Laberinto No. 512

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Laberinto

Charles Simic El mundo no se acaba página 3 Armando González Torres Padres e hijos página 3 Hernán Bravo Varela El futuro, una retrospectiva página 4 Carlos Jordán Entrevista con Carlos Benpar página 11

N.o 512

sábado 6 de abril de 2013

Teatro cubano de hoy

Fernando de Ita Página 5 ESPECIAL

MILENIO

Orhan Pamuk

“Era el tonto de la familia, después gané el Nobel” Pergiorgio Odifreddi Página 6


02 b sábado 6 de abril de 2013

MILENIO

antesala EX LIBRIS

Edipo bEKO

El lector periférico TOSCANADAS David Toscana dtoscana@gmail.com

P

ertenecer a la periferia cultural del mundo nos pone, como escritores, en desventaja; pero en cambio, como lectores, nos imbuye una actitud de curiosidad, de querer descubrirlo todo, de no quedarnos en nuestro barrio. El lector de geografía periférica es lector de espíritu cosmopolita. Hay escritores, lectores, académicos, intelectuales gringos que solo leen literatura gringa, solo ven cine gringo, solo leen prensa gringa. Es el pecado del centro. Hacen su canon con sus parientes. En una periferia civilizada, como Polonia, lo normal entre la gente educada es conocer tres, cuatro o cinco lenguas; pues de entrada saben que nadie les hablará en su idioma. En este rubro, por supuesto, bajan la guardia los países angloparlantes y también Francia. Cuando converso con alemanes, inev itablemente se sorprenden de la cantidad de autores germanos que he leído; no porque sea yo un especialista en esta literatura, sino porque por contraste se dan cuenta de que ellos ignoran casi por completo la literatura latinoamericana. Yo puedo hablarles de su historia, su literatura, su arte de un modo que ellos jamás podrían hacerlo sobre mi mundo. Conozco mucho mejor a Federico el Grande de lo que ellos conocen a Benito Juárez. Cierta ocasión estaba cenando en Estocolmo con un grupo de suecos en el que había académicos, escritores y traductores. Me preguntaron qué me gustaba de la literatura sueca. Después de mencionarles algunos de sus clásicos, les comenté que recientemente había leído una novela

que me gustó mucho: Kärlekens bröd, de Peder Sjögren. Enseguida vino un silencio en el que se intercalaron miradas. Lo primero que pensé es que había mencionado un nombre incómodo. Luego se paró el dueño de la casa, volvió con un tomo de la enciclopedia de la literatura sueca y dijo: “Sí, aquí está. Peder Sjögren…” y comenzó a leer el texto sobre su vida y obra. Algo muy parecido me pasó con unos profesores suizos. Entre copa y copa salió el tema. Entonces les solté el nombre de Robert Walser. “Se llama Martin Walser,” me corrigió uno de ellos, y no es suizo, sino alemán. “Martin Walser no me gusta,” le dije. “Yo hablo de Robert.” No puedo pensar que en Suiza desconozcan a su Walser, pero sí estoy cierto de que no tiene la categoría de escritor de culto que se ganó en Latinoamérica. Su mente trastornada quizá no es para banqueros y relojeros. Conocemos a los poetas románticos ingleses de un modo que los lectores ingleses jamás osarían conocer a nuestros modernistas. Es más fácil encontrar a Boccaccio, Chaucer y Rabelais en un librero latinoamericano que en uno de los viejos imperios. Un lector latinoamericano conoce mucho mejor a Shakespeare de lo que un inglés conoce a Cervantes. Un brasileño lee a Maupassant sin esperar que un francés corresponda con la lectura de Machado de Assis. En una olimpiada cultural, los lectores latinoamericanos demostraríamos que volamos muy alto en conocimiento, imaginación, cosmopolitismo, cultura, dominio de lenguas, sensibilidad, comprensión, temperamento, hambre de saber. Lástima que seamos tan pocos. L ESPECIAL

DE CULTO

Penélope Córdova b fegari13@gmail.com ESPECIAL

Jirí Kratochvil

Impertinente y carismático

S

upongamos que fuera posible condensar el temperamento de la narrativa checa contemporánea en tres elementos. Si pudiéramos llamar a cada uno con un nombre propio, Jaroslav Hašek aportaría los últimos espasmos de la épica centroeuropea, la ridiculez de un mundo sumido en una guerra absurda; Bohumil Hrabal, el candor y el heroísmo del ciudadano de bajo perfil, con sus hazañas de supervivencia cotidiana y sus temores aparentemente anodinos, y Milan Kundera, el desasosiego y desconcierto de una generación en transición. Y si fuera posible consagrar una narrativa que integrara los tres componentes, sin caer por ello en el epigonismo, ésa sería la de Jirí Kratochvil. Kratochvil nació en Brno en 1940. A los nueve años sufrió una enfermedad respiratoria que lo hizo pasar tres meses en un sanatorio, donde contaba historias al resto de los niños y los mantenía tranquilos. Durante la era del Cortina de Hierro se dedicó a diversos oficios ajenos a la literatura, y sus novelas eran publicadas en el sistema samizdat, pues el partido las había prohibido. Con la caída del muro de Berlín fue posible sacar a la luz la obra de los escritores silenciados, Ivan Klíma y Kratochvil entre ellos. La editorial Impedimenta se dio a la tarea de rescatar y traducir, por primera vez en español, En mitad de la noche un canto, novela tejida mediante los relatos paralelos de dos personajes, Petr y Petrik, donde uno es trasunto literario del otro. La orfandad de ambos protagonistas hace pensar

BITÁCORA PSICOTRÓPICA

Robert Walser

en una alegoría de la patria perdida a manos de villanos omnipresentes y, por lo tanto, invisibles. En este caso, el tema arquetípico de la búsqueda del padre es la obsesión que desata los poderes de una imaginación que se alza por encima de la tragedia y configura la sucesión de eventos gracias a los cuales se construyen los recuerdos, independientemente de la mezcla de ficción y autobiografía. Brno, lugar donde transcurren ambos relatos y ciudad natal del autor, se convierte en un laberinto espacio–temporal donde el narrador transita a sus anchas, se pierde y vuelve cuando lo cree necesario. Petrik, el personaje, es impertinente como el Oscar Matzerath de Günter Grass en El tambor de hojalata, pero Kratochvil, el narrador, es carismático como el niño de nueve años que cuenta historias a sus compañeros de enfermedad. El canto en mitad de la noche es la escritura misma, la escritura de una de las varias vidas que nos son posibles. Escribe Kratochvil en el capítulo final la última carta dedicada al padre: “es como si continuamente le estuviera narrando mi vida, como si no viviera más que de la necesidad de narrársela y de transformar el pan y el vino de la realidad en la carne y la sangre de esas cartas, como si solo mediante lo narrado la realidad cobrara nueva vida (se espesara, endulzara y dorara) y yo fuera solo su intermediario, algunas veces, preso de la angustia, me pregunto: ¿existe algo fuera de esas cartas? ¿y quién soy yo entonces? ¿soy lo narrado o el narrador?”. El padre no es sino destinatario de ambas historias. Es escucha: es lector que hace posible el relato. L Xavier Velasco

El presente es un sueño. El futuro es mentira. El pasado es ficción.

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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LABERINTO

antesala

El mundo no se acaba

Padres e hijos

La escritura del poeta yugoslavo–estadunidense ensambla extraordinarias imágenes de hastío, melancolía, ansiedad y resignación ESCOLIOS

POESÍA

Armando González Torres agonzale79@yahoo.com.mx

Charles Simic

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Parte I La piedra es un espejo que funciona mal. Nada en ella sino penumbra. Tu penumbra o la suya, ¿quién sabe? En la quietud tu corazón sueña como un grillo negro. Parte II El viejo granjero que cuelga de una viga del granero con el mono puesto. Las vacas mirando de soslayo. La anciana arrodillada bajo sus pies oscilantes, vestida de domingo y tocando el suelo con la frente como un mahometano. Fuera el cielo está lleno de nubes jabonosas sobre un interminable campo arado sin otro hito a la vista. Parte III Una semana de vacaciones en un pisapapeles de cristal comprado en Coney Island. La anciana le quita el polvo cada día. La llamo “la anciana”, pero en realidad parece un mono cuando mira por el cristal. No llevamos nada puesto, como es lógico. Estoy consiguiendo un bronceado fantástico, igual que mi mujer. De noche nos llega un poco de luz del acuario. Nos volvemos verdes. Mi mujer es un helecho salvaje de hojas voluptuosamente temblorosas. En el cielo de los pececillos hay paz y tranquilidad.

ESPECIAL

N

acido en 1938 en Belgrado, Yugoslavia, Charles Simic (cuyo nombre de pila es Dušan), se trasladó a Estados Unidos a los dieciséis años, adoptó la nacionalidad, la lengua inglesa y se hizo poeta, ensayista y uno de los intelectuales más conspicuos entre América y Europa del Este. Su obra poética comenzó en 1967 con What The Grass Says, a la que siguió Somewhere Among Us a Stone is Taking Notes (1969), y más de una treintena de títulos hasta este año. De su prosa destacan Wonderful Words, Silent Truth (1990), The Metaphysician in the Dark (2003) y The Renegade (2008). Ha sido condecorado con el Premio de Traducción PEN (1980), el galardón Wallace Stevens (2007) y la Medalla Frost (2011). Dividido en tres partes o episodios de los que tomamos estos fragmentos traducidos por Jordi Doce con autorización de Ediciones Vaso Roto, El mundo no se acaba recibió el Premio Pulitzer de Poesía en 1990.

