Laberinto N°. 531

Page 1

Laberinto

David Toscana El ser y la nada página 2 Armando González Torres Guiños al futuro página 3 Roberto Pliego Sobre Jonathan Franzen página 5 Santiago Gamboa El miedo página 9

N.o 531

sábado 17 de agosto de 2013

Relojes de arena

Merlina Acevedo Página 8 ESPECIAL

De la cobardía considerada como una de las bellas artes Hernán Bravo Varela Página 6

La canción de amor de J. Alfred Prufrock T. S. Eliot Página 7

MILENIO


02 sábado 17 de agosto de 2013

MILENIO

antesala Cicuta EKO

EX LIBRIS

El ser y la nada TOSCANADAS David Toscana

en inglés, inglesa; no gringa, porque los gringos, por razones de espacio, comerciales o de censura, echaron del libro ientras usted lee a siete filósofos: Aristóteles, estas líneas, Toscana Plotinio, Meister Eckhart, estará recorriendo Nicolás de Cusa, Thomas algún bosque o montaña en Hobbes, Martin Heidegger y su bicicleta. Va de Varsovia a Udine, la tierra de Tina Modotti. Karl Jaspers. Mientras llenaba las alforjas La justicia, el ser y la nada, de su velocípedo, pensó en el tiempo, la posibilidad del aquel cuento de Tim O’Brien: conocimiento, el significado “Las cosas que llevaban”, una de las palabras, el bien y el obra maestra que nos narra un mal, la muerte, si dios o no, la fragmento de guerra y varios muerte, la muerte, si de veras fragmentos de vida mientras el pensamiento es prueba de nos cuenta lo que cada soldado existencia, el origen de todo, carga en su mochila. el porqué del sufrimiento, otra Las cosas que lleva Toscana vez la muerte y tantas cosas difícilmente darían para en las que tenemos dos mil armar una obra literaria. En quinientos años pensando sin orden alfabético: bomba de poder alcanzar conclusiones. aire, botellas de agua, café, La eterna pregunta: ¿Por qué calcetines, dos calzones, cámara el ser y no la nada?, o bien, ¿Por de repuesto, dos camisetas, qué hay algo en vez de nada? Los carpa, casco, chamarra, que creen en dios, la responden cepillo de dientes, comida, con teología. Los científicos, herramientas y refacciones, ni siquiera la formulan. Los libreta y pluma, mapas, navaja, filósofos nacieron para ella. pasta de dientes, saco de dormir. Por las noches, en un claro Esto no es una estancia en la de algún bosque, lejos de las luces de la ciudad, Toscana tradicional isla desierta, pero podrá ver un cosmos antiguo y igual llega el momento en que Toscana debe elegir el libro que luminoso. Entonces pensará en Kant, cuando dijo: “Dos cosas habrá de acompañarlo. llenan mi alma con cada vez Ya una vez, cuando fue de más admiración y asombro: el Monterrey a Batopilas, llevó cielo estrellado sobre mí y la ley su amado Don Quijote. Fue moral en mi interior”. un error. El libro era pesado Entonces Toscana se hará su y voluminoso. Terminó la pregunta recurrente: ¿Por qué aventura en desventura: me dediqué a la literatura y no despaginado, mojado, a la filosofía? Y se responderá asoleado, ajado, estropeado. como siempre: Porque la novela Tan maltratado como el es un modo de filosofar. Lo Caballero de la Triste Figura. Esta vez eligió un libro que ya mismo al escribirla que al leerla. ¿Verdad que sí, Karamazov? lo había acompañado en una caminata por la Selva Negra: Y dado que el destino es Italia, al otro lado de los Alpes, Las preguntas de los grandes Toscana no se olvidó de echar filósofos, en el que el sabio en sus alforjas una botella de Leszek Kolakowski repasa con Montepulciano d’Abruzzo y don de síntesis las principales inquietudes de treinta filósofos, otra de Negroamaro. Porque lo cierto es que no viaja solo. que en épocas van desde Va con treinta de los hombres Heráclito hasta Heidegger. más brillantes que han pisado Es el libro ideal para quien esta tierra. ¿Y cómo sentarse sabe estar solo. Para ser a conversar con ellos sin una precisos, se trata de una copa de vino? L edición Penguin de bolsillo dtoscana@gmail.com

M

ESPECIAL

Sergio Téllez-Pon @tellezpunk

DE CULTO

ESPECIAL

Frank O’Hara

Un secreto entusiasmo

M

e acuerdo de cómo andaba Frank O’Hara. Ligero y amanerado. Como rebotando y retorciéndose un poco. Era una forma de andar estupenda. Segura. ‘Me da igual’ y, en ocasiones, ‘Sé que me estás mirando’”. Así lo rememora Joe Brainard en su libro Me acuerdo (Sexto Piso, 2009). O’Hara, descendiente de irlandeses, nació en Baltimore en marzo de 1926 pero siempre pensó que había sido en junio, creció en Massachusetts y estudió piano en Boston. Durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en el destructor USS Nicholas como técnico del radar en el Pacífico sur y Japón. Terminada la guerra y en calidad de veterano, pudo entrar a Harvard de donde se graduó en literatura inglesa pero hizo su vida cultural en Nueva York, donde trabajó como curador del MoMA, colaboró con crítica de arte en la revista Art News y escribió la mayor parte de su poesía. O’Hara fue el centro de la Escuela de Nueva York, a la que perteneció junto con John Ashbery y James Schuyler, a quienes conoció durante sus estudios en Harvard, Kenneth Koch y Barbara Guest, que tuvieron como compañeros de grupo, aunque en el lado de la pintura, a Jackson Pollock y Mark Rothko; el punto de encuentro de todos era la galería Tibor de Nagy. A principios de los años cincuenta, la Escuela de Poetas de Nueva York se propuso ser una vanguardia en la costa Este de Estados Unidos mientras en la Oeste hacían su labor los poetas Beat. Las colaboraciones del grupo fueron muy estrechas y fructíferas, así fue como O’Hara compuso la música para la obra de teatro de Ashbery, Everyman. Publicó su primer libro de poemas en 1952, A City Winter and Other Poems, y años después su libro más célebre, Lunch Poems (1964). La pasión de O’Hara por la música nunca desapareció (se dice que tocaba muy bien el piano y que a sus visitas las deleitaba tocando piezas de Rachmaninoff), eso explica que

en su obra haya poemas como “On Rachmaninoff’s Birthday” o “The Tree–Penny Opera”. Admiraba, sobre todo, la poesía de Rimbaud, Mallarmé, Pasternak y Maiakovski, pero fueron los surrealistas europeos que habían emigrado a Nueva York durante la guerra mundial, quienes dejaron una honda huella en los jóvenes poetas neoyorquinos; O’Hara escribió en un poema: “Mi corazón está en mi/ bolsillo, son Poemas de Pierre Reverdy”. En “Personism: A Manifest” describió su poética: “Un sonrojamiento, por un secreto entusiasmo, se esparcirá por el mundo, por el Mundo Rojo y por el Mundo Blanco”. Sin embargo, la mayor parte de su obra es póstuma, en 1971 se publicó The Collected Poems que al año siguiente recibió el National Book Award. Aunque murió relativamente joven, su poesía es un referente de la literatura inglesa de la segunda mitad del siglo XX. O’Hara murió trágicamente: fue atropellado por un camión en las primeras horas del 24 de julio de 1966 en la playa de Fire Island y falleció en el hospital al día siguiente. Brainard cuenta en su libro una anécdota que bien puede considerarse como una imagen premonitoria: “Me acuerdo de una noche muy fría y muy oscura, en la playa, a solas con Frank O’Hara. Se desnudó y se metió corriendo en el agua y me dio un susto de muerte”. L

BITÁCORA PSICOTRÓPICA

Xavier Velasco

Toda enemistad pública delata algún flechazo sigiloso. MILENIO LABERINTO Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


sábado 17 de agosto de 2013 03

LABERINTO

antesala

La culpa A quince años de la muerte de Elena Garro, estas líneas rescatan el espíritu y las batallas que la narradora poblana libró en la creación y la república de las Letras POESÍA

Guiños al futuro ESCOLIOS Armando González Torres

Patricia Rosas Lopátegui

agonzale79@yahoo.com.mx

Para Elena Garro, como diría Sor Juana, con “Diuturna enfermedad de la Esperanza”.

Ay, Elena, tú dijiste: la culpa es de los tlaxcaltecas. Ellos te culparon a ti por los muertos de Tlatelolco. Ay, Elena, tú defendiste a Felipe Ángeles a los indios olvidados a las mujeres silenciadas. Ellos sepultaron a los héroes del pueblo, negaron las semanas de colores y ocultaron los cuerpos de las violentadas. Ay, Elena, franca y sincera desobedeciste las leyes del falso pudor. Ellos, hipócritas, levantaron los dedos y señalaron, afi laron las lenguas y su veneno, agrio de podredumbre, te condenó en tu habitación parisiense repleta de alquitrán. Ay, Elena, según las malas lenguas fuiste espía de las “cabezas bien pensantes”. Ellos intervinieron tu teléfono, te amenazaron con bombas y desde la DFS hasta la misma CIA acecharon alevosos tus movimientos. Lo increíble es lo verdadero concluyeron Laura y Nachita: la culpa es de los traidores. Ya verás, Elena, el tiempo del puente de Cuitzeo algún día te concederá la razón: la culpa sigue siendo de los tlaxcaltecas.

ESPECIAL

P

atricia Rosas Lopátegui (Tuxpan, Veracruz, 1954) es ensayista e investigadora. Desde 1997 se ha dedicado al estudio de la vida y obra de Elena Garro. Yo solo soy memoria. Biografía visual de Elena Garro; Yo quiero que haya mundo. Elena Garro 50 años de dramaturgia y El asesinato de Elena Garro forman parte de su bibliografía. La autora de Los recuerdos del porvenir falleció en Cuernavaca, Morelos, el 22 de agosto de 1998. A década y media de distancia, Lopátegui homenajea a la escritora con claves que habitaron su prosa y la convirtieron en un icono de la literatura mexicana del siglo XX.

