Laberinto
Emilio Coco Poesía página 3 Roberto Pliego Parientes de la minificción página 3 Yolanda Rinaldi La idea de libertad página 5 David Cortés Entrevista con Adrian Belew página 10
N.o 521
sábado 8 de junio de 2013
Dolores Castro
Vicente Leñero
Pilar Jiménez Trejo Página 4
Fernando Zamora Página 8 ESCENA DE LOS ASESINOS DE DAVID OLGUÍN
El teatro mexicano del siglo XXI Braulio Peralta Página 6
MILENIO
02 sábado 8 de junio de 2013
MILENIO
antesala Albert von Schrenck-Notzing EKO
EX LIBRIS
Romanée–Conti TOSCANADAS ESPECIAL
David Toscana dtoscana@gmail.com
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n su novela Arco de Triunfo, Erich Maria Remarque nos narra una comilona que se lleva a cabo en un burdel: “Siguió después una vichyssoise de primerísima calidad. Luego rodaballo con Meursault 1933… Sirvieron después espárragos verdes, delgados. Vinieron luego los pollos asados y tiernos, una ensalada con una pizca de ajo y, para acompañar todo ello, Château St. Emilion. En el extremo principal de la mesa bebieron una botella de Romanée– Conti 1921. «Las muchachas no aprecian esto», dijo Madame. Ravic sí lo apreciaba. Le trajeron una segunda botella.” La escena ocurre en 1938. Ravic es un culto médico alemán, pero pobre, pues debe trabajar ilegalmente en la Francia de tiempos de la inminente guerra. Aunque el vino superior no alcanzaba los precios a los que se cotiza hoy, ni existía un Robert Parker que corrompiera gustos y mercados, es evidente que en la cabecera están bebiendo algo sublime, mientras que a las prostitutas, o sea, a las “muchachas que no aprecian esto” les dan un vino regular. Para un novelista es difícil situar su novela en París sin caer en la tentación de hablar de vinos, pues con esto demuestra que no es un mero turista. Fernando del Paso tiene fama de connoisseur y nos presenta en Linda 67 una serie de viandas bien acompañadas de algunos vinos, con el infaltable Château La Fleur– Pétrus 82. He visto botellas de este vino en la mesa contigua en un restaurante, donde algunos políticos se lo bebían como coca cola, sin detenerse a degustarlo, a disfrutar de sus bondades mientras se conversa con inteligencia, pero eso sí: aclarando que era carísimo. Solo mi alicaída dignidad evitó que fuera a probar los remanentes de las botellas una vez que los falsos servidores públicos se habían marchado. Tengo la impresión de que en buena medida estos excelentes vinos acaban por convertirse en perlas para los puercos, pues ya lo sabemos:
DE CULTO las clases altas son cada día más vulgares. Quienes regentean los viñedos se esmeran en obtener una calidad que impresione a los críticos, y una vez conseguido esto, el precio se eleva más allá de los bebedores sensibles. En mi infancia solía ver un programa llamado Reino salvaje. Era muy común que Marlin Perkins, el entonces director del zoológico de San Luis, anestesiara algún animal para ponerle en la oreja una placa metálica con alguna inscripción. En aquel entonces ni soñar con un dispositivo electrónico. Y aunque vaya uno a saber lo incómodo que resultaba llevar tremendo arete de por vida, el buen Marlin aclaraba que el animal no sufriría. Si alguien veía o cazaba ese animal, reportaba el sitio del hallazgo y entonces los zoólogos sabrían cuánto se había desplazado. ¿Qué tal si le pusieran a cada botella de Romanée– Conti o Château Margaux o Pétrus una diminuta tarjeta de localización? Se encontraría que algunas botellas acabarían con nuevos ricos chinos, otras con gente que hizo fortuna en la bolsa, otra más con empresarios que no pagan impuestos, otras con mafiosos rusos. Muchas, claro, con políticos ladrones. Y muy pocas con los verdaderos amantes del vino. En el burdel político y financiero de nuestra época, el Romanée–Conti no termina en manos de ese Ravic, que lo disfrutaba, sino del lado de las prostitutas que no aprecian esto. Pero tienen con qué. L
Ernesto Jiménez Olín urzoolin@prodigy.net.mx ESPECIAL
Lytton Strachey
El arte de la biografía
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uando Lytton Strachey anotó: “La historia de la era victoriana nunca será escrita: sabemos demasiado sobre ella”, el “nosotros” puede aplicarse sobre todo al Bloomsbury Group (1907– 1930), la influyente secta de filósofos, intelectuales y escritores ingleses que ayudó a socavarla en su etapa final. Clive Bell, Leonard Woolf, las hermanas Vanessa y Virginia Stephen, quienes se casarían con Bell y Woolf, respectivamente, John Maynard Keynes, Lytton Strachey, E. M. Foster y Arthur Waley fueron algunos de sus miembros más conspicuos. La historia del Bloomsbury Group puede seguirse en dos niveles: la parte personal donde los escándalos sexuales fueron la nota predominante (reivindicando el homosexualismo y el bisexualismo creían estar destruyendo el orden victoriano, pero este aspecto finalmente solo ha quedado ya como mero anecdotario) y el de las aportaciones intelectuales. En este campo, las figuras de Keynes, en la economía, y Virginia Woolf, en la literatura, han opacado un tanto al resto de los cofrades, pero todos ellos fueron renovadores en sus respectivas áreas. A Strachey le tocó hacerlo en la biografía. Eminent Victorians (1918; Victorianos eminentes, UNAM, 1995) y Portraits in Miniature (1931) son dos muestras indiscutibles de su genio. Sus críticos y comentaristas han señalado que las aportaciones de Strachey fueron el haber equilibrado la psicología con la parte histórica, aunque en realidad Freud no ocupa un sitio predominante en su teoría de la biografía, por llamarla así. “La discreción no es la mejor parte de
BITÁCORA PSICOTRÓPICA
la biografía”, reza uno de los principios que guió su labor. Otro es: “La ignorancia es el primer requisito del historiador, la ignorancia que simplifica y aclara, que selecciona y omite, con una plácida perfección que no logra alcanzar el gran arte”. Uno de sus maestros es el prosista del siglo XVII John Aubrey (1626–1697), autor de las Short Lives (la vida de Shakespeare, traducida por Augusto Monterroso, puede leerse en su libro La palabra mágica). Si el prefacio a Victorianos eminentes queda como su manifiesto para elaborar biografias, a él deben añadirse las siguientes líneas que le dedica a Aubrey en Portraits in Miniature: “Una biografía no debería ser ni tan larga a lo Boswell, ni tan corta a lo Aubrey”. Strachey en sus dos libros se ubica en el punto medio. Su elegante y preciso estilo abreva de los maestros de los siglos XVII y XVIII. Ya se mencionó a Aubrey, otro es el historiador Edward Gibbon. El estilo del autor de Decadencia y caída del Imperio romano, que tiene como base los párrafos extensos, es claramente perceptible en Victorianos eminentes. La quintaesencia de su visión y su escritura está cifrada en “El fin del general Gordon”, perteneciente a dicho libro, el más épico de sus textos, donde la levedad cede el paso a la densidad. La película Carrington (1995), de Christopher Hampton, permite acercarse a la vida de Strachey, quien a pesar de ser homosexual contrajo matrimonio con la pintora Dora Carrington. A través de ese film, también se puede conocer parcialmente al Bloomsbury Group. L Xavier Velasco
Para celosos, los vicios.
MILENIO LABERINTO Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía
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LABERINTO
antesala
Escúchame Señor
Parientes de la minificción
La presencia divina como alivio a la soledad, la enfermedad y el desamparo, la obnubilación como tributo al mundo real, determinan el temperamento lírico de un hagiógrafo de la fe y el escepticismo POESÍA
RESEÑA Roberto Pliego robertopliego61@gmail.com
Emilio Coco
Perdóname Señor si en la iglesia esta mañana me desconcentré a causa de una belleza portentosa que me conturbó a mis setenta y un años mientras tomaba la hostia consagrada. Sea alabanza y gloria a ti yo susurré por esta maravilla que nos diste la prueba más probada de la magnificencia de todo lo creado. Gracias Señor por la criatura que sacudiéndose la lluvia de las alas se aproxima a saltitos circunspectos a picotear del pan una migaja casi bajo mi pie mientras espero sentado en una banca el autobús que me regrese a casa luego de una noche insomne en hospital. Gracias desde el alma por la compañía. Gracias por no atemorizarla. Traducción del italiano de Marco Antonio Campos
ESPECIAL
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milio Coco (San Marcos in Lamis, 1940) es hispanista, traductor y editor. Como poeta ha publicado: Profanazioni, Le parole di sempre, Contra desilusiones y tormentas y El don de la noche y otros poemas, y recientemente, el sello El Tucán de Virigina publicó la edición bilingüe de Escúchame Señor, del que tomamos los versos que aparecen en esta página. Emilio Coco es conocido en nuestro país por su gran interés en la literatura en lengua castellana y por sus traducciones de algunos poetas como Rubén Bonifaz Nuño, Eduardo Lizalde, Hugo Gutiérrez Vega, José Emilio Pacheco, Francisco Hernández, José Luis Rivas, Coral Bracho y Héctor Carreto.
