Laberinto No. 481

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Laberinto

David Toscana Democracia global página 2 Vladislav F. Jodasiévich Poesía página 3 David Cortés La Ciudad de México y sus trovadores página 4 Heriberto Yépez Los anti-hipsters página 12

N.o 481

sábado 1 de septiembre de 2012

Jorge F. Hernández, en tres tiempos

Antonio Muñoz Molina Página 8 ESPECIAL

La caza sutil

Textos de Julio Ramón Ribeyro Página 6

MILENIO


02 b sábado 1 de septiembre de 2012

MILENIO

antesala DE CULTO

ESPECIAL

Democracia global

André Pieyre de Mandiargues

Asedios del deseo

TOSCANADAS ESPECIAL

Barak Obama y Mitt Romney

David Toscana dtoscana@gmail.com

A

l gordo Comodoro hay que llevarle chocolates; de lo contrario, no habla. Está sentado en su eterno sillón de mimbre, mirando una nube de polvo que se cuela por la ventana. Se zampa el primer chocolate, ya blando por el calor. Está descamisado, y me desagrada ver su barriga blancuzca de tres pliegues. En nuestra conversación anterior se quedó dormido cuando hablaba de la democracia mundial. Le pido que continúe con el tema. Ah, Toscana, otra vez con eso. Tratándose de política, el todo es menos que la suma de sus partes. Hay países, como los Estados Unidos, que internamente funcionan como una democracia, mientras por fuera se pasean con espíritu de despotismo nada ilustrado. Así, el mundo no será una democracia ni aunque todos los países del globo tengan gobiernos democráticos. ¿Tienes alguna propuesta? La credencial de elector global. Si tanto hablamos de globalización, incluyamos también la política. Dividimos a los países en activos y pasivos; tornillos y tuercas; machos y hembras, o como quieras. Los pasivos se las pueden arreglar solos. Está muy bien que Belice tenga sus elecciones y que solo voten los beliceños. Comodoro, le digo, usas un mal ejemplo, porque Belice… No me corrijas, Toscana, que no somos iguales. Guardo silencio y Comodoro continúa. Pero si un país quiere ser protagonista, si quiere profanar con su planta mi suelo, entonces debe darme derecho al voto; para eso tendré mi credencial mundial con fotografía. A mí me afecta quién se muda a la Casa Blanca, pues ahí se deciden cuestiones de migración, inversiones,

Andrés de Luna bandres10deluna@gmail.com

estabilidad del peso, políticas contra el crimen o a favor de este, deuda externa; desde allá le dictan a mi presidente cuándo y cómo debe encorvarse. Ergo, yo debería tener el derecho de votar en sus próximas elecciones presidenciales. Me parece utópica tu propuesta. Ah, Toscana, entonces ve a escribir tus novelitas y déjame en paz; pero antes escúchame. No pretendo que mi voto valga tanto como el de un gringo, pero digamos que los votos mexicanos puedan valer un tercio de punto. A los ciudadanos de otro país más independiente, como Brasil, se les darían votos que valgan una décima de punto. Comodoro mete la mano a la caja de chocolates y se come dos; luego se lame los dedos. ¿Qué pasa con Oriente Medio? Los votos de cualquier país candidato a ser invadido por mero espíritu republicano valdrían tres puntos. ¿Más que el voto de un estadunidense? Por supuesto. Para un gringo promedio, votar se reduce a asuntos de impuestos, precio de la gasolina y seguridad médica. Para otros pueblos es mucho más relevante. Ya hice los cálculos. Si en las elecciones gringas del 2004 hubiese votado el mundo entero, Bush habría obtenido solo el dos por ciento de los votos. Y sin embargo, en su país, y con ciertas técnicas priistas, logró la mayoría. ¿Y en las siguientes elecciones? Pregúntame hasta noviembre, y entonces estaré seguro. Por lo pronto estimo que los electores mundiales le darían a Obama el 90 por ciento. Sin embargo, de aquí a noviembre no podremos empadronar al mundo, así que Romney tiene posibilidades de ganar. Pero no me gusta hablar de política, sino de mujeres. Yo asiento y me despido, aunque viéndolo ahí, obeso y enchocolatado, estoy seguro de que su tema no son las mujeres. L

A

ndré Pieyre de Mandiargues nació en Francia en 1909 para luego morir ahí mismo en 1991. Sus nexos con la pintura establecen coordenadas muy claras. Por un lado fue nieto del pintor impresionista Paul Berard, amigo de Renoir; mientras que su esposa fue Bona, hija del futurista y metafísico Filippo de Pisis. El escritor fue un hombre de un enorme gusto por la visualidad. Desde pequeño amaba las fotografías y admiraba la estela sensual de los cuadros eróticos de Manet, Toulousse Lautrec y Degas. Muchos lo recuerdan por sus textos sobre pintores; incluso publicó “Cuevas blues”, sobre José Luis Cuevas. Por cierto, el artista mexicano comentaba durante una plática de sobremesa que “Mandiargues me inquietaba. Tenía unos ojos de ofidio muy extraños, nunca sabías qué te quería decir esa mirada”. Las ediciones de sus escritos sobre artistas son variados: lo mismo reflexionó sobre Chagall que sobre Leonor Fini. Ahí está de igual modo su introducción al renacentista Arcimboldo o a Bona, sin olvidar sus palabras acerca de André Masson. Época de errancia lúbrica, el mundo respiraba esos vahos que fueron el paréntesis de las entreguerras, matizado por la revuelta surrealista. Mandiargues experimentó el hechizo de Eros que se reflejaría en la mayor parte de sus textos de ficción. Una huella definitiva en su obra está en la incursión, aunque tardía, en el catecismo surrealista. Entre sus amigos, además de los obvios, André Breton y Paul Eluard, estuvo Octavio Paz, uno de sus divulgadores más entusiastas. Tiempo después mantuvo una cercanía con Francisco Toledo, que se

EX LIBRIS

BITÁCORA PSICOTRÓPICA

convertiría en editor de “La noche de Tehuantepec” y “La sangre del cordero”. Libros como La motocicleta (1968) o El margen (1969), que obtuviera el Premio Goncourt, elevaron a Mandiargues a la categoría de un clásico del siglo XX. Sus textos rondan el deseo, la posibilidad de hallarlo en todas partes, con algo del azar y mucho de conciencia asumida. El Eros se avista y hay que ir tras él, con la certeza de que todo puede ocurrir. En sus relatos, siempre mundanos, la idea del “encuentro” se expone con toda nitidez. Los dados de la lujuria operan de manera favorable para quien cree en la fortuna, o al menos arriesga algo de sí para satisfacerla. “La marea” es uno de sus textos representativos, porque en él la enseñanza lúbrica se conjunta con la complicidad de una pareja de primos adolescentes durante un verano en el norte de Francia. Erotómano consumado, el escritor permitió que el cineasta polaco Walerian Borowczyz filmara un cortometraje con sus objetos sexuales en “Una colección particular” (1973), en donde el escritor narra los pormenores de su afán por tener esas pertenencias. Luego de eso la colaboración entre Mandiargues y Borowczyz se hizo más estrecha, de tal modo que en Cuentos inmorales se hizo una adaptación del relato “La marea”. Más adelante fue el filme Las heroínas del mal y por último Ceremonia de amor, con argumentos extraídos de obras del escritor. Muerto en 1991, pasó los últimos años de vida en la discreción de su residencia francesa, sin barullos y con la memoria de un Eros que se eclipsaba sin más. L Ganesh bEKO

Xavier Velasco

Fe de erratas: Del odio al amor no hay sino un pasadizo.

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Roberto Pliego Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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LABERINTO

antesala

Balada

¿Iluminados o sabios?

El poeta y crítico ruso conjuga la persistencia del mito órfico y la figura del hombre condenado al aislamiento ESCOLIOS

POESÍA

ESPECIAL

Vladislav F. Jodasiévich

D

e arriba alumbrado, me siento en medio del cuarto redondo. Observo en el cielo de estuco el sol de sesenta candelas. En torno también se iluminan las sillas, la mesa, la cama. Me siento y confuso no sé en dónde meterme las manos. Las blancas palmeras heladas sin ruido en vidrios afloran. Con son de metal el reloj avanza en cierto bolsillo. ¡Oh, fija y humilde miseria, vivir sin ninguna salida! ¿A quién confesarle la pena que damos mis cosas y yo? Y entonces empiezo a mecerme, apriétome ambas rodillas, y súbito empiezo con versos a entrar entre voces en trance. ¡Qué voz pasional, incoherente! Y nada se puede entender. Más cierto que el seso, el ruido. Y nadie más fuerte que el verbo.

S

Y música, música, música, comienza a tejerse en mi canto. Muy fino, muy fino, muy fino, penetra un cuchillo en mí. Me elevo más alto que yo. Supero las vidas mortales. Mis pies en telúricas flamas. Mi frente se moja de estrella. Y veo con ojos inmensos (que sean quizá de serpiente) que atienden al canto salvaje mis cosas sin suerte en tropel. Con danza de rítmicos giros la alcoba armónica baila. La lira pesada de alguien me llega a través de los vientos. Se fueron el cielo de estuco, y el sol de sesenta candelas. En piedras oscuras y llanas Orfeo apoya los pies. (1921) Traducción del ruso de Rodrigo García Bonilla

i partiéramos del juicio de Vladimir Nabokov, extrañaría saber tan poco de Vladislav F. Jodasiévich (1886-1939): “Este siglo no ha producido ningún poeta ruso que lo supere”, sostuvo hace seis décadas. La expresión era osada si cotejamos la potencia que logró el siglo de plata ruso: Blok o Ajmátova, Tsvietáieva o Mandelshtam. Sin embargo, el mismo Mandelshtam afirmó en los años veinte que Jodasiévich era un poeta menor. Ya había aparecido La lira grave (1922), donde las doce estrofas de “Balada” fundirían el mito órfico con la vivacidad solitaria de la época: Orfeo y el hombre angustiado en aislamiento; la humedad celeste y la luz de sesenta candelas (en su origen, dieciséis); el reloj de fríos mecanismos y la música extática; las cosas infelices y las bestias amansadas por la lira, en un convivio peculiar entre fuentes clásicas y mitologías modernas. Pero el poema es más que una colisión de símbolos. En sus eneasílabos de acento constante fluye una voz límpida, de raíz clásica (en el sentido ruso del término: el poeta se amparó en Pushkin y dedicó una biografía a Derzhavin), que crea, por el camino de los ritmos, el salto desde un cuarto sin sosiego hacia la comunión cósmica. (RGB)