U

n legado de veintitantos tomos de obras completas hace pensar en un autor enciclopédico, aislado en su torre y ajeno a la circunstancia. Ya se sabe que con el sabio y mundano Alfonso Reyes no fue así: funcionario ejemplar, coqueto profesional, amante de la buena mesa y la tertulia y virtuoso tanto en los géneros extensos como en los breves. En Un informante en el olvido: Alfonso Reyes (Conaculta, 2013), Marcos Daniel Aguilar abunda sobre uno de los oficios de Reyes, el periodismo, donde desplegó mucho de su excelencia literaria. Aguilar compila algunas joyas del Reyes periodista y presenta sus distintas facetas como entrevistador, reportero, articulista político, reseñista, crítico cinematográfico, historiador del periodismo y hasta fotorreportero. También destaca sus aportaciones de elegancia y equilibrio reflexivo y hace pensar que si bien la claridad y ecuanimidad son características del temperamento de Reyes, sin duda su largo trato con el periodismo lo obligó a depurar estos atributos naturales de concisión, amenidad y color de su escritura. Más allá de su carácter informativo, Aguilar adapta el origen académico de su investigación y, con prosa entusiasta y sensibilidad por el detalle, la convierte, en momentos, en una suerte de novela de formación. Por medio de la relatoría de los trabajos periodísticos de Reyes, Aguilar revive el exilio en Europa del joven patricio caído en desgracia política; su breve estancia en la legación francesa de donde sale corrido y amenazado por la guerra, y su aterrizaje en Madrid, sin dinero y con esposa y niño de brazos. Aguilar evoca esa etapa de drama y aprendizaje de Reyes, un joven

privilegiado que, enfrentado a las angustias de la supervivencia, se convierte en un versátil autor que, al mismo tiempo que trabaja en la fi lología más rigurosa, escribe a destajo notas de divulgación para los diarios. Cumple de esa manera un noviciado vital, intelectual y, sobre todo, escritural, pues este entrenamiento le quita grasa, le da fuerza y lo dota tanto para la carrera de velocidad del diarismo, como para la carrera de fondo del tratado. Puede pensarse que el joven y docto Reyes se acercó al periodismo por necesidad económica, pero sin duda la escritura ensayística de Reyes encontraba un cauce natural en esa extensión de la tertulia que eran los periódicos y en su carácter dialógico y democrático. Porque para el humanista Reyes, la fecundidad del saber radicaba no solo en sus modos de generación y conservación erudita, sino en sus formas de transmisión, pues era en esa fase donde su derrama resultaba formativa y transformadora. A lo largo de su obra, Reyes demuestra que el periodismo es el género de acción de la inteligencia. Por lo demás, para Reyes la brevedad y circunstancialidad del género no eran limitativas: podía resumir en el espacio de un artículo la materia de un tratado, y podía, tomándole el pulso a la actualidad, hacerle guiños y apuestas a la posteridad. L

MILENIO LABERINTO http://www.milenio.com/suplementos/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter: SCLaberinto


04 sábado 17 de agosto de 2013

MILENIO

literatura

David Foster Wallace

Más afuera, libro de ensayos y reflexiones, ya circula en librerías bajo el sello de Salamandra. Con autorización de la editorial, presentamos el siguiente texto que el narrador le dedicó a su amigo y también creador de un universo inextricable cuya materia prima es la condición humana. Acompañamos este retrato con una revisión de dicho título MEMORIA Jonathan Franzen

C

omo a tantos escritores, pero incluso más que a la mayoría, a Dave le encantaba tener las cosas bajo control. Las situaciones sociales caóticas enseguida lo estresaban. Solo lo vi ir dos veces a una fiesta sin Karen. A una de ellas, ofrecida por Adam Begley, casi tuve que llevarlo a rastras, y en cuanto cruzamos el umbral y aparté la mirada de él durante un segundo, dio media vuelta y regresó a mi apartamento para mascar tabaco y leer un libro. En la segunda no tuvo más remedio que quedarse, porque se celebraba la publicación de La broma infinita. Sobrevivió diciendo gracias una y otra vez, con formalidad penosamente exagerada. Una de las razones por las que Dave era un profesor extraordinario se debe a la estructura formal de ese trabajo. Dentro de esos confines, podía recurrir sin peligro a su enorme bagaje natural de bondad, sabiduría y conocimientos. De forma análoga, la estructura de las entrevistas también estaba exenta de peligro. Cuando Dave era el tema, podía relajarse y ocuparse él del entrevistador. Si él mismo era el periodista, realizaba sus mejores trabajos cuando encontraba a un técnico —una cámara que seguía a John McCain, un técnico de sonido en un programa de radio— a quien le entusiasmara conocer a alguien sinceramente interesado en los misterios de su trabajo. A Dave le encantaban los detalles por sí mismos, pero los detalles constituían también una válvula de escape para el amor acumulado en su corazón: una manera de conectar con otro ser humano en una tierra de nadie relativamente segura. La cual era, más o menos, la descripción de la literatura a la que él y yo llegamos en nuestras conversaciones y correspondencia a principios de los años noventa. Quise a Dave desde la primerísima carta que recibí de él, pero las primeras dos veces que intenté conocerlo en persona, allá en Cambridge, me dejó plantado.

Incluso después de empezar a vernos, nuestros encuentros eran a menudo tensos y precipitados: mucho menos íntimos que las cartas. Como mi amor por él fue a primera vista, siempre me esforzaba por demostrar que yo podía ser lo bastante gracioso e inteligente, pero su tendencia a fijar la mirada en un punto a kilómetros de distancia me hacía sentir que estaba fracasando en mi propósito. A lo largo de mi vida, con pocas cosas he experimentado una mayor sensación de logro que al arrancarle una risa a Dave. Llegamos a la conclusión de que la narrativa era esa “tierra de nadie neutra donde establecer una profunda conexión con otro ser humano”, para eso servía. “Una escapatoria de la soledad” fue la formulación en que coincidimos. Y en ninguna otra parte fue Dave más absoluta y magníficamente capaz de mantener el control que en su lenguaje escrito. Poseía un virtuosismo retórico más que extenso, apasionante e imaginativo que el de cualquier escritor vivo. Allá en la palabra número 70 o 100 o 140 de una frase, ya bien entrado un párrafo de tres páginas de humor macabro o de autoconciencia extraordinariamente reticulada, uno olía el ozono de la tersa precisión de su estructura sintáctica, su desplazamiento sin esfuerzo y tonalmente perfecto entre niveles de dicción alta, baja, media, técnica, moderna, tecnológica, fi losófica, vernácula, vodevilesca, exhortatoria, achulada, desconsolada, lírica. Esas frases y páginas, cuando era capaz de producirlas, constituían para él un hogar tan verdadero, seguro y feliz como cuantos tuvo durante la mayor parte de los veinte años de nuestra relación. Así que podría contaros anécdotas del breve viaje por la carretera salpicado de discusiones que emprendimos en cierta ocasión, o hablaros del olor mentolado que su tabaco de mascar dejaba en mi apartamento siempre que se quedaba unos días, o de las torpes partidas de ajedrez que jugábamos y los peloteos de tenis aún más torpes que a veces hacíamos —la reconfortante estructura de los

Dave poseía un virtuosismo retórico más que extenso, apasionante e imaginativo que el de cualquier escritor vivo

juegos frente a las extrañas y profundas rivalidades fraternales que bullían bajo la superficie—, pero ciertamente lo principal era la escritura. Durante la mayor parte del tiempo desde que lo conocí, la interacción más intensa con él fue estas sentado a solas en mi sillón, noche tras noche, durante diez días, leyendo el manuscrito de La broma infi nita. Ése fue el libro en el que, por primera vez, organizó el mundo y a sí mismo tal como quería. Al nivel más microscópico: entre cuantos han pasado por esta tierra, nadie ha puntuado la prosa de una manera tan apasionada y precisa como Dave Wallace. Al nivel más global: produjo un millar de páginas de bromas de talla mundial que — si bien la modalidad y calidad del humor nunca flojeaban —eran cada vez menos graciosas, capítulo tras capítulo, hasta que, al fi nal, uno pensaba que el título podía haber sido igualmente La tristeza infi nita. Eso Dave lo captó como nadie. Y ahora resulta que este hombre del Medio Oeste atractivo, brillante, gracioso, con una mujer asombrosa y una red de apoyo local magnífica y una magnífica carrera y un magnífico empleo en una

magnífica universidad con unos alumnos magníficos, se ha quitado la vida, y los demás nos quedamos aquí preguntándonos (por citar una frase de La broma infinita): “A ver, tío, ¿tú de qué vas?” Una buena respuesta, sencilla y moderna, sería: “Una personalidad encantadora, con talento, fue víctima de un severo desequilibrio químico en el cerebro. Por un lado, estaba la persona de Dave, y por el otro, la enfermedad, y ésta mató al hombre igual que podía haberlo matado el cáncer.” Esta respuesta es más o menos cierta, pero a la vez insuficiente. Si os quedáis satisfechos con ella, no necesitáis leer los relatos que Dave escribió, en especial tantos y tantos relatos en los que la dualidad, la separación entre persona y enfermedad aparece como problema o directamente es blanco de mofa. Una paradoja obvia es, naturalmente, que el propio Dave, al final, se dio por satisfecho con esta respuesta sencilla y dejó de establecer conexión con esos relatos más interesantes que había escrito en el pasado y podría haber escrito en el futuro. Su tendencia suicida salió ganando y todo lo demás en el mundo de los vivos pasó a ser intrascendente. Sin embargo, eso no significa que no nos queden más relatos significativos por contar. Podríamos ofreceros diez versiones distintas de cómo llegó a la noche del 12 de septiembre, algunas muy sombrías, algunas muy indignantes para mí, y en la mayoría teniendo en cuenta las numerosas adaptaciones de Dave, como adulto, en respuesta a su intento de suicidio al final de la adolescencia. Pero en concreto hay un relato no tan sombrío que me consta que es verdad y que quiero contar ahora, porque ha sido una gran felicidad, un privilegio y un desafío infinitamente interesante gozar de la amistad de Dave. Las personas a quienes les gusta tener las cosas bajo control pueden pasarlo mal en la intimidad. La intimidad es anárquica e