L
a idea de convocar a un puñado de narradores para armar un libro monográfico se ha vuelto una seña de identidad del sello Cal y Arena. Importa poco si celebra el futbol, los alfabetos de la lujuria, las canciones de José José o los abismos insalvables entre madres e hijas; se trata de probar que no hay hecho, actividad o territorio que no sirva a la literatura. Le ha llegado el turno a los anuncios clasificados, esas botellas al mar que podrían pasar por los parientes pobres de la minificción pero también por surtidores de historias que esperan el momento de ser contadas. Qué aguarda, por ejemplo, tras el umbral de la casa de verano en renta que se anuncia en letra menuda o qué sorpresas depara la frase “Busco hombre soltero, excelente presencia, sensible al arte”. Constataciones de que tras el sentido literal de los anuncios clasificados hay otro sentido que solo se revela cuando leemos entre líneas los trece relatos que Delia Juárez G. ha compilado sobre la base de que resulten asombrosos, humorísticos, fantásticos. El libro finca su atractivo en la variedad de estilos, motivos y atmósferas. Hay cabida para la antropología sentimental (“Amor de madre” de Mónica Lavín), la prospección científica (“Una muerte ensoñada” de Ana Clavel”), la embriaguez sexual (“Una novela por palabras” de Fernando Iwasaki, “Se renta departamento” de Carlos Velázquez); y también para la derrota (“Nada que ofrecer” de Bibiana Camacho), la parodia (“La nueva Barbie– cerdo” de Carmen Villoro), los sinsentidos de la contracultura (“Se solicita abducción” de J. M. Servín, “Gramsci, ¿por qué me has abandonado” de Daniel Espartaco Sánchez) y la mera fascinación por la especie humana (“Cafetera Bunn” de Guillermo Fadanelli). Puesto a declarar mis preferencias, me quedo con los relatos de Naief Yehya, Iván Ríos Gascón, Carmen Boullosa y Bernardo Esquinca. El primero de ellos, “Se solicitan lectores”,
apuesta por un escritor cansado de lidiar con sus seguidores, un atajo de ignorantes. Tal decisión anuncia los verdaderos objetivos del relato: exponer el ánimo depredador que corre a través de las redes sociales y la megalomanía sobre la cual reposan algunas carreras literarias. “El gabinete del doctor Dwight” de Iván Ríos Gascón ironiza sobre esa tradición que hermana la psiquiatría con ciertas doctrinas esotéricas. Es de agradecer que mire desconfiadamente estas nupcias con un humor bien temperado, un bien escaso en la narrativa mexicana, tan propensa a últimas fechas a la mueca y la risotada. De “Hamleta por aviso oportuno” de Carmen Boullosa, una versión femenina del príncipe de Dinamarca en el Nueva York que no acaba aún de reponerse de los atentados del 11 de septiembre de 2001, conviene destacar la originalidad con la cual transforma a la maternidad en un ingrediente de la venganza. Por último, “Como dos gotas de agua que caen en el mar”, de Bernardo Esquinca, se instala en esa zona en donde confluyen la fantasía y el terror. No es solo una declaración de amor al Centro Histórico de la Ciudad de México sino una prueba más de que la ficción afortunadamente es real. Decía Guy Davenport que un buen escritor podría encontrarle acomodo en un poema o en un texto breve a todas las palabras de su idioma. Muchos de quienes fueron convocados a los Anuncios clasificados cumplen cabalmente el aserto de Davenport. No menos importante es que responden a la pregunta sobre el estado del cuento en lengua española.L
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literatura MÓNICA GONZÁLEZ
Dolores Castro
“Cuando se es feliz, uno nada más envejece del cuerpo” A los noventa años, la autora de Sonar en el silencio es motivo de homenajes y celebraciones y su obra es reeditada y traducida. En esta conversación hace un repaso de sus años de juventud, de sus amigos y su matrimonio con el también escritor Javier Peñalosa ENTREVISTA Pilar Jiménez Trejo Niña de los espantos, mi corazón caído, ya ves, amada, niña, qué cosas digo. (Fragmento del poema “Sitio de amor” que Jaime Sabines escribió para Dolores Castro)
A
sí describía a la autora de ¿Qué es lo vivido? Julio C. Treviño en su Antología de Mascarones: poetas de la Facultad de Filosofía y Letras, publicada en 1954: “Su nombre es ya definitivamente conocido y va asociado casi siempre al de Rosario Castellanos, y tanto que algunos han querido ver semejanzas entre ambas poetisas; sin embargo estamos convencidos de que Dolores Castro imprimió desde un principio a su obra características muy propias, difícilmente conciliables con influencias próximas No obstante, creemos reconocer en su primera época ciertos lugares afines a la corriente general de los últimos años, en su aspecto formal; nos referimos al verso largo, prolongado a verdaderos párrafos, de metáfora dura y complicada. Los últimos poemas de Dolores Castro nos muestran un nuevo acento, más propio y más auténtico, limpio de retórica alguna”. En ese libro se seleccionaban poemas de nuevos escritores que entonces estudiaban en el legendario edificio de Mascarones, como Luis Rius, Miguel Guardia, Rosario Castellanos, Jesús Arellano, Luisa Josefina Hernández, Héctor Azar, Margarita Paz Paredes, Tomás Segovia y Jaime Sabines, entre otros. El pasado 12 de abril Dolores Castro cumplió noventa años. Se ha llamado a sí misma la superviviente de una generación, y ha ido en los últimos meses de la celebración al homenaje, y de reediciones a nuevos títulos. “La verdad es que me he quedado muy sorprendida de tanto homenaje porque a lo largo de mi vida a veces sí se me reconocía, no digo que no, pero sobre todo al principio casi no se me hacían caso. Empecé a publicar un poco tarde y mis dos primeras obras no tuvieron mucha difusión. Corazón transfigurado, que apenas fue una plaqueta, ahora le hicieron una edición bilingüe en Estados Unidos, con una muy buena introducción de Alessandra Luiselli y traducción de Francisco Macías Valdés. Para mí ese poema fue diferente a todo lo demás que he escrito, era la primera vez que hablaba del origen, de mi estancia en el mundo, todo me salió a borbotones, en un tono muy cerca de lo literario. Se publicó en 1949 pero lo escribí en el 48, ya había ganado un primer premio en un concurso de la Sociedad de Alumnos en la Facultad de Filosofía, tenía la semilla de lo que había de ser este libro. En esos años conocí a los directores de la revista América, Marco Antonio Millán y Efrén Hernández, y fue precisamente este último quien me pidió un poema largo y que si fuera posible en endecasílabos; yo nunca tampoco pretendí hacer endecasílabos perfectos, pero así salió el poema.” Después, lo que ha escrito ha sido poesía en verso libre, más o menos distante de lo que fue el romanticismo y el modernismo,
La poeta en su biblioteca
porque pensó que para dar un paso atrás solo en un baile de minué, pero no en poesía. “Hice la carrera de Literatura Española y leí mucho sobre poesía clásica y contemporánea, generalmente lo que veíamos con más atención en clases era el Siglo de Oro. Sí, me formé en los clásicos, pero después leí todo lo que se publicaba en España, tanto a los poetas que querían resucitar a Góngora como a los de la Guerra Civil como Miguel Hernández, y a los que llegaron como refugiados, sobre todo Pedro Garfias. Creo que la lectura de poesía te va formando para lograr una manera de expresarte y pensar en imágenes; pero uno tiene que dar algo aparte, y ese algo tiene que estar relacionado con el momento en que se vive.” Por eso, lo que ha escrito después ha sido muy diferente. Ante todo, le ha preocupado que lo que diga sea en un lenguaje muy preciso y esencial. ¿Era ésta una preocupación compartida con Rosario Castellanos? En 1950, las dos éramos mujeres que podían captar o entender mucho más de lo que estaba ocurriendo, fuimos, creo, un poco la punta de flecha, porque a pesar de que ya estaban Concha Urquiza, Margarita Michelena, Margarita Paz Paredes, Guadalupe Amor o Griselda Álvarez, queríamos más cambios. Griselda era también como nosotras, quería algo nuevo, aunque ella hacía sobre todo sonetos. Margarita Michelena era como la más madura, pero todas queríamos una transformación. Y ese cambio surgió de forma milagrosa al conjuntarse la llegada de los intelectuales españoles que vinieron como refugiados, el arribo de latinoamericanos como Tito Monterroso, Otto Raúl González y otros que venían de una revolución o que después se fueron a Nicaragua a la hacer la Revolución; entre ellos recuerdo a Ernesto Cardenal y Ernesto Mejía Sánchez , ambos participaron en la revolución sandinista.
Sin embargo, a pesar de estar entre intelectuales era una época difícil como mujer. Creo que la amistad entre Rosario y yo fue importante por muchos aspectos, pero principalmente porque nos dio fortaleza. Las dos éramos tímidas, cuando estábamos reunidas nos decíamos: “¿nos atrevemos?”, ¡Y nos atrevíamos! Además, antes de entrar a la Facultad de Filosofía ingresamos a la de Leyes, que era horrible, porque había como una resistencia de los muchachos en contra de que hubiera mujeres, y a veces también de los maestros. Rosario se quedó poco, yo sí me estuve los cinco años, y era muy difícil. Un semestre trabajé en un despacho de abogados y allí fue donde me di cuenta de que estaba perdiendo el tiempo, pero no me atreví a dejar la carrera porque primero le había dicho a mi papá que quería estudiar literatura, y él me dijo que por qué mejor no escogía cocina, repostería o alguna de esas manualidades que se aprenden con las monjas. Entonces le dije: ‘Voy a estudiar leyes’. Y él me aseguró que no iba a poder, me advirtió: ‘Cuando repruebes una materia puedes decir que tu carrera está terminada, porque a mí no me gustan los fósiles y menos en una universidad’. Eso me dio mucho ímpetu y terminé la carrera de leyes aunque nunca ejercí, pero no me arrepiento pues es cultura general. “Paralelamente, Rosario y yo nos metimos a la Facultad de Filosofía y Letras, ella para estudiar filosofía y yo literatura, y allí nos la pasábamos muy bien. La vida ahí era hermosa, nos reuníamos con gente que
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LABERINTO
literatura ARCHIVO DOLORES CASTRO
decir tanto en un solo poema? Quizá eso fue lo que aprendí de la amistad con Jaime, que era necesario ser claro, contundente, esencial, específico. Creo que lo que tiene que hacer el poeta es comunicar lo que ha descubierto, pensado y sentido a toda la gente, no solo a la que sabe de literatura, porque en la poesía hay dos momentos: uno es expresarse, pero también comunicarse, porque si uno no se comunica, lo he dicho muchas veces, es como estar hablando solo, y si uno habla mucho solo se vuelve loco.
