Laberinto No. 499

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Laberinto

Héctor Perea Un testigo de levita página 4 Sandra Lorenzano Ojos para pellizcar la realidad página 8 Heriberto Yépez Lo que la Iglesia no quiere que leas página 12 Avelina Lésper Con los mejores deseos página 12

N.o 499

sábado 5 de enero de 2013

Poemas inéditos

Darío Jaramillo Agudelo Página 3 ESPECIAL

Visiones de América Christopher Isherwood Página 6

MILENIO


02 b sábado 5 de enero de 2013

MILENIO

antesala DE CULTO

ESPECIAL

De puercos y porquerías

Jesús Gardea

Límites y significados

TOSCANADAS ESPECIAL

David Toscana dtoscana@gmail.com

C

on la literatura nos gusta mostrar una exigencia que no tenemos con las otras artes. Dado que no podemos colgar un Van Gogh en nuestra pared, nos conformamos con un lienzo que hallamos en no sé qué bazar o que pintó la hija de no sé quién. Nos admiramos de cómo baila fulano, aunque comparado con Nureyev sea un monigote desarticulado. Podemos vivir en un departamento construido en serie sin lamentarnos de que no lo haya proyectado un arquitecto renacentista. Estamos dispuestos a ver cualquier babosada que nos manda Hollywood y en ese mundo subnormal hay quien considera que el simplón de Woody Allen es un genio. Ponemos alguna figurita de Tonalá sobre la mesa porque las piezas de arte se ven en los museos. Y con la música ni se diga; no tenemos empacho en escuchar la canción que se repite en la radio, así la cante una mujer con más pierna que voz. No me ofende que la Feria de Aguascalientes se llene con música grupera, jamás pensaría que en vez de no sé qué cumbieros habría que presentar en los palenques a Cecilia Bartoli o Juan Diego Flórez, y en cambio quisiera desterrar los libros de autoayuda y otros bestsellers de las ferias del libro. Al visitar a un pariente, tendré un juicio poco severo si en el comedor tiene una mala copia de La última cena y en el salón ostenta un cuadro de caballos desbocados bajo un cielo rojo, pero le perderé el respeto si en su exiguo librero tiene dos libros de Paulo Coelho, uno de Guadalupe Loaeza y otro de Gaby Vargas. La moral es más estricta con los libros por varias razones. Primera: suele costar menos un clásico que un burdo contemporáneo. Si no tenemos millones de dólares para colgar un Velázquez, sí tenemos los pocos pesos necesarios para leer un Cervantes original. Además, desde la desaparición de los salones

Gabriela Solís b solisc.gabriela@gmail.com

literarios, la lectura se ha convertido en algo esencialmente personal. Así que no tenemos la excusa del otro. Si andamos ligando a una muchacha, podemos invitarla al cine o a bailar, incluso al museo o a la ópera. Pero en qué momento le llamaría el joven a la chica para decirle “esta noche te invito a leer Los Buddenbrook ”? Alguien dirá que para compartir la literatura está el teatro, y ha de tener razón. El buen teatro, con el lenguaje en papel protagónico. Ocurre que el teatro lo conozco mayormente en soledad y como texto, pues no me gusta ir a sitios donde hay más gente. Pero aún ahí se da la exigencia literaria y el que gusta del buen teatro no se pasa a las salas donde se presenta la última chabacanería de los actores de televisión. Volviendo a la música: ésta nos la bombardean en bares, taxis y centros comerciales, en las aceras del centro y desde la ventana del vecino. Para cuando uno acuerda, ya está tarareando la rola de moda. En cambio, nunca he ido a un bar donde los altavoces disparen poemas de Efraín Huerta o Xavier Villaurrutia. Se me va la clientela, diría el propietario. Así, en la lectura no tenemos la excusa del mínimo factor común. Si leemos porquería es porque los puercos somos nosotros. Pero ojo: leer perlas tampoco nos convierte por arte de magia en unas joyitas. L

L

eer a Gardea no es fácil. Pero la dificultad no radica en los lugares comunes a los que solemos referirnos cuando calificamos a un autor de complicado. Gardea (Ciudad Delicias, Chihuahua, 1939-Ciudad de México, 2000) no trata temas reservados para los eruditos, no es creador de intrincadas historias y tampoco es oscuro en su razonamiento. Su particular complejidad radica en el lenguaje; una complejidad emocional que se ramifica hacia adentro del lector. Cuando se leen sus cuentos, uno es presa de un sentimiento extraño, a mitad de camino entre la ansiedad y el placer. Las palabras son ensanchadas más allá de sus posibilidades, violentando límites y significados. Esto provoca, como primera reacción, que nos detengamos, desconcertados ante la plasticidad del lenguaje. Pero todavía hay algo que surca más hondo; y queremos continuar leyendo, escudriñar qué está haciendo Gardea con las palabras, ser parte de su disección y seguir sintiendo ese placer doloroso. ¿Qué es lo que nos desconcierta de imágenes como la siguiente, incluida en uno de los cuentos más populares de Gardea, “Según Evaristo”?: “Se tocaba ya por segunda vez el vals cuando mi padre sintió como una ventana abierta en el pecho, por la que le estaban entrando, caudalosos, los perfumes y el sol del otro cuerpo”. En principio, tiene que ver con la necesidad de experimentar la imagen con más de

un sentido. Utilizamos la vista para leer y captarla en primera instancia, sí, pero también oímos el vals, sentimos el calor del sol, olemos los perfumes. Gardea obliga al lector a utilizar todos sus sentidos; su literatura no solo se comprende, sino que, sobre todo, se experimenta. Pero es mucho más profundo aún: el lenguaje es el vehículo, el cómo para llegar a otra cosa. Gardea utiliza las palabras como exploración; a través de descarnarlas y obligarlas a brillar de una nueva manera, cava en la psique de sus personajes y explora la suerte de los oprimidos, de los antiguamente solos, de aquellos presa del absurdo cotidiano. Y, entonces, logra aquello que únicamente la literatura hecha con sinceridad de alta factura consigue: la revelación. A través de sus cuentos, Gardea descorre momentáneamente el velo de la condición humana y nos permite echar un vistazo. El hombre es lenguaje; al trabajar las palabras con pasión, se les obliga a revelar algo más acerca de nosotros. Esto nos desconcierta porque hay una violencia implícita en dicho acto. Jesús Gardea estaba muy consciente de ello. Decía en una entrevista de 1998: “Siento que debe violentarse el lenguaje y, en la idea de que hemos perdido la pista de la vida, hacer violencia para volver a encontrar el camino”. Si nos arriesgáramos a alejarnos de la violencia cotidiana y experimentar ésta otra, la vida cantaría en nuestro pecho con una renovada potencia. L

EX LIBRIS

BITÁCORA PSICOTRÓPICA

B F Skinner bEKO

Xavier Velasco

El usurero es un filántropo fallido.

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Roberto Pliego Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


sábado 5 de enero de 2013 b 03

LABERINTO

antesala

Poemas inéditos

Leer

Los versos del escritor colombiano son una suave disección del pasado, del tiempo como un espejismo POESÍA

ESCOLIOS Armando González Torres

Darío Jaramillo Agudelo

Entrevisiones

R

evulsiones de otro día, el sol más joven entonces y regresa. Basta un olor, un aire de lavanda para rebotar en otro siglo, basta una canción concreta, esa flor que me dio tu querer, y vuelvo a tener mis veinte años ridículos y puros, ajeno, indiferente y expuesto a la vileza, Sargeant Pepper lonely hearts club band. No son recuerdos, son algo menos que recuerdos, o algo más, certezas de un instante que desordena la secuencia, que vienen vibrando desde otra forma del tiempo, impenetrables constelaciones donde estoy incrustado, un aroma de jazmín me convulsiona, desordena los relojes, me hace estrenar instantes de otros tiempos y me regresa momentos antes no vividos.

1964

E

ra una luz toda hecha de sombras, solamente de sombras, era una alegre tristeza de la que renegué después, era el cuerpo creciendo para que las preguntas crecieran, era una duda insaciable, una duda que abarcaba todas las dudas, era la música, la alegría de la música, el vestido de la música, la música desnuda, era cuando supe que la vida es la poesía, y hubo entonces deslumbramientos, desatinos y misterios, constan también milagros en la piel de la memoria y fue cuando mi débil corazón me dijo que el amor es frágil. También me dijo que el cielo y el infierno están adentro. Y me dijo que tenemos alas. Era la dichosa soledad de los libros, el pájaro rompe el cascarón, era el juego y los amigos, era la luz era la luz hecha de sombras.

P

ara Darío Jaramillo (Antioquia, Colombia, 1947) sólo existe un género en literatura, la poesía: “Lo que tiene de literatura una novela, un ensayo o una prosa cualquiera es la capacidad de producir una emoción poética”. Y es, claramente, la vida, las emociones aparentemente sencillas lo que el escritor expone en su escritura. Poeta, narrador, abogado y economista, Jaramillo es autor de los poemarios Historias, Tratado de retórica, Cantar por cantar, Gatos y Cuadernos de música; y de los libros de prosa Novela con fantasma, La voz interior, Memorias de un hombre feliz e Historia de Simona. Ha recibido el Premio Nacional de Poesía de Colombia y del Premio de Novela Corta José María Pereda, entre otros.

agonzale79@yahoo.com.mx

L

os padres del lector temían por su salud mental y su moral, pues diariamente el muchacho se ensimismaba en las lecturas más heterogéneas: novelas, libros de filosofía, tratados de biología, manuales de autoayuda, volúmenes de historia del arte o panfletos políticos. Nada serio se podía obtener de esa mezcolanza y cada vez que lo veían llegar con un libro distinto bajo el brazo, le reprochaban su dispersión intelectual y el desperdicio de sus menguados recursos con una frase proferida con llorosa irritación: “¡Otro pinche libro que no te va a servir de nada!” Con todo, ese par de angustiados progenitores confiaba en que, una vez que ingresara a la universidad, el muchacho podría refrenar ese inmoderado apetito de libros, volverse más práctico y concentrarse en leer sólo lo que le resultara conveniente. Leer (México, Océano, 2012) es una selección de textos del escritor mexicano Gabriel Zaid sobre el acto de la lectura, realizada por Fernando García Ramírez. Los textos de Zaid ya habían sido publicados, pero la disposición y la intención, explicadas en un ilustrativo prólogo, lo convierten en un libro nuevo, provocativo y oportuno. Porque vale la pena cuestionarse otra vez los lugares comunes en torno a la función social de la lectura y a su papel en la transmisión de conocimientos y en la animación del coloquio social. Para Zaid, la lectura no es un mero escalón en el proceso de ascenso profesional o burocrático, no se reduce a su condición utilitaria y no es una simple acumulación de saberes. En los cuatro apartados de este libro, la lectura se muestra como un acto de comunión que vincula al lector consigo mismo y con los otros, que contribuye a enriquecer la realidad con nuevas conexiones imaginativas y

emocionales, que sostiene las conversaciones que nutren la cultura libre y que, a menudo, aunque no responda a fines prácticos, se traduce en cambios vitales. Leer de verdad implica, de entrada, retar la autoridad del libro, saltarse jerarquías y especialidades, conminar a conversar a los caracteres mudos y las ideas fijas y volver al monólogo libresco una forma de convivialidad. Leer, en este sentido, implica una voluntad de aprender pero también de desaprender, responde a la afición más que a la profesión, no se acumula en fastos académicos y no sirve para ejercer la autoridad. Por eso, este tipo de lectura desordenada y libérrima, tiene sus mayores adversarios en muchos recintos universitarios, donde la impostura se impone a la lectura y donde leer sin administrarse resulta escandaloso y subversivo. Y es que leer fuera de los parámetros académicos afecta poderes, rompe espacios de confort y establece nexos incómodos entre diversos ámbitos de la realidad. De modo que frente a la lectura aséptica e intensiva de unos cuantos textos consagrados de autoridad o utilidad que proclama cierta academia, la lectura omnívora y crítica difumina un intimidante furor, contagioso y dichoso al mismo tiempo. L