sábado 17 de agosto de 2013 05

LABERINTO

literatura ESPECIAL

RESEÑA

LA VOZ DEL ENSAYO Roberto Pliego robertopliego61@gmail.com uienes gozamos con Las correcciones y Libertad no podemos menos que sentirnos doblemente bendecidos por la aparición de Más afuera: porque revela a un ensayista emotivo y multifacético y porque es en la ductilidad del ensayo donde encontramos las claves para comprender mejor las novelas de Jonathan Franzen. Que tire la primera piedra quien crea que Libertad y Las correcciones son las mismas después de haber leído Más afuera (Salamandra, España, 2013). Pero de quién hablamos cuando hablamos de Jonathan Franzen. De uno de los más talentosos narradores estadunidenses nacidos en la década de 1950. No proviene del licencioso Chicago de Saul Bellow ni de la insomne Nueva York de Philip Roth sino de ese bastión de la moral protestante que es el Medio Oeste. Sus dos primeras novelas —Ciudad veintisiete (1988) y Movimiento fuerte (1992)— atrajeron tan poca atención que buscó refugio en el periodismo. Ya había probado suerte en Hollywood con un guión “que apestaba a Problemas Personales”, una historia adonde fueron a dar los miedos y las culpas de su vida en matrimonio. Tenía 35 años cuando trabó amistad con algunos de sus antiguos héroes —Don DeLillo, entre ellos— e inició la escritura de Las correcciones, que apareció en 2001 anunciando a todo pulmón que aún era posible concebir una novela a la manera de Tolstoi, tan vasta y compleja como la biografía de una familia nuclear de Minnesota. Libertad, publicada en 2010, fue otra iluminación: el lento descenso a los abismos del amor y el desamor, de la traición y la lealtad. Muchos son los terrenos que pisan los ensayos y las 348 páginas de Más afuera y una buena parte establece lazos duraderos con el arte de la novela. Vieron la luz en The New Yorker, The New York Times, The Guardian entre 1998 y 2011 con el propósito muy poco reconfortante de incomodar a ciertos lectores por su franca enemistad con el sentimentalismo, el ensimismamiento patológico, los excesos líricos, la necesidad de ser agradable y la fascinación que produce la literatura convertida en espectáculo. Franzen puede hacer la crónica de su viaje a la isla Masafuera, a 800 kilómetros de las costas chilenas, para esparcir al viento las cenizas de su amigo David Foster Wallace, o encomiar la obra de autores infravalorados, o declararle la guerra al uso maniaco de los teléfonos móviles, puede moverse con entera libertad por la novela inglesa del siglo XVII y por una fábrica china que provee fundas para cabezas de palos de golf, puede, en cada una de sus encarnaciones, sonar increíblemente sincero porque jamás renuncia a mostrar la relación de cada uno de estos motivos con su propia vida.

Q

incompatible por definición con el control. Uno busca tener las cosas bajo control porque siente miedo, pero hace unos cinco años, Dave, muy perceptiblemente, dejó de sentirlo. En parte se debió a que había conseguido un empleo bueno y estable en el Pomona College. Pero en parte sobre todo a que por fin encontró a una mujer adecuada para él, una mujer que por primera vez le abrió la posibilidad de llevar una vida más plena y menos rígidamente estructurada. Cuando hablábamos por teléfono empezó a decirme que me quería, y yo de pronto ya no tenía que esforzarme tanto para hacerlo reír o demostrarle que era inteligente. Karen y yo conseguimos llevarlo a Italia durante una semana, y en lugar de pasarse los días en la habitación del hotel viendo la televisión, como podría haber hecho años atrás, almorzó en la terraza y comió pulpo, y se dejó llevar a remolque a las cenas y de hecho disfrutó de la compañía de otros escritores en reuniones informales. Sorprendió a todos, y quizá en especial a sí mismo, fue algo verdaderamente divertido que quizá volviera a hacer. Más o menos un año después, decidió dejar la medicación que había dado estabilidad a su vida durante más de veinte años. También aquí hay distintas versiones de por qué lo decidió exactamente. Pero una cosa me dejó muy clara, cuando lo hablamos, fue que deseaba tener la oportunidad de llevar una vida más corriente, con menos control obsesivo y más placer normal. Fue una decisión surgida de su amor por Karen, de su afán por producir textos nuevos y más maduros, y de haber vislumbrado un futuro distinto. Fue por su parte un intento extraordinariamente aterrador y valiente, porque Dave rebosaba amor, pero también miedo: accedía con demasiada facilidad a esas profundidades de la tristeza infinita. Así pues, fue un año de altibajos, en junio tuvo una crisis y pasó un verano muy difícil. Cuando lo vi en julio, volvía a estar en los

La broma infinita, de David Foster Wallace (1962-2008), fue catalogada por la revista Time como una de las 100 mejores novelas en lengua inglesa

huesos como en la última etapa de la adolescencia, durante su primera gran crisis. Una de las últimas veces que hablé por teléfono con él, en agosto, me pidió que le contara en forma de historia cómo llegaría a irle mejor la vida. Le repetí muchas de las cosas que él me había dicho en nuestras conversaciones del año anterior. Le dije que se encontraba en un momento terrible y peligroso porque intentaba realizar auténticos cambios como persona y escritor. Le dije que, la última vez que había vivido experiencias cercanas a la muerte, había salido de ellas y escrito, muy deprisa, un libro que estaba a años luz de lo que había estado haciendo antes de su desmoronamiento. Le dije que era un recalcitrante obseso del control y un sabelotodo —“¡Y tú también!”, replicó— y que las personas como nosotros tememos tanto abandonar el control que a veces la única manera que tenemos de obligarnos a abrirnos y cambiar es dejarnos llevar a un acceso de pesadumbre y al borde de la autodestrucción. Le dije que él había emprendido aquel cambio en la medicación porque quería madurar y llevar una vida mejor. Y le dije que, en mi opinión, su mejor literatura estaba por venir. Y él dijo: “Esta historia me gusta. ¿Podrías llamarme cada cuatro o cinco días y contarme otra parecida?” Por desgracia, solo tuve una oportunidad más de contársela, y para entonces él ya no la oía. Se hallaba sumido en un horrible estado de angustia y dolor, minuto a minuto. Después, las siguientes veces que intenté llamarlo no cogía el teléfono ni devolvía los mensajes. Se había hundido en el pozo de la tristeza infinita, fuera del alcance de las historias, y ya no consiguió salir. Pero poseía una inocencia hermosa y anhelante, y estaba intentándolo. L

Pongamos el caso de “El dolor no os matará” —un discurso pronunciado en el Kenyon College— y “El Mediterráneo feo”. Cuando leemos Libertad no podemos dejar de admirar —aunque reconozcamos el aura del fanatismo— la pasión con la que Walter Berglund, el protagonista, entrega su vida a la protección de las aves silvestres. No podemos tampoco dejar de admirar el saber ornitológico al que Franzen recurre para contrastar el compromiso de un gris y apocado marido y padre de dos hijos hacia la naturaleza y su impericia —¿tibieza?, ¿indiferencia?— frente a los asuntos humanos. Pues bien, “El dolor no os matará” y “El Mediterráneo feo” descubren el amor de Franzen por las aves silvestres y su faceta como activista en organizaciones empeñadas en la conservación del medio ambiente. “Para empezar”, dice, “creo que mi amor por las aves se convirtió en portal de acceso a una parte importante de mí, no tan egocéntrica, cuya existencia ignoraba”. El ensayo, la novela: dos corrientes, un solo cauce. A dosis justas pero constantes, Franzen da cuenta de sus penurias financieras, de su matrimonio en ruinas, de las agonías de su padre y de su madre, del talante optimista de su hermano mayor, de sus paseos por Manhattan y aun de la tienda donde compra calcetines. No hace un personaje de sí mismo; simplemente ilustra cómo la rabia, el dolor y la desesperación cobran sentido y quedan atrás una vez que encuentran la compañía de personas y animales de carne y hueso. Mientras tanto, celebra la inquietante contemporaneidad de Robinson Crusoe, los muchos cuentos que hay en un solo cuento de Alice Munro, los trabajos y los días sin los cuales no hay ficción autobiográfica. Dice Franzen que la novela es el hogar de la fi nitud y lo incompleto. Creemos en ella en la medida en que nos mueve a desconfiar de nuestro Yo, ahora más virtual y autosuficiente. La novela, como género, lleva impresa las huellas de otras personas reales que invocan “los riesgos infi nitamente interesantes de las relaciones vivas”. Qué mejor manera de saberlo que oyendo la voz del ensayo. L


LABERINTO

De la cobardía considerada como una de las bellas artes La voz de un viajero de la noche llamado J. Alfred Prufrock, figura vaporosa, símbolo creado a partir de los versos de Dante, Shakespeare, Laforgue y W.B. Yeats, marcó la madurez poética del joven T.S. Eliot. Con motivo de una nueva edición que en breve circulará bajo el sello de la editorial artesanal La Dïeresis, presentamos un ensayo de su traductor acerca del arte de la composición, acompañado de la obra Hernán Bravo Varela hernanbravovarela@gmail.com