ctavio Paz Solórzano (1883–1936) pervive, atado a su potro de tortura, en una de las imágenes más desgarradoras y hermosas de la poesía mexicana. El verso lo escribió su hijo, Octavio Paz Lozano, casi en la vejez, cuando, después de haber agotado los más variados registros poéticos, hizo acopio de coraje, memoria y oficio para realizar, en Pasado en claro, un hondo poema autobiográfico. Sin embargo, Paz Solórzano no sólo fue la trágica figura paterna del poeta laureado, sino un hombre de ricos contrastes que encarna los dramas patrios de la época: primero un despreocupado cachorro de la élite de fin de siglo; luego, un hombre confundido con el estallido de la Revolución, que inicialmente cambia de simpatías; poco después, un devoto del zapatismo, que deja a su esposa y único hijo para viajar a Estados Unidos a representar a la causa; posteriormente, un diputado y funcionario agrarista que no encaja en la familia revolucionaria y, al final, un abogado de desposeídos, que deambula por los arrabales para ejercer un torturado altruismo y, de paso, emprender parrandas y amoríos. Por si fuera poco, Paz Solórzano fue un escritor esporádico, pero vigoroso, que escribió de historia, de los orígenes y desarrollo de la Revolución Mexicana y, sobre todo, del movimiento zapatista. Todo esto es visible en el extraordinario libro Hoguera que fue (UAM Xochimilco, 1986), publicado hace ya casi dos décadas por Felipe Gálvez. Hoguera que fue es un volumen indispensable para aquellos interesados en la estirpe Paz (como lo son los de Napoleón Rodríguez sobre el abuelo Ireneo) y consta de textos de Paz Solórzano, un documentado esbozo biográfico de Gálvez y un conjunto de testimonios. Entre los

testimonios rescatados está el de Octavio Paz Lozano, quien, con reposada sinceridad, recobra la accidentada relación con su padre, llena de silencios, roces y malentendidos, pero también de esa nostalgia filial de hombres buenos que, pese al afecto, no alcanzan a entenderse. “Pero no hubo desamor. Cierto es que casi me era imposible hablar con él, pero yo lo quería y siempre busqué su compañía. Cuando él escribía yo me acercaba y procuraba darle mi auxilio. Varios de los artículos que usted ha reunido, los puse yo en limpio, a máquina, antea de que él los llevara a la redacción”. Los apuntes biográficos de Gálvez constituyen, por su parte, un trazo vivo y detallado de la vida y la personalidad de Paz Solórzano. En tanto, los textos del propio Paz Solórzano son un descubrimiento, pues, aunque despliega la prosa pragmática, enérgica y persuasiva de un militante, muchas de sus estampas históricas combinan la emoción épica con el amor por el detalle y hay fragmentos verdaderamente jocosos, como “El guisado de piedras” (un zapatista comelón engaña a unos lugareños para que le entreguen las mejores viandas), donde el humor absurdo de la fábula entra a la historia heroica, donde la risa y la ternura opacan el ruido de las armas. L

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MILENIO

literatura

El futuro, una retrospectiva A través de la lectura, o mejor dicho, relectura de un poema de Stéphane Mallarmé, el siguiente texto lleva a cabo una revisión de las incertidumbres y certezas del futuro, de la poesía visionaria, la escritura profética y el vértigo del milenarismo, elementos que ensombrecen la aparente claridad de la cultura contemporánea ENSAYO Hernán Bravo Varela hernanbravovarela@gmail.com

E

n un año esmeradamente apocalíptico como éste, es oportuno revisar las profecías y los certificados de defunción emitidos por el arte no para revertir los malos augurios, sino para entender mejor las excentricidades de la cultura occidental, proclive a declarar su propia muerte por enésima vez. Las profecías del fin del mundo son la expresión más acabada —nunca mejor dicho— de la humanidad, que prefiere urdir la trama de su propia extinción antes que recrear su origen o conquistar su presente. El clima apocalíptico de una cultura revela su estado de salud. Entre más proyecciones negativas existan sobre el futuro de nuestro planeta, más posibilidades habrá de reparar sus daños actuales e, incluso, detener los previstos. Es innegable que el terror ecológico nos ha hecho más conscientes del cuidado ambiental, pero el hombre ha terminado por acostumbrarse a dicha paranoia. El cambio climático, entre otras señales dignas de pavor, ha terminado por convencernos de que imaginar el peor escenario posible nos salvará de la desilusión: en vez del breve pero fastuoso Armagedón del cine, todo parece indicar que tendremos una larga, gris y racionada sobrevivencia. Así pues, entre más apocalípticos, más saludables. ¿Quién sino nosotros podría concebir los límites del mundo sin moverse de su escritorio? ¿Quién sino nosotros, milenaristas de bajo rendimiento, podría figurarse, como lo hizo Jorge Teillier, que “El día del fin del mundo / será limpio y ordenado / como el cuaderno del mejor alumno”? En su aparente sencillez, el anuncio del poeta chileno nos sobrecoge mucho más que los sueños hollywoodenses de la razón. De ahí que Lars von Trier titule Melancolía (2011) a su película más reciente: la hecatombe ahí mostrada —el impacto frontal de un planeta contra el nuestro— deja ver la nostalgia que el director danés siente por un improbable futuro apocalíptico. En sintonía con Teillier, la escena final de la obra de Von Trier es la más escalofriante: dos hermanas y un niño se resguardan no en un refugio subterráneo sino a cielo abierto y bajo ocho palos de madera, como una tienda abandonada de indios sioux. Durante el impacto, las hermanas y el niño se toman de las manos y cierran los ojos. Tal vez así evitarán que el intenso resplandor los deje, además de muertos, ciegos. La superstición, ese pariente pobre de la fe y la teoría, es lo primero que nace y lo último que muere. ◆ ◆ ◆ ¿Qué son las profecías del arte sino sofisticadas supersticiones en torno a la representación de la belleza, intentos por adivinar un futuro que pasará de moda? En el prefacio a Un golpe de dados, Stéphane Mallarmé afirmó: “Hoy, o sin presumir el futuro que saldrá de aquí, nada o casi un arte, reconozcamos

que la tentativa participa como imprevisto, de búsquedas particulares y queridas a nuestro tiempo, el verso libre y el poema en prosa”. Si bien Un golpe de dados abrió la puerta a las exploraciones visuales y espaciales de la poesía durante el siglo XX, el futuro entrevisto por Mallarmé no resultó ser nuestro ecléctico presente, sino un tiempo en grado cero que, gracias a la herencia del positivismo, aboga por el progreso y la técnica de la escritura. La obra resultante es una estela de humo que surge de las herrumbrosas fábricas de la Revolución Industrial; un futuro fechado, doblemente hipotético, nacido de un personalísimo presente que, como era de esperarse, no se cumplió a cabalidad. ¿No siguen siendo el verso libre y el poema en prosa, hasta el día de hoy, “búsquedas particulares y queridas a nuestro tiempo”? ¿No surgió, lejos de “nada o casi”, todo “un arte”, por no decir una industria estética: la de la poesía visual y sus muchas criaturas legítimas e ilegítimas (el caligrama, el holopoema o el videopoema)? ¿Acaso no han dejado de participar las tentativas poéticas del “imprevisto”, símil mallarmeano de la generación espontánea? Al analizar las primeras oleadas de ovnis entre 1896 y 1897 en Estados Unidos —mismos años, por cierto, de la escritura y publicación de Un golpe de dados—, el sociólogo Robert E. Bartholomew señala que “en términos de las expectativas psicosociales de la época, la mayoría de los americanos tenían, como mínimo, una idea de cómo debía ser un dirigible (inventado en 1852) y sus ocupantes”. Medio siglo antes de la aparición de los primeros “platillos voladores”, la gente solo podía imaginar a seres de otros mundos a bordo de dirigibles propulsados por hélices. Hoy estas imágenes nos parecen cómicas, pero forman parte, de acuerdo con el hispanista e historiador John F. Moffitt, de una “iconografía extraterrestre” en constante evolución. “Lo que la gente dice observar y experimen-

tar —concluye Bartholomew— son reflejos de las expectativas populares sociales y culturales (también tecnológicas de una era en particular)”. El mismo principio es aplicable en Mallarmé, aunque también a profetas como Isaías, Ezequiel, Hildegarda von Bingen, Michel de Nostradamus y Cyrano de Bergerac: sus visiones se componen de metáforas —de ahí su naturaleza poética— porque aluden a realidades desconocidas que solo pueden describirse con los elementos rudimentarios de que dispone el presente. Nadie es profeta literal en su tierra. Cuando el propio Mallarmé apunta en otra parte de su prefacio que los versos de Un golpe de dados no son tales, sino “subdivisiones prismáticas de la Idea”, nos gustaría suponer, ciudadanos del siglo XXI, que no hablaba de un prisma sino de un fractal. El gran poema de Mallarmé parece, en efecto, haber sido escrito por un extraterrestre, pero su iconografía verbal y tipográfica delata la fecha de su visita. Aquel “horizonte unánime” de la página es un espacio en blanco y negro, digno de las ensoñaciones de su compatriota Georges Méliès en Viaje a la luna (1902). ◆◆◆ “Lo novedoso es combatido porque la mayoría no quiere ser enseñada, y lo ya conocido es rechazado porque a menudo se olvida que los hombres prefieren que les recuerden las cosas y no que les informen sobre ellas”. Ante el preocupante diagnóstico del doctor Samuel Johnson, ¿qué resta? Lo actual, siempre hipotético. No hay, sin embargo, nada más difícil o retórico que escribir en “presente perfecto”. Como un bien mercantil, el presente pierde la mitad de su valor y gana una antigüedad inmediata al ser adquirido. De ahí el fracaso de la escritura automática y del diario: porque la primera exige un conocimiento previo y simbólico del mundo, por más inconsciente que sea, y porque la segunda suele ser el recuento pormenorizado de una jornada que está por concluir. Pudoroso, el presente se anuncia como una reverberación o un efecto secundario del pasado. En su poema “Sobre el tiempo presente”, el español José Ángel Valente se dirige contra los prejuicios antes señalados: Escribo sobre las humeantes ruinas de lo que creímos, con palabra secretas, sobre una visión ciega, pero cierta, a la que casi no han nacido nuestros ojos. Escribo desde la noche, desde la infinita progresión de la sombra, desde la enorme escala de innumerables números, desde la lenta ascensión interminable, desde la imposibilidad de adivinar aún la conjurada luz, de presentir la tierra, el término, la certidumbre al fin de lo esperado.

Incluido en el volumen El inocente (1970), el poema no es un tanteo en las aguas oscuras del silencio original —tal y como lo hará el ciclo Material memoria (1979–1992), segundo capítulo de la obra valentiana—, sino en la superficie restallante y ensordecedora del presente. Con todo, los versos finales revelan su destinatario ideal: un habitante del futuro, a quien Valente decide entregar la estafeta en plena madurez: Escribo, hermano mío de un tiempo venidero, sobre cuanto estamos a punto de no ser, sobre la fe sombría que nos lleva. Escribo sobre el tiempo presente.