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04 b sábado 5 de enero de 2013

literatura

Un testigo de levita La figura de Guillermo Erníquez Simoní está íntimamente ligada al periodismo y a la defensa de la libre expresión. Fustigó a Victoriano Huerta, Obregón y Cárdenas y, desde el exilio, supo tomarle el pulso a París y Nueva York ENSAYO ESPECIAL

Abajo, segundo de izquierda a derecha, Guillermo Enríquez Simoní. Ciudad de México, 1933

Héctor Perea

E

xcursiones se le llamaba entonces a ciertos paseos nocturnos entre la prisión de Santiago Tlatelolco y la de Belén, cuyo terreno ocupa hoy el edificio funcionalista de la escuela primaria Revolución. La característica principal y mayor ironía de estos recorridos de corte expresionista por la Ciudad de México era que, siendo casi poéticos, resultaban a final de cuenta mortales en su desenlace, al ser fusilados los paseantes. Las aventuras nocturnas, singulares, emocionales al extremo, que durante la guerra civil española se llamaron paseíllos, fueron aplicadas en México sobre todo a militares rebeldes. Pero también a civiles de pocas pulgas, como fue el caso de Guillermo Enríquez Simoní (Fresnillo, Zacatecas, 1891-Ciudad de México, 1981), escritor detenido por el ejército huertista en Guadalajara, a principios de 1914, para su traslado a Santiago Tlatelolco debido a su bien ganada fama de periodista “boquiflojo” y, como tal, claro enemigo del gobierno triunfante tras el cuartelazo anti maderista. La segunda versión de su propia historia dentro del penal la recogería Guillermo Enríquez dentro de “Reminiscencias”, capítulo de La libertad de prensa en México. Una mentira rosa, libro de 1967 publicado por el exiliado catalán Bartomeu Costa-Amic, que en 1936, representando a Andreu Nin, había negociado con el general Lázaro Cárdenas el asilo a León Trotsky. La elección de este editor no parecía del todo casual, ya que la rama del apellido castellano o navarro Enríquez era, en el caso del autor, catalán desde el siglo

XIX. Pero un primer recuento de la vida en Santiago Tlatelolco lo había dejado consignado ya en la novela The torch that burns inside, obra aparentemente inédita iniciada en Nueva York en 1938, en inglés, durante el segundo exilio político experimentado por Enríquez Simoní. Ahora, paradójicamente, bajo al cardenismo, mientras el gobierno mexicano anunciaba con bombo y platillo la atracción a México de la diáspora republicana hispana. Escribía el periodista, en 1967, sobre su excursión de 1914: Una noche, después de que había sonado ya el toque de queda, alrededor de las nueve, en que el clarín lanzaba sus melancólicas notas al viento desde la azotea de la prisión, me sacaron de la galera. Un pelotón de soldados me esperaba frente a la comandancia, al mando de un sargento. Emprendimos la marcha hacia un destino para mí desconocido. […] No recuerdo haber sentido nada en especial durante el trayecto. […] Los edificios eran sombras que pasaban y se desvanecían, los soldados a mis flancos eran robots. Sus botas golpeaban la calle con pulsación monótona que adormecía mis sentidos. […] La muerte acechaba entonces a cualquiera y se podía morir simplemente por error o por capricho (La libertad de prensa en México, pp. 53-54).

Para entonces Enríquez Simoní —Simoni en realidad, a partir de su origen toscano— tenía 22 años. Ya había alineado en la primera formación del equipo de futbol Guadalajara, siendo campeón de goleo en el torneo 1909-1910, y dirigido El Regional, periódico católico de la capital jalisciense.

Esto último lo había hecho justo después de que Eduardo J. Correa, primer editor de los poemas de Ramón López Velarde en el mismo diario, abandonara el estado para iniciar su aventura periodística en la capital de la República. En El Regional, con Correa a la cabeza, se habían seguido los acontecimientos que, desencadenada la Decena Trágica, llevaron a la captura y asesinato de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, presidente y vicepresidente de México, así como al ascenso vertiginoso de Victoriano Huerta al poder. Enríquez Simoní dirigió el diario desde junio de 1913. Incipiente escritor con Empolvadas. Leyendas en verso bajo el brazo, una plaquette de poesía hecha al alimón con su amigo Manuel Acosta, “abogado y excéntrico” con quien también había traducido, en octosílabos y endecasílabos, Julio César y El mercader de Venecia de Shakespeare, como periodista emprendió entonces el arriesgado asedio al nuevo dictador, tildado ya de traidor y asesino por el médico, senador y periodista chiapaneco Belisario Domínguez, a quien pronto Huerta ordenó torturar y asesinar. La manera en que el astuto aunque inexperto director de El Regional propuso su ataque lo exhibiría como un apasionado de los clásicos y de la historia universal, pero también como un temerario analista del acontecer político inmediato. Y es que fue en el papel de editorialista, o sea de redactor de artículos de fondo sin firma, como el autor inició la para él patriótica labor de ir retratando, durante su evolución, el perfil esperpéntico del huertismo. Como era de preverse, el estira y afloja editorial en que se mezclaban artículos sobre el naciente Partido Católico Nacional de Jalisco —de seguro de otra autoría— con los sintéticos, directos y laicos sobre la evolución del movimiento revolucionario y la incapacidad del gobierno de Huerta para contenerlo, de Enríquez Simoní, duró apenas medio año. Hasta que el siniestro personaje se hartó y decidió actuar. De esta forma, como ya señalé, el 28 de enero de 1914, a las 12 del día, Enríquez Simoní era arrestado en la puerta misma del diario por una escolta militar de la plaza. Al respecto, el periodista escribiría tiempo después, en el apartado de memorias revolucionarias de La libertad de prensa en México: “En escasos ocho meses yo me había convertido en un mártir en potencia de la famosa libertad de prensa. […] Por primera vez el destino me había puesto en duro contacto con las realidades de la vida”. De hecho, según contó en sus memorias el propio reo, la vida en Santiago Tlatelolco no resultaba del todo opresiva o inhumana. Aunque esto, claro, solo si alguien de afuera del viejo edificio virreinal, con suficiente influencia en los mandos, procuraba los medios económicos, alimenticios y materiales para el bienestar del confinado. En el caso de Enríquez Simoní, pudo sobrellevar su encierro de varios meses gracias al apoyo en metálico de amigos de su padre y a la presión social sobre el gobierno huertista, ya que El Regional era el portavoz del catolicismo tapatío. De todas maneras, como se vio en palabras del articulista "boquiflojo", no se podía descartar la posibilidad de un error o un capricho que cambiara de cuajo el destino de estos presos, por lo general políticos. La excursión frustrada


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literatura

de aquella noche casi irreal “en que el clarín lanzaba sus melancólicas notas al viento” podía haber atraído el detalle trágico a un encierro punitivo en que lo más llamativo resultaban, para muchos de los reos, las mañana de visita conyugal, cuya narración el autor haría, con todo lujo de detalles, en The torche that burns inside y en La libertad de prensa en México. Poco después del traslado a la prisión de Belén y de la inaudita vuelta con vida a la de Santiago, Guillermo Enríquez era liberado sin mayor explicación. Volvió a Guadalajara y se reintegró a sus funciones administrativas y editoriales dentro del periódico. Aunque solo durante el lapso de tiempo que llevó a una nueva facción revolucionaria a la toma de la plaza. En este caso, a las tropas de Venustiano Carranza, que llegaban al mando del general Álvaro Obregón. Un detalle del periodismo manipulado por el poder en turno bastó para hundir a El Regional, que como casi todos los demás diarios se vio obligado a cerrar. Con la cancelación de la cabecera tanto los directivos como los trabajadores se verían forzados a huir de la ciudad. El detalle que había desencadenado la reacción de censura fue la línea editorial, absolutamente huertista, que el medio se había visto obligado a seguir desde el arresto de su director. La comprobación más contundente de este giro en la política del diario se puede observar en el número correspondiente a la fecha de liberación de Enríquez Simoní. Mientras la primera plana del periódico mostraba el retrato de medio cuerpo, elegantemente vestido, del joven que en breve retomaría las riendas del mismo, acompañado de unas líneas laudatorias, el titular de ocho columnas de El Regional señalaba: “La implacable parca ciérnese sobre el campo rebelde de Torreón”. Para enseguida rematar con el siguiente e implacable subtítulo, en franco contraste con la política liberal y crítica que había procurado imprimir el inquieto director: “Nuevamente nuestro ejército mexicano háse cubierto de gloria. Felicit. Al Gral. Huerta”. Para Enríquez Simoní, sobra señalar, la prensa mexicana de aquellos momentos cruciales, si por algo se había distinguido, era por ser absolutamente mercenaria. La primera consecuencia de este excesivo apoyo al gobierno golpista fue contundente. Al poco tiempo de reasumir sus funciones al frente del periódico, y apenas llegar la noticia de que las tropas obregonistas entraban en la ciudad, Enríquez Simoní tuvo que acuartelarse, junto con los demás trabajadores, en el edificio de El Regional. Unos pocos días de asedio militar habían bastado para tomar Guadalajara. Muerto el