E

n su ensayo “El dilema de Prufrock”, John Berryman califica el inicio de “La canción de amor de J. Alfred Prufrock” (1915) como la entrada de T. S. Eliot a la mayoría de edad de lo moderno. Ya desde la primera estrofa, un señorito apellidado Prufrock invita a un anónimo acompañante a dar un paseo por la ciudad. Pero una comparación cambia de golpe el tono y el paisaje tardíamente victorianos del inicio: “Hora de irnos, tú y yo,/ pues la tarde se tiende contra el cielo/ cual si fuera un paciente en una plancha.” La caída de la noche, que en la poesía romántica anunciaba el arribo del sueño y sus quimeras, es comparada aquí con la postración de un paciente. Del sueño a la anestesia, del dormitorio al hospital y, en última instancia, del gran teatro del mundo inconsciente al anfiteatro anatómico: del “suave embalsamador de la alta noche en calma”, según la definición del sueño hecha por John Keats, al cuerpo inerte del crepúsculo, a punto de ser diseccionado por estrellas que brillan como el filo de los bisturís. Las elegías de John Donne, el Infierno dantesco y el Hamlet shakespeareano, Jules Laforgue y W. B. Yeats… Todos los espectros tutelares que acompañan a Eliot se disipan frente al conocimiento empírico de la experiencia por mor del morbo. Un Dante que aún ignora lo que significa estar “en medio del camino de la vida” —un poeta que, por inseguridad o modestia juvenil, no se ha propuesto ser el comediógrafo de lo divino— invita a su acompañante (que tal vez no sea otro que su propia conciencia) a recorrer el purgatorio de los bajos fondos: Hora de irnos por calles más o menos desiertas, murmurantes refugios de noches ajetreadas en hoteles de paso y fondas de aserrín y conchas de ostras; (…) Por favor, no preguntes: “¿Qué sucede?” Hora de ir a nuestro compromiso.

¿Cuál es ese compromiso que Prufrock y su acompañante deben atender? Más que un compromiso, se trata de la cita que ambos tienen con el confortable tedio de la madurez, el fracaso u olvido de las promesas de juventud, los arrepentimientos y achaques de la edad. El alma aventurera de Prufrock cede ante el miedo al ridículo, la duda metódica y las obligaciones de la vida cotidiana: autocontrol, diplomacia, previsión, civilidad, sensatez. La estética tremendista de las primeras estrofas se resuelve en simple y llana anestética. Aunque lloré en ayunas, aunque lloré y recé, aunque vi mi cabeza (un poco calva) puesta en una charola, no soy ningún profeta, y no tiene importancia; he visto mi momento de gloria disiparse, al eterno Lacayo que sostenía mi abrigo entre risitas, y, en resumidas cuentas, tuve miedo.

Balada del apocamiento, la de Prufrock es también la confesión de sus limitaciones. A lo largo del poema la voz descarta, uno a uno, los arquetipos del amor, la poesía, la tragedia, la fe y la cultura

clásica que no pudo encarnar: Don Juan, Orfeo, Hamlet, Lázaro, san Juan Bautista, Ulises, Odiseo… Cerca del final, Prufrock abandona el descarte como método para definirse y se asume como un cortesano o testigo temeroso de su propia vida. ¡No! Yo no soy ni estaba destinado a ser Hamlet; soy de la comitiva, uno que basta y sobra para engordar la trama, arrancar una escena o [tal vez dos, aconsejar al príncipe; un títere a la mano, sin duda, comedido, dichoso de ser útil, diplomático, cauto, escrupuloso; lleno de grandes frases, aunque algo testarudo; a veces, en verdad, casi ridículo, y casi, por momentos, el Bufón.

Así como los padres de este Hamlet hiperracional se disipan sin dejar huella, también se esfuman el amour fou, las grandes expectativas, los proyectos de atentado a la razón, a la ley y al sentido común. Habiendo admitido su cobardía, orfandad y falta de talento, Prufrock da rienda suelta a su castigada imaginación para participar de un mito que lo ha excluido: el canto de las sirenas. Por última vez, abandona los reparos, el flagelo y la autovigilancia. Presa de un lirismo impetuoso, Prufrock recurre a la mitomanía, es decir, a la creación y propagación de una leyenda delirante: Mar adentro, las vi cabalgando las olas, peinar el pelo blanco de olas encrespadas cuando el viento que sopla sobre el agua la torna [blanca y negra. En los cuartos del mar permanecemos con muchachas del mar ceñidas de algas rojas y cafés, hasta que nos despiertan unas voces humanas y, [entonces, nos ahogamos.

Salvo por el verso final, los dos últimos tercetos del poema parecen anunciar la vita nuova de Prufrock, el triunfo de la fantasía sobre los sentidos cruelmente enajenados por la lógica. Después de haber dudado si era capaz “de perturbar al universo entero”; tras preguntarse “¿cómo podría comenzar, entonces,/ a arrojar las colillas de mis modas y modos?"; habiendo afirmado que “he medido mi vida a cucharadas”; al cuestionarse si “¿Debo prestarme pelo?/ ¿Seré capaz, realmente, de morder un durazno?”, Prufrock asegura haber visto a las sirenas cabalgar las olas mientras peinaban su pelo canoso, y haber permanecido “En los cuartos del mar” donde se encontró a una suerte de ninfas “ceñidas de algas

El autor de Tierra baldia

rojas y cafés”. Sin embargo, Prufrock sucumbe ante el verdadero canto de las sirenas: la voz del hombre. Se hunde en las profundidades, toca fondo; es decir, vuelve sano y salvo a la superficie. “El poeta habla, en este poema, de una sociedad estéril y suicida”, concluye Berryman su ensayo sobre “La canción de amor…”Pero Eliot, en vida y obra, hará de esa denuncia una forma de colaboración; se volverá el alter ego de Prufrock, uno que pensó redimirse si creía fielmente (estéril, suicidamente) en esa sociedad cuyos miembros se hunden entre sí, cantándose himnos de guerra al oído.


sábado 17 de agosto de 2013 07

de portada ESPECIAL

LA CANCIÓN DE AMOR DE J. ALFRED PRUFROCK T. S. Eliot S`io credesse che mia risposta fosse A persona che mai tornasse al mondo, Questa fiamma staria senza piu scosse. Ma perciocchè giammai di questo fondo Non tornò vivo alcun, s'i'odo il vero, Senza tema d'infamia ti rispondo.

Hora de irnos, tú y yo, pues la tarde se tiende contra el cielo cual si fuera un paciente en una plancha. Hora de irnos por calles más o menos desiertas, murmurantes refugios de noches ajetreadas en hoteles de paso y fondas de aserrín y conchas de ostras; calles que se prolongan como un árido debate con perversas intenciones para llevarte a algún dilema abrumador… Por favor, no preguntes: “¿Qué sucede?” Hora de ir a nuestro compromiso. Las mujeres deambulan por el cuarto mientras conversan sobre Miguel Ángel. La neblina amarilla que se rasca la espalda en las ventanas, la humareda amarilla que restriega el hocico en las ventanas, metió su lengua húmeda en las esquinas del atardecer, se entretuvo en los charcos de las alcantarillas, dejó que le cayese en la espalda el hollín de chimeneas, cruzó por la terraza, dio un salto inesperado y al ver que era una noche apacible de octubre, rondó la casa y se quedó dormido. Y claro que habrá tiempo para aquella humareda que se va deslizando por la calle, rascándose la espalda en las ventanas. Habrá tiempo, habrá tiempo de preparar un rostro para afrontar los rostros que uno afronta. Tiempo de asesinar y de crear, y tiempo para todos los días y tareas de las manos que levantan y dejan caer sobre tu plato una pregunta. Un tiempo para ti y un tiempo para mí, y tiempo para cien indecisiones, visiones, revisiones, antes del pan tostado y de tomar el té. Las mujeres deambulan por el cuarto mientras conversan sobre Miguel Ángel. Y claro que habrá tiempo para pensar “¿Seré capaz?”, “¿Seré capaz?” Tiempo de arrepentirse y bajar la escalera con una calva en plena coronilla. (Y dirán: “¡Cómo está perdiendo pelo!”) Mi levita, mi cuello que sube con firmeza hasta el mentón; mi corbata, vistosa aunque modesta, afirmada con solo un alfiler. (Y dirán: “Esos brazos y piernas, ¡qué delgados!”) ¿Seré capaz de perturbar al universo entero? En un minuto hay tiempo de tomar decisiones y de hacer revisiones que un minuto [habrá de revertir. Pues las conozco todas, las conozco: ya conozco las noches, las mañanas, las tardes; he medido mi vida a cucharadas. Yo conozco las voces que fallecen de una mortal caída, debajo de la música que asoma del cuarto más distante. ¿Cómo podría dar nada por sentado?

Ezra Pound, mecenas y promotor del joven Eliot, pronto advirtió los riesgos de su progresiva religiosidad y le aconsejó seguir en la línea de Prufrock y otras observaciones (1917). No se equivocaba. Tierra baldía (1922), segundo libro de Eliot, concluye dando tres veces la paz en sánscrito: Shantih shantih shantih. Durante la Segunda Guerra Mundial, un Eliot anglicano conjetura en Cuatro cuartetos (1943): “Y todo saldrá bien y/ toda clase de cosas saldrá bien/ cuando se trencen las lenguas de la llama/ en el nudo de fuego coronado/ y el fuego se haga uno con la rosa.” Para su propia dicha, “La canción de amor de J. Alfred Prufrock” nunca aspiró a tanto. L

Y conozco los ojos, los conozco, los ojos que te clavan en una frase hecha, y ya hecho, prendido de alfileres, clavado y retorcido en la pared, ¿cómo podría comenzar, entonces, a arrojar las colillas de mis modas y modos? ¿Cómo, entonces, dar nada por sentado? Y conozco los brazos, los conozco, brazos con brazaletes, blancos y descubiertos (pero, bajo la lámpara, con vello café claro). ¿Podría ser el perfume de un vestido lo que me hace divagar así? Brazos en una mesa o envueltos en un chal. ¿Debo, entonces, dar nada por sentado? ¿Cómo hacerlo, de entrada?