De izq. a der. Rosario Castellanos, Jaime Sabines y la autora de Corazón transfigurado
estaba muy interesada en revistas, nos prestábamos libros, muchos que me sirvieron para ponerme al día en la literatura mundial, porque Ernesto Cardenal, Tito Monterroso y Ernesto Mejía Sánchez eran ávidos lectores y sabían muchísimo de poesía. Nos juntábamos también con Fedro Guillén y Wilberto Cantón e hice amistad con los de teatro. Me acuerdo que la primera vez que estaba en una clase de filosofía, delante mí estaba uno de mis compañeros que tenía un cuello hermosísimo, y pensaba: qué hombre más guapo; luego me di cuenta de que era gay. Yo era muy inocente, después me fui enterando de que muchos a mi alrededor eran por el estilo, y entendí que esa sensibilidad especial que tienen algunos homosexuales les ayudaba para estudiar literatura. ¿También tuvieron buena amistad con otros escritores como Luis Rius o Jaime Sabines? Jaime entró un semestre después que yo. No era mi compañero de clases, no me acuerdo quién me lo presentó o si él mismo se presentó. Era muy buen amigo de Sergio Galindo, con quien en lugar de quedarse en el café se iba a tomar una copa a la cantina. También fue muy amigo de Fernando Salmerón, que se casó con una de mis hermanas. Yo creo que Rosario y Jaime no se conocían a pesar de que los dos eran chiapanecos. Estoy segura que fue en la facultad donde se hicieron amigos. Al principio, él era más amigo mío porque Rosario se la pasaba en sus clases de fi losofía. ¿Y usted nunca supo que él le escribió el poema “Sitio de amor”? No, yo no sabía que Jaime me había dedicado ese poema, él nunca me lo dijo, ni se lo pregunté, aunque tuve la intuición de que el poema era para mí, incluso se lo comenté un día a Enriqueta Ochoa, y ella me dijo: “¡Claro que no, cómo crees!”. Yo veía que Jaime estaba solo en la Ciudad de México y con quien tenía más amistad de las mujeres en la Facultad era conmigo. ¿Y por qué imaginó que era para usted? Por lo que dice, porque nos encontrábamos en la cafetería de Mascarones, y no nos encontrábamos, por eso que dice el poema de “todo eso que tú haces y no haces a veces es como para estarse peleando contigo”. Allí él habla de la inteligencia con la que la percibía, cuando dice en el poema: “Cosas que no conozco, que no he aprendido, contigo, ahora, aquí, las he aprendido”. Sí, éramos buenos amigos, conversábamos, pero la verdad es que a veces Rosario y yo preferíamos huirle a Jaime, no porque fuera un conquistador, no, eso nunca lo fue, sino más bien porque era tan guapo que era difícil estar cerca de él. Pero no era un conquistador, ni era de esas gentes que se sienten muy guapas. No, no, Jaime era un hombre humilde, buena persona, no estaba de acuerdo con hipocresías ni con políticas. Fue político quizá por su hermano Juan, pero él no era político. Era un hombre directo, soñador, y un muy buen poeta; el primer poema que conocí de él fue “Horal”, y dije: “¡Ah! Éste sí es un poeta” ¿Cómo
Siempre la han relacionado con Rosario Castellanos, y me da la impresión de que su amistad quizá también se sostuvo en que eran muy distintas en vida y obra. Sí, éramos muy diferentes. Coincidíamos en que a las dos nos gustaba mucho leer. Pero a mí también me gustaba bailar, tener novios, conocer mucha gente y nuestra historia familiar también era muy distinta. Rosario tenía unos papás que no se llevaban bien, quizá con la muerte de su hermanito empezó esa separación, y vivía una vida muy triste, no se entendía con su papá, que era muy melancólico, y tenía una poca y no muy clara comunicación con la mamá, porque tenía un modo de pensar muy distinto. Era una señora alegre pero en un apartamiento terrible de todo lo demás. Y en mi casa pues, sí, había discusiones constantes, mis papas eran muy diferentes el uno del otro, pero se quisieron hasta el final de sus vidas. Fuimos juntas un año a España a estudiar a la Universidad Complutense, discutíamos y a veces nos peleábamos. Nos fuimos juntas porque ella me invitó, Rosario era la de los dineros, yo no, yo contribuí con lo poco que me mandaron mis papás, vendí mi única maquinita, y Rosario en ese aspecto se portó muy bien, era muy generosa con el dinero, pero sí, a veces no coincidíamos, porque siempre fui muy alegre, un poco despreocupada. Usted se casó con Javier Peñalosa. ¿Cómo fue ese encuentro con uno de los integrantes del grupo de los Ocho Poetas Mexicanos? Lo conocí porque el director de la escuela Carlos Septién García, Alejandro Avilés, tenía una sección en El Universal, que se llamaba algo así como “Grandes poetas”, y él fue el primero que entrevistó a los ocho poetas que después formamos ese grupo. Entre esos ocho nos conocíamos algunos pero yo no conocía a Javier. Entonces lo conocí en una reunión a la que nos invitó Rosario, y quedé impresionadísima de su inteligencia, de su sensibilidad y de su poesía. Después él nos invito a su casa para que viéramos su nacimiento, todos los años ponía uno, y yo empecé a ver cómo se portaba con su familia, y era un hombre muy generoso. Javier nunca estudió, era autodidacta, aprendió a leer y a escribir solo, no fue a la primaria ni a la secundaria, y cuando fue a la Universidad era para dar clases de ensayo en la Ibero o la Septién. Nos casamos en septiembre de 1953, y puedo asegurar que mi vida con él fue maravillosa. Tuvimos siete hijos, porque éramos muy felices; en realidad él me resolvió muchas cosas de la vida y por eso pudimos tener siete hijos, que a veces les faltaba un calcetín, quizá, pero nunca les faltó amor ni una convivencia pacífica, agradable. Nos entendíamos, me respetaba como persona, como escritora, como compañera. Es fácil percibirla como una mujer feliz, amorosa. Hay problemas graves en cuanto a ser una mujer vieja, una mujer sorda, no poder caminar mucho, y que a veces se queda en un rincón. ¿Qué sucede con esa mujer vieja? Empieza a pelear con todo el mundo porque ya con el hecho de decir: “¿Qué? ¡Eh!”, es fastidioso para la gente que la escucha. Sin embargo, en los últimos meses me quieren ver y escuchar y hacer homenajes, pero aquí hay una contradicción: cuando yo era joven casi nadie me hacía caso: en primer lugar era mujer y escritora, en una época en que las mujeres no tenían mucha cabida; era morena y eso en México sí cuenta; era flaca y no muy sexy, y mis libros casi nadie los conocía. En cambio ahora me reeditan, me traducen, me publican obras completas, y hasta tengo una página de Facebook, y no es porque quiera ser absolutamente joven sino porque uno nada más envejece del cuerpo. Ahora claro que pienso en la muerte, a quien ya no le tengo terror como cuando era niña, ya a mis años la veo como un paso necesario de todos los que he tenido que dar en la vida. L
La idea de libertad Una vida: infancia y juventud Federico Álvarez Conaculta México, 2013 310 pp.
RESEÑA Yolanda Rinaldi
C
ada libro tiene un sentido que lo motiva y vivifica. Y cuando los años pasan y marchitan muchas cosas del ayer, temeroso, surge el texto autobiográfico, como una necesidad de reconstruir un pasado, acordar tiempos, unificar nostalgias: crear un mundo propio. Una linda idea, Borges dixit. Pienso lo anterior al leer Una vida: infancia y juventud, el más reciente libro de Federico Álvarez Arregui (San Sebastián, España, 1927), quien volcó una época de su vida, experiencias, búsquedas, reflexiones, que no tienen desperdicio en su conjunto. Álvarez no acusa, configura la creación de un narrador objetivo, que va atando pasajes de la infancia, adolescencia, juventud, exilio. A despecho de su ocupación absorbente como catedrático de la UNAM, Álvarez se dedicó a cumplir con su compromiso personal, descubrir a sí mismo las nieblas de su país de origen y los episodios en las estaciones circunstanciales donde vivió su exilio como hijo de republicanos españoles. El texto no es un desahogo de amarguras; algunas veces, las autobiografías sirven para esa función, no es este el caso. Tampoco supone (freudianamente) el placer para reconstruir lo perdido. El relato deja de ser la aventura del autor para convertirse en suceso de la escritura, porque lo que Federico Álvarez solicita directamente es la reflexión sobre la palabra que describe esos recuerdos hilvanados; resulta una realidad rica, un trabajo enriquecido por miles de personajes próximos y lejanos que han pasado por sus 87 años como parte de su paisaje vital. No ofrece a sus lectores un retrato de la España de la Guerra Civil porque “todo ya se ha dicho”, más bien le apuesta al lenguaje e invita a descubrir nuevos contenidos del tema, otras intuiciones, otras significaciones; porque en esas memorias hay un trasfondo, la tarea: encontrarlo, constatar la máxima de Eliot: “el hombre solo puede soportar la realidad en pequeñas dosis”, Álvarez, antiguo militante comunista, desmenuza en esas líneas sus alegrías, descubrimientos, abandonos, sus aventuras en San Sebastián a los nueve años. Luego, su arribo a Cuba en 1940, con su hermana Tere, en el barco Magallanes, para reunirse con sus padres. El nuevo proyecto de vida se abre, la militancia política, la música, la ingeniería, los arrebatos sentimentales, la fogosidad erótica. Después vino el salto a México, donde comparte cómo llegó al encuentro de la literatura y la filosofía. ¿Qué idea subyace en el fondo de su autobiografía?: la idea de libertad, que es la más cara para el ser humano, parece decirnos. Tiene cuidado en establecer una relación entre este hombre libre, mayor, con aquel niño de su primera libertad. En Una vida: infancia y juventud transmite una imagen perspicaz, un dibujo de los Federicos, inclusive el narrador, quien implacable, conmovedor —a su pesar—: “Tengo ochenta y seis años. Me imagino a mí mismo esperando tranquilo la muerte. Es una imagen que me satisface (…) sereno, sin grandes dolores (…) Estoy en mi casa, en mi cama, tal vez sentado en un sillón (…) Y hago lo que se supone que hacen todos los condenados a muerte: paso revista a mi vida y me pregunto por lo que he hecho (…) Hay que conversar con uno mismo en el umbral, que es tanto como ver la vida de lejos; nacer de nuevo (…) Hace mucho que fui consciente —y no es poco— de vivir la vida, una vida. Pero solo ahora, en los momentos en que se está terminando mi tiempo, me resulta posible verla y protestar tan solo ante cuanto —trágico y venturoso como siempre— ya no podré ver.” A Federico Álvarez no le interesa tanto él mismo, sino la atmósfera de creación de sí mismo. Por eso quizá atribuye mucha importancia a la forma como fue educado, los abuelos, las vacaciones, etc., hasta desembocar en ese Federico que con todo y obstáculos siempre decide su vida. Era de suponer que esta vida novelada se parece mucho a la vivida por Federico Álvarez, pero resulta que el autor solo entrega una lección de aprendizaje y un sondeo para la muerte. L
LABERINTO
Por sus nombres los conoceréis
El teatro del siglo XXI Una posible antología de la dramaturgia mexicana, de los nacidos entre 1950 y 1980 Braulio Peralta
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ernando de Ita publicó en 1991 una antología bajo el nombre de Teatro mexicano contemporáneo, con 16 autores que van de Rafael Solana (1915) a Víctor Hugo Rascón Banda (1948). De esa antología quedan vivos Luisa Josefi na Hernández (1928), Vicente Leñero (1933) y Juan Tovar (1941). El resto ha muerto aunque algunos sobreviven en la escena con su dramaturgia, cuando de vez en cuando las autoridades deciden montar sus obras. Toda antología es arbitraria y el realizador decide quiénes y por qué. Queda claro que la de De Ita comprende la mitad del siglo XX y quedaron excluidos nombres como los de Héctor Mendoza, Antonio González Caballero, Felipe Santander, Hugo Hiriart y Sabina Berman, entre otros que tenían los mismos o mejores atributos que los seleccionados, como reconoce el antologador en su introducción. Publicada por el Fondo de Cultura Económica, la obra fue encargo del Ministerio de Cultura de España para conmemorar el Quinto Centenario del descubrimiento de América, pensada para público español y, de paso, para México. Ninguna de esas obras se escenificó —al menos una vez—, en la Península Ibérica. Cubrieron un requisito y se acabó. A España no solo no le despiertan interés nuestras propuestas, sino toda América Latina. Aun cuando Emilio Carballido, Sergio Magaña, Hugo Argüelles y Elena Garro son imprescindibles de la escena contemporánea en castellano. De Luisa Josefina Hernández tengo dudas. Una excelente maestra de géneros teatrales cuyas obras no han resistido un montaje —prueba fi nal del texto dramático. Lo mismo pasa con Jorge Ibargüengoitia, al que siempre le adaptan sus textos (mejor novelista y crítico de teatro, que dramaturgo). Rafael Solana, Luis G. Basurto y Héctor Azar eran prescindibles, según se corrobora con el tiempo. En cambio, un acierto la inclusión de Óscar Liera, Óscar Villegas, Carlos Olmos y un poco menos Jesús González Dávila —que sobrevivió con una pieza, De la calle, montaje de Julio Castillo, mejor dirección que texto dramático. Con todo, una antología fundamental para arrancar hacia una nueva de los nacidos a partir de 1950, con una apuesta estética de los próximos 25 años. Y seguir la discusión. De los seleccionados me quedo con los vigentes, con sus montajes. Por sus nombres los conoceréis. Quiero insistir en Elena Garro, rara avis de la dramaturgia, que estrenó Andarse por las ramas, Los pilares de Doña Blanca y Un hogar sólido, dentro del movimiento de Poesía en Voz Alta, dirigido por Héctor Mendoza (él escenificó las piezas en 1957). O Los perros, que dirigió Sandra Félix y nos estremeció de ira. O Felipe Ángeles, en la antología de Fernando de Ita, una pieza enfebrecida de historia y poesía, que da cuenta de la traición y la soledad de un incorruptible ante la ausencia de patriotismo. La Garro se agiganta en el tiempo con su literatura sin que merme la maledicencia por sus desaciertos en el movimiento estudiantil de 1968 —algunos escritores tuvieron que ampararse para no ser detenidos—, por la lista
de nombres que ella dio a los medios de información. Los errores humanos son fechados en la vida, pero las obras son del destino.