gobernador huertista José María Mier, y trasladado su cadáver en el mismo coche en que meses antes habían llevado arrestado al periodista —hecho que éste interpretó como una “suprema ironía”—, no quedaba ahora otro camino que el del exilio hacia Estados Unidos. El periódico, ahora se sabía de fuente fidedigna, era visto como reaccionario por Carranza, a pesar de la “dirección heterodoxa y versátil” que, en palabras del director ahora en fuga, lo había caracterizado durante su gestión. El adjetivo con que se calificaba ahora a El Regional, que sobrepasaba con mucho el acento ya puesto por el medio acerca de ser el principal “Diario Católico de la Mañana” en la región, significaba de hecho su condena de muerte. Mientras su padre ponía en venta la casa de la avenida Vallarta y preparaba a la familia para el traslado definitivo a la Ciudad de México, Enríquez Simoní enfiló hacia el norte. Y, tras una breve estancia con familiares en Fresnillo, su lugar de nacimiento, cruzó la frontera para establecerse por algunos meses en El Paso, Texas, ciudad de refugio revolucionario donde estuvieron también, entre otros tantos exiliados, el novelista Mariano Azuela, Felipe Carrillo Puerto, importante político revolucionario yucateco por entonces reportero, y varios ex directores de periódicos mexicanos. Por cierto que fue en esta ciudad donde Azuela escribió Los de abajo, la primera gran novela de la Revolución mexicana. Enríquez Simoní, el insaciable lector de autores en lenguas inglesa y francesa, pisaba por primera vez territorio norteamericano. En algún momento había estado tentado de seguir el camino de las armas, sobre todo a partir del brillo que proyectaban los movimientos villista y carrancista. Pero enseguida se arrepintió tras cruzarse con la División del Norte y comprobar que, frente a esta imagen de orden y poderío militar, los civiles no dejaban de ser sino unos tristes arrimados. Junto con lo anterior, Enríquez Simoní concluiría entonces, en contra de los apologistas acríticos del movimiento armado, que las revoluciones eran como los huracanes. Que su verdadera misión era destruir. Pasado el vendaval, vendrían al fin los reconstructores de la nación. En El Paso, el exiliado no solo se alejó del peligro inminente sino que, gracias a los contactos allí iniciados, consolidaría su vuelta al país en 1915 para, por primera vez, ejercer el periodismo en la capital mexicana. Consecuencia de sus logros como jefe de cables de El Universal, el de la gran primera época de Félix F. Palavicini, y en particular a su traducción al español del documento en que se consignaba el armisticio con que finalizó la I Guerra Mundial, el periodista consiguió lo inesperado: que Palavicini aceptara su propuesta de crear y dirigir la corresponsalía del diario en Nueva York, ciudad hacia donde se dirigió en 1918. Allí, al igual que José Juan Tablada, ejerció la crónica de actualidades bajo el pseudónimo de Pepe Rouletabille, adoptado en recuerdo del reportero-detective de Les étrange noces de Rouletabille , del novelista y también periodista francés Gaston Leroux, autor de Le phantôm de l’opéra. En Nueva York además, hacia finales de los años treinta, como ya señalé, Enríquez Simoní escribió buena parte de la novela post revolucionaria The torch that burns inside. ••• Después de instalar la oficina en el 181 de la avenida Broadway, el fundador de la corresponsalía de El Universal comenzó su jugosa columna “Crónicas de Nueva York”, que iría apareciendo en México en las páginas de El Universal Ilustrado, como colaboración especial. Publicada entre 1921 y 1923, la columna, que sobrepasó las sesenta entregas, lució un diseño editorial pulcro y de estilo déco. A caballo entre las actualidades culturales y las de la farándula, la columna expuso algunas de las mejores virtudes de Guillermo Enríquez como cronista. La mayoría no exhibidas antes en los artículos sin firma de El Regional, ácidos y hasta dramáticos por necesidad. Ahora, pocos años después del impulso anti huertista y bajo circunstancias esencialmente

distintas, el periodista pudo explotar su vena más literaria. Destacaron en los artículos un humor muy suelto y un sarcasmo lleno de guiños cultistas, pero además una postura desenvuelta y hasta un poco cínica frente a los hechos de la existencia cotidiana. Todo lo anterior casaba a la perfección con el temperamento desenvuelto y cosmopolita del autor. Próximo en algún momento, repito, a José Juan Tablada, incluso por parentesco político, Guillermo Enríquez Simoní se convirtió durante esos primeros años de vida en Nueva York en un paseante infatigable, en un flâneur en el mejor sentido baudelaireano. Tras de su vuelta a México y participación pionera en el campo de la publicidad, la fundación del periódico El Norte de Monterrey y, fundamentalmente, en la reconversión, junto con Rodrigo de Llano, del diario Excélsior en cooperativa, hacia finales de los años treinta el periodista “boquiflojo” fue invitado otra vez a dejar el país por la postura crítica mantenida ante determinadas políticas del cardenismo. De nueva cuenta, el medio elegido para exhibir sus opiniones había sido uno impreso. Aunque en este caso su lucha por la libre expresión de las ideas la llevó a cabo a través de Realidades, revista fundada por él y que producía y pagaba casi por completo. Volvió a radicarse en Nueva York. Aunque ahora para practicar la narrativa de largo aliento. El estilo prosístico consolidado en las crónicas neoyorquinas se vio enriquecido con temas nuevos, provenientes del contacto de México con el mundo, y con propuestas sociales en camino de asimilación por parte del espíritu post revolucionario. En su novela The torch that burns inside, Enríquez Simoní destacó, por ejemplo, el papel que comenzaba a tener la mujer respecto al libre ejercicio de su sexualidad, y a su participación en muchas facetas de la vida antes vedadas a su poder de influencia y decisión.

Enríquez Simoní se convirtió durante esos primeros años de vida en Nueva York en un paseante infatigable La novela, reconstruida hoy a partir de dos copias incompletas al carbón, es un documento rico en descripciones del conflicto armado. Sus opiniones sobre la dinámica en la prisión de Santiago Tlatelolco, que poco antes había recibido a Bernardo Reyes, desvelan la existencia mortecina, siniestra, de un sitio que retrataba tanto los hechos como los ánimos que rodearon el breve periodo de gobierno de Victoriano Huerta. En su segunda parte la obra describirá con pasión la dinámica de una urbe villista y carrancista en proceso de modernización, fuente incesante de aventuras de toda índole. En The torch that burns inside se muestra el brillo de una ciudad abierta, compleja como la capital francesa o Nueva York, mezcla de lo más antiguo y lo contemporáneo. Un México iniciático en muchos sentidos. Pero también, y sobre todo, en el libro se descubre la vida erótica oculta tras los pliegues desnudos de las calles y edificios, salones afrancesados y cantinas de mala muerte. En esto último la narrativa limpia y directa de Enríquez Simoní, muy influida por la lengua en que fue escrita, en su sofisticación y cosmopolitismo deja destellos propios sobre los ambientes tan bien reconstruidos a finales de los años veinte por Martín Luis Guzmán en sus dos grandes novelas El águila y la serpiente y La sombra del caudillo. Partícipe desde una interpretación crítica del devenir revolucionario; testigo del vivir cotidiano dentro del conflicto y de la primera etapa de reconstrucción nacional; víctima huertista, perseguido y exiliado en Estados Unidos por las fuerzas obregonistas y cardenistas, Guillermo Enríquez Simoní supo testificar y describir la vida en México, Nueva York y París. Lo hizo con un estilo literario elegante y un enfoque periodístico ceñido y justo, solo atento al compromiso personal y al ejercicio libre de la expresión escrita. L


LABERINTO

El cóndor y las vacas Con autorización de la editorial Sexto Piso, publicamos un fragmento del diario de viaje por Sudamérica que el escritor estadunidense realizó entre 1947 y 1948. Sobresalen su buen ojo para la minucia cotidiana y su olfato para distinguir lo superfluo de lo que acontece en las calles Christopher Isherwood

mundo tiene prisa pero no dejan de parecer alegres y despreocupados. Un peatón se salva de la muerte por un centímetro y acto seguido se da la vuelta para sonreírle al conductor. Los contrastes sociales son obvios aquí. Hasta el empleado más pobre (y es lamentable lo bajos que pueden llegar a ser los salarios) se las arregla para poseer un traje discreto, una camisa almidonada y la corbata que distingue a los de su clase. Una terca barrera de orgullo logra separarlo así de los desvergonzados trapos y remiendos, de la sucia y descalza pobreza del trabajador artesano y manual. Se vaya por donde se vaya uno se encuentra con los cargadores doblados y luchando bajo cargas enormes atadas a sus hombros por tiras de cuero que se pasan por la frente. Llevan la cabeza agachada y luchan con la tenacidad de una bestia de carga. Están también los niños puros con sus trajes típicos; los hombres con ponchos y coletas, las mujeres con anchas enaguas y pequeños sombreros, los bebés colgando en los sacos. Llegan del campo para vender los frutos de sus huertas, o las telas y ornamentos que fabrican. Son también muy pobres, pero no miserables. Son risueños y trabajadores, gente alegre y práctica que no vive agobiada por pretensiones de clase.

BILL CASKEY

14 de diciembre A las seis de la mañana vinimos a Lima en autobús recorriendo una distancia de 530 kilómetros. Odio seguir quejándome a estas alturas del diario de los conductores sudamericanos, pero la verdad es que este viaje es digno de recordar en ese sentido. Lo más interesante de todo es el fatalismo absoluto de los pasajeros. Es evidente que muchos se ponen nerviosos pero aun así aceptan, no sé por qué, que la velocidad homicida es una especie de condición necesaria de los viajes y nunca se les ocurriría pedirle al conductor que fuera más despacio. Yo he elaborado una teoría en la que el toreo tiene algo que ver. Así como se va a los toros esperando que el torero haga su trabajo lo más cerca posible del toro, el conductor se siente moralmente obligado a rozar el costado de todos los vehículos que pasan. Cuando ambos se acercan desde direcciones opuestas los dos se mantienen en medio de la carretera hasta que el choque parece inevitable, momento en el cual cada uno hace un brusco viraje hacia su lado. El súbito viraje sería más o menos el equivalente al capote en el toreo sobre los cuernos del animal que está embistiendo. Al igual que los pases en el toreo no siempre tienen éxito, éstos tampoco. La plaza desde la Torre de San Francisco, Quito

20 de septiembre de 1947

P

asamos la primera mañana en el mar, en algún lugar cercano a la costa de Nueva Jersey. Primera mañana en la que el sol no resulta pegajoso y el aire no está cargado de contaminación, tras un largo y molesto verano en Manhattan. […] Aún faltan cinco días para llegar a América del Sur. Es hora de despertar a Bill Caskey, que duerme en la litera superior con la cabeza hundida en la almohada y emite ronquidos sordos y profundos. Es fotógrafo de profesión y me acompaña con el objetivo de hacer fotografías para ilustrar este diario. Habla tan poco español como yo y solo ha estado una vez en el extranjero, durante un corto viaje a la Ciudad de México.

12 de octubre Bogotá es ciudad de conversaciones. Cuando uno camina por la calle está bordeando continuamente a las parejas y pequeños grupos que se concentran en charlas animadas. Los hay que llegan a pararse a charlar en mitad de la calle deteniendo el tráfico. Supongo que discuten sobre todo de política. Los cafés están también repletos y todo el mundo lleva un periódico en la mano para citarlo o sencillamente para blandirlo en el aire. No he visto tantas librerías en ningún otro lugar. Aparte de docenas de autores latinoamericanos de los que jamás he oído hablar, tienen también una gran variedad de traducciones, desde Platón hasta Louis Bromfield. Bogotá es famosa por la cultura. Se suele mencionar como anécdota, creo que viene de John Gunther, que hasta los limpiabotas han leído a Proust. Es agradable imaginar a un limpiabotas, cepillo en mano, que se detiene de pronto y dice: “Hay en el amor una tensión permanente de sufrimiento que la felicidad neutraliza,

hace únicamente condicional, posterga, pero que en cualquier momento puede retornar a lo que habría sido desde hace mucho si no hubiésemos obtenido lo que buscábamos, una total agonía”.