Valente asegura escribir “sobre la fe sombría que nos lleva”. ¿Una superstición no es, acaso, una “fe sombría” y remota? Para el poeta gallego, solo podemos combatir el presente consigo mismo. Pero éste, dentro del caos, la ceguera y la indeterminación que lo conforman, constituye la única ocasión del hombre. Su potencialidad es, simultáneamente, su legado. Tal “fe sombría” lleva al poeta a escribir entre tinieblas, más parecidas al vértigo de un huracán que a una noche estática y cerrada. Bien mirado, su escritura es una profecía sobre el aquí y ahora, lanzada antes de que el resplandor del pasado lo ciegue para siempre. L LUIS M. MORALES


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LABERINTO

teatro FERNANDO DE ITA

Su dramaturgia rompe con la tradición, muestra el lado oscuro de La Habana

Teatro cubano

de hoy

Las piezas del dramaturgo Abel González Melo reconstruyen el microcosmos de una ciudad donde aconteció la última epopeya revolucionaria del siglo XX, un punto de fuga para la historia política de un país ENSAYO Fernando de Ita

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ay algo más denso y tenebroso que la frustración de la Utopía: el Ideal sostenido artificialmente, con verdades ya puramente retóricas como el Acta de Independencia de los Estados Unidos o la Revolución Cubana. Una revolución derrotada puede dar pie a una generación triste, pero mantener la quimera de la revolución triunfante como forma de vida, cuando todo indica lo contrario, produce una juventud cínica, es decir, una realidad tan adulterada como la que frecuentan los personajes de Abel González Melo, uno de los dramaturgos más representativos de la dramática cubana del siglo XXI. Gracias a la Semana de la Dramaturgia de Nuevo León, que se llevó a cabo en la ciudad de Monterrey del 9 al 14 de marzo, conocí en persona y obra a este niño precoz de la literatura caribeña que, a los 18 años, ya daba de qué hablar por sus desplantes intelectuales. Nacido en la Habana en 1980, González Melo es poeta, narrador, ensayista y crítico, oficio que desempeñó como editor de la revista Tablas y como el temido cronista de El caimán barbudo, donde se ganó la admiración y el rencor de la gente de teatro en grados superlativos. Para ofrecer su cuerpo a la hoguera, pasó de la crítica a la creación dramática con tres obras que han obtenido premios, publicaciones y montajes en Cuba, Miami y Europa. Chamaco, Nevada y Talco forman el microcosmos real y metafórico de una ciudad que para los extranjeros es la capital del país en

el que se dio la última epopeya revolucionaria del siglo XX, y para los nativos un punto de fuga. Fugas de invierno, como se nombra genéricamente esta trilogía, es un teatro posmoderno solo en la medida en que comienza donde termina la gran narrativa del teatro cubano, con Virgilio Piñeira y Abelardo Estorino en la cresta de ese realismo poéticamente absurdo que rara vez visitaron sus contemporáneos, los dramaturgos mexicanos de los años 50. Es notable cómo el lirismo doliente de Piñeira se asoma de otra manera en Chamaco, la primera secuencia de un paisaje emocional dramáticamente entrelazado por la geografía urbana de las tres historias amparadas por la noche. En el centro de La Habana, en la zona oscura, invisible de la ciudad, viven, aman, tranzan, joden y muere un puñado de personajes impensables para la Revolución Triunfante. Solo el fracaso de la utopía pudo engendrar estas criaturas, tan parecidas a los marginados, a los outsiders de las sociedades capitalistas, por lo que el asombro radica en constatar que son cubanos en cuerpo y alma, no solo por nacimiento sino por conocimiento de causa. Teatrólogo por el Instituto Superior de Artes de Cuba, con Master en Teatro y Artes Escénicas por la Universidad Complutense de Madrid, en la que está concluyendo el doctorado, González Melo, sin embargo, construye a sus personajes con la vivencia de la calle, con el día a día de quien se gana el pan con las nalgas, el pito, la boca; con la droga y la faena de ocho horas diarias barriendo un parque o velando un cine.

En la obra de Abel, el heroico pasado no es más que la estatua de un jardín en el que se da un comercio sexual que solo existe en la promiscua realidad, pues esta proscrito por la Ley. Aunque lo estimulante del texto consiste en que su autor no pretende una denuncia sino una condensación dramática de la vida que pulula en la noche habanera: sus personajes no discuten, no argumentan “la situación cubana”. La viven y la resuelven empíricamente, con el cinismo de la sobrevivencia y el estoicismo de la necesidad. No hay discurso ideológico en los desheredados de la Revolución. Lo que importa son las ganas de comer bien, comprarse unos Nike, tirarse una morra, culearse a un chiquillo, soñar con cruzar el mar para conocer la nieve. El que las obras de Gonzáles Melo hayan merecido algunos de los premios para obra dramática más importantes de Cuba, me pone a pensar que incluso en los círculos oficiales, se reconoce la existencia de ese mundo subterráneo que, por escondido, revela aquello que oculta la superficie. Como en los griegos, como en Piñeira, la tragedia humana nos pega con más fuerza cuando el destino del padre, la madre, los hijos, los hermanos, se cruza inevitablemente con el sexo y el crimen, aunque en el mundo contemporáneo la catarsis dure lo que la eyaculación de un conejo por el cúmulo de tragedias que se apiñan en la información diaria. En pleno contubernio con la teoría de la complejidad, son los bajos fondos de la noche caribeña los que ponen a los cubanos a tono con la aldea global. Cuba puede seguir viviendo como antes de la caída del Muro de Berlín, políticamente hablando, pero está al día en la desazón existencial de sus jóvenes marginados y en el abandono de los viejos seniles. La trilogía dramática de González Melo nos deja mirar, casi tocar, con pasmosa naturalidad, las consecuencias de un sueño de libertad que devino en la cárcel del soñador que, siendo realista, dejó su ideología en la prisión y se salió a la calle a tumbar caña, sí señor. Hay una progresión en la forma y el fondo de la trilogía, en la estructura dramática, el sustento y la sustancia de los tres capítulos de esta tragedia cubana. Chamaco es un suave rompimiento con la tradición, sobre todo en el uso de las acotaciones que no solo sirven para indicar el lugar y la acción de los personajes sino para hacer pensar en voz alta al autor del drama. Es la parte natarrúrgica de una obra completamente dialógica. Nevada es, en todos sentidos, la continuación y el avance de la partitura textual. El lugar de la acción es el mismo y si bien los personajes son otros, la situación en las que los pone el autor es un reflejo de la primera peripecia, aunque ahora no es el padre sino la madre el catalizador de la anagnórisis, esto es, de la identidad familiar de las amantes del chivo expiatorio del destino: la madre y la hija, coño. Nevada tiene, además, el encanto de una fantasía política, diría yo: ver nevar en La Habana. Talco refleja los años que lleva su autor viviendo en Europa. Regresando a Cuba, visitando Miami, pero en contacto directo con el teatro del presente virtual. Aquí, Edipo y Yocasta se han conjuntado en un travesti capaz de sacrificar a su hija más que a los deseos, a las ganancias de un padrote drogadicto. De nuevo, la solidez académica del autor pone en la escena una estructura dramática con cimientos firmes, que se alimenta con el ánimo (en el sentido griego de la palabra), de la calle. La elección de un cine en ruinas, junto al Capitolio de La Habana, como lugar de la acción, sería una redundancia en Europa, pero en Cuba es una greguería. Aunque esta obra mereció el Premio Cubano Alemán a Piezas Teatrales 2009, y no obstante que en continente y contenido es la más adelantada de la trilogía, para mí es la menos cubana de las tres, y solo en esta medida es la que menos me entusiasma, porque esa degradación de la vida ya no me revela lo que pasa en Cuba sino en Madrid, es decir, en cualquier parte del mundo. Yo, lector, que vi en las obras de Abel a la Cuba secreta, por así decirlo, me despego de Talco porque me sitúa más bien en Miami, sin perder el entusiasmo por un autor de primer orden, capaz de darle a la realidad la calidad de la ficción, que es donde realmente nos reflejamos como seres humanos. L


LABERINTO

ESPECIAL

Orhan Pamuk

“Era el tonto de la familia,

después gané el Nobel” En París, su padre vio a Sartre y la anécdota se convirtió en un encuentro entre ambos personajes. No quiso estudiar ingeniería por la fobia a las matemáticas, sabe que le queda poco por vivir pero mucho por escribir. Esto es parte de lo que el Premio Nobel comenta en la siguiente charla, que publicamos con autorización del periódico italiano La Reppublica ENTREVISTA Pergiorgio Odifreddi/ Estambul*

O

rhan Pamuk es el primer turco en ganar el Premio Nobel, concedido por “haber descubierto, en la búsqueda del alma melancólica de su propia ciudad natal, nuevos símbolos para la comparación y la trama de las culturas”. La referencia es, en particular, a Estambul. Ciudad y recuerdos (2003): un ensayo que alterna el recuento autobiográfico de la infancia y la adolescencia del escritor, y es testimonio histórico y sociológico de la decadencia de la ciudad y de sus habitantes. Pero Pamuk es conocido sobre todo por sus novelas de ambiente turco, que van de Mi nombre es rojo (1998) al presente multiétnico de Nieve (2002). Y su última obra es una interesante trilogía multimedia constituida por la novela El museo de la inocencia (2008), nombre obtenido del museo dedicado a los objetos citados en la novela, y del catálogo del museo La inocencia de los objetos (2012). Lo encontramos en Estambul, en su estudio con vista al Bósforo y Topkapi, para hablar de su ciudad y de su trabajo.