CLAUDIO VALDÉS KURI
XIMENA ESCALANTE
FLAVIO GONZÁLEZ MELLO
SABINA BERMAN
LUIS MARIO MONCADA
LEJOS DEL NACIONALISMO No creo en la dramaturgia como concepto nacional o, peor, nacionalista. Ese fue el error estético del padre del teatro, Rodolfo Usigli, enamorado de Europa pero nacionalista. La antropología teatral es cosa del pasado, si bien fue necesaria en algún momento de nuestra historia. De Ita alude a Malkah Rabell, pionera de la crítica teatral del siglo XX junto a Luis Reyes de la Maza, antes que Olga Harmony: “los dramaturgos de la nueva era son mexicanistas, realistas y profesionales”. Agrega De Ita: “la mayor parte de estos autores vienen, como ya se ha dicho, de la provincia, donde las costumbres sociales y las inquietudes artísticas intelectuales siguen atadas al siglo XIX”. Ya no en varios casos. Hoy los escritores tienden a lo universal, son cosmopolitas o lejos del sentir provinciano que se utiliza peyorativamente, como si fueran de segunda cuando hay autores de la República Mexicana, buenos y malos. Dramaturgos que han roto las reglas estéticas, anquilosadas. Adiós al nacionalismo trasnochado en un mundo abierto, universal. Los autores buscan internacionalización sin dejar de ser mexicanos con identidad. Donde se escribe de la realidad, sí, pero se ficciona la vida. Es difícil ubicar el momento en el cual se transformó la línea tradicional para escribir textos teatrales, hoy más cerca de la hibridez en formas y estilos literarios aun inclasificables. Ya no funcionan los géneros que se explican en el libro de Eric Bentley La vida del drama o en Teoría y composición dramática de Luisa Josefina Hernández. Las fronteras entre tragedia, comedia o melodrama desaparecen. El concepto de desarrollo, nudo y desenlace resulta convencional y se juegan indistintamente. Podemos escribir como sea y ser “modernos” –lo que no quiere decir que, solo por eso, las obras sean excepcionales. Un autor como Antonio González Caballero pasó del costumbrismo de su obra El medio pelo a El Stupendhombre, un realismo más evolucionado, escrita en 1971 (este año cumple diez de muerto, sin mayor interés de autoridades por recordarlo). O la misma Elena Garro, con ecos del surrealismo y poco apegada a un género, con influencias poéticas innovadoras. O la aparición de Hugo Hiriart, lejos de lo que hace su generación. Qué decir del movimiento de Poesía en Voz Alta, incomprendido en su época y ahora punto nodal para la experimentación teatral. (Y antes, la fundación del Teatro Ulises que impulsó Antonieta Rivas Mercado y dio un aire fresco, rebelde, a la escena mexicana tan dada al costumbrismo y el respeto irrestricto a los géneros y estilos). Pero los maestros Hugo Argüelles y Emilio Carballido seguían en el canon teatral. Unos alumnos continuaron su escuela y otros la rompieron. Y algunos críticos de teatro perdieron la pista. Resultado: quedaron los que evolucionaron.
Así, los nuevos dramaturgos de los años 50 del siglo XX en adelante están transformando el panorama teatral. Me atrevo a decir que en varios sentidos hay mejor teatro escrito que el pasado, con textos brillantes en puestas en escena, el cometido final. Desde luego que sigue funcionando el canon tradicional de la dramaturgia, y Sabina Berman o Víctor Hugo Rascón Banda son ejemplo de primera línea, los mejores alumnos de Hugo Argüelles, los más innovadores —aunque mi elección sería la Berman. Lo mismo pasa con Óscar Liera, Carlos Olmos y Óscar Villegas, este último, con una obra, La Atlántida, que lo hace hermano de otro grande, para mi gusto el mejor junto con Carballido: Sergio Magaña. Y Liera, de los antologados el más representado, después de Carballido. De Ita apostó por lo nacional en vez de encontrar ecos de temas universales en la escena. Hiriart, González Caballero, Mendoza —y un raro de la dramaturgia, LA LEY DEL RANCHERO, DE HUGO Gerardo Velázquez, único autor eficaz del teatro del absurdo en el país— daban la posibilidad, junto con Sabina Berman y Elena Garro, de encontrar una compilación de autores más disímiles y a la vez un abanico amplio del teatro. Es su apuesta antológica, nacionalista, muy respetable. Per o un ramillete de autores heterogéneo daría la diversidad que no se advierte. Insisto: un derecho. Y por eso se antoja una nueva concepción antológica de los últimos años. LOS RENOVADORES DEL LENGUAJE TEATRAL Los 70 fueron fundamentales para estudiar las innovaciones de la dramaturgia. Héctor Mendoza, el primero. Lo acusaban los críticos de no conocer géneros y estilos, y sí: fue pionero en el país en perder el respeto a las concepciones teatrales, o en copiar a los clásicos para adaptar sus obras a los tiempos. ¡Justo lo que ahora realizan tantos autores o directores de teatro! Muy bien, en casos excepcionales, y en otros, un desastre. El movimiento surgió por la preeminencia del director que impuso un criterio estético y narrativo a dramaturgos embelesados con ser la figura nodal en la escena, el que exigía respeto a sus comas, anotaciones y cuanta ocurrencia deseaban, incluida la selección del reparto de actores. Eso, en favor de la escena, cambió positivamente. Está testimoniado ese debate de director–dramaturgo, un capítulo que aquí solo queremos acotar porque no se entendería la nueva dramaturgia sin aquel
BREVE SILBIDO DESDE EL EXIL
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IO, DE JOSÉ ALBERTO GAL LAR
movimiento que brindó aires de renovación y dinamismo a la escena. Directores como Julio Castillo, Juan José Gurrola, Luis de Tavira, Ludwig Margules, Germán Castillo, José Caballero… Un movimiento que provocó nuevas figuras, por independencia y por capacidades creativas que continuaron otras generaciones como Jesusa Rodríguez en primerísimo lugar, seguida de Mauricio Jiménez, David Hevia, Jorge A. Vargas, Claudio Valdés Kuri y, más recientemente, Richard Viqueira o José Alberto Gallardo. O SALCEDO Adaptadores o autores de sus montajes con la irreverencia de faltar el respeto a la tradición, o realizar sus propios textos para un público de pensamiento abierto. ¿Abusos? Algunos, pero no cabe aquí discutirlo. México ha tenido propuestas que han trascendido al país y se han representado con éxito en el extranjero. Desde Juan Ibáñez con Divinas palabras, pasando por Julio Castillo con De la calle, Héctor Mendoza con In Memoriam, Jesusa Rodríguez con Don Giovanni —y ahora con Las cartas de Frida—, Mauricio Jiménez con Lo que cala son los filos y Jorge A. Vargas con Amarillo (basado en textos de Gabriel Contreras), para cerrar con Claudio Valdés Kuri, nuestro director más internacional con De monstruos y prodigios: la historia de los castrati y El gallo. Han sido, la mayoría, propuestas basadas en la concepción del director. De antemano lo escribo: no considero serio apostar por un texto dramático si esa obra no pasa la prueba del escenario y el público. Lo repito: No creo en textos dramáticos si no comprueban su eficacia literaria en una puesta en escena. En esto basamos una posible antología del nuevo teatro. Aunque, es verdad: hay directores que echan a perder un texto, o peor, dramaturgos que dirigen mal su propio material para la escena. Con todo, el valor de una dramaturgia emerge aun en pésimas representaciones. El público sensible oye el diálogo y olvida el montaje cuando hay literatura en un autor mal comprendido. Como se deduce de lo escrito, cada vez me gustan menos los directores tradi-
DO
de portada cionales con su dramaturgo ídem. Ese teatro ha sucumbido en espectáculos convencionales o, peor, comercial, no para los que exigen innovación lingüística, kinésica y proxénica; búsqueda y ruptura sin resquebrajamiento de la mejor tradición, como única posibilidad de renovación escénica y escritural. LA APUESTA POR LOS NUEVOS DRAMATURGOS Una antología de los dramaturgos nacidos entre 1950 y 1980 se hace indispensable, con los riesgos en la selección. Habrá otras, y eso será bueno. Esta sería una, con textos que han ido de la mano con el ritmo de la obra. No textos bien escritos pero que no funcionan en la escena, por la dirección o porque el montaje salió de las intenciones dramatúrgicas —un divorcio común. Obras que no hemos seleccionado por su éxito de público, sino porque responden a necesidades de un teatro contemporáneo que avanza en su renovación. ¿Es una apuesta arriesgada? Sí. El teatro es riesgo. ¿No hay democracia en esta selección? No. El arte es arbitrario. Autores que al menos con una de sus piezas abren caminos de reflexión para el futuro del teatro escrito en los últimos 60 años. La diversidad de obras de los autores seleccionados es fundamental para entender esta concepción. Al final solo quedará una de las obras de cada uno.
