere revelar y demostrar cómo lo hará. Esto, que parecería la parte más sencilla, no lo es. Hay pintores con gran destreza manual y sobrada capacidad para realizar una obra que no tienen idea de qué plasmar en el lienzo. La obra denuncia esas dudas, que son existenciales, con errores en la resolución de la composición y el color, temas mal planteados y obsesión con los materiales para enmascarar la falta de ideas. En el extremo están los que sobrevaloran la libertad, hacen a un lado la formación y las técnicas y se enfrascan en el ejercicio onanista de “expresarse” sin bases teóricas ni prácticas. Producen obras mal realizadas y peor pensadas, limitadísimas, que agotan los pocos recursos de los cuales disponen. La obra de Falkman admite básicamente comisiones: retratos al óleo de personas ricas y científicos que trabajan en instituciones y hospitales. Dentro de este limitado territorio Falkman crea, busca y evoluciona. El recorrido por los retratos nos lleva por la historia del pintor, más que de los modelos que posaron para su propia posteridad. En su primera etapa Falkman tenía una posición muy cómoda, vendía mucho y satisfacía a sus clientes con obras vacías. Un retrato de cuerpo entero de una hermosa señora de senos enormes y largo vestido negro; una mujer bronceada posa con joyas y con su perrito; otra yace recostada con un vestido amarillo, más joyas y lo que parece un Gauguin a sus espaldas. La constante es la imitación del estilo del retrato convencional y comercial norteamericano de los años cincuenta. Las pinturas son de pincelada plana, limpia, inexpresiva, muy trabajadas, con detalles del retratado y un acabado perfecto. En el sentido comercial, son piezas correctísimas, impecables en su realización y fallidas en su trabajo artístico; piezas vulgares que seguramente fascinaron a sus clientes. Sin embargo, ya en cuadros de esa misma época
Johan Falkman: La alteridad en el espejo Museo del Antiguo Colegio de San Ildefonso. Hasta el 15 de julio de 2012 Falkman se toma libertades creativas con sus modelos científicos; las batas blancas tienen una textura pictórica matérica, cargada de volumen. Rostros multicolores, la piel roja de los eslavos a quienes se les transparenta la sangre, mezclada con azules, anaranjados, verdes. Los científicos, clientes más inteligentes, aceptaban el experimento pictórico que se gestaba en su retrato. Entonces viene el salto deslumbrante en la obra de Falkman: con los retratos de 2011 decide ser artista, no el prestador de un servicio. Sale de su letargo creador e impone un estilo y un lenguaje que hacen de sus obras un evento pictórico. La comisión se vuelve obra autoral. Falkman aprende de nuevo a pintar reinventando los principios que tiene memorizados. La anatomía de sus modelos es una superposición de pinceladas gruesas, cargadas de óleo, que se desbordan; las caras están hechas de brochazos untuosos, casi modeladas. Los retratados, con este acercamiento más honesto, adquieren una dignidad y un silencio dramático, son testigos del cambio que el pintor hizo en su obra, se prestan para que se materialice, dejan que la pintura hable por ellos. Entre más pictóricos, más humanos. Una condesa con un vestido que remata en una flor de tela, la pintura se extiende gruesa en el lienzo, plena de relieves, agitada. El ímpetu de destruir la convención de la realidad. A partir de la acotada obligación de retratar a alguien, Falkman utiliza los elementos que tiene para demostrar las posibilidades infinitas de la pintura. El parecido absoluto y testimonial lo da la fotografía, pero la redimensión del ser humano como tema sólo pueden aportarlo esas pinceladas que superan lo que ofrece la realidad. El retrato con estas condiciones no sólo cumple con ese misterioso capricho de capturar la vida de alguien; es, en esencia, pintura. Es la construcción de una persona mediante una obra de arte. L