Armando González Torres

L

a iluminación y la sabiduría son dos añejas vías de conocimiento y de enseñanza vivencial que han seducido la imaginación de Occidente. A veces se utilizan como sinónimos, sin embargo, entre iluminación y sabiduría hay matices fundamentales. Esta es una pequeña guía para distinguirlos, evitar confusiones embarazosas y elegir, de acuerdo a las propias expectativas y temperamentos, un mentor adecuado. Un iluminado es un foco de concentración de inteligencia, talento o virtudes morales que es capaz de innovar radicalmente, de emprender sistemas o proyectos aparentemente imposibles y de predicar con su paradigma cegador. Un sabio es un individuo común que tiene una clara intuición de las posibilidades pero, sobre todo, de las restricciones humanas y que posee un conjunto heterogéneo de conocimientos y destrezas los cuales, más que en una teoría o una doctrina, se manifiestan en un modo de vida buena. El iluminado se caracteriza por su desempeño superlativo en determinados campos o por su compromiso exclusivo con ciertos valores y conductas. El sabio se caracteriza por su apertura y adaptabilidad, lo que le permite experimentar en una amplia variedad de circunstancias, incursionar en distintos ambientes y conectar con diversas facetas de la realidad. Un iluminado es profundamente consciente de su condición; no sólo sabe que es iluminado, sino que exige el reconocimiento

de este estatuto por parte de los demás. La sabiduría parece menos autoconsciente y, de hecho, puede poseerse sin describirla y muchas veces sin que el afortunado sepa que la tiene. En el terreno de la transmisión del saber, el iluminado practica la enseñanza como una suerte de revelación religiosa y exige la obediencia y el culto a la personalidad por parte de sus discípulos. El sabio, en cambio, acude a una pedagogía basada en su práctica de vida, en la cual no importa tanto el apego de los pupilos y, a veces, ni siquiera la existencia de éstos. Así, mientras el iluminado es un director de conciencias, el sabio es un objetor de dogmas. La exigencia ética o intelectual del iluminado, su dedicación y su capacidad de sacrificio pueden ser estimulantes e irradiar socialmente, pero resultan demasiada carga para el individuo normal. El sabio enseña con prescripciones simples, conoce la imperfección humana y no esgrime exigencias desmesuradas. El iluminado aspira a la totalidad y suele tener una vida tan intensa como desequilibrada; el sabio aspira a la proporcionalidad y tantea una armonización entre sus distintas esferas vitales. En el terreno público, el iluminado es extrovertido y taquillero y gusta de ser aclamado por multitudes; el sabio es callado, goza de poca prensa y no sufre por la falta de seguidores. Pero quizás el matiz más importante está en el sentido del humor: el iluminado es solemne, no gusta contaminar su magisterio ni con la duda, ni con la risa; el sabio, en cambio, suele equivocarse y lo celebra con una carcajada. L

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MILENIO

música ESPECIAL

La Ciudad de México y sus trovadores Desde su nacimiento, ésta que fue la región más transparente del aire no ha sido inmune al amor ni al odio. Que convoca sentimientos bipolares queda consignado en las voces de algunos de nuestros músicos y rockeros más dinámicos y activos REPORTAJE David Cortés

E

s un monstruo, un kraken presto a devorarnos. Al momento de describirla, le quedan a la medida todos los epítetos posibles: insensible, deshumanizada, caótica, sucia, intransitable. La Ciudad de México, el Distrito Federal, el defectuoso, como ha pasado a denominarse en la jerga popular, es, de acuerdo con su Producto Interno Bruto, la octava ciudad más rica del mundo, la quinta aglomeración más grande del globo y la mayor de América Latina. Pero lo que no alcanza a decir ninguno de los adjetivos y datos anteriores es que se trata de una ciudad única. Fundada por los mexicas en 1325, concita amores y odios, y desconoce las medias tintas. Es poliédrica y de ello han dado cuenta escritores, artistas, cantantes y cineastas que, en ocasiones, han tratado de abarcarla en su totalidad, y otras han optado por el retrato fragmentario, por el detalle revelador en vez de por un deformado e ilegible cuadro absoluto. Ya sea que uno haya llegado de la mano de los padres, se le conciba como lugar de tránsito o se haya nacido en ella, sus habitantes la viven, sufren y padecen, y los rockeros no son la excepción. Estos trotamundos, ignorantes de las fronteras y entusiastas de la transgresión, conocen los meandros de la urbe, aunque no siempre han dado cuenta de ello en sus canciones. Para Lalo Tex, guitarrista y líder del grupo Tex

Tex, “La Ciudad de México representa el hábitat natural que necesitaba para desarrollarme y vivir en armonía con el universo. He estado en paraísos naturales, pero la ciudad es un paraíso de concreto, de mangueras, de asfalto. Somos inmigrantes. Nací en Tlaxcala, viví en Texcoco, pero a los 5 ó 6 años llegué a esta ciudad. La he visto crecer. Este lugar [Nueva Atzacoalco] estaba rodeado de lagunas; ahora es una mancha de concreto”. Armando Rosas, quien fuera fundador de la Camerata Rupestre y en años recientes ha encaminado su trabajo al celuloide, cree que la capital del país es el “mosaico más diverso cultural y racialmente hablando, y el más representativo del país. Aquí cabemos todos y sería mucho decir que nos amamos, pero hemos aprendido a coexistir. La ciudad es una especie de hermana alcahueta que te permite ejercer preferencias de toda índole, incluyendo las sexuales”. Leticia Servín llegó al DF proveniente de Morelia hace once años. Cuando habla, su voz es toda luz, un brillo intenso que esta megalópolis aún no ha logrado abatir. Los altibajos parecen no hacerle mella. Lo peor de vivir en la urbe es “la indiferencia, porque pronto nos hace muy insensibles; la monotonía te oprime, nada te conmueve. No me gusta que no sepamos organizarnos. Pienso que la comunicación es complicada, no se pueden establecer redes que funcionen. La música puede unir, hacer reflexionar; no digo que imponer porque eso lo hace muy bien la tele”.

Otro que ha cantado a la ciudad es Rafael Catana, quien le atribuye el rostro de “muchas mujeres. Es una ciudad llena de ciudades. Es un congal divertidísimo y por supuesto que es también una finísima dama; es un encuentro entre el amor y el odio. Uno se vuelve entonces bipolar, por lo que vivirla llega a ser espantoso para la salud”. José Cruz, que ha cantado desde las entrañas de Real de Catorce a esta ciudad de los palacios y a sus personajes, afirma que “la Ciudad de México es un ente vivo, que respira por sí misma. A los ojos del visionario puede ser la estructura onírica de un panal de abejas; a los ojos de un civil: una pesadilla. La ciudad tiene brazos y piernas y posee nombres de personajes de nuestra ficción histórica colectiva. Mis cinco sentidos refieren a mi cerebro la ilusión de espacio, estructura y tiempo; pero sé que es un pretexto para articular poemas, canciones, azotes, historias y vivencias basadas en lo intangible. Vivo la ciudad como un paradigma para el alma, pienso en un campo donde ejercito la virtud y el pecado”. Recorrer la dualidad La Ciudad de México, efectivamente, es bipolar. Desde su fundación, ha sido amparada por la dualidad. No se habían derruido todavía sus pirámides cuando ya se edificaban nuevas construcciones sobre ellas. Mediante ese choque de fuerzas y resultado de esa tensión, se ha gestado no sólo su historia; también su vida cotidiana es producto de ese continuo estira y afloja.


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música ESPECIAL

Sin embargo, vivir la Ciudad de México es privilegio de algunos, de aquellos que una vez concluida la jornada laboral aún tienen ganas de recorrerla, de atraparla entre sus dedos, de caminarla. Porque si de conocer una ciudad, cualquiera, se trata, lo mejor es andarla y, si es posible, sin guía de por medio. Armando Rosas dice adorar el Centro de la ciudad, aunque reconoce que se trata de una debilidad personal: “Hice mis primeros estudios musicales en la calle de San Pablo, muy chavito, en el barrio de La Merced, donde había una academia del IMSS. Pasé una parte importante de mi vida en la Obrera, en la Doctores, en La Merced. Aprovecho cualquier pretexto para caminarla, porque las ciudades que no se permiten caminar, nunca son tuyas. Viajo con regularidad a Los Angeles y por más que me encuentro paisanos, el hecho de que la ciudad no te permita caminarla, hace que no puedas hacerla tuya”. Otro que disfruta recorrer las calles del Centro Histórico es Luis Antonio Álvarez “El Haragán”. Al autor de “Él no lo mató” y otras composiciones emblemáticas del rock urbano, le encanta comer “y comer bien, y en el Centro encuentras muchos lugares. Puedo vivir la ciudad como sea, viajarla en Metro, pero me gusta mejor caminando. Me encanta ir a la calle de Mesones, a las tiendas de música y luego a comer. Puedo hacerlo donde sea, hasta ingerir unos buenos tacos en la Plaza Meave”. Una ciudad marcada por la ambigüedad no gira sobre un solo eje y para otros músicos, entre ellos Leticia Servín, Coyoacán representa la mejor zona del Distrito Federal: “Me gusta porque no hay tantos coches, aún hay zonas verdes. Cierto, su pavimento, su rudeza, me han dado algunos golpes”.

Estos trotamundos, ignorantes de las fronteras y entusiastas de la transgresión, conocen los meandros de la urbe Fernanda Martínez, oriunda de Argentina pero llegada a México-Tenochtitlan en 2001, cree que “La Candelaria, en Coyoacán, mantiene cierto carácter pueblerino: el zocalito y la iglesia, el mercado de la Bola, los tianguis de los miércoles y domingos. No han llegado aún las grandes cadenas internacionales y la luz de la calle ilumina lo suficiente, no te encandila y permite ver algunas estrellas y caminar el barrio por la noche. También me gusta Garibaldi porque es de las pocas zonas de tolerancia que quedan”. Para Rafael Catana, “la Lagunilla es un espacio realmente sano en el sentido del encuentro con todas las entidades de la cultura del DF. El mismo Coyoacán, que pudiera parecer naive y nice, es un espacio donde encuentras a la sociedad entera del DF, desde los chavitos que van a buscar onda hasta los señores de la tercera edad que miran a los pajaritos. Son dos espacios que no tienen nada que ver, como tampoco tienen nada que ver lugares como el Balalaika y el Alicia. Eso es lo interesante: que esta ciudad es diversa”. Lalo Tex es más contundente y no oculta su devoción: “No hay una ciudad más chida para vivir que ésta. Me gusta caminar por el Centro Histórico, aunque hay infinidad de lugares en la ciudad. Allí está Xochimilco, la plaza Quetzalcóatl en Iztapalapa, Indios Verdes, una zona peligrosona pero con algo de interesante. Siempre hay un rinconcito que visitar, como Ciudad Lago, donde la banda es aguerrida y resentida contra el gobierno. Los rockeros tenemos un pasaporte para andar por toda la ciudad; es un pasaporte mágico”. Musa inagotable Ríos de palabras, infinidad de verbos conjugados, cientos de imágenes plasmadas hablan de la Ciudad de México y su embrujo. Es inevitable resistirse a su seducción y a lo largo de su historia le han sobrado exégetas. Jaime López nos descubre uno de sus recovecos en “1ª calle de la Soledad”: “Mete un metro en el boleto anaranjado/ a media realidad te bajas, ¡qué país!/ detrás de Palacio Nacional/ está la 1ª calle de la Soledad”, y José Manuel Aguilera, líder de La Barranca, anuncia el apocalipsis cuando canta “megaciudad, se acerca el colapso/ ya se presiente la inmovilidad” en “Una tarde en la vida” incluida en el disco El fluir. Los aquí entrevistados han escrito por lo menos una canción a la musa que es la metrópoli. Lalo Tex recuerda: “Ha habido etapas en mi vida en las que he tenido que reflexionar más de la cuenta. Cuando estuve