24 de octubre El cóndor y las vacas Sexto Piso México, 2012 320 pp.

Esta tarde nos vamos [de Bogotá]. Nos llevarán en coche hasta Apulo dos de nuestros amigos de aquí: Pablo Rocha y Steve Jackson. Se trata de un sitio de veraneo al pie de las montañas. Allí pasaremos uno o dos días y luego continuaremos nuestro viaje en tren.

13 de noviembre El barrio antiguo de Quito es casi como me lo había imaginado; techos de tejas pardas, cúpulas, torres de iglesias, calles retorcidas y empinadas que cubren una profunda hondonada entre dos montes. La mejor vista se obtiene desde la punta de la colina del Panecillo, con los picos nevados de la Cordillera Oriental al fondo: Cayambe, Antisana, Cotopaxi, todos de más de cinco mil quinientos metros de altura. Es una belleza tan auténtica y tan inmediatamente convincente que se «reconoce» de un solo golpe, algo parecido a lo que sucede al ver una obra maestra famosa que hemos visto ya en innumerables reproducciones. Murmuramos interiormente: «¡Por supuesto… Quito!», como si dijésemos: «¡Claro… La Mona Lisa!». Las aceras son demasiado estrechas para la cantidad de gente que se agolpa en ellas. Todos se abren paso a empujones y la multitud inunda las calles a pesar de los bocinazos feroces y de la voracidad asesina del tráfico; hay autos modernos que le cortan el paso a autobuses llenos de gente (a menudo los choferes se hacen la señal de la cruz antes de intentarlo). Todo el

18 de diciembre Un día después de llegar [a Lima] nos mudamos al Hotel Maury, una especie de pensión en el barrio de Miraflores, junto a la costa. […] Miraflores es, en gran medida, un barrio rico y residencial con bulevares de grandes mansiones en medio de jardines tropicales. Hay flores por todas partes, Lima es famosa por esa razón. Incluso se usan geranios como señales de peligro pegados a los postes para avisar a los conductores de que hay hombres trabajando en los postes. Aquí residen también muchas familias británicas y norteamericanas; las heladerías por lo general están llenas de sus hijos. En estos barrios los adolescentes peruanos se visten como los estudiantes de high school yanquis, pero de una manera demasiado pulcra como para resultar auténtica. Hay también muchos chinos, como los hay en todos los pueblos por los que pasamos en nuestro viaje camino a la costa. Por lo general son dueños de restaurantes o de pequeños colmados. Aseguran que los aprecian mucho, pero por lo general se casan con muchachas peruanas. No sucede lo mismo con los japoneses, que son muy exclusivistas. […] Desde Miraflores hasta el centro de la ciudad hay unos ocho kilómetros en coche a lo largo de la avenida Arequipa. Se trata de una pista de carreras más o menos reconocida. Allí no hay límite de velocidad y es mejor no confiar demasiado en los semáforos cuando uno la cruza a pie. La ciudad original de Pizarro, extendida en un diseño rectangular alrededor de la plaza de Armas, subsiste casi como en los días de la Colonia. Las calles son ruidosas y estrechas y cada manzana tiene un nombre concreto además de los nombres de las calles; el Huevo, los Siete Pecados, las Siete Lavativas y el Bolsillo del Diablo son sólo algunos de los ejemplos que cita nuestra guía de bolsillo. El resto de Lima es más


sábado 5 de enero de 2013 b07

de portada BILL CASKEY

Puerta colonial, Cartagena

Fotógrafo urbano afuera de la catedral, Cuzco

parecido a las partes monótonas del París del siglo XIX, hay avenidas muy amplias y hermosos parques, pero carece del misterio y el encanto de Quito. Más allá de toda comparación, ésta es la ciudad más imponente que hemos visto hasta ahora en toda Sudamérica.

17 de febrero A las diez y media de la noche llegamos a Buenos Aires. Nos esperaba en la estación Berthold Szczesny. Al parecer llevaba horas allí. Llegó abriéndose paso entre el gentío como un feliz perro pastor, nos aporreó la espalda, nos zarandeó las manos, trató de coger todas nuestras maletas al mismo tiempo, nos metió en el coche a toda velocidad y nos llevó a Beccar, el barrio en el que vive. ¡El querido Berthold! Apenas ha cambiado desde que lo conozco, casi veinte años ya. Cuando nos conocimos en Berlín era un muchacho de dieciocho años sin trabas ni obligaciones, atolondrado, irresponsable hasta la locura, con la cabeza más llena de tonterías románticas que una revista sensacionalista.

19 de febrero Berthold nos ha llevado a dar un paseo turístico. Se suele decir de las grandes ciudades que son «internacionales», pero yo creo que Buenos Aires es la ciudad más internacional del mundo. Su población, al menos en lo que atañe a las secciones comerciales, parece una mezcla tripartita de británicos, alemanes y latinos (tanto italianos como españoles). Sus bancos y oficinas tienen un aire definitivamente británico y recuerdan la magnificencia sólida y solvente del Londres victoriano. Muchos de sus restaurantes son alemanes, tienen la bien surtida Gemuetlichkeit de Múnich y Berlín de antes de 1914. Sus bulevares y mansiones privadas pertenecen al París de hace cuarenta años. Aunque eso no quiere decir en absoluto que Buenos Aires y sus habitantes no tengan un carácter nacional. Más bien todo lo contrario, porque todos esos elementos extranjeros se han fundido y transformado en algo autóctono, inmediatamente reconocible y único. Muchas ciudades son grandes en su extensión real, pero no hay ninguna otra que dé la ilusión de espacio que da Buenos Aires. De espacio fácil y casualmente a la mano de cualquiera, espacio desperdiciado con una magnificencia imperial. Hay una infinita libertad de movimiento que se corresponde como es natural con la extensión del delta y el océano cercano y la enorme llanura que la rodea. Otra de las características básicas es el peso. Los edificios públicos están sobrecargados de esculturas voluminosas y sus arcos, portales y escaleras son amplios y monumentales. La gente, a pesar de su variedad y de sus (por lo general) buenas proporciones, parece sólida y con los pies en el suelo. Tiene unas caras de todos los orígenes raciales con una expresión casi siempre plácida y algo bovina. No parece muy sorprendente dada la cantidad de carne que comen. […] Buenos Aires parece al mismo tiempo una ciudad moderna y pasada de moda. En sus tiendas brillan cosas nuevas: la ropa, los muebles, los coches y los anuncios están deliberadamente al día, tanto que uno puede llegar a preguntarse si no habrán destruido a propósito todo lo que tiene más de cinco años para abrir

Paco Lara entra en la plaza de toros, Bogotá

paso a las innovaciones. Con todo, como ya he dicho, el tono de su arquitectura parece pertenecer a una época anterior, en la que el lujo era más solemne, pesado y sin problemas de ansiedad o de mala conciencia. La clase de elegancia contemporánea, la europea, que consiste en improvisar con materiales viejos, en hacer chic lo muy usado, aquí sería escandalosamente inconcebible. […] Los muelles se extienden a lo largo de muchos kilómetros, junto a las aguas color café del oscuro Río de la Plata. Las instalaciones son de la misma vasta dimensión de los edificios de la ciudad. Hay en particular un gigantesco y moderno silo de granos que Caskey ha estado fotografiando mucho tiempo.

28 de febrero Ya hemos llegado a Mar del Plata, a casa de Victoria Ocampo. Llegamos ayer en el jeep de Berthold. Mar del Plata es el principal lugar de ocio argentino en la playa. Está en un saliente de la costa, hacia el sureste, a unos cuatrocientos kilómetros al sur de Buenos Aires. Siempre tengo una idea muy vaga de la geografía de los lugares que visito, por lo que me sorprende descubrir de pronto que aquí nos encontramos no mucho más al sur que Melbourne, Australia. «Sur», esa clave recurrente y sentimental de la poesía europea, tiene un sentido muy distinto aquí, en Argentina. En vez de llevarnos a armonías con el sol, palmeras, vino, calor, mares y cielos azules y das land, wo die Zitronen bluehn, nos introduce en un extraño parámetro de desolación, viento, tormenta y hielo, el misterio de la Antártida. O, en el caso de que uno prefiera evitarse todo el dramatismo, sugiere al menos la peculiar soledad del extremo sur del continente, que apunta hacia un mar vasto y frío donde no hay ninguna tierra de este lado del mundo, aparte de la región polar. Sur es también el nombre de la revista literaria de la que es propietaria y editora Victoria Ocampo, tal vez la más prestigiosa de su clase en toda Hispanoamérica. Suelen criticar a Sur porque no es estrictamente argentina y publica también muchas traducciones. En ocasiones dedica números enteros a la literatura de otro país, aunque los críticos de Victoria deben de

rozar la estupidez en su nacionalismo si se imaginan que una revista de esa calidad se podría sostener sólo con el material literario que se produce en Argentina. Aun así, ni siquiera es ésa la intención de Victoria como editora. Le interesan en realidad las dos cosas: mostrarle a los argentinos escritores internacionales, y mostrarle a los otros países la literatura que se produce en Argentina. Para bien o para mal Victoria es una aristócrata: intrépida, generosa, dominante, exigente. Su hospitalidad es total. Cuando le apetece importa invitados desde cualquier parte del mundo, los aloja durante meses enteros y los envía de vuelta a casa. Sabe lo que quiere y sabe encontrarlo. Sabe lo que le gusta y lo elogia cuando lo ve. No le importan las modas, ni en los trajes ni en las ideas. Se presenta a las fiestas elegantes con un turbante, un costoso abrigo de piel, joyas y zapatos de playa. Come si tiene hambre, y no le importa si sus invitados la tienen o no. Prefiere el francés al español y por lo general escribe en esa lengua, por lo que la gente suele acusarla de xenofilia. Responde quedándose en una Argentina en la que tanto ella como los de su clase son cada vez menos simpáticos para el gobierno. Para ella en realidad lo más fácil sería salir corriendo. Es una mujer grande y fuerte de ademanes firmes. La gran flor blanca que habitualmente se pone en el abrigo parece acorde con su cara, suave y de colores cálidos. Es de una hermosura extraordinaria aunque, como sin duda ocurre con todas las bellezas celebradas en su juventud, ahora se ve fea porque ha madurado y cambiado. Bajo la estupenda superficie de su serenidad es una mujer conmovedora y sensible. La primera tarde, acabábamos de llegar, Victoria anunció que nos iba a enseñar la ciudad. Y lo hizo con tan despiadada energía que casi pierdo, literalmente, la cabeza. Tiene una manera de agarrarlo a uno del brazo para llevarlo en la dirección indicada que te hace sentir como un asesino bajo escolta policial que está siendo arrastrado al lugar de los hechos para reconstruir el crimen. La única diferencia es que en este caso el prisionero es completamente inocente. No puedo aceptar responsabilidad alguna por la monotonía y el aburrimiento de Mar del Plata. Es limpia, ordenada, respetable, sin imaginación, municipal, incolora y sin carácter. El casino parece un edificio de las oficinas del gobierno. Como debe ser, supongo, porque en realidad le pertenece. No tiene el ambiente de un sitio de baja estofa, como en los lugares más baratos de Las Vegas, ni tampoco de impresionante elegancia, como en Monte Carlo o en Estoril. Los jugadores se agolpan alrededor de las mesas como si fuera una venta de rebajas. No hay asientos. La mayoría del tiempo hay que alargar el brazo sobre el hombro de alguien para poder poner la apuesta sin poder ver la ruleta ni los números. A mí me parece que esa manera de apostar es casi tan aburrida como ir al hipódromo y no ver los caballos, aunque tal vez esté más amargado de la cuenta. Durante estos tres días, Berthold, Caskey y yo hemos perdido bastante.