◆◆◆ ¿Debo decir que he andado por entre callejuelas cuando [la noche cae, y contemplado el humo que sube de las pipas de hombres solitarios en mangas de camisa que asoman a través [de la ventana? Yo debí ser dos garras que, con filo mellado, barrenaran el fondo de mares silenciosos. ◆◆◆ Y la tarde, el crepúsculo, ¡duerme tan apacible! Acariciada por esbeltos dedos, dormida… fatigada… fingiendo estar enferma, estirada en el piso, junto a ti y junto a mí. ¿Podría —tras el té, los pasteles y helados— tener la fuerza para conducir el momento a su crisis? Aunque lloré en ayunas, aunque lloré y recé, aunque vi mi cabeza (un poco calva) puesta en una charola, no soy ningún profeta, y no tiene importancia; he visto mi momento de gloria disiparse, al eterno Lacayo que sostenía mi abrigo entre risitas, y, en resumidas cuentas, tuve miedo. Después de todo, ¿habría valido así la pena, ya después de las tazas, del té y la mermelada, entre la loza fina y una charla sobre nuestros asuntos; habría valido, pues, así la pena zanjar de tajo la cuestión, sonriendo, meter el universo en una bola y arrojársela a algún dilema abrumador, y decir: “Yo soy Lázaro, vengo de entre los muertos, vengo a contarles todo, les voy a contar todo…”, si alguna, acomodándose una almohada cerca de la cabeza, dijera: “No, no es eso lo que quise decir; no es eso, en absoluto”? Después de todo, ¿habría valido así la pena? ¿Acaso habría valido así la pena, después de los crepúsculos, los patios delanteros y las [calles mojadas, después de las novelas, de las tazas de té, de las faldas que [arrastran por el suelo… de esto, y mucho más? ¡Imposible decir exactamente lo que quiero decir! Como si una linterna mágica proyectase los nervios en dibujos [sobre una pantalla, ¿acaso habría valido así la pena si alguna, acomodándose una almohada o tirando su chal, mirando a la ventana, hubiese dicho: “No es eso, en absoluto; no, no es eso lo que quise decir”? ◆◆◆ ¡No! Yo no soy ni estaba destinado a ser Hamlet; soy de la comitiva, uno que basta y sobra para engordar la trama, arrancar una escena o tal vez dos, aconsejar al príncipe; un títere a la mano, sin duda, comedido, dichoso de ser útil, diplomático, cauto, escrupuloso; lleno de grandes frases, aunque algo testarudo; a veces, en verdad, casi ridículo, y casi, por momentos, el Bufón. Envejezco… Envejezco… Llevaré el pantalón arremangado. ¿Debo prestarme pelo? ¿Seré capaz, realmente, [de morder un durazno? Llevaré pantalones de franela y andaré por la playa. He oído a las sirenas cantándose entre sí. Yo no creo que vayan a cantarme. Mar adentro, las vi cabalgando las olas, peinar el pelo blanco de olas encrespadas cuando el viento que sopla sobre el agua la torna blanca y negra. En los cuartos del mar permanecemos con muchachas del mar ceñidas de algas rojas y cafés, hasta que nos despiertan unas voces humanas y, entonces, [nos ahogamos. L Versión de Hernán Bravo Varela


08 sábado 17 de agosto de 2013

MILENIO

varia ARCHIVO HILDA ACEVEDO

Relojes de arena Sus posteos en Twitter han captado la atención de más de 40 mil seguidores en esa red social. Muchos de ellos son escritores como Javier Cercas, Xavier Velasco y Jorge F. Hernández, que han escrito sobre sus trabajos. En breve, Colofón publicará una compilación de sus textos, libro del que ofrecemos este adelanto, más una selección de sus aforismos PALÍNDROMOS Merlina Acevedo @MerlinaAcevedo merlinaacevedo.com.mx

A

dán érase barro. ¿Cómo crear tal aroma a dama? Eva nueva amasaré: serás ama, ave, un ave amada, amor al atraer. Como corra besaré nada.

Desalojarte me trajo miseria. Sed, seda de losa, seré sed ahora. Pero reparo: ha de ser esa soledad. Es desaire si mojarte me trajo la sed. Lee él al revés: «Sé verla». Lee él —¡Yo sí te doy! —¿Eu? —¡Que yo de ti soy! Eres yo: dudo. Yo soy eso, lo sé, sí: nada, ni sé. Solo sé: yo soy o dudo y seré. Raro: lloró, ¿más amar? ¿Es amor o lo deseaba de mí?, ¿Me daba ese dolor o más? ¿Era más amor o llorar? A los adioses, amares, alba idolatró. Poseída nada de los adioses; oída soledad, a nadie soporta. Lo diabla será, mas es oída sola.

Odio leer odas. Adoré el oído. Adiós amor, ¿o es a tu manera? Lame, mata desamor a la sed; allí me sé semilla de sal, aroma sed. Átame mal. Arena, muta: sé oro, más, o ida. ¿Ajo con raja, Bart? ¡A trabajar! ¿Es así Lisa? ¿Era Homero o ledo? ¡Marge, Negra Modelo! ¿O remo haré? ¿Así Lisa se raja, Bart? ¡A trabajar! ¡No coja! Ave, una niña de sal, soñará mar, amó, desea —sed es— a ese domar, amar años. La sé dañina, nueva. AMA Seda de verbo sé, sé verso, revés. No crecer con odio es reconocerse oído, no crecer con severos reveses o brevedades.

Así revela la luna: ya rota esa mirada, ¿cómo crear tales ojos?, ¿el atraer?, como cada rima, se atora ya nula la leve risa. Amar deseo. No ese drama

AFORISMOS Abre los ojos, no me dejas ver el paisaje. En ojos cerrados no entran mariposas. Sal de mi vista, lágrima. Cantar de tristeza es como llorar de alegría.

Odas a pasado eres, ayeres ya idos, odios, amada nada de los adioses; es oída soledad a nada, más oídos. Odia y seré, ya seré odas a pasado. Era de lo suyo hoy. Yo, la musa, adoro por épocas. Al amor no honro. Mala, saco pero por oda. Asúmalo, y yo, hoy, uso le daré. Eres adiós, amor a soledad, es ayer, eso ya ido, el odio; ese velo dañado, leve, sé oído, le odia. Yo seré ya seda de los aromas, oída seré.

¿Será breve deseo ese de ver bares?

Amor, al atraer, ceder es amor. Aroma seré de crear tal aroma.

Raro: lloro, mas amar era dudar. ¿Era más amor o llorar? Yo, si nada nutro, fanática nací tan afortunada ni soy.

Amor anís: luz al atraer con aroma ese oído. Odio: ese amor a no crear tal azul, sin aroma. L

Soledad es no saber qué hacer con la soledad. La lluvia es nuestra memoria externa. Las luciérnagas son ausencias que brillan. Los recuerdos más claros son los inventados. Mi otro yo me habla de usted. Dormir es como morir, pero más acá. Vivo sin mí en mi propio mundo. El mundo es un espejo en el espejo. El libro es un instrumento de repercusión. Cuando se nos acaba la paciencia, tocamos nuestro piano imaginario. Somos las piezas de un juego de ajedrez que Dios abandonó. El silencio es el mejor tema de conservación.

LUZ Aromas esa mar, es el alba, halo al azul alza: pase azul alado, tenue se divide; se une toda la luz a esa paz; la luz a la ola háblale. Será más: es amor azul.

La imaginación se alimenta del caos. Tu plural soy yo. EKO

Se dice de ti: nada. No puso nada, no supo nada. Ni te decides.

Desearte traer como crearte sería. Aire sé traer, como crearte, trae sed.

PINTORA, COMPOSITORA Y AJEDRECISTA. Su primer palíndromo lo escrbió en Twitter en abril del 2011: “Anularemos a su mal aire. Cerca crecería la musa, somera luna.” Y desde esa fecha empezó a escribir con regularidad en ese medio palíndromos, aforismos y merlinazos (cómo les llamó Xavier Velasco).

La melancolía es un lugar aislado del mundo. El silencio es la onomatopeya de la sabiduría.

Amor: al atraer crear tal aroma.

La soledad es un lugar donde el tiempo rinde más.

La sed o mares éramos, el ileso mar, ese ramo de sal.

De niños todos fuimos grandes.

Odio no crecer con amor, aroma, no crecer con oído. Ay, yo lo sé, traje drama: amar, dejarte solo y ya.

El tiempo es el alma de las cosas El tiempo va tomando nuestra forma. Crecer es saberse pequeño. Qué triste es odiar sin ser odiado.

Ella te deseó y arde y lames, ese ánimo lo mina. Sedle seda el desánimo, lo mina, es ese mal, yedra; yo, ese detalle.

Es fácil ser diferente, lo difícil es parecerse a uno mismo.


sábado 17 de agosto de 2013 09

LABERINTO

en librerías En la orilla

Los pecados de la familia Montejo Rafael Chirbes Anagrama España, 2013 437 pp.

D

e origen valenciano, el también autor de El novelista perplejo, El viajero sedentario y Mediterráneos, entre otros títulos, vuelve a la escena con esta novela que comienza con un hecho aterrador: en el pantano de Olba aparece un cadáver cuya identidad y trágico deceso irá deshilvanándose página por página y a lo largo de un relato cuyos personajes sufren la codicia, el engaño, la traición y la enemistad, emociones que se ocultan en los códigos sociales y las estructuras familiares. La crítica ha señalado a este libro como una magnífica y terrible obra maestra.

La Narcocumbre

Pedro J. Hernández Grijalbo México, 2013 293 pp.