en el sello BMG, como que me sacaron de mi hábitat y entré a un mundo surrealista. Viví en Hollywood y la neta es chido sentirte del primer mundo, comiendo de pelos, como que el hot dog sabe diferente. Pero después estuvo el regreso a la realidad; extrañas los dólares. Del metro Coyuya al metro Aculco hay unas enormes palmeras que me recordaban Hollywood. A esa zona le escribí una canción, ‘Coyuya’, que aparece en el disco *86”. En Caballo, su más reciente producción discográfica, Rafael Catana rindió un tributo a Nonoalco: “Cuando era chico, me parecía mágico pasar por el puente. De pronto, me di cuenta de que Nonoalco tiene una historia: era una entrada a la ciudad, con ciudades perdidas que se quemaron, escenario de la huelga de los ferrocarrileros, del 68, de los punks. Ahí Arturo de Córdova persiguió a una mujer antes de que cayera del puente. Nonoalco era un espacio muy amplio y cuando lo encontré de nuevo se hizo chiquito. Ahora hay muchas construcciones, cantinas”. Para “El Haragán”, cuyo más reciente álbum es Volviendo a casa, esta ciudad “que vivo de manera poética, como un monstruo terrible que me amenaza con sus garras de cables, es una de las mejores ciudades del mundo para vivir. Nací en la calle de Mezquital, en la colonia Valle Gómez [al norte]. Algunas de mis canciones —‘Él no lo mató’, ‘Muñequita sintética’— tuvieron que nacer aquí”. Hay quienes, a pesar de vivir intensamente la Ciudad de México, no han tenido tiempo de escribirle. Es el caso de Fernanda Martínez: “He producido mis tres discos en este país y todo ha representado una gran influencia. Este país es una pieza fundamental de mi vida artística y ordinaria. No me siento extranjera aunque la realidad cotidiana me lo hace sentir (el encuentro con extraños que de inmediato preguntan de dónde soy, el que no puedo votar, que cada año deba pagar mi ‘estancia legal’, la ley 33). Vivo en México y soy parte de él. No soy ajena a las preocupaciones sociales, al alza de la gasolina, a la corrupción, a las fiestas, al sentimiento del pueblo, a los temblores, a los manjares culinarios, al mezcal…”. A Leticia Servín, su vida en el DF le ha inspirado muchas canciones: “Sueño rock [su segundo disco] es como querer soñarla. El segundo tema, ‘Eriza’, está dedicado a la ciudad, a lo abrasadora y candente que resulta. ‘No Lugar’ lamenta que no haya donde disfrutar, donde jugar”. Armando Rosas, quien actualmente trabaja en el soundtrack de la película La mitad del mundo, odia y ama al DF según los husos horarios. “La maldigo cuando voy a trabajar y me encuentro mucho tráfico; pero la aprecio cuando salgo a tomar café o cerveza. Los odios, fobias o filias se dan por horas. Desde temprano le compuse canciones. En mi primer disco con la Camerata Rupestre [Tocata, fuga y apañón], escribí ‘Murió soñando’, acerca de la colonia Escandón, y dediqué ‘No Me Olvides’ [La balada del pez] a la colonia Doctores”. La pluma de José Cruz, ya en la poesía o al momento de escribir canciones, ha sido prolija: “Las cantinas, pulquerías y prostíbulos son la representación más sincera, aun más que una catedral o una iglesia, de la sociedad en su conjunto. Estos espacios agradablemente oscuros me nutren desde hace varias vidas. De allí han surgido canciones como ‘Sobre Mesones’, ‘El Ángel’, ‘Patios de cristal’ o ‘La Buenos Aires’ ”. Coda Son muchas las ciudades que viven dentro de esta gran ciudad de mil 485 metros cuadrados y que al unirse con su área conurbada alberga a 21 millones de habitantes. Es una ciudad que no sólo crece diariamente, sino que se actualiza, metamorfosea y transforma a gran velocidad. Quienes le cantan, fijan momentos, pero distan mucho de atraparla. La retratan, pero nunca la inmovilizan porque es una ciudad dinámica, activa, incapaz de detenerse. Aquí, dice Catana, “Uno tiene que hacerse un mapa espiritual de ella y ese mapa a veces implica redescubrirla todos los días y darte cuenta de que es algo terrible porque la vida no te alcanzará”. Detestada por todos y amada al mismo tiempo, la Ciudad de México es esa entidad ante la cual no dudamos en mostrar nuestra inconformidad, pero a la cual nadie, bien por gusto o por necesidad, desea dejar. Si a uno le preguntan cuál es la única razón para abandonarla, conviene recordar las palabras de José Cruz, profecía y a la vez epitafio: “Por la muerte”. L

A la derecha, Lalo Tex JESÚS QUINTANAR

Leticia Servín ESPECIAL

José Crúz HÉCTOR TÉLLEZ

Rafael Catana ESPECIAL

José Manuel Aguilera


LABERINTO

La caza sutil Por cortesía de Ediciones Universidad Diego Portales publicamos dos textos del escritor peruano para quien, a mitad de la vida, “la crítica ejercía una atracción vertiginosa”. Son dos estampas que nunca alcanzó a recoger en un libro, una ocasión hasta hoy cumplida, concebidos y publicados originalmente, junto a muchos otros, en diarios y revistas Julio Ramón Ribeyro

Amor sobre ruedas

T

res novelas francesas del siglo XIX contienen un episodio en el cual el coche sirve de escenario a la consumación del acto amoroso. Se trata, en orden cronológico, de La double méprise (1833), de Prosper Mérimée; Madame Bovary (1857), de Gustave Flaubert, y Bel-Ami (1885), de Guy de Maupassant. Módulo La novela de Mérimée, publicada en 1833, es menos conocida que la de sus compatriotas; injustamente, además, pues es la mejor de la veintena que escribió, si bien Carmen es la más famosa, gracias sobre todo a la ópera de Bizet. La novela narra las tribulaciones sentimentales de madame de Chaverny, joven y bella señora que detesta a su marido pero igual le sigue siendo obstinadamente fiel. Una noche, al regresar sola de una cena en las afueras de París, su coche se accidenta a causa de una tempestad y queda varado en el camino. Al poco rato pasa el señor Darcy, diplomático de vacaciones en Francia, que había asistido a la misma cena y brillado por su animada conversación. Ofrece llevarla en su fiacre a París y madame de Chaverny acepta. En el trayecto hasta la capital el señor Darcy se da maña para seducirla y se produce la escena de amor sobre ruedas. Diré en descargo de esta honorable señora, pues su rendición puede parecer intempestiva, que Darcy había sido su amigo de infancia y su pretendiente de juventud, y que luego de esta primera y única infidelidad huye de París estando enferma para no verlo más y muere en un albergue del camino al agravarse su mal sin recibir la debida atención. Flaubert publica Madame Bovary en 1856. El episodio de amor rodante figura en el último tercio de su novela. Emma Bovary —que como madame Chaverny detestaba a su marido, pero le había sido ya una vez infiel— viaja con su esposo a Ruan para asistir a una representación de la ópera Lucia di Lammermoor.Enelteatroencuentran a Léon Dupuis, abogado que cuando era estudiante frecuentó a la pareja y sostuvo con Emma románticas conversaciones. El marido regresa a su pueblo, Emma queda sola en Ruan por unos días y Léon Dupuis aprovecha la ocasión para hacerle la corte. Emma resiste al asedio, hasta que acepta subir a un coche con su cortejante. Lo que no pudo ocurrir en tierra firme ocurre sobre cuatro ruedas. Que Flaubert al escribir esta escena tuviera presente la novela de Mérimée es incierto. En su vastísima correspondencia no hay referencias de La double méprise, y sólo cuatro o cinco a Mérimée, siempre poco halagüeñas. Es obvio que Flaubert no estimaba a su colega ni como escritor ni como persona, a pesar de que tuvieron amigos

cercanos muy íntimos, como Turguéniev y la emperatriz Matilde. Pero no deja de ser curioso que entre Madame Bovary y La double méprise, aparte de la escena del amor rodante, haya una relación temática esencial: ambas novelas tratan el matrimonio infeliz, el adulterio como desquite y la muerte voluntaria de la heroína —madame Chaverny no se suicida como Emma, pero “se deja morir”. Bel-Ami aparece en 1885. Que Maupassant conociera bien la obra de Flaubert no deja margen a dudas, pues era su protegido, su discípulo, su admirador y, según hipótesis temerarias, hasta su hijo. Pero todo ello no prueba que su escena de amor rodante se inspirase en la de Flaubert. La escena de Maupassant es no sólo diferente de la de Flaubert, sino de la de Mérimée, pues se da en dos tiempos, con dos mujeres diferentes y en dos tipos de vehículos. La primera escena transcurre en un coche, como la de sus predecesores, cuando Georges Duroy, gacetillero arribista y venal, se ofrece a conducir a madame de Marelle a su casa, luego de una comida en un restaurante. En el trayecto se precipita sobre ella, trata de violarla, está a punto de conseguirlo, pero el coche llega a su destino y Duroy, “temiendo que el cochero sospechara algo”, renuncia a su tentativa. La verdadera escena de amor rodante se da no en un coche sino en un ferrocarril: Duroy celebra su matrimonio con madame Forestier y en el compartimiento del tren que los lleva a su residencia no puede esperar más y ejercita in situ su derecho marital.

La caza sutil y otros textos Ediciones Universidad Diego Portales Santiago de Chile, 2012 234 pp.