Quisiera empezar preguntándole… Antes de que empieces déjame decirte una cosa. Yo provengo de una familia de ingenieros. Mi padre y mi tío se divertían haciéndome jugar con las matemáticas, proponiéndome con frecuencia la solución de problemas y de rompecabezas. Y yo siempre estaba ansioso por enfrentarme a preguntas tramposas y de no ser lo bastante rápido e inteligente para responder. En la escuela, la buena sangre familiar no mentía e iba bien en matemáticas. Pero enfrentarme a los maestros me provocaba un estado de agitación: por lo tanto, me disculpará si ahora también estoy nervioso. Tranquilícese, no le haré preguntas tramposas. Empezaré con su padre, porque me ha asombrado leer en su libro Estambul que encontrase a Sartre en París. Ah, no lo encontró: ¡lo vio por la calle solamente! Mi padre había seguido las tradiciones de la familia, de su papá y de su abuelo: ir al Politécnico y convertirse en ingeniero civil. Mi abuelo había trabajado muy duro, construyendo vías de ferrocarril, y había hecho un saco de dinero. Y mi papá y mi tío también habían trabajado muy duro, pero para malgastar lo que el abuelo había ganado. Así que mi hermano y yo tuvimos que empezar desde el principio.

Sin embargo, su hermano se convirtió en ingeniero. Ambos fuimos educados con una típica concepción del tercer mundo: que uno debe estudiar ingeniería, para después servir al país haciendo trabajos útiles. Así que mi hermano empezó estudiando ingeniería química en Yale, y después estudió economía. Ha estado en la London School of Economics, pero acaba de renunciar y regresará a Turquía. Si no se ofende, ya que hemos mencionado a Sartre, le preguntaré si alguna vez se ha sentido como “el tonto de la familia” con respecto a su hermano. ¡Oh, ciertamente! Y todavía peor. Soy el típico ejemplo del segundogénito, en el sentido de que la familia turca es de tipo patriarcal, y se concentra en la educación del primogénito: es él quien debe ser investido de responsabilidad, de escuchar siempre qué cosa debe hacer, cómo tratar a los hermanos jóvenes, etcétera. Un típico ejemplo de lo que sucedía es que cuando íbamos a algún lado, él se preocupaba de ver los nombres de las calles y de encontrar la dirección, mientras tanto yo podía soñar y ver el vacío o los aparadores. Ser segundogénito tiene sus ventajas y desventajas: en particular se tiene un crecimiento y una inmadurez retardada.


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de portada ESPECIAL

Se convierte en Peter Pan. Mis amigos continúan diciéndome que todavía soy un poco infantil. Eso estimula la imaginación, pero no ayuda a convertirme en un ser social, y tampoco a sabérselas arreglar en la vida cotidiana. Algunas cosas se aprenden a los seis años, y ahora que tengo sesenta debo aceptar que este es mi carácter. Mi hermano es quien sabe navegar en sociedad, mientras que yo permanezco insociable, desarticulado, privado de autocontrol… En el momento de esa decisión es cuando concluye Estambul. Pero hay un pasaje de ese libro, dedicado a la tristeza, en donde usted asocia este sentimiento con “la multitud de hombres positivistas, amantes de las matemáticas y de los crucigramas” presentes en su familia. Para mí, las matemáticas eran divertidas cuando resolvía los problemas, pero era frustrante cuando no podía hacerlo. Por el contrario, escribir no requiere la solución necesaria y correcta de un problema, y permite la expresión de algo que no requiere una página vacía. El escritor se expresa libremente, y espera que ésta sea la respuesta a cualquier pregunta que el lector se hace con frecuencia a sí mismo y no al escritor. A propósito de la tristeza de Estambul, ¿no cree que pueda encontrarla del mismo modo en otras ciudades que han perdido el sentido de su pasado? Pienso en El Cairo, en Bagdad, en Damasco o inclusive, en cierto sentido, en Roma. Yo asocio el hüzün de Estambul, que significa precisamente “tristeza” o “melancolía”, con el hecho de haber vivido mi infancia en los 50, rodeado de los grandes monumentos otomanos que se caían a pedazos y se deterioraban. Era un poco como en la India de hoy, donde lo que se deshace no son los edificios de un remoto pasado, sino la contemporaneidad. Y es verdad que en El Cairo pasa lo mismo.

tenía objetos en la mente que no encontraba: muchos de estos que están en el museo se hicieron a propósito, y constituyen una suerte de objetos reales imaginarios.

Me parece que en los escritores usted prefiere la autocrítica y el autoanálisis. Existen dos aspectos en ser escritor. Está la mente analítica, matemática, que se esfuerza en seguir el curso de los pensamientos para alcanzar un objetivo y puede, además, tratar de efectuar construcciones mentales: el arquitecto muerto y sepultado que está dentro de mí, me condiciona en aquella dirección. Pero también está la mente poética, sensitiva, que suspende la racionalidad para sintonizar su música interna, o disfrutar un imprevisto o inesperado momento de inspiración. Para poder ser escritor es necesario conjugar la mentalidad analítica con la sensibilidad poética, en un continuo y equilibrado compromiso entre la planificación racional y el surrealismo irracional. Por eso me gusta escribir novelas.

Las novelas no son solo construcciones metafísicas o estructuras imaginarias que tratan de trascender la realidad. Son también modos de expresar sentimientos

De Amicis parecería su héroe. Habría esperado un capítulo sobre él en Estambul, como sucede en Nerval o Flaubert, y en cambio usted lo cita solo de paso. Él sí era un buen escritor, con un ojo poco común. Su libro Constantinopla es el mejor del siglo XIX, y la ciudad que describe es de su invención. Ha influenciado a sucesivas generaciones de escritores, como los que usted ha recordado. Pero éstos fueron más famosos y vivían en el centro de la escena literaria, mientras que De Amicis era un escritor marginal de libros para niños. Su influencia ha sido indirecta, y por esto he hablado poco de él.

o público, que se habla de coleccionismo, con la relativa satisfacción inducida por la posesión de los objetos. Por lo tanto, reunir objetos no significa necesariamente ser coleccionista. Y con frecuencia, los coleccionistas no están ligados a historia alguna, ¿no?, cuando alguien no la inventa. Y un modo de inventarla, o sugerirla, puede ser precisamente exhibir los objetos en cierto modo. Cada museo narra una historia, y el museo de la inocencia no hace precisamente una novela.

Quisiera hablar de su museo pero, en cierto sentido, ya se refiere a él en Estambul, en el capítulo sobre Koçu: sus enciclopedias sobre la ciudad son también como museos, ¿no? Resat Ekrem Koçu nació como historiador, pero perdió su puesto en la universidad por motivos políticos; era un profesor de estudios otomanos, y esto entraba en conflicto con la visión de modernidad que la joven república turca buscaba promover. Y ya que él quería continuar contando historias otomanas, tenía necesidad de obtener algún beneficio e inventó una forma popular de hacerlo, a través de una enciclopedia que recuperara hechos históricos, extraños y curiosos, que él señalaba en los archivos que conocía muy bien. En cuanto a usted, cuando habla del coleccionismo de Koçu, casi parece que está hablando de sí mismo. ¿Ya coleccionaba objetos para su museo? En la época en que coleccionaba hechos y libros, todavía no reunía objetos. Pero quisiera decir que no soy un coleccionista en el sentido técnico de la palabra, de alguien que está interesado en reunir objetos, no tanto por su valor o utilidad, como por el gusto de tenerlos y poseer una serie completa. Por ejemplo, para un coleccionista es más importante tener todos los volúmenes de la enciclopedia de Koçu que leerlos. Y es más importante también preservar aquellos volúmenes como memorabilia, mientras yo los leo y los maltrato. Pero con frecuencia, el coleccionismo desemboca en el totemismo. Cierto. Todos tenemos la tendencia a permanecer atados a ciertos objetos, por motivos sentimentales ligados a la vida, al amor y a la muerte. Pero es solo cuando se piensa en un museo, personal

Usted ha escrito que en los inicios pensaba hacer coincidir la novela con el catálogo del museo. ¿Esto no recuerda un poco a Pálido fuego de Nabokov? Cierto. Al principio realmente tenía esa novela en la mente. Quería escribir el mío en las notas del catálogo, de tal modo que la historia surgiese de las notas sobre los objetos. Pero poco después pensé que me llamo Pamuk y no Nabokov, y lo hice a mi manera. Sin embargo, el museo vino mucho después de la novela. A decir verdad, habría querido que llegasen juntos; esperaba poder inaugurar el museo el día de la publicación del libro, incluso si las presiones políticas de aquellos años hicieran la cosa imposible. La idea del catálogo, por el contrario, está próxima, y me vino a la mente cuando me percaté de la visualidad de los objetos expuestos. ¿Cuándo comenzó a reunir los objetos? Durante la escritura de la novela. En ocasiones al mirar a un agente o ir a un mercado de cosas usadas, compraba objetos que me atraían y que pudiesen ser asimilados por mi historia. Algunos entraban naturalmente, a otros los obligaba a entrar y hubo otros que incluso permanecieron fuera. También me pasaba lo contrario, porque

Sin embargo, ¿no le molesta que algunos de sus lectores vean el peregrinaje al museo como los lectores de Dan Brown siguen las huellas de Robert Langdon? ¿O como los de Tolstoi que van a San Petersburgo y a los sitios descritos en Anna Karenina? No solo no me molesta, sino que realmente he construido el museo para que vayan. Hay un aspecto lúdico al crear confusión, diciendo abiertamente que la historia es imaginaria, y al mostrar al mismo tiempo objetos reales que le pertenecen. Entiendo perfectamente la diversión del escritor, pero me preocupaba la actitud del lector. Las estadísticas sobre los visitantes dicen que dos de tres y tres de cuatro de quienes asisten al museo no han leído el libro y jamás lo leerán. Y he descubierto, al hablar con quienes lo leyeron, que con frecuencia no recuerdan los detalles de un libro y de los objetos que encuentran: más bien recuerdan una sensación o una emoción que eso ha despertado en ellos. En otras palabras, no recuerdan el libro mismo, sino la experiencia de su lectura. Y un objeto se recuerda si está vinculado con un sentimiento. Por estos motivos los visitantes se sorprenden al ver la profusión de objetos que están en la novela y que no recordaban. Ya que usted dice amar a Borges, ¿no bastaba con evaluar la novela y el museo sin verdaderamente escribir uno y construir el otro? Borges siempre decía que, en el lugar de Henry James, él habría escrito un cuentecillo, en lugar de un folletón. Pero al decir esto fingía no entender qué cosa es el arte de contar una historia. El hecho es que las novelas no son solo construcciones metafísicas o estructuras imaginarias que tratan de trascender la realidad. Son también modos de generar y transmitir el placer de expresar sentimientos, describir ambientes, encontrar las palabras justas en el momento justo. Pero, naturalmente, Borges era demasiado astuto y jugaba con el lector a su manera. En cuanto a usted, ¿qué está haciendo ahora? Después de haber concluido el museo he regresado a mi vida de escritor, y estoy en medio de una nueva novela. Tengo 60 años, la vida se está acortando, pero el Premio Nobel me ha hecho perder las ambiciones, por lo tanto trabajo muy duro, porque me queda poco por vivir, pero también mucho por escribir. L *La Repubblica. 21 de febrero de 2013 Traducción: Gabriel H. García Ayala