LA ANTOLOGÍA POSIBLE Sabina Berman (D.F., 1956), con obras como Molière, Feliz nuevo siglo Doktor Freud y Entre Villa y una mujer desnuda. La dramaturga ha pasado a formar parte de los consagrados por público y crítica. No necesitaría presentación. Pero es sano revisitarla y reafi rmar a una escritora universal con temas inéditos para un país aún provinciano. David Olguín (D.F., 1963), con obras como Dolores o la felicidad, Clipperton, o su trilogía conformada por Los asesinos, Los insensatos y La lengua de los muertos. En el abismo de la ficción y la realidad, lo mejor de la tradición literaria se encuentra en sus obras. El mejor de su generación. Martín Zapata (Chilpancingo, Guerrero, 1963), con arriesgadas atmósferas provenientes de la literatura en obras como El insólito caso del Señor Morton, El misterio de Abel Brockenhaus y El siniestro plan de Vintila Radulezcu. Su obra es universal, policiaca, endemoniadamente híbrido de géneros, buscador de personajes perdidos en las páginas de libros clásicos para reinventarlos. Luis Mario Moncada (Hermosillo, Sonora, 1963), con obras como Superhéroes de la aldea global, 9 días de guerra en Facebook y Un soldado en cada hijo te dio. Un caso atípico que se interesa por desenmarañar historias inconclusas para recrearlas y repensarlas. Y un gran adaptador de clásicos que reinventa con enorme eficacia literaria. Hugo Salcedo (Ciudad Guzmán, Jalisco, 1964), con tres obras a prueba de crítica: Música para balas, El viaje de los cantores y La ley del ranchero. El trabajo de un solitario y acaso incomprendido dramaturgo que sin duda ha roto el aislamiento con la solidez de su obra. Él crece en el tiempo. Ximena Escalante (D.F., 1964), va de lo clásico a la biografía en sus incursiones teatrales con Fedra y otras griegas, Yo también quiero un profeta y Colette. Su avezada búsqueda de los clásicos la hace experta en dominar textos donde otros fracasan.
Claudio Valdés Kuri (D.F., 1965), el menos localista de los directores que con obras en coautoría está en la escena mundial con De monstruos y prodigios: la historia de los Castrati (al alimón con Jorge Kuri), y El gallo, ópera para actores, en libreto musical de Paul Barker. Un caso insólito donde la dramaturgia empata con su dirección, incomparable. Humberto Leyva (Nueva Rosita, Coahuila, 1966), una trilogía lo dice todo de él: Naturaleza muerta y Marlon Brando, Stabat mater y Animales insólitos. Sin los mitos no hay arte verdadero. Sin individuo no hay colectividad. Sin intimidad no hay sociedad. Es el solitario universal. Elena Guiochins (Veracruz, 1969). Ha realizado obras tan complejas como Prendida de las lámparas o Connecting People, donde el fraseo las hace únicas. La más radical en su propuesta estética, apuesta por la resignificación de las palabras para comprender el pasado y el presente.
México ha tenido propuestas que han trascendido al país y se han representado con éxito en el extranjero
Flavio González Mello (D.F., 1967), con 1822, el año que fuimos imperio o Lascuráin o la brevedad del poder, se colocó entre los fundamentales de estas nuevas generaciones. Sin historia no hay comprensión posible. Ni futuro. Martín López Brie (Buenos Aires, Argentina, nacionalizado mexicano, 1975), con El culebra, El crimen del Hotel Palacio y Simón Bruma es más que solo promesa literaria. Sólido escrituralmente, sus obsesiones son los olvidados en la historia, la ciencia y la clonación y una propuesta civil del hombre moderno. Finalmente José Alberto Gallardo (D.F., 1977), con tan corta edad tiene una obra insólita: Breve silbido desde el exilio, Cayetano Ordóñez o África y Estudio sobre el viento. Un iconoclasta donde la palabra va de la música, la pintura y la instalación. Vive sin saber que él es su fuerza: su obra lo delata.
POSDATA Cabrían por raros en esta antología: Antonio Serrano (D.F., 1955), con Sexo, pudor y lágrimas. Sin esta obra poco entenderíamos del proceso de cambios en la temática y dramaturgia mexicana. Una clase media despierta de su aldea de confort para contar historias verdaderas. Y Juan Villoro (D.F., 1956), con El fi lósofo declara. Acaso la obra que cierra las posibilidades de devolvernos al mejor Carballido, el de Rosalba y los llaveros, pero con animosidad contemporánea. Filosofar antes que psicoanalizar: llegamos a la mayoría de edad. El espacio no alcanza para argumentar ampliamente los porqués de los aquí reunidos. Será en otro momento, igual aquí mismo, si Laberinto así lo requiere. CODA No quiero terminar sin explicarlo antes que lo cuestionen. ¿Por qué no Edgar Chías, LEGOM o Jaime Chabaud? Va mi respuesta por los tres en lo general: son una variante moderna de lo que otros aquí seleccionados se ocupan con mayor invención y valor literario. Abusan de la realidad cuando ese realismo —y costumbrismo en el peor de los casos—, lo tenemos en la calle todos los días. Aborrezco la imitación de la vida en la escena porque para eso prefiero no ir al teatro y contemplar la vida, tal cual. Entre Chías y Crack o de las cosas sin nombre, me quedó con De la calle, de González Dávila. Entre Rachid 9/11, de Jaime Chabaud, y 9 días de guerra en Facebook, de Moncada, con el segundo por la invención y el universalismo del texto temático, a la posición cómoda de apostar por Oriente por “lo políticamente correcto”. Y de LEGOM, con creces mejor Hugo Salcedo con La ley del ranchero frente a Sensacional de maricones. Hay más nombres y obras no incluidas: Eso es una antología. Seguiremos. L
NATURALEZA MUERTA Y MARLON BRANDO, DE HUMBERTO LEYVA
08 sábado 8 de junio de 2013
MILENIO
literatura OCTAVIO HOYOS
El escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, en su biblioteca
Solo los jueves con Vicente Leñero Además de dramaturgo, guionista y novelista, el autor de Los albañiles es maestro, guía y amigo de los creadores que se reúnen un día a la semana en torno a él. Esta crónica es también un homenaje al escritor que mañana cumple 80 años MEMORIA Fernando Zamora @fernandovzamora
S
upe del taller de Vicente Leñero por primera vez cuando yo daba clase de guionismo en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños. Una maestra de teatro argentina me comentó que había en México un hombre, una suerte de maestro griego que aglutinaba en torno suyo a talleristas que leían sus textos. Era Vicente Leñero. Yo lo había leído en la preparatoria, no sospechaba que fuese tan generoso. “La única consigna de ese taller”, me dijo la maestra en Cuba, “es la re–escritura; si uno lee un texto, se hace con la obligación de re–escribirlo.” No fue fácil entrar al taller. Tuve que pedir el favor a dos queridos amigos que estaban en él: Diana Benítez (investigadora teatral) y Fernando León, guionista de La Ley de Herodes. Entre los talleristas ha habido actrices (Leticia Huijara, María Antonia Yánes, Lisa Owen), novelistas (Ernesto Murguía, Victoria Broca, Enrique Rentería) y guionistas, muchos guionistas (Michael Rowe, Lucía Carreras, Beatriz Novaro, Cecilia Pérez Grovas, Carolina Rivera, etcétera). Hay también doctores/cuentistas (Hugo González Valdepeña), economistas, guionistas de Televisa (Eduardo Yribarren) y editores de video (Andrés Kaiser). Hubo también una escritora de libros de autoayuda y una monja del Sagrado Corazón que, furtiva, acudió muy poco. Y es que hay que aguantar para ser parte del taller Solo los jueves; es un buen ejercicio de literatura y sobre todo un buen ejercicio contra el ego que es, estoy convencido, el peor enemigo del escritor. Si uno cree que todo lo que escribe es maravilloso lo pasará mal. Muchos de los arriba mencionados, apenas consiguieron sus cinco minutos de fama se retiraron molestos; convencidos de que en esta tierra el profeta no es reconocido nunca. Tienen razón. Y es que aquí se piensa la literatura. No importa si quieres hacer cuentos de terror a lo Stephen King, el problema es, claro, que no hayas leído a Raymond Carver. Puedes desear ser un novelista de best sellers, pero si no sabes de teatro no vas a convencer al maestro. No es, por otra parte, que Vicente sea castrante, al contrario, siempre pone de su parte para ayudar a que el texto crezca y nunca se olvida. Si te dice: “hay un cuento de Ian McEwan que tienes que leer”, a la siguiente semana te lo lleva. Recientemente estaba yo levantando un proyecto sobre obras de teatro para niños pobres y en el
estacionamiento de la Sogem (donde tiene lugar nuestro cónclave) se me aproximó y como niño travieso me entregó dos manuscritos: “ojalá que te sirvan”, me dijo con toda humildad. Sea como sea, alguna vez una directora de guionistas de Canal Once me dijo: “no sé cómo aguantas ese taller, algunos de los días de mayor estrés en mi vida los he pasado ahí.” Puede ser. Los primeros años (años, sí) también yo lo pasé muy mal. Me dolía el estómago porque de todas las artes, la escritura es probablemente en la que uno se expone más: sus amores, sus recuerdos infantiles, lo que parece importante o cosas con las que a uno le dan ganas de llorar, se ponen en papel y en blanco y negro. A nadie en el taller le importa. Puede que se estén pitorreando de tu infancia, si consideran que tu texto es ridículo, te lo van a decir. Vicente tiene sentido del humor y es eso, creo, lo que ha hecho que el taller haya sobrevivido por casi veinte años con idas y venidas no siempre alegres; ha habido momentos candentes, de mucho filo; otros de ese chisme sabrosón que sabe contar el maestro. “Hay que leer con la malicia del escritor”, dice Leñero. Y tiene razón. Uno no puede seguir teniendo la inocencia de ser un lector casual, uno de esos que se contenta con un “me gusta” o “no me gusta”. El taller Solo los jueves te entrena para identificar la voz narrativa, para entender que el teatro tiene su tiempo y si el personaje se bebe una botella hay que verlo bebiendo una botella (no hay corte directo, pues) y que el guión de cine es en sí mismo un arte. A veces el mismo Vicente nos lee sus textos. Tampoco se le consiente, pero las más de las veces son muy divertidos porque le ha dado por escribir de gente que conoce y en ello delata también sus gustos literarios. Su favorita, me atrevo a decir, es la literatura del siglo XX de Estados Unidos; la búsqueda por la voz narrativa es la marca de su taller: ¿quién lo cuenta?, ¿para qué?