Modo Estos son, escuetamente, los hechos. Veamos ahora cómo se arregla cada cual para presentarlos. Mérimée es el más cauto y recurre a la técnica del silencio elocuente. En ningún momento menciona ni describe la consumación del acto sexual. Las páginas dedicadas a este episodio se limitan a sus prolegómenos: el diálogo que sostienen Darcy y madame de Chaverny, sus cuerpos que se tocan con el bamboleo del coche, los gestos cada vez más intrépidos del seductor, que logra coger la mano y luego abrazar a su pareja. La escena culmina con esta frase: “Ella trató de zafarse de su brazo, pero fue el último esfuerzo que intentó”. Mérimée no dice más. Pone un punto aparte y pasa a otro capítulo, al igual que esos viejos filmes pudibundos en los que, cuando es inevitable el acto del amor, la secuencia se interrumpe y se encadena con la ulterior, en la que se ve a la pareja vistiéndose o tomando desayuno. Flaubert tampoco narra directamente el episodio del amor rodante, pero no lo elude. Recurre al método de la descripción metafórica. Una vez que Emma Bovary y Léon Dupuis suben al fiacre de alquiler y corren las cortinillas, el relato no se interrumpe. Flaubert lo continúa, pero desde el exterior. Describe minuciosamente el itinerario que sigue el coche de Ruan y sus afueras, sus paradas y sobresaltos, las órdenes que Léon lanza al cochero, la sorpresa de los peatones


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de portada al ver pasar y repasar este vehículo “más sellado que una tumba y bamboleándose como un navío” y la escena final, seis horas más tarde, cuando los caballos se detienen jadeantes en una alameda, se abre una ventanilla y asoma un brazo desnudo femenino que arroja los fragmentos de una hoja de papel: la carta que Emma había escrito a Léon rechazando sus avances amorosos. Mérimée calla; Flaubert sugiere; ¿qué hace Maupassant? Ni calla ni sugiere: describe. Y en forma cruda y escueta. Duroy y madame Forestier están solos en el compartimiento del tren que los lleva de la ceremonia nupcial a su casa campestre. Observan el paisaje, conversan, se tocan, se acarician y sin mayores preámbulos pasan a la acción. “Vino un largo beso, mudo y profundo, luego un sobresalto, un brusco y loco abrazo, una breve lucha sofocada y un coito violento y torpe”. No se puede ser más directo y prosaico. Maupassant utiliza incluso —en lugar de mi traducción coito— el término accouplement, que se aplica más usualmente al apareamiento animal. Es claro que los tiempos habían cambiado. Mérimée publicó su novela durante la monarquía de Luis Felipe y Flaubert durante el Segundo Imperio, épocas que no fueron precisamente mojigatas desde el punto de vista de las costumbres privadas, pero sí muy puntillosas en lo referente a la moral pública. La prueba es que Mérimée suavizó, en la segunda edición de su novela, algunos detalles de la escena citada, y que Flaubert, a pesar de las precauciones que tomó, fue procesado por atentado contra la moral a raíz de la publicación de Madame Bovary. En cambio, cuando Maupassant sacó a luz Bel-Ami se había derrumbado el Segundo Imperio con su corte, su censura y su sentido hipócrita del decoro, para dejar paso a una república laica, liberal y permisiva. Podía entonces andarse sin rodeos, y lo que extraña es que él, que no tenía pelos en la lengua, no fuera más prolijo en su escena de amor ferroviario, lo que se debió más bien a su proverbial gusto por la concisión. Motivo ¿Qué movió a nuestros autores a incluir en sus novelas la escena de amor rodante, con las variantes anotadas? Hay una respuesta puramente literaria: dicha escena estaba inscrita en el argumento de la obra o se impuso durante su escritura como necesaria al desenvolvimiento dramático o psicológico del relato. Pero esta explicación presupone otra u otras, que pertenecen al dominio de la sexualidad individual y social. Respecto a la primera, es interesante señalar que tanto Mérimée como Flaubert y Maupassant fueron solteros, es decir, su vida sexual se desarrolló fuera del marco institucional del matrimonio, gracias a relaciones marginales, clandestinas o imprevistas. Ello debió plantearles a menudo el problema del “lugar”, y el coche se les apareció como una solución a la que recurrieron o con la que soñaron. Lo más probable es que la soñaran —no hay pruebas de que la utilizaran— y que se convirtiera para ellos en una frustración personal de la que se desquitaron, mediante personaje interpuesto, en el plano de la creación literaria. ¿Y por qué el coche, a todo esto? Aquí entramos en el dominio de la sociología sexual. Porque el coche, como ahora el automóvil —espacio cerrado, acolchado, íntimo y, por añadidura, móvil— estaba vocacionalmente destinado a ser, aparte de medio de transporte, cámara de amor. Es difícil precisar cuándo su función primordial se pervirtió. Quizá desde sus orígenes y bajo sus formas más arcaicas. Sé, por ejemplo, gracias a la iconografía erótica japonesa, que el palanquín servía ya en Oriente, siglos atrás, de refugio de amor. Lo cierto es que su producción en serie y su democratización en el siglo XIX hicieron del coche un lugar propicio para el amor fugaz y secreto, lo que influyó sobre el comportamiento sexual de su tiempo. Nuestros autores, en consecuencia, no inventaron nada, sino que al incluir en sus novelas la escena de amor rodante convalidaron un hecho corriente en su época. El comparatismo literario —del que este artículo es un ejemplo— está ahora de capa caída. Sólo lo practican quienes, como yo, están poseídos por el dominio del espíritu analógico. Sigo creyendo que comparar es una forma de razonar y en consecuencia de aprender. Aparte de que la comparación arroja a veces concordancias no previstas ni buscadas y, por ello mismo, inquietantes: en las tres novelas que he citado los apellidos de los seductores empiezan con D: Darcy, Dupuis, Duroy. Para lo cual, confieso, no tengo ninguna explicación. L (1992)

La jornada marsellesa U

n hombre regordete, más adulto que mozo, calzas de seda, espada al cinto, manos enjoyadas y modales de una elegancia casi femenina, apareció una mañana de 1772 en Marsella y recorrió las calles del puerto en compañía de un criado vestido de negro y picado de viruela. Los lugareños no dejaron de notar la atención que ambos forasteros ponían en observar a las mujeres, sobreparándose para cambiar comentarios en voz baja, de preferencia si eran mujeres guapas, jóvenes y, como vulgarmente se dice, entradas en carnes. El caballero alquiló dos piezas en un hotel de calidad dudosa y, aposentándose en ellas, despachó a su valet con instrucciones precisas. El borrado volvió a recorrer la ciudad y una hora más tarde regresó con cuatro mozas bonitas, pero, a todas luces, de una moralidad discutible. El señor las recibió con una sonrisa y gracias exquisitas, las regaló con historias, dulces y licores, y mostrándoles algunas piezas de oro de su bien proveída bolsa las invitó a buscar en la habitación vecina esparcimientos más sustanciosos. Las mozas, luego de concertarse, aceptaron y todos pasaron del vestíbulo al dormitorio. Tuvo lugar entonces uno de los momentos más estelares de la historia de la sexualidad humana, y siempre se ha lamentado que no existiesen en la ocasión instrumentos adecuados como para registrar y conservar, aunque sea por razones didácticas, los pormenores de esa cálida jornada. Para empezar, el anfitrión se despojó escrupulosamente de toda prenda vestimentaria y ordenó a su criado y a las mozas que lo imitaran. Una vez en traje de Adán, de acuerdo con un orden preestablecido, pero que no excluía la improvisación, trató de poner en práctica todas las posibilidades que matemáticamente ofrecía la conjunción carnal de seis sujetos. Estas posibilidades, dicho de paso, sin ser infinitas, alcanzan una cifra impresionante. Una calculadora de bolsillo podría dar la cifra exacta. El caballero comenzó por las combinaciones binarias, y lo primero que hizo, para emplear un galicismo, fue “enviarse” normalmente a una de las mozas y, aprovechando su impulso, la sodomizó ipso facto. Enseguida ordenó a su valet hacer lo mismo con otra de las damas y a las dos damas aún sin uso a poner en práctica algunos de los juegos que dieron renombre a la isla de Lesbos. A fin de no permanecer inactivo —y esto fue ya una improvisación— persuadió a la cuarta jovenzuela que lo gratificara manualmente. Sin transición, y siempre dentro del orden binario, el caballero se hizo sodomizar por su doméstico y, para respetar las reglas de la simetría, lo sodomizó en el acto y con ardor. Cumplida esta fase, hubo un interludio de charla y licores, y, apenas acabado, el caballero pasó a una nueva secuencia, esta vez de carácter triangular: dos mozas se enlazaron, con el criado sobre una de ellas; una moza fue comprimida como un pedazo de jamón entre el señor y su valet; tres mozas se superpusieron, etcétera. Las posibilidades trinitarias se agotaron, a pesar de la variación de las figuras y de la permutación de los agentes, de modo que el caballero inició el orden cuaternario. A mayor número de elementos, mayores combinaciones. Digamos sin embargo que el caballero renunció a llevar a su término todas las probabilidades de esta secuencia,

pues la tarde había caído y aún tenía en reserva formas más sutiles, perversas e incluso repugnantes de su proyecto libertino. Aquí cabe una digresión: ¿cómo podían resistir tanto los varones como las mujeres tan extenuante ejercicio? En el caso de las mozas la respuesta es simple, pues, en tanto que agentes pasivos del placer y profesionales del amor, el desgaste era menor y la simulación posible, aparte de que la recompensa esperada las forzaba a dar el máximo de sí. En el caso de ellos, cabe señalar que el caballero y su criado lucían una libido de un tono excepcional y utilizaban afrodisiacos de una eficacia irrefutable, cuyo secreto debe seguramente haberse perdido. La segunda parte de su programa implicaba el uso de accesorios: látigos de tripa con fino mango de plata labrada y bombones rellenos con cantáridas. Este producto, como es sabido, tiene entre otras particularidades la de provocar desarreglos estomacales, lo que prueba que nuestro caballero había previsto para el final de su velada un festín coprofágico. La visión de los fuetes no alarmó a las bellas, pero en cambio la absorción de la cantárida tuvo efectos nefastos. La más joven de las mozas sufrió un cólico fulminante y concibió en el acto la sospecha de que las habían querido envenenar. Implorando un pretexto legítimo pidió permiso para ir al lavabo, pero en realidad salió disparada del hotel cogiéndose el vientre y no paró hasta la casa de la matrona que administraba sus encantos. Ésta vio en la coyuntura la ocasión de complicar a tan curioso y rico cliente en una historia que podría sacar provecho, y en el acto se dirigió donde las autoridades policiales para presentar una denuncia. Entretanto el caballero, que había hecho ya restallar su látigo en las nalgas de una de las damas, se percató de la ausencia de la cuarta moza. Ello descompletaba su equipo y le creaba problemas de puesta de escena. Como la tardanza se prolongaba olfateó alguna felonía y envió a su valet a ver qué pasaba. Tan sagaz como su patrón, el valet necesitó sólo un cuarto de hora para recoger aquí y allá indicios que lo alarmaron: una moza llegando ululante donde su dueña, ambas rumbo a la gendarmería... De inmediato avizoró el peligro: si la moza hablaba, como era de temer, estaban perdidos. Tanto la sodomía como los actos contra natura, a pesar de ser moneda corriente, merecían entonces las sanciones más graves. Informado por su valet, el caballero guardó apresuradamente sus látigos, pagó a las bellas lo convenido, y con la muerte en el alma, pues su delirante proyecto quedaba inconcluso, tomó la primera diligencia que partía y abandonó Marsella para siempre. Pero la máquina de la justicia se había puesto ya en movimiento. El procurador del rey, recogiendo el testimonio de las demás mujeres, abrió un proceso contra el caballero y su criado, quienes, por un imperdonable descuido, habían inscrito sus nombres en el registro del hotel. Fue así como meses más tarde, en ausencia de los acusados, el tribunal de la zona pronunció su fallo y condenó a muerte a este par de erotómanos fugitivos. La sentencia fue aplicada en efigie. El marqués de Sade, gracias a su condición nobiliaria, fue decapitado y su criado Latour ahorcado. Ambos muñecos fueron luego echados públicamente en una hoguera. L [1982]