08 b sábado 6 de abril de 2013

MILENIO

en librerías

Entre las élites y la escoria

El poder evocador de la sutileza

RESEÑA

RESEÑA

Guillermo Saavedra

Jorge Alberto Gudiño Hernández calitren@gmail.com

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n Otras caras del paraíso, Francisco José Amparán (1957–2010) retrata de manera atípica los bajos mundos de su natal Torreón y dibuja con eficacia y picardía su descuadrada realidad. Un punto en donde convergen en similar grado la inocencia de la vida simple dedicada al trabajo y una subyacente quimera que, aunque ignorada por sus pobladores, se devela en su terrible y acechante oscuridad. El universo de la novela publicada por vez primera en 1993, y reeditada por Almadía en 2012, es protagonizada por el ingeniero Paco Reyes Ibáñez, profesor de tiempo completo del Tec de Monterrey Campus Laguna. Este improbable “investigador privado” (preocupado porque le paguen sus honorarios sin la intromisión de la Secretaría de Hacienda) es contactado por una ex alumna de piernas admirables quien le pide que investigue la repentina desaparición de su atractiva prima. Paco duda, pero al ver los encantos de la chica de paradero desconocido y de casquivana fama accede a resolver el misterio, a pesar del desaguisado que esto generará con Alejandra, su celosa novia. La búsqueda de la joven lleva a Paco a adentrarse en una cada vez más compleja ristra de relaciones entre actores políticos, líderes sociales, redes delincuenciales, policías muy a la mexicana y mujeres concupiscentes; un extraño y a la vez conocido caldo de cultivo de lo peor de nuestro México, sus élites y su escoria. Distintos episodios van marcando el mapa detectivesco de Reyes Ibáñez, quien para cada ocasión tiene una frase ad hoc de la música popular. El libro de Amparán, aunque basado en la conexión entre las mafias del poder (caciques especuladores, políticos enriquecidos, abogados inmorales y juniors despilfarradores) no solo configura un mosaico de seres ponzoñosos sino que ahonda en un problema creciente de nuestro país —tanto en sus raíces y manifestaciones como en su posición dentro de la conciencia social: la violencia contra la mujer. Francisco José Amparán atisba con dos décadas de antelación la infausta realidad femenina que se sufre cada vez en más ciudades del país. La trama y caracterización de sus personajes, el espacio y el ambiente nos advierten cómo la prostitución, la ignorancia y la pobreza franquean un portal por donde el ser humano agota sus apetitos de impensados carices necrófilos. La figura del policía es otro aspecto de Otras caras del paraíso digno de análisis. Amparán continúa la tradición de Filiberto García, protagonista de El complot mongol, a través de sus personajes. Álvaro Valdez, alias El Burro, compañero de la vocacional

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Amparán continúa la tradición de Filiberto García, protagonista de El complot mongol, a través de sus personajes

de Reyes Ibáñez, representa lo peor y lo mejor del policía mexicano. Miembro de la Policía Judicial, Valdez acostumbra beber cerveza hasta emborracharse durante la jornada laboral, no sabe y nunca le ha importado qué son los derechos humanos, y aunque posee “limitados dotes intelectuales” (de ahí el apodo de El Burro), es valiente y derecho como pocos: tiene sed de justicia y está cansado de la impunidad, pero a diferencia de la gente “normal”, él tiene un arma y la ocasión de desquitarse del infame mundo que lo rodea, aunque el privilegio conste solo en poder asestar un culatazo de miedo a un hampón que saldrá libre días después por mediación de un juez comprado. El Burro es complementado por Paco, quien provee el elemento intelectual. Agudo en sus observaciones, nunca da nada por sentado y sus habilidades de histrión para asumir papeles de incauto o de furioso hombre en control de la situación le procuran recompensas tanto en la investigación del caso como en el ámbito erótico. Vigente y fresca aproximación a la novela negra, Otras caras del paraíso de Francisco José Amparán construye de forma cálida una paradójica presencia de lo siniestro y lo divertido, de lo abstracto y lo mundano, de lascivia y gazmoñería. Pero más allá de eso, constituye una eficaz trama policíaca de buena hechura y una marquesina del modo de hablar y comportarse del muchas veces desdeñado norte del país. L

e dice que los autores suelen escribir una y otra vez en torno a los mismos temas porque están atrapados en sus propias obsesiones. Más que un defecto, esto responde a una necesidad por profundizar en torno a eso que les interesa. Así, se van volviendo especialistas de sus propios demonios sin que esto implique un detrimento en el conjunto total de su obra. Al contrario, mientras crece, conforme los libros se multiplican, es posible participar de la evolución en el tratamiento de las mismas. Porque las obsesiones son las mismas pero no las formas para abordarlas. Ana Clavel es una especialista. Sus temas giran en torno a la sexualidad femenina. Más aún, en el despertar sexual que puede ser acompañado por las obsesiones de hombres perversos y pervertidos. En Las Violetas son f lores del deseo, su libro más emblemático, exploraba las posibilidades del deseo en el terreno de lo prohibido, incluso de lo sagrado. Conseguía entonces manejar la perversión con una naturalidad sin cortapisas ni simulaciones. Era simple: alguien deseaba y hacía todo lo posible por satisfacer esos deseos. Al menos, dentro de los límites que él mismo se ponía. ¿Dónde entraba el despertar sexual femenino en una historia protagonizada por un hombre y unas muñecas? En el detonador mismo de todas sus fantasías. Varios libros más tarde aparece en escena Las ninfas a veces sonríen . El tema salta a la vista desde el título. Más allá de la connotación mitológica, una ninfa también es una jovencita y es un término cargado de sexualidad. Si, además, se conoce a la autora, se puede predecir la temática del libro y eso basta para volverlo inevitable. El lector no se decepcionará. En efecto, dentro de la novela se contará el despertar sexual de Ada, la indagatoria en torno a su propio erotismo. Más aún, ella no es un personaje cualquiera. No solo es una ninfa en ese sentido juvenil, también lo es con la carga mitológica que trae a cuestas. Entonces es deidad y humana al mismo tiempo. Sus hermanas la miran con reprobación conforme va accediendo a diferentes formas del placer. Desde las que le pueden producir simples miradas o insinuaciones, hasta las de una aparente violencia que no hace sino excitarla. Entonces el lector se encontrará con un proceso. Sí, es un descubrimiento en una primera instancia pero también es una evolución que se alimenta de riesgos, de hombres imposibles, de entidades tanto divinas como plebeyas.

El libro se presenta el jueves 11 de abril a las 19:30 hrs. en el Centro Cultural Bella Época de la Librería Rosario Castellanos (Tamaulipas 202, col. Condesa). Entrada libre.

Conforme avance la lectura, el lector descubrirá que el personaje no es uno. Al menos no en un sentido clásico. Y no lo es porque muta, se transforma. Es a un tiempo deidad, cortesana y mujer. Incluso es expulsada del Paraíso solo para convertirse en escritora. Es cuando se completa el ciclo que permite la comprensión plena de su sexualidad, de esa necesidad suya por sentirse viva… otra de las características de la prosa de la autora. Ana Clavel vuelve a regalarnos a un personaje luminoso, capaz de entender a su propio ser como una entelequia en pos del placer. Cada uno de los sentidos se exacerban cuando están al borde de la seducción. Es habitar un remanso que es ola, caricia y éxtasis en un simple movimiento. Algo que, sin duda, la autora sabe bien cómo hacer. Pero no es una simple repetición de sus otros libros. Con Las ninfas a veces sonríen, Ana Clavel diseñó una estrategia narrativa diferente. Es, desde cierto punto de vista, mucho más simple pero también más arriesgada. Los capítulos son cortos y no se rinden al clásico embrujo de las secuencias planas. Por el contrario, funcionan como viñetas de un todo que se vuelve inabarcable y, por eso, objeto de deseo. A cambio de esta aparente simpleza, la autora se prodiga en la prosa. Las imágenes están más que logradas: consiguen transmitir sensaciones acordes a cada situación. Leer, pues, Las ninfas a veces sonríen es darse la oportunidad de asistir a un ritual venturoso: el del disfrute pleno. Un disfrute sensual en el que es fácil quedar atrapado: tal es el sutil poder de su narración. L


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LABERINTO

en librerías

Chipre

La gran cadena del ser Yorgos Seferis Conaculta México, 2012 80 pp.

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as cambiantes circunstancias políticas y económicas han provocado que el ámbito griego, cuna de la civilización occidental, esté pasando por sus peores momentos, pero su encanto se mantiene. Editado, traducido y anotado por Selma Ancira y Francisco Segovia Chipre (Poemas, fotografías, fragmentos), del escritor griego Yorgos Seferis, es un libro esencial en la formación del poeta; en él transmite la magia que aún guarda ese lugar, porque como anota, “Chipre es un lugar donde el milagro aún ocurre”. Seferis y su esposa Maró lo visitaron en tres ocasiones (1953, 1954 y 1955), en circunstancias políticas difíciles (aún estaba presente el yugo inglés, cosa que el nacionalismo del poeta no deja de lamentar). En los poemas es donde la emoción del libro queda cifrada. Destaca “Helena”, uno de los mejores poemas de Seferis, pero en general en todos la erudición y la sensibilidad se dan la mano.

Limónov

Ana Rosa González Matute Libros Magenta México, 2012 168 pp.