3 de marzo Esta mañana he regresado a Buenos Aires en el coche de Victoria. Caskey y Berthold nos siguen en su jeep. Partimos muy temprano, antes del amanecer, y vimos salir el sol, enorme y rojo candente, sobre el borde de la Pampa. La neblina se deslizaba y henchía por todo el suelo y los escasos grupos de árboles se destacaban, negros como islas. El chófer conducía casi a noventa, cosa que detesté porque la carretera, aunque era recta, era también demasiado estrecha y porque de cualquier manera este viaje me ha roto los nervios para mucho tiempo. Victoria parecía, sin embargo, imperturbable.

23 de marzo Reviso mis anotaciones en el diario de las últimas tres semanas y descubro que se reducen a media docena de palabras por día, una simple lista de las personas que nos han invitado a comer o a cenar. Ahora tendré que resumir mis impresiones de este periodo en varias entradas. Y es urgente, porque el 27 nos vamos a Le Havre en un barco francés. El itinerario incluye Montevideo, Río y Dakar, pero sólo durante unas pocas horas, de modo que no pienso incluir aquí mis aventuras en esos lugares, si es que las hay. De Le Havre saldremos a París, de París a Inglaterra, de Inglaterra a Nueva York y de Nueva York de vuelta a California. De hecho tenemos frente a nosotros más de la mitad del viaje. Pensar en todos los kilómetros que aún me faltan por recorrer me deja exhausto. L Traducción de Andrés Barba


08 b sábado 5 de enero de 2013

MILENIO

en librerías

Ojos para pellizcar la realidad Inquietante, sin concesiones ni golpes bajos, la novela Sangre en el ojo, ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2012, no tiene que ver con las ficciones autobiográficas sino con la relación entre la escritura y el cuerpo RESEÑA ESPECIAL

La escritora chilena Lina Meruane

Sandra Lorenzano

E

n su obra Los ciegos la artista visual Sophie Calle trabaja sobre la relación entre la belleza y la mirada. O dicho de otro modo: trabaja sobre la idea de belleza que tienen las personas invidentes. El disparador del proyecto fue una frase que escuchó al azar cuando pasaba junto a un grupo de jóvenes ciegos; la frase era “Ayer vi una película preciosa”. La propuesta de Calle, que conocí en el museo de arte moderno de Bogotá, está formada por un fotoretrato de cada una de las personas elegidas, todas ellas ciegas de nacimiento, junto a otro cuadro con el testimonio escrito que cada una de ellas dio como respuesta a la pregunta “¿Qué es para ti la belleza?”, y debajo una fotografía a color en la que la artista interpreta visualmente esa respuesta. ¿Cómo describir la belleza sin haberla visto jamás? ¿Qué relación hay entre aquello que consideramos bello y la mirada? Tal como sucede en aquella maravillosa obra para niños que se llama El libro negro de los colores, en la cual el narrador cuenta el modo en que su amigo Tomás, ciego, es capaz de oler, tocar, oír y saborear los colores, mientras él solo puede verlos, Sophie Calle busca traducir a imágenes visuales aquello que sus entrevistados describen utilizando todos los otros sentidos. Esta pregunta por la belleza se vincula sin duda con Lucina, también llamada Lina, la protagonista de Sangre en el ojo, quien ve al inicio y como disparador de la novela “La sangre más estremecedoramente bella que he visto nunca. La más inaudita”. ¿Qué imagen construiría Sophie Calle ante esa frase? ¿Cuál sería la fotografía a color que la acompañaría? ¿Una atroz mancha de sangre, quizá? Lina Meruane, más sutil, escribe casi doscientas páginas para dar cuenta de esa experiencia. La experiencia que la lleva de lo bello a lo atroz: porque esa sangre será para ese personaje que firma sus libros con el nombre de Lina Meruane, también “la más espantosa”, la que le impedirá volver a ver. “Eso sería lo último que vería, esa noche, a través de ese ojo: una sangre intensamente negra”. A partir de ese momento la vista, la memoria, el cuerpo todo, irán entretejiéndose para hacer de Sangre en el ojo un relato envolvente; amoroso y cruel al mismo tiempo, desgarrado y furioso, en el que autobiografía,

realidad, ficción, son términos de una ecuación cuyo sentido último es la exploración de la propia escritura, del deseo de escritura. William Styron y Sylvia Plath están en el origen de la propuesta, ha dicho la autora, allí donde la primera persona se inventa en las palabras. Cito de una entrevista: “Esa visible oscuridad, de William Styron, el relato de la severa depresión que sufrió el escritor, y La campana de cristal, de Sylvia Plath, que narra la depresión de esta poeta durante varios intentos de suicidio. Me interesaba la intensidad de esos relatos, y la pregunta fue cómo construir desde la realidad, que suele ser tan plana, un texto muy tenso e intenso”. Me quedo, en este párrafo, menos con los orígenes literarios de la propuesta que con la frase “cómo construir desde la realidad, que suele ser tan plana”. Por eso, a pesar de los visos autobiográficos que sin duda tiene el texto —tema que tanto seduce a la prensa, alimentada por la propia autora, es cierto—, lo que me interesa es el modo en que Lina Meruane va armando una ficción en torno a un cuerpo enfermo como pretexto para el propio ejercicio de escritura. Busca allí, en las palabras, en el ejercicio escriturario en sentido estricto, los relieves que parece negar la realidad. En algo me recordó este texto a una de las grandes novelas de la literatura mexicana, El libro vacío de Josefina Vicens, un relato construido sobre la imposibilidad de la escritura. En él, el protagonista, José García, escribe que no puede escribir. Escribe todo un libro reflexionando, sufriendo ¡y escribiendo! que no puede escribir. ¿Y la escritura? —le pregunta a Lucina una de sus colegas (por cierto, la ironía contra los códigos y vicios de la academia queda clara en frases como ésta: “Teorizar las estrategias de los sometidos y la resistencia del margen era una cosa, y otra radicalmente opuesta era empatizar”—. “¿Qué tal va la escritura? […] Me refiero a la novela que estabas escribiendo”. Cómo escribir sin poder ver, es lo que quisiera responder Lucina, aunque su frase quede trunca. Como en el caso de la pregunta sobre la belleza, podríamos cuestionarnos acerca de la relación entre la escritura y la mirada. ¿En qué medida escribir es también (¿es sobre todo?) algo físico? Si, como descubrió la autora, mirar tiene más que ver con el cerebro que con los ojos, ¿qué sucede con la posibilidad de escribir?

Lina Meruane Sangre en el ojo Eterna Cadencia Buenos Aires, 2012, 172 pp.

“Incluso ahora, incluso aquí, incluso en este fragmento —leemos—, confieso que no me fue difícil dejar de escribir. Mucho más arduo era encontrar un lápiz, poner los dedos alrededor, saber que sobre la página caían palabras chuecas e ilegibles incluso para Ignacio”. ¿Qué queda de la escritura sin el ejercicio físico del lápiz sobre el papel o de los dedos sobre el teclado de la computadora? Y en ese hilo sobre la relación de la protagonista con su propia escritura, un hilo que cada tanto se deja ver, casi como si no tuviera importancia, está el eje de la novela de Meruane. Las verdaderas preguntas que las páginas de Sangre en el ojo plantean no tienen que ver con las ficciones autobiográficas sino sobre la relación entre la escritura y el cuerpo. ¿Será que solo a través de la escritura se organiza la realidad? Como bien apunta Rafael Lemus en su reseña sobre la novela, lejos de convertirla en la voz profética que un cierto romanticismo le ha adjudicado a los poetas ciegos, a Lucina la ceguera le devuelve una realidad fragmentaria y desordenada, donde cualquier angustia ontológica o metafísica queda reducida a lo absolutamente terrenal: a las voces, a los olores, al golpe contra una puerta que aparece en el camino, o a la memoria de la cordillera tapada por la contaminación. “Estar así, en esta bruma, es como estar dormida y a la vez despierta. Es como estar un poco sorda”, dice la protagonista e inmediatamente sentimos algo así como la mullida y a la vez amenazante realidad de los sueños. El cuerpo enfermo ocupa un lugar importante en la obra de Meruane. Clara heredera de la prosa transgresora y despiadada de Diamela Eltit, Lina la hace propia, la hace “carne”; sin embargo, no tiene problemas en incorporar la afectividad en su trabajo. De ahí la posibilidad de que el amor y el miedo marquen la piel de la protagonista tanto como la herida en los ojos largamente anunciada. Y en este sentido, vale la pena recordar que ésta es también una historia de amor: Ignacio, la pareja de Lucina, será su lazarillo y a la vez la posibilidad de no volverse una pura ausencia. Pero la historia de amor encierra —tal vez como toda historia de amor— una cierta perversión. El viaje a la patria, a esa “matria” de la que hay que alejarse para sobrevivir, como de la madre —médica para más datos biográficos de este cuerpo enfermo—, ese viaje que parece un viaje a la memoria (¿qué amantes no pretenden compartir su memoria?) obliga a Ignacio a grabar en sus propios ojos unos, para él, nuevos recuerdos. Como en aquella vieja película de Tavernier que se llamó en los cineclubes de mi adolescencia La muerte en directo, la mirada de él registrará el deseo de ella. ¿Cuántas pruebas tiene que pasar el amante para dar constancia de su amor? “No había bancos de ojos porque nadie donaba ojos muertos. Se creía, dijo Leks que la memoria residía en ellos, que los ojos eran una prolongación del cerebro, el cerebro asomándose por la cara para pellizcar la realidad”. En algún lugar apunta la protagonista: “Tengo el pasado amontonado en los ojos”. ¿El miedo entonces es a perder la vista o a perder la memoria? ¿Si nos hicieran trasplante de ojos heredaríamos quizá recuerdos ajenos? Una propuesta inquietante. Una autora provocadora. Un relato incisivo, sin concesiones ni golpes bajos. Un proyecto literario sólido. Algo no demasiado frecuente en el panorama narrativo en lengua castellana. Quizá la mejor forma de celebrar el Premio Sor Juana a Sangre en el ojo sea terminar estas páginas con un cinematográfico, luminoso y muy turbador fundido a negro.L Texto leído en la entrega del Premio Sor Juana Inés de la Cruz (FIL-Universidad del Claustro de Sor Juana), otorgado a la escritora chilena Lina Meruane por su novela Sangre en el ojo. El jurado estuvo integrado por Cristina Rivera Garza, Yolanda Arroyo Pizarro y Antonio Ortuño. Feria Internacional del Libro de Guadalajara, 28 de noviembre de 2012.


sábado 5 de enero de 2013 b09

LABERINTO

en librerías Los pájaros

Karnaval Juan Francisco Ferré Anagrama Barcelona, 2012 529 pp.