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MILENIO

en librerías

Jorge F. Hernández, en tres tiempos Hace ya doce años que el autor de La Emperatriz de Lavapiés publica semanalmente su columna Agua de azar en las páginas de este diario. Recién apareció una selección bajo el sello de Trilce. Ofrecemos el prólogo de la mano del novelista español MAPAS LITERARIOS MÓNICA GONZÁLEZ

Antonio Muñoz Molina

V

eo a Jorge Hernández en tres tiempos que son también tres lugares de nuestros encuentros, y tres lados de su identidad poliédrica. Lo veo en Madrid, en México, en Nueva York. Lo veo en las dos ciudades que tenemos en común y en el país suyo que yo apenas conozco y sin embargo amo tanto de lejos y del que procuro aprender casi siempre a través de las cosas que él me cuenta y los envíos que me hace, y de estas columnas en las que celebra semanalmente las aguas del azar, que son, en palabras de santa Teresa, las aguas mesmas de la vida. Le digo a Jorge que he leído un libro sobre el asesinato de Trotsky y me manda enseguida más libros mexicanos que iluminan en lo posible la turbiedad del asunto. Publico en el periódico un artículo antitaurino y el primero que me escribe para felicitarme por él es Jorge Hernández, que es taurino no ya de afición y devoción sino hasta de autobiografía. Recuerdo, hace unos años, en el océano de libros de la Feria de Guadalajara, que le pedí consejo sobre cómo aprender algo de la historia de México, y entre todos aquellos millones de libros él escogió uno muy delgado y sintético que leí entero en el avión de vuelta y que fue la mejor introducción posible para ese país que deslumbra y abruma. Hay un Jorge al que uno encuentra en su país, en su salsa, digamos, en el DF o en Guadalajara, y otro que aparece en las dos patrias que compartimos, que manda un día un mensaje porque está en Nueva York o porque está en Madrid. Hay personas que se bastan con un solo país, o con una comarca, y que para afi rmarse en esa identidad rechazan muy hispánicamente aquello que no son, o peor todavía, una parte de aquello que son, al modo de los castellanos viejos que repudiaban más furiosamente a los judíos porque los llevaban en su propio linaje. Quizás una cosa que nos acerca a Jorge y a mí es que nos gusta afirmarnos multiplicando, añadiendo. Él, tan mexicano en su presencia, en su habla, en su acento, tiene una pasión desmedida por España, este país que tantos mexicanos sienten que han de denigrar para ser más plenamente mexicanos (en lo cual se parecen a muchos españoles); y tan español y mexicano en su cultura y en sus lealtades y afinidades literarias, se metamorfosea de pronto en un salto mortal de competencia lingüística y habla y escribe inglés como eso que en México llaman un gringo. Las pruebas de esas lealtades versátiles están en su escritura semanal y en los libros: La Emperatriz de Lavapiés, que desde el mismo título juega con la ironía de los intercambios, es una hermosa novela mexicana y española, mexicana y madrileña; y entre tantas traducciones desastrosas como andan por ahí uno admira más todavía la que él hizo de un breve libro sobre el más americano de los cantantes escrito por el más neoyorquino de los novelistas, el Sinatra de Pete Hamill. Jorge Hernández es hombre de ida y vuelta. Y me gusta apelar para definirlo a los cantes flamencos que se llamaban así porque estaban hechos con la inspiración española y la inspiración americana, que es también, claro, la inspiración musical de África, y la de ese Delta del Mississipi que nutre la conexión Nueva Orleans-Nueva York-Chicago igual

De modo que tantos azares como nos unen al vivir y al escribir no tienen en el fondo nada de casualidad. Hay veces que Jorge me dice que viene a Madrid, y resulta que yo estoy en Nueva York. Y otras que anuncia una visita a Nueva York y resulta que yo ando por Madrid. Pero de un modo u otro acabamos encontrándonos, e incluso cuando no nos vemos hay algo como una cita fantasma. Porque yo sé que si Jorge va a Madrid pasará al menos una mañana sentado en la luz agrisada del café Comercial, así que me lo imagino de lejos y luego él me lo cuenta en una carta, y si va a Nueva York y yo no estoy andará por algunos de los lugares que tenemos en común. Jorge es de esas personas que tienen una cualidad de instalación inmediata en el lugar a donde lleguen, como una autoridad irrefutable. Yo llego al café Comercial y lo veo sentado junto a una ventana y parece que Jorge lleva allí toda la mañana, y que acudirá allí todos los días, a la dulce rutina del café, y el camarero lo saludará por su nombre y le pondrá lo que suele tomar sin preguntarle, y hasta le traerá el periódico. Una vez me visitó en Nueva York, en la oficina del Instituto Cervantes en la que yo llevaba sólo unos días, y cuando nos sentamos el uno frente al otro en los sillones él lo hacía con mucha más autoridad que yo, de modo que él parecía el director y yo el visitante, lo cual, por otra parte, no habría tenido nada de extraño, o al menos no habría sido más inverosímil. En el café Comercial o en un despacho de Nueva York encontrarse con Jorge se parece bastante a leer una de sus aguas: es conversar con él sobre lo divino y lo humano, shoot the breeze, como se dice tan poéticamente en inglés, sobre las novelas, los poemas, las películas, la corrupción o la violencia en la política mexicana, los toros, los paisajes, los amores, las enfermedades, la nostalgia, la amistad, la paternidad, todo revuelto y todo vivido y gozado, la vida como una trama de azares semejante a la que dibujan las novelas, las novelas como un relato abierto y generoso de la vida.

Encontrarse con Jorge se parece bastante a leer una de sus aguas: es conversar con él sobre lo divino y lo humano

Jorge F. Hernández

Escribo a ciegas Trilce México, 2012 376 pp.

que la que lleva a México, a Colombia y a Cuba. Jorge adquirió su inglés inapelable y su educación anglosajona en la parte de su infancia que pasó en Estados Unidos, pero en México, DF, también estudió en el Colegio Madrid, y ahí hay otra conexión que salta con un chispazo simultáneo en su corazón y en el mío: la educación española que él recibió era, nada menos, que la de la Institución Libre de Enseñanza, y sus maestros fueron liberales españoles exiliados. Que esa gente sabia y civilizada transmitiera sus conocimientos y sus modales en México en vez de en España fue un regalo del infortunio español y de la tiranía del general Franco. Jorge tuvo en su infancia los maestros que yo no pude tener en la mía, pero en cuanto empecé a hacerme adulto y me rebelé contra aquel régimen zafio busqué a través de la imaginación y la literatura modelos que en gran parte conducían a México.

Recuerdo en particular dos lugares, dos encuentros. Uno en Madrid, en la que llamó Juan Ramón Jiménez “la colina de los chopos”, donde está la Residencia de Estudiantes; el otro en Guadalajara, en un desaforado restaurante que incluía entre sus atractivos una cascada deslizándose por una pared de roca falsa que tenía la forma de la cara de un indio. El restaurante, me explicó Jorge, pertenecía al estilo narc-déco, del que yo no había tenido noticia hasta entonces, pero que ya he incluido en mi guía particular de la historia del Arte. No recuerdo lo que comimos, pero sí los comensales y la conversación: con Jorge, con Ricardo Cayuela, con nuestro editor común, Diego Elío, hablamos durante horas de literatura y de historia, de los exiliados españoles en México y el tesoro del carguero Vita. En una mesa cercana estaba Álvaro Mutis. La comida tiene un lugar soleado y firme en mis recuerdos. En Guadalajara era un mediodía de sol suave. En Madrid era invierno y había niebla, y parecía que estuviéramos en una capital europea más al norte. Jorge y yo visitábamos en la Residencia una exposición dedicada a aquella Edad de Plata de la cultura española que en España quedó interrumpida y continuó en México: vimos viejas imágenes documentales de Ramón y Cajal y de aulas con niños de mandiles blancos, laboratorios, campos de deportes. Vimos cuadernos primorosos de caligrafía o de botánica en los que se celebraba la devoción por la curiosidad y el saber, el gran aliento de renovación política, intelectual, cultural, del que tanto él como yo nos sentimos herederos. Jorge, mexicano, se reconocía en esa España. Y yo, español, ensanchaba la idea de mi país para abarcar en ella esas tierras en las que fueron acogidos los expulsados del mío. Por allí íbamos, como fuera del tiempo, en la mañana de niebla, con nuestros abrigos y nuestras afinidades, nuestras añoranzas civiles, y los dos sabíamos que aquel paseo afloraría alguna vez en cosas que los dos escribiríamos. L


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LABERINTO

en librerías

El círculo de los escritores asesinos

Miss narco

Diego Trelles Paz Borrador Editores-Librosampleados Perú, 2012 242 pp.

L

a presente obra parte de un hecho que todo escritor ha deseado hacer: consciente o inconscientemente asesinar a un crítico literario. Observa Santiago Rocangliolo en el texto introductorio: “La primera particularidad de esta novela de detectives es que no tiene detectives”. La segunda es que no se presenta como una novela sino como un testimonio. El editor Alejandro Sawa es el encargado de recopilar los documentos de cuatro miembros del Círculo —Ganivet, El Chato, Larrita y Casandra—, de donde aparentemente surgió el asesino del crítico literario García Ordóñez. La novela también puede verse como una síntesis de la historia contracultural y vanguardista latinoamericana y un catálogo de vidas imaginarias; en los datos que se mencionan no escasean las referencias a escritores y movimientos mexicanos. Además de la huella de Roberto Bolaño, el espíritu cortazariano también se halla presente.