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a también poeta, narradora y traductora Ana Rosa González Matute presenta ahora su faceta como ensayista. Su curiosidad se detiene en autores y obras poco atendidas. Por ejemplo, en el texto que abre el volumen nos da a conocer la obra novohispana El currutaco por alambique, propiamente desconocida. Como ella lo señala, esta obra es antecedente de José Joaquín Fernández de Lizardi en cuanto a que nos presenta una crítica social de las injusticias imperantes en ese periodo, que preparan la Independencia. Al acercarse al poeta del Siglo de Oro Francisco de Aldana, lo hace desde el neoplatonismo cuyo centro de irradiación era la Academia Platónica de Florencia, que encabezaban Marsilio Ficino y Giovanni Pico Della Mirandola. Otro poeta español poco conocido, Juan Meléndez Valdés cuya obra pertenece al siglo XVIII, pone en juego nuevamente ideas filosóficas, esta vez de John Locke y de Alexander Pope.

Vientos de cuaresma Emmanuel Carrère Anagrama España, 2013 396 pp.

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alardonada con el Prix Des Prix 2011, el Premio Renaudot y el Premio de la Lengua Francesa, esta novela de Emmanuel Carrère es digna de un Cervantes, un Flaubert o un Sterne: Limónov, como un Quijote o un Bouvard o un Shandy contemporáneo, alterna su vida con la historia política del planeta, solo que con una diferencia sustancial frente a aquellos personajes: Limónov no es ficticio, es una criatura emanada de la realidad, porque Carrère ha escrito una especie de novela biográfica o biografía novelada, donde las aventuras son el eje: poeta y pendenciero en su juventud, se muda a Rusia donde forma parte de los círculos disidentes, luego se traslada a Nueva York donde se hace vagabundo, después se mueve a los Balcanes y apoya la causa serbia y vuelve a Rusia para organizar un partido bolchevique y oponerse radicalmente a la política de Vladimir Putin. Con un filoso sentido del humor, Carrère ha escrito una novela con serias aspiraciones para convertirse en clásico.

Amarás a Dios sobre todas las cosas Alejandro Hernández Tusquets México, 2013 313 pp.

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i en la franja fronteriza entre México y Estados Unidos, los migrantes afrontan múltiples riesgos y son víctimas de los crímenes y abusos más terribles por parte de las autoridades de ambos países y las bandas de polleros, al sur del país las cosas no son mejores. De hecho, resultan más aterradoras, execrables, porque a la corrupción de las policías, los agentes aduanales y el Instituto Nacional de Migración, se suman las actividades de pandilleros como la Mara Salvatrucha que asesinan, roban y esclavizan a los infortunados caminantes que se topan con ellos. En este escenario, el tren conocido como “La Bestia” simboliza el transporte no hacia una vida nueva sino a la posibilidad de un proyecto de vida. Con estos elementos, el coahuilense Alejandro Hernández ensambla la historia de una familia hondureña que sufrirá las peores pesadillas de un mundo salvaje, cruel y hostil, en su anhelo por escapar del hambre y la miseria.

Madrid, 1985

Leonardo Padura Tusquets México, 2013 225 pp.

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ra Miércoles de Ceniza y con la puntualidad de lo eterno un viento árido y sofocante, como enviado directamente desde el desierto para rememorar el sacrificio del Mesías, penetró en el barrio y revolvió las suciedades y las angustias. La arena de las canteras y los odios más antiguos se mezclaron con los rencores, los miedos y los desperdicios de los latones desbordados, las últimas hojas secas del invierno volaron fundidas con los olores muertos de la tenería y los pájaros primaverales desaparecieron, como si hubieran presentido un terremoto. La tarde se marchitó con la nube de polvo y el acto de respirar se hizo un ejercicio consciente y doloroso.” Así comienza esta novela ambientada en una Cuba completamente desconocida e impensada por propios y extraños: la que convive con el delito, la corrupción, el narcotráfico, el fraude, el homicidio, lacras sociales que, supuestamente, habían sido eliminadas por el régimen que derrocó a la dictadura.

Rupestre Jorge Pantoja (coordinador) Ediciones Imposible México, 2013 396 pp.

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upestre. El libro (habrá una versión en video) es el agradecible testimonio del colectivo liderado por Rodrigo González y del que formaban parte Roberto Ponce, Eblen Macari, Rafael Catana, Roberto González, Fausto Arrellín y Nina Galindo, “rocanroleros y trovadores” —como decía Rodrigo— que renunciaron a “la tecnificación” y le cantaron a la ciudad. El libro está hecho de entrevistas con los rupestres y músicos cercanos a ellos (Armando Rosas, Gerardo Enciso, Carlos Arellano, Armando Palomas, Arturo Meza, El Haragán e Iván Rosas), así como de un texto de Pantoja sobre su amistad con Rodrigo y una carta de Armando Palomas al videoasta Sergio García, indispensable en la memoria del rock mexicano. A todo lo anterior se agrega una buena cantidad de fotografías en blanco y negro (como debe de ser), carteles, portadas de discos, recortes de prensa y otros documentos sobre el Movimiento Rupestre.

AMBOS MUNDOS ESPECIAL

Santiago Gamboa facebook.com/ santiago gamboa–club de lectores

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legué a vivir a Madrid en 1985, con diecinueve años, y lo primero que debí resolver fue la vivienda. Una habitación propia. Me ha ocurrido otras veces que el primer anuncio que veo en un periódico es el definitivo: “Dos habitaciones en piso compartido, balcón, luminoso, 14 mil pesetas”. La propietaria, que vivía en el piso de arriba, era una anciana de La Rioja. “El otro chico es un poeta, te llevarás bien con él”, me dijo al cerrar el acuerdo, pues el apartamento estaba dividido en dos. Se compartía el baño y una cocina en desuso. Diagonal al edificio, sobre la calle Santísima Trinidad, estaba La Blanca Doble. Era un café bar para cualquier hora del día. Servían desayunos, cafés, y un menú para la hora del almuerzo; por la tarde aperitivos; tenía algunos platos para la hora de la cena y licencia para vender licores más allá de la medianoche. Pronto se convirtió en mi segundo estudio o, casi podría decir, en nuestro estudio, pues el vecino poeta, Miguel Ángel Velasco, se hizo mi compinche. Era de Mallorca y no tenía familia en Madrid. No había muchos extranjeros en España en esos años. Por eso, en diciembre, Miguel Ángel y yo pasamos el fin de año en La Blanca Doble. Bebimos whisky, yo bajé un casette —¡un casette!— de música caribeña y bailamos sobre la barra con los meseros, cocineros y algunos clientes. Cuando se nos terminó el dinero, uno de los mozos, Manolo, nos siguió sirviendo vasos enormes de whisky con un argumento inolvidable: “¡No me da la gana que os vayáis!”. Pasaron los años, me fui a París, la vida siguió. En julio del año pasado, en Barcelona, vi en la librería La Central una

Miguel Ángel Velasco

elegante edición de un libro de Miguel Ángel, a quien no había vuelto a ver. La muerte una vez más , era el título. Pero al leer la solapa me quedé de piedra: “La prematura muerte de Miguel Ángel Velasco…”. No daba crédito a mis ojos. Luego, en Madrid, le pregunté al poeta Luis García Montero si tenía detalles, y me dijo: “Se quitó de en medio”. Volví a la calle Santísima Trinidad y miré desde el frente los ventanales del que había sido nuestro apartamento. De todo aquello no quedaba nada, o casi, pues en la esquina seguía La Blanca Doble. Entré temiendo que lo hubieran transformado en un bar de moda, pero reconocí la tapicería de los sillones. Al fondo brillaron unos ojos, ¡era Manolo! Tenía el pelo cano, arrugas, pero era él. Vino a darme un abrazo. “Joder, cuántos años, ¿un chupito?”. Bebimos un par de tragos evocando a Miguel Ángel. “Ya no queda nadie de esa época”, me dijo, “solo yo, que soy parte del mobiliario”. Antes de salir agregó: “Ve a la biblioteca, allá tienen vuestros libros”. ¿Los has leído?, quise saber. “No”. Podrías leerlos, pero él respondió: “No me jodas, ¡si trabajo hasta medianoche!”. Regresé al otro día con uno de Miguel y otro mío. “Al sobreviviente de esos años”, escribí en ambos, y los firmé los dos. L


10 b sábado 6 de abril de 2013

MILENIO

teatro ESPECIAL

La obra de Wajdi Mouawad se presenta viernes y sábados en el Teatro La Capilla (Madrid 13, Coyoacán).

El silencio como muro insalvable Bajo la dirección de Hugo Arrevillaga Serrano, Sedientos es una obra para jóvenes que explora el significado del vacío y el rumor de la belleza CRÍTICA Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com

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edientos da inicio con la presencia de un delgado joven descalzo, en camiseta y calzones, de pie sobre una banca de madera y fierro. Un adolescente invadido por preguntas, palabras y ansiedad, que busca arrancarle el sinsentido a la rutina, encontrar el equilibrio

entre la diversión y lo degradante, el significado del vacío y la presencia de la belleza. En su camino de búsqueda, dentro de la vasta obra de Wajdi Mouawad, el director Hugo Arrevillaga Serrano elige esta vez la obra Sedientos, concebida para espectadores jóvenes, en la que tres actores interpretan al menos un personaje más, aparte del que protagonizan. El escenario del Teatro La Capilla fue alargado para que su proscenio pueda estar más cerca de