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l 14 de mayo de 2011 el director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, fue acusado de violación por una camarista de un hotel de Nueva York. La noticia ocupó numerosas páginas en la prensa “seria” y amarillista pero, de forma curiosa, ahora es retomada por la literatura. Juan Francisco Ferré parte del escándalo de StraussKahn y lo convierte en Karnaval —ganadora del Premio Herralde de Novela 2012—, una sucesión de voces narrativas autónomas que analizan o diseccionan el escándalo del protagonista con un humor negro y punzante. El lugar de StraussKahn lo toma el personaje DK, hombre de gran ambición y de una sexualidad desmesurada, que descenderá de su escalafón de poder hasta los abismos del ridículo y la humillación, víctima de su propio instinto depredador. Karnaval representa una acusación —desde la ficción— a la fiesta en que se han convertido la economía y el poder.

El rey Matías I

Eduardo Berti Páginas de espuma, España, 2003. 132 pp.

D

oce cuentos con alas y plumaje cohabitan en Los pájaros del narrador bonaerense Eduardo Berti, un autor al que Rodrigo Fresán le atribuye la cualidad del bértigo y lo bertiginoso, ya que su destreza para contar historias de fracaso, de agonía y de estropicio le han conferido un espacio propio en la literatura del Cono Sur. Con pulso firme, no exento de sentido del humor, Berti recrea escenarios claustrofóbicos y ambientes opresivos que lejos de asfi xiar a los lectores con su feroz temperamento, le inspiran el deseo de llegar lo más pronto posible al punto final, ya que Berti es especialista en urdir sus tramas y, sobre todo, en sorprender con los intempestivos desenlaces. “Preguntas y respuestas”, “Calambres en el alma”, “Los monstruos” y “La muchacha ahogada”, junto con el relato que da título al volumen, son los mejores textos de “un escritor inclasificable”, según Le Nouvel Observateur.

Desplazamientos Desprendimientos

Janusz Korczak Instituto Polaco de Cultura Madrid, 2012 Audiolibro

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eriodista, activista y médico, Janusz Korczak (1878-1942) fue uno de los pedagogos y autores más influyentes de la literatura infantil del siglo XX en Polonia. Nació en Varsovia y murió en un campo de concentración alemán. Sus ideas sobre la defensa de los derechos de los niños fueron reconocidas por la UNESCO en los años 70. Su obra abarca más de mil textos periodísticos y una veintena de libros, siendo uno de los más importantes El rey Matías I, en el que narra la historia de un príncipe de tan sólo diez años de edad que, al fallecer su padre, debe subir al trono y hacer frente a una guerra y numerosas conspiraciones. Matías, el joven gobernante, comienza por construir un nuevo parlamento infantil. Dura, realista y conmovedora, una parte de esta novela fue llevada al cine por Andrzej Wajda en la película Korzack y ahora es adaptada a audiolibro con la voz de la actriz española Alicia Cereceda.

Cuartoscuro

Henri Michaux Fractal / Conaculta México, 2012 119 pp.

E

n Desplazamientos Desprendimientos de Henri Michaux (1899-1984) se reúnen crónicas, apuntes, poemas y ensayos breves que ahondan en la cotidianidad desde la mirada de un hombre que habita diversos escenarios: algunos desoladores, otros de imágenes y sensaciones contrastantes; algunos reales, otros imaginarios. Michaux nos habla de un mundo construido a partir de las sombras o de las pesadillas, en el que la luz es un vacío, un mapa por recorrer, y la locura un sitio para observar; asimismo, explora las metáforas sonoras de las ciudades, los significados del movimiento y la precisión de los signos. Escritos los últimos años de su vida —probablemente a finales de la década de 1970— estos textos conjugan la idea que el autor de origen belga tenía sobre la creación: “Escribo para recorrerme. Pinto, compongo, escribo: me recorro. Es la aventura de estar en la vida”.

Generación Año 24, núm. 90 Octubre-diciembre México, 2012 80 pp.

Núm. 117 Diciembre-Enero México, 2012 80 pp.

L

a revista Cuartoscuro de este bimestre ofrece como tema principal una serie de instrucciones para entrar al mundo creativo de Dulce Pinzón, fotógrafa mexicana que cobró notoriedad al realizar un ensayo de migrantes mexicanos, en el cual estos aparecían disfrazados de superhéroes. Encontramos también una serie de Rodrigo Reyes Marín con texto de Ana Luisa Anza, que retrata el curioso mundo de la lucha libre japonesa y el enfrentamiento de los luchadores nipones contra los mexicanos. En el apartado de entrevistas hay una realizada al fotógrafo Rogelio Cuéllar (galardonado con el Homenaje al Periodismo Cultural Fernando Benítez 2012) y otra a Mónica González, Premio Nacional de Periodismo en Fotografía 2012. Y, entre otras cosas, Ana Paula Estrada nos presenta una serie realizada en Australia, que funciona como una crónica de los ancianos que viven en total soledad en ese lejano país.

La rata en el espejo

E

l más reciente número de la revista cultural Generación está dedicado al debate de la despenalización de la marihuana, generado a partir de los cambios en las políticas de consumo estadunidenses el pasado noviembre y en las propuestas sobre el tema presentadas en la Cámara de Diputados. Dirigida por Carlos Martínez Rentería, la publicación presenta textos con testimonios de consumidores de cannabis, ensayos que revisan las iniciativas de países como Uruguay, las contradicciones éticas y sociales de la prohibición en el consumo de drogas en México, así como la historia de dicha sustancia. Destaca el texto de Guillermo Fadanelli en el que reflexiona sobre la libertad de elegir como un síntoma de una sociedad civil avanzada. Por otro lado, se presentan una serie de artículos donde se aborda el papel que la marihuana ha jugado en disciplinas como la música, la literatura y el cine.

LOS PAISAJES INVISIBLES Iván Ríos Gascón ivanriosgascon.wordpress.com

H

ace nueve años, el naturalista Robert Sullivan publicó un libro fundamental sobre la plaga más temida del entorno urbano: Rats. Observations on the history & habitat of the city’s most unwanted inhabitants, que modificó el punto de vista de los neoyorquinos sobre esa repulsiva comunidad que comparte los espacios de la isla con la otra sociedad, la de los hombres, porque en los resquicios adonde todo el mundo prefiere no mirar (los andenes del subterráneo, las vías del tren o el oscuro trecho más allá del túnel, los parques y jardines, las banquetas y los huecos de callejones y cloacas), aparecen siempre los mefíticos cuadrúpedos cuyo modo de vida evoca a nuestra civilización en estado primigenio. Elogiado por Guillermo del Toro y Chuck Hogan en el colofón de Nocturna, el brillante ensayo de Sullivan desmitificó la fobia a los roedores, a través de un método contemplativo similar al de Henry David Thoreau en Walden: durante un tiempo, Sullivan se apostó en una bocacalle cercana a Wall Street, desde la que registró minuciosamente, el comportamiento de enormes y feroces ratas que, como una pandilla de gángsters, dominaban el cochambroso territorio de ladrillos y contenedores de basura, una extraña ciudadela diseñada por sus propios enemigos pues, tiene razón el señor Sullivan, si la aparición de un oso grizzly es la señal inconfundible del reino animal, las ratas certifican la presencia (y la propagación) de los humanos. La historia de las ratas es un relato paralelo al de la evolución de las ciudades. Los malos hábitos de higiene, la cultura del desperdicio y la irredenta vocación por cohabitar con la inmundicia, vicios perennes de las grandes urbes, favorecen la demencial reproducción de esas bestias que, por raro que parezca, luchan por sobrevivir de la misma manera en que lo hacemos cotidianamente: depredando

y aniquilándose uno a otro, esquilmando al ecosistema y estableciendo o traicionando alianzas porque en el mundo ratonil también hay reglas que reivindican o condenan, que enaltecen o proscriben y, al final, terminan emulando a la estructura jerárquica del gueto: la lucha individual por el poder es encarnizada, entre familias siempre hay guerras y vendettas. La soledad es el signo más común de fracaso en los roedores y, como los parásitos pensantes, también conciben formas de explotación. Debido a que en su perspectiva existencial solo hay dos grandes objetivos, comer y fornicar, la mayoría provee el alimento para los ejemplares dominantes y, con gran frecuencia, los perdedores son expatriados, forzados a fundar otras colonias que por lo regular, son habitadas por machos exclusivamente, lo que repercute en pintorescas tribus de sodomitas. Las ratas forjaron la identidad de algunos barrios. Establecieron la perversa relación entre el casero y los inquilinos (en Harlem, por ejemplo, fueron útiles para desalojar edificios enteros aunque después ya no pudieron erradicarlas), la dependencia del exterminador a la epidemia, el rastrero símbolo del mal (pensemos en las ratas con que Drácula llega a Inglaterra, referencia la Gran Plaga de Londres del siglo XVII) y detonaron el horror por las calles oscuras, las habitaciones desoladas, la diabólica quietud del tiradero. Sin embargo, como la aguda observación de Sullivan mostró, las ratas prosperaron gracias a su talentoso mimetismo de lo humano: su economía política se sostiene en el pillaje. L


10 b sábado 5 de enero de 2013

MILENIO

teatro ESPECIAL

La obra se presentará, a partir del 17 de enero, en el teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque

Réquiem Basada en narraciones de Anton Chéjov, esta pieza se adentra, como un poema de la muerte, en lo frágil de la vida y el hastío de la cotidianidad CRÍTICA Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com