Javier Valdez Cárdenas Punto de lectura México, 2012 271 pp.

N

o cabe duda que el narcotráfico es un gran negocio hasta para las editoriales. Sólo falta pasearse un poco por las mesas de novedades para encontrar numerosos títulos de novelas, reportajes o ensayos sobre el tema. Miss narco se encuentra en la categoría de los textos que exploran fenómenos poco tratados del millonario negocio de las drogas, en este caso la participación de las mujeres. Pero Valdez no se conforma con historias estilo Miss bala. Estas crónicas admiten (además de reinas de belleza) sicarias, novias, madres, reporteras, jefas de jefas e, incluso, policías con la misión de detener a sus contrapartes femeninas (y masculinas). Las investigaciones del autor producen textos narrativos y sencillos que nos acercan más al personaje que al sórdido mundo que habitan. No pretenden hacer sociología del narcotráfico sino acercarnos a las protagonistas, tantas veces, invisibles.

La impostura navegable LOS PAISAJES INVISIBLES ESPECIAL

Iván Ríos Gascón

Largas filas de gente rara

El escritor como migrante

Luis Jorge Boone FCE México, 2012 118 pp.

Ha Jin Vaso roto / UANL Madrid-Monterrey, 2012 100 pp.

N

o toda la vida literaria se compone de honores y merecimientos. Es más, se diría que la vida literaria atrae primordialmente la mediocridad y la estulticia. Más allá de los premios, las palmadas en la espalda y los jugosos contratos editoriales, despunta un horizonte frente al cual se yerguen los desheredados de la escritura: correctores de pruebas, plagiarios, ídolos de las mayorías bienpensantes, malolientes, perseguidores de la imposible página perfecta. Boone concentra su atención en esos seres marginales, y lo hace sin concederles la menor simpatía. No por otra razón estos relatos merecen la comprensión y la alegría del lector: obtienen sus mejores atributos de la observación de una fauna a la que solemos tratar solidariamente cuando en realidad deben merecerse nuestro soberano desprecio. Boone, qué duda cabe, pisa cada vez más fuerte en el suelo movedizo de la narrativa mexicana.

H

Michael Jackson. Vida de una leyenda (1958-2009)

La utopía posible. Periodismo por la despenalización de las drogas

ablar del escritor como migrante es suponer que desempeña el papel de portavoz de una comunidad. La novelista Nadime Gordimer, por ejemplo, sostiene que es posible practicar la escritura y el activismo político a una vez. Ha Jin, quien vive en Estados Unidos desde hace 33 años tras participar en la Revolución Cultural china, sostiene un punto de vista contrario. Valiéndose de las figuras ejemplares de Solzhenitzyn, Lin Yutang, V. S. Naipaul, Conrad, Nabokov y Kundera, aboga por la autonomía del arte. Un escritor, dice, debe aprender a estar solo; no habla por un grupo ni genera cambios sociales. Debe, sin embargo, adoptar una postura moral ante “los prejuicios y la injusticia pero ese gesto debe ser secundario”. Su lucha se libra contra la página en blanco. La postura de Ha Jin obliga a repensar los conceptos de patria, nación y tradición. Ítaca no es sino la tierra que elegimos.

Carlos Martínez Rentería Generación / CUPIHD México, 2012 86 pp.

Michael Heatley Nueva Imagen México, 2012 192 pp.

C

on una prestigiosa carrera como periodista y autor, que incluye la elaboración de una historia del rock y biografías de John Lennon, Bon Jovi y Deep Purple, Michael Heatley ofrece ahora la del rey del pop Michael Jackson. No puede decirse que se trata de la obra definitiva acerca de la vida de Michael pues, como es sabido, en las causas que rodean su muerte aún hay misterios. En cuanto al resto de su vida, Heatley en realidad no ofrece datos novedosos: está su surgimiento a la fama como parte de los Jackson 5, el grupo conformado por sus hermanos, del que no tardó en sobresalir, lo que le valió hacer casi inmediatamente una exitosa carrera como solista cuyo punto más alto fue la producción de Thriller, guiado por el genial productor Quince Jones. Lo que le otorga su singularidad al libro es la inclusión de más de 200 fotografías que lo captan en diferentes etapas de su vida.

C

on prólogo de Jorge Hernández Tinajero, presidente del Colectivo por una Política Integral Hacia las Drogas, A.C., aquí se reúnen algunos de los trabajos que Carlos Martínez Rentería ha publicado en diversos medios argumentando los efectos negativos de la estrategia prohibicionista del Estado mexicano, que ha propiciado corrupción y violencia, con una cifra de muertos que, en este sexenio, cada día crece más. El libro comienza con una entrevista a Gaspar Fraga, fundador y director de la revista Cáñamo, muerto en octubre de 2009 y quien fue uno de los más conspicuos defensores de la legalización de la marihuana en España. Conversaciones con Paulina Lavista y Leonardo Da Jandra, y un debate con Heriberto Yépez en el que también interviene Guillermo Fadanelli son algunos de los textos de este libro que reclama la urgencia de un debate serio e informado sobre la política antidrogas en México.

www.ivanriosgascon.wordpress.com

I

maginemos a internet como un espacio acuático en el que, como un Narciso irredento, nos miramos una y otra vez. Hagámoslo un litoral para el nado de los egos, el ocio profundo y la impostura navegable. Ese océano virtual permite llevar hábitos distintos para bucear en la creciente de los bytes. Algunos usan ternos de látex, otros se arman con tanque de oxígeno y escafandra, generalmente nadie recurre a un par de aletas para desplazarse, se deja uno llevar por la pleamar de páginas y páginas y termina ensamblando una inmensa cartografía de información que por lo regular no sirve para nada. La red puede ser así, aguas sin límites ni territorios demarcados, una vaga sensación de absoluta libertad donde sólo hay que cuidarse de ciertas especies como el malware o el spyware o los trolls. La imagen emblemática del mar, comentó W. H. Auden en su Iconografía romántica, es la del hombre que lucha solo contra el pulpo. Veámonos ante la playa inmóvil del ordenador. Somos distintos en ropa de calle y en traje de baño, basta con recordar a Malcolm Lowry, cuya apariencia con saco y corbata y tocando el ukelele irradiaba una enfática jovialidad, pero en bañador lucía un espíritu más genuino, aventurero y relajado. Pensemos a los blogeros como nadadores que ponen boyas para no perderse en la corriente. Cada entrada marca el calendario que ni la bruma o la tormenta delimitan, en ese oleaje el tiempo muere más rápido y morimos todos, en la vocación naval al menos hay quien no concibe la existencia si supiera que nunca volverá a zarpar. El blog aspira a crear un continente o emplazar un

hemisferio. Pretende evitar ciertos naufragios pausando la deriva, aunque corre el riesgo de ser desvalijado por aquellos que no nadan sino que se embarcan en un buque, sueltan sus cañas sin anzuelo, el blog pica por sí solo, y giran el carrete para llevarse su estructura y empotrarla en otras latitudes. La pescadora trasladó una de mis boyas a su plataforma. Exactamente igual a la que yo eché a las aguas para atraer monstruos y sirenas, sólo tuvo el desatino de complementarla con brochazos líricos que estropearon el ritmo y el sentido original, yo no habría usado algunos adjetivos ni alojado puntos y comas sin orden ni concierto, el problema no radica en que te copien sino que hagan más fea esa pirámide que flota gracias a una herrumbrosa ancla escritural. Y para ser honesto, la verdad es que me sentí halagado. Sobre todo al corroborar que si en mi escollera los navegantes casi no suelen dejar alguna huella (la bitácora registra pocos comentarios de los nautas, aunque el cuadrante de wordpress consigne varias visitas de los mares de América y Europa), en la de mi pescadora hay una abrumadora cantidad de alabanzas a su melancólica dulzura, su belleza y divina inteligencia por lo que, de ahora en adelante, estoy pensando seriamente en concederle todas mis entradas: en esa liquidez donde millones de Odiseos hambrientos de algún Canto recorren la espuma de los blogs, hace falta la tragedia. Y como no hay nada más poético que el hechizo femenino aunque sea botín de una pirata, que aquellos que se hacen a la mar sin tapones de cera ni cuerdas para el mástil zozobren aparatosamente en los falsos remolinos de Caribdis. L


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MILENIO

teatro JOSÉ JORGE CARREÓN

After play se presenta de jueves a sábado en el Teatro Santa Catarina de la UNAM

Un café de Moscú Detrás de After play, del dramaturgo irlándes Brien Friel, está el genio y el espíritu de Chejov, que en estos días cobra nueva vida en los escenarios mexicanos. CRÍTICA Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com

E

scuchar lo que habla y oculta —quizá desea y espera sin atreverse a confesarlo— una pareja que conversó por primera vez la noche anterior en un café y vuelve al día siguiente, tal vez con una idea de lo que pudiera resultar, parece atractivo. Debemos saber que ambos personajes emergen de dos importantes obras de Chéjov: El tío Vania y Las tres hermanas. Es una oportunidad para entrar en la imaginación de Brien Friel, dramaturgo irlandés nacido en 1929, autor de After play y que nos brinda la oportunidad de acercarnos a un concentrado que va de la Rusia del siglo XIX hasta la actualidad. Como si sólo hubiese cambiado el corte de los trajes, la mujer y el hombre de este montaje que dirige Ignacio Escárcega se encuentran

en un café de Moscú a principios de los años veinte, como hoy lo haría cualquier pareja de desconocidos en cualquier lugar del mundo. Clientes únicos del lugar, Sonia, interpretada por Mónica Dionne, y Andrei, a cargo de Rodolfo Arias, buscan el modo de comunicarse y establecer la confianza necesaria para acercarse en lo posible, ante una circunstancia en la que indagar sobre el otro es la herramienta principal. Escuchados y observados por una violinista —Martha Moreyra, sin nombre de personaje— que, se presume, es empleada del local, los personajes resumen, en fragmentos de diálogo, parte de lo que vivieron como personajes de las dos obras de Chéjov para dar paso a un nuevo encuentro sin dejar de lado sus viejos lastres. La ilusión que Andrei tiene ante la mujer viaja en mentiras, que él calcula inofensivas ante la expectativa real de lo que una reunión inesperada generalmente permite. La expectativa de Sonia se extiende paulatinamente hasta que ella toma una decisión arriesgada, basada en las fantasías del hombre que deberá enfrentar. Después de lo que les ocurre en sus respectivas obras, la sobrina de El tío Vania y el hermano de Tres hermanas terminan por seguir su propio camino en After play, donde intentan asirse del