las butacas (lo que acaba con una barrera), además de ampliar y profundizar la perspectiva del que observa, al tiempo en que abre espacio para la acción al centro, y para dos hileras paralelas con seis sillas cada una, ubicadas en los laterales, desde donde 12 espectadores presencian, a corta distancia, lo que ocurre tras unos pequeños reflectores que iluminan desde el piso. Dos mesabancos de escuela, un muro negro al fondo, cual pizarrón con palabras escritas en gis y una puerta negra en medio, completan el lugar con un ancho pasillo blanco que se abre al centro, resultado del diseño escenográfico de Atenea Chávez y Auda Caraza, quienes cada ocasión depuran más su propuesta para que el escenario sea un espacio desde donde despega y hacia el que confluye el universo de los personajes. A través de cuestionamientos acerca de la indiferencia, la alienación y el apoltronamiento del mundo adulto sumergido en una inercia sin fin, el joven Murdoch, interpretado con honestidad y arrojo por Andrés Torres Orozco, se desborda en palabras que no encuentran eco, hundido cada vez más en el silencio y la desilusión que lo lanzan a la búsqueda de algo que aún no sabe cómo nombrar, pero que le urge constatar que existe. Miguel Romero interpreta con brillantez y solvencia a Boon, un antropólogo forense, a un sacerdote, a un maestro. Es narrador y también el autor de otra obra, dentro de ésta, en la que su personaje principal convive con los de la ficción creada por Mouawad, donde la posibilidad de desenterrar el mayor de nuestros deseos, descubre el horizonte que el ser humano se dedica a tapiar a medida que crece y se llena de heridas. Pamela Almanza, por su parte, ocupa el rol de madre y de la joven Noruega. Enfrenta con buen resultado a sus dos personajes ficticios en esta estructura de teatro dentro del teatro que plantea el autor de la trilogía La sangre de las promesas, que el propio Arrevillaga ha llevado exitosamente a escena. Dos actores jóvenes y uno de más experiencia, bajo la dirección de Arrevillaga Serrano, además de las escenógrafas y un equipo conformado por Roberto Paredes, diseñador de iluminación; Lissete Barrios en el diseño de vestuario; Airel Cavalleri, música original, musicalización, edición y mezcla; Humberto Pérez Mortera en la traducción, y la fotografía de Ricardo Ramírez Arriola, generan una experiencia que levanta costras, remueve óxidos y alerta contra la dejadez. Sedientos sigue la estructura que ha explotado su autor en buena parte de sus textos dramáticos en los que un acontecimiento del pasado revela secretos, responde cuestionamientos y detona asuntos que conectan profundamente con la infancia, la identidad, las relaciones, así como con conflictos y barreras fosilizadas por el dolor. El silencio como muro insalvable, los obstáculos propios de las distintas pruebas, comentarios y tropiezos por los que deben pasar una obra y su autor, más la dificultad que implica hablar sobre la belleza enterrada y la fealdad que priva nuestra existencia, es parte de lo que Sedientos despliega con emotividad y contundencia. El joven Murdoch y la joven Noruega, junto con el antropólogo forense Boon, nos conducen al enigma que encierra un lago congelado, dos muertes inexplicables y un hallazgo interior como oportunidad para revertir una existencia estéril. L

LA PUERTA ESTRECHA ESPECIAL

Microteatro Alicia Quiñones aquinonescontacto@gmail.com

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n días pasados, en una casa de la calle Uxmal, en la colonia Narvarte, se instaló un grupo escénico que trae por primera vez a México el concepto de Microteatro. El corazón de esta idea es que las obras que se presenten tengan una duración de 15 minutos, una capacidad para 15 espectadores y que se involucre al público como parte del espectáculo. A este tipo de obras “pequeñas”, que poseen todas las partes de una construcción dramática aristotélica, se les llamó, en Estados Unidos y a principios del siglo XX, “piece of cake”, una rebanada de pastel, un hecho teatral breve que, como bien se dice del cuento, gana por knockout . El microteatro, más que una oferta novedosa en sus propuestas dramatúrgicas o artísticas, lo es en relación con la experiencia que le brindan a los espectadores. Me explico: Microteatro, creado en España y cuyas piezas teatrales se han llevado a reclusorios, antiguos edificios que albergaban prostíbulos, y a países como Alemania o Estados Unidos, ha tenido éxito debido a lo que encierra su idea de ir al teatro. Al pagar un boleto de 60 pesos, que es barato en relación con el teatro tradicional, uno puede elegir la obra, una bebida gratis y el recorrido por una exposición de arte contemporáneo en el mismo sitio.

A partir de este fin de semana, las piezas se presentarán de jueves a domingos en Uxmal 520, col. Narvarte. www.microteatro.mx

Las obras que se presentan en la casa de la Narvarte fueron seleccionadas por convocatoria, dándole oportunidad a dramaturgos jóvenes, desconocidos, y que no pertenecen a círculo cultural alguno. Entre las propuestas que se eligieron y que están en escena este fin de semana, destacan: Máquina de escribir, de Felipe Curiel; Placebo, de Fernanda del Monte; Accidente o destino, de Emma Beltrán; La cruz de tu parroquia, de Alejandro de Legarreta, y Quédate con tu cambio, de Constanza Boquet. Todas abordan el tema del dinero. A diferencia de las terribles iniciativas de la Secretaría de Cultura del DF, que en lugar de llevar a los grupos teatrales a diversas plazas de la ciudad, instalaron 16 pantallas gigantes para transmitir dos días de marzo producciones mexicanas, erogando más de cuatro millones de pesos, Microteatro sí invita a vivir una experiencia cultural. Me atrevo a pensar que este tipo de actividades son más efectivas para incentivar una cultura del teatro en México que, por ejemplo, los montajes de cuatro horas de Luis de Tavira con la Compañía Nacional de Teatro. No me refiero a que la duración de una pieza sea el motivo por el que la gente va o no a los teatros, pero sí a la formalidad y el elitismo con el que se hace y ve teatro en nuestro país. L


sábado 6 de abril de 2013 b 11

LABERINTO

cine Carlos Benpar

En la película usted plantea una diferencia entre derecho moral y derecho patrimonial. Cuando hablamos de derecho patrimonial asumimos que el productor o director pueden vender su película. Cuando hablamos de derecho moral establecemos que la compra de una obra no justifica que se altere. Tiene razón Woody Allen cuando dice que si compro un Picasso lo puedo tener en casa, pero eso no quiere decir que pueda modificarlo.

“Al cine nunca le ha convenido la democracia” Cineastas contra magnates expone las alteraciones que han sufrido las películas debido a una aparente necesidad comercial ESPECIAL

Ha habido intentos por respaldar a los cineastas, como son el Manifiesto de Barcelona del 87 o el Congreso de Delfos del 88. ¿Qué ha sucedido con estos acuerdos? El Manifiesto es una especie de borrador de lo que se habló en Delfos. Lo firmamos desde Kurosawa hasta Coppola, ahí exigimos que la obra llegue al espectador tal como fue creada. En Delfos los políticos de la Unión Europea lo hicieron suyo. Aún así es una lucha que se mantiene vigente. Con los nuevos soportes a través de los que se hace y circula el cine, ¿qué sucede con estas demandas? Las nuevas tecnologías tienen cosas positivas, pero en general son contraproducentes para el cine. Me explico, desde los hermanos Lumière hasta hace poco, todos los progresos los creó la industria cinematográfica. En cambio, las tecnologías de vanguardia son impulsadas por empresas de electrodomésticos a las cuales no les interesa el cine. Pero no negará que se ha democratizado el cine… Bueno, pero al cine nunca le ha convenido la democracia. Un director no fusila a nadie, por lo tanto no necesita ser democrático.

Liv Ullmann, entre otras luminarias, participa en el filme de Benpar

ENTREVISTA Carlos Jordán

mercachifles y magnates se les ocurre colorear los filmes con tal de tener más distribución.

gonzalezjordan@gmail.com

C

uando vemos una película en video o en televisión, no necesariamente vemos la obra original. A propósito, o sin querer, un filme puede sufrir alteraciones de encuadre, color o sonido. A lo largo de los años, directores de la talla de Martin Scorsese y Woody Allen, han peleado por conseguir que se respeten los derechos morales de su trabajo. Testigos de estas luchas son los documentales Cineastas contra magnates y Cineastas en acción, del ibérico Carlos Benpar, ambos estrenados recientemente en México. ¿Hasta dónde los escritores y directores tienen control de sus películas? La clave la dio Burt Lancaster en su discurso ante el Congreso de los Estados Unidos, cuando fue la junta directiva de la Director Hill, conformada por Woody Allen, Sydney Pollack, Elliot Silverstein y Milos Forman. Ahí advirtió que una vez que la película llega a las salas ya no se le puede alterar. Es dañina la manera en que a ciertos

Una de las conclusiones después de ver Cineastas contra magnates, es que no hay director, por poderoso que sea, capaz de hacer algo para evitar que su trabajo sea alterado. Cierto, en este aspecto es muy valioso el testimonio de Woody Allen, él lucha por esto sin necesidad. Cuando vende sus películas a la televisión hace constar que no se les altere por formato u otras cuestiones técnicas. Para Allen es fácil porque son obras pequeñas, en cambio Sydney Pollack al hacer filmes más costosos no podía controlarlos. Recuerde el juicio que Pollack promovió en Dinamarca cuando cambiaron el formato de una de sus películas. Si bien el juez no pudo darle la razón, sí reconoció que la edición alterada era una monstruosidad y pidió a la televisión danesa que no lo volviera a hacer.

En su película menciona que durante la transición del cine silente al sonoro, solo sobrevivió el 15 por ciento de las películas mudas. Nadie valoró al cine mudo. Solo a partir de la nouvelle vague, en los cincuenta, fue un arte que se revaloró. Pero en los noventa, con las nuevas tecnologías lo volvimos a castigar. ¿Qué me dice del movimiento Dogma? Es muy distinto. Te voy a explicar el origen tal como me lo explicó Thomas Vinterberg. Cuando aparecieron las cámaras de video, anteriores a las digitales, le dijo a Lars Von Trier que con esos aparatos podían hacer las películas que quisieran. Lars le propuso crear un marketing o un dogma, donde dijeran que filmaban así porque así lo querían, no porque no tuvieran dinero. Como ves, no tenían nada que ver con los franceses. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

Sexo... ¿cómo vivir sin él? Fernando Zamora @fernandovzamora

T

engo la impresión de que The Sessions nació con vocación de Oscar. Siempre hay un inválido en el Oscar ¿o no? Gaby: A True Story puso en 1988 a Mandoki en los cuernos de la luna y su guionista (egresado del CCC) vive de becas desde aquel ya lejano día. My Left Foot consagró a Daniel Day–Lewis y hace dos años, Intouchables (historia de un discapacitado y su cuidador africano) tocó el oro de la preciada estatuilla poniendo a la película francesa en los Globos de Oro, antesala del Oscar. Helen Hunt por lo pronto consiguió una nominación. Hunt hace a la mujer comprometida que, en aras del servicio social, está dispuesta a meterse en la cama con un hombre inválido. Él lo que más desea en la vida es perder la virginidad. La historia tiene su encanto, claro, si uno está convencido, como los autores del filme, de que no hay nada peor que ser virgen. Ahora, si uno mira bien la premisa y, con un poco de frialdad, encuentra dos o tres puntos de falsa inocencia, poco importa que la historia sea una más de esas “basadas en un caso real”. Peor para la realidad si, en la pantalla, resulta increíble. Increíble que un sacerdote católico se dé a la tarea de promover la relación sexual. Si a los homosexuales

les piden cargar a cuestas “la cruz” de la castidad, ¿qué no dirían a un muchacho parapléjico? Tal vez nuestro sacerdote sea muy del Concilio Vaticano II (tirando ya a un Vaticano III) pero ni con todo y sus greñas largas le creemos que “en el nombre de Jesucristo” organice la aventura de ayudar a un parroquiano a perder su virginidad. Resulta increíble también que la “sexual surrogate” se nos venda aquí no como prostituta de tintes filantrópicos (lo cual sería mucho más divertido, claro) sino como mujer de profundas convicciones sociales, con un hijo adolescente que juega al soccer y que, en fin, es parte de una familia como cualquier otra. Que mamá se meta en la cama para ayudar a inválidos a perder la virginidad es cosa normal. En el fondo, la inocencia termina volviéndose molesta frente a un tema tan delicado. Si uno quiere saber lo que es el amor entre un hombre completamente fuera de los parámetros aceptados de belleza y una hermosa mujer, basta y sobra con un roce de manos en la escena de David Lynch en la que Anne Bancroft murmura sensual: “¿lo ha visto, señor Merrick? Usted no es un hombre elefante… ¡Usted es Romeo!” Lynch, por supuesto, no corre el riesgo de aburrirnos con la noción falsa de que una mujer como Bancroft va a enamorarse, en la vida real, de un personaje con las deformidades del Hombre Elefante.