E

scrita por Hanoch Levin en 1999 antes de morir de cáncer en los huesos, Réquiem es una obra que muestra al ser humano inmerso en el vaivén imparable de una vida cotidiana que lo arrastra entre el desasosiego de pérdidas y ganancias monetarias; una búsqueda irrefrenable de placer, indiferencia ante el

dolor ajeno que en algún momento le da la oportunidad de una toma de conciencia ante lo repentino de la muerte. Ganadora de los premios más importantes de la Academia de Israel a la mejor obra, dirección, elenco, vestuario e iluminación, cuando la dirigió su autor, el también poeta israelí nacido en 1943, Réquiem llega al teatro Julio Castillo con traducción de Moisés Zukerman y dirección de Enrique Singer, en un

montaje que sobre un hermoso y poético ámbito escénico, emulsiona lo grotesco, el humor negro, el dolor y la pérdida de unos personajes que se cruzan en un abierto camino entre París y Shanghai. Alejada de la acérrima crítica política y religiosa contra la hipocresía que este dramaturgo llevó a cabo en la mayoría de sus 56 textos —de los que dirigió 34, algunos censurados total o parcialmente—­­, Réquiem, basada en tres cuentos de Anton Chéjov, toma desprevenido al espectador que, en buena medida, se encuentra como los personajes, envuelto en su propio tren de vida, sin detenerse a pensar de dónde viene, dónde se encuentra en este momento ni hacia dónde se dirige. Ante una senda en rampa que en uno de sus lados tiene una alta escalera de tijera desde la que observan dos ángeles de largas y estilizadas alas, y en el otro toca un pequeño grupo de violinistas con su atril al frente, el espectador observará el tránsito de un viejo matrimonio hacia el final de su vida, una carreta que va y viene con borrachos y prostitutas que esperan grandes sucesos, una joven madre con su bebé en agonía y un carretero en duelo, a quien nadie presta oídos. Un sol encendido que se eleva y desciende, una inmensa luna y un gran árbol de ramaje seco que parece abrazar el sendero, son parte del nítido y melancólico paisaje conformado por el diseño de escenografía de Auda Caraza y Atenea Chávez, quienes junto con Patricia Gutiérrez Arriaga a cargo del diseño de iluminación y Mario Marín del Río como diseñador de vestuario, crean una vista memorable. Con un buen elenco compuesto por Miguel Flores, Emoé de la Parra, Haydeé Boetto, Harif Ovalle, Georgina Tábora, Arturo Reyes, Américo del Río, Alejandra Maldonado, Rodolfo Nevarez y Carlos Orozco, a cuya interpretación se integra la de los músicos Oleg Gouk y Savarthasi Uribe, el director deja en terreno llano a los actores, de modo que sus personajes sólo puedan atenerse a sus antecedentes, su insatisfacción y su trayectoria, sin elementos de ornato a la mano —físicos ni dramáticos— que los protejan de su propio infierno.

Con música original compuesta por Antonio Fernández Ross, asistencia de dirección de Ximena Sánchez de la Cruz, producción general y ejecutiva de Moisés Zukerman, Aarón Margolis como productor asociado y Sonia Lora en la administración del proyecto, este montaje da a conocer en nuestro país una obra que en la actualidad se presenta en diversos escenarios del mundo, donde la voz de este perseguido autor resuena de distinto modo desde la cercanía con la muerte. Réquiem transcurre sobre un terreno en el que elementos como la carreta o el caballo son compuestos, respectivamente, por unos maderos y una cabeza geométrica, y completados por el trabajo físico-corporal de los actores, quienes dan vida y movimiento al transporte y conforman el cuerpo del corcel, quien finalmente es el único ser vivo que continúa inmutable, como si su estar, su ir y venir lo dispusiera a escuchar y dar compañía al hombre. El gesto de dolor e incomprensión infinitos de la madre con su bebé inerte en brazos, la amargura y el reconocimiento del viejo constructor de ataúdes que jamás percibió la vida y el apoyo de su esposa, el trajín insaciable de ebrios y prostitutas, la presencia de querubines dueños de ligereza en palabras y movimientos que le dan otro peso a la muerte, son parte esencial de este universo aciago en el que se ha emprendido desde la inconciencia, el camino sin horizonte. Escrita por el mismo autor de La prostituta de Ohio, que en México vimos bajo la dirección de Germán Castillo en el 2003, Réquiem es una obra de arte que plantea con urgencia la necesidad de la reflexión antes de la muerte, de detenernos antes de que la vida siga sin pausa, sin cauce, plena de arrepentimiento. Desde la belleza de un panorama de ensoñación envuelto en música. Sin dramatismos, mediante narraciones en pasado, en presente y futuro en diálogos o en monólogos, Réquiem nos impulsa a pensar sobre lo que hemos dejado de hacer, de ver, de sentir, de pensar, de explorar, de examinar antes de que nuestra existencia sea algo irremediable. L

LA PUERTA ESTRECHA ESPECIAL

Un nuevo siglo de oro Alicia Quiñones aquinonescontacto@gmail.com

E

n 2011, el Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli (CITRU) cumplió 30 años de existencia, y hace cuatro meses, el académico e investigador mexicano Ricardo García Arteaga tomó posesión como el nuevo dirigente. ¿Qué le pide el CITRU a Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes? “Una de las cosas más importantes es abrir un apoyo a grupos con espacios independientes —me dice en entrevista—, como a la usanza argentina, es decir, que no paguen impuestos, luz, agua, etc., para que la gente genere más iniciativas teatrales tanto en la Ciudad de México como en los estados de la República. Actualmente, a los grupos independientes se les trata como si fueran OCESA, y esa es una de las razones por las que muchos grupos desaparecen. Pido tratamientos distintos para grupos diferentes.” En nuestro país existen 20 escuelas —de calidad variable— especializadas en teatro, un número reducido en relación con la producción y posición que nuestras artes escénicas tienen a nivel internacional. Además, no existe otro lugar que como el CITRU, rescate la memoria histórica y analice las propuestas artísticas contemporáneas. Para darnos una idea, en el Distrito Federal se presentan, anualmente, entre 100 y 150 montajes profesionales, y esta derrama creativa y algunas veces económica, que está a la par de ciudades como Buenos Aires y Santiago de Chile, nos hacen pensar que no sólo se necesitan más apoyos para continuar

profesionalizando esta disciplina desde la academia y la creación de espectáculos, también nos lleva a confirmar que el teatro en lengua hispana ha construido en los últimos 20 años un camino sólido, tanto, que García Arteaga se anima a llamarlo ‘el nuevo siglo de oro’: “En Latinoamérica hay un siglo de oro que está emergiendo y que debemos documentar. En principio, porque se prevé que en diez años nuestra lengua sea la segunda en importancia después del mandarín; y eso es fundamental para la literatura dramática y el imaginario en las artes”. Lo más importante de la consideración que tiene Arteaga es la diversidad de expresiones, que van desde el arte escénico tradicional —literatura dramática convencional— hasta los nuevos soportes y lenguajes que se están utilizando en México, entre los que podemos mencionar la famosa —y algunas veces cuestionada— narraturgia . Apoyos, mejor preparación a los estudiantes, reforzar la línea de pedagogía teatral, lanzar una maestría presencial y en línea de estudios teatrales y, sobre todo, abrir al público el acervo, generar un sistema de documentación e investigación en varios estados para que desde cada sitio se cuente la historia del teatro contemporáneo y así se logre descentralizar la información, son algunos de los proyectos del CITRU para este año que, de llevarse a cabo, abrirá una nueva brecha no sólo para el estudio, sino para aumentar el interés de toda las personas que no tienen contacto con una de las disciplinas más importantes en nuestro país. La puerta estrecha se ha cerrado. L


sábado 5 de enero de 2013 b 11

LABERINTO

cine Carlos Moreno

"La ficción está sujeta al juicio de los hombres" Basada en la vida del narcotraficante Andrés López, El cártel de los sapos retrata una historia de amor marcada por la violencia ESPECIAL

arriesga al amor de su vida. Creo que esa situación se puede abordar en diferentes contextos y no necesariamente dentro del narcotráfico, es decir, se trata de un drama universal. ¿A qué atribuye que Colombia está exportando, y con éxito, telenovelas, series y películas relacionadas con el narcotráfico? No sabría decirlo. Lo que más se exporta son las series. Creo que la televisión está abordando un tema que los medios informativos o el gobierno prefieren no tocar. La gente está a la espera de verdades, recurre a otros puntos de vista que le permitan entender la compleja maquinaria de ese negocio delictivo. Lo que el cine y la televisión están haciendo es apuntar a la vida cotidiana. Creo que eso es lo que ha llamado la atención. Usted se mueve por igual en cine que en televisión, ¿cómo se retroalimentan ambos medios? Ambos medios se pellizcan cosas. Siento que en la televisión, el público es cada vez más exigente. Las nuevas generaciones son asiduas de Internet y tienen acceso a muchas cosas, de modo que, en los últimos años, la televisión se ha propuesto ser más competitiva, por eso toma elementos narrativos que eran propios del lenguaje fílmico. En términos de narcotráfico, ¿qué tan a menudo la realidad supera a la ficción? Todo el tiempo. En esta película se rodaron secuencias que tuvimos que eliminar porque no iban a parecer creíbles. La realidad siempre es más compleja, mientras que la ficción está sujeta al juicio de los hombres. La realidad simplemente sucede. ¿Cómo combinar la reflexión sobre un fenómeno tan oscuro, sin caer en lo trivial, en una película de acción? No creo que haya una fórmula para hacer cine, simplemente uno filma la película que quisiera ver. Para mí esa es la clave y fue lo que decidimos entre todos: rodar la película que todos quisiéramos ver, una cinta entretenida cuyo contenido no impusiera el deber de emitir juicios u opiniones acerca del narcotráfico.

El filme de Moreno se estrena el próximo 11 de enero

ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

H

ace unos años, el testimonio del traficante colombiano Andrés López dio origen al libro El cártel de los sapos. El éxito del relato fue de tal magnitud, que dio origen a otra publicación, una serie televisiva y una película, esta última dirigida por el cineasta Carlos Moreno. A unos días de su estreno en nuestro país, el realizador habla sobre su adaptación de la novela y las razones para contar una historia de amor inmerso en un drama sobre el narcotráfico. En una cinta como ésta, basada en la realidad, ¿dónde encontró espacios para la ficción? La película se basa en hechos reales, pero es distante a la historia verdadera. Todos los que participamos en la cinta, asumimos que estábamos reinventando una realidad. Habría sido muy complicado contar

las cosas como sucedieron. La ficción nos permitió alimentar las recreaciones. El riesgo de abordar el tema del narcotráfico consiste en terminar haciendo una apología... Es algo muy difícil. En la película llegamos a plantear que el dinero fácil es un gran imán, pero la conclusión o moraleja es que no tiene sentido poner tanto en juego a cambio de unas monedas. No creo que existan obras que intencionadamente hagan apología del narcotráfico, aunque entiendo que no todas resuelven el conflicto de la mejor manera. Tengo la impresión de que los directores y los escritores siempre intentarán decir que es un negocio muy complejo en el que no vale la pena involucrarse. Superpone la historia de amor al testimonio y a la misma vida de Andrés López. ¿Por qué? Quería narrar la historia de alguien que se implica en negocios turbios y que, por tontería o ambición,

A algunos críticos de su película les inquieta la imagen que muestra de Colombia… He leído esas críticas y me parecen absurdas. Si la película es mala dará una imagen negativa de los cineastas colombianos pero no del país. Nadie ha dejado de ir a Estados Unidos pensando que van a llegar los extraterrestres, así como tampoco nadie va a dejar de ir a Miami pensando que puede encontrarse con algún “Scarface” armado con una motosierra. Nadie ha dejado de ir a Brasil después de ver Ciudad de Dios, y nadie ha dejado de ir a México después de ver Amores perros. Las películas son historias y se valoran por su buena o mala manufactura. Lo que se piensa de Colombia y de los colombianos, tiene que ver con lo que dicen nuestros gobernantes o con lo que hacen los delincuentes. ¿Qué es la estética de la violencia? La estética de la violencia se vincula con el dolor de una sociedad. Los ciudadanos que estamos al margen del gobierno y somos víctimas de los paramilitares o de los criminales, somos quienes terminamos por vomitar o por sacar todo el dolor que llevamos a cuestas. En eso radica la estética de la violencia. Es algo muy particular, cada nación tiene su forma de purgar esos dolores. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