Hemos emprendido diversos proyectos. Una serie de cuentos que suceden todos en El Parque Hundido, un cadáver exquisito que pretende ser una novela, una obra de teatro que se llamó Historias de cantina y una serie de cortometrajes que comparten solo una puerta que se abre y otra puerta que se cierra. Varias veces he escuchado que amigos escritores o editores me preguntan por el taller de Leñero. Tienen auténtica curiosidad. Lo más raro es que se escandalizan de que no todos aquí tengamos grandes nombres. Yo no sé. Ha habido un director de la Cámara de Oro en Cannes, varios ganadores de concursos literarios, la guionista mejor pagada de este país, obras que han sido dirigidas por Carlos Carrera y Fernando Sariñana, y un sinfín de Ariel Winners. Pero México es un país muy raro y hay mucha sospecha. Vicente ha sabido hacerse de un grupo con el que se divierte y con el que siempre está joven. Nos pregunta del Internet, de la edición en computadora (él sigue escribiendo en un Moleskine y una Remington) y cuando nos vamos al bar a seguir la charla que se ha puesto sabrosa, nos cuenta de su amistad con Gabriel García Márquez. Su maestro es Juan José Arreola. Con él compartió no solo el gusto por la literatura de Estados Unidos, también el ajedrez y el placer de reescribir, volver sobre lo andado, buscar el adjetivo preciso y la imagen que expresa conceptos. Yo le agradezco. Y quien nos critica me da risa, supongo que es porque vamos pasando. Le agradezco que de mi primera novela dijo: “tírala y vuélvela a comenzar de cero” (yo, claro, le hice caso), le agradezco que me regale de sus cigarros y claro, que me haya enseñado hace ya casi veinte años qué es eso de La Corriente de la Consciencia. Hace poco nos fuimos todos a Cuernavaca. Sí. Somos, como dijo aquella maestra argentina en San Antonio de los Baños, como alumnos de un Aristóteles que reúne en torno suyo a un grupo que solo quiere pensar la literatura. L
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LABERINTO
en librerías
Espejo retrovisor
Gallinas de madera
Juan Villoro Seix Barral México, 2013 312 pp.
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spejo retrovisor es una selección de los textos que para Juan Villoro representan su producción narrativa. Cuentos y crónicas donde el humor, la tragedia y la traición envuelven a los personajes y escenarios. Sin embargo, esta antología no se quedó en la mera recopilación, ya que también incluye escritos inéditos. En palabras del autor, el libro “muestra lo que quedó atrás; pero la literatura es una ilusión de cercanía, donde lo lejano se aproxima de acuerdo con el lema de los espejos retrovisores: Las cosas están más cerca de lo que aparentan”.
Intento de escapada
Mario Bellatin Sexto Piso México, 2013 152 pp.
E
l reciente libro de Mario Bellatin gira en torno a Bohumil Hrabal y Alain Robbe-Grillet, dos de los más destacados autores del siglo XX. Gallinas de madera —en honor al texto que Hrabal dejó inconcluso— está dividido en “En las playas de Montauk las moscas crecen más de la cuenta”, una novela corta que se inspira en la literatura y el narrador checo, que mezcla imágenes surrealistas, la idea de locura y la literatura; y “En el ropero del Señor Bernard falta el traje que más detesta”, donde se narran paseos con Bernard, alter ego del autor francés.
Juárez Whiskey
Miguel Ángel Hernández Anagrama España, 2013 237 pp.
N
o en balde el autor de esta novela es profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia: la trama aborda la manera en que el arte se vuelve un juego grotesco donde la supuesta crítica social que hace desde la estética y la creación, resulta no una farsa sino el vehículo de la maldad y la perversidad más refinada. La fábula reúne a un estudiante “enfermo de teoría”, a un artista social y a una profesora, un triángulo imperfecto que desembocará en una profunda reflexión sobre las migraciones contemporáneas y el mundo global.
Nación TV
César Silva Márquez Almadía México, 2013 160 pp.
C
arlos es un ingeniero de treinta años que adora la soledad que construyó a lo largo de su juventud, un universo emocional donde los conflictos interiores ordenan el presente y la nueva realidad en la ciudad fronteriza, escenario que cambia entre página y página y se diluye como el líquido en un vaso. Silva Márquez es también autor de Los cuervos (Premio Binacional de Novela Joven Frontera de palabras) y de los poemarios El caso de la orquídea dorada y La mujer en la puerta. En 2011 obtuvo el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí.
Night School 2. El legado
Fabrizio Mejía Madrid Grijalbo México, 2013 203 pp.
L
a importancia de una empresa como Televisa trasciende lo mediático y se involucra en temas como la economía, la política y el poder. En este volumen se hace una crónica novelada de la historia de Televisa con un eje principal: la relación entre la televisora y el poder político, concretamente con el PRI. Novela en la que se cruza la corrupción, la Iglesia católica, políticos, empresarios, productores, cantantes, famosos, en fi n, toda la galaxia de luminarias que han vuelto a Televisa uno de los actores más poderosos y cuestionados del país.
Francisco Mario Escobar Grupo Nelson Estados Unidos, 2013 160 pp.
L
a llegada del primer papa latinoamericano sigue causando conmoción. Si algo se espera de esta nueva etapa en la Santa Sede, son cambios que ayuden a superar la crisis de fe, engendrada por los casos de pedofi lia que han provocado que el rebaño se aleje del catolicismo. Francisco, nombre que eligió el argentino Jorge Mario Bergoglio en honor al beato de Asís, el santo de los pobres, no anuncia cambios radicales pero ya el tiempo lo dirá. Esta biografía es un acercamiento para conocer al hombre y en parte a sus ideas.
C.J. Daugherty Alfaguara Juvenil México, 2013 421 pp.
A
ctualmente, la literatura juvenil recurre a seres sobrenaturales imbuidos en un cursilísimo triángulo amoroso. La saga Night School tiene un elemento que la hace diferente: sus personajes son humanos, pero no por eso libran la maldad: Allie, una joven con problemas de conducta, ingresa a la Academia Cimmeria, que acoge en sus muros a los hijos de algunos líderes mundiales. Las mentiras, las conspiraciones y el amor no tardan en aflorar en la Academia, por lo que Allie deberá descubrir a un espía infi ltrado antes de que sea muy tarde.
La universidad cercada Jesús Hernández, Álvaro Delgado–Gal y Javier Pericay Anagrama, España, 2013 386 pp.
E
ste libro se inspira en el pensamiento crítico de académicos como Giner de los Ríos, Ortega y Alatorre, teóricos del espíritu humanista de la universidad, institución que puede transformarse a partir de los lineamientos del Plan de Bolonia. Por esto, sus editores reunieron los artículos de figuras conspicuas de la academia española, para esbozar el destino que le depara a la formación, la investigación, la ciencia, el desarrollo profesional y la docencia, en temas como la pluralidad, la crisis mundial, las reformas educativas y la autonomía.
Dulcinea de caucho LOS PAISAJES INVISIBLES ESPECIAL
Iván Ríos Gascón ivanriosgascon.wordpress.com
L
as notas periodísticas relacionadas con las truculencias de la vida diaria, son una estupenda materia prima para un escritor o un cineasta aquejado por las crisis recurrentes, el bloqueo de todos tan temido, esa parálisis creativa de la que Woody Allen se queja con frecuencia. Noticias sobre muertes absurdas, delitos imperfectos, fechorías o perversiones de humor involuntario, componen un fabuloso material que, en buenas manos, podrían ser la primera piedra de un divertido monumento a la decadencia y la franca estupidez, solo se necesita tiempo libre, una lancha y una caña perfectamente calibrada, para aventurarse en el inmenso mar de información. Por ejemplo, en los últimos días de mayo, los medios consignaron un episodio que pudo fraguar un relato kitsch o una escena camp: en un cine del municipio de Guadalupe, Nuevo León, la policía sorprendió a un individuo fornicando con una muñeca inflable. La nota da cuenta que sucedió en la última función pero no refiere qué película eligió el fogoso exhibicionista ni tampoco la manera en que metió a su chica plástica a la sala o si le pagó el boleto, esta última conjetura desechada por el propio indiciado, quien declaró que eligió la oscuridad del cine pues no tenía dinero para un cuarto de hotel. Por tanto, los astutos sabuesos mexicanos concluyeron: la novia iba en una mochila y el amante le dio vida a punta de soplidos, lo que confirma el ímpetu innegable de ese Pigmalión urgido de turgencias y oquedades; la avidez de un Frankenstein rudimentario cuyos pulmones, cual truenos y centellas, insuflaron el volumen, la estatura y la profundidad exacta a esa hembra inanimada y, por ello, complaciente, la perfecta concubina cuyos labios no profieren negativas ni dicterios, labios de goma, sí, pero dispuestos para proveer un trozo de cariño irreal y, quién podría negarlo, muy sincero. Argumentos de muñecas hay de sobra. Por mencionar algunos, en A la orilla del río (Tim Hunter, 1986), Dennis Hopper encarna a un tipo que tras el adulterio de su
esposa, a la que mató de un tiro, se pasa los últimos años de su vida sin separarse de una mujer inflable, convencido de que solo lo ilusorio puede ser eterno aunque olvide que su felicidad también es frágil, simplemente pensemos en un clavo; en Lars y una chica de verdad (Craig Gillespie, 2007), Ryan Gossling personifica a un joven perturbado que vive un tórrido romance con Bianca, un monigote voluptuoso que cumple un auténtico ciclo existencial: brota, florece y se marchita, sin que él jamás comprenda que amó a una fantasía, e inspirada en Felisberto Hernández (Las Hortensias) en Las Violetas son flores del deseo, Ana Clavel recreó la historia de Julián Mercader, inventor perverso a lo Michel Tournier, que hace de su serie de muñecas púberes un ingente batallón de nínfulas para satisfacer las fantasías de hombres con complejo de Humbert Humbert. Sin embargo, el regiomontano impúdico le ganó la partida a los seres de ficción. Como Alonso Quijano, que mentalmente hizo de Dulcinea del Toboso una joven bella y lozana para luego languidecer ante la triste realidad (Sancho Panza la recuerda como una moza de chapa hecha y derecha y de pelo en pecho que podía sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante y, por cierto, nada melindrosa porque de todos se burlaba y de todo hacía mueca y donaire), el fauno de Guadalupe quizás hoy sufra el peor desasosiego para una criatura de carne y hueso: debe ser atroz, una infausta pesadilla, haber sido separado de su férvida manceba de caucho ya que el cuerpo femenino es tentación irresistible. Y en este caso, la infidelidad no es cuestión de deseo o de voluntad sino un mero asunto de la válvula de inflado. L
10 sábado 8 de junio de 2013
MILENIO
música ESPECIAL
Adrian Belew
“La música es un lenguaje universal” El lenguaje de la música o la música como lenguaje, la expresividad del instrumento, el tiempo y la vida comprimidos en los cortes de un disco que se vuelve historia, son los temas de los que habla el guitarrista, vocalista, compositor y productor, ex integrante de King Crimson y Tom Tom Club ENTREVISTA David Cortés
Después de su gira con Trent, Belew lanzará su nueva producción discográfica
E
s de mañana y Adrian Belew toma su desayuno. Momentos antes, al cruzarnos en el restaurante del hotel, le he pedido una entrevista y ha aceptado con amabilidad; cuando casi ha terminado, un hombre alto, flaco y calvo se le acerca y cruza con él unas cuantas palabras. Es el bajista Tony Levin. Horas más tarde, la espera rinde frutos cuando nuevamente nos encontramos en el lobby del lugar y es el mismo Belew quien recuerda el compromiso pactado. Entonces, comienza la charla. ¿Quién ha sido tu mejor maestro? Ha habido momentos musicales muy importantes en mi vida y no me gustaría mencionar uno en especial. ¿Frank Zappa, Robert Fripp, David Bowie? ¿Tony Levin, Talking Heads? Cada una ha sido una experiencia fundamental en mi carrera, no puedo poner una por encima de la otra. ¿Cuál ha sido el momento más importante creativamente hablando? Eso es difícil de decir. He tenido la fortuna de tocar con algunos de los músicos más visionarios. Frank Zappa fue un gran maestro, una personalidad muy fuerte, hay muchas historias que corren alrededor de él, pero no te voy a contar nada en particular; trabajar con él fue una gran enseñanza. Robert Fripp es otra personalidad muy fuerte. Como con el primero, también circulan muchas historias, la mayoría de ellas inventadas, pero tampoco te voy a decir nada acerca de él (risas). El King Crimson de los ochenta fue determinante y no lo digo solo yo; la música que hicimos en ese entonces no ha perdido su vigencia, sigue siendo, creo, fresca, y eso es porque fue concebida como música y no para llegar a las listas de popularidad. En ese entonces había otra mística, menos presiones del mercado. Talking Heads tenía otro modus operandi… cada una de mis incursiones en diferentes grupos me ha marcado de diferente manera. Lo mejor es que al terminar, y sin pretenderlo de inicio, hicimos algo que aún permanece.