entusiasmo hacia un cambio que le proporcione otra dimensión a sus emociones. Mónica Dionne y Rodolfo Arias hacen que Sonia y Andrei conserven la textura chejoviana, la renueven y se dirijan hacia nuevos objetivos. Su soledad, el viejo amor sin esperanza que los hermana, la necesidad de soñar con una realidad distinta junto a alguien de características similares, forma parte de un juego entre el humor y la decepción que pronto se diluye para toparse con la realidad llana. Las notas musicales del violín, a veces provenientes de piezas musicales contemporáneas y reconocibles, subrayan momentos, en ocasiones a solicitud de los personajes que, con un ademán o un gesto, indican a la violinista su entrada, recurso que en su repetición termina gastándose. Sólo algunas veces consigue ser eficaz. La mayoría de las ocasiones, el gesto, la reacción, los movimientos de la intérprete de la música rompen con el tono bien logrado por los actores: falta un objetivo con claridad contundente para que pueda ser parte de lo que acontece. El oso, segunda parte del espectáculo, juguete cómico de Chéjov en el que participan los mismos actores y al que se suma Marcial Salinas como Luka, el mozo, es un divertimento en el que la violinista puede participar con mayor tersura, debido al giro que Friel le da a los personajes y al modo en que Escárcega hace partícipes del juego a todos los presentes, que se hacen cómplices sentimentales casi de inmediato. Con una escenografía sencilla que utiliza el mismo piso y paredes para ambas secciones, y que cambia el mobiliario de las mesas de café del primer acto por el sofá de la estancia, una estufa de hierro, un mueble de sala con una foto del difunto marido y una mesa de centro para el segundo acto, a partir del diseño de Teresa Alvarado y Anabel Altamirano, respectivamente, el espacio completo nos remite al lugar de la historia y a su procedencia. Al mismo tiempo, abre paso a la imaginación y al libre tránsito de los personajes que reaparecen con nuevo ímpetu. La dirección de Ignacio Escárcega es limpia y acertada. La interpretación de Dionne, Arias y Salinas contribuye a que After play sea una positiva experiencia que nos motiva a viajar por las obras de un autor poco escenificado en nuestro país, que entre sus éxitos cuenta con Philadelphia,Here I come!, y Dancing at Luhnasa—llevada al cine y protagonizada por Meryl Streep bajo la dirección de Pat O’Connor— y ha recibido el Tony Awards en varias ocasiones, The Lawrence Olivier Award for Best Play y el New York Drama Critics Circle Award. L

LA PUERTA ESTRECHA ESPECIAL

El diablo con tetas Alicia Quiñones aquinonescontacto@gmail.com

R

uzzante Beolco fue un actor y dramaturgo veneciano del siglo XVI que utilizó el bálsamo del poder y las comodidades económicas para retratar un mundo que le era aparentemente ajeno: el campesinado. Ruzzante fue el mote con el que pasó a la inmortalidad gracias a uno de sus personajes, un hombre humilde que en clave de humor y amargura encarnó las contradicciones de su clase social. Se cree que Ruzzante fue el verdadero padre de la comedia del arte, género alimentado del lenguaje de las calles. Se cuenta que este autor del Renacimiento construyó su propio idioma, basado en lo que recogía del pueblo, del latín, del italiano, del español y de los sonidos de las onomatopeyas, con el fin de representar la crueldad, el cinismo y la risa. Fue, pues, Ruzzante el creador dramático que inspiró a Darío Fo a librarse de la escritura literaria convencional, de su formalidad, “para expresarme con palabras que ustedes puedan masticar”, como dijo la noche que recibió el Premio Nobel de Literatura. Beolco y Moliére —ambos despreciados y ridiculizados por hablar de la vida— fueron, de este modo, los maestros de uno de los escritores más importantes y contestatarios de nuestros días. Otto Minera, en el prólogo a El papa y la bruja. El diablo con tetas (Conaculta, 2012), quien realiza un amplio y completo perfil de Fo, de su contexto social, histórico y literario, lo confirma cuando describe cómo desde sus inicios el escritor decidió escapar de las formas tradicionales para crear: decidió huir, primeramente, de “los tres gatos” que conforman los circuitos teatrales —y literarios— y de

los públicos establecidos. Quedarse ahí significaba mostrar su trabajo a un porcentaje mínimo de la población. Evidentemente, Fo decidió hablar de la vida: de sus raíces, de los problemas de su pueblo, de la política —sobre todo la religiosa, su blanco predilecto—, de la mafia, los partidos políticos, de los estúpidos casos legislativos y hasta de Berlusconi en obras recientes como El anómalo bicéfalo. Las piezas que ahora edita Conaculta en México son una muestra del humor que identifica el teatro del italiano, arraigado en la tradición popular. El papa y la bruja es la historia del líder de la religión católica —inspirado en Juan Pablo II, “un hombre habilísimo en el plano político, pero que en el de la sexualidad está en el Medioevo”— quien está a punto de dar una conferencia de prensa ante periodistas de todo el mundo, como si fuera el presidente de Estados Unidos. Mientras esto sucede, en la Plaza de San Pedro se han reunido miles de niños, cosa que exaspera risiblemente al papa. El diablo con tetas parte de la anécdota de dos peculiares demonios que desean corromper a un juez; sin embargo, en lugar de poseer a De Tristán, se quedan con el cuerpo de su ama de llaves. Ambas piezas son una dura crítica —y divertida— al sistema autoritario de la iglesia y la justicia italiana. Fo, sí, es un bufón, como él lo dice, enamorado de la tradición de su país; un hombre que utiliza el arte de lo grotesco y la farsa para mostrar la violencia con la que convive la sociedad contemporánea. La puerta estrecha se ha cerrado.L

El Nobel de Literatura

Darío Fo El papa y la bruja. El diablo con tetas Conaculta (Colección Cien del mundo) México, 2012 191 pp.


sábado 1 de septiembre de 2012 b 11

LABERINTO

cine Malgorzeta Szmowska

“Conocí a chicas que estudiaban y se prostituían” Ellas dirige la mirada hacia las dos caras más disímbolas del sexo: la de la búsqueda del placer sin cortapisas y la del ocaso de la madurez ENTREVISTA MANTARRAYA

Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

U

na periodista madura, Anne (Juliette Binoche), prepara un reportaje sobre la prostitución y entrevista a dos chicas: Alicja (Joanna Kulig) y Charlotte (Anaïs Demoustier). Las jóvenes asumen la profesión sin reparo y experimentan tanto como pueden. En contraparte, la reportera se ve confrontada con sus prejuicios y pone en riesgo su estabilidad familiar. La directora polaca Malgorzeta Szmowska reflexiona sobre el efecto revulsivo del sexo. ¿Cuál es el origen de la película? Después de 33 scenes from life entré a trabajar en Zentropa, la compañía de Lars von Trier. Ahí conocí a la productora Marianne Slo, quien quería hacer una película sobre la prostitución entre los estudiantes universitarios de París. Su propuesta se combinó con mi intención de indagar en la sexualidad femenina. Siempre tuve claro que quería contar una historia desde la perspectiva de la mujer, profundizar en sus emociones. Eso me pareció más importante que el contexto social. Juliette Binoche

Mediante el personaje de Anne expone la manera en que el sexo se contrapone a los prejuicios sociales. Binoche da vida a un personaje que está envejeciendo. En la sociedad moderna, una mujer de su edad enfrenta ciertas crisis relacionadas con la pérdida de la juventud. De ahí su preocupación por estar en forma. Es probable que sienta la ausencia de amor y de sexo, a falta de una pareja estable. Cuando entrevista a las chicas descubre que, además de ser muy jóvenes, son muy abiertas y están dispuestas a experimentar. La forma en que las estudiantes conviven con el sexo la lleva a descubrir que pertenece a otro tiempo. Plantea también la paradoja entre lo impactantes y a la vez seductoras que pueden llegar a ser las relaciones sexuales…

Hay un momento muy fuerte en la película, y que no mucha gente comprende. Cuando una de las jóvenes está con el cliente sádico, presenciamos una escena brutal, pero muy pronto vemos a Juliette Binoche masturbándose. Al montar ambas escenas de manera tan cercana, creamos una extraña coincidencia. Por un lado, Anne está disgustada por lo que hacen las chicas, y por otro, al tocarse se siente partícipe del momento. La juventud y la vejez se mezclan y construyen un encuentro hermoso. ¿Una película de esta naturaleza sólo podría haberla hecho una mujer? No creo en las divisiones entre lo femenino y lo masculino. Una mujer puede hacer una película sobre hombres y viceversa. A su manera, Almodóvar hace películas femeninas. No obstante, reconozco que la película se concentra en el punto de vista de las mujeres, e incluso tengo la impresión de que ellas encuentran más lecturas de las que puede sacar un hombre. Es un fenómeno que descubrí hasta el final.

Aunque en varias de sus películas abundan mujeres fuertes envueltas en situaciones límite… Es paradójico. Como le dije, no me interesa hacer filmes dirigidos a las mujeres. Mi ópera prima, Hombre feliz, tenía como protagonista a un hombre. Le fue muy bien. Sin embargo, siempre he pensado que tiene algo de artificial, quizá porque crear a un personaje masculino me resultó muy complicado. En mis trabajos posteriores me concentré en situaciones femeninas y estoy aprendiendo a asumir que mi naturaleza me orilla a contar historias en las cuales las mujeres tienen una presencia muy importante. Es algo que no me gusta del todo, pero tampoco puedo evitarlo. ¿Es valido pensar en una analogía entre el personaje de la periodista y su trabajo como directora deEllas? Totalmente. La única línea que me dio la producción fue abordar la prostitución estudiantil en las universidades. Durante la investigación, me presentaron a una chica que la practicaba de verdad. Hablamos en varias ocasiones y me abrió los ojos. Yo esperaba encontrar a alguien que sintiera culpa o vergüenza y no ocurrió nada de eso. Incluso llegué a pensar que fingía, pero me equivoqué. De cualquier manera, me parecía importante que el personaje sintiera lo que yo había experimentado cuando hablé con la prostituta. La estructura de su película me hizo recordar la novela 24 horas en la vida de una mujer, de Stefan Zweig. No hay conexión directa, aunque sí tienen parecido. Lo que quiero decir es que hace diez años, cuando leí el libro, me encantó. Soñaba con hacer una película relacionada con la novela y creo que lo hice de manera inconsciente. ¿Cómo fue su trabajo con las actrices? Me gusta crear al lado de ellas. Hablamos mucho y les doy espacio para que improvisen. Con Juliette establecí una conexión muy fuerte. Tan es así que le estoy escribiendo el guión de una película. ¿Después de esta experiencia artística, que piensa de la prostitución? No quiero juzgar. En Polonia conocí a chicas que estudiaban y se prostituían. Eran mujeres muy valientes porque tomaron la vida en sus manos. La prostitución es mala cuando te obligan a ejercerla, pero si la practicas por voluntad propia no hay problema. L

HOMBRE DE CELULOIDE CORTESÍA PRODUCCIÓN

Gritos del socialismo Fernando Zamora @fernandovzamora

E

n La era de la discrepancia Debroise define al “cine de culto” como la “experiencia devota, psicotrópica y de misterio” que uno encuentra en Juan de los muertos, filme cubano con todos los elementos para volverse instantáneo cine de culto, lo cual significa también que no es para todos los gustos. Juan de los muertos se une a la tradición de un arte de discursos políticos pero en su agenda hay sentido del humor y una “crítica de la crítica”, cosa buena tanto para la elaboración de discursos políticos como de chistes de zombis. La parodia sin autocrítica es chocante. Entre el cine de culto y el cine de agenda, entre El despertar de los muertos y Vampiros en La Habana, Juan Brugués es su propio Juan de los muertos, un Juan con los tamaños para burlarse de Fidel en su isla, con sus actores, con sus instituciones (que son, claro, del pueblo, no de Fidel). La historia no es muy compleja: sin saber cómo ni cuándo, La Habana se ve infestada de zombis. Familias enteras se convierten en zombis. ¿Quién puede eliminar a tus seres queridos?: Juan de los muertos, un “sobreviviente” (el survivor como paradigma parece prestado del cine hollywoodense).