L

a historia de este libro es la de una “clásica” familia mexicana, es decir, de abolengo de fi nales del siglo XIX. Juan Carlos, Julio y Ana, los hijos, crecen con una serie de principios que deben conservar para pertenecer al círculo de Don Porfi rio Díaz. Lo que ensucia la reputación de esta familia es el pecado: un día, doña Beatriz Montejo, la madre, descubre que su esposo le es infiel y decide matarlo. Con una escritura cuyo principal recurso son los adjetivos, se intenta establecer un paralelismo entre la decadencia de un país con la moral de una familia.

sta novela podría titularse “La utopía de los narcos”, pues en el centro de la historia se encuentra un narcotraficante que, en su oficio de maestro de ceremonias, sueña con construir un narcoestado donde reine la paz, la comprensión y el tráfico de drogas, es decir, anhela crear una federación con reglas claras: repartición de territorios, establecimiento de rutas, determinar prioridades, narcocumbres en la ONU y reconocer jerarquías. Contrario a sus deseos, este país, en la novela, vive presa de la violencia y la impunidad.

Historia de un vestido negro

esenta y cuatro relatos cargados de humor y de voces inesperadas, forman parte de este volumen que el cuentista mexicano agrupó bajo la imagen de un trozo de tela oscura. Inéditos en su totalidad, en cada texto habita una variopinta colección de personajes que buscan exhaustivamente la aventura, que no claudican ante ningún dilema o circunstancia sino todo lo contrario, se adentran a lo desconocido, lo umbrío, lo espectral. De Samperio y de su obra, Hernán Lara Zavala dice que “es el tipo de escritor que cultiva lo fantástico, lo prodigioso, lo imaginario y lo sobrenatural.”

Para una memoria futura

A

lo largo de estas cinco micronovelas y una novela corta, Eugenio Partida crea mundos que, si bien son independientes, también pueden anudarse en un contexto general. Los personajes de este volumen suelen ser tristes, excluidos, marginales, tienen adicciones como el alcohol, el sexo y la literatura, se obsesionan con las mujeres y desean convertirse en escritores. En estos textos, el lector es confrontado por la gran intensidad de los relatos de Partida, quien no tiene remilgos en encumbrar a sus personajes para después hacerlos caer estrepitosamente.

Resiliencia y humor Antología Gedisa México, 2013 96 pp.

E

l humor es a menudo como un rayo que ilumina bruscamente un paisaje oscurecido por nubarrones”, dice Stefan Vanistendael, quien ilustra con estas palabras el potencial del humor en la experiencia humana. Un potencial habitualmente soslayado o minusvalorado en las grandes tradiciones fi losóficas o psicológicas, pero que hoy en día los estudios en resiliencia —capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite— han recuperado. Este libro recoge una selección de artículos que ahondan en el carácter sustantivo del humor.

La sabiduría y el legado

Leonardo Sciascia Tusquets México, 2013 189 pp.

I

nspirado por la lectura del libro de Christopher Duggan sobre mafia y fascismo, Leonardo Sciascia escribió, entre 1979 y 1988, artículos sobre la mafia italiana en periódicos como Corriere della Sera, Panorama y La Stampa que tenían como principal motor la ética, la buena fe y, ante todo, un discurso no apologético de los criminales. Estos artículos —recogidos en Para una memoria futura— provocaron una terrible polémica, tanto, que el autor siciliano fue acusado de debilitar la lucha contra la mafia y de poco menos que favorecer su existencia.

ESPECIAL

Eugenio Partida Filodecaballos México, 2013 109 pp.

Guillermo Samperio Fondo de Cultura Económica México, 2013 225 pp.

S

AMBOS MUNDOS

El finalista

Gilda Salinas Alfaguara México, 2013 176 pp.

E

El miedo

Stephen R. Covey Grijalbo México, 2013 174 pp.

E

scritor, conferencista, religioso y profesor, Stephen R. Covey es conocido por su libro Los siete hábitos de las personas altamente efectivas, donde enlista una serie de principios para el desarrollo personal y empresarial. Dicho título dio pie a una serie de publicaciones sobre cómo alcanzar el éxito. La sabiduría y el legado reúne las mejores frases del autor estadunidense sobre el liderazgo, el amor, la familia y el tiempo, así como de sus escritores favoritos: Aristóteles, Einstein, T.S. Eliot, Ralph Waldo Emerson, Goethe y Samuel Johnson, entre otros.

Fotograma de La piel

Santiago Gamboa Facebook: Santiago Gamboa–club de lectores

E

n una de sus últimas entrevistas, Federico Fellini dijo: “Un hombre sin miedo es un estúpido”. El entrevistador le había preguntado si le tenía miedo a la muerte, y esa fue su respuesta, un poco críptica a primera vista. Supongo que hay dos tipos de miedo. Un miedo, digamos, de tipo espiritual, y otro material. En el espiritual se incluirán los miedos de orden metafísico, como el miedo a la muerte o a la oscuridad; también los de orden afectivo, como el miedo a perder el amor o a la muerte de los familiares; e incluso miedos de orden un poco más íntimo, como el miedo a no estar a la altura, a desagradar, a decepcionar, a provocar la burla. En cuanto a los miedos materiales éstos incluirían los de índole físico: el dolor, la enfermedad, el sufrimiento; o los miedos de índole pecuniaria, como el temor a verse en bancarrota, a quedarse sin trabajo. Por eso es uno de los grandes motores de la vida. O como dicen los psicológos, “el manómetro del instinto de vida”. El miedo a la muerte nos lleva a ser muy cuidadosos con lo que hacemos, el miedo a perder los afectos nos convierte en seres tolerantes y sociables. El miedo a sufrir decepciones afectivas nos lleva a ser selectivos. Los miedos de orden metafísico alimentan saberes como la fi losofía y son una veta fértil para las expresiones artísticas. Lo mismo desde el punto de vista material. El miedo al dolor nos lleva a cuidarnos, a evitar el peligro, a alejarnos

de la violencia. El miedo a la enfermedad nos empuja a la vida sana, a ser prudentes con los vicios. El miedo a la bancarrota nos obliga a cuidar los gastos, lo que genera un progreso material que hace más llevadera la existencia. En suma: ¿qué sería de la vida sin el miedo? Porque el miedo es, también, un gran elemento diferenciador ¿Cuál es el temor preferencial de un ciudadano de Colombia? La arisca realidad del país nos propone un menú variado: desde el miedo a ser secuestrado, a morir de forma violenta, a ser boleteado por la guerrilla o los paramilitares, hasta el miedo a perder la casa en manos de la Banca, a perder la capacidad adquisitiva ante la crisis, a ser despedido, a ser atracado, o que todo lo anterior le suceda a un ser querido. Muy distinto de los miedos centrales que rigen, por ejemplo, la vida de un francés. Ellos, desde muy jóvenes, temen perder los puntos de la jubilación y sienten horror ante la posibilidad de cometer, de forma involuntaria, algún delito contra la administración. El italiano, que es vanidoso y de buena vida, le teme a la gordura y a las dietas. El español, gran derrochador, le teme por encima de todo a la crisis (y ya les llegó). Ojalá muy pronto nuestros miedos “colombianos” sean homologables a los de otras sociedades más pacíficas. Y termino con una frase del fi lm La piel, de Liliana Cavani, en donde un personaje dice esta perla: “La única cosa que me da miedo es la estupidez humana”. L


10 sábado 17 de agosto de 2013

MILENIO

teatro CORTESÍA PRODUCCIÓN

Géminis La obra de Rodrigo Mendoza muestra la historia de dos mujeres que se alternan los roles de terapeuta y paciente, exhibiendo sus carencias y temores CRÍTICA Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com

D

os jóvenes mujeres vestidas de negro juegan los roles de terapeuta y paciente durante una sesión en la que sueños, memoria e hipnosis, se combinan para descubrir odios y apegos. Una breve reacción corporal previa al diálogo, otorga un indicio al espectador de que se encuentra ante una realidad múltiple que irá tomando su cauce conforme se desarrolla la acción de Géminis, texto teatral escrito y dirigido por Rodrigo Mendoza Millán. El dramaturgo y director —de quien hasta hace poco conocíamos más su música compuesta para la escena y el gran apoyo que dio a su padre, Héctor Mendoza, como compositor y asistente de dirección en sus montajes—, construye un texto barroco, nutrido de información sicológica, teológica y filosófica y de cuestionamientos sobre particularidades de la vida de uno de sus personajes, abierto, confiado y humano, que deviene en contraste con los otros y de la circunstancia en la que se encuentran. De temática y atmósfera compleja, Géminis revela preocupaciones y temores en torno al amor, la muerte, la vida, el miedo, la envidia y se arroja con valor a un crudo desafío entre paciente y terapeuta, en ese pedregoso territorio en el que la primera se encuentra al desnudo ante la especialista y sus propios abismos y la segunda posee las herramientas para indagar sin piedad en la entraña viva del otro. Rodrigo Mendoza decide darle una vuelta de tuerca más a su obra y ubica intermitentemente a la terapeuta en el lugar de la paciente, sin contaminar la personalidad de cada una, lo que enriquece la relación transitoria y aún añade un personaje pivote más, inmerso en otro espacio de realidad

La obra se presenta los miércoles en Amacalone, Foro para la Experimentación Escénica Héctor Mendoza. Soria 65 A, colonia Álamos

hasta que se abre la posibilidad de un desenlace sorpresivo con tintes de humor negro y tragedia. Si bien el texto podría aligerarse en beneficio del espectador en tanto lo que le urge exponer al autor está desarrollado con claridad, la puesta en escena que logra el interés, el suspenso y el ritmo necesarios, requiere un mayor manejo de sutileza esencialmente en el terreno de lo actoral, que en ocasiones subraya exageradamente lo que los parlamentos dicen, rompiendo así con el reto dual que el autor plantea a lo largo de su obra. La riqueza de la relativa antítesis que representan los dos personajes femeninos, pierde fuerza cuando uno de éstos exhibe una autosuficiencia extrema e innecesaria más allá de lo que las palabras expresan, porque la convención teatral empieza a tener fisuras por las que se cuela información con la que cuenta el personaje, pero el espectador aún no y que de ninguna manera debe intuir para lograr el efecto catártico esperado.