¿Cómo eliges los proyectos, cuáles son tus niveles de exigencia? Por ejemplo, la gira con Nine Inch Nails… Trabajé con Trent [Reznor, fundador de Nine Inch Nails] unas cuatro veces y ahora me llamó para preguntarme si quería hacer esta gira mundial; lo pensé por un momento y decidí que sí, que debería hacerla. Aunque la verdad no sé porque se ha hecho tanto ruido por esta decisión, al parecer era más importante que yo me fuera de gira con él que el hecho de que él regresara a los escenarios, lo cual es una lástima porque habla mucho de lo mal enfocados que están los asuntos de la prensa musical. El proyecto es de Trent y yo solo soy un músico más, no es la música de Adrian Belew, mi guitarra solo es un condimento que se utilizará para darle un toque extra. Después de terminar la gira, ¿qué dirección quieres seguir en tu carrera? Tengo mucha música nueva, he estado grabando en mi estudio, voy a tratar de terminar algo mientras viajo alrededor del mundo; al final de la gira con Trent podré tener nueva música mía en el mercado, me imagino. No me preguntes de qué se va a tratar, no me preguntes en qué dirección. Muchas de las cosas que he terminado han concluido así luego de una conjunción de circunstancias que las más de las ocasiones fueron imprevisibles. Ha habido proyectos que fueron completamente diferentes a lo que había ideado y otros que se mantuvieron muy fieles al original. Así que ahora no sé hacia dónde me voy a dirigir.
¿Qué otra cosa te mueve para incorporarte a un proyecto? ¿El dinero, el concepto, la proyección? El dinero sirve para pagar las cuentas y no diré que no es necesario, pero nunca ha sido lo que guía la toma de mis decisiones. Estoy en un punto en el cual lo más importante es la música que se pueda generar al involucrarme en un nuevo proyecto. Tiene que ser algo que me represente un reto y lo vuelva atractivo. Tocar composiciones de King Crimson, por ejemplo, tal vez ya no sea novedoso, pero siguen siendo canciones entrañables y hay gente deseosa de escucharlas. Mis discos hablan de mí, de mis ambiciones, son como un retrato, en ellos está trazado lo más cercano a una biografía, al menos eso es lo que creo. No hay una respuesta única a tu pregunta, cada uno de los trabajos en los que me meto tiene una peculiaridad que lo vuelve atractivo. La música grabada está en peligro, ¿te imaginas un mundo sin música? No lo quiero imaginar, ¿qué voy a hacer? [Se ríe estruendosamente.] La música, el arte en general, es una expresión de los seres humanos y éstos necesitan sentirse bien, así que un mundo sin música… no lo sé, una vida sin música… creo que sería un mundo diferente. La música para mí es un lenguaje que todos pueden hablar, todos en el mundo hablan música, hablan el lenguaje de la música, porque yo me puedo comunicar con alguien en Estonia que no habla en inglés y me puede entender, y así sucede en cualquier parte del mundo, es un lenguaje. L
EL PAPEL DE LAS NOTAS ESPECIAL
Carlos Chávez y el piano Eusebio Ruvalcaba eusebius1951_2@yahoo.com.mx
S
i Silvestre Revueltas representa el afluente creador y la cristalización del nacionalismo musical en México, Carlos Chávez (1899–1978), en cambio, es el hombre pragmático, el funcionario que a su trabajo como organizador y promotor agregó el de compositor racional y disciplinado, y el de director de orquesta atinado e innovador. Juez implacable de su propia obra, severo crítico de sí mismo, Carlos Antonio de Padua Chávez y Ramírez nació en la ciudad de México en 1899, por los rumbos de Tacuba, y moriría en la ciudad de México en 1978. Entre sus maestros figuró Manuel M. Ponce, que si se limitó en su forma al piano y no a la composición, acusó un carácter de guía y afecto. El amor por la música autóctona le nació por el contacto que estableció de muy niño con la música que tocaban diversas etnias tlaxcaltecas. Carlos Chávez había quedado huérfano de padre a los tres años, y si heredó de su progenitor el despliegue de la imaginación —don Agustín Chávez, además de estudioso de la resistencia del aire y del vuelo de
los pájaros, había inventado un ingenioso y práctico arado—, de su madre aprendió la entereza y la tenacidad. De alguna manera, un compositor abreva de lo que le ha tocado vivir. Cuando se escuchan las piezas que comprende el disco intitulado Carlos Chávez, se advierte un recorrido por algunas de las figuras legendarias del arte de la composición pianística. Sabedor de las voces y secretos de los maestros, la música del compositor mexicano parece entrever homenajes indiscutibles. Alejado de un nacionalismo ampliamente superado por él mismo, Chávez incursiona en torrentes de ricas formas sonoras. Por el lado lírico, puede decirse que esta experiencia se plasmó en las piezas breves que compuso para el piano. Se trata de dos piezas: “Meditación” (1928) y “Estudio Homenaje a Artur Rubinstein” (1973), y cuatro series: Cuatro Estudios (1919-1921), Trois Etudes à Chopin (1949), Four New Etudes (1952) y Cinco Caprichos (1975). Obra en su totalidad que ahora ofrece Alejandro Barrañón en una espléndida grabación bajo los sellos del Centro Académico de las Artes de la Universidad Autónoma de Zacatecas, de la UNAM, del INBA y del CENIDIM. De todo hay en esta música, que bajo el conocimiento de su intérprete adquiere ricos y variados matices. Se trata de una exploración sonora. Bajo el ropaje de la técnica, sobreviene una hondura que debe irse buscando en la audición continua de la obra. Como si Carlos Chávez se hubiese empeñado en resistirse a mostrarse de cuerpo entero. En una suerte de investigador del alma —perdónese la metáfora—, Barrañón escudriña en cada pieza sus crestas y valles, sin salirse de las leyes del código de Chávez. Es un trabajo monumental. Por ejemplo, en los Caprichos, que remiten a una estructura armónica de difícil asimilación, el pianista demuestra un dominio técnico de primer orden. El proceso que sufrió Carlos Chávez en su desarrollo como compositor es evidente en esta compilación pianística. Y no se habla aquí de evolución del gusto, sino de introspección. No se habla de un perfeccionamiento en el modo como se ejercita el arte
El compositor mexicano
de componer, sino de una maquinaria estética musical —resuelta por el lado de la sonoridad— que en su avance va dejando atrás estructuras anquilosadas para la mente del autor. Un bello disco, que en la misma medida atrae por el lado de las posibilidades del instrumento. L
sábado 8 de junio de 2013 11
LABERINTO
cine CORTESÍA PRODUCCIÓN
Rafa Lara
“Es una película, no un libro de historia” La cinta del realizador mexicano recrea la batalla del 5 de mayo; una historia de ficción aterrizada en las circunstancias sociales de 1862 ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com
C
uando termine el año, Cinco de mayo. La película, será recordada como la cinta con que el gobierno de Puebla quiso conmemorar los 150 años de la batalla encabezada por Ignacio Zaragoza contra los franceses en 1862. Encomendada al realizador Rafa Lara, la producción cuenta la gesta histórica desde una perspectiva diferente donde se privilegia el sentido humano de los protagonistas. ¿Qué lo llevó a involucrarse en este proyecto? La película nace porque el gobierno de Puebla quería incluirla en las conmemoraciones por los 150 años de la batalla del 5 Mayo. Entre los candidatos para dirigirla estaba yo. Inicialmente fue una película de encargo pero terminó siendo una obra de autor, de hecho es el más personal de mis trabajos. ¿Cómo puede ser su trabajo más personal si es claramente una cinta por encargo, y sobre todo, de un gobierno estatal? Mi aportación está en la posición en que se aborda. Siempre tuve claro que había que resaltar la batalla. Eso nos llevó a un filme bélico e histórico. Hice una serie de investigaciones para desarrollar el guión y concluí que realmente no sabíamos qué sucedió entonces. Por lo mismo, quise mostrar los antecedentes. Procuré tocar a los héroes pero sin acartonamientos y sin que fueran los protagonistas. Huí de hacer la típica película histórica que imparte lecciones. Salvo el caso de Porfirio Díaz, su tratamiento de los héroes no cambia mucho del cliché. Ignacio Zaragoza, Benito Juárez, son más conocidos. Por lo mismo, es difícil decir algo diferente. En el caso de Porfirio Díaz, me interesaba rescatar su aspecto heroico mientras que, por otro lado, quería darle voz a los sin voz, hacerle un homenaje a los mexicanos que estaban dando la vida por el país. Es una historia de ficción aterrizada en la realidad de 1862 pero desde la posición de un ciudadano de a pie.