El pequeño estudio de un clásico Fernando Zamora @fernandovzamora

E

n Cosmopolis David Cronenberg ha creado un universo de angustia onírica, claustrofobia billonaria que le valió la nominación a mejor película en Cannes el 2012. Aunque ganó Matteo Garrone con Reality, Cosmopolis no deja de ser inquietante. Estamos frente a la obra menor de un gran director, una peliculita con saborcillo a denuncia que, hay que decirlo, pega mal con un director que ha producido cine tan bien acabado. La historia, basada en una novela de Don DeLillo, usa el tono satírico, tono que escapa cuando el director señala a su personaje (un joven billonario que se dedica a jugar a la bolsa) con gustito a desdén. Desde el punto de vista formal, Cosmopolis parece el reverso de Diez de Abbas Kiarostami, en la cual la claustrofobia estaba justificada. Cuando Kiarostami seguía a una mujer taxista y nos encerraba con ella en la cabina, el logro consistía en la composición de un plano secuencia largo, dramático y de condiciones técnicas difíciles. Cuando Cronenberg hace lo mismo y nos encierra en la limusina en la que un corredor veinteañero se

hace dueño del mundo del capital, la cosa resulta menos contundente. De cualquier forma, la película tiene buenos momentos y si alguien fantasea todavía con Juliette Binoche, aquí podrá verla sometida en posición supina. A mí me sorprende (Cronenberg no) que la diva se haya prestado al juego. En general, la cinta de Cronenberg ha recibido buenas críticas, aunque no creo que sea el trabajo donde ha brillado más. La denuncia (con o sin ironía) del capitalismo pesa más que la historia de este hombre que tiene al mundo en sus manos, pero el mundo lo aburre. Hay aquí guiños al conflicto del Ciudadano Kane: Eric es un hombre atormentado que todo lo tiene, excepto a la mujer perfecta. A Kane y a Eric el amor se les escapa y ellos sufren. En el caso de Cosmopolis, el billonario está enamorado de una rubia que promete con desgano que “uno de estos días” se acostará con él. En sus peores momentos pareciera que el film dice que los hombres de Wall Street son incapaces de amar; en los mejores, los diálogos hacen que uno ría de buena gana. Y es que más allá de la búsqueda formal, hay escenas que se suceden en un despropósito que Cronenberg identifica con el despropósito del mundo. Cuando el director

Cosmopolis. Dirección: David Cronenberg. Guión: David Cronenberg, basado en la novela de Don DeLillo. Música: Howard Shore. Fotografía: Peter Suschitzky. Con Robert Pattison, Sarah Gadon y Juliette Binoche. Canadá, Francia, Portugal, Italia, 2012. canadiense era joven y no formaba parte del sistema, sus críticas eran más acertadas. En The Brood, por ejemplo, el ataque al psicoanálisis quedaba bien, enmascarado en una historia de horror. Casi todas las películas del canadiense han tocado la cima de lo grandioso. A Dangerous Method (también sobre el tema del psicoanálisis) y Eastern Promises, sus dos últimas películas, son contundentes en forma y fondo y aunque los fanáticos de Cronenberg esperamos con curiosidad el regreso del maestro al cine que le dio fama mundial (el horror bizarro), Cosmopolis es, por ahora, una curiosidad en su filmografía; un ejercicio formal, un estudio como los que hacían esos virtuosos del ochocientos cuando estaban planeando algo grande.L


12 b sábado 5 de enero de 2013

MILENIO

varia ESPECIAL

ESPECIAL

Lo que la Iglesia no quiere que leas ARCHIVO HACHE Heriberto Yépez archivohache.blogspot.com

L

a lectura es parte del proceso de secularización y la Iglesia lo sabe. Leer puede separar de la fe. Por eso voceros eclesiásticos realizan una exitosa, permanente e intensa campaña —nunca comentada— contra los libros laicos. Daré un ejemplo, entre muchos posibles. Hace poco, al salir de una librería, una persona se acercó. Me ofreció lo que llamó “una mejor lectura de Navidad” y me pidió mostrarle lo que había comprado. Entonces me habló —muy amablemente— contra el tipo de libro (de tema prehispánico) que compré. Quedé tan intrigado que le compré uno de los números de la revista que vendía (y explica por qué no debo “seguir leyendo esas cosas”). Se trata del número 163 (2012) de Inquietud Nueva. Revista Católica de Evangelización de circulación nacional por los Misioneros Servidores de la Palabra, que contiene el artículo “Leer un libro. El ‘dolor de cabeza’ de la sociedad” de A. Alfredo C. El texto aborda los libros “no provechosos” que han “ensuciado sus páginas con el sinsentido, los antivalores o la confusión”. Critica que las “estadísticas marcan simpatía por la ficción, la superstición y la ambición económica” y que “en México el problema no solo es que no leemos sino también lo que leemos. Pues entre no leer y leer basura literaria hay poca diferencia”. Entre esta “basura literaria”, la revista retoma una lista que incluye Morelos: morir es nada de Pedro Ángel Palou, La suma

Con los mejores deseos CASTA DIVA

de los días de Isabel Allende y ¡Cien años de soledad de García Márquez! Y “falsas enseñanzas” como Los cuatro acuerdos: un mundo de sabiduría tolteca de Miguel Ruiz y No temas el mal, el método Pathwork para transformar el ser interior de Eva Pierrakos. (Nótese, por cierto, que muchos literatos mexicanos coinciden con la iglesia católica en el desprecio de obras de “superación personal”, aunque el grueso de lectoras y lectores indica que estos libros les interesan). Otro artículo condena a los médicos tradicionales mexicanos, cuyas magias define como “recurso a Satán” y en otro texto una foto de cuatro muchachas y un joven rapado (influido por la estética chola) ilustra cómo no hay que vestirse para ir a misa. No hay nada raro en la satanización de la Iglesia contra las cosmovisiones indígenas: desde los primeros misioneros del siglo XVI, así ha sido. Nada raro tampoco que las culturas urbanas fronterizas sean vistas como incorrección o desvío. Tampoco nada de raro en la condena religiosa contra muchos libros. La Iglesia ha perseguido a los libros desde hace muchos siglos. Cuando en México decidamos entender a fondo por qué la lectura no ha podido extenderse se tendrá que señalar que la condena de la Iglesia contra los libros se ha filtrado por toda la cultura. Frecuentemente, desde el padre de familia y el profesor hasta el literato y el presidente, al hablar de libros la Iglesia todavía tiene La Palabra. L

Avelina Lésper www.avelinalesper.com

E

strenamos año y gobierno. Los nuevos titulares de Conaculta, Rafael Tovar y de Teresa, y de Bellas Artes, María Cristina García Cepeda, ya están en sus cargos. Estas peticiones son sobre un programa de trabajo artístico y cultural, que aún no existe con certeza, y van dirigidas, con todo respeto, a los dos. En sus declaraciones, por ejemplo, la encargada de Bellas Artes afirmó que “habría continuidad”. ¿A qué continuidad se refiere usted? Venimos de una política artística y cultural desastrosa, ostentosa y de nula visión social. Pensar que eso va a continuar es alarmante. Hay poco que rescatar de los doce años de la derecha y ya no digamos de los últimos seis años. Desde la destrucción del Palacio de Bellas Artes; la construcción de la Estela de Luz; la delirante celebración del Bicentenario; la construcción de un mausoleo-biblioteca para la memorabilia de Monsiváis comisionada a varios despachos de arquitectos y decorada con avioncitos y móviles; la remodelación costosa, antiestética e incoherente de la Cineteca Nacional, y un largo etcétera de caprichos propios de un regidor que solo le rinde cuentas a sus impulsos. La insensibilidad de la política cultural llegó a niveles criminales y a una falta de solidaridad vergonzosa. Mientras castigaron a los estados con la violencia de la fallida e injusta guerra contra el narco y los invadieron con muerte y militares sin regulación, Conaculta negaba apoyos, planes y fondos, desperdiciando el presupuesto en obras absurdas. En algunas ciudades del interior del país no hay dinero para montar una exposición con dignidad y las escuelas de arte trabajan con presupuestos paupérrimos, sin espacio para talleres, sin recursos para seminarios, sin galerías escolares y sin bibliotecas especializadas. Los conmino a que conozcan personalmente las escuelas de arte, donde las haya, y que analicen sus carencias y las solucionen. Es prioritario que hagan sinergia con las facultades de arte de las universidades de provincia y mejore el nivel educativo. En el sumum de la demagogia y la incongruencia esta guerra violó sistemáticamente los derechos humanos, destrozó el tejido social y

Conaculta, rayando en la demencia, se concentraba “en superar el umbral tecnológico del siglo XXI” sin mirar el umbral descomunal de esta guerra y la ausencia de planes educativos y culturales para los estados. Las cosas en el arte no marchan bien. El desarrollo cultural no se lleva a cabo con obras faraónicas, ni con pretensiones desequilibradas. Es una labor que inicia con la educación artística que no existe a niveles elementales y que es insuficiente o mediocre a niveles profesionales. Es imperioso que expongan un plan concreto con los museos, para que dejen de improvisar y que ya de una vez asuman que este favoritismo por una sola corriente estética ha hecho un gran daño al arte y a los creadores. La pintura, la escultura y el grabado tienen que estar expuestos, los museos están concentrados en una sobre oferta de arte VIP, video instalación, performance. Museos que siempre están vacíos, que ya comprobaron su estrepitoso fracaso por la obtusa visión artística con la que los manejan, convertidos en los receptáculos de las arbitrariedades de sus directores, en tráfico de influencias y de intereses. Estos últimos años la política cultural deambuló entre la grosería dictatorial y el desmesurado endiosamiento. La inversión económica sin precedentes para encumbrar a los artistas oficiales de la derecha y de la narcoguerra —Gabriel Orozco y Teresa Margolles—, mientras que dejaron en el vacío a decenas de artistas. A Orozco le patrocinaron exposiciones mundiales y catálogos y en cambio un pintor como Arturo Rivera tuvo que soportar que lo maltrataran y que con años de dilación le entregaran un libro sin la mínima calidad editorial. Es urgente hacer una revisión de los premios como el Carlos Fuentes. Es obsceno regalar el dinero así cuando vivimos tantas carencias en otros ámbitos del arte y la cultura. Un premio de ese monto y esa naturaleza es para que los gobernantes se adornen y se hagan la foto, no tiene otro fin. Ya es tiempo de que dejen esas arbitrariedades de país bananero y le den un manejo responsable y serio a la cultura. Simples deseos. L


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