Al pie de unas pequeñas gradas que sostienen sillas para 20 espectadores aproximadamente, un sofá, una silla, una breve mesa de centro, una lámpara de pie y una decoración metálica con formas geométricas que pende del muro, conforman el especio escenográfico en el que se desborda el universo interior de un personaje, cuyo análisis destapa sin piedad el hermetismo de su opuesto. Claudia Arellano, Michelle Ayala y Rubén Ramos protagonizan Géminis, cuya música original sustenta este montaje, que se lleva a cabo en un escenario de mínimas dimensiones, acondicionado dentro del aula en la que el maestro Héctor Mendoza impartía clases a sus alumnos, en la planta baja de lo que fue su casa durante muchos años. Ese santuario actoral incólume, en el que había un comedor de buen tamaño dentro de un salón rodeado de cristal para hacer trabajo de mesa dentro de un espacio libre para el ejercicio teatral, hoy se ha transformado en el nuevo Amacalone, Foro para la Experimentación Escénica Héctor Mendoza, donde el espectador puede ver de cerca el resultado de un arduo trabajo joven y propositivo que rompe con la indolencia y deja marca, ya sea visual, sonora, emotiva o racional de lo experimentado. L

LA PUERTA ESTRECHA ESPECIAL

Hamlet y el Quijote Alicia Quiñones lapuertaestrecha1@gmail.com

H

ablar de Hamlet y Don Quijote es un placer, aunque también un lugar común. Y el asunto de voltear con particular agrado a estos personajes, es que la editorial española sequitur, con títulos por demás interesantes, rescató una conferencia que Iván Turguénev dictó en 1860 en San Petersburgo titulada, precisamente, “Hamlet y Don Quijote”. Esta lectura me hizo recordar un libro que Jesusa Rodríguez escribió sobre las traducciones de la obra shakespeareana, específicamente sobre El rey Lear, publicado por el Fondo de Cultura Económica en el 96, en el que aborda las interpretaciones además de proponer su propia traducción; en dicho libro, Jesusa argumenta que si el teatro shakespeareno tiene todavía algún sentido no es porque sea un “clásico”, sino porque toca cuerdas humanas muy profundas y, por ello, es algo inacabado... Podríamos, entonces, construirnos un Shakespeare a nuestra medida o a nuestro mundo; y esto es en gran parte lo que Turguénev hizo en su conferencia: configurar dos personajes con base en la realidad, en su realidad. En el libro de sequitur nos encontrarnos con un breve análisis sobre la

psicología de los personajes frente a sus relaciones humanas en sus contextos e historias. Y más allá de las coincidencias ya sabidas del día en que murieron Cervantes y Shakespeare y la aparición de sus obras casi simultáneamente, Turguénev contrapone la imagen de un hombre que de sensual no tiene ni una gota y todos sus sueños son “puros y castos”, y que quizá ni desea verdaderamente encontrarse en el fondo de su corazón con Dulcinea; esta idea la contrapone con la de un hombre que no ama, y que tan solo finge amar, aunque por espejismo parezca lo contrario. Ofelia y Hamlet: “H: Yo te quería antes. O: Así me lo dábais a entender. H: Y tú no deberías haberme creído... Yo no te he querido nunca...”. Un personaje que está más cerca de la verdad de lo que el personaje cree saber. Más allá de estas consideraciones, el ruso aboga por aquello que hace eternos a estos personajes, a estos hombres-Hamlet y estos hombres-Quijote: “Sus lados oscuros encarnan la idea de la negación, esa idea que otro gran poeta nos presentó con el inhumano personaje Mefistófeles. Hamlet es Mefistófeles. Pero un Mefistófeles inmerso en el círculo viviente de la naturaleza humana”. Los hombres-amantesHamlet son pensativos, “finos e inútiles”. ¿Y los hombres-Quijote? Aquellos medio locos, capaces

de movilizar al mundo al tener en sus mentes solo un objetivo, aunque éste no sea el amor o la verdad. “Su objetivo a menudo es irreal, al menos tal y como lo conciben…”. ¿Quiénes somos ante estos dos personajes concebidos por escritores que conocían a fondo la condición humana? La puerta estrecha se ha cerrado. L


sábado 17 de agosto de 2013 11

LABERINTO

cine Julio Hernández Cordón

“Trabajo más por instinto” La extraña interioridad de los personajes y la compleja pluralidad de la sociedad guatemalteca en tiempos de campaña electoral son los elementos que gravitan en el largometraje del también director de la cinta Polvo ESPECIAL

el discurso retrocedió, por eso contrasté las campañas de Árbenz y Baldizón. El primero propuso educación y seguro social; el segundo, llevarnos al Mundial de futbol. La película mantiene un amarillo que evidentemente alude al sol, pero que también se puede interpretar como un encandilamiento social. Fue una propuesta estética. Filmar en blanco y negro ya está muy choteado. Al tener tan poco presupuesto necesitaba un gancho visual que hiciera diferencia, es decir, que la pobreza pasara un poco desapercibida. Además, el amarillo le da un toque melancólico interesante. ¿A falta de recursos mayor experimentación? Sí, trabajo más por instinto. No soy tan teórico. De pronto me comentan una cantidad de metáforas que nunca imaginé. No tengo margen para poner muchas posiciones de cámara porque no me alcanza el dinero ni el tiempo de rodaje. ¿Qué es el cine experimental? No sabría definirlo; es aquel donde se rompen reglas o se aventura por un camino diferente. El documental es el género donde hay más margen para experimentar. Cuando estudiaba en el Centro de Capacitación Cinematográfica de México, no podía entender por qué eran tan tradicionalistas. No tengo problema con la academia pero aprecio más aprender jugando y para mí la experimentación es un juego. Por otro lado, sus películas son muy teatrales. Pero por falta de presupuesto, por eso no uso actores profesionales. Una mala actuación es más real. No puedo hacer tantos cortes porque no tengo tiempo. Descubrí que puedo sacar la tarea rápido si uso tres planos básicos: uno abierto, dos cerrados, más dos close up. Parece teatral porque todo es frontal, los dibujos son planos, hay máscaras; pero me gusta más la foto fija, como lo hacía el primer Jim Jarmusch.

Fotograma de Polvo

ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

E

l cineasta guatemalteco, Julio Hernández Cordón no rehúye al calificativo de experimental. Asume que sus filmes rompen con cánones en aras de sustituir sus bajos presupuestos. Es el caso de Hasta el sol tiene manchas, donde muestra a dos personajes, un joven con un padecimiento mental y promotor del voto por Manuel Baldizón; y otro chico, que usa el grafiti para expresar su descontento social. Ha dicho que Hasta el sol tiene manchas es su carta de despedida de Guatemala, ¿por qué? Sí. La película nace de la frustración. Mi tercer filme, Polvo, la hice con el fondo de Ibermedia,

pero como Guatemala no pagó su cuota me congelaron el dinero. Después de varias negociaciones rescatamos los fondos. Esta experiencia me dejó dos cosas: la única manera de hacer cine en mi país es de modo artesanal y los fondos no van a decidir si puedo o no, hacer una película. Usa la figura del político Manuel Baldizón, para ejemplificar que en Guatemala pasa el tiempo y no cambia nada… O al contrario, pasa el tiempo y vamos a peor. No entiendo qué sucedió en Guatemala. Los jóvenes que hicieron la revolución de octubre en 1944 se perdieron. Jácobo Árbenz fue presidente entre 1951 y 1954, tenía 32 años y todas sus propuestas significaron cambios drásticos. 50 años después

Sostiene la narración en dos personajes. Uno de ellos tiene un padecimiento mental, ¿es una metáfora social? Hay algo de eso. Cuando hicimos la película, Baldizón estaba en quinto lugar por la carrera a la presidencia, y terminó en segundo; todos los pronósticos dicen que será el próximo presidente. El problema real es la gente que vota por ese tipo de políticos, no lo entiendo. No me quise burlar de los discapacitados, pero hay personas que saben leer y se comportan como analfabetas. ¿Por qué retoma textos de Jean Cocteau? Hace muchos años leí su libro Opio: diario de una desintoxicación. Es un creador muy completo: poeta, narrador, dibujante, cineasta. No le da pena exponer su diablo y sus heridas. A veces me gustaría ser como los directores de mediados del siglo pasado que podían expresarse de varias formas. Usted pone sus heridas en las películas… Eso es lo más importante. Las películas más importantes hablan de frustración o descomposición. Quiero que la película no termine cuando se prenda la luz de la sala, sino que la gente se vaya pensando en lo que acaba de ver. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