Juan ha sobrevivido a “Mariel, Angola, El Periodo Especial y toda esta cosa que vino después”. Con todo y su larga historia, Juan tiene que contentarse con pescar para vivir. Los amigos de Juan en su empresa cien por ciento cubana son, todos, personajes propios de la contracultura habanera en esta “cosa-que-vinodespués” del Periodo Especial: un traficante de ron, un gigoló, una españolita decepcionada del socialismo y del capitalismo y un travesti mulato (pinguero) siempre acompañado del fornido padrote incapaz de ver sangre. Escrita y filmada por egresados del ISA y de la EICTV (con muchos de ellos trabajé en mis años cubanos), Juan de los muertos ha sido escrito con ganas y mucho ron. Juan es Cuba. Lo es porque Alexis Díaz es Cuba (habrá que leer su biografía para enterarse), porque Brugués es Cuba, porque todos ellos son una isla que no han podido doblegar ni Estados Unidos ni Castro. Juan de los muertos es una experiencia contracultural que recupera el sentido social y político del zombi que Geoge A. Romero volvió “de culto”. En Night of the living dead la crítica al capitalismo era velada, pero en la secuela, Dawn of the dead, Romero se burla tan fervientemente del consumismo capitalista como Juan de los muertos se burla de la apatía socialista. Puede que sean zombis esos que pululan en centros comerciales viendo qué pueden comprar, pero en la República del cine ha aparecido un nuevo tipo de zombi: ese que pulula por Centro Habana sin pensar en nada que no sea beber o zingar.

Juan de los muertos. Dirección Alejandro Brugués. Guión Alejandro Brugués. Fotografía Carles Gusi. Con Alexis Díaz de Villegas, Jorge Molina y Jazz Vilá. Cuba, España, 2011 La conclusión resulta tan polémica como la de Reinaldo Arenas en su autobiográfica Antes que anochezca: en el fondo, capitalismo y socialismo son dos caras de la misma moneda y aunque en ambos sistemas “te patean el trasero”, dice Arenas que en el capitalismo puedes gritar. Tal vez. Hay seres como Arenas y Brugués, como Alexis Díaz y Jazz Vilá, que son artistas porque en el socialismo han aprendido a gritar. L


12 b sábado 1 de septiembre de 2012

MILENIO

varia

BENJAMÍN DO

MÍNGUEZ

ESPECIAL

El juego de la

s decapitacio

Los anti-hipsters

Dolor

ARCHIVO HACHE

CASTA DIVA

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

C

on frecuencia se declara la muerte de lo hipster. Pero lo hipster se multiplica. Los hipsters son una subcultura —mayormente juvenil— identificada con lo alternativo, lo indie y lo fuera del mainstream. Un hipster es alguien que procura lo nuevo y distinto, lo exclusivo de la alternatividad cultural. Un fenómeno tan (o más) interesante que lo hipster es el rechazo, ironía u odio que se desata contra los hipsters, un calificativo ya más bien peyorativo. Los anti-hipster alegan que el hipster es un individuo que se cree original pero, en verdad, es un producto en serie de la individuación urbana de clase media en adelante. Un look reproducible en vestuario, gustos e incluso vocabulario. El anti-hipster ve al hipster como alguien que se aferra a cultivar lo novedoso sin darse cuenta que es una moda más. El anti-hipster, en el fondo, está reclamando ser el verdadero hipster. Al hipster le critica su falsedad, ser copia, adopción fácil de tendencias. El anti-hipster se burla del hipster porque no lo cree merecedor o portador digno de lo alternativo (que banaliza, consume desordenamente y abarata). En el fondo, muchos antihipster son puristas que ven en el hipster a un novato engreído que no está a la altura de lo “verdaderamente alternativo”. El anti-hipster reprocha al hipster no lograr salir del mainstream, no poder realmente crear un estilo o life style nuevo. No ser suficientemente selectivo.

El anti-hipster y el hipster luchan por quién es más cool. El hipster quiere serlo desde su cuerpo y elecciones; el anti-hipster, desde su juicio y mirada. El anti-hipster está convencido que sabe identificar lo cool, lo realmente original, y ha decidido que el hipster no lo sabe, no lo encarna. El hipster y el anti-hipster son, en realidad, uno. ¿Su diferencia? Probablemente que el antihipster no es abiertamente hipster porque en su identidad hay elementos conservadores que repelen los cambios sociales. El anti-hipster podría tratarse de un conservador cool para quien el hipster es un pseudo-cool pretencioso, desinformado, advenedizo y diletante. Lo hipster y anti-hipster son dinámicas donde cultivar las contraculturas y postmodernismos (lo underground, ecléctico, retro y trendy) son formas de distinción. El hipster quiere separarse bella y coolmente de la cultura dominante; el antihipster, por su parte, se debate entre burlarse de todo intento de disensualidad o denunciar que el intento hipster, específicamente, no es genuino. El hipsterismo y su anti son parte de culturas que todavía no saben si aceptar la renovación cultural, quién debe practicarla y cómo ocurre en una democracia. Culturas que no deciden si les gusta o molesta que lo nuevo pase a ser colectivo. Culturas irónicas de que lo nuevo sólo pueda socializarse a través del consumo. L

nes

Avelina Lésper www.avelinalesper.com.mx

L

a insatisfacción nos arroja a la promiscuidad. El dolor, no como fatalidad, sino como recurso de la existencia, oscila entre el placer y el misticismo, entre las fantasías y las creencias. El dolor toma el espacio de la vida, es absoluto. Donde entra no deja sitio para otra sensación, para otro pensamiento. Las emociones son subjetivas, no pueden medirse, se expresan para demostrar que son reales. El arte les da forma, las materializa, crea símbolos para que entendamos cómo estalla el tormento dentro del ser. El sentido del castigo es el de infringir dolor. En su severidad y crueldad está su medida. Las esculturas religiosas del barroco español impartían su lección a los fieles a través de la representación de un dolor físico insoportable: imágenes sangrantes, llagas purulentas, músculos abiertos, espinas, cilicios, látigos, clavos. El mármol o el bronce no daban esa veracidad, ese realismo impresionante que hiciera que las dudas se disiparan y el entendimiento se cegara ante el dolor de una persona. La escultura evolucionó a la policromía, a las maderas estofadas y pintadas con detalle morboso para dar más veracidad. Gregorio Fernández y Luis Salvador Carmona inventaban la anatomía del sufrimiento. Santas con senos mutilados, Cristos encadenados, cuerpos yacentes entre sus miserias. El dolor es el vínculo trágico entre el placer y el misticismo. La promesa del suplicio excita, invita a los excesos, a no poner límites a una insatisfacción que siempre tendrá apetito. Los creyentes quieren ver más sangre, más angustia, y los libertinos quieren vivir más, sentir que existen a través de los martirios que su cuerpo pueda soportar. La promesa del suplicio es tentación y es advertencia, la posibilidad de vivirlo, de que existe, detiene o motiva. En la Lección de guitarra de Balthus la maestra castiga con ferocidad a la alumna y al mismo tiempo la masturba, la hace gozar mientras la reprende. La complejidad de la composición logra defi nir la transgresión del cuerpo como una manifestación de su realidad tangible. Sufre, entonces existe. Los creyentes besan las heridas de los santos, como Dolmance, que en la

Filosofía del tocador del Marqués de Sade se jacta de besar las marcas de su violencia: “Entre más ardientes son mis besos, las cicatrices son más crueles”. El verdugo tiene un dominio sobre su víctima que le permite someterla para desahogarse: en los grabados de los Desastres de la guerra de Goya los cuerpos mutilados están desnudos; la decapitación es la culminación de una larga orgía. La degradación que implica el dolor es la que orilla a dejarse llevar. Esa humillación delata la vulnerabilidad del ser, la fragilidad corporal y la inestabilidad de una voluntad que cede al menor roce. Dice san Pablo: “No soy yo, es mi carne”. En las pinturas de Benjamín Domínguez el martirologio se carga de fetichismo, de lenguajes. Está el ritual de la procuración del gozo con las armas de la tortura: personajes que llevan cabezas cercenadas en sus manos, vestidos con trajes de cuero negro, con clavos, máscaras. No son ellos mismos, son otro, alguien entregado a sus sensaciones y a las del que sufre, del cómplice o la víctima de sus excesos. En el Prometeo de José de Ribera —que grita contorsionado mientras las bestias desgarran su carne desnuda— la gravedad de la desobediencia se manifiesta en la desnudez, en la piel expuesta para ser martirizada. La piedad y la compasión, la identificación con el dolor del otro, se trastocan al punto de hacer de esa comunicación un camino para el gozo del que infl inge el suplicio. Este vínculo sensorial nos deja llevar los padecimientos del otro en nuestro propio ser. Entonces, procurar el dolor se convierte en un apetito. Eso explica la existencia de un provocador y un depositario. Las bocas aullantes de Bacon, abiertas hasta la deformación, gritando, vaciando un interior que se ahoga con un sufrimiento invisible y descomunal; los cuerpos que son masas de carne. La última consecuencia es la deformación, el ser irreconocible, poseído por un padecimiento que lo domina todo, expulsado de sí mismo por su propio dolor. Metafísico, ascético o libertino, sabremos cuánto fuimos capaces de soportar, una vez que haya cesado. L


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