The Sessions (Seis sesiones de sexo). Dirección: Ben Lewin. Guión: Ben Lewin basado en un artículo de Mark O’Brien. Fotografía: Geoffrey Simpson. Música: Marco Beltrami. Con John Hawkes, Helen Hunt y William H. Macy. Estados Unidos, 2012. El problema de fondo en The Sessions parece ser que se contradice en sus principios. Por una parte sostiene que el sexo es lo más importante del mundo; tanto que es lo que más desea un muchacho inválido: más que caminar, más que volar, más que tomar un baño sin necesidad de alguien que lo ayude. Sexo es lo que él necesita y, sin embargo, el sexo resulta tan banal que lejos de enternecer nos deja perplejos en su inocencia, su frivolidad. L


12 b sábado 6 de abril de 2013

MILENIO

varia LUCIANO SPANÓ

CORTESÍA TUMBONA EDICIONES

Ulises Carrión, 1976

Puerta al río, 2013

El arte viejo de fingir reseñas

Luciano Spanó: ¿Qué es un parto, si no?

ARCHIVO HACHE

GUÍA VISUAL

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

R

ecién apareció El arte nuevo de hacer libros de Ulises Carrión. El 30 de marzo, Álvaro Enrigue en El Universal saca una reseña llena de tropiezos. Enrigue abre diciendo que le parece “divertidísimo” que un texto de Carrión sobre el fin del libro salga en un libro de “formato convencional”. La ironía podría ser medio divertida de no ser porque Carrión la explora para despedirse del libro dentro del libro. Enrigue, ¿lo leyó? Luego —por ninguneo, cerrazón o descuido— dice que el “personaje” Carrión “definitivamente no era un escritor” ni “tampoco era exactamente un artista”. Quizá debió decir que Carrión no es el tipo de escritor o artista que él logra aceptar, ubicar o entender. Dice que “para los que despertamos a los placeres de la cultura después del estreno de Star Wars”, Carrión es un “enigma” e inventa que “hasta ahora su trabajo se conocía sólo por Poesías , un libro–esquema de 1972 que Taller Dittoria convirtió... en un objeto editorial —casi un libro—”. Sí, “casi un libro”. Carrión tiene una gran obra. Fue célebre internacionalmente; lo atestiguan catálogos, exposiciones, homenajes, traducciones, compilaciones, reediciones. Es Enrigue quien lo desconoce. Otra falsedad es que Ediciones Hungría reeditó ¿Poesías? Enrigue se confunde. E–Hungría hizo un libro–objeto. Curioso también que Enrigue vincule libros–objeto con Carrión, ¡cuando todo su libro es una crítica al “libro–objeto”! Dice que Carrión no era “ga-

lerista” sino “socio” de Other Books and So, la galería que fundó (como el libro dice). Apoda a Carrión “bocanada final del romanticismo” a pesar de que claramente es anti–romántico. Atribuye a Tumbona la decisión de “publicar las ideas de Carrión” pero primero fue de Carrión en 1980, y para la actual edición, de Juan J. Agius, ¡como anota el libro! Enrigue termina su singularmente errático texto sentenciando —ironía incluida— que “siempre hay que tener, debajo de la mesa, un archivo material, y para eso, sigue sin inventarse nada tan eficaz como el objeto que antes solo llamábamos libro”. Lo intrigante es que el libro aboga por el archivo y la materialidad. ¿Por qué tantos errores? Una posibilidad es que Enrigue alabe el arte de leer libros y, simplemente, los lea mal. Y así atribuya sus paradojas a otros, desinforme a los lectores, finja reseñas. Otra posibilidad —y quizá esta es la efectiva— es que Enrigue no leyó el libro impreso de Carrión. Más bien leyó en línea el adelanto que sacó Laberinto la semana previa, con el texto que Enrigue comenta. Por cierto, su cita de otro texto no corresponde a la versión impresa. Vaya paradoja: Enrigue cree ironizar a Carrión y se pone de pie para elogiar la inigualable experiencia de leer libros impresos y, en verdad, checó Internet, como sugiere su info a medias. ¿Así leen los escritores? ¿Así analizan los críticos? ¿Divertidísimo? L

Magali Tercero

mtercero2000@yahoo.com.mx

A

fortunadamente el mundo cambia y, con él, los artistas. Un invento químico, como fabricar pintura acrílica para pintores, un autor cambiando los óleos por los acrílicos y ya está. Un cambio así provoca un terremoto en cualquiera. Los nuevos tubos de acrílico de Luciano Spanó (1959) transformaron la textura de sus telas, aceleraron a 140 la velocidad de ejecución y secado de la obra, e impusieron una nueva paleta. Los tonos ácidos tomaron por asalto la sensualidad del óleo —derramado entre ocres, marrones, rojos potentes, lilas y rosas carne. Clásico en varios sentidos, Spanó dio ahora un gran salto. Biografía, su nueva exposición, es una delicia. El secado veloz del acrílico obligó a la mano a obedecer mente y corazón. Clarice Lispector diría: “para no olvidar”. Gran ventaja, opina esta cronista que quisiera volar cuando escribe y encuentra, al llegar al taller de Spanó, grandes lienzos pintados en tonos ácidos, como en "Moscones y crítica en el taller del pintor". Me hace reír cómo se mofa, se permite la ironía y cuestiona a los críticos que se imaginan superiores al artista.

La superioridad del crítico Superior la Bondad, digo yo. El amor al ser humano, al artista capaz de devolver, en espejo, la imagen nuestra de cada día. No haré aquí la crítica de la Crítica. Solo afirmo que no siempre hay auténtico placer en la mirada del experto. A veces, piensa Luciano, encuentra una indiferencia atroz en los textos sobre artistas. Lo contrario de su primera individual en México tras una estancia de ocho años en París. Allá, impedido de trabajar formato grande, retrató al aire libre los puentes del Sena (el video que lo registra es una maravilla). Desde allá participó en varios proyectos mexicanos, como el gran esfuerzo sintetizado en Akaso (2010), colección de 26 pinturas mexicanas de artistas nacidos entre los cincuenta y sesenta, con la traducción al lenguaje del video de los artistas jóvenes. Spanó conoce, desde los ochenta del siglo pasado, al patrocinador (fue su idea apoyar la pintura mexicana) de Akaso, el coleccionista y empresario Sergio Autrey. Su obra figura en su inmensa colección de pintura mexicana. Y "Catedral", pintada en México según se ve en http://www.akaso.com.mx, fue la obra presentada —junto con la de Magali Lara, Irma Palacios, Ilse Gradewhol, Alberto,

Francisco, José y Miguel Castro Leñero, Arturo Rivera, Germán Venegas, Mauricio Sandoval, Boris Viskin, Roberto Turnbull, Manuel Marín, Luis Argudín, Helio Montiel, Gabriel Macotela, Eloy Tarsicio, Gustavo Monroy, Roberto Parodi, Manuela Generali, Miguel Ángel Alamilla, Alfonso Mena, Antonio Luquín y Yolanda Mora—, en el Museo Universitario del Chopo (MUCH) y en el Museo de Arte Contemporáneo de Sonora (MUSAS), entre otros lugares.

México quiere pintura “bonita” “En México se espera que la pintura sea ´bonita´ cuando debería provocar repugnancia”, me dice Spanó mientras él y su asistente mueven los cuadros. Este amor por lo demasiado bien hechecito podría deberse, imagino, a las heridas infligidas desde la Colonia a nuestro ego. ¿Sencillamente no somos libres? ¿No jugamos, no bailamos, no reímos ni pateamos los lienzos? ¿Nos da miedo —con honrosas excepciones—, ser nosotros? ¿Pensamos que nos vemos magníficos situando nuestro quehacer en el marco de la ridícula solemnidad heredada de la Nueva España? La cama del pintor La Nobel Herta Müller está incluida en esta obra con una cita de En tierras bajas: “La cama es tan ancha y grande, la cama es tan blanca y vacía que estoy echada en medio de un campo de nieve, en medio de una noche glacial, congelándome”. Congelándome. En algunas obras de Spanó, nacido en Turín y llegado a México casi niño, hay referencias a "El grito" ("Skrik") de Edvard Munch. "Congelándome". La obra de Spanó, como la de todo buen artista, está llena de referencias públicas o privadas. A él le interesa ocultar a la mujer bellísima que vio de lejos en Rusia. Le importa esconderla tras lo matérico y lo “agresivo”, tras la fuerza de la existencia. La vida es materia pura y dura. ¿Qué es un parto, si no? Spanó ha vuelto a su antiguo taller mexicano de 150 metros cuadrados. ¿Qué más puede pedir después de haber pasado tanto tiempo confinado a un estudio parisino que no lo dejaba expandirse en su obra? *La exposición Biografía se inaugura el 17 de abril a las 19:30 en la galería de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, ENAP. L


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