La noche oscura del alma Fernando Zamora @fernandovzamora

T

o the Wonder es una película extraña. Extraña, sí. Estoy usando una palabra que se mueve en el ámbito de “lo peor” pero también de “lo mejor” y como no padezco miedos axiológicos, me atrevo a decir que To the Wonder está en el lado de “lo mejor.” Por eso es extraña. Si de pronto parece que la película divaga sin rumbo hay que abrir los ojos, echar mano de un puñado de cultura metafísica y tratar de desentrañar el misterio del que Malick se ocupa, la Maravilla del título. Para interpretar To the Wonder vale la pena ponerse tomistas y decir primero lo que la película no es: no es un filme en continuity style, ese que procura introducir al espectador en un sueño de dos horas. To the Wonder, está más cerca del cine–verdad que de Hitchcock. Por ello, la película no es objeto de entretenimiento o en todo caso es entretenimiento en el mismo sentido en que uno puede decir que un poema de San Juan de la Cruz es entretenido. De hecho, el tema de la película es el mismo del famoso poema “La noche oscura”, así que sin un poco de misticismo cristiano no vamos a ver la relación entre las dos historias en la película. Por un lado hay una pareja. Él está preocupado por la ecología

y ella por Dios. Viviendo en el sur de los Estados Unidos (cuyos dorados sabe explotar el fotógrafo mexicano Emmanuel Lubezki) la pareja tiene este problema común: a veces no se quieren. No hay más y en apariencia (solo en apariencia) no sucede nada más. Al mismo tiempo hay por ahí un sacerdote (Javier Bardem), que vive en el tedio de la cotidianeidad del sufrimiento en una parroquia sureña. El Padre Quintana no ve a Dios por ninguna parte y sin embargo todos los días sube al altar y da su homilía. En una de ellas sostiene que el amor no es un sentimiento sino un deber, un acto de justicia con Dios. Pues bien, ¿cuál es la relación entre este matrimonio cualquiera y este hombre cualquiera? ¿Qué hay que ver en sus dudas frente a Dios y frente a sus promesas matrimoniales? La respuesta está, tal vez, en el misticismo de San Juan de la Cruz. La noche oscura es el estado en el que el alma pierde el sentido de la promesa original de los amantes, el estado en el que hay que abrazar el misticismo y lanzarse a la oscuridad a buscar al amado donde no vemos nada. La respuesta al desamor está, por tanto, en la fidelidad. Uno no necesita de la fidelidad en la luna de miel, la necesita durante la noche oscura del alma. Uno no tiene fe cuando está completamente convencido de que Dios existe, uno tiene fe cuando no lo ve por ninguna

To the Wonder (Deberás amar). Dirección: Terence Malick. Guión: Terence Malick. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Música: Hanan Townshend. Con Ben Affleck, Olga Kurylenko, Rachel McAdams y Javier Bardem. Estados Unidos, 2012. parte y aún así se esfuerza por hacer como que existe. Como se ve, Malick toca temas que en México no están bien vistos. En un país que tiene sus razones para ver en la religión al malo de la película, To the Wonder corre el riesgo de ser vista como “poco progre”, pero en realidad es todo lo contrario, la maravilla de Malick está en que habla de lo que él conoce y de lo que él mismo es, sin miedo a la crítica y sin deseo de complacer. Malick va en contra del mainstream de la cultura occidental: el cinismo. L


12 sábado 17 de agosto de 2013

MILENIO

varia RICARDO VALVERDE

CLAUDIA GUADARRAMA

Cristina Rivera Garza

Termitas y guerrero, 1975

El canon que viene Asco chicano es un Rem@ke de East LA ARCHIVO HACHE Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

L

os muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiaciones (Tusquets, 2013) de Cristina Rivera Garza, aborda “la escritura en su momento posconceptual y posmutante” de modo cuestionable. Conceptualistas norteamericanos y mutantes españoles son sus referentes centrales: “en Estados Unidos como en España... desde la poesía y la narrativa... surgieron grupos de escritores que respondieron de manera creativa... ante una revolución tecnológica”. Y suma nombres mexicanos recientes. La mezcla resulta truculenta. Define desapropiación como escritura que “busca enfáticamente desposeerse del dominio de lo propio, configurando comunalidades de escritura” y necroescritura como “producción textual que... emerge entre máquinas de guerra y máquinas digitales... de la mano de la muerte”. Entre panegíricos de Twitter y FB, desapropiación y necroescritura no son explicados o ejemplificados a fondo. Para ensalzar preferencias, Rivera Garza omite a quienes realmente escriben en peligro, por ejemplo, el EZLN y el hacktivismo en los 90 o los periodistas siempre en riesgo. Casi todo lo enumerado en Los muertos indóciles es posterior, diletante, dócil. Necroescritura es un trueque. Sale de periodistas muertos y narcoliteratura. Pero este vago neologismo tiene la ventaja de barrer lo “pasado de moda”. Lleva el agua a su propio molino. La idea de “comunalidad” que rige al libro es redes sociales y talleres literarios. Los términos son pomposos; la radicalidad, dudosa.

GUÍA VISUAL El libro de Rivera Garza depende de la visión de Marjorie Perloff, abogada del experimentalismo norteamericano con toques imperialistas. “De entre todo, tal vez sean los conceptualistas estadunidenses y los mutantes españoles los que han producido las primeras obras abiertamente citacionistas de nuestra época”. La afirmación es insostenible. Otros apropiacionismos son ejercidos desde hace muchas décadas en muchos lugares. Privilegiar a Goldsmith y mutantes españoles es despojar a esos otros. Al hacerlo alguien con el poder de Rivera Garza, el efecto es lamentable. Las omisiones forman un libro de cronología problemática. Por ejemplo, en esta obra sobre literatur@ digit@l, Rafa Saavedra, pionero, es mencionado (de paso) por Rivera Garza con un libro del 2002 (que ella fecha en el 2006) y otro del 2009, desdibujando que él hace y piensa todo esto desde los noventa. Con prosa heroica y condescendiente, Rivera Garza excluye a colectivos y ciberescrituras previas, experimentales sudamericanos, fronterizos, chicanos, etc., para poner en un pedestal (tardío) a españoles, norteamericanos y menciones nacionales apropiadas. Invisibiliza, niega, borra periferias, asunto grave en una historiadora supuestamente de márgenes. Los muertos indóciles es casi perfecto para sepultar las otras historias. Su apuesta es que —ante tantos repasos de lo reciente, mucho name dropping y alto tono poético— nadie se dará cuenta. L

Magali Tercero mtercero2000@yahoo.com.mx

E

n 1974, el grupo chicano Asco, del este de Los Ángeles, realizó un “mural instantáneo”. Esto quiere decir que los integrantes del colectivo “pegaron” a un muro, con cinta adhesiva, a la joven artista Patssi Valdez. Ella, Harry Gamboa Jr., Gronk y Willie F. Herron III habían nacido en el East LA, el área más pobre y llena de latinos de Los Ángeles. Para la realización del mural instantáneo —una forma de oponerse al establishment del arte chicano siempre nostálgico y lleno de reinterpretaciones respetuosas del arte prehispánico y del muralismo—, Patssi vistió hot–pants de mezclilla, blusa negra, chamarra roja y, lo más llamativo, sensuales medias negras y tacones altos. Aunque Asco era la cabeza del movimiento chicano más rebelde de su época, las feministas ortodoxas odiaron tanto el atuendo sexy de Patsii como el que sus tres colegas hombres la sujetaran a la pared. El performance llamó mucho la atención aunque no de buena manera. De hecho, el nombre del colectivo surgió con los primeros comentarios ante sus obras. “¡Qué asco!”, exclamaban los espectadores. Y eso contaron los de Asco en entrevistas diversas, les gustó. La náusea Sí. Asco era el nombre ideal porque a los cuatro les resultaba repugnante vivir en una sociedad amantísima del racismo y la injusticia, donde por el solo hecho de ser “brown” (morena), la mexicoamericana de segunda generación, Patsii, recibía escupitajos en la cara y era objeto, como todos los chicanos de la época, de humillaciones. Lo relató en una entrevista de 2011, realizada por la primera retrospectiva sobre Asco montada, muy irónicamente, en el mismo museo donde Asco exigió con el grafiti mencionado, en 1972, su inclusión en los registros del arte estadunidense: el prestigiado Los Angeles County Museum of Art (LACMA). La exposición es parte del Pacific Standard Time, proyecto formidable de sesenta instituciones, como el Getty, para rescatar la historia invisible del arte angelino (fue traído recientemente a México por el Museo Universitario de Arte Contemporáneo /MUAC). Ahí puede verse, por supuesto, el performance donde cargan una cruz de madera para protestar por los muertos de Vietnam. Mexicanos al grito de guerra En 1972, en Estados Unidos no se creía posible que los latinos tuvieran la capacidad de hacer

arte. Por eso, los miembros de Asco pintaron subrepticiamente en los muros del LACMA, durante una fría madrugada de diciembre, el grafiti con sus nombres. “Sí existimos”, parecieron gritarle al mundo. Lo corroboró Harry Gamboa en algún momento: “Lo hicimos para hacer notar que el museo estaba perdiendo la oportunidad de incluir el arte chicano”. No imaginaron los excepcionales veinteañeros que un día, casi cuarenta años después, serían honrados por la misma sociedad que continúa humillando a los mexicanos de tercera, cuarta y quinta generación. Tampoco anticiparon, como testigos de la primera oleada del Movimiento Chicano —en contra de que a los niños se les prohibiera hablar español—, que saldrían del entorno miserable de su infancia. Performance, video, gráfica, pintura, fotografía. Nada fue poco para los chavos de Asco. Como no tenían dinero se pusieron a hacer “No películas” y así fotografiaron escenas de filmes y telenovelas personales, esos que jamás podrían costear, para parodiar su vida en EU. En un estilo, además, mucho más crudo que el de su contemporánea Cindy Sherman. Élite de lo oscuro El LACMA albergó, pues, la primera retrospectiva de Asco en 2011. Rita González y C. Ondine Chavoya curaron la obra y editaron un catálogo que es un profundo estudio sobre este colectivo que trabajó, siempre en L.A., entre 1972 y 1987. El espacio se termina, pero recomiendo busquen los videos de los murales vivos que inventó Asco para caminar por las calles de los barrios. Muchos pensaban, ya lo dije, que el arte de las minorías — mujeres, polacos, italianos, negros, navajos, homosexuales y otras minorías—, era arte menor. Con todo el resentimiento creativo del mundo, Asco se lanzó no solo como el primer colectivo chicano de arte conceptual en EU, sino como el primero en realizar arte callejero. Los artistas se vistieron y maquillaron para componer una pintura andante y recorrer las calles de la segunda ciudad mexicana más grande del mundo. Gronko se disfrazó de árbol de Navidad y Patsii se vistió de Virgen de Guadalupe, por ejemplo. Y así caminaron con expresión hierática seguidos por admiradores a quienes no dirigieron la mirada para poder crear el efecto de una pintura como magnificentes personajes nacidos del arte mural para caminar en carne y hueso entre los chicanos inmortales del East LA. L


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.