Cinco de mayo. La película es un homenaje a quienes dieron su vida en la batalla
¿Cuál fue su margen para la ficción? Son personajes de ficción pero no irreales. Tuvimos como asesores a Eduardo Merlo y Pedro Ángel Palou. Es una película, no un libro de historia, tiene que funcionar por sí misma. ¿Por qué incluir un romance, no le parece que aporta poco al objetivo de la cinta? El amor es una de las cuestiones que nos define como seres humanos. El romance permite descansar de la tensión y el belicismo. Si solo nos hubiéramos ceñido a la oscuridad y la violencia creo que terminaríamos por cansar al espectador. Habríamos obtenido una película monocorde, sin matices. ¿No abusó de la pirotecnia de la guerra? En absoluto. Es una película bélica, si estudias a fondo las condiciones de los campos de batalla en el siglo XIX descubrirás que las batallas se libraban cuerpo a cuerpo, entonces hablamos de una ferocidad donde los soldados se defienden como pueden. Si a esto sumamos que las crónicas
de los franceses mencionan que los mexicanos se defendían con palos, machetes y lo que fuera… ¡imagínate! No puedo imaginar pedradas light, creo que la película, más que tender a un amarillismo o al morbo, te traslada a cómo eran las guerras en el siglo XIX. Hay versiones sobre que la batalla del 5 de mayo está sobredimensionada, ¿qué opina al respecto? Aquellos que se atreven a decir eso están en un error. Incluso creo que aún no se le da la importancia debida. No solo se derrotó el ejército más poderoso del mundo en condiciones adversas, gracias a esa victoria se impide que el ejército francés invada a los Estados Unidos, recordemos que en ese momento se celebraba la Guerra Civil en la Unión Americana. De haber ganado los franceses, seguramente el conflicto estadunidense habría tomado un curso diferente. Hasta el día de hoy, el 5 de mayo se celebra en Estados Unidos porque los mexicanos les salvamos el pellejo. L
HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL
Elegantemente hip–hopero Fernando Zamora @fernandovzamora
T
he Man with the Iron Fists se publicita en relación con Quentin Tarantino pero la verdad es que él ni la dirigió ni la produjo. Ha prestado su nombre como quien vende una franquicia pero sospecho que le ha gustado. Además, el director RZA es su amigo y hip–hopero personal. En este momento del cine que nos tocó vivir, un México de cineastas malditos en que lo “mejor del arte” consiste en imágenes de hombres que orinan mujeres, filman torturas explícitas y se solazan en cámaras fuera de foco en aras de un “estilo”, sospecho que no va bien decir que The Man with the Iron Fists es un filme entretenido y por momentos épico. Tanto que me recuerda a Salgari. No importa. Que se asusten los intelectuales malditos: RZA ha hecho una obra bien filmada con divertidas escenas de acción y uno que otro elemento de esos que luego vuelven a las películas “de culto.” La trama, por supuesto, es lo de menos, y la credibilidad a nadie le importa. Para comenzar, nuestro héroe es un herrero negro en un pueblo chino. ¿Cómo llegó ahí? RZA no se contenta con
dirigir, escribir y componer. También tiene que actuar. El herrero está enamorado de una chica que como dicta el melodrama vende sus encantos en un burdel en el que aparece Russell Crowe, un inglés de exóticos gustos, mezcla de Montecristo y el Marqués de Sade. Luego de su papel en Los miserables, Crowe parece decidido también a darse sus propias vacaciones y se permite ser juguetón. La idea más obvia de RZA en esta “franquicia Tarantino” consiste en imitar los filmes de karatazos que florecieron en la década de los setenta. En este sentido viene a la mente la inolvidable Operación Dragón. The Man with the Iron Fists tiene, sin embargo, una factura mucho más acabada, más cerca de Crouching Tiger, Hidden Dragon, ese filme que en el 2000 abrió una segunda tanda de grandes películas de artes marciales en tono épico; algunas partes van incluso más allá, hasta esa película en que China retoma su propia tradición ya macerada en el imaginario de occidente: Ying Xiong o Héroe es un filme en el que las artes marciales tienen un áurea surrealista y RZA lo retoma también. Todo es posible. Por otra parte, hay en The Man with the Iron Fists escenas que traen a la memoria una de las mejores películas setenteras de la Serie B: The Warriors. Así como en The Warriors, hay aquí una serie de bandas en pugna: Los Ratones, Los Lobos, Los Leones, Los Gemelos. Cada bando tiene su carácter propio y su forma de matar. Nuestro héroe, el herrero enamorado, vive atrapado en luchas que no le corresponden y esto lo vuelve, claro, un perfecto espejo en el que puede mirarse el cinéfilo puberto.
The Man with the Iron Fists (Puños de hierro). Dirección: RZA. Guión: RZA y Eli Roth. Música: Howard Drossin y RZA. Fotografía: Chi Ying Chan. Con RZA, Ricky Yune, Lucy Liu, y Russell Crowe. Estados Unidos, 2012. En sus mejores momentos, The Man with the Iron Fists va más allá de la épica del nuevo cine chino. Hay en ella ecos de un Paris que recorre el mundo para raptar a Helena y quien se queje y diga que todo esto es un pastiche le diré que no. RZA ha hecho un filme de elegancia afroamericana; una de esas en las que todo cabe, siempre y cuando sea llamativo, sorprendente y entretenido hasta la estridencia. L
12 sábado 8 de junio de 2013
MILENIO
varia ESPECIAL
ESPECIAL
Los infrarrealistas
Estudio de Antonio López
Infras autorretratando Corre, Beatniks Antonio, corre ARCHIVO HACHE Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com
E
l lazo de los infrarrealistas con los beats se puede conocer no solo en Bolaño y poemarios sino en sus libros de traducción. Hablo de Los poetas que cayeron del cielo. La generación beat comentada y en su propia voz (Juan Pablos/ICBC, Mexicali, 1998) de José Vicente Anaya, y Una tribu de salvajes improvisando a las puertas del infierno. Antología beatnik (Aldus/UANL, D.F., 2012) de John Burns y Rubén Medina (otro infrarrealista). La de Anaya apareció el mismo año que Los detectives salvajes de Bolaño. (En 1987 tuvo versión breve, marginal). Estos libros —tan distintos— dan dos caras de lo infra: ser aventura grupal y ser traducción contracultural. La palabra infra no aparece en el libro. Pero abre con foto infra de Anaya, como clave del puente (roto) entre los beats nombrados y el autorretrato infra callado. Estas antologías me interesan menos como tomos beat que como Infra–testimonios. En Una tribu de salvajes no está claro qué hizo Medina y qué Burns. Quién prologó, anotó o tradujo qué. Pero la fusión es retrospectiva infra sobre los beats y documento vivo de trabajo con un colega gringo más joven. No comentaré la selección o traducción: la recomiendo. Aquí mostraré apuntes de Medina sobre los beats que resultan autodefiniciones infra. El prólogo enfatiza que los beats fueron crítica y alternativa al consumismo; un “estilo de vivir, desafiliado... de la vida normativa” caracterizados por su “singular recreación de elementos y visiones de
CASTA DIVA la poesía de vanguardia de los veinte y treinta... actualizados”. Los beats, en realidad, no se distinguen por una relectura sistemática de las vanguardias; en cambio, los infras fueron relectores no solo de los surrealistas sino de estridentistas y Contemporáneos. Curiosamente en una larga cita de Ginsberg sobre el significado de la palabra beat aparece esto: “El uso original callejero significaba agotado, en la parte inferior del mundo...”. Beat como low, down. Esto nos descubre que el nombre infra es variación y traducción de beat. “Los escritores Beat constituyen una tribu de salvajes”, dice. También se habla de “la paulatina academización de la tradición Beat” y las universidades como “lugar predominante de subsistencia”. Puedo leer todo esto como comentario sobre los beats, hecho por un poeta infra mexicano convertido en un profesor universitario en USA (donde vive desde 1978). O puedo leerlo como autodefiniciones infra tan involuntarias como autocríticas. Por eso prefieren lo beat periférico a lo canónico, es decir, Una tribu... es una crítica inconsciente al protagonismo de Bolaño en Los detectives... En la dedicatoria se nos informa que los infras tomaron a los beats como su modelo pero al final tuvieron un camino separado. Una tribu de salvajes es dos libros. Una antología beat y una auto–revisión infra. L
Avelina Lésper www.avelinalesper.com.mx
E
l progreso nos ha hecho impacientes, queremos que la existencia se resuelva como una sopa instantánea: con unos segundos en el microondas. La comida rápida tiene penalizado el servicio, unos minutos tarde y es gratis. Al marketing no le importa la calidad del sabor, le importa llegar antes que la competencia. Nuestros deseos, las relaciones personales, el sexo y toda clase de apetitos se satisfacen en unos minutos. La literatura se comprime en 140 caracteres para fortuna de los novelistas sin talento, y para lo poco que tienen que decir, hasta eso es demasiado. Claro que hay algunos que insisten en vivir y crear como si estuviéramos en el Renacimiento y aun importaran la belleza, la resolución de la composición y resolver los enigmas de una obra. Es el caso de Antonio López que no termina la pintura oficial de los actuales Borbones españoles. Goya pintó a la familia de Carlos IV en varios meses, y el resultado fue más favorecedor que los bocetos, de los que dice el historiador Elie Faure “los pinta con espantoso realismo”. Antonio López lleva 17 años con esta comisión. La retoca, cambia de lugar al príncipe de Asturias, le pone otro traje a la reina, pinta y borra a los yernísimos dejando huecos en la composición. La prisa de la Casa Real es comprensible. Esta obra sigue inconclusa y por la familia pasan cirugías, divorcios, juicios, elefantes, yates y los banqueros destruyen Europa con una fiereza que se vive un ambiente de posguerra. Si las parsimonias de López continúan, existe el riesgo de que esa pintura ya no tenga uso para la monarquía. Eso le sucedió a David, que seguía pintando uno de los retratos de Napoleón cuando éste ya había perdido la guerra y estaban listos para exiliarlo. Para acelerar el final del enorme retrato se lo han llevado de casa del pintor a las dependencias del Palacio Real, ahí tendrán más control sobre la obra y podrán presionarlo: “Oiga, maestro, ¿cuánto le falta? ¿Le queda mucho por hacer? ¿Podría dejar eso como está y avanzar por este lado?”. López no deja de notar defectos en la obra, cosas que cambia y repinta, sin pensar que ese
régimen se desmorona mientras él hace su retrato. Lo peor de todo es que, tal vez, a estas alturas López ya no tenga interés en esta pintura y por eso no la termina. Es el problema de los pintores, en su obsesión perfeccionista pueden retocar una obra hasta estropearla o ya no les motiva. La otra posibilidad es que en realidad no sepa cómo acabarla, y es justo, así es el arte, son decisiones, dudas, hasta que la solución aparece en una visión, en una pincelada, o nunca llega y la obra se queda inconclusa. Esta situación no existiría si desde el inicio le hubieran dado esta comisión a un colectivo de arte contemporáneo. Un equipo interdisciplinario establecería los mecanismos de formalización y configuración de los dispositivos intelectuales y materiales para realizar la obra. Documentarían el proceso, los discursos generados, las diferentes propuestas consustanciales a la rematerialización de la familia real a través de sus problemáticas emotivas y personales. Decidirían una intervención site–specific para suplantar a la representación y crear una presencia que impugne el canon establecido desde Velázquez a Goya. Con esta metodología definida, el colectivo accionaría las piezas que significaran y reflexionaran sobre las posibilidades constructivas y psicosensoriales aludiendo a las especificidades de la polarización/integración de cada personaje a través de la superposición de formas híbridas y elementos diversos: bloques de concreto, luz neón, botellas vacías, pedruscos, papeles arrugados, confeti dentro de un frasco de vidrio, cigarrillos, restos de comida, sonidos alterados, alambres enredados, neumáticos ponchados. El proceso les tomaría unos días y la obra final la montarían en pocos minutos. Eso es lo que le hace falta a la monarquía, dejar sus gustos old fashion y apuntarse a lo último en la moda, además así se librarían del juicio implacable de ser analizados por un pintor y vivir la experiencia de la familia de Carlos IV, que hasta ahora no se desprenden de esas miradas vacías, de esos rostros anestesiados que les dejó Goya para la Historia. L